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Albéniz en París, Recepción y Magisterio - Montserrat Bergadà PDF
Albéniz en París, Recepción y Magisterio - Montserrat Bergadà PDF
D O S I E R
ISAAC ALBÉNIZ
Después del siglo XIX, que nos ha dejado títulos tan señeros como la Sinfonía española para violín y orquesta (1873) de
Édouard Lalo, la ópera Carmen (1875) de Georges Bizet o la rapsodia para orquesta España (1883) de Emmanuel Chabrier, el
primer tercio del siglo XX fue uno de los períodos más fecundos en lo que respecta a los intercambios musicales entre España
y Francia. España llegó a ser uno de los temas de inspiración favoritos de los compositores franceses, influjo que se tradujo en
obras maestras como Iberia (1905-1908) de Claude Debussy o el Bolero (1928) de Maurice Ravel. A su vez, París, en cuyo
Conservatorio Nacional de Música Pablo Sarasate, José Tragó y Ricardo Viñes habían conseguido sendos primeros premios,
respectivamente en 1857, 1877 y 1894, se convirtió en el principal polo de atracción y centro de formación de los músicos
españoles: a título de ejemplo, Jesús Guridi, de 1903 a 1904, y Joaquín Turina, de 1906 a 1913, estudiaron composición en
la Schola Cantorum1; Manuel de Falla se benefició entre 1907 y 1914 de las enseñanzas de Debussy y de Paul Dukas, de
quien Joaquín Rodrigo sería, a su vez, alumno en la École Normale de Musique de 1927 a 1931.
E
n este contexto musical, la Debussy se refiere, claro está, a
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populares en la música culta: estilizar suficientemente la clóricos y algunos de sus efectos pianísticos— en las últi-
música popular para transformarla en un material utilizable mas obras para piano de inspiración española de Debussy:
por la música culta y adaptado a las necesidades orgánicas La serenata interrumpida, n° 9 del primer libro de Prelu-
de la obra; no describir, sino traducir impresiones, extraer dios para piano (1909-1910), y La Puerta del Vino, n° 3 del
sensaciones, recuerdos de la memoria y, mediante un pro- segundo libro de Preludios par piano (1911-1912)7. Estaría-
fundo trabajo compositivo, concebir su correspondencia en mos ante un interesante fenómeno de vasos comunicantes
el mundo de los sonidos. Albéniz, como Debussy, busca un pues, desde 1897, en La Vega (1896-1897, n° 1 de The
arte de la evocación, rechaza los tópicos y el color local Alhambra) de Albéniz, se manifiesta “con fuerza la influen-
superficial, y combina los ritmos y los giros folclóricos con cia de Debussy”, como bien señala Walter Aaron Clark8.
una técnica moderna plenamente ajustada a las exigencias Muchos años después, otro gran compositor francés,
de esta materia. Olivier Messiaen, autor de las Veinte miradas sobre el Niño
En 1920, después de haber enumerado y descrito las Jesús (1944), uno de los ciclos pianísticos más importantes
diversas manifestaciones de España en la obra de Debussy, del siglo XX, reconocería su deuda con la Iberia de Albéniz:
Falla añade, y estas palabras podrían aplicarse perfectamen- “[…] una obra que ha desempeñado un papel muy impor-
te a Albéniz: “Podría afirmarse que Debussy ha completado, tante en mi conocimiento del piano, que admiro intensa-
en cierta medida, lo que la obra y los escritos del maestro mente y que, para mí, representa quizá la obra maestra de
Felipe Pedrell nos habían revelado ya de las riquezas moda- la escritura para piano: ¡Iberia de Albéniz, que descubrí
les contenidas en nuestra música natural y de las posibilida- hacia los 19 años de edad! He tocado muchas veces las
des que de ellas se desprendían. Pero mientras que el com- doce piezas que componen sus cuatro cuadernos (sobre
positor español emplea, en gran parte de su música, el todo Almería, El Polo y Lavapiés) sin alcanzar la perfección,
documento popular auténtico, se diría que el maestro fran- porque son tremendamente difíciles […]”9.
cés prescinde de ellos para crear una música propia, con-
servando de la que la ha inspirado sólo la esencia de sus El influjo artístico de Albéniz
elementos fundamentales”5.
