Está en la página 1de 7

El delito de lavado de activos de origen delictivo y sus vicisitudes

D'Albora (h.), Francisco J.

Publicado en: Sup. Penal 2010 (agosto), 1-LA LEY 2010-D, 1292 -Enfoques 2011 (marzo), 122

Sumario: I. Introducción. — II. Cuestiones previas. — III. El tipo penal vigente y las dificultades que presenta. — IV. Propuestas
para una reforma. — V. Recomendación de FIPLA. — VI. Aspectos centrales del nuevo proyecto. — VII. Colofón.

--------------------------------------------------------------------------------

I. Introducción
El fenómeno del lavado de dinero, con los alcances que asumió en la última parte del siglo veinte, se ha convertido en el
paradigma de los efectos de la globalización en el mundo delictivo.
Desde una perspectiva científica, el crimen transnacional organizado, en general, y el lavado de dinero, en particular, han
determinado la necesidad de desarrollar una categoría jurídica que, cada vez con mayor intensidad, presenta rasgos de
autonomía.
El avance del tema, sin embargo, se ha disparado vertiginosamente recorriendo en forma paralela distintos andariveles; por
manera que, en definitiva, se superponen con algún desorden cuestiones de derecho penal, regulaciones administrativas,
definiciones de política criminal, herramientas de micro y macro economía, entre otros aspectos de innegable vinculación con su
esencia. Lamentablemente, al intenso interés científico deben adosarse innumerables escolios periodísticos de difusión masiva,
proyectos legislativos -de emergencia y otras layas- y la permanente sensación popular de que la regulación y el control del
lavado de dinero se encuentran ineludiblemente condicionados por los vericuetos de la política vernácula.

