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HORA SANTA Para pedir por la vocación del catequista.

1. Oración Inicial.
Señor mío Jesucristo, que por el amor que tienes a los hombres estás de noche y de día en este
Sacramento, lleno de piedad y de amor. Esperando... llamando... y recibiendo a cuantos vienen
a visitarte. Creo realmente que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar.
Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todos los dones que me has hecho,
especialmente por haberme dado en este Sacramento tu cuerpo, sangre, alma, y divinidad; por
haberme dado como abogada a tu Santísima Madre, la siempre Virgen, María, y por haberme
llamado a visitarte en este santo lugar.
Canto: Entra en la presencia.
2. Ámame cómo eres.
Conozco tu miseria, las luchas y las tribulaciones de tu alma, las deficiencias y las enfermedades
de tu cuerpo; sé de tu pequeñez, de tus pecados, y aun así te pido: Dame tu corazón, ámame
cómo eres.
Si esperas ser un ángel para abandonarte al amor, no amarás nunca. Aún si eres mezquino en la
práctica del deber y de la virtud, si vuelves a caer a menudo en aquellas culpas que quisieras no
cometer más, no te permito que no me ames. Al contrario, ámame cómo eres.
En cada instante y en cualquier situación que te encuentres, en el fervor o en la aridez, en la
fidelidad o en la infidelidad, ámame cómo eres. Quiero el amor de tu pobre corazón; si esperas
ser perfecto, no me amarás nunca. ¿Acaso no podría Yo hacer de cada granito de arena un
serafín radiante de pureza, nobleza y amor? ¿Acaso no soy Yo el Omnipotente? Y si me gusta
dejar en la nada a aquellos seres maravillosos y preferir el pobre amor de tu corazón, ¿No soy
dueño de mi amor?
Hijo mío, deja que te amé, quiero tu corazón. Ciertamente que deseo con el tiempo
transformarte, pero por ahora te amo tal y como eres. Y deseo que tú hagas lo mismo; Yo quiero
ver surgir el amor desde lo más bajo de tu miseria. Amo en ti incluso tu debilidad; amo el amor
de los pobres y de los miserables; quiero que desde los harapos se eleve continuamente un gran
grito: “Jesús, te amo”.
Quiero únicamente el canto de tu corazón, no necesito tu ciencia, ni tu talento. Una sola cosa
me importa, verte trabajar con amor. No son las virtudes lo que Yo deseo; si te las diera, eres
tan débil, que alimentaría tu amor propio; no te preocupes por eso. Habría podido destinarte a
grandes cosas; pero no, serías el siervo inútil. Te quitaré hasta lo poco que tienes porque te he
creado sólo para el amor. Hoy estoy ante la puerta de tu corazón como un mendigo, ¡Yo, rey de
reyes, llamo y espero, apresúrate a abrirme! No alegues tu miseria; si conocieras totalmente tu
indigencia, morirías de dolor. Lo que heriría mi corazón sería verte dudar de mí y que no me
tuvieras confianza.
Quiero que pienses en mi cada hora del día y de la noche; quiero que hagas la acción más
insignificante sólo por amor. Cuento contigo para darme alegría.
No te preocupes por no poseer virtudes; te daré las mías. Cuando tengas que sufrir, te daré
fortaleza. Me has dado tu amor, te daré el saber amar más allá de cuanto puedas soñar; pero
recuerda... ámame cómo eres. Te he dado a mi Madre, haz pasar todo por su corazón purísimo,
cualquier cosa que suceda. No esperes a ser santo para abandonarte al amor o no me amarías
nunca.
Canto: Abandónate a mí.
3. Jesús es el Señor.
La vida del hombre sobre la tierra es dolorosa. Nadie es plenamente feliz. Nadie obtiene lo que
desea. Nadie es perfecto. Nuestras limitaciones nos hacen sufrir. Nuestras enfermedades nos
hacen sufrir. Nuestros semejantes, incluso nuestros seres queridos, nos hacen sufrir.
Vivimos en un mundo de miedo, en el que la violencia está a la orden del día. Vivimos en un
mundo de pecado, en el que ya no se distingue entre el bien y el mal. Sentimos un vacío en
nuestras vidas por la falta de amor y comprensión.
La soledad, la tristeza, la angustia e incluso la desesperación nos agobian. Con frecuencia la vida
nos parece absurda y sin sentido y nos justificamos fácilmente, echando la culpa a nuestra mala
