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ANTROPOLOGÍA

TEOLÓGICA

Tema Dimensión social de la persona Ficha
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Objetivo: Profundizar en el fundamento bíblico y teológico de la dimensión social de la persona y el
llamado individual a la salvación obrada por Cristo que se realiza siempre por la mediación del nuevo
pueblo de Dios, que es la Iglesia.

Nexo: La persona es un subsistente relacional, pen ende, no se puede entender la realidad personal
sin una referencia a los otros, que juntos forman u sujeto social, un pueblo, con el cual Dios se revela, se
comunica y del que espera una respuesta.

Metodología: Seminario por grupos – prefecturas




DIMENSIÓN SOCIAL DE LA PERSONA


Sociabilidad en Reflexión Perspectiva ética
la Biblia sistemática de la
sociabilidad

Matrimonio y Dimensión
Familia Trinitaria

Pueblo de Dimensión
Dios soteriológica

Enseñanza y Dimensión
Tradición eclesiológica

Nuevo
Dimensión
Pueblo de
Dios escatológica

Servicio de la
autoridad

INTRODUCCIÓN

1


La persona humana es un subsistente en relación consigo mismo, con Dios, con los otros hombres
y con el mundo. La realización concreta del ser humano se puede dar solamente en una urdimbre
de relaciones que lo constituyen sujeto libre y abierto al dinamismo de la vida social. La sociedad
no es la suma de individuos, sino que se configura como un sujeto social, es decir, sujeto de
derechos y deberes que se dispone como personalidad social por medio del influjo de los
individuos hacia la sociedad y de la sociedad hacia los individuos. Por tanto, es un elemento
constitutivo de la persona en el que confluyen recíprocamente los bienes sociales y los
individuales. La persona recibe de la sociedad y de su cultura un cúmulo de elementos
indispensables para su desarrollo humano y espiritual; pero también la sociedad se enriquece con
los aportes de cada persona, irrepetible y única. La sociedad ofrece un espacio, su matriz cultural,
para la realización de la persona humana, como el vientre de la madre ofrece el espacio biológico
de gestación. Por ello, se puede hablar de un doble período de gestación y una doble herencia, una
genética y otra cultural. Es indispensable que un vientre geste al embrión humano como es
necesario que la cultura geste también la personalidad de los individuos que la componen1.

La tradición judeocristiana ofrece una visión sintética de la persona y de la sociedad. El pueblo de
Dios, que es el heredero de la promesa, no anula a la persona, sino que, como miembro y
precisamente por ello, goza de la salvación prometida y realizada en y para el pueblo elegido.
También los discípulos de Jesucristo, desde sus orígenes se identificaron como comunidad. El
mismo nombre de Iglesia habla de una sociedad de convocados por la Palabra de Dios; esta
convocación realiza un vínculo tan fuerte entre los discípulos que es capaz de superar toda
frontera humana. La fe cristiana confiesa que la Iglesia, la comunidad de creyentes, es icono de la
comunidad trinitaria.

Los sistemas políticos y económicos, especialmente el comunismo socialista y el capitalismo
liberal, no siempre han sabido guardar el equilibrio en la dialéctica individuo-sociedad. Las
ideologías han opuesto estos polos; sacrifican al individuo por la colectividad o adelgazan la
función de la sociedad de modo que se suscita un individualismo egoísta. Ninguno de estos
sistemas puede dar cuenta, de manera cabal, de la relación que guarda el individuo a la sociedad y
la sociedad al individuo. Resultan, por tanto, tan inhumano el uno como el otro.

1. La sociabilidad en la Biblia y sus estructuras

La Escritura describe a la persona humana siempre en relación con el pueblo. El hombre es basar
y, precisamente por ser cuerpo, pertenece a la corporación humana, se relaciona en ella y con ella.
Su cuerpo es expresión de sí mismo para los otros, santuario del encuentro y el espacio en el que
se patentiza la persona como miembro del pueblo. Para los textos sagrados es impensable un


1 Cf. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios. Antropología Teológica Fundamental, Santander, 1988, 203. Sobre el hombre

como sujeto social han reflexionado también M. FLICK, Z. ALSZEGHY, Antropología Teológica, Salamanca, 1988, 153-170.
L.F. LADARIA, Atropología Teológica, Roma-Madrid, 1983, 126-129. Una reflexión tomista sobre la socialidad y los
problemas actuales en la relación de la persona-ciudadano con la sociedad por medio del Estado democrático se
puede ver Y. FLOUCAT, « Enjeux et actualitè d’une approche thomiste de la personne» Revue Thomiste 100 (2000) 395-
397. 407-422.

2
individuo sin pueblo, pues éste es la corporación por la que el hombre se concibe a sí mismo como
miembro vivo y de la que recibe los bienes de la salvación y de la gracia.

