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SERIE:MOMENTOS DE FUEGO

CONSUELO PARA LA
TRISTEZA
Como sanar las heridas del alma,
atravesar el dolor y encontrar consuelo para
el corazón.

JAVI MARTÍNEZ
UNAS PALABRAS AL COMIENZO

PAÑUELOS DIVINOS
EN LA AMARGURA, DIOS SE SIENTA A
NUESTRO LADO PARA CONSOLAR
NUESTRO DOLOR

RESUMEN

UNAS PALABRAS AL FINAL

OTROS LIBROS

ACERCA DEL AUTOR

VÍAS DE COMUNICACIÓN

NOTAS
UNAS PALABRAS AL COMIENZO
Quisiera compartirles estas palabras de apertura que
he escrito especialmente para esta serie de libros
titulada Momentos de fuego. Si ya has adquirido otro
libro de esta serie y las has leído, puedes saltar
directamente a la siguiente sección.
En este último año he estado inmerso en investigar y
resumir las bendiciones escondidas detrás del dolor.
Hablar de bendiciones y dolor parece una
contradicción, un oxímoron, dos cosas que no pueden
que ir juntas y que no tienen un punto de convergencia.
Para explicar el dolor no tengo que hacer un gran
esfuerzo. Porque todos hemos recibido los rasguños de
la vida, conocemos las heridas del alma, y portamos
cicatrices en el corazón. Pero, relacionar la bendición
con el dolor es una tarea más compleja que me tomará
el resto de las páginas de este libro.
Por eso es que este libro es una ayuda en el medio
del dolor y consuelo la desesperanza. En él encontrarás
historias inspiradoras de gente que se sobrepuso a la
adversidad. Contiene una perspectiva única respecto de
los demás libros que abordan la temática del dolor,
porque explora cómo los eventos dolorosos pueden
fortalecer nuestra relación con Dios y son un acelerador
para que en nosotros se plasme su diseño. Este libro es
un recorrido, un viaje que no se puede cotizar en valor
monetario, porque las enseñanzas que posee están
inspiradas en la mente de Dios.
Agotarás rápidamente las páginas de este libro,
porque su escritura permite una lectura fluida. Pero, a
su vez, encontrarás lecciones que recordarás con el
paso del tiempo.
Con cada nueva lectura descubrirás enseñanzas que
no sabías que estaban en estas páginas, porque cada
vez te encontrarás en un momento distinto de tu
proceso. Al leer este libro te estarás entrenando para
enfrentar las batallas de la vida, ser cada vez más
capaz de sobreponerte y salir victorioso ante cada reto.
Su temática, el dolor, es tan universal que puede
ayudar a cualquier persona en la Tierra. Pero, a su vez,
apunta a un Dios que nos trata de una forma tan
personal que este libro será apto para cualquier
circunstancia que estés viviendo. Prometer que
«cualquier persona en la Tierra», resolverá sus
problemas, saldrá de angustias, calmará su ansiedad y
superará cualquier proceso que esté viviendo, resulta
no solo ambicioso sino imposible para un libro. Pero es
posible para el Dios que respalda las palabras
contenidas aquí.
Lo importante en un libro no es solo su contenido,
sino lo que este forma en el lector. Este libro no solo te
formará para enfrentar la adversidad, sino que te
ayudará a encontrar en ella una oportunidad de vivir en
la compañía de un Dios amoroso que no se mantiene
indiferente ante nuestro dolor, nos ama y desea
demostrarlo.
Con amor,
Javi Martínez
PAÑUELOS DIVINOS
EN LA AMARGURA, DIOS SE SIENTA A
NUESTRO LADO PARA CONSOLAR
NUESTRO DOLOR

Tristeza. Lágrimas. Mejilla. Un niño llora. Un


padre abraza. Un abrigo se convierte en pañuelo.
Compañía. Consuelo. Dios.

El dolor llegará y se hará notar, nuestra alma no es


insensible. Enfrentamos el dolor por la pérdida, la
tristeza. Y cuánto nos afecta depende de qué tan
nuestro sea lo perdido.
Cuando atravesamos la tristeza, necesitamos ser
acompañados. Y esa compañía consiste en que nos
entiendan, sean sensibles de una forma similar a la
situación y que nos consuelen llorando nuestro llanto.
Comenzamos a sentirnos consolados cuando no
subestiman lo que nos pasa, sino que le dan
validez. Respecto a esto se cuenta acerca de un
muchacho que estaba en una fiesta, pero se encontraba
triste. Se notaba en su rostro que estaba atravesando
una dificultad.
Un primer amigo no ignora su presencia, pero ignora su
tristeza porque se acerca y le dice: «¡Vamos, levántate,
todos se están divirtiendo, vamos con ellos!», pero sus
palabras no tienen efecto y el muchacho sigue dolido. El
segundo amigo «niega su tristeza» porque se acerca y
le dice: «La vida es muy corta, no pasa nada, no te
hagas tanto drama. Nos estamos divirtiendo del otro
lado del salón, ¡ven!», pero él tampoco tiene éxito. Pero
un tercer amigo da validez a su tristeza, a diferencia de
los otros no dice nada, lo escucha y el afligido comienza
a desahogarse: «Es que yo perdí a mi padre... No sé
qué hacer».

