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LITERATURA LATINOAMERICANA II
2014
LA ALUSIÓN AL MAESTRO EN LA ROSA DE PARACELSO
Está escrito en el libro de Daniel, capítulo XII, versículo 3, que “los maestros brillarán
como el esplendor del firmamento y los que enseñaron a muchos a ser justos, como las
estrellas para siempre”, dice el Zohar o Libro del Esplendor, cuyo nombre se origina en este
versículo (p. 64). Un maestro es entonces una “lámpara sagrada”, un guía que posee el
esplendor y que enseña a otros ser justos. Dice también el Zohar: “Yo os suplico que no
dejéis caer de vuestra boca ninguna palabra de la Torá de la que no estéis ciertos y que no
entonces, aquel que pone las palabras en la boca de un discípulo piadoso. Es indispensable
que el maestro sea un iluminado por la tradición y que el discípulo se entregue con fe a su
orientación.
Para el Sefer Yetzira, otro libro sagrado de la tradición hebrea, el maestro es la primera
letra del alfabeto, el inicio de todo conocimiento y de toda creación. La primera letra del
alfabeto hebreo se llama Aleph y encarna el número uno. El Uno es el gran maestro, es la
encontrado el paraíso del Único, del Uno, y lo da en herencia a sus discípulos. En La rosa
de Paracelso, uno de los últimos cuentos creados por Jorge Luis Borges (1899-1986), se
alude a la figura del maestro relatando un episodio de la vida de Paracelso quien anochece
en su taller de dos habitaciones. Tras una plegaria suya que imploraba un discípulo, un
hombre toca la puerta e ingresa al sótano donde descansa Paracelso y sostiene un diálogo
con éste en el que lo reta a mostrarle el prodigio de la restitución de una rosa desde sus
cenizas, para convencerse de ser su discípulo. Paracelso se niega a reanimar la rosa que el
visitante ha arrojado al fuego y deja que se marche el hombre que acaso no fuera el
discípulo enviado por Dios. Una vez se queda solo, Paracelso toma las cenizas, sobre ellas
Un cuento tiene dos historias: una revelada o literal y otra oculta. En La rosa de
desde la que se despliega más de una historia oculta, entre las que se destaca la alusión a la
quien insiste en la condición irrefutable de la figura del maestro para la concreción del
los ignorantes de la ciencia médica, es decir, los que no han nacido de la naturaleza y que,
ateniéndose a su propia razón se satisfacen con ella sin querer reconocer preceptor alguno,
son sencillamente amasadores de arena, pues yo os digo que todo cuanto el fuego enseña no
puede ser probado ni comprendido sin el fuego (Paracelso, 1945, p. 92).
La propia razón induciría a error, la busca individual y voluntariosa del conocimiento
este cuento, el maestro es aludido por Borges como aquel que se niega a la revelación del
milagro del conocimiento y de la naturaleza a su discípulo, por estar éste incapacitado para
la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que
darás es la meta” (Borges, 2004, p. 40) y el discípulo lo mira con recelo. En este recelo, en
esta actitud retadora hacia el maestro, en el uso de su propia razón, el discípulo queda
inhabilitado para entender el camino, por tanto su deseo de ver el resurgimiento de la rosa
Borges se alcanza a percibir que es la voz del autor la que toma la voz de Paracelso, del
maestro. Es Borges mismo el que está señalando las virtudes del maestro que niega la
iniciación a quien sin virtud cruza su puerta. La negativa del maestro alude a su figura
como aquel que, poseyendo el esplendor, decide a quién heredarlo y a quién no. El cuento
nos habla del maestro en la delicada designación de quién es digno del conocimiento como
una de sus trabajos más exigentes, pues es sabido que “la grosera y espinosa rudeza de los
discípulos de los antiguos maestros es responsable de la torpeza con que se han comportado
hasta hoy ante las cosas visibles” (Paracelso, 1945, p. 234) y por una torpeza puede
-Aún queda fuego en la chimenea –dijo Paracelso--. Si arrojaras esta rosa a las brasas,
creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y
que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo
(Borges, 2004, p. 42),
lo incita a darse cuenta de que hay un origen de todas las cosas y es la Palabra, que todo es
iniciación de su camino. Basta una reflexión del alumno en el sentido profundo de estas
palabras pero, el hombre no está preparado y se extraña y continúa sus desafíos al maestro.
El maestro lo mira con tristeza, pues comprende que él ya no será su estudiante porque no
reflexión que pueda hacer emanar una interpretación personal de las palabras del maestro.
