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MOMENTOS

DE FUEGO
LAS BENDICIONES ESCONDIDAS
DETRÁS DEL DOLOR
UNAS PALABRAS AL COMIENZO

INTRODUCCIÓN

SECCIÓN 1
PRUEBA DE CALIDAD: Cuando nuestro carácter es
puesto a prueba se revela la verdad. Cómo atravesar el
dolor, las pruebas y cómo el proceso nos mejora.

TEST DE CALIDAD DIVINO: EL DOLOR NOS


FORJA PARA CUMPLIR NUESTRO DESTINO
DIVINO

RESUMEN

ACTIVIDADES
SECCIÓN 2
PRUEBA DE FUEGO: Descubrir el propósito de las
pruebas. Enfrentar y vencer la adversidad.
Superar las crisis que vengan.

PRUEBA DE FUEGO: LA LLAMA DEL DOLOR


NOS ILUMINA A DIOS EN MEDIO DE
NUESTRA OSCURIDAD

RESUMEN

ACTIVIDADES

SECCIÓN 3
CONSUELO PARA LA TRISTEZA: Como sanar las
heridas del alma, atravesar el dolor y encontrar
consuelo para el corazón.

PAÑUELOS DIVINOS: EN LA AMARGURA,


DIOS SE SIENTA A NUESTRO LADO PARA
CONSOLAR NUESTRO DOLOR

RESUMEN

SECCIÓN 4
EL CIELO ESTÁ EN CAMINO: El Cielo te escuchó,
Dios no llega tarde. Cómo obtener ayuda de Dios
cuando no sé que más hacer y fortaleza mientras espero
la respuesta.

EL INTERRUPTOR DE LA ORACIÓN: EL
OÍDO DE DIOS ESCUCHA EL SUSURRO DE
NUESTRO DOLOR

RESUMEN

ACTIVIDADES

SECCIÓN 5
UN MAESTRO LLAMADO DOLOR: El pasado no
fue en vano. La experiencia acumulada es tu mayor
capital. Cómo aprender las lecciones de la vida.

CAPITAL DE VIDA: HAY LECCIONES QUE


DIOS SOLO PUEDE ENSEÑARNOS AL
VENCER EL DOLOR

RESUMEN

UNAS PALABRAS AL FINAL

OTROS LIBROS DE LA SERIE

OTROS LIBROS DEL AUTOR

ACERCA DEL AUTOR


VÍAS DE COMUNICACIÓN

NOTAS
UNAS PALABRAS AL COMIENZO
En este último año he estado inmerso en investigar y
resumir las bendiciones escondidas detrás del dolor.

Hablar de bendiciones y dolor parece una contradicción,


un oxímoron, dos cosas que no pueden que ir juntas y que
no tienen un punto de convergencia.

Para explicar el dolor no tengo que hacer un gran


esfuerzo. Porque todos hemos recibido los rasguños de la
vida, conocemos las heridas del alma, y portamos cicatrices
en el corazón. Pero, relacionar la bendición con el dolor es
una tarea más compleja que me tomará el resto de las
páginas de este libro.

Por eso es que este libro es una ayuda en el medio del


dolor y consuelo la desesperanza. En él encontrarás historias
inspiradoras de gente que se sobrepuso a la adversidad.
Contiene una perspectiva única respecto de los demás libros
que abordan la temática del dolor, porque explora cómo los
eventos dolorosos pueden fortalecer nuestra relación con
Dios y son un acelerador para que en nosotros se plasme su
diseño. Este libro es un recorrido, un viaje que no se puede
cotizar en valor monetario, porque las enseñanzas que posee
están inspiradas en la mente de Dios.

Agotarás rápidamente las páginas de este libro, porque su


escritura permite una lectura fluida. Pero, a su vez,
encontrarás lecciones que recordarás con el paso del tiempo.

Con cada nueva lectura descubrirás enseñanzas que no


sabías que estaban en estas páginas, porque cada vez te
encontrarás en un momento distinto de tu proceso. Al leer
este libro te estarás entrenando para enfrentar las batallas de
la vida, ser cada vez más capaz de sobreponerte y salir
victorioso ante cada reto.

Su temática, el dolor, es tan universal que puede ayudar a


cualquier persona en la Tierra. Pero, a su vez, apunta a un
Dios que nos trata de una forma tan personal que este libro
será apto para cualquier circunstancia que estés viviendo.
Prometer que «cualquier persona en la Tierra», resolverá
sus problemas, saldrá de angustias, calmará su ansiedad y
superará cualquier proceso que esté viviendo, resulta no solo
ambicioso sino imposible para un libro. Pero es posible para
el Dios que respalda las palabras contenidas aquí.

Lo importante en un libro no es solo su contenido, sino


lo que este forma en el lector. Este libro no solo te formará
para enfrentar la adversidad, sino que te ayudará a encontrar
en ella una oportunidad de vivir en la compañía de un Dios
amoroso que no se mantiene indiferente ante nuestro dolor,
nos ama y desea demostrarlo.

Con amor,

Javi Martínez
INTRODUCCIÓN
Podemos medir el tiempo con manecillas que se mueven
en un reloj, carillas de agendas que giran u hojas que son
desprendidas de un calendario. Pero ¿cuánto mide una
sonrisa, una alegría, un temor, un llanto, un enojo o una
frustración? Cada uno de esos momentos están hechos de
algo más que tiempo, están hechos de experiencias.

Todos vivimos varios tipos de experiencias. Conocemos


la rutina que no nos afecta en gran manera y pasa de forma
casi neutra en nuestra vida. También conocemos del grato
sabor de esas vivencias cumbre que se acercan a gustar lo
celestial en nuestro ahora. Pero hay un tercer tipo de
experiencias, difíciles de transitar, que se asemejan a acercar
las manos sobre el fuego, que nos queman, que nos duelen y
al querer esquivarlas sentimos que no existe una huida
instantánea. De este último tipo de experiencia se trata este
libro, cuando el fuego está presente y parece no irse.

Sé que mi propia experiencia con el dolor no ha sido la


misma de quienes leen esto. Quisiera poder decir que
comprendo exactamente por lo que han atravesado o lo que
están pasando, pero dudo que lo sepa a fondo. A pesar de
esta dificultad, he descubierto algunos de los beneficios
escondidos en el dolor y ese es el porqué de escribir este
libro.

También sé que una invitación a descubrir los beneficios


del dolor no parece del todo tentadora, pero ya que muchas
veces este es inevitable, es necesario que busquemos la forma
de atravesarlo y sacar algo bueno del mismo. Otra objeción a
este escrito es que hablar de este tema no es de lo más
agradable, sin embargo, en cierta forma hablar del
sufrimiento es hablar de la felicidad. Me refiero a que según
cómo enfrentemos el dolor, nos acercaremos a una alegría
profunda e inconmovible que habitará en nosotros,
producto de una profunda experiencia espiritual.

Al recorrer las páginas de este libro conoceremos que: el


dolor nos forja para cumplir nuestro destino Divino; la
llama del dolor nos ilumina a Dios en medio de nuestra
oscuridad; en la amargura, Dios se sienta a nuestro lado para
consolar nuestro dolor; el oído de Dios escucha el susurro de
nuestro dolor; y que además, hay lecciones que Dios solo
puede enseñarnos al vencer el dolor.

Nuestra fragilidad nos aúna como humanidad. El


recorrido cotidiano nos invita a las frases populares como
«aquello que no nos mata, nos hace más fuertes», al
encuentro con aquellos que dicen que no saben si Dios
existe pero reconocen que la fe nos ayuda a pasar por la
dificultad. Estas frases y pensamientos nos ayuda a
comprender que no necesitamos tanto una explicación, o
razón, al tema del dolor como sí necesitamos encontrar un
para qué del mismo.

Cuando pasamos a través del dolor se pone en


perspectiva nuestro presente, nos sensibilizamos al pasado y
nos atendemos al hecho de que debemos replantear nuestro
futuro. Aprendemos lecciones acerca del dolor de la
creación y la cultura general:

El dolor nos obliga a forjar los recursos internos que


Dios nos ha dado. En algún momento de la vida todos
somos esa ave que al nacer tiene que romper el huevo por sí
misma porque si la ayudan desde afuera no se fortalecerá lo
suficiente para sobrevivir el mundo exterior. Dios nos
permite que hagamos el esfuerzo, porque de otra manera no
desarrollaríamos los músculos espirituales para enfrentar la
vida.

El dolor nos obliga a enfrentar nuestro presente


preparándonos para nuestro futuro. Podría decirse que
también somos aquel pichón que es empujado por su mamá
fuera del nido para que este abra las alas, porque si esto no
ocurre, este jamás volaría. En ocasiones parece que Dios nos
arroja al dolor, pero nos da impulso para que levantemos
vuelo.

También, el dolor nos obliga a reconocer que


dependemos de Dios y a aumentar nuestra resistencia.

Porque algunas veces somos aquel bosque cuyo dueño lo


regaba lo indispensable porque si lo hacía en mayor medida,
cuando viniera la época de sequía el bosque no sobreviviría.
Al usar la fuerza para romper el cascarón nacerá nuestra
personalidad fortalecida que logrará sobrellevar nuestra
asignación divina; muchas veces necesitamos que nos
empujen para que así abramos las alas para volar a nuestro
destino divino; y en otras ocasiones necesitamos
experimentar situaciones de sequía para poder resistir en
medio de la adversidad.

Aunque en el libro hago muchas referencias a enseñanzas


obtenidas de la naturaleza y de la cultura general, las que han
transformado mi vida profundamente han sido las
trasmitidas por Dios en su libro, la Biblia. Las enseñanzas de
la cultura pueden ser de gran utilidad, pero la experiencia
con el dolor nos llevará al lugar correcto si nos obliga a
atender enseñanzas superiores, las que se encuentran en la
Biblia. En términos Bíblicos el dolor se conoce como el
fuego de la prueba (1 Pedro 4:12) — profundizaré en el
capítulo 2 sobre esta imagen del fuego que se expresa como
purificador —. El fuego refina: hace que lo que no sirve se
evapore, da al material una resistencia que no adquiriría de
otra forma y ablanda al metal para que el herrero le otorgue
una nueva forma. Cuando pasemos por el fuego seremos el
mismo material, pero nos convertiremos en otros. Se
evaporarán pesadas mochilas, nos dará una fortaleza que no
tendríamos de otra forma y recuperaremos de la mano de
Dios, nuestro forjador, un carácter renovado y mejorado de
acuerdo a su diseño original a imagen y semejanza de Él.

Finalmente, escribo en este libro acerca de «momentos»,


para que tengamos presente que como el fuego no dura para
siempre tampoco lo hacen los momentos de dolor. Pero,
mientras estemos en ellos podemos mirar a lo Alto, y cuando
el fuego se convierta en humo veremos que hemos cambiado
y descubriremos que Dios está presente, consolándonos y
amándonos. Todo esto no es más que una «leve tribulación
momentánea», un puñado de «Momentos de fuego».
SECCIÓN 1

PRUEBA DE
CALIDAD
Cuando nuestro carácter es puesto a prueba
se revela la verdad.
Cómo atravesar el dolor, las pruebas y cómo el
proceso nos mejora.
TEST DE CALIDAD DIVINO
EL DOLOR NOS FORJA PARA
CUMPLIR NUESTRO DESTINO
DIVINO
Escuché que hace un tiempo se realizó un experimento
en una universidad reconocida que consistía en el diseño de
un jarrón. Para el experimento separaron dos grupos. El
primer grupo tenía como tarea fabricar el mejor jarrón
posible siguiendo un método estricto de planeamiento:
harían planos, diseños, cálculos, medirían el material, la
resistencia, y finalmente, luego de meses de planificación
concretarían la fabricación del jarrón diseñado. En otras
palabras, ellos tendrían una sola oportunidad de fabricar su
mejor jarrón, sin opción a equivocarse, debiendo acertar en
el primer intento.

El segundo grupo también tenía como objetivo fabricar


su mejor jarrón pero esta vez el método sería distinto.
Harían varias versiones del jarrón una por vez, realizando el
mejor intento en cada oportunidad, identificando los errores
y corrigiéndolos en cada una de las versiones. De esta forma,
con cada versión del mismo ellos se acercarían al mejor
jarrón que pudieran hacer.

¿Cuáles fueron los resultados de este experimento?


Ambos grupos obtuvieron exactamente el mismo resultado.
A pesar de que siguieron caminos distintos, lograron como
producto final un jarrón de calidad similar, ambos de alta
calidad. En el terreno espiritual esta historia es similar a la
manera que Dios trata con nosotros. Porque Dios nos
moldea como a jarrones. Para el primer hombre es posible
que haya usado el primer método del diseño y la confección
única, pero para el resto de nosotros pienso que utiliza
segundo método: el de prueba y corrección. Como parte del
proceso en cada etapa somos probados para que sea evidente
cuál es el siguiente paso a corregir. Somos jarrones que se van
mejorando en cada prueba y esta mejora debe afectar
nuestro carácter y personalidad. Exámenes cada vez más
rigurosos van convirtiendo nuestro interior en un producto
de alta calidad.

Esto es expresado en las escrituras de la siguiente manera.


La prueba en la Biblia está relacionada con una situación
límite. Como cuando Pablo escribe en Romanos 5:4-5: «la
tribulación produce paciencia, y la paciencia, prueba» —es
posible traducir prueba aquí como carácter aprobado—. La
secuencia sería la siguiente: tendremos que enfrentar la
tribulación, la cual requerirá paciencia en nosotros, y en este
período sostenido de prueba se va a pulir nuestro carácter.
La realidad adversa, que parece multiplicarse en ocasiones en
nuestro presente, logrará una versión mejorada de nosotros
mismos. Esta nos dota, si pasamos cada prueba, de un ser
interior que mejora con cada dolor enfrentado.

En la Biblia hay una historia de jarrones que se deshacen


y vuelven a ser hechos por Dios. Se trata del relato del
alfarero y la vasija. En la narración Dios es el alfarero que
toma la arcilla — que somos nosotros— y con esta forma
una vasija útil y hermosa, pero se nos dice que esta se
deshace en sus manos. La respuesta del alfarero es la
esperable, vuelve a hacerla de nuevo y esta vez mejor
(Jeremías 18:4-6).

A menudo, no entendemos la forma que Dios quiere que


tomemos y nos resistimos. No comprendemos que con su
diseño nos podremos mantener firmes, y así, soportar
nuestras propias cargas y el peso de la realidad. La arcilla que
no alcanza a comprender los propósitos de Dios, y Él lo sabe,
por eso es que no la descarta, no la tira, no sigue con la
siguiente en la fila sino que continúa moldeándola. Sabemos
que Él logrará su cometido con nosotros.

Esto suele causar todo un alboroto emocional en


nosotros. Porque llevado a nuestra cotidianidad estamos
hablando de enfrentar situaciones que nos presentan un
gran desafío, una prueba aparentemente insuperable,
problemas que nos deshacen por completo. Todo tipo de
sentimientos producto de estas situaciones límites nos
producen dolor y frustración. La voluntad de Dios no evita
toda situación dolorosa para nosotros, a menudo, su camino
atraviesa el dolor. Pero debemos tener en cuenta de que si
tomamos la oportunidad de que Dios moldee nuestro ser,
saldremos de la adversidad mejor que como entramos en
ella.

Relacionar como la realidad nos duele con experimentos


de grupos universitarios es algo frío, hablar de un alfarero
que moldea una pieza única y no está dispuesto a deshacerse
de la masa mejora el panorama, pero aún no termina de
reflejar nuestra relación con Dios en medio del sufrimiento.
Las escrituras nos dan la imagen de un padre.

De la misma forma que un papá enseña a caminar a su


hijo Dios nos enseña a vivir.

Un papá podría cargar a su hijo todo el tiempo para


evitar: que este se golpee al dar un paso en falso, que pueda
frustrarse por repetidas caídas o que el esfuerzo por aprender
a caminar le pueda causar un trauma psíquico producto de
la desprotección paterna — no sé si eso pueda ser posible. Si
el papá hiciera esto, cuando el niño crezca simplemente
podría conseguir más gente que lo cargue y lo proteja como
hacía su papá. El común de la gente concluiría que este
padre no está cuerdo y que sí lo está un padre que sí enseña a
caminar a su hijo. Sin embargo, el niño podría tener otra
perspectiva: «que cruel es mi papá que ya no me carga como
antes, me obliga a andar aunque no sé hacerlo y me expone a
tropezar, caer y lastimarme». El niño no tiene la perspectiva
de los adultos, no comprende a dónde lleva todo esto. Así
nos ocurre a nosotros cuando Dios nos prepara para andar.
En medio del aprendizaje alguien podría pensar: «Dios me
estás obligando a pasar por una situación que no quiero ni sé
cómo atravesar», «son más los momentos que me arrastro
que los que camino», o «esto que está pasando me está
lastimando el alma». Dios podría cargarnos, reclutar a un
ejército de personas y hasta ángeles que nos cargaran por la
vida. Pero un buen Papá nos enseña a caminar.

