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Estos cuentos no son historias completas, sino que, en general, forman parte de

distintos tratados de alquimia tradicionales

“LA VISIÓN DE DEMÓCRITO”. Pseudo Demócrito


Después de recoger las nociones de nuestro maestro y conociendo la diversidad de
la materia, nos esforzamos en hacer que concordasen las naturalezas. Pero, al morir
nuestro maestro antes de que fuéramos iniciados, mientras aún nos ocupábamos del
conocimiento de la materia, se nos dijo que sería necesario intentar evocarlo desde
el Hades.
Y yo me esforcé en lograrlo invocándolo directamente mediante estas palabras: ¿Por
medio de qué dones, recompensas lo que he hecho por ti? Tras decir estas palabras,
guardé silencio. Como lo invoqué repetidas veces y le pregunté cómo podría hacer
concordar las naturalezas, me dijo que le era difícil hablar sin el permiso del daimon,
por lo que sólo pronunció las siguientes palabras: Los libros están en el Templo.
Al volver al Templo me puse a buscar, por si podía hacerme con la posesión de
dichos libros, puesto que no me había hablado de ellos mientras estaba vivo y murió
sin haber hecho ninguna disposición testamentaria, pues, según se decía, había
tomado un veneno para separar su alma de su cuerpo; o bien, según su hijo, había
tomado el veneno por descuido.
Su voluntad antes de morir era la de mostrar sus libros solamente a su hijo cuando
éste hubiera llegado a la edad adulta. Ninguno de nosotros sabía nada de dichos
libros. Como, tras muchas pesquisas, no encontramos nada, nos esforzamos mucho
(por saber) cómo se unían y se confundían las substancias y las naturalezas. Cuando
hubimos operado las composiciones de la materia, se celebró una ceremonia en el
Templo e hicimos un festín en común.
Entonces, cuando estábamos en la nave, cierta columna se abrió de pronto, pero no
vimos nada en su interior, pues ni su hijo, ni nadie, nos había dicho que los libros de
su padre estuvieran depositados allí. Pero, él avanzó y nos condujo hasta la columna;
nos inclinamos y vimos con sorpresa que nada se nos había escapado excepto esta
fórmula preciosa que encontramos dentro: «La naturaleza se alegra en la naturaleza,
la naturaleza triunfa sobre la naturaleza, la naturaleza domina a la naturaleza». Fue
una gran sorpresa para todos nosotros que en tan pocas palabras hubiera recogido
el conjunto de sus escritos.
(Citado por M Berthelot, Collection des anciens alchimistes grecs)
“LA ESTATUA VIVA”. Anónimo
Después de tomar la palabra, Ostanés y sus compañeros le dijeron a Cleopatra: En ti
se oculta la totalidad del misterio terrible y extraordinario. Dinos como las aguas
benditas descienden de lo alto para visitar a los muertos caídos, encadenados,
oprimidos en las tinieblas y la obscuridad del Hades.
Entonces, dijo Cleopatra: el espíritu y el alma se alegran de que las tinieblas se hayan
alejado del cuerpo, y el alma llama al cuerpo que se ha vuelto luminoso y le dice:
“¡Despierta desde el fondo del Hades, resucita fuera de tu tumba, levántate y sal de
tus tinieblas! Pues has recibido la espiritualización (pneumatosis), la divinización
(theiosis), puesto que la vía de la resurrección ha venido hacia ti y que el filtro de la
resurrección ha penetrado en ti.”
Y los tres se han unido en el amor, el cuerpo, el alma y el espíritu, y se han vuelto
uno, y en este uno está oculto el misterio. Mediante el hecho de su reunión, el
misterio se ha cumplido: el templo ha sido marcado con un sello, una estatua se ha
levantado llena de luz y de deidad.
(Del “Diálogo de la reina Cleopatra con los filósofos y sus discípulos”. Citado por H.
