HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
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HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION.
Margaret Guenther.
Introducción.
Este es un libro escrito por un amateur, para amateurs. “Amateur” es
una palabra que ha sido devaluada en nuestro tiempo, significando alguien
que no debe ser tomado seriamente, que no está a la altura, un substituto,
ciertamente pobre (aunque generalmente barato) del profesional valioso.
Sin embargo el amateur es alguien que ama, ama el arte al que
sirve, ama y reza por las personas que confían el ella, ama al Espíritu Santo
que es el verdadero director en este extraño ministerio llamado dirección
espiritual. Al amateur le da nervios colgar una placa en su puerta o aparecer
en las páginas amarillas, y en cambio espera a que otros descubran su don,
puede incluso descubrir su vocación para el ministerio accidentalmente.
Con Abba Macario monje del desierto Egipcio del siglo cuarto, que
protestaba diciendo, “ Yo no soy monje todavía, pero he visto monjes” el
director-amateur-amante puede decir, “¿Quién, yo? Yo no soy director
espiritual todavía, pero he visto directores espirituales.”1
Es un ministerio extraño, a menudo ejercitado en los espacios que
dejan las obligaciones, entrometiéndose en las cosas prácticas de la
parroquia, en el tiempo para escribir sermones o de enseñar. Algunas veces
hasta me cuesta nombrarlo, porque las mismas palabras, dirección
espiritual, pueden ahuyentar o seducir, porque conjuran la imagen de un
clérigo oriundo de Svengali obligando a un alma temblorosa a arrodillarse
sobre vidrio roto recitando el Miserere.
La dirección espiritual no es dominación o sumisión, sino "escucha
sagrada", presencia y atención. Pensando en escuchar me acuerdo de la
Sra. G. De mis días de capellán en el hospital. Una mujer formidable que se
parecía a la Reina Roja de Alicia en el País de las Maravillas, estaba
gravemente enferma y constituía, con sus incesantes demandas, un motivo
de enojo para las enfermeras. Un día después de haberle buscado sus
anteojos, sus dientes postizos, prendido la televisión y abierto su persiana,
puesto agua fresca en su termo y acomodado sus almohadas, asumí que la
Sra. G. se había quedado sin necesidades urgentes. Pero me pidió que me
acercara a ella y me dijo, “Una sola cosa más, sáqueme de aquí” Cuando le
dije, que por más que yo quisiera que ella esté lo más cómoda posible,
otorgarle ese deseo en particular estaba fuera de mis posibilidades, la Sra
G. me miró desilusionada y con disgusto dijo. “¿Quiere decir que usted solo
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Benedicta Ward, The Desert Christian: The Sayings of the Desert Fathers (New
York: Macmillan, 1975), p. 125
anda por ahí escuchando a la gente?” Me sentí muy pequeña y muy inútil
cuando contesté, “Me temo que así es Sra. G.”. Una lenta sonrisa se dibujó
en el rostro de la Reina Roja. “Bueno, me imagino que eso también es un
trabajo”
No voy dando vueltas por ahí ahora, pero todavía escucho mucho. Y
muy a menudo pienso en la Sra. G., que probablemente nunca escuchó
hablar de la dirección espiritual pero sin duda reconoció a regañadientes que
“también era trabajar”
Paradójicamente, la necesidad y el hambre están ahí, incluso
mientras luchamos para definir el ministerio. El Cursillo ha vuelto a poner en
uso las palabras “dirección espiritual”, pero la mayoría de los laicos y
muchos sacerdotes se sienten incómodos e inseguros con su significado en
la iglesia de fin del siglo veinte. Tenemos hambre y no sabemos de qué.
Deseamos algo, pero no podemos ponerle nombre. La parroquia nos está
cuidando bien, nutriéndonos con la palabra y el sacramento, igual que el
hospital que se aseguraba que la Sra. G. esté alimentada, atendida y
medicada. Pero queremos otra cosa, algo más: queremos ser tocados,
queremos ser conocidos como criaturas de Dios. Demasiado a menudo
perdemos de vista lo esencial, asumiendo como la Sra. G. que cambiando el
ambiente exterior, de alguna manera se arregla todo. Pero de lo que
realmente tenemos hambre es de integridad y de Dios.
El director espiritual puede sentirse tentado de arreglar cosas, de
distraerse como yo con detalles tales como dientes, anteojos, la televisión o
las persianas. Para combatir estas tentaciones, es bueno recordar la
máxima espiritual que nos ofrece John Irving en una de sus novelas: cuando
ayudas a la gente haces lío con ella
. Antonio el Grande tuvo una idea semejante casi 1600 años antes,
cuando citó a Aba Pafnucio diciendo: “He visto a un hombre en la orilla de
un río enterrado hasta las rodillas en el barro y vinieron algunos hombres a
darle una mano para ayudarlo, pero lo empujaron más adentro, hasta el
cuello.” Antonio hablaba de Pafnucio con aprobación: “He aquí un hombre
verdadero, que puede cuidar a las almas y salvarlas.”2 Cualquier cosa que
hagamos como directores espirituales, no debemos ni hacer lío, ni empujar
más profundamente en el barro.
Sin embargo el hambre está allí, y algunos de nosotros, laicos y
ordenados, nos encontramos en la situación de que nos hacen preguntas y
nos piden respuestas. Una y otra vez hay gente que pide una entrevista
“para hablar con alguien”. Hay urgencia en sus voces, y muchas veces se
sorprenden de que no se la pueden dar para ese día, que puede ser
2
Ibid., p. 7
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necesario esperar una o dos semanas. Luego cuando llegan y la puerta se
cierra, y el teléfono se desenchufa, dicen disculpándose, “no estoy muy
seguro de porqué estoy aquí. No sé lo que quiero.” Quieren a Dios, por
supuesto, pero no pueden decirlo. Quieren conocerse en relación a Dios,
pero tampoco pueden decir eso. Quieren dirección espiritual, pero a menudo
también son incapaces de decir esto.
La dirección espiritual no es psicoterapia, ni un sustituto más
barato, aunque ambas disciplinas son compatibles y frecuentemente
comparten la misma materia prima. La dirección espiritual no es counselling
pastoral, ni debe ser confundido con la mutualidad de la amistad profunda,
porque es desvergonzadamente jerárquica . No porque el director sea de
alguna manera "mejor" o "más santo" que el dirigido, sino porque en esta
relación pactada entre las partes, el director ha aceptado hacerse a un lado
para que toda su atención se centre en la persona sentada frente a él. ¡Qué
gran regalo para dar a otro es el de una atención desinteresada y amorosa!
En las páginas que siguen, voy a tratar de describir la forma que la
dirección espiritual puede tomar para la gente de nuestro tiempo, consciente
de que este es un tema esquivo. Estoy hablándole al principiante, a aquellas
personas laicas u ordenadas, con o sin educación teológica formal, que se
sienten atraídos al ministerio. Quizás sienten el movimiento de sus dones
desconocidos. O quizás se preguntan si recibir dirección, si es éste un
ministerio para la “gente ordinaria” o está reservado para las especialmente
santas. Espero poder iluminar algunos rincones oscuros y contestar algunas
preguntas.
Como amateur, sólo puedo escribir desde mi propia perspectiva.
Primero y principal, esta es la perspectiva de una mujer, una mujer que ha
estado casada por más de tres décadas y ha dado a luz y criado hijos. La
mayoría de los últimos libros sobre dirección espiritual han sido escritos por
hombres, los nombres de Alan Jones, Tilden Edwards, William Barry,
William Connolly, Kenneth Leech, and Martin Thorton me vienen
inmediatamente a la memoria, aunque Edwards señala que las mujeres
parecerían tener dones especiales para este ministerio:
Mi sospecha es que hay muchas más mujeres, que son grandes
directoras espirituales, de las que muestran los registros, pero que han
quedado en la oscuridad por la dominación de los hombres en los puestos
de liderazgo visible…Mi propia experiencia me señala que hay
potencialmente más mujeres que hombres dotados como compañeros
espirituales.3
3
Tilden Edwards, Spiritual Friend: Reclaiming the Gift of Spiritual Direction (New
York: Paulist 1980), p. 67.
Además, una cantidad de mujeres que sí han escrito sobre el tema
como miembros de órdenes religiosas y por lo tanto hablan desde una
experiencia y un punto de vista distintos. Mi vida como mujer, esposa, y
madre le ha dado a mi ministerio su forma particular.
También escribo desde la perspectiva de maestra, como alguien que
ha pasado una vida al cuidado de las vidas y las mentes de mis alumnos. He
sido siempre consciente, en algún nivel, de la sacralidad de la vocación del
maestro. Con cada año que pasa las conexiones se me aclaran: enseñar es
de verdad un ministerio, y muchos ministerios, especialmente el ministerio
de la dirección espiritual, son enseñar.
Finalmente escribo como sacerdote de la Iglesia Episcopal. Cuando
por primera vez pedí la ordenación, estaba segura que mi ministerio era
para los moribundos, muy probablemente en el ministerio institucional del
hospital, hogar de ancianos u hospicio. Encontrarme de nuevo en el ámbito
académico me pareció al principio irónico, un signo del humor divino, pero
luego de reflexionar, muy adecuado. Trabajo de hecho con los moribundos,
ya que todos nos estamos muriendo, y ayudar en la preparación de una
buena muerte es trabajo del sacerdote.
Que alguien nos pida que seamos su director espiritual es una
expresión de gran confianza y mi reacción inmediata casi siempre es,
“¿Estaré a la altura? ¿Qué le hace pensar a esta persona que soy digna de
su confianza?”
Espero que en este libro ninguna confianza haya sido violada y que
mi promesa de confidencialidad haya sido observada. Pero este trabajo no
sería posible sin las personas reales que se sientan conmigo en mi oficina o
que piden hablar conmigo en los retiros o días de silencio que conduzco. Es
por ellos que no estoy escribiendo cómo debería ser la dirección espiritual,
pero sobre cómo es realmente el ministerio para mí. Por esto todas las
historias son verdaderas, aunque no necesariamente sucedieron
exactamente así. No se usaron nombres reales, las circunstancias han sido
cambiadas, componentes recreados. Como es un libro sobre situaciones de
dirección “ordinarias”, hay muchos lugares comunes. Mientras que cada
persona que busca dirección espiritual es única, hay motivos, problemas y
preocupaciones recurrentes. Esa mismidad dista de ser aburrida; es parte
de la condición humana, nos mantiene unidos y nos permite sentirnos
hermanados con los grandes autores espirituales, una vez que
trascendemos las superficialidades que los hacen parecer remotos.
Estoy profundamente agradecida a mis dirigidos, mis hijos
espirituales que son mis hermanos y hermanas, mis compañeros de viaje.
Les agradezco a todos, hombres y mujeres, gays, lesbianas y normales;
personas que están buscando tentativamente y teólogos confiados; jóvenes
y viejos. Si crees reconocerte en estas páginas, eres, y no eres tú. En
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algunas instancias, cuando la historia se pone muy específica y el material
es delicado, me he asegurado de tener tu permiso. En otras, tu historia está
aquí, entretejida, espero, sin costuras y discretamente en la tela.
Capítulo 1
DANDOLE LA BIENVENIDA AL FORASTERO.
Alzando los ojos divisó a tres hombres que estaban parados cerca
de él. Apenas los vio, corrió a su encuentro desde la entrada de la carpa y
se inclinó hasta el suelo, diciendo: “Señor mío, si quieres hacerme un favor,
te ruego que no pases de largo delante de tu servidor. Yo haré que les
traigan un poco de agua. Lávense los pies y descansen a la sombra del
árbol. Mientras tanto, iré a buscar un trozo de pan, para que ustedes reparen
sus fuerzas antes de seguir adelante. ¡Por algo han pasado junto a su
servidor!”. Ellos le respondieron: “Está bien, puedes hacer lo que dijiste”.
Abraham fue rápidamente a la carpa donde estaba Sara y le dijo:
“¡Pronto! Toma tres medidas de la mejor harina, amásalas y prepara unas
tortas”. Después fue corriendo hasta el corral, eligió un ternero tierno y bien
cebado, y lo entregó a su sirviente, que de inmediato se puso a prepararlo.
Luego tomó cuajada, leche y el ternero ya preparado, y se los sirvió.
Mientras comían, él se quedó de pie al lado de ellos, debajo del árbol.
Génesis 18, 2-8
No se olviden de practicar la hospitalidad, ya que gracias a ella,
algunos, sin saberlo, hospedaron a los ángeles.
Hebreos 13, 2
Que todos los peregrinos que lleguen sean recibidos como si fueran
Cristo, porque El dirá, “Fui peregrino y me recibiste”.
Regla de San Benito (Capítulo 53)
Cada mañana mi día comienza con una mirada a mi pequeño libro
negro de citas. Generalmente está atestado de nombres y números de
teléfono, y el día es predecible. Pero ocasionalmente el nombre escrito no
me es familiar: alguien viene por primera vez, presumiblemente para
explorar la posibilidad de dirección espiritual, pero incluso eso no siempre es
claro. No siempre estoy segura de cómo la persona me encontró, una
sugerencia de los sacerdotes de la parroquia, una referencia casual de la
amiga de una amiga o incluso la guía telefónica de Nueva York. A pesar de
una conversación telefónica para arreglar la cita, somos extraños, nombres
sin cara ni historia.
Estoy por brindarle hospitalidad a un extraño, una perspectiva
estimulante e inquietante a la vez. Me asalta la timidez; están esperando
encontrar alguien mayor, más joven, más alto, más petiso, al menos alguien
que parezca un director espiritual. Mientras que mis amigos y colegas están
acostumbrados a mi oficina con sus libros y cuadros, un extraño, ¿se sentirá
cohibido? Y ¿quién es este extraño? ¿qué quiere de mí? ¿será interesante,
aburrido, un desafío o , al fin al cabo esto es Nueva York, estará
trastornado? Estos pensamientos no aparecen en mi mente en una
secuencia clara, pero están ahí justo debajo de la superficie cuando un
potencial dirigido se presenta por primera vez. Siento mi parentesco con
Abraham cuando levantó los ojos y vió a los tres forasteros parados frente a
él. Mi huésped, como los de él, han hecho un alto en su viaje. ¿Realmente
quiero dejar lo que estoy haciendo e invitarlo a lavarse los pies y a
descansar debajo de un árbol antes de seguir? Geográficamente el viaje es
raramente impresionante, un viaje en el subte desde el centro, un viaje en
tren desde Nueva Jersey, cinco minutos de caminata a través del claustro
del seminario. La persona que se presenta en mi oficina raramente estará
desaliñada o cubierta de polvo y se resistiría a cualquier intento mío de
lavarle los pies. Pero espiritualmente, ha venido desde muy lejos y está
todavía lejos de su casa.
Como todos nosotros, la persona que busca dirección espiritual está
en un viaje. Desde la expulsión del Edén, somos un pueblo peregrino, a
pesar de los intentos de auto-engañarnos de que hemos llegado, seguimos
las huellas de nuestro peripatético Señor, siempre en camino, nuestros
rostros vueltos resueltamente o a regañadientes hacia Jerusalén. Movernos
es nuestra forma de vida. ¿Cuántos de nosotros vivimos a diez, incluso cien
millas de donde nacimos? ¿cuántos de nosotros sabemos dónde vamos a
morir? Físicamente, nuestra vida es un viaje. Espiritualmente también,
estamos siempre en camino, in via, cuando lo que deseamos es estar in
patria. Somos viajeros, y estamos fatigados y tenemos nostalgia.
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Es una realidad que los viajeros no pueden sobrevivir
confortablemente sin hospitalidad. Por más que hayan planificado las cosas
cuidadosamente, y que sus provisiones sean abundantes, si el viaje es lo
suficientemente largo necesitarán del cuidado de un anfitrión, alguien que
les ofrezca un hogar temporario como lugar de descanso y refresco. Así
Abraham ofreció agua a sus angelicales visitantes para que lavasen el polvo
de sus pies, pan recién horneado y carne para saciar su hambre. Así
también los arcos dorados de Mc Donald’s y el logo familiar de Holiday Inn
nos llaman, prometiéndonos dudoso descanso y un entorno agradable. (Se
nos dice que la mejor sorpresa es que no haya sorpresas. ¡En el viaje
espiritual, lo contrario perfectamente podría ser verdad!) Ni siquiera el más
autosuficiente escapa a esta necesidad de hospitalidad: modestos vehículos
recreativos y espléndidas casas rodantes por igual pasan por esos lugares
discretamente marcados en los parques nacionales que los invitan a vaciar
sus tanques de desperdicio antes de continuar.
En las duras circunstancias del desierto o la frontera, la hospitalidad
ofrece algo más que confort: también asegura la supervivencia.
Espiritualmente, tampoco podemos atravesar el desierto o cruzar la frontera
solos, sino que dependemos de la amabilidad de extraños. Sin embargo
esos extraños en quien dependemos no son realmente extraños sino
nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Son los anfitriones, los que dan
hospitalidad, que nos sostienen en el viaje, nuestros amigos espirituales y
directores.
“Anfitrión” es una palabra con muchas connotaciones, no todas
cómodas para usar en el contexto de una disertación sobre dirección
espiritual. Los “talk shows” tienen anfitriones, aunque uno escasamente
podría pensar en Johnny Carson o David Letterman otorgando hospitalidad
en el sentido bíblico.
Quizás los angloparlantes hayan devaluado la palabra “anfitrión”.
Ciertamente carece de la frescura y proximidad de la palabra alemana
Gastgeber, el que da a los huéspedes, y Gastfreundshaft la especial amistad
que demuestra el anfitrión a su huésped. El director espiritual es un anfitrión
que da a sus huéspedes, un dador de amistad para los huéspedes. Es un
anfitrión en el más verdadero y profundo sentido de la palabra, reflejando la
abundante hospitalidad mostrada por el anfitrión en el banquete celestial.
Preparándonos.
Cualquiera que haya dado una comida o tenido huéspedes de fin de
semana sabe que la hospitalidad supone trabajo duro, hecho más difícil por
la necesidad de que parezca hecho sin esfuerzo. Para Abraham fue fácil:
mientras él saludaba efusivamente a sus huéspedes, ofreciéndoles lo mejor
que tenía, su sirviente mataba y preparaba el ternero, y Sarah se
apresuraba dentro de la tienda haciendo las tortas. Para la mayoría de
nosotros hoy en día, y ciertamente para aquellos que practican la dirección
espiritual como un ministerio de hospitalidad, no es tan fácil delegar el
verdadero (tedioso y esmerado) trabajo a otros. El primer trabajo para ser
un buen anfitrión, sea para una comida como para la dirección espiritual, es
prepararse, tener todas las cosas listas para que el invitado pueda ser
atendido como corresponde.
Los invitados proveen una disciplina. Si se nos deja solos, podemos
movernos alrededor del desorden y la suciedad, prometiendo hacer algo con
nuestra casa en algún momento, pero no ahora. Podemos incluso
encariñarnos con nuestra suciedad, o por lo menos darla por sentado. Pero
cuando un huésped importante viene, sacamos la basura, volvemos a poner
las cosas en su lugar, y creamos un espacio limpio, ordenado y acogedor.
Esto es igual para los directores espirituales. La primera tarea es hacer la
limpieza de la casa, es crear nuestro propio orden interior. Debemos
conocernos bien, conocer tanto nuestros rincones oscuros como nuestros
espacios sin aire, aquellos lugares donde se junta el polvo y crece el moho.
No es suficiente guardar nuestra basura en el ropero y cerrar la puerta, ni
cerrar las persianas y bajar las luces para que no se note la suciedad,
aunque estos son trucos tentadores para cuidadores torpes de casas y de
almas. Debemos limpiar nuestra casa, y mantenerla limpia para que sea un
lugar digno para invitar a otros a descansar y reponerse.
Literalmente la limpieza de la casa es un trabajo cansador pero
simple; fregar y lustrar dan resultados visibles que uno puede ver y admirar.
La limpieza de nuestra casa espiritual es más sutil y no puede hacerse a
solas. Cualquiera que quiera tomar el ministerio sin la guía de su propio
director se está embarcando en una ruta de autoengaño, el equivalente
espiritual de amontonar todos los cachivaches en un closet o tirarlos por las
escaleras del sótano para ocuparnos de ellos más adelante.
De manera que el primer paso para cualquier director es, con ayuda,
conocerse a sí mismo. Espiritualmente la casa debe mantenerse en orden,
al menos en un grado tal que ofrezca un entorno íntegro, seguro para
aquellos que busquen cobijo.
Al confiar en mi propio director espiritual, debo estar dispuesto a
dejar mi lugar seguro y buscar hospitalidad con otro, pedir ayuda y dejarme
guiar. Tengo que estar dispuesto a ser el necesitado, el vulnerable, el viajero
cansado además del anfitrión generoso. Es más fácil ser el huésped, como
dijo Aba James del desierto, “Es mejor recibir hospitalidad que ofrecerla.”4
Tener un director espiritual me mantiene honesto, me hace darme cuenta de
4
Ward, Desert Christian, p. 104
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los rincones que descuido, y me ayuda a mantener la casa razonablemente
en orden.
Los directores espirituales necesitan de toda la ayuda que puedan
tener si quieren mantenerse en forma razonablemente (nadie pide
perfección). Además de un director personal, todos necesitamos amigos
espirituales con quienes podemos hablar de nuestras preocupaciones más
profundas, amigos que no teman hablar con la verdad por amor a nosotros.
El patrono extraoficial de los directores espirituales, Elrdedo de Rielvaux
escribió en el siglo XII:
Y es comparado a las bestias el hombre que no tiene junto a sí
quien con él se alegre en las cosas felices y se contriste en las tristes; el que
carece de quien lo distraiga de todo lo que la mente concibe de molesto o
que , si a algo fuera de lo común sublime y luminoso alcanza, no encuentra
con quien compartirlo.
Está absolutamente solo el que no tienen amigo. Y, ¡cuánta
felicidad, seguridad y alegría si tienes alguien a quien te atreves a hablar
como a ti mismo, a quien no temes confesar tus yerros, a quien no te
sonroja manifestar tu progreso espiritual, a quien confiesas todas las cosas
secretas de tu corazón y en cuyas manos pones tus proyectos!5
Nunca había oído hablar de Elredo cuando conocí a mi amiga Janet,
pero luego la reconocí en sus palabras. Es Inglesa, música y estudiosa del
medioevo como así también una teóloga laica sensible. Ella me da algo que
yo no puedo darme a mí misma. Exceptuando su desaprobación por mi
gusto por la florida música de piano de fines del siglo XIX, me ama como
soy. Valoro su inteligencia profunda y su sincera honestidad; y aunque
nunca lo hemos analizado, sé que nuestra amistad es igualmente valiosa
para ella. La distancia hace que no nos encontremos más que una vez al
año, pero cada vez hay una sensación de llegar a casa y de seguridad
completa. No hay lugar para trivialidades en nuestra conversación, tampoco
para posturas piadosas. Mientras raramente rezamos juntas, nuestra charla
es siempre charla de Dios mientras “hablamos de igual a igual, como si
habláramos con nosotros mismos”.
También hay cosas que podemos hacer por nosotros mismos, y que
nos mantiene listos para recibir a nuestros invitados. Encuentro que un
diario personal es de gran ayuda para estar despiertos a nosotros mismos.
Hay métodos y disciplinas para escribir diarios, algunos tan formidables que
desaniman hasta el más entusiasta. Una forma más libre, “escribir cuando
uno lo necesita” me resulta útil. Escribiendo el diario en una carpeta, puedo
5
Aelred of Rielvaux, Spiritual Friendship (Kalamazoo, MI: Cistercian Publications,
1977), pp. 71-72.
escribir a máquina o en la computadora, como también incluir cartas,
poemas y artículos que se han convertido en parte de mi historia. Puedo
hacer entradas en el diario en cualquier momento y en cualquier lugar, y una
vez de vuelta en casa agregar a la carpeta. Una vez que decidí que nadie lo
iba a leer, o que si lo leían yo ya estaría muerta, he podido escribir con
franqueza. En el diario uno puede ser tan repetitivo como quiera, es un lugar
para luchar con ángeles y pelear con demonios.
El tiempo de retiro también nos ayuda a mantener una sana
perspectiva. El retiro no debe ser sinónimo de vacación, el retiro tiene una
austeridad intencional. El entorno radicalmente simple desanima el
amontonamiento interior, ofreciendo un lugar donde "no hay nada que
hacer" no hay juegos, distracciones, ruidos fuertes, televisión, ocupaciones.
En cambio hay silencio, comidas simples, espacio adecuado y la seguridad
de estar rodeados por una comunidad orante. Para aquellos de nosotros que
nos dejamos atrapar por horarios apretados y caemos en la peligrosa y
pecaminosa ilusión que nosotros, los eficientes administradores de un Dios
Gerente General, bien intencionado pero ineficiente, somos los que
realmente sostienen al mundo, incluso un breve retiro resulta un poderoso
correctivo. Cuando hemos podido bajar la velocidad, podemos mirarnos a
nosotros mismos y sonreír ante nuestra pequeñez. Volvemos, al menos por
un tiempo, a ser humildes, y se nos recuerda nuestro verdadero lugar en el
orden de las cosas.
Directores espirituales, confesores, amigos espirituales y retiros son
todas maneras espirituales de mantener la casa en orden. Sin embargo es
fácil menospreciar los dones más ordinarios de la creación como ayudas
para nuestra integridad (wholeness). Benditos aquellos que pueden contar
entre sus amigos a niños y animales, en su inocencia encarnada, estas
pequeñas criaturas nos mantienen simples. Benditos los que ven la mano de
Dios en lo estético, la música, la literatura y el arte nos mantienen llenos de
alegría y proporcionados. Y benditos los que gozan del trabajo duro, no hay
nada como cortar madera, cortar el pasto o rasquetear un piso muy sucio, o
amasar pan para que nos gocemos de nuestro ser físico (physicality) y nos
ayude a aterrizar. Un director espiritual que se vuelve demasiado "espiritual"
asusta.
Compartiendo nuestro espacio
¿Qué pasa cuando ofrecemos hospitalidad? Invitamos a alguien a
un espacio que ofrece seguridad y cobijo y ponemos nuestras necesidades
de lado, ya que todo apunta a la comodidad y reposo del invitado. Por un
corto rato al menos, mi casa es tu casa, como dicen con tanta gracia los
españoles. Hay con qué lavarse, comida y descanso. La hospitalidad es una
ocasión para contar historias tanto con risas como con lágrimas, y luego el
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invitado sigue su camino, quizás con algunas provisiones extras o un mapa
de ruta para la próxima etapa de su viaje.
En su forma más simple la hospitalidad es un regalo de espacio,
tanto físico como espiritual, y como el regalo de una escucha atenta, no
debe ser tomado a la ligera. Esto se me recuerda cada día cuando voy a
trabajar. Vivo en Nueva York, donde la densidad de población contribuye al
stress, incluso al alto grado de violencia, donde uno rápidamente se hace
consciente de las líneas invisibles que aseguran un mínimo de privacidad
psicológica. Así uno aprende a evitar hacer contacto visual en le subterráneo
y a moverse con rapidez en la calle, pasando a milímetros de los demás
pero sin tocar a nadie. El espacio es apreciado, cuidado celosamente.
Pero como directores espirituales compartimos nuestro espacio con
alegría, tanto el espacio exterior de la oficina como el espacio interior donde
uno puede encontrarse con Dios. A diferencia del neoyorkino en las calles
atestadas, no tenemos miedo de ser generosos con nuestro territorio ni
tenemos miedo a la intimidad con el otro. Ofrecemos lo mejor que tenemos.
El espacio físico, a su manera, es tan importante como el espacio
interior. Yo encuentro que no puedo recibir gente para dirección espiritual en
mi casa: hay demasiada confusión de roles y personas. Incluso si los
miembros de la familia y las mascotas pueden ser desterrados a otra parte
de la casa, las cosas de la vida diaria se entrometen y hacen al espacio tan
personal que nuestra cita corre el peligro de convertirse en una charla
amistosa. Encontrarse en la casa del dirigido es menos conveniente aún, a
menos que la enfermedad, edad avanzada o fragilidad le impidan llegar a
nosotros. La mayoría de los lugares públicos, como restaurantes, también
son problemáticos, ¿cómo podés sentarte en un silencio cargado de sentido
cuando el mozo quiere decirte su nombre y recitar las especialidades del
día? Un banco de plaza es adecuado cuando hay lindo tiempo, y las iglesias
vacías durante la semana son un buen recurso. Sin embargo una habitación
tranquila, que sea agradable, personal pero no demasiado, es el lugar más
adecuado. La mayoría de mi trabajo como director se hace en mi oficina, un
cuarto soleado y espacioso en un edificio de principios del siglo XIX. (Me
han dicho que en otros tiempos era el lugar de la enfermería del seminario,
una conexión que encuentro apropiada y reconfortante) Antes del encuentro,
trato de ordenar el caos que hay sobre el escritorio, empujo la computadora
a un rincón, gestos mínimos para convertir un espacio de “trabajo” en un
espacio “sagrado”.
Cuando entré en mi oficina por primera vez, me disgustó la alfombra
que demarcaba el “área de conversación” del cuarto. Las sillas estaban bien,
bastante cómodas y no tan feas. ¡Pero la alfombra! Cuando miré la
desafortunada alfombra roja que había conocido tiempos mejores, con
partes muy gastadas y roturas en los bordes, prometí que ni bien el
presupuesto lo permitiese sería reemplazada. Pero ahora esa alfombra ha
pasado a ser una parte importante de la hospitalidad ofrecida. Una y otra
vez, en el silencio al principio de una sesión, escucho en mi corazón las
palabras de Elredo: “Aquí estamos, tu y yo, y espero que un tercero, Cristo,
esté en medio de nosotros.” En algún momento, no sé cuando, un lugar en
el medio de esa alfombra roja se convirtió en sagrado. Aún teniendo el
presupuesto más generoso, jamás podría reemplazarla. La semana pasada,
un dirigido llegó desde otra ciudad y dijo, “Sabes, todo el tiempo mientras
viajaba en el tren veía tu alfombra!”
El espacio ofrecido para la dirección espiritual debe ser lo más
acogedor posible: íconos, una planta o algunas flores, luz suave, una
temperatura confortable, y silencio, todo contribuye. Lo más importante es
que este lugar debe ser un "espacio seguro", casi un santuario, lo que
significa que tiene que estar libre de interrupciones. Incluso un golpe en la
puerta es más que una distracción; es una violación. Yo siempre desconecto
el teléfono y cuelgo en la puerta un cartel "No interrumpa" antes de empezar
nuestro trabajo. Entonces podemos rezar juntos o quedarnos en silencio,
llorar o hablar, sabiendo que por un tiempo, sesenta minutos, no van a haber
intromisiones ni distracciones. A pesar de que el tiempo es limitado (y yo
creo que esta limitación debe ser observada excepto bajo circunstancias
inusuales) existe paradójicamente, la sensación de que hay todo el tiempo
del mundo. En este espacio seguro que ha sido creado, el director puede
estar totalmente comprometido y atento al bienestar del dirigido.
El dirigido debe sentir que nadie lo apura. Encuentro que la gente a
menudo llega en un estado de gran distracción, quizás ansiosos porque el
ómnibus tardaba en llegar, o porque no podían encontrar lugar para
estacionar o quizás ansiosos porque este encuentro se siente, de alguna
manera, como una cita para hablar con Dios, y no están seguros cómo
empezar la conversación. Quizás por eso mi primer encuentro con Tomas
fue decididamente incómodo. Tomas es un médico, un residente de tercer
año en un hospital escuela de la ciudad. Sus turnos son largos, y su trabajo
exigente, rodeado por gente que sufre, muchos de los cuales se enfrentan a
la muerte. Dios ha llamado su atención e ir a la iglesia los domingos no le es
suficiente. Una amiga en común le habló de mí, pero con su entusiasmo
nos hizo un flaco favor a los dos, al pintarle un cuadro brillante de la
dirección espiritual en general y de mis dones en particular. Tomas llegó,
decididamente receloso acerca del altamente recomendado gurú, y para
nada seguro de que la sinceridad para hablar de Dios era una buena idea.
Nos tomó varios encuentros de cuidadoso análisis de su parte y
determinada normalidad de parte mía antes de que el espacio, físico y
espiritual, le resultase verdaderamente acogedor.
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También, el director puede inconscientemente transmitir su propio
apuro y distracción. Incluso cuando trato de dejar unos minutos para
recogerme entre citas o para hacer la transición entre educadora-
administradora a directora espiritual, no siempre lo logro. Un seminarista
llega para luchar con temas de vocación, o la sobreviviente de incesto viene
a hablar sobre sus dificultades para rezar el Padrenuestro mientras
memorias tempranas de un padre violador inundan su mente, y yo estoy
atrapada con la preparación de un programa de estudio o con
modificaciones administrativas. No importa cuan acogedor sea el espacio
físico, tengo que prepararme internamente antes de poder ofrecer verdadera
hospitalidad.
Empezamos en silencio
Ayuda empezar con un rato de silencio. De esta forma el tiempo
pasado con el dirigido es visto como un tiempo de oración, no como una
conferencia o una charla amistosa. El largo del silencio puede variar. En las
primeras etapas de trabajo juntos, el dirigido puede sentirse incómodo si el
silencio se prolonga mucho, pero éste puede extenderse a medida que
crece la confianza. Emilia y yo una vez nos sentamos durante una hora en
completo silencio Habíamos trabajado lo suficiente juntas como para
sentirnos cómodas, y en ese día en particular se sentía exhausta por las
presiones familiares y laborales. Yo la había invitado a romper el silencio
cuando estuviese lista. Los minutos pasaban, y el silencio se hacía más y
más profundo, sereno pero muy vivo. Yo estaba con ella, pero de ninguna
manera ansiosa por “hacer” algo por ella. Al final de la hora intercambiamos
la paz, sabiendo que el “tercero” del que habla Elredo había estado en
verdad presente entre nosotras.
La entrada al silencio no tiene que ser abrupta. Con dirigidos a
quienes hace tiempo que no veo nos damos un ratito para ponernos al día,
quizás buscando una taza de té o café, antes de ponernos a trabajar.
Entonces el silencio marca el límite y aclara lo que estamos por hacer.
Durante estos momentos de silencio iniciales, trato de no prestarle atención
al dirigido, sino más bien trato de poner mi propia casa en orden, ayuda
tener una postura derecha, manos abiertas y relajadas y la respiración más
lenta. Y luego rezo: algunas veces es la oración de Jesús "Señor Jesucristo,
ten piedad de mí que soy un pecador", a veces oraciones cortas e infantiles
de petición: Señor amado, ayúdame a prestar atención! Señor amado
ayúdame a mantener mi boca cerrada! Señor amado, ayúdame a sacar mi
persona del centro de atención! Señor amado, haz que esté completamente
presente a esta persona que es tu criatura!
He leído que hay médicos que pueden hacer diagnósticos extensos
y precisos con solo darle la mano al paciente, y el silencio compartido con el
dirigido en cierta manera ese mismo instrumento de diagnóstico. Aunque no
somos clínicos, nos puede decir mucho. Con nuestros ojos cerrados y
nuestros corazones centrados en oración, podemos detectar miedo,
ansiedad, fatiga, rabia, esperanza y deseo, todo el espectro de los
sentimientos humanos.
Algunas veces, como con Emilia, le pido al dirigido que termine el
silencio cuando esté listo. Porque la gente entra en pánico cuando se les
pide que recen, hago el pedido en términos generales: “Quedémonos unos
minutos en silencio juntos, y cuando estés listo empieza.” He aprendido a
decir esto muy claramente y con suficiente volumen: un silencio orante está
fuera de la cuestión si alguno de nosotros está inseguro acerca de las
reglas. Para aquellos que se sienten inseguros o temerosos de no decir “lo
que corresponde” la responsabilidad de comenzar la conversación puede
ser un peso. En esos casos termino el silencio con una oración. Quizás el
Trisagión (Santo Dios, santo y poderoso, Uno santo e inmortal, ten piedad
de nosotros), quizás simplemente “Ven, Señor Jesús”, una invocación al
Espíritu Santo, o simplemente, “Amén”.
He aprendido a confiar en las pequeñas oraciones que me vienen a
la mente, habiendo desterrado la idea hace mucho tiempo de que hay una
sola forma correcta de entrar juntos en el silencio y salir de él. Ahora me
encuentro preguntándome que va a aparecer en mi cabeza. No hace mucho,
me sorprendí al escuchar internamente una bendición para la mesa en
alemán que había aprendido de muy chica. Como no estábamos sentados a
la mesa me resistí porque me pareció inapropiado. Pero no se iba entonces
rompí el silencio con ella: “Ven, Señor Jesús, y sé nuestro huésped, y
bendice todo lo que nos has dado.” Solo después de reflexionar pude darme
cuenta que es una oración casi perfecta de hospitalidad, una oración sobre
la misteriosa inversión de los roles de huésped y anfitrión que están en el
corazón de la dirección espiritual.
Un lugar seguro.
El espacio y el tiempo que se le brinda al dirigido es seguro, no
solamente porque está libre de interrupciones, sino también porque aquí se
puede decir cualquier cosa sin temor a las críticas o a sentirse expuesto. La
confidencialidad de la sesión de dirección espiritual es o debe ser tan
inviolable como la del confesionario. Es importante aclarar en el encuentro
inicial que uno no va a comentar con otros nada de lo que se haya dicho en
el tiempo del acompañamiento. Este celo puede conducir a situaciones
delicadas e incluso graciosas dentro de una comunidad chica como el
seminario donde la mayoría de nosotros cumple distintas funciones. El
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8
camino más seguro para mí ha sido el cultivo de la amnesia, incluso sobre
detalles "inocentes", ya que es difícil recordar donde escuché novedades
sobre trabajos, embarazos, crisis y triunfos. Incluso en un contexto más
amplio que una parroquia o un seminario, la comunidad que busca dirección
espiritual es sorpresivamente pequeña. Es prudente asumir que todo el
mundo se conoce.
