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LA APOLOGÉTICA: PRINCIPIOS BÁSICOS

(Del Libro de John Frame, Apologetics to the Glory of God, pp. 1-30)

En 1ª Pedro 3:15-16, el apóstol exhorta a sus lectores (y a nosotros) así:


“Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para
presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la
esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de
vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta
en Cristo.”

1.0- DEFINICIONES:

La apologética cristiana busca servir a Dios y a la iglesia ayudando a los creyentes a


cumplir el mandato de 1ª Ped 3:15-16. Podemos definirla como sigue: La apologética es la
disciplina que enseña a los cristianos cómo dar razón de su esperanza.
Podemos distinguir 3 aspectos de la apologética, los que estaremos viendo con más
detalle en capítulos posteriores, y son:

1.1- La apologética como prueba:

Se trata de presentar una base razonada de la fe, o sea, “probar que el cristianismo es la
verdad”. Jesús y los apóstoles con frecuencia ofrecieron a las personas con problemas de fe,
pruebas de que el evangelio era la verdad. “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí;
de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn 14:11; ver también Jn 20:24-31 y 1ª Cor
15:1-11). También los creyentes a veces pueden tener sus dudas, por lo que a ellos les puede
servir la apologética, muy aparte del papel que juega en el diálogo con incrédulos. En pocas
palabras, la apologética confronta la falta de fe tanto en el creyente como en el incrédulo.

1.2- La apologética en su aspecto defensivo:

Se trata de responder a las objeciones de la incredulidad. Pablo describe su misión con


estas palabras: “la defensa y la confirmación del evangelio” (Fil 1:7; compara con el v. 16). La
“confirmación” puede quizá referirse más al punto anterior; pero la “defensa” indica más
claramente dar respuesta a las objeciones. Y mucho de lo que Pablo escribe en sus epístolas es
apologético en este sentido. Piensa, por ej, de cuántas veces contesta a los que anteponen
objeciones (sean personas imaginarias o quizá reales) en la carta a los romanos. Y recuerda con
cuánta frecuencia Jesús trata las objeciones de los líderes religiosos en el evangelio de Juan. 1:3.

La apologética en su aspecto ofensivo:

Se trata de atacar la necedad (“Dice el necio en su corazón: No hay Dios...”) Sal 14:1;
ver también 1ª Co 1:18-2:16) del pensamiento incrédulo. En vista de la importancia del 2° inciso,
no nos sorprende que algunos definan la apologética simplemente como “la defensa de la fe”.
Pero una definición así puede causar malentendidos. Dios llama a su pueblo, no sólo a contestar
las objeciones de los incrédulos, sino para ir hacia el frente en una ofensiva en contra de la
mentira. Pablo dice, “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en
Dios para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez que se levanta
contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”
(2ª Cor 10:4-5). Según la Biblia, el pensamiento no-cristiano es “necedad” (ver 1ª Cor 1:18-2:16
y 3:18-23), y uno de los papeles de la apologética es el de revelarlo y dejarlo al descubierto tal
cual es.
Estos 3 tipos de apologética están relacionados en su perspectiva. O sea, que cada uno,
cuando bien hecho, incluye los otros 2, pues es una manera de ver el todo de la empresa
apologética. Para poder dar buena razón de la fe (#1), hay que vindicarla contestando objeciones
(#2) y confrontando otras alternativas (#3) ofrecidas por los incrédulos. Por lo mismo, una
explicación completa del tipo #2 tendrá que incluir los ## 1 y 3, y una explicación completa del
tipo #3 incluirá los ##1 y 2. En cierto modo, pues, las 3 formas de hacer la apologética son
equivalentes.
Sin embargo, es bueno que hagamos estas distinciones de perspectiva, pues representan
enfoques realmente diferentes que pueden complementar y fortalecer el uno al otro. Por ej, un
argumento a favor de la existencia de Dios (perspectiva #1) que no toma en cuenta las objeciones
de los incrédulos a ese argumento (perspectiva #2), ni toma en cuenta las demás maneras en las
que los incrédulos buscan su auto-satisfacción mediante puntos de vista del mundo alternativos
(perspectiva #3), será en ese mismo grado un argumento debilitado. Por ello, es siempre útil en la
apologética preguntar si un argumento de tipo #1 puede ser suplementado o mejorado con
argumentos de tipo #2, o de #3, o de ambos.

2.0- LAS PRESUPOSICIONES:

Nuestro texto clave, 1ª Ped 3:15, comienza con la frase “santificad a Dios el Señor en
vuestros corazones”. El apologeta en principio tiene que ser un creyente en el Señor Jesucristo, y
entregado a su señorío:
—“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rom 10:9).
—“Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar
a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo” (1ª Cor 12:3).
—“Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil
2:11).
Algunos teólogos hacen uso de la apologética casi como si fuera una excepción al
compromiso con Cristo. Nos dicen que cuando se discute con los incrédulos, no debemos basar
nuestros argumentos en criterios o normas derivados de la Biblia. Argumentar sobre esa base,
dirían, sería hablar con un prejuicio. Más bien deberíamos presentar a los incrédulos sólo
argumentos sin prejuicios, argumentos sin tendencia religiosa alguna, ni a favor ni en contra,
sino solamente los que sean puramente neutrales. Hay que usar, según este punto de vista,
criterios y normas que los mismos incrédulos pueden aceptar. Entonces, la lógica, los hechos, la
razón, la experiencia, etc., ellos se convierten en las fuentes de la verdad. La revelación divina,
especialmente la de las Escrituras, por definición así quedan excluidas.
Parece muy razonable a simple vista este argumento: puesto que son Dios y las Escrituras
las que están en discusión, obviamente no podemos hacer suposiciones acerca de ellos cuando
argumentamos. A eso se le llama la falacia del argumento en círculo. Además, pondría un fin al
intento de evangelizar, pues si de antemano pedimos a los incrédulos que presupongan la
existencia de Dios y la autoridad de las Escrituras para entrar al debate, nunca consentirán en
ello. Se rompería toda posibilidad de comunicación entre el creyente y el no-creyente. Por tanto,
debemos evitar hacer este tipo de demandas, y en su lugar debemos presentar nuestros
argumentos sobre bases neutrales. Así, inclusive, podemos alardear que nuestros argumentos
presuponen solamente criterios que el mismo incrédulo acepta (sean éstos en la lógica, los
hechos, la consecuencia o lo que sea).
A esta forma de hacer apologética se le llama a veces el método tradicional, o clásico,
pues ha tenido muchos exponentes a través de la historia de la iglesia, particularmente los
apologetas del s. II (Justino Mártir, Atenágoras, Teófilo y Arístides) y el gran teólogo del s. XIII,
Tomás Aquino, con todos sus seguidores, y en tiempos más recientes, José Butler (murió en
1752) y sus seguidores, e inclusive la gran mayoría de los apologetas de nuestros propios días.
Cuando afirmo que la apologética tradicional se pronuncia por “la neutralidad”, no estoy
diciendo que ellos hacen a un lado su fe cristiana por dedicarse a la tarea apologética. Muchos de
ellos en efecto creen que la Biblia avala esta manera de hacer apologética, y por tanto es una
manera en la que ellos pueden “santificar a Dios el Señor en sus corazones”. Con todo, sí le
dicen al incrédulo a que piense en forma neutral durante el encuentro apologético, y sí tratan
ellos de desarrollar un argumento lo más neutral posible, que carece de toda presuposición
bíblica específica.
Lejos estoy de querer descalificar por completo esta tradición, por inservible. Pero sobre
el punto particular que estamos tocando, que es el asunto de la neutralidad, definitivamente creo
que su posición NO va de acuerdo a la Biblia. En el texto lema que dimos al principio, vemos
que el argumento de Pedro es completamente diferente. Para él, la apologética no se hace una
excepción a nuestro compromiso global al señorío de Cristo.
Es todo lo contrario: la situación apologética es una en la que debemos de “santificar a
Cristo como Señor”, o sea, debemos hablar y vivir de una manera que enaltezca su señorío, y que
anime a otros a hacerlo también. En el contexto más amplio, Pedro está diciendo a sus lectores a
que hagan lo que sea correcto y bueno, a pesar de la oposición de los no-creyentes (vv. 13-14).
Nos exhorta a no temerlos. Para nada fue su opinión que en la tarea apologética presentáramos
un argumento que no sea toda la verdad, simplemente por temor a que esa verdad sea rechazada.
Por el contrario, lo que nos dice Pedro es que el señorío de Jesús (y por ende, la verdad de su
Palabra, pues ¿cómo podemos llamarle “Señor” si no hacemos lo que nos dice, Luc 6:46?) es
nuestra presuposición final. Una presuposición final es una entrega fundamental del corazón, es
una confianza final. Tenemos fe en Jesucristo como asunto de vida eterna o de muerte.
Confiamos en su sabiduría más allá de toda otra sabiduría. Creemos más en sus promesas que en
las de cualquier otro. Nos pide que le demos toda nuestra lealtad, y que no permitamos que
ninguna otra lealtad compita con él:

