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Fisicoquimica Uno
Fisicoquimica Uno
No había tiempo para desperdiciar una oportunidad así, el hombre aceptó el precio
sin dudarlo, de inmediato hizo cortadas en sus dedos, para dejar caer la sangre que
le pedía el pozo. Tras cada una de ellas, parecía que el túnel cobraba vida, las
paredes se movían al ritmo de sus cálidas exhalaciones, dejando escapar suspiros de
alivio y éxtasis.
También la tierra rugía, como si descansara debajo de el una enorme bestia, tras la
última gota, una deforme criatura envuelta en fuego emergió del pozo, y se fue
sobre el escritor. Diez gotas de sangre solo le dieron fuerza para salir del hoyo,
necesitaba el resto del hombre para alimentarse.
En ese momento el manuscrito dejó de importar, luchaba con uñas y dientes para
defenderse de los ataques del debilitado demonio que había liberado de las
profundidades, pero todo resultaba inútil, su cuerpo estaba también envuelto en
llamas, la carne le chillaba mientras se retorcía en el suelo.
La historia era bastante buena para unlibro, lástima que el escritor terminara
devorado y sus restos calcinados a la orilla del pozo, que solo cumplió el deseo de
una buena cena para aquel monstruo.
La sonrisa de Cristina
Entre ellos Romina, una chica de humilde procedencia, que no ajustó ese día para el
transporte que la llevara de la universidad a su casa. Era algo común para ella,
muchas veces había recorrido ese camino en las mismas condiciones, pero eso no
evitaba que se le crisparan un poco los nervios.
A pocas calles de su casa, sintió alivio, ya estaba en sus terrenos y eso le daba
seguridad, sin embargo, al doblar la esquina, distinguió a una oscura silueta
caminando por la misma acera y en dirección a ella. Conforme ambos avanzaban, le
inquietaba un poco no poder distinguir sus ropas, ni el sonido de sus pisadas, era
tan solo una sombra que hacia tintinear las luces por donde pasaba.
Los días pasaron, Romina seguía desaparecida ante la consternación de todos sus
allegados, excepto de Cristina, que ocultaba su sonrisa, pues estaba contenta de
que sus ruegos fueron escuchados.
Historia de la dama de rojo
Cada fin de semana, la rutina era la misma; ella salía del trabajo a prisa, para
llegar a casa y tomar un aromático baño, luego se sentaba horas frente al espejo
embelleciéndose. El toque final, siempre un vestido rojo, porque le gustaba llamar
la atención, además, hacia resaltar su hermosa piel clara, labios carmín y la
sedosa cabellera negra que cubría un poco el gran escote en su espalda.
Volvía de su gran noche de fiesta, luciendo tan hermosa como al salir de casa, solo
que el cansancio de tanto bailar, la obligaba a cargar sus tacones en mano,
mientras el cemento frio e irregular por el que caminaba, masajeaba sus pies a cada
paso.
Ese camino lo recorrió tantas veces, que podía fácilmente llegar a su destino con
los ojos cerrados si así lo quisiera, por lo cual no le molestaba dejar caer sus
parpados para dedicarse a escuchar y oler la noche que tanto le fascinaba. Avanzaba
lentamente, buscando sorprenderse con algún detalle que pudo ignorar al llenarse
con las imágenes que pasaban por su retina, fue entonces que descubrió… un agitado
resoplido, acompañado de un olor particular que transportaba un ligero viento que
apenas le movía un par de cabellos. Temía abrir los ojos y perder el rastro de
aquello que había provocado tantas sensaciones en su cuerpo…
Siguió así, ensanchando sus fosas nasales, para que aquel sabroso olor a metal
húmedo la guiara hasta el punto exacto de su procedencia… uno, dos, tres… decenas
de ansiosos pasos, y se detuvo en la entrada de un callejón, el lugar era una
fiesta de sonidos y olores que le nublaban la razón.
Ella deja caer sus tacones, en el choque de estos contra el suelo, ellos se dan
cuenta que no están solos, voltean, la miraban fijamente por un segundo y vuelven a
lo suyo, ella no puede resistirlo, se tira sobre sus rodillas, se arrastra por el
suelo… el estómago parece consumirse a sí mismo, la obliga a retorcerse y
convulsionar, pero todo termina, cuando hunde sus dientes en el cuerpo del hombre
muerto, el tibio sabor a hierro despierta nuevamente sus sentidos, siente la vida
fluir dentro de ella, la hace vibrar, hundiendo otra y vez su cara en las vísceras
de aquel cuerpo, para no dejar escapar aquella sensación de plenitud…
Ella tenía razón, ¡el rojo es su color! Y la sangre su nuevo vestido, seguramente
volverá nuevamente a ese callejón, para cenar junto a los suyos.