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LA ALUSIÓN AL MAESTRO EN LA ROSA DE PARACELSO

DE JORGE LUIS BORGES

ANGYE MARCELA GAONA

UNIVERSIDAD INDUSTRIAL DE SANTANDER

FACULTAD DECIENCIAS HUMANAS

LICENCIATRURA EN ESPAÑOL Y LITERATURA

LITERATURA LATINOAMERICANA II

2014
LA ALUSIÓN AL MAESTRO EN LA ROSA DE PARACELSO

DE JORGE LUIS BORGES

Yo puse mis palabras en tu boca.


Isaías, LI, 16.

Está escrito en el libro de Daniel, capítulo XII, versículo 3, que “los maestros brillarán

como el esplendor del firmamento y los que enseñaron a muchos a ser justos, como las

estrellas para siempre”, dice el Zohar o Libro del Esplendor, cuyo nombre se origina en este

versículo (p. 64). Un maestro es entonces una “lámpara sagrada”, un guía que posee el

esplendor y que enseña a otros ser justos. Dice también el Zohar: “Yo os suplico que no

dejéis caer de vuestra boca ninguna palabra de la Torá de la que no estéis ciertos y que no

hubiérais aprendido correctamente de un gran árbol” (p. 36) o tradición. Es el maestro,

entonces, aquel que pone las palabras en la boca de un discípulo piadoso. Es indispensable

que el maestro sea un iluminado por la tradición y que el discípulo se entregue con fe a su

orientación.

Para el Sefer Yetzira, otro libro sagrado de la tradición hebrea, el maestro es la primera

letra del alfabeto, el inicio de todo conocimiento y de toda creación. La primera letra del

alfabeto hebreo se llama Aleph y encarna el número uno. El Uno es el gran maestro, es la

revelación que arde en el principio de los tiempos y se revela inagotablemente. Es el

ensalzado que ha vencido la dualidad (aunque continúe habitando en ella), el que ha

encontrado el paraíso del Único, del Uno, y lo da en herencia a sus discípulos. En La rosa

de Paracelso, uno de los últimos cuentos creados por Jorge Luis Borges (1899-1986), se
alude a la figura del maestro relatando un episodio de la vida de Paracelso quien anochece

en su taller de dos habitaciones. Tras una plegaria suya que imploraba un discípulo, un

hombre toca la puerta e ingresa al sótano donde descansa Paracelso y sostiene un diálogo

con éste en el que lo reta a mostrarle el prodigio de la restitución de una rosa desde sus

cenizas, para convencerse de ser su discípulo. Paracelso se niega a reanimar la rosa que el

visitante ha arrojado al fuego y deja que se marche el hombre que acaso no fuera el

discípulo enviado por Dios. Una vez se queda solo, Paracelso toma las cenizas, sobre ellas

pronuncia una palabra y hace que la rosa resurja.

Un cuento tiene dos historias: una revelada o literal y otra oculta. En La rosa de

Paracelso, el portento de la reanimación de la rosa desde sus cenizas es la historia revelada

desde la que se despliega más de una historia oculta, entre las que se destaca la alusión a la

relación maestro-discípulo y a la figura del maestro. Es Paracelso, cuyo nombre era

Theophrastus Philippus Aureolus Bombastus von Hohenheim (1493-1541), médico suizo,

quien insiste en la condición irrefutable de la figura del maestro para la concreción del

aprendizaje. Para él,

los ignorantes de la ciencia médica, es decir, los que no han nacido de la naturaleza y que,
ateniéndose a su propia razón se satisfacen con ella sin querer reconocer preceptor alguno,
son sencillamente amasadores de arena, pues yo os digo que todo cuanto el fuego enseña no
puede ser probado ni comprendido sin el fuego (Paracelso, 1945, p. 92).
La propia razón induciría a error, la busca individual y voluntariosa del conocimiento

acarrearía la falacia. Es falaz y erróneo lo no esté dentro de la tradición o gran árbol. En

este cuento, el maestro es aludido por Borges como aquel que se niega a la revelación del

milagro del conocimiento y de la naturaleza a su discípulo, por estar éste incapacitado para

ver más allá de su propia razón.