En su ensayo, La cábala, aparecido en el libro Siete Noches (1980) Borges enseña que
una expresión la magister dixit siempre se emplea mal, que no quiere decir que el maestro
dijo algo y queda cerrada la discusión, sino que es como una licencia: “Si lo atajaban “eso
no está en la tradición”, respondía magister dixit, lo que le permitía innovar” (Borges, 2007,
p. 319-320). Borges se está refiriendo a la cábala como la tradición que enseña que las
letras son anteriores, que fueron y son los instrumentos para la creación. Por lo tanto, las
letras y la Palabra continúan siendo las poseedoras de los dones para la creación que
reproducen todos los que siguen la tradición. Dice el maestro Simeón en El Zohar:
¡Cuánto le incumbe a un hombre estudiar la Torá día y noche! Pues el Santo, Bendito Sea,
está atento a la voz de aquellos que se ocupan con la Torá, y, por cada descubrimiento
inédito hecho por ellos en la Torá se crea un cielo nuevo. Nuestros maestros nos han dicho
que en el momento en que un hombre expone algo nuevo en la Torá, su enunciado asciende
hasta el Santo, Bendito Sea, toma el enunciado y lo besa y lo corona con setenta coronas de
letras grabadas e inscriptas. Cuando se formula una idea nueva en el campo de la sabiduría
esotérica, ella (la idea) asciende y permanece sobre la cabeza del Tzadik, la vida del
universo” (p. 34).
Se crea un cielo nuevo con las innovaciones introducidas por los que estudian los libros
sagrados de la mano de sus maestros. De manera que la labor del maestro es guiar a los
estudiantes a la elaboración de estas innovaciones que son protegidas por la divinidad una
vez son emitidas. Son protegidas, son ocultadas para evitar que sobre ellas se desencadene
a los prodigios de la Palabra. La tradición cuenta que cuando Moisés recibió las palabras
divinas fue protegido por Dios: lo declara el profeta Isaías y lo cita El Zohar: “Y yo he
puesto Mis palabras en tu boca y con la sombra de mi mano te he escondido para que
extiendas los cielos y pongas los fundamentos de una tierra” (p. 35).
enseña y que a la vez vela y cuida el Verbo Divino. Toda la cábala es transmitida en voz de
este personaje. Advierte que el oro no es lo que importa, que el camino está iniciándose en
todo momento y lugar, que la meta es cada paso, que es imposible la destrucción de algo
ignorancia de que estamos en el Paraíso y, por último, que una Palabra basta para la
creación de un mundo. El personaje de Paracelso usa un lenguaje que exige una reflexión
opción que velar el conocimiento del prodigio al estudiante que no pudo interpretar la
alusión. El cuento está fundamentado en la alusión. Borges, como maestro del lenguaje,
experimentó y conoce los límites de la expresión. En el relato Una rosa amarilla, del libro
El hacedor (1960), Borges escribe: “Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa
como Adán pudo verla en el Paraíso y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus
palabras y que podemos mencionar o aludir pero no expresar” (Borges, 2007, p. 208). La
alusión es la fuerza de la Palabra revelada en la que se funda el trabajo de los cabalistas que
buscan la palabra que insinúe, que despierte la inspiración, más allá de una exposición
literal. “En este caso la finalidad de la alusión es la anamnesis de la vivencia íntima del
visión más nueva y más profunda de la realidad” (Mualem, 2007, p. 17). En la alusión
propia del lenguaje cabalístico encuentra Borges la riqueza inconmensurable de este cuento,
El maestro es entonces aquel que alude, que estimula el pensamiento, no el que presenta
los milagros del conocimiento sino el que es capaz de sugerir el camino para hallarlos. Si
de la verdadera posibilidad de visión del prodigio al que se accede por un camino propio. Si
el maestro reanima la rosa en frente del estudiante, el hecho sería como un artificio de
mago, una meta que cesa al cumplirse, no una fuente de inspiración. Es preciso que el
camino sea la meta y en cada paso exista una conexión con la realidad divina: Borges
escribe también que “en cada uno de nosotros hay una partícula de divinidad”, como la
enseñanza que deja la cábala y que es transferida por el maestro (Borges, 2007, 328). Esta
rosa. Un maestro nos enfrenta constantemente a la finitud, nos recuerda que el número de
veces que miraremos la luna está escrito en el destino y que “hay que mirarla bien. Puede
ser la última” (Borges, 2007, 204). El visitante en el cuento La rosa de Paracelso, arrojó la
rosa a las llamas, sin percatarse de que su desacierto le impediría volver a contemplarla
como pretendía. Con los portentos no se juega, no se reta a la divinidad sino que se le
inverosímil que la vida” (Borges, 2007, p. 558) y que el milagro está siempre presente y es
eterno.