Iberia fue la obra de Albéniz más apreciada por los Ravel, en un artículo escrito a raíz del estre-
compositores franceses. Este magno ciclo pianístico, com- no parisino de La vida breve de
puesto enteramente en Francia (París y Niza, 1905-1908), Falla10, el 6 de enero de 1914 en
se inscribe en la continuidad del pianismo lisztiano — la Ópera Cómica, considera-
si bien la abundancia de mordentes y acciaccaturas ba que Granados y Falla
nos remite también a Scarlatti, compositor muy admi- eran los “[…] dos compo-
rado por Albéniz—, y su subtítulo —12 nouvelles sitores que parecen afir-
“impressions” en quatre cahiers [12 nuevas “impre-
siones” en cuatro cuadernos]— evoca el influjo del
impresionismo francés del que Albéniz utiliza
muchos de los recursos armónicos y tímbricos:
paralelismos, apoyaturas múltiples, disonancias no
resueltas, acordes que tienen un valor en sí mis-
mos, independientemente de sus enlaces, modalis-
mos, escala de tonos enteros; sonoridades lejanas,
efectos de eco; imitación pianística de las campa-
nas, la guitarra, las castañuelas, los instrumentos de
lengüeta, la voz de un cantaor… Un buen ejem-
plo de ello es, precisamente, El Albaicín, la obra
albeniciana inspirada en Granada más logra-
da, extraordinaria pieza que aúna la inspira-
ción flamenca, las sonoridades impresio-
nistas y el gran piano romántico. En car-
ta de 1907 a Enrique Moragas Barret,
Albéniz evoca de manera muy gráfi-
ca esta obra y alude a su recepción
por parte de Dukas: “He conclui-
do para mi Iberia una obra sen-
timental y bullanguera, épica
y ruidosa y que es guitarra,
sol y piojo. Pero he sabido
—según dice Paul
Dukas— aureolar El
Albaicín, que así se llama
la composición, de mucha
ternura, pero de mucha
ternura elegante”6.
Por la extraordinaria
riqueza y complejidad de
su escritura, Iberia amplió
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MAURICE RAVEL
gancia el carácter netamente nacio- la armonía impresionista, las sonori-
nal de la escuela española moder- dades y los giros flamencos, y las
na. Con el Sr. Turina, llegado un danzas españolas. En lo que se
poco más tarde, son los discípulos refiere a los elementos populares y
más brillantes de Isaac Albéniz”11. folclóricos, Turina, como Albéniz,
Observamos que Ravel y, Debussy y Falla, recurre muy pocas
como él, gran parte de la sociedad veces a la cita textual. Como ellos,
musical fran,cesa, veían a Albéniz parte de las características de la
como el punto de partida de una música popular, extrae toda la vitali-
“escuela española moderna”, y a dad que contiene y crea un folclore
Granados —al que consideraron, reinventado que incorpora a su pro-
al fallecer Albéniz, como su suce- pio lenguaje.
sor natural 12—, Falla y Turina El primer encuentro de Falla con
como sus discípulos. Conviene Albéniz tuvo lugar en septiembre de
precisar, sin embargo, que tres de 1907, en París, y la tarjeta de presen-
los cuatro compositores citados — tación musical de Falla fue su drama
Albéniz, Granados y Falla— fue- lírico La vida breve, obra inspirada
ron alumnos del compositor y en Granada, ciudad que ambos
musicólogo catalán Felipe Pedrell, amaron profundamente, y cuyos
y es de justicia considerar a paisajes, misterios y leyendas
Pedrell como el iniciador de dicha impregnaron su imaginación y su
escuela. Como bien escribe Falla: creación musical. Fue Dukas quien
“[…] los que hemos sido estimula- propició que Albéniz recibiera a
dos y guiados por la obra musical Falla en su casa, y en este primer
de Pedrell, podemos afirmar del contacto, escribe Jaime Pahissa,
modo más rotundo que ella, por sí sola, habría bastado para “Albéniz le hizo un recibimiento excelente, cordialísimo.