El amigo continúa escuchando y luego de escucharlo


llorar se siente algo aliviado, luego de esto pasa junto al
tercer amigo al otro lado de la habitación donde se
estaban divirtiendo. Solo cuando lloramos las lágrimas
del otro podemos pedir que ría nuestra risa. Al validar la
tristeza damos el primer paso en extender ese pañuelo
invisible que es el consuelo.
Me gusta la palabra consuelo porque es aliviar,
aligerar, disminuir una carga, atenuar el dolor. Y todas
estas palabras describen a Dios. No por nada en la
Biblia Él es llamado el Consolador.
Pensando en quienes necesitan el consuelo es que
escribo estas letras: «Dios es Consolador». Deseo que
al leer este capítulo tu corazón perciba al Consolador
acercándose, como ese tercer amigo de la historia que
acompaña al otro en el dolor. Y si así fuese, este libro
no habrá sido en vano.
Porque hay una fiesta del otro lado del pañuelo.
Porque el ticket de entrada a la alegría es tomar el
pañuelo de Dios. Comenzaste a tomar el ticket al tomar
este libro en tus manos.
En este capítulo hay dos experiencias similares que
han utilizado el pañuelo, la de una mujer y la de un
hombre.
Para la mujer, la tristeza se vuelve amargura y para
el hombre la pérdida es incalculable. Pero ambos
experimentan a Dios como Consolador.
La historia de la mujer comienza con un golpe en las
finanzas familiares y un viaje a un país cercano con
costumbres y moral, más bajos que el lugar donde
provenían.
El equipaje familiar es ligero debido a sus nulas
posesiones. El cambio de aire promete una nueva vida
y un futuro mejor.
Y en parte este futuro comienza a cumplirse: ahora el
dinero ya no es problema, hay platos llenos y ropa que
vestir.
Pero en una casa que comienza a llenarse con
nuevas posesiones ella tiene que enfrentar el vacío que
comienza a llenar su hogar. Falta de una voz que
escuchaba a diario, una cama que se agrandó — o está
menos ocupada —, y una sensación de extrañeza se
posa en el ambiente y corazón — sensación que
muchos conocen y desearían no hacerlo — su esposo
ha fallecido.
Pero no es el fin, al pozo le quedan varios kilómetros
para descender. Ella está anestesiada por la pérdida de
su marido. Fue llamada viuda por ello, pero ahora no
hay forma de nombrarla. ¿Cómo se le dice a una madre
que pierde a su hijo? Lo que el lenguaje silencia lo
muestran las manos que todavía tienen restos de la
tierra que arrojó sobre la sepultura de su compañero de
vida que deben echar tierra al hombre que ella trajo al
mundo. Y el dolor último es doble. La roca que tapa la
tumba se mueve tres veces. Su esposo y dos hijos
mueren en el país extranjero y con ellos su sostén
financiero.
El libro de Rut cuenta esta historia de lágrimas, la de
Noemí, que pasa de la ruina económica en Israel a un
país «mejor», Moab. Pero que en realidad arruina a su
familia y la deja en la calle.
Cuando parecía que no había nada que hacer, algo
sucede. El llanto no se detiene, pero el relato empieza a
dar un giro. Ella comienza a atravesar el camino
propuesto por el pañuelo del Consolador.
Ella se pregunta, ¿en quién me he convertido? No
hay muchos cambios visibles en aceptar quienes
somos, pero la diferencia radica en si nos subimos al
barco cuando está por zarpar o nos quedamos en el
puerto.
Adelantemos la película para escuchar de su propia
boca en quién se ha convertido. Ella escucha que el
ciclo económico en su país natal está en auge y hay
nuevamente alimentos disponibles. Y hace algo, sus
vecinos y parientes de Israel que no han tenido noticias
de ella en una década, la tierra que la vio nacer y partir
siente sus pisadas. «Noemí» retorna pero ya no es
«Noemí». Quienes reconocen en sus facciones
deterioradas un rostro conocido se acercan a saludarla
y la llaman por su nombre, «¡Noemí!». Este nombre
significa dulzura por lo que ella responde: No me
llamen Noemí (Rut 1:20), no me llamen dulzura.
El nombre para los judíos expresa su identidad o al
menos algún rasgo destacable. El dolor ha socavado su
dulzura por lo que dice: llámenme Mara, amargura. La
amargura se ha apoderado de su nombre, ha
reemplazado su lugar en el registro civil, la ha
rebautizado, ya no vive la «dulzura», solo queda la
«amargura».
La tristeza invade a quienes han perdido a un ser
querido, pero no siempre lo hace la amargura. Cuando
la tristeza se extiende en el tiempo, porque no podemos
(o no nos permitimos) procesarla, sustituimos la tristeza
por la amargura. La tristeza nos acompaña por un
tiempo para avisarnos de una pérdida, para permitir
centrar nuestra atención en ella, para asimilar lo
ocurrido y adecuarnos al cambio. Sin embargo, la
amargura se instala dejándonos atascados en la
situación sin poder superarla. Alguien amargado es
alguien que se ha quedado varado en el dolor del
pasado, solo habla de lo que ocurrió, lo que podría
haber sido, lo que tenía y ya no tiene «¿Futuro? ¿Para
qué? Mejor son viejas y conocidas penas, que
nuevas y diferentes». Si la tristeza se encapsula, se
convierte en una semilla se amargura que echará raíces
por doquier El proceso de la amargura ocurre sin que lo
percibamos. El radar emocional marcó sorpresa,
tristeza, y luego amargura. Inesperadamente algo nos
golpeó como un cross a la mandíbula sorprendiendo y
anestesiándonos, borrando la sonrisa del rostro, no
sentimos el tornado, pero estamos viviendo las
consecuencias, despertamos del trance horrorizados
por lo ocurrido y nulos de energía para reconstruirnos,
nuestro corazón fue roto y las piezas no están
numeradas para rearmarlo, nos negamos a perder,
fuimos permeados por el dolor, el mal de afuera se coló
por ósmosis haciendo arder de dolor nuestro interior.
Pero la herida de la tristeza no fue curada, ni tratada,
por eso infectó nuestro corazón con «Mara», amargura.
Podemos entender el momento Mara como ese en el
que la amargura llena todo y pide ser drenada del
corazón.
Queremos que el momento pase, pero si lo hace se
llevará lo último que nos queda, el sentimiento de
amargura. Pero Mara comienza a recorrer el camino. El
«afuera» puede afectar en quién nos hemos
convertido, pero no determina quiénes seremos.