—“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y amarás a Jehová tu Dios de todo
tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut 6:4-5).
—“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o
estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mat
6:24).
—“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge desparrama” (Mat
12:30).
—“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por
mí” (Jn 14:6).
—“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los
hombres, en que podamos ser salvos” (Hech 4:12).

Debemos obedecer su ley, aun cuando entre en conflicto con leyes de menor jerarquía
(“Respondiendo... los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres”
Hech 5:29). Puesto que creemos en él con mayor certeza que a cualquier otra cosa, él (y su
Palabra) viene a ser el criterio, la norma final de la verdad. ¿Qué norma más alta, o de mayor
autoridad, podría haber? ¿Qué norma es la que más claramente nos ha sido revelada (ver Rom
1:19-21)? ¿Cuál es la autoridad que en última instancia avala a todas las demás?
El señorío de Cristo es final e indiscutible, no sólo por encima de todas las demás
autoridades, sino también en todas las áreas de la vida humana. En 1ª Cor 10:31 leemos: “Si,
pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Compara
también:

— Rom 14:23, “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace con
fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”;
— 2ª Cor 10:5, “Refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el conocimiento
de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo”;
— Col 3:17 y 23, “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el
nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él;... Y todo lo que
hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”; y
— 2ª Tim 3:16-17, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Lo que pide el Señor de nosotros es todo-comprensivo. En TODO lo que hagamos,


nuestro propósito debe ser el de agradarle a él. Ningún área de la vida puede ser considerada
neutral.
Este principio por supuesto incluye las áreas del pensar humano y del conocimiento. El
autor de los Proverbios nos recuerda: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (1:7ª;
ver también Salmo 111:10 y Prov 9:10). Los que no han sido traídos al temor de Jehová por
medio del nuevo nacimiento, ni siquiera pueden ver el Reino de Dios (Jn 3:3, “De cierto, de
cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”).
El asunto no es que los no-creyentes desconocen la verdad. Antes bien, Dios se ha
revelado a cada persona con toda claridad, tanto en la creación (Sal 19 y Rom 1:18-21), como en
la propia naturaleza humana (Gén. 2:26ss). Existe un sentido de la palabra en el que el no-
creyente sí conoce a Dios (“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido”, Rom 1:21). En algún nivel sea de su conciencia o de su inconciencia, ese
conocimiento sigue allí. Pero a pesar de tener ese conocimiento, el incrédulo intencionalmente
distorsiona la verdad, y la cambia por una mentira (Rom 1:18-32; 1ª Cor 1:18-2:16, nota
especialmente el v. 14, “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”; y
2ª Cor 4:4).
De modo que el no-creyente realmente está “engañado” (Tito 3:3, “Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de concupiscencias y
deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y aborreciéndonos unos a otros”).
Conoce a Dios (Rom 1:21) y al mismo tiempo no lo conoce (1ª Cor 1:21, “ya que en la sabiduría
de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría...” y 2:14, “el hombre natural no
percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede
entender...”).
Evidentemente estos datos enfatizan la verdad de que la revelación divina tiene que
gobernar nuestro manejo de la apologética. Al no-creyente le es imposible (porque no quiere, no
desea) creer, sin tener el evangelio bíblico de la salvación. Ni sabríamos cuál es la condición
verdadera del incrédulo, a no ser por la Biblia. Tampoco podremos confrontarla, al menos que
estemos listos y dispuestos a escuchar a los principios apologéticos propios de la Biblia.
Esto significa no sólo que el apologeta debe “santificar a Jesús como Señor”
personalmente, sino también que SU ARGUMENTO necesariamente tiene que presuponer dicho
señorío. Nuestro argumento debe exhibir dicho conocimiento, dicha sabiduría, la que está basada
en “el temor de Jehová”, y no exhibir la necedad de los no-creyentes. Así las cosas, el argumento
apologético no puede ser más neutral que cualquier otra actividad humana. Cuando presentamos
un argumento apologético, como en cualquier otra cosa q. hacemos, estamos llamados a
presuponer la verdad de la Palabra de Dios. O aceptas la autoridad de Dios, o no la aceptas; el no
aceptarla sería pecado. No importa que a veces estemos conversando con gente no cristiana. Es
entonces, y quizá más (pues es cuando damos testimonio), que debemos ser fieles a la revelación
que nos ha dado nuestro Señor.
Decirle al no-creyente que podemos razonar con él(ella) sobre una base de neutralidad,
aun cuando quizá atraiga mejor su atención, sería mentir. Sería una mentira de las más serias,
pues falsificaría el meollo mismo del evangelio -- la verdad que Jesucristo es EL SEÑOR. Por un
lado, no existe la neutralidad. Nuestro testimonio o es según la sabiduría de Dios o es según la
necedad del mundo. No hay opción intermedia. Por otro lado, aun cuando hubiera la posibilidad
de la neutralidad, esa ruta nos está prohibida.

3.0- ¿UN ARGUMENTO EN CÍRCULO?

