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Tenemos que dejar descansar nuestra historia enferma.

Muy enferma.

Ponerla en reposo por un tiempo.

Acostarla.

Cerrar las persianas

Dejarla dormir

Dejar de tocar con las manos sucias y la lengua subida de tono el nido tan puro que alguna vez
construimos.

Poner en remojo las heridas en un pozo de agua que no este contaminada.

Darle el tiempo que necesiten para que puedan cicatrizar a su tiempo y a su modo.

No volver a caminar por arriba de los besos que nos dimos.

Cambiarle las sábanas a nuestra cama, manchadas de bronca y de resentimiento.

Respirar aire y no gritos.

Bajar la guardia.

Dejar caer los brazos cansados de luchar.

Abrir las palmas de nuestras manos para que consuman otro paisaje,

Soltar los miedos de sospechar que nuestra cura sea la muerte de la palabra nosotros.

Porque si así lo fuera

Y de esta forma descubrimos

que cada día que pasa en esta distancia es un día ganado y no un día perdido

y si en la balanza pesan más las expectativas que los recuerdos

y si la cena empieza a tener mejor sabor solos que en nuestra propia compañía

Entonces, mi amor, quizá podamos aceptar que el tiempo no es nuestro enemigo

Ni la separación un arma de alto riesgo

Ni tu ausencia la muerte de mi presencia

Y quizá quien pueda saber si al perdernos


sea la forma mas generosa y triste de poder volver a encontrarnos a nosotros mismos.

No todos los finales son felices solo porque siguen.

Algunos siguen sin latir.

Sabes lo qué significa eso, mi amor.

Miedo. Significa miedo.

No quisiera que ninguno de los dos se pudra ahí.

Lorena Pronsky

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