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17.

El viernes 30 escribí en el diario: “Anoche dormí mal. Sueño más y con más detalle en alta mar que
en tierra. Los sueños son terribles. Cuando me despierto me siento raro. Como si hubiera viajado. A
veces no son tan malos pero el de anoche fue terrible. Reina sigue sin aparecer. No tengo noticias.
Mi humor es muy variable. A veces quiero estar ya mismo en la batalla. A veces, volver a casa.
Pienso en mis discos, en mis cosas juntando polvo. Me desagrada un poco la idea del departamento
cerrado, estático.”
Pasó el día y antes de la cena me mandaron llamar de la cubierta principal. Me hicieron sentar en
una cabina cerrada y ahí esperé unos veinte minutos. Después, el subcomandante Galazi me llevó
hasta un salón en el que nunca había estado. Me hizo pasar y sentarme en un banco marinero, la
espalda contra la pared. Adentro, en sillones tapizados en cuero, había dos oficiales que yo no
conocía. Por los uniformes, que tenían vivos rojos y detalles y escudos bordados en amarillo, no
eran argentinos. Galazi nos presentó.
El mayor X y el teniente coronel X, comisarios políticos de la marina soviética.
No nos dimos la mano.
El mayor tenía la piel muy blanca y el pelo muy fino. Se sacó la gorra y la retuvo en las manos. El
pelo se le pegaba al cráneo, redondo y bien definido, como el de un pájaro. El teniente coronel era
grande, de hombros anchos y cara cuadrada. Daba sensación de ser pesado. Ambos usaban botas de
caña larga lustradas y brillantes. No parecían marinos y no lo eran.
Los camaradas rusos nos están haciendo una visita de cortesía, dijo Galazi.
Buenas noches, teniente, dijo el Mayor, le traigo mis mejores deseos.
Agradecí con austeridad. En realidad, estaba muy sorprendido pero algo me decía con mucha fuerza
que no tenía que mostrar mi sorpresa y que, sobre todo, no tenía que confiar en ellos.
¿Cómo había llegado ahí esos tipos ahí?
Supongo que nuestra presencia puede darle curiosidad, dijo el mayor. Llegamos hace unos minutos
en helicóptero desde nuestro buque, el Leningrado, que navega a unos kilómetros del Belgrano.
Estamos un poco escondidos para todo el mundo y sería bueno mantener la discreción sobre esta
reunión.
Galazi me miró.
Desde luego, tiene mi compromiso, mayor, respondí.
Excelente, muchas gracias.
El otro oficial no hablaba. Tampoco podía verle los ojos por la visera de la gorra. Si se se quedaba
dormido yo no iba a notar la diferencia.
Permitamente explicar un poco más nuestra visita, dijo el mayor. Su gobierno y nuestro gobierno
colaboraban en tiempos de paz y ahora también lo hacen en tiempos de guerra.
El ruso hablaba un español perfecto, con un ligero acento y también una formalidad que me
resultaba algo artificial.
El subcomandate aquí presente, continuó el mayor, nos contó que usted estuvo operando y que
médicos de su nación descubrieron cómo evitar que la sangre se dañe en alta mar. ¿Le gustaría
compartir esa información con nosotros? Espero que no sea un secreto militar. Me confío a su
humanismo.
Miré a Galazi. Hizo un gesto imperceptible.
Con un tono neutro, expliqué la técnica de las almohadas en la cámara frigorífica. Aclaré que hacía
poco que la usábamos y que no habíamos verificado su eficiencia pero teníamos motivos para
confiar en que funcionaba.
Luego el mayo X suspiró y asintió e intercambió algunas palabras en ruso con el otro que, serio,
movió la cabeza en forma afirmativa.
Subcomandante, ¿podríamos pedirle algo caliente para tomar?
Galazi salió. Fue como si obedeciera una orden.
Creo que así vamos a hablar con más comodidad, dijo el mayor.
La palabra “comodidad” me pareció exagerada.
Hace algunas semanas, empezó a hablar el mayor, cambiando un poco su postura corporal y su tono
de voz, el camarada embajador Sergei Striganov le ofreció armamento al secretario de sus
relaciones exteriores argentino. No se trataba de un negocio, sino de un ofrecimiento de hermandad
política. Unos días más tarde también pidió y obtuvo una audiencia con el General Galtieri. Las
armas podían llegar por Libia sin problemas.
Hizo una pausa.
Pero ustedes no pedían dinero, me animé a interceder.
Desde luego que no. Hay cosas que no se pueden comprar, teniente. Y que son muy valiosas.
También sabemos que entre junio y febrero del año pasado, un conocido agente de la CIA que se
llama Vernon Walters estuvo en Buenos Aires. En diciembre le presentó al General Viola un sistema
de seguridad que engloba sectores y puntos estratégicos del Atlántico sur. Sudáfrica, Uruguay,
Chile, y obviamente Argentina. El objetivo de esta OTAS, con el apoyo de la OTAN, es bloquear la
presencia de nuestros barcos en la zona e impedir el acercamiento de nuestros pueblos. Los
estadounidenses quieren poner su bandera en Malvinas.
El mayor parecía estar al tanto de todo.
¿Y Haig?, pregunté.
Yo no confiaría en ese señor, pero el gobierno de Buenos Aires lo hace. Son ese tipo de errores los
que se pagan siempre muy caros.
+
La Argentina tiene problemas económicos. Hay mucho desorden para ser una dictadura.
Y también mucha arrogancia y burocracia. La guerra va a ser contra la OTAN, no contra Gran
Bretaña.
Y si no nos dejan ayudarlos a pelear su guerra, al menos vamos a observar cómo pelea la OTAN. Lo
imaginamos pero no tenemos muchas certezas.
Había algo muy intimidatorio en esos hombres. Por momentos me daba la sensación de que iban a
empezar a preguntarme si me parecía bien que los alemanes hubieran atacado la Unión Soviética en
1940.
Mayor, usted parece muy seguro de que los ingleses vienen.
Sonrió como se le sonríe a un niño.
Vienen, lo estamos observando desde que salieron de Plymouth.
Pero eso no significa que vayan a pelear.
¿Y para qué se movilizan tropas especiales si no es para pelear, teniente Dumrauf? Cuando ustedes
golpearon, los barcos ingleses ya estaban en acción. La señora Thatcher sabe que si no puede
someter por la fuerza a un país con un nivel industrial y tecnológico muy inferior todo su sistema de
defensa estará en dudas.
¿Y por qué no atacan entonces? ¿Por qué los diálogos diplomáticos se estiran tanto?
El mayor sonrió otra vez, mostrando unos dientes apenas separados y quizás demasiado
triangulares. Sus encías eran casi blancas.
Son ellos los que necesitan ganar tiempo, teniente, no ustedes. Ustedes lo están perdiendo y perder
tiempo es perder la guerra.
+
En Buenos Aires los generales piensan que al Señor Regan le interesa más el pantano de América
Central en el que ustedes los argentinos colaboran que las islas del sur. Esto es un error.
Desgraciadamente para ustedes, los argentinos no son imprescindibles en ninguna parte del mundo.
Lo lamento. No quiero ser grosero. Pero ese tipo de soberbia es peligrosa.
El sentimiento nacional tiende a producir acciones peligrosas y autodestructivas, sobre todo si se da
en una nación periférica.
El otro ruso interrumpió y el mayor X respondió con seco “Da”.
Entendí que le pedía que cortara la filosofía y fuera al punto.