Escuché de un adulto cuyos padres fueron


sobreprotectores. Cuando crecía lo resguardaron todo el
tiempo de posibles caídas, de modo que nunca desarrolló el
reflejo de estirar las manos para protegerse de las mismas.
Ahora es un adulto que cuando tropieza, su caída se asemeja
a la de un árbol recién talado. Está comprobado que los
ancianos que tienen fuerzas en sus muñecas sobreviven más
tiempo porque evitan que se les quiebre algún hueso, por
ejemplo, si se resbalan en la bañera. No sé si algún día este
reflejo será parte de la vida de ese adulto sobreprotegido,
pero su sobreprotección cuando fue niño afectó su vida
adulta y elevó la posibilidad de tener algún hueso roto en su
vejez.

Teniendo en cuenta esto pienso que desear una


sobreprotección divina no parece lo más sensato.
¿Podríamos nacer caminando? ¿Podría Dios poner su mano
siempre que tropecemos para ahorrarnos el golpe?
¿Podríamos llegar al mundo con todos los recursos para
enfrentar la vida de principio a fin sin sudar una gota? ¡Dios
podría hacerlo! Pero ha pensado las cosas de otra forma. Los
jarrones y vasijas están a merced de su diseñador o artesano,
pero en el proceso de enseñanza los hijos desarrollan una
relación como ninguna otra con sus padres.

Cuando nuestro Creador nos dota de recursos y


contribuye a nuestro desarrollo en medio de la situación
límite, nos acercamos a Él de forma única. Nuestro
encuentro con el dolor puede cambiarnos para mejor o peor,
pero si en ese encuentro está nuestro Padre,
acompañándonos y guiándonos, el encuentro con el dolor
será para mejor.
Somos incomodados, somos llevados al límite, somos
obligados a cambiar. Las situaciones tiran de nuestra mente,
nuestra alma, nuestro corazón, nuestro espíritu. Dios lo
sabe. Pero a través de la prueba aprendemos algo que no
podríamos hacerlo de otra manera. Ni seminarios, cursos,
grabaciones, libros, congresos, revelaciones ni experiencias
sobrenaturales pueden enseñarnos lo que aprendemos en la
prueba. No hay suficientes lecciones teóricas, no hay atajos,
las lecciones son prácticas.

No nos inscribimos, las lecciones comenzaron ayer.


Enfrentamos lecciones a diario que si las reprobamos siguen
llegando una y otra vez.

Comparto algunas de estas «lecciones» que suelen llegar


de forma frecuente:

En mi propia rutina a menudo, el tiempo no suele


alcanzarme. En mi lista de actividades, en varias ocasiones,
he encontrado más ítems que tiempo. Entonces vuelvo a
conocer mis limitaciones actuales y vuelvo a recordar que
Dios organizó el cosmos en siete días (Génesis 1). En algo
debo estar fallando y de alguna forma tengo que
acomodarme a su plan una semana a la vez.

En mi relación con el dinero he tomado decisiones


cuando el dinero alcanzaba y he cancelado o pospuesto otras
cuando el este no escaseaba. Decidir según el efectivo fue
confiar en las riquezas y no en Dios como Señor que sabe
cuáles son las mejores opciones y puede darnos lo que
necesitamos.

En mis relaciones personales a menudo suelo confiar en


exceso y no siempre establezco límites claros. Entonces,
recuerdo que la relación de Jesús con sus semejantes no era
igual para con todos, Él establecía límites. Además, Él
comprende cuando somos traicionados y desilusionados en
nuestra confianza porque Cristo mismo recibió el beso de
Judas.

Como parte de estas lecciones también aprendemos a


desarrollar una visión particular de la vida que no se
adquiere de otra forma.

Leo esto último entre las líneas que me escribe esta


semana una mujer que vive en Concordia, Argentina. Ella
ha pasado por dos cirugías en el lapso de ocho meses y ahora
deberá realizarse una tercera. Entonces, recuerdo que hay
pocas cosas que podemos hacer cuando nuestra salud es
afectada y cuando las hacemos solo nos resta la paciencia.
Estar en este proceso no es un algo inútil porque la
tribulación produce paciencia y esta, carácter aprobado. En
este proceso se producen las oraciones más sentidas que a
menudo, se escuchan en camas de hospitales porque quienes
más confían en Dios son a veces quienes tienen menos
razones para hacerlo.

En la espera desarrollamos una nueva perspectiva de la


vida y una visión renovada del entorno, ya saben a lo que me
refiero, lo han sentido. Me refiero a cuando lo secundario
toma el lugar de la fila que le corresponde y aquello
«impostergable» puede esperar el tiempo necesario. En esa
espera la mujer de Concordia comienza a darse cuenta de
que Dios ha puesto belleza por doquier, y su carácter está
siendo trabajado para que pueda apreciar lo sencillo, lo
simple, lo oculto al ojo apurado que trabaja y corre sin cesar.
Eso que los niños ven y se sorprenden, pero que los adultos
han olvidado y solo recuerdan cuando la realidad los golpea
duro. Entonces recuperan esa sensibilidad espiritual que nos
permite percibir que Dios está ahí, llenando todo lugar.

Luego de querer expulsar las dificultades de forma


reiterada nos damos cuenta de que algo pasó en nosotros, ya
no somos quienes éramos, nuestro carácter está siendo
retocado por las manos de un genio artista. El entorno no
nos gusta, pero el adentro comienza a gustarnos más.

Pero no siempre recorremos este camino, ya que la


manera en que enfrentamos el dolor puede sacar lo mejor
pero también lo peor de nosotros. Cuando la calidad de
nuestro carácter es desafiada por la prueba, nuestras grietas
salen a la vista. Las deficiencias de la materia prima pueden
modelarse en un carácter santo o pueden producir que
levantemos el puño en reclamo hacia Dios. La prueba revela
si la arcilla se deshará en las manos de Dios o se volverá
sumisa para ser formada como quiere el Creador.

Si dejamos que la mano de Dios nos moldee y plasme su


carácter en el nuestro, podremos decir esto que puede
destruirme, Dios lo va a usar para mi bien (Génesis 50:20).

Estas últimas palabras son de José. En el libro de Génesis


se cuenta la historia de este sobreviviente que siente que la
mano de Dios está presente de forma continua. Es moldeado
cada momento, solo que le toma unos veintidós años
reconocer que Dios tenía unos planos sobre la mesa. El
alfarero moldea la masa usando las circunstancias. José sabe
que la mano del Dios soberano no comete errores de
ejecución.

Él experimenta el desprecio de sus hermanos quienes lo


arrojan en un pozo para luego venderlo como esclavo. Sin
embargo, «Jehová estaba con José, y fue varón próspero; y
estaba en la casa de su amo el egipcio. Y vio su amo que
Jehová estaba con él, y que todo lo que él hacía, Jehová lo
hacía prosperar en su mano» (Génesis 39:2-3). De la noche a
la mañana él se convierte en un hermano descartable y en
una herramienta de trabajo. Pero a la vez que él es rebajado a
la categoría de objeto, Dios lo bendice, y lo bendice en su
propia mano. El alma toma la forma adecuada cuando los
dedos de Dios se acercan. Pero las obras de arte no se hacen
con una sola intervención.

Así que, la prueba de integridad aparece en su vida. Una


propuesta indecente diaria, un romance que nunca existió
más que en la mente de ella, la esposa de su amo, le cuesta no
solo su posición actual sino que la poca libertad que un
esclavo puede tener. Porque la amante no correspondida lo
acusa con despecho de un crimen que no cometió y lo
meten en la cárcel. José pasa la prueba porque no cede a las
bajas pasiones, pero termina tras las rejas.

Por segunda vez es trasladado contra su voluntad a un


lugar de peores condiciones. Pero allí la mano de Dios
todavía está presente, porque la Biblia dice: «No necesitaba
atender el jefe de la cárcel cosa alguna de las que estaban al
cuidado de José, porque Jehová estaba con José, y lo que él
hacía, Jehová lo prosperaba» (v. 23). Un preso que es puesto
a cargo de la cárcel es poco usual. La explicación es que Dios
no lo ha olvidado, el alfarero está trabajando aún en la
noche. Su carácter es probado y se forja para resistir más,
ahora la prueba subirá un nivel.

José ayuda a alguien que saldrá de la cárcel y como


persona influyente este puede ayudarlo a salir de ahí. Pero lo
olvida por dos años (Génesis 40:23). No es poco tiempo, en
ese lapso leerás este libro y algunos más. Esta se trata de una
prueba mayor no necesariamente por el tiempo sino porque
es olvidado. Cuando nos lastiman nos convierten en un
objeto, pero cuando nos ignoran nos convierten en nada.
Por eso, se piensa que las personas prefieren el dolor antes
que la nada. Esto significa que el dolor de ser olvidados es
mayor al de ser lastimados, eso es lo que está viviendo José.

La lista de agravios José es difícil de sobrellevar,


despreciado por sus hermanos, encarcelado con mentiras y
olvidado por quienes ayudó.

La arcilla debe ser procesada para poder usarse, debe


convertirse en una vasija para ser útil. Durante veinte años el
Creador se mantiene cerca del barro, pero también la
materia prima se mantiene cerca de Su Hacedor. Durante la
serie de lo que son sinsentidos para la arcilla, esta no
pregunta al alfarero qué haces o por qué has hecho esto sino
que espera a que la película avance y las escenas convergen
en un acto que concluye sorprendiendo a todos. Con
frecuencia el tamaño de las pruebas suele guardar relación
con aquello que Dios quiere hacer con nosotros.

Si seguimos con la historia José es llamado por Faraón


fuera de la cárcel y es nombrado como encargado del
Imperio de Egipto luego de Faraón. Todo en el mismo día.
La vasija ya es útil, puede comenzar a prestar el servicio para
el que fue pensada. No fue sin turbulencia emocional, no
fue sin dolor, ha habido raspones en el corazón y moretones
en el alma, pero ahora el momento indicado llegó y él es la
persona indicada. El dolor lo ha forjado para cumplir su
destino divino. Podrá sostener su tarea sin que esta lo
aplaste. No todos los días se ve a un niño consentido
convertirse en gobernador del país más importante de su
época. Somos José siguiendo una línea de puntos inconexa,
nos encontramos en medio de malas escenas que parece que
el editor de la película olvidó quitar. Sin embargo, nos
mantenemos creyendo que todo tiene un para qué, que todo
nos entrena para ese para qué. Seguimos adelante creyendo
que el hoy que vivimos tendrá sentido a la luz del mañana.

La prueba forja el carácter para cumplir nuestro


propósito. Así, José fue forjado como hombre íntegro y
como ministro idóneo. Todos necesitamos crecer siempre
en estos dos aspectos. Los hombres de altos puestos suelen
ocuparlos por su idoneidad, pero desocuparlos
forzosamente por su falta de integridad. Respecto a la
idoneidad, José, fue preparado en los lugares más
impensados, como la casa de Potifar mientras fue su esclavo,
porque este le hizo mayordomo de su casa y entregó en su
poder todo lo que tenía (Génesis 39:4), y en la cárcel,
mientras cumplía condena por un delito que no cometió, el
jefe de la cárcel le entregó el cuidado de la misma y este no
necesitaba atender nada de lo que estaba a cargo de José
(v.22-23). Pero la prueba no solo forma nuestra idoneidad,
sino también nuestra integridad. Los hombres de altos
puestos suelen tener frecuentes problemas de escándalos
lujuriosos, pero José ha sido preparado para esto. Fue
probado cuando «la mujer de su amo puso sus ojos en José,
y [le] dijo: duerme conmigo y él no quiso» (v.8-9), y este
ofrecimiento fue cada día (v.10). Y cada día que pasa la
prueba su futuro es afectado para bien, porque al
determinar quién es, define lo que hará y dónde estará.

El momento cumbre que prepara la escena final se acerca.


La historia no termina hasta que pasa el clímax. Se revela que
José ha pasado la prueba. ¿Qué ocurrió con los hermanos
que no ve desde el comienzo de la historia? El pasado vuelve
a buscarlo reclamando una resolución. La asignatura
pendiente llega a él, pero ahora solicitando comida. Se trata
de los hermanos que sufren el hambre. La narración ocupa
una gran fragmento en describir la resolución de los
conflictos internos que vive José.

Nuestro protagonista se reencuentra con los suyos y tiene


el poder para vengarse, mandarlos a matar, enviarlos al
destierro. Pero en lugar de eso dice: «[ustedes pensaron] mal
contra mí, mas Dios lo encaminó a bien, para hacer lo que
vemos hoy, para mantener en vida a mucho pueblo»
(Génesis 50:20). Más de ocho mil días y noches se
necesitaron para encontrarle algún sentido a todo, para
poder ver el presente y distinguir alguna imagen en el
rompecabezas, para que lo malo se encamine para bien, para
llegar al momento de decir lo que vemos hoy.

En algún punto del proceso de modelado todo se nos


vuelve confuso. No percibimos la mano Dios y si lo
hacemos dudamos que esté haciendo un buen trabajo.
Nuestro momento de decir lo que vemos hoy está tan lejos
que no creemos que lo veremos. Pero la mano presente y no
improvisada está haciendo su trabajo, el Alfarero está
trabajando para aquel día en el que todo cobrará sentido.

José tuvo desde el comienzo de la historia un anticipo del


desenlace. Su momento de lo que vemos hoy fue anunciado
años atrás cuando comprendió de parte de Dios que él
estaría en un lugar de prominencia (Génesis 37:5-11).

De manera similar a José, que tenía certeza de que su


futuro terminaría bien, también podemos tenerla nosotros.
Tener claridad de parte de Dios sobre el final de nuestra
historia nos sirve de consuelo en los tiempos de aflicción e
incertidumbre.

Pienso que la razón de que hay muchos sermones, libros


y materiales respecto a estos temas es que cuando sufrimos
nuestro hoy se hace tan grande en nuestra mente que
olvidamos el mañana y perdemos la esperanza.

Por eso recordemos una y otra vez que a los que «aman a
Dios» todas las cosas los ayudan a bien, esto es, a los que
conforme a su propósito son llamados (Romanos 8:28).
Sepamos que si nos encargamos de que nuestra prioridad sea
amar a Dios nos encontraremos dentro de ese «todas las
cosas ayudan a bien».

«Todas las cosas» incluye aquello que nos desafía, un


trago difícil que nos sirvió la vida, una bofetada inesperada,
una calamidad que vino sin previo aviso, una situación que
sobrepasa los límites de lo que podemos hacer.

La palabra a en ocasiones es traducida como «para», el


versículo diría entonces todas las cosas nos ayudan «para»
bien.

A menudo, en medio del dolor intentamos encontrar una


explicación, porque si logramos responder a la pregunta por
qué es que me pasó esto, si encontramos la causa tendremos
cierto alivio. Pero lo que implica el versículo es que para
reconocer el bien que viene de parte de Dios nuestro
enfoque no debe estar en la causa sino en el propósito.

La perspectiva que nos invita a tomar no es ¿por qué me


pasó esto? sino, «si yo amo a Dios, esto pasó para bien». No
me pasó esto a mí sino que esto pasó para mí.

«Ayuda». La sumatoria de sinsentidos que percibimos


cobrará sentido en el futuro. José tuvo certeza luego de dos
décadas que lo que le estaba ocurriendo formaba parte del
plan de Dios. Así nosotros debemos tener presente que
aunque ahora no lo parezca todo está contribuyendo para
bien. La lista de agravios ha ido «in crescendo», golpes en el
cuerpo, ser esclavizado, falsificación de certificado de
defunción, sentencia injusta, ser olvidado. Nada de lo
mencionado en la última oración es bueno pero si juntamos
todo podemos conocer la historia de José y conocer como
todo ayuda para bien.

La tribulación, la prueba, la situación límite vendrá a tu


vida, no para destruirte sino para que Dios molde la mejor
versión de vos, esa que no podrías llegar a ser de otra manera.
Dios no es quien causa la prueba en nadie (Santiago 1:13),
pero cuando pasamos por el test de calidad divino podemos
tener alegría al grado sumo porque se aumentará nuestra
paciencia y seremos perfeccionados, sin que nos falte cosa
alguna (Santiago 1:2) — también se menciona que
tendremos felicidad y vida (Santiago 1:12).

Que la mala situación te cambie, pero que te cambie para


bien. Cuando hayas aprobado el test de calidad divino te
convertirás en quien Dios quiso que fueras. No solo tendrás
una fe más pura, un carácter perfeccionado sino que un día
Dios te mirará y dirá: eres aquello que tenía en mente
cuando comencé a formarte.