Por esta misma razón, soy reacia a mantener cosas escritas,
aunque sé que muchos directores, incluso algunos tan prestigiosos como
MartinThorton, están de acuerdo en tener algo por escrito, como ayuda
6
memoria de asuntos relevantes, o notas para ver el progreso . Desde mi
punto de vista sin embargo, esta es una de las maneras en que la dirección
espiritual se debería distinguir de la psicoterapia. Debemos tener un ojo que
sepa discernir, no somos diagnosticadores en el sentido clínico, porque nos
arriesgamos a disminuir a nuestros huéspedes espirituales si los reducimos
a síntomas y mediciones. La persona sentada frente a mí es siempre un
misterio. Cuando clasifico, limito.
Los secretos de las personas, los secretos de sus vidas y más
especialmente los secretos de sus almas, son preciosos. Vivimos en un
tiempo donde la mayoría de nosotros podemos hablar fácilmente de sexo,
algo menos cómodamente sobre la muerte, y solamente con la mayor
dificultad sobre nuestra relación con Dios. Averiguar cómo reza la gente es
preguntar la pregunta íntima. Todavía recuerdo una vez en una librería
atestada de gente cuando James, un joven sacerdote amigo, dijo como si
nada y en una voz que podía ser oída, “Sabes Margaret, nunca me dijiste
cómo rezas. Cuéntame, ¿qué es lo que haces?” Tuve una sensación de deja
vu, fui transportada en el tiempo a la caja de un supermercado cuando uno
de mis hijos con una voz aguda, preguntó, “Pero, ¿cómo hacen los bebes
para entrar en la panza de la mamá?”. A James, como al niño en el
supermercado, le dije precipitadamente, “Te contesto cuando salgamos
afuera”
Mi abordaje al tema de la oración es a menudo circunspecto. Quizás
empiece por preguntarle a mi dirigido sobre sus rutinas diarias- ¿hay
momentos donde puede estar solo y tranquilo? ¿hay lugares que considera
especialmente "seguros" y cercanos a Dios? Un poco de auto revelación
puede ayudar. Carol se mostraba reacia a hablar de la oración porque
estaba tan ansiosa y se disculpaba de no estar rezando “lo suficiente” o
rezando “bien”. Un día le comenté que mientras que la lectura del Oficio
Diario a veces parecía mecánico y seco, aunque recomendable, para mí
Dios se hacía muy presente y la oración muy real en el silencio de la
6
Martin Thorton, Spiritual Direction (Cambridge, MA: Cowley, 1984), p. 127
mañana, antes de que suene el despertador. Carol dijo: “Yo rezo la autopista
de Connecticut. Uso los peajes como jalones, como si fueran las cuentas
grandes del rosario”. Todo el tiempo de su traslado diario era un tiempo de
oración, pero ella sentía que no “contaba”, que debería estar haciendo algo
más “espiritual”, y que su viejo Toyota no calificaba como un lugar sagrado.
Más allá de la dificultad predecible de hablar de la oración en
cualquier circunstancia, la gente llega a nosotros apesadumbrada por el
pecado, real o imaginario, y por la vergüenza. La persona que se recupera
de una adicción necesita sentirse segura con nosotros; el sobreviviente del
abuso sexual necesita saber que ningún detalle puede chocarnos o
disgustarnos. El penitente necesita saber que escuchamos pero no
juzgamos, que estamos listos para desenmarañar las hebras del pecado y la
vergüenza. Esta total aceptación no significa que el pecado es tomado a la
ligera o que las consecuencias de comportamientos destructivos o dolorosos
son encubiertos: "Bueno, no importa" y "Vos hiciste ESO??!! Son reacciones
igualmente irresponsables y perversas frente a un alma que se está
desnudando. El director que está convencido del amor y la misericordia de
Dios, aún cuando el dirigido no lo esté, puede aceptar cualquier revelación
de éste con ecuanimidad. A través de su aceptación amorosa puede reflejar
el amor de Dios tan anhelado por el dirigido que se desespera de su propia
indignidad.
Un buen anfitrión le da a su huésped la sensación de que hay todo
el tiempo del mundo, aún cuando los dos saben que el tiempo es un bien
escaso y preciado. A menos que yo sea capaz de dejar todo de lado, he
fallado en la hospitalidad. Las actividades ordinarias pueden ser desterradas
con relativa facilidad, pero es más difícil acallar mis propios enojos, miedos o
fatigas, que tienen poco que ver con la persona sentada frente a mí. Si
quiero hacer mi trabajo de manera óptima deben ser dejadas de lado, al
menos por el tiempo del encuentro. El don de la hospitalidad en este tiempo
es el don de mí mismo, que puede no ser mucho, pero es todo lo que tengo.
Siendo alguien a quien le gusta hablar y que goza de la compañía
de las personas, una de las lecciones más difíciles ha sido que, menos es
frecuentemente más. Una empatía sin límites nos puede llevar a apropiarnos
de la experiencia de la otra persona, incluso aunque no digamos nada, a
través de nuestra postura o de nuestra expresión facial. Me resguardo de
esto (no siempre con éxito) de dos maneras. Primero uso la Oración de
Jesús como mi "timer". Cuando siento que estoy entrometiéndome
emocional o espiritualmente con alguien, me digo " Diez oraciones de Jesús
antes de que digas nada". O cuando me impaciento porque parece que no
vamos a ningún lado, me prometo a mí misma, " Cinco Oraciones de Jesús
antes de pararla". Esta sencilla y vieja oración ha evitado que meta la pata o
haga daño más de lo que se imaginan. En segundo término presto atención
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a mis manos. Dick Read en su libro sobre parto natural, le da una enorme
importancia a la relajación del rostro: si la parturienta podía relajar sus
músculos faciales, era capaz de relajarse completamente. No puedo
mirarme la cara, pero las manos son otro asunto. Mientras estén abiertas y
receptivas sobre mi falda o descansando en los brazos de la silla, puedo
transmitir una sensación de ocio porque yo misma me siento sin apuros.
La hospitalidad debe tener un principio y un final; los huéspedes
dejan de ser tales si se quedan a vivir con nosotros. Como director, es mi
responsabilidad tomar el tiempo y llevar el encuentro a su fin en el momento
apropiado. Una hora es suficiente; pasado ese tiempo la conversación
tiende a trivializarse y a ponerse repetitiva ( hago una excepción con
aquellos dirigidos que vienen de lejos y a quienes veo menos
frecuentemente). Me es de gran ayuda un pequeño reloj, ubicado detrás de
la silla de mi visitante, que me permite ver la hora sin estar mirando mi reloj.
Alrededor de diez minutos antes de la hora, busco intercalar algo así como
"Vamos a tener que terminar en algunos minutos". Estas palabras casi
siempre resultan en una agudización del enfoque, y el material más
importante de la sesión puede ser revelado en este momento. Resulta
tentador extender el tiempo cuando salen estas "perlitas" pero trato de
resistir la tentación. El dirigido necesita valorar el tiempo que pasamos
juntos y hacer un uso óptimo del mismo. Por lo tanto suelo decirle algo
como; "Eso parece significativo. Empecemos con eso la próxima vez"
Escuchando la historia.
Si la dirección espiritual es hospitalidad, es ofrecer un lugar para
descansar y purificarse, la afirmación de parte del director sobre cual es o no
material valioso es en el mejor de los casos distorsionante. A veces hay
mucha basura para tirar, (para usar la imagen del parque de casas rodantes)
o capas de óxido para pulir, según el idioma casero de Catalina de Génova..
Esto necesita paciencia y apertura. La narración debe ser sin apuros ni
acosos, por lo tanto el que escucha debe permitir que la narración vaya
desplegándose, debe ser sensible a las supuestas repeticiones- ¿está
dando vueltas alrededor de un tema en forma circular o espiral? Hay piedras
preciosas escondidas entre la basura? ¿Está el narrador probando la
confiabilidad de su interlocutor, o se está negando protagonismo y poniendo
el centro en cualquier lugar menos en sí mismo? Por ejemplo Mildred sólo
quiere hablar de la crisis vocacional de su esposo: ¿qué puede hacer ella
para ayudarlo?. Y Jane quiera hablar de su rector, para quien ella hace las
veces de hermana mayor: ¿cómo puede ayudarlo a aprender a delegar
responsabilidades?.
La narración de la historia es también diálogo, y muchas veces el
director-oyente debe intervenir para ayudar a darle forma a dicha historia.
Entonces podría decirle a Mildred, “Este es tu tiempo, no el de David.
Hablame de vos.” Y tengo que estar preparada para su respuesta: “Yo solo
quiero lo mejor para él, quiero ayudarlo”. Se resiste. No puedo dejarla seguir
evitando el explorar su interior, pero tampoco debo impacientarme. Ella debe
querer poner el foco en su persona, pero no porque tema mi disgusto, sino
porque reconoce su propio valor, o porque sabe que nada de su propia
historia, por más vergonzosa que pueda parecer, es incontable aquí. Jane
es más fácil. Una persona bondadosa, a quien le gusta cuidar de las
personas ahora que sus hijos han dejado el nido, sólo necesita un leve
recordatorio de que su rector puede cuidarse solo, y que éste es el tiempo y
el lugar para cuidar a Jane.
Al menos en las etapas iniciales de la relación la historia contada
puede parecer poco importante, incluso (como con Mildred) una distracción
a propósito. Esto es comprensible ya que estamos en una etapa de prueba.
Tony habla largamente sobre sus dificultades en el trabajo, donde las
presiones políticas de la oficina parecen una burla a su vida de oración. Lo
que dice es todo “verdad”, pero yo sé que estamos todavía muy lejos del
corazón del asunto, aunque acercándonos en forma espiral. No hace mucho
me dijo, “Creo que confío en vos. Hay más cosas sobre las que me gustaría
hablar algún día.” No tengo ni idea de lo que son esas “cosas” y no siento
particular curiosidad sobre ellas. Como su anfitrión, respeto su privacidad y
digo solamente, “Estoy acá cuando me necesites. Te vas a dar cuenta
cuando llegue el tiempo apropiado.” Hay que permitir que se construya la
confianza. Descubro que se forma en estratos: justo cuando creo que
estamos empantanados en banalidades o varados en una meseta, hay una
nueva apertura repentina. O, justo cuando pienso que hemos "llegado"
descendemos a un nivel más profundo.
Cuando se ha desarrollado suficiente confianza, de manera que el
dirigido se siente seguro para descartar estas distracciones, el trabajo de
purificación comienza. En este punto el trabajo del director es discernir entre
suciedad y desorden, pecado y vergüenza. La mayoría de nosotros somos
bien intencionados pero desordenados, sobre estimulados, y tironeados en
muchas direcciones a la vez. A veces me pregunto si el cuidado de las
almas era más fácil en tiempos más simples porque a veces la gente busca
dirección espiritual porque está abrumada de cosas buenas: un trabajo
estimulante, actividades caritativas útiles, más libros de los que pueden leer
y más eventos culturales de los que jamás podrán absorber, más
información de la que pueden procesar, más caminos de mejoramiento
personal de los que pueden seguir. Están inundados de cosas buenas y
simultáneamente desean y temen escuchar: "Una sola cosa es necesaria".
Vienen porque quieren esa sola cosa, incluso cuando no pueden articular su
necesidad. Quieren ayuda para despejar el amontonamiento, o al menos
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ordenarlo para que se convierta en mobiliario espiritual útil y no que sea un
impedimento para estar unificados.
Haciendo preguntas.
Acá el director puede ayudar haciendo las preguntas adecuadas.
Preguntas simples, directas que atraviesan el centro de la cuestión, son
parte de la tradición espiritual. Jesús tenía una manera de sacar las
distracciones del paso con una pregunta cáustica. Al ciego Bartimeo le
preguntó: "Qué quieres que haga por ti?" A los discípulos que habían
perdido las esperanzas de tener suficiente comida para alimentar la multitud:
"¿Cuántos panes tienen? Vayan y vean" Solamente en los cuatro evangelios
hay suficiente cantidad de preguntas para que los directores espirituales
usen para clarificar este amontonamiento o al menos para ordenarlo
ayudando al dirigido a descubrir este deseo de Dios.
La pregunta que Jesús le hizo a Bartimeo es de una ayuda
invalorable para clarificar y ordenar. Cuando la plantea un director espiritual
puede encontrar resistencias, sobre todo de parte de las mujeres que han
sido educadas para no desear nada (al menos abiertamente!) y para dejar
sus deseos de lado para servir y cuidar a otros. Este es un momento para
ser delicadamente persistentes. “Que querés que yo -como director- haga
por vos? Y que querés que Cristo haga por vos?" Llegar a la respuesta no
es muy distinto a pelar una cebolla, habiendo primero persuadido al dirigido
que "está bien" querer algo, que un Dios que nos invita a llamarlo "Abba"
debe esperar de nosotros una conducta de niños (no infantil).
A los dirigidos que son víctimas de la amabilidad (niceness) se les
debe recordar que dicha amabilidad, por más costosa y dolorosamente
adquirida, no es una de las virtudes capitales. A menudo se sorprenden
cuando me refiero a los ejemplos en las escrituras de insistencia, incluso
caprichosa, en sus oraciones de petición. Incluso aquellos que dicen tener
cierta familiaridad con la Biblia se olvidan de la mujer Cananea, que
simplemente no pensaba dejar de pedir la ayuda de Jesús, aun cuando el
trataba de sacársela de encima con una brusquedad que le hubiesen valido
un reprobado en presencia pastoral:
Pero la mujer fue a postrarse ante él y le dijo: “¡Señor, socórreme!”.
Jesús le dijo: “No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los
cachorros”. Ella respondió: “¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las
migajas que caen de la mesa de sus dueños!”. Entonces Jesús de dijo:
“Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Qué se cumpla tu deseo!”. Y en ese momento
su hija quedó curada. (Mt. 15, 25-28)
Esta es una historia chocante para aquellos que creen que la
oración debe ser cortés hasta la timidez. Aún más chocantes son las
parábolas de Lucas, historias que parecen alentar los malos modales,
incluso una conducta antipática en la oración. Los dirigidos que temen
probar la paciencia de Dios hasta el punto de quiebre pueden ser ayudados
por la exageración irónica de Lucas en la historia del juez deshonesto y la
viuda. Como la mujer Cananea, una marginada, que se niega a dejar
tranquilo a Jesús hasta que su hija sea curada, la viuda no ceja en su
intento. Finalmente el juez se rinde:
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: “Yo no
temo a Dios, ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta,
le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme.” (Lc. 18, 4-5)
Ser capaz de decir lo que uno realmente quiere o adonde le duele
es un gran paso para lograr poner en orden la casa espiritual. La gente llega
a la dirección queriendo y necesitando un montón de cosas pero temerosos
de "molestar" a Dios sin darse cuenta que justamente lo que Dios quiere ¡es
justamente eso!. Más aún llegan inseguros de sus prioridades, en la
superabundancia material y emocional de nuestra cultura, han sido
estimulados para desear y amar muchas cosas, llegan confundidos por sus
amores desordenados, sin saber o quizás solo intuyendo la necesidad de ir
sacando las distintas capas para descubrir que lo que realmente quieren es
a Dios. En cierto modo la dirección espiritual es una prolongada discusión
sobre los dos Grandes Mandamientos:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con
todo tu espíritu. Este es el más grande y primer mandamiento. El segundo
es semejante al primero: amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos
mandamientos dependen toda la ley y los profetas. (Mt. 22, 37-40)
Una vez que todas las capas han sido arrancadas, Dios es lo que el
dirigido quiere. Puede haber otros deseos legítimos, loables: salud física y
mental, un trabajo con sentido, relaciones sólidas y estables, al igual que
otros amores y deseos menos loables, enmascarados como anhelos
piadosos: el deseo de manipulación y control, evitar los compromisos
responsables, posturas espirituales arraigadas en una mezcla catalítica de
orgullo y odio a uno mismo- para nombrar solo algunas.
Sacando la basura.
Cuando yo era una estudiante en Suiza hace décadas, bañarse era
algo que no se podía tomar a la ligera: había que calentar el agua, y a veces
la dueña de casa podía cobrar extra por el combustible. En la casa donde yo
vivía ese privilegio era gratuito, pero la bañadera estaba en un sótano sin
calefacción. Asi que cuando visitaba a amigos que vivían en un
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departamento moderno con agua caliente ilimitada, no había duda de cómo
podían agasajarme, se iban a la cama temprano, dejándome a mí para
meterme en el agua y quedarme en remojo. Ahora me gusta pagar la deuda
de su hospitalidad: algunos de mis huéspedes favoritos en Nueva York son
jóvenes que viajan con sus mochilas y están acostumbrados al confort
mínimo de albergues estudiantiles. Después que los he alimentado
abundantemente, me retiro temprano y los dejo para que gocen de una
buena ducha y usen el lavarropas.
El orden no es sinónimo de limpieza. La gente viene a la dirección
espiritual con una sensación de su propia indignidad y fealdad, vergüenza
aplastante, y de sus propios pecados. ¡Qué enredo! A medida que la
historia va siendo contada es labor del director apartar delicadamente las
distintas hebras, sin minimizar jamás el dolor o la responsabilidad del
dirigido por sus propias acciones, y luego hacerse cargo de la basura. Está
la vergüenza del adicto en recuperación, una sensación flotante de impureza
del sobreviviente de un incesto, el recuerdo doloroso de un aborto, la
angustia de una relación rota que nunca podrá ser reconstituida, la carga de
haber hecho algo malo, que ya nadie, excepto el que lo hizo, recuerda. Hay
una gran variedad de cosas en la basura. Puede contener tesoros
escondidos y casi siempre provee un medio fértil para el crecimiento, incluso
cuando es desagradable y huele mal.
Aquellos que llegan a la dirección espiritual abrumados por su
pecado vienen necesitados de ser lavados y sanados. Juliana de Norwich
asemeja esta alma errante con un chiquito cabeza dura que necesita ser
libre para correr y explorar su pequeño mundo si tiene que crecer y madurar,
pero que inevitablemente se cae, rompiéndose la ropa, lastimándose y
ensuciándose. Este es un atractivo cuadro doméstico de un pecador,
clamando, como dice Juliana, no a un Dios que castiga sino a un Cristo
maternal que ama. Esta madre amorosa lo alza, lo limpia, lo consuela y
luego lo mantiene abrazado. Mientras escuchamos las historias de nuestros
huéspedes, una y otra vez los escuchamos decir el equivalente a las
palabras de Juliana en este siglo: "Mi buena madre, mi amable madre, mi
adorada madre, ten piedad de mí. Me he enroñado y a diferencia de vos, no
puedo arreglar las cosas sin tu ayuda y tu gracia"7
Estoy impresionada como la dirección espiritual y la confesión se
superponen. En ambas es esencial que la historia se cuente sinceramente,
que los pecados y los errores se nombren, que el dirigido se vea a sí mismo
con claridad. San Antonio en el desierto sabía qué importante era reconocer
y nombrar a los demonios. La exposición es saludable. Mi abuela, que vivió
7
Julian of Norwich, Showings ( New York: Paulist Press, 1978), p. 301.
antes del tiempo de los antibióticos, y que practicaba la medicina popular
que había heredado de sus mayores, sabía que la curación de una herida
era promovida por la limpieza y por la exposición al aire y al sol. Como
directores espirituales, tanto laicos como ordenados, somos proveedores de
aire y luz. Escuchamos confesiones, historias de heridas recibidas y heridas
causadas a otros, de pobreza y frialdad de corazón, y de innumerables
pequeños homicidios. Muchos de nuestros dirigidos se achicarían si
empezáramos la sesión invitándolos a hacer una confesión formal , pero si
les hacemos saber que percibimos su carga y delicadamente los invitamos a
hablar de ella, la sensación de alivio es casi palpable. Otros, que se sienten
cómodos con el sacramento de la reconciliación pueden usar la dirección
espiritual como una preparación para la confesión; o si el director es además
su confesor, celebrar regularmente el sacramento puede formar parte de la
relación.
El el Parzival de Wolfram von Eschembach es una parábola acerca
de esa forma de hospitalidad. El tonto caballero ha viajado y en búsqueda
durante años, dejando, involuntariamente, dolor y destrucción en su camino,
ha dejado a su madre morir de soledad y tristeza, ha matado a su primo (a
quien no reconoció) y luego saqueó su cadáver, trajo degradación y
sufrimiento a una mujer casada cuyo esposo no entendió sus torpes y
asexuados abrazos. Peor aún, dejó que las convenciones sociales se
pusiesen en el camino de la verdadera compasión, pues cuando vió el
terrible sufrimiento del Rey Grial, su equivocada comprensión del
comportamiento de un caballero le impidieron hacer la pregunta salvadora:
“¿Qué te pasa?” “¿Qué te duele?”.
El Viernes Santo, la casualidad o la gracia lo llevaron a lo del
hermitaño Trevizent. Lo que ocurrió entre ellos es un modelo de dirección
espiritual, particularmente en sus aspectos purgativos y sanadores. El
anciano sabe que el joven está cargado de rabia y culpa, que le falta auto-
comprensión, y que está tanto espiritual como físicamente perdido en un
basural sin rastro. Pero como buen director , es paciente y ayuda a Parzival
a alimentar y guardar su caballo en el establo, invita al joven a calentarse
frente al magro fuego, y comparte con él su sencilla comida.
Finalmente Parzival cuenta su historia, o mejor dicho hace su
confesión, porque su historia es un largo relato de errar lejos de Dios.
Trevizent la escucha seriamente, sin minimizar o descartar nada. Luego en
una suerte de absolución, le dice a Parzival: “Dame tus pecados a mí. A la
vista de Dios, yo soy garantía de tu expiación”. Sentado en su fría caverna
en bosque Germánico, es un eco norteño de Aba Lot, austero padre del
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desierto Egipcio, que le dijo a su atribulado penitente, “Confesámelo a mí, y
8 11
yo cargaré con el”.
Este es quizás el acto último de hospitalidad, personificando la
generosa mutualidad de la relación de dirección. Como Abba Bensarión, el
director sabe que el también es un pecador: "Un hermano que había pecado
fue expulsado de su iglesia por el sacerdote; Abba Besarion se levantó y fue
hacia él diciendo: 'Yo también soy un pecador´”9 Director y dirigido están
unidos en la gloria y la miseria de su humanidad; forman parte de una
misma familia.
Cuando escuchamos compasivamente con "la mente en el corazón"
como dice Teofan el Recluso, no podemos evitar cargar con los pecados del
otro. Después de un día de muchos acompañamientos me siento pesada y
cansada, con el estómago revuelto y dolor de cabeza. Me ayudó a entender
mis reacciones somáticas cuando recordé al novelista-teólogo Charles
Williams y su teoría de “intercambio” y “amor sustituído”. Tomó muy en serio
la exhortación de Pablo en la carta a los Gálatas que “ayúdense
mutuamente a llevar las cargas, y así cumplirán la ley de Cristo.” Y habrá
estado pensando en directores espirituales inseguros cuando escribió:
El mandato de San Pablo es para aquellos actos que “cumplen la ley
de Cristo”, es decir, actos de sustitución. Tomar el dolor, el miedo o la
ansiedad de otro es precisamente eso, y precisamente es algo que es
menos practicado que apreciado…
El que da debe recordar que ha dejado ir su peso, que está siendo
cargado por otro, que su parte es creer en eso y estar en paz…El que lo ha
tomado tiene que colocarse a sí mismo, mente, emoción, sensación, en la
carga, conocerla, imaginarla, recibirla, y a veces no espantarse por la
rapidez con que acude la divina gracia ni por la liviandad del peso.10
Aún estoy aprendiendo mi parte del contrato, y a lo mejor soy lenta
para soltar. Aunque no puedo creer que es tan sin esfuerzo como sugiere
Williams. ¿A menos que experimente algo de peso, como puedo saber que
he aceptado la carga? Hay algo de barato y de deshonestidad espiritual en
abrirse a la historia de otro mientras mantengo mis dedos cruzados, “Me
dejaré tocar, incluso tocar profundamente, pero no por mucho tiempo”. Por
el otro lado, acepto la carga, no para atesorarla y encariñarme con ella como
8 nunca había dejado de llorar secretamente por su hijo no nacido. Pareció
Wolfram von Eschenbach, Parzival, trans. Helen M. Mustard and Charles E.
Passage (New York: Vintage, 1961), p. 267; Ward, Desert Christian, p. 122
9
Ibid
10
Charles Williams, He Came Down from Heaven (London: William Heinemann,
1938), pp. 123, 125.
si fuese mía, sino para entregarla inmediatamente. Como observa Williams,
“cargar con la cruz puede ser liviano porque no es la crucifixión.”
En nuestra cultura muchas veces se ve como un signo de
profesionalismo ser insensible al dolor ajeno. A veces esto es bueno:
¡Prefiero ser operada por un cirujano cuya vista no está borrosa por las
lágrimas!. Sin embargo en algunas áreas hemos ido demasiado lejos, y,
junto con sus propias heridas, nuestros sanadores niegan la realidad del
sufrimiento ajeno. Los directores espirituales no son profesionales, sino
amateurs que aspiran a reflejar el amor de Cristo. Así tomamos el pecado y
el dolor ajeno sobre nosotros, no como una forma grandiosa de auto
promoción sino porque el asumir esta carga es uno de los riesgos de la
hospitalidad.
Pero no tenemos que quedarnos con el peso, arrastrando cargas de
dolor y pecado cada vez más grandes, porque podemos descargarlas en la
oración- tanto para nosotros como para nuestros dirigidos. Podemos soltar
en un olvido sagrado, recordando que Dios se las arreglaba muy bien antes
de que nosotros nos uniéramos a la empresa y seguirá haciéndose cargo
una vez que nosotros nos hayamos convertido en polvo. Podemos soltar a
través de todos nuestros mecanismos de alivio y descarga. Pero antes
tenemos que dejarnos tocar. La hospitalidad de Trevizent no era barata,
aunque las comodidades fuesen mínimas y la comida un manojo de hierbas.
Como directores espirituales tenemos la autoridad para asegurar a
nuestros dirigidos del amor y el perdón de Dios, y aquellos de nosotros que
estamos ordenados podemos dar la absolución. Mientras me gusta saber lo
que estoy haciendo y por lo tanto prefiero mantener la dirección espiritual y
la confesión sacramental separadas, hay momentos cuando puedo decir,
“Lo que me acabás de contar es una confesión. Estoy convencida que estas
profundamente dolorido por estas cosas de tu pasado, que en verdad estás
contrito. Asi que me gustaría ofrecerte la absolución”. Para aquellos a
quienes esto les resulta extraño, incluso un poco atemorizante, es necesario
dar alguna enseñanza. Entonces, al terminar nuestro encuentro con la
absolución y la bendición, casi puedo sentir que el dirigido deja caer la
carga.
Muchas veces lo mejor es sugerirle al dirigido que haga una
confesión formal en un futuro cercano. En una ocasión una mujer me buscó
para contarme acerca de su aborto, hecho hacía décadas, cuando era muy
joven. En aquel momento le había parecido que era la única salida, pero
sorprendida cuando le hable del amor obvio que tenía por su bebe, ella sólo
había visto su culpa, no el amor que estaba entrelazado con él. La mujer no
11
Ibid., p. 124
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estaba acostumbrada a confesarse, así que le sugerí que mirase el rito de la
reconciliación en el Libro de Oración Común, particularmente la segunda
forma. Después si a ella le parecía bien podían celebrar juntas el
sacramento esa tarde. Lo hicimos, y nunca me sentí tan segura de que
había fiesta en el cielo cuando nos abrazamos y le dije que se fuera en paz,
que el Señor había perdonado todos sus pecados.
Directores laicos y aquellos que pertenecen a tradiciones que no
tienen el sacramento de la reconciliación necesitan recordar que toda
persona bautizada pueden declararle el perdón de Dios a aquellos que
hacen una verdadera contrición. En mi ministerio hospitalario, antes de ser
ordenada, una vez visité a una mujer que iba a tener una operación muy
seria al día siguiente. Me contó que era Católica, pero que hacía mucho
tiempo que no se confesaba. Cuando le ofrecí llamar al capellán Católico,
me contestó con una mezcla de pánico y desesperación. “¡No, no ya es
demasiado tarde!”. Nos quedamos juntas un rato y luego le dije, “¿Pero vos
querés decirle a Dios que estás arrepentida?” No dijo nada, pero se echó en
mis brazos y lloró. Después de un momento, le aseguré que Dios la
perdonaba. Nos intercambiamos la paz, y le deseé las buenas noches.
Compartiendo la historia.
Para mí la dirección espiritual es siempre contar la historia. No
quiero decir que tenemos que mirar la vida año por año o década por
década. La historia se mueve alrededor del tiempo, deslizándose o dando
saltos del presente al pasado, del presente al futuro. Sin la historia, no hay
carne, ni sangre ni especificidad. Pero encuentro que no importa donde
empezamos. Siempre es la historia de un viaje, siempre la historia de una
relación con Dios- no importa si el dirigido está huyendo del Perseguidor del
Cielo, o está perdido, o está buscando, o viviendo entre los cerdos y
alimentándose de bellotas.
La tarea del director es conectar la historia individual de la persona
con La Historia y entonces ayudarlo a reconocer y reclamar su identidad en
Cristo, a discernir la acción del espíritu Santo. Dios está presente en toda
experiencia humana, incluso en aquellas vidas que parecen llenas de dolor y
alejadas de Dios. Una sensación de ausencia de Dios o de remordimiento
por nuestra falta de atención a la presencia de Dios puede ser un lugar
fructífero para empezar el acompañamiento. Cualquiera sea la forma en que
la historia se estructura, eventualmente incluye fragmentos de la historia del
pasado, el presente y el futuro.
Aún cuando los primeros años de una persona no estén marcados
por un sufrimiento extraordinario o por una patología, la historia de los
comienzos es importante si queremos tener una comprensión de toda la
persona. El orden de nacimiento, grupo étnico, y recuerdos de calidez
familiar (o falta de ella) todo contribuye a darle forma y color al cuadro. A mí
siempre me gusta explorar sobre la conciencia más temprana de Dios en la
gente, que es muchas veces muy distinta al grado de observancia religiosa
de su familia. Para muchos la dirección espiritual es la primera oportunidad
de poner esta experiencia en palabras.
Con respecto a la historia presente, es absurdo hablar de "oración"
como una abstracción; siempre tiene que estar conectada con la vida "real"
del dirigido. Esto no quiere decir que no se pueda hablar de la oración en sí,
porque la gente viene a nosotros buscando ayuda práctica con respecto a
los ritmos y formas de oración que les resulten más fructíferos. Pero yo me
siento incómoda con aquellos que solamente quieren hablar de oración, en
esos casos me siento libre para hacerles preguntas: contame sobre tu
trabajo, tu familia, tus amigos, tu salud. ¿Cuál es tu comunidad Cristiana?
¿Qué te divierte hacer? Una y otra vez descubro que preocupaciones
profundas han sido empujadas de lado por no considerarlas suficientemente
importantes para discutir en este marco. Un matrimonio que se va
deteriorando, un hijo adolescente atrapado por la droga, o un trabajo diario
que mata el alma son todos asuntos espirituales, y como tales parte crucial
de la historia personal.
Esta historia debe entrar en el futuro. La dirección espiritual supone
esperanza, y siempre hay un próximo paso. Uno de mis mentores más útiles
para ayudar a mis dirigidos a discernir el próximo paso es el Sr. Dick, el
excéntrico huésped de Tía Betsie en David Copperfield de Charles Dickens.
Hoy en día lo clasificaríamos como “discapacitado mental”, pero Dickens lo
presenta como infantil, cariñoso y firmemente inmerso en la realidad.
Repetidamente la Tía Betsy se dirige al Sr. Dick para pedirle consejo en
situaciones complicadas; su consejo es siempre compasivo y
eminentemente práctico, yendo directamente al corazón del asunto.
Confrontado con un niño sucio, hambriento, que se había escapado de su
casa, el está alegremente ajeno a complejidades familiares y legales.
“Bueno, entonces,” contestó mi tía…”Aquí ves al joven David
Copperfield, y la pregunta que le hago es, ¿que debo hacer con él?”
“¿Qué debe hacer con él?” dijo el Sr. Dick débilmente, rascándose la
cabeza. “¡Oh! ¿qué hacer con él?”
“Sí”, dijo mi tía con mirada seria, y su dedo índice levantado.
“¡Vamos! Quiero algún buen consejo”.
“Bueno, si yo fuera usted”, dijo el Sr. Dick, pensando, y mirándome
con una mirada vacía, “Yo –“ Contemplarme pareció inspirarlo con una idea
súbita, y agregó enérgicamente, “¡Debería lavarlo!”12.
1212
Charles Dickens, David Copperfield (London: Thomas Nelson, n.d.), p. 203.
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De manera similar, cuando el niño se convirtió en un miembro
permanente de este original hogar, el Sr. Dick no se hace problema
especulando acerca de cursos de acción para el futuro, sino que sugirió con
practicidad, “Tómenle las medidas inmediatamente para encargarle un traje”.
Nuestros dirigidos raramente necesitan ser provistos literalmente con una
rasqueteada o con ropas, pero sus próximos pasos, a ser dados con
esperanza, son generalmente pequeños y simples como aquellos ofrecidos
por el Sr. Dick. El viaje no debe ser completado en un día, y el camino que
lleva al final es torcido e invisible, pero podemos ayudarlos a ver el pequeño,
simple, y muchas veces decepcionante próximo paso.
Si la dirección espiritual es sobre la esperanza también es sobre la
muerte. Cuando dejé la enseñanza secular para buscar la ordenación al
sacerdocio, me sentí llamada a trabajar con los moribundos. La experiencia
práctica en el hospital y con los frágiles ancianos en un hogar confirmaron
mis dones para este ministerio. Si bien era un trabajo emocional y
espiritualmente exigente, también era gratificante más allá de mis
expectativas. Debe ser un signo del humor fino (e irónico) de Dios que ya no
camine por corredores oscuros y vacíos en medio de la noche o vea la
disminución de la fuerza física ya mentes que una vez fueron claras
apagarse con la edad. Al principio estaba decepcionada de cambiar el
trabajo con el umbral de la vida por este negocio tranquilo, bien cuidado de
sentarme y escuchar, hasta que me dí cuenta que seguía trabajando con los
moribundos. Ya no está más de moda hablar de prepararse para una
"buena muerte", y justamente de eso se trata la dirección espiritual. El viaje
tiene un final, y nuestra muerte física es uno de sus jalones. Incluso cuando
no está dicho claramente, la gente viene a la dirección espiritual luchando
con preguntas acerca de su propia mortalidad. Podemos ayudar en esto
mientras exploramos la historia del futuro.
Auto-Revelación.
Contar la historia, como ya he dicho no es una actividad solitaria: los
directores son primeramente escuchas, pero también participantes por
derecho propio. Algunas veces esta participación aparece como pasiva,
consistiendo fundamentalmente en quedarse callado y no interferir, atento,
pero no dominante, pero los directores no deberían temer la auto- revelación
que resulta de participar en la conversación. Puede no ser más que
reconocer sus propias dificultades para perseverar en la oración o el defecto
tan humano de tener expectativas irreales. Los dirigidos tienden a ponerse
standards extremadamente altos para sí mismos y esperan, en su nuevo
estado de auto conocimiento, no impacientarse o no sucumbir a malicias
mezquinas. Que el director comparta su propia humanidad puede ser un
correctivo valioso.
La disposición para la auto-revelación es una de las distinciones
entre la dirección espiritual y la psicoterapia, donde la mutualidad de la
primera es una característica esencial de la relación. El director debería
tener siempre presente que él también es un peregrino, no es ni una
autoridad ni un gurú. Una auto-revelación cuidadosa es una manera de
mantenerse humano y con los pies en la tierra , aunque esta debe ser hecha
intencionalmente y con juicio, sino el encuentro de acompañamiento puede
degenerar en una acogedora charla. Por eso me pregunto: “¿Porqué estoy
haciendo esto? ¿Ayudará esto al dirigido? ¿O resultará mi auto-revelación
perjudicial, apropiándome del tiempo, la atención y la energía que
pertenecen por derecho a la persona sentada enfrente mío?”
La mayoría de mis dirigidos saben que estoy casada y he criado
hijos, pero trato de evitar el intercambio de anécdotas familiares. Todo
saben que soy sacerdote. Pueden adivinar mi edad aproximadamente
mirándome o más precisamente consultando el Directorio Clerical.
Ocasionalmente querrán saber más, y hay puntos en los cuales escuchar
algo de la historia de la directora es alentador, da seguridad y nos recuerda
que estamos caminando el mismo camino. Por eso en nuestros encuentros
iniciales, tengo la costumbre de preguntar si hay algo sobre mí que el
dirigido quisiera saber. La preguntas más comunes en este punto son,
“¿Qué te trajo aquí? ¿Cómo empezaste con este trabajo?”. A medida que la
relación se va desarrollando , el dirigido generalmente es capaz de tomar la
iniciativa hacer preguntas como: "¿alguna vez te sentiste así? ¿alguna vez
te pasó algo como esto?. Tácitamente he dado permiso para ser desafiada y
probada siempre que este compartirme sea de ayuda para el dirigido. Es un
asunto delicado y peligroso, porque puedo usar al dirigido para alimentar mi
ego. Por ejemplo, tengo que ser muy cuidadosa con Jo, que está ansiosa
por atribuirme una sabiduría y compasión que van más allá de mis sueños
más extravagantes. Pero como sé que corro peligro de seducción, por más
amoroso e involuntario que sea su intento, me resisto a su invitación de
hablar sobre mi persona con ella.
Ya sea que me una al relato de la historia, por invitación o por mi
propia intuición, nuestro sentido de solidaridad aumenta. Estamos unidos en
nuestro pecado, nuestro bautismo, y en los lugares comunes de nuestros
viajes. No necesito decir mucho, sólo unas pocas palabras ayudan a hacer
las conexiones. Así para Penny, madre de un adolescente problemático y
preocupante, le comento: “Ser madre puede ser un trabajo desgarrador.
Cualquiera que haya estado allí tiene al menos una idea de lo que estás
pasando.” Penny no necesitó escuchar detalles acerca de mi vida como
madre de (ahora felizmente crecidos) adolescentes, pero la ayudó saber que
habíamos compartido esta experiencia particular.