Cuando el discípulo le expresa al maestro que quiere acompañarlo en el camino que

conduce a la Piedra, el maestro le responde: “El camino es la Piedra. El punto de partida es

la Piedra. Si no entiendes estas palabras, no has empezado aún a entender. Cada paso que

darás es la meta” (Borges, 2004, p. 40) y el discípulo lo mira con recelo. En este recelo, en

esta actitud retadora hacia el maestro, en el uso de su propia razón, el discípulo queda

inhabilitado para entender el camino, por tanto su deseo de ver el resurgimiento de la rosa

no es suficiente y el proceso de iniciación fracasa. “Pues en verdad que el fuego ha sido

conferido a los maestros y no a los discípulos” (Paracelso, 1945, p. 91), es en el maestro en

donde está contenido el fuego que es el primer maestro en Paracelso. En el cuento de

Borges se alcanza a percibir que es la voz del autor la que toma la voz de Paracelso, del

maestro. Es Borges mismo el que está señalando las virtudes del maestro que niega la

iniciación a quien sin virtud cruza su puerta. La negativa del maestro alude a su figura

como aquel que, poseyendo el esplendor, decide a quién heredarlo y a quién no. El cuento

nos habla del maestro en la delicada designación de quién es digno del conocimiento como

una de sus trabajos más exigentes, pues es sabido que “la grosera y espinosa rudeza de los

discípulos de los antiguos maestros es responsable de la torpeza con que se han comportado

hasta hoy ante las cosas visibles” (Paracelso, 1945, p. 234) y por una torpeza puede

desvirtuarse y destruirse la vida y la creación toda.

Es necesario someterse al esplendor del maestro pero también es precisa la indagación

propia en lo que el maestro dice. De modo que cuando, en el cuento, el personaje de

Paracelso interpela a su visitante diciéndole:

-Aún queda fuego en la chimenea –dijo Paracelso--. Si arrojaras esta rosa a las brasas,
creerías que ha sido consumida y que la ceniza es verdadera. Te digo que la rosa es eterna y
que sólo su apariencia puede cambiar. Me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo
(Borges, 2004, p. 42),
lo incita a darse cuenta de que hay un origen de todas las cosas y es la Palabra, que todo es

imperecedero y su pretensión de la destrucción y rehabilitación de la rosa entorpece la

iniciación de su camino. Basta una reflexión del alumno en el sentido profundo de estas

palabras pero, el hombre no está preparado y se extraña y continúa sus desafíos al maestro.

El maestro lo mira con tristeza, pues comprende que él ya no será su estudiante porque no

es capaz de la comprensión del instrumento principal de la creación que es la Palabra. El

visitante no percibe que Paracelso le habla de lo eterno mientras él exige lo perecedero. La

negativa a la iluminación se origina en la incapcidad del visitante de adentrarse en una

reflexión que pueda hacer emanar una interpretación personal de las palabras del maestro.

En su ensayo, La cábala, aparecido en el libro Siete Noches (1980) Borges enseña que

una expresión la magister dixit siempre se emplea mal, que no quiere decir que el maestro

dijo algo y queda cerrada la discusión, sino que es como una licencia: “Si lo atajaban “eso

no está en la tradición”, respondía magister dixit, lo que le permitía innovar” (Borges, 2007,

p. 319-320). Borges se está refiriendo a la cábala como la tradición que enseña que las

letras son anteriores, que fueron y son los instrumentos para la creación. Por lo tanto, las

letras y la Palabra continúan siendo las poseedoras de los dones para la creación que

reproducen todos los que siguen la tradición. Dice el maestro Simeón en El Zohar:

¡Cuánto le incumbe a un hombre estudiar la Torá día y noche! Pues el Santo, Bendito Sea,
está atento a la voz de aquellos que se ocupan con la Torá, y, por cada descubrimiento
inédito hecho por ellos en la Torá se crea un cielo nuevo. Nuestros maestros nos han dicho
que en el momento en que un hombre expone algo nuevo en la Torá, su enunciado asciende
hasta el Santo, Bendito Sea, toma el enunciado y lo besa y lo corona con setenta coronas de
letras grabadas e inscriptas. Cuando se formula una idea nueva en el campo de la sabiduría
esotérica, ella (la idea) asciende y permanece sobre la cabeza del Tzadik, la vida del
universo” (p. 34).
Se crea un cielo nuevo con las innovaciones introducidas por los que estudian los libros

sagrados de la mano de sus maestros. De manera que la labor del maestro es guiar a los

estudiantes a la elaboración de estas innovaciones que son protegidas por la divinidad una

vez son emitidas. Son protegidas, son ocultadas para evitar que sobre ellas se desencadene

la devastación que produciría la torpeza y la imprudencia de quien desafía con brusquedad

a los prodigios de la Palabra. La tradición cuenta que cuando Moisés recibió las palabras

divinas fue protegido por Dios: lo declara el profeta Isaías y lo cita El Zohar: “Y yo he

puesto Mis palabras en tu boca y con la sombra de mi mano te he escondido para que

extiendas los cielos y pongas los fundamentos de una tierra” (p. 35).

El personaje de Paracelso en el cuento de Borges ejecuta el papel del maestro que

enseña y que a la vez vela y cuida el Verbo Divino. Toda la cábala es transmitida en voz de

este personaje. Advierte que el oro no es lo que importa, que el camino está iniciándose en

todo momento y lugar, que la meta es cada paso, que es imposible la destrucción de algo

que ha sido pronunciado, que habitamos ahora mismo en el Paraíso y la Caída es la

ignorancia de que estamos en el Paraíso y, por último, que una Palabra basta para la

creación de un mundo. El personaje de Paracelso usa un lenguaje que exige una reflexión

en el visitante, una elaboración a partir de lo aludido. El hombre no logra el acceso a este

mundo de la Palabra y es entonces cuando fracasa su iniciación. Paracelso no tiene otra

opción que velar el conocimiento del prodigio al estudiante que no pudo interpretar la

Palabra ni crear por sí mismo un mundo nuevo, una rosa nueva.

El lenguaje que usa la cábala y el mismo personaje de Paracelso es el lenguaje de la

alusión. El cuento está fundamentado en la alusión. Borges, como maestro del lenguaje,

experimentó y conoce los límites de la expresión. En el relato Una rosa amarilla, del libro
El hacedor (1960), Borges escribe: “Entonces ocurrió la revelación. Marino vio la rosa

como Adán pudo verla en el Paraíso y sintió que ella estaba en su eternidad y no en sus

palabras y que podemos mencionar o aludir pero no expresar” (Borges, 2007, p. 208). La

alusión es la fuerza de la Palabra revelada en la que se funda el trabajo de los cabalistas que

buscan la palabra que insinúe, que despierte la inspiración, más allá de una exposición

literal. “En este caso la finalidad de la alusión es la anamnesis de la vivencia íntima del

alma; el despertar de la inspiración de la lengua cabalística implica la estimulación de una

visión más nueva y más profunda de la realidad” (Mualem, 2007, p. 17). En la alusión

propia del lenguaje cabalístico encuentra Borges la riqueza inconmensurable de este cuento,

La rosa de Paracelso, que se funda en el conocimiento cabal de la reanimación del milagro

por obra de la Palabra.

El maestro es entonces aquel que alude, que estimula el pensamiento, no el que presenta

los milagros del conocimiento sino el que es capaz de sugerir el camino para hallarlos. Si

Paracelso permite que su visitante conozca el milagro directamente, le estaría despojando

de la verdadera posibilidad de visión del prodigio al que se accede por un camino propio. Si

el maestro reanima la rosa en frente del estudiante, el hecho sería como un artificio de

mago, una meta que cesa al cumplirse, no una fuente de inspiración. Es preciso que el

camino sea la meta y en cada paso exista una conexión con la realidad divina: Borges

escribe también que “en cada uno de nosotros hay una partícula de divinidad”, como la

enseñanza que deja la cábala y que es transferida por el maestro (Borges, 2007, 328). Esta

experiencia de la divinidad es el componente del camino del conocimiento.