La rueda del alfarero gira, la vasija está tomando forma. Y


estamos en esa rueda y somos ese vaso. Las manos de Dios
nos moldean dejando sus huellas digitales por doquier. Su
diseño se deja ver, ¿Cuál es su plan? ¿Qué forma estoy
tomando? ¿Estará Dios improvisando? Levantemos la vista y
veamos la imagen en la que está representado el trabajo final.
Es perfecto, es cautivante, es hermoso. Pudimos verlo antes,
caminando en sandalias, enseñando a las multitudes,
cargando a los niños en brazos, amando hasta el último
momento. Llamado por algunos: hermano, primo, amigo,
maestro, mesías pero llamado por Dios su Hijo. Ese fue el
plan desde el principio, fuimos predestinados a esto. Ser
como el Hijo de Dios. Lee este pasaje antes de terminar el
capítulo, Romanos 8:29.

Que al leer este libro puedas pasar a través de la prueba, y


estando del otro lado te des cuenta de que tu carácter, tu
personalidad y todo tu ser ha cambiado y ha sido modelado
al carácter del Hijo de Dios.

Es mi deseo poder acompañarte en este camino para


descubrir el lado bueno que la adversidad nos ofrece y que el
dolor nos forja para cumplir nuestro destino divino.
RESUMEN
● Todos debemos pasar por situaciones límites,
situaciones que exigen mucho de nosotros pero
que son útiles porque logran extraer de nosotros
la mejor versión de nosotros mismos.

● La buena noticia es que el tamaño de las pruebas


nos hace ver el tamaño del plan de Dios para
nosotros. Si hoy estás pasando por pruebas muy
difíciles es porque Dios tiene un gran plan para
vos.

● Cuando te enfrentes con la tribulación, con la


prueba cara a cara, no caigas en la trampa de
preguntarte «por qué me pasa esto», «yo no
merecía esto, esto es injusto», «otra vez a mí me
pasa», levanta la bandera del amor a Dios,
porque a los que aman a Dios todas las cosas les
ayudan para bien. Los que aman a Dios pueden
vivir la realidad de que «esto no me ocurre a mí,
sino que esto ocurre para mí».

● Yo puedo tomar esto que podría destruirme y


girarlo para cambiarlo a mi bien.
● Si estás pasando por la dificultad, ánimo. Porque
no significa que Dios se ha olvidado de vos, sino
que Dios está trabajando en vos.

● Que puedas darle la vuelta a todas las situaciones


difíciles y malas que vienen a tu vida y usarlas a
tu favor.
ACTIVIDADES
En este capítulo comparto algunas de mis «lecciones»
más frecuentes: en mi rutina, en mi relación con el
dinero y en mis relaciones personales. Tomate un tiempo
para analizar aquellas dificultades recurrentes en tu vida, en
estas y otras áreas: la familia, amigos, trabajo, hobbies,
estudio, trabajo, vida de iglesia u otra organización; y arma
tu propia lista en la que expreses: ¿Cuál es la dificultad?
¿Qué me enseña de mí mismo? ¿Qué me enseña esto acerca
de Dios? ¿De qué forma suelo reaccionar? ¿Cómo desea
Dios que responda?

● Responde preguntas de más abajo en cada para


las áreas detalladas aquí:

● Áreas:

○ Relaciones personales.

○ Finanzas

○ Estudio

○ Trabajo

○ Vida de iglesia/organizaciones de
servicio

○ Otras

● ¿Cuál es la dificultad?

○ ¿Cómo desea Dios que responda?

○ ¿Qué me enseña de mí mismo?

○ ¿Qué me enseña acerca de Dios?

○ ¿De qué forma suelo reaccionar?

● Lee Romanos 8:28 y medita acerca del


propósito de Dios para tu vida. Luego, lee el v.
29 y medita en cómo Dios te está conformando
a la imagen de su Hijo para que puedas cumplir
ese propósito.

● ¿Qué cosas han sido cambiadas por Dios en tu


vida?

● ¿Qué otras necesitan ser cambiadas?

● ¿Estás dispuesto a que Dios las trabaje?


SECCIÓN 2

PRUEBA DE
FUEGO
Descubrir el propósito de las pruebas.
Enfrentar y vencer la adversidad.
Superar las crisis que vengan.
PRUEBA DE FUEGO
LA LLAMA DEL DOLOR NOS
ILUMINA A DIOS EN MEDIO DE
NUESTRA OSCURIDAD
A medida que voltees las páginas de este capítulo la
temperatura aumentará hasta el punto de fundición. El
fuego es peligroso, solemos decir a los niños «no toquen eso
porque está caliente» o «no jueguen con fuego»; tiene
aspectos agradables como un plato resultado de cocinar a
fuego lento; o tiene aspectos funcionales, en una herrería
cuando se llega a la temperatura de fundición y el material se
mejora.

¿Alguna vez has sentido que la vida quema? Si estás


leyendo este libro lo más probable es que sí. Ese momento
en el que nos debatimos si la luz al final del túnel es la salida
o si es un tren carguero que viene directo a nosotros. A pesar
de que el dolor y la duda nos invaden a todos, por alguna
razón sentimos que somos los únicos que han pasado por
esto.

Pero antes de seguir debemos tener en cuenta que la


forma en que nos enfrentamos con el dolor, el sufrimiento,
y los momentos de fuego de la vida tienen el poder de
alejarnos de Dios en forma resentida, o también tienen el
poder de acercarnos a Él de una forma que pocas personas
sobre esta tierra pueden y han experimentado.

Encontrarás en este capítulo diversos casos, algunos muy


intensos, otros que me han dejado sin palabras pero cada
uno con la certeza de que Dios tiene una respuesta al dolor.
Una respuesta no a la mente pero sí al corazón a través del
consuelo cuando él se deja ver de una forma que no
contemplaríamos en otras circunstancias. Y eso es
precisamente lo que necesitamos en medio del sufrimiento.

Esta semana leí un artículo relacionado con metales.


Permítanme jugar al experto y exponer algunas de las ideas
más relevantes del mismo.

Los metales, cuando son extraídos de la naturaleza,


contienen muchos elementos que no pertenecen al mismo.
Es decir, que hay un porcentaje de lo que nosotros
extraemos de la tierra a través de la minería, que no se
corresponde a este metal que se quiere obtener. Y para poder
separar el metal de estas impurezas, de los elementos que no
corresponden a la sustancia del metal, es necesario afinarlo o
purificarlo.
Mis ojos quedaron fijos en estas palabras, tómese la
libertad de subrayarlas: afinar y purificar.

El método actual utilizado es una barra caliente en la cual


se pasa el metal por ella y se funde.

El líquido en el que se ha convertido el metal fundido es


sometido a estas altas temperaturas en las que todos aquellos
elementos extraños o ajenos a sí mismo literalmente, se hace
humo o se quema. Al llegar al otro extremo de la barra el
metal se solidifica, es cortado y se repite nuevamente el
proceso. Luego de ser sometido varias veces a este método de
purificación llamado: «purificación por zonas», es posible
obtener hoy en día un metal refinado cuya pureza es del 99,9
%, a fines prácticos es casi un metal completamente puro.

Existe una analogía en el ámbito espiritual. Muchos de


nosotros alguna vez hemos sentido que las circunstancias
comienzan a subir de temperatura y que el suelo comienza a
arder bajo nuestros pies, teniendo la sensación de que el
fuego comienza a quemar a nuestro alrededor, trayendo algo
que tan solo se parece a una sucursal del mismo infierno.

Quema a aquellos papás que hoy tienden la cama fría que


solía ocupar su hijo más pequeño que se les adelantó al viaje
hacia a la eternidad.
Quema a aquella mujer de más de treinta años que hoy se
vuelve a preguntar por qué aquella persona que entraba y
salía de su casa de la infancia con facilidad, una maldita
noche, decidió robarle la inocencia.

Quema a una pareja de padres que tienen un hijo con


síndrome de down que esta semana sienten que su
matrimonio se tambalea y lo que antes era hacerles frente
juntos a la vida hoy se ha convertido en un tiroteo, en una
batalla, entre ellos mismos.

Esta semana escucho que aún quema a un muchacho


luego de nueve años desde que esa bala calibre veintidós, lo
dejó en silla de ruedas.

Luego, escucho que aún quema luego de cuatro meses a


una chica que me escribe luego de perder a su padre y el
conteo también lleva siete calendarios desde que ya no está
con su madre.

Después, cara a cara el fuego quema a un hombre que me


cuenta: tenía más de sesenta mil dólares, decidimos
emprender una tienda de motos con un amigo, al
menos yo lo llamaba a él así en ese momento, y
decidimos comprar en Brasil. Fuimos a la frontera y
una de las cosas que compramos fue un motor usado,
resultó que mi amigo sabía que era robado y que al
dueño lo habían matado. La culpa recayó sobre mí, a
partir de ese día mi vida cambió. — Para clavar el puñal
o dar el beso de la traición Judas debe estar cerca.

Seguramente te pasará como a mí, que para ver que hay


sufrimiento, injusticias en este mundo y situaciones
inexplicables, no tienes que ir muy lejos.

No sé si tendrás una respuesta para todo esto que ocurre.


De hecho, mientras este último hombre hablaba, yo por
dentro pensaba: «Bueno amigo, seguí desahogando porque
la verdad es que no sé qué decir», y estaba tentado a
contestar: «Mi amigo, si te llego a decir algo útil, sabe que
viene de parte de Dios porque va a ser por puro milagro».

Alguien que no sabe que decir cara a cara escribe el libro


que está en tus manos. Sé cómo suena eso. ¡Un momento!
Antes de que te deshagas de este libro o lo hagas pasar por el
fuego permíteme explicarme. Conozco el dolor de cerca y a
muchas personas que lo han padecido, pero no puedo
explicar todas sus aristas o dar una explicación definitiva.
Entonces, ¿por qué leer un libro de alguien que no sabe
cómo resolver el problema que él mismo plantea?

Porque escribo estas páginas sabiendo que cuando se


trata del dolor no es necesario tener todas las respuestas,
pero sí conocer a quienes han pasado con éxito a través del
sufrimiento y Quién fue el que los acompañó.

Todos estos casos que me escribieron esta semana tienen


como denominador común el sufrimiento. A todos les
parece que la vida les ha prendido fuego, y ninguno de ellos
— y yo creo que con razón — han recibido el revés de la vida
con una sonrisa de oreja a oreja.

Pero lo interesante no son solo sus circunstancias o lo


que sintieron, sino cómo reaccionaron. Algunos decían,
como Roberto de Paraguay, «yo confío en que gracias a
Dios me voy a levantar de esta silla de ruedas», la chica de
Paraguay que me contaba que había perdido a ambos
padres, decía «si no estuviera aferrada a Dios, no sé qué sería
de mí», el hombre de Bolivia a quien estafaron me decía
«quisiera que en un tiempo, cuando lea la Biblia, esta se
transforme en un lente que me permita ver todas las
situaciones malas del pasado así como Dios las ve y entonces
ser consolado. Luego consolar a otros».

Entonces esta semana releo este versículo 1 Pedro 1:7


dice, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho
más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se
prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y
honra cuando sea manifestado Jesucristo.

Sometida a prueba es la misma palabra que aparecía en


el artículo que leí afinar y purificar. Lo que es sometida
aquí es nuestra fe, o sea, nuestra confianza en Dios.

Confiamos en que al pasar por la prueba no solo seremos


forjados para cumplir nuestro destino Divino, sino que
nuestro vínculo con Dios se hará más fuerte. El oro y la fe
necesitan ser probados. Es interesante la comparación que se
hace aquí, el oro es algo de valor que permite comprar
cualquier objeto o servicio en el mundo más valioso que eso
es nuestra relación con Dios. Cuando la fe se purifica nos
permite tener más de Dios ahora mismo. Un día, cuando en
su agenda Él se muestre por completo, podremos acceder a
todo de Él.

Esto trae un entendimiento diferente cuando pensamos


que la vida traerá problemas, las situaciones
agregaran injusticias, las circunstancias
desembocarán en el dolor y sufrimiento, y el hoy
contará con horas que llamará momentos de fuego.

Cuando pasemos varias veces por la barra de metal todos


aquellos elementos que sean ajenos a nuestra fe serán
quemados y se harán humo. Nuestra fe en Dios va a crecer y
es a través de pasar por la adversidad que vamos a ver a un
Dios más cercano. Algunos llaman a las pruebas el llamado
de Dios, porque parece que Él las permite para acercarnos a
Él.

La llama quema, pero nos vincula más con el cielo,


redefine nuestra relación con lo sagrado, nuestra fe que es el
instrumento de acceso a Dios, sus bondades y su
manifestación. La llama del dolor nos ilumina a Dios en
medio de nuestra oscuridad.

Un pastor experimentado pone en palabras este


pensamiento contando:

He visto a mucha gente pasar por esa silla,


muchos con problemas de salud, a algunos se le
restauró la salud, a otros no. Algunos han sido
estafados en su dinero otros en sus emociones.
Otros han perdido un ser querido y observé que
es como si perdieran un miembro, una mano o
una pierna amputada y la mayoría de las
veces no tuve respuestas simples, en casi
ninguna tuve explicaciones. De hecho, creo que
sería torpe de mi parte querer explicar razones
a la mente cuando es el corazón el que está
sufriendo, pero lo que sí sé es que aquellas
personas que han pasado por estos momentos
tan difíciles y tan duros en la vida, aquellos
que la vida literalmente los ha quemado, [y
han pasado por estos momentos de fuego],
tienen una relación con Dios que de otra
forma no podrían tenerla. Ellos ven a Dios
como pocos podrían verlo, un Dios cercano, y a
pesar de todo lo que pasaron entienden que
Dios es un Dios que cuida, y viven realmente en
la certeza de que Dios es un Dios de amor.

Mucho de lo que pasa en nuestra vida no tiene


explicación a la mente, pero Dios tiene una respuesta, que es
la respuesta del consuelo que da al corazón. Estas palabras
son reales también para tu vida, porque terminarás de pasar
por la barra caliente y tu fe será purificada, serás una de esas
personas descritas aquí, cuya relación con Dios es tan
intensa como tienen pocas personas en la tierra.

Pasar por la barra nos habla de momentos, tal vez esa


pueda no ser nuestra primera impresión, pero si los miramos
desde la perspectiva de la eternidad es tan solo una leve
tribulación momentánea (2 Corintios 4:17). La
eternidad es tan larga que esta vida se compara a unas
milésimas de segundo en la historia de nuestra existencia, un
abrir y cerrar de ojos, un peregrinaje, una carpa que está de
paso, una flor que se marchita para renacer en otro lado, una
sombra que pasa. En el libro de Job se expresa así, la vida
de un ser humano es muy corta y llena de amarguras.
Es como una flor, brota y se marchita; como una
sombra que pasa y desaparece (Job 14:1-2).

Job está pasando por una serie de tragedias sin igual y su


forma de consolarse ante la realidad de que la vida está llena
de amarguras, es que esta pasa y desaparece. Los momentos
no duran para siempre.

Escuché de alguien optimista que entendió esto. Él había


perdido el trabajo, y se acerca al pastor un tanto emocionado
contándole que había perdido el trabajo. Este algo
confundido interroga un poco más para saber qué era lo que
estaba pasando, escucha: estoy tan emocionado porque sé
que Dios tiene algo mejor para mi vida y no puedo
esperar para verlo.

Sea que hayas perdido el trabajo, o te parezca que toda tu


vida se está prendiendo fuego, Dios quiere relacionarse con
vos de maneras más profundas. Después de que el diluvio
derrame su última gota llegará el arcoíris que saben ver solo
aquellos que tienen una fe y una mirada puesta en Dios. Los
conocidos pasan a ser amigos íntimos cuando han pasado
juntos por las malas, el afecto crece así como también el
vínculo, de la misma manera nos ocurre con Dios.

El fuego de la prueba alumbra al Dios que toma nuestra


mano para ayudarnos a pasar a través de los momentos más
extremos y a la vez más sensibles de nuestra vida. La llama
del dolor ilumina permitiéndonos ver la cercanía de Dios
acompañándonos.

El libro de Job lleva el nombre de su protagonista y relata


su sufrimiento. La antigüedad del mismo nos confirma que
el dolor existió desde siempre. Describiríamos al personaje
como alguien bueno, buen padre, buen vecino, buen
ciudadano e incluso un buen miembro de nuestra iglesia.
Sin embargo, de forma repentina su vida comienza a
desmoronarse a pasos agigantados. Las primeras desgracias
se suceden, su empresa cae en la bancarrota en cuestión de
horas cuando los enemigos matan a filo de espada a todo su
personal (1:15), mientras le informan esto, un fuego voraz
consume a todo el ganado (v.16) todos sus camellos son
robados (v.17) y sin tener tiempo de reaccionar, aún
anestesiado por la situación, un inusual viento derriba la casa
donde están sus hijos causando su muerte de forma
catastrófica y accidental. La prueba se incrementa a un
próximo nivel en el que él pierde su salud terminando con
dolorosas llagas en la piel y se rasca con un pedazo de
cerámica buscando conseguir algún alivio (2:7-8); para
aumentar la dificultad su esposa le dice que estaría mejor
muerto (2:9); pierde su reputación (29:11 cp. 19:9,17-19); y
también, sus amigos llegan pero una larga ronda de
discusiones le hace perder toda la esperanza de que lo
consuelen, ya que más que consoladoras sus palabras son
atormentadoras. Su argumento: ¡El que la hace la paga! El
diagnóstico, Dios te está castigando y lo tienes bien
merecido; el pronóstico, si no te arrepientes todo irá de mal
en peor.

