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Jean Meslier: cura, ateo y revolucionario

Manuel Tizziani
Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales
UNL - CONICET

« He visto y conocido los errores, los abusos, las vanidades, las necedades y
las maldades de los hombres; los he odiado y aborrecido; no me he atrevido a
decirlo en voz alta mientras viví, pero quiero decirlo al menos en la muerte y
después de ella, por lo que registro aquí mis pensamientos, para que puedan
servir de testimonio de la verdad a los ojos de cuantos vean estas páginas y
tengan a bien leerlas ».
Jean Meslier1

I. Meslier: vida y escritos

1. Un cura de aldea

Jean Meslier nació en Mazerny, una pequeña aldea de las Ardenas, el 15 de junio de 1664. Su familia
parece haber sido poco acaudalada; su padre fue un mercader, o un “obrero de la sarga”, como afirma
Voltaire, cuyos intereses mundanos habrían conducido a su único hijo varón a seguir los pasos de la
carrera eclesiástica: habiéndose visto obligado a entregar buena cantidad de sus bienes como dote
matrimonial de sus tres hijas, Gérard Meslier no habría visto con malos ojos que Jean adoptara una
profesión que le garantizaba la subsistencia2. Un párroco de la zona se habría hecho cargo de introducirlo
en el estudio de “las humanidades”, aunque desconocemos cuáles pueden haber sido sus primeras
lecturas. Su educación prosiguió en el seminario de Reims, en donde ingreso hacia fines de 1684, y en
donde, además de iniciarse en las tareas del sacerdocio y conocer las fuentes escolásticas, también parece
haber tenido sus primeros contactos con la filosofía cartesiana. Aunque, según suponen sus biógrafos y
exégetas más autorizados, los escritos de René Descartes habrían sido siempre desconocidos para
Meslier.
Luego de un período de preparación, Meslier será ordenado subdiácono el 29 de marzo de 1687,
diácono el 10 de abril de 1688 y finalmente sacerdote, el 10 de diciembre de ese mismo año. El 7 de enero
de 1689 será designado para hacerse cargo de las parroquias de Etrépigny y Balaives, aldeas rurales que
no superaban las 200 almas, donde oficiará como párroco hasta la fecha de su muerte, ocurrida entre 27
de junio y el 7 de julio de 17293. Como párroco de Etrépigny, Meslier parece haber “representado el tipo
usual de cura rural de Antiguo Régimen en esta provincia de Champagne” (Desné, 1970: XX), aunque
cabe remarcar que “la región de las Ardenas no carecía de curas singulares” (Desné, 1970: XXI). La
difusión del jansenismo, el gusto por cierta independencia doctrinal e incluso el ánimo contestatario,
hacían que este clero no se distinguiera por su docilidad frente a las jerarquías eclesiásticas. Sin embargo,

1
Según señala David Strauss (2011: 10-11), estas palabras de Meslier podían leerse en la cubierta de la copia que el cura habría
legado a su sucesor en la parroquia de Étrépigny.
2
Aún contra los propios deseos del propio Jean, quien declara lo siguiente: “Desde mi más tierna juventud he podido percibir
los errores y las mentiras causantes de tantos males como hay en el mundo. Cuanto más he crecido en edad y conocimiento,
más me he dado cuenta de la ceguera y la maldad del hombre, más he podido percatarme de la vanidad de las supersticiones
que los subyugan y de las injusticias en que incurren los malos gobiernos” (Meslier, 2010: 10).
3
Según consignan sus biógrafos, la primera acta de la parroquia de Etrépigny firmada por Meslier data del 6 de enero 1692, lo
que nos indicaría la fecha precisa de su acceso al cargo, mientras que la última corresponde al 7 de mayo de 1729 -siendo la 27
de agosto siguiente firmada por su sucesor inmediato, el abad Guillotin-, lo que también nos permitiría tener una fecha indicativa
de su muerte (cfr. Charles, 1864: XXXV-LII).

1
más allá de algunas opiniones poco favorables del arzobispo François de Mailly, Meslier no parece
haberse destacado como un abierto opositor del status quo, sino “por la austeridad de sus costumbres,
[y] el retraimiento en el que vivía… [Meslier] se hizo amar por sus parroquianos, a los que nunca
comunicó las dudas que largas ensoñaciones y una lectura asidua de Bayle y Montaigne habían hecho
nacer en su espíritu” (Charles, 1864: XXXVI).
Aunque esta apacible existencia se habría visto interrumpida por una serie de altercados con
Antoine de Toully, el marqués de Cléry y señor feudal de su comarca, y con el arzobispo de Reims,
quien lo habría amonestado a causa sus controversias con el noble. En efecto, según relatan sus biógrafos,
Meslier, indignado con el trato que el marqués propinaba a sus vasallos, se habría negado a recibirlo en
su oficio dominical, provocando la queja del noble ante la máxima autoridad eclesiástica de la región.
Llamado al orden por su superior, Meslier se habría visto obligado a una retractación ante el señor feudal,
aunque habría aprovechado la ocasión de la siguiente homilía para proferir estas palabras:

He aquí la suerte ordinaria de los pobres curas de campaña: los arzobispos, que son grandes señores, los
desprecian y no los escuchan; ellos no tienen oídos más que para la nobleza. Recomendemos, pues, al señor
de este lugar: roguemos a Dios por Antoine de Toully, que él lo convierta; y le brinde la gracia de no
maltratar más a los pobres ni de despojar a los huérfanos4.

Este segundo desacato le habría valido a Meslier un castigo “relativamente ligero” para la época
(Desné, 1970: XXIX): un mes de reclusión y penitencia en el seminario de Reims. Sin embargo, esta serie
de acontecimientos -ocurridos hacia 1716- parecen haberle brindado dos lecciones: en primer lugar, le
habrían permitido experimentar en carne propia las connivencias existentes entre los sacerdotes y los
nobles, incitándolo a redactar una denuncia5; en segundo, le habrían dejado en claro que, siguiendo el
ejemplo de los libertinos, era mejor callar públicamente ciertas disidencias teológicas o políticas.
Sea como fuere, ninguna de sus presuntas extravagancias parecen haber hecho presagiar lo que
ocurriría tras su muerte: indignado ante las condiciones sociales que veía sufrir a sus feligreses, Meslier
dejará a la posteridad un manuscrito en el que proclamará sus convicciones más íntimas: la Mémoire des
pensées et des sentiments6. En ella, el cura no sólo criticará con dureza las inequidades e injusticias de su
sociedad, sino que abjurará abiertamente de aquellas enseñanzas que había brindado a los parroquianos
durante toda su vida. Conducirá sus reflexiones hasta el más abierto ateísmo materialista, denunciando
no sólo la impostura de la religión, sino también los perversos vínculos forjados entre el poder
eclesiástico y el poder político.

2. Manuscritos, notas y cartas

Al igual que el judicieux sieur de Montaigne, uno de los autores más frecuentados por el cura de
Étrépigny, Meslier compondrá una única obra durante toda su vida: la Mémoire des pensées et des
sentiments, la que, como dijimos hace un instante, será sólo conocida en forma póstuma. De hecho, por
motivos difíciles de determinar con toda precisión, una de las copias manuscritas logrará superar las
barreras de la censura eclesiástica, reproduciéndose y difundiéndose “bajo cuerda” durante el siglo de la

4
Abrégé de la Vie de l’Auteur, de acuerdo a la versión del manuscrito de Reims 653 (cfr. Meslier, 1972: 380)
5
He allí, según sostiene Serge Deruette (2013), el origen mismo de su Mémoire des pensées et des sentiments.
6
Como era costumbre en aquella época, la obra contaba con un extenso subtítulo, el que oficiaba al mismo tiempo como una
suerte de resumen del contenido: Memoria de los pensamientos y sentimientos de Jean Meslier, cura de Etrépigny y de Balaives,
acerca de ciertos errores y falsedades en la guía y gobierno de los hombres, donde se hallan demostraciones claras y evidentes de
la vanidad y falsedad de todas las divinidades y religiones que hay en el mundo, memoria que debe ser entregada a sus
parroquianos después de su muerte para que sirva de testimonio de la verdad, tanto para ellos como para sus semejantes. In
testimoniis illis, et gentibus [“Para dar testimonio ante ellos y los paganos”, Mateo, 10:18].