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Una auto -revelación cuidadosa también es útil para tratar con la
proyección y la transferencia. Como todos los seres humanos, los dirigidos
ven lo que quieren ver y por ende nos atribuyen grados de santidad y
sabiduría imposibles de lograr. Como Jo, que hubiera preferido oír sobre mí
antes que hablar sobre sí misma, no desean dejarnos ser nosotros mismos,
meros seres humanos capaces de pecado y mezquindad. En vez están
deseando, en verdad ansiosos, de elevarnos a grandes alturas de sabiduría
y santidad; podemos comprar esta inflación espiritual o aplicar el correctivo
necesario. Particularmente en las primeras etapas del acompañamiento, y
especialmente con aquellos para los cuales la idea del acompañamiento es
nueva, corremos el riesgo de ser puestos sobre un pedestal. Podemos
desactivar esto con lo que elegimos para revelar sobre nosotros mismos:
nuestras propias fallas en la oración, nuestra tendencia a la pereza,
impaciencia o codicia; nuestros tiempos de aridez. De ninguna manera
damos vuelta la relación y agobiamos al dirigido con nuestras fallas, pero
cuidadosa y suavemente le comunicamos que no tenemos poderes mágicos
ni línea directa con Dios. Somos compañeros de viaje, estamos en distintos
lugares del camino, quizás, pero somos falibles y normales.
Nos revelamos en más que palabras. Cualquiera que entre en mi
oficina sabe que me encantan las reproducciones de íconos, que mi
biblioteca es ecléctica , que estoy a favor de la ordenación de mujeres al
episcopado (un regio repasador púrpura, regalado por un amigo Inglés y
colgado en el interior de mi puerta proclama esto), y que me gustan las
rocas de mi adorado río en Virginia y flores frescas del florista de la esquina.
También nos revelamos por lo que usamos. Esto es un tema importante
para directores que son miembros del clero o de órdenes religiosas, ya que
una camisa negra con un cuello duro blanco o un hábito son un poderoso
mensaje de autoridad y jerarquía. A veces esto ayuda: algunos dirigidos
quieren estar seguros que se están confiando a alguien competente, y el
garbo clerical puede darles seguridad. También despersonaliza la situación,
ya que nos presentamos como “sacerdote” o “religioso” y no como “hombre”
o “mujer”. Esto puede tornarse en contra, cuando con frecuencia y
sanamente, el dirigido confunde intimidad con Dios con intimidad humana.
Agreguen a esto las proyecciones románticas sobre hombres de Dios en
traje ad hoc, y la vestimenta clerical o religiosa se convierte en un
impedimento.
Por eso cuido mi forma de vestir. Algunas personas se sienten más
cómodas hablando con un sacerdote claramente identificado,
particularmente cuando todavía están probando las aguas de nuestra
relación o tratando con material doloroso o lleno de vergüenza. Otros se
impresionan demasiado con lo exterior y se les hace difícil bajar a la
realidad. Si el director está con toda su vestimenta, parecen pensar, que
sólo es adecuado hablar sobre oración en su sentido más estrecho y a evitar
cualquier atisbo de lenguaje “impropio” o emociones. Entonces ayuda, al
menos algunas de las veces, aparecer en un vestido sencillo que no llame la
atención; no he llegado al extremo de ponerme jeans y buzo, pero puedo
imaginarme situaciones en que esta informalidad sería liberadora.
Constantemente me sorprendo de cuanta risa compartida hay en la
dirección espiritual. Al principio, estaba segura de que estaba haciendo algo
mal; después de todo la dirección espiritual es algo serio, y seguramente no
es lugar para risas. Pero una y otra vez me encuentro riéndome con mis
dirigidos, nunca de mis dirigidos. ¡Qué lástima que en los evangelios no hay
referencias de la risa de nuestro Señor! El humor tiene una forma de poner
las cosas en perspectiva, o de reducir nuestros egos inflados a proporciones
manejables. La risa nos hace y nos mantiene como niños.
También compartimos lágrimas. No soy de llorar fácilmente, menos
delante de otros, pero hay veces en la dirección espiritual que las palabras
están fuera de lugar y, a mi consternación inicial, siento que mis ojos
desbordan de lágrimas. Esto sucedió en mi trabajo con Linda, una
sobreviviente de años de abuso incestuoso. Más de una vez, mientras
compartía los detalles de su sufrimiento y degradación inimaginables, me
quedé sin palabras. No había palabras que no fuesen baratas, que no
deshonrasen su experiencia de alguna manera. Por un tiempo traté de
disimular mis lágrimas; después de todo, no parecía un comportamiento muy
profesional. De manera que me sostenía el mentón con la mano, en una
postura de intensa escucha y después me secaba las lágrimas con
movimientos que yo creía disimulados.
Años han pasado, y ahora Linda ha llegado a un lugar de esperanza
y gracia. No hace mucho me dijo, “no puedo decirte cuánto significó para mí
las veces que lloraste conmigo”. ¡Al diablo con la poco natural enjugada de
mis lágrimas!. De ninguna manera recomendaría llorar como mecanismo, ni
sugiero que los directores se entrenen para llorar. Pero la importancia de
emociones compartidas, de empatía y compasión no deben ser
subestimadas.
El hecho de que alguien nos confíe su alma, de que nos permita
entrar en su historia, no importa cuán compleja y complicada sea es
asombroso. Pero afortunadamente todavía hay otra sorpresa para el
director espiritual y esto es que el director es una figura secundaria en el
ofrecimiento de hospitalidad. ¡Sin previo aviso alguien se adelantó al papel
de anfitrión! En el ministerio de la dirección espiritual el Espíritu Santo es el
verdadero director. Esto me da mucha seguridad cuando me asalta la
ansiedad acerca de mi rendimiento. ¿Seré sabia? ¿Seré suficientemente
santa o al menos lo pareceré? ¿Seré capaz de hacer un trabajo al menos un
poco decente? Pero si estoy dispuesta a delegar mi papel al verdadero
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Anfitrión, el peso de la responsabilidad desaparece y el espacio que he
preparado se convierte en sagrado y lleno de gracia.
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CAPITULO 2
BUENOS MAESTROS
Cuando se puso en camino un hombre corrió hacia El y,
arrodillándose, le preguntó: “Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar
la Vida eterna?”. Jesús le dijo: “¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es
bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio,
no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu
padre y a tu madre”. El hombre le respondió: “Maestro, todo eso lo he
cumplido desde mi juventud”. Jesús lo miró con amor y le dijo: “Sólo te falta
una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro
en el cielo. Después, ven y sígueme”. El, al oír estas palabras, se entristeció
y se fue apenado, porque poseía muchos bienes.
Mc. 10, 17-22
Cada tanto me subo a un taxi conducido por un miembro de esa
raza en vías de extinción mezcla de taxista filósofo, hombre sabio de la calle
con dones de discernimiento, que me pregunta, “Usted es maestra, ¿verdad
Señora?” Y yo tengo que decirle, “Sí, lo soy.”, mientras me pregunto qué fue
lo que me delató. Soy un montón de otras cosas, sacerdote, esposa, madre,
administradora, practicante médica lega, fregona de pisos, lavandera, pero
mi identidad como maestra ha estado conmigo desde que recuerdo, y es
una identidad verdadera, inseparablemente unida a mi vocación sacerdotal.
Tendría alrededor de seis años cuando la urgencia pedagógica me
sobrevino. Acababa de aprender a leer y no podía esperar para impartirle a
mi amiga Peggy , que era dos años menor que yo y considerablemente más
pequeña, mis nuevas habilidades. Así que jugábamos al colegio
interminablemente. Las cosas no han cambiado mucho, la excitación de
compartir lo que se ha aprendido, de explorar y descubrir con otros, ha
permanecido conmigo, pero lo que sí ha cambiado es que ya no soy
autoritaria. Mientras la mayor parte de mi vida profesional ha transcurrido en
las aulas de la universidad, mi experiencia ha sido variada. He sido maestra
de Inglés para alumnos extranjeros, de humanidades para adolescentes
consentidos en un colegio de moda, y de literatura Inglesa a chicas
embarazadas de un colegio secundario en los días en que buscaban refugio
en los Hogares Florence Crittenton. (Todas lloramos cuando David
Copperfield se quedó huérfano.) Finalmente enseñé en un curso de Alemán
técnico para una clase llena de ingenieros eléctróni
cos, entremezclada con algunos químicos, que constituyó un ejercicio de
apoyo mutuo.
Cuando empecé el proceso de ordenación al sacerdocio, pensé que
estaba descartando la piel de mi identidad de maestra y “dejando” una vida
que amaba. Como sacerdote me veía trabajando en una parroquia o
posiblemente una capellanía; irónicamente me encuentro de vuelta en el
aula y me alegro de estar allí. Toda mi experiencia pasada ha contribuido a
mi trabajo y ministerio presentes, y estoy rodeada por una nube de testigos,
Peggy sentada pacientemente en el último escalón de la galería mientras yo
la torturo con la tabla del tres, el cortés empresario Japonés a quién trato de
explicar la diferencia entre la “L” y la “R”, y todas esas clases de estudiantes
de Alemán que no terminaban de contagiarse mi entusiasmo por la
terminación de los adjetivos o la diferencia entre el dativo y el acusativo. Me
doy cuenta, que al menos en parte, soy sacerdote porque soy maestra, que
mis años como maestra fueron años de preparación, y que nada se
desperdició o se perdió.
Todavía paso mucho tiempo en el aula, y los programas y listas de
lectura todavía toman al menos algo de mi atención. Pero cada vez soy más
consciente, que cuando más plenamente soy maestra es cuando me
encuentro con alguien para la dirección espiritual. Cada vez más también,
soy consciente que lo que enseño no puede ponerse prolijamente en un
catálogo de descripción de cursos y que mi trabajo es infinitamente más
complejo y sutil que el mero impartir de información. Es verdad que
ocasionalmente hay personas que buscan dirección espiritual cuando en
realidad deberían asistir a una clase de consulta o leer un libro de teología, y
yo puedo decirles sin disculparme que la curiosidad intelectual sobre la fe se
satisface mejor en otro lugar. Tampoco enseño métodos de oración, aunque
estoy lista para ayudar a mis dirigidos a buscar formas y ritmos que sean
más fructíferos para ellos.
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Entonces ¿qué es lo que enseña un director espiritual? En la
expresión más simple y también más profunda de la palabra, el director
espiritual es simultáneamente un aprendiz y un maestro de discernimiento:
¿Qué está pasando? ¿dónde está Dios en la vida de esta persona? ¿cuál
es su historia? ¿en qué lugar encaja esta persona en nuestra historia
Cristiana? ¿cómo está trabajando el Espíritu Santo en la vida de esta
persona? ¿qué está faltando?
El primer paso del discernimiento es la percepción. El director está
profundamente atento a la persona sentada frente a él, abierto y permeable
a todo lo que se dice, a lo que no se dice, a lo que se revela y a lo que se
esconde. Aún más importante, por su ejemplo y su interpretación sensata,
ayuda al dirigido a tener esa misma apertura y atención (attentiveness).
Juntos miran, escuchan y esperan. El trabajo de la percepción no es fácil ni
automático: generalmente vemos lo que queremos o lo que esperamos ver.
Cuando buscamos discernir la acción del espíritu Santo en nuestras vidas,
esperamos algo dramático, espectacular. En esto nos parecemos a Naamán
el leproso, un poderoso general que viajó desde Siria para pedirle al profeta
Elías que lo cure. Elías no se encontró con él, sino que le mandó un
mensajero para decirle que se lavase en el Río Jordán. Enfurecido por la
sencillez del tratamiento, Naamán exclamó:
“Yo me había imaginado que saldría él personalmente, se pondría
de pie e invocaría el nombre del Señor, su Dios; luego pasaría su mano
sobre la parte afectada y curaría al enfermo de la piel. ¿Acaso los ríos de
Damasco, el Abaná y el Parpar, no valen más que todas las aguas de
Israel? ¿No podía yo bañarme en ellos y quedar limpio? (2 Rey 5,11-12)
De manera similar el dirigido puede rechazar lo simple, lo cotidiano,
lo que está a mano. Aquí el director puede servir como guía, como maestro,
señalando suavemente los signos que están al mismo tiempo escondidos y
obvios.
El segundo paso en la tarea de discernimiento es juzgar qué debe
hacer uno con la percepción. Cuales son los próximos pasos a seguir con el
descubrimiento (insight) que se ha hecho. Es importante concentrarse en los
próximos pasos, a pesar de la tentación de operar en gran escala. Es
humano querer esperar hasta tener condiciones óptimas: volveré a empezar
de nuevo a rezar después de Cuaresma, o después de dar este examen, o
cuando me haya curado completamente de este resfrío. Pondré en orden mi
casa interior ni bien se solucionen mis problemas en la oficina. Volveré a
pensar en Dios cuando el bebe duerma toda la noche, cuando empiece el
jardín de infantes o saque licencia para conducir. Una de las enseñanzas
más importantes que un director puede ofrecer, y ofrecer una y otra vez, es
el valor del momento presente. Los frutos del discernimiento pueden ser
disfrutados por mucho tiempo pero el material de la percepción y el juicio
atento del mismo tiene que encontrarse aquí y ahora, en el día a día de la
vida del dirigido.
La tarea del director es doble: el mismo debe tener capacidad de
discernimiento, debe ser capaz de quitarse del medio para estar
enteramente presente a la persona sentada frente a él. Al mismo tiempo con
su ejemplo y estímulo, ayuda al dirigido a desarrollar y confiar en sus
propios poderes de discernimiento. Esto implica que la persona debe
mirarse a sí misma, bajar sus defensas, y enfrentar las preguntas difíciles.
Quizás sería más cómodo y bastante más fácil ignorar lo que el Espíritu
quiere hacer en nosotros.
En Conocernos como Somos Conocidos: Espiritualidad de la
Educación, Palmer Parker está escribiendo sobre educación, pero mucho de
lo que dice se aplica a la relación de dirección espiritual. Tomando su texto
de 1 Corintios 13, 12, “Ahora vemos como en un espejo, confusamente;
después veremos cara a cara. Ahora conozco todo imperfectamente;
después conoceré como Dios me conoce a mí”. Palmer está principalmente
preocupado por superar la brecha entre sujeto y objeto, el conocedor y el
conocido. Nota la conexión etimológica entre verdad y promesa (truth y
troth), y dice,
Conocer algo o alguien en verdad es entrar en promesa con ella,
reunir con nuevo conocimiento lo que nuestras mentes habían dividido.
Conocer en verdad es prometerse, comprometer lo conocido con todo
nuestro ser, un compromiso en el cual uno entra con atentividad, cuidado y
buena voluntad. Conocer en verdad es permitir ser conocido también, ser
vulnerable a todos los desafíos y cambios que trae cualquier relación
verdadera. Conocer en verdad es entrar en la vida de aquel que conocemos
y permitir que él entre en la nuestra. El verdadero conocimiento casa al que
conoce con el que es conocido; incluso en la separación, los dos se hacen
parte de la vida y el destino mutuo.13
Conocer desde la verdad, es entonces, darse a conocer. Esta es la
verdad que se encarnó en Jesucristo, una verdad conocida no en
abstracción sino en relación. El compromiso compartido con la verdad
asegura que la relación de dirección espiritual es de sincera mutualidad,
porque tanto el director como el dirigido deben dejar que el otro los conozca.
Esto marca una de las mayores diferencias con la psicoterapia: el director
debe estar dispuesto a ser conocido- no sólo por sus credenciales y títulos,
sino en su vulnerabilidad y limitaciones de hijo de Dios.
De manera similar el dirigido debe estar dispuesto a darse a
conocer, a dejar de lado sus máscaras una por una, no importa lo lindas o
131313
Parker Palmer, To know as we are known: A Spirituality of Education (San
Francisco: Harper & Row, 1983), p. 31
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útiles que éstas sean. A pesar de las buenas intenciones este no es un
trabajo fácil. La dirección espiritual atrae a desproporcionada cantidad de
introvertidos, que requieren una gran cantidad de tiempo y paciencia para
alcanzar el nivel de confianza necesario para la autorevelación. Un amigo
una vez comparó el trabajo con ellos con el trabajo de convencer a un ciervo
que salga del bosque: lo observas mirando hacia fuera entre los árboles,
aventurándose ocasionalmente al prado, pero un movimiento súbito de tu
parte puede hacer que vuelva disparando adentro del bosque. Sin embargo
solamente dándonos a conocer y conociendo nuestro yo más profundo
podemos tener la seguridad de que somos conocidos por Dios. Si este
trabajo interior se hace en la dirección espiritual, tendrá un efecto en la
relación de la persona con el resto de la creación. Cuando el dirigido se
conoce a sí mismo y se deja conocer por los otros y por Dios se despierta a
la red de relaciones que lo conecta con toda la creación.
El Gran Modelo: Jesús el Maestro
El gran modelo para todos los maestros y ciertamente para todos los
maestros que son directores espirituales es el mismo Jesús. En los cuatro
evangelios hay más de 40 referencias de Jesús como maestro, darles un
repaso puede ser un ejercicio muy esclarecedor. Nos enteramos que
enseñaba “como alguien que tiene autoridad” (Mt 7,29; Mc 1,22). Sabemos
que a veces sus enseñanzas eran dolorosas, escasamente se podría decir
que los oyentes la recibían como buenas noticias, “Y comenzó a enseñarles
que el Hijo del hombre debía sufrir mucho y ser rechazado…..que debía ser
condenado a muerte y resucitar después de tres días”(Mc 8,31). Noten el
ritmo de sus enseñanzas: Jesús enseñaba en lo lugares “correctos” y
predecibles, como el templo, la sinagoga, pero también enseñaba en la
mesa y mientras caminaba por los caminos. Sus métodos eran variados,
historias, parábolas, preguntas difíciles, dichos y pronunciamientos que
tenían autoridad, y también usaba ayudas visuales. Cuando los fariseos
quisieron atrapar a Jesús en la discusión acerca de la legalidad de pagar
impuestos al César, les pidió que le mostrasen una moneda.
Ellos le presentaron un denario, Y él les preguntó: “¿De quién es
esta figura y esta inscripción?”. Le respondieron: “Del César”. Jesús les dijo:
“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.” (Mt 22,19-21)
Lo simple y concreto de la respuesta atravesó todos los enredos.
Cuando los que le preguntaban la escucharon, se “maravillaron” y partieron.
Jesús también enseñaba indirectamente y en silencio como en el
caso de la mujer adúltera, donde su estudiada falta de atención debe de
haber enfurecido a aquellos que querían pescarlo en un error teológico o
legal.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido
sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús:
“Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés en la
ley nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres, Y tú, ¿qué dices?” Decían
esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús
inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo, Como insistían se
enderezó y les dijo: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra.”
E inclinándose nuevamente siguió escribiendo en el suelo. Al oír estas
palabras todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más
ancianos. (Jn. 8,3-9)
En la jerga común diríamos que se negó a “ser enganchado”.
Ciertamente con su silencio Jesús forzó a quienes lo cuestionaban a
abandonar sus polémicas legales y su incitación a la violencia, y los hizo
mirar dentro de sí mismos.
En los evangelios aprendemos que enseñar es una actividad
peligrosa: Mientras Pilatos no encontraba ningún crimen en Jesús, sus
acusadores “Pero ellos insistían ‘Subleva al pueblo con su enseñanza en
toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí’” (Lc. 23, 4-5).
Las enseñanzas de Jesús son claramente revolucionarias como lo es todo
trabajo transformante; este es un buen punto a tener en cuenta para todos
los que emprenden el riesgoso asunto de la dirección espiritual.
Cuando Jesús es llamado “Maestro” por aquellos más cercanos, el
nombre tiene una especie de sabor de intimidad y deferencia mezclados.
Entonces en el relato de Lucas de la unción hecha por “una mujer de la
ciudad, que era una pecadora”, reconoce la crítica silenciosa en la mente de
su anfitrión y le dice, “Simón, tengo algo que decirte.” Cuando el fariseo
contesta, “¿Qué quieres, Maestro?” Jesús responde citando un caso
hipotético, sacado del mundo del comercio y por lo tanto muy lejano de la
escena sensual y llena de emoción que estaba delante de ellos. Invita a
Simón, que era un hombre práctico, a resolver un problema:
“Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos
denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a
ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?” Sinón contestó: “Pienso
que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. (Lc. 7,
41-43)
A primera vista, parece que Jesús le está enseñando a su anfitrión
acerca de la mujer, su derecho a estar presente, a acercarse a Jesús, a
recibir el perdón, pero luego pone el foco en Simón.
“¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre
mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus
cabellos. Tú no me besaste; ella en cambio, desde que entré, no cesó de
besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis
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pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido
perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le
perdona poco, demuestra poco amor.” (Lc. 7, 44-47)
Cuando Jesús pregunta, "¿Ves a esta mujer?" en realidad le está
ordenando: "Mirate a vos mismo". Esta es una historia de dirección
espiritual, donde la relación está claramente definida. Simón, el anfitrión rico
y poderoso, espera escuchar la verdad de su maestro, y el reproche de
Jesús mezcla severidad con cariño.
Como directores espirituales nos vamos a encontrar con los
descendientes de Simón. Gente de buen gusto que juega según las reglas.
A su modo, igual que Simón son generosos y abiertos a Dios. (Después de
todo, el fariseo había invitado a Jesús a comer con él) Pero al igual que
Simón no pueden creer que Jesús tenga mal gusto o un juicio errado. Con
Simón piensan, “si este hombre fuera un profeta, sabría qué clase de mujer
es esta que lo está tocando, porque es una pecadora". Como buen maestro
Jesús lo lleva al discernimiento, a un claro entendimiento de sus propias
percepciones y juicios errados.
Tenemos otro vistazo de Jesús como maestro en su relación con
María de Betania. En el relato de Lucas (10, 38-41) se sienta a sus pies y
escucha sus enseñanzas. Esta no es una postura servil, sino una postura de
alumno, de discípulo. Mucho queda sin decir en el breve pasaje, sin
embargo la profunda intimidad queda clara. Me encuentro deseando saber
más, darle cuerpo a la historia, y conocer las particularidades de la
enseñanza de Jesús y de lo que ella aprendía a sus pies, Esta es una
invitación, particularmente para las mujeres, a reclamar una postura de
receptividad y aprendizaje y a abrirse al trabajo de discernimiento.
Un paradigma aún más rico de dirección espiritual como enseñanza
es el encuentro de Jesús con la Samaritana en el pozo. En muchas maneras
ella es lo opuesto a Simón el fariseo: como mujer y Samaritana es una
marginada., una persona sin ningún valor. Sin embargo es Jesús quien iicia
la conversación con ella, empezando con un pedido concreto, práctico, de
un poco de agua para beber y luego pasa rápidamente de lo físico a lo
espiritual:
Jesús le respondió: “El que bebe de esta agua tendrá nuevamente
sed, pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener
sed. El agua que yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará
hasta la Vida eterna.” “Señor le dijo la mujer, dame de esa agua para que no
tenga más sed y no necesite venir hasta aquí a sacarla”. (Jn. 4, 13-15)
Una vez más, el objetivo de la enseñanza es el auto-conocimiento:
Jesús ayuda a la mujer a mirar profundamente dentro de sí misma y
descubrir su sed de Dios.
La sorprende con su conocimiento acerca de su vida sexual, un área
que es personal, privada y potencialmente vergonzosa. Sin embargo ella
experimenta su sinceridad como liberadora, porque deja su jarro de agua y
va a contarle a toda la ciudad su encuentro con este profeta que se ha
identificado a sí mismo como el Mesías. Juan nos dice, “Muchos
Samaritanos de esa ciudad habían creído en él por la palabra de la mujer,
que atestiguaba: ‘Me ha dicho todo lo que hice’ “(Jn. 4, 39). No se siente
descubierta o acusada, sino más bien, por primera vez, verdaderamente
conocida. Ahora es libre para conocerse a sí misma, mirarse a sí misma, y
ser ella misma. En esta nueva libertad, ella también se convierte en maestra
y lleva una buena noticia a sus vecinos, conduciéndolos en el primer paso
del auto-conocimiento.
Hay otro mensaje importante para directores espirituales en esta
historia: podemos encontrar nuestros dirigidos más receptivos entre los
marginados, aquellos que viven excluidos tanto en lo social, como en lo
económico, como en lo eclesial. Estas son personas que tienen poco que
perder y todo que ganar. Quizás sean marginados de nacimiento, por
elección o por destino. Pero cuando Jesús le pide a la Samaritana que le dé
de beber, nos está diciendo que no hay marginados, que la etiqueta en sí es
artificial y falsa.
Como Simón el Fariseo, la mujer Samaritana vive entre nosotros. A
veces está bien vestida y parece pertenecer al grupo social, pero revela su
status cuando nos permite echar una mirada a su desesperación, depresión
o adicción tan bien escondidas. Algunas veces la hemos marginado por su
origen étnico, sus perversiones sexuales o su pobreza. Y si nos lo
proponemos, podemos pasar toda nuestra vida ignorando su presencia.
No hace mucho me encontré con una mujer Samaritana en el subte
yendo al centro. Había sido un día largo, lleno de conversaciones intensas y
de dolores ajenos. No quería hablar con nadie, y ciertamente no quería
escuchar a nadie. Mi práctica en la cura de almas transcurría entre las 8.00
y las 17.00, mi horario ya había terminado, y esperaba con ansia perderme
en el anonimato del subte, y sumergirme en mi novela.
Entonces una mujer desaliñada, mal vestida y no muy limpia se
sentó al lado mío. Pensé, “¿Cómo puedo escapar?, ya está mirando mi
cuello clerical, me ha pescado.” Con seguridad: “¿Cómo estás hermana?”.
Entonces las palabras salieron a borbotones. En en el transcurso de unos
pocos minutos, me parecía haber escuchado la historia de su vida, su lucha
con la adicción, sus esperanzas de empezar de nuevo en un centro de
rehabilitación. Supe que, después de todo, mi horario no había terminado,
así que le dije las cosas que pensé serían adecuadas y me sentí muy santa
por mi amabilidad. Cuando se preparó para bajar, supe que me iba a pedir
plata y asegurarme que era para comprar alimentos nutritivos, no drogas.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
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Interiormente discutí conmigo misma: debía o no darle unos pesos.
Entonces se paró, se inclinó hasta que estuvo bien cerca de mí, me puso un
cospel de subte en la mano. “Dios te bendiga, hermana”. Y se fue.
No había sido capaz de reconocerla. Mi día y mis energías habían
sido usadas en gente que se ducha y pide turno. Había sido un buen día, al
menos probablemente no había hecho mal a nadie. Pero mirando
retrospectivamente sé que la mujer del subte estaba sedienta, no de drogas
o de alcohol, sino de un sorbo del agua que brota hasta la vida eterna. Yo
había respondido con una amable charla, pero a pesar de eso ella había
podido descubrir a Cristo en medio de nosotras. Había vida en el regalo que
me hizo, y sentí que ella “sabía todo lo que yo había hecho” y que estaba
bien que así fuese.
Maestros del desierto.
En su ascetismo extremo y aparente negación de las bondades de
la creación, los padres y madres del desierto del siglo XIV, parecen
mentores poco probables para el director espiritual de hoy en día. Extraños y
muchas veces intratables, estarían fuera de lugar en la educada
respetabilidad de nuestras iglesias. (Abba Pambo decía: “El monje debe
llevar tales vestidos, que si los tirara fuera de su celda, y quedaran allí
14
durante tres días, nadie los tomaría.” ) Sin embargo como directores
espirituales eran educadores en el verdadero sentido de la palabra,
ayudando a sus seguidores a descubrirse y comprenderse. El verdadero
aprendizaje resultaba de mirarse interiormente, y de enfrentarse con uno
mismo (y con Dios) en soledad: "Ve, siéntate en tu celda y tu celda te
enseñará todo"15
Estos solitarios del desierto enseñaban con el ejemplo de sus
propias vidas además de sus enigmáticos consejos. Abba Isaac cuenta de
su búsqueda de un director espiritual cuando era joven. Dos veces se ligó a
abbas más experimentados, preparado a vivir en sus casas y ponerse a su
servicio. Pero ellos no le dijeron lo que debía hacer; más bien ellos lo
sirvieron a él. Isaac buscó consejo en otros:
“Estos fueron adonde él estaba, y le dijeron: Abba, el hermano vino
a tu santidad para sacar provecho, ¿por qué no le dices que haga algo?. El
anciano respondió: no soy cenobita, ¿qué le puedo ordenar? Yo no le digo
nada, pero si quiere, puede hacer lo que me vea hacer. Después de eso yo
14
Ward, Desert Christian, p. 197.
15
Ibid., p.139.
me adelantaba y hacía lo que estaba por hacer el anciano. Todo lo que éste
hacía lo hacía en silencio, y así me enseñó a trabajar en silencio”16
Estaban deseando permanecer en silencio, en efecto, se sentían
cómodos en la tensión creativa del silencio. Como Teodoro de Perme, se
resistían a ser convertidos en gurús y estaban contentos de ser ellos
mismos.
“Me junto con la gente cuando me encuentran”. Entonces le dijo a su
discípulo, “Si alguien viene a verme, no digas nada por respeto, pero si
estoy comiendo, dile, ‘Está comiendo’, y si estoy durmiendo dile, ‘Está
17
durmiendo’ “.
La mayoría de los directores espirituales del desierto eran hombres,
pero una de las pocas mujeres, Amma Teodora, escribe sobre los maestros
con palabras directamente aplicables al siglo veinte:
“El maestro debe ser extraño a la avaricia y la vanagloria, alejado de
la soberbia, no sujeto a la alabanza ni enceguecido por los dones, no
vencido por el vientre ni prisionero de la ira, sino paciente y misericordioso,
humilde en cuanto se pueda; debe ser probado y tolerante, aplicado y
amante de las almas”.18
¡Teodora no tiene nada de raro, ni es intratable! Ella no sabía nada
sobre proyección, transferencia y contratransferencia, pero vió que el
director-maestro puede quedar atrapado por el autoengaño y perder su
amorosa objetividad en una relación de intimidad espiritual. Como
directores, nos debería sonar la alarma cuando nuestros dirigidos empiezan
a adularnos en vez de respetarnos y tratan de ponernos en un pedestal. Mis
dirigidos rara vez tratan de cegarme con regalos, o "conquistarme por el
estómago"- pero rechazo invitaciones que son puramente sociales y pueden
trivializar la relación.
Cuando Teodora nos advierte sobre el enojo, indudablemente
estaba pensando en su propio enojo, ya que los abbas y ammas del desierto
debían luchar constantemente contra esta pasión. (Aba Agatón dijo,
“Aunque el iracundo resucitase a un muerto, no es agradable a Dios”19)
Como director espiritual, estoy más expuesta al enojo de las personas y a mi
propia reacción a esto. La mayoría de nosotros desea agradar y es reacio a
disgustar al otro. Como la mayoría de las personas tienen dificultad para
16
Ibid., pp 99-100.
17
Ibid., p. 78..
18
Ibid., pp.83-84
19
Ibid., p. 23
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22
expresar enojo, especialmente si tiene que ver con Dios, nos enfrentamos
con conductas que nos ponen a prueba o con negación en nuestros
dirigidos cuando llegan a nosotros llenos de furia. ¿Cuánto tiempo los
dejamos seguir con la bronca? ¿cómo respondemos, combinando la verdad
con amor? ¿cómo podemos usar este enojo del dirigido?
Con Michelle, desesperadamente sola y aún herida por su infancia
con una madre abusiva, la situación es complicada. Sé que me ve como una
“buena” madre, pero tiene miedo que me enoje con ella. Hemos trabajado
juntas lo suficiente como para probar nuestra relación, y hace como un año,
me fue empujando más y más hacia la confrontación. Michelle estaba
consumida por la rabia y los celos, que no se animaba a nombrar y trataba
de enmascarar con una piadosa dulzura. Se resistía a las relaciones y
experiencias que la pudieran forzar como a Simón el Fariseo, a dejar de
mirar a los otros juzgándolos con dureza, y en cambio mirarse a sí misma
con claridad. Los otros, implicaba, sus compañeros de clase, gente de la
parroquia, miembros del grupo de oración, eran buena gente pero no
estaban a su nivel. Si yo no nombraba su grandiosidad espiritual (que
enmascaraba una falta de auto estima abismal), me convertía en su
cómplice. Entonces le dije algunas verdades duras, y agregué:
“Probablemente estás muy enojada conmigo, y está bien. Tu enojo no me va
a lastimar, y yo no me voy a enojar con vos”. Con rabia en sus ojos pero con
una voz dulce y suave, me aseguró que ella nunca podría enojarse conmigo.
Después desapareció por seis meses.
Según Amma Teodora, el director espiritual tiene que estar libre de
partidismo. Todos queremos ser los hijos favoritos: los favoritos de Dios, de
nuestros padres, de nuestro director, incluso si la dirección es de mutualidad
y no cuasi-parental. (Recuerdo con vergüenza mi propio sentimiento de
traición hace años cuando me enteré que compartía mi directora espiritual
con una mujer bien intencionada pero no muy inteligente. Mi reacción inicial
fué “¿Qué puede verle a ella?”) En el pequeño mundo de la dirección
espiritual, a menudo conocemos a nuestros dirigidos en otros contextos, y
nuestros dirigidos es probable que se conozcan entre ellos, puede ser que
no se quieran o incluso que se desprecien. Observar estrictamente la
confidencialidad puede ayudarnos a ser imparciales. Si no podemos estar
abiertos al dirigido e incluso tomar partido por él, es más que tiempo de
remitirlo a otro director, haciéndonos cargo completamente por el deterioro
de la relación.
Discerniendo preguntas.
Hay muchas preguntas en la dirección espiritual, preguntas
explícitas, implícitas, respondidas y sin responder, pero a medida que la
historia se va contando y lo accesorio va quedando en el camino, queda
claro que una pregunta yace en el corazón de esta historia: "Maestro bueno,
¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?" (Mc 10,17). Raramente se
expresa tan abiertamente, y la persona que busca dirección espiritual puede
no ser todavía consciente que esta es una pregunta central. El director sabe,
por supuesto, que el anhelo de Dios y de una relación con El, la vida eterna,
está subyacente en todas las cosas que se trabajan en la dirección espiritual
y que entreteje las partes dispares uniéndolas. Para el dirigido la pregunta
puede emerger con un enfoque más agudo a medida que crece la confianza
y el trabajo continúa, pero la pregunta ha estado allí todo el tiempo.
El evangelio de Marcos que relata acerca del joven rico es un
paradigma para la dirección espiritual, especialmente para la dirección
espiritual como enseñanza. Sus palabras para llamarlo: -"Maestro bueno"-
reconoce una relación jerárquica: mira al maestro buscando una respuesta
que no puede encontrar dentro suyo. Hay también una conexión afectuosa,
está implícito que el buen maestro tiene en su corazón un interés por la
persona que pregunta. Parece simplista notar que uno puede ser maestro
solo en relación, que el propósito de la enseñanza es ayudar al otro a que
haga sus propios descubrimientos. Entonces la jerarquía es suave y a lo
mejor transitoria, y el poder aparente del maestro es justamente eso,
aparente. Como en la historia de Marcos el que pregunta debe ser libre para
abordar la pregunta e incluso para aprender a amarla.
Marcos nos cuenta que "Jesús, mirándolo, lo amó". La relación
maestro alumno se basa en el amor- o debería basarse en el amor.
Tendemos a ser mezquinos con nuestro amor y a considerarlo apropiado
sólo en las relaciones personales íntimas. Confundimos amor con
sentimientos de calidez, ternura, muy distinto al amor objetivo y
desinteresado del maestro.
Siempre me pregunto si el joven sabría que Jesús lo amaba. ¡En
ese momento probablemente no se daba cuenta!!. Una de las tareas más
difíciles de la dirección espiritual es la de aprender a decir la verdad con
amor. Podemos ahorrársela a los más frágiles, aquellos que tienen más de
lo que pueden soportar y no están todavía listos para escuchar la verdad. Es
difícil permanecer con un descubrimiento, sin embargo podemos no decir
nada o podemos ir dando pequeños trozos de la verdad. Pero con los más
fuertes y maduros espiritualmente no necesitamos ser tan cautelosos.
Aprendí esto en una conversación con Karen, que había venido para
hablar sobre un sentimiento creciente de vocación al ministerio ordenado.
Conocía lo suficiente a su familia y la hostilidad implacable de su marido
hacia la Iglesia como para saber que su matrimonio no resistiría la tensión si
ella decidía seguir su vocación. Lo que no conocía era su dureza interior
casi despiadada. Así que le dije, muy suavemente tratando de ayudarla a
que su vida fuese más fácil, “Una persona realmente necesita el apoyo de
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su familia, especialmente el apoyo de su esposo, antes de tomar este
camino”. Los ojos de Karen centellearon: “¡Estoy hablando de un llamado de
Dios!”
Supe que ésta no era una mujer que buscaba mínimas dosis de
verdad endulzadas, entonces le dije, “Perdóname por no decirte
directamente lo que pienso. Tu sabes que tu matrimonio probablemente no
sobreviva si sigues tu llamado a la ordenación, no es cierto?”
Karen susurró, “Ya lo sé”
Si el joven del evangelio de Marcos hubiese acudido a mí,
probablemente hubiese estado tentada de consolarlo: "Realmente estás
haciendo las cosas bien. La mayoría de las personas no es capaz de
guardar todos esos mandamientos! Asi que sigue haciendo lo que estás
haciendo y no te preocupes por la vida eterna." Pero Jesús sabía que este
hombre estaba preparado para escuchar la verdad, así que le dió la
respuesta para su pregunta. "El, al oír estas palabras, se entristeció y se fue
apenado, porque poseía muchos bienes" (Mc 10,22)
Acá nuevamente Jesús es un maestro de discernimiento. Le dice,
"Mira tu vida. Mira tu tesoro. Reconócete! ¿Cuáles eran las muchas
posesiones del joven? ¿Cuáles son las posesiones que se interponen entre
nuestro dirigido y Dios? Obviamente el hombre era materialmente rico; sin
duda en la Palestina del siglo primero como en Norteamérica en el siglo
veinte, administrar dinero puede demandarnos una dedicación total. La
riqueza es un ídolo atractivo, más fácil de aferrarse que a Dios, y que nos
promete confort y seguridad. Pero hay otras posesiones que pueden hacer
que el dirigido se aleje apenado. Es difícil soltar identidades mantenidas
cuidadosamente, sobre todo las clericales y "espirituales"(Quizás esto
explique porqué muchos clérigos son poco confiables como dirigidos.)Es
difícil soltar toda una vida de adicciones acumuladas, no solamente
adicciones a sustancias químicas dañinas, pero a la hiperactividad, a las
distracciones de nuestro tiempo libre que adormecen nuestra mente y
nuestro espíritu y a las relaciones personales malsanas. Y es especialmente
difícil soltar la libertad que nos da la irresponsabilidad espiritual, aunque
andar sin rumbo, ignorando la atracción magnética hacia el amor de Dios
trae consigo su propio sufrimiento.
