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Este artículo tiene un doble propósito: examinar las ideas sobre la creación del universo en el Rig
Veda (Rigveda), el texto más antiguo de la India, mediante el análisis de varios himnos clave y dar a
conocer en español estos mismos himnos traduciéndolos directamente del sánscrito en un lenguaje
que preserve sus no escasas cualidades literarias y que sea al mismo tiempo fiel al original.
El Rig Veda se divide en diez partes o libros y todos (salvo el IX) se organizan de manera parecida.
Cada uno consiste en una colección de himnos a los distintos dioses védicos que se suceden sin un
orden definido. Además, la proporción de himnos dedicados a un dios particular en cada uno es más o
menos similar siendo siempre Indra y Agni los más populares. Esta simple estructura es consecuencia
de que los himnos védicos fueron compuestos y transmitidos oralmente durante siglos por distintos
linajes o familias de poetas conteniendo cada libro el aporte de una de ellas. No obstante estas
similitudes, el libro X del Rig Veda se diferencia de los otros por incluir unos pocos himnos que
especulan sobre el origen del universo, de los dioses y de los hombres. El libro X es algo más tardío que
otras partes del Rig Veda y dentro de él estos himnos son los de composición más reciente. Como es
sabido, es imposible dar fechas precisas sobre la composición del Rig Veda y no es mi intención aquí
discutir asuntos de cronología. Baste decir que dataría de los últimos siglos del segundo milenio a.C. y
que, por lo tanto, los himnos que comentaré a continuación fueron compuestos alrededor del 1.000 La Civilización de
a.C. pudiendo considerarse más o menos contemporáneos.
Presento aquí en versión integral los seis himnos del Rig Veda que contienen la visión más amplia
la India Antigua
sobre el origen y la creación del universo. Cargados de simbolismo y de poesía, todos ellos se
encuentran en el libro X y se identifican por los números 72, 81, 90, 121, 129 y 190. Aludiré, asimismo,
a otro himno (X 82) que, en mi opinión, es algo menos interesante por lo cual no se justifica su
traducción dentro del marco de este ensayo. El método que seguiré con cada uno de los seis himnos es
el siguiente. Primero, vertiré el mismo al español sin comentario ni notas para que el lector pueda
apreciar sus cualidades sin interferencia. Luego, en una segunda instancia, comentaré las estrofas que
lo requieran e interpretaré su significado global. Finalmente, consideraré a todos estos himnos en su
conjunto e intentaré una síntesis.
En el verso inicial (1a) se afirma que en el principio todo era indiferenciado, que nada existía ni
siquiera la inexistencia. Pero en el segundo verso de esta primera estrofa (1b) se plantean dudas
respecto a ese momento fuera del tiempo y del espacio, una incertidumbre que acompañará al poeta
hasta el final. Se pregunta allí si quizás no había algo oculto, un primer algo. En las estrofas 2-3
continúa y se amplifica esta oposición entre la nada y algo que surge (primer verso de cada estrofa
negativo, segundo verso afirmativo). Poco a poco, se precisa un ente primordial el cual del estado Poemas de Bhartriha
latente (“respiraba sin aliento por su propio poder”) pasa a un estado más activo mediante el poder del
calor (3b). Luego, surge en él el pensamiento inspirado por el deseo (4a) completando el proceso de su
devenir.