especialmente en la Cábala. Borges, como maestro del lenguaje, estudió la cábala como un
camino de conocimiento del mundo: “La cábala no sólo es una pieza de museo, sino una
suerte de metáfora del pensamiento”, afirmó (Borges, 2007, 327). De la concepción del
maestro que tiene la cábala como el que posee el resplandor pero es cubierto y protegido
para la elusión de los peligros que esto conlleva, tomó Borges su habilidad para revelar y
velar sus portentos literarios. “... siempre temió que lo declararan un impostor o un
chapucero o una singular mezcla de ambos” (Borges, 2007, 596), escribió en una
misma manera, su personaje del cuento La rosa de Paracelso, reconoce que todos los
médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador” y dice que quizá
estén en lo cierto. El maestro está allí para arder y su esplendor está vedado a quienes no lo
reconocen, a quienes exigen sus milagros para creer en él. “Está bien que nos gusten los
edificios, pero es lógico que nos guste aún más el Arquitecto, ya que nada pueden
enseñarnos los primeros y que toda la ciencia está en el maestro”, corrobora Paracelso
seguidores.
Ahora bien, los libros son los grandes maestros para Borges. Como un buen maestro, un
libro es el que sólo alude el conocimiento, no el que lo revela directamente: “En todo
Oriente existe aún el concepto de que un libro no debe revelar las cosas; un libro debe,
algo de la Cábala y he leído las variaciones inglesas y alemanes del Zohar y El Sefer
Yetzira. Sé que esos libros no están escritos para ser entendidos, están hechos para ser
interpretados, son acicates para que el lector siga el pensamiento” (Borges, 2007, 166). En
los libros está la tradición, la Palabra se insinúa y se dispone para ser comprendida y
reinterpretada. Pero, nos afirma que esta comprensión del libro como guía y maestro que
sugiere sin brusquedad, es propia de cierta tradición que no es común a todos los libros, que
es algo peculiar a la Cábala, tradición que permite la inspiración del lector y la emisión de
La rosa de Paracelso, es un prodigio que sólo es dado hacer a los maestros, a los elegidos
que saben recorrer el camino por las fuentes de la inspiración y es un privilegio que sólo los
estudiantes que están dispuestos a la reflexión y a ser maestros de sí mismos pueden ver.
Como profesor, Borges recuerda en su nota autobiográfica que “una tradición repite que en
los exámenes no formuló jamás una pregunta y que invitaba a los alumnos a elegir y
considerar un aspecto cualquiera del tema.” (Borges, 1996, p. 596). Si sus estudiantes
podían elegir sobre los temas, se evidencia una consecuencia de sus conocimientos en la
práctica con rigor, tanto en su vida como en su obra. Consecuentemente, “Borges anula el
principio de identidad; niega la originalidad, niega que algo de lo mucho escrito pueda
maestros. En el caso del cuento La rosa de Paracelso, la alusión al maestro que hace
Borges coexiste con la alusión al maestro hecha por Paracelso y con la alusión a la
estructura del conocimiento que hace Thomas de Quincey. En el epígrafe del cuento,
Borges nos deja la clave de que la rosa de Paracelso es una historia sobre una historia
(quizá escrita sobre una tercera historia). El epígrafe cita a un pasaje que alude a Paracelso
como el que fue capaz de reanimar una rosa consumida por las llamas, escrito en El
parte del estilo de Jorge Luis Borges, según lo advierte Jaime Alazraki (1984) para quien
“sus narraciones responden a una estructura especular: versiones de un texto anterior que el
relato invierte o revierte desde sus significantes literarios” (p. 282). La alusión al
palimpsesto y a de Quincey hace parte de la estructura velada y genial del cuento que
limpiando las capas de este palimpsesto que es su cuento La rosa de Paracelso, hasta
En conclusión, Borges presenta una alusión al maestro que es él mismo y algunos de sus
discípulo que se cuide de faltar a la reverencia y gratitud que merece el maestro, expresada
www.borges.pitt.edu/sites/default/files/Alazraki%20El%20texto.pdf
De Quincey, T. (1897) The collected wrintings of Thomas de Quincey, vol XIII. Edimburgo:
http://archive.org/stream/collectedwriting014693mbp/collectedwriting014693mbp_djvu.txt
http://www.borges.pitt.edu/journal/variaciones-borges-23
Paracelso. (1945) Opera omnia. Buenos Aires: Editorial Schapire. 263 p. Disponible en:
www.christianrosenkreuz.org/ParacelsoOperaOmnia.pdf
https://archive.org/details/ElZoharelLibroDelEsplendor