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CONSOLIDACIÓN DEL

CRISTIANISMO EN EUROPA Y
OTRAS MISIONES DE
EVANGELIZACIÓN

Al producirse las invasiones masivas a principios del siglo V, eran ya cristianos los habitantes de
la orilla izquierda del Rin y de las regiones del Danubio inferior. Pero esta cristiandad quedó casi
enteramente destruida por los invasores.

I. Evangelizaron de los monjes irlandeses en el continente


 Muchos monjes irlandeses, en su afán de peregrinar por Cristo, recorrieron
Alemania, Francia e Italia.
 El más célebre de todos ellos fue San Columbano, que evangelizó y pobló de
monasterios la región del lago de Constanza y del norte de Italia. Su monasterio más
célebre es el de Bobbio, donde él murió en 615.
 Otro monje irlandés, San Gall, evangelizó la región norte de Suiza y fundó el célebre
monasterio que lleva su nombre (+ 640).
 San Fridolín trabajó en la conversión de los habitantes de la orilla derecha del Rin y
fundó el monasterio de Säckingen.
 San Ruperto misionó en la Selva Negra (  macizo montañoso con una gran
densidad forestal ubicado al suroeste de Alemania).
 Baviera y Austria fueron evangelizadas por San Severino y los monjes Virgilio y
Estasio. Pero el apóstol de Baviera fue San Ruperto, que fundó el monasterio de San
Pedro en Salzburgo. La conversión definitiva de Austria no se verificará hasta el
reinado de Carlomagno.
 La labor evangelizadora de los monjes irlandeses tuvo algunos defectos graves que
la hicieron casi enteramente infructuosa. Se aferraron demasiado a sus peculiaridades
nacionales, les faltó la unión estrecha con la Santa Sede, y esto impidió la
organización eclesiástica que garantizase la permanencia de su trabajo.
II. Evangelización de los monjes anglosajones
1. A principios del siglo VIII casi todos los pueblos alemanes habían oído la predicación
del Evangelio; pero la mayor parte de la población permanecía pagana. Y en los
territorios de mayoría cristiana existían muchas supersticiones, y la Iglesia estaba
desorganizada.
2. Los misioneros anglosajones escogieron como campo de su actividad evangelizadora la
región de los frisones (Los frisios o frisones son un grupo étnico de Europa, habitantes de una
comarca conocida como Frisia.). Fueron sus primeros misioneros: Wilfrido de York, Egberto y
Wiberto. Pero el verdadero apóstol de los frisones fue San Wilibrordo (+ 739), que escogió la
ciudad de Utrecht como centro de su expansión misionera.
3. EVANGELIZACIÓN DE LOS PUEBLOS GERMÁNICOS
La Edad Antigua, que vio cómo el Imperio romano, tras una lucha de casi tres siglos, se
arrodillaba ante la cruz de Jesucristo, y que de Constantino a Teodosio pudo observar la gradual
cristianización del mundo civilizado, de sus costumbres y de sus instituciones, contempló también
la bárbara inundación de visigodos (fueron un pueblo germánico que penetró en el Imperio
romano tardío), francos, anglosajones, longobardos (Los lombardos, en latín, langobardi, de
donde procede el nombre alternativo de longobardos) fueron un pueblo germánico originario
del Norte de Europa que se asentó en el valle del Danubio y desde allí invadieron
la Italiabizantina en 568 bajo el liderazgo de Alboino. Establecieron un Reino de Italia que duró
hasta el año 774, cuando fue conquistada por los francos), arríanos unos y paganos otros, quienes
al transmigrar, más o menos militarmente, a tierras del Imperio, acabaron con las autoridades
romanas e impusieron oficialmente su propia religión, persiguiendo no pocas veces a la católica,
que era la de los pueblos sometidos.
La Iglesia, representada en los obispos—dotados aun en lo humano de una cultura
infinitamente superior a la de los invasores—y apoyada en una densa masa popular, tuvo que
emprender la tarea de recristianizar a Europa antes de acometer la conquista de otros pueblos
infieles. Al cerrarse el siglo VI, pontificando en Roma la augusta figura de San Gregorio Magno, ya
lo esencial de la antigua romanidad estaba recobrado: los reyes francos, visigodos, anglosajones y
longobardos acataban la fe de Roma. Si la unidad política de la cristiandad se veía imposible, la
unidad religiosa se imponía en todas partes. Más aún: las fronteras septentrionales del Imperio,
derribadas para siempre, daban paso a los nuevos apóstoles de Cristo para dilatar las conquistas
del Evangelio.
