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Creencias y Ritos Funerarios de Pueblos Prehispánicos
Creencias y Ritos Funerarios de Pueblos Prehispánicos
Entierros y tumbas
MILENIO DIGITAL
¿Cuál era la concepción de la muerte y estos ritos funerarios de los principales pueblos prehispánicos
mesoamericanos: mayas, olmecas, toltecas, zapotecas, tarascos y mexicas?
La cultura Maya
Del periodo que va del año 1500 aC. al 900 dC, floreció y se expandió la civilización maya, pero hacia el año
900 comenzó su caída y decadencia, cuando los gobiernos se vieron fragmentados y, por razones en su
mayoría desconocidas, los mayas abandonaron las ciudades ubicadas en la península de Yucatán.
Los mayas tuvieron un inmenso miedo a la muerte, pues con la misma venían el dolor, la lástima y el llanto
hacia los difuntos, lo que traía tristeza. Cuando un integrante del grupo moría, lo envolvían en una mortaja y le
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llenaban la boca de maíz molido y cuentas de jade, pues siendo éstas sus monedas, le servirían para tener
que comer en la otra vida.
En cuanto a las personas que eran pobres las enterraban debajo de los pisos de sus casas. En la tumba
colocaban figuras hechas de barro o de piedras, con los objetos que mostraran qué profesión tenían e
inclusive hasta su animal.
Practicaban tanto la inhumación como la cremación. Las variedades de las tumbas van desde
simples agujeros en la tierra hasta ricas cámaras mortuorias. Algo similar ocurre con las posturas que
presentan los cadáveres, colocados de mil formas diferentes.
Las necrópolis mayas y sus monumentos funerarios relacionan la muerte con el poder político. La tumba
de Palenque y las figurillas de corte naturalista de jaina, implican una muerte desigual: los poderosos se
ligaban a las fuerzas cósmicas hasta en el acto de morir.
Las costumbres funerarias que poseían las clases altas de los mayas solían entonces ser más complejas.
Realizaban prácticas funerarias como las de los antiguos egipcios, enterrando a sus gobernantes en falsas
cámaras dentro de pirámides y rodeados de objetos funerarios y sirvientes ejecutados para que acompañaran
al alma en su camino al inframundo, denominado Xilbalbá.
El cadáver de los nobles se quemaba y se colocaba la ceniza en vasijas para luego construir templos sobre ellas,
siendo los mismos adornados con elementos mortuorios.
Su religión era politeísta y sus fiestas religiosas se hacían con periodos de ayuno y sin tener ningún tipo de
descanso. Después se creó la costumbre de ofrecer a las personas muertas un altar u ofrenda donde ponían
objetos para que las acompañaran en su camino al inframundo.
En las tumbas de la ciudad de Palenque se han encontrado platos de cerámica que tienen escritos los
vocablos tamal y pozol, ya que suponían que las almas debían comer y beber en su descenso al
inframundo Xilbalbá, para después ascender y encontrarse con Itzamná, el dios maya de la sabiduría.
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Los mayas creían en la idea de una vida futura, así como en su recompensa o castigo. Según ellos, la muerte
era solo por cuatro años, tras los cuales el alma regresaba al cuerpo para empezar una segunda vida.
La cultura Olmeca
Es llamada la cultura madre ya que es reconocida por ser la primera gran cultura asentada en Mesoamérica
entre el los años 1200 aC. y el 200 dC. Su religión destaca por la complejidad de sus rituales y ceremonias,
muchas de las cuales no han sido sino parcialmente entendidos en nuestros días, siendo especulación la
mayoría de lo que sabemos.
Probablemente para los olmecas ya existía una noción sobre “vida después de la muerte”, y se comenzaba
con el sacrificio en ofrenda hacia los dioses. En Tlatilco había la costumbre de sacrificar perros, tal vez con la
idea de que acompañen al difunto en el viaje hacia la otra vida”.
En lo referente al sacrificio de niños, no se puede obviar que en el altar los quíntuples (La Venta), muy
probablemente se efectuaron sacrificios de infantes.
En La Venta casi no se encontraron cuerpos enterrados, pero si muchas ofrendad de figurillas hachas de jade
para dioses, puesto que La Venta era su centro ceremonial más importante.