II. Cuestiones previas


1. Todos entendemos de qué hablamos cuando nos referimos al lavado de dinero en lenguaje coloquial. La definición jurídica,
incluso, resulta accesible para el ciudadano común: proceso en virtud del cual los bienes de origen ilícito pretenden su
integración en la economía formal con la apariencia de haber sido obtenidos en forma lícita.
Ahora bien, si pretendemos encarar el asunto desde la perspectiva del derecho penal, para construir un tipo que refleje el estado
actual de la discusión científica, sin caer encandilados en las simplificaciones y yerros dogmáticos de quienes pretenden hacer
tabla rasa con sus fundamentos, supuestamente a favor de un combate sin cuartel al crimen organizado, la cuestión parece
bastante más compleja.
Hasta ahora, la mayor parte de los analistas técnicos han abordado el tópico cediendo a la tentación de utilizar a la globalización
-y las sustanciales modificaciones que produjo en los distintos aspectos de la vida moderna- como punto de partida. En nuestra
opinión, ahí radica el motivo en virtud del cual seguimos discutiendo la cuadratura del círculo con magros resultados concretos,
tanto en la faz preventiva como en la represiva.
Comenzar a pensar en el lavado de dinero como delito impone realizar un exhaustivo análisis de aquello que se quiere proteger
utilizando la última razón del sistema jurídico. En tal sentido, nos parece que la cuestión axil, presupuesto de una adecuada
identificación del bien jurídicamente protegido, pasa por tomar posición en punto a cuál es el objetivo real que se persigue al
decidir su tipificación: combatir al crimen organizado oponiéndole un frente global homogéneo que opere como una suerte de
“legalidad organizada” o, muy por el contrario, crear un mero instrumento de intenso control socioeconómico que permita
perfeccionar el arsenal estatal, imponiendo regulaciones que ineludiblemente restringen el ámbito de reserva garantizado por el
artículo 19 de la Constitución Nacional?
Aceptar una ineludible y acotada injerencia estatal en la actividad de los particulares, siempre dentro del límite tolerado por el
principio de reserva (1), en función de la necesidad de evitar que las utilidades del crimen organizado infecten los sistemas
económicos legales, y como una de las pocas alternativas razonables conocidas para combatirlo eficazmente, resulta
absolutamente distinto que admitir la utilización creciente de semejantes herramientas al solo efecto de controlar las actividades
lícitas de los ciudadanos. Aunque en este último caso se declame la misma finalidad: si los instrumentos utilizados poco o nada
afectan la expansión de las actividades delictivas, el marco regulatorio, aunque se adecue a los requerimientos internacionales, se
limita a operar como un mero e ilegítimo factor de control social o económico. He aquí el primer peligro que debemos confutar.
En ese orden de ideas, identificado el ámbito de protección penal de bienes jurídicos en el que debiera ubicarse el delito,
atendiendo a su pluriofensividad, parece claro que ello impone acudir al estado actual de la discusión y considerar los de carácter
supraindividual o pluripersonal, circunstancia que impone acudir a una ley penal especial y abandonar el limitado marco de
opciones del Libro Segundo de nuestro Código Penal -camino al centenario-, cuyos XII Títulos reflejan una concepción ya
superada en la dogmática moderna. Una buena alternativa a considerar podría ser el orden socioeconómico, con un contenido
similar al que exhibe el Código Penal español de 1995.
2. En lo referido a los delitos previos, esto es aquellos que generan la ganancia ilícita que luego será objeto de las diversas
conductas típicas del lavado de activos, el punto de partida inicial, aceptado en general tal cual lo postularon los organismos
internacionales que se ocupan del tema (2), puede ser hoy seriamente cuestionado desde la perspectiva del mismo Derecho
Penal. Es que la creación de nuevos delitos, que en definitiva consisten en formas de participación posdelictual y que, de alguna u
otra forma, ya figuraban en los distintos códigos penales, al menos en los sistemas jurídicos europeos o continentales, a través de
la participación criminal o el encubrimiento, debiera encararse sin desatender la señera advertencia que alerta sobre los peligros
que encierra para una sociedad libre, en un estado de derecho, un indebido ensanchamiento de la persecución penal por hechos
que, en el peor de los supuestos, debieran ser considerados por otras áreas del ordenamiento jurídico (3).
En definitiva, la escasa eficacia de los tipos penales de lavado de dinero en el derecho comparado, y muy especialmente en
nuestro país, en atención a la magnitud global del fenómeno comparada con la limitada cantidad de sentencias condenatorias,
impone reformular los presupuestos iniciales (4).
Por eso creemos que, en relación a los delitos previos, hay serios motivos para reconsiderar si incluso la totalidad de los delitos
asociados al crimen organizado justifica, hoy en día, su presencia como elementos del tipo objetivo. Va de suyo que objetamos
rotundamente la posición asumida por el legislador en la Ley 25.246 al admitir a todos los delitos de nuestro ordenamiento
jurídico en tal carácter. Sólo una lectura sesgada de las 40 Recomendaciones del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI)
puede concluir semejante desatino; la referencia a la mayor cantidad posible de delitos debe ser entendida en su relación con el
crimen organizado.
Pero este baremo ya no es considerado como suficiente y con acierto se postula una precisa limitación en cuanto a admitir como
delitos previos sólo aquellos con capacidad para afectar el normal funcionamiento de los mecanismos superiores de la economía
(5).
3. En cuanto al sistema administrativo de prevención y control del lavado de activos -y la financiación del terrorismo-, el eje
principal radica en la facultad conferida por el legislador a la Unidad de Información Financiera (UIF), en el párrafo segundo del
inciso b) del artículo 21, para establecer “... a través de pautas objetivas, las modalidades, oportunidades y límites del
cumplimiento de esta obligación para cada categoría de obligado y tipo de actividad; ...”. Dicho en términos sencillos, para
especificar qué y cómo debe informar cada uno de los sujetos obligados. Va de suyo, entonces, que resulta un presupuesto
ineludible de la entrada en vigencia de la obligación de informar operaciones inusuales o sospechosas, el dictado por parte de la
UIF de la reglamentación respectiva dentro de los estrictos límites del cometido que le asignara el legislador.
La más superficial de las lecturas de las distintas resoluciones dictadas por la UIF, evidencia un detallismo exagerado para regular
la concertación de operaciones y la información que debe requerirse a la clientela, resultando la imposición de una inadmisible
cantidad de obligaciones que exceden el marco impuesto por la ley, convirtiendo virtualmente al poder administrador en poder
legislativo, en contravención a lo que indican los artículos 1, 19, 28, 99 inciso 2° y 103 de la Constitución Nacional. Además, el
cúmulo de obligaciones referido conspira contra el normal ejercicio de las respectivas actividades específicas de cada uno de los
sujetos alcanzados por la reglamentación, vulnerando la garantía establecida por el artículo 14 id (6).
La naturaleza exclusivamente estatal de las funciones genéricas de contralor admite la convocatoria a los particulares para su
complementación, en tanto y en cuanto ello resulte una alternativa válida para su correcta y eficaz implementación. Pero bajo
ningún punto de vista pueden imponerse obligaciones tales que, en calidad y cantidad, comprometan o dificulten el desempeño
de la propia actividad, en todos los casos lícita, con manifiesta intención de lucro legítimo, reguladas por el estado e importante
fuente de recaudación tributaria.