En el primer libro de la Biblia, el nombre de Adam, más que a un individuo, designa a un colectivo,
entiéndase por éste la especie humana. ¿Qué hace pensar que no sea un nombre personal sino un
genérico? Se arguye a favor de esta tesis las siguientes razones: los textos utilizan verbos en plural
cuando se refieren a Adán y las consignas que Dios le da al hombre, representado en Adán en Gn 1,
28, no podrían ser dirigidas a un sólo individuo. ¿Qué individuo por sí solo puede crecer y
multiplicarse? ¿Puede un solo hombre dominar la tierra sin la ayuda de los demás? Debajo de los
relatos subyace la idea no de un hombre, sino de la humanidad entera o al menos de un colectivo2.

a) Matrimonio y familia
La sociabilidad no es un elemento accidental en la persona, sino una de sus dimensiones, pues sólo
llega a ser plenamente hombre en la relación con los demás. Los relatos de la creación atestiguan
que el hombre es imagen de Dios en la complementariedad de varón y mujer, es decir, en la
convivencia social y en la reciprocidad amorosa. Adán no estaba completo sin Eva; cuando Dios la
crea de igual dignidad que el varón, éste lleno de gozo exclama: «Esta vez sí que es hueso de mis
huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). El hombre, que ha sido creado por Dios, es superior a los
animales y en ellos no puede encontrar una compañía y una ayuda de igual dignidad (Gn2,19ss),
por ello, creó Dios a la mujer para que el varón y la mujer lleguen a ser una sola carne (Gn 2,24),
alcanzando así a la experiencia de amor profundo y de fidelidad como lo expresa la poesía del
Cantar de los Cantares (1Sam 1,8; Jdt 16,22). La literatura sapiencial alabará la fidelidad y
elogiarán la estabilidad conyugal (Prov 5,15-19; Ecclo 36,25).

Sin embargo, los textos bíblicos más antiguos están marcados por una mentalidad en la que los
bienes de la comunidad se anteponen a los de los individuos, de modo que los padres pueden
casar a sus hijos sin su voluntad (Gn 24,3; 29,23; Tob 6,13) y se establecen leyes como la del
levirato para perpetuar la raza (Gn 38,7; Dt 25,5-10; Rut 2,20) o la del titulo de dueño o
propietario que el esposo tiene sobre la mujer. En algunos textos parece justificar cosas que
atentan contra el matrimonio, por ejemplo, cuando el padre de familia desea tener una numerosa
descendencia (Jue 8,30; 12,8; 2Re 10,1) y puede recurrir a la poligamia, (Dt 21,15; 1Sam 1,2),
tener concubinas o mujeres esclavas (Gn 16,2; 30,3; Ex 21,7-11; Jue 19,1; Dt 21,10-14). Otra cosa
que desdice la unidad matrimonial es el adulterio y el divorcio (Mal 2,14).

Jesús declara el carácter sagrado y absoluto del matrimonio y su indisolubilidad (Mt 19,1-9), pero
no se contenta con devolver al matrimonio su perfección primitiva, sino que le da un nuevo
fundamento que le confiere su significación religiosa como sacramento, adelanto del Reino de
Dios. El N.T. utiliza la imagen de Cristo como esposo de la Iglesia y el matrimonio es un gran
misterio en relación a las bodas del Señor y la Iglesia (Ef 5,32).


2 Cf. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios... 206. “El sentido del sustantivo adam es colectivo, por lo cual no indica un

personaje singular llamado Adán, sino el ser humano en general, la humanidad”. Por otra parte, coincide el carácter
colectivo del término adam con el uso de algunos verbos en plural del Gn 1,28-29. C. LAUDAZI, «L’uomo nel progetto di
Dio» en B. MORICONI (dir.), Antropologia cristiana, Roma, 2001, 289.

3
La Escritura enseña, además, que el hombre tiene la necesidad de un medio favorable para vivir y
de tener también un espacio que lo abrigue y proteja. En el lenguaje hebreo bayt o bet que significa
casa, es ese espacio donde cada uno puede ser él mismo, como el pájaro en su nido, donde
encuentra protección y privacidad (Prov 27,8; Ecclo 29,21). El ser humano está enraizado en su
casa paterna, que es su heredad y de la que nadie puede sustraerle (Gn 20,35; Miq 2,2). Una mujer
tiene su encanto en el arreglo de su casa, en el gobierno tierno de su hogar (Ecclo 26,16). La casa
no son sólo sus muros, sino es el hogar, es decir, el poder engendrar una descendencia y transmitir
sabiamente la fe, los valores, virtudes y principios (Prov 14,1; 31,10-31; Sal 127,1), de modo que
no tener casa o no poder construirla es leído como castigo de Dios (Dt 28,30).

b) El Pueblo de Dios
El matrimonio y la familia realizan, en la economía de salvación, la voluntad divina de llamar a
cada uno, desde el seno de una familia, a ser miembro de una familia más amplia, de la familia de
Yahvé, que es el pueblo de las promesas y por él ser heredero de su bendición. En hebreo se utiliza
el vocablo am (en singular) para designar de forma particular al pueblo de Dios, y el vocablo goyim
(en plural) para referirse a los pueblos extranjeros y paganos (Nm 23,9). La Biblia de los LXX
tradujo am con el término griego laos, cuando se refería al pueblo elegido por Dios, y demos
cuando se insistía en su organización socio-política; al goyim lo tradujo como ethné. Estas
diferencias lingüísticas expresan la auto-consciencia de que Israel es un pueblo especial, porque
ha sido elegido por Dios para ser el pueblo e su propiedad.