La historia del joven rico deja bien en claro que la dirección espiritual
no debe ser tomada a la ligera. Aquellos que la ven como otro camino de
auto- mejoramiento o auto-conocimiento pueden quedar sorprendidos de las
exigencias a las que se ven sometidos si están dispuestos a perseverar y
"cumplir los mandamientos." Puede ser que esperen una palmadita en el
hombro; en cambio las exigencias aumentan a medida que aumenta el
compromiso. A medida que el trabajo se hace más intenso y profundo, es
importante que el director-maestro recuerde lo que está enseñando: a
mirarse a sí mismo sin pestañear para luego ser y actuar de acuerdo a eso.
Algunas veces el costo es muy alto y el dirigido elige terminar con la
relación. Muchas veces las verdaderas razones no se dicen, o las que se
dicen no son las principales. Un colega mío me contó el caso de una mujer
que le dio la verdadera razón para terminar con el acompañamiento. Era
una mujer educada, de buena posición, una buena mujer que observaba los
mandamientos. A medida que pasaba el tiempo mi colega veía con alegría
como crecía. La veía transformarse y presentía que se hallaba en el umbral.
No sabía cuál sería el próximo paso, podría ser un cambio radical en su
vida, o externamente podría parecer la misma pero toda su vida irradiaría
desde un profundo compromiso interior. Y de repente ella le dijo "No voy a
volver. Esto me está costando demasiado. Voy a tener que cambiar y yo no
quiero cambiar. Me gusta mi vida como está". No sé que pasó con la mujer
pero mi amigo quedó muy apenado.
Jesús pudo dejar ir al joven rico. Esta es una lección muy dura para
los directores espirituales, quizás porque tememos "fracasar". En otras
palabras, tenemos un interés orgulloso en tener razón, en ser directores
efectivos, en señalar el mejor camino. Es difícil dejar ir a la persona y es
difícil confiarla al cuidado de Dios, lo que significa que el tiempo que
pasamos trabajando juntos puede dar frutos muy a futuro, y que hasta
entonces el dirigido puede "irse a un país lejano y alimentarse con bellotas".
Buenos Maestros.
Todos hemos tenido suficiente experiencia con maestros malos o
mediocres como para saber, que en nuestra finitud humana, debemos
esforzarnos para ser, como maestros, lo mejor que podamos. La
responsabilidad del director espiritual es muy grande, y la posibilidad de
hacer daño también. ¿Cuáles son las características de un buen maestro?
Primero, un buen maestro fomenta el juego. Nuestra cultura ha
hecho del ocio una industria, pero sabe muy poco acerca de jugar. Muchas
veces lo que llamamos "juego" es competitivo o compulsivo, porque la
dimensión estética del verdadero juego, su sagrada inutilidad va en contra
de nuestra naturaleza. Sin embargo como dice sabiamente el poeta filósofo
alemán Schiller, el ser humano sólo es completamente humano cuando
juega.
Constantemente me llama la atención la similitud entre “jugar” (play)
y “orar” (pray). Esto me aparece humorísticamente desde el procesador de
texto cuando mis dedos adquieren vida propia y me encuentro escribiendo ,
“Va a ser necesario jugar (play) acerca de esto”. El nexo entre juego y
oración, e implícitamente la conexión entre el juego con el trabajo de la vida
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
24
contemplativa, está aparente en La Nube del No Saber, trabajo místico del
siglo XIV. El autor menciona que no es posible estar siempre en el mejor
momento espiritual:
La enfermedad, las aflicciones del cuerpo y de la mente, e
incontables necesidades de la naturaleza te dejarán frecuentemente
indispuesto y te alejarán de las cumbres de la oración. Pero a la vez yo te
aconsejo que te mantengas siempre en ella, ya sea seriamente o
juguetonamente.20 (énfasis agregado)
Estas son palabras alentadoras para directores maestros que están
tratando de animar a sus dirigidos en tiempos de aridez, mala salud,
dificultades personales, y distracción. Los dirigidos pueden estar ya muy
afectados por su problema, y esto agrega una pesada carga de culpa al
peso que ya están llevando. Otros tienden a aflojar cuando ven que no es
posible mantener el nivel de intensidad espiritual que se habían propuesto a
sí mismos, con el resultado que se alejan de la dirección espiritual en un
momento donde ésta les sería de gran apoyo. El director puede ayudarlos a
permanecer “como si fuera jugando”. Un toque de liviandad es necesario:
Por el amor de Dios, entonces, sean cuidadosos y no se exijan en
este trabajo. Confíen más en un alegre entusiasmo que en pura fuerza
bruta…. No intenten arrebatar la gracia como si fueran perros de presa
muertos de hambre.21
El autor anónimo de Ancrene Riwle presenta un cuadro encantador
de la oración como juego, un juego de escondidas con un Dios juguetón,
que “está jugando con nosotros como una madre con su adorado niño”. Ni
bien el niño se da vuelta y la llama ella corre hacia él, con los brazos
abiertos, y lo abraza.
De la misma manera nuestro Señor a veces nos deja un rato solos y
nos retira su gracia, su consuelo y consolación, para que no hallemos placer
en hacer las cosas bien, y que se vayan los gustos de nuestro corazón. Y
sin embargo, en ese mismo momento nuestro Señor no nos está amando ni
un poquito menos, sino que está haciendo esto por el gran amor que nos
tiene.22
El juego es a la vez intenso (basta mirar un chico de cuatro años
jugando con sus autos y sus bloques) y liberador. Nos liberamos de nuestra
compulsión por tener las respuestas adecuadas, nos liberamos de la
necesidad de adquirir bienes y conseguir logros, nos liberamos de la
ansiedad por la naturaleza transitoria del juego. Teniendo a la imaginación
20
The Cloud of Unknowing and The Book of Privy Counseling, ed. William Johnston
(Garden City, NY: Image Books, 1973), p.100
21
Ibid., pp. 106-107
22
The Ancrene Riwle trans. M. B. Salu (London: Burns & Oates, 1955), p. 134
como proveedora de materia prima, podemos ser ricos más allá de lo
imaginable. Todo importa muchísimo- o no importa nada. Además como es
difícil permanecer defendidos cuando nos ponemos a jugar en serio, esta es
una buenísima oportunidad para sacarnos nuestras máscaras y darnos a
conocer, de anonadarnos, según el lenguaje clásico espiritual. El juego nos
hace estirarnos más allá de nuestras fronteras; en la dirección espiritual,
puede ayudar con delicadeza a descartar íconos que se han convertido en
ídolos de fabricación casera. Para el caso, también nos puede dar la energía
estimulante con la cual, en nuestros días de infancia, derrumbábamos las
torres de cubos y los castillos de arena una vez que habían cumplido su
función.
De manera que el juego tiene un lugar muy importante en el trabajo
de la dirección espiritual, y yo trato de buscar la manera de introducirlo en
los encuentros. Esto requiere de una suave perseverancia; aunque a
algunos dirigidos no les molesta, e incluso reciben con agrado- "tareas de
penitencia", se asustan ante la perspectiva de jugar. Por ejemplo cuando le
pido a Alicia que me haga una lista de al menos tres cosas de sí misma con
las que Dios puede deleitarse me dice que no se le ocurre ni una. Incluso
pensar en ese ejercicio le parece presuntuoso de su parte hasta que le
recuerdo un versículo del Salmo 17: "El me trajo a un lugar espacioso, me
libró, porque se deleita en mí". La animé a que jugara con la idea, a que le
prestara atención a las cosas pequeñas y aparentemente triviales que le
vinieran a la mente. En nuestro próximo encuentro, me anunció con una
amplia sonrisa que Dios podría deleitarse con su tenis, con su voz agradable
y con el hecho de que haya logrado terminar su carrera universitaria
mientras trabajaba medio día.
Grace resultó ser difícil. Ella vive, más bien lúgubremente, para su
familia y se resistió enojada cuando le sugerí que jugara a planear que haría
si tuviese que considerarse sólo a sí misma. “¿Me estás diciendo que me
imagine que mi familia está muerta?” preguntó. Su resistencia me habla
acerca de su imagen de Dios, y de sus verdaderos sentimiento respecto de
su familia. Todavía no he tenido el coraje suficiente para sugerirle el Salmo
17 a ella.
A veces sirve si yo entro en el juego, cuidadosamente, para que el
dirigido no se sienta obligado a imitarme sino que se sienta libre para
encontrar su propia voz y sus propias imágenes. Esto ha probado ser
efectivo en grupos cuyos miembros se quedan atascados en temas
piadosos y seguros. Una vez estaba trabajando con un grupo de mujeres y
les sugerí que jugásemos imaginando nombres e imágenes que Dios tenía
de nosotras. Estábamos teniendo dificultad para salir de ideas tales como
"hija amada" o "servidora fiel" cuando dije: "Saben, yo creo que Dios me ve
como un burrito gris, muy trabajador, bastante confiable, pero terriblemente
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
25
cabeza dura". Cuando terminamos de reírnos, nos dimos cuenta que el
grupo estaba inundado de imágenes- poderosas, cómicas, agudas. Nos
estábamos dando a conocer.
Los dirigidos que se resisten al juego en la dirección espiritual
generalmente tienen una combinación de baja imagen de sí mismos y
tendencia a "espiritualizar" todo. En otras palabras quieren evitar las
asperezas de la vida diaria y entonces vienen a mí esperando mantener una
conversación piadosa divorciada de toda realidad. Con un humor malvado el
autor de La Nube dice acerca de estas demostraciones de piedad, “A veces
sus ojos parecen los de un carnero degollado a punto de morir” y a
continuación aconseja evitar lo extremo y lo excéntrico: “Mucho mejor un
semblante modesto, una postura calma y compuesta y una alegre
franqueza”.23
Acá el director puede ayudar a sacralizar lo ordinario y volver a la
naturalidad. Una “alegre sinceridad” se enseña mejor con el ejemplo que con
preceptos, y el director puede empezar por desmitificar su persona. Si es un
hombre que está ordenado, puede sustituir sus ropas clericales por ropas
civiles cuando se reúne con los excesivamente espirituales. Esta es también
una buena ocasión para darse a conocer con sensatez, conectando la vida
de oración con los pequeños detalles de aquí y ahora. A veces le sirve al
dirigido saber que voy al supermercado y también al dentista. Todavía
recuerdo la sorpresa de mi hija al encontrarse con su maestra de jardín
infantes en el supermercado, nunca se le había ocurrido que Miss Pat hacía
compras, cocinaba y comía como cualquier mortal. Así que ayuda de tanto
en tanto, mientras nos despedimos, hacer un poco de charla sobre las
cosas cotidianas para que el dirigido recuerde que yo, al igual que Miss Pat,
soy un simple mortal.
Un buen maestro conoce los límites de sus alumnos. Esto supone
tener sentido de la oportunidad, sabiendo cuando hablar y cuando
permanecer en silencio. Es tentador convertir la enseñanza en instrucción,
pero no estamos allí para decirle cosas a la gente, para ayudarlos a
analizarse; estamos para educar literalmente, o sea para ayudarlos a sacar
hacia afuera lo que ya estaba allí. El trabajo de discernimiento es distinto
con cada uno: el recién bautizado, todavía eufórico por su conversión,
merece un tratamiento totalmente distinto que el seminarista que tiene un
sofisticado vocabulario teológico y un cierto cinismo respecto de la iglesia
como institución. El primero necesita el respaldo de alguien que desee
compartir su alegría pero a la vez lo ayude a no ir demasiado rápido, el
seminarista puede necesitar que lo desafíen para no esconderse detrás de
23
The Cloud of Unknowing, p. 116
abstracciones teológicas. Puede bien necesitar una cierta severidad en la
forma de abordarlo que estaría fuera de lugar con un recién llegado.
Personas que vienen a la dirección espiritual por primera vez a
menudo dicen "necesito alguien que no me deje salir con la mía, alguien
severo. No quiero alguien que solo va a ser amable conmigo". Cuando
recién empezaba con el trabajo de dirección espiritual, temblaba
interiormente y pensaba, “Será esta una persona fuerte que puede ver a
través mío y sabe que soy una principiante, una debilucha. ¿Cómo sé quien
es realmente duro? Ahora que he escuchado esto cientos de veces estoy
más preparada para ver detrás de esta frase a alguien herido, que está
buscando a tientas y que no se siente digno del amor de Dios. No hace
mucho conocí a Jean, una mujer atractiva que parecía tenerlo todo: éxito
profesional, un matrimonio sólido, y lindos chicos. Su modo era amigable
pero brusco, su lenguaje preciso. Esperaba que la recomendase a un
director que la desafiase y la confrontase, que no la dejase salirse con la
suya. (¡Otra vez esas palabras!) Decidí arriesgarme, así que después de un
momento le pregunté, “¿Jean, porqué le tenés miedo a la ternura?”. Se le
llenaron de lágrimas los ojos y meneó la cabeza.
De todas maneras el director debe combinar suavidad con
franqueza y esperar de parte del dirigido compromiso y trabajo duro. Un
buen maestro exige que se le rindan cuentas, esta es la razón por la que
aprendemos mejor sobre cualquier tema con un maestro que solos. Pero
esta rendición de cuentas es mutua, y no da lugar al miedo ni a la coerción.
Yo tengo responsabilidad con respecto a mi dirigido, a quién le debo mi
atención, discreción y oraciones, mientras que el es responsable de tomar la
relación con seriedad, haciendo honor al regalo que significa el tiempo y
atención del director, poniendo en el trabajo lo mejor y más verdadero de sí
mismo.
Un buen maestro es siempre una persona de esperanza. Estoy
convencida que las dificultades de la educación secular existen porque es
una empresa hecha sin amor de la cual en realidad no se espera ningún
fruto. El maestro-director al contrario está lleno de esperanzas con respecto
a su dirigido. Viendo el potencial de crecimiento y transformación, hasta en
lo más improbable, está deseando esperar a que dé frutos. En los
momentos oscuros, su tranquila esperanza puede sostener al dirigido. Esta
es la esperanza de Juliana de Norwich que, sin retroceder ante el dolor y el
mal, sabía que al final todo iba a estar bien. Dios
no dijo: no tendrás problemas, no tendrás trabajos, no tendrás
aflicciones; dijo: no serás vencido. Dios quiere que prestemos atención a
estas palabras, y seamos siempre fuertes con una confianza llena de fe, en
el bienestar como en la desgracia, porque nos ama y se deleita en nosotros,
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
26
y por lo tanto quiere que lo amemos y nos deleitemos en El, y que confiemos
mucho en El, y todo va a estar bien.24
En una de sus homilías Gregorio el Grande representa a Jesús
como un maestro que anima y sostiene la esperanza. Habla de manera
emocionante del relato de Juan sobre la perseverancia de María Magdalena
ante el sepulcro vacío:
¿Porqué se inclinó de nuevo, porqué quiso mirar de nuevo? Nunca
es suficiente para un amante el haber mirado una vez, porque la intensidad
del amor hace que el amante no cese en su búsqueda. María buscó una vez
y no encontró nada; perseveró en la búsqueda, y entonces sucedió que se
25
encontró con Jesús.
Cuantas veces los dirigidos miran dentro de la tumba vacía, aún
cuando "saben" que está vacía. Esto pide paciencia de parte del director y
conciencia de que el dirigido está en el lugar correcto por ahora, aunque es
doloroso permanecer en un lugar que parece muerto y que no da frutos. La
tendencia es querer seguir adelante. Los dos vemos que el sepulcro está
vacío así que, mejor, sigamos adelante. Pero aquí el alumno es sabio, y
sabe lo que tiene que hacer. Permanece, se inclina para mirar una vez más,
y "entonces sucede que encuentra a Jesús"
María Magdalena me recuerda a mi amiga Ellen, no me animo a
llamarla dirigida, porque ella es tanto mi maestra como yo la de ella. Con sus
noventa y tantos años, y sabiendo que su muerte está cerca, como María
persevera mirando dentro de la tumba vacía. No le tiene miedo a la muerte,
pero anhela sentir la presencia de Dios después de toda una vida de
buscarlo. Por algún tiempo, con la falsa sabiduría de una relativa juventud y
confiando en mi supuesto don de discernimiento, pensé que estaba
atascada y necesitaba ser rescatada de su búsqueda estéril. ¿Cómo puede
dudar del amor de Dios hacia ella? ¿Qué más puede querer?. Pero he
aprendido a honrar su fidelidad en mirar dentro de la tumba vacía y a honrar
mi postura de estar al lado de ella (y también un poco detrás). Ella está
buscando a Dios, no encontrando a Dios, pero desea seguir esperando y
buscando.
Gregorio nos recuerda la importancia de la identidad de maestro que
tenía Jesús:
Porque María fue llamada por su nombre, reconoció a su creador, e
inmediatamente lo llamó Rabboní, que significa Maestro. El era a la vez el
24
Julian of Norwich, p. 315
25
Gregory The Great, Be Friends of God, ed. John Leinenweber, Cambridge,
MA:Cowley, 1990), pp. 27-28
que ella buscaba exteriormente y el mismo que interiormente le estaba
enseñando a buscarlo.26
En su aparición a María en el sepulcro vacío, Jesús nos recuerda
poderosamente el objeto de su enseñanza y efectivamente el objeto de
enseñanza de todo director espiritual: El estaba "enseñando interiormente a
María a buscarlo". De manera similar nuestro verdadero trabajo no está en
impartir información, ni en apoyar un cambio en el estilo de vida del dirigido,
por más deseables que sean estos objetivos. Nuestro trabajo es seguir el
ejemplo de Cristo y enseñar a aquellos que vienen a nosotros a que
interiormente lo busquen. La oración de María en la tumba vacía, y en
realidad la de todos los que están comprometidos en el ministerio de la
dirección espiritual, bien podría ser la de Juliana:
Dios, en tu bondad, date a mí, porque vos sos suficiente para mí, y
no puedo pedir nada menor que pueda rendirte enteramente culto. Y si pido
por algo que sea menos, siempre estoy necesitado, pero sólo en vos lo
tengo todo.27
Un buen maestro hace preguntas, pero deben ser las preguntas
correctas, aquellas que abren puertas, invitando al dirigido a estirarse y
crecer. Obviamente uno nunca hace preguntas por curiosidad, ni para llenar
silencios que amenazan con convertirse en incómodos, pero algunas veces
es necesario aclarar algo. Entonces una pregunta hecha con cuidado puede
ser de ayuda tanto para el director como para el dirigido: ¿Podrías decir algo
más sobre eso? ¿Me podrías dar un ejemplo de lo que querés decir con
eso...? Estoy aprendiendo a reconocer afirmaciones que piden a gritos
preguntas aclaratorias, especialmente cuando el dirigido se encuentra con
cosas dolorosas o está en el umbral de una nueva etapa de conciencia. Va
dejando pistas, ofreciendo pedacitos de información, y la narración parece
inconexa, casi como si el dirigido dijese "Dejé una parte allí afuera. Lo que
digo no tiene sentido. ¿Porqué no me preguntás acerca de ello?" La
pregunta clarificadora no es de investigación o para machacar sino
simplemente "Ayudame a entender lo que estás diciendo. ¿Querés
decir...?"En el ministerio de la dirección espiritual no hay respuestas
correctas, solamente hay visiones más claras y preguntas aún más
profundas.
Con la conciencia del misterio que yace en el corazón de la
dirección espiritual, el buen maestro también anima a sus dirigidos a
descubrir y abrazar sus propias preguntas. Cartas a un Joven Poeta del
poeta Rilke, mientras que ostensibles acerca del proceso creativo, son
26
Ibid., p. 56.
27
Julian of Norwich, p. 84
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27
igualmente valiosas como clásico espiritual. Es un libro decepcionantemente
simple sobre el discernimiento y el auto-conocimiento. En la cuarta carta,
Rilke urge a su lector
a ser paciente respecto de todo lo que no está resuelto en tu
corazón y tratá de amar las preguntas por sí mismas como cuartos cerrados
con llave y como libros escritos en un idioma extranjero. No busques las
respuestas, que no pueden serte dadas porque no podrías vivirlas. Y el
asunto es, vivir todo. Viví las preguntas ahora.28
Amar las preguntas es comprometerse con ellas aún más
profundamente, es soltar y arriesgar. Es luchar con la traducción de “libros
escritos en un idioma extranjero”, y amar la lucha. Vivir las preguntas es
estar dispuesto a seguir mirando dentro del sepulcro vacío con
perseverancia. Los dirigidos que vienen a nosotros queriendo que les
proveamos rápidamente de una certeza espiritual se verán dolorosamente
decepcionados.
Un buen maestro está dispuesto y es capaz de evaluar el progreso.
A pesar de que no hay respuestas correctas en la dirección espiritual, no
hay boletín de calificaciones con notas, la persona viene a nosotros, al
menos en parte, para que la orientemos, para tratar de entender donde está
espiritualmente, cómo llegaron allí, y cual será el próximo paso a dar. Igual
que un anterior alcalde de Nueva York, todos queremos preguntar, “¿Qué tal
estoy yendo?” Pero dada nuestra natural tendencia al auto-engaño,
necesitamos la ayuda de otro para hacer la evaluación.
¿Cuándo debemos dar feedback en la dirección espiritual? En
teoría, creo que ayuda tener regularmente momentos de mutua evaluación,
puede ser trimestralmente, una vez que la relación se ha afianzado. De
todas maneras, en la práctica, trabajo de forma pragmática y a menudo
intuitivamente. Algunas veces el dirigido pregunta: "¿Qué ves? Decime que
pensás". Hay una ayuda de la gracia en la oportunidad de estos
requerimientos; casi siempre cuando se hacen ya hemos trabajado juntos el
tiempo suficiente y con una intensidad que me permite responder de manera
constructiva.
Algunas veces ofrezco feedback cuando la persona se estanca.
Puede haber llegado a una meseta donde la fidelidad parece no ser
suficiente. Desanimada siente que vuelve para atrás. En este momento sirve
que el director comente, lo más específicamente posible el cambio y el
crecimiento que ha observado. Esta evaluación debería ser honesta y
28
Rainer María Rilke, Letters to a Young Poet, trans. M. D. Herter Norton (New
York: W. W. Norton, 1954), p. 35
realista, porque el objetivo no es que el dirigido se sienta bien sino
proporcionar una evaluación útil.
Ocasionalmente la evaluación es dolorosa. Después de trabajar por
unos meses con Helena, observé una actitud de envidia en su relación con
mujeres del clero. Helena aspiraba a la ordenación pero había sido
rechazada para el proceso por su diócesis. Cuando recién nos conocimos,
era entusiasta respecto de las mujeres sacerdotes de su parroquia, pero
luego su adulación se convirtió en dura crítica. Helena se mudó a otra
parroquia, donde el proceso se repitió. Cuando me dijo que estaba
pensando en volver a cambiar de parroquia, y comentó (como cambiando de
tema) que la joven asistenta era una mala predicadora y una persona muy
difícil para hablar, me di cuenta que era tiempo de decirle lo que yo veía.
Helena no ha vuelto a cambiar de parroquia; es algo más realista acerca de
las capacidades y las deficiencias del clero femenino, y considerablemente
más consciente de su propia desilusión y del potencial que esto tenía para
envenenar su relación con los demás.
El feedback es especialmente bienvenido por aquellos que han
tenido una profunda experiencia religiosa y son reacios a hablar de ella.
Nunca dejo de sorprenderme de lo circunspectos que somos cuando
hablamos de Dios, particularmente cuando hablamos de un sentido de
inmanencia de Dios, incluso durante la dirección espiritual. Jeff había venido
a mí buscando que le recomendara un director espiritual. Era realista,
franco, y definitivamente no estaba desequilibrado. Pero mientras
hablábamos, vi claro que había tenido experiencias místicas y tenía miedo
de hablar de ellas, quizás por miedo a ser visto como excéntrico, sino
directamente demente. Finalmente le dije, “Parece que has sido muy
bendecido. Muchas personas envidiarían tu experiencia de cercanía con
Dios.” Me miró sorprendido, luego rió aliviado cuando dije, “Supongo que es
seguro decir la temida palabra que empieza con M, místico.” Todavía guarda
muy cuidadosamente su secreto, un indicio para mí de que sus tendencias
místicas son sanas y genuinas. La “palabra que empieza con M” se ha
convertido en un código entre nosotros.
Un buen maestro es vulnerable. Lleva sus propias heridas
parcialmente sanadas y sus cicatrices y las cuenta entre sus dones. Annie
Sullivan, la maestra de Helen Keller, es un buen modelo de esto. Cuando
empezó a trabajar con Helen, ella misma era joven y seriamente dañada,
pero su discapacidad le permitió estar disponible a esta niña aislada y le
permitió exigirle cosas que los miembros "sanos" e "íntegros" de la familia
Keller eran incapaces de pedir. El nombre que Helen le dio a esta mujer que
le permitió conocer y ser conocida, fue "Maestra".
Muchos de nosotros somos Annie Sullivans cuando empezamos a
trabajar en la dirección espiritual, jóvenes espiritualmente sino
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
28
cronológicamente, y afectados por una visión imperfecta. Es tentador negar
nuestros dones para el ministerio y esperar, en la ilusión de que algún día
estaremos listos- fuertes, sin imperfecciones y sabios. ¿Cómo saber cuando
uno está listo para ser director espiritual?. La mejor indicación es que la
gente nos empiece a buscar para hablar de sus preocupaciones más
profundas y estén dispuestos a dejar de lado sus máscaras cuando están
con nosotros. Esta puede ser una experiencia embriagadora, y uno debería
tener cuidado si es demasiado agradable. Nunca diremos suficientemente
que el director espiritual debe ser humilde, o sea conocer el pequeño lugar
que ocupa en el orden de las cosas. Descontando su verdadera humildad y
la garantía de tener su propio director, el novicio reacio puede aumentar y
profundizar sus habilidades en el ministerio.
Un buen maestro es siempre un aprendiz. Está dispuesto a
compartirse, a reconocer que ha caminado y que aún está caminando la
misma ruta que el dirigido. Mientras que el rol de gurú puede ser tentador,
es una gran carga vivir entre personas que piensan que uno ya ha llegado.
Todavía recuerdo la sensación de libertad que sentí, cuando siendo una
instructora de la universidad bastante joven, pude pararme frente a una
clase y decir, "Honestamente no sé, porque jamás he pensado acerca de
esa pregunta. Pero podemos buscar la respuesta juntos." Ese fue el día en
que dejé de ser un instructor y empecé a ser un maestro.
En el aula tanto como en la dirección espiritual, es peligroso que el
maestro deje de aprender. La mutualidad de la relación maestro-alumno se
pierde cuando uno tiene y da y el otro está vacío y recibe. En cambio como
dice Elredo debería haber un intercambio circular: "Habla con libertad, por lo
tanto , y confía a tu amigo todas tus preocupaciones y pensamientos, que
ambos puedan tanto aprender como enseñar, dar y recibir, derramar y
29
beber" . El maestro que se deja enseñar siempre va a ser consciente de lo
que está sintiendo y sabrá lo que es estar en el lugar del alumno. Fue muy
iluminador para mí cuando después de años de enseñar retomé mis
lecciones de piano. Pero esto no fue nada comparado con lo que significó, a
los 50 años, dejar mi posición de autoridad detrás del escritorio siendo
maestro y unirme a los principiantes en el seminario.
Un buen maestro (como un buen padre) está educando para la
madurez. Los padres han terminado su trabajo cuando ya no los necesitan.
En la dirección espiritual, una relación que empezó siendo jerárquica puede
terminar como una amistad espiritual rica. Esto no es un signo de que algo
anduvo mal, pero es importante reconocer y celebrar esta nueva relación. La
amistad puede continuar pero el dirigido necesitará, eventualmente, buscar
29
Aelred, Friendship, p. 52.
un nuevo director. El dar y recibir entre amigos no puede substituir la
cuidadosa atentividad de un director que guarda una afectuosa distancia.
El Maestro de Oración.
El propósito de la dirección espiritual se asemeja a una afirmación
que una vez hizo Tomás Merton sobre el propósito de la educación- nos
ayuda a definirnos auténtica y espontáneamente en relación con el mundo30.
El propósito de la dirección espiritual es similar - ayudar a la gente a
descubrir cómo definirse en relación, no solamente con el mundo, sino
también con Dios. Ese es un emprendimiento enorme y aparentemente
amorfo, el trabajo de toda una vida. Pero dentro de este marco, el director
está llamado a ayudar de maneras específicas, a enseñar en una manera
casi tradicional.
Cuando le pregunto a la gente porqué quieren tener dirección
espiritual, muy frecuentemente su respuesta tiene algo que ver con la
oración. "Necesito ayuda en la oración. Quiero profundizar mi vida de
oración. Quiero aprender a rezar mejor." Sienten que no rezan lo suficiente y
quieren o que los reten o los excusen por sus deficiencias. Más importante
todavía es su sensación de que de alguna manera no están rezando
correctamente, y que hay una forma correcta de hacerlo, una receta secreta,
algo que se les puede enseñar cognitivamente.
El autor de La nube del no Saber, consumado maestro de oración,
da serios argumentos a favor de la oración centrante, a la vez parece
reconocer que hay diferentes temperamentos y necesidades, y por lo tanto
no hay una manera única de rezar.
No reces con palabras a menos que te sientas atraído a ello; o si
rezas con palabras, no pongas tu atención en si son muchas o pocas. No las
peses por su significado. No estés preocupado por el tipo de oración que
uses, porque no es importante si son oraciones litúrgicas oficiales, salmos,
himnos o cánticos; si son por intenciones particulares o generales; o si las
formulas interiormente, en tu pensamiento, o si las expresas fuerte, en
palabras.31
Lo único esencial es que haya "un intento desnudo de estirarse
hacia Dios". Estos son buenos preceptos a tener en mente para el director
espiritual que es maestro de oración. Tengo que tratar de evitar hacer a mis
dirigidos según mi propia imagen. Lo que me sirve a mí ahora puede no
servirle a otro. Muchas veces nos sentimos tentados, en especial cuando
nuestra oración va bien, de prescribir nuestro método a todo el mundo.
30
Thomas Merton, Love and Living (New York: Farrar Straus & Giroux, 1979), p. 3.
31
The Cloud, p. 149.
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29
Los libros sobre oración pueden ser de ayuda, pero deben ser
recomendados con cuidado porque es fácil sustituir la oración por la lectura
sobre la oración. Más aún, la mayoría de los dirigidos leerá obedientemente
y tratará de adoptar lo que le sugieran los directores aunque no sea lo que
les venga bien. Peor aún, puede que no sigan las sugerencias y entonces se
sientan culpables por su "desobediencia", aumentando sus sentimientos de
imperfección y fracaso en vez de mitigarlos.
Enseñar acerca de la oración siempre implica una tarea de
discernimiento. ¿Debe un dirigido ser animado a perseverar con una forma
de oración aún cuando parezca vacía y difícil, o es hora de un cambio
radical en el abordaje? A veces la aparente falta de frutos en la oración es
signo de que un avance está por suceder, mientras que otras veces significa
que el dirigido está persistiendo en formas que ya le quedan chicas y
necesita ser animado para estirarse, crecer, y tomar riesgos.
A veces menos es más. La glotonería espiritual es un peligro
especialmente si la persona viene a la dirección espiritual con una
conversión reciente o es adicta a lo que mi amiga Inglesa Janet llama
"pequeños libros". Llenar nuestras bibliotecas con libros de oración es un
pobre sustituto de la oración misma, y sumergirse en recetas ajenas para la
vida espiritual es una efectiva técnica dilatoria. En este caso corresponde el
consejo de fidelidad y simplicidad. Una seminarista recientemente graduada
me asegura que una vez le dije que no fuera a la capilla por un tiempo
después que me confiara que su asistencia demasiado concienzuda a los
servicios de la comunidad estaba haciendo que su propia vida de oración
contemplativa, se empobreciera.
Prefiero hacer sugerencias a dar tareas específicas. "Podrías probar
esto" o "Esto me sirvió a mí" es generalmente suficiente para abrir el camino
a nuevos enfoques. Como dijimos antes, la relación entre oración y juego es
demasiado impresionante como para pasarla por alto. Podemos animar al
dirigido a explorar sus imágenes personales de Dios. Esto es especialmente
liberador para aquellos que encuentran el lenguaje litúrgico
abrumadoramente patriarcal. Puede tomar un tiempo convencerlos que, en
la soledad de la oración, son libres para encontrar sus propias imágenes y
formas de dirigirse a Dios y de que de verdad están en excelente compañía.
(No hay más que pensar en la imagen de Juliana “Jesús nuestra madre” o la
de Teresa de Avila “Majestad”)
A los dirigidos que se quejan de que nunca tienen tiempo o para
rezar, podemos animarlos a buscar nuevos lugares y ocasiones. Dos de mis
lugares sagrados favoritos son el subte y la cocina, a pesar que ambos
podrían ser vistos como espiritualmente vacíos. El subte, donde no podemos
escapar la visión del herido Cuerpo de Cristo, es un lugar fructífero para la
oración de intercesión, mientras las tareas repetitivas de la cocina pueden
santificarse con la Oración de Jesús. Los dirigidos pueden ser animados a
rezar mientras caminan o antes de abrir un libro en la biblioteca o mientras
hacen trabajos manuales. Un colega mío me cuenta que combina la oración
centrante con su media hora diaria de jogging.
Hay tantos caminos, rezar imaginativamente a la manera Ignaciana
o siguiendo al autor de la nube rezando sin imágenes, rezar con la ayuda de
íconos, crucifijos, velas, y rosarios; rezar parados, sentados, arrodillados y
postrados; rezar escribiendo un diario; rezar con la Oración del Corazón de
Jesús; dejar que las escrituras nos hablen a través de la lectio divina. Es una
fiesta muy rica y es importante que el director sea frugal con las
sugerencias. Mucho de una vez es un banquete demasiado abundante en el
cual la indigestión y la glotonería espiritual son ambas peligros reales.
Hay gente que viene a la dirección espiritual buscando ayuda para
formular una regla de vida. Mientras que otros, particularmente los que se
sienten atraídos al monaquismo, articulan este pedido en términos religiosos
tradicionales. El deseo de ayuda para darle forma y estructurar la rutina
diaria está implícito en la mayoría de los casos. La mayoría de las reglas son
cuasi-monásticas, ocupándose fundamentalmente de la asignación y
naturaleza del tiempo de oración; la observancia litúrgica, como ir a misa
regularmente y recibir el sacramento de la reconciliación; y alguna forma de
compromiso como una asociación formal con alguna orden religiosa,
encuentros con miembros del Cursillo, encuentros periódicos con un director
espiritual. En otras palabras, ¿cuál es el molde de las partes
específicamente "religiosas” de mi vida?
Henry, por ejemplo, llega a mi oficina con una lista prolija y concisa:
va a ir a misa todos los domingos, dedicará 20 minutos diarios a la oración
centrante, hará un retiro anual de tres días en un convento cercano, y se
confesará en adviento y cuaresma. El no está realmente pidiéndome ayuda
para hacer su regla, solamente busca mi aprobación. La suya es una regla
suficientemente buena, en un sentido tradicional, porque provee de una
base intencional para vivir su vida despierto a Dios.
Pero una buena regla va más allá de lo estrictamente devocional. Si
queremos ser personas unificadas (whole), esta tiene que ir más allá de un
esquema para nuestras horas de visita a Dios. Mirándolo a Henry me doy
cuenta que no hace ejercicio, y recuerdo su incomodidad ante la falta de
ceniceros en mi oficina, sin embargo no ha dejado un lugar en su regla para
el cuidado y mejoramiento de su cuerpo. Yo sé también, por nuestras
conversaciones, que su matrimonio se ha convertido en algo lúgubre y
silencioso. Me encanta que su plan incluya tres días de retiro, pero me
siento obligada a sugerirle que dedique también un fin de semana largo a
su mujer, lejos de las tareas hogareñas, en el mejor hotel que pueda pagar.
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30
Hay una tendencia común a tratar de asumir demasiado, a tratar de
vivir una vida monacal en medio de los estímulos y presiones de la vida
diaria de fines del siglo XX. En vez de recogerse en un oratorio silencioso
para la oración de la mañana, mucha gente empieza su día pasando una
hora en algún transporte público atestado de gente. ¿Puede la regla de vida
adaptarse para convertir un medio de transporte en un tiempo y lugar de
oración? ¿ Cómo se las arregla uno para tener largos períodos de oración
contemplativa cuando hay un bebe nuevo en la casa y a lo mejor otros hijos
pequeños también? Una regla de vida para personas viviendo en una
familia, donde cada miembro se encuentra espiritualmente en un lugar
distinto, debe ser creativa y flexible. Y la mayoría de nosotros vive sin el
apoyo de una comunidad; es una dolorosa realidad que los Cristianos
observantes son una minoría en nuestra sociedad.
Alguien asemejó la regla de vida con un treillage para rosas. Su objetivo
es sostenernos, para liberarnos de la tiranía de los "deberías de", "tendrías
que", en otras palabras, para darnos libertad para crecer. Como tal, la regla,
es un instrumento para ser usado y adaptado, no un monumento esculpido
en piedra.