2
Ilustración, llegando incluso a convertirse en una de las vedettes de la literatura clandestina7. No
obstante, una versión abreviada y edulcorada, bajo el título de Extrait de sentiments de Jean Meslier, será
editada por Voltaire en 1762. Aunque la obra de nuestro cura de aldea pasará a la historia por bajo título
de Testament (1768), el que corresponde a la segunda edición del extracto publicado por el señor de
Ferney.
Ese mismo título será el que el que empleará el humanista holandés Rudolf Charles d’Ablaing
van Giessenburg, quien en 1864 realizará una edición íntegra de la Mémoire de Meslier en base a una
copia que, en octubre de 1859, “el azar le hizo hallar en un anticuario de Holanda” (Charles, 1864:
XLIV). Este texto fue editado en 3 volúmenes, y consta de un total de 1.162 páginas, aunque nunca tuvo
el éxito esperado por Charles: 14 años luego de su edición, en 1878, sólo se habían vendido 300 ejemplares
en tierras holandesas, a los que se suman los 250 enviados a Francia. Aunque la patria natal de Meslier
también se mostrará algo reticente ante estas reflexiones.
Las Œuvres complètes, editadas bajo el cuidado de Jean Deprun, Roland Desné y Albert Soboul,
serán editadas recién entre 1970 y 1972, e incluirán también otros dos textos: las doscientas sesenta notas
que el cura dejó en los márgenes de su ejemplar del Démonstration de l’existence de Dieu, de François
Fénelon, y de las Réflexions sur l’athéisme, de René-Jospeh Tournemine8; y dos Lettres destinadas a los
curas de su vecindad, en las cuales Meslier invitaba a sus cófrades a analizar cuidadosamente las razones
que exponía en su Mémoire, instándolos también a abandonar el engaño de la religión9.

II. La formación filosófica

1. Una modesta biblioteca

El Abrégé de la vie de l’auteur, texto de circulación manuscrita y clandestina que acompañaba a diversos
resúmenes de la Mémoire antes de ser impreso por Voltaire junto con el Extrait de 1762, nos ofrece las
primeras noticias sobre algunos de los escritos que el cura de Étrépigny habría tenido a la mano: “Los
principales de sus libros eran la Biblia, un Moréri, un Montaigne, y algunos Padres; no fue sino de la
lectura de la Biblia y de los Padres de donde él obtuvo sus sentimientos”10. Una lista por demás de
escueta, y una observación discutible respecto de las limitadas fuentes que habrían servido de inspiración
para el desarrollo de las ocho pruebas que forman la Mémoire. En efecto, quienes han realizado un
estudio más pormenorizado de la cuestión, matizan con buenos argumentos la validez de esta afirmación
inicial. Pues si bien parece cierto que Meslier desarrolló sus reflexiones en un relativo aislamiento,
tampoco puede negarse, como ha señalado Maurice Dommanget, que su biblioteca excedía con creces a
la de sus demás colegas del bajo clero rural, quienes poseían en general “menos libros que dedos en un
mano” (Dommanget, 1965: 48)11. No obstante lo cual -e incluso cuando entendemos con Miguel Benítez
que su bibliothèque no debe ser reducida a los volúmenes que se hallaban en sus anaqueles en un

7
De acuerdo a casi todos los estudiosos -desde Voltaire hasta los editores de sus Oeuvres complètes, pasando por Rudolf Charles
o Maurice Dommanget-, Meslier legó tres copias manuscritas de su Memoria. Según la conjetura de Miguel Benítez, en cambio,
las copias no habrían sido tres, sino cuatro, siendo esta copia “extra” la que habría llegado a manos de un abogado libertin,
Remy Leroux, quien habría sido el encargado de iniciar la difusión manuscrita del texto.
8
Una traducción castellana de este escrito, bautizado por Jean Deprun como Anti-Fénelon (Meslier, 1972: 207-366), aparecerá
publicada este año en la colección “El libertino erudito”, de la casa editorial El cuenco de plata (Buenos Aires, Argentina).
9
Una traducción de las “Cartas a los curas de su vecindad” será publicada en el próximo número de Ingenium. Revista
electrónica de pensamiento moderno y metodología en Historia de las ideas (Universidad Complutense de Madrid, España).
10
Documento reproducido en Benítez (2012: 32-33).
11
Tal como también afirma Benítez (2012: 64): “A pesar de su aislamiento, no cabe duda de que Meslier alimentó sus reflexiones
a través de lecturas que lo reafirmaron en sus primeros sentimientos”.

3
momento determinado, sino a aquellos libros que había tenido posibilidad de leer12- Meslier no habría
tomado contacto con más de medio centenar de obras13. Este número de lecturas no deja de ser
relativamente exiguo, y quizás pueda permitirnos explicar tanto la originalidad de sus reflexiones como
sus dificultades y carencias (cfr. Benítez, 2012: 234).
Además del Antiguo y del Nuevo Testamento, textos obligatorios para todo párroco, y de las
obras de algunos padres de la Iglesia, Meslier tomó contacto, entre los textos más destacadas, con la
Démonstration de l’existence de Dieu, de François Fénelon; con las Réflexions sur l’athéisme que el jesuita
Tournemine había redactado como introducción a la primera parte de esa demostración en la ediciones
de 1712 y 1713, y que luego fuera reeditada como apéndice en la de 1718; con la segunda edición anónima
de la Recherche de la vérité (1675-1676), de Nicolás Malebranche, a quien Meslier nunca identificará
como tal; con las Mémoires de Phillipe de Commynes (1610); con dos textos anónimos titulados Le salut
de l’Europe (1694) y L’Esprit du Cardinal Mazarin (1695); con una versión francesa de L’espion turc,
atribuido al escritor italiano Jean-Paul Marana;14 con el Grand Dictionnaire historique, ou Le mélange
curieux de l'histoire sacrée et profane de Louis Moréri (1674); con Les Caractères ou les Mœurs de ce
siècle, de Jean de La Bruyère (1691); con la Apologie pour tous les grands personnages qui ont esté
faussement soupçonnez de magie (1669), del libertino erudito Gabriel Naudé; con el Nouveau Théâtre
du Monde (1613-1635), atribuido a Pierre Davity, y con obras de autores clásicos como el naturalista
Plinio, Luciano de Samosata, Séneca, Lucrecio o Tácito. Entre todas estas lecturas -a la que tal vez podría
sumarse la de algunos filósofos de gran importancia15-, sin embargo, también parece haberse destacado
la aquel libro que hacia finales del siglo XVI fuera producto de la pluma de Michel de Montaigne, y a la
que el perigordino diera el breve pero significativo título de Essais. Ensayos a los que el cura Meslier
tendrá la posibilidad de acceder en la edición realizada por Michel Blageart en el año 1649, es decir, casi
un cuarto de siglo antes de que estos fueran introducidos en el Index librorum prohibitorum, el 28 de
enero de 1676.

