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Introducción
Este trabajo propone un primer acercamiento a los estudios de la biodiversidad urbana a
partir de la revisión bibliográfica de diferentes fuentes, en particular artículos académicos,
medios de comunicación e iniciativas de organismos nacionales e internacionales
especializados en la temática de la conservación. Se indican los motivos para trabajar con
la diversidad biológica en el ámbito urbano, cuáles son los objetivos y desafíos de las
investigaciones, y de qué forma se generan problemas concretos de estudio. Por la
cantidad de datos y papers relevados, sólo concentraremos la atención en determinados
trabajos clave que hacen a su vez una completa revisión, de modo que a nosotros nos
sirva de introducción en el tema.
En breves palabras, según datos de Naciones Unidas del 2010, más de la mitad de la
humanidad vive en ciudades y pueblos, y para 2050 alcanzará el 70%: 6,3 billones de
personas, aproximadamente (UN, 2010). Estas ciudades y pueblos ocupan alrededor de
un 3% de la superficie terrestre actual, sin embargo expanden su influencia al abarcar
cada vez más los recursos de las zonas agrícolas y naturales. De allí el fuerte impacto
sobre la diversidad biológica y los llamados “servicios ecosistémicos”.
Desde ya, determinar “qué es una ciudad” es complejo. A los fines de generar estadísticas
y diseñar políticas públicas, cada Estado-nación formula hacia sus adentros las
características de lo “urbano”. En este trabajo, por razones de espacio y enfoque, vamos
a mencionar únicamente aquellas definiciones que orientan los estudios seleccionados.
De acuerdo al estudio de la CDB, se las define como aquellas aglomeraciones con más
de 50% de la superficie construida-artificial, con una densidad aproximada de más de 10
individuos por hectárea. Esta iniciativa propone a la urbanización como un proceso
multidimensional de cambio del territorio, sugiriendo que la ciudad se expande por cuatro
fuerzas rectoras: crecimiento natural, migraciones de campo-ciudad, procesos migratorios
masivos debidos a extremos eventos y redefiniciones administrativas.
Un detalle no menor es que este crecimiento no será absorbido por las ya grandes
ciudades o metrópolis, sino en las actuales ciudades pequeñas y medianas (entre 1 y 5
millones de habitantes). Los organismos multilaterales ven en este aspecto un argumento
más para potenciar programas de conservación en ciudades que todavía no han
alcanzado su potencial, donde sin embargo los temas urgentes suelen estar ligados a la
falta de servicios básicos y problemas habitacionales. En efecto, la futura expansión
proyectada ocurrirá principalmente en zonas poco desarrolladas económicamente, lo cual
para el grueso de los decisores de políticas públicas a nivel de organismos representaría
un obstáculo.1
1 En general, para este tipo de organismos el componente “institucional” se torna una variable clave que determina políticas e
inversiones. Por tanto, Estados con poca capacidad institucional -casi siempre aquellos poco desarrollados económicamente- se
consideran, por lo general, a priori poco accesibles para encarar las medidas necesarias en conservación de la biodiversidad y
restauración de los servicios ecosistémicos.
2030. Ciertas regiones geográficas se encuentran más comprometidas que otras en la
proximidad entre ciudades y áreas protegidas. Los autores del trabajo creen que esta
cercanía producirá múltiples efectos en las áreas protegidas, y resultará un desafío para
los habitantes urbanos y los gobiernos locales co-existir con ellas. El documento de la
CDB, no obstante, rescata lo positivo: que estas zonas de biodiversidad protegida se
encuentren cerca también pueden ser aprovechadas en el sentido de generar nuevas
iniciativas recreativas y educativas en torno a lo ambiental.
Tipos de impacto
Como se puede deducir de lo analizado hasta el momento, el principal problema es el
avance de la superficie construida para generar infraestructura urbana sobre zonas
naturales o rurales. Tal cual se señaló, a pesar de que solo un 3% aproximadamente de la
superficie terrestre se encuentra cubierta por ciudades, los patrones de localización de las
mismas tienen un impacto directo sobre la biodiversidad.