El resto de la estrofa 4 y la 5 son de interpretación más difícil pues, aparentemente, se intenta
precisar la transición de la inexistencia a la existencia. Aquí, el himno es deliberadamente impreciso y
oscuro pues el conocimiento de ese instante está velado por el misterio. Solamente los kavis buscando
dentro de sí pueden acceder a él. La palabra kavi no tiene equivalente exacto en español (aquí a falta de
otra mejor se la traduce como sabio) pues evoca a un pensador, a una persona de gran poder espiritual
del pasado, a veces más mítico que real, a un visionario, a un profeta; también significa poeta, un
término que puede aplicarse a los mismos autores de los himnos védicos. Los kavis contribuyen a
delimitar el ámbito de lo existente con una cuerda, una imagen recurrente en el Rig Veda para
simbolizar un acto creador, como alguien delimita un terreno para construir una casa (a menudo los
autores de los himnos piensan en conceptos domésticos de la vida cotidiana). Más que de un verdadero
acto creativo se trataría de una recreación mental de ese instante trascendente lograda por los kavis en
un tiempo posterior gracias a su perfección espiritual. El último verso de la estrofa cinco (5b) marca un
nuevo paso evolutivo: la aparición de poderes masculinos y femeninos que suceden a ese primer algo
cuyo género era neutro (el sánscrito distingue los tres géneros y la traducción reproduce fielmente el
género y número de las palabras del verso original). Así, se contrastan los poderes masculinos con las
potencias femeninas en una primera instancia, contraste que se repite, a continuación, con la energía
femenina y el impulso masculino. Queda implícito que los principios sexuales desencadenan la
evolución posterior del universo, pero sobre esto no sabemos nada más salvo que los dioses nacieron
después (6b).
En el resto del himno (6a y 7) retorna y se agiganta la sensación de incertidumbre. Nadie sabe
exactamente como ocurrió la creación. Quizás ni siquiera tuvo lugar y el universo haya existido por
siempre (7a) por lo cual incluso lo relatado por el mismo himno es dudoso y provisional. Los dioses por
haber aparecido después no lo saben. Solamente uno puede saberlo, el ser supremo que vigila el
universo. Pero él no parece ser el ente neutro del comienzo ya que su género es masculino. Quizás
tampoco existía entonces y tampoco sabemos si sabe.
El calor inicia el proceso generativo, como en el himno precedente, pero aquí (1a) nos encontramos
con la novedad de dos principios abstractos, el orden (rita) y la verdad (satya), que otorgan al universo
su fundamento ético. El primer término es rico en significados ya que rita comprende tanto el orden
cósmico como el del sacrificio, el orden social como el moral incluyendo, también, los conceptos de
verdad, fe y ley sagrada. Con el tiempo, rita tiende a ser reemplazado por otro término polivalente,
dharma, cuyo significado se superpone en parte al del anterior aunque la noción de orden, si bien está
presente en ambos, es más amplia y más fuerte en rita. El segundo principio mencionado al comienzo
del himno (satya), en tanto significa verdad, puede considerarse como un aspecto de rita, el subrayado
de una de sus facetas, pero un significado adicional del término es realidad, anticipando el surgimiento
del universo concreto que comienza en el verso siguiente (1b) con el nacimiento de la noche y del
océano.
Del océano nace el tiempo (2a) que gobierna la vida de todos los seres vivientes (2b) a quienes se
refiere con una imagen habitual en el Rig Veda (“los que parpadean”). Finalmente, aparecen el sol y la
luna y las tres divisiones tradicionales del universo: el cielo, el espacio intermedio o atmósfera y la
tierra (3), pero ninguno de ellos brota espontánea o mecánicamente sino que son el producto de un
agente, de un creador. El nombre de este último (dhatri) se confunde con el de su función pues el
vocablo puede ser tanto un nombre común como un nombre propio significando: el que establece, el
que crea, el que sostiene, el que dispone, el que ordena. Nos encontramos aquí con un fenómeno no
poco frecuente en la literatura védica consistente en la personificación de determinados atributos o
capacidades. Así, Dhatri es una suerte de dios-agente abstracto que, mencionado unas pocas veces en
el Rig Veda (todas salvo una en el libro X), fue asimilado luego a otras divinidades creadoras.
Este himno es bastante directo y, en parte, más simple conceptualmente que los dos precedentes
pues afirma desde el principio la existencia de un ser supremo sin indagar sobre posibles precursores
metafísicos dedicándose a exaltarlo estrofa tras estrofa. A pesar de su carácter celebratorio, la
identidad del creador es poco clara pues el nombre que se le otorga al principio (1a), Embrión Dorado
(hyranya-garbha), no figura en ningún otro himno del Rig Veda. Es un dios ignoto como indica el
estribillo al final de cada estrofa preguntando quien debe ser el receptor del sacrificio. Sólo al final del
himno se develará, quizás, el misterio.
