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El futurismo es el movimiento artístico más importante del arte italiano del siglo XX.

Fundado por el escritor Filippo Tommaso Marinetti que escribe en el Manifiesto


publicado en París el 20 de febrero de 1909 en el diario Figaro:  «declaramos que el
esplendor del mundo se ha enriquecido de una belleza nueva: la belleza de la
velocidad». El futurismo se desarrolla sobre todo después de la adhesión de un grupo
de artistas que firman en Milán el “Manifiesto de los pintores futuristas” (11 de febrero
de 1909) y el “Manifiesto técnico” que le sucede. Se trata de Umberto Boccioni, Carlo
Carrà y Luigi Russolo (Milán) de Gino Severini (París) y de Giacomo Balla (Roma). La
batalla futurista nace de una violenta polémica contra el tradicionalismo cultural y la
bienpensante burguesía. Sus conceptos de vida hacen referencia a Bergson y a
Nietzsche, y según estas ideas, los pintores futuristas y Marinetti crean una poderosa
ideología del gesto y de la palabra, y ponen en marcha al mismo tiempo, la
elaboración profunda de su temática y de su lenguaje; éste se inspira de la ciudad
industrial y del mito de la velocidad, y se refiere a los principios de la descomposición
del color y de la forma que derivan del divisionismo (Boccioni «La ciudad sube»; Carrà,
«La salida del teatro»; Balla «Luz en la calle – estudio de la luz»; Russolo «Perfume»:
pinturas realizadas hacia 1910)
. Visión simultánea, 1911, Umberto Boccioni, (Wuppertal, Von der Heydt Museum). Esta
pintura representa las características fundamentales del futurismo: el interés por la
ciudad, la descomposición dinámica de los objetos, la relación entre la arquitectura y
las figuras. La «simultaneidad» de la visión es la presencia simultánea de los objetos,
figuras y fondos, todo ello puesto en movimiento, en el sentido rotatorio de un
torbellino. Boccioni, fundador del grupo de los pintores futuristas, en Milán, asistió con
entusiasmo a la proliferación de los nuevos barrios obreros en la periferia industrial.
La relación dialéctica con la investigación cubista (1911-1913) se revelará esencial
para la definición plástica y teórica del espacio dinámico futurista, que puede afirmarse
gracias a la novedad de sus líneas directrices y a la autonomía de sus propuestas:
Carrà «Funeral del anarquista Galli»; Severini «El baile del Pan, Pan en el Monico»;
Boccioni, en su serie de los “Estados del alma”; Balla «Niña corriendo en un balcón».
La polémica, que es en si misma una forma programada del futurismo, se desarrolla
con los artistas de París y es apoyada por el gran teórico del grupo, Boccioni, contra
Picasso, Braque y el reformador del cubismo, el orfista Robert Delaunay.

El baile del Pan, Pan en el Monico, 1911, Gino Severini, (París, Museo Nacional
de Arte Moderno) El caballero rojo, 1913, Carlo Carrà, (Milán, Civico Museo d’Arte
Contemporanea). La figura en movimiento se descompone de forma dinámica como en
una secuencia de fotogramas cinematográficos. Después de su experiencia futurista
vivida con gran intensidad, Carrà fue uno de los fundadores de la  pintura metafísica.
Niña corriendo en un balcón, 1912, Giacomo Balla, (Milán, Galleria d’Arte
Moderna). El color se halla dividido en manchas cromáticas aisladas que producen un
efecto de movimiento.

A partir de 1916 se termina el primer periodo del futurismo, cuando los pintores, a pesar
de su optimismo intervencionista, observan los primeros signos de la crisis social y
política que nace de la Primera Guerra mundial: entonces la actividad del grupo se
disuelve, y el sentido mismo de su búsqueda sufre una transformación.

Segundo futurismo
Después de la Primera Guerra mundial, gracias a la obra de Marinetti, pero también a la
de Balla y Depero, quien se plantea todavía en 1915 «La reconstrucción futurista del
universo» aparece el segundo futurismo que, aunque rico en acontecimientos dentro del
ámbito artístico, no volverá a encontrar la unidad creativa y la fuerza de renovación del
grupo de origen. Con Balla y Depero, se juntan pintores y arquitectos en Roma, Milán y
Turín. Su investigación artística es influenciada, primero por los post-cubistas, los
puristas y los constructivistas y después por el surrealismo. En 1923 es firmado por
Prampolini, Pannaggi y Palaolini  el «Manifesto dell’arte meccanica». En el segundo
futurismo, la máquina y el hombre robot ostentan un lugar primordial en las creaciones
artísticas, con el fin de denunciar la absurdidad tecnológica de nuestro universo.
Mis Ballets Plásticos, 1918, Fortunato Depero, (Milán, Colección particular). Un
aporte muy personal e innovador en el ámbito del espectáculo, mediante la elaboración
de una estética futurista en un sentido mecánico, fue realizado por Fortunato Depero,
que no se integró al movimiento hasta 1915. La obra recuerda la puesta en escena de
los Ballets Plásticos (Roma, 1918); los actores han sido reemplazados por robots y por
muñecos con formas geométricas que se desplazan dentro de una atmósfera artificial
de colores esmaltados y brillantes.
Artista del movimiento futurista auténticamente multiforme, Depero cree en la
“reconstrucción futurista del universo” e invoca la apertura a la experimentación en
todos los dominios, que va desde el diseño a las artes aplicadas, desde el teatro hasta el
diseño gráfico publicitario.

El robot mundano, 1930, Enrico Prampolini, (Roma, Colección particular)

La última conmoción del futurismo es la aeropintura, que aunque se proclama de la


nueva vanguardia artística, acaba por definir exclusivamente, en una endeble puesta al
día de su contenido (la pintura de paisaje partiendo de un avión en pleno vuelo), el
núcleo de su propia temática y de su investigación. Implicado con el fascismo, el
futurismo padeció después de la Segunda Guerra mundial, un periodo de oscuridad y de
condena ideológica, hasta que fue repropuesto en el mundo anglosajón y redescubierto
por las más recientes vanguardias artísticas contemporáneas.

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