Al transformarse los usos del suelo, las ciudades modifican el clima local y regional a
través del llamado efecto isla de calor, alterando también los patrones de precipitaciones,
con consecuencias sobre la productividad primaria, las funciones de los ecosistemas y la
biodiversidad en general (Seto y Shepherd, 2009). La transformación de paisaje verde en
superficies impermeables y edificios produce modificaciones en el intercambio de calor,
agua, gases de traza y aerosoles entre la superficie y la atmósfera, generando el efecto
de isla de calor por el cual se elevan las temperaturas de día y de noche dentro de las
áreas urbanas, y en las zonas adyacentes.
Otros cambios apreciables recopilados en los estudios incluyen efectos sobre el agua y
los nutrientes, la colonización creciente de especies introducidas mientras se expanden
2 Aquellos que tendrán mayor porcentaje de sus áreas urbanizadas serían las selvas de Guinea de África Oriental (7%), Japón (6%),
las Islas del Caribe (4%), las Filipinas (4%) y Ghats occidentales y Sri Lanka (4%).
las áreas urbanas (Pickett y Cadenasso, 2009) y los efectos adicionales del uso de la
tierra por parte de las poblaciones urbanas, con sus propias especificidades que aún hoy
se encuentran en estudio y que convocan a un trabajo interdisciplinario para lograr su
gestión (Szlavecz et al., 2011; Lepczyk y Warren, 2012).
Se propone trabajar desde la ciudad, desde sus propias características para aprehender
el problema de la conservación y reconocer en los componentes de diversidad biológica -y
que en el futuro tendrá que incorporar- un baluarte indispensable para sumar al diseño de
la traza urbana. Se torna imperioso encarar medidas de conservación en las ciudades
dentro de las políticas y planes de diseño urbano. La ecología urbana surge como espacio
académico para integrar las diversas fuentes científicas y guiar las políticas (Grimm, 2008;
Di Pace y Caride, 2013).
3 Müller, H.; Ignatieva, M.; Nilon, Ch.; Werner, P.; Zipperer, W. “Patterns and Trends in Urban Biodiversity and Landscape Design”.
Partiendo de considerar a las ciudades como objeto de estudio aún en ciernes en cuanto
a los mecanismos subyacentes que afectan la biodiversidad -tanto en las consecuencias
hacia fuera y al interior de las mismas- nos encontramos con investigaciones que
procedieron a analizar varios grupos de animales en distintas ciudades del globo.
Basándonos en la revisión realizada por Faeth et al. (2011), la premisa inicial es que los
seres humanos pueden ejercer un control directo sobre la vegetación en las ciudades,
pero pocos animales y microbios están determinados por dicho control. Sugieren por tanto
que las intervenciones sobre espacios verdes en la ciudad no aseguran realmente que los
otros componentes de la comunidad biológica vayan a adecuarse, por lo que es
importante comprender en primer lugar cómo convergen y alteran la biodiversidad en su
conjunto los procesos con base humana y los procesos naturales,
La tabla I, extraída del trabajo de Faeth et al. (2011), muestra los diferentes puntos donde
se han emprendido investigaciones de este tipo. El primer eje es según las zonas
climáticas. De un total de 92 estudios, 54 fueron realizados en regiones templadas. En
cuanto a los taxa, la mayoría involucró artrópodos y aves. De allí se desprenden algunos
patrones.
4 Los análisis fueron limitados únicamente a animales terrestres porque son pocos los efectos analizados relativos a diversidad de
microbios y efectos sobre animales acuáticos, que tienen otras revisiones.
Tabla I. Extraída de Faeth et. al. 2011
La revisión del CDB indica que existe una correlación entre el aumento de la urbanización
y la disminución de la biodiversidad (sobre todo a partir de las revisiones de Pauchard et.
al., 2006), para luego ir señalando particularidades de cada región analizada.