Ya sabemos en quien se ha convertido Noemí,


retrocedamos unos versículos para analizar su retorno.
Para regresar ella utiliza la fe. «Entonces se levantó
con sus nueras, y regresó de los campos de Moab;
porque oyó en el campo de Moab que Jehová había
visitado a su pueblo para darles pan» (Rut 1:6).
Notemos estas palabras se levantó, y regresó,
porque oyó que Dios. La fe es levantarse y volver,
porque oímos de Dios. No podemos comprobar cómo
terminará la pelea si no estamos de pie, no podemos
ver qué hay si no regresamos. Pero la fe lo hace
posible, que podamos comprobar y ver de antemano.
Porque la palabra nos dice que la fe es la certeza de lo
que se espera y la convicción de lo que no se ve
(Hebreos 11:1).
Ante las peripecias escondidas en un rincón
podemos contar con la fe. Porque la fe acerca al Dios
de los cielos a nuestros asuntos y nuestra vida interior.
Noemí ha enfrentado una catástrofe familiar, su
tristeza se transformó en amargura. Una vida estancada
se pone en movimiento por la fe que escucha y
recuerda al Dios de tiempos anteriores, y ella desea
volver. Volver a la ciudad de Dios, es volver a Él. Nadie
deja la amargura si no se pone en pie y camina fuera de
ella a un lugar mejor.
Pero ella quiere volver sola (v.8) ¿No hacemos esto?
Cuando más necesitamos de alguien al lado echamos a
todos. Por más refinadas que sean nuestras palabras y
fuerte que parezcamos, todavía necesitamos a alguien
que nos acompañe, nos preste sus oídos, su presencia,
su consuelo, que nos acerque su pañuelo. Pero Rut, su
nuera, se queda presente y Dios también. Rut
comprende la pérdida de Noemí. Juntas recorren el
camino de la fe, no saben que encontrarán en Israel,
pero creen que será lo mejor. Noemí le dará consejos a
Rut, que no solo la ayudarán a sobrevivir sino a rehacer
su vida, y al hacerlo ella misma logra rehacer la suya.
Necesitamos vivir junto con Dios y juntos entre
nosotros, porque Dios usa a nuestros cercanos para
que nos alienten en la fe y como herramientas en su
consuelo.
No se nos dice si volvió a su antiguo nombre, pero
me gusta pensar que sí.
Reponernos costará, no será de un momento a otro,
no será sin dolor, pero Dios tomará todas las piezas y
hará algo finalmente con lo ocurrido, no sabemos cómo,
pero todo terminará mejor que antes. Él nos acompaña,
Él siente lo que sentimos. El pecho de Dios siente lo
que sentimos y sus lágrimas se humedecen con las
nuestras. Detrás de la mano de quien nos extiende el
pañuelo divino está Dios. Este capítulo podría terminar
aquí: estamos tristes y el cielo envía a alguien, pero me
gustaría explorar algo más, algo que podemos llamar
cuando el cielo se envía a sí mismo.
Dios mandó a su hijo, quien lloró y ahora limpia
nuestras lágrimas. El amigo de Jesús murió. Él siente la
pérdida. Lázaro, María y Marta eran tres amigos que
Jesús visitaba siempre. En su casa se sentía «como en
casa». Podría sacarse sus sandalias, prender el
televisor y sacar la comida de la heladera, sin
mencionar que su celular se conectaría
automáticamente al Wifi de la casa porque tendría la
contraseña cargada. Innumerables anécdotas se
contarían.
La cotidianidad es interrumpida. Lázaro. La
enfermedad. No hay aviso. Es repentino. Cuatro días.
La muerte... Todo tan rápido. Jesús se encuentra frente
a la tumba de Lázaro y escucha los reproches de su
hermana, por qué no dejaste tus ocupaciones y
viniste a devolverle la salud. Por qué no lo hiciste.
El reclamo a Dios por la muerte de su hermano es
seguido de una charla acerca de una vida venidera,
pero ella desea que su hermano esté ahí, sano. Los
reproches no resuelven nada, recitar la teología de los
últimos tiempos no hace aporte alguno. Es confuso,
porque todos están sufriendo y todos quieren que su
dolor sea tenido en cuenta.
¿Y el dolor de Jesús? Él sabe lo que va a pasar,
pero aun así le duele la muerte su amigo.

Jesús lloró.

