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¿Qué está pasando en Arequipa?

César Félix Sánchez

Cierta perplejidad generaron las palabras del director regional de Salud de Arequipa,
Leonardo Chirinos, que anunció el sábado último que la emergencia del COVID «va rebasar el
sistema de salud, lo tenemos claro, va a pasar lo que está ocurriendo en Loreto y eso no queremos,
pero nos falta el apoyo de la población». Sin embargo, ni siquiera el temblor de 5.8 que se sintió la
madrugada del domingo pudo ocasionar el mínimo pánico en la población y hoy lunes, el pueblo ha
retomado sus asuntos cotidianos en medio de la seudocuarentena, pero, eso sí, ya sin transporte
público, que ha vuelto a quedar prohibido de circular hasta el 14 de junio (ya había existido una
primera suspensión del transporte público decretada por el Comando Covid entre el 2 de mayo y el
25 de mayo).

¿Cuál es la razón de la alarma del director regional? ¿Será acaso que en Arequipa el COVID
se expande brutalmente, sembrando el horror a su paso como en Loreto y en el norte, como
profetizaban algunos para las primeras semanas de mayo? El aumento de contagios detectados, al
margen de lo incierto de la cifra de los tests serológicos y del muy probable sub-registro, obedece
quizá al aumento de las pruebas, que recién este mes empezaron a realizarse de manera más o
menos sistemática. Con todo, el número de contagiados se mantiene en un porcentaje sobre la
población total de la región de 0.24 %, cercano incluso al de la «modélica» Moquegua (0.27 %).
Nuevamente estamos ante la bendición de la altura, de la sequedad y del sol, claro está que
bastante morigerada por la gran densidad de una ciudad grande como Arequipa. Pero lo que ocurre
no es nada que (en teoría) el segundo sistema sanitario (en teoría) del país no pueda afrontar. ¿Qué
ha pasado, entonces? Pues lo que siempre ocurre en el Perú: gran negligencia casi criminal en la
gestión de la crisis.

La causa inmediata de la alarma es que se está llegando a una extraña situación de «estrés
sanitario». Como informaba El Pueblo ayer (31/05/2020) «en Arequipa ya no hay camas UCI para
pacientes COVID-19». Es decir, se tiene actualmente a 33 personas en las UCI de la región, siendo
este el tope hasta el día de ayer. Y ya parece haber ocurrido la primera muerte (oficialmente
reconocida) por falta de acceso a estos cuidados. Como se recordará, 14 ventiladores mecánicos
(elementos fundamentales de las UCI) fueron enviados para su reparación en Lima ¡el 30 de abril! y
todavía no han sido devueltos y ni siquiera el MINSA, como señala la Defensoría del Pueblo, ha
emitido hasta la fecha un informe oficial sobre su estado. Cuando el Comando COVID los envió, se
señaló que la «reparación por la Dirección General de Infraestructura y Mantenimiento del MINSA
demorará entre 10 y 15 días». Es decir, para el 10 o 15 de mayo a más tardar. Hace cerca 20 días
deberían estar ya aquí. Pero no se oye, padre. Y los congresistas de Arequipa: bien, gracias.

La que si llegó a Arequipa fue la viceministra de Salud Nancy Zerpa, el domingo 24 de mayo,
acompañando a Vicente Zeballos, y, off the record, «señaló que no todos los ventiladores serán
enviados, pues se tuvo que sacar piezas de unos para colocarlos a otros. Estimó que 5 de estos
equipos serían enviados esta semana, sin embargo aún no lo han hecho» (El Pueblo, 31/05/20, p.2).
Eso sí, supuestamente hizo entrega de tres ventiladores extra. Y aquí empieza lo más curioso: «El
Pueblo se comunicó con Richard Hernández, director del (hospital) Honorio Delgado, designado
como el hospital COVID para preguntar por los 3 ventiladores que entregó la viceministra el fin de
semana pasado y si estos ya habían sido instalados. Hernández evitó responder las preguntas y pidió
que lo llamemos mañana» (ibíd.). ¿Qué habrá pasado? ¿Será que quizá el pobre doctor Hernández
se ha visto obligado a «cubrir las espaldas» de ciertas autoridades nacionales acostumbradas a
entregas imaginarias e inauguraciones inexistentes? Ojalá que no.

Por otro lado, recordé a la sazón los 28 ventiladores que la Cámara de Comercio e Industria
de Arequipa donó al Comando COVID el 8 de abril y el 13 de mayo, todos certificados por la
DIGEMID y de tipo no invasivo. ¿Estarán ya disponibles en las UCI? Esperemos que este esfuerzo,
inédito en la historia reciente de la ciudad y que nos recuerda el viejo –y ya casi olvidado-
compromiso de los liderazgos empresariales arequipeños, haya sido bien aprovechado y no
dilapidado por los «gestores» estatales de la crisis.