En el caso de Faeth et. al. (op. cit.), los autores notan que los estudios marcan la
tendencia de mayor abundancia de aves en las ciudades en comparación a hábitats
rurales o naturales, lo cual coincide con estudios como el de McKinney (2008), mientras
que la riqueza y diversidad declinan. Muchas veces la mayor abundancia se debe a la
mayor presencia de especies no nativas, y una proporción de especies nativas que se
adaptan a los ambientes urbanos, reconocidos como “urban exploiters”. Además, algunas
especies tienden a crecer (granívoras) y otras a decrecer (insectívoras) en cantidad. En
forma similar, casi todos los estudios de artrópodos mostraron declinación o ningún efecto
de urbanización en cuanto a riqueza y la diversidad, mientras 11 de 26 estudios
evidenciaron que la abundancia crece o no cambia en ciudades. Son pocos los estudios
que involucran otros taxa para establecer algunas conclusiones. Lo que aprecian es que,
al menos para aves y artrópodos, la urbanización generalmente reduce la riqueza y
diversidad, pero a menudo incrementa la abundancia.
Faeth et al. (2011) destacan que el crecimiento de las ciudades produce fragmentación o
destrucción de extensas áreas utilizadas por variedad de especies que dependen de las
mismas. A la vez, se produce una mayor demanda de recursos naturales, como
combustibles fósiles y forestales. A través de la construcción de carreteras, casas e
industrias, se fragmentan grandes áreas, quedando remanentes de parches de los
hábitats originales, muchas veces en los confines de la ciudad. Se ha registrado que
parches más pequeños contienen típicamente menores especies que aquellos de mayor
tamaño. De hecho las ciudades consisten en una matriz de parches muy heterogéneos,
que varían desde algunos sin plantas -como estacionamientos, superficies impermeables-
a aquellas con mucha diversidad, como remanentes de hábitat nativo. Combinados, estos
parches presentan en general una alta biodiversidad, aunque existan parches
desprovistos de vegetación por completo.
Asumiendo que las comunidades de plantas en las ciudades son los niveles a partir de los
cuales procesos naturales y evolutivos determinan diversidad y abundancia de la mayoría
de las otras especies animales, estos autores se pronuncian sobre la especificidad de los
hábitats urbanos. En su posición, si bien es claro que hay que comprender los factores
socioeconómicos de los procesos urbanos que generan una estructura de comunidades
de plantas determinada, este proceso antropogénico no suplanta el rol de las fuerzas
ecológicas y evolutivas -sucesión, interacción entre especies, inmigración y selección
natural-. Para ellos, estas fuerzas se vuelven más dominantes que las intervenciones
humanas concretas. Por caso, si bien la fragmentación de hábitat puede alterar la
dispersión y migración de aves, y así su diversidad y abundancia, se trataría más bien de
consecuencias inadvertidas de la urbanización, antes que intentos dirigidos a reconfigurar
la estructura de las comunidades biológicas. Serían otros los sistemas realmente
controlados, como los agroecosistemas, mucho más manipulados y regulados en el
manejo de los productores primarios (Warren et al., 2006).
Entonces, factores abióticos como las superficies de concreto de las autopistas, los
sonidos de las actividades humanas, la polución del aire, la luz artificial, serían más bien
una exacerbación de perturbaciones de hábitats por actividades humanas, antes que algo
diferente. Por ende, las especies que habitan zonas urbanas usualmente son las mismas -
funcionalmente- que las rurales o naturales. Argumentan que las ciudades no presentan
nuevas características o factores para los organismos, sino que difieren por la intensidad,
escala, extensión y combinación de estas presiones selectivas, que pueden conducir a
que las poblaciones urbanas en cuanto a su comportamiento, fisiología y genética sean
diferentes de su contraparte silvestre.
