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Qué es Futurismo:
El futurismo fue un movimiento literario y artístico iniciado por el poeta
italiano Filippo Marinetti (1876-1944), al publicar su manifiesto en la prensa Le
Figaro en 1909.
La corriente artística del futurismo forma parte del vanguardismo o también
llamado los movimientos vanguardistas. Este movimiento
buscaba representar la vida contemporánea con la exaltación de lo sensual
y lo guerrero, así como el uso del tema recurrente de las máquinas y la
tecnología representado en velocidad y movimiento.
Luigi Russolo: Dinamismo de un automóvil. 1913. Óleo sobre lienzo. 106 x 140 cm. Centro Georges
Pompidou.
Ruptura con la tradición estética
Umberto Boccioni: La carga de los lanceros. 1915. Témpera y collage sobre cartón. 32 x 50 cm.
Colección de Ricardo y Magda Jucker, Milán.
Para ellos, el futurismo era una filosofía de vida, con gran preocupación política, y
enraizada en el rechazo de un conjunto de fuerzas, que ellos creían hostiles al
crecimiento y a la modernización de Italia. La insistencia en la destrucción de la
herencia de Italia es parte de ese rechazo. La acción violenta, ya fuera en la vida o
en el arte, fue considerada el antídoto contra el letargo político, cultural y
psicológico.
Marcel Duchamp: Desnudo bajando una escalera. 1912. Óleo sobre lienzo. 1,47 m x 90 cm. Museo
de Arte de Filadelfia.
Pintura futurista
Giacomo Balla: Dinamismo de un perro con correa. 1912. Óleo sobre lienzo. 89.8 cm ×
109.8 cm.
Galería de arte Albright–Knox , Nueva York.
Autores
Artistas plásticos
Llamativamente, antes que Mussolini los futuristas y quienes les allanaban el camino ya
hablaban de imperialismo y ensalzaban la guerra como vía purificadora para hacer limpias
sociales: la única higiene para el mundo, decían. También celebraban la dureza de las vidas
crueles, la victoria de los fuertes sobre los débiles, la aventura… y del arte afirmaban que solo
podía ser violencia.
En el origen de la creación situaban la intuición, conforme a una doctrina que, en su país, se
remontaba a Benedetto Croce. Creían en la tecnología y sus rápidos métodos, en el dinamismo,
el movimiento, la velocidad… quizá no fuera casual que Mussolini fuese piloto de carreras
aficionado. También compartían con el Duce su exaltación de la fuerza, pero, artísticamente, el
futurismo vio llegar su fin cuando se comprometió a colaborar con el fascismo de forma
explícita.
Conviene dejar quizá esas consideraciones, hasta cierto punto, a un lado a la hora de
contemplar las pinturas de estos autores: son lo suficientemente buenas para hacernos olvidar
sus extravagancias.
En 1909, recordamos, Marinetti defendía que las bibliotecas, museos, universidades y, en
general, cualquier tradición europea (el euroescepticismo no es nuevo), debían destruirse lo
más pronto posible. Por suerte, su orgía destructiva solo fue teórica.
Severini. Jeroglíf
ico dinámico del Bal Tabarin, 1912. MoMA
Liberados, o eso creían, de las cadenas del pasado, se enfrentaban al futuro con optimismo,
pero duró poco. Es cierto que, mientras el futurismo se mantuvo vivo, Italia se sumó a la
discusión artística europea: expusieron en 1912 en la Galería Bernheim-Jeune de París, donde
pudieron tomar posiciones respecto al cubismo, esto es, subrayar el dinamismo que les
diferenciaba frente a la planitud. También mostrarían sus obras en Londres y Berlín.
Fueron rasgos propios de la agitación futurista el ruido, la provocación, la excitación a
cualquier precio. Tanto que, con el tiempo, parece que hasta Severini acabó con los nervios
destrozados: él, que en sus inicios se dejó influir por el puntillismo de Seurat y que no dejó de
llamar a la calma a sus compañeros.
El vitalismo obsesivo de los futuristas era tan visual como verbal. Inspirados por el cubismo
analítico, cultivaban puntos de vista simultáneos de un mismo motivo representado en
movimiento de rotación, impulso o salto. Ese movimiento y sus diversas fases debían ser
representadas en pinturas y esculturas de modo que fueran inmediatamente visualizados,
intención alcanzada en su grado más suave por Severini, colorista que, incluso en su etapa
futurista, nunca perdió el contacto con el neoimpresionismo en sus escenas de bailes y
danzantes.
El dinamismo de sus composiciones es poéticamente suavizado, disciplinado, y sometido a las
huellas del cubismo clásico. Por eso, en aquella exposición parisina de 1912, sus trabajos
fueron los que más interesaron al público francés.
Umberto Boccioni, por su parte, encarnaría con viva energía los postulados futuristas. En su
diario escribió: Quiero pintar lo nuevo, el fruto de nuestra era industrial. Utilizaba formas
plásticas poderosas, que finalmente le llevaron a la escultura, y una expresiva paleta, más
valiente aún que la del neoimpresionismo. Desarrolló también la llamada dinámica del cuerpo
humano. En los orígenes de este estilo se encontraban Cézanne y el cubismo.
Los estados de excitación y los humores emocionales penetraron en la pintura en las imágenes
de Boccioni de Las revueltas callejeras o La calle ante la casa, donde las formas se vuelven
transparentes: lo interior y lo exterior se penetran y se reproducen en encabalgamientos
simultáneos, de la misma forma que los acontecimientos se producen en los edificios y en la
calle. El tiempo, la cuarta dimensión, entra en escena, o al menos esa es la intención del artista
para introducir al espectador en medio del cuadro.
El nerviosismo febril de la vida en las grandes ciudades y la embriaguez de la velocidad se
convierten, en manos de Boccioni, en acontecimientos pictóricos. Pero el esfuerzo por
representar el movimiento (antes del cinetismo y de los móviles) topaba con la inmovilidad de
la superficie pictórica. Pese a que el futurismo pudo representar el curso de un desplazamiento
de forma esquemática, parecida a las fotografías de exposición múltiple, la reproducción del
movimiento en sí se le escapaba.
Esta, en sentido fiel, llegó con el cine, al que habían preparado el terreno las instantáneas de
Muybridge y la cronofotografía de Marey, también importante para los futuristas. Para un
espectador actual, un corredor con muchas piernas o un caballo con dos docenas de patas puede
resultar insulso, sobre todo cuando el objetivo de los futuristas era representar la realidad de
forma más exacta que sus predecesores. Lo que importa es el alcance de su éxito estético.