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Hace muchos, muchos años, cuando era apenas un chiquillo curioso, encontré en las historias

que mi bisabuela me contaba un tesoro inigualable. Aquellas tardes, sentado en el suelo de su


acogedor hogar, esperaba ansioso a que la vieja butaca crujiente cediera su lugar para dar paso
a un mundo de cuentos que se desplegaban como mapas mágicos.

El primer cuento, tan simple como un susurro de hadas, me llevó a tierras lejanas donde los
buenos vencían a los malos con un valor inquebrantable. Sus palabras eran como estrellas
fugaces que iluminaban mi imaginación, y cada personaje cobraba vida en mis sueños
infantiles.

Luego, mi bisabuela tejió un relato más cercano a su corazón. Habló de su propia infancia, de
juegos bajo el sol y risas que resonaban en campos verdes. Con cada palabra, sentía cómo el
pasado se convertía en presente, y me convertía en un cómplice de sus recuerdos.

El tercer cuento fue un romance que destilaba amor en cada párrafo. Mi bisabuela narró cómo
conoció a mi bisabuelo, sus miradas cómplices y las cartas de amor que cruzaban distancias.
Sus palabras eran como melodías suaves que acariciaban mis oídos, creando un cuadro de
ternura que se quedó grabado en mi corazón.

El cuarto cuento, más profundo y reflexivo, me llevó a través de desafíos y superaciones. Mi


bisabuela compartió momentos difíciles, pérdidas que se transformaron en lecciones de
fortaleza. Cada palabra resonaba con la sabiduría de quien ha enfrentado la adversidad y ha
emergido con una luz renovada.

Después de cada cuento, mi bisabuela sonreía con cariño y me acariciaba la cabeza, como si
cada historia compartida creara un lazo invisible entre nosotros. A medida que crecía, esos
cuentos se volvían más que simples relatos; se convertían en la esencia de mi comprensión del
mundo.

Hoy, al celebrar mi primer año de existencia, reflexiono sobre esos momentos dorados. Las
historias de mi bisabuela no solo me llevaron a mundos imaginarios, sino que también me
enseñaron a apreciar la magia de las palabras. Cada cuento sembró en mí la semilla de la
escritura, una pasión que florece en este rincón digital.

Así, desde este espacio de palabras, comparto contigo la experiencia de un niño que descubrió
la riqueza de los cuentos contados por su bisabuela. Un regalo atemporal que, hasta el día de
hoy, sigue inspirando mis propias travesías entre líneas y páginas en blanco.

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