Antes de llegar allí, es interesante revisar rápidamente que es lo que se dice sobre él. Sostiene en su
lugar a la tierra y al cielo (1b y 5a) abarcando, también, la atmósfera (5b) o espacio intermedio entre
ellos (con ese fin “midió” a esta última, una metáfora análoga a la de los sabios del Himno de la
Creación que extienden una cuerda para delimitar la existencia). La estrofa 6 reitera mediante una
imagen poética la misma idea: las masas del cielo y de la tierra imploran su apoyo para que las
sostenga. Está implícito que el Embrión Dorado (continuemos usando provisionalmente este nombre)
es, asimismo, el creador del cielo y de la tierra lo que se declara explícitamente en la novena estrofa
(9a). Todos los dioses están sujetos a él al igual que las criaturas a quienes da la vida (2 y 3). Su
dominio sobre los elementos y sobre los hombres se confirma en la cuarta estrofa (Rasá es un río
mítico que fluye entre la tierra y el cielo, los dos brazos son probablemente los del autor del himno
aunque algunos estudiosos dan una interpretación diferente).
Las estrofas 7 y 8 son más problemáticas pues intentan revelar algo del misterio de este dios ignoto.
El embrión yace en las aguas que producen el fuego (7a) las mismas que, luego, portan a Daksha y
producen el sacrificio (7b). Las aguas son el agente de la acción, pero son los poderes fecundadores del
embrión y de Daksha los que permiten la generación del fuego y del sacrificio, respectivamente. El
fuego es aquí tanto el elemento como el dios del fuego (Agni), pero lo importante es que se trata del
fuego sacrificial. Igualmente, Daksha es tanto la habilidad en el ritual sacrificial, la capacidad de
realizar el mismo, como la personificación del rito. Como vimos anteriormente con Dhatri, a veces es
muy difícil (e incluso innecesario) distinguir entre una cualidad y su personificación y lo mismo podría
decirse respecto a los cuatro elementos tradicionales (aire, agua, tierra y fuego). En resumen, el
embrión y Daksha dan origen al sacrificio, uno aportando el fuego necesario para el mismo y el otro el
también imprescindible ritual. Con la aparición del sacrificio culmina apropiadamente este himno pues
el sacrificio no sólo era el centro de la religión védica sino, a menudo, una parte esencial de su
cosmogonía. Las dos estrofas restantes tienen un tono muy diferente pues son un pedido de protección
y de riquezas por y para los invocadores como es consuetudinario en los himnos védicos. Lo novedoso
es que en la última se devela inequívocamente el nombre del demiurgo y desaparece, por consiguiente,
la pregunta-estribillo. Se trata de Praja-pati, el Señor de las Criaturas, cuyo rol de divinidad suprema
será reconocido, sobre todo, en la literatura védica posterior. Embrión Dorado no era más que un
nombre de él, una hipóstasis de su poder creador mientras que Daksha, un ente más autónomo aunque
algo vago termina, también, por asimilarse, a Praja-pati.
Este himno se propone contar el nacimiento de los dioses para que las generaciones futuras puedan
visualizarlos, puedan recrear mentalmente ese momento trascendente (1). Si bien la pareja Aditi-
Daksha desempeña un rol primordial en el proceso y en la creación del universo, se dice, también, que
Brahamanas-pati (llamado también Brihas-pati) fue el padre de los dioses a los que forjó juntos, como
un herrero soplando en la fragua (2a). En la religión védica Brahamanas-pati es el sacerdote de los
dioses, y por ser el que recita las plegarias se lo califica aquí como “señor de la palabra sagrada”. Su
paternidad parece contradecir a la de Aditi y Daksha a lo cual se suman algunas otras contradicciones
aparentes o reales. No debemos olvidar que estamos frente a una poesía religiosa que utiliza un
lenguaje conciso y, a menudo, ambiguo cuya intención no es la claridad sino maravillar e inducir
reverencia, revelar, pero también ocultar. Aditi es una figura maternal y la aparición de la tierra y del
espacio es concebida como un parto (3b y 4a). Aditi es, también, madre de Daksha y, a la vez, hija suya
(4b y 5a) siendo esta generación mutua de principios masculinos y femeninos un recurso casi
obligatorio cuando se los concibe de manera antropomórfica como en este caso.