III. El tipo penal vigente y las dificultades que presenta (7).


La Ley 25.246 (8) tipificó el delito de lavado de activos incorporando las previsiones indicadas por el Grupo de Acción Financiera
Internacional (GAFI) en el documento denominado 40 Recomendaciones -en realidad son 49 puesto que se añadieron 9
adicionales para prevenir el financiamiento del terrorismo en octubre de 2001-, al tiempo que derogó el artículo 25 de la Ley
23.737, correspondiente al delito de lavado de dinero proveniente del narcotráfico y delitos conexos, figura que hasta entonces
demostró una absoluta falta de adecuación como herramienta jurídica destinada a castigar una de las formas más características
de la criminalidad transnacional organizada. Pruebas al canto, durante los casi doce años de vigencia de la norma, sólo existen
constancias de una única sentencia condenatoria (9).
El nuevo régimen no ha demostrado mayor eficacia puesto que, transcurridos diez años desde su entrada en vigencia, no se ha
dictado hasta el momento ninguna condena.
Diversos motivos podrían señalarse, pero lo que aquí interesa es precisar algunas cuestiones que, desde el punto de vista de la
dogmática penal, parecieran confluir para obstaculizar su aplicación a casos concretos.
En primer lugar, el legislador ubicó el nuevo tipo entre los delitos contra la Administración Pública, como una especie del género
encubrimiento. Y aunque la nueva rúbrica del Título XI del Capítulo XIII del Libro Segundo del Código Penal pasó a ser
“Encubrimiento y Lavado de Activos de Origen Delictivo”, existe consenso en que no se trata de dos especies del mismo género,
no obstante la utilización de la conjunción “Y” en lugar de un signo de puntuación sino que, en realidad, el lavado de activos es un
encubrimiento calificado. En este sentido, se siguió el modelo del Código Penal español que, en su reforma del año 1995 ubicó al
blanqueo de capitales del artículo 301 como una especie del género receptación, dentro de los delitos contra el orden
socioeconómico.
Esta decisión inicial tiene relevancia al añadirse otras posteriores en la estructuración del tipo; pues bien, al decidir aceptar como
delitos previos a todos los delitos se generó la posibilidad de afectar la prohibición constitucional del doble juzgamiento (art. 18
CN) en todos aquellos casos en los que el delito previo reconociera el mismo bien jurídicamente protegido que el lavado de
activos. Más allá de lo criticable que pueda ser esta nueva decisión, ya que en el derecho comparado no existen antecedentes de
países con un desarrollo significativo de la cultura jurídica que sigan esta solitaria posición de aceptar a todos los delitos como
delitos previos, lo cierto es que el legislador superó de manera magistral el escollo.
Si en la dogmática penal comparada se recurre a distintos “parches” para salvar el obstáculo, tales como el concurso aparente de
leyes o tipos penales o la denominada “inexigibilidad de otra conducta”, aquí se incluyó como elemento del nuevo tipo una
cláusula de exclusión del partícipe en el delito previo (10). Este extraordinario acierto, sin embargo, no hizo más que llevarnos al
siguiente problema.
Como delito asociado al crimen organizado transnacional, el nuevo delito debía contemplar la posibilidad de que el delito previo
hubiese tenido lugar fuera del ámbito de aplicación espacial de la ley penal argentina. El inciso 4º del artículo 279 precisó que ello
podría admitirse siempre que se respetase el principio de la doble incriminación.
Pues bien, al abordar la necesidad de referir en el tipo de lavado al delito previo, se utilizó el sustantivo delito, circunstancia no
fácil de obviar. Ello impone, necesariamente, acordar su significación como elemento típico y existe consenso, tanto en el orden
local como en el plano internacional, en que no se requiere el dictado de una sentencia condenatoria pasada en autoridad de
cosa juzgada material sino que, la referencia alude al concepto de delito en abstracto, circunstancia vicariante con el concepto
del injusto: acción típica y antijurídica, dejando de lado los aspectos subjetivos atingentes a la culpabilidad (11). Claro que, su
prueba en un caso concreto, al igual que el resto de los elementos típicos indispensables para arribar a la certeza apodíctica que
habilita la condena, requiere el señalamiento preciso de las circunstancias de modo, tiempo y lugar del injusto que se admita
como delito previo, aunque el hecho conforme la denominada cifra negra del delito y no hubiese sido siquiera denunciado,
menuda tarea que deberá afrontarse sin mengua para las garantías constitucionales en el proceso penal.
De ahí, entonces, la observación que formulamos a la sumatoria de los aspectos apuntados: haciendo verosímil la participación
en el injusto que opera como delito previo, si hubiese tenido lugar en el extranjero en circunstancias que dificulten u obstaculicen
el correspondiente ejercicio de esa pretensión punitiva, se neutraliza la posibilidad de recibir una imputación por legitimación de
activos en los términos del artículo 278 del Código Penal. Nada más ni nada menos.
A su vez, los verbos típicos elegidos no tienen, en todos los casos, significación jurídica unívoca (12). Desde que el primero de
ellos “convertir” significa mutar la naturaleza de una cosa en otra diferente, resulta vedado a las posibilidades humanas, el giro