Así dice la Biblia. Las lágrimas diluvian en los ojos


del hijo de Dios que no puede — o no quiere — evitar
la tristeza. Su corazón se aflige como lo hace el
nuestro. En Jesús, Dios sufre la muerte del otro.
Quienes sufrieron lo mismo que nosotros, pueden
entender en dónde estamos y lo que sentimos. Dios
sufrió nuestra tristeza.
Validar la tristeza de alguien es algo, alentar la fe en
Dios a que algún día todo cobrará sentido es mejor,
pero mejora cuando comprendemos lo que otro vive
y lo acompañamos.
Alguno podría pensar que ya tenemos mucho dolor
en nuestra vida como para vivir el dolor ajeno. Pero
Dios no lo cree así, la historia frente a la tumba de
Lázaro lo demuestra. Porque Dios podría
comprendernos desde su omnisciencia, sentado en su
trono en el cielo, desde un conocimiento intelectual
como cuando alguien comprende un concepto. Pero su
consuelo tiene mayor firmeza cuando pensamos que el
Dios vestido de humanidad toma parte de sus tres
décadas en la tierra para vivir en carne propia la tristeza
por un amigo que murió. Así lo dicen las escrituras, Él
puede compadecerse de nuestras debilidades
porque fue [probado] en todo (Hebreos 4:15).
En el cielo nuestras lágrimas recorren sus mejillas y
nuestra aflicción se clava en su corazón a la vez que en
el nuestro. Dios es el primero en llorar con los que
lloran (Romanos 12:15), en afligirse cuando nosotros
nos afligimos, y en el pozo, en los momentos en los que
por alguna razón nos sentimos solos, dolidos e
incomprendidos — al menos de forma total — Dios sí
entiende y tiene en cuenta lo que nos ocurre.
Él hace algo, la Deidad sentada a nuestro lado saca
su pañuelo. Solo puede ser visto por la fe y cumpliendo
las palabras que prometió: Felices aquellos que lloran
porque serán consolados (Mateo 5:4), y a todos los
que se lamentan [Dios] les dará una corona de
belleza en lugar de cenizas, una gozosa bendición
en lugar de luto, una festiva alabanza en lugar de
desesperación (Isaías 61:3).
El consuelo del Dios Consolador.
¿Podría haber evitado la tragedia? Sí, pero la historia
no sería igual. Ser resucitado en lugar de sanado es
más doloroso, pero otorga una experiencia más
profunda con Dios. Nuestra historia podría ser más
aséptica, sin tantos baches, espinas ni raspaduras, pero
tendríamos la versión reducida de Dios. Si tuviéramos la
oportunidad, ¿elegiríamos sufrir y ver el esplendor de
Dios, o nunca sufrir y ver a un Dios lejano? Me inclino a
pensar que si tuviéramos el panorama completo
optaríamos por la primera opción. Porque si para
alcanzar ciertos éxitos estamos dispuestos a pagar el
precio, como no lo estaríamos para ser cercanos a Dios
y ver como Él quiere mostrarse a nosotros.
Tenemos el consuelo en la aflicción, más de Dios en
la aflicción. Antes de irse Jesús dijo a sus discípulos: a
ustedes les conviene que yo me vaya (Juan 16:7).
¿Por qué conviene que Jesús se vaya? Porque Él
estuvo junto a sus seguidores por un tiempo, pero al
irse enviaría a Alguien que estaría adentro de sus
seguidores. Jesús continúa hablando y lo llama el
Consolador. Se trata de Dios mismo. Me gusta este
título que le da a Dios.
Se anuncia el consuelo, pero se nos recuerda el
dolor. Así lo dice, en el mundo tendrán aflicción (Juan
16:33).
Jesús está autorizado para hablar de la aflicción. Él
no nació en una cuna de oro en una mansión, sino en
una cuna de paja de un establo en una cueva; no tuvo
bienes materiales porque dice: no tengo donde
reposar mi cabeza (Mateo 8:20); es rechazado por los
suyos (Juan 1:11); y hace la voluntad de Dios de una
forma perfecta, lo que le lleva a ganarse muchos
enemigos que lo ejecutan de forma pública. Y si esto no
es poco, en ese momento todos sus amigos lo
abandonan, uno lo niega y otro fue el que lo traicionó.
Sabe lo que dice, en el mundo tendrán aflicción.
Pero también sabe lo que dice a continuación: confíen,
yo he vencido al mundo. Dentro de ustedes vendrá el