La segunda mitad del himno tiene dos vertientes: por un lado retorna al tema del origen de los dioses
y por otro cuenta la participación de estos en el proceso creativo. Se dice (5b) que los dioses vinieron
después de Aditi aunque no se precisa cómo. Sólo más tarde sabremos que Aditi tuvo ocho hijos,
inaugurando con siete de ellos la edad de los dioses (8 y 9a). El octavo, Martanda, es diferente pues fue
concebido para el nacimiento y para la muerte (9b). Su nombre nos proporciona una clave para develar
su identidad. Significa, literalmente, “nacido de un huevo (aparentemente) muerto”, es decir es un ave
y metafóricamente el sol imaginado como un pájaro de fuego. Por ser el sol que sale y se pone todos los
días está destinado al “nacimiento y a la muerte”. El sol es, además, a través de Manu, el ancestro de
los hombres por lo cual el verso alude también a la mortalidad de estos últimos. ¿Quiénes son,
entonces, los otros hijos de Aditi o Adityas? Si bien se mencionan a varios de ellos en el Rig Veda no
hay unanimidad en cuanto a su identidad ni a su número. Suelen ser seis, destacando entre ellos el
propio Daksha, Varuna y Mitra mientras que los tres restantes son secundarios. A ellos, se añade con
frecuencia Surya, una forma del sol desprovista de la transitoriedad de Martanda. Obviamente, los
Adityas no comprenden a todos los dioses sino a un grupo de ellos por lo cual no son equivalentes a los
mencionados en el resto del himno. La posible supremacía de los Adityas sobre otros dioses es
insinuada en un verso bastante oscuro (8b). Su traducción más plausible, me parece, sería: “Aditi dio
comienzo a los dioses”, es decir sus hijos serían los primeros de entre ellos, pero otros traducen “Aditi
presentó sus hijos a los dioses”, es decir los integró al panteón. Sea cual fuere la interpretación de este
verso, está claro que los dioses de las estrofas 6-7 contribuyen a la formación del universo generando
un rocío, neblina o vapor y extendiendo o hinchando a los mundos (se los compara a Yatis, unos
ascetas de los que hay poca información aunque debemos suponer dotados de poderes sobrenaturales).
Finalmente, extraen el sol del océano (7b) lo cual se contradice con el rol solar de Martanda, una
muestra más de las tensiones, incertidumbres y enigmas respecto al origen y rol de los dioses en la
creación del universo.
Con ojos por todos lados, con bocas por todos lados,
con brazos por todos lados, con pies por todos lados, (3a)
el dios único creó al cielo y a la tierra
forjándolos con sus dos brazos y con alas. (3b)
Para sugerir la infinitud de Visva-karman se lo imagina con innumerables ojos, bocas, brazos y pies
(3a), una imagen tomada en préstamo por las Upanishads, varios siglos después, para caracterizar a
Brahman, otro ente universal (al cual retornaré en el fin del artículo). El atribuir órganos humanos a
una divinidad es una muestra de antropomorfismo la cual se acentúa cuando se dice que Visva-karman
utiliza sus dos brazos para forjar al cielo y a la tierra (3b) (las alas mencionadas aquí, probablemente,
se refieran a abanicos empleados para avivar el fuego). En la estrofa siguiente (4a) la creación del cielo
y de la tierra es visualizada de manera diferente pues se dice que estos son tallados en madera. Esta
sería una creación subsidiaria que completa a la primera pues sus agentes son plurales e innominados
reafirmándose inmediatamente después el predominio absoluto de Visva-karman. Así, los poetas del
Rig Veda recurren, con frecuencia, a experiencias de su vida cotidiana concibiendo al mundo como el
fruto de una actividad doméstica o como un producto fabricado por artesanos. La imagen del
carpintero es especialmente popular pues la madera era el material predominante en los simples
edificios védicos habitados por quienes eran todavía pastores seminómades (en otros himnos se dice
que el cielo y la tierra eran sostenidos por postes).
