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Clinica de La Pareja PDF
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Clínica de la pareja
Sergio Bernales
2012
¿Qué es una historia? Una historia es literalmente: Memoria, cicatrices, risas, ritos, un futuro.
Jorge Semprún.
Las mujeres son amorosas y los hombres solitarios. Se roban mutuamente la soledad y el amor.
René Char.
Introducción
La terapia de pareja aborda el conflicto que aparece en un vínculo de dos en
el que sus integrantes no se ponen de acuerdo acerca de lo que pueden
resolver solos y la necesidad de una eventual ayuda externa a ellos.
La relación de pareja nombra al amor, y en su defecto, nombra ya sea el
juego de poder que subyace a su fracaso o la necesidad institucional de su
mantención.
Cuando nombra el amor con éxito, es capaz de permitir el acceso
consensuado a la intimidad y respetar la autonomía de cada cual. Cuando no
lo logra, la intimidad es temida y la autonomía es impedida.
Las metáforas “tan cerca que me quema” o “tan lejos que me congela” son
modos de observar la dificultad de intimar.
El viejo dilema de “simbiosis” y “diferenciación” es lo que la pareja debe
resolver, una vez más guiado por el amor, como en el comienzo de la vida.
Sin embargo, la dificultad de mantener un acontecimiento que deviene en
encuentro amoroso, los hace regresar a sus posiciones individuales, que en
la vida en pareja, toman la modalidad masculina y femenina -aquellas que les
indican las diversas formas de vérselas con el mundo desde el género- y de
renegar la declaración de amor que una vez los motivó a ex-ponerse, a
atreverse a una ex-posición que los sustrae de la sola vida sexuada
individual, aquella donde la autonomía adquiere un valor que prescinde del
otro.
Rescatar la importancia del amor por sobre lo emocional y lo funcional
supone una mirada diferente de abordaje en la terapia de pareja que debe
ser desarrollada con detalle en este capítulo
Por otra parte, es corriente observar que la terapia de pareja hace visible, a
través de diversas manifestaciones, “alteraciones” de la vida en común por lo
que no es raro que a sus quiebres se los mencione como una anormalidad o
disfuncionalidad, expresión de algo que la cultura sanciona como tal. La
clínica de la pareja da cuenta de ello como fenómeno y la acerca a un juicio y
a una vivencia que es mentada como ligada a lo patológico.
Preguntas por el valor de un hijo; por la abnegación sin tener que recurrir a
medicamentos; por la relación óptima entre trabajo y cultivo del amor; por el
respeto a las diferencias de género; por la duración del compromiso; por la
importancia del erotismo en el amor, entre otros, dan cuenta de un contexto
de acelerados cambios biológicos, tecnológicos y genéticos que desafían la
naturaleza de la terapia y las premisas de los terapeutas (Papp, 2000).
Al examinar los motivos de consulta más frecuentes se abren tres horizontes
de observación: aquel que apunta a lo temático (manejo del dinero, crianza
de los hijos, reparto de roles y funciones, disfunciones sexuales, etc.); aquel
que nos indica las creencias y principios que entran en conflicto (valores
religiosos, ideológicos, el de las respectivas familias de origen, etc.); y aquel
que se refiere al proceso de conexión y de involucramiento amoroso que se
quebró o está en riesgo (distancia, infidelidad, lucha de poder, sometimiento,
etc.).