Job es un hombre que sufre sin consuelo, pero que en el


medio de la prueba, justo a la mitad del libro, decide que
mantendrá su fe a pesar de todo lo malo que él recibe en su
vida, aunque tenga que hacerlo toda su vida. Él dice: He
aquí, aunque él me matare, en él esperaré (Job 13:15),
y luego, yo sé que mi Redentor vive, y al fin se
levantará sobre el polvo (Job 19:25).

Pero algo llamativo es que la imagen mental que Job tiene


de Dios cambia a lo largo del dolor. El libro es básicamente
un compendio de las discusiones que Job tiene con sus tres
amigos Elifaz, Bildad y Zofar y con Eliú acerca de cómo está
influyendo Dios en la situación de Job. En cada una de las
tres rondas, Job tiene derecho a réplica y algo así también
sucede con Eliú. Todos parecen saber mucho acerca de
Dios, incluso más que Dios mismo. Todos tienen una
opinión acerca de Dios en nuestro mundo. Todos somos
teólogos porque todos tenemos una imagen acerca de Dios
— Incluso los ateos la tienen porque ellos deben tener una
idea del Dios a la que poder negar —.

Pero tristemente, olvidamos que es más lo que


desconocemos acerca de Dios que lo que sabemos de Él.
Nadie puede conocer más a Dios que Él mismo, nadie puede
conocer más acerca de Él que Él mismo, solo Él puede
definirse. Y eso es lo que Dios hace. Cuando todos han
tenido su turno para hablar, en el momento en que todos
han intentado escarbar las profundidades de lo Divino sin
conseguir siquiera acercarse, Él llena la atmósfera de
preguntas desde un torbellino. El derecho a réplica de Job
llega y dice: Mi mano pongo sobre mi boca (40:4) no
responderé… No volveré a hablar (v.5).

Todos queremos una explicación a por qué sufrimos,


queremos respuesta a nuestras preguntas. Algunos le
reclamamos explicaciones al cielo, otros las ensayan. Pero
cuando se agotan nuestras explicaciones teológicas sin
sentido, nuestro pobre conocimiento de Dios, el torbellino
nos obliga a guardar silencio. Pero en ese silencio ocurre
algo, descrito en el Salmo 46:10: Estad quietos, y conoced
que yo soy Dios. ¡Silencio! Conozcan que yo soy Dios.
[página en blanco]
No es un error de impresión, dejo esta hoja en blanco
para ilustrar que lo que la cháchara absurda no puede
enseñar, el estar quietos en silencio ante Dios puede hacerlo.
La clase de teología comienza cuando queremos dejar de ser
expertos y tapamos nuestra boca ante Dios porque ya nada
podemos decir. El dolor sin arrogancia, pero con humildad,
nos sensibiliza a escuchar y cambiar nuestra concepción de
Él. La llama del dolor nos alumbra la silueta de Dios
permitiéndonos ver donde antes había oscuridad, aspectos
desconocidos de Él.

La conclusión del libro es clara. Job conoció a Dios de


formas que no lo había hecho antes. No tiene todas las
respuestas de lo que le ocurrió, pero conoce a un Dios
poderoso, cercano y que le restituye lo perdido. Dios no creó
el caos en su vida, pero le dio a Job consolación y compañía.

Job fue forjado por los momentos de fuego, lo que vino


para destruirlo, lo ha fortalecido interiormente. Las palabras
de Job que dijo anteriormente en fe se han hecho realidad:
yo sabía que existías Dios porque yo había escuchado
de ti, pero ahora yo sé que tú eres el Dios vivo (Job
19:25), y el Dios invisible se deja ver por él: De oídas te
había oído; mas ahora mis ojos te ven (Job 42:5).

Su concepción de Dios, que iba desde sus tímpanos a sus


funciones psíquicas se expande a la percepción de la
presencia de Dios y su corazón logra ver la divinidad.

Él ve,

que Dios es el Dios vivo,

que Dios no lo abandonó nunca,

que en el momento oscuro, Dios lo tuvo de la mano,

que en el momento de dolor, Dios le estaba dando


consuelo,

que en el momento de flaqueza, Dios le estaba


dando fortaleza,

que aún en el momento de fuego cuando Job estaba


pasando por la bandeja caliente y pensaba que el
infierno había venido a hacer campamento alrededor
de su vida, detrás del telón Dios estaba purificando la
fe.

Y con una fe purificada el hombre se conecta sin


interferencias con lo espiritual y nos brinda una relación con
Dios como pocos pueden tener, Job dice: «De oídas te
había oído; mas ahora mis ojos te ven» (Job 42:5). La fe
se ha purificado, no es una experiencia contada, es una
experiencia vivida. La fe purificada nos convierte de
espectadores de Dios a vivir con Él.

Es mi deseo que ahora, al leer estas palabras que refieren a


Dios, mantengas tu confianza en Él al pasar por el fuego de
la prueba y compruebes lo confiable que es. El diseño de
Dios se dejará ver en tu vida y que lo ajeno se evaporara.

Los golpes de la vida comenzaron desde el nacimiento


con las nalgadas de parte del médico que hicieron brotar las
lágrimas, pero luego del golpe ha venido el fuerte abrazo de
quienes te trajeron a este mundo. Luego de los golpes que
nos da la vida los brazos de Dios estarán alrededor nuestro
brindándonos todo su amor.

Luego de la tribulación una voz que no puede ignorarse


aparecerá en el torbellino. En las representaciones griegas, a
menudo aparecía un actor levantado por una grúa que
representaba la deidad e intervenía resolviendo una situación
y dando un giro a la trama. La expresión utilizada era Deus
ex machina, la divinidad aparecía para restaurar todo. Esto
es lo que ocurre en la historia de Job, Dios aparece como
Deus ex machina. Esto es lo que ocurre en nuestra historia,
Dios aparece.
Somos probados pero no más de lo que podemos resistir
(1 Corintios 10:13), y en límite de nuestra resistencia Dios se
hará visible. Cuando la carga nos sobrepasa Él interviene
llevando el paso extra.

Todo fue un momento, una leve tribulación


momentánea que se está terminando. Job ve parte del cielo
en la tierra luego de esto cuando todo lo perdido se le
restituye, se restaura su matrimonio, sus amistades y
aumenta su relación con Dios. Parte de la casa del Padre se
hace presente en su vida. Luego del trayecto doloroso
comienza a entrar a la casa Celestial.

Así nos ocurre a nosotros, pronto llegaremos a casa, Dios


nos está llevando en medio de la dificultad y por todo el
camino que han recorrido, el Señor su Dios los ha
traído como un padre que lleva a su hijo de la mano,
hasta llegar a este lugar (Deuteronomio 1:31).

Los brazos de Dios nos cargan a través de la tribulación


hasta llevarnos a su casa. Antes de que la voz estruendosa del
torbellino anuncie el final, la voz del susurro revela la
compañía de Dios. Así le ocurrió a un hombre que ilustra su
relación con Dios con esta experiencia.

Él iba por el bosque cargando a su hijo que por entonces


era un bebé, en esas mochilitas para bebé. Sin aviso, todo el
cielo se ennegrece y comienza a llover con mucha fuerza.
Mira en busca del camino para volver a casa. Su hijo está
mojándose. Lo abraza y se acerca para susurrarle al oído: yo
te voy a proteger, yo estoy con vos, pronto vamos a
llegar, unos metros después, yo te voy a proteger, yo
estoy con vos, pronto vamos a llegar, y luego, yo estoy
con vos, yo te voy a proteger, pronto vamos a llegar.
Finalmente, llegan a la cabaña que habían alquilado y
estuvieron a salvo juntos con su hijo. Lo llamativo es lo que
cuenta años después él dice, yo no cambiaría ese
momento que vivimos en el bosque con mi hijo por
nada del mundo. Sé que fue un momento de dolor, un
momento de sufrimiento, pero esa experiencia intensa
fue una de las más íntimas que haya vivido con mi
hijo.

Si estás en medio de la tormenta puedes mirar alrededor y


ver las manos de Dios que te están cargando y escuchar el
susurro de Dios que dice: yo te voy a cuidar, yo estoy
acá, pronto vamos a llegar.

Dios prometió que todo acabaría bien, y si no acaba bien


es porque todavía no es el final. La cabaña está a unos metros
en el bosque, la llama del dolor nos ilumina a Dios en medio
de nuestra oscuridad.
RESUMEN
● Los metales son probados, es decir, afinados o
purificados a través del fuego. Al pasar por la barra
varias veces las impurezas y todo lo que es ajeno al
metal se hace humo y obtenemos un metal puro. De
la misma forma todos debemos pasar en la vida por
momentos de fuego.

● Nunca nadie no ha sufrido. Cuando nacemos lo


primero que nos dan es una nalgada para que
lloremos, pero luego de ese llanto momentáneo, los
brazos amorosos de la madre nos reciben. Luego de
cada nalgada vendrá el abrazo consolador y tierno de
Quien nos ha dado la vida. La vida duele, quema,
golpea y trae sufrimiento, pero el Padre amoroso nos
abrazará y nos repetirá al oído, nunca te voy a dejar,
nunca te voy a desamparar.

● Es así que todo golpe de la vida tiene la capacidad en


sí mismo de atraernos hacia Dios y ser consolados
por él. Cada revés de la vida nos trae la oportunidad
de aumentar nuestra relación con Dios y
probablemente, cuando la temperatura de la vida
descienda y volvamos a tener nuevamente la
estabilidad, de las aguas que gozamos entre tormenta
y tormenta, podamos decir que Dios es un Dios en
el cual se puede confiar, porque Él me ha llevado de
la mano y cada momento.

● Dios permite las pruebas en nuestra vida para


acercarnos a él.

● Dios no nos va a dejar ser probados más de lo que


podamos resistir, Él va a dar la salida.

● Aquellos que pasaron por momentos difíciles en la


vida tienen una relación con Dios como pocos
tienen en este mundo.

● Confía hoy en Dios para que él te muestre más


claramente que él es un Dios confiable.

● Dios ha prometido que todo acabará bien, y si no


acaba bien es porque aún no es el final.
ACTIVIDADES
● Tomate unos minutos para estar en silencio, apaga
tu celular, olvida las redes sociales, cuelga un cartel
de no molestar afuera, y busca conocer a Dios con
más profundidad (Salmo 46:10).

● Luego de este tiempo toma tu Biblia y lee Job


capítulos 38 y 39, medita en la grandeza de Dios y en
como esta supera cualquier situación.
SECCIÓN 3

CONSUELO
PARA LA
TRISTEZA
Como sanar las heridas del alma,
atravesar el dolor y encontrar consuelo
para el corazón.
PAÑUELOS DIVINOS

EN LA AMARGURA, DIOS SE
SIENTA A NUESTRO LADO PARA
CONSOLAR NUESTRO DOLOR

Tristeza. Lágrimas. Mejilla. Un niño llora. Un


padre abraza. Un abrigo se convierte en pañuelo.
Compañía. Consuelo. Dios.

El dolor llegará y se hará notar, nuestra alma no es


insensible. Enfrentamos el dolor por la pérdida, la tristeza. Y
cuánto nos afecta depende de qué tan nuestro sea lo
perdido.

Cuando atravesamos la tristeza, necesitamos ser


acompañados. Y esa compañía consiste en que nos
entiendan, sean sensibles de una forma similar a la situación
y que nos consuelen llorando nuestro llanto.

Comenzamos a sentirnos consolados cuando no


subestiman lo que nos pasa, sino que le dan validez.
Respecto a esto se cuenta acerca de un muchacho que estaba
en una fiesta, pero se encontraba triste. Se notaba en su
rostro que estaba atravesando una dificultad.

Un primer amigo no ignora su presencia, pero ignora su


tristeza porque se acerca y le dice: «¡Vamos, levántate, todos
se están divirtiendo, vamos con ellos!», pero sus palabras no
tienen efecto y el muchacho sigue dolido. El segundo amigo
«niega su tristeza» porque se acerca y le dice: «La vida es
muy corta, no pasa nada, no te hagas tanto drama. Nos
estamos divirtiendo del otro lado del salón, ¡ven!», pero él
tampoco tiene éxito. Pero un tercer amigo da validez a su
tristeza, a diferencia de los otros no dice nada, lo escucha y el
afligido comienza a desahogarse: «Es que yo perdí a mi
padre... No sé qué hacer».

El amigo continúa escuchando y luego de escucharlo


llorar se siente algo aliviado, luego de esto pasa junto al tercer
amigo al otro lado de la habitación donde se estaban
divirtiendo. Solo cuando lloramos las lágrimas del otro
podemos pedir que ría nuestra risa. Al validar la tristeza
damos el primer paso en extender ese pañuelo invisible que
es el consuelo.

Me gusta la palabra consuelo porque es aliviar, aligerar,


disminuir una carga, atenuar el dolor. Y todas estas palabras
describen a Dios. No por nada en la Biblia Él es llamado el
Consolador.

Pensando en quienes necesitan el consuelo es que escribo


estas letras: «Dios es Consolador». Deseo que al leer este
capítulo tu corazón perciba al Consolador acercándose,
como ese tercer amigo de la historia que acompaña al otro
en el dolor. Y si así fuese, este libro no habrá sido en vano.

Porque hay una fiesta del otro lado del pañuelo. Porque
el ticket de entrada a la alegría es tomar el pañuelo de Dios.
Comenzaste a tomar el ticket al tomar este libro en tus
manos.

En este capítulo hay dos experiencias similares que han


utilizado el pañuelo, la de una mujer y la de un hombre.

Para la mujer, la tristeza se vuelve amargura y para el


hombre la pérdida es incalculable. Pero ambos
experimentan a Dios como Consolador.

La historia de la mujer comienza con un golpe en las


finanzas familiares y un viaje a un país cercano con
costumbres y moral, más bajos que el lugar donde
provenían.

El equipaje familiar es ligero debido a sus nulas


posesiones. El cambio de aire promete una nueva vida y un
futuro mejor.

Y en parte este futuro comienza a cumplirse: ahora el


dinero ya no es problema, hay platos llenos y ropa que vestir.

Pero en una casa que comienza a llenarse con nuevas


posesiones ella tiene que enfrentar el vacío que comienza a
llenar su hogar. Falta de una voz que escuchaba a diario, una
cama que se agrandó — o está menos ocupada —, y una
sensación de extrañeza se posa en el ambiente y corazón —
sensación que muchos conocen y desearían no hacerlo — su
esposo ha fallecido.

Pero no es el fin, al pozo le quedan varios kilómetros para


descender. Ella está anestesiada por la pérdida de su marido.
Fue llamada viuda por ello, pero ahora no hay forma de
nombrarla. ¿Cómo se le dice a una madre que pierde a su
hijo? Lo que el lenguaje silencia lo muestran las manos que
todavía tienen restos de la tierra que arrojó sobre la sepultura
de su compañero de vida que deben echar tierra al hombre
que ella trajo al mundo. Y el dolor último es doble. La roca
que tapa la tumba se mueve tres veces. Su esposo y dos hijos
mueren en el país extranjero y con ellos su sostén financiero.

El libro de Rut cuenta esta historia de lágrimas, la de


Noemí, que pasa de la ruina económica en Israel a un país
«mejor», Moab. Pero que en realidad arruina a su familia y
la deja en la calle.

Cuando parecía que no había nada que hacer, algo


sucede. El llanto no se detiene, pero el relato empieza a dar
un giro. Ella comienza a atravesar el camino propuesto por
el pañuelo del Consolador.

Ella se pregunta, ¿en quién me he convertido? No hay


muchos cambios visibles en aceptar quienes somos, pero la
diferencia radica en si nos subimos al barco cuando está por
zarpar o nos quedamos en el puerto.

Adelantemos la película para escuchar de su propia boca


en quién se ha convertido. Ella escucha que el ciclo
económico en su país natal está en auge y hay nuevamente
alimentos disponibles. Y hace algo, sus vecinos y parientes de
Israel que no han tenido noticias de ella en una década, la
tierra que la vio nacer y partir siente sus pisadas. «Noemí»
retorna pero ya no es «Noemí». Quienes reconocen en sus
facciones deterioradas un rostro conocido se acercan a
saludarla y la llaman por su nombre, «¡Noemí!». Este
nombre significa dulzura por lo que ella responde: No me
llamen Noemí (Rut 1:20), no me llamen dulzura.

El nombre para los judíos expresa su identidad o al


menos algún rasgo destacable. El dolor ha socavado su
dulzura por lo que dice: llámenme Mara, amargura. La
amargura se ha apoderado de su nombre, ha reemplazado su
lugar en el registro civil, la ha rebautizado, ya no vive la
«dulzura», solo queda la «amargura».

