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La tristeza tomó la palabra.

Todo parecería indicar, que sin relojes no hay más tiempo. Que mañana es
lo más lejano que tenemos y sin embargo es la única expectativa que nos
damos por derecho.
Sin proyección uno le ve la cara a la angustia. Pero si se le anima a planear
un poquito, corre el riesgo de ser un loco.
Un flor de insensato, que tiene el coraje de pensar en grande, mientras
afuera la vida está trastornada.
Un egoísta.
Un miserable.
Una suerte de enajenado que no toma consciencia de la realidad.
Entonces se castiga porque es lo que corresponde.
No se aísla. Se encierra en una jaula.
La pasa mal porque quién la pasa bien algo no está entendiendo.
Por eso me caen mensajes al celular todo el tiempo de gente que sabe que intento
olvidarme de la realidad por un momento, para que no se me ocurra olvidarme.
Nos vamos a morir.
Para algunos esto es una novedad, que recién saltó a la luz. Y hace tan poco
tiempo, todos éramos inmortales.
Dios mío. De un día para otro se nos cayó el techo encima.
Yo por suerte, tengo las palabras en la boca.
Con eso no lastimo a nadie.
Y mientras que escribo, muchas veces lloro, y así me voy limpiando de la mugre
que compro frente a cada despiste.
Es mi forma de recordar que todavía estoy viviendo y entonces, en cada coma,
freno y vuelvo a proyectar. De repente me uno otra vez al presente con un futuro
perfecto. Y no por perfecto.
Sino por futuro.
Siempre del lado de los locos es mi lema. Lamento la envidia que les pueda
provocar. Pero mientras respire, elijo mi propia manada.
Siempre del lado de los otros.
Siempre.
Lorena Pronsky

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