12
Para un comentario más detallado de esas lecturas, cfr. Benítez (2012: 59-85). Según la hipótesis de este autor, muchas de sus
lecturas habrían sido provistas a Meslier por un esprit libertin; posiblemente, por el notario Rémy Leroux, a quien, como ya
dijimos, el cura habría legado una de las cuatro copias de su Mémoire. Lima Piva (2006: 94), siguiendo a Dommanget, ha indicado
otra posibilidad: “Es probable que Meslier haya recurrido a préstamos de libros de amigos, como el padre [jesuita Claude]
Buffier, por ejemplo, y tenido acceso al acervo de los monjes benedictinos y jansenistas, los cuales tenían a su disposición las
más completas bibliotecas del reinado de Luis XIV”. Aunque esta última hipótesis ha sido desestimada por Roland Desné (1970)
o Serge Deruette (2008), para quienes no supera el estatuto del mito.
13
Cfr. Desné (1975: 613-618) y Baudry-Kruger (2007, 1: 31-44). Marc Bredel (1983: 259-260), por su parte, basándose en las
referencias incluidas por Meslier, elaboró una lista de 46 libros.
14
Según nos indica Benítez (2012: 43), esta obra circulaba en dos versiones diferentes. La primera, publicada en Paris, en 1684,
bajo el título L’Espion de Grand Seigneur et ses relations secretes envoyées au Divan de Constantinople, découvertes à Paris
pendant le regne de Louys le Grand, contiene 102 cartas que relatan acontecimientos de la historia de la Europa entre 1637 y
1642; las cuales, según indica el prefacio, fueron redactadas originalmente en árabe, luego traducidas al italiano por Marana y de
allí al francés. La segunda versión retoma a la anterior casi integralmente en su primer tomo, y agrega otros cinco, en los que se
relatan acontecimientos europeos hasta 1682. El título de esta segunda versión es L’Espion dans les Cours des Princes Chrétiens,
ou Lettres et Mémoires d’un envoyé secret de la Porte dans le cours de l’Europe, où l’on voit des découvertes qu’il a faites dans
toutes les Cours où il s’est trouvé, avec une Dissertation curieuse de leur Force, Politique & Religion. Los cuatro primeros tomos
aparecerán bajo un falso pie de imprenta: “A Cologne, chez Erasme Kinkius, 1696-1697”; los dos últimos, “à Amsterdam, chez
George Callet, 1699”.
15
René Descartes, Baruch Spinoza y Pierre Bayle son otros personajes a los que en algún tiempo se consideró como posibles
fuentes de Meslier. El primero de ellos, a causa del ya mencionado Abrégé de la vie de l’auteur, en donde se indica que “Estando
en el Seminario [de Reims], donde él [Meslier] vivió con mucha regularidad, se vinculó al sistema de Descartes” (en Benítez,
2012: 32); consideración a pesar de la cual muchos estudiosos han llegado a la conclusión de que Meslier sólo tuvo contacto con
los autores cartesianos a los refiere en forma explícita, es decir, Malebranche y Fénelon. La mención de Spinoza que el propio
Meslier (1971, 2: 153) realiza en el inicio de su Séptima Prueba, cuando refiere a otros célebres eruditos y sabios antiguos que
negaron o pusieron en duda la existencia de la divinidad, podría hacernos suponer una cercanía mayor con el autor del Tratado
teológico-político; no obstante, “todo lleva creer que Meslier no conocía la obra de Spinoza” (Deruette, 1985: 406). Finalmente,
podríamos afirmar que la relación entre Meslier y Bayle fue “puramente conceptual; ella no revela una filiación histórica directa.
Pues, según toda probabilidad, Meslier jamás leyó ni conoció las obras de Bayle” (Mori, 2000: 381). En efecto, el nombre de
Bayle sólo habría sido conocido por el cura de Étrépigny a través de las Réflexions sur l’atheisme del jesuita Tournemine, y del
artículo “Spinoza”, del Dictionnaire de Moréri.

4
2. Meslier, un lecteur suffisant

En cuanto a los hábitos o prácticas de lectura desarrollados por el cura, y siguiendo en estas líneas las
observaciones de Miguel Benítez, cabría indicar dos características generales.
En primer lugar, que la filosofía de Meslier se desarrolló principalmente a partir de una serie de
tesis y postulados que el autor conoció a través de sus lecturas, y que se proponía rebatir. Lo que no sólo
produce “una multitud de equívocos” (Benítez, 2012: 223) conceptuales y lingüísticos en las líneas de la
Mémoire, debido a que Meslier adopta muchas veces el lenguaje de sus oponentes, sino que también
otorga un lugar central a la Démonstration de Fénelon. Pues, en efecto, las notas marginales añadidas por
Meslier como refutación de dicha demostración podrían ser consideradas como el primer esbozo de su
voluminoso escrito (cfr. Benítez (2012: 22). Esta filosofía de reacción, la que quizás podría aplicarse a
otros grandes polemistas de inicios del siglo XVIII como Pierre Bayle (cfr. Solé, 1972), nos permite
explicar otro fenómeno particular de la producción de Meslier: el que haya sido capaz de “enrolar contra
la religión y la monarquía católica una poderosa armada” (Benítez, 2012: 64) compuesta de perspectivas
disimiles, y en la que se incluyen los autores antiguos, la literatura jansenista -como las Réflexions morales
sur le Nouveau Testament (1694) de Pasquier Quesnel16-, algunos autores protestantes como Pierre Du
Moulin, textos atribuidos a los turcos -como el de Marana- y una gruesa artillería proveniente de las
propias filas católicas, entre las que podemos contar a los Essais de Montaigne.
En segundo lugar, parece posible afirmar que el uso que Meslier realiza de las diversas obras con
las toma contacto, el modo en cómo trabaja sobre ellas, nos permite pensar que la Mémoire no fue un
texto redactado con precipitación17, sino “la obra de toda una vida. Sin dudas que Meslier maduró
largamente su pensamiento, su incredulidad; si debemos creerle, desde sus años de juventud” (Benítez,
2012: 63-64). Según la opinión de Benítez, Meslier habría confirmado sus primeras reflexiones a partir
de la lectura de diversos hombres ilustres, recopilando en distintos cahiers, durante largos años, “pasajes
extraídos de los libros que leía, seguramente incluso antes de pensar en servirse de estos materiales para
la elaboración de su escrito” (Benítez, 2012: 66). En efecto, las referencias que ofrece de las diversas citas
que utiliza largo de su Mémoire son, en ocasiones, no sólo vagas e imprecisas, sino incluso incorrectas,
al tiempo que muchos de esos pasajes también son usualmente modificados, lo que podría llevarnos a
pensar que el cura no disponía de todos sus libros al momento de la redacción, sino tan sólo de los apuntes
que habría ido tomando a partir de esas lecturas. Lecturas que, asimismo, habrían sido realizadas de una
manera particularmente interesada, pues el modo en cómo Meslier sacaba provecho de ellas nos lleva a
pensar que hacía “fuego con toda la madera que caía en sus manos” (Benítez, 2012: 69)18.

16
Florian Brion (2009: 56-57) nos indica que Meslier se habría servido del texto de Quesnel para desarrollar, por el ejemplo, su
crítica del misterio de la trinidad.
17
La redacción de la Mémoire se habría extendido por al menos una década, entre 1718 y 1729. La primera fecha coincide con
la edición de la Oeuvres philosophiques de Fénelon, a las que Meslier no sólo responde con sus notas, sino también a través de
la Séptima Prueba. Al tiempo que la figura del arzobispo de Cambray aparece muy temprano, en el capítulo 19 de la Segunda
Prueba. En efecto, existen otras evidencias textuales que indican que Meslier habría comenzado a redactar su texto durante la
Regencia de Felipe de Orléans (1715-1723), quizás por haber concebido que la muerte de Luis XIV dejaba a la monarquía
francesa en una posición de cierta debilidad. Asimismo, se ha señalado que la Mémoire siguió siendo redactada hasta el momento
mismo de la muerte de Meslier, ocurrida en 1729, puesto que los tres manuscritos hallados por Roland Desné en la Biblioteca
Nacional de Francia (identificados como fr 19458, fr 19459 y fr 19460) poseen diversas adiciones de la propia mano del cura. Lo
que indicaría que sólo la desaparición física del párroco impidió que la obra siguiera creciendo.
18
Olivier Lutaud (1973: 138) coincide con esta apreciación, al afirmar que Meslier puso todos sus conocimientos de literatura
clásica y moderna “al servicio de la revuelta”.

5
III. El ideario filosófico

Compuesta, según se supone, entre 1718 y 1729, la voluminosa Mémoire de Meslier se compone de 97
parágrafos distribuidos en un Avant-propos, ocho pruebas, una conclusión y un “appel comme d’abus”,
en el que cura presentará su causa ante el tribunal de la razón.

1. El detestable misterio de la iniquidad

Según declara Meslier, el objetivo de su obra es el de aportar “pruebas claras y convincentes” que puedan
desengañar a sus feligreses, a sus “queridos amigos”, de los “vanos errores en lo que hemos nacido y
vivido, y en los que me he visto obligado a manteneros contra mi gusto” (Meslier, 2010: 9)19. En una
palabra, en hacer comprender a los hombres de buen sentido cuáles los fundamentos de ese “detestable
misterio de la iniquidad”.

¡Ay!, queridos amigos, ¡si conocierais la vanidad y la locura de los errores que se ocultan bajo esa religión
de la que tanto os hablan, y si supierais cuán injusta e indignamente abusan de la autoridad que os han
usurpado con el pretexto de que os tienen que gobernar, despreciaríais todo cuanto os han hecho adorar y
respetar, y no tendríais más que odio y desprecio hacia quienes os mienten y os gobiernan tan mal y os
tratan tan indignamente! Recuerdo al respecto el deseo expresado hace tiempo por un hombre que carecía
de estudios, pero a quien, a juzgar por las apariencias, no le faltaba el buen sentido a la hora de considerar
las mentiras odiosas y las tiranías perniciosas que estoy censurando. A juzgar por sus propósitos y por la
forma en que los expuso, parece que no carecía de penetración en asuntos como el detestable misterio de
iniquidad del que os estoy hablando, es más, diría que daba muestras de conocer muy bien a semejantes
autores y a semejantes falsarios: no en vano deseaba que todos los poderosos y los nobles de la Tierra fueran
colgados y ahorcados con las tripas de los curas (Meslier, 2010: 18-19).