El presente capítulo se ordenará conforme al siguiente esquema: en primer
lugar, se señalará que la terapia de pareja tiene una historia, ésta es
expuesta como manifestación de diversas corrientes y autores que han
desarrollado un modelo de intervención, y que si bien no es fundamental para
lo que se expondrá a continuación, expone la línea de base ya escrita, la que
a todo terapeuta de pareja le conviene conocer; en segundo lugar, se
observará a la pareja como un sistema, es decir como parte de una totalidad
donde cada una de ellas interactúa de un modo complejo; en tercer lugar, se
agregará a lo sistémico la idea de lo cibernético con sus componentes de
intercambio de información relevante que recircula saliendo y entrando al
sistema; en cuarto lugar, se mirará a la pareja desde la idea de un encuentro
afectivo que pretende una duración en el tiempo, el que contempla los dos
puntos anteriores, pero con un giro que incorpora una reflexión sobre la
subjetividad y el proceso de subjetivación en presencia de un otro que ha
sido considerado constituyente; en quinto lugar, se exploran las
características del quiebre, un aspecto importante para la terapia, pues suele
ser la puerta de entrada a la motivación de consultar; y en sexto lugar, se
despliega la idea de lo que constituye lo central de este capítulo, la
observación de un fenómeno que es el que tiene a la vista el terapeuta
cuando una pareja llega a consultar: la escena dramática.
I Breve historia de la terapia de pareja
Los registros de terapia de pareja varían de acuerdo al lugar que se
considera. En USA se remonta a los años 50 (Nichols y Schwartz, 1987) y en
Latinoamérica alrededor de los 80 (fines de los 70 en Argentina, comienzos
de los 80 en Chile) cuando mencionamos la modalidad de la terapia
sistémica, de preferencia familiar.
Es con las revistas de difusión de la vida doméstica, que se hacen visibles los
anhelos de la mujer, y con la aparición de las llamadas revistas del corazón,
que en EE.UU. aparecen las primeras manifestaciones de su importancia,
allá por los años 40.
Su comienzo oficial se relaciona con la consejería en un primer momento y
en los últimos 30 años su literatura ha consignado grandes distorsiones
acerca de lo que significa una terapia de pareja debido a que ha permanecido
escondida detrás de la terapia familiar.
Sin embargo, su importancia como problema de salud pública, en parte
debido al alto índice de separaciones matrimoniales, en parte como ayuda en
trastornos psiquiátricos más severos, y al cambio en los modos de
convivencia de las parejas, especialmente en la intimidad, ha permitido
observar el conflicto entre sus miembros y sus consecuencias psicosociales
desde una óptica que tiene un desarrollo propio.
Las vivencias de dolor, cronicidad y enfermedades asociadas, ha obligado a
una revisión de su existencia como una unidad aparte de la terapia familiar y
con luces propias.
Las parejas hoy buscan ayuda y lo hacen debido a conflictos relacionales que
los involucran en la totalidad de su ser tal como ha sido señalado en la
introducción.
Finalmente importa distinguir que se está hablando de terapia y no de
prevención, es decir, de la situación de una pareja que consulta por algún
motivo que tiene el peligro del quiebre a la vista. Lo mismo vale, por lo tanto,
para las terapias de separación o divorcio en su distinción con la mediación.
A lo largo del tiempo, la terapia de pareja ha recorrido un camino en el que
destaca el acento que en cada época se le ponía al quehacer
psicoterapéutico en general. Es así como se ha distinguido entre los modelos
de salud relacional versus los de disfunción; entre las metas de los distintos
tratamientos en relación al modelo propuesto (por ejemplo, grado de énfasis,
en la teoría del apego, en comparación al poder del patrón de interacción);
que la teoría del cambio estuviera asociada al modelo (por ejemplo, si se es
más sistémico que psicodinámico, el modelo se sustentará desde teorías
relacionales donde la conexión está en su centro); que los modelos
mostraran su naturaleza en el hacer propio de él (por ejemplo, mostrando a
un terapeuta más directivo o menos) y en su técnica; que los tipos de
problemas en relación a los pacientes tratados tuvieran un énfasis curativo y
no preventivo (Gurman y Frenckel, 2002).
Después de una fase de consejería y luego de una con acento psicoanalítico,
apareció la terapia familiar con toda su fuerza innovadora y con
representantes de modelos teóricos señeros en el campo (Jackson, 1966;
Satir, 1978; Haley, 1980; Bowen, 1991, entre otros). A mediados de los 80,
nuevamente la práctica de la terapia de pareja se ve enriquecida por nuevos
aportes provenientes de lo cognitivo conductual (Jacobson, 1998), la terapia
centrada en las emociones (Greenberg-Johnson, 1994) y el resurgimiento de
las terapias de orientación psicodinámicas.