Una buena regla se ocupa de las formas tradicionales de práctica
devota, pero va más allá para abarcar la forma en que organizamos
nuestras energías, nuestra creatividad y nuestro tiempo. Somos personas
obsesionadas por el tiempo en una forma impensable para el autor de la
Nube, que nos advierte
Estén atentos al tiempo y a la forma en que lo usan. No hay nada
más precioso. Esto es evidente cuando recuerdas que en un
instante se puede ganar o perder el cielo. Dios, el señor del tiempo,
nunca da el futuro. El nos da solamente el presente, minuto a
minuto...32
La mayoría de las personas en la dirección espiritual valoran su
tiempo, y protestan enérgicamente por no tener tiempo suficiente, y
probablemente nieguen que pierden el tiempo. Sin embargo el mandamiento
de observar las fiestas se viola sistemáticamente - incluso con orgullo- por
muchos de nosotros que observamos meticulosamente los otros nueve. "No
perder tiempo" se convierte en una excusa para descuidar el tiempo del
verdadero descanso y la reflexión, lo que el poeta Lessing llamó la “pausa
creativa". Más importante aún, es que podemos usar nuestras ocupaciones
y nuestros horarios abarrotados para escondernos de Dios. Aún cuando nos
engañemos a nosotros mismos de que somos buenos organizadores de
32
Ibid, pp. 50-51
nuestro tiempo, llenamos nuestros horarios con tantas cosas que lo dejamos
afuera a Dios. Nuestros excesivos compromisos ineludibles enmascaran el
pecado de la pereza.
Como directores trabajamos con hombres y mujeres que tienen
conciencia del tiempo, y que a lo mejor ya se sienten culpables de no tener
tiempo para rezar. Mientras que pueden haber organizado lo que es esencial
en su vida con responsabilidad, necesitan una regla de vida para darle
proporción a la organización de su tiempo y energía. A veces le pido a la
gente que registre cuidadosamente sus actividades, hora por hora, durante
un día, o mejor aún durante una semana. Esto es análogo a la útil práctica
de los programas para perder peso donde las personas registran todo lo que
comen. En ambos hay sorpresas. La persona que "no come nada" descubre
que ha estado comiendo todo el día, tomando un bocado de altas calorías
aquí y otro allí. La persona que quisiera rezar pero "no tiene tiempo" puede
encontrar que puede mirar los capítulos viejos de "El Super Agente 86" y
que no se pierde un capítulo de "L.A. Law". Entonces cuando examinamos
el cuadro de actividades, este revelará algunos puntos flacos, pérdidas de
tiempo y evasiones.
El dirigido es capaz de ver al tiempo como un don precioso, que
debe ser usado y estructurado. Entonces es hora de crear una regla que
tome en cuenta la relación con Dios, con los otros, y con nuestro ser más
profundo. Areas de desproporción y por lo tanto potencialmente
pecaminosas se hacen aparentes, por lo que la regla puede servir de alerta
donde es necesaria la prudencia. Cuidarse a uno mismo es una obligación
sagrada, sin embargo un sorprendente número de personas que formulan
una regla que estipula cuántos minutos al día van a ser dedicados a la
oración o cuantas veces a la semana van a estar presentes en misa, ignoran
sus peligrosas adicciones a la comida, el alcohol o la nicotina. Finalmente,
tiene que haber un espacio para la diversión pura. Fue un gozoso
descubrimiento cuando me dí cuenta que en Inglés Medieval "tonto" (silly)
quería decir "bendito". Así que me encuentro preguntándole a los dirigidos, "
¿Qué has puesto en esta regla de divertido? ¿Dónde está la bendita tontera
en ella?
¿Trabajo para la casa?
Ya he hablado sobre mi resistencia a asignar lectura espiritual. El
dirigido puede obedientemente leer el libro con dificultad buscando en vano
cómo aplicarlo a su situación personal, o quizás ni siquiera lo intente. En
cualquier caso, he agregado un peso y aumentado el riesgo de dependencia
en la relación, donde agradarme a mí es más importante que descubrir
juntos que está agradando a Dios. Más aún, demasiada gente ya está
viviendo racionalmente y usa lo cognitivo como una manera de evitar la
experiencia de Dios. No tiene nada de malo sugerir libros que pueden
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
31
ayudarlos a informarse mejor acerca de la escrituras, teológicamente, o
históricamente, siempre y cuando tengamos claro nuestro objetivo y no
convirtamos nuestros encuentros en clases informativas. Los dirigidos que
estén intelectualmente ávidos pueden ser invitados a participar más en el
programa educacional de la parroquia o incitados a tomar un curso en la
escuela diocesana de teología. Los estudiantes de dedicación parcial son
bienvenidos en la mayoría de los seminarios, y las fronteras entre las
diferentes denominaciones pueden cruzarse fácilmente.
Mientras que raramente asigno, frecuentemente sugiero: "Este libro
me habló a mí; a lo mejor te ayuda también a vos. Pero no te sientas que
tienes que seguirlo sino te resulta." Es importante que la sugerencia sea
ofrecida muy ligeramente y luego no insistir. Algunas veces los frutos tardan
en llegar. Una dirigida vino recientemente a mi oficina, muy entusiasmada
con un libro que yo le había mencionado hace más de un año. Camino a su
casa lo había comprado en la librería del seminario, lo hojeó brevemente y,
encontrándolo casi incomprensible lo puso en la biblioteca. Un año después
lo volvió a sacar y descubrió que era justo lo que necesitaba. ¡Su sentido de
la oportunidad fue mejor que el mío!
Siempre animo a la gente a leer la Biblia, no comenzando por el
Génesis y terminando con el inevitable abandono en el Levítico o, para los
realmente tenaces, en Crónicas. Más bien, los invito a empezar con uno de
los evangelios y leerlo entero como si se tratase de un best seller
largamente esperado. Esto choca a los piadosos, que hasta ahora han leído
La Palabra "devotamente", es decir, con sus mentes en "off" (apagadas) y
sus emociones adormecidas. Pero también los despierta a la vitalidad de la
Biblia y la relación entre la propia historia con la de La Palabra. A
continuación les sugiero salmos, señalando que mientras el 23 ofrece
familiarmente consuelo, el salmo 88 puede ser más realista en ciertos
estados de ánimo.
Me has puesto en lo más profundo de la fosa,
En las regiones oscuras y profundas;
Tu indignación pesa sobre mí,
Y me estás ahogando con tu oleaje.
Apartaste de mí a mis conocidos,
Me hiciste despreciable a sus ojos;
Estoy prisionero sin poder salir.
Para aquellos a quienes les cuesta reconocer su propio enojo, el
extravagante deseo de venganza del salmo 58 puede ser muy esclarecedor.
Rómpeles, Dios mío, los dientes en la boca;
Arráncales, Señor, esos colmillos de leones.
Que se diluyan como agua que se evapora;
Que se marchiten como hierba pisoteada.
Sean como una babosa que se deshace al pasar,
Como un aborto de mujer que no llegó a ver el sol.
Es enormemente liberador para los dirigidos el tomar conciencia de
la variedad de emociones humanas en los salmos, frecuentemente una
sorpresa liberadora para aquellos que son temerosos de expresar duda,
desesperación o ira.
Otro tipo de "tarea para el hogar" puede constituir un puente entre
nuestros encuentros. He notado la importancia de animar al dirigido a
explorar nuevas formas, horarios y lugares de oración, especialmente
cuando las prácticas actuales se han vuelto superficiales.
Frecuentemente, lo que les pido es que "alivianen" la oración, que
no la conviertan en un trabajo sino que escuchen a Dios y se dejen
sorprender. Una adhesión demasiado rígida a una disciplina espiritual
construida alrededor de una observancia litúrgica formal y un horario de
oración altamente estructurado puede atentar contra la santificación de lo
ordinario. Cristo es efectivamente encarcelado, para visitarlo en horarios
establecidos e ignorado el resto del tiempo. Por lo tanto puedo sugerir
escuchar a Dios mientras caminamos por una calle sucia, en el silencio del
campo, o quizás durante el rato que abrazamos a un bebe o aun niño.
En nuestra tendencia a espiritualizar descuidamos nuestro cuerpo.
Particularmente en mi trabajo con seminaristas, me encuentro averiguando
sobre nutrición, ejercicio, hábitos de sueño, y soy casi autoritaria en las
discusiones sobre cuidado personal. A los dirigidos que están limitados por
enfermedades crónicas o debilitantes hay que recordarles que, exigirse
hasta el límite de lo soportable es destructivo, no heroico. Arturo que sufre
una enfermedad degenerativa, con un mal pronóstico, necesita ayuda para
superar su negación. Ve a su enfermedad como una prueba enviada del
cielo y está decidido a seguir como si ésta no existiera. Es duro para él pedir
ayuda, y más duro aún cuidarse a sí mismo cuando le falla la coordinación y
su cuerpo pide a gritos descansar. Se culpa de infidelidad cuando un
episodio de mala salud lo obliga a faltar, incluso temporariamente, a su
trabajo voluntario en un refugio para gente sin hogar. Es un duro trabajo
ayudarlo a amar su cuerpo enfermo tanto como ama a las personas del
refugio.
Un poco de autoritarismo de mi parte en lo que se refiere al cuidado
personal parece ser bienvenido, como si el dirigido se dijese a sí mismo, "Si
mi director espiritual me lo dice, entonces realmente tengo que salir a correr
o jugar al tenis. Y es un asunto de sagrada obediencia tomar una baby-sitter
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al menos dos veces al mes para poder salir solos con mi esposa.." Hay una
cierta complicidad traviesa: tanto el dirigido como yo sabemos que el "deber"
es realmente un permiso que no sería necesario si él fuera capaz de
respetarse y cuidarse como parte de la creación.
Lo más frecuente es que mis asignaciones sean "pensar acerca de"
algo. Invito al dirigido a pensar en sus imágenes de Dios, y de las posibles
imágenes que tiene Dios de él, los hitos o puntos de inflexión en su vida, las
pieles hermosas o no tanto que ha ido cambiando en cada transformación.
Les insisto en que hagan una lista, o al menos anoten, porque escribir ayuda
a enfocar y especificar. Tengo que trabajar duro para recordar que para
alguna gente escribir es un peso, por lo que la mera sugerencia de un diario
restringe el fluir de pensamientos e imágenes. Los exhorto a buscar su
propio camino en esto, escribir en un librito muy bien encuadernado y con
una lapicera fuente, usar la computadora, o a lo mejor incluso usar un
grabador.
Finalmente les pido a mis dirigidos que estén atentos a los motivos
de celebración en sus vidas. Esto puede resultar un duro trabajo,
especialmente cuando sienten que Dios los ha abandonado y están viviendo
en el fondo del pozo. Un poco de humor ayuda, como por ejemplo
acordarnos de Corrie ten Boom. Esta devota mujer holandesa y su hermana
Betsie estaban tratando de obedecer el mandato de Pablo a los
Tesalonicenses de dar gracias por todas las cosas, incluso por la
circunstancia de estar presas en un campo de concentración Nazi:
"Gracias", agregó Betsie serenamente, "por las pulgas y por..."
¡Las pulgas! Eso fue demasiado. "Betsie, no hay forma de que
nadie, ni Dios pueda hacerme sentir agradecida por una pulga."
"Dice dar gracias en todas las circunstancias" repitió. "No dice en las
circunstancias agradables. Las pulgas forman parte de este lugar en el que
Dios nos ha puesto"33
Más adelante las hermanas descubrieron porqué tanto ellas como
las otras mujeres se habían salvado relativamente del acoso de los guardias
del campo: el cuarto de su barraca estaba infectado de pulgas, y los
guardias tenían miedo de contagiarse.
Debe quedar claro que no esperamos de nuestros dirigidos santidad
heroica como la de Corrie, tampoco debemos animarlos a buscar y gozar
del sufrimiento. Pero casi todo el mundo se ve atormentado por alguna
versión de las pulgas de Corrie. De hecho, las pulgas espirituales son
mucho más difíciles de aguantar que enfermedades más espectaculares.
33
Corrie ten Boom, The Hiding Place, pp. 198-199.
Estas molestas criaturitas pierden su poder, si livianamente, irónicamente,
incluso con disgusto, tanto nosotros como nuestros dirigidos podemos
agradecer por ellas como "parte del lugar en el que Dios nos ha puesto".
El Lento Trabajo de Dios.
"Algunos hermanos... fueron a ver a Abba Felix y le rogaron que les
dijese una palabra. Pero el anciano se quedó callado. Después de insistir
por un largo rato les dijo, “¿desean oír una palabra? Ellos dijeron, “Sí, abba”.
34
Entonces el anciano les dijo, “Hoy en día ya no hay más palabras”
Cuando la gente viene a nosotros para la dirección espiritual,
generalmente asumimos que, como los discípulos del Abba, esperan de
nosotros una palabra profunda, incluso una palabra capaz de cambiarles la
vida. Pero los directores espirituales, como los buenos maestros, necesitan
convivir con el silencio, no solamente soportarlo sino sentirse cómodos con
el silencio. Si vamos a ayudar a las personas en el trabajo de conocer y ser
conocidos, de definirse auténtica y espontáneamente en relación a su
mundo y a Dios, entonces debemos estar dispuestos a esperar con ellos y a
reconocer muchas veces que no hay palabras.
El silencio es raramente cómodo. Estamos acostumbrados a querer
certeza y claridad. Sin embargo en el silencio abrazamos ambigüedad y
oscuridad. La gente que viene a la dirección espiritual a menudo busca
respuestas, incluso quieren que se les diga lo que tienen que hacer, pero si
perseveran, descubren que la oscuridad y el silencio en vez de disminuir
aumentan. Buscando respuestas se dan cuenta que proliferan las preguntas.
La gran pregunta central permanece: Maestro bueno, ¿qué debo hacer para
alcanzar la vida eterna?
Sin embargo mientras buscan la respuesta, moviéndose hacia el
corazón de la pregunta, el misterio se profundiza. Los directores espirituales
hacen bien en recordar el consejo de Rilke al joven poeta: que ame y viva
las preguntas. Los buenos maestros aman las preguntas porque aman el
misterio de los cuartos cerrados con llave y de los libros escritos en una
lengua extranjera, y aman la necesidad de una confianza y una paciencia
casi infinita "en el lento trabajo de Dios".
34
Ward, Desert Christian, p. 242.
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33
Capítulo
PARTEROS DEL ALMA
Tiende sólo al nacimiento en ti y encontrarás todo bien y toda
consolación, toda alegría, todo ser y toda verdad. Recházalo y rechazarás
bondad y bendición. Lo que viene a ti en este nacimiento trae consigo puro
bien y pura bendición. Pero lo que buscas o amas afuera de este nacimiento
se convertirá en nada no importa cuánto lo desees y dónde lo desees.
Meister Eckhart
Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo que era uno
de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo:
“Maestro, sabemos que tu has venido de parte de Dios para enseñar,
porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”.
Jesús le respondió:
“Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino
de Dios”
Nicodemo le preguntó: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya
es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y
volver a nacer?”
Jn 3, 1-4
Además, el rey de Egipto se dirigió a las parteras de las mujeres
hebreas - una se llamaba Sifrá y la otra Puá - y les ordenó: "Cuando asistan
durante el parto a las mujeres Hebreas, observen bien el sexo del recién
nacido: si es un varón, mátenlo y si es una niña déjenla vivir". Pero las
parteras tuvieron temor de Dios, y en lugar de acatar la orden que les había
dado el rey de Egipto, dejaban con vida a los varones. El rey las mandó a
llamar y les preguntó: "¿Porqué han obrado así y han dejado con vida a los
varones?". Ellas le respondieron: "Porque las mujeres hebreas no son como
las egipcias: tienen mucha vitalidad, y antes que llegue la partera ya han
dado a luz". Por eso Dios fue bondadoso con las parteras. El pueblo creció
cada vez más y se hizo muy poderoso, y como ellas habían obrado con
temor de Dios, el les concedió una familia numerosa. (Ex. 1, 15-21)
Sifrá y Puá, ¡nombres escasamente familiares! Estas dos mujeres,
valientes e intensamente prácticas están escondidas en la rica narrativa del
Exodo, mereciendo sólo unas pocas líneas de texto comparado con el
exhaustivo relato de Moisés conduciendo a Israel. Aparte de su nombre no
sabemos mucho de ellas, pero, ¿adonde hubiera terminado la historia sin
estas parteras, guardianas de la vida tenaces y astutas?.
Irónicamente, Sifrá y Puá aparecen como guardianas de la historia
del éxodo, y en definitiva, de nuestra propia historia. Nuestro album familiar
es la palabra de Dios relatada por autores masculinos, ésta se ocupa
principalmente de iniciativas y experiencias masculinas, pero está salpicada
de historias de embarazo y nacimientos, historias de vidas nuevas que
cambian de rumbo y se transforman. A Sifrá y Puá se unen en este album
Agar, que huyó al desierto con su hijo, Sara que se rió de la sola idea de la
maternidad, Raquel que lloró por sus hijos; y Ana cuyo fervor en la oración
para pedir un hijo fue confundido con borrachera. Estas mujeres del Antiguo
Testamento nos preparan para la historia, el gran misterio de la
Encarnación, hecho vivo en el relato de Lucas. Cualquier mujer que ha
llevado un hijo en su seno se hace eco de la pregunta de María al ángel,
"¿Cómo puede ser esto?" y como María experimenta gozo, miedo,
desconcierto, necesidad de soledad y de compañía.
El lenguaje de piedad está lleno de imágenes de partos. San Pablo,
misógino reputado, describe el anhelo de Dios comparándolo con la primera
etapa del trabajo de parto:
"Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre
dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros que poseemos las
premisas del espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la
redención de nuestro cuerpo." (Rom. 8,22-23)
Pablo parecer saber de qué habla, el nacimiento es un proceso,
difícil, doloroso y sucio. Aún más elocuente es en el Evangelio de Juan el
relato de la conversación de Jesús con Nicodemo, el Fariseo que fue a El de
noche, a escondidas, atraído por el misterio (Jn. 3, 1-4) Jesús contesta sus
preguntas antes de que él pueda formularlas, diciéndole quizás más de lo
que quiere oír: tenés que nacer de nuevo. Hay ironía y humor en esta
historia donde dos hombres eruditos discuten las logísticas del nacimiento y
cómo repetir una experiencia aparentemente irrepetible. Nicodemo, igual
que María, exclama azorado, "¿Cómo puede ser esto?".
El Antiguo Testamento contiene una poderosa imagen de Yaveh
como partero. El Salmista declara:
Tú Señor me sacaste del seno de mi materno,
Me confiaste al regazo de mi madre;
A ti fui entregado desde mi nacimiento,
Desde el seno de mi madre, Tú eres mi Dios.(Sal. 22, 10-11)
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34
Puestos como están en el Salmo 22, el gran grito de desolación y
abandono de Jesús en la cruz, estos versos son especialmente
conmovedores. Se nos recuerda que la partera ayuda a nacer a esta nueva
vida y la protege; incluso más que la madre, ella es la dulce protectora de su
seguridad. A pesar de haber leído este salmo durante décadas y haberlo
escuchado cada jueves santo, había pasado por alto esta irresistible imagen
de Dios como asistente de nacimiento . Sifrá y Puá pueden verse como un
ícono, las precursoras de todas las parteras, pero detrás de ellas hay otro
fiel guardián de la nueva vida. El Señor es mi pastor, nada me puede faltar.
El Señor es mi partero; seré mantenido a salvo.
Las imágenes maternales y de nacimiento que hay en las Escrituras,
junto con sus historias tanto milagrosas como ordinarias, forman tanto parte
de nuestra conciencia religiosa que corren peligro de quedar relegadas
como un monótono telón de fondo espiritual. “Nacer de nuevo” tiene un tinte
carismático y desencarnado, para los cristianos tradicionales carece de
exceso emotivo. La Anunciación, también se ha convertido en una metáfora,
transformada por artistas, desde Hans Menling hasta los anónimos
artesanos de tarjetas de Navidad, en un cuadro hermoso en vez de
representar un encuentro aterrador. Ayuda purgar la escena de piedad
sentimental si uno es capaz de imaginar que la misma ocurre en la rutina de
nuestra vida diaria. ¿Cómo me sentiría si el ángel se apareciese en mi
cocina al final de un largo día? ¿O me estuviese esperando en mi oficina, al
volver agotada de una clase o de una reunión de comité? Sin embargo estas
historias de nacimientos no son simplemente un telón de fondo, sino la rica
matriz de nuestra fe.
Uno de los efectos liberadores de los movimientos feministas ha
sido el convertir una gran cantidad de experiencia humana en disponible,
aceptable y utilizable. Al igual que Bertolt Brecht que revolucionó al teatro al
presentar lo ordinario como si fuese extraordinario, también esta perspectiva
ampliada permite nuevas maneras de ver y de hacer conexiones. Es
demasiado fácil ver las imágenes de nacimientos en las Escrituras (y en el
lenguaje de la piedad popular) como abstracta, incruenta y alejada de la
experiencia humana. Sin embargo si yo tuviese que nombrar mis
experiencias espirituales y teológicas más profundas, sin dudar citaría el
nacimiento de mis tres hijos. Esto no tiene nada que ver con mi afición a los
bebes, como cualquier persona ellos pueden ser adorables o difíciles,
atractivos o no, ni tampoco con mi relación personal (y subjetiva) con mis
propios hijos. Más bien, cada nacimiento fue vislumbrar el misterio de la
Creación y de la Encarnación.
Es hora de que, como dice el místico Meister Eckart, nos ocupemos
de la nueva vida en nosotros. Algunos de nosotros hemos dado a luz; otros
han estado presentes y han ayudado a traer niños al mundo. Ciertamente
todos hemos leído libros, visto películas, y escuchado relatos; todos
tenemos nuestros temores, repulsión, envidia y fascinación con el
nacimiento, y no necesariamente en ese orden. Más importante aún, todos
hemos nacido. Todos empezamos en el oscuro refugio del útero y salimos a
la luz. Aunque puede ser que muramos solos, nadie ha nacido solo, por lo
tanto nacer presupone relación, conexión y comunidad.
Así como nacimos en el proceso humano del nacimiento, así
volvemos a nacer en nuestro bautismo. Si Eckhart es creído, nosotros nos
damos a luz y nacemos una y otra vez: el nacimiento de Dios en el alma es
nuestro verdadero nacimiento. Como las mujeres Hebreas en Egipto
necesitamos ayuda. Necesitamos parteras, esas cuidadosas asistentes, con
quienes Dios “se entiende bien”.
La idea del director espiritual como partero me atrae, porque me
gustaría emular a Sifrá y Puá en su coraje y compromiso. O podría tomar
como modelo de partera espiritual a la “mujer- arrodillada” o “mujer-
asistente” Celta, que hacía del nacimiento un sacramento. Como lo describe
Alexander Carmichael en su Carmina Gadelica, el recién nacido era pasado
tres veces por arriba del fuego, después llevado tres veces alrededor del
fuego en dirección al sol. Después la partera seguía su ritual:
Cuando la imagen del Dios de la vida nace al mundo le pongo tres
gotitas de agua en la frente del niño. Pongo la primera gotita en el nombre
del Padre, y las mujeres-guardianas dicen Amén. Pongo la segunda gotita
en el nombre del Hijo y las mujeres-guardianas dicen Amén. Pongo la
tercera gotita en el nombre del Espíritu, y las mujeres-guardianas dicen
Amén. Y le imploro al Santo Trío que limpien y bañen al niño y lo preserven
en Ellos. Y las mujeres-guardianas dicen Amén. Todas las personas de la
casa alzan sus voces con las mujeres-guardianas, dando testimonio de que
el niño ha sido confiado a la santa Trinidad.35
Este ritual era el “nacimiento-bautismo”; el niño sería formalmente
bautizado ocho días más tarde.
Me siento aún más atraída a la abuela de los Apalaches de antaño,
que estaba dispuesta a viajar a pie o en mula a través del terreno escarpado
de las montañas del sur para estar presente en nacimientos remotos y
humildes. Sigue viviendo en la tradición oral, pero su imagen se está
perdiendo. Me la imagino imperturbable, llena de una compasión severa, y
que se las arreglaba con lo que tuviera a mano.
35
Citado en The Celtic Vision, Esther de Waal, ed. (Petersham, MA: St Bede´s,
1998), p. 111. Una oración similar está registrada por Avery Brooke en Celtic
Prayers (New York: Seabury, 1981) pp. 22-27.
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35
Es importante de todas maneras recordar, que la partera no es
necesariamente una mujer. El sentido literal de la palabra inglesa es “con la
mujer”, esto quiere decir la que está con la mujer cuando ésta da a luz.
Hasta hace poco la mayoría de las mujeres daba a luz con la asistencia de
otra mujer, cuyo conocimiento estaba basado en su propia experiencia de
dar a luz. Durante los siglos diecinueve y veinte, la práctica dejó de estar de
moda e incluso fue suprimida legalmente en las naciones industrializadas,
pero ahora las parteras están resurgiendo. La nueva raza no es ni mujer-
arrodillada ni mujer abuela, sino profesionales altamente entrenadas.
Como las parteras, los directores espirituales están con las mujeres
y con los hombres. Mientras que dar a luz biológicamente es una
prerrogativa de las mujeres y las parteras son tradicionalmente mujeres, en
el ministerio de la dirección espiritual, la anatomía no predestina. Por esto
las imágenes y lenguaje femeninos usados en este capítulo no implican
exclusividad. Tanto hombres como mujeres pueden ser parteros sensibles
del alma.
Lo que la partera hace
La partera está presente al otro en un momento de vulnerabilidad,
trabajando en áreas que son profundas e íntimas. Es una relación de
confianza y respeto mutuo. A diferencia de la mayoría de los médicos, la
partera no tiene miedo que su profesionalismo se vea amenazado por un
grado de intimidad con las mujeres que buscan su ayuda. Ella hace cosas
con, no a la persona que está dando a luz.
La partera es también una maestra, en el más estricto sentido de la
palabra, porque ayuda a la persona que está dando a luz a conocerse mejor.
Al principio de la relación, se toma su tiempo para establecer una
comunicación cómoda donde ninguna pregunta es considerada tonta o
irrelevante. Como dicen los autores de “El Manual Completo del Partero”,
“Casi todas las pacientes que hemos tenido en nuestro servicio nos han
dicho que se sintieron tanto más cómodas y libres para ser ellas mismas con
nosotros. No sienten vergüenza de hacer preguntas personales ni de
mostrar sus miedos, ni sus cuerpos.” La partera invita a preguntar y después
se toma su tiempo para responder: “No nos sentamos detrás de un escritorio
y revolvemos papeles mientras le preguntamos al paciente si tiene alguna
duda. Siempre nos sentamos al lado de ella y hablamos todo lo uqe quiera,
especialmente durante las primeras visitas prenatales, donde generalmente
está rebosante de preguntas.”36
36
Barbara Brennan and Joan Rattner Heilman, The complete book of Midwifery
(New York: E. P. Dutton, 1977).
La partera asiste en un evento natural. A diferencia del médico, ella
no se ocupa de una enfermedad o patología, pero está suficientemente
informada para buscar ayuda cuando éstas se presentan. Ella no depende
de altas dosis de remedios para tapar el dolor o adormecer la memoria.
Tradicionalmente usa sus manos antes que instrumentos o herramientas.
Las usa para secar el sudor de la frente, para agarrar la mano de la
parturienta, y por último para guiar, asegurar y recibir al bebé. Bajo su guía
el nacimiento es un proceso humano, basado en un contacto humano
comprensivo, durante todo el tiempo que dure.
La partera ve claramente lo que la parturienta no puede ver. Ella
sabe que el período de transición, un tiempo de desolación y de dolor y
nauseas, aparentemente inmanejable, es una señal de avance y de gran
progreso. Ella puede animar en interpretar cuando la parturienta cree que ha
perdido el control y fracasado. Sabe cuándo la parturienta tiene que pujar y
cuándo debe retener, cuándo debe respirar profundamente y cuándo debe
jadear. El cuerpo de la madre debería saber esto instintivamente, pero el
miedo y el dolor pueden ser la causa de que lo olvide.
La partera sabe cómo y cuándo confrontar. El arte de confrontar es
delicado, y a veces se lo confunde con un ataque torpe. Confrontar es
literalmente enfrentar a otro, en al parto, tanto físico como espiritual, el
desapego amoroso del asistente puede traer claridad a la situación. Algunas
veces es un simple reconocimiento de la intensidad del dolor: “No tengas
miedo de quejarte, incluso de gritar. No tengas miedo de pedir algo que te
de alivio.” En otro momento, será recordarle suavemente que la parturienta
aún tiene las cosas bajo control y que tiene el poder de ayudarse a sí
misma, y que a lo mejor gritar en éste punto es una reacción
desproporcionada y autoindulgente. Igual que un buen entrenador, un
maestro o un líder en el combate, la partera es capaz de dar ánimo, de
pedir, incluso de exigir, lo aparentemente imposible.
Finalmente la partera se regocija en el bebé. Junto con la parturienta
es capaz de celebrar la belleza y la absurdidad de ésta mínima criatura
recién llegada.
Las Verdades de la Vida
Cuando empecé a trabajar como directora espiritual, y me sentí
llamada a asistir en el nacimiento espiritual de otros, me impresionó la
similitud que había con el proceso del nacimiento físico. Para aquellos que
no han experimentado de primera mano el trabajo de parto y el nacimiento,
los párrafos que siguen entretejen un esquema del progreso del embarazo y
el parto junto con el proceso espiritual análogo. (Como les recuerdo a mis
estudiantes del seminario, una vieja película de la Cruz Roja también puede
servir para el mismo fin.)
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36
Primero hay un largo período de espera e incertidumbre. La
embarazada piensa: a lo mejor ni siquiera estoy embarazada, pero de
alguna manera me siento distinta. El rango de experiencias y sentimientos
en éste tiempo es impresionante, la alegría se mezcla con la tristeza, la
ansiosa expectativa con una somnolencia inusual. Para algunas hay
náuseas y casi todas experimentan cambios en el gusto, todos esos chistes
acerca de los antojos tienen su base en la experiencia humana. Una mujer a
punto de dar a luz siente como si todo estuviera cambiando: las emociones
se vuelven extremas y poco fiables. Casi simultáneamente la mujer
embarazada siente tanto desamparo como gran poder, esperanza acerca
del futuro y miedo a lo desconocido. Las extrovertidas se convierten en
introvertidas y se asombran de su placidez bovina. A su tiempo ésta
sensación de distorsión se hace física además de emocional: su cuerpo se
ve simplemente inadecuado, sin forma e incómodamente apretado alrededor
de la cintura, al menos hasta que el embarazo está suficientemente
avanzado para permitir el orgulloso pavoneo de la fecundidad visible. Y hay
una creciente torpeza física, ¡algo le está pasando a su sentido de equilibrio!
Esto es sólo una lista mínima. Cada vez que juego a éste juego con
otras directoras espirituales o con seminaristas que son madres biológicas,
podemos agregar detalles de nuestra experiencia colectiva. Llama
poderosamente la atención cómo a menudo los mismos “síntomas” son
desplegados por aquellos que viene, tentativa o decididamente, buscando
dirección espiritual.
¿Cómo sabe una mujer que está embarazada? ¿Cómo sabe uno si
está espiritualmente embarazado? ¿Cuándo, quizás en una escala muy
modesta, el ángel ha venido a ti desde las páginas de la Escritura, en la
liturgia, en la consciencia del estudio o en la inconsciencia de los sueños?
¿Cuándo el ángel ha venido a ti en un chispazo de conciencia, a menudo en
un escenario altamente mundano, la oficina, el supermercado, tu coche en la
autopista y te ha dicho: “¡Salve, eres favorecida, tengo un trato para ti!
Prepárate para que tu vida sea puesta patas para arriba.”
En ambos casos el tiempo lo dirá. En el embarazo físico, los
primeros síntomas pueden ser engañosos, particularmente para la que es
inexperta. Hace décadas, durante dos meses atribuí sensaciones distintas y
misteriosas a la altura de la Ciudad de Méjico y asumí que ya me iba a
adaptar. ¡El tiempo reveló otra cosa! De manera similar, en etapas más
avanzadas del embarazo, los primeros movimientos de la nueva vida
pueden ser descartados por pensar que se trata de una ilusión, un truco de
la imaginación. Simplemente no son suficientemente importantes para ser
tenidos en cuenta. De la misma forma, los movimientos iniciales del Espíritu
dentro nuestro pueden ser pequeños, fácilmente ignorados por no ser lo
suficientemente movilizadores.
Mientras que los síntomas de malestar y desequilibrio espiritual
necesitan una cuidadosa atención, no todo el mundo està “embarazado,” no
todo el mundo es candidato a la dirección espiritual, al menos no en todas
las etapas de la vida. Están aquellos que son cristianos practicantes y están
satisfechos con su vida espiritual como parte de una comunidad de culto. Ni
se les ocurrirìa entrar en la intensa relación de persona a persona de la
dirección espiritual, ni tampoco entrar a formar parte de un grupo de “amigos
espirituales.” Esto es quizás un asunto de temperamento como también un
tema generacional o de experiencia de vida. Tambièn están aquellos cuya
espiritualidad està volcada hacia afuera. Se encuentran con Dios en el
servicio, la acción y la misión. Los ritmos espirituales son como los
corporales: la respiración requiere tanto de la inhalación como de la
exhalación, tomar y dejar ir. Frecuentemente, pero no siempre, aquellos que
se están volcando hacia afuera, exhalando, no están en el lugar apropiado
para la dirección espiritual. Puede ser que lo estèn màs adelante, pero no lo
están ahora.
Pero están aquellos que sienten que algo les està pasando a ellos y
dentro de ellos. Sus gustos están cambiando y su punto de equilibrio se ha
movido. Algunas veces son frenados de golpe por una crisis: una
experiencia de conversión, una pèrdida trágica, un período de gran dolor,
una consciencia aguda de encontrase en un umbral. A medida que se
aproximan a la mediana edad, las mujeres, especialmente, pueden sentirse
forzadas a explorar su espiritualidad cuando descubren dentro de sí mismas
una voz inesperadamente autoritaria. Hombres y mujeres de tosas las
edades y experiencias de vida pueden sentir un llamado, no necesariamente
al ministerio ordenado, pero simplemente a despertar a la consciencia de
que Dios espera de que hagan algo con sus vidas. Pero ¿qué? A veces
experimentan un profundo pero indefinible malestar espiritual que no tiene
nada que ver con una patología, dolores y picazones que los hacen buscar
ayuda. A veces vienen llenos de sorpresa y alegría: después de años ,
quizás de décadas de fiel observancia han experimentado de repente una
consciencia de la presencia de Dios y de su gracia. Se sienten gozosos,
llenos de frutos y expectantes, y no saben qué hacer con esto.
Como partero espiritual, el trabajo del director es prestar atención,
escuchar lo que no se está diciendo, o lo que sí se está diciendo pero con o
si no fuera importante. Aquellos que buscan dirección espiritual por primera
vez, casi invariablemente se excusan y minimizan sus experiencias de
anunciación, al menos hasta que no se les dé seguridad sobre la validez de
las mismas. Por lo tanto nuestras conversaciones muchas veces empiezan
con una explicación: “En realidad no estoy muy seguro de porqué estoy acá.
No debería hacerte perder el tiempo, pero …” Hablar sobre Dios es difícil y
muchos de los que ansían tener dirección espiritual carecen del vocabulario
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para describir sus síntomas y de la imaginación para visualizar el fruto de su
trabajo. Sólo saben que están experimentando cambios interiores, a veces
alarmantemente gozosos y a veces profundamente inquietantes. Tanto la
distorsión como el desequilibrio y as nauseas espirituales son igualmente
desagradables que los fenómenos físicos análogos, aún cuando éstos sean
signos de vida y de dar frutos.
Cuando tengo duda, siempre asumo que Dios en efecto está
trabajando. Nunca diremos esto lo suficiente: lo primero es tomar a cada
persona seriamente y valorarla como una criatura de Dios. Igual que el buen
anfitrión observar la regla de San Benito de recibir a cada huésped como si
fuera Cristo mismo, la nueva partera asume que una nueva vida está
germinando en la persona que viene a pedirle ayuda.
Después de un largo período de espera, viene el comienzo del
trabajo de parto. Como la conversión este puede empezar de golpe o
gradualmente. Puede haber algunas falsas alarmas. Pero rápido o gradual,
tentativo o definitivo, cuando finalmente ocurre, hay una sensación de que
es inevitable. No hay vuelta atrás, no podemos volver a nuestro estado
original. Esto puede simultáneamente asustar, las cosa se han ido de
nuestras manos, y llenar de gozo, algo finalmente está ocurriendo.
La Primera Etapa: Presencia, Paciencia y Espera.
Después viene el parto propiamente dicho. La terminología es apta.
Dar a luz es un trabajo duro, centrado e intenso. El parto es un tiempo de
concentración, conciencia despierta y atención. Pero no es indiferenciado;
hay distintas etapas, y cada una debe ser entendida y respetada.
La primera etapa es un tiempo de esperar al momento en que la
persona esté lista. Es un tiempo de contracciones rítmicas, que van
creciendo en dolorosa intensidad. Los entusiastas del parto natural no están
de acuerdo en hablar de dolores, prefiriendo el término más neutro de
"contracciones". Pero dar a luz, física o espiritualmente, no es un proceso
totalmente lleno de alegría. Sea esta etapa larga o corta, es un tiempo de
espera, de dejar ir, y respirar suavemente. Sobre todo es un tiempo de
receptividad y paciencia (especialmente de parte de la partera). Esto puede
ir en contra de lo que estamos acostumbrados en esta sociedad impaciente
y orientada hacia la obtención de resultados, pero el esfuerzo en esta etapa
es contraproducente. Similarmente, mientras las etapas iniciales de la
relación de dirección son obviamente para contar la historia, comparables a
la cuidadosa elaboración de la historia clínica por parte de la partera, mucho
del trabajo de esta etapa consiste en explorar lentamente la profundidad de
esta historia. Es también una etapa para explorar formas de oración,
nuevamente y sin apuros. La persona que se siente empantanada con las
palabras impresas de la liturgia puede ser animada a rezar
imaginativamente con las Escrituras, mientras que aquel que
simultáneamente teme y desea la soledad puede probar con un retiro de fin
de semana.