final de la frase respectiva del precepto “o aplicare de cualquier otro modo” permite considerar que los enunciados en primer
lugar son especies del género señalado por el último. Es que en la sistemática del Código Penal argentino, cuando se utiliza dicha
construcción semántica, como en el caso del artículo 172, esa conclusión deviene impuesta. Entonces habrá que ver qué significa
“aplicar” en términos jurídicos y, salvo la solitaria utilización en el tipo del artículo 260 íd., el verbo no se repite y esclarecer la
acepción más compatible resulta una tarea ímproba.
El resto de los elementos típicos tampoco resultan sencillos de interpretar. Luego de precisar el objeto material “... el que...
bienes o dinero provenientes de un delito en el que no hubiera participado...”, el legislador añade exigencias desconcertantes.
“...con la consecuencia posible...” supera todos los límites. Como elemento típico una consecuencia posible es aquella que puede
o no haberse verificado. Si se verificó será objeto de la prueba sin mayores problemas. En cambio, si no se verificó, como igual
debe probarse se enfrenta un problema de dimensiones extraordinarias. Cómo puede arribarse a la certeza apodíctica de la
presencia en el caso de un elemento que juega a favor de un hecho que no ocurrió? A nuestro modo de ver, no existe respuesta
satisfactoria.
Y continúa el precepto: “... de que los bienes originarios o los subrogantes...”, cumpliendo así la pretensión del GAFI de perseguir
los activos utilizados por la organización criminal tan lejos como sea posible. Claro que al no indicar el legislador el alcance final
de la persecución, queda librado al buen criterio de los jueces comprender que el ordenamiento jurídico argentino tiene un
punto de inflexión con el tercero adquirente de buena fe. Parece claro que si el juicio del magistrado al respecto no resulta
certero, la amplitud del tipo permite llegar a soluciones disparatadas.
Sigamos; “... adquieran la apariencia de un origen lícito...” es otra circunstancia que, como elemento típico, genera alguna
inquietud. Es que el concepto de apariencia impone una nueva conjetura adosada a la inicial referida a la “consecuencia posible”,
circunstancia que para un delito conminado con una pena máxima de diez años de prisión, genera enorme preocupación por su
imprecisión. Pareciera que el principio de legalidad y su exigencia en punto a los requisitos de la ley previa y estricta, se ven
seriamente puestos en crisis.
Desde el punto de vista de su significación, la exigencia de que los bienes originarios o los subrogantes adquieran la apariencia de
un origen lícito, pareciera limitar el alcance de la incriminación a aquellos supuestos de lavado en que se ha alcanzado lo que la
doctrina denomina tercera etapa del proceso (13). Esto es, cuando luego de la segunda etapa ya no puede probarse el origen
verdadero de los bienes -opción de mínima para la organización criminal que entonces podrá intentar utilizarlos en plazas
financieras menos exigentes-, y se presenta la circunstancia adicional de haber desarrollado una fachada que permita aparentar
licitud para aquello que, en realidad, es de origen ilícito -opción de máxima-.
Lo que el legislador no aclara es si tiene que parecer mucho o poco de origen lícito, dejando nuevamente a criterio del intérprete
la respuesta a la incógnita. Es que entre una fotocopia simple de un billete que el cajero entrega al jubilado que no puede percibir
el timo y la falsificación de moneda extranjera que utiliza planchas originales en desuso al igual que papel y tinta birlados a la
tesorería emisora, presentando un producto final imposible de distinguir incluso para el experto, hay una diferencia abismal.
La última frase del inciso 1º, acápite a) -“... y siempre que su valor supere la suma de cincuenta mil pesos, sea en un solo acto o
por la reiteración de hechos diversos vinculados entre sí...”-, nos enfrenta al último desafío a la hora de analizar su función
dogmática. Es que puede tratarse de una condición objetiva de punibilidad o de un elemento del tipo objetivo. La posición que se
adopte resultará determinante para incriminar o no casos concretos ya que, si se considera un elemento típico el conocimiento
del obrar doloso incluye dicha circunstancia. En cambio, si fuese una condición objetiva de punibilidad ello resulta indiferente.
Participamos de la opinión mayoritaria que sostiene que si le referencia normativa figura en la ley desde su sanción original es un
elemento típico y sólo cuando fue añadida por una reforma posterior puede considerarse condición objetiva de punibilidad.
A la época de la entrada en vigencia de la ley, la cifra equivalía a cincuenta mil dólares, cifra significativa en términos
económicos, lo que al haberse observado el tipo culposo (14) -que por ello no entró en vigencia- hubiese permitido desincriminar
aquellos supuestos en que el imputado no hubiese podido manejar el volumen económico de la maniobra.
Por último, la referencia al monto aludido corrobora la imprecisa selección del bien jurídico, a menos que se considere que la
Administración Pública puede ser objeto de apreciación pecuniaria.
El tipo doloso, de acuerdo al sistema del código, al no exigirse ningún requisito puntual al respecto, se satisface con cualquiera
de las especies -directo o de primer grado, indirecto o de segundo grado o eventual- (15).

