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Introducción
Hola a todos y a todas. En la clase anterior hemos realizado un recorrido de las fuentes
de las que se nutrió la pedagogía oficial latinoamericana. Todas las clases que siguen se
refieren a las principales corrientes de pensamiento político latinoamericano que han
cuestionado a aquellas fuentes de la pedagogía oficial. Seguramente hay otras, pero
quizás las que presentamos en este Seminario son las que han sido más
significativamente alternativas a las ideas y prácticas dominantes 2.
Los invitamos a empezar este viaje recordando que los procesos pedagógicos se dan
en la historia como un recorrido cuyas implicancias cambian en el tiempo, de acuerdo
a los contextos socio-políticos. No perdamos de vista la dimensión política de la
memoria, para así activar el presente en acto y en potencia. (Freire, 2013:13)
“Enseñar divirtiendo”
Evocar a Simón Rodríguez nos lleva a construir la memoria de una educación popular
latinoamericana nacida al calor de las luchas de liberación. Pensemos un momento en
el contexto histórico y social 3 en el cual nació Simón Narciso de Jesús Rodríguez en
Caracas la noche del 28 de octubre de 1769. Bautizado el 14 de noviembre de 1769
como niño expósito, debido a esa condición, fue criado en casa del sacerdote
Alejandro Carreño, y toma de él su apellido, por lo cual es conocido como Simón
Carreño Rodríguez. Se puede pensar, por documentos de la época y otros testimonios,
que el sacerdote Carreño era en efecto padre de Simón Rodríguez y también de su
hermano José Cayetano Carreño, cuatro años menor que Simón, quien se desarrollará
como notable músico. Ustedes saben que este tipo de prácticas no eran extrañas en
aquella época. Su madre, Rosalía Rodríguez, era hija de un propietario de haciendas y
ganado, descendiente de una familia que prevenía de las Islas Canarias.
¿Conocen ustedes las ideas lancasterianas? Les recomendamos ampliar leyendo el
artículo de Gregorio Weinberg que mencionamos en la bibliografía y está disponible
entre los Materiales, en el menú de la izquierda (Archivos). Ahora sí, volvamos a las
ideas de coaprendizaje de Rodríguez: es imposible aprender de alguien en quien no se
cree, dice el maestro. De espíritu russoniano, Rodríguez consideraba que los niños
debían preguntar y no repetir, para obedecer a la razón, y no a la autoridad, nótese
acá la diferencia con algunos de los tópicos que hemos señalado en la Clase 01. Ya acá
tenemos un primer rasgo de la consideración del sujeto latinoamericano que proponía
la pedagogía de este maestro: un sujeto crítico que debía y podía interrogar/se. Por
eso impulsó una “pedagogía de la pregunta”, precursora de la de Paulo Freire, a quien
también estudiaremos más adelante. Así que tenemos, además de esta concepción
fundada en el interaprendizaje, el coaprendizaje y la pedagogía de la pregunta, una
educación que enaltezca la sensibilidad:
Pierden los niños el tiempo / leyendo sin boca y sin sentido / pintando sin mano y sin
dibujo / calculando sin extensión y sin número. La enseñanza se reduce á fastidiarlos /
diciéndoles, á cada instante y por años enteros, / así... así... así y siempre así / sin
hacerles entender/ por qué ni con qué fin… no ejercitan la facultad de pensar, y / se les
deja o se les hace / viciar la lengua y la mano que son… los dotes más preciosos del
hombre… No hay interés, donde no se entrevé el fin de la acción… Lo que no se hace
sentir no se entiende, y lo que no se entiende no interesa” (Rodríguez, 1954: 210).
El sujeto latinoamericano
Hasta acá hemos señalado algunas de las principales ideas de esta pedagogía. Ahora
bien, más allá de esas características específicamente pedagógicas, acaso lo clave de
recuperar esta memoria sea su perspectiva político-cultural, que posee un valor
insoslayable para nuestro tiempo.
Su punto de partida es “la complejidad de lo iberoamericano y caribeño [que] es una
de las percepciones fuertes de Simón Rodríguez. Fíjense bien que esta definición es
muy inclusiva e innovadora: ¿por qué? No se limita a los pueblos de habla hispana,
como era habitual en muchos pensadores, sino que incluye al Caribe y al Brasil. En su
captación de la multicausalidad de lo latinoamericano estriba probablemente la
vigencia de su obra, así como la posibilidad de destrabar las razones de su
postergación”. (Puiggrós, 2005: 35).