Es llegado el momento de la conversión de los pueblos germánicos y eslavos. Tal será la misión
de la Iglesia medieval. Y será tan perfecta la evangelización de Germania, tan íntima la
compenetración y armonía de aquel mundo con el romano, que germanismo y romanismo serán las
dos esenciales pilastras sobre las cuales se alzará con gallardía el arco triunfal, cristiano, de la Edad
Media.
Sistemas de evangelización.
Los métodos misionales no pueden ser naturalmente los mismos que en el mundo
grecorromano, dadas las circunstancias tan diferentes. Ni tampoco los modernos. No es posible
la acción lenta y eficaz, o bien fascinadora del ejemplo y la conversión de los fieles, como en el
mundo antiguo; ni existe como en nuestros días la organización centralizada y sistemática. A las
conversiones individuales, bien pensadas, de la Edad Antigua, suceden en la Edad Media las
conversiones de pueblos enteros. Los misioneros de ordinario son monjes, monjes
peregrinantes, que, movidos por el Espíritu de Dios, se adentran en países de infieles y se atraen
el respeto y la admiración de los naturales, bárbaros aún o a medio civilizar, por la santidad de sus
costumbres, por la sublimidad y pureza de su doctrina, por su gran sabiduría y no menos por la
generosa caridad con que ayudan a los indigentes y les enseñan a mejorar la vida. Suelen
establecerse en un paisaje pintoresco, donde labran los campos y cons truyen un monasterio, que
se convierte en centro de irradiación evangélica y de atracción social, civilizadora.
No pocos de ellos son obispos; muchos han llegado en sus peregrinaciones hasta la Ciudad
Eterna, de donde vuelven con la misión canónica del Romano Pontífice para evangelizar e
instituir nuevas diócesis. Constituye un espectáculo nunca visto en la Historia este viajar de los
monjes irlandeses y anglosajones con fines apostólicos, este salir de su tierra, recién
cristianizada, para llevar la buena nueva al continente, de donde procedían sus antepasados. Y es
característica de esta época misional la dirección general que asume el Romano Pontífice de todas
las campañas evangelizadoras, pues él tiene en sus manos los hilos que se extienden sobre los
anglosajones, germanos o eslavos.
Mas no se crea que la conversión de todos los pueblos del Norte se realizó con métodos tan
espiritualistas. Aquellos misioneros solían ir protegidos por los reyes cristianos, sin cuyo auxilio les
hubiera sido muy difícil vencer ciertas dificultades. Y más de una vez el temor y aun la presión de las
armas son el determinante de las conversiones. De ordinario son menguados los frutos hasta que
los jefes del país reciben el bautismo—en lo que es natural que juegue algún papel la política—, y el
ejemplo determina a la mayoría a hacer otro tanto.
Lo que rara vez encontramos en aquellos misioneros es el oficio habitual de la predicación
directa a los paganos, lo cual no quiere decir que no se ejerciera, sino que sería menos frecuente;
como también escasean las noticias del catecumenado, que seguramente sería corto,
reservándose para después del bautismo la instrucción más lenta y profunda.
He aquí la fórmula de fe que se exigía a los catecúmenos en tiempo de San Bonifacio:
«—Gelobistu in got alamehtigan fadaer? (¿Crees tú en Dios Padre Todopoderoso?).
—Ec gelobo in got alamehtigan fadaer (Yo creo en Dios Padre Todopoderoso).
—Gelobistu ín crist godes suno ? (¿ Crees tú en Cristo, Hijo de Dios ?).
—Ec gelobo in crist godes suno (Yo creo en Cristo, Hijo de Dios).
—Gelobistu in halogan gast? (¿Crees tú en el Espíritu Santo?).
—Ec gelobo in halogan gast (Yo creo en el Espíritu Santo)».
Y la renuncia al diablo, a sus obras y a todos los falsos dioses, a Donar, Wodan y Saxnot:
«—Forsachistu diabolae? (¿Renuncias tú al diablo?).
—Ec forsacho diabolae (Yo renuncio al diablo)», etc.
Acaso lo más característico del método misional de aquellos monjes era la adaptación a las
costumbres germánicas en todo lo que no fuese esencialmente idolátrico y supersticioso.