La tristeza invade a quienes han perdido a un ser querido,


pero no siempre lo hace la amargura. Cuando la tristeza se
extiende en el tiempo, porque no podemos (o no nos
permitimos) procesarla, sustituimos la tristeza por la
amargura. La tristeza nos acompaña por un tiempo para
avisarnos de una pérdida, para permitir centrar nuestra
atención en ella, para asimilar lo ocurrido y adecuarnos al
cambio. Sin embargo, la amargura se instala dejándonos
atascados en la situación sin poder superarla. Alguien
amargado es alguien que se ha quedado varado en el dolor
del pasado, solo habla de lo que ocurrió, lo que podría haber
sido, lo que tenía y ya no tiene «¿Futuro? ¿Para qué?
Mejor son viejas y conocidas penas, que nuevas y
diferentes». Si la tristeza se encapsula, se convierte en una
semilla se amargura que echará raíces por doquier El proceso
de la amargura ocurre sin que lo percibamos. El radar
emocional marcó sorpresa, tristeza, y luego amargura.
Inesperadamente algo nos golpeó como un cross a la
mandíbula sorprendiendo y anestesiándonos, borrando la
sonrisa del rostro, no sentimos el tornado, pero estamos
viviendo las consecuencias, despertamos del trance
horrorizados por lo ocurrido y nulos de energía para
reconstruirnos, nuestro corazón fue roto y las piezas no
están numeradas para rearmarlo, nos negamos a perder,
fuimos permeados por el dolor, el mal de afuera se coló por
ósmosis haciendo arder de dolor nuestro interior. Pero la
herida de la tristeza no fue curada, ni tratada, por eso infectó
nuestro corazón con «Mara», amargura. Podemos entender
el momento Mara como ese en el que la amargura llena todo
y pide ser drenada del corazón.

Queremos que el momento pase, pero si lo hace se llevará


lo último que nos queda, el sentimiento de amargura. Pero
Mara comienza a recorrer el camino. El «afuera» puede
afectar en quién nos hemos convertido, pero no
determina quiénes seremos.

Ya sabemos en quien se ha convertido Noemí, retrocedamos


unos versículos para analizar su retorno. Para regresar ella
utiliza la fe. «Entonces se levantó con sus nueras, y regresó
de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab
que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan»
(Rut 1:6). Notemos estas palabras se levantó, y regresó,
porque oyó que Dios. La fe es levantarse y volver, porque
oímos de Dios. No podemos comprobar cómo terminará la
pelea si no estamos de pie, no podemos ver qué hay si no
regresamos. Pero la fe lo hace posible, que podamos
comprobar y ver de antemano. Porque la palabra nos dice
que la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo
que no se ve (Hebreos 11:1).

Ante las peripecias escondidas en un rincón podemos


contar con la fe. Porque la fe acerca al Dios de los cielos a
nuestros asuntos y nuestra vida interior.

Noemí ha enfrentado una catástrofe familiar, su tristeza


se transformó en amargura. Una vida estancada se pone en
movimiento por la fe que escucha y recuerda al Dios de
tiempos anteriores, y ella desea volver. Volver a la ciudad de
Dios, es volver a Él. Nadie deja la amargura si no se pone en
pie y camina fuera de ella a un lugar mejor.

Pero ella quiere volver sola (v.8) ¿No hacemos esto?


Cuando más necesitamos de alguien al lado echamos a
todos. Por más refinadas que sean nuestras palabras y fuerte
que parezcamos, todavía necesitamos a alguien que nos
acompañe, nos preste sus oídos, su presencia, su consuelo,
que nos acerque su pañuelo. Pero Rut, su nuera, se queda
presente y Dios también. Rut comprende la pérdida de
Noemí. Juntas recorren el camino de la fe, no saben que
encontrarán en Israel, pero creen que será lo mejor. Noemí
le dará consejos a Rut, que no solo la ayudarán a sobrevivir
sino a rehacer su vida, y al hacerlo ella misma logra rehacer la
suya. Necesitamos vivir junto con Dios y juntos entre
nosotros, porque Dios usa a nuestros cercanos para que
nos alienten en la fe y como herramientas en su
consuelo.

No se nos dice si volvió a su antiguo nombre, pero me


gusta pensar que sí.

Reponernos costará, no será de un momento a otro, no


será sin dolor, pero Dios tomará todas las piezas y hará algo
finalmente con lo ocurrido, no sabemos cómo, pero todo
terminará mejor que antes. Él nos acompaña, Él siente lo
que sentimos. El pecho de Dios siente lo que sentimos y sus
lágrimas se humedecen con las nuestras. Detrás de la mano
de quien nos extiende el pañuelo divino está Dios. Este
capítulo podría terminar aquí: estamos tristes y el cielo envía
a alguien, pero me gustaría explorar algo más, algo que
podemos llamar cuando el cielo se envía a sí mismo.

Dios mandó a su hijo, quien lloró y ahora limpia nuestras


lágrimas. El amigo de Jesús murió. Él siente la pérdida.
Lázaro, María y Marta eran tres amigos que Jesús visitaba
siempre. En su casa se sentía «como en casa». Podría sacarse
sus sandalias, prender el televisor y sacar la comida de la
heladera, sin mencionar que su celular se conectaría
automáticamente al Wifi de la casa porque tendría la
contraseña cargada. Innumerables anécdotas se contarían.

La cotidianidad es interrumpida. Lázaro. La enfermedad.


No hay aviso. Es repentino. Cuatro días. La muerte... Todo
tan rápido. Jesús se encuentra frente a la tumba de Lázaro y
escucha los reproches de su hermana, por qué no dejaste
tus ocupaciones y viniste a devolverle la salud. Por qué
no lo hiciste. El reclamo a Dios por la muerte de su
hermano es seguido de una charla acerca de una vida
venidera, pero ella desea que su hermano esté ahí, sano. Los
reproches no resuelven nada, recitar la teología de los
últimos tiempos no hace aporte alguno. Es confuso, porque
todos están sufriendo y todos quieren que su dolor sea
tenido en cuenta.

¿Y el dolor de Jesús? Él sabe lo que va a pasar, pero aun


así le duele la muerte su amigo.

Jesús lloró.

Así dice la Biblia. Las lágrimas diluvian en los ojos del


hijo de Dios que no puede — o no quiere — evitar la
tristeza. Su corazón se aflige como lo hace el nuestro. En
Jesús, Dios sufre la muerte del otro. Quienes sufrieron lo
mismo que nosotros, pueden entender en dónde estamos y
lo que sentimos. Dios sufrió nuestra tristeza.

Validar la tristeza de alguien es algo, alentar la fe en Dios


a que algún día todo cobrará sentido es mejor, pero mejora
cuando comprendemos lo que otro vive y lo
acompañamos.

Alguno podría pensar que ya tenemos mucho dolor en


nuestra vida como para vivir el dolor ajeno. Pero Dios no lo
cree así, la historia frente a la tumba de Lázaro lo demuestra.
Porque Dios podría comprendernos desde su omnisciencia,
sentado en su trono en el cielo, desde un conocimiento
intelectual como cuando alguien comprende un concepto.
Pero su consuelo tiene mayor firmeza cuando pensamos que
el Dios vestido de humanidad toma parte de sus tres décadas
en la tierra para vivir en carne propia la tristeza por un amigo
que murió. Así lo dicen las escrituras, Él puede
compadecerse de nuestras debilidades porque fue
[probado] en todo (Hebreos 4:15).

En el cielo nuestras lágrimas recorren sus mejillas y


nuestra aflicción se clava en su corazón a la vez que en el
nuestro. Dios es el primero en llorar con los que lloran
(Romanos 12:15), en afligirse cuando nosotros nos
afligimos, y en el pozo, en los momentos en los que por
alguna razón nos sentimos solos, dolidos e incomprendidos
— al menos de forma total — Dios sí entiende y tiene en
cuenta lo que nos ocurre.

Él hace algo, la Deidad sentada a nuestro lado saca su


pañuelo. Solo puede ser visto por la fe y cumpliendo las
palabras que prometió: Felices aquellos que lloran
porque serán consolados (Mateo 5:4), y a todos los que se
lamentan [Dios] les dará una corona de belleza en
lugar de cenizas, una gozosa bendición en lugar de
luto, una festiva alabanza en lugar de desesperación
(Isaías 61:3).

El consuelo del Dios Consolador.

¿Podría haber evitado la tragedia? Sí, pero la historia no


sería igual. Ser resucitado en lugar de sanado es más
doloroso, pero otorga una experiencia más profunda con
Dios. Nuestra historia podría ser más aséptica, sin tantos
baches, espinas ni raspaduras, pero tendríamos la versión
reducida de Dios. Si tuviéramos la oportunidad,
¿elegiríamos sufrir y ver el esplendor de Dios, o nunca sufrir
y ver a un Dios lejano? Me inclino a pensar que si
tuviéramos el panorama completo optaríamos por la
primera opción. Porque si para alcanzar ciertos éxitos
estamos dispuestos a pagar el precio, como no lo estaríamos
para ser cercanos a Dios y ver como Él quiere mostrarse a
nosotros.

Tenemos el consuelo en la aflicción, más de Dios en la


aflicción. Antes de irse Jesús dijo a sus discípulos: a ustedes
les conviene que yo me vaya (Juan 16:7). ¿Por qué
conviene que Jesús se vaya? Porque Él estuvo junto a sus
seguidores por un tiempo, pero al irse enviaría a Alguien que
estaría adentro de sus seguidores. Jesús continúa hablando y
lo llama el Consolador. Se trata de Dios mismo. Me gusta
este título que le da a Dios.

Se anuncia el consuelo, pero se nos recuerda el dolor. Así


lo dice, en el mundo tendrán aflicción (Juan 16:33).

Jesús está autorizado para hablar de la aflicción. Él no


nació en una cuna de oro en una mansión, sino en una cuna
de paja de un establo en una cueva; no tuvo bienes
materiales porque dice: no tengo donde reposar mi
cabeza (Mateo 8:20); es rechazado por los suyos (Juan
1:11); y hace la voluntad de Dios de una forma perfecta, lo
que le lleva a ganarse muchos enemigos que lo ejecutan de
forma pública. Y si esto no es poco, en ese momento todos
sus amigos lo abandonan, uno lo niega y otro fue el que lo
traicionó.

Sabe lo que dice, en el mundo tendrán aflicción. Pero


también sabe lo que dice a continuación: confíen, yo he
vencido al mundo. Dentro de ustedes vendrá el
Consolador, uno igual a Jesús, que cuando venga la aflicción
vencerá como lo hizo Jesús.

Podemos vencer como Él lo hizo con la ayuda del


Consolador que es Dios viviendo dentro de nosotros. Esto
nos trae consuelo y fortaleza.

La palabra Consolador en el idioma original está


compuesto por dos palabras que significan: aquel que se
pone al lado de uno — algo así como sentarse y prestar el
hombro para que lloren. Además, la mayoría de las veces no
entenderemos cabalmente lo que el otro siente, pero quien
acompaña puede mirar en la misma dirección del
acompañado, ver lo que ve y así entender lo que siente. En el
capítulo anterior mencionamos a Job, quién sufrió una
catástrofe familiar. No tenemos un buen concepto de sus
acompañantes, ya que fueron más atormentadores que
consoladores. Pero hay algo que ellos hicieron bien, y eso fue
quedarse callados.

Recordemos, Job perdió a todos sus hijos en un


accidente, su empresa, su buen nombre, su salud, su
matrimonio se hace cenizas porque su esposa le desea la
muerte y quienes lo acompañan, sus amigos, traen palabras
muy duras e injustas.

Hagamos un zoom en un momento de la historia, entre


la catástrofe y las largas rondas de discusión
teológica.Recortemos unos cuantos días, siete, en los cuales
ellos guardan silencio.

Lo que los amigos de Job hicieron no era algo inusual, ya


que existe hasta hoy en día entre los judíos una costumbre,
llamada Shiv’ah que quiere decir siete. Es un periodo de
duelo para los primeros siete grados de parentesco: padre,
madre, hijo, hija, hermano, hermana o esposo y que los
amigos de Job deciden guardar también. En este periodo se
brinda consuelo a través de la presencia, el regalo de la
presencia al sentarse en el silencio para llorar el dolor
sintiéndolo propio.

Esta semana un pastor, presidente de la zona patagónica


de su denominación, me cuenta de un golpe duro que
recibió su iglesia el año anterior, en cuestión de meses
murieron de forma repentina dos jóvenes de su iglesia.
Ambos dos eran de unos veinte años, el primero era un
joven que se cayó en el baño y murió, y la segunda era una
chica que le diagnosticaron cáncer terminal y falleció en
cuestión de un mes. Las lágrimas quieren asomarse en sus
ojos mientras el pastor intenta guardar la compostura para
contarme lo sucedido. Es claro que en su corazón ha querido
acompañar y sostener a los padres y lo ha hecho. Pero, qué
decir en el momento de la pérdida: «Javier, a veces, lo mejor
es hacer lo que hicieron los amigos de Job. Porque si uno
habla se equivoca». ¿Acaso el único que guardó silencio
todo el tiempo que fue necesario no fue Dios?

Cuando entré al edificio de la iglesia fui recibido por un


hombre muy amable que me brindó su servicio en lo que
necesitaba y se quedó hasta la medianoche cuando todos se
fueron y terminé de cargar el stand de libros. El pastor me
dice que él es el padre del muchacho que falleció. Al notar su
alegría, amabilidad y disposición no lo hubiera pensado ni
por un momento.

Continúa contándome la historia de la despedida de la


chica mientras le titubea la voz y sus ojos se humedecen más:
«Ver la fortaleza y entrega de ella a Dios el último
mes fue sorprendente, sus padres se aferraron más a
Dios por lo sucedido, y en el momento del funeral
cuando me tocaba hablar fui sincero, dije: no sé por
qué murió. No tengo respuesta a la muerte. No sé por
qué murió, no tengo explicación — y luego de una
pausa dije — pero yo sí sé por qué vivió». En ese
instante las lágrimas recorren las mejillas de todos. Ayer
hablé con una mujer que perdió a su hijo de veinticinco
años. Podría estar convirtiéndose en Noemí, pero dista
mucho de eso. Ella me dice desde el primer momento me
determiné no reprocharle nada a Dios. Mucha gente fue al
funeral y al momento del entierro recuerdan la letra del
himno Cara a cara.

En presencia estar de Cristo,

Ver Su rostro, ¿qué será?

Cuando al fin en pleno gozo

Mi alma le contemplará.

Cara a cara espero verle

Más allá del cielo azul.

Cara a cara en plena gloria

He de ver a mi Jesús.

Estas palabras despiden a quien se nos adelanta para


encontrarse con Dios y verlo cara a cara. La madre desea
aplaudir y otros también. El hijo se ha ido y todos están
alrededor aplaudiendo. ¿Qué aplauden? Aplauden la vida.
La madre dice fue sanador.
Pienso en las palabras de Pablo: Tampoco queremos,
hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen,
para que no os entristezcáis como los otros que no
tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y
resucitó, así también traerá Dios con Jesús a los que
durmieron en él. (1 Tesalonicenses 4:13-18). Los
mencionados tenían hasta aquí una esperanza, un profunda
confianza en Dios de que la pérdida era un hasta luego, que
hay un reencuentro en el futuro.

El autor Max Lucado lo ejemplifica así. Luego de cenar


con mis hijas y pasar un buen tiempo, frecuentemente la
más pequeña tiene sueño. Entonces papi la carga a caballito
y comienza a subir las escaleras arriba. La arropo y ella se
duerme. Mis otras hijas se irán a dormir eventualmente, pero
ahora le ha tocado el turno a la más pequeña. Pueden
imaginarse que al regresar con mis otras hijas ellas me
dijeran: ¿Por qué papi? ¿Por qué te la llevaste? Debería
haber sido yo, no ella. Ellas saben que la hora está
llegando, que eventualmente a todos nos tocará ir arriba a
dormir, a unos les llega el turno antes que a otros. Pero
sabemos que mañana nos volveremos a ver.

Al hablar de este tema Flor, mi esposa, me cuenta acerca


de su madrina. Tanto la mamá como el hermano de ella
estaban en el hospital. La madrina les habla de Cristo y su
hermano le dice que sí a Dios. La madrina se consuela
sabiendo que su hermano decidió recibir a Cristo en su vida
antes de partir, sabiendo cuál es su rumbo.

Pienso que nadie puede mantenerse ateo al momento de


la muerte. Que ante el abismo de lo desconocido nadie
decide resistir a Dios y está dispuesto a hacer las paces con
Él. Pero eventualmente habrá seres amados que partan a la
eternidad sin Cristo.

El siguiente párrafo es el más difícil de escribir de todo el


libro. Dudo entre escribir o no. No quisiera que existiera la
necesidad de hacerlo, pero pienso que sí la hay.