Consolador, uno igual a Jesús, que cuando venga la
aflicción vencerá como lo hizo Jesús.
Podemos vencer como Él lo hizo con la ayuda del
Consolador que es Dios viviendo dentro de nosotros.
Esto nos trae consuelo y fortaleza.
La palabra Consolador en el idioma original está
compuesto por dos palabras que significan: aquel que
se pone al lado de uno — algo así como sentarse y
prestar el hombro para que lloren. Además, la mayoría
de las veces no entenderemos cabalmente lo que el
otro siente, pero quien acompaña puede mirar en la
misma dirección del acompañado, ver lo que ve y así
entender lo que siente. En el capítulo anterior
mencionamos a Job, quién sufrió una catástrofe
familiar. No tenemos un buen concepto de sus
acompañantes, ya que fueron más atormentadores que
consoladores. Pero hay algo que ellos hicieron bien, y
eso fue quedarse callados.
Recordemos, Job perdió a todos sus hijos en un
accidente, su empresa, su buen nombre, su salud, su
matrimonio se hace cenizas porque su esposa le desea
la muerte y quienes lo acompañan, sus amigos, traen
palabras muy duras e injustas.
Hagamos un zoom en un momento de la historia,
entre la catástrofe y las largas rondas de discusión
teológica.Recortemos unos cuantos días, siete, en los
cuales ellos guardan silencio.
Lo que los amigos de Job hicieron no era algo
inusual, ya que existe hasta hoy en día entre los judíos
una costumbre, llamada Shiv’ah que quiere decir siete.
Es un periodo de duelo para los primeros siete grados
de parentesco: padre, madre, hijo, hija, hermano,
hermana o esposo y que los amigos de Job deciden
guardar también. En este periodo se brinda consuelo a
través de la presencia, el regalo de la presencia al
sentarse en el silencio para llorar el dolor sintiéndolo
propio.
Esta semana un pastor, presidente de la zona
patagónica de su denominación, me cuenta de un golpe
duro que recibió su iglesia el año anterior, en cuestión
de meses murieron de forma repentina dos jóvenes de
su iglesia. Ambos dos eran de unos veinte años, el
primero era un joven que se cayó en el baño y murió, y
la segunda era una chica que le diagnosticaron cáncer
terminal y falleció en cuestión de un mes. Las lágrimas
quieren asomarse en sus ojos mientras el pastor intenta
guardar la compostura para contarme lo sucedido. Es
claro que en su corazón ha querido acompañar y
sostener a los padres y lo ha hecho. Pero, qué decir en
el momento de la pérdida: «Javier, a veces, lo mejor es
hacer lo que hicieron los amigos de Job. Porque si uno
habla se equivoca». ¿Acaso el único que guardó
silencio todo el tiempo que fue necesario no fue Dios?
Cuando entré al edificio de la iglesia fui recibido por
un hombre muy amable que me brindó su servicio en lo
que necesitaba y se quedó hasta la medianoche cuando
todos se fueron y terminé de cargar el stand de libros.
El pastor me dice que él es el padre del muchacho que
falleció. Al notar su alegría, amabilidad y disposición no
lo hubiera pensado ni por un momento.
Continúa contándome la historia de la despedida de
la chica mientras le titubea la voz y sus ojos se
humedecen más: «Ver la fortaleza y entrega de ella a
Dios el último mes fue sorprendente, sus padres se
aferraron más a Dios por lo sucedido, y en el
momento del funeral cuando me tocaba hablar fui
sincero, dije: no sé por qué murió. No tengo
respuesta a la muerte. No sé por qué murió, no
tengo explicación — y luego de una pausa dije —
pero yo sí sé por qué vivió». En ese instante las
lágrimas recorren las mejillas de todos. Ayer hablé con
una mujer que perdió a su hijo de veinticinco años.
Podría estar convirtiéndose en Noemí, pero dista mucho
de eso. Ella me dice desde el primer momento me
determiné no reprocharle nada a Dios. Mucha gente fue
al funeral y al momento del entierro recuerdan la letra
del himno Cara a cara.
En presencia estar de Cristo,
Ver Su rostro, ¿qué será?
Cuando al fin en pleno gozo
Mi alma le contemplará.