Procedieron en esto tal vez con menos blandura de lo que permitían y aconsejaban las normas de
Gregorio I al apóstol de los anglosajones, pero siempre con delicadeza, sin herir los sentimientos de
los infieles y respetando su libertad religiosa, non quasi insultando vel irritando eos, sed placide et
magna moderatione. Así escribía Daniel, obispo de Winchester, a San Bonifacio, ' no eran otras
las prescripciones que repite Alcuino en su Epistolario, porque un hombre puede ser atraído a la fe,
mas no forzado».
4. Pero el más importante de todos los misioneros anglosajones que trabajaron en el
Continente fue Winfrido, el cual cambió su nombre por el de Bonifacio. Había nacido en el
reino de Wessex (672). Se educó en el monasterio de Exeter. Se hizo monje de San Benito en el
monasterio de Nutshalling, donde fue prefecto de la escuela monacal. Sus trabajos apostólicos
en el Continente se pueden dividir en tres períodos:
a) Tentativas infructuosas: Su primer viaje misional lo realizó en 716 para evangelizar a los
frisones; fracasó, y en otoño del mismo año regresa a Inglaterra. Al año siguiente (717) se
encamina a Roma para recibir la misión del Papa. Vuelve a Frisia con plenos poderes del
Papa Gregorio II. Convierte algunos paganos; pero la guerra entre Ratbodo y Carlos Martel
impide su ministerio.
b) Misión fructuosa: En 722 vuelve a Roma. Gregorio II lo consagró obispo. Al año siguiente
visita a Carlos Martel, el cual lo provee de un salvoconducto para misionar en Hesse y Turingia.
En Geismar derriba la encina sagrada de Donar, y con su madera construyó una capilla en
honor de San Pedro. Le vinieron refuerzos de Inglaterra: Monjes y monjas. Fundó varios
monasterios que fueron los centros de irradiación del cristianismo en la comarca: Fritzlar,
Kitzingen, Ochsenfurt, Eichstatt, Fulda, etc. En 732 Gregorio III lo nombra arzobispo y lo
autoriza para nombrar obispos y organizar la jerarquía eclesiástica.
c) Organizador de la Iglesia: En 738 vuelve a Roma. Gregorio III lo nombra vicario apostólico
de Alemania. A su regreso inició la organización de la Iglesia alemana: Erigió las diócesis de
Passau, Ratisbona, Salzburgo, Freissign, Eichstatt, Wunzburg, Paderbom, Erfurt, etcétera.
En 742 convocó el primer sínodo nacional de Alemania, que prescribió la Regla de San
Benito para todos los monasterios, y prohibió a los clérigos que tomaran parte en las guerras.
En 747 convocó un sínodo de toda la Iglesia franca, en el que se redactó un símbolo de fe
y una manifestación de fidelidad al Papa.
La Iglesia de Alemania quedaba perfectamente organizada y unida. Bonifacio, al fin de su vida,
sueña aún con la conversión de los frisones: Se encamina de nuevo a Frisia, y en el año 754
fue martirizado por los frisones con 52 compañeros. Fue sepultado en el monasterio de Fulda.
San Bonifacio es el verdadero apóstol de Alemania.
d) Últimos trabajos de San Bonifacio. Martirio.
No abandonaba entre tanto su gran tarea germánica. Al compás de los obispados, iba
multiplicando los monasterios, puntales de la jerarquía, lazos de unión con Roma y su cultura,
reservas vitales en lo eclesiástico y centros de la nación alemana. «Son casas de Dios, escuelas
del servicio divino, seminarios, hospederías, colegios y granjas agrícolas. Por ellos va a empezar la
agricultura en Germania; por ellos se va a inaugurar una era de intensa cultura científica, que es
todavía el orgullo del pueblo alemán. Cuando la invasión danesa se preparaba a destruir en
Inglaterra la obra de Teodoro, Beda y Wilfrido, Alemania recogía ávidamente el tesoro
científico que le ofrecían los monjes ingleses. Se e nviaban a Inglaterra los productos del país:
tejidos de piel de cabra, una piel para el anciano obispo de Winchester, escudos y halcones
para el rey Etelberto, un peine de marfil y un espejo de plata para la reina; pero en cambio los
abades y abadesas, siguiendo el ejemplo de Bonifacio, pedían que se les enviasen copias de obras
científicas, poéticas y religiosas que acababan de publicar los sabios anglosajones.