IV. Propuestas para una reforma


Si bien la ley ya ha sido objeto de cinco reformas legislativas, el tipo penal permanece sin modificaciones. Una eventual reforma
que apunte a su reformulación total para tipificar un delito aplicable a algún caso concreto y al dictado de una sentencia
condenatoria, debiera considerar las siguientes circunstancias (16):
1) acudir a una ley penal especial, que derogue la reforma al Código Penal operada por la Ley 25.246 y sus modificatorias, en lo
concerniente al lavado de activos. Se postula un tipo penal autónomo que reconozca al orden socioeconómico como bien
jurídicamente protegido;
2) simplificar los elementos típicos del precepto de la norma, para: 2.1) exigir dolo directo o de primer grado; 2.2) elegir verbos
típicos precisos que cubran todas las alternativas de relación con el objeto material -dinero o bienes provenientes de un delito
(rectius: conducta ilícita, según se verá)- en el ordenamiento jurídico argentino. Creemos, al respecto, que “tener, usar, disponer
y administrar”, a sabiendas, cumplen a cabalidad dicho cometido; 2.3) aclaración respecto a la interpretación como elemento del
tipo, del delito precedente, que se satisface sólo con el ilícito -acción típica y antijurídica respecto de la cual, por circunstancias
atingentes a la culpabilidad, o de naturaleza procesal, constitucional o de política criminal, no se requiere condena- utilizando el
giro “conductas ilícitas” (17); 2.4) enumeración taxativa de delitos precedentes, limitados sólo a los referidos al crimen
organizado transnacional que tengan capacidad para afectar el normal funcionamiento de los mecanismos superiores de la
economía;
3) eliminar los restantes elementos típicos que podían tener sentido en el actual artículo 278 del Código Penal para incrementar
las exigencias, puesto que al admitirse como delito previo a todos, se imponía especificar elementos para excluir conductas. El
requisito del dolo directo de la propuesta limita sensiblemente la cantidad de casos que pueden resultar abarcados por la norma,
motivo por el cual no resultan necesarios;
4) eventualmente, un tipo agravado para las conductas de ocultamiento, siguiendo el modelo alemán.