provocar el renacimiento del arte musical español […]”13. Empezó Falla a tocar La vida breve, y se repitió el caso de
Así recuerda Turina su primer encuentro con Albéniz a Dukas: tuvo que tocarla hasta el final. Pasó todo el día con
raíz de una audición de su Quinteto op. 1 para piano y él. Acababa de publicarse el penúltimo cuaderno de Iberia,
cuarteto de cuerda, en París, el 3 de octubre de 1907: “Pero y Albéniz se lo hace oír todo […]. Le dedica el cuaderno de
terminarse éste y hacer irrupción en el foyer el señor gordo, Iberia”16.
acompañado del vecino, el joven delgadito, fue todo uno. Este cuaderno de Iberia consta, efectivamente, en la
Avanzó hacia mí, y con la mayor cortesía pronunció su biblioteca personal de Falla. Se trata del tercero y lleva la
nombre: Isaac Albéniz. Media hora más tarde caminábamos siguiente dedicatoria autógrafa: “Al buen colega y amigo
los tres cogidos del brazo […] nos instalamos en una cerve- señor Falla su affmo. Albéniz. París, 25 septiembre 1907”17. En
cería […] allí se habló de la música con vistas a Europa, y éste figura El Albaicín, pieza que Falla estudió profundamen-
de allí salí completamente cambiado de ideas. Éramos tres te como lo demuestran sus numerosas anotaciones relativas a
españoles y, en aquel cenáculo, en un rincón de París, debí- interpretación y digitación. Al año siguiente, Albéniz inscribió
amos hacer grandes esfuerzos por la música nacional y por una dedicatoria en la partitura de Falla del cuarto y último
España. Aquella escena no la olvidaré jamás, ni creo que la cuaderno de Iberia que demuestra que las relaciones entre
olvide tampoco el joven delgadito, que no era otro que el los dos músicos se habían estrechado mucho: “Para Falla su
ilustre Manuel de Falla”14. admirador, amigo y colega Albéniz. París, 25 octobre [sic]
Turina había llegado a París en octubre de 1905 e ingre- 1908”18. Ese mismo año, y gracias a la mediación de Albéniz,
sado en enero de 1906 en la Schola Cantorum como alum- el Rey de España, por indicación de la Infanta Isabel, conce-
no de composición. Estudió primero con Auguste Sérieyx, y dió una beca de mil francos a Falla para que pudiese ampliar
después con Vincent d’Indy. Al cabo de siete años de rigu- sus estudios en París. Asimismo, fue Albéniz quien le presen-
rosos estudios, recibió su diploma en marzo de 1913. En la tó a Paul Milliet, quien traduciría al francés el libreto de La
Schola, Turina adquirió una impecable técnica de composi- vida breve, y cuya esposa, la cantante Ada Adiny, estrenaría
tor y un gran dominio de la forma musical, si bien basados en 1910 las Trois mélodies (1909-1910) de Falla.
en el culto a la tradición, a las formas clásico-románticas y a Falla sintió mucho la muerte de Albéniz, en 1909, y en
la utilización de los procedimientos cíclicos franckianos. Por testimonio de homenaje y gratitud le dedicó sus Cuatro pie-
ello, los consejos de Albéniz fueron fundamentales para zas españolas (1906-1909) para piano, obra cuya escritura
contrarrestar lo que la enseñanza de D’Indy podía tener de pianística es, sin embargo, muy diferente de la de Iberia.
dogmático o excesivamente tradicionalista. Referente a esto, Trece años después, en su ensayo sobre el cante jondo,
Turina comentó a Federico Sopeña: “A pesar de mi forma- Falla escribiría respecto a las obras de música culta que
ción en la Schola Cantorum de Vincent d’Indy, yo compren- incluyen los valores musicales del “toque jondo”, que “[…]
dí muy bien, o, mejor dicho, aprendí de Albéniz que el la admirable Iberia de nuestro Isaac Albéniz cuenta entre
imperio de la pura forma, aun de la posromántica, era ina- las más ilustres” 19. Estos valores del “toque jondo” los
sequible para un compositor español. Lo mismo pensó Falla encontramos también, muy depurados, en la Fantasía bæti-
y, como no sentíamos sobre nosotros la férula de ninguna ca (1919) para piano solo de Falla, visión austera y abstrac-
norma extraña, nuestros caminos han sido distintos. Lo que ta del arte flamenco en la que podemos percibir cierto
yo he sentido como norma perenne es algo muy poco for- parentesco con las páginas de inspiración flamenca de la
mal: el paisaje andaluz. Dentro de él me he movido con Iberia de Albéniz.