“Transmitidme—escribía Bonifacio—algunos escritos de Beda: enviadme algunas chispas de la
antorcha que brilla en vuestra tierra». El más célebre de los monasterios fundados por el apóstol
de Alemania fue indudablemente el de Fulda, cuya erección encomendó a su discípulo Sturm,
primer abad, en cuyo tiempo llegó a contar 400 monjes. La actividad misionera, científica y cultural
de este centro religioso—basta recordar a Rábano Mauro, Walafrido Estrabón, Servato Lupo—
fue de incalculable trascendencia para la historia del pueblo alemán. Allí descansa hoy día el
cuerpo del santo apóstol, y es lugar de piadosas peregrinaciones.
Bonifacio solía ir de vez en cuando a descansar en aquel su monasterio predilecto, para el que
había alcanzado la exención absoluta de toda jurisdicción episcopal, y cuando el año 752, dos
antes de su muerte, renunció a la sede de Maguncia con todos sus derechos metropolitanos en
favor de su querido discípulo Lul, le dio a éste, entre otras recomendaciones, la de concluir las
obras de la basílica de Fulda.
A su larga carrera de apóstol tan sólo le faltaba una gloria: la del martirio. Y Dios se la
concedió. Ardiendo en deseos de volver a predicar la fe entre los frisones, se embarcó en el Rhin
en compañía de un obispo, tres sacerdotes, tres diáconos, cuatro monjes y varios laicos. Es
admirable este ardor apostólico en un anciano octogenario. Llegado a la Frisia, tuvo el consuelo de
instruir y bautizar a numerosos infieles de la costa del Zuiderzee, puso un obispo en la ciudad de
Utrecht, privada de pastor desde la muerte de San Wilibrordo, y cuando le sonreían las más
halagüeñas esperanzas, se precipitó la catástrofe. El 5 de junio del 754, mientras a orillas del río
Burde, no lejos de Dorkum, aguardaba en pleno campo a buen número de neófitos, a quienes
había citado para conferirles el sacramento de la Confirmación, irrumpió súbitamente una multitud
de idólatras armados. Intentaron los cristianos la defensa, pero el santo les prohibió toda
resistencia, cayendo él martirizado con casi todos sus compañeros. Al recibir el golpe mortal,
Bonifacio levantó a guisa de escudo por encima de su cabeza un libro que tenía en la mano. Ese
libro se conserva hoy teñido en la sangre del mártir; es el tratado de San Isidoro de Sevilla De officiis
ecclesiasticis.
III. Implantación del cristianismo por Carlomagno y Ludovico Pió entre los sajones
1. Con más tenacidad que ningún otro pueblo alemán, los sajones, por razones políticas, se
aferraron al paganismo. Aceptar el cristianismo para ellos suponía someterse al rey de los
francos.
Al subir al trono Carlomagno, se vio obligado a reprimir las incursiones de rapiña de los
sajones en su territorio. Vencidos en 777, Carlomagno les envió misioneros. Pero los sajones se
sublevaron y asesinaron a los predicadores del Evangelio, obligando a renegar de la fe a los
que se habían convertido. Vencidos nuevamente por Carlomagno, hizo degollar a cuatro mil
guerreros prisioneros.
En 785 fueron bautizados los jefes del pueblo sajón Widukindo y Alboin. A principios
del siglo IX todo el pueblo se había convertido y se pudo organizar la jerarquía eclesiástica
con las diócesis de Brema, Osnabrück, Minden y Verelen
IV. Países escandinavos
1. Dinamarca: Habían predicado el Evangelio con escaso fruto Wilibrordo y Wilfrido de
York. En 826 fue bautizado el rey Haraldo y su séquito en Maguncia. Con ellos fue a
Dinamarca San Anscario. Pero tampoco él consiguió nada porque en 831 fue depuesto el rey
Haraldo. San Anscario marchó a Roma, donde el Papa Gregorio IV lo nombró arzobispo
de Hamburgo y vicario apostólico para el norte. Regresó a Dinamarca, y pudo trabajar
libremente, pero no encontró colaboradores que pudieran continuar y consolidar su obra.
Dinamarca aún tardó en convertirse. En 965 se bautizó el rey Haraldo Blaatand; pero la
cristiandad no se consolidó en este país hasta Canuto I (+ 1035). En 1104 Lund quedó
constituida metrópoli de Dinamarca.
2. Suecia: Aquí trabajó San Anscario dos veces (831 y 852), y aquí murió en 865, dejan do
como sucesor a San Rimberto. Pero tampoco aquí fructificó el Evangelio hasta mucho
después de la" muerte de San Anscario. El rey Olaf se hizo bautizar en 1002. Erico IX fundó,
en 1162, la metrópoli de Upsala.