Cuando el 8 de abril Lima decretó la constitución del Comando COVID en Arequipa, liderado
por el general Edward Gratelly, algunos sectores de la población saludaron con entusiasmo esa
medida, viéndola como una suerte de derrocamiento práctico del inefable Elmer Cáceres Llica. Lo
cierto es que el general, siguiendo el ejemplo de Vizcarra, se hizo pronto aficionado a las «medidas
tajantes» aunque sin el tono destemplado y maníaco de su jefe. Así, el supuesto mayor foco
infeccioso de la región –la informalísima plataforma comercial Andrés Avelino Cáceres- fue cerrado.
Y también se dio la gran paradoja de que Arequipa, con menos casos y en una situación sanitaria
menos terrible que la de Lima, no contase con transporte público durante casi todo mayo mientras
Lima gozaba del Metropolitano, el Tren Eléctrico y los corredores. ¿Significó eso alguna mejora
significativa? No, según el mismo Comando COVID. Los enfermos que ahora saturan las UCI se
contagiaron cuando no había ni Avelino ni transporte público en Arequipa.

Sea lo que fuere, esta suspensión de transportes hará increíblemente más difícil la
reactivación económica ulterior de la ciudad. Y –como ocurrió en mayo– no impedirá el eventual
colapso sanitario.

Pero ¿qué pasó en una Arequipa que hasta hace muy poco contaba con menos contagios?
Escuché a lo largo de abril un persistente rumor sobre un segundo foco de contagio – luego del caso
cero arequipeño– vinculado a un grupo de policías nacionales contagiados trasladados desde Lima
para lidiar con la emergencia. ¿Será una leyenda urbana?

Lo cierto es que revisando en las noticias uno se topa con datos bastante interesantes: para
el 22 de abril, de los 276 contagiados 53 eran policías, casi un 20 %. Podría deberse, claro está, al
hecho de que la movilidad de los policías los hacía más susceptibles al contagio, pero, con un
universo todavía reducido de contagiados, las probabilidades de un contagio itinerante son
menores.

Vayamos más atrás, a los primeros 19 policías contagiados, descubiertos alrededor del 10 de
abril. Los tres primeros policías «que dieron positivo ayer jueves (9 de abril), fueron destacados
desde la División Nacional de Operaciones Especiales (Dinoes) Lima». Y los otros 16 dieron positivo
el viernes 10 de abril. ¿Qué tenían en común estos 19 primeros casos? Que todos estaban en la sede
de la DINOES. Es decir: los primeros policías infectados en Arequipa venían destacados de Lima y los
demás contagios primordiales trabajaban con ellos. De ahí la expansión llegaría a la USE, a la
Comisaría de Bustamante y Rivero y, eventualmente, al puesto policial del Avelino. No me extrañaría
que, en este mundo kafkiano en el que estamos viviendo, hayan sido los policías quienes acabaron
por infectar a los comerciantes.
Pero ¿acaso los policías que fueron trasladados de Lima a Arequipa durante la emergencia
no fueron previamente evaluados, según los protocolos, para saber si estaban infectados? Claro que
sí, pero con las famosas pruebas rápidas, que han sido aplicadas de manera generalizada para la
policía. No solo la familia Ushiñaua y cientos de peruanos, sino toda la región Arequipa han sido
víctimas de pruebas que nadie en el mundo, con excepción del Perú, usa como diagnóstico y que
incluso la OMS desaconseja.

La «profecía» del 24 de marzo del doctor Eduardo Bustamante –quizá la persona más
insultada y atacada por los trolls y mercenarios vizcarristas en los últimos meses– sobre que el uso
de estas pruebas llevaría «a una crisis social y de salud pública, porque lo que va a haber es una muy
alta cantidad de falsos negativos» (min. 20:23-20:35) se ha cumplido plenamente.

Apenas la situación se regularice, habrá que investigar qué ocurrió con los ventiladores de
Arequipa, cómo pudo producirse el traslado de policías contagiados de Lima y hasta qué punto la
gestión del Comando COVID del general Gratelly ha funcionado. Por lo pronto, ya casos de
extorsiones grotescas y millonarias con el pretexto de la cuarentena empiezan a saberse, incluso
llegando los escándalos a comprometer a las más altas autoridades del Comando.

Pronto, los contagios disminuirán, al margen de las medidas que se tomen, y el coronavirus
pasará, como tantas otras tragedias históricas del Perú. Pero el cinismo, la negligencia hipócrita, la
corrupción y el desprecio hacia el pueblo y hacia las regiones de parte del gobierno quizá no pasen
tan pronto. En esta circunstancia, el verdadero virus es la sumisión. Hace varias décadas, el loco
Alberto Hidalgo escribía sobre Arequipa: «Ciudad con filosofía de semilla, pues donde cae un
desacierto brota enseguida una revolución». Pero parece ser que estos grandes desaciertos –más
crueles, insultantes y repulsivos que el intento de privatización de Egasa y Egesur o que el proyecto
Tía María– quedarán impunes, por la venalidad de los «liderazgos» sociales, académicos y
periodísticos locales, hipotecados en cuerpo y alma al vizcarrismo.

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