suerte o a la maldad de los demás. Y, a veces, incluso llegamos al extremo de querer solucionar
nuestras enfermedades y problemas con el suicidio. Todo nos parece oscuridad y maldad a
nuestro alrededor, como si no hubiera salida para nosotros.
Pero, he ahí, que en la oscuridad de este abismo sin salida aparece una luz: Jesucristo, la luz del
mundo. El viene a darnos la esperanza, Él nos enseña el camino de la verdad y de la felicidad, Él
nos habla del amor de un Dios bueno y poderoso. Él nos trae la liberación y la salvación. Él nos
habla de paz, de luz y de vida. Por eso digamos con confianza:
Yo te adoro, OH Dios mío, con la sumisión que me inspira la presencia de tu soberana grandeza.
Creo en ti porque eres la verdad misma, espero en ti porque eres infinitamente bueno, te amo
con todo mi corazón, porque eres soberanamente amable, y amo a mi prójimo como a mí mismo,
por tu amor, no por mérito propio.
Dios mío venimos con toda confianza a dirigirte nuestras oraciones en común, los unos por los
otros, porque todos formamos juntos una sola familia, ante tus ojos. Concédenos la gracia de
amarnos como hermanos, esparce tus más abundantes beneficios sobre aquellos a quienes
amamos, ya estén aquí o lejos de nosotros. Haz que los padres y las madres sean bendecidos de
sus hijos y les den en todo buen ejemplo; Que los hijos sean sumisos y reconocidos con sus
padres; que los amos velen con bondad de sus criados, y que éstos sean fieles a sus amos.
Que toda división, toda envidia, todo rencor, sean desterrados de nosotros. Que nuestra casa
sea hospitalaria, que nuestras manos estén siempre abiertas para dar y que nuestro corazón
esté siempre dispuesto a compadecer y a perdonar.
Haz que cesen todos los escándalos sociales, y que vuelva a reinar la modestia, el pudor y la
pureza de costumbres, en los hogares cristianos.
No olvides, OH Dios mío, a aquellos de entre tus hijos a quienes oprime la miseria y el dolor, a
aquellos que viajan lejos del hogar y de su familia; a aquellos que languidecen sobre el lecho del
sufrimiento; y a quienes toca ya su última hora y cuya alma debe comparecer muy pronto ante
ti.
Esparce tu divina luz sobre todo aquél que no te conoce, sobre tanto hereje que esta fuera de
tu Iglesia, sobre todo pecador que vive alejado de tu gracia.
Una súplica especialísima, Señor, por el clero, a fin de que encendidos todos los sacerdotes en
el fuego de tu amor, abunden en castidad y en celo para ganarte muchas almas.
Compadécete, Señor, de nuestra patria; haz que reconozca sus errores y sus vicios, que vuelva
a ti, que busque en ti el alivio de sus males; que en ti hallé su consuelo, su esperanza y su
salvación. Olvídate, Señor, de sus pecados y acuérdate únicamente de tu gran misericordia.
Dios de bondad, ten compasión de las almas que sufren en el purgatorio, libra la de nuestros
padres, de nuestros hermanos, de nuestros amigos; de todos aquellos cuya memoria será
siempre querida, así como de la de aquellos de quien nadie se acuerda aquí en la tierra y por la
de los que no se te dirigen oraciones. Amén.
Canto: Tal como soy.
4. Sal y luz del mundo. Mt. 5, 13-16.
“Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal deja de ser sal, ¿Cómo podrá ser salada de nuevo?
Ya no sirve para nada, por lo que se tira afuera y es pisoteada por la gente.
Ustedes son la luz del mundo: ¿Cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte?
Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero,
y alumbrará a todos los que estén en la casa.
Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean sus buenas obras, y por ello den gloria
al padre de ustedes que está en los cielos.”
Es preciso que la luz de Cristo brille en nosotros, que seamos luz para los demás. Ese es el
llamado y la exigencia principal de nuestro ministerio. Pidamos pues al Señor que nunca nos
apaguemos ni permitamos que nuestras debilidades humanas nos hagan apartar del camino a
nuestros hermanos. Que Dios derrame el fuego de su Espíritu Santo en nosotros y nos encienda
con una luz inextinguible.

(Nota: en este momento se reparten las velas.)

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