Retorno junto al grupo de misiones a mi ciudad. No sin


antes saludar al esposo de ella luego de la reunión. Ella
asistió, él no. Al siguiente día recibo una llamada, el esposo
de ella murió debido a un paro cardíaco. Nuestras visitas son
frecuentes en esas semanas. Y ella hace la pregunta: «¿mi
esposo está en el cielo? Yo le hablaba acerca de qué
Jesús murió para salvarnos de nuestros pecados en la
Cruz. Una de las veces él se quedó prestando con
mucha atención. No sé si él creyó en Cristo como
salvador, quisiera creer que sí.» Me quedo sin palabras,
a mi lado está José Montes, uno de mis mentores. Él dice
que nos sorprenderemos cuando lleguemos al cielo, porque
el momento de creer es hasta el último. Nosotros no
conocemos si lo aceptaron a Dios o no — la biblia dice que
el Señor conoce a los que son suyos (2 Timoteo 2:19), lo que
sigue es lo que me cuesta transcribir — pero si no nos
encontramos con nuestros seres queridos en el cielo de algún
modo seremos consolados, no pensaremos en ellos con el
mismo dolor que tenemos ahora. Si no fuéramos consolados
de esa forma por Dios no sería el cielo sino el infierno.

Su presencia nos consolará. Su presencia nos consuela.


Dios a nuestro lado puede más que cualquier libro, sermón,
discursos, palabrería, explicaciones simples, seminarios que
encontremos en esta tierra. Porque toda la información que
podamos recopilar nos seguiría dejando sin respuestas,
porque la respuesta al dolor no son datos a la mente sino su
consuelo al corazón.

La fe nos permite ver a Dios a nuestro lado. Cuando


nuestros hombros ceden, la presencia de Dios sostiene el
peso que nos agobia.

Conozco a este Dios, porque lo he vivido y he escuchado


a cientos contar esta experiencia. Nos brinda su consuelo
saber que quien controla todas las cosas está a nuestro lado.
Nuestra forma de verlo a él cambia. Nuestra situación
cambia, porque tener a Dios presente hace toda la
diferencia.

Escuché a un predicador contar la experiencia de ser


consolado por Dios, Estaba en mi escritorio. Mi
corazón compungido hasta el grado más sublime. Las
lágrimas caían por mis mejillas. Lloraba y no
entendía por qué las cosas habían cambiado a mi
alrededor de esta manera. Pero entonces, supe que
Dios estaba conmigo, que Dios me estaba abrazando
así como hace un padre cuando su hijo llora. Lo
llamativo es que Dios no cambió mi situación, ni mi
entorno ni cambió lo difícil e injusto. Dios estaba en
ese momento para fortalecerme, para ayudarme a
seguir adelante. Dios estaba. Dios está. Dios es el
consolador. Él nos consuela.

Este pastor no cuenta como llegó a esa situación o lo que


ocurrió, pero la forma en que fue fortalecido para seguir
adelante es lo que experimentamos todos. Su consuelo nos
fortalece. Lo que contrapone la tristeza es el pañuelo de
Dios, su consuelo. Este nos permite mostrarnos débiles y
cuando nos mostramos así, Dios nos fortalece. Podemos
bajar los escudos, las barreras, abrir las puertas de la muralla
que levantó el dolor y permitir que Dios pase, se siente al
lado y brinde su consuelo. El Shiv’ah de Dios, el regalo de la
presencia de Dios consolando tu corazón con su pañuelo
divino. Respondiendo a nuestro dolor con su amor.

Hace un tiempo Flor, mi esposa, escribió un artículo


acerca de la consolación y recibió algunas respuestas que
hablan por sí mismas.

Vittmar nos escribe de Norte América:

Hoy (el día de publicación del artículo) falleció


una de mis hermanas [...] no pregunto el por qué, solo
dejo que Dios nos consuele con su amor a mi mamita,
a mis hermanos y a mí.

Giselle de San Salvador dice de forma resumida, sencilla y


profunda: «Dios está a nuestro lado aunque muchas
veces dudemos».

También Concepción de México nos dice:

Es verdad Dios nos consuela en luchas y pruebas.


Hace un mes perdí a mi padre, no sé si han perdido a
un ser querido, es algo feo y muy triste, he de seguir
adelante con la ayuda de Dios porque él es mi roca, mi
fortaleza y mis fuerzas.

Dios puede llegar a lugares de nuestro interior donde


otros no pueden llegar. Brindar a la aflicción, consuelo. Dar
a nuestra debilidad fortalecimiento. Reconocer el dolor por
lo perdido y extender su pañuelo. Otros pueden ignorar o
negar nuestro dolor pero Dios nos extiende su presencia y su
pañuelo Divino. Después de lo ocurrido conoceremos que
hay una fiesta al otro lado del pañuelo. Y aquello que
habíamos escuchado, pero no vivido, será una realidad en
nosotros, en la amargura Dios se sienta a nuestro lado para
consolar nuestro dolor.
RESUMEN
● Noemí experimenta la pérdida y dice: no me llamen
más Noemí, dulzura, ahora llámenme Mara,
amargura. Pero Dios cambiará su realidad.

● Hay momentos en la vida que atraviesan la


permeabilidad de nuestro corazón, pero no para
traer alegría, sino que estos momentos son esos
difíciles de procesar y tienen la triste posibilidad de
traer amargura a nuestra vida.

● Ante esos momentos que provocan tristeza en


nuestro corazón, Dios quiere hacernos saber que él
se entristece tanto como nosotros, que su corazón se
duele junto al nuestro, pero también él quiere
hacernos saber que quiere tener un papel activo en
nuestra consolación.

● Algunas personas que no creen en Dios reconocen


que la fe es útil para atravesar los momentos difíciles
de la vida.

● Los Judíos tienen una costumbre hasta hoy que se


llama Shiv’ah. Cuando alguien está atravesando una
pérdida, sus amigos y familiares se sientan a su
alrededor y se quedan en silencio durante siete días,
no le regalan palabras sino que le regalan su
presencia. Dios actúa de esa manera.

● Jesús dijo: «les conviene que me vaya, porque


cuando me vaya vendrá el Consolador».

● Que hoy puedas ser consolado por este Dios que


extiende sus Pañuelos Divinos.
SECCIÓN 4
EL CIELO ESTÁ EN

CAMINO
El Cielo te escuchó, Dios no llega tarde.
Cómo obtener ayuda de Dios cuando no sé que
más hacer y fortaleza mientras espero la
respuesta.
EL INTERRUPTOR DE LA
ORACIÓN
EL OÍDO DE DIOS ESCUCHA EL
SUSURRO DE NUESTRO DOLOR

«Señor, me arrastré hacia ti a través de mi


infecundidad y con la copa vacía, de haberlo sabido
mejor, habría venido corriendo con un gran
recipiente».

Nancy Spiegelberg

Samuel se puede mostrar en tu vida, hoy mismo. Una


frase extraña para comenzar. ¿Por qué Samuel? Samuel
significa oído por Dios.

En estos instantes seremos escuchados por el mismo


Cielo y será abierto el canal de comunicación que puede
cambiar nuestra realidad. Si sentís que algún aspecto de tu
vida está infértil, sin fruto, eso puede cambiar en un abrir y
cerrar de boca.

Quienes están pasando momentos tristes y están


conviviendo con la amargura deben saber que Dios quiere
intervenir en su vida para cambiar su situación. Dios está allí
en los cielos mirando su teléfono, esperando a que suene.

¿Qué es lo que hay que hacer? Jesús dijo pidan y


recibirán (Mateo 7:7). Y, Ustedes pueden orar por
cualquier cosa y si tienen fe la recibirán (Mateo 21:22).

La respuesta es presionar el interruptor de la oración para


poder hablar con Dios y que tu situación pueda cambiar por
haberlo buscado. Porque lo importante no es controlarlo
todo, sino conocer a Quién sí puede. No nos detengamos
más en la introducción y comencemos este capítulo.

El libro de Samuel comienza contando la historia de Ana.


Ella es una mujer que tiene gran parte de la vida resuelta.
Tiene un marido, un hogar y el dinero suficiente como para
darse ciertos lujos y caprichos.

En su cultura los hombres tenían varias mujeres, su


esposo Elcana tenía otra mujer llamada Penina, ella tenía
hijos, pero Ana no (1 Samuel 1:2). Pero, ella suele detener la
mirada en algo. Sus pupilas se posan en una familia que sale
a pasear. Más bien, en un niño que le tira el vestido a la
mamá y le dice: «Mami, quiero ir al baño». Y, mientras
la mamá se sofoca diciendo: «¿por qué no te acordaste
antes?», Ana siente en su interior lo mucho que
gustosamente ocuparía el lugar de ella. En las vacaciones
cuando los niños están detrás del vehículo repitiendo,
«¿vamos a llegar?», y los papas por un segundo piensan en
orar por un milagro de «mudes» para sus hijos, Ana
quisiera ocupar el lugar de esos padres siquiera unos
minutos.

Cuando ve a aquella mujer que tiene un hijo con


discapacidad que no puede valerse por sí mismo, al cual
deben arropar, darle de comer, esperar a que termine de
comer, llevarlo al baño y ocuparse de él todo el tiempo, Ana
elegiría, si pudiera, estar en el lugar de esa madre. Y, si no
quedara otra opción, ella sería aunque sea esa mamá que se
desvela al lado de su niño enfermo. No pide tardes de
parques de diversión, no pide viernes de cine familiar con
palomitas de maíz y helado, no pide fines de semanas en la
playa o en la montaña con su familia. Si le tocara ser la
madre de ese chico con cáncer o leucemia que debe
despedirlo a la eternidad en su primera década de vida, a
pesar de todo, Ana estaría agradecida por esos hermosos
quince, doce, ocho... O cinco años que pudo compartir con
su hijo en esta tierra.

Si pudiéramos entrevistarla y preguntarle por su esposo


ella diría: «Yo amo a mi esposo. Él me ama, me cuida, me da
algunos gustos, pero hay un lugar en el corazón que solo
puede ser ocupado por un hijo. Y, ese es un lugar que él no
puede ocupar, aunque si pudiera lo haría». Solo un hijo
puede ocupar el lugar de un hijo.

Todo le impide olvidar su situación, en su casa hay un


biberón a estrenar y pañales que aún no han sido cambiados.

Cuando se pone su ropa de cama antes de ir a dormir, ella


roza sus pechos que aún no han amamantado y al tocar su
abdomen pone su mano sobre él, llora y acaricia su vientre
que está a la espera y que se siente inútil.

Nunca ha escuchado que la llamen mamá. Y, si alguna


vez pensó que era así, fue tan solo por error, mientras en su
interior resonó una voz con la palabra: infértil... Infértil...
Infértil.

Esta palabra que no leemos en gafete, placas de puertas ni


en letreros de oficina. No las asociamos a chóferes ni a niños
de escuela ni a jardineros, pero todos conocen esa realidad.

Todos tenemos que ver con esa palabra, infértil. Si


miramos con cuidado podemos ver a esa palabra volar y
posarse sobre muchos, incluyéndome.

Solo si contamos el día de hoy podemos juntar


innumerables litros de lágrimas dejados por muchos
anónimos lloran la infertilidad de su vida.
Infertilidad es un área de la vida sin fruto, algo que no
mejora y no hay expectativas de que lo haga. Quiero decir,
ellos están preparados para que su vida cambie, pero por
alguna razón todo sigue igual, siendo la soledad el testigo
que no brinda consuelo.

Tal como le ocurre a una chica que mira su mano


izquierda y siente un vacío en su dedo anular. Ella hace
tiempo que está buscando pareja, ella ya ha madurado. No
es como aquellas que esperan el príncipe azul, o como
aquellos que esperan la princesa Disney. Pero, por alguna
razón ella tiene una vacante crónica en su corazón, el reloj de
su biología amenaza con ponerla en la misma situación,
literalmente hablando, en la que se encuentra Ana.

Hay un joven anónimo que no tiene trabajo, hace tiempo


él escuchaba la voz de sus padres que le decían: «termina de
estudiar, porque cuando vos termines de estudiar vas a
conseguir un trabajo». Pero, el reloj del tiempo está
acumulando arena, por dentro la presión le gana y ya es edad
de tener su dinero propio, siente la presión de querer
independizarse, pero su vida está atorada.

Otro muchacho anónimo ha venido a las orillas del


campo de la infertilidad traído por su salud. Él escucha la
voz del médico que le dice en forma inequívoca y
determinante el diagnóstico: «Querido, se trata de una
enfermedad crónica. Nosotros sabemos cuál es la
enfermedad, pero la medicina no sabe cuál es la cura».

Sin mencionar a aquel joven que espera que su relación


con sus padres y sus hermanos mejore. Él ha hecho lo que
podía. Sabe que la gente cambiará cuando quiera. Lo que se
pregunta es: «¿Cuándo querrán hacerlo?».

¿Quiénes no han pasado por estas situaciones que nos


hacen pasar del plan A, al plan B, y dar la vuelta a abecedario
pensando que ya no hay más planes?

La Biblia describe esa situación con estas palabras: «¡Qué


tristeza da que los deseos no se cumplan! ¡Y cómo nos llena
de alegría ver cumplidos nuestros deseos!» (Proverbios
13:12, TLA). Cuando estás triste, frustrado y sin opciones
todo puede ponerse peor, tu esposo puede tener otra mujer
que sí tenga hijos y te haga la vida más difícil de llevar. Así es
cuando una historia se pone peor. La tristeza aumenta cada
año cuando Elcana subía a ofrecer sacrificios.

Estos eran hechos por Penina y todos los hijos y como


amaba a Ana, a ella le daba una parte especial, pero esto no
era suficiente porque: «su rival la irritaba, enojándola y
entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener
hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la
irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía» (v.6 y 7).

Esta es la historia de una mujer que quiere tener hijos


pero no puede, y que además su marido tiene otra esposa
que sabe esto y actúa como «su rival». Y, sus acciones son
acordes a esto, hacerla enojar, buscar entristecerla, irritarla,
(¿qué tipo de engaños le haría?).

No nos gusta estar en los zapatos de Ana, dolor sumado a


tu acosadora personal, con esa sensación de que todo lo que
podíamos hacer ya lo hicimos y que las opciones se
redujeron a solo orar. Y, su marido la alienta en eso: «Elcana
le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué
está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?
Y Ana se levantó» (v.8).

La infertilidad de Ana la lleva al templo a orar, hablando


en su corazón, moviendo solamente sus labios, pero su voz
no se oye (1 Samuel 1:9-12).

Imaginemos que estamos todos juntos en un salón para


este ejercicio: levantar la mano por turnos para intentar
rellenar los labios de Ana y reconstruir su oración que la
Biblia registra en modo silencioso.

Alguien levantaría la mano y diría que ella dijo «¡Dios, yo


estoy en un callejón sin salida!»
Otro diría, «¡Dios, no sé cuál fue la puerta de entrada
para llegar al hoy en el cual me encuentro, pero tan solo
quiero saber la puerta de salida! Conozco dónde está el
punto marcado en el GPS que dice «Usted está aquí», pero
necesito que me descargues el mapa para poder llegar al
punto de salida». Alguien más levantaría la mano para
desahogarse y diría, «yo estuve en esa prisión, pero es peor
que cualquier cárcel, porque no tiene barrotes que te
permitan ver del otro lado qué hay algo más allá del aquí y
ahora».

Otro levantaría la mano y diría, «¡Oh, sí sé de lo que estás


hablando, en algún punto de mi vida el barco se encontró
con el iceberg y me dejó como un náufrago en el mar. Yo no
veía ninguna isla alrededor, y lo que era peor, solo veía el
océano y en cada momento tenía la sensación de que no
había ningún lugar en el cual pudiera hacer pie!».

Entusiasmado por poner palabras a la oración de Ana,


alguien diría ella pidió un cambio en su vida, «¡Oh Dios
quiero saber si existe alguna realidad paralela, algún universo
alternativo, una realidad distinta a esta, algo más allá de
aquella película del ahora que es un film de suspenso que se
pregunta por el final!».

Y no faltaría alguien que levante la mano para elogiar la fe


con la que oró Ana: «Ella levantó las velas de su navío
esperando que los vientos de Dios la llevaran a tierras
mejores».

La oración de Ana, es nuestra oración. Su oración es la


que hacemos cuando el corazón se conecta con el Cielo y
nuestras palabras no alcanzan la potencia de un susurro.

En la oración de Ana lo terrenal y lo celestial se tocan en


un mover de labios y oídos que escuchan palabras mudas.
Pero ¿qué es lo que ocurre en el Cielo cuando las palabras
son escuchadas por el Dios supremo? ¿Cómo se percibirán
en el Cielo nuestras oraciones? La otra cara de la moneda, el
punto de conexión del hombre con la deidad, el Cielo
reflejándose en el mar de la necesidad humana.

Hay dos perspectivas al respecto: En la primera Dios hará


todo aquello que quiera hacer, lo que significa que la
oración no puede cambiar nada, y en el mejor de los casos lo
único que puede hacer es cambiar el corazón del que ora.
¿Qué lugar ocupamos en esta perspectiva? Una ficha en un
tablero de ajedrez celestial.