Otro tema recurrente en la generación del universo es el sacrificio, la piedra angular de la religión
védica. En el himno del Embrión Dorado, su creación concluía con el sacrificio y en el himno del
Hombre (comentado a continuación) el sacrificio es su motor exclusivo. Aquí, también es importante
aunque envuelto en el misterio. Visva-karman en el principio, oficiando como un sacerdote védico,
sacrificó ritualmente a los mundos (1a). No está claro cuales eran estos mundos ni por qué “ocultó a
unos y entró en otros”, pero debemos suponer que el acto mismo del sacrificio provee la fuerza
espiritual necesaria para la creación de este, nuestro propio mundo. Un epíteto aplicado a Visva-
karman en la última estrofa (7a) confirma su rol como sacerdote pues allí se lo califica como “señor de
las palabras”, expresión generalmente aplicada a Brahmanas-pati quien es el indiscutido dios de los
sacerdotes (ver el precedente himno X72, verso 2a). Visva-karman no es sólo el agente del sacrificio
sino también su objeto pues el autor de este himno lo invoca para que descienda al mismo y se honre a
sí mismo (5). Es decir, que participe en el sacrificio realizado en su honor contribuyendo a oficiarlo y al
mismo tiempo recibiendo las ofrendas. El himno concluye con la habitual solicitud de beneficios para
los invocadores.
Sólo otro himno está dedicado a Visva-karman en el Rig Veda (X 82). En él se confirma su
supremacía sobre dioses y antidioses y se explayan sus actos creadores. Se dice que formó al cielo y a la
tierra como si fueran manteca recurriéndose a una nueva metáfora para describir este proceso pues en
el himno anterior se decía que estos habían sido forjados o tallados en madera. El batido de la leche a
escala cósmica, simbolizando la agitación de la materia primordial para obtener productos, anticipa el
conocido mito del hinduismo en el que los dioses baten un océano lácteo para obtener la ambrosía que
confiere la inmortalidad y otros productos maravillosos. En este himno, a diferencia del precedente, la
formación del cielo y de la tierra es apenas la primera muestra de los actos creadores de Visva-karman
Así, se dice luego que creó todas las formas y dio nombre a los dioses. Interesantes, también, son los
versos que afirman que Visva-karman fue el “primer embrión que recibieron las aguas” conectándolo
con el Embrión Dorado, tema central del himno 121 comentado anteriormente. A medida que
analizamos este grupo de himnos védicos se hace más evidente que a pesar de la manera peculiar en
que cada uno concibe el origen del universo, hay puentes entre ellos, raíces comunes, similitudes tan o
más importantes que sus diferencias.
Tal es su grandeza,
pero aún superior es el Hombre. (3a)
Todas las criaturas son un cuarto de él
y lo inmortal en el cielo tres cuartos. (3b)
De él nació Viraj
y de Viraj surgió el Hombre. (5a)
Al nacer superó a la Tierra
por delante y por detrás. (5b)
De él nacieron caballos
y los otros con dos hileras de incisivos; (10a)
las vacas nacieron de él
y de él nacieron cabras y ovejas. (10b)
Este himno postula aún otro ente creador al que llama Purusha, nombre que puede traducirse como
hombre, persona o espíritu. Se trata, en realidad, de una suerte de gigante cósmico cuyo
desmembramiento da origen a dioses, astros y seres animados. Aunque habíamos dicho que no íbamos
a hacer distinciones cronológicas entre los himnos tratados en este artículo por falta de datos, con este
vamos a hacer una excepción pues hay un par de indicios bien claros de que es uno de los más tardíos
del Rig Veda. Veamos, brevemente, cuales son antes de adentrarnos en él. En la novena estrofa, se
enuncia que del sacrificio de Purusha nacieron himnos, cantos y fórmulas, es decir la materia del Rig
Veda, Samaveda y Yajurveda, respectivamente, lo cual indica que cuando este himno fue compuesto se
conocían ya los tres Vedas (el cuarto Veda, el Atharva, no mencionado aquí es posterior a los otros,
pero su ausencia carece de valor para fechar pues no tenía el mismo prestigio que ellos y, por lo tanto,
no siempre era mencionado junto a los mismos). Sabemos que el Samaveda y Yajurveda datan, muy
probablemente, de comienzos del primer milenio a.C. por lo cual el himno de Purusha debe ser un par
de siglos más tardío que los otros himnos que he comentado. Un segundo indicio de la composición
relativamente reciente del mismo es la referencia, única en el Rig Veda, a la división de la sociedad
india en cuatro grandes clases (12). Otro indicio es, quizás, su menor ambigüedad y relativa
transparencia comparado con otros himnos de su tipo.