Dios ha distinguido a Israel al elegirlo de entre todos los pueblos de la tierra y al llamarlo, no por
su grandeza, poderío o los méritos israelitas, sino por el amor de Dios (Dt 7,7-8; 8,17; 9,4; Is
41,8.12; Os 11,1). Yahvé lo rescató y liberó del poder esclavizante de Egipto (Dt 6,12; 7,8; 8,14;
9,26), lo constituyó como nación, como si fuera una creación de la nada (Is 48,15), lo formó como
una madre forma a su hijo en su seno materno (Is 44,2.24). Dios hace alianza con Israel, un pacto
sagrado que se sella con la sangre de un sacrificio (Ex 24,8), con la que viene a constituirse un
vínculo único, amoroso, entre Dios y su pueblo (Dt 29,12; Lev 26,12; Jer 7,23; Ez 11,20).

Por la elección y la alianza, Israel será para Dios un pueblo santo, consagrado (Dt 7,6), su
propiedad (Ex 19,5; Jer 2,3), su herencia (Dt 9,26), su rebaño (Sal 80,2; 94,7), su viña (Is 5,1; Sal
80,9), su hijo (Ex 4,22; Os 11,1), su esposa (Os 2,4; Jer 2,2; Ez 16,8). Dios mismo lo ha constituido
como reino de sacerdotes, en el que él reina (Ex 19,69). La finalidad de la alianza sellada con el
pueblo de Israel es para que sea testigo de Dios en medio de las naciones, es el pueblo mediador,
por el que Dios se reconciliará con todas las naciones y puedan participar todos los hombres en la
bendición de Yahvé (Gn 12,3; Is 44,8; 45,14-23; Jer 4,2; Ecclo 44,21).

Israel reconocerá su propio rostro en cuanto que es un pueblo cuyo origen está en los patriarcas
hebreos, ellos son padres de la raza y depositarios de las promesas (Gn 19,30; 21,8; 25,1; 36).
También es una comunidad que va conformando sus propias instituciones, es una sociedad
organizada: sus células sociales fundamentales son la familia y el clan (mishpaha), en la que se van
configurando tradiciones como la venganza de sangre (Nm 35,19;), el levirato (Dt 25,5), el derecho
de rescate (Rut 4,3); instituciones por las que cada individuo toma consciencia de su pertenencia
social y de la que goza de derechos y deberes. Los clanes se fueron organizando hasta formar una
verdadera confederación de doce tribus, ligadas por la alianza con Yahvé (Ex 24,4; Jos 24), que no
se abolieron en el tiempo del centralismo monárquico (2Sam 2,4,5,3). Como pueblo sacerdotal,

4
una de sus funciones de Israel es rendir culto a Dios, conforme a la alianza, formando una
comunidad cultual (édah), una convocación sagrada (miqra), una asamblea cultual (qahal),
traducidos por los LXX al griego como synagoge y ekklesia. La gran enseñanza veterotestamentaria
sobre el pueblo de Dios es que el hombre no será salvado al margen del pueblo ni de la historia; el
hombre no puede encontrar a Dios en la soledad de una vida aislada del mundo, sino en la medida
en que comparta la vida y el destino de la comunidad elegida por Dios para ser su pueblo.

A pesar de ser elegido y llamado como pueblo santo, Israel fue infiel a Dios, por lo que se anuncia y
se realiza una nueva economía en la que Dios formará un pueblo perfecto, cuyo germen y esbozo
era el antiguo Israel. Este nuevo pueblo nace también de la iniciativa divina, que triunfa sobre el
pecado y la infidelidad. Dios promete purificar al pueblo y cambiar su corazón para derramar en él
su Espíritu (Ez 36,26ss), conservará un resto fiel, humilde y justo (Is 10,20; Sof 3,13; Job 3,5) y con
él pactará una nueva alianza (Jer 31,31; Ez 37,26). Dios también promete ensanchar las fronteras
para que las naciones se unan a Israel y tengan parte con él en la bendición de Abraham (Gn 12,3;
Is 2,2; Jer 4,2) por la mediación del misterioso siervo de Yahvé (Is 42,6). Como nuevo pueblo,
necesitará nuevas instituciones: una ley escrita ya en el corazón y no en piedra (Jer 31,33; Ez
36,27), el rey descendiente de David reinará sobre todas las naciones (Sal 2; 72), incluso sobre
Samaria y Sodoma, prototipo de ciudades pecadoras (Ez 16,53).