3. Noruega: El rey Hakon, educado en el cristianismo en Inglaterra, trabajó por la
conversión de su reino. Sus sucesores Olaf Trygvesen (995-1000) y Haraldson (1014-1030)
continuaron su obra. En 1148 se fundó la metrópoli de Drontheim.
4. Islandia: Se estableció el cristianismo en el año 1000, con una misión enviada por el rey
de Noruega Olaf Trygvesen. Desde Islandia se extendió el Evangelio a Groenlandia, que
había sido descubierta en 982.
5. Los normandos o wikingos, que se habían establecido en Normandía (Francia) con su jefe
Rollón, recibieron pronto el cristianismo, y reconocieron la soberanía franca al ser bautizado
Rollón (912), que recibió el nombre de Roberto.
V. Conversión de los pueblos de Europa oriental
La penetración del Evangelio en la Europa oriental tuvo un doble origen:
 Occidente: Italia y Alemania.
 Oriente: Constantinopla.
1. Croatas: Su príncipe, Porga, pidió misioneros a Roma (680); pero la población no se hizo
cristiana hasta principios del siglo IX.
2. Carintianos: Los eslovenos de Corintia fueron evangelizados por misioneros provenientes
de Salzburgo, en tiempos de Carlomagno (784). La conversión de su príncipe, Chetumar, fue
el primer paso; la evangelización del pueblo continuó durante el siglo IX por obra de Arno (+
821).
3. Serbios: Fueron obligados a abrazar el cristianismo por el emperador Heraclio (610-641).
Pero apostataron pronto. En 868 fueron obligados de nuevo a la conversión por el
emperador Basilio I, el Macedonio.
4. Los ávaros, emparentados con los hunos, se convirtieron espontáneamente al cristianismo
al ser sometidos por Carlomagno (784).
5. Moravia: A partir del año 803 Carlomagno envió misioneros desde Salzburgo, pero el
rey Ratislao, para evitar la influencia alemana, los despidió y pidió misioneros a Bizanció. El
emperador Miguel III les envió a los hermanos Cirilo (Constantino) y Metodio, que lograron la
conversión de todo el pueblo. Introdujeron el idioma eslavo en la liturgia y tradujeron la Biblia
al eslavo, creando un alfabeto propio.
Llamados a Roma por Nicolás I (867), Cirilo murió allí, Metodio fue consagrado arzobispo; y
nombrado vicario apostólico por Adriano II, eximiéndolo de la jurisdicción del arzobispado de
Salzburgo. Acusado de herejía ante el Papa Juan VIII, fue absuelto y se le autorizó para seguir
los usos y costumbres eslavos introducidos en la liturgia. Metodio murió en 885. El rey
Moimiro II (894-906) pidió que se estableciera la jerarquía eclesiástica; y le fue concedida por
Juan IX (898-900), pero fue impedida por los arzobispos de Salzburgo y Maguncia; Moravia fue
dividida entre Hungría y Bohemia, y no volvió a tener jerarquía propia hasta 1063.
Actividades de San Cirilo y Metodio.
Cirilo y Metodio, acompañados de otros misioneros conocedores de la lengua eslava, se
presentaron en la corte de Ratislao en la primavera del 863, e inmediatamente, con el favor del rey,
dieron comienzo a su predicación. El uso del eslavo despertó en el pueblo gran entusiasmo. ¿Cuál
debía ser la lengua de la liturgia? ¿La griega o la latina? El clero alemán se declaró con decisión en
pro de la latina, usada por los primeros misioneros. Pero no entendida por el pueblo, Cirilo y
Metodio pensaron que la liturgia debía hacerse en la misma lengua que la predicación, y, en
consecuencia, optaron por la eslava. Cirilo había inventado una escritura propia, llamada
glagolítica, para expresar, con signos derivados del alfabeto griego y de otros orientales, el lenguaje
eslavo. Y en esta forma tradujo buena, parte de los Evangelios, de los Hechos Apostólicos y el
Salterio. Pusieron los alemanes el grito en el cielo, alegando que a Dios no se le podía honrar más
que en las tres lenguas del cartel de la cruz: hebreo, griego y latín. A este argumento trilingüe
contestó Cirilo apellidándoles “pilatistas”.