libertad gracias al hondo aprendizaje adquirido en la Scho- En fin, tenemos constancia de uno de los consejos de
la”15. Así, la música de Turina, brillante y colorista, a veces Albéniz al músico gaditano. Cuenta Pahissa, a propósito de
poética e intimista, amalgamó de manera equilibrada varios Noches en los jardines de España (1909-1916), cuyo subtítu-
idiomas, técnicas y marcos formales: los procedimientos lo, “Impresiones sinfónicas para piano y orquesta”, indica
cíclicos, las formas musicales clasico-románticas, la sintaxis una clara filiación debussiana, que Falla “en su origen la
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Yvan Nommick
1
Albéniz fue profesor de piano en la Schola Cantorum de 1897
a 1900. Entre sus alumnos, figuró el compositor francés Déodat
de Séverac, quien terminó en 1911, con un gusto exquisito, la
pieza para piano Navarra que Albéniz dejó inconclusa.
2
Claude Debussy, “Concerts Colonne.- Société des nouveaux
concerts”, S.I.M., 1-XII-1913. Citamos por: Claude Debussy,
Monsieur Croche et autres écrits, ed. de François Lesure, París,
Gallimard, col. “L’Imaginaire”, 2da ed. revisada y ampliada, 1987,
p. 251. Las traducciones de los textos redactados originalmente
en francés han sido realizadas por el firmante del presente artí-
culo.
3
Claude Debussy, op. cit., p. 251.
4
Claude Debussy, “Une appréciation sur la musique contempo-
raine”, entrevista concedida a M. D. Calvocoressi, The Etude
(Filadelfia), junio de 1914. Citamos por: Claude Debussy, Mon-
sieur Croche et autres écrits, op. cit., p. 334.
5
Manuel de Falla, “Claude Debussy et l’Espagne”, La Revue
Musicale, año I, t. I, nº 2, diciembre de 1920, p. 209.
6
Cit. en: Jacinto Torres, Catálogo sistemático descriptivo de las
obras musicales de Isaac Albéniz, Madrid, Instituto de Biblio-
grafía Musical, 2001, p. 422.
7
Debussy compuso otras seis obras de inspiración española, en
particular Iberia, la segunda de sus Imágenes para orquesta.
8
Walter Aaron Clark, Isaac Albéniz. Retrato de un romántico
[título original: Isaac Albéniz. Portrait of a Romantic, New
York, Oxford University Press, 1999], trad. de Paul Silles,
Madrid, Turner, col. Turner Música, 2002, p. 229. Se trata de la
biografía de Albéniz más seria y fiable publicada hasta hoy. El
lector podrá consultar también con provecho el catálogo de
Jacinto Torres cuyas referencias constan en la nota 6 y el libro
de Justo Romero Isaac Albéniz (Barcelona, Península, col. Guí-
as Scherzo, 2002) que ofrece una extensa discografía crítica.
9
Claude Samuel, Entretiens avec Olivier Messiaen, Paris, Bel-
fond, 1967, p. 131.
10
El estreno absoluto había tenido lugar el 1 de abril de 1913,
en el Casino Municipal de Niza.
11
Maurice Ravel, “À l’Opéra-Comique: Francesca da Rimini et
La Vie brève”, Comœdia illustré, VI, n° 8, 20-I-1914, pp. 390-
391.
12
Granados terminó en 1910 Azulejos, pieza para piano que
Albéniz había dejado inconclusa.
13
Manuel de Falla, Felipe Pedrell (1841-1922), Barcelona, [s.n.],
1923, p. 4.
14
Joaquín Turina, “Mi patria chica”, La Correspondencia de
España (Madrid), 26-IX-1912, p. 1. Reproducido en: Joaquín
Turina corresponsal en París… y otros artículos de prensa.
Escritos de un músico, recopilación de Alfredo Morán, Granada,
Junta de Andalucía (Centro de Documentación Musical de
Andalucía), 2002, p. 99.