Principio masculino, Purusha surge como otros creadores védicos por la fecundación mutua con un
principio femenino (5a) y no difiere substancialmente de ellos salvo por el extraordinario expediente
de ser sacrificado para generar el cosmos. El sacrificio de Purusha es un verdadero sacrificio védico,
descripto de manera realista: se ejecuta sobre hierba sagrada y la víctima es atada y asperjada para
luego ser muerta y trozada. Después de otras oblaciones (manteca clarificada, etc.), sus partes son
ofrendadas a un fuego alimentado por maderos secos y delimitado por ramas verdes. Los
sacrificadores son los dioses, pero paradójicamente el sacrificio origina a los propios dioses y, también
paradójicamente, la víctima es identificada con el sacrificio (16a). Si bien el himno es tardío, la ideas en
las que se basa son muy antiguas pues tiene paralelismos en otras mitologías indoeuropeas siendo el
caso más evidente la germánica donde el gigante primordial Ymir es muerto por Odín formando la
tierra con su carne, los mares con su sangre, las montañas con sus huesos, piedras con sus dientes, el
cielo con su cráneo y las nubes con su cerebro. En nuestro himno la inmolación de Purusha no sólo
genera a los dioses y al universo material sino también a dos imponderables: los Vedas y el dharma,
que encarnan al conocimiento sagrado y a la ley en su sentido más amplio, respectivamente.
Conclusiones
Sin pretender ser exhaustivo, algunas conclusiones que se desprenden del análisis de estos himnos
son:
1. El origen del universo es en el Rig Veda un proceso misterioso que sólo puede ser parcialmente
intuido y comunicado a los hombres por los poetas visionarios que compusieron los himnos.
2. El Creador es concebido como un ser único y supremo cuya identidad es oscura y cambiante. A veces
es ignoto, pero otras veces recibe diversos nombres: Embrión Dorado, Praja-pati, Daksha, Aditi, Visva-
karman, Purusha. La mayoría de estos nombres figura raramente en otros himnos del Rig Veda y con
el tiempo estos creadores desaparecen o se subordinan a otro, pero el problema de la identidad del
demiurgo nunca se resolvió del todo. En textos védicos posteriores, como en los Brahmanas, Praja-pati
emerge como el ente creador indiscutido, pero en las Upanishads tiende a ser reemplazado por
Brahman quien aúna las funciones demiúrgicas de Praja-pati a la sacralidad del mantra pronunciado
en el sacrificio. Más tarde, con la eclosión del hinduismo, el mismo Brahman es absorbido por el
antropomórfico Brahmá y la divinidad suprema es compartida con Siva, Vishnu y Devi.
3. El Creador puede ser eterno o, en cambio, haber sido generado. En este último caso, el problema
metafísico planteado se resuelve por el mecanismo de la creación mutua. Los dioses engendran al
Creador y este a su vez los engendra o en otros casos es un principio femenino el que da nacimiento al
Creador y es a su vez procreado por él.
4. La voluntad del Creador no es suficiente para fundar el mundo. Actúa en conjunción con varias
fuerzas elementales. Una de ellas es el poder del calor que permite al creador ignoto del himno 129
pasar del estado latente al estado activo y que es el primer motor del universo en el 190. Otras fuerzas
fecundadoras son más morales que físicas tales como el orden y la verdad. Una muy poderosa es el
sacrificio donde lo moral, lo religioso y lo práctico se confunden.
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