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La cultura Tolteca
Se trata de la expresión de un pueblo náhuatl que dominó en el norte del altiplano mexicano entre los años
667 al 1200. Algunos de sus principales centros fueron Huapalcalco, Tulancingo y la ciudad de Tollan-Xicotitlan,
localizada en lo que hoy es Tula de Allende, en el estado de Hidalgo. Esta ciudad es célebre por sus singulares
estatuas de piedra llamadas los Atlantes.
Su religión parece haber sido de tipo chamánica, no requirieron de lugares de culto permanente. Su religión
fue panteísta ya que adoraban a las fuerzas de la naturaleza: cielo, agua, tierra. Sin embargo, su mundo
religioso ha generado una gran figura divina Quetzalcóatl.
La religión politeísta del imperio tolteca estaba dominada por esas dos deidades principales. El
primero, Quetzalcóatl, se representaba como una serpiente emplumada. Era la deidad del conocimiento,
cultura, filosofía, y la fertilidad; fue adoptada de culturas anteriores. Su contraparte o rival es Tezcatlipoca, el
espejo empañado, conocido por su naturaleza guerrera.
En sus escritos, Miguel León-Portilla, antropólogo e historiador mexicano, explica que de acuerdo a la leyenda
de los náhuatl, los toltecas fueron los creadores de toda civilización, por lo tanto el término “tolteca” se
convirtió en sinónimo de artista o artesano, y su ciudad, Tula, fue descrita como llena de maravillas. Cuando
los aztecas reescribieron su historia, trataron de demostrar sus vínculos con los toltecas.
Gran parte de la tradición de los toltecas es leyenda, y, por ende, difícil de comprobar. Según algunos
informes, después de la caída de Tula, algunos de los toltecas se habrían retirado a Cholula, que cayó sólo
siglos más tarde, cuando fue saqueada y quemada por Hernán Cortés y los conquistadores españoles.
Cultura Zapoteca
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Una jerarquía de sacerdotes regulaba los ritos religiosos, que a veces incluyeron sacrificios humanos. Los
zapotecas adoraban a sus antepasados y, creyendo en un mundo paradisíaco, desarrollaron el culto a los
muertos. Tenían un gran centro religioso en Mitla y una magnífica ciudad en Monte Albán.
Eran politeístas y su dios principal se llamaba Xipe Totec. Otros de sus dioses fueron Quetzalcóatl: dios de los
vientos. Xonaxi Quecuya: dios de los terremotos. Coqui Bezelao: dios de los muertos, y Pitao Cozana: dios de
los antepasados.
Creían en el nahualismo, consistente en que los magos oscuros se convertían en animales para hacer
maldades en la noche. Dice el investigador Alex Beatleman que, dada la importancia que concedían a la
adoración de sus antepasados más ilustres, los zapotecas tienen una gran producción artística relacionada con
sus ritos funerarios.
Las tumbas de Monte Albán y de toda la zona zapoteca poseen elaboradas urnas funerarias con figuras que
representan divinidades asociadas con fuerzas naturales como la lluvia y el viento.
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Loe enfermos desahuciados por los médicos y lo desesperados de la vida, podían solicitar que se les enterrara
vivos en las cavernas subterráneas que, se dice, había en Mitla.
En el ritual fúnebre se colocaban urnas tanto en la casa como en la tumba del difunto, a fin de que no le
faltase protección divina, alimento y agua en el difícil trance.
La cultura Tarasca
El grupo tarasco o purépecha pervivió independiente y jamás fue sometido por los aztecas desde el año 1300,
con la fundación de su ciudad central, Tzintzuntzán y hasta la poco después de la Conquista en 1530.
El pueblo purépecha se localiza en el estado de Michoacán, en un área que abarca la Meseta Tarasca, el lago
de Pátzcuaro, la Ciénaga de Zacapu y la Cañada.
Al hablar de la muerte y los muertos entre los tarascos debe destacarse que las ideas sobre “el más allá”, “la
otra vida”, “el premio o castigo”, así como la veneración, el respeto y el recuerdo a los difuntos, están muy
arraigados entre los purépechas.
[OBJECT]La antropóloga Nora Sierra Carrillo nos dice que para los antiguos tarascos, la vida alcanzaba su fin
con la muerte. En lengua purépecha, morirse se dice “uirucumani”, literalmente “yacer con Uhcumo” o “yacer
en silencio”.