Un triunfo militar de Luis el Germánico sobre Ratislao dio ánimos a los partidarios de la liturgia
latina, y, en atención a sus protestas, el papa Nicolás I invitó a Cirilo y Metodio a que
compareciesen en su presencia. Cuando los dos hermanos se presentaron en Roma (867) acababa
de subir al trono pontificio Adriano II, quien no pudo menos de alabar la profunda devoción de
aquéllos al Vicario de Cristo, su ortodoxo sentir romano-católico y también la innovación de la
liturgia eslava, cuyos libros bendijo el papa. Cirilo y Metodio fueron consagrados obispos y
celebraron solemnemente los oficios litúrgicos en lengua eslava. A Cirilo, ya monje, le sorprendió la
muerte en Roma (869) y fue sepultado en la basílica de San Clemente, cuyas reliquias él había
traído de Crimea. Metodio regresó a Pannonia con una elogiosa recomendación del papa Adriano
II, pero tornó en seguida a Roma para ser consagrado arzobispo (870) de Moravia y Pannonia con
la sede en Sirmio. Pensaba el Pontífice que de esta suerte y con la concesión de la liturgia eslava
lograría retener bajo la influencia romana a los eslovenos, croatas y servios, y quién sabe si también
atraería a los búlgaros, que gravitaban hacia Bizancio. Pero a Metodio le aguardaban amargas
contradicciones. Reunidos en sínodo los obispos alemanes de Passau, Salzburgo y Freising,
temerosos de que con la liturgia eslava sufriera mengua la influencia germánica, condenaron al
santo obispo y lo retuvieron dos años y medio en prisiones, hasta que el papa Juan VIII intervino
para libertar al que ostentaba el título de legado pontificio entre los eslavos. En la cuestión de la
lengua litúrgica creyó Juan VIII que era preciso condescender con los alemanes. Estos cantaron
victoria. ¿Renunciaría Metodio a la obra tan querida y tan eficaz de su apostolado? Interpretando tal
vez la voluntad del papa, y mientras llegaba el momento de darle explicaciones, el celoso apóstol
se persuadió que podía continuar como hasta entonces, y así lo hizo hasta 879.
El clero alemán redobló los ataques con más violencia, acusándole de desobediente a Roma y
de no admitir el Filioque en el credo y ser amigo de Focio. Es extraño que el gran príncipe
Swatopluk (+ 894), paladín del nacionalismo político moravo, menospreciase la lengua materna y se
pusiese de parte de los sacerdotes alemanes, informando en este sentido al Romano Pontífice.
Acaso porque Metodio le reprochaba su vida desordenada y sensual.
Juan VIII llamó a Roma a San Metodio (879), el cual presentó sus descargos con tanta satisfacción
del Papa que, éste volvió a aprobar la liturgia eslava y proclamó, en carta a Swatopluk, la perfecta
ortodoxia del arzobispo de Sirmio (880). El santo apóstol de los eslavos murió tranquilamente
cinco años más tarde (885), probablemente en Vellehrad, capital y corte de Swatopluk.
El reino moravo se derrumbó poco después al empuje de los magiares (906), quedando agregado
en lo eclesiástico a las diócesis de Ratisbona y de Praga. La liturgia eslava, prohibida de nuevo a la
muerte de San Metodio por Esteban V (816-817), se refugió, con algunos discípulos del Santo, en
Bulgaria, de donde años adelante pasaría a Rusia.
6. Bulgaria: Los que primero sembraron la semilla del Evangelio fueron unos prisioneros
griegos. Pero su verdadero apóstol fue su propio rey, Boris, cuya hermana, cautiva en
Constantinopla, se había convertido al cristianismo. Bautizado el año 864 por unos misioneros
enviados por el patriarca Focio, cambió su nombre por el de Miguel. Descontento por la
actitud de Constantinopla, en 866 pidió misioneros al Papa Nicolás I, el cual le envió como
legados a Paulo y a Formoso (futuro Papa) (867), y solucionó sus dudas en sus 106 respuestas a
los búlgaros. Pero los bizantinos consiguieron anexionarlos a su jurisdicción. En 870, el
patriarca Ignacio, a pesar de las reclamaciones de Roma, los sometió a su jurisdicción. La
lucha continuó durante los pontificados de Juan VIII y de Juan X, pero inútilmente. Esta
situación se confirmó definitivamente cuando el emperador Basilio II anexionó Bulgaria al
Imperio bizantino (1081). Los búlgaros seguirán en 1054 el cisma de Bizancio, separándose de
Roma.