Cara a cara espero verle


Más allá del cielo azul.
Cara a cara en plena gloria
He de ver a mi Jesús.

Estas palabras despiden a quien se nos adelanta


para encontrarse con Dios y verlo cara a cara. La madre
desea aplaudir y otros también. El hijo se ha ido y todos
están alrededor aplaudiendo. ¿Qué aplauden?
Aplauden la vida. La madre dice fue sanador.
Pienso en las palabras de Pablo: Tampoco
queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los
que duermen, para que no os entristezcáis como los
otros que no tienen esperanza. Porque si creemos
que Jesús murió y resucitó, así también traerá Dios
con Jesús a los que durmieron en él. (1
Tesalonicenses 4:13-18). Los mencionados tenían
hasta aquí una esperanza, un profunda confianza en
Dios de que la pérdida era un hasta luego, que hay un
reencuentro en el futuro.
El autor Max Lucado lo ejemplifica así. Luego de
cenar con mis hijas y pasar un buen tiempo,
frecuentemente la más pequeña tiene sueño. Entonces
papi la carga a caballito y comienza a subir las
escaleras arriba. La arropo y ella se duerme. Mis otras
hijas se irán a dormir eventualmente, pero ahora le ha
tocado el turno a la más pequeña. Pueden imaginarse
que al regresar con mis otras hijas ellas me dijeran:
¿Por qué papi? ¿Por qué te la llevaste? Debería
haber sido yo, no ella. Ellas saben que la hora está
llegando, que eventualmente a todos nos tocará ir arriba
a dormir, a unos les llega el turno antes que a otros.
Pero sabemos que mañana nos volveremos a ver.
Al hablar de este tema Flor, mi esposa, me cuenta
acerca de su madrina. Tanto la mamá como el hermano
de ella estaban en el hospital. La madrina les habla de
Cristo y su hermano le dice que sí a Dios. La madrina
se consuela sabiendo que su hermano decidió recibir a
Cristo en su vida antes de partir, sabiendo cuál es su
rumbo.
Pienso que nadie puede mantenerse ateo al
momento de la muerte. Que ante el abismo de lo
desconocido nadie decide resistir a Dios y está
dispuesto a hacer las paces con Él. Pero eventualmente
habrá seres amados que partan a la eternidad sin
Cristo.
El siguiente párrafo es el más difícil de escribir de
todo el libro. Dudo entre escribir o no. No quisiera que
existiera la necesidad de hacerlo, pero pienso que sí la
hay.
Retorno junto al grupo de misiones a mi ciudad. No
sin antes saludar al esposo de ella luego de la reunión.
Ella asistió, él no. Al siguiente día recibo una llamada, el
esposo de ella murió debido a un paro cardíaco.
Nuestras visitas son frecuentes en esas semanas. Y
ella hace la pregunta: «¿mi esposo está en el cielo?
Yo le hablaba acerca de qué Jesús murió para
salvarnos de nuestros pecados en la Cruz. Una de
las veces él se quedó prestando con mucha
atención. No sé si él creyó en Cristo como salvador,
quisiera creer que sí.» Me quedo sin palabras, a mi
lado está José Montes, uno de mis mentores. Él dice
que nos sorprenderemos cuando lleguemos al cielo,
porque el momento de creer es hasta el último.
Nosotros no conocemos si lo aceptaron a Dios o no —
la biblia dice que el Señor conoce a los que son suyos
(2 Timoteo 2:19), lo que sigue es lo que me cuesta
transcribir — pero si no nos encontramos con nuestros
seres queridos en el cielo de algún modo seremos
consolados, no pensaremos en ellos con el mismo dolor
que tenemos ahora. Si no fuéramos consolados de esa
forma por Dios no sería el cielo sino el infierno.
Su presencia nos consolará. Su presencia nos
consuela. Dios a nuestro lado puede más que cualquier
libro, sermón, discursos, palabrería, explicaciones
simples, seminarios que encontremos en esta tierra.
Porque toda la información que podamos recopilar nos
seguiría dejando sin respuestas, porque la respuesta al
dolor no son datos a la mente sino su consuelo al
corazón.
La fe nos permite ver a Dios a nuestro lado. Cuando
nuestros hombros ceden, la presencia de Dios sostiene
el peso que nos agobia.
Conozco a este Dios, porque lo he vivido y he
escuchado a cientos contar esta experiencia. Nos
