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Personalismo

Se entiende como personalismo a toda doctrina que sostiene el valor superior de la persona
frente al individuo, a la cosa, a lo impersonal. Se opone tanto al individualismo como al
impersonalismo. Entre los rasgos distintivos se encuentra:

• Reconocimiento de la “persona” como realidad primaria y valor espiritual supremo,


con la particularidad de que la “persona” se entiende como primer elemento
espiritual del ser.
• Estrecha conexión con el teísmo.
Se difundió en la filosofía burguesa norteamericana (sobre todo en la Universidad de
Boston) desde finales del siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Sus principales exponentes
fueron Borden Parker Bowne y tres de sus discípulos: Albert Knudson, Ralph Flewelling, que
fundó The Personalist, y, el más importante de ellos, Edgar Sheffield Brightman. Su
personalismo era idealista y teísta al mismo tiempo e influyó en filosofía y teología. El
personalismo remontaba su genealogía filosófica a Berkeley y Leibniz, y tenía su intuición
fundacional en la tesis de que toda la realidad es personal en última instancia. Dios es la
persona trascendente y el fundamento o creador de todas las demás personas; la naturaleza
es un sistema de objetos para o en la mente de otras personas. Bowne y Brightman se
consideraban empiristas en la tradición de Berkeley. La experiencia inmediata es el punto
de partida, pero esa experiencia supone un conocimiento fundamental del yo como ser
personal con estados cambiantes. Dado este pluralismo, la coherencia, el orden y la
inteligibilidad del universo se ven como algo derivado de Dios, la persona increada. El Dios
de Bowne es el ser eterno y omnipotente del teísmo clásico, pero Brightman aducía que si
Dios es una persona real tiene que construirse como algo temporal y finito. Dado el hecho
del mal, se ve a Dios como adquiriendo un control gradual de su mundo creado, con
respecto al cual está intrínsecamente limitado.
Otra versión del personalismo se desarrolló en Francia a partir de la tradición
neoescolástica. E. Mounier, J. Maritain y E. Gilson se identificaron como personalistas en la
medida en que entendían a la persona infinita (Dios) y a las personas finitas como fuente y
lugar del valor intrínseco. No entendieron, sin embargo, el orden natural como algo
intrínsecamente personal. En el pensamiento de E. Mounier y L. Stefanini emerge la
exigencia de fundir la instancia personalista y aquella comunitaria. Se traduce en la
consideración del concepto de persona en su dimensión reflexiva (apertura al propio ser),
en su dimensión comunitaria (apertura al cosmos, a la sociedad y a la historia), y en la
dimensión participativa (apertura a la metafísica). La estructura relacional de la persona
emerge en el personalismo dialógico de M. Buber que identifica la persona en la relación
fundamental “entre” (zwischen) el Yo y la alteridad reconocida como un Tú en el encuentro
(Begegnung). La instancia personalista se funde con el espiritualismo en el pensamiento de
J. Lacroix, M. Blondel y C. Renouvier, que exaltan el componente espiritual del ser humano.
Encontramos una fundamentación existencialista y fenomenológica en la filosofía de N.A.
Berdjaev, G. Marcel y M. Merleau-Ponty, que retoman la polémica kierkegaardiana contra
Hegel en nombre de la individualidad de la existencia humana. Un personalismo de
impronta hermenéutico-simbólica y trascendental se encuentra en P. Ricoeur que considera
la persona humana como una “síntesis proyectada” que se capta a sí misma en la
representación de una tarea, de un proyecto
Bibliografía
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