¿Significa todo esto que somos llamados a emplear la argumentación en círculo? Sí, pero
sólo en un sentido. No somos llamados, por ejemplo, a utilizar argumentos como éste: “La Biblia
es la verdad; por lo tanto la Biblia es la verdad”. Como veremos más adelante, es totalmente
lícito argumentar sobre base de evidencias, tales como los testimonios de los 500 testigos a la
resurrección (“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales muchos
viven aún, y otros ya duermen” 1ª Cor 15:6). La evidencia de un testigo ocular se usa así: “Si las
apariciones de Jesús después de su resurrección fueron bien atestiguadas, se puede dar como un
hecho la resurrección. Fueron bien atestiguadas las apariciones de Jesús después de su
resurrección; por lo tanto, la resurrección es un hecho.
Esto de ninguna manera es argumentar en círculo. Sin embargo, puede verse cierta
circularidad si alguien pregunta, “¿cuáles son tus criterios finales del buen testimonio? O, ¿Qué
concepto general del conocimiento humano te permite razonar de testimonio ocular a milagro?
Sólo por citar un ejemplo, el empiricismo de David Hume no permitiría ese razonamiento. Pero
aquí el cristiano presupone una epistemología cristiana: un concepto de conocimiento, de
testimonio, de testigos oculares, de apariciones y de hechos, que están sujetos todos a las
Escrituras. Dicho en otras palabras, está utilizando normas bíblicas para probar conclusiones
bíblicas.
Elimina esto toda posibilidad de comunicación entre un creyente y un no-creyente?
Aparentemente, sí. El cristiano argumenta sobre base de criterios bíblicos, que la resurrección
fue un hecho. El no-cristiano responde que no puede aceptar dicho criterio, y que no aceptará el
hecho de la resurrección hasta que no lo comprobemos mediante las normas (digamos) del
empiricismo de Hume. Nosotros a la vez afirmamos que tampoco aceptamos como válidas las
presuposiciones de Hume. El no-creyente dice no poder aceptar las nuestras. ¿Termina eso la
conversación?

En verdad, no la termina, y por varias razones:

3.1- En primer lugar:


Como he dicho antes, la Biblia nos dice que Dios se ha revelado al no-creyente con toda
claridad, a tal grado de que conoce a Dios (Rm 1:21, “pues habiendo conocido a Dios, no lo
glorificaron como a Dios...”). Aunque suprima este conocimiento, en algún nivel de su
subconsciente guarda la memoria de dicha revelación. Es contra esa memoria que peca, y es por
esa misma memoria que Dios lo responsabiliza por sus pecados. En ese nivel del que hablamos,
él sabe que el empiricismo está equivocado, y que las normas bíblicas son legítimas. Nuestro
testimonio apologético, entonces, se dirige no tanto a su epistemología empiricista (o de
cualquier otra clase que fuere), sino a la memoria que tiene de la revelación de Dios, y a la
epistemología implícita en esa revelación.
Para hacerlo, es decir, para establecer comunicación significativa, no sólo podemos --
sino debemos -- usar los criterios cristianos, y no los de la epistemología incrédula. De modo que
cuando el no-creyente diga, “No puedo aceptar tus presuposiciones”, respondemos algo así:
“Hablemos un poco más, y luego quizá te sean más atractivas mis presuposiciones (lo mismo que
tú esperas que las tuyas me lleguen a ser más atractivas a mí), conforme expresemos nuestras
ideas con mayor lujo de detalle. En el entretanto, sigamos usando cada quien sus respectivas
presuposiciones, y hablemos de asuntos que aún no hemos discutido.”

3.2- En segundo lugar:


Nuestro testimonio al no-creyente nunca le llega solo. Porque si Dios quiere usar nuestro
testimonio para propósitos que él tiene, entonces siempre añadirá un elemento sobrenatural a
dicho testimonio: el Espíritu Santo, que obra con, y en, la palabra. Ver:

— Rom. 15:18-19, “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí
para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia de señales
y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde Jerusalén, y por los
alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de Cristo”;
— 1ª Cor 2:4-5, y 12-14, “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de
humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no
esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios; ...y nosotros no
hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que proviene de Dios, para que
sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también hablamos, no con palabras
enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, ...pero el hombre
natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no
las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”;
— 2ª Cor 3:15-18, “y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está puesto
sobre el corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se quitará. Porque
el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”;
— 1ª Tes 1:5, comparado con 2:13: “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras
solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre, como bien
sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros; ... por lo cual también nosotros
sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la palabra de Dios que oísteis
de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino según es en verdad, la
palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes”; y,
— 2ª Tes 2:13-14, “pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros,
hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para
salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad, a lo cual os llamó
mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo”.

Si por alguna razón dudamos de nuestra capacidad de comunicar, pero que nunca
dudemos del poder del Espíritu Santo. Y si nuestro testimonio es el instrumento básico que usa el
Espíritu, entonces la estrategia que seguiremos será la que la misma Biblia nos dicte, y no
nuestras supuestas suposiciones de sentido común.

3.3- En tercer lugar:


Lo anterior es precisamente lo que hacemos en casos semejantes y que no son
normalmente considerados como “religiosos”. Imaginémonos a alguien viviendo en su propio
mundo de sueños -- quizá un paranoide, que cree que todo mundo está buscándolo para matarlo.
Digamos que se llama Oscar. Digamos que Oscar presupone este horror, de modo que toda
evidencia contraria, la tuerce y la hace que confirme su conclusión. Todo acción buena, por
ejemplo, en su punto de vista sólo es evidencia de un nefasto complot para hacerle bajar la
guardia, y luego alguien le meta el cuchillo entre sus costillas.
Oscar está haciendo los que hacen los no-creyentes según Rom 1:21ss: cambiando la
verdad por la mentira. ¿Y cómo poderle ayudar? ¿Qué le podremos decir? ¿Qué presuposiciones,
qué normas, qué criterios usaremos? Seguramente no los de él, porque así estaremos aceptando
su propio estado paranoico. Seguramente no criterios “neutrales”, porque no existen. O se acepta
sus presuposiciones, o se rechazan.
La respuesta, por supuesto, es que razonamos con él sobre base de la verdad, como la
entendemos nosotros, aun cuando ésta choque con sus creencias más profundas. Quizá de vez en
cuando nos diga, “Parece que estamos discutiendo sobre presuposiciones diferentes, y así no
vamos a llegar a ningún lado”. Pero en otras ocasiones, nuestros razonamientos verdaderos quizá
penetren sus defensas. Porque después de todo, Oscar es un ser humano. Y en algún nivel de su
subconsciente (así lo suponemos) el tiene que saber que en verdad todo mundo no está buscando
matarlo. En ese nivel será capaz de oír y cambiar. Personas paranoides, después de todo, a veces
vuelven en sí y sanan. Por ello le hablamos la verdad, con la esperanza de que eso suceda, y
sabiendo que si palabras le van a ser útiles, tendrán que ser la verdad y no más mentiras, para que
pueda sanar.
Por esto creo que el método de apologética “presuposicional” es algo que no sólo la
Biblia apoya, sino ¡también el sentido común!