Corbin, Libro de las siete estatuas)
“LA PARÁBOLA DEL DRAGÓN ENVENENADO”. Thomas Vaughan
Soy un dragón envenenado, que está presente en todas partes pero que es tenido
por nada; mi agua y mi fuego disuelven y coagulan. De mi cuerpo, extraerás el león
verde y el rojo, pero si no me conoces con exactitud, destruirás tus cinco sentidos
con mi fuego. Un veneno muy peligroso y muy rápido sale de mis narices, que ha
causado la destrucción de muchos. Separa, pues, artificialmente lo espeso de lo sutil,
a menos que te complazcas es una extrema pobreza. Te doy las facultades del
macho y la hembra y los poderes celestes y terrestres. Los misterios de mi arte
deben realizarse con magnanimidad y con un gran coraje, si es que quieres dejar que
sobrepase la violencia del fuego en la prueba en la que muchos han perdido sus
trabajos y su sustancia. Soy el huevo de la naturaleza, que sólo conocen los sabios,
los que son piadosos y modestos, que de mí hacen un pequeño mundo. Fui
ordenado, por Dios todopoderoso para los hombres, pero si bien muchos me
desean, sólo me doy a muy pocos, a fin de que puedan ayudar a los pobres con mis
tesoros, y que no apliquen su espíritu al oro que perece. Los filósofos me llaman
“Mercurio”, mi esposo es el oro filosófico. Soy el viejo dragón presente en todas
partes sobre la superficie de la tierra. Soy padre y madre, joven y viejo, débil y no
obstante muy fuerte, vida y muerte, visible e invisible, duro y blando, que desciende
a la tierra y se eleva a los cielos, altísimo y bajísimo, ligero y pesado. En mí, el orden
de la naturaleza a menudo se invierte en color, número, peso y medida. Tengo en mí
la luz de la Naturaleza. Soy oscuro y brillante, surjo de la tierra, vengo del cielo, soy
muy conocido, y no obstante soy una simple nada. Todos los colores, todos los
metales brillan en mí por los rayos del sol. Soy el carbunclo del sol, una tierra noble y
clarificada mediante la cual podrás cambiar el cobre, el hierro, el estaño y el plomo
en oro muy puro.
(Oeuvres complètes)
“LA EXTRAÑA HISTORIA DE UN LEÓN VERDE” R. Arola y L Vert
En primer lugar quisiera disculparme por presentarme yo mismo pero las
circunstancias me obligan a ello: soy el león verde y lo que más me gusta es devorar
al ardiente Sol. Si me he decidido a dar este paso es porque desde hace mucho
tiempo no tengo amigos y, lo que es más terrible, en la actualidad apenas me
quedan conocidos. La indiferencia de los filósofos, la ignorancia de los artistas, la
arrogancia de los científicos, la mediocridad de los difusores de las ciencias ocultas y
el fanatismo de los religiosos me han encerrado en una jaula apartada del devenir
del mundo. Angustiado y solo, he decidido aprovechar estas páginas para dar fe de
mi existencia. Aquí concluye mi pretensión, no quiero reivindicar mi utilidad, ni
siquiera reanimar la búsqueda de que la era objeto en la antigüedad, pues aunque
mi naturaleza sea profundamente orgullosa e iracunda, el olvido en el que he caído
me obliga a ser humilde. Pero no puedo dejar pasar la ocasión que me brinda este
cuento mágico para presentarme a quien tenga a bien leerlo.
Procedo de un antiguo linaje pues la primera constancia de mi existencia la dio un
eremita cristiano conocido como Morieno, que vivió en Siria a finales del siglo
séptimo. En la soledad de su retiro alcanzó a conocer la raíz del cielo y la tierra y
logró realizar la Piedra filosofal. A nadie explicó su saber salvo a un rey omeya, Jâlid
ibn Mu’awiyya era su nombre, aunque en Occidente lo llamaron Calid. Precisamente
nací durante el diálogo entre el eremita y el rey. El sabio solitario enseñaba al rey la
manera de hacer la Piedra filosofal por medio de extrañas imágenes que, a modo de
alegorías, describían las operaciones del arte. Fue en una de ellas cuando apareció
mi nombre: “Toma el humo blanco y el león verde, la almagra roja y la inmundicia.
Disuelve todas estas cosas y sublímalas, y después únelas de tal manera que en cada
parte del león verde haya tres partes de la inmundicia del muerto…”. Ante la extraña
explicación que dio lugar a mi nacimiento, la mayoría de los humanos han creído que
no existo, que sólo soy un símbolo, pero, ¿cómo no voy a existir, si formo parte del
hombre?
Debo decir que hubo un tiempo en el que las mentes más privilegiadas creían en mi
existencia y emprendían mi búsqueda con el deseo de conocerme. Los que lo
lograron, hablaron de mí, e incluso me hicieron retratos, el primero fue en blanco y
negro y se grabó en el siglo dieciséis para ilustrar un célebre libro de alquimia
atribuido a Arnau de Vilanova. Se llamaba El Rosario de los filósofos. Junto al dibujo
se podía leer el lema siguiente: “Soy aquel que fue el león verde y dorado: en mí está
encerrado todo el secreto del arte”. Al darse a conocer mi imagen empezó mi fama.