Vale la pena hacer una pausa para que nos preguntemos: ¿quiénes son los
“desarrapados” hoy en día? ¿Y cuál es nuestra responsabilidad como educadores, y
también nuestra oportunidad, al respecto? Tal vez se trata de una interpelación que
no tiene una única respuesta. De lo que sí se trata es de formularnos esta pregunta en
nuestra práctica una y otra vez.
Por lo pronto, si seguimos la idea de Rodríguez, (“le pedí fue que se me entregase, de
los Cholos más pobres, los más despreciados”), está planteando un compromiso, un
involucramiento entre el educador y ese sujeto marginado, despreciado y excluido. No
es que lo excluya sólo la pedagogía oficial, la escuela, sino que está excluido de lo que
hoy llamaríamos “el sistema” (económico, social, cultural). ¿Hasta qué punto nosotros,
educadores o futuros educadores, estamos dispuestos a asumir un compromiso como
el de Rodríguez? Es decir, asumir la problemática, complejidades y conflictos que
implica la inclusión, a partir de la ampliación de derechos de estos sujetos
“desarrapados”, por decirlo en términos más contemporáneos. Asumirlo desde ya, no
significa que debamos resolver las tensiones y contradicciones de la sociedad, pero sí
asumir la tarea con el coraje “de querer bien” y de los que “insisten mil veces antes de
desistir.” (Freire, 2013:26)
Simón Rodríguez cree en la igualdad de los hombres, de todos los hombres de los
pueblos latinoamericanos. Pero no lo cree en abstracto, como si se tratara de una
esencia, ni como si fuera el resultado del paso por el sistema educativo. Por el
contrario, Rodríguez habla del reconocimiento de una igualdad de existencias que se
hicieron desiguales no por razones naturales, sino por injusticias. Por eso la igualdad se
logra y fortalece en el interjuego entre economía social y educación popular. Hay que
resaltar esta idea de la injusticia social, ya que volveremos a encontrarla en las futuras
clases, cuando veamos el proyecto político-pedagógico del peronismo, la Teología de la
Liberación, Freire, entre otras.
Es posible que las ideas de Simón Rodríguez significaran las mejores para el futuro,
pero no se cumplieron en su época. Acaso por eso el legado de Rodríguez quedó en la
historia latinoamericana como un deseo, como la presencia (siempre provocadora) de
una ausencia. Un deseo que fue advertido por los sectores dominantes como cargado
de poder, y precisamente por eso fue combatido e invisibilizado. Un deseo que, a la
vez, es permanente interpelación y desafío a las políticas culturales y educativas.
“Pero el proyecto de Simón no era marginal. De haberlo sido, no hubiera alterado los
nervios de tantos políticos, vecinos notables, generales y curas poderosos. Su carácter
subversivo no está en la elección de un sujeto descalificado por las clases acomodadas
y dirigentes para desarrollar su tarea pedagógica” (Puiggrós, 2005: 59).
Hay otras razones vinculadas con el propósito de que esos sujetos tuvieran un
protagonismo político, con la insistencia en enseñar saberes del trabajo casi sin
distinción de clase, y con el programa de enseñar a trabajar también a los ricos. El
trabajo no es considerado una actividad más, sino un principio pedagógico. El
proyecto de Rodríguez no terminaba en la constitución de un sistema de instrucción
pública para sostener las Repúblicas nacientes. La propuesta del venezolano volvía
locos a sus contemporáneos. ¿Por qué?
Por su idea de la escuela como un instrumento para promover a los sectores populares
y no para disciplinarlos, pero sobre todo, por lo más revolucionario: su aliento a los
pueblos latinoamericanos a construir el futuro con sus propias manos. ¿Se dan cuenta
del impacto que esta idea tenía entonces en los sectores dominantes?
Por eso, con tanta fuerza, oponía Rodríguez imitación a invención. No hay salida por la
vía de la imitación de lo europeo, sino que desde este “nosotros”, desde este sujeto
latinoamericano, hay que inventar. Con esto rompe el círculo vicioso de la época en
que las ideas iluminadas y los modelos institucionales provenían de Europa, para
gobernar y disciplinar “lo otro” latinoamericano (negros, indios, mestizos, marginados,
desamparados; desarrapados).