Cada región estaba habitada por diferentes dioses: en el firmamento los dioses estaban representados por los
astros y las aves, y en las dos restantes, los dioses terrestres y de la muerte tenían apariencia de hombres y
animales (Corona Núñez).
La deidad más importante era el fuego, Curicaueri, de ahí que toda la vida religiosa girara en torno a las
hogueras. En ellas se quemaba todo tipo de ofrendas y salía el humo que subía a los cielos, humo que era el
contacto entre los seres humanos y la divinidad.
El cazonci era el supremo sacerdote y el representante de dios en la Tierra; por ello su cadáver merecía el
honor de ser quemado como ofrenda máxima al fuego y, probablemente, también para reincorporado a su
calidad de ser omnipotente.
Entre los tarascos la muerte por sacrificio presentó dos formas: una vergonzosa, que se daba a los criminales,
y otra honrosa, que se ofrecía a los dioses. Una vez consumado el acto, el cadáver era arrastrado hasta un
armazón de madera, llamado en náhuatl tzompantli y en tarasco eraquarécuaro, en donde se colocaban las
cabezas de las víctimas.
Para los tarascos, el mundo de los muertos, localizado en el interior de la tierra, era considerado como
un lugar de deleites, en el cual moraba el dios de la muerte, señor del paraíso subterráneo. Sin embargo,
también se creía que ahí reinaba la negrura o por lo menos la sombra, tal vez por el nombre que le
dieron: Pátzcuaro, literalmente “donde se tiñe de negro”, es decir, “donde todo se torna negro” o “donde
reina la sombra”, seguramente por el hecho de estar bajo tierra (Corona Núñez).
El reino de los muertos también era conocido como Cumiehchúcuaro, “donde se está con los topos”. Esta
región estaba gobernada por Uhcumo, topo o tuza, el dios que “tapaba la entrada o la boca con las manos”.
En Michoacán, la Fiesta de Muertos es una ceremonia solemne que conserva casi puramente la forma en que
los antiguos pueblos prehispánicos honraban a la muerte en esas fechas. Dicha tradición mantiene vigentes
muchas de las características del ritual funerario practicado por los purépechas.
La cultura Mexica
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Se creía que el que fallecía viajaba al Mictlán o Lugar de los Muertos donde viviría eternamente. El miedo a
perecer no era común, y a esta falta de temor se le consideraba una virtud; las personas que fallecían
se transformaban en dioses y el fenecer representaba vivir eternamente.
Grupos de guerreros, por ejemplo, consideraban morir en batalla como parte de un sacrificio a los dioses,
siendo esta acción privilegio y cualidad de unos cuantos.
Los mexicas tenían dos tipos de ritos funerarios: la cremación y el entierro. Los muertos comunes se
incineraban. Se les envolvía con telas en posición fetal y se les ponía una máscara. Las cenizas se guardaban en
una urna y se les ponía un trozo de jade, como un símbolo de la vida.
El entierro estaba destinado a los altos funcionarios y a los soberanos. Se les vestía lujosamente con joyas y
máscaras funerarias y en la boca se depositaba una piedra de chalchihuite que reemplazaba al corazón
verdadero.
Los mexicas suponían que había tres lugares a donde se dirigían los difuntos según el tipo de muerte y no por
su conducta en esta vida. Así, tenemos que el lugar denominado Mictlán o Xiomayan, lugar de los muertos
descarnados o inframundo, era concebido como un lugar poco favorable donde iban las almas no elegidas por
los dioses, quizá por eso los españoles le dieron la traducción de infierno.
El segundo lugar llamado Tlalocan o “paraíso de Tláloc”. El tercer lugar estaba conformado por Cihuatlampa y
Mocihuaquetzque, también conocido como cielo, ya que los difuntos iban donde se encuentra el Sol.
Hoy en día podemos conocer la manifestación del culto a la muerte en las civilizaciones prehispánicas
(como Miccahuitl); por medio de esculturas, pinturas, códices y leyendas, de los cuales se deduce que dicho
culto, más que un ciclo, era concebido como un proceso ritual basado en mitos dualistas como la lucha
entre Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, el día y la noche, el frío y el calor.
AG