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l cuento de la vida

BLOG - La soportable levedad - Francis Fernández - Domingo, 11 de Septiembre de 2016 


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KENT WILIIAMS
'El ahogado más hermoso del mundo', cuento de Gabriel García Márquez.

Probablemente el mundo es una entelequia y seguramente la vida es un sueño, pero las personas y
sus esperanzas son como esos cuentos que nos acunan cuando somos niños, tan reales, que sin ellos
nos sentiríamos tan solos y fuera de lugar como un bufón en un cementerio.
La vida es un cuento, o al menos deberíamos tomárnosla como si lo fuera.  Y los cuentos
son parte de nuestra vida, o al menos deberían serlo. Ficción y realidad son dos caras de
la misma verdad, la vida. Una dota de sentido y narración a la otra. La otra añade la
verosimilitud del dolor, la ausencia, la alegría, el amor o el odio. Somos narración. Todos
elementos de la misma historia que se entrelazan en nuestra biografía. Todos somos un
cuento que soñamos ser leídos al calor de una sonrisa, o con la caricia de una lágrima.

Cada mañana comienza un capítulo de la novela de nuestra vida; nos miramos en el


espejo que refleja nuestras esperanzas y temores, y elegimos el vestuario de nuestras
almas. Tras el prólogo, comienza el desfile de máscaras que cubren nuestros rostros;
amable con quienes amamos, indiferente con quienes no nos importan, merecidamente o
no, sonriente con quienes nos ofrecen su compañía, triste con aquellos con los que
compartimos algún amargo capítulo de nuestros cuentos, y así decenas de máscaras que
cubren los sentidos ocultos de los versos escondidos tras la prosa con la que escribimos
nuestro trato con los demás.
Al transcurrir el día, maquillamos las cicatrices que en nuestras máscaras dejaron las
lágrimas, y reímos al ver las arrugas que dejaron las sonrisas propias o ajenas. Como en
cualquier historia que merezca realmente la pena, la trama se enriquece con el juego de
deslices, confusiones, anhelos y alegrías que acompañan nuestro devenir por las páginas
de nuestro relato.

Al anochecer se acercan las páginas finales de nuestro cuento diario y hacemos una
pausa en la lectura para recordar las mejores páginas, esos instantes mágicos de nuestro
día que iluminaron cada instante que mereció la pena vivir y que iluminarán nuestros
sueños, esos espacios entre cuento y cuento donde se almacenan las semillas de los
reglones del día siguiente. Pero cada sueño encuentra su límite en las pesadillas, esas
que devienen de las frías cenizas de las esperanzas calcinadas por la realidad impuesta,
que quiebra nuestro corazón refugiado en el crepúsculo. Y con el insomnio nuestras
agotadas máscaras se quiebran en nuestros rostros y nuestras almas quedan desnudas
con el nuevo amanecer. Y volvemos a mirarnos en el espejo inquietos y atrapados entre la
duda y la esperanza, porque como cada día tan sólo el abismo nos devuelve la mirada. El
abismo del vacío de las páginas sin empezar del cuento de cada día. Pero todo abismo,
como todo vacío, tan sólo está a la espera de encontrar un camino que lo cruce, una
historia que comience un nuevo relato, un nuevo cuento con el que hilar los enredados
hilos de las historias que narran lo que fuimos, lo que somos, lo que seremos.
Lo que nunca deberíamos hacer es simplemente ser lectores del libro de nuestra vida, sin
ser capaces de soñar con cada frase que allí se escribe, siendo protagonistas, y no tan
sólo viviendo lo que otros narran sobre nosotros, y soñando los sueños ajenos. Se trata de
ser el protagonista de tu propia historia, nunca dejar que los demás te conviertan en un
personaje secundario de tu propio cuento. Tú eres el autor y el principal lector. Al fin y al
cabo, la principal diferencia entre aquello que llaman realidad y lo que denominan ficción,
es que en el primer caso tratan de escribirnos el guion de nuestras vidas, mientras
nosotros apenas podemos realizar algún que otro comentario al margen. En la ficción,
podemos narrar nosotros el relato de nuestras vivencias, y son los otros los que tratan de
hacer anotaciones al margen. Encontremos una forma de vivir cada realidad como si fuera
ficción, para de tal manera encontrar una forma de narración compartida, que nos permita
mantener el control de nuestra narrativa, dejando también que los lectores de nuestra vida
puedan participar de su escritura, y no tan sólo de dejarles escribir alguna que otra cita al
margen, pero sin destronarnos como autores.
Si la gramática va a dominar nuestras vidas, nunca dejemos que nos conviertan en un
pretérito imperfecto, en verbos irregulares que buscan desesperadamente un predicado, y
ser qué, tan sólo un presente de indicativo soñando un futuro pluscuamperfecto, aquello
que hubiéramos podido ser.

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