15
Federico Sopeña, “Los españoles pintados por sí mismos”,
Arriba, 2-VIII-1944, p. 4. Cit. en: Alfredo Morán, Joaquín Turi-
na a través de sus escritos, Madrid, Alianza, col. Alianza Música,
Museo Municipal de Barcelona
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En la tarde del 25 de abril de 1889, más de trescientas personas se precipitan por la rue du Mail hacia la Salle Érard para
escuchar a un pianista español que —dicen los amateurs— interpreta Scarlatti de manera prodigiosa y toca piezas suyas
muy características: Isaac Albéniz busca su consagración en París. Todavía con el eco de las ovaciones de ésta y otras dos
sesiones musicales, una carpeta repleta de periódicos con elogiosas líneas y alguna que otra proposición editorial, el
pianista y su esposa toman el tren en la estación de Saint-Lazare dirección Londres. Prosigue así su gira europea, que tiene
en ese mismo verano nueva parada en la capital francesa, esta vez para visitar la fastuosa Exposición Universal que
conmemora el centenario de la Revolución Francesa.
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Institut del Teatre, Barcelona
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de cerca en el proyecto de desarrollo de la Schola (algunas Valentín Almirall la frecuentaron. Las visitas incluían, además
de las reuniones tuvieron lugar en su casa). de un suculento menú, la posibilidad de oír y ver a Albéniz
Estuvo a cargo de la clase superior de piano, en la que — al piano. Los artistas en apuros sabían que podían contar
cuentan— cantaba, gritaba y marcaba el ritmo con tanta exu- con la generosidad de su anfitrión, quien toleraba con cierta
berancia y vehemencia que los demás profesores temían dar complacencia el “sablazo” de sus compatriotas.
clase cerca de su aula. La imagen de profesor bohemio, poco
dogmático y en ocasiones incluso indolente ha prevalecido Pianista y juez
ciertamente en desmedida. Entre sus alumnos (los que fueran
luego sus amigos) destacan René y Carlos de Castéra, Déodat Aunque iba abandonando su actividad de concertista, cen-
de Séverac y Clara Sansoni: el primero, publicaría un arreglo trándose en la composición, nunca dejó en verdad de tocar
para dos pianos de Iberia; Séverac terminaría Navarra y Cla- en público (dando su apoyo a cuantos amigos o colegas le
ra Sansoni se convertiría en una intérprete destacada (fue la solicitaran) o en privado (dando rienda suelta a su jovial
primera en dar a conocer la integral de Iberia en Italia). Si manera de entender la música y deleitando a amigos y fami-
bien es cierto que el legado de Albéniz y su contribución a la liares); eran muy famosas sus propias “versiones” de Iberia.
evolución del estilo pianístico no se ha transmitido a través Según cuentan diferentes testimonios, habiendo Albéniz
de su trabajo docente, sí es justo admitir que sus alumnos perdido ya ciertas habilidades técnicas, se las arreglaba
gozaron de importantes consejos interpretativos. como podía para saltarse con total impunidad notas y acor-
La Schola disponía de un sistema de difusión y de pro- des, y en tono socarrón se justificaba afirmando que éstos
paganda muy activo con conciertos y publicaciones. Allí no añadían nada al esencial discurso musical de las piezas.
acudía un público de connaisseurs y se convirtió en un A pesar de ello, es en esta nueva etapa cuando se con-
lugar de encuentro privilegiado. Su editorial funcionaba solida su autoridad como pianista de prestigio. Convocado
como una cooperativa: los autores costeaban los gastos de por Gabriel Fauré, entonces director del Conservatorio de
la publicación de sus propias obras y permanecían dueños París, Albéniz participó como jurado en varios concursos de
de los derechos de explotación. En la Édition Mutuelle la institución codeándose con otros respectados pianistas.
Albéniz publicó, entre otras obras, La Vega y los cuatro cua- Las anotaciones autógrafas tomadas por Albéniz en el con-
dernos de Iberia. También pagó la edición de composicio- curso de piano de 1907 permiten conocer los aspectos que
nes de algunos colegas: el caso más conocido es el de Joa- juzgaba más importantes tanto en la ejecución como en la
quín Turina. La proporción de músicos españoles que, ani- enseñanza del instrumento7. Es flagrante la poca importan-
mados por Albéniz, frecuentaron la Schola Cantorum es sin- cia que concede a la técnica. Sólo hace algún comentario
tomática de su poder de persuasión (Joaquín Nin, Joaquín del tipo: “buena digitación” o “sin madurez; “coloca muy
Turina, el padre Donostia, Gurudi, Usandizaga, Lluís Bona- mal los pedales”; “no tiene mecanismo”. Le gusta destacar
terra, Joan Gibert Camins, Agustí Grau, Francesc y Josep las interpretaciones que según su criterio tienen colorido,
Civil, por citar sólo algunos). ritmo y son “muy musicales”, y esto tanto en las obras de
La Schola Cantorum no tardó en convertirse en una ins- concurso como en las piezas de lectura a primera vista.