La segunda, y nos quedaremos con esta, Dios dejó unas


tareas en lista de espera que empezará a llevar a cabo en el
momento en que se las pidamos. Jesús dijo: ustedes pidan y
van a recibir (pueden orar por cualquier cosa y si tienen fe la
van a recibir).

Para graficar la oración con fe, podemos trasladarnos al


campo de batalla en el que tenemos un radio para
comunicarnos con la base central para recibir nuevas
instrucciones y pedir refuerzos. En caso de estar en
problemas necesitamos apretar el interruptor y recibiremos
una respuesta. Pero, necesitamos que la batería esté cargada,
o sea, que esté llena de fe.

Conozco a algunos que nunca lo han apretado y otros lo


mantienen apretado constantemente — están tan
concentrados en hablar que no pueden escuchar la respuesta
— pero hay otros que han sido víctimas de la frustración y
que no aprietan el botón porque ha perdido la fe en ser
escuchados.

No te frustres si la infertilidad se ha posado sobre un área


de tu vida y te ha llenado de amargura, porque esa misma
amargura puede llevarte hasta el templo de Dios a orar así
como lo hizo Ana, apretando bien fuerte el interruptor de la
oración. La llamada a lo alto lleva palabras desde la tierra,
pero vuelve en acciones desde el Cielo.

Cuando estamos en el campo de batalla y el enemigo abre


fuego con su lluvia de balas, podemos apretar el interruptor
de la oración para pedir ayuda y el Cielo enviará refuerzos.
Si hay un área de tu vida que está interrumpida, puede
que Dios esté detrás de esto. Porque puede que Él haya
apretado pausa con el objetivo de que lo busques y así
acompañarte. Dios ha dejado muchas cosas para hacer en su
agenda, pero las hará cuando nosotros se lo pidamos.

Podemos tener certeza de que Jesús nos alienta a esto, en


el verso de Mateo Él dijo: «pidan». ¿Qué tenemos qué
hacer? Pedir. ¿Qué le pasa al que pide? El que pide, recibe
(7:7).

No me mal entiendan, no estoy diciendo que «el orar»


convierte a Dios en nuestro sirviente o un robot que sigue
nuestras órdenes, sino que deja ver a un padre que se ocupa
de las necesidades de sus hijos.

La oración con fe transforma nuestra predisposición


hacia nuestro Padre. Cuando oramos creyendo que
recibiremos, nuestra expectativa crece, al igual que nuestra
dependencia de Él, aumentando la búsqueda de nuestro
Padre.

Así le ocurrió a Ana, porque «Jehová se acordó de ella.


Aconteció que al cumplirse el tiempo, después de haber
concebido Ana, dio a luz un hijo, y le puso por nombre
Samuel, diciendo: Por cuanto lo pedí a Jehová» (1 Samuel
1:19-20). Porque lo pidió al Señor, Ana concibió y lo llamó
Samuel. Esta es una lección para nosotros, porque Samuel
significa «oído por Dios». Dios no nos escuchará si
nosotros no oramos.

Algunas verdades respecto a la oración son:

La fe es indispensable. Jesús dijo «ustedes pueden


pedir cualquier cosa y si tienen fe la recibirán», esto es en
Mateo 21:22.

No solo importa nuestra voluntad, sino la de Dios.


El apóstol Juan dijo si piden alguna cosa conforme a su
voluntad él nos oye (1 Juan 5:14).

Si lo necesitamos no nos faltará. El apóstol Pablo


cuando escribe «Dios suplirá todo lo que les falte».

Nos cambia. El rey Salomón recibe su destacable


sabiduría para gobernar luego de orar.

Provoca cosas impensadas. Cuando Elías ora, el cielo


se cierra y se abre, dando su lluvia. Cuando Jesús da gracias,
los panes se multiplican.

Afecta la vida de otros. Pedro es liberado de su


encarcelamiento, injusto por cierto, mientras la iglesia estaba
orando.
A veces necesitamos un compañero de oración .
Moisés se encontraba en medio de la batalla y solo cuando
levantaba las manos su ejército era el que vencía. Por cierto,
cuando estas manos de oración le comenzaron a flaquear, él
llamó a algunos para que lo ayudaran.

Dios nos responde cambiando nuestra realidad. El


rey David escribió en el Salmo 120, «A Jehová clamé
estando en angustias» y «y él me respondió».

Muchos de los de que están en esta galería se encontraban


en la situación de que «solo resta orar», otros descubrieron
que la vida es mejor con oración. Pero, todos recibieron una
respuesta del Cielo. Samuel se hizo presente en sus vidas,
todos ellos fueron «oídos por Dios».

La Biblia dice que Ana oró con amargura, lloró


abundantemente, pero también dice que Dios le respondió.
Luego de eso ella no estuvo más triste, Samuel había
aparecido, ella había sido oída por Dios. Y, la respuesta fue
mucho más abundante de lo que esperaba, porque Dios le
concedió tener hijos, a Samuel y a cinco hijos más (tres
varones y dos mujeres). Samuel fue el último Juez de Israel y
autor del libro de la Biblia en el que incluye su historia,
comenzando por la de su madre.

Si hoy hay un área infértil en tu vida, tu vida puede


cambiar a través de Dios. Hoy puedes orar a Dios para
pedirle que cambie tu realidad. Y, si ya no lo haces, puedes
volver a hacerlo. Me gustaría animarte con este testimonio
que recibí estos días. Lilibet nos escribe desde Ecuador y nos
dice:

Quería compartirles este gran milagro que


Dios hizo en mi vida. Yo era estéril por doce
años, no podía quedar embarazada, hoy
gracias al amor de Dios y su misericordia, la
que tuvo conmigo, tengo una bebé de cuatro
meses. Gloria sea a Dios, no hay nada que sea
imposible para él. Dios es un Dios de poder.

No puedo ni siquiera pensar lo que será anhelar la


maternidad por doce años. Pero, saber de Lilibet, esta Ana
contemporánea, me llena de fe para afirmar que Dios es un
Dios que escucha las oraciones.

Hoy esto se puede hacer realidad en tu vida. Comienza a


llamar hasta que encuentres a Dios. Samuel, «oído por
Dios», puede aparecerse en tu vida y encarnes las palabras de
David que dijo «a Jehová clamé estando en angustias y él me
respondió».
Que hoy la fe sea aquella que cambie tu mala realidad al
haber utilizado el interruptor de la oración, porque el oído
de Dios escucha el susurro de nuestro dolor.
RESUMEN

● Sus oídos nunca han escuchado que la llamen


«mamá». Y, si alguna vez esto ha ocurrido, tan solo
ha sido por error, recordándole las palabras:
«infértil»... «infértil»... «infértil».

● Hoy muchos viven la infertilidad en sus vidas, están


preparados para que su vida cambie, pero por alguna
razón todo sigue igual.

● Dios dejó ciertas cosas por hacer, pero él las hará


cuando nosotros se lo pidamos.

● Que hoy puedas presionar el interruptor de la


oración. Que hoy puedas ser «oído por Dios».
ACTIVIDADES

● Querido Padre, me acerco a ti

(rellena estos «susurros»).

● Cree que Dios puede actuar en tu vida.

● Vuelve a confiar en Dios.

● Responde:

○ ¿Cuáles son las áreas infértiles en tu vida?


¿En qué aspectos de tu vida estás
detenido/a?

○ ¿Cómo podrías convertir esto en una


oración?
SECCIÓN 5

UN MAESTRO
LLAMADO
DOLOR
El pasado no fue en vano.
La experiencia acumulada es tu mayor
capital.
Cómo aprender las lecciones de la vida.
CAPITAL DE VIDA
HAY LECCIONES QUE DIOS SOLO
PUEDE ENSEÑARNOS AL VENCER
EL DOLOR

«A veces las pruebas difíciles preparan a gente


ordinaria para un futuro extraordinario».

C.S. Lewis

A partir de ahora nos pondremos un tanto capitalistas,


no en el sentido del sistema económico, más bien
recontaremos el capital de nuestra vida.

Todos contamos con buenos y malos momentos, ¿pero


qué pasa con los malos? En la economía de Dios, es usual
perder para ganar, llegar último para ser primero,
transformar lo negativo en algo positivo.

Así que si el saldo de tu vida está en números rojos y tus


acciones vitalicias han bajado su cotización, hoy puede ser el
día en que comiences a tener mayores dividendos e
incrementar tus ganancias. Dios transformará los momentos
que parecían contraproducentes e innecesarios en un
recurso que te sume.

Dios no quiere que permanezcas amargado, triste,


resentido, ni que te sientas una víctima sumida en la
autoconmiseración. Hoy esto puede cambiar y la amargura
se puede transformar en dulzura, la tristeza en alegría, el
resentimiento en aprendizaje, el dolor en sabiduría, la
pérdida en un aporte.

En el ámbito empresarial se utiliza la palabra «capital».


Para intentar definirlo en términos simples, y a riesgo de
reducirlo demasiado, mi amigo Brian me lo explica en
términos de clase para niños: el capital es aquella cuenta que
reconoce los aportes que los socios han hecho en la empresa,
al final del año contable estos obtendrán una retribución
llamada dividendos que será su ganancia. Tienes que
considerar capital a todo aquello que te proporciona
ganancia. Esto significa, en un aspecto práctico, que el
capital es aquello que es propio de las empresas y que lo
utilizan para obtener ganancias.

Permítanme agregar algo más, al cierre de periodo los


dividendos, o sea, la ganancia, pasa a formar parte del mismo
capital (para producir nuevamente una ganancia). Se llama a
esto capitalizar.
Luego de leer estás líneas escritas por alguien que no
entiende bien de lo que habla — o sea, yo — pregúntate,
¿por qué hay lecciones contables en un libro de
meditaciones espirituales? Y, ¿usar términos contables, casi
matemáticos, para describir nuestro proceso con el dolor no
es ser insensibles?

Mi respuesta es que superar el sufrimiento implica


nuestro mundo emocional, pero también nuestra razón. En
gran parte de las ocasiones necesitamos de nuestro
entendimiento guiado por Dios para dar un nuevo
significado a lo que vivimos.

Exploremos esta metáfora y descubramos a dónde nos


lleva.

El capital de la empresa es lo que esta tiene a favor, pero


¿qué sería el capital de vida? Seguramente nuestras
fortalezas, nuestro potencial o nuestras victorias: los
momentos cumbre de nuestra vida, nuestras medallas. Algo
que es nuestro y con lo que podemos lograr aún más.

Pero al echar una mirada a la contabilidad de nuestra


vida, notamos que hay momentos que no vinieron para
sumar y que no produjeron ninguna ganancia. Si fuera por
nosotros, los dejaríamos afuera de la categoría capital. Sin
mucho esfuerzo podemos decir: «esto no me trajo una
retribución, esto otro no me trajo un resultado positivo,
aquello solo ha contribuido a llevar la contabilidad de mi
vida más hacia los números negativos». ¿Por qué el
guionista de la vida no evita estas vivencias, erradica el dolor,
echa a la prueba y fusila la adversidad? Quien mecanografía
la historia ha dispuesto esta realidad. Lo que nosotros
borraríamos del relato, aquí está en nuestro presente, para
hacernos más fuertes, para buscar más a Dios, para aprender.
El ayer ha sido lo que fue y no puede cambiarse. ¿Cómo
puede sumar lo malo? ¿Realmente puede aportar? ¿Puede
aumentar mi capital de vida?

Recorramos el camino desde el dolor a la consolación, la


Biblia expresa esto en 2 Corintios 1:4:

[Dios] nos consuela en todas nuestras


tribulaciones para que también podamos
consolar a los que están en cualquier
tribulación por medio de la consolación por la
cual nosotros somos consolados.

Aquí hay tres niveles que parten desde la tribulación: el


primer nivel es la tribulación como situación inicial
«nuestras tribulaciones», el segundo nivel es el consuelo de
Dios, y luego, en el tercer nivel, nosotros que fuimos
consolados podremos consolar a otros. El primer nivel son
nuestras tribulaciones, nuestra situación inicial.
Conocemos bien de qué se tratan. Esa temporada que
mamá, la tía o el abuelo pasaron en el hospital vino para
sumar capital a la vida. Esa niña que nace con discapacidad.
Ese joven que perdió el trabajo. Esa persona que fue
arrancada de su hogar, de su cultura y fue criada lejos. El
Dios que describió Nehemías, el que cambia la maldición en
bendición (Nehemías 13:2).

La luz se ve más brillante en la oscuridad. No es de mi


agrado recopilar tristezas, pero son necesarias en un mensaje
de esperanza. ¿Por qué necesarias? Porque muestran que en
Dios podemos darle vuelta a la situación para que aquello
que nos está jugando en contra, pueda jugar a nuestro favor.

Incluso las calculadoras más sencillas tienen una tecla que


permite pasar el número negativo, que está restando, a
número positivo, o sea, para que sume. Esto grafica la
paradoja que aquello que vino para restar puede concluir
sumando en nuestra vida. Aquello que es pérdida se puede
transformar en ganancia.

Tan fácil de graficar, tan difícil de practicar. En Dios es


posible atravesar esas vivencias que no pedimos ni
queríamos tener, y acceder a una especie de alquimia divina
que transforme el dolor en experiencia. Lo que te llevó a
maldecir, Dios lo usó para bendecir.

Una lección solo es útil si se aprende. Ese mal momento


puede volverse a nuestro favor si nos cambia para mejor y
nos hace aprender una lección de vida.

De esa manera es pulido nuestro carácter y sabiduría.

«A veces se gana y a veces se aprende», y el aprender es


ganancia. Todo esto formará parte de nuestro capital de
vida. Lo interesante es que no solo nosotros obtenemos
ganancias desde nuestro capital, sino también los demás.

El segundo nivel es el consuelo. Parte del consuelo de


Dios es que entendamos que no hemos sufrido en vano.

Cuando sentimos que estamos sufriendo inútilmente


decimos esto no vale la pena.

Pero si de algún modo encontramos el sentido, la utilidad


a aquello malo que nosotros vivimos, esto nos hará sentirnos
más aliviados y nos traerá consuelo porque entendemos el
«para qué» de todo lo que pasamos.

La historia de José, a quien conocimos en el capítulo 1,


cuenta que fue echado en un pozo por sus hermanos, lo
encarcelaron injustamente acusándolo falsamente de
violación y todos se olvidaron de él por dos años. Sin
embargo, estas dificultades son las que finalmente lo llevan a
tener el puesto político más prestigioso que alguien podía
tener en el Egipto de aquella época. José se reencuentra con
sus hermanos luego de haber sufrido mucho, pero él dice:
«para preservación de vida me envió Dios delante de
vosotros» (Génesis 45:5), «Y Dios me envió delante de
vosotros, para preservaros posteridad sobre la tierra» (45:7)
«no me enviasteis acá vosotros, sino Dios, que me ha puesto
por padre de Faraón y por señor de toda su casa, y por
gobernador en toda la tierra de Egipto» (45:8), «Ustedes se
propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para
bien. Él me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la
vida de muchas personas» (50:20, NTV).

Dios tenía un propósito para lo que pasó, salvar a toda


una nación del hambre. A través de todo ese sufrimiento,
Dios lo preparó para estar en ese cargo y beneficiar a otros.

De acuerdo con el lente espiritual, Dios lo ha


transformado del niño consentido que era, a estar preparado
para que toda una nación se sobreponga a la crisis. Su capital
de vida aumentó al transformar su dolor en carácter. Y, esto
no solo lo benefició a él, sino a millones.
Todos nosotros podemos ser como José, pero también
podemos no ser como Él. Consideremos la historia de dos
muchachos que habían perdido su trabajo, uno pudo
capitalizar el momento de dificultad y el otro no.

Las políticas de reducción de personal hacen que llegue a


ambas casas un sorpresivo telegrama: «a partir del día de la
fecha prescindimos de sus servicios».

Ninguno sacaría una foto de ese momento y lo


enmarcaría en la pared de su casa para que las visitas
pregunten y les digamos: «Oh claro, este fue el momento en
que me despidieron», no lo colocaríamos en el arca del
tesoro del corazón, y no lo asentaríamos en el libro contable
de nuestra vida como un recuerdo bueno.

En la historia, el primero de los jóvenes que recibió el


telegrama de despido siente bronca, tristeza, agobio y queda
sumamente amargado. Comienza a recorrer las empresas y
nadie lo contrata. La bronca aumenta junto con la amargura
y se le suma la desesperanza.

Pero el segundo joven también recibe el telegrama de


despido, la noticia no le cae bien. En su iglesia él cuenta lo
sucedido al pastor, quien sabía algo de finanzas.

La conversación fue algo así:


— ¿Con cuánto dinero cuentas? — dice el Pastor.

— Solo algunos billetes. — Responde el empleado


despedido.

— Bueno, con eso te alcanza para preparar siete


sándwiches. Los vas a vender afuera de la fábrica donde yo
trabajo. Y ese dinero lo reinviertes.

Para hacer corta la historia, él vende esas siete unidades,


recauda 50 % más y los reinviertes todo comprando diez
unidades. Luego de repetir el proceso varias veces, invita a
alguien para que venda para él en esa fábrica, para poder
vender mientras tanto en otra.