V. Recomendaciones de FAPLA
Los días 24 y 25 de abril de 2008, la Fundación Argentina para el Estudio y Análisis sobre la Prevención del Lavado de Activos y
Financiación del Terrorismo (FAPLA) (18), junto a un panel internacional integrado por los Profesores Marcelo SANCINETTI
(Argentina), Miguel BAJO FERNANDEZ (España), Silvina BACIGALUPO (España), Andrea CASTALDO (Italia), François FRANCHI
(Francia) y Raúl CERVINI (Uruguay), analizó la estructura y la eficacia del tipo penal del artículo 278 del Código Penal argentino,
reformado por la Ley 25.246.
La intensa discusión de la primera jornada permitió presentar durante la reunión abierta del segundo día las siguientes
conclusiones:
1) El delito de legitimación de activos no es una exigencia dogmática de los sistemas penales nacionales, sino una herramienta
funcional a los requerimientos internacionales.
2) El delito de legitimación de activos puede ser un instrumento para enfrentar ciertas formas de criminalidad organizada o
algunas conductas transnacionales, capaces de afectar el normal funcionamiento de los mecanismos superiores de la economía.
3) En tal caso, debe evitarse su superposición con la incriminación tanto del encubrimiento como de otras formas de
participación criminal, muy especialmente respecto de los delitos que presenten dichas características especiales.
4) Se reconoce a la ley argentina una estructura dogmática adecuada, no obstante la falta de sentencias condenatorias.
5) Una reformulación del delito de legitimación de activos debiera considerarlo como una forma de participación delictiva
posdelictual, tipificada como delito independiente, respetando los siguientes límites:
- participa de la protección del bien jurídico del delito precedente;
- no puede ser castigado con mayor pena que el delito precedente;
- no puede considerarse partícipe al partícipe del delito precedente;
- deben acotarse los delitos precedentes a aquellos que afecten estrictamente ciertas formas de criminalidad organizada o
algunas conductas transnacionales, capaces de afectar el normal funcionamiento de los mecanismos superiores de la economía;
- deben acuñarse sólo tipos dolosos; y
- en ninguna circunstancia debe invertirse la carga probatoria.
6) El sistema de prevención y control del lavado de activos debiera reemplazar la obligación de informar operaciones inusuales o
sospechosas por una obligación diferente, impuesta a determinados sujetos, de cumplir estrictamente con las reglas de
conocimiento del cliente y, además, obtener de estos una declaración jurada sobre el origen lícito de los fondos.

VI. Aspectos centrales del nuevo proyecto


El proyecto de reforma a la Ley 25.246 remitido por el PEN el 22 de julio último agrava sensiblemente la situación actual.
Incumple los compromisos asumidos por el Decreto PEN 1225/07 y desatiende los reclamos del GAFI formulados desde 2003,
con motivo de la segunda evaluación mutua de la Argentina. De manera que resultará absolutamente ineficaz para revertir la
situación anticipada con el preinforme de la tercera evaluación.
La propuesta de modificación del artículo 278 del Código Penal conlleva un error jurídico de magnitud sideral, al par que
mantiene todos los inconvenientes del texto vigente para su aplicación a casos concretos.
De la frase central del precepto de la norma, tan sólo se ha suprimido el giro “en el que no hubiera participado”, argumentando
con ello que así se cumple en mayor medida la pretensión del GAFI de castigar el denominado autolavado. Semejante
simplificación conceptual, agrede el sentido común y desatiende absolutamente las reglas de la dogmática jurídica.
Lo dicho precedentemente respecto a la admisión como delitos previos de la totalidad de los delitos de nuestro ordenamiento
jurídico confirma que, cuando se trate de delitos contra la Administración Pública -al igual que el lavado de activos-, podrán
generarse situaciones que agredan la prohibición constitucional del doble juzgamiento. Se prescinde así de uno de los más
significativos aciertos del legislador: la cláusula de exclusión del partícipe en el delito previo, probablemente una de las más
efectivas soluciones para casos similares que se conocen en el derecho comparado.
Sólo rescatamos de los aspectos penales del proyecto, la actualización del monto, que se eleva a doscientos mil pesos.
Incluir a los delitos tributarios (19) en la competencia administrativa específica de la UIF, implica desconocer el sentido de la
persecución moderna del lavado de dinero proveniente del crimen organizado en forma diferenciada de la participación criminal
y el encubrimiento.
Disponer del excepcional marco de facultades de la UIF, sólo justificables en el marco referido precedentemente, para perseguir
evasores, resulta un verdadero dislate. Ello sin perjuicio de que, incluso con el texto vigente, se ha cuestionado su consideración
como delito previo (20).
Se insiste en el levantamiento del secreto, circunstancia que implica desconocer que, en ningún momento ello ocurre sino que,
en cambio, la ley autoriza a un nuevo sujeto, la UIF, a ingresar al ámbito del secreto sin levantarlo (21).
Dos cuestiones aparecen en el proyecto y, más allá de la forma en que se instrumentan, resultan ideas acertadas. En primer
lugar, la ampliación de la nómina de sujetos obligados a informar, en la línea fijada por GAFI en 2003 (22). En segundo término, se
procura respaldo legal para la cuestionable facultad de constituirse como querellante conjunto, hoy torpemente introducida por
decreto (23); es que más allá de los serios reparos que se suscitan por la afectación al principio de igualdad de armas, pareciera
conveniente privilegiar la función de la UIF para actuar como auxiliar técnico (24) en la obtención y esclarecimiento de la prueba,
en un tema tan complejo, por sobre la de coadyuvar, innecesariamente, en la función requirente.
Por último, las medidas especiales de investigación que se propician, nos dejan la inquietud de su falta concreta de efectividad y
los numerosos inconvenientes generados en el marco de la Ley 23.737; preferimos manejarnos con las previsiones usuales de los
regímenes procesales.