3.4- En cuarto lugar:


La apologética cristiana puede asumir muchas formas diferentes. Si el no-creyente pone
objeciones a los argumentos “en círculo” sobre las evidencias, el creyente puede simplemente
cambiar a otro forma de argumentar, como por ejemplo una apologética “ofensiva” que ataque el
punto de vista del mundo o la epistemología del no-creyente. Dicha apologética también será en
círculo precisamente en el mismo sentido que he mencionado arriba, aunque no será tan obvio.
Podríase presentar en forma socrática, como una serie de preguntas: ¿Cómo explicas tú el que
haya leyes lógicas universales? ¿Cómo llegas tú a la conclusión de que la vida humana vale la
pena vivir? O quizá se haga como el profeta Natán cuando el rey David no quería en un principio
arrepentirse de su pecado (2° Sam, cap‟s 11 y 12), y contarle al no-creyente una parábola. Quizá
pudiéramos contarle la del rico necio (Luc 12:6-21).
En fin, los que piensan que el presuposicionalismo destruye toda comunicación entre
creyentes y no-creyentes, subestiman el poder de Dios para tocar el corazón incrédulo.
Subestiman asimismo la variedad y la riqueza de la apologética verdaderamente bíblica, y la
capacidad creadora que Dios nos ha dado como portavoces suyos, así como las múltiples
maneras en las que se puede dar la apologética cristiana.

3.5- En quinto lugar:


En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God (“Doctrina del conocimiento de Dios”), y
en otros lugares más, distingo entre argumentos en círculo circunscrito, y argumentos en círculo
amplio. Un ejemplo del anterior sería: “La Biblia es la Palabra de Dios, porque es la Palabra de
Dios”. Otra manera de decir lo mismo, quizá sea: “La Biblia es la Palabra de Dios porque dice
serla”. Se está diciendo una profunda verdad, y en forma vívida, con este argumento muy
circunscrito: a saber, que no hay autoridad más alta por la que se pueda evaluar las Escrituras que
las mismas Escrituras, y que en el último análisis hay que creer en ellas por su propio testimonio.
Sin embargo, el argumento circunscrito tiene desventajas obvias. Específicamente, un no-
creyente lo más probable es que lo rechace sin más, al menos que se dé muchísima explicación.
Estas desventajas las podemos superar si pasamos a utilizar argumentos en círculo amplio. El
argumento amplio sería algo así: “La Biblia es la Palabra de Dios en base a muchas evidencias”
(y luego se pasa a detallarlas). El argumento sigue siendo en círculo en un sentido, porque el
apologeta escoge, evalúa y formula la evidencia en una forma que la misma Escritura controla.
Pero el argumento dado así tiende a mantener por más tiempo la atención del no-creyente, y
tiende a ser más persuasivo para él. Lo “circular” de un argumento, en el sentido que yo le estoy
dando, puede ser tan vasto como el mismo universo, pues cada dato es testimonio a la verdad de
Dios.

4.0- LA RESPONSABILIDAD DE DIOS, Y LA NUESTRA:


La relación entre la soberanía divina y la responsabilidad humana es uno de los grandes
misterios de la fe cristiana. Desde la perspectiva de la Biblia, es claro que ambas son reales, y
ambas son importantes. A la teología calvinista se le conoce por su énfasis sobre la soberanía
divina, por su punto de vista de que Dios “hace todas las cosas según el designio de su voluntad”
(Ef 1:11). Pero también, el calvinismo pone por lo menos el mismo énfasis sobre la
responsabilidad humana.
¿El mismo énfasis? Muchos no dirían así del calvinismo. Pues bien, considera el énfasis
que el calvinismo pone sobre la autoridad de la ley de Dios -- un punto de vista de la ley mucho
más positivo que en cualquier otra tradición de teología evangélica. Todo calvinista sabe que el
hombre tiene que cumplir ciertos deberes para con Dios. Adán fracasó, no cumplió y hundió a
toda la raza humana en el pecado y la miseria. Empero Jesús sí cumplió el deber humano, y
consiguió para su pueblo la salvación eterna.
Aun cuando Dios es soberano, es sumamente importante para él la obediencia del
hombre. Dios llenará y sojuzgará la tierra, pero sólo a través del esfuerzo del hombre:

Gén 1:28-30, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra y
sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que
se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado toda planta que da semilla, que
está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a
toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra,
en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así.” Juntará en su iglesia a los
elegidos de entre todas las naciones, pero sólo por medio de la predicación de hombres:
Mt 28:18-20, “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el
cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el
nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que
os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”
Hech 1:8, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y
me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra.”
Rom 10:13-15, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo,
pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han
oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?
Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian
buenas nuevas!”