A partir de esta “ruda, grosera y chocante” afirmación, podría concebirse a la Mémoire de Meslier como
un intento filosófico por desmitificar y derruir los fundamentos teológico-políticos sobre los que
sostiene la dominación; la que extiende sus garras sobre los cuerpos y sobre las almas. Para ello, Meslier
pretende poner en claro: a) que todas religiones “no son más que invenciones humanas”, b) que dichas
creencias son utilizadas con el fin de sostener la dominación política, y c) que la idolatría es el origen de
todos los males que afligen a los seres humanos.

Sepan, pues, mis queridos amigos, sepan que no hay más que mentiras, quimeras e imposturas en todo lo
que se transmite y practica en el mundo para el culto y la adoración de los dioses. Las leyes y decretos que
se promulgan en nombre de Dios o de los dioses y bajo su autoridad, son en realidad sólo invenciones
humanas… Todo eso, digo, no son más que invenciones humanas ideadas, como he dicho antes, por
políticos astutos y tramposos, y cultivadas y reproducidas por falsos seductores y por impostores a fin de
que las acepten ciegamente los ignorantes. En fin, esas invenciones puramente humanas son autorizadas y
perpetuadas por las leyes de los príncipes y poderosos de la Tierra, que se han servido de toda clase de
engaños para mantener agarrados por la brida al común de los mortales, y para hacer con ellos lo que
quieran (Meslier, 2010: 26).

Hasta los autores que los cristícolas consideran santos y sagrados dicen lo mismo [que yo] respecto de la
invención y el origen de las falsas divinidades, y no sólo atribuyen su origen e invención al hombre, sino
que aseguran que la invención y culto a esas falsas divinidades es la causa, fuente y origen de todas las
maldades que se han extendido por el mundo, pues en el Génesis se dice que fue Enós, hijo de Set, nieto
de Adán, el primero que empezó a invocar el nombre de Dios (Génesis, 4: 26). Y en el libro de la Sabiduría

19
Citamos la Mémoire de Jean Meslier conforme la traducción de Javier Mina (Memoria contra la religión, Pamplona, Editorial
Laetoli, 2010); no obstante, también hemos tenido a la vista la versión incluida en las Oeuvres complètes, préfaces et notes par
Jean Deprun, Roland Desné et Albert Soboul, Paris, Anthropos, t. I, 1970; t. II, 1971; t. III, 1972. En base a esta última, hemos
introducido diversas modificaciones en la traducción.

6
se dice textualmente que la invocación y el culto de los ídolos o de las falsas divinidades es el origen, causa,
principio y fin de todos los males que hay en el mundo (Sabiduría, 14: 27) (Meslier, 2010: 40)

2. El buen sentido y la creencia ciega

De estas consideraciones iniciales, puede inferirse que toda la estructura argumental de la Mémoire se
halla sostenida sobre una antítesis conceptual entre el bon sens, o razón natural, y la fe, o aveugle
croyance. Siendo la fe, asimismo, el fundamento último de todo el sistema de dominación teológica y
política. Y el buen sentido, el instrumento de liberación.

Es indudable y evidente que todas las religiones, y principalmente la cristiana, adoptan como base de sus
misterios y toman como regla de su doctrina y su moral lo que llaman fe: es decir, la creencia ciega, pero
al mismo tiempo firme e inamovible, en alguna clase de divinidad, así como la creencia ciega, pero al mismo
tiempo firme e inamovible, en alguna clase de leyes y revelaciones divinas. Deben suponerlo así
necesariamente, ya que las creencias en alguna clase de divinidad y en alguna clase de leyes divinas son las
que les proporcionan la credibilidad y autoridad que tienen en este mundo, sin las cuales seguramente nadie
prestaría atención a lo que enseñan ni tampoco a lo que ordenan que se haga y se practique. Por ello, no
hay religión que, por encima de todo, no recomiende a sus seguidores que se mantengan firmes en la fe, es
decir, que permanezcan firmes e inamovibles en su credo. De ahí viene que todos los deícolas, y
principalmente los cristícolas, tengan por norma que la fe es el principio y base de la salvación, así como la
raíz de la justicia y la santidad, tal como recoge el concilio de Trento (Meslier, 2010: 49-50).

Como los cristícolas se dan perfecta cuenta de este absurdo [el del dogma de la trinidad] y no pueden
defenderse de las críticas con ninguna razón de peso, no les queda otro recurso que decir que hay que
cerrar piadosamente los ojos de la razón humana, que hay que someter el espíritu a la obediencia de la fe,
y que hay que venerar humildemente tan altos y tan venerables misterios sin meterse a profundizar en ellos
y sin buscar comprenderlos. Pero como lo que llaman fe es en realidad sólo una fuente de errores, quimeras
e imposturas, cosa que ya he demostrado más atrás, ocurre que, cuando nos dicen que hay que someterse
piadosa y ciegamente a lo que la fe les enseña y les obliga a creer es como si estuvieran diciendo que hay
que creer y hay que admitir piadosa y ciegamente todo tipo de errores, ilusiones e imposturas, puesto que
se están basando en un principio que no es más que error, quimera e impostura (Meslier, 2010: 235.236).

3. Los motivos de credibilidad

Sin embargo, Meslier sabe que los cristícolas intentan ofrecer “pruebas de credibilidad”, es decir, diversos
motivos a través de los cuales intentan aportar distintas evidencias con el fin de auxiliar a su fe. Los
milagros, las revelaciones, las profecías y la santidad de su doctrina y de su moral serían algunos de los
motivos más importante, y es por ello que Meslier se propone analizar en detalle cada uno de ellos.

3.1. Milagros, revelaciones y profecías

En relación con los milagros, Meslier señala, entre otras cosas, que resulta muy difícil distinguir un
verdadero milagro de un engaño, sobre todo porque estos acontecimientos nos llegan a través de relatos
poco fiables.

¿Pero cómo podrían ser los supuestos milagros, pruebas y testimonios ciertos de la autenticidad de una
religión, cuando no es seguro que hayan sido realizados y tampoco son fiables los relatos que se hacen de
ellos? Pues para que hubiese alguna verosimilitud en los relatos de los milagros habría que saber:
1. Si aquellos de quienes se dice o se cree que son los primeros autores de este tipo de relatos y narraciones
son realmente sus autores, porque sabemos que se atribuye falsamente con excesiva frecuencia a la gente
cosas que no ha hecho de ninguna manera. Y también con mucha frecuencia los malos autores se
resguardan bajo el nombre de personajes famosos para dar crédito a sus mentiras e imposturas.

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2. Habría que saber si los que son o han sido realmente los primeros autores de este tipo de narraciones
eran personas íntegras y dignas de crédito, si eran instruidos y juiciosos y si no estaban predispuestos en
favor de aquellos de quienes hablaban, ya que, si no fuesen personas íntegras, no habría que prestar crédito
alguno a lo que dicen. De igual manera, si no fuesen personas instruidas y juiciosas tampoco merecerían
crédito alguno porque, si carecen de la ilustración y la prudencia exigibles para juzgar sensatamente las
cosas, podrían dejarse engañar con facilidad. Si estuviesen asimismo predispuestos en favor de aquellos de
quienes hablan o se hallasen interesados por su causa, no se podría dar crédito a lo que dicen, porque la
predisposición impide juzgar sensatamente las cosas y mueve con frecuencia a decir o hacer lo contrario
de lo que se piensa, y lleva a convertir, por adulación o por buscar un beneficio, las cosas en algo distinto
a lo que son. Esto nos lo muestra la experiencia todos los días y podría probarse, si fuese necesario, por
una infinidad de ejemplos.
3. Habría que saber si quienes informan acerca de esos supuestos milagros examinaron todas las
circunstancias que rodeaban los hechos que relatan, si las conocieron completamente y si las describen tal
y como fueron. Porque a nada que hubiesen cambiado intencionadamente o por error las circunstancias
de un hecho determinado, y a nada que hubiesen suprimido o añadido alguna circunstancia que no formara
parte del hecho concreto, lo convertirían en algo distinto de lo que fue. Esto es lo que hace que admiremos
cosas que dejaríamos inmediatamente de admirar si supiéramos lo que realmente hay de cierto en ellas. Los
milagros -dice muy sensatamente el señor de Montaigne- son según la ignorancia que tenemos de la
naturaleza y no según el ser de la propia naturaleza (Ensayos, I, 23). Maravilla de qué vanos comienzos y
frívolas causas nacen de ordinario impresiones tan formidables como la creencia en los milagros. La vista
nos representa imágenes extrañas en la lejanía que se desvanecen al acercarse a ellas. Los milagros y hechos
extraños desaparecen en cuanto me acerco a ellos (Ensayos, III, 11).
4. Habría que saber si los libros o las historias antiguas que recogen esos hechos, es decir, los milagros
grandes y prodigiosos que sucedieron supuestamente en el pasado, no han sido falsificados y corrompidos
en el transcurso del tiempo, como ha ocurrido con otros muchos libros e historias, que han sido
indudablemente falsificados y corrompidos, tal y como se falsifican actualmente en la época en que vivimos
(Meslier, 2010: 65-66).