La divinidad se experimenta en la comprensión de la finitud, en la muerte aparente de la

rosa. Un maestro nos enfrenta constantemente a la finitud, nos recuerda que el número de
veces que miraremos la luna está escrito en el destino y que “hay que mirarla bien. Puede

ser la última” (Borges, 2007, 204). El visitante en el cuento La rosa de Paracelso, arrojó la

rosa a las llamas, sin percatarse de que su desacierto le impediría volver a contemplarla

como pretendía. Con los portentos no se juega, no se reta a la divinidad sino que se le

vivencia íntimamente, hasta el reconocimiento emocionado de que “la muerte es más

inverosímil que la vida” (Borges, 2007, p. 558) y que el milagro está siempre presente y es

eterno.

Esta vivencia de la divinidad está fundamentada en muchas tradiciones pero

especialmente en la Cábala. Borges, como maestro del lenguaje, estudió la cábala como un

camino de conocimiento del mundo: “La cábala no sólo es una pieza de museo, sino una

suerte de metáfora del pensamiento”, afirmó (Borges, 2007, 327). De la concepción del

maestro que tiene la cábala como el que posee el resplandor pero es cubierto y protegido

para la elusión de los peligros que esto conlleva, tomó Borges su habilidad para revelar y

velar sus portentos literarios. “... siempre temió que lo declararan un impostor o un

chapucero o una singular mezcla de ambos” (Borges, 2007, 596), escribió en una

autobiografía imaginaria que corresponde al epílogo de El oro de los tigres (1972). De la

misma manera, su personaje del cuento La rosa de Paracelso, reconoce que todos los

médicos y todos los boticarios de Basilea afirman que soy un embaucador” y dice que quizá

estén en lo cierto. El maestro está allí para arder y su esplendor está vedado a quienes no lo

reconocen, a quienes exigen sus milagros para creer en él. “Está bien que nos gusten los

edificios, pero es lógico que nos guste aún más el Arquitecto, ya que nada pueden

enseñarnos los primeros y que toda la ciencia está en el maestro”, corrobora Paracelso

(1945, p. 235) abriendo la comprensión de que la alusión al maestro presente en el cuento


de Borges corresponde a un conocimiento presente en la cábala de la que los dos son

seguidores.

Ahora bien, los libros son los grandes maestros para Borges. Como un buen maestro, un

libro es el que sólo alude el conocimiento, no el que lo revela directamente: “En todo

Oriente existe aún el concepto de que un libro no debe revelar las cosas; un libro debe,

simplemente, ayudarnos a descubrirlas. A pesar de mi ignorancia del hebreo, he estudiado

algo de la Cábala y he leído las variaciones inglesas y alemanes del Zohar y El Sefer

Yetzira. Sé que esos libros no están escritos para ser entendidos, están hechos para ser

interpretados, son acicates para que el lector siga el pensamiento” (Borges, 2007, 166). En

los libros está la tradición, la Palabra se insinúa y se dispone para ser comprendida y

reinterpretada. Pero, nos afirma que esta comprensión del libro como guía y maestro que

sugiere sin brusquedad, es propia de cierta tradición que no es común a todos los libros, que

es algo peculiar a la Cábala, tradición que permite la inspiración del lector y la emisión de

su Palabra en una nueva interpretación. La reanimación de la Palabra, como la de la rosa en

La rosa de Paracelso, es un prodigio que sólo es dado hacer a los maestros, a los elegidos

que saben recorrer el camino por las fuentes de la inspiración y es un privilegio que sólo los

estudiantes que están dispuestos a la reflexión y a ser maestros de sí mismos pueden ver.

