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�Querr�as volver a poseerme, Demonio, pero te digo que no podr�s, porque ya me

llega el fin y dir� a los matarifes del dios Shu: �Adelante!�

(Yo, Kakau, hijo de Ramenka, sacerdote supremo de Phtahah, Ptah, en el gran


templo de Menfis, escribo lo que sigue, que es un recuento de lo que yo, Kakau, vi
en el primer d�a de mi llegada a Menfis, y en el primer d�a de mi alojamiento en la
casa de Rui, mi t�o, que fue sacerdote de Phtahah antes que yo.)

Has o�do decir, vagamente, que el hombre posee algo inmortal que se llama
alma, la cual se supone que sobrevive a la muerte del cuerpo. Quiero que deseches
esa vaguedad, y que comprendas que, aun siendo cierto el concepto, es una visi�n de
los hechos muy restringida. No digas: �Considero que tengo un alma�, sino: �S� que
soy alma�. Porque �sa es la pura verdad; el hombre es un alma, y tiene un cuerpo.
El cuerpo no es el hombre. Lo que t� llamas la muerte no es sino el acto de
despojarse de una vestidura inservible, y esto no implica el fin del hombre as�
como no implicar�a el fin tuyo quitarte el abrigo. Por consiguiente, no has perdido
al que amas entra�ablemente, solamente has perdido de vista el abrigo en el cual
acostumbrabas a verlo envuelto. El abrigo se fue, mas no el hombre que lo vest�a;
seguramente es el hombre lo que t� amabas y no su vestidura.

La mitolog�a malaya habla de un pa�uelo, sansistah kalah, que se teje solo y cada
a�o agrega una hilera de perlas finas, y cuando est� concluido ese pa�uelo, ser� el
fin del mundo.

El Tzu Puh Yu refiere que en la profundidad de las minas viven los ciervos
celestiales. Estos animales fant�sticos quieren salir a la superficie y para ello
buscan el auxilio de los mineros. Prometen guiarlos hasta las vetas de metales
preciosos; cuando el ardid fracasa, los ciervos hostigan a los mineros y estos
acaban por reducirlos, empared�ndolos en las galer�as y fij�ndolos con arcilla. A
veces los ciervos son m�s y entonces torturan a los mineros y les acarrean la
muerte.
Los ciervos que logran emerger a la luz del d�a se convierten en un l�quido
f�tido, que difunde la pestilencia.

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