En cuanto a las visiones o revelaciones divinas, Meslier indica lo siguiente:

Vayamos a la tercera prueba y a las supuestas visiones y revelaciones divinas sobre las cuales los cristícolas
pretenden fundamentar y asentar también la autenticidad y certeza de su religión. Para dar una idea
verdadera y justa de las supuestas visiones y revelaciones divinas, no creo que se pueda hacer mejor cosa
que decir que, en general, revisten características tales que, si alguien pretendiese hoy en día haber tenido
esas visiones y revelaciones divinas u otras similares y quisiese valerse de ellas, se le consideraría, sin
ninguna duda, un loco, un visionario o un fanático insensato, y se tendría por tales, sin duda alguna, a todos
cuantos quisiesen enorgullecerse o valerse de semejantes visiones y revelaciones supuestamente divinas
(Meslier, 2010: 121).

Finalmente, Meslier realiza un análisis pormenorizado de las profecías del Antiguo y del Nuevo
Testamento, llegando a la conclusión de los profetas son, o astutos impostores -como Moisés-, o
fanáticos que han perdido el juicio -como Jesucristo.

Hablando con propiedad, esos hombres eran sólo unos visionarios y fanáticos que actuaban y hablaban
por el impulso de su fantasía o de sus pasiones dominantes, imaginándose que actuaban y hablaban
movidos por el espíritu de Dios. A no ser que se tratara de impostores y bromistas que, para engañar más
fácilmente a los ignorantes y los simples de espíritu, presumían de actuar y hablar movidos por el espíritu
de Dios, a pesar de saber que no lo hacían movidos por el espíritu de Dios, sino que era el espíritu de la
mentira y la impostura el que les hacía actuar y hablar de esa manera (Meslier, 2010: 149-150).

En tal sentido, Meslier también objeta las posibles interpretaciones alegóricas de las Escrituras, pues
comprende que ella entraña un nuevo engaño: el de crear un sentido que pueda disimular la falsedad del
sentido literal.

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Ocurre lo mismo con las demás promesas y profecías hechas al pueblo de Israel y a la ciudad de Jerusalén,
promesas y profecías que se revelan falsas, completamente falsas en su sentido propio y natural, pero, como
los cristícolas no quieren reconocerlo abiertamente, porque su religión se basa en esas supuestas promesas
y profecías y, de hacerlo, pasarían por burlados si reconociesen su vanidad y falsedad, por eso, a fin de
ponerse a cubierto de semejante vergüenza, se ven obligados a darles un sentido que no tienen para ocultar
así su falsedad y encontrar así, en la medida de lo posible, una verdad que no se encuentra en ellas ni se
encontrará jamás (Meslier, 2010: 204)

3.2. Los errores de la doctrina y de la moral

En la Quinta Prueba, Meslier critica una serie de errores que encuentra en la doctrina de los cristícolas;
en particular, el dogma de la trinidad, la encarnación de Cristo, la idolatría de dioses de “pasta y harina”,
la creación y el pecado original, y las supuestas injurias que los hombres hacen a Dios. Por último, analiza
los tres principales “errores de la moral” cristiana.

1. El primero consiste en hacer que el grado supremo de virtud y el mayor bien del hombre, así como todo
cuanto resulta ventajoso para él, pasen por amar y buscar el dolor y el sufrimiento, en consonancia con los
bonitos preceptos de Cristo, su jefe, quien dijo a sus discípulos que eran bienaventurados los pobres,
bienaventurados los afligidos, bienaventurados los que tenían hambre y sed y bienaventurados quienes
eran perseguidos por la justicia (Mateo, 5, 3-10). Cristo también les recomendaba en sus preceptos que
había que llevar la cruz, renunciar a uno mismo y, si se quería ser perfecto, dar a los pobres todo cuanto se
poseía (Mateo, 19,21, Lucas, 18,22). Mientras que, por el contrario, maldecía a los ricos y a todos cuantos
encontraban alegría y placer en este mundo (Lucas, 6,29).
2. El segundo error de su moral consiste en que condena como vicios y crímenes dignos de castigo eterno
no sólo las obras, sino también las inclinaciones, los pensamientos y deseos de la carne, que son cosas muy
naturales y que resultan ser las más convenientes y necesarias para la conservación y multiplicación del
género humano. Los condenan de forma absoluta y los considera auténticos vicios y crímenes merecedores
del castigo eterno cuando ceden a ellos aquellos o aquellas que no están unidos por los lazos de un
matrimonio que debe efectuarse de acuerdo con sus leyes y preceptos. Y la moral cristiana dice esto no
sólo respecto a la unión carnal entre el hombre y la mujer, sino que extiende su reprobación a todos los
actos y tocamientos lascivos y a todos los deseos, afectos, pensamientos y miradas tendentes a ese fin;
pensamientos, deseos y afectos que considera, repito, crímenes merecedores del castigo eterno, de acuerdo
con el mandato de Jesucristo, que dijo que cualquiera que mirase a una mujer con el propósito o deseo de
gozar de ella cometería adulterio en su corazón y sería, por tanto, culpable de ese crimen (Mateo, 5,28). De
tal manera que, según esta máxima, la religión cristiana, que se cree la más pura y más santa, contempla
como pecados mortales dignos de los castigos eternos del infierno no sólo, como ya he dicho, los actos y
tocamientos lascivos sino también los deseos, los pensamientos, las miradas y los discursos que tiendan
voluntariamente a ese fin y fuesen realizados por quienes, fueran hombres o mujeres, no estén unidos
legítimamente según sus leyes y mandatos.
3. El tercer error de su moral consiste en que aprueba y recomienda la práctica y observancia de ciertas
normas y preceptos que tienden manifiestamente a la subversión de la justicia y la equidad naturales, y que
tienden igualmente a favorecer a los malvados y a oprimir a los buenos y débiles. En efecto, la moral
cristiana aprueba y recomienda la práctica y observancia de las siguientes normas y de los siguientes
preceptos que Jesucristo recomendó a sus discípulos, empezando por aquel que decía que tenían que amar
a sus enemigos y hacer el bien a los que les hacían el mal, o el de que no había que enfrentarse a los enemigos
sino aguantar pacientemente sus injurias y sus malos tratos, no sólo sin vengarse sino sin enfadarse, sin
protestar y sin tampoco quejarse (Mateo, 5,39). También les dijo que si alguien les golpeaba en una mejilla
tenían que ofrecerle la otra, y si alguien les pedía prestado el manto debían darle también la túnica (Lucas,
6,29). Por ello, de acuerdo con esos bonitos preceptos, uno de los deicristícolas más famosos pudo decir
con razón que la divisa del hombre carnal era vencer para no sufrir, mientras que la divisa del hombre
cristiano era sufrir para vencer, ser pisoteado para no caer y morir para vivir (Quesnel, Sur saint Jean, tomo
II, capítulo 20, 16), por más que entre ellos no hay nadie que siga esos preceptos ni crea siquiera en ellos
(Meslier, 2010: 309-311).

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4. Una tiranía teológico-política

En la Sexta Prueba, Meslier lleva su crítica al terreno político, objetando una serie a “abusos” permitidos
por la religión: por ejemplo, el autorizar una “enorme desproporción” en el estado y condición de los
seres humanos, que son iguales por naturaleza (2010: 318); el permitir y autorizar “la existencia de
diversas condiciones [y ocupaciones] que no son de ninguna utilidad en el mundo” (2010: 325), sino que
sólo sirven “para pisotear, saquear y oprimir a la población”; el “permitir y autorizar tantos eclesiásticos,
en especial tantos frailes inútiles” (2010: 326); el autorizar “que los hombres se apropien de los bienes de
la tierra sólo para sí, en vez de poseerlos y disfrutarlos en común, lo que produce una infinidad de males
y miserias en este mundo” (2010: 343); o establecer “la indisolubilidad del matrimonio” (2010: 348).
Finalmente, en consonancia con el tercer error moral, la religión permite y autoriza el gobierno tiránico
que ejercen los reyes y príncipes del mundo.