El A.T. no contempla jamás a un individuo sin el pueblo ni a éste como la suma de individuos. El
pueblo es un ente corporativo con un rostro, con una vocación y misión, con responsabilidades.
«Es un organismo interlocutor de Dios, mediador de la salvación, depositario de las promesas»3.
Es una persona social, objeto de la bendición y de la maldición, de llamados a la conversión y
destinatario del perdón de Yahvé (Dt 7,6; 9,26-29; 30,15-20). Las figuras singulares de personajes
contienen germinalmente al pueblo, son sus representantes ante Dios y nunca reciben una misión
para sí mismos, sino para todo el pueblo (Gn 12,2-3.25; 7,12-16). «La comunidad se condensa en
una figura singular; la persona singular participa de la suerte de la comunidad»4. Hay un flujo vital
entre el individuo y el pueblo, sin que éste anule a aquel; por eso, el individuo puede agradecer la
salvación de su pueblo, conmoverse de su suerte, ser elegido en cuanto miembro del pueblo santo
y ser heredero de la promesa que se hizo a un antepasado suyo (Dt 26,5-10; 30,15-20; Sal 103,1-
5.10-14; 130, 1-8; 137,1-6). La persona participa del pueblo, lo representa en cuanto miembro, y
es corresponsable de la suerte de la comunidad. «Los bienes salvíficos alcanzan, por tanto, a los
individuos en la medida en que pertenecen al pueblo y están indisolublemente unidos a él por el
vínculo de la solidaridad »5.

c) La enseñanza y la tradición
Cada israelita es miembro del pueblo de la Alianza, lo que hace que no sólo se vincule a sus
contemporáneos, sino por la tradición a aquellos que le han precedido y que han gestado, desde la
elección de Dios y con su libre respuesta, la historia de salvación. La tradición, que es vínculo
social con las anteriores y posteriores generaciones, se transmite por medio de la enseñanza.

3 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 207.
4 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 206. La interpretación rabínica (chassid) de algunos textos enseña que la
palabra dirigida a los personajes abraza a todos los hombres de todos los tiempo; el personaje es el paradigma de la
respuesta humana, pero a cada persona corresponde dar su propia respuesta. Cf. M. BUBER, Il cammino dell’uomo
secondo l’insegnamento chassidico, Magnano, 1990.
5 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 207.

5

La enseñanza es una tarea del pueblo de Dios, pero de forma particular de la familia, que instruye,
educa y forma en la ciencia divina. El padre de familia es el primer responsable de la educación de
sus hijos, transmitiendo una catequesis elemental que enseña lo fundamental de la fe hebrea, de
manera especial la Torá (Dt 6,7; 11,19) y los elementos del culto hebreo (Ex 12,26; 13,8; Dt 6,20-
25). Los sacerdotes también tienen una función educadora, en cuanto encargados, por su mismo
oficio, del culto y de la ley (Dt 17,10-11; 31,9-13; 33,10). De igual forma, los profetas enseñan la
Palabra no de la tradición, sino de la que reciben directamente por Dios, por eso en nombre suyo, a
manera de oráculos, los profetas amenazan, exhortan, prometen, consuelan. Los sabios de Israel
son esencialmente doctores, maestros de sabiduría, haciendo las veces de un padre de familia en
su tarea docente (Ecl 12,9; Ecclo 30,3; Prov 3,21; 4,1-17.20). El maestro es alimentado con la
verdadera sabiduría que procede de la ley y los profetas y es lo que transmite a sus discípulos para
que logren tener el temor de Dios y así alcancen la felicidad (Job 33,33; Prov 2,5; Sal 34,12).

Una de las actividades esenciales de la misión de Jesús es la enseñanza; él enseña en la sinagoga,
en el templo, en las fiestas e incluso en la vida ordinaria (Mt 4,23; 21,23; 26,55; Jn 6,59; 7,14;;
8,20) por eso recibió el título de rabbí, y él con naturalidad lo acepta (Jn 13,13). Jesús enseña como
profeta, como intérprete autorizado de la ley, como maestro, y lo hace con una autoridad singular
(Mt13,54). Jesús, en su vida pública, confía a sus discípulos algunas misiones de forma transitoria
(Mt 10,7), pero después de su resurrección ellos reciben su Espíritu que les enseña todas las cosas
(Jn 14,26) y los convierte en predicadores, apóstoles y doctores (2Tim 1,11). Los apóstoles
enseñarán con la autoridad y en el nombre de Jesús (Hech 4,18; 5,28). El Espíritu Santo también
suscitó otros docentes que les ayudaron a los apóstoles en la tarea de la evangelización, los
didáskaloi, catequistas encargados de enseñar el Evangelio a los nuevos cristianos.

En cuanto a la tradición, se ha de pensar que se trata de un fenómeno de todas las sociedades
humanas, lo que garantiza la continuidad de fe, de vida y de celebración. Israel, como pueblo
elegido, ha transmitido la historia de salvación, la fe, la oración, la sabiduría que regula la vida, los
ritos, el culto, las costumbres y el derecho, de modo que eso da unidad y continuidad al pueblo de
Israel desde Abraham hasta los umbrales del N.T. A diferencia de otras sociedades humanas, Israel
transmite una tradición que es de origen divino, de una revelación de Dios a su pueblo por medio
de enviados cualificados, inspirados por el Espíritu Santo.

El pueblo de Israel ha transmitido el depósito sagrado a través de formas literarias como relatos,
leyes, sentencias de sabiduría, himnos, rituales, formularios de oraciones, discursos sacerdotales o
proféticos, etc. hasta cristalizarse en un proceso que va de la transmisión oral hasta la compilación
en la Sagrada Escritura, en el texto escrito, del que, cada vez más, van adquiriendo consciencia de
que es la Palabra de Dios. De esta manera, en su origen mismo, no se puede desvincular la
Escritura con la Tradición oral, pues el pueblo de Dios no es un conglomerado de creyentes
reunidos en torno a un libro, sino a una fe viva que da respuesta, a partir de los textos escritos
interpretados en un contexto histórico preciso, a los problemas cambiantes de la vida humana,
que se realiza solamente en sociedad.

d) El nuevo pueblo de Dios: la Iglesia
La mediación de la salvación ofertada en y por Cristo para todos los hombres se realiza por la
mediación de la Iglesia, que es el Cuerpo místico del Señor resucitado (Rm 12,4-8; 1Cor 12,12-30;

6
Ef 4,15-16). La figura del cuerpo salvaguarda tanto la dimensión individual como social de la
salvación. Sin embargo, el individuo participa de la salvación en la Iglesia; confiesa la única fe de la
comunidad cristiana a la que se adhiere por el bautismo, recibe la Palabra por la Iglesia y celebra
los sacramentos en la comunidad escatológica. El cristianismo, por tanto, no puede ser una
religión privada6.

En el N.T. se utiliza la palabra laos para indicar al pueblo de Dios y ethné para definir a las naciones
paganas; pero para referirse a la comunidad de la nueva alianza se utilizará la palabra ekklesia,
que significa asamblea cultual. La economía fundada en la antigua alianza tenía sus límites de raza,
lengua, territorio, era incapaz de hacer lo perfecto (Heb 7,19; 9,9; 10,1), por eso Dios sella con la
sangre de Cristo un nuevo pacto de alianza con el nuevo pueblo de Dios en donde se cumple
plenamente la profecía: «Yo seré su Dios y ustedes serán mi pueblo» (2Cor 6,16; Lev 26,12; Heb
8,10). Los títulos de Israel serán ahora aplicados a la Iglesia: propiedad de Dios, raza elegida,
nación santa (Tit 2,14; 1Pe2,9), rebaño (Hech 20,28; 1Pe 5,2; Jn 10,16), esposa (Ef 5,25; Ap 19,7;
21,2). Pero es un pueblo que no pertenece a este mundo, sino que su patria está en el reino de los
cielos (Jn 18,36; Heb 11,13).

La sangre de Jesús derriba las barreras que separaban a Israel de las demás naciones (Ef 2,14),
pues Jesús muere por todos, «Jesús iba a morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también
para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,51-52), para que todos tengan
participación en la santidad de la herencia de Dios (Hech 26,28). En Cristo se realiza una nueva
humanidad (Ef 2,15), espiritualmente sigue siendo hija de Abraham (Rom 4,11-12), englobando a
todas las razas de la tierra, por ello Cristo, el nuevo Adán, recapitula en sí toda la descendencia del
primer Adán (1Cor 15,45; Rom 5,12ss), haciendo miembros del nuevo pueblo de Dios a «hombres
de todas las razas, pueblos, naciones y lenguas» (Ap 5,9; 7,9; 11,9; 13,7; 14,6).

e) La autoridad social y eclesial
La sociabilidad del ser humano no podría entenderse sin una autoridad y toda autoridad viene de
Dios (Rom 13,1). Dios, desde la creación, ha encomendado al hombre tener la autoridad sobre la
naturaleza (Gn 1,28), al varón sobre la mujer (Gn 3,16), a los padres sobre los hijos (Lev 19,3), de
modo que todos los que tienen alguna autoridad en el pueblo, la han recibido de Dios y tienen,
además, la responsabilidad del bien común, también por encargo divino. La autoridad confiada a
los hombres no es absoluta, sino que está sometida a la ley de Dios y siempre para bien de todos.

Será siempre pecado cuando una autoridad traspase los límites de su poder, cuando se diviniza a
sí misma (Ez 28,2-5). Para Israel la autoridad social no tiene un carácter político sino religioso,
pues tienen la misión de hacer de él un pueblo sacerdotal y una nación santa (Ex 19,6). Moisés, los
jueces, los reyes, los profetas, los sacerdotes y los ancianos son depositarios de un poder que
ejercen por delegación divina, ejercen la autoridad en nombre de Dios. Para la Iglesia será
totalmente distinto, pues Jesús, que ha «recibido todo poder en el cielo y en la tierra» (Mt 28,18),
reconoce la competencia política del César (Mt 22,21), pero también es crítico frente la injusticia
de los poderes de este mundo (Mt 20,25; Lc 13,32; Jn 19,11). La Iglesia, a diferencia de Israel, no se
constituirá como comunidad político-nacional, sino como comunidad de amor que supera las
fronteras nacionales.

6 Cf. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Crisis y apología de la fe, Santander, 1995, 329-331.

7

Los apóstoles son los depositarios de la autoridad de Jesús, a los que él delega su propia autoridad
al decirles: «el que a vosotros escucha, a mi me escucha» (Lc 10,16), y al confiarles sus poderes
mesiánicos (Mc 3,14-15). Pero Jesús les advirtió que no se trata de una autoridad despótica, sino
de servicio (Lc 22,26; Jn 13,14), como en realidad ellos lo entendieron y lo practicaron (1Tes 2,6-
10). La autoridad de los apóstoles tiene un rasgo particular: tiene un carácter social-eclesial, pero
es de orden espiritual, sin ser una autoridad socio-política. En relación con la autoridad civil, se
profesa una perfecta lealtad; Pablo reivindica sus derechos como ciudadano romano y como tal
exige la justicia (Hech 16,37; 22,25; 25,12). El apóstol de las gentes enseña que toda autoridad
viene de Dios y que tiene como finalidad el bien común, por lo que se debe orar por los reyes y por
los gobernantes para que ellos a su vez se sometan a la autoridad divina (Rom 13,1-7; 1Tim 2,2;
1Pe 2,13-17). En caso de que la autoridad civil se enfrente contra Dios y su Iglesia, cuando el poder
político pretenda encarnar o suplir la autoridad divina, este se convierte ya en una caricatura
satánica, frente a la cual, ningún creyente podría estar sometido (Ap 17,1-19).

Toda autoridad en la Iglesia debe ser entendida desde el amor y el servicio: el esposo tiene la
autoridad con su mujer, pero debe amarla como Cristo amó a la Iglesia (Ef 5,22-33); los padres
tienen autoridad sobre los hijos, porque toda paternidad viene de Dios, por eso no deben
exasperarlos (Col 3,20-21; Ef 6,1-4). San Pablo no condena la estructura social de la esclavitud,
pero finca las bases que termina por destruir todo argumento esclavista, pues los esclavos deben
obedecer a sus amos como a Cristo, pero también los amos deben acordarse de que son siervos del
Señor y aprender a tratar a los esclavos como hermanos (Col 3,22; Ef 6,5-9; Film 16).

2. Reflexión sistemática en torno a la sociabilidad

Se puede justificar la sociabilidad como elemento constitutivo de la persona humana recurriendo a
la reflexión filosófica, teológica y ética. En esta exposición se pretende seguir muy de cerca la
doctrina del Concilio Vaticano II, que tiene una visión armónica de la dimensión individual y de la
dimensión social de la persona humana. El personalismo conciliar supera la difícil disyuntiva entre
el individualismo y el colectivismo de los grandes sistemas socioeconómicos, del liberalismo
capitalista y del colectivismo socialista.

La Gaudium et Spes expresa la tesis soteriológica y eclesiológica de la voluntad salvífica de Dios
por medio de la constitución de un pueblo como signo de Alianza con toda la humanidad,
siguiendo la línea trazada por la Escritura. La salvación está mediada por la comunidad del pueblo
de Israel en el A.T. y por la Iglesia en la nueva y definitiva economía (LG 9; GS 32). El Concilio
afirma que el hombre es un ser social a imagen del Dios trino (GS 12,14) y le dedica todo el
Capítulo II de la GS a la comunidad humana. La vida comunitaria se proyecta cristológicamente
(GS 32). Dios ha querido la humanidad como una sola familia y la ha formado como comunidad de
origen en la creación y de fin en la plenitud escatológica (GS 24,32). La Constitución Pastoral
ofrece una síntesis entre la sociabilidad y la personalidad, entendidas no antinómicamente como
lo hacen las ideologías en boga (GS 25). La dimensión personal tiene el primado frente a la
dimensión social (GS 26). La sociabilidad lleva a la práctica ética de la solidaridad, la igualdad, la

8
justicia social, que atiende los imperativos del bien común; por lo que se ve la necesidad de
superar una ética individualista (GS 29-31)7.

La sociabilidad viene justificada, pues, desde el mismo concepto filosófico-teológico de persona, en
cuanto subsistente relacional: «Cuando se piensa que la persona es relación, ya no resulta tan
difícil comprender que el ser personal es inexorablemente ser social precisamente para poder
realizar su personalidad»8. En cuanto espacio de realización de la relacionalidad humana, la
sociedad no puede ser ni la suma de individuos ni la convención de intereses para salvaguardar la
organización social; por analogía es persona, es decir, sujeto que tiene una propia configuración,
una personalidad y cuerpo, derechos y deberes. Por ello mismo, la sociedad es el espacio de
personalización para los individuos de naturaleza humana, su razón de ser está en vistas a la
persona, que ontológicamente le es anterior. La sociedad no puede des-personalizar ni puede, por
su misma razón de ser, sacrificar a una sola persona en beneficio de mayorías. La sociedad
siempre debe estar en función de la persona, de toda persona, especialmente de aquellas más
débiles y vulnerables. «Sólo habrá sociedad humana donde el todo no anule a las partes, donde lo
comunitario no fagocite lo individual, donde haya, en suma, voluntades personales de solidaridad
y comunicación que comprendan que el hombre se logra como persona dándose, no
rehusándose»9.

La reflexión teológica sobre la sociabilidad tiene cuatro puntos de referencia o dimensiones:
trinitario, soteriológico, eclesiológico y escatológico.

a) Dimensión trinitaria
La afirmación más escandalosa de la fe cristiana es que Dios no es un individuo sino comunión de
personas, por lo que la afirmación de la Escritura, que dice que el hombre es creado a imagen y
semejanza de Dios (Gn 1,26), es la confirmación de que el ser humano no puede entenderse sólo
como individuo, sino como una sociedad comunional. Así, «el misterio siempre inaccesible de Dios
se convierte, sin dejar de ser Misterio Absoluto, en norte de la comprensión cristiana del
hombre»10. La imagen de Dios es la idea que nos formamos del ser humano: «dime cómo crees en
Dios y te diré lo que crees del hombre».

La persona humana, en cuanto tal, es icono de la Trinidad y en la comunión intratrinitaria
encuentra fundamento la socialidad humana. La Trinidad inmanente es el Nosotros divino del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; apertura total de las personas divinas, relacionadas entre sí en
el amor mutuo. «El misterio trinitario arroja sobre la sociedad humana una nueva luz: ella es la
analogía de la divina; el ser social del hombre es un nuevo aspecto de su ser imagen de Dios. […] El
nosotros trinitario, el hecho de que también Dios existe como ser social, es el supuesto previo del
nosotros interhumano»11.


7 Cf. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 209-211.
8 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 211.
9 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 211-212. Juan Pablo II denuncia que en el socialismo real la persona venía

anulada por el Estado, cuya función es estar al servicio de aquella. Cf. Centesimus annus 11.
10 J.I. GONZÁLEZ FAUS, «Antropología. Persona y comunidad» en I. ELLACURÍA, J. SOBRINO (dirs.), Conceptos Fundamentales

de la Teología de la Liberación II, Madrid, 1994, 52.


11 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 207-208. Cf. L.F. LADARIA, Antropología… 126-129. La Trinidad... 120-121.

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b) Dimensión soteriológica
Igualmente, la tradición cristiana ha leído tanto el pecado como la salvación más allá de las
fronteras cerradas del individuo. Desde la creación Dios crea al hombre como pueblo y es a éste al
que se le revela su designio de liberación y salvación. «Es la humanidad total -que abraza a todos y
cada uno de sus miembros- la que es puesta por la creación frente a Dios como sujeto de una
historia común»12. Pecado y salvación tienen un alcance social de carácter universal.

El individuo participa solidariamente en el pecado del pueblo haciéndose él mismo pecador,
aunque no se le pueda imputar personalmente a él la culpa del pecado. «El pecado original es una
muestra elocuente, aunque en sentido negativo, de la solidaridad humana»13. También el
individuo participa de la salvación de Cristo por medio de la Iglesia, que es la depositaria de los
beneficios salvíficos. Adán y Cristo, más allá de su carácter individual, son arquetipos que
configuran la radical solidaridad humana en ámbito del pecado o de la gracia14.

c) Dimensión eclesiológica
La teología ofrece también un fundamento a la sociabilidad en la eclesiología. «La fe cristiana tiene
un carácter constitutivamente comunitario; por su propia esencia, esa fe es entregada a, y
transmitida por, la comunidad de los creyentes»15. El destinatario y transmisor de la promesa fue
el pueblo de Israel y, de la salvación de Cristo, la Iglesia; no los individuos aislados. San Pablo
habla de la Iglesia como Cuerpo de Cristo (Rm 12,4-8; 1Cor 12,12-30), de ahí se desprenden dos
cosas: la unidad en la diversidad y la sacramentalidad de la Iglesia. Un cuerpo tiene muchos
miembros y, aunque diversos, forman una sola realidad; ningún miembro puede entenderse solo,
sino en comunión con los otros. La Iglesia, en cuanto Cuerpo de Cristo, es la expresión externa de
la presencia del Señor que ha resucitado y permanece por la fuerza del Espíritu; de ahí que no
solamente está en el mundo, sino que cumple también una misión, de hecho, la razón de ser de la
comunidad cristiana no es la autocomplacencia de las estructuras eclesiales sino la realización
sacramental del Reino: «La evangelización se dirige a extramuros del santuario; la Iglesia es para
el mundo, no para la Iglesia»16.