VII. Colofón
Desde hace diez años se reclama una reforma integral a la Ley 25.246. Los intentos anteriores han desperdiciado la oportunidad
y, en el caso de la Ley 26.087, se ha modificado innecesariamente el Código Penal y, además, se afectó seriamente el régimen del
secreto.
Es hora de ocuparse del tema con los contenidos técnicos que reclama y no por estertores políticos. Ninguna señal podría ser
mejor recibida, tanto en el plano local como en el internacional.

Especial para La Ley. Derechos reservados (Ley 11.723)

(A) (*) Con la colaboración de María del Rosario D’Albora


(1) D’Albora (h), Francisco J., “Lavado de Dinero”, Bs. As. 2006, p. 18.
(2) D’Albora (h), op. cit., p. 72.
(3) Bajo, Miguel, “El desatinado delito de blanqueo de capitales”, en “Política criminal y blanqueo de capitales”, Madrid 2009, p.
12.
(4) Blanco Cordero, Isidoro, “Eficacia del sistema de prevención del blanqueo de capitales. Estudio del cumplimiento normativo
(compliance) desde una perspectiva criminológica”, San Sebastián 2009; Castaldo, Andrea R. y Naddeo, Marco, “Il denaro sporco.
Prevenzione e repressione nella lotta al riciclaggio”, Pádova 2010.
(5) Cervini, Raúl, Ponencia para el encuentro internacional de expertos organizado por la Fundación Argentina para el Estudio y
Análisis sobre la Prevención del Lavado de Activos y Financiación del Terrorismo (FAPLA) celebrada en Bs.As. los días 24 y 25 de
abril de 2008.
(6) D’Albora (h), op. cit., p. 116.
(7) Al respecto puede verse un punto de vista diferente en el excelente trabajo de Gustavo E. Gené “La Ley 25.246 de lavado de
dinero y sus modificaciones. Alcances y limitaciones”, en “Legitimación de Activos Ilícitos”, Bs. As. 2010, p. 11 y sgts.
(8) B.O. 10/V/00.
(9) CNCP, Sala I, c 2572, registro 3398, resuelta 23/III/00.
(10) Trovato, Gustavo Fabián, “La recepción de las propuestas del GAFI en la legislación penal argentina” en “Política criminal y
blanqueo de capitales”, Madrid 2009, p. 71.
(11) D’Albora (h), op. cit., p. 71.
(12) D’Albora (h), op. cit., p. 82.
(13) D’Albora (h), op. cit., p. 15.
(14) Decreto PEN 370/00.
(15) Trovato, op. cit., p. 74; Rodríguez Villar, Pacífico y Bermejo, Mateo Germán, Prevención del lavado de dinero en el sector
financiero”, Bs. As. 2001, p. 110.
(16) D’Albora (h), op. cit., p. 127.
(17) La muy reciente modificación del artículo 301 del Código Penal español sigue esta tónica, reemplazando el sustantivo
“delito” por el giro “actividad delictiva”.
(18) www.fapla.org.ar
(19) Ley 24.769.
(20) Díaz, Vicente Oscar, “Es el delito tributario la conducta precedente que atrapa el delito de lavado de dinero?”, en Selección
de temas de Economía y Delito, Bs. As. 2009, p. 117.
(21) D’Albora (h), op. cit., p. 112.
(22) D’Albora (h), op. cit., p. 109.
(23) Decreto PEN 2226/08.
(24) Conf. art. 13, inc. 3º, Ley 25.246.

También podría gustarte