La distinción, más que el debate, es importante porque una vez que la vegetación se ha
establecido y se mantiene a través del control humano, los procesos ecológicos y
evolutivos son los que dominan, tal cual lo hacen en otros ecosistemas. Los autores
incluso indican que la restauración de vegetación local realizada por los humanos -
remoción, poda, replantaciones- ocurre en otros hábitats -por huracanes, erupciones
volcánicas, defoliación de herbívoros-. Entonces, se argumenta que los ecosistemas
urbanos, por detrás de los procesos humanos que establecen la vegetación, deben estar
dominados por procesos ecológicos y evolutivos por igual.
El capítulo 10 de la CBD destaca dos métodos principales para describir y comparar los
efectos de la urbanización sobre la biodiversidad, estos son el gradiente urbano-rural y las
comparaciones entre usos del suelo.
La teoría de biogeografía de islas, propuesta originalmente por Wilson y MacArthur5 fue
utilizada para explicar cambios en biodiversidad dentro de ciudades al tratar a los hábitats
urbanos como parches aislados de variante tamaño y complejidad. La teoría predice que
la riqueza de especies en fragmentos aislados depende del área de la isla y la distancia
de las poblaciones de origen. Esto se ha aplicado en los estudios a partir del método de
análisis del gradiente urbano-rural, revelando que la biodiversidad declina hacia el centro
de la ciudad.
5
McArthur, R.H. y Wilson, E. O. (1967). The theory of island biogeography. Princeton University Press, Princeton (New Jersey)
predación, parasitismo o mutualismo. Determinar si la estructura y la diversidad en
comunidades biológicas se encuentran dictadas por fuerzas “bottom-up” (disponibilidad de
recursos, competencia) o por “top-down” (predación, muerte, parasitismo) también es
aplicado al caso urbano. Shochat et al. (2006) propusieron un modelo combinando
gradientes en productividad, factores abióticos e interacciones entre especies alteradas
para explicar la mayor densidad de población en general -aunque menor diversidad- en
relación con las áreas rurales. Aparecen condiciones propicias para especies
denominadas “urban exploiters”, gracias a la creciente productividad de hábitat en estos
suelos: la mayor productividad primaria en ciudades por parte de actividades humanas
(mayores temperaturas, agua y nutrientes) genera mayor abundancia de estas especies,
con habilidades especiales para los recursos urbanos. Otra razón es que los enemigos
naturales quedan reducidos en las ciudades. En efecto, Shochat et al. (2006) sugieren en
su modelo que las fuerzas “bottom-up” mediante competencia interespecífica por recursos
controlan mayormente las comunidades urbanas. Esta competición es más intensa
porque los predadores de las especies sinantrópicas que podrían reducir densidades -y
así entonces la competencia-, no existen o son muy bajos en cantidad. Aquí también los
procesos humanos intervienen en la red de alimentación. En tanto la presencia humana
condiciona la regulación bottom-up, a partir del control directo de la vegetación, se ejerce
una influencia en la diversidad biológica por la competencia interespecífica por recursos
de las especies (ver figura 1). Entender cómo la urbanización afecta la red trófica es clave
para ver como altera la biodiversidad, aunque Faeth et al. (2011) señalan que aún existe
un vacío de investigación en este sentido.
Figura 1, extraída de Warren et. Al (2006).
Faeth et al. (2011), destacan que en las últimas dos décadas han crecido los estudios
sobre patrones de biodiversidad en gradientes urbanos, o entre ciudades. Sin embargo,
son pocos los estudios que han testeado los mecanismos subyacentes a estos patrones,
o que hayan probado otras hipótesis menos conocidas y que no provengan de estudios
más clásicos de conservación. Este escenario implica un cuidado especial en la utilización
de hipótesis para que no se excluyan mutuamente, ya que perturbaciones y productividad
pueden covariar en forma similar a través del gradiente urbano. Se requieren estudios y
en lo posible, monitoreos longitudinales para entender cómo dichos mecanismos cambian
con el tiempo.
