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Un hombre que pasea por la montaña está maravillado con la belleza del paisaje,
se acerca al borde de un acantilado e inesperadamente el piso se derrumba bajo
sus pies. Resbala y alcanza a colgarse de un arbusto suspendido por encima del
abismo y grita: “¡Auxilio! ¡Ayuda! ¿Hay alguien que me escucha?” Al principio sólo
responde el eco. Luego se escucha una voz profunda: “No temas, hijo, ten
confianza, soy Dios. Déjate caer, yo estaré abajo y mi mano te atrapará y te
pondré en lugar seguro.” El desafortunado reflexiona y pregunta: “¿Hay alguien
más aquí?” Es el tipo de oración que yo hacía antes de tener fe.
Examinemos porqué Pablo dijo: “Pues por medio de Él tenemos acceso al Padre
por un mismo Espíritu” (Efesios 2, 18).
La oración cristiana se dirige al Padre. Sin embargo, Dios está más allá de la
experiencia humana. Él es el Creador del Universo entero. Para darnos cuenta de
esta magnitud, consideremos lo siguiente: la sonda interplanetaria Voyager II fue
lanzada en 1977 para retransmitir informaciones recogidas en el espacio. Su
velocidad de salida fue de 145 mil kilómetros por hora, más rápida que una bala
de fusil. Después de doce años de viaje llegó al planeta Neptuno que se encuentra
La oración cristiana está dirigida al Padre, a través del Hijo. Solamente “por Jesús”
y “en su nombre” tenemos acceso al Creador del Universo. Jesús nos dice: “Así el
Padre les dará todo lo que le pidan en mi nombre” (Juan 15, 16).
Nos cuesta trabajo rezar, pero el Padre no nos deja solos. Nos da su Espíritu, que
vive en nosotros y nos ayuda a orar. Pablo escribió: “No sabemos qué pedir, pero
el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden expresarse
con palabras” (Romanos 8, 26). Por eso el día que dedicamos para hablar sobre el
Espíritu Santo es tan bello: en esa jornada contemplamos el trabajo del Espíritu
Santo en cada uno de nosotros. Ya hemos comentado acerca de la imagen de
Jesús tocando a la puerta de nuestro corazón; si la abrimos, Él entra a través de
su Espíritu y nos ayuda a orar.
Otro fruto es la alegría. Muchas personas buscan la alegría, pero ésta sólo la
encontramos en la presencia de Dios: “me llenarás de alegría en tu presencia”
(Salmos 16, 11).
También otro fruto es la paz. Pablo escribió: “No se inquieten por nada; más bien,
en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle
gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus
corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Filipenses 4, 6-7). Cualesquiera
que sean las turbulencias de lo cotidiano, cuando uno toma la decisión de
apoyarse en el Señor, Él mismo nos da la paz.
Otro fruto es una perspectiva nueva. ¡Al acoger a Dios, el corazón se ensancha!
Desarrollamos formas diferentes de edificar nuestros proyectos, de reaccionar
ante la adversidad, de considerar nuestros fracasos, de ver nuestra vida, nuestros
amores, nuestra muerte, nuestro destino eterno.
La oración de petición
Jesús nos pide que oremos con perseverancia. Esto es importante, no para que
nos escuche un Dios que sería insensible, un poco sordo o mal informado sino
para que –cómo Jesús nos lo insistía- nuestra fe sea más profunda. No oramos
para “convertir” a Dios, sino para convertirnos nosotros a una fe más profunda.
Nuestro corazón necesita un tiempo, a veces prolongado, para ponerse en
sintonía con el corazón del Señor.
Aun si oramos con fe y perseverancia puede ser que haya obstáculos en nuestra
vida que se interponen entre Dios y nosotros.
Otro obstáculo puede ser una concepción equivocada de nuestro bien. Puede
ocurrir que pidamos cosas que no son buenas para nosotros. Como cuando
nuestros hijos pequeños encuentran unos enormes cuchillos de cocina y nos los
piden para “jugar a los machetes”, ¡les decimos que no!
A veces, sólo con el pasar del tiempo es que llegamos a comprender porque Dios
no atendió nuestras plegarias aunque en el momento no entendamos porqué “la
puerta permanece cerrada”. Ruth Graham, esposa del famoso predicador Billy
Graham, nos dice con una honestidad candorosa: “Dios no siempre respondió a
mis oraciones. De hacerlo, me habría casado con el hombre equivocado, ¡y más
de una vez!”.
¿Cómo orar? Realmente no hay reglas, ya que se trata de una amistad. A los
discípulos les impresionó mucho la forma de orar de Jesús y quisieron saber el
secreto. “Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando terminó, le dijo uno
de sus discípulos: —Señor, enséñanos a orar, así como Juan enseñó a sus
discípulos. Él les dijo: —Cuando oren, digan?” (Lucas 11, 1). La respuesta que
obtienen es la espléndida oración del Padre Nuestro, que los cristianos rezamos
desde hace muchas generaciones:
“Padre Nuestro” ‘¡Gracias por ser mi Padre! ¡Gracias por esta intimidad contigo, el
Creador del Universo! Gracias por tu Hijo Jesús, que se entregó por amor a mí.