titución más reaccionaria que el propio Conservatorio. Busca una interpretación original y se harta pronto de las
Pronto las dos tendencias estéticas opuestas que dividían el lecturas demasiado “correctas” o “prudentes”: encontramos
panorama musical francés atañen también a Albéniz: los anotaciones como “buena lectura pero incolora” o incluso
defensores del dogmatismo artístico y del tradicionalismo o “lectura un poco irritante”. Presta una atención especial al
seguidores de la Schola Cantorum versus los llamados ritmo y al color, cualidades indispensables —como bien
debussystas, que defendían un arte más libre. Albéniz a su saben pianistas y aficionados— para interpretar las obras de
llegada a París frecuentó a Charles Bordes, Paul Dukas y Albéniz. Según él, son demasiados los aspirantes a pianista
Vincent d’Indy, de quienes admiraba su lenguaje severo. Se que adolecen de ausencia de ritmo.
entusiasmó también por la música de los rusos, tan vigente
en el París del cambio de siglo, y, cómo no, por la música Abriendo camino
de Debussy. Inaugurado el siglo XX, Albéniz empieza a
sentirse algo encorsetado por el dogmatismo y tradicionalis- La personalidad extrovertida, bromista y generosa de Albéniz
mo de la Schola, y gracias a sus estancias prolongadas en facilitó su rápida inserción en los medios musicales franceses.
Niza, Barcelona y Madrid toma una prudente distancia; son Era además un artista con una amplia y ecléctica cultura que
tan continuos sus viajes que su compatriota Joaquín Nin fascinaba donde fuera. Así, los salones aristocráticos y artísti-
exclama no ser capaz de afirmar en qué población se cos de París, en los que se presentan las primicias musicales
encuentra Albéniz sin temor a equivocarse. y literarias (los salones de Mme. de Saint-Marceaux y Mme.
Chausson, el de la princesa de Polignac y del editor Lero-
Intermediario de excepción lle…), acogen con calor a Albéniz y sus creaciones.
Atento a las novedades musicales, asiste regularmente a
Se involucró de lleno en el Modernismo, motor cultural de la los conciertos de la Société Nationale, bastión del arte gáli-
Barcelona del cambio de siglo y vinculado a una burguesía co donde tienen rarísima aceptación los autores no france-
emergente. No sólo comparte, sino que estimula en gran ses. Es uno de los pocos compositores extranjeros que con-
manera la euforia artística del momento. Su apoyo fue deci- sigue presentar allí obras suyas, no sin rotundos rechazos y
sivo en la internacionalización de la vida musical de España: ciertas concesiones; antes de él, sólo otro español aunque
sus compatriotas pudieron aprovecharse de sus contactos y naturalizado francés, Blas María Colomer, había presentado
de su prestigio para darse a conocer fuera de nuestras fron- allí sus obras. La primera pieza de Albéniz que se interpretó
teras, a la vez que músicos franceses vinieron a España por en la Société Nationale fue La Vega. De reconocida ascen-
intermediación suya (D’Indy, la Orquesta Colonne, Gabriel dencia lisztiana, fue presentada el 21 de enero de 1899 por
Fauré, Marguerite Long, etc.). Su hogar fue por otra parte un un pianista de origen portugués que había sido alumno de
centro de encuentro y de acogida para los artistas españoles. Liszt en Weimar, José Vianna da Motta. La obra se recibió
Pau Casals, la cantante María Gay, los pianistas Granados y en un primer momento con bastante indiferencia (hecho,
Viñes, los pintores Ignacio de Zuloaga, Santiago Rusiñol, por otra parte, nada excepcional en el centro de palestra
Ramón Casas y Picasso, el escultor Manolo, los escritores y que era París): “Albéniz, compositor español ciertamente
poetas Juno, Pompeyo Gener, Narcís Oller y el político dotado, pero que comete el error de perderse durante más
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