Propuestas de manejo
El objetivo pasa por conservar y reconstruir hábitats dentro de las ciudades para minimizar
la pérdida de especies; sin embargo, para obtener éxito, los ambientes deben ser
preservados y creados donde humanos y vida silvestre puedan coexistir. Autores como
Dearborn y Kark (2010) realizaron una recopilación de motivaciones por las cuales vale la
pena conservar la biodiversidad urbana, incluidas aquellas puramente “morales”. Otras
ideas, como la “paradoja del gorrión” (Dunn et al., 2006), ilustran la importancia de
involucrar a los ciudadanos en la conservación. Dado que las personas tienen más
chances de participar en iniciativas cuando tienen contacto directo con el mundo natural, y
que la mayor parte de la población se encuentra en ciudades, es probable que
experimenten la vida natural a través de especies consideradas en forma negativa, como
si fueran “pestes”. Para cambiar esto, y en referencia a lograr los objetivos globales de
conservación, el trabajo enfatiza en que depende en el futuro de las mayores
interacciones de las personas con los ecosistemas urbanos. Las especies sinántrópicas
como las palomas, gorriones y estorninos son un buen puntapié para la educación
ambiental para la conservación.
Como señalan Crojethovich y Fernández (2013), la biodiversidad urbana representa un
lugar de relación directa con especies animales y vegetales, y puede jugar un papel como
sumidero de CO2 y depuradores de gases nocivos, como sistemas filtrantes del agua de
lluvia o mecanismos reguladores de las temperaturas extremas, o amortiguadores del
ruido.
En el contexto de la ecología del paisaje, se señalan las “escalas” que el diseño del
paisaje ubica para recrear el espacio silvestre. Para una medición, existe el Índice
Diferencial de Vegetación Normalizado, NDVI. Esto permite separar las zonas de
vegetación sana, con alto contenido de humedad, de aquella sin actividad fotosintética. En
el ambiente urbano de la región metropolitana de Buenos Aires, por poner un caso de
estudio, tenemos que la mayor actividad puede encontrarse en el frente ribereño -red
hidrográfica-, las grandes áreas de forestación (reservas, parques y barrios de forestación
frondosa), el borde periurbano (áreas de florihorticultura). La sugerencia que se realiza
desde el área de Ecología Urbana, es fomentar la presencia de diferentes especies en el
tejido urbano mediante una adecuada conexión de los espacios libres internos, con
espacios naturales y rurales periféricos. Es decir, crear un sistema donde existan
corredores “verdes” (arroyos, ferroviarios, viales) que potencien la flora y fauna local,
mediante nodos como reservas o parques locales.
Las principales estrategias de restauración serían la protección de los hábitats
remanentes amenazados por desarrollos inmobiliarios y la reconstrucción de hábitats que
ya han sido convertidos para otros usos. Como en otros estudios tradicionales de
conservación, habrá que darle prioridad al tamaño, estructura y conectividad para
mantener las interacciones entre las especies, resistir las invasoras, y sustentar tamaños
poblacionales. Muchas especies herbívoras e invertebrados polinizadores se asocian con
plantas específicas. Por eso, construir nuevas superficies con plantas nativas, o
reemplazar plantas exóticas con nativas puede enriquecer la biodiversidad en zonas
urbanas y suburbanas (Faeth et al., 2011)
En definitiva, esto implica a nuestro parecer que debe exigirse un ordenamiento ambiental
del territorio, donde la problemática de la biodiversidad pueda hacerse patente para las
distintas administraciones que usualmente deben trabajar en coordinación para tratar los
temas ambientales. Una planificación urbana sistemática, programas de conservación
locales e iniciativas educativas que generen interacción con la biodiversidad local son
otros componentes claves de una estrategia de conservación en estos ámbitos cada vez
más complejos.
BIBLIOGRAFÍA