brinda su consuelo saber que quien controla todas las
cosas está a nuestro lado. Nuestra forma de verlo a él
cambia. Nuestra situación cambia, porque tener a Dios
presente hace toda la diferencia.
Escuché a un predicador contar la experiencia de ser
consolado por Dios, Estaba en mi escritorio. Mi
corazón compungido hasta el grado más sublime.
Las lágrimas caían por mis mejillas. Lloraba y no
entendía por qué las cosas habían cambiado a mi
alrededor de esta manera. Pero entonces, supe que
Dios estaba conmigo, que Dios me estaba
abrazando así como hace un padre cuando su hijo
llora. Lo llamativo es que Dios no cambió mi
situación, ni mi entorno ni cambió lo difícil e injusto.
Dios estaba en ese momento para fortalecerme,
para ayudarme a seguir adelante. Dios estaba. Dios
está. Dios es el consolador. Él nos consuela.
Este pastor no cuenta como llegó a esa situación o lo
que ocurrió, pero la forma en que fue fortalecido para
seguir adelante es lo que experimentamos todos. Su
consuelo nos fortalece. Lo que contrapone la tristeza es
el pañuelo de Dios, su consuelo. Este nos permite
mostrarnos débiles y cuando nos mostramos así, Dios
nos fortalece. Podemos bajar los escudos, las barreras,
abrir las puertas de la muralla que levantó el dolor y
permitir que Dios pase, se siente al lado y brinde su
consuelo. El Shiv’ah de Dios, el regalo de la presencia
de Dios consolando tu corazón con su pañuelo divino.
Respondiendo a nuestro dolor con su amor.
Hace un tiempo Flor, mi esposa, escribió un artículo
acerca de la consolación y recibió algunas respuestas
que hablan por sí mismas.
Vittmar nos escribe de Norte América:
Hoy (el día de publicación del artículo) falleció
una de mis hermanas [...] no pregunto el por qué,
solo dejo que Dios nos consuele con su amor a mi
mamita, a mis hermanos y a mí.
Giselle de San Salvador dice de forma resumida,
sencilla y profunda: «Dios está a nuestro lado aunque
muchas veces dudemos».
También Concepción de México nos dice:
Es verdad Dios nos consuela en luchas y
pruebas. Hace un mes perdí a mi padre, no sé si han
perdido a un ser querido, es algo feo y muy triste,
he de seguir adelante con la ayuda de Dios porque
él es mi roca, mi fortaleza y mis fuerzas.
Dios puede llegar a lugares de nuestro interior donde
otros no pueden llegar. Brindar a la aflicción, consuelo.
Dar a nuestra debilidad fortalecimiento. Reconocer el
dolor por lo perdido y extender su pañuelo. Otros
pueden ignorar o negar nuestro dolor pero Dios nos
extiende su presencia y su pañuelo Divino. Después de
lo ocurrido conoceremos que hay una fiesta al otro lado
del pañuelo. Y aquello que habíamos escuchado, pero
no vivido, será una realidad en nosotros, en la amargura
Dios se sienta a nuestro lado para consolar nuestro
dolor.
RESUMEN
● Noemí experimenta la pérdida y dice: no me
llamen más Noemí, dulzura, ahora llámenme
Mara, amargura. Pero Dios cambiará su
realidad.
● Hay momentos en la vida que atraviesan la
permeabilidad de nuestro corazón, pero no para
traer alegría, sino que estos momentos son esos
difíciles de procesar y tienen la triste posibilidad
de traer amargura a nuestra vida.
● Ante esos momentos que provocan tristeza en
nuestro corazón, Dios quiere hacernos saber
que él se entristece tanto como nosotros, que su
corazón se duele junto al nuestro, pero también
él quiere hacernos saber que quiere tener un
papel activo en nuestra consolación.
● Algunas personas que no creen en Dios
reconocen que la fe es útil para atravesar los
momentos difíciles de la vida.
● Los Judíos tienen una costumbre hasta hoy que
se llama Shiv’ah. Cuando alguien está
atravesando una pérdida, sus amigos y
familiares se sientan a su alrededor y se quedan
en silencio durante siete días, no le regalan
palabras sino que le regalan su presencia. Dios
actúa de esa manera.
● Jesús dijo: «les conviene que me vaya, porque
cuando me vaya vendrá el Consolador».
● Que hoy puedas ser consolado por este Dios
que extiende sus Pañuelos Divinos.
UNAS PALABRAS AL FINAL