Podemos verlo claramente entre los príncipes y reyes de la Tierra, pues los reyes y príncipes son como
lobos y leones rugientes prestos a atrapar su presa. Siempre se hallan dispuestos a cargar a la población con
tasas e impuestos, siempre están dispuestos a establecer nuevos impuestos y a aumentar los viejos, siempre
están dispuestos asimismo a prender el fuego de la guerra y, por consiguiente, siempre están dispuestos a
derramar sangre y a quitarles la vida a los hombres, siempre están dispuestos a asolar las ciudades y devastar
los campos. Y los sacerdotes, que son los ministros de la religión, aplauden todos esos malvados propósitos,
como hicieron los falsos profetas que acabo de mencionar. Les consienten sus peores deseos y aprueban
sus procedimientos más violentos e injustos. En el púlpito claman, gritan y fulminan con mucho celo y
vehemencia las faltas más ínfimas de la gente, pero se vuelven unos perros mudos ante los abominables
vicios y las faltas de los príncipes y reyes de la Tierra. Es más, enseñan incluso que fue Dios quien los puso
en el trono y que por eso hay que obedecerles y someterse a ellos en todo. Por eso dicen y hacen creer al
pobre pueblo ignorante que quien se enfrente a los reyes se hará merecedor del castigo divino: De modo
que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos
la condenación (Romanos, 13: 1-7) (Meslier, 2010: 387).

5. El materialismo ateo

En las últimas dos pruebas, usualmente consideradas por la crítica como las “más filosóficas” de la
Mémoire, Meslier desarrollará los lineamientos generales de su materialismo ateo, oponiéndose
principalmente a los escritos de Malebranche y Fénelon. En concreto, Meslier se propondrá demostrar
la inexistencia de Dios y la materialidad del alma humana.

5.1. La inexistencia de Dios

En primer lugar, Meslier dejará en claro que la creencia en la existencia de una divinidad “no es cosa que
haya sido aceptada, ni siempre, ni universalmente” (2010: 392). Por el contrario, la historia da cuenta
“célebres ateos”, como Sócrates, Aristóteles, Plinio, Luciano, Averroes, Rabelais, Vanini o Spinoza;
hombres sabios que supieron poner en crisis el valor de verdad de esta supuesta opinio communis.
Muchos de ellos, al igual que los libertinos del siglo XVII, saben que el origen de dicha creencia es
político; que ella es producto de “ciertos hombres más astutos, taimados y sutiles que los demás, y
seguramente también los peores, quienes, a fin de ponerse por encima de los demás, debido a su ambición,
se aprovecharon con toda seguridad de la ignorancia y la estupidez de sus congéneres” (2010: 397).

A continuación, Meslier se opondrá al conocido “argumento del designio”, el cual es utilizado por
Fénelon en diversos pasajes de la Primera Parte de su Démonstration de l’existence de Dieu.

10
Lo que lleva a los cristícolas a admitir la existencia de Dios y a creer en un Dios todopoderoso,
infinitamente bueno, infinitamente sabio e infinitamente perfecto es el hecho de contemplar tantas cosas
tan grandiosas, tantas cosas tan bellas y admirables que se pueden ver en la naturaleza, porque se imaginan
que unas cosas tan hermosas, tan grandiosas y tan admirables no han podido ser hechas ni haber sido
colocadas en el orden y el lugar en que se encuentran sin la intervención de la omnipotencia de un ser
soberano infinitamente bueno, infinitamente sabio e infinitamente perfecto al que dan el nombre y
condición de Dios (Meslier, 2010: 401).

Para ello, expondrá las oscuridades y “dificultades insuperables” del “sistema de la creación” (2010: 406-
407), acontecimiento imposible (2010: 412, 426), al tiempo que exhibirá las ventajas de concebir que
naturaleza es de sí misma lo que es, y que ella no se compone más que de materia y movimiento20.

Hay un gran número de personas, sin contar a los que niegan la existencia de Dios o la ponen en duda,
digo que hay una gran cantidad de personas sensatas e ilustradas, incluso entre los deícolas, que reconocen
y confiesan que la belleza y la perfección de la naturaleza no prueban de forma manifiesta que exista un
Dios infinitamente perfecto. Y tienen razón al admitirlo y confesarlo, porque la razón natural demuestra
que todo lo que hay de bello, perfecto y admirable en la naturaleza se puede conseguir por las leyes
naturales del movimiento y por la diferente configuración de las partes de la materia, que se hallan
dispuestas, unidas, modificadas y combinadas de forma diversa en toda esa clase de seres que constituyen
lo que denominamos mundo… (Meslier, 2010: 526).

Por otra parte, Meslier dejará en claro que la existencia de “males, miserias, vicios y maldades en los
hombres muestran de manera evidente que no hay ningún ser todopoderoso, infinitamente bueno e
infinitamente sabios, que pueda impedirlos y remediarlos” (2010: 485). Y mientras la existencia de un
mundo bello y admirable no prueba de modo necesario la existencia de un Dios infinitamente bueno y
todopoderoso, pues ello puede lograrse de igual modo mediante la adición de materia y movimiento, la
existencia del mal sí resulta una objeción muy potente.

…si, como dicen los deícolas, todo proviniese de la mano todopoderosa de un Dios infinitamente bueno e
infinitamente sabio, las criaturas no tendrían el menor vicio ni defecto y ningún ser viviente sufriría daño
alguno. Por eso, la muerte, las enfermedades, las dolencias y, con mayor razón, los vicios y las maldades y
todo lo que, en general, puede hacer que una criatura se vuelva viciosa, defectuosa o desgraciada,
demuestran que no existe una divinidad capaz de impedir todos esos males (Meslier, 2010: 527-528).

5.2. La materialidad y mortalidad del alma

Según sostiene Meslier, la creencia es la espiritualidad e inmortalidad del alma tampoco es universal, dado
que no sólo muchos filósofos la pusieron en duda (2010: 641), sino incluso Moisés y los antiguos profetas
(2010: 672).

Si el alma fuera espiritual, como aseguran los cristícolas, no tendría cuerpo, ni partes, ni materia, ni forma,
ni aspecto, ni extensión. Por tanto, no sería algo real o sustancial, ya que, como acabo de decir, carece de
cuerpo, materia, forma, aspecto y extensión, es decir, sería algo que no es real ni sustancial. Ahora bien, el
alma es algo real y sustancial ya que anima al cuerpo y le proporciona la fuerza y el movimiento. Porque
no es admisible decir que algo que no es nada está animando el cuerpo y proporcionándole fuerza y
movimiento. Así pues, el alma es algo real y sustancial y, por tanto, debe ser necesariamente corpórea y
material y ha de tener extensión, porque nada de lo que es real puede carecer de cuerpo y extensión
(Meslier, 2010: 621)

20
Para eludir la usual objeción de Cicerón, quien impugnaba a los epicúreos el hecho de pretender que el azar haya sido el único
autor de la Ilíada, Meslier trazará distinción entre las “obras de la naturaleza”, producto de porciones de materia que se agitan
por sí mismas, y las obras del artificio, realizadas en base a la intervención humana sobre partículas de materia inorgánica (cfr.
Meslier 2010: 578).

