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Tito Livio, Ab urbe condita libri
Prodigioak
[21.62] Durante aquel invierno acontecieron muchos portentos en Roma y sus
proximidades; o, en cualquier caso, se informó de muchos y fácilmente ganaron
credibilidad, pues una vez que las mentes de los hombres se excitan con temores
supersticiosos se creen tales cosas fácilmente. Se cuenta que un niño de seis meses de
edad, de padres nacidos libres, gritó: "¡Yo Triunfo!" en el mercado de hortalizas; se
cuenta que un buey, en el Foro Boario, subió por sí mismo al tercer piso de una casa y
luego, atemorizado por la ruidosa multitud que se había juntado, se lanzó hacia abajo.
Se vio una nave fantasma navegando por el cielo; el templo de la Esperanza, en el
mercado de hortalizas, fue alcanzado por un rayo; en Lanuvio, la lanza de Juno se
movió por sí misma y un cuervo descendió sobre su templo y se sentó en una almohada;
en territorio amiterno, fueron vistos seres de forma humana y vestidos de blanco, pero
nadie se les acercó; en los alrededores del Piceno hubo una lluvia de piedras; en
Cerveteri se partieron en pedazos las tablillas oraculares; en la Galia, un lobo arrebató a
un centinela su espada con la vaina y huyó con ellas. En cuanto a los demás portentos,
se ordenó a los decenviros que consultasen los Libros Sagrados, pero en el caso de la
lluvia de piedras en el Piceno se decretó una novena, a cuyo término casi toda la
comunidad se encargaría de expiar los restantes prodigios. En primer lugar se purificó la
Ciudad y se sacrificaron víctimas mayores [¿quizás una suovetaurilia?.- N. del T.] a las
deidades mencionadas por los Libros Sagrados; se llevó una ofrenda de cuarenta libras
de oro a Juno [para esta época, ya había cambiado el peso de la libra hasta los 327
gramos; por lo tanto, la ofrenda citada pesó 13,08 kilos.- N. del T.], en Lanuvio, y las
matronas dedicaron una estatua de bronce a esa diosa en el Aventino. En Cerveteri,
donde se habían partido las tablillas, se ordenó un lectisternio [ver Libro 5,13.- N. del
T.] y se ofreció un servicio de intercesión a la Fortuna en el Algido. También en Roma
se ordenó un lectisternio en honor de la Juventud y una rogativa personal de cada cual
en el templo de Hércules, y luego otra en que toda la población participó en todos los
santuarios. Cinco víctimas mayores fueron sacrificadas al Genio de Roma y a Cayo
Atilio Serrano, el pretor, se ordenó que se encargase de llevar a cabo ciertos votos para
que la república permaneciese en el mismo estado durante diez años. Estos ritos y votos,
ordenados en cumplimiento de lo contenido en los Libros Sagrados, hicieron mucho
para disipar los temores religiosos del pueblo.
comercio se consideraba deshonroso para los patricios. La cuestión excitó la más viva
oposición y atrajo sobre Flaminio el peor de los odios posibles de la nobleza por su
apoyo a aquella, pero por otra parte le hizo popular y le convirtió en un favorito del
pueblo, procurándole su segundo consulado. Sospechando, por tanto, que tratarían de
retenerlo en la Ciudad por medios diversos como falsificar los auspicios o retrasándole
porque se le necesitase en el Festival Latino, o cualesquiera otros pretextos de asuntos
responsabilidad del cónsul, hizo saber que debía emprender viaje y luego abandonó
secretamente la Ciudad como individuo particular y así llegó a su provincia. Cuando
esto se supo, hubo un nuevo estallido de indignación por parte del encolerizado Senado;
declararon que llevaba su guerra no solo contra el Senado, sino incluso contra los dioses
inmortales. “La vez anterior,” dijeron, “cuando fue elegido cónsul en contra de los
auspicios y se le ordenó regresar del mismo campo de batalla, desobedeció tanto a los
dioses como a los hombres. Ahora él es consciente de haberlos despreciado y ha huido
del Capitolio y de la acostumbrada declamación de los solemnes votos. Se niega a
acudir al templo de Júpiter Óptimo Máximo el día de su toma de posesión, de acudir y
consultar al Senado, al que era odioso y que solo a él detestaba, a proclamar el Festival
Latino y ofrendar el sacrificio a Júpiter Laciar en el Monte Albano, a seguir hasta el
Capitolio, tras tomar debidamente los auspicios, y recitar los votos prescritos, y desde
allí, vestido con el paludamento y escoltado por los lictores, marchar a su provincia. Se
había marchado furtivamente sin su insignia del cargo, sin sus lictores, como si fuese
cualquier empleado del campamento y hubiese abandonado su tierra natal para ir al
exilio. Creía, en verdad, que estaba más en consonancia con la majestad de su cargo
tomar posesión del mismo en Rímini que en Roma, y vestir sus vestiduras oficiales en
cualquier posada del camino que en el mismo corazón y en presencia de sus propios
dioses patrios”. Se decidió por unanimidad que había que hacerle volver, traído de
vuelta a la fuerza si era preciso, y obligado a cumplir, en el acto, con todos los deberes
que debía cumplir hacia los dioses y los hombres, antes de marchar hacia su ejército y
su provincia. Quinto Terencio y Marco Antiscio marcharon en embajada con este
encargo, pero no influyeron sobre él más de lo que lo hizo la carta del Senado en su
anterior consulado. Pocos días después tomó posesión de la magistratura y mientras
ofrecía su sacrificio, el ternero, tras ser golpeado, se escapó de las manos de los
sacrificantes y salpicó a muchos de los espectadores con su sangre. Se produjo una
confusión y gran dispersión entre quienes estaban alejados del altar y no sabían a qué se
debía tan gran conmoción; mucha gente lo consideró como un presagio de lo más
alarmante. Flaminio se hizo cargo de las dos legiones de Sempronio, el último cónsul, y
de las dos de Cayo Atilio, el pretor, y comenzó su marcha hacia Etruria por los pasos de
los Apeninos.
escala. Debían dedicarse los Grandes Juegos a Júpiter, un templo a Venus Ericina y otro
a la Razón; se debía celebrar un lectisternio y hacerse solemnes rogativas; se debía
dedicar también una Primavera Sagrada [durante la que se ofrecían las primicias de las
cosechas a los dioses y sacrificios humanos que, más tarde, se cambiaron por sacrificios
animales.- N. del T.]. Todas estas cosas se debían hacer si se quería vencer en la guerra
y que la república se conservara en el mismo estado que estaba al comienzo de la
guerra. Como Fabio estaría completamente ocupado con los necesarios preparativos
bélicos, el Senado, con la unánime aprobación del colegio pontifical, ordenó al pretor,
Marco Emilio, que se encargase de que todas aquellas órdenes se cumpliesen en su
debido tempo.
Ver sacrum
[22,10] Después de que estas resoluciones fuesen aprobadas en el Senado, el pretor
consultó al colegio pontifical sobre las medidas adecuadas para cumplimentarlas y
Lucio Cornelio Léntulo, el Pontífice Máximo, decidió que el primer paso a dar era
remitir al pueblo el asunto de la “Primavera Sagrada”, ya que esta clase particular de
ofrenda no podía llevarse a cabo sin la aprobación del pueblo. La forma de proceder era
así: el pretor preguntaba a la Asamblea “¿Es vuestro deseo y voluntad que todo se haga
de la manera siguiente?, es decir, que si la república de los romanos y los quirites ha de
preservarse, como rezo para que así sea, sana y salva en las actuales guerras –a saber, la
que es entre Roma y Cartago y la mantenida con los galos al otro lado de los Alpes-
entonces que los romanos y quirites presenten como ofrenda cuanto produzca la
primavera de sus ganados y rebaños, sean cerdos, u ovejas, o cabras, o vacas y todo
cuanto no está consagrado a ninguna otra deidad, y se consagre a Júpiter desde el
momento en que el Senado y el pueblo lo ordenen. Cualquiera que haga una ofrenda,
que lo haga en cualquier momento y en cualquier modo que desee y, en cualquier forma
que lo haga, se contabilizará como debidamente ofrendado. Si el animal que debiera
haber sido sacrificado muere, será como si no hubiera sido consagrado y no habrá
pecado. Si algún hombre hiere o mata algo consagrado sin darse cuenta, no será
condenado. Si un hombre robase alguno de tales animales, el pueblo ni él cargarán con
la culpa de lo robado. Si un hombre sacrifica, sin darse cuenta, en día nefasto, el
sacrifcio será válido [en los días nefastos, señalados en el calendario establecido por el
rey Numa, no se podían efectuar negocios públicos.- N. del T.]. Lo haga de día o de
noche, sea esclavo o libre, se contará como debidamente ofrendado. Si se presenta
cualquier sacrificio antes de que el Senado y el pueblo lo hayan ordenado, el pueblo
estará libre y absuelto de toda culpa en adelante”. Con el mismo motivo, se ofrecieron
unos Grandes Juegos con un costo de trescientos treinta y tres mil trescientos treinta y
tres con treinta y tres ases [a 27,25 gramos de bronce por as del 217 a.C., equivaldrían a
unos 9083,33 kilos de bronce], además de trescientos bueyes a Júpiter y un buey blanco
y demás víctimas acostumbradas a una serie de dioses. Una vez debidamente
pronunciados los votos, se ordenó una rogativa de intercesión, y no solo la población de
la Ciudad, sino la gente de las comarcas rurales, cuyos intereses privados se estaban
viendo afectados por la angustia pública, marcharon en procesión con sus esposas e
hijos. A continuación se celebró un lectisternio durante tres días bajo la supervisión de
los decenviros encargados de los Libros Sagrados. Se exhibieron públicamente seis
lechos; uno de Júpiter y Juno, otro de Neptuno y Minerva, un tercero para Marte y
Venus, el cuarto para Apolo y Diana, el quinto para Vulcano y Vesta y el sexto para
Mercurio y Ceres. Esto fue seguido por la dedicatoria de templos. Quinto Fabio
Máximo, como dictador, dedicó el templo de Venus Ericina, ya que los Libros del
Destino habían establecido que esta dedicación debía ser efectuada por el hombre que
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tuviera la suprema autoridad del Estado. Tito Otacilio, el pretor, consagró el otro a la
Razón.