Desde el año 1977, el 392º Regimiento Aéreo de Reconocimiento a Larga Distancia de la Armada
Soviética, desplegaba una sección de aviones TU-95RTs al aeropuerto de Luanda, Angola. Vuelan
poco, unas 200 horas anuales, pero este año los estuvimos usando. Es una distancia muy grande,
10.950 km de su base habitual en el aeródromo de Fedotovo, en el norte de Rusia.
¿Y qué es lo que hacen?
Bueno, estuvimos sacando algunas fotos interesantes.

Me los imaginaba navegando por todo el Atlántico, sin bases amigas donde aprovisionarse, sin
contacto de radio, en pesqueros de arrastre modificados con tecnología de última generación
tratando de rascar algún tipo de información burocrática. Largos informes donde no se decía nada y
de golpe, la posibilidad de una guerra muy lejos en el sur. Los soviéticos se habían vuelto todo ojos
y oídos y se salían de la vaina por lubricar ese principio de guerra seca.

tareas de escucha asignadas a zonas del mundo donde no había mucho que escuchar
Y buques mercantes llenos de pescadores que apenas bajaban a un puerto empezaban a sacar “fotos
turísticas” hasta que las autoridades les llamaban la atención, se daba una gresca que se aligeraba
enseguida sin llegar al incidente diplomático ni nada parecido.