También se ha visto influida por la importancia de su tratamiento en
trastornos psiquiátricos más graves y con investigadores venidos de esas
áreas (Stierlin, 1990; Selvini, 1990; Leff, 2001).
Lo mismo ha ocurrido con los modelos que acentúan la mirada de género
(Papp y cols., 1991), los del posmodernismo (Watzlawick, 1969; Anderson y
cols., 1998), modelos centrados en las emociones (Johnson, 2005) y en
especial los aportes de los que han iniciado el camino de la investigación en
el área (Gottman, 1999; Jacobson, 1998; Horvath, 1994; Safran y Muran,
2002; Muran, 2002).
Un par de autores se han dado el trabajo de editar libros de actualización
cada cierto número de años. Uno de ellos es el Handbook of Clinical Family
Therapy de Jay Lebow (Lebow, 2005), el que en los capítulos concernientes
a la terapia de pareja destaca los diferentes enfoques que resaltan en la
actualidad en USA. Uno es IBCT (Integrative Behavioral Couple Therapy),
otro es el modelo centrado en las emociones y un tercero es el enfoque
integrativo. El otro aporte es el trabajo sobre problemas específicos como los
de violencia, infidelidad, trastornos sexuales, entre otros.
Importa recalcar que existen ciertas estrategias compartidas por los que
trabajan con parejas en este último tiempo, tales como la aproximación a los
factores comunes (algo que se encuentra en la mayoría de los enfoques
terapéuticos); las aproximaciones de técnicas eclécticas (que combina
técnicas de más de un modelo teórico en el modelo dominante); la
integración teórica (que crea un marco meta de puntos de vista); el uso de
múltiples perspectivas teóricas ya sea secuencial o simultánea, sin
integración de las respectivas teorías y sólo especificando los principios
relacionales en la toma de decisiones técnicas (Gurman y Frenckel, 2002).
En su última edición del Clinical Handbook of Couple Therapy, Gurman
(Gurman, 2008), distingue lo que está siendo más considerado. Por una
parte, aquellas terapias que vienen de los distintos modelos de terapia
familiar y han sido evaluadas a lo largo del tiempo, y por otra parte, aquellas
que han desarrollado los cognitivo conductuales, las terapias narrativas, las
centradas en las emociones y las integrativas.
Lo que a él le ha interesado destacar son los tres preguntas que la fundan:
¿Por qué la terapia de pareja es importante? ¿Por qué las parejas buscan
terapia? ¿Cuáles son las características comunes de la terapia de pareja?
La primera pregunta se vincula a los acelerados cambios epocales que han
incidido en hombre y mujeres sobre la duración de la relación, la manera más
liberal de las expresiones sexuales, los cambios en el rol de la mujer, las
reformas legales sobre el matrimonio, los avances en la contracepción, etc.
La segunda, consecuencia de la anterior, importa lo que afecta la intimidad,
los roles y las funciones que la pareja debe acometer. Se expresa en distintos
motivos de consulta que van desde la infidelidad a la desmotivación y todo el
conjunto intermedio de manifestaciones, como problemas en la manera de
comunicarse, de ejercer el poder, insatisfacción sexual, y en su extremo,
abuso y violencia.
La tercera se interesa por aquellos factores clínicos comunes que hacen de la
terapia de pareja una instancia más eficaz. El valor está puesto en la
parsimonia y eficiencia del terapeuta; la adopción de una perspectiva de
desarrollo evolutivo en los problemas clínicos con énfasis en lo que aparece
en la sesión; una toma de conciencia balanceada entre las debilidades y
fortalezas de la pareja; la aceptación de que la vida de los pacientes es
mucho más compleja que lo que sólo ocurre en la sesión de terapia.
A nivel latinoamericano hay también alguna producción en revistas y libros
entre los que destaco: Terapia de pareja: una mirada sistémica de (Lumen,
20O6) de O.Biscoti; Mapas del amor y la Terapia de Pareja (Pax 2011) de J.
Vicencio; El baile de la pareja (Pax, 2007) de diversos autores, editora L.
Eguiluz; Entendiendo a la pareja (Pax, 2007) de diversos autores, editora L.
Eguiluz. Las revistas que publican artículos sobre terapia de pareja están
bajo el amparo de la terapia familiar y entre ellas destacan De Familias y
Terapias (Santiago) y Sistemas Familiares (Buenos Aires).
Otro aspecto a considerar en esta somera descripción histórica es el relativo
a los avances de las neurociencias en temas de apego, afecto, amor y otras
emociones determinantes en las relaciones de pareja.
Una publicación orientadora al respecto es el libro de Brent Atkinson
Advances from neurobiology and the science of intimate relationships (2005)
cuyos enunciados principales se resumen en la búsqueda de seis
suposiciones básicas: la focalización de parte del terapeuta incrementa las
actitudes y conductas que predicen éxito y desincentiva las conductas que
predicen fracasos; aún cuando conozcan lo que deben hacer para tener éxito,
las parejas son incapaces a menudo de hacer tales cosas (vinculado más a la
motivación que al conocimiento de los problemas; las parejas afligidas, con
frecuencia, son incapaces de hacer lo que es necesario porque caen en
estados automáticos e internos que perpetúan el pensamiento y la conducta
ineficaz, bloqueando los pensamientos y acciones necesarias; los estados
internos de las parejas se refuerzan a menudo de un modo complementario;
si uno de los miembros puede cambiar su estado interno, el otro también será
capaz de hacerlo; y para conseguir un mayor entendimiento y cooperación
del otro miembro, la cosa más efectiva que un miembro puede hacer con su
padecimiento es desarrollar la habilidad de vérselas con sus estados internos
durante los momentos claves de las situaciones íntimas. Fácilmente se
observa la presencia de dos focos: conocer lo que les pasa y adquirir
destrezas. Atkinson lo ejecuta en tres fases: el terapeuta ayuda a cada
miembro a cambiar desde estados defensivos a estados receptivos, de
manera tal que les permita hacer los cambios necesarios en sus
pensamientos y acciones; cada miembro ejecuta lo entrenado previamente; y
la construcción de un vínculo emocional en los períodos sin conflicto. Una
idea central de este autor es la necesidad de poner el conocimiento
neurobiológico en acción.
Finalmente remito al lector a algunas publicaciones aparecidas en revistas
especializadas de los últimos años. Menciono algunas: Wired to Connect:
Neuroscience, Relationships, and Therapy (Fam Proc 46:395–412, 2007) de
M. Dekoven; Promover el Empoderamiento Relacional en Terapia de Pareja
(Fam Proc 50:337–355, 2011) de M. Dekoven; Integrating Attachment Theory
and Neuroscience in Couple Therapy (International Journal of Applied
Pscychoanalytic Studies, 1:214-223, 2004) de S. Goldstein y S. Thau;
Desactivar los Celos en las Relaciones de Pareja (Fam Proc 49:486–504,
2010) y The Vulnerability Cycle: Working With Impasses in Couple Therapy
(Fam Proc 43:279–299, 2004) de M. Scheikman y M. Dekoven.
IV El encuentro
Lo que aparece es una relación básica que emerge desde una cierto afecto
de carácter recíproco que se prolonga en el tiempo dando origen a un
compromiso vincular y que después se mantiene a través de interacciones
confirmatorias recurrentes (Bernales y Biedermann, 1988).
El encuentro es la manifestación de dos subjetividades capaces de construir
un acontecimiento que pretende durar en el tiempo, un espacio en el que
tanto lo masculino como lo femenino renuncian parcialmente a su posición
para ocuparse de hacer emerger, en ese otro lugar, la huella inmemorial del
amor en su posibilidad de nombrarlo como verdad para ellos, un lugar donde
se evalúa esa posibilidad y se cruzan dos maneras de declarar el amor, de
expresar un saber de él, ejercer su poder y manifestar su estética.