Filósofos, médicos, matemáticos, pastores, místicos, poetas, políticos me
reconocieron y solicitaron… Durante casi un siglo se habló de mí, y aunque pudiera
parecer extraño, todos me alababan y buscaban mi compañía. Pero con el tiempo,
los hombres cultos comenzaron a no ponerse de acuerdo sobre mi identidad.
Algunos me defendieron, otros me atacaron maliciosamente, y al final me olvidaron,
o como mucho utilizaron mi nombre para designar un ideal, una metáfora de algo
imposible.
Cuando conocí el éxito, me deje querer. Mi vanidad se sentía recompensada. Pero
cuando pasó, rugí desaforadamente y procuré demostrar mi existencia, pero ¿cómo
se puede mostrar lo que es evidente? Lo que está más cerca de la mirada es lo que
menos se ve. Mis intentos se contaron por fracasos y mi nombre se utilizó
fraudulentamente para designar no sé qué tipo de sal química. Desesperado, intenté
hacerme notar a los místicos y más de uno llegó a contemplarme, pero me negaron,
quizá porque les di miedo. Todos ellos siguieron buscando a su Dios en el cielo sin
considerar el Sol terrestre que brillaba en mis entrañas.
Más tarde, fueron los artistas quienes intuyeron mi presencia, a alguno me
manifesté abiertamente, pero, como ya nadie sabía cómo debía ser tratado ni
recordaban mis modos de mostrarme al mundo, no me reconocieron,
confundiéndome con un trance creativo.
Lo he dicho al comienzo, no pretendo reivindicar mi fama, ni que nadie conozca mi
naturaleza, pero… ¡admitir que no existo y que soy un mero símbolo, me parece
excesivo! Soy el león verde, el metal de Hermes Trismegisto, el mercurio filosófico, la
sangre de la Piedra filosofal, el viento que sopla en el corazón de los elegidos.
“WEI PO-YANG”
De un antiguo tratado alquímico chino titulado “Tsan Tung Chi”
Wei Po-Yang fue hacia la montaña para preparar unas medicinas eficaces. Se llevó a
tres discípulos, pero creía que dos de ellos no tenían una fe completa en él. Una vez
hecha la medicina, les puso a prueba. Les dijo: “La medicina del oro ya está hecha,
pero hay que probarla en un perro. Si el perro la soporta sin ningún daño, entonces
podremos tomarla; pero si muere, entonces tendremos que renunciar a ella”. Po-
Yang había traído con él un perro blanco. Sólo con que la medicina no hubiera
estado tratada el número de veces requeridas o que la mezcla harmoniosa de sus
elementos no hubiera alcanzado el nivel necesario, contendría un poco de veneno y
mismo. Entonces dijo: “La medicina no está lista aún. El perro ha muerto. ¿Nos
muestra esto que la luz divina no ha sido alcanzada? Si la tomamos, me temo que
nos ocurrirá lo mismo que al perro. ¿Qué hacemos?” Sus discípulos le preguntaron:
“¿La tomareis vos mismo, señor?” Po-Yang replicó: “He abandonado las vías de este
mundo y he abandonado mi casa para venir hasta aquí. Me avergonzaría el volver sin
haber alcanzado el hsien (la inmortalidad). Vivir sin tomar la medicina sería
exactamente como morir al tomarla. Tengo que tomarla” Después de estas palabras,
puso la medicina en su boca y murió allí mismo.
Al ver esto, uno de sus discípulos dijo: “Nuestro maestro no era una persona
ordinaria. Ha tomado la medicina y ha muerto. Tiene que haber obrado así con una
intención secreta”. Este discípulo tomó también la medicina y murió. Entonces los
dos otros discípulos se dijeron: “Si se hace la medicina es para tratar de obtener la
longevidad. He aquí que la medicina provoca la muerte. Vale más no tomarla y vivir
algunas décadas más”. Los dos juntos se alejaron de la montaña sin tomar la
medicina, con la intención de procurarse lo necesario para enterrar a su maestro y a
su condiscípulo. Cuando los dos discípulos se hubieron marchado, Po-Yang resucitó.
Puso en la boca de su discípulo y en la del perro un poco de medicina bien
preparada. Y en pocos instantes los dos volvieron a la vida. Después, con su
discípulo, llamado Yu, y el perro, siguió el camino de los inmortales. Por medio de un
carnicero que encontraron, enviaron una carta de agradecimiento a los dos
discípulos, que se llenaron de remordimientos al leerla.
(Citado por J. Rebotier- J.M. Agasse, Alchimie, contes et legendes)

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