Los norteamericanos también les sacan fotos a esos barcos. Y cada tanto mandaba un helicóptero a
sobrebvolar los barcos, un hilicóptero que pasaba demasiado cerca, a veces intentando
accidentalemnte romper una atena o tocar un mástil. Esa era la guerra fria. Gente espiándose en la
cara y negándose con máscaras legales que nadie creía. Los soviéticos tenían experiencia, estaban
bien entrenados, se medían, nunca respondían las provocaciones.

Pero estos oficiales habían llegado en submarino. Era obvio. Se habian acercado.
Los espías que no se mojan viajan en submarino.
Aunque era difícil pasar de un submarino a un helicóptero, esos hombre estaban ahí y estaban secos
y parecían recién salidos de una reunión en el Kremlin.

Merodeando la Isla Ascensión a unas quince millas de distancia o las cosas de África desde donde
monitoreaban la partida de submarinos nucleares hacia las zonas de conflicto.

Era una información que me podía imaginar pero que al mismo tiempo parecía proyectada en mi
cabeza, proyectada desde dentro. Como algo que era obvio y al mismo tiempo estaba siendo
adquirido en ese momento. Cerré los ojos en signo de cansancio  

¿Hay submarinos nucleares en la zona?, pregunté.


Ya me estaba cansando el tono en el que me hablaba.
Qué pregunta.
¿Eso significa sí o no?
Bueno, creo que la pregunta sería mejor ¿dónde no hay submarinos nucleares, camarada teniente?

El Ministerio de Defensa Soviético sabe que en este barco hay un… se quedó pensando, digamos,
un personaje que debería volver con nosotros a Moscú.

Está escondido, disfrazado.


¿Cómo lo saben?
Nosotros tenemos nuestras fuentes. Ese hombre no es único, teniente. Lo que él puede hacer lo
pueden hacer otros también.
No entiendo de qué me habla.
Sabemos que hace poco se lastimó y es muy probable que usted lo haya atendido en la enfermería.
Bueno, respondí, tuvimos algunas cirugías menores.
Queremos que encuentre a ese hombre, teniente, y nos lo entregue. Su comandancia tiene orden de
ayudarnos, aunque no entiende, ni sabe ni entendería qué es lo que queremos.

De golpe sentí un mareo y después un fuerte dolor en la frente.


Empecé a pestañar. La luz del techo me empezó a quemar los ojos.
La voz de X se hizo más marcial.
¿Entiende de lo que le hablo, Teniente?

¿Por qué no volvía Galazi?


Finalmente volvió con vasos de vidrio azul y una jarra de mate cocido y sirvió para todos. Los rusos
tomaron y el mayor preguntó qué era.
Galazi le explicó como pudo.
UN té hecho de una hierbas que crecían en el noreste del país.
Bien, dijo el mayor, quizás le falta un poco de vodka para mi gusto.

Cuando los dejan solos le dicen que se olvide de todo, que fue todo sanata, que necesitan encontrar
a un hombre. Especial. Le describen al tatuado. Pero no lo conocen, lo intuyen. Él se hace el tonto.
Pero comprende casi enseguida.
Le dicen que es probable que hable en ruso o con acento, que no parezca argentino.

Hablaba un castellano perfecto

La guerra es un hecho, teniente, solo los generales argentinos no lo ven.


La escalada puede ser continental y un poco más también.
Aquí, en este mar, estamos muy lejos del mundo, camarada.
Usé la palabra “camarada” con un dejo de ironía que el Capitán XXX no registró o no quiso
registrar. Entendía que tenía derecho a plantear mi disconformidad de esa manera. Después de todo,
esos hombres habían subido de incógnito de el barco de la fuerza a la que yo eprtenecía y me
hablaban con mucha arrogancia, casi dándome órdenes.
Da. Muy lejos del mundo. Lo mismo dijeron de Vietnam.

Hay mucho en juego


USA ya.esta apoyando a los.britanicos

Le dejan un oficial a cargo. Un comisario político.

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