La salvación nos viene por la soberana gracia de Dios, sin mediación del esfuerzo
humano; sin embargo, aunque la recibimos por gracia, debemos ocuparnos en ella “con temor y
temblor” (Fil 2:12); y ello -- no a pesar de -- sino porque “Dios es el que en (nosotros) produce
así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v. 13).
Por todo lo anterior, vemos que lo más típico es que la soberanía de Dios no excluye, sino
que involucra, la responsabilidad humana. En efecto, es la soberanía de Dios la que permite la
responsabilidad humana, es la que ofrece libertad y significado a las decisiones y acciones
humanas, y es la que concede al hombre el tener un papel importante dentro del plan de Dios
para la historia.
Es importante para la apologética mantener el equilibrio correcto entre la soberanía divina
y la obediencia humana. Vimos anteriormente que la apologética no puede tener éxito sin el
elemento sobrenatural, a saber: el testimonio del Espíritu Santo. En ese sentido, la apologética es
una obra soberana de Dios. Es él quien persuade a la mente y el corazón de los no-creyentes. Por
supuesto, también hay un lugar para el apologeta humano. Tiene el mismo lugar que el
predicador que se menciona en Rom 10: 14; es más, él es el que predica.
La apologética y la predicación no son dos cosas diferentes. Ambas son esfuerzos por
alcanzar a los no-creyentes para Cristo. La predicación es apologética, en cuanto busca persuadir.
La apologética es predicación, en cuanto presenta el evangelio buscando la conversión y la
santificación. No obstante, las dos actividades se caracterizan por sus perspectivas o énfasis
diferentes. La apologética enfatiza el aspecto racional de la persuasión, mientras que la
predicación enfatiza la búsqueda de un cambio espiritual en la vida de las personas. Pero si la
persuasión racional es una persuasión del corazón, luego es lo mismo que un cambio espiritual.
Dios es quien persuade y convierte, pero lo hace por mediación de nuestro testimonio. Otros
términos relativamente sinónimos (relacionados en perspectiva), son: testimonio, enseñanza,
evangelización, argumentación.
Otra manera de decirlo es: que el Espíritu es quien convierte a la persona, pero
normalmente lo hace por medio de la palabra. La fe que obra el Espíritu es una confianza en
determinado mensaje, o sea, en la promesa de Dios. Así como la tierra fue creada por el Espíritu
y por la palabra juntos (Gén 1:2-3; Sal 33:6, “aliento” = Espíritu), también Dios re-crea a
hombres pecadores, mediante su Palabra y su Espíritu (Jn 3:3ss; Rom 1:16ss; Sant 1:18, “él, de
su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad”; y 1ª Ped 1:23, “siendo renacidos, no de
simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para
siempre”). Como ya visto, el papel del Espíritu es necesario, pero obra por medio de la
iluminación y la persuasión a creer en la Palabra de Dios (1ª Cor 2:4, “Y ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder”; y 1ª Tes 1:5, “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras
solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).
Como ya dije, el papel del Espíritu es necesario, pero también lo es el del
predicador/apologeta. El trabajo del predicador/apologeta es el de presentar la Palabra. No es
sólo el de leerla, sino predicarla: es decir, exponerla; aplicarla a sus oyentes; y mostrar su
hermosura, su verdad, y su racionalidad. Busca contrarrestar las ideas falsas de los no-creyentes
y presentarles la Palabra tal cual es. Es a este testimonio que también el Espíritu da testimonio.
Sirva esta discusión como respuesta a aquellos que se oponen a la labor apologética, por
temor a que se trata de “jugar a Dios”. No tiene por qué haber rivalidad alguna entre la obra de
Dios y la nuestra, siempre y cuando reconocemos que Dios tiene soberanía final, y que ha
determinado utilizar el instrumento humano para cumplir sus propósitos. La apologética no es
“jugar a Dios”, entendiéndola bien; simplemente es ejercicio de una vocación humana
divinamente establecida.
Sirva también esta discusión sobre la soberanía divina y la responsabilidad humana como
una ayuda para responder a aquellos que insisten que la Biblia no necesita defensa alguna. A
Carlos Spurgeon se le ha citado (¡quién sabe de dónde!) la frase: “¿Defender la Biblia? ¡Mejor
defendería a un león!” Ciertamente la Escritura, cuando acompañada por el Espíritu, es muy
poderosa (Rom 1:16, “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para
salvación, a todo aquel que cree, al judío primeramente, y también al griego”; y Heb 4:12,
“Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y
penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón”). Ciertamente también, se auto-defiende, dando
razones para lo que dice. Piensa, por ej, en los muchos “así pues”, y “así que” en la Biblia, como
en Rm 8:1 y 12:1. La Biblia no sólo nos dice que debemos creer y hacer ciertas cosas; nos da los
motivos por los que debemos creerlas y hacerlas. Así es como la Biblia se defiende a sí misma,
pues nos expone sus razones. Por supuesto, cuando nosotros como predicadores hacemos
exposición de la Biblia, debemos también incluir esas razones en nuestra exposición. De manera
que defendemos la Biblia usando los argumentos de la Biblia misma. Incluso, la Biblia no sólo se
defiende, sino que ¡se lanza a la ofensiva en contra del pecado y de la incredulidad!
Pero llama la atención cómo la Escritura nos exhorta a salir en su defensa: Fil 1:7, “por
cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del
evangelio...”; v 16, “los unos anuncian a Cristo por contención...”; v 27, “oiga de vosotros que
estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánime por la fe del evangelio”; 2ª Tim 4:2,
“que prediques la palabra; que instes...redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina”; y 1ª Ped 3:15, “Estad. siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y
reverencia ante todo al que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”.
Defender la Biblia es en última instancia presentarla tal y cual es: presentar su verdad,
hermosura y bondad; presentar su aplicación a los oyentes de hoy día; y por supuesto, presentar
sus razones. Si se predica este mensaje, y de una manera que la gente lo pueda entender, la Biblia
se defiende a sí misma. En cambio, la Biblia no se defenderá a sí misma si no se ha oído su
mensaje. Por ello, extender su mensaje es tarea humana, tarea de los defensores humanos.
Escucha lo que dijo Pablo: “Te encarezco ...que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera
de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2ª Tm 4:1-2).

5.0- SOLA SCRIPTURA:


Algunos usan la frase “la Biblia no necesita que la defiendan” en una manera un poquito
diferente: es decir, les sirve para invocar el gran principio protestante de la “sola Scriptura”, la
suficiencia de la Biblia. Algunos tienen miedo de que la apologética (que a través de los siglos ha
sido notoria por introducir nociones filosóficas no-bíblicas) trate de someter la Biblia al juicio de
algo más allá de la Biblia. Esto sí es un peligro para la apologética de tipo “tradicional”, y quizá
incluso ocurra no intencionalmente con apologetas que están tratando de ser presuposicionalistas.
Pero si la apologética es consistentemente presuposicionalista, es decir, si reconoce con
franqueza que sus propios métodos están sujetos a las normas bíblicas, entonces es cuando podrá
evitar dicho peligro.
El principio de la sola Scriptura, después de todo, no exige que se excluyan datos
extrabíblicos, incluso tratándose de la teología. Lo único que dice es que, en el campo de la
teología como en todas las demás disciplinas, la autoridad más alta, la norma suprema, ha de ser
siempre la Biblia y sólo la Biblia. La Confesión de Fe de Westminster (1.6) reza así:

“Todo el consejo de Dios, tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria y para la
salvación, fe y vida del hombre, o está expresamente expuesto en las Escrituras o se puede
deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia; y a esta revelación de su volun-tad, nada se
puede, ni se debe, añadir nunca...”
Nadie debe objetar el que se traigan a colación datos extrabíblicos en la apologética,
siempre y cuando no se presenten esos datos como si fueran “el consejo de Dios”, al mismo nivel
que la Escritura. Pensamiento humano, incluso en el campo teológico, requiere de datos
extrabíblicos, pues tenemos que ver constantemente con el mundo contemporáneo en medio del
cual Dios nos ha puesto. Obviamente, la física, la sociología, la geología, la psicología, la
medicina, etc., responden a datos que no se encuentran en las Escrituras. La teología hace lo
mismo, pues su función no es simplemente la de leer la Escritura, sino de aplicarla a la
problemática humana. La teología corre el peligro de elevar los conceptos del teólogo sobre la
problemática humana hasta un nivel correlativo, o incluso superior, al de la Biblia. Pero con
oración y meditación de la Palabra de Dios, este peligro puede ser evitado.
Por ello, el que defendamos la Biblia, y según sus propias normas aún usando en el
proceso datos extrabíblicos, no significa que estemos añadiendo algo a la Escritura como nuestra
norma suprema. Simplemente estamos exponiendo, como dijimos arriba, la racionalidad de la
Biblia.
A veces se nos hace difícil desprendernos de la idea de que alguien que argumenta una
verdad de la Biblia basándose en datos extrabíblicos eleva esos datos a una posición de mayor
autoridad que la Biblia. Parece que estamos midiendo la Biblia por dichos datos; que estamos
midiendo la Biblia en base a su autoridad (que presumiblemente es mayor). Pero no es así el
caso. Cuando por ejemplo digo, “Hay diseño en el mundo; por tanto, Dios existe”, podría de
hecho estar tomando mi premisa ¡de la propia Biblia! (Porque sin duda la Biblia enseña que hay
un diseño en el mundo.) Y cuando me dirijo a un no-creyente, me dirijo al conocimiento que
según Rom 1:18ss él ha obtenido de la creación. De hecho, cuando digo eso, estoy muy
posiblemente expresando la seguridad que tengo en lo más profundo de mi corazón de que el
diseño no es inteligible aparte del Dios de la Biblia, y por tanto el que haya diseño implica la
existencia de ese Dios. Y es así, no porque mi concepto de diseño es algo por el que voy a medir
la Biblia; simplemente es que la Biblia me dice que tiene que ser cierto para que exista el diseño.
¿Y qué diríamos de usar datos históricos o científicos extrabíblicos para confirmar
enseñanzas de la Biblia? El que eso se hiciera, dirían algunos, implica tener mayor confianza en
esos datos que en la Biblia, pues para el que así hiciera tienen más credibilidad que la propia
Biblia. Nuevamente mi respuesta es en lo negativo. Tengo mucha mayor confianza en la verdad
de la historia bíblica que en la credibilidad, por ejemplo, de un Josefo. Pero en ocasiones Josefo
confirma lo dicho en la Biblia, y yo pienso que es perfectamente lícito mencionar este hecho en
la discusión apologética. El asunto no es tanto que Josefo tenga mayor autoridad que Lucas, por
ejemplo. Más bien es que incluso un no-cristiano como Josefo reconoce en ciertos puntos los
datos de la historia que narra la Biblia. Los estudiosos modernos, muchos tan escépticos que
están prontos para creer hasta al historiador no-cristiano más poco fiable en preferencia a creer el
testimonio de la Palabra de Dios, tienen que aceptar que incluso un historiador no-cristiano del
siglo I, escribiendo como se espera de un historiador, confirma la verdad del testimonio bíblico.
Nuevamente, esta forma de argumentar no añade a la Biblia nada que comprometa el
principio de la sola Scriptura. No añade nada a la suprema fuente de verdad autoritativa, pues esa
fuente está en la Biblia y en ningún otro lugar. Por otra parte, argumentos como el de la causa
última, o el de Josefo, aunque contienen datos extrabíblicos, tienen el único propósito de
comunicar la Escritura “tal y como es”. Después de todo, si quieres mirar correctamente la
Escritura, te ayudará mirarla en sus varios contextos: el contexto de su propia cultura
contemporánea (con autores como Josefo), el contexto del universo entero (con su causa y
propósito). El que mira correctamente la Escritura verá como ella encaja en, e ilumina esos
contextos. En ese sentido, un buen argumento de causa, o de compara-ción histórica, no iría más
allá de la Escritura. Sólo mostrará cuán aplicable es la verdad bíblica a ciertas áreas del mundo.
Y así se estará demostrando el significado pleno de la Biblia.
La conclusión a la que llego es que podemos usar datos extrabíblicos, pero no como
criterios independientes por los que la Biblia sería medida. ¡Qué ridículo es pensar que la Palabra
de Dios se considerará en error por no concordar con Josefo, o Eusebio o Papías, o con alguna
teoría de algún antropólogo acerca de la “antigüedad del hombre”! Precisamente debe ser lo
contrario. Debemos presentar la Biblia tal y como es; es decir, que en ocasiones concuerda con
otros escritos, y en otras ocasiones no. Es lo que esperamos de una Palabra de Dios que entra a
un mundo finito y lleno de pecado. Es más esta consideración, por la gracia de Dios, puede ser
persuasiva. Lo que a nosotros nos corresponde es presentar la Biblia tal y como es. Y para hacer
esto, habrá que hacer frecuente referencia a los diferentes contextos.

6.0- SOLA SCRIPTURA Y LA REVELACIÓN NATURAL:


El relacionar la Biblia con sus contextos equivale a relacionarla con la revelación natural.
La revelación natural es la revelación de Dios en todo lo que ha creado (Sal 19:1ss; 104:1ss;
Rom 1:18ss), incluyendo al ser humano, el cual está creado a su imagen:
— “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó”
(Gén 1:27);
— “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a
imagen de Dios es hecho el hombre” (Gén 9:6); y
— “Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que están
hechos a la semejanza de Dios” (Sant. 3:9).

La revelación de Dios nos rodea a todos, incluso está dentro de nuestro ser. En esto
incluyo al no-creyente. Como dije antes, el no-creyente también tiene un conocimiento claro de
Dios (Rom 1:21, “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron
gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido”);
pero trata en diferentes maneras de suprimir dicho conocimiento.
La revelación natural revela el “eterno poder y deidad” de Dios (Rom 1:20). Revela sus
normas éticas: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas
son dignos de muerte...” (1:32); y revela su ira en contra del pecado (mismo verso; también el v.
18, “porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los
hombres que detienen con injusticia la verdad”). No obstante, en la revelación natural no se
revela el plan de salvación de Dios, pues éste se da concretamente en la predicación de Cristo:

“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a
aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán
sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito:
¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! ...
Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios” (Rom 10:13-15,17).
Tenemos esa predicación de Cristo en forma definitiva en la Biblia; y con esa autoridad
continuamos predicando el evangelio en todo el mundo.
¿Por qué requerimos de dos clases de revelación? Una razón sería, que cuando Dios habla
directamente, la “curva del aprendizaje” se hace mucho más chica. Aún Adán en su estado de
inocencia necesitaba oír la voz directa de Dios, suplementando e interpretando para él su
revelación en la naturaleza. No lo tenía que descifrar y descubrir todo solito Adán, pues en
muchos casos quizá le hubiese llevado tiempo hacerlo, o quizá hubiera sido imposible para su
mente finita. De modo que Adán, como siervo fiel del pacto que era, acepta con gratitud la ayuda
de Dios. Acepta la interpretación que Dios le da acerca del mundo, hasta el momento trágico
cuando decide aceptar en su lugar la interpretación de Satanás.
Ya después de la caída, son dos las razones por las que se necesita la comunicación
verbal especial de Dios. Una era la necesidad del hombre de tener una promesa salvífica, la cual
nunca se deduciría por sí sola de la revelación natural. Y la otra era para corregir toda
interpretación pecaminosa de la revelación natural. Rom. 1:21-32 explica cómo la gente maneja
la revelación natural cuando no hay otra palabra más de parte de Dios. La “detienen”, la
suprimen, la desobedecen, la cambian por una mentira, la desvirtúan, e incluso honran a los que
se rebelan ante ella.
Por ello, Dios nos ha dado la Escritura, la “revelación especial”, tanto para suplementar la
revelación natural (añadiendo a ella el mensaje de salvación), como para corregir el mal uso que
el hombre hace de la revelación natural. Como dijera Calvino, el cristiano debe mirar la
naturaleza con los “anteojos de la Escritura”. Si al Adán en inocencia Dios le tuvo que dar
revelación verbal para que pudiera interpretar el mundo, ¡cuánto más nosotros!
El asunto no es tanto que la Escritura pudiera ser más divina o tener mayor autoridad que
la revelación natural. La revelación natural es toditita palabra de Dios y por ende de autoridad
absoluta. La diferencia está en que la Escritura es una comunicación verbal divina q. Dios dio
con el fin de suplementar y de corregir nuestra interpretación de su mundo. Debemos aceptar con
toda humildad esta ayuda. Al hacerlo, no por ello decimos que la Escritura sea de mayor
autoridad que la revelación natural. Más bien, permitimos que esa Palabra (con su Espíritu
siempre presente) corrija nuestras interpretaciones de la revelación natural.
Para permitir que la Escritura ejerza dicha influencia correctiva, tendremos que aceptar el
principio de que nuestra fe convencida sobre la enseñanza bíblica tiene prioridad sobre lo que
podemos aprender solamente de la naturaleza. Dios nos dio la Escritura como la constitución del
pacto para el pueblo de Dios, y si nos ha de servir como tal, tendremos que darle la prioridad
sobre toda otra fuente del saber. Es un error, por ejemplo, sugerir (como muchos hacen) que
leamos juntos, lado a lado, los “dos libros de la naturaleza y de la Escritura”, ambos con igual
peso en todos los sentidos. Este tipo de argumento ha sido usado para justificar cristianamente,
pero sin mucho sentido crítico, la aceptación de la teoría de la evolución, la psicología secular, y
otras más. Este tipo de argumento no le permite a la Escritura hacer su labor correctiva, y
proteger al pueblo de Dios de la “sabiduría” del mundo (ver 1ª Cor 2:6-16). Por ello, sola
Scriptura.
Con todo, la revelación natural, leyéndola bien a través de los “espejuelos de la
Escritura”, es de tremendo valor para el cristiano, y específicamente para el apologeta cristiano.
Cuando miramos la naturaleza con la ayuda de Dios, entendemos que los cielos en verdad
“cuentan la gloria de Dios” (Sal 19:1). Vemos varias de las maneras muy interesantes en las que
los hombres reflejan la imagen de Dios. Vemos cómo Dios le da al mundo y a la mente humana
una estructura racional, de modo que puedan adaptarse una a otra las dos estructuras.
Vemos a través de la ciencia la asombrosa sabiduría del plan de Dios (ver el Salmo 104).
Vemos a través de la historia y de las artes, cuánto mal resulta cuando la gente abandona a Dios,
y cuánta bendición (¡así con persecuciones, Mc 10:30¡ “que no reciba cien veces más ahora en
este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones; y en el siglo
venidero la vida eterna”) se derrama sobre los que le son fieles.
Apologetas tradicionalistas no siempre comprenden que la naturaleza es revelación de
Dios. Aquino, por ej., no hizo distinción entre la revelación natural y la especial; más bien la
hizo entre el razonar con la ayuda de la revelación y el razonar sin esa ayuda. Resulta fácil
entender que estos puntos de vista se hayan calificado como “autónomos” o “neutrales”. Otros
apologetas tradicionalistas, sin embargo, enfatizan más el concepto de la revelación natural, y
describen su método como uno que presenta la revelación natural al no-creyente de alguna
manera como no parte de la revelación especial.
Por supuesto, no hay objeción alguna a que se presente la revelación natural a un no-
creyente. Lo que sí tenemos que cuidar, es que lo que digamos acerca de la revelación natural
esté de acuerdo con la enseñanza bíblica; o sea, que veamos la naturaleza a través de los
“espejuelos de la Escritura”. Mostrarle la revelación natural no es necesariamente una invitación
a q. razone en forma neutral o autónoma, o q. ignore la Biblia. Realmente, en este sentido, la
revelación natural y la especial nunca deben separarse cuando en una conversación apologética.
Por tanto, el uso de evidencia fuera de la Biblia en la apologética puede ser tenido como
un buen uso de la misma Biblia. Pues será la respuesta obediente al punto de vista que pinta la
Biblia del mundo. Según nos enseña la Biblia, la naturaleza apunta a Dios, de modo que el
apologeta cristiano obediente, mostrará al no-creyente las varias maneras en las que la naturaleza
revela a Dios, pero no presentándolas como pensamiento neutral, ni permitiendo el uso de
criterios no-cristianos de la verdad. De modo que el apologeta cristiano apela a la revelación
natural, y a la vez apela a la Escritura. Pues el propósito mismo de la Escritura (como enfatizo en
mi libro Doctrine of the Knowledge of God) es para hacer aplicación. La Escritura ilumina las
situaciones de vida y las personas inclusive de los que no están en la Biblia. El “mirar la creación
a la luz de la Escritura”, y el “aplicar la Escritura a la creación”, son una y la misma actividad,
vista desde perspectivas diferentes.
Si aceptamos este punto de vista sobre la apologética, no tendremos que hablar de
competencia entre presuposiciones y evidencias. Nuestras presuposiciones bíblicas autorizan el
uso de evidencias, y las evidencias no son otra cosa que la aplicación de la Escritura a nuestra
situación particular. El uso de evidencias no es contrario al principio de sola Scriptura, sino que
lo obedece.

7.0- LOS VALORES:


¿Qué uso tiene la apologética, qué propósito, qué valor? Debido a que la apologética y la
predicación tienen perspectivas similares, los beneficios de ambas son las mismas. Si la
predicación busca la conversión de los perdidos y la edificación de los santos, lo mismo la
apologética.
El esfuerzo por ofrecer una razón intelectual satisfactoria tiene su beneficio dentro de
estos contextos más amplios. Para el creyente, la apologética confirma su fe, mostrando la
racionalidad de las Escrituras. Esa racionalidad también ofrece al creyente un fundamento
intelectual, una base para su fe, y una base para la toma de decisiones sabias en su vida. La
apologética en sí no es ese fundamento; pero lo que sí hace es mostrar y describir el fundamento
que presenta la Escritura, y mostrar y describir la manera en la que debemos edificar sobre ese
fundamento.
Para el no-creyente, Dios puede usar razonamientos apologéticos para eliminar de tajo la
racionalización, o sea los argumentos que aquel usa para resistir la conversión. La apologética
puede ofrecer la evidencia que conduce a un cambio de convicción. No estoy diciendo que el no-
creyente carece de evidencia. En verdad está rodeado de evidencia: en la creación (Sal 19:1ss;
Rom 1:18ss) y en su propia persona (Gén 1:26ss) a favor de la existencia de Dios. Y hay bastante
evidencia en la Escritura a favor de otras doctrinas cristianas. Pero lo que hace el apologeta es
formular la evidencia, y hacerlo de una manera provocativa a fin de atraer la atención del no-
creyente a ella. Y también, puede aplicarla a las objeciones muy particulares que pudiera tener el
no-creyente.
Y para los que nunca llegan a creer, la apologética aún puede seguir haciendo la obra de
Dios. Es como la predicación, añade a su condenación. El que no quiere arrepentirse y creer, a
pesar de una presentación fiel de la verdad, tendrá que sufrir una condenación más severa:

“Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo conforme a su


voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo cosas dignas de azotes, será
azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que
mucho se le haya confiado, más se le pedirá” (Lc 12:47-48).