7. Bohemia: Sometida por Carlomagno en 805, se bautizaron algunos príncipes; pero
no los imitó la población, que siguió pagana. La fe empezó a arraigar en esta tierra a partir
del 845: al ser bautizados catorce de sus jefes principales. Fueron enviados algunos
misioneros desde Baviera, y el mismo San Metodio, desde Moravia, extendió su radio de
acción hasta Bohemia, al ser bautizados el duque Borziwoi y su esposa Ludmilla. Sus
sucesores Wratislao I (912-925) y San Wenceslao trabajaron por implantar el cristianismo,
pero el hermano de éste, Boleslao I, el cruel, después de asesinarlo, persiguió a los cristianos,
hasta que Otón I lo derrotó y puso en el trono a Boleslao II, el piadoso (967-999), que acabó
de cristianizar el país. Boleslao II fundó el arzobispado de Praga.
8. Los vendos: Inició su evangelización un sacerdote alemán llamado Boso, capellán de
Otón I. Este emperador fundó en 948 el arzobispado de Brandeburgo. El principe
Mistewoi se rebeló contra Otón I e hizo sacrificar a sesenta misioneros. La cristianización
masiva del pueblo no se verificó hasta el reinado de Gottschalk, pero al ser asesinado éste
en 1066, el cristianismo decreció.
9. Polonia: A principios del siglo X, algunos sacerdotes, expulsados de Moravia,
introdujeron el cristianismo en Polonia. En 965 el duque Miecislao I (964-992) se casó con
una hija de Boleslao I de Bohemia, Domhrowska, que era cristiana. Por su influjo se
convirtió Miecislao, y con él una gran parte del pueblo polaco. En 969 se erigió ya la sede
episcopal de Posen, y en el año 1000 se creó el arzobispado de Gnesen. El rey Casimiro (1040-
1058) fundó varios monasterios benedictinos, y sus monjes llevaron a buen término la
evangelización de toda Polonia.
10. Rusia: El Evangelio llegó con misioneros venidos de Constantinopla, en 826. Pero las
conversiones en masa no empezaron hasta que la gran duquesa Olga (Elena), viuda del
príncipe Igor, recibió el bautismo en 955. A petición suya, Otón I envió a Rusia (961) al
obispo Adalberto de Magdeburgo; pero éste fracasó en su misión evangelizadora. El
cristianismo arraigó definitivamente en Rusia en tiempos del nieto de la duquesa Olga,
Vladimiro (980-1015), casado con la princesa Ana de Constantinopla.
Inicialmente la metrópoli eclesiástica rusa estaba en Kiew (1035), pero fue trasladada a Moscú
en 1328. En 1589 la Iglesia rusa se independizó de Constantinopla.
11. San Esteban, en Hungría. Los magiares o húngaros, pertenecientes a una raza mixta, en la
que predomina el tipo ugro-finnico, aparecen en las orillas del mar de Azof a principios del siglo IX,
y a fines del mismo franquean los Cárpatos para establecerse en la Pannonia y Transilvania.
Contenidos en sus irrupciones por el emperador Otón I, en 955 (batalla de Lech), se convierten de
pueblo nómada y devastador en reino bien organizado y en valladar de la civilización occidental
contra las hordas asiáticas. Uno de sus príncipes, por nombre Gilas, se bautizó en Constantinopla el
año 950, y un monje griego, Hieroteo, vino con él a predicar en Hungría, no sabemos con qué fruto.
El duque Geisa (972-997), casado en segundas nupcias con Adelaida de Polonia, al abrazar el
cristianismo en 973, pidió misioneros alemanes, y Otón II le envió a Pelegrín, obispo de Passau; a
San Wolfango, benedictino de Einsiedeln, que llegó a ser obispo de Ratisbona, y a San Adalberto
de Praga. Las conversiones se multiplicaron. Hijo de Geisa fue el rey San Esteban (997-1038), la, más
noble y excelsa figura de la historia húngara. A San Esteban corresponde la gloria de haber hecho
de Hungría un verdadero reino y sobre todo un reino católico y apostólico. Con el título de Rex
apostólicas le condecoró el papa Silvestre II, enviándole, el año 1000, en recompensa de su celo y
devoción a Roma, una cruz de oro, que brillará para siempre incrustada en la corona de los reyes
húngaros. Obras de San Esteban fueron la organización eclesiástica con once diócesis (la de Gran,
metropolitana, año 1000), la fundación de muchos monasterios y la evangelización de Transilvania y
Valaquia. Desgraciadamente, su hijo San Emerico murió en la flor de su juventud (1031). Y al
desaparecer, en 1038, el propio San Esteban, se produjeron disturbios y reacciones paganas, por
efecto de las cuales no faltaron martirios, como el de San Gerardo de Csanad; pero los reyes Andrés
I (1047-1060), Bela I (1060-1063) y, sobre todo, San Ladislao (1077-1095), que añadió a su corona la
Croacia, acabaron con los últimos restos del paganismo, fomentando la cultura católica.