De la sola lectura del párrafo anterior se advierte su dificultad, pues se
requerirán de ciertas condiciones de reciprocidad para que se pueda llevar a
cabo una práctica que acumule bienes comunes y significados compartidos.
Es más fácil pensarnos como sujetos a secas que como sujetos capaces de
amar en el tiempo a una misma persona y esperar que a esa persona que
amamos le pase lo mismo. En este sentido no somos confiables, vivimos en
la inseguridad de la duración de nuestros sentimientos y encerrados en
nosotros mismos, en una palabra, somos sospechosos de ser frágiles y de
que nuestro discurso sea vulnerable. Sin embargo, apostamos a ser capaces
de testimoniar nuestra alabanza a ese otro que elegimos para el encuentro
amoroso, de desplegar ternura y admiración, de hacer de eso un imperativo,
y con trabajo, de no cesar de encauzar nuestra pasión, difícilmente
gobernada por la voluntad.
La danza de la encarnación de lo erótico amoroso, la palabra con la que
declaramos nuestra fidelidad a un sentimiento que no sabemos si durará, y la
promesa de que así será, culmina en la pretensión de exclusividad. Es en
esta danza donde ambos quedan interpelados en el sentido de haber
aceptado ser solícitos al punto de donarse y recibir la donación del otro. Sólo
de leerlo así, asusta, y quedamos tentados a declararnos incompetentes de
ahí en más. Sin embargo, cada persona insiste en intentarlo, insistencia que
se manifiesta como disposición inicial de ser-para-el-otro, verdadero salto al
vacío, asimetría total y peligro de morir en el intento.
Estas formas de inicio del encuentro pueden, por cierto, seguir otros cursos,
incluso desde su comienzo. Lo amoroso puede ser una pantalla que encubre
deseos de someter al otro, de lograr una dependencia o protección más
segura que las tenidas hasta entonces, de paliar una soledad dolorosa, de
lograr un incremento en la calidad material de la vida, de institucionalizar una
manera de tener hijos, entre otras varias alternativas posibles. Lo importante
es saberlo y no engañarse a sí mismo o al otro con el disfraz del amor.
Si cada persona busca alcanzar un bien para sí, el mundo relacional se
significa a través de la acción y el discurso para compartir cualidades
calificadas de buenas o malas sean éstas unas que nombren el amor o siga
el recorrido de intereses más psicológicos o mundanos.
Se construye así un mundo común con hábitos, aceptaciones y
reconocimiento en el que se evalúan las acciones y se juegan los principios y
dignidades.
Para que eso sea posible, se establecen correlaciones y se fijan medidas
para ello. A eso le llamamos reglas o definición de la relación. Cada uno se
expone a abrir su mundo como si de invitar a su casa se tratase y cada cual
intenta que el otro lo invite a su mundo, cuidando de ser un buen visitante.
Cuando estos mundos individuales intersectan, están con el otro en el
mundo. Cuando son los mundos individuales los que se exponen a la entrada
del otro en él, se está ante el otro en la intimidad.
A pesar de estos intentos de generar pertenencia y de abrirse a la intimidad,
la subjetividad se mantiene porfiadamente incapturable. En ella, cada cual es
irreductible, cerrado y autorreferente.
Aparece, por lo tanto, la inminencia de un conflicto si alguno se aparta de lo
pactado tácita o explícitamente.
Es entonces en el encuentro con y ante el otro donde nos vinculamos y
significamos, donde iniciamos algo y traemos a la tradición, donde trans-
accionamos, es decir donde le damos algún sentido a la acción que
emprendemos junto al otro (una manera más vulgar de decirlo es que es ahí
donde “negociamos”).