La dirección espiritual no es un ministerio para las crisis, si bien el
impulso inicial de buscar un director puede surgir de una necesidad personal
urgente. El partero del espíritu no es un experto que llamamos en momentos
dramáticos, como puede ser una crisis causada por una patología, o el
momento final, excitante del nacimiento. Como la partera, éste trabaja con
toda la persona y está presente a lo largo de todo el proceso. Tiene tiempo,
a diferencia del médico que tiene un horario muy apretado y se ocupa sólo
de lo específico: enfermedad y patología. O, para el caso, el clero parroquial,
tan ocupado con programación, administración y liturgia. En cambio ella
ofrece apoyo a través de cada etapa y espera con la parturienta cuando "no
pasa nada" Por supuesto no existen momentos donde "no pasa nada". El
crecimiento espiritual puede ser gradual y escondido; el director-partero
puede discernir o al menos confiar que algo siempre está "pasando".
Como pueblo no nos sentimos cómodos en la espera. Lo vemos
cono una pérdida de tiempo y tratamos de evitarla, o al menos llenarla con
ocupaciones triviales. Valoramos la acción por si misma. Incluso una vez
jubilados, la gente espera estar activa y se manda la parte de que están
"más ocupados que nunca". Es difícil confiar en el lento trabajo de Dios. Por
eso el modelo del embarazo y el parto es de gran ayuda. La ingeniería
genética ha logrado la fertilización in vitro, embarazos en vientres
alquilados, y proezas asombrosas en la fecundidad de las vacas lecheras,
pero (¡al menos hasta ahora!), no han logrado acelerar el proceso de la
gestación. Hay momentos donde la espera es inevitable, adecuada y
fructífera.
Junto con la alta valoración que le damos a la actividad misma,
creemos que podemos mejorar las cosa con nuestras acciones. Todo se
puede arreglar; y si no está roto se puede mejorar. Pensemos solamente en
algunos de nuestros ídolos actuales: la farmacología, la tecnología médica,
la psicoterapia, y los sistemas político-económico, tanto de izquierda como
de derecha. Pero la dirección espiritual es en general estar con aquellos
que están en la espera, los que no pueden ser arreglados, reparados,
enderezados, y el director espiritual hace bien en emular el dominio del
partero. La partera comprende el proceso del nacimiento. Al menos en el
pasado, ella también tuvo la experiencia de parir. Ella sabe cuando puede
asistir en interpretar o cuando solamente debe estar presente. Ella interviene
solo cuando es necesario y útil, nunca por el hecho de "hacer algo".
En los directores espirituales, el impulso de "ayudar" a la gente tarda
en desaparecer. Incluso cuando el director cree que ha sido purgado de
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semejante ingenuidad, el impulso vuelve a aparecer, a menudo en formas
mucho más sutiles. Esto es especialmente cierto cuando alguien tiene un
problema genuino y cuando es obvio que existen circunstancias externas
remediables que están afectando su vida espiritual. La gente llega a
nosotros con cargas que parecen insoportables: enfermedades crónicas,
tanto físicas como emocionales, pobreza, las heridas del abuso físico. Al
director espiritual todas estas situaciones pueden parecerle adversas, y
que es necesario deshacerse de ellas o al menos mejorarlas, y es una dura
lección aprender que la vida en Cristo no es necesariamente una vida libre
de dolor.
Jennie, una mujer que acompaño, está sola, crónicamente enferma,
enfrenta aún mayor discapacidad, y vive al borde de la pobreza. No hace
mucho mientras estábamos juntas, me encontré pensando, "si solamente
esta mujer tuviese un poco más de dinero, todo cambiaría. Todavía estaría
sola y enferma, pero..." Me encontré atrapada planeando como "ayudarla",
buscando formas de "arreglar todo". Finalmente dije: "quiero sacarte el dolor.
Quiero poder hacer que todo esto termine". Jennie me miró con infinita
paciencia, me dio una palmadita en la mano, y dijo, "Querida, solamente
saber que estás acá y que me amas es suficiente para mí. No te preocupes".
Ella sabía lo que yo había olvidado: que muchas veces uno espera porque
no hay nada más que hacer. El mejor regalo que podía hacerle no era jugar
a la asistente social o a la psicoterapeuta, sino tranquilizarme y esperar con
ella. Para esto, tenía que reconocer lo incómoda que me ponía mi
impotencia.
Así como no estamos cómodos esperando, rehuimos la pasividad,
rehuimos ser el objeto más que el iniciador de la acción. La enfermedad más
insignificante puede revelar la fragilidad de nuestro control, al convertirnos
en pacientes, aquellos que son receptores de las acciones de otros, sean
sanadoras o dolorosas. Cuando nos convertimos en pacientes, hemos o
soltado el control o sido privados de él, ambas condiciones ofensivas.
Incluso los teólogos ascéticos prefieren hablar de esto que experimentarlo.
Podemos jugar un poco al desapego Eckhartiano, soltando esas costumbres
o modos de ser que son fáciles de soltar, pero rezamos para que se nos
ahorre el cataclismo que convierte la tela que tan cuidadosamente hemos
entretejido (o remendado), en jirones. Pero el modelo de espera sagrada, de
pasividad, está frente a nosotros en la vida de Cristo.
En el libro, La Estatura de la Espera, W. H. Vanstone señala el
cambio radical de Cristo de la acción a la pasión, notando que el término
"pasión" se refiere no tanto a su sufrimiento como al hecho "dejarse hacer",
convirtiéndose en el objeto y no en el sujeto de la acción. En el Evangelio de
Marcos, después que Judas "lo entrega", Jesús permanece inactivo, habla
muy poco y sin éxito. En el evangelio de Juan, con la llegada de la noche,
Jesús se vuelve inactivo. No se puede hacer ningún trabajo de noche; es el
tiempo de la espera.
En el evangelio de Juan, en el momento en que Jesús es arrestado
en el Monte, es encadenado allí mismo. (Su) Libertad sin trabas es de
repente cambiada por esclavitud, su impalpabilidad a manos humanas por el
sostén literal y físico de esas manos sobre El. En el momento en que Jesús
es entregado, pasa, según Juan de una libertad sin trabas a una total falta
de libertad.37
En nuestra cultura, que valora el hacer sobre el ser, es iluminador
leer tanto el evangelio de Marcos como el de Juan a través de los ojos de
Vanstone. Esperar es parte de la condición humana. Pero en vez de ser una
lamentable pero inevitable pérdida de tiempo, es una oportunidad para el
crecimiento, potencialmente sagrada y a la manera de Cristo. Como nos lo
recuerda Vanstone, "Esperar puede ser de las experiencias humanas más
intensas y conmovedoras, la experiencia que más que ninguna otra nos
aleja de falsas personalidades y auto-engaños y nos revela la verdad de
nuestras necesidades, nuestros valores y nosotros mismos"38. Como
parteros del espíritu, tenemos mucha espera que hacer y tenemos que
animar a otros a esperar, no siempre cómodamente sino a veces en gran
dolor.
Aquellos que son favorecidos con el don del "insight" pueden
entrever su impotencia esencial, aunque en lo exterior sean personas de
grandes logros que contribuyen al bienestar general. (Teresa de Avila es un
ejemplo elocuente). Estas son personas que vienen a la dirección espiritual
desconcertados por el vacío de sus vidas ajetreadas y asustados por la
conciencia de su impotencia esencial. Quieren avanzar con fuerza en la
vida, aunque ven que esto lo único que hace es acrecentar el dolor y
retrasar su realización. Como parteros los invitamos a abrazar la pasividad
de la espera, a respirar tranquilamente y volverse receptivos.
Esto no es tan fácil como suena. Me doy cuenta que cuando tengo
un encuentro con Charles, un pastor exitoso que vive al borde del desgaste
psíquico. El vigor espiritual y financiero de su parroquia es la envidia de sus
colegas, sus parroquianos acuden a él con un amor y respeto rayanos en la
veneración, y su obispo siempre piensa primero en él cuando busca un
presidente para el comité diocesano. A pesar de todo Charles encuentra que
su vida es gris y vacía. Se pregunta por qué trabaja tanto si nada parece
importar. También se pregunta por qué sigue rezando, ya que eso tampoco
parece importar. Los dos sabemos que está en un tiempo de espera, pero
su espera es dura: Charles no es un hombre de respirar tranquilo y dejar de
37
W. H. Vanstone, The Stature of Waiting (New York: Seabury, 1983) p. 27.
38
Ibid., p. 83.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
39
avanzar con fuerza!. Pero su fe es profunda, y su confianza suficiente. Está
deseoso de permanecer. Mi único trabajo, en este punto, es permanecer con
él.
Vienen otros que están en un tiempo de espera tanto
espiritualmente como externamente. Son los ancianos frágiles, los que están
físicamente inmóviles, los enfermos crónicos. La presencia es uno de
nuestros más grandes regalos para los moribundos, cuyas personas
amadas y cuidadores frecuentemente los desaniman de hablar de sus
experiencias. El director espiritual puede esperar y escuchar, aceptando con
la persona moribunda la realidad de su muerte. También esperamos con los
abandonados, sabiendo que el dolor no puede ser apurado sino que debe
ser atravesado. Nos sentamos con víctimas de todo tipo, incluyendo los
sobrevivientes de la violencia, el abuso y el abandono.
Los directores espirituales también tienen un ministerio de presencia
con los desempleados, cuya grave situación es mirada en términos
económicos y sociales pero raramente es reconocida como una crisis
espiritual. De manera similar las personas jubiladas, a pesar que su
jubilación puede haber sido voluntaria y bienvenida, se encuentran pasivos, "
a merced de otros" incluso en medio de actividades placenteras. En vez de
ofrecer más actividades para enmascarar la realidad, el director espiritual
puede ser modelo de aceptación de la espera e invitarlos a explorar este
vacío sagrado. En ámbitos menos tradicionales, nuestro ministerio con los
sin hogar y los presos, es también un ministerio de paciente y atenta espera.
Me doy cuenta que estos párrafos pueden parecer una prescripción
para descuidar a aquellos que, material o físicamente, han sido
abandonados y se encuentran dependiendo de la acción de otros. Nada
podría estar más lejos de la verdad. Los directores espirituales no son
asistentes sociales, ni médicos, ni planificadores comunitarios. No podemos
ni debemos tratar de reemplazar a los profesionales, programas o agencias
que trabajan para aliviar el sufrimiento y promover a los individuos y las
comunidades. Pero podemos ofrecer lo que está inevitablemente ausente en
el activismo mejor intencionado: una voluntad de esperar con otros frente a
su impotencia, “sentarse quietos, incluso en medio de estas rocas”.39
Presencia Mutua
En su presencia atenta la partera no es autoritaria, sin embargo
tiene mucha autoridad. Tiene habilidad, conocimiento y perspectiva que la
parturienta no puede tener, aunque sea solo por estar afuera del proceso.
Es capaz de un amoroso distanciamiento, pero al mismo tiempo es solidaria
39
T. S. Elliot, “Ash Wednesday” in Collected Poems (New York: Harcourt Brace
and Company, 1936), p. 121.
con la que va a dar a luz. La partera del espíritu, también, necesita
experimentar esta solidaridad. En su perceptivo libro sobre las mujeres y la
dirección espiritual, Kathleen Fischer señala que el mito del experto es más
dañino para la mujer que para el hombre, porque las mujeres han sido
condicionadas para depender de la autoridad. Por lo tanto insiste en la
desmitificación del proceso de la dirección espiritual y advierte
especialmente sobre el peligro de encuadrar la relación en un modelo
científico con su énfasis en la distancia y la objetividad, que no son
40
apropiadas para la sanación y el crecimiento personal . En otras palabras,
incluso la partera espiritual muy habilidosa mantiene la apertura y el
compromiso emocional del amateur. El amoroso distanciamiento de la
partera espiritual no es sinónimo de distancia. Mientras que la autoridad de
la partera es un apoyo bienvenido para la parturienta, ella está
comprometida emocionalmente, incluso en su desapego. No lo diremos lo
suficiente: la partera espiritual no teme ser tocada.
Con una perspectiva más clara, la de quien está afuera del proceso,
el director espiritual puede ofrecer interpretaciones a la parturienta. Digo
"ofrecer", no "imponer", porque el partero-director espiritual nunca puede ver
la totalidad del cuadro. A lo mejor el dirigido no quiere o no puede revela
alguna parte esencial de la historia, o el insight del director se ofrece
prematuramente. Este es un tiempo de humildad y paciencia de parte del
director, que puede temer que un acercamiento tentativo tenga poca fuerza.
Entonces a lo mejor ambos se estén poniendo incómodos con la
incertidumbre de la espera y anhelan claridad, incluso aunque sea
prematuro y equivocado. Para la mayoría de nosotros , los cabos sueltos
son recordatorios aterradores de nuestra propia impotencia. Dar nombre,
etiquetar, clasificar, nos dan una ilusión de control, incluso si la conclusión a
la que hemos llegado es falsa.
De cualquier manera, es importante dejar al dirigido en libertad para
aceptar o rechazar nuestras interpretaciones. Sea que tengamos razón, o
que nos equivoquemos, o que nos apuremos, da seguridad recordar que no
podemos hacerle mucho mal a nuestro dirigido porque la gente rara vez
escucha lo que no quiere escuchar. A lo menos habremos sembrado una
semilla. Como directores-parteros, debemos estar preparados para esperar
que la semilla brote y crezca hacia la madurez, quizás mucho después que
nuestra relación con el dirigido haya terminado.
Mientras dejamos que el dirigido acepte o rechace nuestras
interpretaciones, podemos ayudar simplemente pronunciando las palabras,
ya que hay verdad en el cliché que dice que los demonios son destruidos
40
Kathleen Fischer, Women at the Well: Feminist Perspectives in Spiritual Direction
(New York: Paulist, 1988), pp. 19-20.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
40
cuando son nombrados. Al mismo tiempo podemos liberar al dirigido de la
tiranía de los "debo" y "tengo que". Incluso cuando el director es
suficientemente sabio para evitar prescribir comportamientos, el dirigido
puede estar aprisionado. Asi que escuchamos: "No debería sentirme de esta
manera, pero...." o "No tendría que decir esto, pero..." A pesar de estar en
un tiempo de espera el director puede suave o bruscamente hacer una
aclaración. A veces me encuentro diciendo, "Pero vos te sentís de esa
manera" o "¿Quien se va a ofender si lo decís? De todas formas Dios ya lo
sabe, y yo probablemente no me caiga de la silla al escucharlo"
En la dirección espiritual, mientras esperamos juntos, no siempre
estamos seguros de que es lo que esperamos. Eckhart nos presenta una
imagen de Dios que nos ama tanto que nace una y otra vez en el espacio
vacío y acogedor de nuestra alma. Con la tristeza y resignación de nuestro
tiempo, el filósofo Needleman, autor de numerosos libros acerca de la
búsqueda espiritual, suena como un Eckhart pesimista cuando nota que el
41
alma es abortada mil veces al día . Pero si es que nos regocijamos con
Eckhart en su visión de abundante fecundidad, o que nos entristecemos con
Needleman por la vida desperdiciada, es claro que para directores
espirituales incluso un aparente vacío no es estéril. En los tiempos de
espera, es suficiente si no hacemos otra cosa que sentarnos con la
parturienta, ofreciendo una mano para sostener.
La mano reconfortante de la partera es bienvenida, porque uno de
los miedos mayores de la mujer parturienta es que la dejen sola. Es más el
ser abandonados es el miedo de todos, aunque cuando termina la infancia
aprendemos a controlarlo o por lo menos esconderlo. Mientras escucho las
historias de mis dirigidos, me llama la atención como todos nos sentimos
abandonados y gastamos gran cantidad de energía (frecuentemente mal
dirigida) tratando de lidiar con la rabia y la pena que nos produce el
abandono de nuestros padres. Mal dirigida, porque no penetramos
suficientemente profundo hasta la raíz de nuestro miedo: ser abandonados
por Dios.
Así George es reacio a explorar su relación con un Dios ya sea
cariñoso o que lo descuida, insistiendo que el problema no es Dios sino su
padre frío y abandonador. Su padre sin duda fue frío y abandonador hace
cuarenta y cinco años, pero ahora es un anciano semi-inválido. A pesar de
que George tiene cicatrices y heridas que van sanando lentamente - ¿y
quién no las tiene?- es un hombre considerablemente dotado. Se resiste a
mi sugerencia de ver un psicólogo para lograr ver la relación con su padre,
que sirve de útil pantalla para que George no vea su miedo más profundo. El
41
Jacob Needleman, Lost Christianity: A Journey of Rediscovery (San Francisco:
Harper & Row, 1980), p. 175.
Dios que él se ha creado y tiene puesto en un estante es benefactor, aunque
bastante ineficaz, y no tan poderoso- o tan absorbente- como Papi. A lo
mejor algún día George se sienta suficientemente fuerte como para poder
poner a su padre de lado, incluso hasta perdonarlo, y mirar de frente su
relación con un Dios de amor y terror. Quizás entonces con el salmista
podrá rezar: "Hasta cuando , Oh Señor? ¿Me olvidarás para siempre?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? Entonces se romperá una gran
barrera, y un lugar congelado en George empezará a derretirse. No estoy
segura de que esto pueda suceder sin la ayuda profesional para curar las
heridas que lleva en su interior. Por el momento no está preparado para
renunciar a ellas.
No todos los dirigidos se presentan de una manera tan desolada,
pero muchos comparten su desgano en articular su sensación de ser
abandonados por Dios. Aquí, como siempre, son rápidos para culparse a sí
mismos y suprimir cualquier sentimiento de rabia. Si se sienten aislados,
deben de haber hecho algo para merecerlo. El director puede ayudar aquí
recordándoles que su experiencia no es única, no para minimizar su dolor
sino para disminuir su sensación de soledad.
Transición
La primera etapa del parto termina con un periodo de transición, que
puede dar miedo, incluso terror si es inesperado. Incluso cuando la
transición es comprendida, es sorprendentemente poderosa. La parturienta
es asida por una fuerza tremenda y siente que ha perdido el control. Todo es
de repente demasiado grande y demasiado poderoso. Todas esas semanas
de cuidadosa preparación e instrucción aparecen como inadecuadas y
triviales. La parturienta pensaba que estaba preparada y que "sabía
exactamente lo que tenía que hacer" ¡y ahora nada de eso da resultado!
Incluso se puede sentir traicionada: nadie le ha dicho la verdad, o quizás
nadie ha enfrentado previamente y comprendido la verdad.
En el proceso del nacimiento, el oscuro y aparentemente caótico
período de transición es el momento de mayor incomodidad y al menos
desde el punto de vista de la parturienta, el de mayor necesidad de estar
apoyada por la partera. En nuestra vida espiritual, también este es un
momento de giro. Lo que antes nos servía ya no nos sirve. Los ritmos
confortables de culto y oración solitaria aparecen vacíos y estériles. La
imagen de un Dios amoroso, inmanente ha desaparecido, se ha ido el Dios
que nos pregunta:
¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de
sus entrañas?
¡Pero aunque ella se olvide yo no te olvidaré!
Yo te llevo grabada en las palmas de mis manos...(Is. 49,15-15)
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
41
Esta visión puede haber sido suplantada por la imagen severa de un
Dios enojado que castiga:
¿Quién se mantendrá de pie ante su furor?
¿quién resistirá al ardor de su ira?
Su furia se derrama como fuego,
Y las rocas se parten ante él. (Nah. 1,6)
Aún más posible es que tenga la percepción de la ausencia o
indiferencia de Dios, un Dios que decide hacerse a un lado:
¿Porqué te quedas lejos, Señor,
y te ocultas en los momentos de peligro? (Sal. 10,1)
Lo que ha sido aprendido y diligentemente practicado ya no ayuda.
Nada funciona como debiera o al menos como esperamos que funcione. Los
solitarios momentos de transición pueden ser terribles, porque son tiempos
de desarraigo espiritual. Aunque no es ni partero ni director espiritual
(aunque quizás un poco de ambos), el poeta Rilke nos ofrece una
descripción emocionante de este incómodo aunque fructífero período de
transición, cuando habla de
momentos en que algo nuevo ha entrado en nosotros, algo
desconocido; nuestros sentimientos enmudecen en tímida perplejidad, todo
en nosotros retrocede, sobreviene una quietud, y lo nuevo, que nadie
conoce, que da en el centro y es silencioso…Yo creo que casi todas
nuestras tristezas son momentos de tensión que nos parecen paralizantes
porque ya no escuchamos a nuestros sentimientos sorprendidos vivos.
Porque estamos solos con el elemento extraño que ha entrado en nuestro
ser; porque todo lo íntimo y acostumbrado nos es por un instante quitado;
porque nos encontramos en medio de una transición y no podemos
permanecer de pie.42
No es sorprendente que, los tiempos de transición son tiempos en
que las personas cuya observancia religiosa ha sido tibia y superficial se
sienten obligados a buscar dirección espiritual. Otros, si están bien
establecidos en una relación de dirección espiritual, pueden decidir dejarla
durante este período de transición, porque sienten que de alguna manera
no "está funcionando". O pueden tener la sensación de que se están
balanceando en el borde de algo nuevo, y están sin ganas de dar el próximo
paso. La mujer descripta en el capítulo dos, que dejó la dirección espiritual
porque le resultaba muy difícil cambiar de vida, es excepcionalmente
consciente y sincera. Por lo general la resistencia a cambiar es inconsciente
e inarticulada. De cualquier manera, en todos los casos, es tarea del director
discernir dónde está el dirigido, a pesar de signos confusos y conflictivos, y
ser consciente tanto del dolor como de la promesa del tiempo de transición.
42
Rilke, Letters, p. 64.
Las transiciones pueden ser grandes o pequeñas, bienvenidas o no.
A veces se pueden prever, pero generalmente llegan sorpresivamente. Las
transiciones obvias implican una pérdida dolorosa, la muere de un ser
querido, una enfermedad seria, un divorcio o la ruptura de alguna relación, el
desempleo. La jubilación, u otro cambio drástico en la manera o el lugar de
vida son también tiempos obvios de transición. Aveces la transición es
disparada por cambios positivos y bienvenidos en la vida del dirigido: el
principio de la recuperación del alcoholismo, la aceptación de la orientación
sexual después de un largo periodo de lucha, el matrimonio, el nacimiento
de un hijo, la resolución de dudas vocacionales. En vez de que todo camine
suavemente, el dirigido experimenta caos espiritual, todo parece
desmoronarse justo en el momento que "lo tenía todo resuelto".
Incluso cuando no hay circunstancias externas que hagan de
disparador, una aparente pérdida de fe puede señalar un tiempo de
transición. Esta es una experiencia común en los seminaristas, que se ven
sacudidos en su fe justo cuando esperan que esta esté más firme, y los
estudios académicos no disminuyen el dolor porque los obliga a mirar las
Sagradas Escrituras y la historia de manera crítica. Similarmente, las
mujeres pueden sentirse a la deriva, privadas de sentido y orden, cuando de
repente (o gradualmente) se ven aisladas por el lenguaje masculino de la
liturgia. En un ensayo llamado “Toma de Vuelta La Noche”, Mary E. Giles
describe este penoso tiempo de limitación:
En incontables situaciones hoy las mujeres están sufriendo la
pérdida de valores tradicionales, sistemas y relaciones para dolor de ellas y
sus personas amadas y para consternación de aquellos que están en
instituciones afectadas por esta experiencia. Cuando la pérdida es radical,
esto es, cuando afecta todo nuestro ser, no es planeada y no es deseada,
nos reduce a una impotencia emocional, intelectual y psíquica, nos deja
suspendidas entre un pasado oscurecido y un futuro oscuro de manera que
todo nuestro ser despotrica contra la pérdida, entonces estamos pasando
por nuestra noche oscura. Cuando gritamos angustiados ‘Dios, mi Dios’,
cuando nos sentimos vacías de sentido, cuando no sabemos quien es este
Dios a quien tontamente nos aferramos, entonces estamos pasando por
nuestra noche oscura. No hay indicio de exótica aventura aquí, sólo asirnos
y buscar a tientas.43
En cualquier caso, gente llena de fe se encuentra en situaciones
donde lo de antes ya no le sirve y de donde ya no puede retroceder. Pueden
verse tentados de seguir adelante como si nada pasara, especialmente si
las circunstancias favorecen conformismo. La mayoría de los seminaristas,
43
Mary E. Giles, ed., The Feminist Mystic and Other Essays on Women and
Spirituality (New York: Crossroad, 1989), pp. 61-62.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
42
por ejemplo, astutamente evitarían hablar de su estado doloroso y difícil con
los cuerpos de prueba que los aprueban para la ordenación. Sin embargo en
la seguridad de la dirección espiritual, pueden vivir esta etapa con sinceridad
e incluso llegar a ver lo necesaria que es.
El director puede ayudar definiendo la transición: un momento de
movimiento de una etapa a otra, un tiempo de cambio y transformación. Con
Rilke podemos aconsejar que este es un tiempo para estar “quieto, paciente
44
y abierto”. Incluso el dirigido teológicamente sofisticado puede ser ayudado
recordándole que nuestras imágenes de Dios son justamente eso,
imágenes, y que a medida que vamos viendo sus limitaciones somos
capaces de superarlas. Las dificultades aparecen cuando nos olvidamos de
que son meramente imágenes y creemos que hemos crecido superando a
Dios. Los que están espiritualmente estancados puede vivir en un estado de
negación, pero los que buscan a Dios pueden entrar en pánico: "¡Quizás he
ido demasiado lejos! ¡Me tendría que haber conformado con el Dios que
tenía!" En el mejor de los casos este es un lugar desestabilizante para
estar. El suelo ya no parece seguro debajo de nuestros pies y como dijo uno
de mis dirigidos más sensatos, “Todo está allí a disposición de cualquiera”.
Como una partera fiel, el director puede ver patrones y formas en lo
aparentemente informe. Más importante aún, sabe que la transición tiene
principio y fin, y que el dirigido va a emerger de ella con un nuevo nivel de
claridad. Este es un tiempo para compartir los insights con el dirigido, que
puede ser escéptico con respecto a ellos pero debería tener ya suficiente
confianza en el director como para saber que éstas no son palabras baratas
de consuelo. Incluso los dirigidos que no han tenido la experiencia de dar a
luz pueden comprender a través de imágenes de la transición, que ésta es
una etapa difícil y confusa que conduce a una vida nueva. Sigue siendo
difícil pero al menos pueden intuir un sentido en su aparente sin sentido. El
director-partero puede ayudarlos a soltar, a dejar la lucha, y esperar
atentamente el principio de la próxima etapa. La transición es un tiempo de
sorpresas; el director puede ayudar señalando signos en lugares
inesperados.
Una de las sorpresas inoportunas de la transición es el sentimiento
de pérdida que inevitablemente acompaña la autotrascendencia y el nuevo
crecimiento. De la misma manera los padres primerizos muchas veces se
sorprenden de las pérdidas que sufren con el nacimiento de un hijo muy
deseado: pérdida de espontaneidad, de privacidad, de autodeterminación,
incluso la pérdida del sentido de identidad. Para una cantidad de gente,
ahora, son meramente los padres de fulano de tal. Aceptar el crecimiento y
el cambio en uno mismo es también una especie de partida, un dejar atrás lo
44
Rilke, Letters, p. 65.
seguro y conocido. A veces nos damos cuenta de la profundidad de la
pérdida sólo después de que ésta sucedió, y ya no se puede volver atrás.
Uno de los tesoros que tengo en mi oficina es la piel intacta de una
víbora negra de Virginia, piel que ésta tuvo que dejar al crecer. Para crecer,
en realidad para sobrevivir la víbora tuvo que dejar parte de sí misma. No
tengo idea si este proceso fue doloroso o fue un alivio, pero mi imaginación
me dice que hubo un poco de ambos. Los dirigidos también dejan pieles e
identidades si perseveran a través del dolor de las transiciones, dejando la
seguridad de las imágenes y las costumbres superadas, para abrazar lo
nuevo. Esto es especialmente conmovedor ya que generalmente la
identidad vieja no tenía "nada de malo"; simplemente ya no les era útil.
La Segunda Etapa: El Trabajo Activo
La segunda etapa empieza en el medio del caos de la transición,
con una consciencia instintiva de la necesidad de pujar con fuerza en cada
contracción. Este es un tiempo de trabajo activo, en contraste con el trabajo
de la espera. Toda la atención de la parturienta está centrada, enfocada, lo
que trae consigo excitación, alivio y gran energía.(Esto puede no ser
evidente para el observador casual, que espera ver signos de dolor y
agotamiento.)
Para el director-partero, esta segunda etapa es el tiempo de la
cosecha. La relación con el dirigido está bien establecida, con cariño y
afecto de parte de ambos. El largo periodo de la espera terminó, y la
desolación de la transición ha sido atravesada.
El director puede sentir que su presencia es menos importante por
ahora, porque más que nunca el dirigido está marcando el rumbo. Este es
un buen momento para recordar nuevamente lo que es la dirección espiritual
en realidad. No es imponer nuestra voluntad al otro, sino asistirlo
respetuosamente mientras discierne el camino: ¿Qué rumbo tomo? ¿Cuáles
son los signos? ¿Qué cambio de dirección tengo que hacer? ¿Cuál es mi
dirección?
En esta etapa, y es importante recordar que no es final, que todo el
proceso va a empezar una y otra vez, la dirección es clara, el nivel de
energía es alto, y los próximos pasos están a la vista. Por el momento el
dirigido ha encontrado la regla y la disciplina que están bien para él. En el
momento presente, al menos, sabe quién es, con una consciencia nueva de
su identidad en Cristo. En este tiempo de trabajo intenso pero concentrado,
el dirigido entra en la nueva identidad y sale de los insights que había
logrado en etapas anteriores. Siempre lo tengo claro cuando trabajo con
seminaristas que la dirección espiritual está conectada con la preocupación
por la vocación, porque los caminos interiores y exteriores están
inseparablemente unidos. De manera menos obvia, todos aquellos que
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
43
buscan dirección espiritual están luchando con su vocación,
independientemente de qué se ocupen en la vida diaria. En un sentido la
dirección espiritual puede ser vista como una orientación vocacional, con,
espero poca similitud con aquella que muchos de nosotros tuvimos que
soportar al final del secundario.
Esta etapa de parto no está exenta de su propio dolor. A medida que
el trabajo interior progresa, el dirigido experimenta mayor consciencia tanto
de sí mismo como de toda la creación. Lo que puede haber empezado como
un viaje de auto-descubrimiento se convierte en un viaje hacia adentro de
una red de conexiones. La compasión se hace más profunda a medida que
el dirigido trasciende el mirarse a sí mismo, y la compasión nunca es un don
fácil y barato. Lo que ha sido visto no puede olvidarse y lo que se ha
aprendido no puede ser ignorado. Dar a luz tiene su lado oscuro: los
cambios pueden resultar mayores de lo que habíamos negociado.
Como tantas veces, la tarea del director es aquí animar, literalmente
dar aliento. En esta etapa me siento como un entrenador: ¡Estás en el
camino correcto, no pares ahora, seguí adelante, confiá en vos! ¡No te
olvides de mirar los signos! ¡ Y no te sorprendas de las sorpresas! Este es el
momento en que la amistad se convierte en un componente más fuerte de la
relación. Ha estado allí todo el tiempo, pero ahora el dirigido sabe lo que el
director ha sabido desde el principio: los dos estamos en el mismo camino,
haciendo el mismo trabajo. Las barreras entre nosotros son estructuras
endebles, erigidas por conveniencia, o quizás completamente ilusorias.
No se llega a este punto rápidamente, pero siempre resulta
gratificante. El dirigido, que puede haber empezado el trabajo con una idea
exagerada acerca de mis aptitudes, está dispuesto a verme en mi imperfecta
humanidad y a amarme a pesar de ello. ¡Después de todo es él quien ha
hecho todo el trabajo!
Celebración
La dicha que llena la sala de partos cuando nace un bebe es
imposible de describir. Una amiga mía que es partera me cuenta que el
entusiasmo de recibir una nueva vida nunca decrece. Reía y lloraba al
mismo tiempo al ver por primera vez a cada uno de mis hijos, hermosos,
aunque tan pequeños, e incluso a pesar de mi subjetividad, un poco
cómicos. Toda la espera y el trabajo han producido este montoncito de
promesas. Hay tanto de misterio como de absurdo en esta nueva vida en
bruto, y sólo aquellos que no la han visto en su primer momento y al
desnudo, pueden darse el lujo de crear rapsodias sentimentales y
románticas acerca de ella. Una pequeña criatura indefensa, color morado y
un tanto extraña, es el fruto de toda esta espera, dolor, terror y trabajo duro.
¡seguramente se podría esperar algo un poco más útil y bien parecido!.
Muchas veces convertimos la dirección espiritual en un trabajo tan
pesado que nos olvidamos de celebrar. La gente encuentra tan fácil decir
cosas negativas de sí mismos que es posible pasar por alto todos los
pequeños nacimientos, los tiempos para el gozo y la celebración. A veces
me pregunto que pensará la gente que pasa delante de mi puerta, ve el
signo de "Por favor no moleste" y escucha risas adentro. Seguramente una
sesión de dirección espiritual es una ocasión solemne, incluso lúgubre, para
hacer una lista de defectos y descubrir deficiencias. Sin embargo es nuestra
actitud de quedarnos en nosotros mismos que nos hace olvidar el amor
gratuito de Dios, el que da nueva vida hasta al alma más cansada y herida.
Aún siendo un asunto muy serio, la dirección espiritual va a dar ocasión para
celebrar. Eckhart tenía razón cuando decía: "Tiende solamente al nacimiento
en vos y vas a encontrar toda bondad y toda consolación, toda alegría, todo
ser y toda verdad. Recházalo y vas a rechazar bondad y bendición. Lo que
viene a vos en este nacimiento trae consigo puro ser y bendición".
No todos los que vienen a trabajar con nosotros son Juan de la Cruz
o Teresa de Avila. La mayoría son personas comunes, no candidatos a la
santidad. Algunos tendrán profundas heridas, todos tienen cicatrices de
algún tipo. La mayoría no son teólogos, y pueden tener mucha falta de
confianza en sí mismos. Pero mientras trabajamos juntos, van a sacar a la
luz vida nueva, casi siempre pequeña, indefensa y algo cómica, pero a la
vez misteriosa y sagrada. Es tiempo de regocijarse y celebrar, incluso
cuando la partera sepa que esto es solamente el principio, el primero de
muchos nacimientos. Tarde o temprano el proceso tiene que empezar de
nuevo.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
44
CAPITULO 4
LAS MUJERES Y LA DIRECCION
ESPIRITUAL.
Jesús le dijo, María. Primero la había llamado “Mujer”, en nombre
común en aquel tiempo para las de su sexo, cuando no eran reconocidas.
Luego la llamó por su propio nombre, como diciendo: “Reconoce a aquel
que te reconoce.”
Gregorio el Grande
“”El que beba de esta agua tendrá nuevamente sed, pero el que
beba del agua que yo le daré, nunca más volverá a tener sed. El agua que
yo le daré se convertirá en él en manantial que brotará hasta la vida eterna”,
Juan 4, 13-15
Aunque hay una conciencia creciente de que la espiritualidad de las
mujeres es distintiva, hasta recientemente ha sido mayormente inexplorada.
Lo que es quizás el trabajo seminal en la investigación de la espiritualidad
de las mujeres fue escrito por una psicóloga académica en vez de por un
teólogo y está dirigido al lector lego: el libro de Carol Gilligan, En una Voz
diferente, ofrece una mirada fresca de la mujer como tomadora de
decisiones morales. Para mí y muchas de mis amigas este fue un libro en el
que nos vimos reflejadas, y la verdad es que fue muy bueno. Mary Field
Belenky y colaboradores han hecho un estudio valioso en Las Formas de
Saber de la Mujer, haciendo para la epistemología lo que Gilligan había
hecho para la ética: las mujeres no solamente juzgan diferente, sino que
aprenden diferente. Ahora proliferan los trabajos escritos por mujeres sobre
la espiritualidad de las mujeres, pero hay mucho para ponerse la día, y los
valiosos trabajos de escritoras como Joann Wolski Conn, Kathleen Fischer,
Madonna Kolbenschlag y Sandra Schneiders son sólo el principio.
Al trabajar con muchos colegas masculinos y leer sus libros, estoy
convencida que las mujeres funcionan de manera distinto como directoras,
ni mejor, ni peor, diferente. Traen dones especiales, una perspectiva única, y
sus vulnerabilidades. De pasar miles de horas con dirigidas, estoy
convencida que también ellas traen dones especiales, perspectivas y
vulnerabilidades a la práctica de la dirección espiritual. Sería una gran
pérdida, sin embargo, si esta conciencia creciente de las cualidades
distintivas de la espiritualidad de las mujeres llevase a cualquier tipo de
rígido separatismo. Como varones y mujeres, nos completamos
mutuamente; esto es tan verdadero en la relación de dirección espiritual
como en cualquier otro. Hay momentos en que las mujeres trabajen más
honestamente y dan más fruto con otra mujer, y otras veces cuando la
“otreidad” de un director varón es benéfico para la mujer.
La mayoría de las mujeres conoce las historias y el lenguaje de los
hombres. De la misma manera que yo aprendí en el colegio de graduados a
funcionar bien en un contexto y una terminología que no eran las mías, la
mayoría de las mujeres conocen el lenguaje aceptado de la observancia
religiosa y de la espiritualidad tradicional. Sin embargo no podemos esperar
apertura y receptividad de parte de los hombres hasta que no estén
igualmente familiarizados con la espiritualidad y el lenguaje de las mujeres.
Algunos directores hombres pueden persistir en una presunción
inconsciente pero arrogante de que su lenguaje, percepciones y
experiencias son la norma, y las mujeres que acuden a ellos para la
dirección espiritual serán tratadas condescendientemente o despedidas
directamente. Por suerte, no obstante, un número creciente de hombres
están dándose cuenta de las diferencias, diferencias de lenguaje,
experiencia de vida, experiencia de Dios, maneras de rezar, maneras de
pecar. Su ansiedad de saber y entender es un gran paso hacia la integridad
y la reconciliación en la Iglesia.
En las páginas que siguen, voy a reflexionar primero sobre las
mujeres como directores espirituales: como su forma de trabajar difiere de la
de sus colegas hombres, cuáles pueden ser sus dones especiales, y cuáles
son sus limitaciones. Después voy a dar mi experiencia de primera mano de
las mujeres como dirigidas y las necesidades y fortalezas especiales que
ellas traen a la relación.
Las Mujeres como Escuchas
Como miembro del comité de admisión de mi seminario, entrevisto
muchos posibles estudiantes y frecuentemente me encuentro con gente en
las etapas más tempranas de exploración de su vocación al sacerdocio. Una
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
45
y otra vez me sorprendo por la cantidad de mujeres, de todas las edades,
niveles de educación y experiencia profesional, que son atraídas a algún tipo
de ministerio de escucha. Fácilmente se ven a sí mismas como capellanes
en hospitales, hospicios, colegios y cárceles. Pueden necesitar supervisión
para comprender sus propios motivos, pero una vez admitidas al seminario
éstas mismas mujeres tienen un desenvolvimiento magnífico en la parte
práctica y pastoral de la formación. No importa cuán impacientes se pongan
con la teología sistemática o lo torpes que sean para la exégesis de las
Escrituras, sus dones para escuchar están fuera de discusión.
Estos dones son profundamente innatos, y llevan en ellos el
potencial para ser mal usados. Tradicionalmente, las niñas fueron
enseñadas a “estar para los demás”, lo que incluye estar atentas y escuchar.
Al menos durante algunas etapas del desarrollo de la mujer, esta escucha
cuidadosa es una manera válida de aprender acerca de sí misma. Por eso el
motivo es menos altruista de lo que parece: sumado a la satisfacción de ser
“buena” y “generosa”, que son motivos cuestionables para un director
espiritual maduro, la mujer está adquiriendo algo importante para su propio
desarrollo. Como observa la autora de Las Formas de Saber de la Mujer,
Las mujeres típicamente se acercan a la adultez pensando que el
cuidado y fortalecimiento de otros es central en el trabajo de sus vidas. Al
escuchar y responder, sacan afuera las voces y las mentes de aquellos a
quienes ayudan a criar. En el proceso, a menudo pueden también escuchar,
valorar y fortalecer sus propias voces y mentes.45
Este tipo de rol es seguro para la mujer, porque mientras escuchan,
no necesitan revelar mucho acerca de sí mismas. Como está principalmente
interesada en interiorizar y absorber del interlocutor, una mujer aparecerá, y
de hecho estará, libre de juicios, por lo que otros se sentirán atraídos a ella y
confiarán en ella.
Estoy convencida que muchas mujeres sienten el llamado a un
ministerio de escucha, ya sea una capellanía o la dirección espiritual cuando
ven que otros acuden a ellas y confían en ellas de esta manera. Incluso
cuando responde a necesidades inconscientes, el llamado al ministerio es
generalmente válido. En este punto, la persona que es buscada para
escuchar no es de ninguna manera un director espiritual; si piensa que lo es,
se arriesga a ser pretenciosa y a auto engañarse. Pero sus dones de
escucha, como una manera inconsciente de auto-conocimiento pueden ser
un primer paso fructífero hacia el ministerio, mientras crece para alcanzar un
45
Mary Field Belenky, et al., Women´s Ways of Knowing (New York: Basic Books,
1986), p. 48.
sentimiento de seguridad en sí misma y puede hacerse a un lado. Ya no
necesita usar a otros para conocer acerca de sí misma, aunque un auto-
conocimiento creciente es un concomitante inevitable de hacer dirección
espiritual. Más bien puede emplear sus dotes para la escucha altamente
desarrolladas en un espíritu de desapego amoroso. Puede escuchar
maternalmente.
Estoy en deuda con las autoras de Las formas de saber de la mujer
por el concepto de escucha maternal y, más ampliamente, conversación
maternal. Sus estudios indican que las mujeres tienden a hablar de sus
asuntos personales con sus madres y de asuntos impersonales con sus
padres. Cuando suelen hablar de asuntos personales con sus padres, estos
hombres les dicen a sus hijas lo que tienen que hacer.
El hecho de que estas diferencias entre padres y madres puede
deberse al hecho de que muchos hombres están acostumbrados a ser el
experto, mientras que muchas mujeres están acostumbradas a consultar a
otros; muchos hombres están interesados en cómo se generaliza y
universaliza la experiencia, mientras que muchas mujeres están interesadas
en lo que se puede aprender de lo particular…46
Los autores enfatizan que esto no es un signo de mayor cuidado por
parte de la madre o frialdad en el padre. Más bien, la madre trata de ayudar
en los términos de la hija, mientras que el padre ofrece ayuda en sus propios
términos.
La conversación maternal es un modo apropiado para la dirección
espiritual. El director está dispuesto a escuchar y estar presente al dirigido
desde donde está el dirigido. Por la misma naturaleza de la relación, al
director se le ha dado permiso tácito para hacer preguntas. (Esto contrasta
con la conversación educada, que prohibe preguntar cualquier cosa que
realmente importe.) Pero deben ser las preguntas correctas, hechas en un
espíritu de amor atento. En su ensayo de “Las Formas Implícitas del Amor
de Dios”, Simone Weil escribe de manera irresistible sobre esta atención
generosa y compasiva tal como se manifiesta en la historia del Buen
Samaritano:
Cristo nos enseñó que el amor sobrenatural a nuestro prójimo es el
intercambio de compasión y gratitud que sucede en un instante entre dos
seres, uno que posee una personalidad humana y el otro que está privado
de ella. Uno de los dos es sólo un pedacito de carne, desnudo, inerte, y
sangrando al borde de una zanja; no tiene nombre, nadie sabe nada de él.
46
Ibid., p. 184.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
46
Los que pasan por allí casi ni lo ven…..Sólo uno para y le presta atención.
Las acciones que prosiguen son sólo el efecto automático de este momento
47
de atención. La atención es creativa.
Mientras que las personas que acuden a nosotros para la dirección
espiritual raramente están en una situación tan desesperada como el
hombre herido de la parábola, a través de nuestro amor atento podemos
ayudarlos a unificarse. Como observan los autores de Las Formas de Saber
de la Mujer, “Es a través de amor atento, la habilidad de preguntar, ‘¿Qué te
está pasando?’ y la habilidad de escuchar la respuesta que la realidad del
niño es tanto creada como respetada.”448 Las preguntas no son una forma
de acumular información; sino que son abiertas y compasivas, una invitación
a confiar. El director debe estar dispuesto a escuchar las respuestas y
resistir la tentación de ofrecer consejo. Incluso el director experimentado no
debe perder de vista los riesgos que acompañan sus dones de escucha. Es
gratificante que nos tengan confianza y embriagador que se confíen a
nosotros. Las vidas humanas son infinitamente fascinantes; y, a menos que
el director trabaje sobre un contexto satisfactorio de relaciones personales,
hay peligro de convertirse en un mirón (voyeur), de usar y alimentarse de los
otros. Mi alarma interior suena cuando me doy cuenta que tengo curiosidad,
que estoy tomando partido, o que me estoy involucrando demasiado. Sé que
estoy por cruzar una línea invisible y que el delicado equilibrio puede
romperse. Incluso si mis palabras y mis acciones siguen siendo las
correctas, estoy en peligro de usar al dirigido para mi propia gratificación.
Las mujeres como forasteras (outsiders)
A lo largo de los siglos, las mujeres han mantenido a la Iglesia
funcionando con su fidelidad, pero han vivido sus vidas interiores en los
límites de la misma. Una de mis fantasías poco reverentes acerca de la
Ultima Cena incluye algunas mujeres en la cocina, sus cachetes rojos por el
calor del horno, espiando por la rendija dela puerta para ver y escuchar,
quizás para ser regaladas con una palabra de ponderación y unos aplausos
por el excelente asado de cordero. Las mujeres están incluidas, pero
siempre hay un “Sí, pero…” El antiguo mito de la impureza es ahora
considerado de mal gusto, pero perdura en la otreidad de la mujer, que
hasta ahora, la Iglesia no ha sido capaz de incorporar.
No es de sorprender entonces, que la idea de que las mujeres
puedan ser guías espirituales sea aceptada lentamente, Sin embargo es su
47
Simone Weil, Waiting for God (New York: Harper Colophon, 1973), pp. 146-
147.
48
Belenky, Knowing, p. 189.
misma otreidad lo que las hace idóneas y abiertas como directoras
espirituales, especialmente efectivas en el ministerio en las márgenes y en
las grietas. Su propia experiencia les permite trabajar bien con los que se
sienten excluidos, aquellos que no confían en la Iglesia institucional aunque
se sienten atraídos a ella. Particularmente son accesibles a otras mujeres,
las faltas de esperanza y las víctimas del abuso. Cuando la dirigida está
cargada de vergüenza, quizás se sienta más segura con otra mujer,
especialmente con una mujer laica. Y la directora escuchará una y otra vez,
“No podía hablar de esto con el padre, me da mucha vergüenza, y sé que no
es muy espiritual, pero….”
Sandra Schneiders ha escrito perceptivamente sobre las cualidades
especiales del ministerio femenino, resultado de siglos de exclusión de los
círculos centrales. No habiendo sido nunca “ritualizado”, su ministerio es a
menudo desconocido y no tiene nombre, pero de todas maneras es
poderoso porque ha tenido que ser personalizado. Observa que “pertenece
a la naturaleza misma del ritual que en gran parte incluye la individualidad
del ritualista. El ministerio de las mujeres no ha sido otra cosa que el servicio
personal de un humano a otro en nombre de Cristo.”49 El ministerio de Cristo
sirve de modelo al director que es “otro” y se siente cómodo en las
márgenes y las grietas. Schneiders continúa diciendo que
el ministerio no ritualizado de las mujeres ha contribuido muy poco a
la extendida imagen del Dios Cristiano severo, incluso violento, figura
paternal inclinado a la justicia exacta y la retribución. En efecto, los
directores espirituales experimentados saben que, cuando la imagen que
tiene una persona de un Dios violento empieza a se sanada, la sanación es
a menudo ayudada por, y expresada en un reconocimiento en Dios de las
cualidades que uno ha experimentado en las mujeres de la propia vida,
madre, hermana, esposa, amante.50
La marginalidad y falta de poder de una mujer directora espiritual le
da enorme libertad. Puede estar abierta a hombres y mujeres de todo tipo y
condición, sin tener necesidad de condenar o excluir porque estos no
cumplen con los criterios oficiales. Esto la hace sensible a las historia y
experiencias de aquellos a quienes la sociedad ha marginado o tratado de
convertir en invisibles, los ancianos frágiles, las víctimas del abuso, hombres
gay y lesbianas.
49
Sandra M. Schneiders “Effects of Women´s Experience on Spirituality,” in Giles,
p. 34.
50
Ibid., pp. 34-35.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
47
¿Qué pasará a medida que las voces de las mujeres sean
escuchadas, a medida que las mujeres se corran de los bordes al centro, a
medida que se conviertan en socios igualitarios del sistema? ¿Cambiará la
Iglesia y crecerá en integridad como consecuencia de su inclusión, o
perderán las mujeres su libertad espiritual a medida que pierdan su
marginalidad? Mientras tanto , todavía tienen que trabajar para ser tomadas
en serio, especialmente las mujeres laicas, cuyos dones para la dirección
espiritual a menudo no son reconocidos y son subvaluados, Es más fácil
para aquellas directoras que están ordenadas o pertenecen a alguna orden
religiosa: un cuello clerical o un hábito hacen una declaración de autoridad.
Mientras que ni los cursos académicos ni un certificado impresionante
pueden formar un director cuando éste no tiene los dones innatos, el estudio
en el seminario, los programas de certificación o un curso de Educación
Clínica Pastoral pueden darle libertad a una mujer directora para reclamar y
reconocer su autoridad. Esto no es para minimizar la importancia del estudio
formal o del trabajo supervisado, pero el valor principal del entrenamiento es
para legitimizar este ministerio en una época obsesionada por los títulos.
Las Mujeres como Educadoras
Mientras que Jesús es nuestro modelo principal de director espiritual
como maestro, hay otros, y es fácil olvidarse de quien fue la primera
maestra de Jesús: su madre. Como todos los niños, Jesús aprendió acerca
de ser humano mirándola, escuchando su voz, sintiendo su contacto físico.
Ella fue la primera en enseñarle sobre el amor verdadero. De ella aprendió a
alimentarse, lavarse, curarse, seguramente tarea de mujeres, sin embargo
éstas formaron parte esencial de su ministerio. Mientras los doctores en le
templo le enseñaron a este niño de doce años acerca del Dios abstracto,
que no se puede conocer, su madre le dio la base de la experiencia humana
física.
Esta conciencia me ayuda en la dirección espiritual porque me pone
delante el amor tenaz e incuestionable de las madres. Aún con el ejemplo de
María, las amas del desierto y Juliana de Norwich, de todas maneras,
abordo el tema del director espiritual maternal con turbación. Con seguridad
no se supone que los directores espirituales infantilicen a aquellos que
acuden a ellos, o que los asfixien con cariño, porque este comportamiento
no es de buena madre. Una buena madre le permite al niño desarrollar sus
propias capacidades, crecer en madurez, y dejar de depender de ella. Mis
vecinos en Virginia, los osos negros, son madres competentes: los
cachorros son cuidados el tiempo necesario y después despachados
enérgicamente. ¡Estas madres estarán faltas de dulzura, pero conocen bien
su rol!
Mientras aún no he logrado este grado de desapego, he pasado
demasiado tiempo en el día a día de una madre como para ponerme
sentimental sobre ello. Si ahora soy percibida como una persona maternal,
preferiría ser vista como una ama del desierto antes de cómo una mamita de
tarjeta postal. Más aún, para bien o para mal, sé que mi propia experiencia
de maternidad le da color a mi manera de dar dirección espiritual. Y para
que no suene como que estoy dejando afuera un gran segmento de la
población, Meister Eckhart nos recuerda que todos podemos ser madres.
Mientras que la experiencia de gestar y criar un hijo es única, las formas de
ser maternales están al alcance de todos nosotros, hombres y mujeres.
Ser madre implica una gran cantidad de paciencia. Todo el proceso
comienza con una larga espera. Luego, incluso después que el niño ha
nacido, se desarrolla lentamente. Simplemente sostener su cabeza es todo
un logro, y es difícil para la madre darse cuenta que un día va a caminar
solo, va a adquirir lenguaje, y va a entender computación. Cada pequeño
paso hacia la madurez y la auto-suficiencia es causa de alegría. La madre
sabia conoce las etapas del desarrollo y no espera lo imposible, por eso
puede dejar sus necesidades de lado y aceptar al niño donde él está. Esto
es más fácil de decir que de hacer, en la maternidad biológica: la mayoría de
nosotras fracasamos miserablemente varias veces al día. El director
espiritual maternal tiene más posibilidades de ser consistente y exitoso,
aunque sólo sea porque los parámetros de su trabajo están claramente
definidos, y está segura de tener un respiro.
Algunas de las cosas que aprendí como madre se transfieren
fácilmente a la dirección espiritual. Casi automáticamente me encuentro
practicando lo que los autores de Las formas de conocer de la mujer llaman
conversación maternal. A veces es difícil hacer las preguntas adecuadas,
pero he aprendido que las que no corresponden pueden matar el amor y la
espontaneidad. He aprendido también que los pequeños se sienten
abandonados, no importa cuánto se los aprecie, y que fácilmente se
convencen a sí mismos de que son indignos de amor. He aprendido que la
suavidad puede lograr mucho más que la severidad, aunque la
confrontación está muy de moda hoy en día.
Las madres proveen seguridad y consuelo incluso cuando su
confianza es injustificada. La teóloga laica Británica Margaret Hebblethwaite
instintivamente recibió a su primer hijo, segundos después de su nacimiento,
con las palabras, “Dominic Paul, está todo bien, está todo bien”. Después
de reflexionar, observó que este mensaje de consuelo de una madre a su
hijo es una afirmación metafísica.51 “Todo está bien”, palabras dichas por
5151
Margaret Hebblethwaite, Motherhood and God (London: Geoffrey Chapman,
1984), pp. 31-33
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
48
madres mientras los soldados de Herodes buscaban en las casas a los
bebes varones, por madres en los trenes que iban a los campos de
concentración, por madres de todos los tiempos y lugares besando
pequeñas lastimaduras para curarlas. No es sorprendente , que al menos
una traducción de un pasaje crucial de Muestras de Juliana de Norwich hace
la misma afirmación metafísica y le da contexto:
En una ocasión el buen Señor dijo, “Todo va a estar bien”. En otra,
“Ya verán por ustedes mismos que todas las cosas van a estar bien”. En
estos dos dichos el alma discierne varios significados.
Uno es que él quiere que sepamos que no sólo se ocupa de las
cosas grandes y nobles, sino igualmente de las pequeñas y chiquitas,
humildes y simples también. Este es su significado: “Todo va a estar bien”.
Tenemos que saber que ni la cosa más insignificante será olvidada.52
En sus palabras de consuelo murmuradas instintivamente, las
madres no niegan el dolor, la incertidumbre, incluso el terror de la vida.
Simplemente le recuerdan al niño, y a ellas mismas, que en lo más
profundo, todo está bien. Podemos hacer esto como directores espirituales,
no en una falsa alegría o negación, pero por nuestra propia convicción. Si
nosotros creemos con Juliana que, a pesar de todo, va a estar bien, no
necesitamos decir las palabras. Las habremos encarnado.
Las Mujeres en la Dirección Espiritual
Ya he apuntado que la mayoría de los que piden que se les
recomiende un director espiritual son mujeres. Si excluimos al clero
masculino y a los seminaristas, el desproporcionado número de mujeres es
aún más llamativo. Son casi siempre mujeres a las que las antiguas formas
ya no les sirven. Una generación atrás hubiesen estado inmersas en el
tradicional “trabajo de mujeres” en las parroquias, donde no hubiesen
pretendido escuchar sus experiencias relatadas desde el púlpito o incluidas
en la liturgia. Ahora están buscando algo más, tomando contacto por
primera vez con un llamado más profundo al ministerio, que puede a veces
ser confundido con un llamado a la ordenación. La Iglesia institucional no ha
ayudado mucho a estas mujeres, mientras de palabra se le da importancia al
ministerio laico, el poderoso mensaje silencioso permanece: el verdadero
ministro es el que está en el altar el domingo a la mañana. El poder y la
urgencia del llamado son inconfundibles, y la mujer sabe que tiene que
hacer algo al respecto. Si se la deja sola, le quedan pocos caminos que no
sea la ordenación. El director espiritual la luede ayudar en el discernimiento,
fundamentalmente ayudándola a tener una visión más amplia del ministerio.
52
Julian of Norwich, p. 109.
Es fácil restarle importancia a la típica “crisis de la mediana edad”,
olvidando las extraordinarias posibilidades de ese tiempo. No importa cual
sea la naturaleza de su llamado, estas mujeres deben ser escuchadas y
tomadas en serio, porque están luchando con temas de vocación. Dios las
está llamando a algo. ¿A qué? Algo más que aparecer fielmente el Domingo
a la mañana, y algo más que el trabajo dedicado del comité. ¿Pero qué?
Están obligadas a cambiar la seguridad tanto de los roles tradicionales de la
parroquia o la cómoda indiferencia por el riesgo de embarcarse en la
búsqueda de la intimidad con Dios, que podría aumentar su actual soledad.
Estoy impresionada por el aislamiento de estas mujeres. Muchas
están sin pareja, raramente por elección. Hasta cierto punto, se vuelcan a
Dios en su humana soledad, pero sería cruelmente simplista minimizar su
ese anhelo por esto. Aún más, me siento conmovida por el aislamiento
espiritual de muchas mujeres casadas que parecen tenerlo todo, un
matrimonio estable, posesiones materiales en abundancia, buena reputación
en la comunidad. Entran en la dirección espiritual no tanto por un deseo
ávido de agregar a Dios a sus ya considerables posesiones, sino más bien
por una sensación de vacío. Ellas también merecen ser tomadas
seriamente.
Es fácil despedir a mujeres que están obviamente necesitadas pero
no saben articular su necesidad. Algunos directores ven el anhelo de Dios
como patológico y quieren derivarlas rápidamente a un psicoterapeuta o un
consejero matrimonial, pero esta búsqueda espiritual de las mujeres tienen
una cualidad distintiva que merece atención. Madonna Kolbenschlag
observa que las mujeres buscan consejo mucho más frecuentemente que
los hombres, y se vuelcan a explorar su espiritualidad, de hecho a explorar
la religión en general, como terapia, quedándose en lo que ella llama “modo
53
pasivo-receptivo.” Mientras hay mucha sabiduría en sus observaciones, yo
argumentaría que las mujeres deben ser las receptoras de la sanación antes
de que puedan convertirse en sanadoras. Mientras que su necesidad de
aceptación puede ser excesivo inicialmente, ellas pueden y tienen que
crecer a la seguridad de que son valiosas, conocidas y aceptadas antes de
que pasen al próximo escalón. Es importante que el director, hombre o
mujer, laico u ordenado tenga cuidado de los peligros de quedarse pegados
en la dependencia aunque ser cuidadas sean un primer paso necesario.
Cuando las mujeres vienen buscando dirección espiritual percibo en
ellas un gran anhelo, independientemente de si están heridas o sanas, de su
celo o su pasividad. Están anhelando ser conocidas, poder decir con
Jeremìas, “Pero tú, SEÑOR, estás en medio de nosotros, nosotros somos
53
Madona Kolbenschlag, Kiss Sleeping Beauty Goodbye (San Francisco: Harper &
Row, 1988), pp. 181 ff.
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
49
llamados en tu Nombre.”(Jer. 14,9). Están deseando saber que sus voces
serán escuchadas, pero su experiencia en la Iglesia a través de los siglos ha
creado dolorosos impedimentos. Como dije anteriormente cuando hablé de
las cualidades especiales de las mujeres como directoras, las voces con
autoridad han sido tradicionalmente masculinas: predicadores, pastores,
teólogos, confesores y directores espirituales. Como comenta Martin Smith
en Reconciliación,
El monopolio histórico que han tenido los hombres de los roles
oficiales de enseñanza en la Iglesia, un monopolio que hoy felizmente está
en vías de quebrarse, ha significado, entre otras cosas, que generalmente
se les ha pedido a las mujeres que entiendan su relación con Dios y sus
respuestas éticas y espirituales en términos que no corresponden a la
54
dinámica especial de la vida de las mujeres.
La exclusión de las mujeres ha sido a veces el resultado de una
negligencia benigna; más a menudo, sin embargo, refleja desprecio, miedo,
crueldad, y una indiferencia completa al mensaje del Evangelio. Incluso hoy,
los estudios más citados sobre el desarrollo de la fe y la ética de la toma de
decisiones (Erikson, Fowler, Kohlberg) pretenden hablar por todos, pero
están basados en estudios sobre experiencia masculina. En las escalas más
usadas, la mayoría de las mujeres permanecen “inmaduras” en el desarrollo
de su fe.
En general, también, la inculturación tradicional inhibe el crecimiento
hacia la madurez, y las mujeres son desalentadas de ser enteramente ellas
mismas. La glorificación de la mujer-niña está muy extendida en nuestra
cultura. Con la ayuda de los cosméticos y la industria para mantener un
buen estado físico, la mujer madura debe trabajar duramente para
mantenerse aniñadamente joven, cuidando de que su experiencia de vida no
se note en su cara o en su cuerpo. Pero una barrera más insidiosa todavía
para la madurez es el ideal de vivir para los demás. Como Joann Wolski
Conn observa:
Las enseñanzas y la práctica Cristianas, en vez de promover la
madurez de la mujer, ha contribuido significativamente a su restricción. A las
mujeres se les ha enseñado a valorar un solo tipo de desarrollo religioso; la
negación de sí mismas y el sacrificio de sus necesidades por el bien de
otros. Mientras que a los hombres se les ha enseñado a enganchar la
negación de si mismos con el coraje profético de resistir la autoridad
indebida, a las mujeres se les ha enseñado a ver toda autoridad masculina
54
Martin Smith, Reconciliation (Cambridge Ma: Cowley, 1985) p. 77. See also J.
Neville Ward, The Following Plow (Cambridge Ma: Cowley. 1984), p. 94
como dada por Dios y a juzgar que la afirmación de sus propios deseos era
un signo se egoísmo y orgullo.55
Conozco mujeres que aceptan pasar su vida completamente
desapercibidas sin preguntarse acerca del objeto o el fin de este sacrificio.
Mientras que hay bases evangélicas para sostener el sacrificio personal,
primero tiene que haber un yo maduro que sacrificar, y el director espiritual
puede ayudar en el desarrollo de ese yo.
Problemas de Lenguaje en la Dirección Espiritual de las
mujeres
Tradicionalmente las mujeres no han sido educadas para valorarse
a sí mismas, sus insights, sus opiniones, o sus preguntas. Escribiendo
acerca de la inseguridad de las mujeres en un típico ámbito académico, la
historiadora Gerda Lerner destaca que en su mutismo están diciendo: “No
merezco ocupar el tiempo ni el espacio de otros.” 56
La mujer trae esta actitud no sólo a la clase, sino también a la
dirección espiritual, llegando a menudo con un sentimiento de desvaloración,
de no estar a la altura de las circunstancias, de qué circunstancias, no está
segura. Puede sentirse juzgada por Dios y por lo tanto sentirse dividida entre
quién es ella y dónde está realmente en términos de experiencia de vida e
intereses profundos, y quién cree que debería ser y dónde debería estar.
Esto es especialmente conmovedor en materia de amor y caridad, donde la
dirigida se siente en una actitud más floja que la considerada “correcta”. Así
Marilyn llegó a mí luchando con su conciencia: se sentía culpable por no ser
capaz de juzgar a los homosexuales más duramente, aunque su estricta
educación religiosa le había enseñado que merecían ser condenados.
Simplemente hablando de su dilema, en la seguridad del tiempo que
pasamos juntas, le permitió ponerse de pie espiritualmente
O una mujer que busca dirección espiritual puede parecer vacilante
e indirecta , caso al punto de estar jugando a las adivinanzas. El director
puede estar tentado de terminar con ella por considerarla “poco seria” o
inmadura, en especial si no conoce las características idiomáticas de las
55
Joan Wolski Conn, ed., Women`s Spirituality: Resources for Christian
Development (New York: Paulist, 1986), p. 4.
5656
Gerda Lerner, The Majority Finds Its Past (New York: Oxford University Press,
1979), pp. 243-44. Similarly Carol Gilligan nota que las mujeres no desean hacer
juicios morales, sintiendo de que ellas no tienen el derecho a hacerlos. De esta
manera se excluyen de la toma de decisiones (In a Different Voice, pp. 16 ff).
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
50
mujeres.57 Las mujeres que quieren ser tomadas en serio deben convertirse
en bilingües: deben hablar con fluidez el lenguaje del grupo dominante, y
suprimir su forma natural de hablar, al menos en las conversaciones
“importantes”. Más frecuente y generalmente inconsciente es su vacilación
verbal, un deseo de no hacerse cargo de lo que se dice por el uso frecuente
de calificativos como “a lo mejor”, “puede ser”, o “algo”. Afirmaciones de
convicción pierden su fuerza cuando se introducen con “yo creo” o “yo
pienso” en vez de “yo sé”. Para involucrar al interlocutor en la afirmación, las
mujeres suelen terminar la frase interrogativamente, ya con palabras
58
concretas (“¿No es cierto?”) o levantado la inflexión de la voz.
Jane era una dirigida capaz de hacer afirmaciones intensas y
preguntas poderosas, para luego demolerlas antes de que fuera posible
responderlas. El estar atrapada por el “lenguaje femenino” la hacía aparecer
como superficial e indecisa, una diletante. Aún cuando entendía la situación
y sentía cariño por ella, me encontraba luchando contra mi irritación ante su
lenguaje vacilante. Nuestro trabajo juntas empezó a progresar recién cuando
le señalé lo que había notado y le pedí permiso para llamarle la atención
cada vez que volviese a caer en este, su modo familiar de hablar. Ella no era
consciente de su tendencia verbal a la auto-destrucción y accedió a mi plan
agradecida.
El director puede y debe ayudar haciendo a la mujer responsable de
sus afirmaciones; esto significa, primeramente, el asegurarle que ser
responsable es algo seguro. Estoy convencida que mucho del lenguaje
tentativo de las mujeres viene del miedo a su propio enojo, que de alguna
manera va a haber una retribución terrible, divina o de otro tipo, si ella se
revela como una persona fuerte. Ocasionalmente le recuerdo a Susan, que
es una experta en lenguaje indirecto y vacilante, que Dios ya conoce sus
pensamientos peligrosos y hasta ahora se ha resistido a pasarla por alto,
mientras que no tiene nada que temer de mi parte. Estaré encantada cuando
hayamos crecido lo suficiente en amor y confianza como para que Susan se
sienta segura para enojarse con Dios o conmigo. Está viniendo, pero todavía
está lejos de suceder.
También necesitamos escuchar las preguntas, especialmente
aquellas que no se hacen. Las mujeres han tenido poco que ver en hacer las
preguntas o crear las agendas de la teología. ¡Si Priscila o Tecla hubiesen
escrito nuestras epístolas en vez de Pablo, sospecho que se habría hablado
57
Ademàs de mis propias observaciones, estoy en deuda con el pequeño pero
fundacional libro Language and Woman`s Place de Robin Lakoff (New York:
Harper Torchbooks, 1975)
58
Lakoff observa que este patrón de entonación se encuentra en el idioma Inglès sòlo
entre las mujeres (Language and Woman`s Place, p. 17)
un montón de la Encarnación y muy poco de la circuncisión! En
consecuencia, la teología tradicional muchas veces pareciera tener
respuestas para preguntas que nunca se hacen y preguntas para las cuales
no hay respuesta.59
Valorando la Experiencia
Es muy común que un grupo opresor asuma que comprende la
experiencia de un grupo oprimido. Por lo tanto los blancos se sorprenden
cuando se dan cuenta que no comprenden las vidas de los negros; si son
abiertos con amigos negros que confían en ellos y les hablan con la verdad,
puede ser que se acerquen a una comprensión por la vía de la imaginación.
De manera similar, hay una presunción de que el clero masculino, los
predicadores, directores espirituales, y confesores comprenden la
experiencia femenina, porque después de todo, no es tan diferente. Por no
valorar su propia experiencia y por el silencio que mantienen acerca de ella,
la mujer ha contribuido a esta falacia.
Considerando cuan inseparable el ser físico de la mujer de su
espiritualidad, llama la atención cuánto de su experiencia física es taboo y
no se discute abiertamente. La menstruación sigue siendo un tema secreto,
y en general se menciona públicamente en términos negativos: ¿la
naturaleza cíclica de la mujer, la convierte en alguien inestable y poco
confiable?. La menopausia es vista como algo cómico o patético, con la
excepción de la gozosa oración de Margaret Meade agradeciendo por la
energía y el entusiasmo de la mujer post-menopaúsica. El embarazo y el
parto quedan generalmente relegados a las revistas femeninas, a pesar del
tratamiento teológico ejemplar que le da Lucas. Y raramente se menciona,
en términos espirituales, el profundo disgusto de las mujeres por su cuerpo,
su descontento por algunos aspectos, y su permanente sensación de que
tienen que perder peso, literalmente que tienen que disminuirse. Finalmente,
para demasiadas mujeres, su primera experiencia sexual es de violación y
abuso. Como las experiencias más formativas y poderosas de la mujer
ocurren a menudo en secreto y a escondidas, pueden parecer insignificantes
en el esquema general de las cosas, y por lo tanto demasiado sencillo para
la reflexión teológica.
59
Los autores de Women`s Ways of Knowing notan un fenòmeno similar en la
educación superior secular: “Los cursos son sobre las preguntas de la cultura,
preguntas pescadas de la ”corriente dominante” de las disciplinas. Si el estudiante es
mujer, sus preguntas pueden diferir de las preguntas de la cultura, ya que las
mujeres, remando en los rìos secundarios de la cultura, han tenido poco que ver con
hacer las preguntas o designar las agendas de las disciplinas” (p. 198)
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
51
Hay momentos en que una mujer dará más fruto trabajando con una
mujer, muy posiblemente una mujer laica. Después de todo las mujeres
hablan de manera diferente cuando están entre ellas, igual que hacen los
hombres, y existe entre las mujeres que tienen una experiencia en común
una especial comprensión. Mientras que esto no significa que la dirigida
deba encontrar a alguien que sea su imagen especular, necesita a alguien
para quien todos los aspectos de su experiencia sean aceptables y
comprendidos. Por supuesto que es igualmente importante hacer hincapié
que existen muchos hombres sensibles e imaginativos que llenan estos
requisitos. Su misma otreidad los convierten en valiosos para la mujer que
está tratando de tener una perspectiva clara. Una segregación sin motivo no
tiene sentido en la dirección espiritual, de hecho, esto sería un paso atrás.
¡Los hombres pueden servir como directores espirituales para las mujeres!.
En su miedo a parecer triviales y al restarle valor a su propia
experiencia, las dirigidas pueden evitar temas y áreas que las preocupan
profundamente. Las implicancias espirituales de un matrimonio de muchos
años donde “no pasa nada” se subestiman y quedan a menudo sin explorar.
Los costos y frutos de la fidelidad no son siempre evidentes, pero tienen un
profundo efecto en la identidad espiritual de la mujer. La espiritualidad del
trabajo en el hogar es otra área que se halla descuidada. La mayoría de mis
amigos varones y colegas no se dan cuenta del peso que significa un trabajo
doméstico repetitivo que nunca está terminado, trabajo que es notado
solamente cuando se descuida. Más aún, el tiempo que uno pasa con niños
muy pequeños puede a la vez enriquecer el espíritu, matar la mente y probar
la paciencia más allá de lo imaginable. Todo esto es materia prima para la
dirección espiritual; todo esto tiene un componente de Dios, aún cuando la
dirigida no vea en las minucias de su vida una experiencia de Dios.
La tarea del director es ayudar a la mujer a encontrar y confiar en su
forma de expresión para que su historia pueda ser contada. Hacer esto es
darle permiso para ser, descubrir y revelar su verdadero ser. Aquí como
siempre, la dirección espiritual es un ministerio de presencia compasiva. La
dirigida debe ser tomada seriamente, aún cuando ella no se tome
seriamente a sí misma. Si tanto el director hombre, como la directora mujer,
deben escuchar criticamente sin prejuzgar, es vital que conozcan sus
propias predisposiciones hacia la mujer. Por ejemplo, algunos hombres no
beberían tratar de trabajar con mujeres bien arregladas, bien vestidas, de
clase media y mediana edad; imposibilitados de ver más allá de las
apariencias, son demasiado rápidos para catalogar a estas mujeres como
superficiales y materialistas. De manera similar, una feminista puede tener
poca comprensión por una madre dedicada que se queda en su casa, así
como una directora recién divorciada puede ver la entrega comprometida de
su dirigida a permanecer en un matrimonio difícil como patológica.
Tomando todo seriamente, el director nunca es condescendiente, ni
siquera cuando la historia se cuenta en forma titubeante y sin sofisticación
teológica. Es importante que el director (y el dirigido) entiendan que uno
puede hablar de asuntos “espirituales” sin vocabulario teológico. La materia
prima está allí, todo lok que se necesita es que la dirigida confíe en su
propia voz. Hacer las preguntas correctas puede clarificar y disipar las
vacilaciones, ayudando a la mujer a salir de una dependencia indebida en la
autoridad de otros, reclamar su propia autoridad innata, y liberar su propio
yo sumergido. Parzival liberó al rey de su sufrimiento y llevó a toda la
comunidad del Grial a una armonía e integridad cuando finalmente hizo la
pregunta sencilla: “Tío, ¿adónde te duele?” Es una pregunta tan simple que
el director puede olvidarse de hacerla, especialmente cuando la mujer, (o el
hombre) sentada frente a él parece fuerte y positiva. Como cuidadoras
tradicionales, la mayoría de las mujeres no están preparadas para esta
pregunta, aunque sí la esperarían de parte de un médico. Educadas para
dejar sus deseos de lado (o al menos para disfrazarlos), ven en esta
pregunta una invitación al egoísmo o a la autoindulgencia. En vez la misma
es una invitación al ser: simplemente el nombrar el origen del dolor lo
expone a la luz y por lo tanto trae consigo la curación.
Importante como es esto en cualquier aspecto de la vida de la mujer,
es fundamental en el área de la espiritualidad. A medida que empieza a
contestar la pregunta con sinceridad, puede revelar, para su sorpresa, años
de negación y dolor reprimido. Se da cuenta que el costo de la fidelidad ha
sido grande, cuando puede articular en lenguaje e imágenes religiosas su
dolor por la exclusión,
Un director que sabe dar apoyo puede ayudar a la mujer a encontrar
su lugar en la historia Cristiana comunitaria. Los escritos de Elisabeth
Moltmann-Wendel, Phyllis Trible, and Elisabeth Schuessler-Fiorenza son un
recurso valioso, pero aún más efectivo es “simplemente” leer los evangelios
con ojos de mujer y estar atentos a lo que raramente se menciona en los
sermones y enseñanzas. He conducido varios retiros sobre “Las mujeres
que rodeaban a Jesús.”60 En uno de los primeros encuentros, les pregunto a
los integrantes del retiro (generalmente mujeres) que relaten de memoria la
historia de la mujer que ungió a Jesús. Inevitablemente el esfuerzo grupal
reproduce la versión de Lucas: “una mujer pecadora que vivía en la
ciudad…colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pis y comenzó a
bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos
y los ungía con perfume.” (Lc. 7, 37-38). Entonces les recuerdo la historia
contada por Marcos: “llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso
perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la
60
El libro de Elizabeth Moltmann-Wendel`s que lleva èse título me inspirò.
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52
cabeza de Jesús.” (Mc. 14, 3-9). Nos quedamos por un momento con la
imagen de estas dos mujeres, nuestras hermanas: la pecadora
(presumiblemente sexual) de rodillas en el piso, sollozando y la mujer sin
nombre, erguida, una profetisa ungiendo a un rey. Entonces sonreímos y
lloramos simultáneamente frente a la ironía de las palabras de Jesús: “Les
aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se
contará también en su memoria lo que ella hizo”.