8.0- LOS PELIGROS:


Santiago nos advierte (3:1): “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros,
sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Si no enseñamos, nuestros errores afectarán sólo
a nosotros; pero si enseñamos, nuestros errores podrían afectar también a otros. Por ello, se
condena con mayor severidad a los errores en quienes son maestros. Como indiqué
anteriormente, el apologeta es un maestro; por ende la advertencia de la Escritura es aplicable
también a él.
¿Quieren que sea más específico? Bueno, en el pasaje lema de este capítulo, 1ª Pedro
3:15-16, Pedro exhorta a los apologetas a que mantengan “buena conciencia”, de modo que los
que murmuran puedan ser avergonzados. Es de interés notar que Pedro no pide a los apologetas
ser inteligentes o de mucho estudio y conocimiento (aunque esas cualidades definitivamente son
de ayuda); más bien les pide q. lleven una “buena conducta en Cristo”. Nos da, pues, una norma
práctica para una disciplina que la tendemos a ver como teórica.
De hecho, toda presentación apologética tiene contextos prácticos importantes. Nuestra
comunicación con los no-creyentes no sólo consiste en lo que decimos, sino también en cómo
vivimos ante ellos. Si lo que hacemos desmiente lo q. decimos, o sea, si nuestra vida contradice
nuestra doctrina, nuestra apologética se verá como llena de hipocresía, y perderá credibilidad.
Pero si nuestra vida es consistente con la doctrina, los que nos quieran hacer ver mal entonces
serán los que pierdan credibilidad. En el día final, si no antes, serán avergonzados.
Para ser un poco más específico, los apologetas son sujetos a los mismos pecados que
todos los demás, pero en el correr de los años, se han visto más propensos a pecar en dos áreas
específicas. Efesios 4:15 nos insta a seguir la verdad en amor; pero podemos afirmar que
apologetas hay que han sido culpables de decir mentiras; como los hay que son culpables de
hablar sin amor.

8.1- La falta de verdad:


El primer error es muy criticado en la polémica del N.T., que levanta en contra de toda
enseñanza falsa (ver 2ª Timoteo 3 y 2ª Pedro 3, etc.). Nos admiramos de ver cuántas herejías se
deben a móviles apologéticos. El apologeta piensa, “Para presentar con mayor persuasión el
cristianismo, tendré que mostrar que es compatible con los movimientos intelectuales de nuestro
día. Por ello, debo presentar el cristianismo como una fe de mucha „seriedad intelectual.‟” Así,
varias de las doctrinas cristianas podrían quedar comprometidas, reemplazadas por las doctrinas
de la filosofía popular vigente.
Los apologetas del siglo II (Justino, Arístides, Atenágoras) fueron personas muy
entregadas a la fe cristiana en términos generales. Pero comprometieron la doctrina cristiana de
la creación, acomodándola a la idea filosófica de los gnósticos de una línea continua de ser entre
Dios y el mundo. Esto indujo a que tuviesen un concepto de Dios casi impersonal (estando el ser
incomprensible en la punta superior de la línea), y una doctrina subordinacionista de la Trinidad
(que el Hijo y el Espíritu están subordinados al Padre, de modo que pudieran interrelacionarse
con el mundo de una manera que el Padre no podía).
Así se ven móviles similares en Clemente de Alejandría y en Orígenes como también en
Tomás de Aquino, y más recientemente con Schleiermacher en su obra Speeches to the Learned
Despisers of Christianity (“Discursos a los eruditos despreciadores del cristianismo”), y con los
muchos teólogos modernos desde Bultmann hasta Tillich y Pannenberg, que quieren mostrar al
“hombre moderno” el valor intelectual del cristianismo. Pero con harta frecuencia su móvil
apologético conduce al desvío doctrinal. Esto no quiere decir que el móvil apologético sea malo;
pues como hemos dicho antes, el móvil en sí es muy bíblico. Pero los modelos históricos, así
como la misma admonición de la Escritura, nos deben hacer cautelosos en extremo. No seas,
pues, apologeta al menos que tu lealtad sea primeramente con Dios -- antes que con el respeto
intelectual de los demás, antes que con la verdad en el abstracto, antes que con los no-creyentes
como tales, y antes que con alguna tradición filosófica.
Otros pecados podrían también contribuir a esta falla: el amor mal dirigido, la subestima
del pecado en el hombre (como si lo que más necesitara el no-creyente es simplemente un mejor
argumento), la ignorancia de la revelación de Dios (especialmente en lo que concierne al
presuposicionalismo bíblico), y el orgullo intelectual.

8.2- La falta de amor:


El error contrario sugerido por Ef 4:15 es el de hablar sin amor. Desafortunadamente, la
disciplina de la apologética atrae a muchas gentes contenciosas y amantes de las discusiones.
Hasta no esta estar inmersas en alguna controversia, no pueden estar contentas. Si no hay
controversia, se la crean, buscando pleito sobre asuntos que fácilmente podrían pasarse de alto, o
bien arreglarse en santa paz. La Biblia comenta acerca de esta clase de persona, y siempre es en
términos negativos; por lo que si hay alguien que quiera hacer de la apologética su carrera, que
medite bien los textos siguientes:

“Ciertamente la soberbia concebirá contienda; mas con los avisados está la sabiduría”
(Prov 13:10).
“Los labios del necio traen contienda; y su boca los azotes llama” (Prov 18:6).
“El carbón para brasas, y la leña para el fuego; y el hombre renci-lloso para encender
contienda” (Prov 26:21).
“¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y violencia
están delante de mí, y pleito y contienda se levantan” (Hab 1:3).
“(Pagará)... ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que
obedecen a la injusticia” (Rom 2:8).
“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé, que hay
entre vosotros contiendas” (1ª Cor 1:11).
“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal costumbre, ni
las iglesias de Dios” (1ª Cor 11:16).
“Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir aflicción a
mis prisiones” (Fil 1:16).
“Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones acerca de
la ley;...son vanas y sin provecho” (Tit 3:9).
Este espíritu de contención procede de la soberbia, según Prov 13:10. Cuando una
persona es tan vanidosa que no puede “recibir consejo” de otras personas, termina insistiendo en
su propio camino, hasta no verse forzado a desistir. Lejos de ser sabio, esta persona es necia
(Prov 18:6), e incluso se halla bajo el control del mismo diablo:
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras en
sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os jactéis
ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto, sino terrenal,
animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación y toda obra
perversa” (Sant 3:13-16).
Luego sigue diciendo Santiago así: (vv. 17-18)
“Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica, amable,
benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni hipocresía. Y el fruto de
justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.”
Pablo inclusive llega a decir que la “conocimiento” sin amor no es verdadero
conocimiento:
“El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe algo,
aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido por él” (1ª Cor
8:1b-3).
Defender la fe cristiana con un espíritu contencioso es defender el cristianismo y la
contención al mismo tiempo; lo cual resulta un híbrido de autodestrucción. El cristianismo
verdadero — el cristianismo al que estamos llamados a defender con la palabra y con la vida, es
el que dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt
5:9); y, “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Rom
12:18).

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