Emakumeen protagonismoa
[26,9] Un mensajero, que había viajado desde Fregellas un día y una noche sin parar,
provocó gran alarma en Roma, y la excitación fue aumentada por las gentes que corrían
por la Ciudad exagerando las noticias que aquel había traído. El grito de lamento de las
matronas se escuchaba por todas partes, no sólo en casas privadas, sino también en los
templos. Se arrodillaban en estos y arrastraban sus cabellos despeinados por el suelo,
levantando las manos al cielo y lamentándose y suplicando a los dioses para que
mantuvieran la Ciudad de Roma lejos de las manos del enemigo y que preservaran a sus
madres e hijos de todo daño y ultraje. Los senadores permanecieron en sesión en el Foro
con el fin de estar a disposición de los magistrados, por si deseaban consultarles.
[21.62] En primer lugar se purificó la Ciudad y se sacrificaron víctimas mayores a las
deidades mencionadas por los Libros Sagrados; se llevó una ofrenda de cuarenta libras
de oro a Juno, en Lanuvio, y las matronas dedicaron una estatua de bronce a esa diosa
en el Aventino.
[25,2] Varios sacerdotes públicos murieron aquel año: Lucio Cornelio Léntulo, el sumo
pontífice; Cayo Papirio Masón, hijo de Cayo, uno de los pontífices; Publio Furio Filo el
augur y Cayo Papirio Masón, hijo de Lucio, decenviro sagrado [uno de los guardianes
de los Libros Sibilinos.-N. del T.]. Marco Cornelio Cétego fue nombrado sumo
pontífice en lugar de Léntulo y Cneo Servilio Cepión en lugar de Papirio. Lucio Quincio
Flaminio fue nombrado augur y Lucio Cornelio Léntulo decenviro sagrado.
[4.25] Los tribunos de la plebe celebraron constantes reuniones de la Asamblea con
miras a impedir la elección de los cónsules, y después de plantear asuntos casi hasta el
nombramiento de un interrex, lograron que se eligieran tribunos militares consulares.
Buscaron plebeyos a los que elegir como recompensa a sus esfuerzos, pero no se
presentó ninguno; todos los elegidos fueron patricios. Sus nombres eran: Marco Fabio
Vibulano, Marco Folio, y Lucio Sergio Fidenas. La peste de ese año -433 a.C.- mantuvo
todo en calma. Los duumviros ejecutaron muchas cosas, prescritas por los libros
sagrados, para apaciguar la ira de los dioses y eliminar la peste del pueblo. La tasa de
mortalidad, no obstante, fue elevada tanto en la Ciudad como en los distritos agrarios;
hombres y bestias perecieron por igual. Debido a las pérdidas entre los agricultores, se
temió por una hambruna a consecuencia de la peste y se enviaron agentes a Etruria, al
territorio pontino y Cumas, y luego hasta a Sicilia para obtener grano. No se hizo
mención de la elección de los cónsules; fueron nombrados tribunos militares consulares,
todos patricios. Sus nombres eran Lucio Pinario Mamerco, Lucio Furio Medulino y
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Espurio Postumio Albo. En este año -432 a.C.- la violencia de la epidemia disminuyó y
no hubo escasez de grano, debido a la provisión que se había hecho. Se discutieron
proyectos de guerra en los consejos nacionales de los volscos y ecuos y, en Etruria, en
el templo de Voltumna. Allí, la cuestión se aplazó por un año y se aprobó un decreto
para que no se celebrara ningún Consejo hasta trascurrido el año, a pesar de las protestas
de los veyentinos, quienes declararon que el mismo destino que se había apoderado de
Fidenas los amenazaba.