Está en la página 1de 4

El acto, el horror

Jimmy Kuffer

1. Apertura
Como toda apertura esta también tiene un sentido estratégico: trazar un recorrido, lo cual supone –
pretendemos – un horizonte que no sea inalcanzable.

Partimos, entonces, de una suposición que denota la arbitrariedad que, creemos, sostiene a toda
escritura: posición subjetiva, arbitrariedad de autor. Con buena suerte, más allá de sí éste es o no el caso,
estilo.

Proponemos, entonces, considerar que estar concernidos por el trabajo que intentamos sostener
parece ser un paso inevitable que los practicantes del psicoanálisis estamos destinados a experienciar.

De allí que, probablemente, los avatares del acto analítico no dependan, en cada análisis, de otra
cosa que de los modos de respuesta que cada uno de nosotros demos a esa cita - ¿ineludible?- con el hecho de
que una voz sufriente se nos dirija.

Respecto de este hecho reina una suposición: sabemos; y aunque esta suposición no sea sino una
descripción esto aparenta sostener la tarea.

Con Freud nombramos este hecho como la transferencia y con Lacan le damos, tal vez, una
inflexión fundante: no hay otra que la del analista.

Entonces: ¿es que hay alguna chance de no soportar la transferencia del propio, si adjetivarlo así es
valido, del propio inconsciente?; o lo que -pensamos- es lo mismo ¿de qué modo dar cuenta, si es que no hay
mas transferencia que aquella del analista, de los modos de demostración de lo real si el mero hecho de la
practica hablante por poner en juego al Otro nos separa inevitablemente de aquel?

Algo hace replica a este planteo: ex-siste la escritura. La pensamos como el resto, cuando lo hay
fecundo, que vale como demostración, contingente al inconsciente, de la ex - sistencia del analista. No
obstante lo cual recordamos -con Lacan- que la existencia del psicoanálisis no implica lo mismo acerca del
psicoanalista; y es por eso que, al menos por ahora, creemos valida la interrogación planteada mas arriba.

Posponemos este tema, trataremos de volver sobre él, modulando de otro modo nuestra pregunta;
¿cómo se intersectan la practica analítica y la letra, sea de esta ultima tanto su orden de producción cuanto su
modo de lectura?.

2. La moral sexual moderna y la nerviosidad analítica


Siguiendo a Heiddeger caracterizamos la modernidad como soportada de un fundamento que le vale
como axioma: todo tiene un porque o, lo que es lo mismo, nada es sin fundamento.
Esta suposición correlaciona con el orden que en la ciencia clásica describimos como la
concatenación, matemática ahora, de relaciones; que ubicamos como la estructura algebraica de la naturaleza,
del determinismo causal.

Así, todo tiene un porque, un antecedente causal que encadena los sucesos de un universo en un
orden de razones –se supone- explicativas.

Llevados al terreno humano este ordenamiento kantiano supone la pregunta acerca del porque de
nuestros actos, es decir por la moral que los rige lo cual conlleva el planteo de una pregunta que deriva de esta
lógica: ¿Hay –más allá de Kant- alguna regla moral válida para todos?.

Así, entonces, nos deslizamos de Heiddeger a Freud para reubicar ahora el fundamento universal de
las neurosis y de la neurótica moral moderna: el complejo de Edipo, su heredero inevitable y sus condiciones
de goce.

Es así, creemos, que Kant y Sade (Lacan 1963, 747) se vuelven compañeros de una
misma época como lo señala Lacan, y que toda máxima moral soporta un escenario de
determinaciones donde falta toda particularidad. “Franceses, un esfuerzo más...” (resáltese
que es para todos), por ejemplo, es el modo de una sumisión en la que la culpa sustituye a
la responsabilidad y el goce se abroquela en la fantasmática dimensión del masoquismo
(Sade 1789, 138).

Lo que resta del complejo de Edipo tras su expiración no es sino la descripción de una trama en la
que hombres y mujeres nos alienamos en una universalidad moderna: la del deseo de saber... la pasión de la
ignorancia... la de la significación del falo.

Así, el padre edípico como soporte de la moderna prohibición de la madre inscribe un objeto que
como falta causa el deseo y nos vuelve neuróticamente deseantes, es decir masculinos.

Cuando hallamos en Freud la insistencia en que toda libido es masculina (Freud 1932, 121-2)
encontramos la ocasión de subrayar que cualquier espacio conceptual totalizante (toda libido...) es solidario de
la prohibición edípica y, excluyente de la sexualidad femenina y, esencialmente moderno – neurótico.

Por lo tanto; ¿podríamos plantear que el análisis es una experiencia edípica es decir, válido para
todos, carente de toda inscripción particular, excluyente del goce femenino?..

De cara al análisis nos volvemos a la transferencia y a su pivote el sujeto supuesto saber. Lo


pensamos como lo que regla el juego de la tarea analizante, lo enmarcamos como veladura de la castración y
lo soportamos entre la interpretación del inconsciente y la presencia del analista

Como regla del juego de la tarea analizante creemos que enmarca el terreno de la asociación libre
como interrogación del marco del deseo soportado en la estructura fantasmática y por lo tanto como
denegación de la castración en el Otro.