Como profesor, Borges recuerda en su nota autobiográfica que “una tradición repite que en

los exámenes no formuló jamás una pregunta y que invitaba a los alumnos a elegir y

considerar un aspecto cualquiera del tema.” (Borges, 1996, p. 596). Si sus estudiantes

podían elegir sobre los temas, se evidencia una consecuencia de sus conocimientos en la

práctica con rigor, tanto en su vida como en su obra. Consecuentemente, “Borges anula el

principio de identidad; niega la originalidad, niega que algo de lo mucho escrito pueda

considerarse patrimonio individual de un autor” (Yurkievich, 1997, p. 321). Es capaz de ver


su obra como una posibilidad más, un momento de coexistencia con otros autores, con otros

maestros. En el caso del cuento La rosa de Paracelso, la alusión al maestro que hace

Borges coexiste con la alusión al maestro hecha por Paracelso y con la alusión a la

estructura del conocimiento que hace Thomas de Quincey. En el epígrafe del cuento,

Borges nos deja la clave de que la rosa de Paracelso es una historia sobre una historia

(quizá escrita sobre una tercera historia). El epígrafe cita a un pasaje que alude a Paracelso

como el que fue capaz de reanimar una rosa consumida por las llamas, escrito en El

palimpsesto del cerebro humano, ensayo de Thomas de Quincey (1897). El palimpsesto es

parte del estilo de Jorge Luis Borges, según lo advierte Jaime Alazraki (1984) para quien

“sus narraciones responden a una estructura especular: versiones de un texto anterior que el

relato invierte o revierte desde sus significantes literarios” (p. 282). La alusión al

palimpsesto y a de Quincey hace parte de la estructura velada y genial del cuento que

literalmente busca la reanimación de una rosa y profundamente, encuentra la reanimación

de una tradición. Comprender la alusión al maestro que hace Borges es adentrarse

limpiando las capas de este palimpsesto que es su cuento La rosa de Paracelso, hasta

alcanzar el conocimiento profundo por el método introspectivo que sugiere la cábala.

En conclusión, Borges presenta una alusión al maestro que es él mismo y algunos de sus

precursores, en el cuento La rosa de Paracelso, con el que formula una iniciación al

conocimiento de la cábala y, por consiguiente, del mundo, inspirando la aparición de

discípulo que se cuide de faltar a la reverencia y gratitud que merece el maestro, expresada

en la disposición del estudiante a la reflexión consciente y pausada de la Palabra como

origen de todas las cosas.


BIBLIOGRAFÍA

Alazraki, J. El texto como palimpsesto: lectura intertextual de Borges. En: Hispanic

Review. Vol 52 No. 3 Verano de 1984. Disponible en internet en:

www.borges.pitt.edu/sites/default/files/Alazraki%20El%20texto.pdf

Borges, J. L. (2004) La memoria de Shakespeare. Buenos Aires: Emecé. 59 p.

__________ (2007) Obras completas 2. Bogotá: Emecé. 597 p.

__________ (2007) Obras completas 3. Bogotá: Emecé. 594 p.

De Quincey, T. (1897) The collected wrintings of Thomas de Quincey, vol XIII. Edimburgo:

R & R. Clark. 448 p. Disponible en internet en:

http://archive.org/stream/collectedwriting014693mbp/collectedwriting014693mbp_djvu.txt

Mualem, S. (2007) Borges y el lenguaje cabalístico: ontología y simbolismo en "La rosa de

Paracelso". En: Variaciones Borges 23. Univerdad de Pittsburgh. Disponible en:

http://www.borges.pitt.edu/journal/variaciones-borges-23
Paracelso. (1945) Opera omnia. Buenos Aires: Editorial Schapire. 263 p. Disponible en:

www.christianrosenkreuz.org/ParacelsoOperaOmnia.pdf

Yurkiecvich, S. (1997) Suma Crítica. México: FCE. 608 p.

Zohar (el libro del esplendor). Disponible en:

https://archive.org/details/ElZoharelLibroDelEsplendor

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