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Has o�do decir, vagamente, que el hombre posee algo inmortal que se llama
alma, la cual se supone que sobrevive a la muerte del cuerpo. Quiero que deseches
esa vaguedad, y que comprendas que, aun siendo cierto el concepto, es una visi�n de
los hechos muy restringida. No digas: �Considero que tengo un alma�, sino: �S� que
soy alma�. Porque �sa es la pura verdad; el hombre es un alma, y tiene un cuerpo.
El cuerpo no es el hombre. Lo que t� llamas la muerte no es sino el acto de
despojarse de una vestidura inservible, y esto no implica el fin del hombre as�
como no implicar�a el fin tuyo quitarte el abrigo. Por consiguiente, no has perdido
al que amas entra�ablemente, solamente has perdido de vista el abrigo en el cual
acostumbrabas a verlo envuelto. El abrigo se fue, mas no el hombre que lo vest�a;
seguramente es el hombre lo que t� amabas y no su vestidura.
La mitolog�a malaya habla de un pa�uelo, sansistah kalah, que se teje solo y cada
a�o agrega una hilera de perlas finas, y cuando est� concluido ese pa�uelo, ser� el
fin del mundo.
El Tzu Puh Yu refiere que en la profundidad de las minas viven los ciervos
celestiales. Estos animales fant�sticos quieren salir a la superficie y para ello
buscan el auxilio de los mineros. Prometen guiarlos hasta las vetas de metales
preciosos; cuando el ardid fracasa, los ciervos hostigan a los mineros y estos
acaban por reducirlos, empared�ndolos en las galer�as y fij�ndolos con arcilla. A
veces los ciervos son m�s y entonces torturan a los mineros y les acarrean la
muerte.
Los ciervos que logran emerger a la luz del d�a se convierten en un l�quido
f�tido, que difunde la pestilencia.