11
El alma, por tanto, no es inmortal ni espiritual:

1. No puede ser algo inmortal. Veamos una prueba evidente. Lo que es susceptible de diferentes cambios
y diferentes modificaciones es susceptible de sufrir diferentes alteraciones. Lo que es susceptible de sufrir
diferentes alteraciones es susceptible de corromperse; lo que es susceptible de corromperse no es
incorruptible; lo que no es incorruptible no es inmortal. Todo esto resulta claro y evidente. Pues bien,
como los cartesianos reconocen que el alma puede sufrir diferentes cambios y modificaciones, y como
admiten también que está realmente sujeta a ellos, y como están de acuerdo asimismo en que nuestros
conocimientos y nuestras sensaciones, todas nuestras sensaciones y percepciones, deseos y actos de
voluntad son modificaciones del alma, están admitiendo que el alma está sujeta a diferentes cambios y
diferentes modificaciones, por lo que tendrán que admitir que estar sujeta a diferentes alteraciones es estar
sujeta a principios de corrupción, por lo que no es incorruptible ni inmortal, como quieren que creamos.
De ahí que el gran san Agustín diga en las Confesiones (libro XII, capítulo 11) que una voluntad que varía
en sus resoluciones, sea de la manera que fuere, no puede ser inmortal en duración. De ahí que, como está
sujeta a diferentes cambios y manifestaciones, el alma no puede ser inmortal en duración.
2. Como el alma, según los propios cartesianos, está sujeta a diferentes cambios y diferentes modificaciones,
no puede ser espiritual, no al menos según la manera que tienen ellos mismos de entender lo espiritual.
Veámoslo. Algo que carece de extensión y que no tiene partes, no puede cambiar de manera de ser ni puede
tener siquiera una forma de ser determinada. Lo que no puede cambiar de manera de ser y no puede tener
siquiera una forma de ser determinada, no puede estar sujeto a diferentes cambios ni modificaciones. Pues
bien, según los propios cartesianos, el alma no tiene extensión ni tiene tampoco partes; luego, no podría
cambiar de forma de ser ni podría tener tampoco una forma de ser determinada. Luego no podría estar
sujeta a cambios ni debería sufrir las diferentes modificaciones que ellos mismos dicen que sufre y
experimenta. De lo contrario, tendrían que admitir que, si el alma puede cambiar de manera de ser y puede
estar sujeta a diferentes cambios y modificaciones, debe tener extensión y partes. Y si tiene extensión y
partes, no puede ser espiritual, en el sentido en que lo entienden los propios cartesianos. El razonamiento
resulta evidente (Meslier, 2010: 636-637).

La hipótesis según la cual son “las modificaciones de la materia [las que] producen por sí solas nuestros
pensamientos, nuestros conocimientos y nuestras sensaciones”, no sólo es más razonable, pues evita las
dificultades insuperables del cartesianismo, sino también la única que tiene sentido. De hecho, las tesis
cartesianas resultan “imposibles, ridículas y absurdas”, pues no pueden siquiera concebirse,
comprenderse o representarse con claridad en la mente de los seres humanos (2010: 652). En una palabra,
el lenguaje de los cartesianos, al igual que el de los cristícolas, carece de significado.

[Según Fénelon] el espíritu… no sabe qué es ni cómo se encuentra atado a un cuerpo, ni cómo ejerce su
imperio sobre los resortes de un cuerpo que no conoce. Ignora sus propios pensamientos y sus propios actos
de voluntad (Traité de l’Existence de Dieu, p. 179). No, [los cartesianos] no pueden decir siquiera que
alcanzan a concebir lo que ellos mismos dicen al hablar como hablan acerca de la naturaleza del alma, de
su conexión con el cuerpo y de la correspondencia natural y mutua que se establece entre las diferentes
operaciones del alma y los diferentes movimientos y modificaciones de la materia. Y como ni siquiera
alcanzan a concebirlo, no tendrían que hablar de ello, a menos que quieran hablar sin saber qué es lo que
están diciendo, que es lo que ellos mismos aconsejan, como ya he dicho (Meslier, 2010: 653-654).

En fin, hace falta mucha fe para considerar verdaderas estas tesis, pues, si siguiéramos el consejo del buen
sentido, sólo deberíamos reírnos de ellas.

6. Conclusión y “apelación ante la razón”

En las páginas finales de su Mémoire, Meslier recapitula algunas de sus tesis principales, volviendo a
poner de manifiesto que todas las religiones son “invenciones humanas” que no persiguen otro fin que
el sostener la desigualdad y la tiranía. Los príncipes y los curas obtienen un enorme beneficio de la
ignorancia de los seres humanos, quienes desconocen los resortes secretos sobre el que se sostiene el

12
“misterio de la iniquidad”. Por tanto, Meslier insta a los hombres a despojarse del “yugo de las vanas y
delirantes supersticiones”; los incita a hacer uso de su razón natural, a pensar, a escribir, transmitirse
mutuamente sus reflexiones; a unirse en una causa común: la del bien público.

En vuestras manos tenéis la salvación. Si conseguís entenderos entre vosotros, la liberación sólo dependerá
de vosotros mismos. Disponéis de los medios y las fuerzas necesarias para conseguir la libertad y poder
esclavizar a vuestros propios tiranos, ya que, por muy poderosos y formidables que sean, carecen de poder
sin vosotros. […] ¡Uníos, pues, si sois sensatos! ¡Uníos, si tenéis coraje, para libraros de una vez por todas
de las penalidades que padecéis en común! ¡Daos valor unos a otros, animaos a una empresa tan noble, tan
generosa, tan gloriosa y tan importante! Empezad por transmitiros secretamente vuestros pensamientos y
proyectos. Distribuid por todas partes, y lo más hábilmente que podáis, escritos como éste, por ejemplo,
que den a conocer a todo el mundo la vanidad de los errores y de las supersticiones que hay en la religión
y que hacen que reine en todas partes el odioso gobierno tiránico de los príncipes y reyes de la Tierra
(Meslier, 2010: 692).

Por último, Meslier realiza una apelación:

Acogiéndose al derecho de amparo, contra todas las falsedades e injurias y contra todos los malos tratos y
procedimientos injustos de los que puedan hacerle objeto después de su muerte; apela contra todo ello ante
el tribunal de la sola razón y en presencia de todas las personas sabias e ilustradas, y rechaza como jueces
de esta vista a los ignorantes, los santurrones, los sectarios y los autores de errores y supersticiones, así
como a todos los aduladores y favoritos de los tiranos y cuantos están a su servicio (2010: 700-701).

IV. Difusión y recepción

Señalado como uno de los representantes de la “Ilustración olvidada” (Seoane Pinilla, 1999: 116-130),
Jean Meslier (1664-1729) ha sido confinado por la historiografía a habitar en los márgenes del canon
filosófico. Su obra, amplia y clandestinamente difundida entre los representantes más emblemáticos de la
Ilustración francesa21, como Helvétius, d’Holbach, Voltaire o Diderot22, fue luego omitida casi por
completo en el mundo occidental23, incluso entre quienes que se han ocupado específicamente de la

21
Según la catalogación realizada por Jonathan Israel (2001:690), quien se apoyó a su vez en el trabajo de Benítez (1996a, 2003a),
la Mémoire de Meslier se encontraba entre los cuatro manuscritos clandestinos más difundidos durante el siglo XVIII, con un
total de 35 copias. Guennadi Koutcherenko (1970), entre otros, ha insistido en el hecho de que la obra de Meslier resultó
determinante para el desarrollo del materialismo francés durante el siglo de la Ilustración, aunque su opinión no es compartida
por todos los críticos. Miguel Benítez (2012: 760-762), por ejemplo, considera que la revolución teológico-política ideada por
Meslier no parece haberse encontrado “entre las prioridades de los philosophes”, aunque coincide en que la obra fue bien
conocida en la época, y despertó especial interés entre los miembros de la nobleza y el alto clero.
22
Voltaire, pasmado ante la radicalidad del pensamiento del cura ateo, será el encargado de editar un resumen edulcorado de la
obra bajo el título Extrait des sentiments de Jean Meslier (1762), mientras que, como intentaremos explorar con más detalle a
través de nuestro proyecto, el barón de Holbach obtuvo cierto provecho del texto de Meslier para componer una suerte de
extracto de materialismo ateo bajo el título Le Bon-sens (1772). Denis Diderot, por su parte, parece haber conocido la obra con
bastante detalle, y copió « presque mot pour mot certains passages du Testament dans un poeme, les Eleutheromanes, inséré
dans la Correspondance littéraire de Grimm en 1772 » (Pellerin, 2003: 54); mientras que Helvétius tuvo acceso a un manuscrito
de las notas de Meslier al Traité de l’existence de Dieu de François Fénelon. Un año después de la Revolución Francesa, Sylvain
Marechal publicará un Catéchisme du Curé Meslier (1790), en donde resumirá las ideas centrales sostenidas por el cura.
Finalmente, el 17 de noviembre de 1793, la Convención Nacional sancionará un decreto a través del cual propondrá erigir una
estatua en honor al cura de Étrépigny, proyecto que finalmente quedará trunco.
23
Aunque no ocurrió lo mismo en el este de Europa, donde la obra de Meslier experimentó un gran éxito, sobre todo a partir
del triunfo de la revolución que instauró el comunismo. Sus obras serán traducidas al ruso en 1924, y su nombre figura en un
obelisco erigido en el parque Gorki de Moscú a los precursores del socialismo moderno, a pesar de que sus textos parecen haber
sido desconocidos tanto por Karl Marx y Friedrich Engels como por Lenin (Skrzypek: 1971).