Hoy en día, posee una fábrica de sándwiches grande y


conocida. Hoy en día, le da trabajo a cientos de personas. Su
capital de vida aumentó a través de ese aprendizaje y dicho
sea de paso, también aumentó su capital empresarial.

Si hoy le preguntaras si se siente mal por el telegrama de


despido de hace varios años, él diría que no. Porque si
hubiese sabido cómo funcionaba el dinero y que tenía
capacidad para hacer lo que hizo, habría renunciado varios
años atrás.

La historia la vemos a diario, en situaciones similares


mientras uno aprende de sus errores y se anima a
experimentar algo nuevo, otro se queda en el fondo del pozo
y busca forma de acondicionarlo.

En nuestro pasaje la Biblia dice que Dios nos consuela


en todas nuestras tribulaciones. Considero que parte de
ese consuelo, es que podamos capitalizar las situaciones de
dolor y aprender «ese algo» que no aprenderíamos de otra
forma.

Ser mejor a través del dolor no tiene gran publicidad,


pero nos enriquece internamente de una forma única,
porque la experiencia y los aprendizajes de primera mano no
pueden comprarse.

El «premio consuelo» por fracasar o perder es el


aprendizaje que nos posibilita acertar el próximo intento. En
una vieja tira cómica un personaje le dice a otro: «dicen que
los errores te hacen sabio». El otro responde: «Entonces, yo
debo ser la persona más sabia del mundo».

Nos parece gracioso, porque sabemos que el aprendizaje


del error no se da de forma automática. Tenemos que poner
una intencionalidad para convertir nuestros errores en
conocimiento.

Antes de subir un nivel, recapitulemos. La tribulación


vendrá a nuestra vida, pero el dolor y el sufrimiento se
pueden transformar a través de la consolación de Dios. Parte
del consuelo es darnos cuenta de que no sufrimos en vano,
porque todo lo malo que pasamos puede servirnos para
atesorar experiencia.

Luego, el tercer nivel es «para consolar a otros». La


historia de nuestra tribulación no termina en nosotros, la
dificultad que vino para destruirnos puede, como un efecto
de ondas, beneficiar a otros. Lo que llegó para restar puede,
por una “alquimia divina”, transformarse. Esos momentos
que son tan vívidos y lastiman cada vez que lo recordamos,
se transformarán de plomo (un peso) a oro (algo valioso).

Visitar el pasado en nuestra mente solo sirve cuando


podemos aprender algo. De esta forma, no sufrimos en vano
y podemos llegar a decir: «sí, pasó algo malo, pero valió la
pena». Y una vez que aprendemos la lección podemos
ayudar a otros a que enfrenten una situación similar.

Escuché algo interesante acerca de un pintor que tenía


una enfermedad en las manos. Cuando él pintaba sus manos
le dolían mucho.

Un día un reportero le pregunta, sus cuadros son muy


buenos, usted ama pintar, pero a Ud. le duelen mucho las
manos al hacerlo, ¿por qué es que usted pinta igual?
Entonces el pintor respondió de forma sorprendente: «el
dolor pasa, pero la belleza queda».

En ocasiones duele pintar la belleza en nosotros, en otros


o a nuestro alrededor, pero el dolor pasará y la belleza
quedará. No elegimos sufrir, pero el sufrimiento abre
puertas que no se abrirían de otra manera.

Una de esas puertas es con respecto a nuestras


limitaciones. En aquello que no podemos, Dios puede. En
nuestra debilidad se muestra el poder divino. En nuestra
oscuridad se muestra mejor su luz.

Hace tiempo estaba escuchando un programa de interés


general que se titulaba «Padres especiales». Cada uno de los
padres era entrevistado y contaba acerca de su hijo que tenía
capacidades especiales.

Una de las historias que me llamó la atención, fue la de


Andrea de México. Su padre contaba que ella nació con
cierto grado de parálisis cerebral. A los nueve años Andrea
estaba mirando un Teletón, uno de esos programas en los
que se da a conocer una causa solidaria y la gente llama para
hacer donaciones, en este caso para los chicos con sillas de
rueda.

Ella le dice a su mamá:


-Quisiera comenzar a pintar.

-Andrea, pero ¿qué vas a hacer con esos cuadros que vas a
pintar?

-Los voy a vender mamá.

-Ay hijita, ¿pero qué vas a hacer con el dinero? - le dice la


mamá siguiéndole el juego.

La respuesta de Andrea fue:

-Los voy a vender para darle el dinero a los niños que


necesitan sillas de rueda.

Andrea sufre de la parálisis cerebral, pero no de un


corazón paralizado. No sé si el nombre «especial» define a
aquellas personas que sufren una discapacidad, pero sí sé, sin
dudas, que define su corazón.

Actualmente, a sus once años, ella ha vendido gran


cantidad de sus cuadros a través de su fundación y ha
conseguido fondos para financiar miles de sillas de ruedas
para aquellos niños que las necesitan.

Andrea y su familia, fueron capaces de dar vuelta la


situación que en apariencia había venido para restar en su
vida. Y lograr que sea eso lo que les abriera puertas para
poder ayudar a otros chicos con discapacidad.

Su debilidad permitió la posibilidad. A pocas pintoras de


nueve años se les han abierto las puertas que a ella sí.

Es importante mencionar que al vivir una situación


difícil, ella se movilizó para ayudar a otros niños que
también están enfrentando la adversidad.

Quién ha vivido una situación puede entender a otro que


está pasando por un lugar similar.

El dolor, el sufrimiento, nos hace entender al otro, no a la


perfección, no exactamente. Pero, entenderlo nos hace
solidarios, porque una idea de lo que le ocurre al otro mueve
el deseo de involucrarnos, porque recordamos aquello que
nos ha ocurrido a nosotros.

Cuando atravesamos la prueba, y pasamos los momentos


de fuego, aprendemos a decir tres grandes frases que todos
necesitamos escuchar alguna vez: «te entiendo», «a mí
también», «déjame acompañarte en esto».

Esto describe lo que puede ser una sorpresa para muchos,


el motor interno de Jesús funciona de manera similar. Ya
que en la carta de Hebreos dice que «Él puede
compadecerse de nuestras debilidades porque fue
probado en todo» (Hebreos 4:15). En estas palabras están
escritos los tres escalones de la solidaridad:

«te entiendo»,

«a mí también»,

«déjame acompañarte en esto».

Nosotros no entendemos del todo, pero Dios sí lo hace.

Damos lo que alguna vez recibimos, consolamos como


fuimos consolados. Extendemos el consuelo a otros «con la
consolación con que nosotros somos consolados por
Dios».

Esto ocurre en la historia de una chica a la que a su


hermana le diagnosticaron cáncer. Ella sufre mucho a través
de todo el tiempo de la enfermedad. Es desgarrador para ella
ver partir a su hermana de una forma tan fuerte.

Pero al atravesar la ruta del dolor más allá del


sufrimiento, ella comienza a vivir las palabras que Pablo
escribe sobre el papel: ser consolados para consolar a otros
«con la misma consolación».

Ella comienza a conocer a otras personas en una situación


similar a la de ella y de esa forma consigue fondos e inicia
una fundación que hoy en día ayuda a miles de personas que
padecen cáncer.

Lo interesante es que la historia no termina con ella auto


compadeciéndose de sí misma, sintiéndose una víctima de
las circunstancias por haber perdido a su hermana, sino que
ella puede levantarse y ser solidaria con aquellas personas
que padecen hoy lo que ella padeció algún día.

Luego de estos capítulos me atrevo a decir que Dios


quiere ayudarte a encontrar un sentido a todo el dolor, a
todo el sufrimiento que has pasado alguna vez y convertir
aquellos momentos que se parecen al carbón en diamante,
para que tu capital de vida aumente y sea de aprendizaje, o el
cambio que obtuviste de procesar aquello malo sea lo que
utilices para consolar a otros. En el dolor descubrirás tu don,
tu servicio, tu llamado.

Por eso deseo que puedas ser consolado por Dios y


transformarte en un agente de consolación, para que se haga
realidad todo lo que dice el versículo que está en 2 Corintios
1:4: «Dios nos consuela en todas nuestras tribulaciones
para que también podamos consolar a otros».

Del dolor saldrá tu mejor ministerio, tu mejor servicio.

Me gusta un caso de la antigüedad de alguien que sufrió


en una tierra lejana, pero Dios utilizó esto para bendecir a su
nación.

¿Qué pasaría si tu vida cambiara de rumbo, si tu rutina


cambiara de forma que nada volviera a ser como era: ni tu
trabajo, ni tu lengua, ni tu cultura, ni tus formas; si mataran
a tus vecinos y te llevaran como esclavo y te cambiaran hasta
el nombre? ¿Podría salir algo bueno de eso?

La Biblia nos habla acerca de Daniel, quien fue llevado


cautivo a una tierra extraña, le cambiaron el nombre a uno
en contra de sus creencias, su dieta por una en contra de sus
creencias, sufrió un complot laboral que termina con él
siendo arrojado al foso de unos leones, del que solo sale vivo
por milagro. Pero, tanto sufrimiento trae un resultado. Las
escrituras registran que Daniel sirvió al Rey Ciro, quien
escribió uno de los primeros rollos sobre Derechos
Humanos, material que hoy en día reconocen las Naciones
Unidas. Lo que la Biblia cuenta es que este Rey tenía como
consultor a Daniel. Él y su pueblo fueron asolados,
menoscabados en su dignidad, sufrieron todo tipo de
opresión, pero Él ayudó a transmitir dignidad y respeto a la
vida muchos milenios después. Tenemos el mismo Dios de
Daniel.

Aquel que puede cambiar el mal para bien, de tal forma


que tu vida pueda afectar no solo a tu generación, sino que
centenares de años después seguir influenciando a las
generaciones siguientes, conociendo que hay lecciones que
Dios solo puede enseñarnos al vencer el dolor, y esas
lecciones nos ayudan a construir bendición para otros.
RESUMEN

● Hay momentos que no atesoraríamos en nuestro


corazón, pero la buena noticia es que estos pueden
ser cambiados, así como un carbón se transforma en
un diamante. Es posible tener una alquimia divina
en la cual se cambie el saldo negativo a positivo.

● Parte de la consolación está en que nuestro carácter


haya sido cambiado para mejor.

● Lo malo nos hace ruido cuando no nos ha cambiado


para bien.

● Las visitas al pasado en nuestra mente solo son útiles


cuando podemos aprender algo de ellas.

● Es el aprendizaje sumado al cambio de carácter, lo


que constituye nuestro capital de vida: un buen
tesoro que estará en nuestro corazón, y que de ahí
sacaremos las herramientas y cosas de valor para
poder ayudar a otros.

● Son los malos momentos, pero transformados por


Dios, los que vamos a usar como herramientas para
ayudar a los otros.

● Es el mismo sufrimiento el que nos permite


entender a otros y volvernos más solidarios.

● Que hoy tu capital de vida pueda ser aumentado, al


transmutar todos esos momentos malos en
momentos de provecho, y que trabajando en equipo
con Dios puedas cambiar dentro de ti todo el
perjuicio en beneficio.

● Dios puede transformar la maldición en bendición.


UNAS PALABRAS AL FINAL

Si has llegado hasta estas páginas finales, eres un valiente.


Porque te has animado a mirar al dolor a la cara, pero
también a mirar al cielo en busca de Dios. Te has atrevido a
aceptar el desafío de ser renovado por Dios y volver al diseño
que Él pensó para vos. En el horno el fuego calienta al metal
y lo ablanda, de esa manera el herrero puede darle la forma
que desea. Eres un valiente por atreverte a involucrarte en
este proceso. Solo los valientes se reconocen insuficientes en
el momento de la prueba y por eso buscan a Dios. Su
perspectiva nos muestra de forma clara el «porqué» y el
«para qué» de la adversidad.

En este libro, hemos descubierto juntos una pequeña


parte de esa perspectiva. Hemos visto con los ojos
espirituales y nos resta un último desafío. Algunos han
realizado las actividades propuestas en cada capítulo, pero el
verdadero reto es poder utilizar lo aprendido de forma
permanente en nuestra vida. De la misma forma que no se
ejercita el cuerpo leyendo una revista de deporte, no
aprendemos ni mantenemos las habilidades espirituales si no
las ponemos en práctica.
Quiero agradecerte, en nombre de todos los que
trabajaron en este libro, por adquirirlo y por leerlo. Ahora,
te desafío en estos momentos a que pienses en alguien que
esté pasando por alguna adversidad, alguna prueba, esté
triste o esté enfrentando el dolor, y le hagas llegar este
ejemplar o una copia del mismo, para que sea bendecido de
la misma forma en que vos lo has sido.

También es posible que este sea el primer libro cristiano


que has leído o que nunca hayas considerado a Jesús como
tu Salvador. Ahora, te invito a que al cerrar este

libro, ores a Él y le puedas entregar toda tu vida, sabiendo


que Él te dará la vida eterna. En la cruz Él murió para
perdonar tus pecados y, así como Él resucitó, un día vas a
resucitar para estar siempre con Él.

Mientras tanto Él será el Dios que no dejará cuando pases


por los momentos de fuego y te ayudará a descubrir las
bendiciones escondidas detrás del dolor, forjándote según Él
te diseñó.
«Contar tu historia con Dios
es prestar tu fe a los demás».

TU HISTORIA PUEDE
INSPIRAR A CIENTOS DE
PERSONAS, Y POR ESO
QUIERO PUBLICARLA EN MI
PRÓXIMO LIBRO.
PARA PARTICIPAR
ENVÍALA A MI MAIL
DETALLADO MÁS ABAJO.
OTROS LIBROS DE LA SERIE

Prueba de calidad:
Cuando nuestro carácter es puesto a prueba se revela la
verdad. Cómo atravesar el dolor, las pruebas y cómo el
proceso nos mejora.
https://www.amazon.com/dp/B086YYZSB8

Prueba de fuego:
Descubrir el propósito de las pruebas. Enfrentar y vencer la
adversidad. Superar las crisis que vengan.
https://www.amazon.com/dp/B086Z93R2T

Consuelo para la tristeza:


Como sanar las heridas del alma, atravesar el dolor y
encontrar consuelo para el corazón.
https://www.amazon.com/dp/B0871QMJ1

El Cielo está en camino:


El Cielo te escuchó, Dios no llega tarde. Cómo obtener
ayuda de Dios cuando no sé que más hacer y fortaleza
mientras espero la respuesta.
https://www.amazon.com/dp/B0872K66TD
Un maestro llamado dolor:
El pasado no fue en vano. La experiencia acumulada es tu
mayor capital. Cómo aprender las lecciones de la vida.
https://www.amazon.com/dp/B0872LX5BB

PACK QUE INCLUYE DE TODOS LOS


LIBROS DE LA SERIE
Momentos de fuego:
Las bendiciones escondidas detrás del dolor
https://www.amazon.com/dp/B08748X7RY

OTROS LIBROS DEL AUTOR

SERIE: 22 DÍAS PARA SUPERAR EL


DOLOR

Fortaleza en tiempos difíciles:


Crecer a través del dolor, sanar las heridas del alma,
encontrar paz y esperanza.
https://www.amazon.com/dp/B086RB6MY5

Dolor que transforma:


Pasar por tiempos difíciles, cómo dejar el pasado atrás,
superar la tristeza y la amargura.
https://www.amazon.com/dp/B086SR327

Buscando a Dios en tiempos de angustia:


Cuando el cielo viene a tu rescate, orar y ser escuchado, la
batalla es de Dios.
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Sigue adelante para superar el pasado:


Suelta el pasado y alcanza tu propósito. Claves para
perdonar, y fortaleza para continuar.
https://www.amazon.com/dp/B086WR72WK

PACK QUE INCLUYE DE TODOS LOS


LIBROS DE LA SERIE
22 días para superar el dolor:
Consuelo de dios en momentos difíciles, cómo sanar el
alma, cómo superar el pasado.
https://www.amazon.com/dp/B086WRRDZB
ACERCA DEL AUTOR
Javi Martínez es un joven escritor emergente, un
instrumento que el Padre está levantando para animar y ser
de bendición a esta generación.

Es una persona polifacética, es profesor de lengua y


literatura y no solo sirve al Señor en su faceta de escritor,
sino que lo hace también a través del ministerio «Conectate
con lo Alto» del cual es fundador, ministerio encargado de
llegar a la juventud con un mensaje diferente a través de
programas de radio, televisión y redes sociales.

Ha servido al Señor activamente en la obra bíblica, en la


cual desempeñó la tarea de llevar la Palabra a distintas
provincias de nuestro país.

No solamente se limita a eso, sino que actualmente es un


emprendedor activo.

Casado con su mejor amiga Flor, con quién está


iniciando un nuevo hogar en las manos del Señor.

Su material será de bendición para tu vida, y en muchos


marcará un antes y después. Desatará una mayor fe y será un
sostén en medio del proceso.
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