Notemos aquí que en la conversión de los pueblos eslavos y magiares juega un papel
importantísimo, todavía más que en la de los germanos, la acción imperativa y fuerte de los
monarcas.
12. Asia y África.
La frontera meridional de la cristiandad, entre el siglo VII y VIII, se derrumbó al empuje de los
musulmanes desde Mesopotamia hasta los pirineos, pasando por todo el norte de África. Es asunto
particular de otro capítulo. Baste indicar aquí que en las centurias siguientes nunca faltaron
cristianos en Marruecos, Túnez y aun en Libia y Egipto. Los esclavos no tenían libertad de practicar
su religión, pero sí los núcleos bastante numerosos de mercaderes, a los que no les faltaban
algunas pequeñas iglesias u oratorios.
San Francisco de Asís, que en Egipto se atrevió a predicar la fe delante del sultán, tuvo la
intención de pasar a Marruecos, adonde envió un grupo de cinco frailes, que allí anunciaron la
buena nueva, hasta que en 1222 fueron decapitados, mereciendo ser los protomártires de la Orden
franciscana.
Pronto les siguieron los dominicos. En 1224, Fr. Domingo, O. P., llegó con título de obispo y
acompañado de otros misioneros. Martirizado en 1232, le sucedió en la sede el franciscano
Agnellus, y a éste el legado pontificio Lupus, que gobernó la misión de Túnez desde 1246 y asistió
dos años más tarde a la conquista de Sevilla por San Fernando, Marruecos dependía
eclesiásticamente de la sede metropolitana de Sevilla. En el siglo XIV aparecen obispos dominicos
en Marruecos, Pánger y Bugía.
13. Nueva época misionera.
Con la aparición de las Órdenes mendicantes se inicia en la historia de las misiones católicas un
período de características propias y peculiares.
De una parte el inmenso continente asiático se abre a los predicadores del Evangelio, cuando los
tártaros o mogoles, en sus incursiones hacia Occidente, se ponen en contacto con los cristianos
de Europa y aun les alargan la mano para luchar juntos contra los turcos. De otra parte, el
nacimiento de nuevas Órdenes religiosas, de mucha mayor facilidad de movimientos que las
antiguas Órdenes monacales, suscita empresas misioneras que antes hubieran parecido
imposibles.
Los modernos apóstoles tienen que desplazarse a campos vastísimos y fabulosamente lejanos,
donde no pueden ponerse bajo la protección de un príncipe católico. Tienen que habérselas no con
tribus más o menos salvajes, sino con imperios poderosos y bien constituidos. Es preciso que
aprendan lenguas difíciles y que acomoden su predicación y su vida a la ideología y al modo de ser
de esos pueblos.
Consiguientemente tiene que elaborarse de una manera consciente y metódica—como no se
había hecho hasta entonces—una misionología o arte de misionar, porque al misionero se le
presentan problemas que antes nadie había soñado, al menos de una manera universal y
programática: problemas etnológicos, geográficos, lingüísticos, religiosos, de adaptación, etc. Por lo
menos es indudable que para evangelizar a los imperios tártaro-mogoles del Asia empieza a
pensarse en nuevos métodos misionales.
De José Schmidlin son estas palabras: «En los misioneros de la tardía Edad Media tenemos que
reconocer especialmente su celo, intrepidez y espíritu de sacrificio, el cual, sin embargo, iba con
frecuencia impulsado por un entusiasmo desprovisto de fundamentos raciónales y por un
sobrenatural afán del martirio, que, no obstante la nobleza de los motivos, fue derramada en vano
mucha sangre de héroes. Por la lejanía del campo de apostolado y por el método, contrario a toda
coacción, las misiones de esta época se diferencian esencialmente del temprano Medievo y se
aproximan a las de la Edad Nueva».
En los mismos papas del siglo XIII, especialmente en Inocencio IV, Alejandro IV, Nicolás IV, se nota
un afán misionero mucho más universal, que se preocupa de todos los pueblos infieles. Desde el
punto de vista de la nacionalidad, podemos decir que los predicadores del Evangelio representan a
todos los pueblos de la cristiandad, son italianos, españoles, alemanes, ingleses, franceses y eslavos,
predominando los italianos en Asia y los españoles en Marruecos.

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