¡Gracias por el proyecto de amor que tienes para mí! Señor, te amo. ¡Ésta es una
magnífica manera de comenzar este día o de terminarlo!
“Que estás en los Cielos” No hay que buscar a Dios muy lejos, no está por allá,
está en nuestro interior. Es en su corazón donde Dios nos espera y donde nos
habla.
Al decir “venga a nosotros tu reino” estamos pidiendo que el reino de Dios entre en
la vida de los hombres y de las mujeres de hoy, que lo descubran, que se vean
colmados por su Espíritu y transformados. Oramos para que nuestra sociedad se
transforme en una “civilización de amor” con más paz, más justicia, perdón y
compasión. Para los que están solos, marginados o desesperados, ¡que venga tu
reino Señor!
Ahora recuerdo a una joven madre llamada Mónica, que suplicaba a Dios
constantemente por su hijo adolescente, que era rebelde, flojo, ladrón, tramposo,
libertino. Así rezaba: “Que tu reino venga a su vida.” No obstante, las cosas no se
componían. Llevaba nueve años rezando por él cuando tuvo una visión de su hijo
transformado por Cristo, lleno del Espíritu Santo, con el rostro radiante. Esto la
alentó a perseverar. Continuó orando nueve años más. A los veintiocho años su
hijo entregó su vida a Cristo. Más tarde fue ordenado sacerdote, se convirtió en
predicador y después fue obispo. Se trata de uno de los más grandes teólogos de
la historia, san Agustín, cuya conversión tuvo lugar en el año 386. Él durante toda
su vida atribuyó su conversión a las oraciones de su madre.
“Danos hoy nuestro pan de cada día” Hay quienes dicen: “No me atrevo a
importunar a Dios con cosas de poca importancia.” Pero la verdad es que Dios se
interesa en las cosas pequeñas, puesto que para Él nada es secundario. Oremos
por aquello que tiene importancia para nosotros, con la firme convicción de que
ello es también es importante para nuestro Padre.
“Perdona nuestras ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”
Las dos cosas van juntas. Recibir el perdón y otorgar el perdón es un círculo
virtuoso. No es que el perdón pueda merecerse, “ganarse”. Sólo que, cuando
vivimos la magnífica experiencia del perdón de Dios, es imposible no perdonar a
los demás.
“No nos dejes caer en tentación mas líbranos del mal” “Líbranos del mal” significa
literalmente “líbranos del Maligno”. Todos tenemos puntos débiles: el miedo, la
ambición egoísta, la codicia, la lujuria, el orgullo, el cinismo, el chisme. No es Dios
quien nos tienta, por eso nuestra petición es: “Señor, ayúdame a resistir cuando
soy tentado.”
Hasta aquí, hemos descrito brevemente esta oración del Padre Nuestro enseñada
por Jesús y rezada por los cristianos del mundo entero.
V. ¿CUANDO ORAR?
¿Cuándo orar? Pablo nos dice que en “toda ocasión? presenten sus peticiones a
Dios” (Filipenses 4,6). Se puede rezar en la calle, en el metro, en la bici, en la
cama antes de dormir. No es necesario orar siempre en voz alta. Pero se puede
orar todo el tiempo en el corazón.
También podemos orar acompañados de otras personas. Jesús dice que hay una
especial eficacia en la oración cuando dos o tres se reúnen para rezar: “Además
les digo que si dos de ustedes en la tierra se ponen de acuerdo sobre cualquier
cosa que pidan, les será concedida por mi Padre que está en el cielo” (Mateo 18,
19). Estando juntos podemos orar en voz alta, aunque esto nos puede parecer
difícil si nunca lo hemos hecho. Recuerdo la primera vez que lo intenté. Fue
durante el Curso Alpha. Nos propusieron que oráramos en grupos pequeños.
Estábamos un poco cohibidos, nadie se atrevía a empezar. Luego alguien sugirió
que pidiéramos por un miembro del grupo que no había podido asistir porque
había sufrido un grave problema de salud, y espontáneamente nos pusimos a
orar, por turnos. En total nos debe de haber tomado un par de minutos, ¡contando
los silencios! Es lo que les propondremos esta ocasión en sus grupos. Por
supuesto, no están obligados a orar en voz alta, pero es maravilloso comenzar a
hacerlo juntos.
Oremos
Padre, te damos las gracias porque nada es demasiado difícil para ti. Gracias por
ser un Dios que escucha y responde a la oración. Señor, te pido que cada uno de
nosotros, cada uno a su manera, podamos tener una relación cada vez más
estrecha contigo y que tengamos la alegría de verte obrar en nuestras vidas. En el
nombre de Jesús, amén.