Está en la página 1de 4

Tabernáculo augusto, excelso trono 

que sostienes al Todopoderoso 


en ese corazón reluciente y misterioso 
que adoro con ferviente devoción.

Manjar del alma, prenda inestimable 


del indecible amor del Dios Omnipotente; 
Pan consagrado que alimentas a la gente 
que te ofrece agradecida el corazón.

Hostia Pura que allá en la última Cena 


en expiación perpetua ofreciste, 
delicioso Maná que descendiste 
del cielo para al hombre alimentar.

Arca preciosa que cerrada guarda 


el tesoro más rico y más preciado, 
como es Jesús, Jesús Sacramentado 
a quien rendido adoro en este Altar

en el que quiso recorrer los velos 


de la fe: PARA DEJARSE VER, 
y obligar al incrédulo a creer 
que en la Hostia está el Rey de los cielos.

Indigno soy, es cierto, de acercarme


ante tu trono, porque te he ofendido 
pero hoy vengo contrito, arrepentido, 
a implorar de mis culpas el perdón.

Son horrendos y muchos mis delitos 


por los cuales me hiciera tu enemigo, 
por eso al venir, está aquí conmigo 
tu Madre, rodeada de angelitos

brindándome su amparo y protección; 


y Tú a Ella nada puedes negar 
pues es como una orden su rogar 
desde el día de tu Santa Encarnación.

De esa Señora tan amante y tierna, 


convertida en mi Madre, licencia tengo 
para verte Señor, por eso vengo 
confiado en nuestra relación materna...

¿Te negarás Señor a recibirme 


cuando traigo a María por mi abogada, 
cuando se que es para Tí la más amada 
y por Ella perdonarme y oírme?

Tú no puedes negarme tu favor 


siendo como es, tan grande tu clemencia, 
al contrario Señor, tengo la creencia 
de aplacar con mis ruegos tu rigor.

Espero confiado que mis ruegos mitiguen 


tus enojos, Jesús mío 
y lo espero yo así, porque confío 
contar con tu gracia en los días nuevos

que quiero vivir en el dos mil diez 


y hoy, gracias a Tí aquí doy inicio
suplicándote me libres de todo vicio 
y me asegures contarme entre tu mies.

Tú dijiste al bajar del alto cielo 


que venías a buscar con tus amores 
no a los justos, y sí a los pecadores, 
miserables y pobres como yo...

Tu Sangre derramada en el Calvario 


fue en abundancia por tu amor vertida; 
mas comprendo que sería invertida 
para lograr mi eterna salvación...

Y, “Venid a mí”, dijiste bondadoso


los que sufrís trabajos y aflicciones; 
conmigo no tendréis tribulaciones 
y a todos os daré mi corazón.

¿Y habrá quien sufra como yo he sufrido 


las consecuencias del fatal pecado? 
¿Quien en el mundo más necesitado, 
quien más ingrato como yo?

Por eso vengo a confesarte ahora 


mis incontables faltas y malicia... 
¡No me alzaré de aquí si no me escuchas 
y como Redentor me otorgas el perdón...!

¡Perdón, Señor, perdón, yo te lo pido 


por tantos como han sido mis errores; 
perdón, Señor, y vuelve tus favores 
al que llora su maldad contrito.

No me alzaré de aquí, si Tú, mi Cristo 


no me concedes lo que anhelo tanto, 
ten compasión de mi, mira mi llanto, 
vuelve tu Rostro, por tu Madre insisto...

Siquiera porque nunca te he negado, 


olvida mis pecados, mis delitos, 
¡Oye Señor, de un pecador los gritos 
la voz de un corazón ya desgarrado...

Soy cristiano, líbrame de toda enfermedad, 


y que la honra adquirida en el bautismo 
no se pierda en el hondo y ancho abismo, 
en donde pierde a tantos la impiedad;

Soy pecador, y mucho te he ofendido, 


puedo decir que soy un delincuente, 
pero tu Sangre que cayó en mi frente 
superior es, a todo lo que yo he delinquido.

Acuérdate cuando allá en la cumbre 


del Gólgota tremendo agonizabas, 
con palabras de amor me encomendabas 
a tu Madre, a su santa protección...

Tus moribundos labios pronunciaron


las palabras: “Mujer he ahí a tu hijo”, 
pues veme aquí, que en tus encargos, fijo: 
por Ella, atiéndeme y escucha mi oración...

Ya ves Señor que no estoy ante Ti solo, 


está conmigo la que tú amas tanto...,
por sus dolores y su amargo llanto: 
tenme piedad, perdóname Señor...
Piedad, piedad, misericordia pido 
con lágrimas que corren por mis ojos; 
piedad, mi Dios, y acaben tus enojos 
por el pesar sincero de este pecador.

¡Hostia Sangrante, tu perdón imploro, 


de tu gracia y amor perdí el derecho, 
mas Tú que ves el fondo de mi pecho, 
bien sabes que te quiero y que te adoro

Y ya que me das la gracia de otro nuevo año, 


dame con el todo cuanto necesito, 
siendo tu bendición el principal requisito 
que me asegure y libre de cualquier daño. 
Amén.

Monseñor José Camargo Melo

También podría gustarte