13
historiografía de la vertiente radical de la Ilustración24, o aquellos que han destinado largas páginas a la
historia del materialismo25.
En efecto, con algunas excepciones, como la edición de 550 ejemplares del Testament que
realizara Rudolph Charles en 1864, los breves estudios de Ira Wade (1933) o Andrew Morehouse (1936),
o referencias menores como la que podemos encontrar en Paul Hazard (1946: 71-72), la excéntrica figura
del cura-ateo sólo volverá a adquirir relevancia filosófica luego del “Colloque Meslier” (Aix-en-
Provence, 1964), realizado en conmemoración de los trescientos años de su nacimiento26. El voluminoso
y ya clásico estudio realizado por Maurice Dommanget, Le curé Meslier: athée, communiste et
revolutionnaire sous Louis XIV (1965, reeditado en 2010), profundizará este redescubrimiento,
ofreciendo muchos datos inéditos acerca de la vida y los escritos de Meslier, y poniendo fin, según las
palabras de Roland Desné (1970: CXLVII) a una “tradición de ignorancia” en torno de las ideas de un
pensador hasta entonces considerado menor. Este camino será continuado por Georges Cogniot, quien
ese mismo año brindará una conferencia titulada “Le curé Meslier” en la Universidad de París, y por
Georges Dulac, quien algunos años más tarde incluirá un capítulo sobre el cura ateo en el tomo III de la
Histoire littéraire de la France (1969). La publicación de las Oeuvres complètes27 (1970-1972), en tres
tomos y bajo la codirección de Roland Desné, Jean Deprun y Albert Soboul, y la realización de un
segundo “Coloquio” internacional (Reims, 1974)28 marcarán otros dos hitos muy destacados en esta
historia de desagravio.
A ellos seguirá la pequeña obra de Luciano Verona, Jean Meslier, prêtre athée, socialiste
révolutionnaire (1975), la cual, según la ácida crítica de Serge Deruette, “n'apporte rien de nouveau”
(1985:404), y, algunos años más tarde, el polémico estudio de Marc Bredel, Jean Meslier, l’enragé: prêtre
athée et révolutionnaire sous Louis XIV (1983). En efecto, herido en su costado más cristiano y
anticomunista, Bredel pondrá en cuestión los argumentos presentados por Meslier, llegando a afirmar
que la doctrina materialista defendida por el párroco era “rústica e ingenua” (1983:43), y que su obra se
erigía como una “curiosa mixtura de retórica fácil y dialéctica implacable, compuesta por abominables
blasfemias y demás extrañezas” (1983:106). Asimismo, Bredel impugnará el verdadero valor filosófico
de la edición de las Oeuvres complètes, asegurando que la misma había sido realizada en un momento en
el que Meslier se encontraba en boga, en virtud de los acontecimientos políticos del Mayo francés. Serge
Deruette (1985) será uno de los principales opositores de esta lectura, y afirmará sin más que “podría
ignorarse fácilmente el reciente libro de Bredel, obra plagiaria, puramente comercial, sin ningún interés

24
Resulta llamativo, en tal sentido, que en la extensa trilogía de Jonathan Israel (2001, 2006, 2011) no encontremos más que
menciones incidentales a la obra de Meslier, y en ningún caso un análisis detallado de sus posibles contribuciones al desarrollo
de la Ilustración radical. Lo que se debe, quizás, al hecho de que Meslier no parece haber tenido contacto directo con la obra de
Spinoza, figura en torno de la cual Israel parece construir toda su interpretación historiográfica.
25
Un claro ejemplo de esa ausencia puede constatarse en la afamada historia del materialismo escrita por Friedrich Albert Lange
(1877), en donde las figuras destacadas son Diderot, La Mettrie y Holbach; tendencia que volveremos a encontrar en el Bréviaire
de Jules Soury (1881). Cabe señalar, sin embargo, que esta ausencia ha comenzado a ser subsanada en la actualidad,
principalmente por Pascal Charbonat (2007) y Michel Onfray (2010), quien inició el tomo IV de su Contrehistoire de la
philosophie dedicando un capítulo completo a Meslier. En el mismo sentido, puede indicarse que figura del cura también ha sido
tenida en cuenta en la reciente introducción de Charles Wolfe (2016).
26
Las Actas de este evento inaugural serán publicadas dos años más tarde, bajo el título Études sur le Curé Meslier (Paris, 1966).
27
Como ya indicamos, además de la Mémoire des pensées et des sentiments, estas obras incluyen la compilación de las apostillas
dejadas por Meslier en su ejemplar de la Démonstration de l’existence de Dieu (1712), de François Fénelon, y de las Réflexions
sur l'athéisme (1713), del jesuita René-Joseph de Tournemine, las cuales son conocidas bajo el título de Anti-Fénelon; y las
Lettres aux curés du voisinage. Bajo el título Il Testamento, la Mémoire será rápidamente traducida al italiano (1972); por el
contrario, en el caso portugués, la Memória sólo verá la luz en el siglo XXI (2003), y algo similar ocurrirá en el idioma castellano:
más allá de la existencia de dos extractos, Crítica de la religión y del Estado (1978) y Testamento de un cura ateo (2011), los
hispanoparlantes han debido esperar hasta el año 2010 para contar con una edición íntegra de este escrito, titulada Memoria
contra la religión (2010).
28
Publicadas bajo la dirección de Roland Desné, las Actas de este segundo coloquio llevarán por título Le curé Meslier et la vie
intellectuelle, religieuse et sociale à la fin du XVIIe siècle et au début du XVIIIe siècle (Reims, 1980).

14
científico, en la cual el autor desarrolla, a través de su petulancia satisfecha, el profundo desprecio que
siente por Meslier” (1985: 404).
Más allá de las críticas de Bredel, el camino de recuperación filosófica de Meslier ha seguido
desplegándose y multiplicándose hasta nuestros días, sobre todo en el mundo de la Europa occidental:
Jean-Marie Goulemot (1980) Jean-Robert Armogathe (1983), Miguel Benítez (1996b, 2003b, 2010),
Koichi Ishikawa (2000), Geneviève Moëne (2003) y Geneviève Langlois (2009) podrían ser destacados
en este sentido, aunque los frutos más maduros de esta cosecha son los que han ofrecido Serge Deruette
con su Lire Jean Meslier: Curé athée révolutionnaire (2008), y el propio Benítez, con su monumental
estudio Les yeux de la raison. Le matérialisme athée de Jean Meslier (2012)29. Este último trabajo, en
particular, puede ubicarse al mismo nivel que el de Maurice Dommanget, entre los textos ineludibles
para los estudiosos del cura de Étrépigny.
Por otra parte, también es necesario destacar algunos estudios en nuestro continente. En el
hemisferio norte, Richard-Olivier Mayer alcanzó el título de la Maestría en Filosofía en la Universidad
de Québec con un trabajo titulado Le Mémoire de Jean Meslier: contre la religion et la tyrannie, pour la
libération des peuples (2011), mientras que, en México, Javier Márquez Gutiérrez publicó un artículo
titulado “Jean Meslier y su crítica al Estado político-religioso” (2012).
En el hemisferio Sur, y particularmente en Brasil, contamos con otros dos antecedentes
importantes: Maria das Graças de Souza fue quien inició el camino, dedicando el capítulo 3 de su tesis
de maestría, Voltaire e o materialismo do século XVIII (1983), al trabajo de edición de un extracto de la
Mémoire realizado por el filósofo de Ferney. A esa primera referencia pueden agregarse tres artículos
más de Souza (1985, 1988, 2002), y un par de Paulo Jonas de Lima Piva (1999, 2005); quien, en la máxima
contribución latinoamericana realizada hasta el momento, dedicó su propia tesis doctoral a un análisis
pormenorizado de la obra de Meslier. Ese trabajo se vio materializado en su Ateísmo e revolta. Os
manuscritos do padre Jean Meslier (2006).

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29
Al respecto, puede consultarse la reseña de este libro que hemos publicado en Tópicos. Revista de Filosofía de Santa Fe, Santa
Fe, Argentina, n. 31, julio 2016, pp. 85-93. URL: http://www.scielo.org.ar/pdf/topicos/n31/n31a05.pdf

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