Paula y Andrés vivían en una relación distante que ella no cuestionaba en
términos de sus sentimientos. Un buen día, mientras él hacía su habitual
paseo en bicicleta, suena el teléfono móvil en el dormitorio cuando ella
arreglaba las camas. Sin entender por qué, de hecho nunca lo había mirado
siquiera, esa vez se le ocurrió contestarlo. Grande fue su sorpresa cuando
observó que era una respuesta cariñosa de una subalterna del trabajo de
Andrés a una insinuación de él.
Se habían conocido hace 26 años en un tren al sur, ocasión en que él se le
acercó cuando la escuchó con un tono centroamericano que lo cautivó. Con
rapidez se pusieron de novios, luego se casaron y llegaron tres hijos. En los
primeros años ambos trabajaron, sumaron sus ingresos y se definían como
personas prácticas e independientes, él muy deportista, ella desordenada y
creativa. Desde el nacimiento del primer hijo, Paula se quedó en casa y si
bien fue una decisión algo resistida por Andrés debido a la merma
económica, lo práctico entre ellos prevaleció. Hace 10 años, en un momento
en que él queda temporalmente cesante, ella retoma un trabajo remunerado
fuera del hogar sin mayores sobresaltos pues Andrés siguió aportando como
siempre, consecuencia de su estilo previsor. Mantuvieron así la misma vida a
la que habían estado acostumbrados. Sin embargo, dos nuevos
acontecimientos se agregan, una nueva cesantía y la muerte del padre de
Andrés. Las características más bien idealistas e imperativas de ella se
tropiezan con el ensimismamiento de él en estas circunstancias. Sin darse
muy bien cuenta, se alejan de un modo soterrado que ella aparentemente no
cuestiona, pero Andrés sí en tres esferas: la intimidad, la excesiva dedicación
de ella a los hijos y la disminución progresiva de los ingresos.
V El quiebre
La pareja es, de acuerdo a todo lo dicho, una experiencia común que
requiere el cuidado de sus fronteras.
La fragilidad de estas fronteras se expresa como un quiebre de lo común
compartido.
El quiebre opera como una ofensa para cualquiera de los integrantes de la
relación.
La ofensa opera a nivel del apego; la comunicación; la resolución de
problemas; la mutualidad; la intimidad.
La ofensa es el quiebre que lleva al enjuiciamiento y la justificación.
Lleva a una discusión de principios (familiares, sociales, económicos,
relacionales, etc.) que terminan en un conflicto que se muestra y resuelve al
nivel de lo moral, es decir, de lo que llamaron un bien común para ellos y sólo
para ellos, algo así como una moral para esa situación en la que ellos viven.
El conflicto es a nivel del bien que la pareja se dio y donde quedó capturada
la promesa de mantenerlo.
El resultado es quitarle al otro (o a sí mismo) su carácter de interlocutor
válido. Se le quita el derecho a la palabra y se descalifica el derecho a la
argumentación y a la réplica.
Lo que se pierde es el bien para sí y el bien relacional adquirido en un
complejo proceso de intercambio afectivo, comunicativo y de entendimiento
elegido en libertad.
El quiebre cuestiona la realidad construida por los dos.
La ofensa tiene dos nociones claves: sujeto y palabra.
Navegamos entre ser interpretados por el otro o hacerlo nosotros tan solo el
otro se muestre.
El desencuentro ocurre mediante el acto de enjuiciar y de justificarse
alrededor de la dignidad y la ofensa.
Cuando somos los enjuiciados, el otro parece que tiene todo el tiempo a su
haber (sentimos que el juicio perdura en nuestro interior); si somos los
enjuiciadores parece que el otro se retira a una intimidad insalvable (sentimos
que quedamos injustificados).
Así y todo estamos permanentemente haciendo juicios y desgarrándonos por
lo que el otro nos hace.
La clave para salir del desencuentro es el diálogo. Sin él somos inverificables
como sujetos.
El diálogo implica algún tipo de experiencia compartida (Giannini, 1997).
El ejemplo de Paula y Andrés da cuenta de todo ello, cierto que de una
manera más leve que el de aquellas infidelidades o quiebres morales que
llevan a los miembros de la pareja hasta los tribunales.