d) Dimensión escatológica


12 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 208.
13 L.F. LADARIA, Introducción… 13. Cf. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, «El pecado original…» 404. Llama la atención que una de las

consecuencias del pecado es, precisamente, el rompimiento de las relaciones con los otros. Adán se distancia de Eva
(Gn 3,12). Caín queda marcado por su pecado, se encuentra echado de la sociedad como errante y vagabundo (Gn
4,12); incluso la pregunta por su hermano (Gn 4,9) enseña que la responsabilidad por el otro es paragonable con la
propia. Babel representa el rompimiento más grave de la sociedad humana por la incapacidad de entenderse, fruto de
la construcción de la ciudad fuera del proyecto del Creador (Gn 11,6-9).
14 “Se atribuye a ambos [al pecado y a la gracia] un influjo directo sobre la situación universal de perdición y

salvación”. J.L. RUIZ DE LA PEÑA, «El pecado original hoy…» 383. Cf. Ibidem. 387-390. De hecho los profesores de la
Universidad Gregoriana, Maurizio Flick y Zoltán Alzeghi, elaboraron su antropología teológica en dos partes, tituladas:
bajo el signo de Adán y bajo el signo de Cristo, como imágenes teológicas que agrupan a la humanidad entera de frente
a Dios. Cf. Antropología… 24-25.
15 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Crisis y apología… 330.
16 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Crisis y apología… 315. Cf. «La Iglesia que evangeliza y que a su vez debe ser evangelizada» en

COMISIÓN EPISCOPAL DE PASTORAL, Evangelización y hombre de hoy, Madrid, 1986,160-171. Evangelio, Iglesia y nueva
cultura, Madrid, 1992. Cf. J.G. PAGÉ, «La Iglesia, cuerpo de Cristo» Communio 54 (1980) 561-570.

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El último argumento teológico para fundamentar la sociabilidad es de carácter escatológico. El
hombre resucita con todas sus dimensiones y la sociabilidad es una dimensión esencial de la
persona. El deseo humano de fraternidad universal será una realidad plena en la resurrección del
último día. En su segunda venida, Cristo superará toda enemistad y toda desarmonía, para hacer
plenamente realidad la comunión de los santos, lo que ahora se vive parcialmente en la
fraternidad eclesial. La sacramentalidad de la Iglesia insta a los cristianos a ser signo de
fraternidad, de reconciliación y de paz para que el mundo crea en la auténtica realización de la
communio sanctorum.

La paz promovida y realizada por los cristianos es un signo de la superación de toda división y es
prenda de la reconciliación total obrada por Cristo; igualmente debe ser modelo de acción en el
mundo, lacerado por las discordias y las guerras. «Si todos estamos llamados a un destino de
conciliación y comunión, no es cierto que los hombres y los grupos humanos sean irreconciliables.
[…] Ni es cierto tampoco que pueda llegarse al amor por el odio, o a la paz por la guerra, o al
entendimiento por el enfrentamiento»17.

3. Perspectivas éticas

La reflexión ética sobre la sociabilidad pretende establecer una praxis inspirada en la teología
precedente. ¿Cómo debería actuar un cristiano frete a la sociedad? La ética cristiana, tensionada
por la promesa escatológica, se esfuerza por hacer realidad lo que espera. El llamado constante de
la Escritura a la justicia, a la paz y al amor por medio de la solidaria fraternidad no puede ser
desatendido por quien profesa la fe en el Príncipe de la paz que vendrá como justo Juez. De
ninguna manera la fe cristiana puede significar una evasión de las realidades terrenas y del
compromiso social por medio de una ética individualista o angelista, pues es la fe, precisamente, la
que «impulsa a anticipar activamente en el tiempo lo que será realidad consumada en la
eternidad»18.

El marcado individualismo del tiempo presente es un desafío para la Iglesia, que en su estructura
esencial es realización seminal del amor fraterno y sacramento de la fraternidad universal. Existe
el peligro de la privatización de la fe y de reducirla a la intimidad del individuo; de hacer una
religión a la carta, tomando lo que agrada y desechando lo que disgusta, dejando de lado que la fe
cristiana es esencialmente comunitaria. Por ello mismo «cualquier ensayo de privatizar la
dimensión religiosa del hombre no es sólo un atentado contra la índole eclesiológica de la fe
cristiana, sino también una concepción antropológica errónea»19.


ACTIVIDADES + Lectura y comprensión del texto.
PERSONALES + Hacer una breve síntesis rescatando los datos esenciales de la teología
en orden a la sociabilidad, de los siguientes temas:


17 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 212.
18 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 212.
19 J.L. RUIZ DE LA PEÑA, Imagen de Dios… 208. “De la socialidad del hombre se deduce la obligación de una efectiva

solidaridad que realice la igualdad y la justicia social entre los seres humanos, y la necesidad para el creyente de
superar una ética individualista”. Ibidem. 210.

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• Matrimonio y familia
• Pueblo de Dios
• Nuevo Pueblo de Dios
• Enseñanza y Tradición
• Servicio de la autoridad
• Dimensión trinitaria de la sociabilidad
• Dimensión soteriológica de la sociabilidad
• Dimensión eclesiológica de la sociabilidad
• Dimensión escatológica de la sociabilidad
ACTIVIDADES + Reporte de lectura para asegurar la comprensión de los contenidos.
GRUPALES + Participación en el seminario cada prefectura en su propio salón.

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