Más aún,el director puede animar, tanto a mujeres como a varones
para que se sientan cómodos en la oración con las imágenes femeninas de
Dios. Esto puede ser simplemente un “dar permiso”, o puede, posiblemente,
ser un relato breve de la experiencia personal del director. Para darle
seguridad al ansioso o inseguro, el director puede señalar las imágenes
femeninas de las Escrituras que tantas veces pasamos por alto. A mí me
gusta animar la experimentación y la libertad durante el tiempo de oración a
solas, que se puede combinar cómodamente con el culto comunitario
tradicional.
Una mujer debe estar dispuesta a asumir riesgos si quiere ampliar
los horizontes, encontrar su verdadero yo y su propia voz, y de esa manera
crecer a una espiritualidad propia madura. Es más fácil no encarar el
reconocimiento de que nuestros íconos se han convertido en ídolos y deben
ser descartados, no aceptar que nuestra imagen de Dios se ha vuelto
restringida y distorsionada. Madonna Kolbenschlag habla del “momento de
ateísmo”, cuando una mujer abandona una fe que le ha quedado chica,
dejando de depender de “autoridades” para confiar en ella misma.61 En mi
propia metáfora casera, le saca las rueditas a la bicicleta y descubre para su
asombro que la bicicleta se mantiene parada.
El octavo pecado capital
Del esfuerzo por leer Paraíso Perdido en primer año de inglés,
“sabemos” que el peor pecado es un orgullo altanero. (yo votaría por la
idolatría o la codicia en nuestra sociedad glotona, pero Milton habla en
nombre de la tradición.) De todas maneras, el tiempo que he estado
escuchando a historias de mujeres, me ha convencido de que hay patrones
femeninos distintivos de pecado, y el orgullo no es el más acuciante, aunque
están siempre listas para acusarse de él. El modelo de la mujer demasiado
buena para existir, la heroína condenada al fracaso de la novela del siglo
diecinueve, ha sido internalizada con consecuencias trágicas. Los patrones
de pecado de las mujeres son diferentes a los de los varones, y a pesar de
que abrazar el papel de víctima es una manera de permanecer “sin pecado”,
61
Kolbenschlag, Sleeping Beauty, pp. 186-87
esta misma voluntad de dejarse lastimar o incluso destruir es un ejemplo
llamativo de una forma de ser esencialmente pecaminosa.
Lejos de ser el orgullo, el pecado característico de las mujeres es el
auto-desprecio. Este sentimiento de odio hacia ellas mismas está centrado
en el cuerpo y simbolizado por éla he notado la insatisfacción de las mujeres
con su parte física; hay estudios que han demostrado que ésta es una
preocupación peculiar femenina, y que los mensajes culturales la refuerzan.
Desórdenes como la anorexia y la bulimia representan la consecuencia de
este sentimiento de odio hacia ellas mismas llevado al extremo. Más grave
aún, el auto-desprecio de las mujeres se manifiesta como una falta de
deseo de crecer y aceptar los riesgos que ése crecimiento trae aparejado.
Es a menudo difícil para las mujeres ver que su reticencia para aceptar la
madurez es un rechazo tácito a aceptar la responsabilidad adulta. “¿Cómo
puede ser esto?” se preguntan, al sentirse cargadas, en realidad
sobrepasadas por sus responsabilidades como esposas, madres,
empleadas y profesionales. Sin embargo, por un exceso de celo con
respecto a sus obligaciones hacia los demás, especialmente maridos e hijos,
y un correspondiente descuido de sí mismas, las mujeres se las arreglan
para evitar el crecimiento interior. Esta irresponsabilidad espiritual no tiene
ninguna cualidad del desprendimiento liberador, es lúgubre y limitante.
La vacilación de las mujeres es otra manifestación de auto-
desprecio, como lo es una aparente concentración en trivialidades. Ambas
son una especie de silencio ruidoso, una pantalla erigida, quizás
inconscientemente, para tapar la claridad. Al no asumir posturas firmes o
expresarse en un lenguaje decisivo, las mujeres envían un mensaje de que
no merecen ser escuchadas. Al dejarse absorber por trivialidades, envían un
mensaje de que no merecen ser consideradas, al menos no como un adulto
consciente. Más aún, la concentración en trivialidades mata el dolor, porque
la mujer está demasiado preocupada para enfrentarse consigo misma, y por
supuesto, con Dios.
La vacilación (un tipo de rabia disimulada de dientes apretados)
puede resultar de una mala comprensión del enojo, ya que las mujeres han
sido educadas para que crean que el enojo en sí es evitable y malo, y que
expresarlo es pecaminoso. (La palabra “pecado” es rara en nuestro
vocabulario secular, pero el fenómeno es conocido, temido y punible). Como
resultado se gasta una gran cantidad de energía para combatir el pecado
“equivocado”, y el potencial constructivo del enojo es desaprovechado. El
resultado es doloroso y destructivo para la mujer y para las personas
cercanas a ella. Una mujer que conocí durante mi capellanía en una clínica
de convalecencia quedó grabada en mi memoria Emma pasó sus últimos
meses llenos de furia al igual que de cáncer. Su religiosidad rígida le
hicieron imposible cuestionar el plan de Dios, y mucho menos expresar
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enojo. Exterirmente dulce y siempre amable con sus visitantes, le hacía la
vida imposible a sus cuidadoras, mujeres poco educadas y mal pagas. Murió
sin ser capaz de enfrentar los profundos pozos de rabia dentro de ella.
La negación de la autoridad propia en una mujer inevitablemente se
manifiesta como pasividad, no la pasividad de un yo sano, abierto y vacío
para recibir al Espíritu Santo, sino una inercia de plomo. Sin descontar las
causas bioquímicas, genéticas y neurológicas, arece claro que al menos
alguna depresión es de origen espiritual. Similarmente, la pasividad del auto-
desprecio puede revelarse como adicciones, las más obvias como las
alimenticias, las pastillas y el alcohol, como también las menos obvias como
el dormir, la hiperactividad y el consumismo. Éste último es especialmente
insidioso, ya que es reforzado y estimulado culturalmente.
Es importante no minimizar el pecado del odio de sí y del auto-
desprecio. Es un pecado porque en su centro hay una negación del amor de
Dios y de la bondad de la creación de Dios. El orgullo juega una parte,
después de todo, porque la mujer no se considera parte de la creación y
asume que las reglas del amor divino no aplican para ella. Ése amor está
disponible para todos los demás, pero no para ella.
Como todo pecado, éste no puede ser privado dañando sólo al
pecador; en cambio sus ramificaciones tocan a otros, del círculo inmediato
de la mujer y más allá. Hay un desperdicio de dones que no han sido
usados, frecuentemente ni siquiera reconocidos, junto con la incapacidad de
recibir los dones de otros. El auto-desprecio es un espacio privado de amor
que ofrece condiciones ideales para el crecimiento de otros pecados, entre
ellos la falsa humildad, la envidia, la manipulación y la pereza. La pereza es
un pecado especialmente tramposo, ya que puede disfrazarse de ocupación.
Aquí otra vez el estar ocupada en trivialidades es un síntoma.
La tarea del director es la de escuchar y detectar patrones de auto
engaño ya que las maneras de pecar de las mujeres dependen de la
confusión. Mis dos preguntas preferidas: “¿Qué es lo que quieres?” Y
“¿Dónde te duele?” son excelentes herramientas de diagnóstico para
descubrir las maneras de ser pecaminosas y a la vez revelar la belleza y la
bondad que la mujer niega. El director, de todas maneras, tiene que
cuidarse de contribuir a la trivialización de la mujer. El sentido de pecado
debe tomarse seriamente porque es una carga pesada para la dirigida. No
es ningún consuelo que te digan: “Oh, es no es realmente muy serio”, o peor
aún, ser desestimada con una sonrisa condescendiente. Aún cuando el
sentido de pecado está desubicado o equivocado, es una señal de que algo
anda mal. Muchas mujeres vienen a la dirección espiritual preparadas,
incluso deseosas, de creer lo peor acerca de sí mismas. La vergüenza
causada por las heridas que han soportado se confunde fácilmente con su
propia culpa personal.
Algunas mujeres sufren de una sensación de culpa y pecado
omnipresente simplemente por existir. Esto rara vez es consciente o
articulable, pero es agobiante. El ejemplo más evidente en mi experiencia
vino de una conversación con Grace, una mujer inteligente de gran
probidad, cuyo supervisor, que le tenía celos, acusó de malversación
financiera en la administración de su departamento. Casi con desesperación
me declaró, “Yo no lo hice. Ni siquiera se me ocurrió la posibilidad de
corrupción. Sé que está loca. Entonces, ¿porqué me siento tan culpable?”.
de manera similar, Allie fue elegida por un miembro de la seguridad de su
colegio para gastarle pequeñas bromas crueles. En vez de expresar su
enojo abiertamente, su respuesta fue la aceptación de su propia culpa:
“Debo de haber hecho algo, debo de haberlo ofendido de alguna manera”.
Más trágico aún es el bien documentado fenómeno de las víctimas de
violación y abuso sexual que se culpan a sí mismas.
Evitando tanto la condescendencia como la severidad, el director
puede ayudar a la mujer a separar las hebras de su pecaminosidad. El autor
de La Nube del No Saber acertadamente comenta que el pecado es “un
bulto”, tenemos que diferenciar el bulto y entender su composición química,
porque es muy probable que contenga mucha materia inerte y a lo mejor
incluso algo de valor. El director ayuda a separar lo bueno de lo malo, lo
significativo de lo insignificante. Es un trabajo delicado y cuidadoso, porque
el pecado siempre supone dolor: dolor de los demás, dolor de Dios, dolor de
uno mismo.
Sobrevivientes de Abuso
Toda el área de la sexualidad y la experiencia sexual es delicada.
Las dirigidas generalmente son reacios a traer éste material a la dirección
espiritual, tanto si es su orientación sexual, violación, incesto, nacimiento
ilegítimos o abortos, y lleva mucho tiempo para que los verdaderos
problemas se asomen a la superficie. Tanto para directo como para dirigida,
éste es un tiempo de prueba. Cuando tengo la sensación de que hay mucho
que no se está diciendo y que una parte grande del cuadro está faltando,
investigo un poco: “Cuéntame algo de tu familia” o “¿Vives sola?”. Tengo
que estar preparada para decepcionarme, éstas averiguaciones pueden no
llevar a ningún lado, al menos al principio. La dirigida puede no mostrar la
incomodidad que muchas veces acompaña a la negación o a la evasión:
simplemente no hay información por allí.
La dirigida naturalmente se pregunta, “¿Seré aceptada? O
¿humillada?”. Algunas veces hace la pregunta directamente, como lo hizo
Beth en su primer encuentro: “Soy lesbiana. ¿Esto te va a molestar?” Le
aseguré que no me molestaría, pero también la invité a hacerme saber, si en
algún momento, yo era una molestia para ella. Por supuesto la pregunta
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más profunda y aún no articulada es “¿Me acepta Dios?”. Esta no es
ocasión para la cortesía. Es una buena regla no aceptar una dirigida si no
puedes ser compasiva, y por lo tanto en peligro de juzgar o mostrar
desprecio.
En la última década estudios científicos y relatos de primera mano
de abusos sexuales han proliferado. Hoy está aceptado de que una mujer de
cada cuatro ha sido violada: esto puede ir en un rango que va desde la
violación a situaciones aisladas de toqueteo o caricias inapropiadas. (la
violación verbal, que algunos varones todavía creen que es halagadora para
una mujer, no está incluida). Una mujer de cada diez es víctima de abuso
sexual continuo, pero éste es un número conservador. Mientras que hay
varones que son víctimas de abuso sexual, este es un crimen y un pecado
que se comete típicamente contra niñas. El mito del desconocido peligroso
es justamente eso, un mito: la mujer que ha sido abusada sexualmente es
generalmente víctima de una persona conocida y de confianza, su padre (lo
más a menudo), tío, abuelo, “novio” de la madre o hermano. En el incesto
entre hermanos hay una ligera posibilidad de que la relación sea
consensuada, generalmente es coercitiva. Aunque la coerción no es siempre
física, es un acto de violencia espiritual y emocional.
En los últimos cinco años he visto un número creciente de mujeres
que han sobrevivido al incesto. Son un grupo especial entre mis dirigidas,
con una espiritualidad distintiva. Éstas sobrevivientes parecen sentirse
atraídas hacia la Iglesia. A veces me cuentan que era el único lugar seguro
de una infancia de pesadilla. A veces experimentan una gracia verdadera
sintiendo el amor de Dios, a pesar de todo. Yo me resisto a ver esta
devoción a la Iglesia como negación o compensación, aunque es innegable
que la religión puede ser usada para escapar de la realidad.
Algunos sobrevivientes del incesto cuando vienen a la dirección
espiritual, son genuinamente inconscientes de su propia historia dolorosa.
Como los recuerdos son demasiado insoportables, la amnesia es una forma
de sobrevivir. Años de incesto y violación no forma parte de su consciente
hasta que, en la mitad de la vida, empiezan a recordar. La memoria puede
aparecer gradualmente o de golpe. En este punto la dirección espiritual no
es suficiente, es solamente un componente en el trabajo de la mujer hacia
su integración. Necesita urgentemente ayuda psicoterapéutica de una
persona especialmente entrenada, o que sea especialmente sensible a los
temas de abuso sexual. También hay grupos de ayuda y programas “Twelve
Steps”; éstos pueden ser útiles después de un período de intensa
psicoterapia individual o en conjunto con ellos, y yo me siento cómoda
trabajando en cooperación con el psicoterapeuta. (Nunca me encontré con
la terapeuta de Linda, por ejemplo, pero siento gran afecto y respeto por
ella. Linda regularmente transmite nuestros mutuos saludos)
Antes de recordar los dolorosos recuerdos, la sobreviviente del
abuso puede parecer que funciona adecuadamente. Pero también puede
parecer muy charlatana, incluso superficial; su preocupación por las
trivialidades puede ser como una venda que cubre su dolorosa herida.62 O
puede sentirse instintivamente atraída por el dolor ajeno. Y por lo tanto muy
involucrada en “buenas obras” y “ayudar a otros”. Aquí el director tiene que
ser paciente, dando tiempo para que se construya la confianza. Aún cuando
busque ayuda y comprensión, éstas mujeres no tienen ninguna razón para
para confía en nadie. La mayoría de las veces las sobrevivientes tienen
mucha habilidad para funcionar en un nivel superficial, y se necesita un
tiempo largo para ir más allá de banalidades corteses.
A menos que el director sepa dónde buscar, generalmente no hay
indicios del dolor y la confusión interior. Estoy desarrollando un sexto, y en
este punto indefinible, sentido de la particularidad e la herida de la persona
abusada sexualmente. De todas maneras es especialmente importante pisar
muy suavemente si la persona está en un estado de amnesia, y puedes ser
que sepa intuitivamente mucho más de lo que necesito o debo decir a la
dirigida. A lo más me permito a mi misma hacerle una invitación suave a ir
más adentro: “Me da la sensación de que te lastimaron mucho”.
Cuando la dirigida ha empezado a recordar sus experiencias más
tempranas, a una continua necesidad de paciencia. A medida qeumás
material sale a la superficie, la relación de dirección crece en confianza, y la
dirigida se va moviendo hacia una especie de sanación. a veces parece
como si estuviéramos sacando gradualmente capas de ocultación, otras
veces es como si estuviéramos bajando más profundamente por una
escalera caracol. Como en toda relación de dirección, pero especialmente
aquí, la confidencialidad debe ser impecable. La víctima está llena de
vergüenza, y casi siempre sufre la típica confusión de culpa y vergüenza : de
alguna manera se siente culpable por lo que le han hecho. A medida que se
va moviendo hacia una sanación mayor y la consciencia despierta que viene
con ella, se asusta al vislumbrar la profundidad de su propia furia y su miedo
de lo que pudiera pasar si esa rabia se expresase.
En el trabajo con las sobrevivientes del abuso sexual no hay atajos.
El director espiritual de evitar escrupulosamente los “deberías” y los
“tendrías que”, con una gran excepción. Me acuerdo haberle dicho a Linda,
“La mayoría de las veces voy a tener cuidado de no decirte lo que deberías
hacer. Pero hay una cosa que si tenés que hacer: ¡valorate a vos misma!” La
62
De lo contrario escritores comprensivos juzgan severa, sino duramente a las
mujeres por su “trivialidad”, sin ver que puede ser una manera de defenderse, incluso
de sobrevivir. Por ejemplo ver J. Neville Ward, The Following Plough p.100, y
Martin Smith, Reconciliation, p.78.
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55
sobreviviente se siente devaluada y mancillada, no se le puede decir
suficientemente que es digna de amor y respeto. (Por sugerencia mía, Linda
adoptó un mantra, “¡Estoy limpia!” Entretejió éstas palabras en sus
oraciones, las pegó en el espejo y se aferró a ellas cuando la vergüenza
amenazaba con inundarla.)
Ocasionalmente recibo derivaciones de psicoterapeutas. Si está de
acuerdo con su tradición religiosa, un terapeuta puede sentir que a una
sobreviviente la puede ayudar el sacramento de la reconciliación. Éstas son
confesiones conmovedoras, a las que no hay que apurar. Aún cuando
intelectualmente sabe que ha sido traicionada y violada, la mujer siente una
compulsión a culparse. Además, está segura que la furia que se va
acumulando en su interior es una confirmación de su pecado. Hablamos
acerca de la rabia y como ésta puede ser una fuente de pecado o de
energía constructiva. La mujer indudablemente ya ha escuchado esto de
boca de su terapeuta, pero es buena noticia cuando se dice nuevamente en
un contexto religioso. Técnicamente no debería darle la absolución, porque
lo que escuché es la historia de la víctima, no la del perpetrador, pero éste
no es tiempo para un enfoque legalista a los sacramentos. El alivio de la
mujer es casi palpable cuando pongo mis manos sobre su cabeza y digo, “El
Señor te ha perdonado todos tus pecados. Vete en paz”. Probablemente no
vuelva nunca más.
El regalo más grande que un director puede hacer es el de una
presencia amorosa. Mientras que es importante mantener el desapego, el
involucrarse profundamente emocionalmente es inevitable y deseable . Ya
he contado acerca de la respuesta de Linda a mis lágrimas, que yo había
tratado de enjugar antes de que las pudiese ver. A medida que los
recuerdos la van desbordando, el director puede escuchar historias de
horror y degradación que superan lo creíble, y en éstos momentos, quiebro
mi regla de limitar las conversaciones a las reuniones regulare. Invito a la
mujer a llamarme en cualquier momento, de día o de noche, hasta que éste
período particularmente doloroso haya pasado. Aceptó la invitación, pero
nunca abusó de mi hospitalidad.
Los directores espirituales, tanto mujeres como varones, necesitan
encontrar alguna forma de trabajar con sus propias reacciones frente al
material doloroso. Si ellos mismos han experimentado el abuso, puede
sentirse tentados a identificarse demasiado con la dirigida, incluso la punto
se apropiarse del dolor ajeno. Por el otro lado, si han tenido una relación
cálida y sana con sus familias, les puede resultar muy difícil creer que haya
familias capaces de ser crueles intencionalmente con sus miembros más
indefensos. En cualquier caso, hacerse cargo de las emociones propias es
un proceso delicado para una directora espiritual mujer porque la confianza
de la dirigida debe ser protegida. Conversar con su propio director espiritual
puede ayudar a recuperar perspectiva, siempre y cuando sea muy
cuidadosa en concentrase en sus propias reacciones y no en el material
crudo de la historia de la sobreviviente. Escribir un diario es invalorable,
como lo es la oración, tanto para la persona que estás dirigiendo como para
la dirigida. Me doy cuenta que cuando rezo por Linda, que ella se ha
convertido para mí en un símbolo de todas las mujeres y los niños que
sufren abuso.
Acá, otra vez, no hay atajos, porque éste puede ser un trabajo
pesado y solitario. Después de hacer dirección espiritual con un buen
número de sobrevivientes de abuso, sé cosas que preferiría no saber y he
vislumbrado profundidades cuya existencia preferiría negar. De todas
maneras el director siempre tiene que ser crédulo. Todavía estamos
sufriendo por el hecho de que Freud no haya creído las experiencias de las
niñas de clase media alta en la Viena de fin de siglo XIX. Si la dirigida dice
que pasó, pasó. Y sigue pasando, aún después de décadas de amnesia los
flashes de recuerdos tienen una cercanía casi insoportables.
Aunque algunos hombres pueden ser escuchas vulnerables y
compasivos de éstas historias dolorosas, hay también muchos que no
quieren saber acerca del abuso a las mujeres. Puede, por lo tanto ser
imposible para él trabajar con una mujer abusada, por lo menos en las
etapas en que va tomando conciencia. Una dirigida, cuya apariencia y modo
no dan ninguna pista de su dolorosa historia, me ha dicho de su dificultad
para el saludo de la Paz durante la Eucaristía; durante mucho tiempo trataba
de ubicarse donde no tuviera que tocar o ser tocada por un hombre. No es
sorprendente que ella y otras sobrevivientes se sintieran incómodas con un
director varón, aunque los varones gay, quienes también hay recibido abuso
social, muchas veces tienen una cercanía con los sobrevivientes del incesto.
Debe resultar difícil para hombres compasivos no tomarse éste rechazo
personalmente. En etapas más tardías, una presencia masculina protectora
pueda adelantar mucho la sanación, pero hasta ése momento deben
conformarse con esperar.
Las sobrevivientes al abuso sexual tienen una difícil tarea de
integración. Comprensiblemente, están mucho más posibilidad de caer en la
tendencia común de separar lo “espiritual” de lo que realmente ha pasado en
sus vidas. El hablar de Dios puede ser infrecuente o locuaz, pero
desconectado de la realidad. En cualquier caso, de tiempo en tiempo les
pregunto: ¿Dónde estaba Dios cuando esto te estaba pasando? ¿Dónde
está Dios ahora? ¿Te sentís enojada con Dios? Frecuentemente tienen
miedo de de expresar la posibilidad de enojo, y tienen una tendencia a
excusar a Dios como si Dios se hubiese distraído durante su suplicio. Junto
con esta falta de voluntad para enfrentar directamente la presencia o
ausencia de Dios, muchas sobrevivientes al abuso son igualmente reacias a
 HOLY LISTENING, THE ART OF SPIRITUAL DIRECTION
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confrontarse con la probable complicidad de sus madres. Al menos en las
primeras etapas de trabajo, es más soportable ver al padre (o hermano, tío o
abuelo) actuando aisladamente. Eventualmente llegan a compartir el insight
de Elie Wiesel y otros sobrevivientes del Holocausto cuya fe se forjó en el
sufrimiento: Dios estaba allí, en el sufrimiento.
Estas son mujeres de coraje. He aprendido mucho de ellas acerca
de la oración. Los salmos son una fuente de fortaleza para ellas,
especialmente el Salmo 22 (“Dios mío, Dios mío, ¿porque me has
abandonado? ¿Por qué estás lejos de mi clamor y mis gemidos?”) y el
Salmo 88 (“¡Señor, mi Dios y mi salvador, día y noche estoy clamando ante
ti!”) Los salmos imprecatorios son a menudo una sorpresa para las mujeres
que fuero educadas en la amabilidad, yo las animo a leerlos y a saborear las
partes de enojo. Por ejemplo, éstos versos del Salmo 69 son un buen
ejemplo de rabia desatada:
Que su mesa se convierta en una trampa,
y sus manjares, en un lazo;
Que se nuble su vista y no vean,
y sus espaldas se queden sin fuerzas.
el tremendo peso de la vergüenza. La privacidad del confesionario podría
ser el único lugar donde la dirigida se siente segura para hablarlo, y,
nombrándolo directamente disipar su poder. Ayuda para restablecer la
perspectiva preguntar, “¿Dónde está tu pecado en esto?”. O “¿Dónde está el
potencial para pecar?” Ambos están allí, pero rara vez en las formas que la
sobreviviente al abuso supone.
No hace falta decir que soy muy cautelosa con las imágenes
paternales en la oración, por ejemplo el uso del Padrenuestro. Para evitar la
posibilidad de, involuntariamente, causarle más dolor, estoy dispuesta a
dejarme guiar por la dirigida, que puede tanto encontrar en Dios al padre
amoroso que ella no ha tenido en la tierra, o que puede preferir separarse lo
más posible de cualquier imagen parental.
Finalmente la mujer que ha sobrevivido al abuso sexual se convierte
a menudo en una poderosa intercesora. Esto no pasa ni fácil ni rápidamente:
al principio debe lidiar intensamente con sus propias experiencias, luego con
las experiencias de mujeres y niños cuyo sufrimiento a sido similar al de ella.
A medida que persevera, muchas veces encuentra en su interior
manantiales de compasión para todas las víctimas.

Descarga sobre ellos tu indignación,

que los alcance el ardor de tu enojo;
que sus poblados se queden desiertos
y nadie habite en sus carpas (v. 22-26)

Si el Salmista podía exhortar a Dios para que descargue una terrible

venganza entre sus adversarios, la sobreviviente al abuso se puede permitir
un podo de rabia. Puede escribirla, decirla o gritarla.
Animo a decir oraciones para pedir entendimiento, fuerza y
recuperación de la salud. Pero soy muy cautelosa con el peligro de que las
oraciones de perdón sean prematuras. Una y otra vez, las sobrevivientes
dicen, “Sé que debería perdonar a mi padre, pero…” O aún más
dolorosamente, “Mi madre y toda la familia me dicen que debería estar
dispuesta a perdonar y olvidar”. La herida del abuso es como cualquier otra
herida profunda e infectada. Si dejamos que la superficie se cure demasiado
pronto, queda un veneno que desparrama la enfermedad en lo profundo. Así
que yo le aconsejo a la dirigida que rece para desear poder perdonar, algún
día.
Ya he hablado del poder sanador de la confesión sacramenta,
incluso cuando la penitente está más cargada de vergüenza que de culpa.
Ayuda que el director marque la diferencia, sin minimizar de ninguna manera
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EPILOGO
Escribir un libro sobre dirección espiritual es un acto presuntuoso,
uno se erige en autoridad. ¡ Quizás incluso lo tomen seriamente, y se
convierte en material para notas de pie de página! Todavía estoy trabajando
en mi definición de dirección espiritual, jugando con imágenes y modelos, y
cada vez soy más consciente que sea lo que sea un director espiritual, aún
no he llegado allí todavía. Cada vez más me regocijo en my status de
amateur, y le rezo a Dios para no perder nunca ese status.
El amateur es un amante. El amor impulsa su trabajo y es el amor lo
que se encuentra en el corazón de su trabajo. La dirección espiritual, como
trabajo de amor, es también un trabajo de legos: el libro de Carol Gilligan En
una Voz Diferente ofrece una visión fresca de la mujer como tomadoras de
decisión moral. Para mí y muchas de mis amigas éste fue un libro “¡ahá!”:
nos vimos reflejadas en él y, he aquí, que fue muy bueno. Mary Field
Belenky y sus colaboradoras han provisto un valioso estudio en. El director
está dispuesto a dejar ser, a amar con las manos abiertas. El suyo es un
amor contemplativo, inmune de la tentación de devorar, poseer o manipular.
Viendo siempre al otro como un hijo de Dios, estoy llena de respeto, incluso
reverencia ante la presencia de la persona que está sentada enfrente mío,
separada por un espacio sagrado, sea éste espacio sagrado mi vieja
alfombra o la otra punta del banco de una plaza.
Dispuesto a dejar ir y a dejar ser, el director no está dispuesto a
desesperar. Tiene fe en el proceso de cambio y crecimiento, y más fe
todavía en el poder de la gracia de Dios. Este es un ministerio de esperanza
y novedad que anima, e incluso ayuda a definir el status del amateur. El
profesional trabaja de acuerdo con procedimientos standard; cuando visito a
mi oculista o a mi dentista para una revisación de control, sé cual va a ser la
rutina. Pero cuando paso una hora en la dirección espiritual, estoy mucho
menos segura de lo que va a pasar. Incluso en la seguridad y el confort de
una relación de mucho tiempo, con ritmos y rituales bien establecidos, cada
encuentro es un nuevo comienzo. El director-amateur debe estar preparado
para lo inesperado; a pesar de todos nuestros esfuerzos por domesticarlo,
Dios se maneja con sorpresas, un hecho que a la mayoría de nosotros no
nos gusta mucho.
Desde los tiempos de Abraham, los mensajeros de Dios han tenido
una forma de presentarse en lugares insólitos y en momentos insólitos.
Cuando leo el relato de Lucas de la Anunciación y logro dejar de lado las
bonitas imágenes que atestan mi imaginación, me asombro del terror
agobiante de esta historia donde lo inesperado aparece abruptamente.
Lucas nos dice que María "se turbó" ante el saludo del ángel, y no es para
menos! María podría haber preferido pasar un día como todos, tener un
plácido tiempo de compromiso con José, seguido del casamiento y luego
vivir una vida familiar simple. En cambio recibió este saludo trascendente.
La Anunciación es la historia del colmo de la sorpresa: el mensajero
de Dios irrumpe en la rutina de lo ordinario y de lo predecible, y anuncia la
divina presencia entre y dentro de nosotros. Algunas veces me pregunto a
mí misma y a mis dirigidos, ¿qué harías si un ángel te estuviera esperando
en el asiento trasero de tu auto, o en tu oficina, o en la cocina de tu casa?
Tú, con plazos que cumplir, o un cónyuge que pide un poco de espacio en tu
vida, o un hijo enfermo, o una cita con tu jefe que tienes que enfrentar en el
futuro inmediato, O quizás estás cansado, al borde del agotamiento, y estás
planeando pasar dos o tres horas gloriosas dejando que tu mente se
adormezca frente a la televisión. Y de repente escuchas: "Salve, llena de
gracia, el Señor está contigo. ¡Tengo algo para ti!"
La dirección espiritual trata acerca de cómo recibir a estos ángeles
que se presentan sorpresivamente en los momentos y lugares menos
convenientes. Aún más, la dirección espiritual es acerca de reconocer esos
ángeles y ayudar a nuestros hermanos que se confiaron a nosotros a estar
gozosamente atentos a esas pequeñas anunciaciones que no siempre
parecen ser buena noticia. De hecho, pueden parecer como golpes o
retrocesos. Interrupciones e intrusiones en nuestra prolija y bien planificada
vida. Ocasionalmente la noticia es gozosa y clara, pero la anunciación
puede tener la forma de malas noticias: enfermedad, rechazo, abandono,
aparente pérdida y desperdicio.
El Dios que nos sorprende usa material extraño, improbable, incluso
dudoso, incluidos a aquellos de nosotros que practicamos el ministerio de la
dirección espiritual. El Dios que sorprende no desperdicia nada, ni siquiera
nuestros "errores". Miro hacia atrás los incidentes provocados por mi falta de
aptitud, que fueron graciosamente transformados, con la gratitud y el
asombro de quien inconscientemente bailaba al borde del abismo. Una y
otra vez me sorprende el poder del ministerio, que se convierte en fructífero
por nuestra mutua fidelidad y por la economía de Dios. Palabras que
parecían ser banales e inadecuadas cuando fueron dichas han tenido
sentido para el dirigido, mientras que silencios nacidos de mi incompetencia
han resultado profundos y ricos. Entonces recuerdo a la temible Señor G. de
mi ministerio hospitalario, su rechazo hacia mí como agente de cambio,
relegándome al status del amateur: "¿Entonces todo lo que usted hace es
pasar por los cuartos y escuchar a las personas?" Más que anfitrión,
maestro o partero, como director espiritual soy un oyente sagrado (holy
listener)
La palabra escuchar es tan insignificante y ordinaria que fácilmente
la pasamos por alto. Pero todos sabemos del dolor de no ser escuchados,
de no ser oídos. Siento un nudo en mi corazón cada vez que veo un niño
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desesperado, inarticulado por el dolor, gritando para que su padre que está
demasiado ocupado lo escuche. Mi angustia parece excesiva hasta que me
doy cuenta que yo soy ese niño que teme el terrible vacío que sentimos
cuando no somos escuchados. Las pinturas de Munch y Siqueiros han
captado este terrible aislamiento, y todos nosotros, si buceamos en nuestra
memoria, lo hemos experimentado.
De alguna manera, no ser escuchado es no existir. Este puede ser
el drama de los muy jóvenes o de los muy viejos, de los muy enfermos, los
"confundidos", y con demasiada frecuencia, de los moribundos, literalmente
nadie en sus vidas tiene el tiempo o la paciencia de escuchar. O quizás nos
falta el coraje para escucharlos. Como personas obsesionadas por el
tiempo, rechazamos a aquellos que no "vale la pena" escuchar. Por
contraste el oyente sagrado no está dispuesto a rechazar a nadie; como un
amateur que está abierto a las sorpresas, y hace un regalo voluntario de su
atención. En la actualidad este don es algo raro, ya que los directores
espirituales son escasos. Muchas personas han encontrado un sustituto en
la psicoterapia; irónicamente la nuestra es la primera cultura que le paga a
alguien para que lo escuche. Quizás sea tiempo de que los amateurs
reclamen su llamado.
Nos olvidamos cuán íntimo es escuchar, hay vida y fluir en su
mutualidad. Supone interacción aún cuando nadie mueva un músculo y aún
cuando el que escucha no dice nada. La vulnerabilidad se comparte cuando
se comparte el silencio.
La escucha sagrada es un trabajo de obediencia mutua. Es
importante recordar el nexo que existe entre escuchar y la virtud, tan
maldecida e incomprendida de la obediencia: ser obediente es escuchar, oír.
Esto no tienen ninguna relación con el reflejo de Pavlov ni con un servilismo
rastrero. Tanto el director como el dirigido están escuchando y oyendo, en
forma atenta y respetuosa. Los directores espirituales pueden encontrar un
modelo en la historia de Samuel y el sacerdote Elí (I Sam 3, 1-18). Elí, que
es sabio, tiene experiencia y está atento, las dos primeras veces no se da
cuenta del llamado del Señor, pero el Señor sigue llamando. Tanto Samuel
como Elí, director y dirigido, están enfrascados en la escucha, cada cual a
su ser más verdadero, al otro y finalmente a Dios.
Podemos ser Elí para nuestros dirigidos. Podemos escuchar y
ayudarlos a escuchar la voz de Dios en la Biblia, los sueños, las palabras de
los amigos y de los enemigos, a escuchar "lo que ya sabían desde el
principio". Podemos animarlos a ir confiadamente a un lugar oscuro y
esperar: Ve, acuéstate, y si te llama, le dirás, "Habla, Señor , que tu siervo
escucha". Podemos escuchar con ellos en la oscuridad, sufriendo y en
soledad, y ayudarlos a entender lo que oyeron. Elí guió a Samuel a pesar
del costo que esto tuvo para él. Es poco probable que el ministerio de la
dirección espiritual tenga demandas tan drásticas en aquellos que lo
practican, pero haríamos muy bien en emular a Elí en su deseo de hacerse
a un lado.
Cuando tanto el director como el dirigido son mutuamente
obedientes y están comprometidos en la escucha sagrada, la historia es
contada. Demasiado a menudo nos aislamos tanto de nuestra historia como
de la historia Cristiana y nos preocupamos con nuestras aflicciones, o con
nuestras relaciones, o con nuestro trabajo. Separados de nuestro verdadero
contexto, podemos sentirnos superados por nuestra situación presente,
incluso cuando ésta es básicamente "buena" y sentimos que Dios nos ha
llamado a ella. He conocido a seminaristas que se inundan de trabajos y
compromisos; superficialmente están funcionando bien, pero han perdido
contacto consigo mismos y con la voz que los llamó.
Separados de nuestra historia perdemos nuestra identidad. En mis
días iniciales como capellán de una clínica de reposo, me desesperaba por
alguna vez llegar a distinguir un paciente de otro. Ancianos y frágiles,
sentados, o atados a sus sillas de ruedas, se alineaban a lo largo del
corredor del instituto. Como los prisioneros o los refugiados, todos se
parecían. Pude ser capaz de verlos como personas, criaturas de Dios,
recién cuando estuve disponible para ser un oyente sagrado y estar
presente cuando con interrupciones e incoherencias contaban su historia.
Como oyente sagrado, la escucha es sagrada, yo sigo siendo yo, he
salido del medio, para hacerme humilde, en el verdadero sentido de conocer
mi lugar en el orden de la creación de Dios. Tengo que estar desafectado,
ser crítico sin juzgar. Y por sobre todo, tengo que ser reverente porque se
me está confiando algo precioso y frágil. A medida que se va contando la
historia, la vulnerabilidad del director y del dirigido se hace aparente cuando
las máscaras van cayendo o se dejan de lado. El director es invitado a
compartir el dolor, el hambre, el coraje, la esperanza, la alegría y la
santidad.
El oyente sagrado es también presa de una variedad de tentaciones.
Siento que siempre tengo que tener una respuesta sabia, que debe
entender, evaluar, interpretar todo, debe mantener la conversación animada
como si el encuentro de dirección espiritual fuese un cocktail sagrado; y lo
más insidioso, cree que tiene que ser interesante. Una vez me sentí
simultáneamente emocionada y divertida por una nota de un dirigido que me
agradecía por mi "bendita atención centrada" (blessed centeredness); llena
de ansiedad egocéntrica, había temido que la persona me encontrase
aburrida sin remedio!
Por encima de todo, el oyente sagrado está abierto a cualquier tema
que pueda traer el dirigido. Está dispuesto a escuchar sobre la oscuridad y
la desolación, los tiempos de aparente ausencia y descuido de parte de
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Dios. No se asusta por el enojo del otro, sus dudas o miedo, y se siente
cómodo con las lágrimas derramadas. Este ministerio de presencia es
oración de intercesión vivida, mientras el oyente sagrado espera y observa.
Algunas veces la escucha tiene lugar en el calor del establo, a veces en la
luz blanca y pura de una montaña alejada, a veces en desolación al pie de la
cruz, y a veces con miedo y gran alegría en el encuentro con el Cristo
resucitado.