Si has llegado hasta estas páginas finales, eres un


valiente. Porque te has animado a mirar al dolor a la
cara, pero también a mirar al cielo en busca de Dios. Te
has atrevido a aceptar el desafío de ser renovado por
Dios y volver al diseño que Él pensó para vos. En el
horno el fuego calienta al metal y lo ablanda, de esa
manera el herrero puede darle la forma que desea. Eres
un valiente por atreverte a involucrarte en este proceso.
Solo los valientes se reconocen insuficientes en el
momento de la prueba y por eso buscan a Dios. Su
perspectiva nos muestra de forma clara el «porqué» y el
«para qué» de la adversidad.
En este libro, hemos descubierto juntos una pequeña
parte de esa perspectiva. Hemos visto con los ojos
espirituales y nos resta un último desafío. Algunos han
realizado las actividades propuestas en cada capítulo,
pero el verdadero reto es poder utilizar lo aprendido de
forma permanente en nuestra vida. De la misma forma
que no se ejercita el cuerpo leyendo una revista de
deporte, no aprendemos ni mantenemos las habilidades
espirituales si no las ponemos en práctica.
Quiero agradecerte, en nombre de todos los que
trabajaron en este libro, por adquirirlo y por leerlo.
Ahora, te desafío en estos momentos a que pienses en
alguien que esté pasando por alguna adversidad,
alguna prueba, esté triste o esté enfrentando el dolor, y
le hagas llegar este ejemplar o una copia del mismo,
para que sea bendecido de la misma forma en que vos
lo has sido.
También es posible que este sea el primer libro
cristiano que has leído o que nunca hayas considerado
a Jesús como tu Salvador. Ahora, te invito a que al
cerrar este
libro, ores a Él y le puedas entregar toda tu vida,
sabiendo que Él te dará la vida eterna. En la cruz Él
murió para perdonar tus pecados y, así como Él
resucitó, un día vas a resucitar para estar siempre con
Él.
Mientras tanto Él será el Dios que no dejará cuando
pases por los momentos de fuego y te ayudará a
descubrir las bendiciones escondidas detrás del dolor,
forjándote según Él te diseñó.
«Contar tu historia con Dios
es prestar tu fe a los demás».

TU HISTORIA PUEDE
INSPIRAR A CIENTOS DE
PERSONAS, Y POR ESO
QUIERO PUBLICARLA EN MI
PRÓXIMO LIBRO.

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ACERCA DEL AUTOR
Javi Martínez es un joven escritor emergente, un
instrumento que el Padre está levantando para animar y
ser de bendición a esta generación.
Es una persona polifacética, es profesor de lengua y
literatura y no solo sirve al Señor en su faceta de
escritor, sino que lo hace también a través del ministerio
«Conectate con lo Alto» del cual es fundador, ministerio
encargado de llegar a la juventud con un mensaje
diferente a través de programas de radio, televisión y
redes sociales.
Ha servido al Señor activamente en la obra bíblica,
en la cual desempeñó la tarea de llevar la Palabra a
distintas provincias de nuestro país.
No solamente se limita a eso, sino que actualmente
es un emprendedor activo.
Casado con su mejor amiga Flor, con quién está
iniciando un nuevo hogar en las manos del Señor.
Su material libro será de bendición para tu vida, y en
muchos marcará un antes y después. Desatará una
mayor fe y será un sostén en medio del proceso.
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