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enorme que de un modo mente interesantxcscxe el libro de Pierre Aubenque El problema

del ser en Aristóteles, ed. salvaguarda la pura identidad y permanencia de la forma de una
especie. Desde luego Aristóteles –como buen observador que fue- no desconocía que
eventualmente nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o caballos de seis patas; pero los
consideraba meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones accidentales de su propia especie o
género debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es indócil a la pureza de la forma y,
por ello, provoca una desviación insignificante del divino modelo
eterno). ¿Hace falta insistir en la profunda revolución que en este asunto ha introducido la
teoría sintética de la evolución de las especies? (en el artículo “Darwin y el
posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he desarrollado la cuestión
filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). salvaguarda la pura identidad y
permanencia de la forma de una especie. Desde luego Aristóteles –como buen observador
que fue- no desconocía que eventualmente nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o
caballos de seis patas; pero los consideraba meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones
accidentales de su propia especie o género debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es
indócil a la pureza de la forma y, por ello, provoca una desviación insignificante del divino
modelo
eterno). ¿Hace falta insistir en la profunda revolución que en este asunto ha introducido la
teoría sintética de la evolución de las especies? (en el artículo “Darwin y el
posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he desarrollado la cuestión
filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). salvaguarda la pura identidad y
permanencia de la forma de una especie. Desde luego Aristóteles –como buen observador
que fue- no desconocía que eventualmente nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o
caballos de seis patas; pero los consideraba meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones
accidentales de su propia especie o género debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es
indócil a la pureza de la forma y, por ello, provoca una desviación insignificante del divino
modelo
eterno). ¿Hace falta insistir en la profunda revolución que en este asunto ha introducido la
teoría sintética de la evolución de las especies? (en el artículo “Darwin y el
posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he desarrollado la cuestión
filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). salvaguarda la pura identidad y
permanencia de la forma de una especie. Desde luego Aristóteles –como buen observador
que fue- no desconocía que eventualmente nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o
caballos de seis patas; pero los consideraba meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones
accidentales de su propia especie o género debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es
indócil a la pureza de la forma y, por ello, provoca una desviación insignificante del divino
modelo
eterno). ¿Hace falta insistir en la profunda revolución que en este asunto ha introducido la
teoría sintética de la evolución de las especies? (en el artículo “Darwin y el
posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he desarrollado la cuestión
filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). salvaguarda la pura identidad y
permanencia de la forma de una especie. Desde luego Aristóteles –como buen observador
que fue- no desconocía que eventualmente nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o
caballos de seis patas; pero los consideraba meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones
accidentales de su propia especie o género debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es
indócil a la pureza de la forma y, por ello, provoca una desviación insignificante del divino
modelo
eterno). ¿Hace falta insistir en la profunda revolución que en este asunto ha introducido la
teoría sintética de la evolución de las especies? (en el artículo “Darwin y el
posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he desarrollado la cuestión
filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). salvaguarda la pura identidad y
permanencia de la forma de una especie. Desde luego Aristóteles –como buen observador
que fue- no desconocía que eventualmente nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o
caballos de seis patas; pero los consideraba meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones
accidentales de su propia especie o género debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es
indócil a la pureza de la forma y, por ello, provoca una desviación insignificante del divino
modelo
eterno). ¿Hace f salvaguarda la pura identidad y permanencia de la forma de una especie.
Desde luego Aristóteles –como buen observador que fue- no desconocía que eventualmente
nacen ‘monstruos’: corderos de dos cabezas o caballos de seis patas; pero los consideraba
meras ‘degeneraciones’ (o sea: desviaciones accidentales de su propia especie o género
debidas a la ‘materia’, pues a veces la materia es indócil a la pureza de la forma y, por ello,
provoca una desviación insignificante del divino modelo
eterno). ¿Hace falta insistir en la profunda revolución que en este asunto ha introducido la
teoría sintética de la evolución de las especies? (en el artículo “Darwin y el
posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he desarrollado la cuestión
filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). alta insistir en la profunda revolución
que en este asunto ha introducido la teoría sintética de la evolución de las especies? (en el
artículo “Darwin y el posthumanismo”, revista electrónica Eikasía, nº 30, enero 2010, he
desarrollado la cuestión filosófica que acabo de esbozar).
¡Se podrían y se deberían añadir tantas cosas! Dejémoslo aquí. Sólo decir que el predominio
o la preponderancia en el conjunto de nuestra tradición de Aristóteles (y con él,
inseparablemente, de Platón) tiene una cara positiva y otra negativa. Por un lado se trata de
grandísimos filósofos que nos han legado unas obras monumentales que una y otra vez nos
incitan a seguir pensando; pero, y esto es lo malo, también se han convertido una y otra vez
en puras autoridades que se esgrimen para impedir el debate racional en filosofía, algo que
ha llevado a que se adoptasen automáticamente como “soluciones” tesis que encerraban
muchísimos puntos oscuros (de esta manera se traiciona el auténtico legado de Platón y
Aristóteles: un enorme conjunto de perplejidades que nos solicitan ponernos a su altura con
el fin de alcanzar claridad donde reina la confusión). Taurus. Hay más libros pero estos me
parecen los mejores (son maravillosos los estudios de Enrico Berti, pero están en italiano).
Podemos ya recapitular lo que de un modo muy sinóptico

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