En lo que hace a la presencia del analista la consideramos como aquello que inscribe la castración en
el régimen escópico volviendo al analista, en su presencia misma, mirada en falta, es decir, lo que en su
emergencia soporta la presencia de la angustia en el dispositivo como manejo de la transferencia. Aclaramos,
entonces que pensamos que en este marco así establecido, toda angustia, así como toda transferencia, es
angustia del analista.

Así, consideramos al sujeto supuesto saber como el marco “moderno” del análisis y, por lo tanto:
condición necesaria del mismo, válido para toda tarea analizante, escenario de las significaciones edípicas, y
soporte del goce masculino (de la significación del falo). Asimismo lo pensamos solidario de la interpretación
del deseo, del marco de la culpa y de la angustia neuróticas y defensivo del horror...del analista.
3. El horror, el acto
Hemos introducido, se habrá notado suponemos, cierta no común medida entre el horror y la
angustia, que, como toda diferencia semántica, vale no tanto por su contenido como por las relaciones que
intenta entrañar; aspecto que pasaremos a considerar.

Proponemos ubicar a la angustia en el terreno del hablar y al horror por fuera del marco de la
palabra. Así, aún si la angustia enmudece, el horror es afásico, es decir, inscribe lo imposible de representar.

Apoyamos esta provisoria distinción en la modificación que implica la reconsideración de la función


del objeto a en un movimiento que lo lleva de la falta fálica del campo escópico que en su emergencia
inquieta a su ordenamiento en el marco de la lógica que –adelantamos- en su enunciación será el soporte
causal de la inscripción de un horror no siniestro.

Hay un fundamento que soporta este cambio que ubicamos: es necesario a los fines de la operación
analítica contar con operadores que permitan no encontrar en el marco de la representación y de su correlato,
el fantasma, los límites de la modificación que implica el análisis.

Es esto, creemos, lo que justifica la reformulación que recién anticipábamos, la que va de la


representación a la lógica.

Recordemos en este sentido, que el acto analítico y la lógica poseen un denominador común: ambos
suponen la destitución del sujeto supuesto saber.

Así, el acto analítico implica la diferencia entre aislar el lugar del objeto, posición solidaria del
seminario XI (Lacan 1964), y el analista en el lugar del objeto.

¿Pero: cómo pensar, a esta altura, al analista como representante del objeto a? ; ¿qué relación hay
entre esta posición y la lógica?, y por lo tanto, ¿qué articulación es posible entre el acto y lo escrito?.

Retomemos y comparemos dos versiones:

En el seminario XI (Lacan, 1964), para tomar un punto de referencia, la mirada es planteada en


relación con la angustia de castración como falta fálica (incluso como límite al análisis) y su emergencia es el
soporte de la inquietante extrañeza.

Si se tratara de encarnar esta función del objeto del lado del analista, ¿cómo diferenciar el acto
analítico y el acto perverso?, es decir, ¿cómo establecer una diferencia entre la causa y la angustia, de tal
manera de no encontrar en esta última el límite de la posición del analista?

Una versión posterior permite una redefinición que tiene –creemos- un alcance de operatividad
diverso: la invención gödelliana de lo indecidible es el soporte de una reformulación del objeto y al mismo
tiempo de la inscripción de un elemento que ubica la incompletitud que el axioma fantasmático sostiene como
marco del sujeto supuesto saber.

Así definido el objeto es el soporte de una operación que planteada como acto psicoanalítico puede
ser formulada no como representación- mostración del objeto sino como enunciación del mismo.

Planteado de este modo la enunciación vale como acto en tanto soporta aquello que indecidible a la
falta o a su falta inscribe por primera vez aquello que sostiene la división del sujeto y que el acto –en tanto
causa– ha producido
Es esta inscripción, postulamos, aquello que delimita y circunscribe la castración como soporte de la
repetición. Decimos que es efecto de escrito por que su inscripción sostiene la división entre la representación
y aquello que escribe su incompletitud, es decir que delimita la castración.

Entonces postulamos que es esto lo que implica que en cada análisis la dimensión del acto sea el
relevo del horror y el soporte de la inscripción de su causa por una marca (S1) que no es solidario de ningún
para todos.

Querríamos, antes de concluir, dejar planteadas dos cuestiones:

1.- Circunscrito el estatuto de esta operación: ¿cuál es el modo de su producción, si estamos


diciendo que hay alguna relación entre el decir y lo real?

2.- Si en Lacan no hay letra sino letras, y si como el mismo lo señala hay emergencia del discurso
analítico en cada cambio de discurso: ¿habría que pensar en que el lazo social que implicaría esta dimensión
del acto produciría escrituras (en plural)?

Referencias bibliográficas
FREUD, S. (1932) “33ª conferencia. La feminidad”, en Obras Completas, Bs. As., Amorrortu editores, 1979,
págs. 121-2.

LACAN, J. (1963) “Kant con Sade”, en Escritos 2, México, Siglo XXI, 1985, pág. 747.

LACAN, J. (1964) “El Seminario, libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, Bs. As.,
Paidós 1987.

SADE, MARQUÉS DE (1789) “La filosofía en el tocador”, Bs. As., Ed. JVE, 1995, págs. 138-82.

También podría gustarte