Más tarde, en el siglo XX, el pedagogo cordobés Saúl Taborda (1885-1943), a quien
estudiaremos en una próxima clase, dirá que las instituciones imitadas cargan con
conflictos que les dieron origen y que son propios de otros contextos, por eso fracasan
o no dan respuestas adecuadas o satisfactorias a los problemas de nuestros pueblos.
La invitación de Don Simón es provocativa: “Inventamos o erramos”; y en tierra de
pobreza e injusticia, no podemos darnos el lujo de errar. Hay que crear –para
Rodríguez– la juntura de la docencia con el aprendizaje simultáneo de oficios, la
Escuela Social y la educación popular, la coeducación, la formación de protagonistas de
una democracia popular.
El pedagogo es el viaje
Otra faceta que nos interesa evocar de Don Simón Rodríguez, y que influyó mucho en
sus ideas, era la de su incansable vocación de viajar. Su vida también estaba hecha de
una trama de otros viajeros, y una de las notas más significativas de su pedagogía que
se vincula con el mundo de la vida, es el viaje, con su enorme riqueza simbólica y su
significación pedagógica. En su caso, particularmente el viaje que realizó con Simón
Bolívar por Europa. Inspirado en esta "pedagogía" del viaje es que ideó Jorge Huergo
este Seminario que ustedes, a su vez, hoy recorren y por el cual viajan.
En 1804, Simón Bolívar (con 21 años) ha quedado viudo; posiblemente estaba en una
mala situación emocional y decide emprender un viaje, como nosotros en este
Seminario, aunque de otro modo. Busca en Europa a su maestro Simón (ahora de 35
años), a quien logra localizar en Viena. Quizás, en ese reencuentro, era el destino de
Bolívar lo que el maestro quería ayudar a que naciera, por lo cual le siguió a París.
Bolívar no ha logrado mejorar del todo de su dolencia psíquica, y el Maestro Simón le
propone un paseo de rehabilitación, viajando a pie hasta Italia. Y parten. “Era el mes
de marzo de 1805. Acompañado de Rodríguez salió de París Bolívar con la salud
quebrantada” (cuenta Daniel Florencio O’Leary en sus Memorias de 1883) “Descansó
algunos días en Lyon; siguieron luego los dos viajeros a pie, haciendo cortas jornadas
por consejo de Rodríguez y como único medio, decía él, de que su discípulo recobrara la
salud perdida”.
Viajando juntos por Europa… Cada viaje y cada viajero tienen sus particularidades.
Ellos viajan a pie... A pie se conversa, se lleva tal o cual libro, se dialoga y se discute, se
miran otros espacios, otros paisajes, se conoce otra gente, se comenta acerca de los
lugares por donde se pasa. En el viaje hay distintos olores, distintos colores, diferentes
sonidos, músicas, canciones. En el viaje se tienen experiencias de otras formas de vivir
la fiesta, de comer y cocinar, de jugar, de enterrar a los muertos. El hombre se
interroga e interroga al viaje: el viaje significa una serie de preguntas a las que se debe
responder de manera fecunda. Preguntas que nacen de la experiencia social y, a la vez,
la provocan. Toda esa tierra recorrida, de tanto historia y de tan variado paisaje –como
un retorno a la naturaleza– educa y abre iniciativas. En los viajes a pie, en movimiento,
se instala más la vida que en el reposo. Ya no es el maestro el que enseña; el pedagogo
es el viaje. El viaje es un espacio múltiple y móvil, con sus variaciones, que adviene
proceso educativo. Un proceso educativo vital que, además, articula el diálogo y la
experiencia social. (No todos los viajes se materializan, sin embargo, los viajes a través
de las lecturas, de los aprendizajes, también educan, generan preguntas, intercambio
de experiencias, prácticas, imágenes, reflexiones: el pedagogo es el viaje.)
El viaje ha sido una forma bien concreta, revolucionaria, con la vida latiente que la
atraviesa, de experimentar lo educativo y el amor que suscita. Con el paso del tiempo,
dirá Bolívar al General Santander: “Yo amo a ese hombre con locura. Fue mi maestro,
mi compañero de viajes, y es un genio, un portento de gracia y talento, para el que lo
sabe descubrir y apreciar. Todo lo que diga yo de Rodríguez no es nada en
comparación con lo que me queda. Yo sería feliz si lo tuviera a mi lado” (cf. Bolívar,
1950). Como nuestro tiempo, si tuviera presente su ausencia, haciéndola proyecto.
Para finalizar
Bibliografía
Sitios de interés: