Está en la página 1de 27

 

Clínica de la pareja
Sergio Bernales
2012
 
 
¿Qué es una historia? Una historia es literalmente: Memoria, cicatrices, risas, ritos, un futuro. 
Jorge Semprún.  
 
Las mujeres son amorosas y los hombres solitarios. Se roban mutuamente la soledad y el amor. 
            René Char. 

Introducción
La terapia de pareja aborda el conflicto que aparece en un vínculo de dos en
el que sus integrantes no se ponen de acuerdo acerca de lo que pueden
resolver solos y la necesidad de una eventual ayuda externa a ellos.
La relación de pareja nombra al amor, y en su defecto, nombra ya sea el
juego de poder que subyace a su fracaso o la necesidad institucional de su
mantención.
Cuando nombra el amor con éxito, es capaz de permitir el acceso
consensuado a la intimidad y respetar la autonomía de cada cual. Cuando no
lo logra, la intimidad es temida y la autonomía es impedida.
Las metáforas “tan cerca que me quema” o “tan lejos que me congela” son
modos de observar la dificultad de intimar.
El viejo dilema de “simbiosis” y “diferenciación” es lo que la pareja debe
resolver, una vez más guiado por el amor, como en el comienzo de la vida.
Sin embargo, la dificultad de mantener un acontecimiento que deviene en
encuentro amoroso, los hace regresar a sus posiciones individuales, que en
la vida en pareja, toman la modalidad masculina y femenina -aquellas que les
indican las diversas formas de vérselas con el mundo desde el género- y de
renegar la declaración de amor que una vez los motivó a ex-ponerse, a
atreverse a una ex-posición que los sustrae de la sola vida sexuada
individual, aquella donde la autonomía adquiere un valor que prescinde del
otro.
Rescatar la importancia del amor por sobre lo emocional y lo funcional
supone una mirada diferente de abordaje en la terapia de pareja que debe
ser desarrollada con detalle en este capítulo
Por otra parte, es corriente observar que la terapia de pareja hace visible, a
través de diversas manifestaciones, “alteraciones” de la vida en común por lo
que no es raro que a sus quiebres se los mencione como una anormalidad o
disfuncionalidad, expresión de algo que la cultura sanciona como tal. La
clínica de la pareja da cuenta de ello como fenómeno y la acerca a un juicio y
a una vivencia que es mentada como ligada a lo patológico.
Preguntas por el valor de un hijo; por la abnegación sin tener que recurrir a
medicamentos; por la relación óptima entre trabajo y cultivo del amor; por el
respeto a las diferencias de género; por la duración del compromiso; por la
importancia del erotismo en el amor, entre otros, dan cuenta de un contexto
de acelerados cambios biológicos, tecnológicos y genéticos que desafían la
naturaleza de la terapia y las premisas de los terapeutas (Papp, 2000).
Al examinar los motivos de consulta más frecuentes se abren tres horizontes
de observación: aquel que apunta a lo temático (manejo del dinero, crianza
de los hijos, reparto de roles y funciones, disfunciones sexuales, etc.); aquel
que nos indica las creencias y principios que entran en conflicto (valores
religiosos, ideológicos, el de las respectivas familias de origen, etc.); y aquel
que se refiere al proceso de conexión y de involucramiento amoroso que se
quebró o está en riesgo (distancia, infidelidad, lucha de poder, sometimiento,
etc.).
El presente capítulo se ordenará conforme al siguiente esquema: en primer
lugar, se señalará que la terapia de pareja tiene una historia, ésta es
expuesta como manifestación de diversas corrientes y autores que han
desarrollado un modelo de intervención, y que si bien no es fundamental para
lo que se expondrá a continuación, expone la línea de base ya escrita, la que
a todo terapeuta de pareja le conviene conocer; en segundo lugar, se
observará a la pareja como un sistema, es decir como parte de una totalidad
donde cada una de ellas interactúa de un modo complejo; en tercer lugar, se
agregará a lo sistémico la idea de lo cibernético con sus componentes de
intercambio de información relevante que recircula saliendo y entrando al
sistema; en cuarto lugar, se mirará a la pareja desde la idea de un encuentro
afectivo que pretende una duración en el tiempo, el que contempla los dos
puntos anteriores, pero con un giro que incorpora una reflexión sobre la
subjetividad y el proceso de subjetivación en presencia de un otro que ha
sido considerado constituyente; en quinto lugar, se exploran las
características del quiebre, un aspecto importante para la terapia, pues suele
ser la puerta de entrada a la motivación de consultar; y en sexto lugar, se
despliega la idea de lo que constituye lo central de este capítulo, la
observación de un fenómeno que es el que tiene a la vista el terapeuta
cuando una pareja llega a consultar: la escena dramática.
I Breve historia de la terapia de pareja
Los registros de terapia de pareja varían de acuerdo al lugar que se
considera. En USA se remonta a los años 50 (Nichols y Schwartz, 1987) y en
Latinoamérica alrededor de los 80 (fines de los 70 en Argentina, comienzos
de los 80 en Chile) cuando mencionamos la modalidad de la terapia
sistémica, de preferencia familiar.
Es con las revistas de difusión de la vida doméstica, que se hacen visibles los
anhelos de la mujer, y con la aparición de las llamadas revistas del corazón,
que en EE.UU. aparecen las primeras manifestaciones de su importancia,
allá por los años 40.
Su comienzo oficial se relaciona con la consejería en un primer momento y
en los últimos 30 años su literatura ha consignado grandes distorsiones
acerca de lo que significa una terapia de pareja debido a que ha permanecido
escondida detrás de la terapia familiar.
Sin embargo, su importancia como problema de salud pública, en parte
debido al alto índice de separaciones matrimoniales, en parte como ayuda en
trastornos psiquiátricos más severos, y al cambio en los modos de
convivencia de las parejas, especialmente en la intimidad, ha permitido
observar el conflicto entre sus miembros y sus consecuencias psicosociales
desde una óptica que tiene un desarrollo propio.
Las vivencias de dolor, cronicidad y enfermedades asociadas, ha obligado a
una revisión de su existencia como una unidad aparte de la terapia familiar y
con luces propias.
Las parejas hoy buscan ayuda y lo hacen debido a conflictos relacionales que
los involucran en la totalidad de su ser tal como ha sido señalado en la
introducción.
Finalmente importa distinguir que se está hablando de terapia y no de
prevención, es decir, de la situación de una pareja que consulta por algún
motivo que tiene el peligro del quiebre a la vista. Lo mismo vale, por lo tanto,
para las terapias de separación o divorcio en su distinción con la mediación.
A lo largo del tiempo, la terapia de pareja ha recorrido un camino en el que
destaca el acento que en cada época se le ponía al quehacer
psicoterapéutico en general. Es así como se ha distinguido entre los modelos
de salud relacional versus los de disfunción; entre las metas de los distintos
tratamientos en relación al modelo propuesto (por ejemplo, grado de énfasis,
en la teoría del apego, en comparación al poder del patrón de interacción);
que la teoría del cambio estuviera asociada al modelo (por ejemplo, si se es
más sistémico que psicodinámico, el modelo se sustentará desde teorías
relacionales donde la conexión está en su centro); que los modelos
mostraran su naturaleza en el hacer propio de él (por ejemplo, mostrando a
un terapeuta más directivo o menos) y en su técnica; que los tipos de
problemas en relación a los pacientes tratados tuvieran un énfasis curativo y
no preventivo (Gurman y Frenckel, 2002).
Después de una fase de consejería y luego de una con acento psicoanalítico,
apareció la terapia familiar con toda su fuerza innovadora y con
representantes de modelos teóricos señeros en el campo (Jackson, 1966;
Satir, 1978; Haley, 1980; Bowen, 1991, entre otros). A mediados de los 80,
nuevamente la práctica de la terapia de pareja se ve enriquecida por nuevos
aportes provenientes de lo cognitivo conductual (Jacobson, 1998), la terapia
centrada en las emociones (Greenberg-Johnson, 1994) y el resurgimiento de
las terapias de orientación psicodinámicas.
También se ha visto influida por la importancia de su tratamiento en
trastornos psiquiátricos más graves y con investigadores venidos de esas
áreas (Stierlin, 1990; Selvini, 1990; Leff, 2001).
Lo mismo ha ocurrido con los modelos que acentúan la mirada de género
(Papp y cols., 1991), los del posmodernismo (Watzlawick, 1969; Anderson y
cols., 1998), modelos centrados en las emociones (Johnson, 2005) y en
especial los aportes de los que han iniciado el camino de la investigación en
el área (Gottman, 1999; Jacobson, 1998; Horvath, 1994; Safran y Muran,
2002; Muran, 2002).
Un par de autores se han dado el trabajo de editar libros de actualización
cada cierto número de años. Uno de ellos es el Handbook of Clinical Family
Therapy de Jay Lebow (Lebow, 2005), el que en los capítulos concernientes
a la terapia de pareja destaca los diferentes enfoques que resaltan en la
actualidad en USA. Uno es IBCT (Integrative Behavioral Couple Therapy),
otro es el modelo centrado en las emociones y un tercero es el enfoque
integrativo. El otro aporte es el trabajo sobre problemas específicos como los
de violencia, infidelidad, trastornos sexuales, entre otros.
Importa recalcar que existen ciertas estrategias compartidas por los que
trabajan con parejas en este último tiempo, tales como la aproximación a los
factores comunes (algo que se encuentra en la mayoría de los enfoques
terapéuticos); las aproximaciones de técnicas eclécticas (que combina
técnicas de más de un modelo teórico en el modelo dominante); la
integración teórica (que crea un marco meta de puntos de vista); el uso de
múltiples perspectivas teóricas ya sea secuencial o simultánea, sin
integración de las respectivas teorías y sólo especificando los principios
relacionales en la toma de decisiones técnicas (Gurman y Frenckel, 2002).
En su última edición del Clinical Handbook of Couple Therapy, Gurman
(Gurman, 2008), distingue lo que está siendo más considerado. Por una
parte, aquellas terapias que vienen de los distintos modelos de terapia
familiar y han sido evaluadas a lo largo del tiempo, y por otra parte, aquellas
que han desarrollado los cognitivo conductuales, las terapias narrativas, las
centradas en las emociones y las integrativas.
Lo que a él le ha interesado destacar son los tres preguntas que la fundan:
¿Por qué la terapia de pareja es importante? ¿Por qué las parejas buscan
terapia? ¿Cuáles son las características comunes de la terapia de pareja?
La primera pregunta se vincula a los acelerados cambios epocales que han
incidido en hombre y mujeres sobre la duración de la relación, la manera más
liberal de las expresiones sexuales, los cambios en el rol de la mujer, las
reformas legales sobre el matrimonio, los avances en la contracepción, etc.
La segunda, consecuencia de la anterior, importa lo que afecta la intimidad,
los roles y las funciones que la pareja debe acometer. Se expresa en distintos
motivos de consulta que van desde la infidelidad a la desmotivación y todo el
conjunto intermedio de manifestaciones, como problemas en la manera de
comunicarse, de ejercer el poder, insatisfacción sexual, y en su extremo,
abuso y violencia.
La tercera se interesa por aquellos factores clínicos comunes que hacen de la
terapia de pareja una instancia más eficaz. El valor está puesto en la
parsimonia y eficiencia del terapeuta; la adopción de una perspectiva de
desarrollo evolutivo en los problemas clínicos con énfasis en lo que aparece
en la sesión; una toma de conciencia balanceada entre las debilidades y
fortalezas de la pareja; la aceptación de que la vida de los pacientes es
mucho más compleja que lo que sólo ocurre en la sesión de terapia.
A nivel latinoamericano hay también alguna producción en revistas y libros
entre los que destaco: Terapia de pareja: una mirada sistémica de (Lumen,
20O6) de O.Biscoti; Mapas del amor y la Terapia de Pareja (Pax 2011) de J.
Vicencio; El baile de la pareja (Pax, 2007) de diversos autores, editora L.
Eguiluz; Entendiendo a la pareja (Pax, 2007) de diversos autores, editora L.
Eguiluz. Las revistas que publican artículos sobre terapia de pareja están
bajo el amparo de la terapia familiar y entre ellas destacan De Familias y
Terapias (Santiago) y Sistemas Familiares (Buenos Aires).
Otro aspecto a considerar en esta somera descripción histórica es el relativo
a los avances de las neurociencias en temas de apego, afecto, amor y otras
emociones determinantes en las relaciones de pareja.
Una publicación orientadora al respecto es el libro de Brent Atkinson
Advances from neurobiology and the science of intimate relationships (2005)
cuyos enunciados principales se resumen en la búsqueda de seis
suposiciones básicas:  la  focalización de parte del terapeuta incrementa las
actitudes y conductas que predicen éxito y desincentiva las conductas que
predicen fracasos; aún cuando conozcan lo que deben hacer para tener éxito,
las parejas son incapaces a menudo de hacer tales cosas (vinculado más a la
motivación que al conocimiento de los problemas; las parejas afligidas, con
frecuencia, son incapaces de hacer lo que es necesario porque caen en
estados automáticos e internos que perpetúan el pensamiento y la conducta
ineficaz, bloqueando los pensamientos y acciones necesarias; los estados
internos de las parejas se refuerzan a menudo de un modo complementario;
si uno de los miembros puede cambiar su estado interno, el otro también será
capaz de hacerlo; y para conseguir un mayor entendimiento y cooperación
del otro miembro, la cosa más efectiva que un miembro puede hacer con su
padecimiento es desarrollar la habilidad de vérselas con sus estados internos
durante los momentos claves de las situaciones íntimas. Fácilmente se
observa la presencia de dos focos:  conocer lo que les pasa y adquirir
destrezas. Atkinson lo ejecuta en tres fases: el terapeuta ayuda a cada
miembro a cambiar desde estados defensivos a estados receptivos, de
manera tal que les permita hacer los cambios necesarios en sus
pensamientos y acciones; cada miembro ejecuta lo entrenado previamente; y
la construcción de un vínculo emocional en los períodos sin conflicto. Una
idea central de este autor es  la necesidad de poner el conocimiento
neurobiológico en acción.
Finalmente remito al lector a algunas publicaciones aparecidas en revistas
especializadas de los últimos años. Menciono algunas: Wired to Connect:
Neuroscience, Relationships, and Therapy (Fam Proc 46:395–412, 2007) de
M. Dekoven; Promover el Empoderamiento Relacional en Terapia de Pareja
(Fam Proc 50:337–355, 2011) de M. Dekoven; Integrating Attachment Theory
and Neuroscience in Couple Therapy (International Journal of Applied
Pscychoanalytic Studies, 1:214-223, 2004) de S. Goldstein y S. Thau;
Desactivar los Celos en las Relaciones de Pareja (Fam Proc 49:486–504,
2010) y The Vulnerability Cycle: Working With Impasses in Couple Therapy
(Fam Proc 43:279–299, 2004) de M. Scheikman y M. Dekoven.

II La pareja como sistema


Siguiendo en este punto a G. Bateson (2001), es posible decir que cada
integrante de la pareja se comporta como un ser biológico que interactúa con
otro de características similares en algunos aspectos y distintos en otros.
Todo lo que significa ser varón o mujer como operar en términos masculino o
femenino se manifiesta en la comunicación y en la conducta. Se trata de una
diferencia que se expresa en la relación, vale decir, queda localizada en ella,
en el espacio y el tiempo interior en que la relación se da.
Es un despliegue relacional que requiere de decisión intencional y
participación de la singularidad de cada cual en los sucesos en que se ven
envueltos. Y se hace a través del lenguaje.
A medida que los sucesos van transformándose en acontecimientos va
articulándose un código implícito que se inscribe como un circuito de
significaciones.
Este circuito es puesto a prueba cada vez que un integrante lo desafía o lo
repite y es algo que se muestra tanto en regularidades de comportamientos
verbales y no verbales (pautas, reglas) como en restricciones (prohibiciones,
advertencias de peligro) de esos mismos comportamientos e indica lo que
está permitido o no en un determinado momento o en una determinada área.
Lo que emerge como resultado es un orden jerárquico con asiento en lo
biológico, lo psicológico, lo social y lo cultural. Es la manera en que
aprendemos y logramos además un aprendizaje de ese aprendizaje.
Las diferencias que emergen de todo ese proceso y los efectos que se
derivan de él son, a su vez, versiones codificadas de sucesos precedentes.
Un ejemplo ilustrará mejor lo ya señalado en términos conceptuales:
Raúl e Irene están juntos desde hace 15 años, los dos últimos en una
convivencia estable bajo el mismo techo. Ambos vienen de matrimonios
anteriores. Las regularidades que aparecen se manifiestan en lo económico,
lo sexual, en la forma de acompañarse y en la manera de enfrentar los
conflictos. Ella es la que tiene mayor seguridad económica, él hace lo que
puede pese a ser un profesional competente. Disfrutan de la vida erótica y
sexual como el primer día. En otro plano, Irene es demandante, Raúl la
escucha a veces con atención y otras se retira hasta el momento en que ella
lo amenaza, él se asusta y vuelve a atenderla como ella espera. La pauta se
repite. Ellos se lo explican diciendo que el carácter de Irene será así toda la
vida, Raúl señala que ya la conoce y no espera cambiarla, pero a veces no
puede (quiere) estar disponible como ella espera, otras veces se enoja, pero
después de unas horas se le pasa. Agrega que no sabría vivir sin ella.
Consultan porque Irene ha descubierto que él está más horas en la casa de
lo que su tolerancia le permite, Raúl se le aparece donde está, generaliza y
siente que las restricciones que habían acordado antes le venían bien, pero
Raúl no quiere volver atrás. La terapia se centró en la manera como podían
respetarse las respectivas autonomías en un mismo espacio. Después de
pocas sesiones ha triunfado lo que los une, en especial porque Raúl
comprendió que Irene ha estado acostumbrada a vivir sin un marido por años
durante ciertas horas del día. Decidió arrendar una oficina, sale de mañana y
vuelve en el atardecer tal como lo hacían cuando vivían cada uno en su casa.

III Lo sistémico cibernético


Abordar lo sistémico cibernético es darle una vuelta más al tema de la pareja
como sistema y al ser humano como unidad singular.
Para desarrollarlo me guiaré por un artículo ya publicado antes (Bernales,
2001).
¿Cómo comienza una relación?
Lo primero que aparece es una ocasión, una oportunidad que está guiada por
un motivo cuando todavía no hay pautas que gobiernen lo que eventualmente
va a empezar entre los dos. Encierra un riesgo y se despliega en una
particular coyuntura buscada o al azar. En otras palabras, la ocasión es una
contingencia sin reglas que se abre a un campo de posibilidades que se irán
acotando cada vez más (Jonas, 2000).
La iniciativa, en tensión con la tradición, jugará un papel importante en el
entretejido de la articulación entre la singularidad de cada cual y el “sistema
pareja” que se creará.
Es frecuente en los cursos de terapia familiar o de pareja que se guíe a los
alumnos en el ejercicio de actuar una familia inventada por ellos en la sala de
clases y examinar lo que sucede. La sorpresa la experimentan con la
dificultad para salirse del rol en que quedaron atrapados, dado por la
conversación y las conductas que se desplegaron al inventar un sistema
humano discreto.
Lo que ocurrió fue, que tanto la posibilidad como la ocasión se canalizaron en
una “dirección” más y más determinada, hasta que una vez organizado el
sistema, solamente admitió su propia posibilidad de realización. Si alguno de
ellos quería producir un cambio tenía que proponer una finalidad que fuera
aceptada por el otro a través de cuestionar el automatismo del rol, o sea,
hacer algún tipo de maniobra que incidiera en la definición de la relación que
se habían dado originariamente.
Es aquí donde empieza un conflicto entre lo que llamamos “realización” y
“finalidad”.
Ramón conoció a Sara observándola de lejos en la playa y durante un buen
rato no le sacó la vista de encima. Cuando Sara se dio cuenta, se sintió
halagada y no supo bien qué hacer. Él se acercó y conversaron de cosas
triviales. Al cabo de un rato, Ramón se despidió y se dirigió a la parada de
autobús. Ella lo vio alejarse confundida. Ya le había gustado suficiente como
para querer verlo una segunda vez, sin embargo, él se alejaba
inexorablemente. ¿Qué hago ahora? Fue la pregunta que ella se hizo y casi
queda sin respuesta. Sin pensarlo mucho corrió hasta la parada de autobús y
en un gesto poco propio de ella, le pidió el teléfono. Ramón sonrió y se lo dio.
Hoy están casados y cuando recuerdan esta anécdota de comienzo, él
recuerda que se dijo a sí mismo que volvería en los días siguientes a la
misma playa con la certeza de encontrarla, pues ya la había visto antes, sólo
que no lo necesitó porque ella tomó la iniciativa antes. La dirección quedó
señalada. Ramón tira el anzuelo, Sara lo pica. Sara toma la iniciativa, Ramón
la sigue. A veces ella quiere que él sea más directo, pero su forma sigue
siendo ir desde atrás. Se llevan bien. Vienen a consultar para resolver la
manera en que se sienten dependientes del otro.
Parece ser que el equilibrio tiene varias dimensiones que se manifiestan
mediante energía e información: con el propio cuerpo, con las distintas
expresiones de la identidad singular, con la identidad narrativa, con la
gratuidad del amor, con la reciprocidad de un existir en comunidad, etcétera.
Ramón “sabía” donde encontrar a Sara si tomaba el autobús, pero le
alcanzaba con la seducción de su mirada y la suavidad de su retirada. Sara
se vio sorprendida y canalizó su energía en ir a buscarlo cuando sintió el
peligro de una falta de concreción, por lo que si quería volver a verlo
necesitaba de nueva información, la de las ganas de él, expresada en darle
con agrado su número de teléfono.
Lo que importa para la vida concreta de cada uno de ellos ahora, al momento
de consultar, es saber si lograrán una autorregulación diferente de la del
comienzo, modo de relacionarse que, con matices, se ha mantenido hasta
ahora. Hoy ambos quieren fijar nuevos límites. Se expresa en una vuelta de
tuerca en que Sara se cansó de la manera en que él se deja querer por su
madre. Señala que la suegra corre a servirlo a la sola insinuación de una
necesidad de Ramón. Agrega que cada día le cuesta un mayor esfuerzo
lograr que Ramón le ayude con las hijas, que le pregunte acerca de ella, que
se interese en estar a solas los dos y le reclame que está harto de sus celos
y su desánimo. Ramón se desespera con la evasión de Sara en la cama
aduciendo que ahora de casado no debería hacer tantos aspavientos para
conquistarla. Ella responde que está cansada de hacer todo sola y de tener
que ponerse tan a menudo en el lugar de él.
En términos sistémicos, son dinamismos regulados por el concepto de
“equilibrio” que lo hace de un modo “casi teleológico”, lo que Bertalanfy llama
“equilibrio fluido” para designar la conexión entre lo material, lo energético y
la información que se intercambia en un sistema para mantenerlo organizado
(Bernales, 2001). Sara deprimida, Ramón frustrado y sin fuerza, ambos
repitiendo hasta el cansancio un esquema ya agotado. ¿Están interesados en
comunicarse desde los afectos de un modo diferente?
En términos cibernéticos el concepto de equilibrio y el de regulación se
aplican a las técnicas de la comunicación y a los procesos automáticos, es
decir, se mueve en el dominio de la información. Esta información se expresa
en el resultado de la acción a través de la percepción sensorial que informa
desde la periferia al centro. En un momento, Ramón se declaró impotente
frente a la manera en que Sara lo hostigaba y ésta se aburrió de la
indiferencia diaria de él revertida en desgaste sexual en la noche. Se
separaron. Al mes ella inició un tratamiento para su desánimo y él arrendó un
departamento para vivir más alejado de su madre. Hoy es él el que la ha
buscado de una forma diferente, y ella, después de mostrarse reacia por un
breve período de tiempo, ha aceptado el nuevo formato de acercamiento de
Ramón. Han cambiado el estilo de la autorregulación.
La articulación es entonces a dos niveles: el dinámico (energía) que se dirige
eventualmente hacia la satisfacción de una necesidad de organización (y que
puede ser visto por un observador como la satisfacción de una finalidad) y el
de la información. En ellos, lo que ha cambiado es lo segundo y está por
verse si se produce un cambio en lo primero.

IV El encuentro
Lo que aparece es una relación básica que emerge desde una cierto afecto
de carácter recíproco que se prolonga en el tiempo dando origen a un
compromiso vincular y que después se mantiene a través de interacciones
confirmatorias recurrentes (Bernales y Biedermann, 1988).
El encuentro es la manifestación de dos subjetividades capaces de construir
un acontecimiento que pretende durar en el tiempo, un espacio en el que
tanto lo masculino como lo femenino renuncian parcialmente a su posición
para ocuparse de hacer emerger, en ese otro lugar, la huella inmemorial del
amor en su posibilidad de nombrarlo como verdad para ellos, un lugar donde
se evalúa esa posibilidad y se cruzan dos maneras de declarar el amor, de
expresar un saber de él, ejercer su poder y manifestar su estética.
De la sola lectura del párrafo anterior se advierte su dificultad, pues se
requerirán de ciertas condiciones de reciprocidad para que se pueda llevar a
cabo una práctica que acumule bienes comunes y significados compartidos.
Es más fácil pensarnos como sujetos a secas que como sujetos capaces de
amar en el tiempo a una misma persona y esperar que a esa persona que
amamos le pase lo mismo. En este sentido no somos confiables, vivimos en
la inseguridad de la duración de nuestros sentimientos y encerrados en
nosotros mismos, en una palabra, somos sospechosos de ser frágiles y de
que nuestro discurso sea vulnerable. Sin embargo, apostamos a ser capaces
de testimoniar nuestra alabanza a ese otro que elegimos para el encuentro
amoroso, de desplegar ternura y admiración, de hacer de eso un imperativo,
y con trabajo, de no cesar de encauzar nuestra pasión, difícilmente
gobernada por la voluntad.
La danza de la encarnación de lo erótico amoroso, la palabra con la que
declaramos nuestra fidelidad a un sentimiento que no sabemos si durará, y la
promesa de que así será, culmina en la pretensión de exclusividad. Es en
esta danza donde ambos quedan interpelados en el sentido de haber
aceptado ser solícitos al punto de donarse y recibir la donación del otro. Sólo
de leerlo así, asusta, y quedamos tentados a declararnos incompetentes de
ahí en más. Sin embargo, cada persona insiste en intentarlo, insistencia que
se manifiesta como disposición inicial de ser-para-el-otro, verdadero salto al
vacío, asimetría total y peligro de morir en el intento.
Estas formas de inicio del encuentro pueden, por cierto, seguir otros cursos,
incluso desde su comienzo. Lo amoroso puede ser una pantalla que encubre
deseos de someter al otro, de lograr una dependencia o protección más
segura que las tenidas hasta entonces, de paliar una soledad dolorosa, de
lograr un incremento en la calidad material de la vida, de institucionalizar una
manera de tener hijos, entre otras varias alternativas posibles. Lo importante
es saberlo y no engañarse a sí mismo o al otro con el disfraz del amor.
Si cada persona busca alcanzar un bien para sí, el mundo relacional se
significa a través de la acción y el discurso para compartir cualidades
calificadas de buenas o malas sean éstas unas que nombren el amor o siga
el recorrido de intereses más psicológicos o mundanos.
Se construye así un mundo común con hábitos, aceptaciones y
reconocimiento en el que se evalúan las acciones y se juegan los principios y
dignidades.
Para que eso sea posible, se establecen correlaciones y se fijan medidas
para ello. A eso le llamamos reglas o definición de la relación. Cada uno se
expone a abrir su mundo como si de invitar a su casa se tratase y cada cual
intenta que el otro lo invite a su mundo, cuidando de ser un buen visitante.
Cuando estos mundos individuales intersectan, están con el otro en el
mundo. Cuando son los mundos individuales los que se exponen a la entrada
del otro en él, se está ante el otro en la intimidad.
A pesar de estos intentos de generar pertenencia y de abrirse a la intimidad,
la subjetividad se mantiene porfiadamente incapturable. En ella, cada cual es
irreductible, cerrado y autorreferente.
Aparece, por lo tanto, la inminencia de un conflicto si alguno se aparta de lo
pactado tácita o explícitamente.
Es entonces en el encuentro con y ante el otro donde nos vinculamos y
significamos, donde iniciamos algo y traemos a la tradición, donde trans-
accionamos, es decir donde le damos algún sentido a la acción que
emprendemos junto al otro (una manera más vulgar de decirlo es que es ahí
donde “negociamos”).
Paula y Andrés vivían en una relación distante que ella no cuestionaba en
términos de sus sentimientos. Un buen día, mientras él hacía su habitual
paseo en bicicleta, suena el teléfono móvil en el dormitorio cuando ella
arreglaba las camas. Sin entender por qué, de hecho nunca lo había mirado
siquiera, esa vez se le ocurrió contestarlo. Grande fue su sorpresa cuando
observó que era una respuesta cariñosa de una subalterna del trabajo de
Andrés a una insinuación de él.
Se habían conocido hace 26 años en un tren al sur, ocasión en que él se le
acercó cuando la escuchó con un tono centroamericano que lo cautivó. Con
rapidez se pusieron de novios, luego se casaron y llegaron tres hijos. En los
primeros años ambos trabajaron, sumaron sus ingresos y se definían como
personas prácticas e independientes, él muy deportista, ella desordenada y
creativa. Desde el nacimiento del primer hijo, Paula se quedó en casa y si
bien fue una decisión algo resistida por Andrés debido a la merma
económica, lo práctico entre ellos prevaleció. Hace 10 años, en un momento
en que él queda temporalmente cesante, ella retoma un trabajo remunerado
fuera del hogar sin mayores sobresaltos pues Andrés siguió aportando como
siempre, consecuencia de su estilo previsor. Mantuvieron así la misma vida a
la que habían estado acostumbrados. Sin embargo, dos nuevos
acontecimientos se agregan, una nueva cesantía y la muerte del padre de
Andrés. Las características más bien idealistas e imperativas de ella se
tropiezan con el ensimismamiento de él en estas circunstancias. Sin darse
muy bien cuenta, se alejan de un modo soterrado que ella aparentemente no
cuestiona, pero Andrés sí en tres esferas: la intimidad, la excesiva dedicación
de ella a los hijos y la disminución progresiva de los ingresos.

Cuando se produce el descubrimiento de lo que no llegó a ser una relación


paralela, Andrés primero niega y luego admite que se estaba empezando a
entusiasmar con una compañera de trabajo, pero que ésta, mucho menor que
él, no le dio cabida. A continuación le pidió perdón y hasta ahora ha sido muy
consecuente al proponerle otro tipo de proximidad, una menos exigente, más
cuidadosa y de mayor involucramiento emocional. Paula lo aceptó a
regañadientes, y si bien apreció el cambio de tono en que el nuevo vínculo se
empezaba a desenvolver, la pena, la rabia y el miedo le sobrevienen de una
forma incontrolable.
Es interesante que al momento de consultar, los quebrantos difieran tanto.
Paula se ha vuelto insegura, se siente muy ofendida, nunca pensó que
Andrés pudiera serle infiel y éste, como muchos hombres, cree que ha
llegado el momento de dar vuelta la página y ser reconocido en su nuevo
papel de amante.
Se ha producido un nuevo encuentro, se puede decir incluso que un nuevo
matrimonio. Al cabo de 5 sesiones se ha podido hablar de la legitimidad de la
mortificación anterior de Andrés y de la necesidad de reparar la ofensa que le
causó a Paula. Cuando Andrés comprendió que el sentimiento de Paula era
legítimo y prioritario, ella estuvo dispuesta a revisar su frialdad anterior,
disfrazada de cuidados a la familia, pero lejana a una intimidad con él.

V El quiebre
La pareja es, de acuerdo a todo lo dicho, una experiencia común que
requiere el cuidado de sus fronteras.
La fragilidad de estas fronteras se expresa como un quiebre de lo común
compartido.
El quiebre opera como una ofensa para cualquiera de los integrantes de la
relación.
La ofensa opera a nivel del apego; la comunicación; la resolución de
problemas; la mutualidad; la intimidad.
La ofensa es el quiebre que lleva al enjuiciamiento y la justificación.
Lleva a una discusión de principios (familiares, sociales, económicos,
relacionales, etc.) que terminan en un conflicto que se muestra y resuelve al
nivel de lo moral, es decir, de lo que llamaron un bien común para ellos y sólo
para ellos, algo así como una moral para esa situación en la que ellos viven.
El conflicto es a nivel del bien que la pareja se dio y donde quedó capturada
la promesa de mantenerlo.
El resultado es quitarle al otro (o a sí mismo) su carácter de interlocutor
válido. Se le quita el derecho a la palabra y se descalifica el derecho a la
argumentación y a la réplica.
Lo que se pierde es el bien para sí y el bien relacional adquirido en un
complejo proceso de intercambio afectivo, comunicativo y de entendimiento
elegido en libertad.
El quiebre cuestiona la realidad construida por los dos.
La ofensa tiene dos nociones claves: sujeto y palabra.
Navegamos entre ser interpretados por el otro o hacerlo nosotros tan solo el
otro se muestre.
El desencuentro ocurre mediante el acto de enjuiciar y de justificarse
alrededor de la dignidad y la ofensa.
Cuando somos los enjuiciados, el otro parece que tiene todo el tiempo a su
haber (sentimos que el juicio perdura en nuestro interior); si somos los
enjuiciadores parece que el otro se retira a una intimidad insalvable (sentimos
que quedamos injustificados).
Así y todo estamos permanentemente haciendo juicios y desgarrándonos por
lo que el otro nos hace.
La clave para salir del desencuentro es el diálogo. Sin él somos inverificables
como sujetos.
El diálogo implica algún tipo de experiencia compartida (Giannini, 1997).
El ejemplo de Paula y Andrés da cuenta de todo ello, cierto que de una
manera más leve que el de aquellas infidelidades o quiebres morales que
llevan a los miembros de la pareja hasta los tribunales.

VI Una manera posible de observar: La sesión de terapia y la


emergencia de la escena dramática.
Desde hace ya algún tiempo me ha parecido importante contestar tres
preguntas cuando una pareja me llega a consultar (Bernales, 2010).
¿Qué les está pasando que deciden consultar?, algo que sólo se muestra en
un diálogo que es tipificado mediante otra pregunta:
¿Cómo se muestra lo que les está pasando?
Se trata de una observación que es visible a través de la ya mencionada
escena dramática que tipifica voluntaria e involuntariamente la manera de
encontrarse entre ellos y con el terapeuta.
Ambas preguntas conducen a una tercera:
¿Qué se moviliza en sesión y en la historia de convivencia con respecto a su
capacidad de reconocerse de un modo acogedor y de ejercer poder?
La primera pregunta alude a que ha existido alguna circunstancia especial
que los ha llevado a consultar en ese momento y no en otro. Muchas veces
ocurre, como ya se dijo, por la presión de uno de ellos, otras veces porque
ambos han sentido que quieren recuperar un tipo de relación que se les ha
esfumado o porque no han podido adaptarse a nuevas contingencias, sean
estas transicionales o de sucesos imprevistos.
La segunda responde al modo como se expresa el quiebre y que las más de
las veces lo agrava.
La tercera busca aclarar los momentos por los que deberá caminar la terapia
para que desde distintos estados emocionales puedan recuperar lo quebrado
e incorporar nuevas maneras de pertenecer a ese sistema de dos, favorecer
la intimidad y respetar la autonomía del otro. De lo que se trata es de
conservar la propia subjetivación y favorecer la compenetración
intersubjetiva.
El modo en que se despliega la consulta a través de escenas dramáticas
(Bernales, 2008, 2010, 2010) nos habla de un proceso lógico que es posible
de observar para cualquier terapeuta adiestrado que incorpore la capacidad
de hacer las preguntas necesarias para que se devele, en toda su amplitud,
una compleja puesta en obra de elementos que van desde la motivación a la
sintonía con los aspectos queridos, pero también diferentes del otro. En
cualquier entrenamiento de formación de terapeutas aparece con nitidez al
mirar cualquier trozo de una sesión filmada.
La escena dramática alude a una compleja articulación dialéctica de
diferentes momentos que la pareja recorre con distintos énfasis cada vez que
tienen que lidiar con la motivación de permanecer juntos, con las
determinaciones que cada cual trae desde un continuo que va de la biología
a la cultura (pasando por todo el desarrollo psicológico), la manera como se
comunican y se expresan afectivamente, el modo en que se ejerce el poder y
el cuidado de sí y del otro, la búsqueda de seguridad afectiva, la capacidad
de mantenerse responsable para con el otro y la sintonía necesaria para que
este otro pueda responder en un mismo paisaje de coherencia. Por debajo
emerge la pauta relacional que encadena las distintas secuencias de
comportamientos.

Me parece de la máxima importancia destacar que lo que se expondrá a


continuación es un fenómeno que aparece delante del terapeuta con un
rápido despliegue de connotaciones emocionales, cognitivas y judicativas.
Que se trate de un fenómeno invita a verlo primero como tal, es decir, a que
se pueda describir sin hacer juicios de valor en esta primera instancia. A
continuación, indica que ese fenómeno nos conmueve de alguna manera y
nos hace resonar emocionalmente. En paralelo, nos hacemos una idea de lo
que está pasando enfrente nuestro, y las más de las veces, interpretamos lo
que ocurre y enjuiciamos.
Sin embargo, ver lo que sucede “ sin memoria y sin deseo”, parafraseando a
desde otro lugar a Bion, nos acerca a distinguir entre los datos de una
realidad que emerge ante nuestros ojos cuestionando el deseo de que
nuestros consultantes actúen conforme a lineamientos más…….¿amorosos,
comprensivos, justos, claros….?
Como suele ocurrir que no sea así, me ha interesado ordenar un mapa de
ruta de aquello que aparece lleno de contrastes cuando una pareja nos
consulta.
A.- Lo primero es averiguar con qué motivación llega cada integrante de la
pareja. Es la puerta de entrada del fenómeno al que aludo. Lo usual es que
uno de ellos haya convencido al que está más reticente. Para el terapeuta
emerge una primera dificultad, la de validar a ambos en sus apreciaciones
distintas acerca de su interés de estar ahí. El hecho de planteárselo de esta
manera tiene la ventaja de integrar un tipo de distinción orientado a la
validación de dos posturas legítimas en contradicción. Si ambos están
motivados a consultar, esta primera discrepancia legítima no aparece aun.
No está de más insistir que la escena dramática es la que tiene el terapeuta
ante sí, no es su opinión, no es su sentir, no es su conocimiento psicológico,
no es lo que puede enjuiciar, es la danza de dos que se entrelazan en gestos,
actitudes y comportamientos para dar cuenta de lo que les pasa y los tiene
atribulados. En este sentido, se parece más a una obra de teatro, en la que
como espectadores, somos capaces de impresionarnos con el argumento o
guión de la misma y con la manera en que los actores y actrices la
representan. La diferencia está en que se le pide al terapeuta dos cosas: que
intervenga el guión de ahora en adelante, y al mismo tiempo, avale el guión
propuesto por cada uno como el mejor para ambos. Cada uno prefiere el
suyo, es el terapeuta el que ve las secuencias dramáticas que lo convierten
en uno solo. Si nos detenemos aquí, la sugerencia es mirar antes de
intervenir y de preguntar más sobre cómo lo han ido construyendo que
evaluar la calidad del mismo. No es algo sencillo debido a lo señalado antes,
es difícil no opinar, no sentir, no emplear nuestro conocimiento experto y no
enjuiciar, pero de eso se trata esta propuesta.
B.- Después de averiguar sobre la motivación de estar ahí, el fenómeno que
se puede observar a continuación es un pronunciamiento acerca del nivel de
satisfacción y estabilidad que han sido capaces de generar al constituir su
organización afectiva, institucional o de juegos de poder.
No es raro encontrar interconexiones entre la estabilidad y la satisfacción.
Aquellas parejas más volátiles podrán mostrar mejores niveles de
satisfacción combinados con una acentuada inestabilidad, aquellas más
evitadoras de conflicto expresarán mayores niveles de estabilidad y menores
de satisfacción.
La estabilidad da cuenta muchas veces de los aspectos institucionales en los
que hay acuerdos de mantención. La satisfacción se vincula con la calidad de
la relación.
C.- La manera en que se despliega se constata a través de ciertos tipos de
comunicación. Me interesa destacar aquellos que guardan relación con darle
la palabra al otro o sustraérsela; con hablar de sí mismo a la manera de un
relato de vida o de enjuiciar o argumentar sobre el otro o en los hechos
conflictivos; con enfatizar lo propio o juzgar lo ajeno; con cuidar las palabras o
imponérselas al otro; con discutir cada frase o someterse a lo que dijo el otro
sin más convicción que el miedo a agravar las cosas; todos ellos
discriminadores de un tipo de relación por sobre otra. Lo que me atrae, en
este momento del mapa, es sólo caracterizar los diferentes modos de
comunicar, prestando atención a la diferencia entre lo vivencial o lo
argumentativo y entre el decir (dar la palabra) o lo dicho (lo ya sancionado
por alguna tradición, escala de valor o ejercicio del poder), con el objetivo de
encontrar modos de superación en aquello que los mortifica.
D.- Muy vinculado a la motivación y como parte del quehacer comunicacional,
es relevante observar la forma en que articulan la expresión con que se
dirigen al otro. Será más cuidadosa si quieren que el otro se mantenga en
sintonía afectiva, lo será menos si lo que interesa es que el otro se adapte a
un estado de cosas sin que su parecer importe, lo mismo ocurrirá si lo que
interesa es seguir la disputa. En estos casos, la expresión está más al
servicio de ser entendido, aceptado, tolerado, temido, etc. que al objetivo de
la sintonía afectiva con el otro.
E.- Al avanzar en este recorrido esquemático, llegamos a un punto nodal de
la escena dramática, la que dice relación con el poder y el cuidado. Cada
integrante de la pareja ejerce capacidades para dar bien cuenta de sí mismo
y para acercarse con éxito al otro, Cuando lo logra, trasmite satisfacción y
estabilidad, continúa motivado en la relación, le importa darse a entender,
escucha con interés, respeta los tiempos, acepta las diferencias, invita a
momentos íntimos, no se inquieta con la autonomía del otro, es más, la
honra. Sin embargo, cada miembro de la pareja no sólo ejerce capacidades,
también ejerce comportamientos de lucha y de sometimiento, emplea
mecanismos para desplegarlos y establece relaciones desde allí. Las
implicancias de este modo de actuar se perciben en múltiples niveles, daré
sólo un par a manera de ejemplo: la lucha simétrica en que ninguno de los
dos da el brazo a torcer y la complementariedad rígida en cada cual acepta el
lugar asignado en la jerarquía: someter o ser sometido. Cabe agregar que
estoy sólo esbozando una caracterización del poder que es mucho más
compleja y excede lo que pueda señalar en este acápite.
El par complementario del poder es el cuidado. Es difícil concebir al primero
sin el segundo. Cuidar implica una acción sobre sí y sobre el otro. La noción
de cuidado es compleja pues implica tanto el cuidado de uno mismo como el
del otro, pero eso no es todo. Desde que la constitución del sujeto ha dejado
de ser derivada de la idea cartesiana “pienso, luego existo”, cada cual se ha
vuelto sospechoso de sí mismo. La idea de inconsciente, de no saber si lo
propio del yo es el carácter o el cumplimiento de la palabra dada- muchas
veces en contra de la fuerza caracterológica - en un tenso dominio de ella,
además de estar influidos por la biología, la cultura y el entorno, dan cuenta
de ello. Es por eso que desconfiamos de la palabra o promesa del otro, más
aun, tememos al otro y sus eventuales amenazas, es decir nos cuidamos de
ese otro. Y es algo que también ocurre en el terreno de la relación de pareja.
Y esto que vale para el otro de la pareja, ¿por qué no puede valer para mí
mismo? De ser así también soy sospechoso de no tener todas las
herramientas de un conocer que deriva en un cuidado o en un cuidado que
deviene en conocimiento de mí mismo. En resumen, debo también cuidarme
de mí en todo aquello en que no puedo dar cuenta de mí de un modo seguro
y responsable.
Es por esto que cuando hablamos de cuidado de sí mismo hay que comenzar
por preguntarse si no habrá además que cuidarse de uno mismo, en el
sentido que cada cual no sabe muchas veces por qué hace lo que hace,
siente lo que siente y se comporta de un modo del que después se
arrepiente. Como se señala más arriba, si eso pasa con uno mismo, con
mayor razón pasa con el otro, por eso también en algunos momentos de la
vida de relación, nos cuidamos del otro y lo observamos con desconfianza.
Cuidado de sí mismo y cuidarse de uno mismo articulan dos dimensiones que
están en tensión para que ojalá triunfe el cuidado de sí mismo. Respecto del
otro, cuidarse de la pareja y cuidar a la pareja es también una tensión, lo
primero nos remite a la desconfianza, en especial a la posibilidad de abuso
cuando el otro muestra su incondicionalidad; lo segundo es la apertura al
cariño, el respeto, la honra, la confianza y a estar disponible cuando el otro lo
requiere.
Poder como capacidad y cuidado de sí y del otro expresan la dimensión
positiva del ejercicio amoroso. Luchar por el poder, someterse o ser
sometido, desconfiar de sí y del otro, actuar impulsiva o regresivamente,
abusar o dejarse abusar, victimizar o victimizarse, entre otras, son
dimensiones del conflicto que se muestra en sesión y que el terapeuta
explorará.
F.- Otra dimensión a considerar es el grado de seguridad afectiva que cada
integrante de la pareja le otorga al otro. Emparentada con el cuidado, se
distingue de éste por que opera como una demanda que se regula desde lo
material y lo relacional. Cada integrante de la díada tiene una aspiración
diferente. En nuestra cultura, la mujer espera acceder a una vida que reúna
condiciones suficientes de seguridad material para que sus hijos se
desarrollen en una vivienda digna, puedan acceder a una escolaridad de
calidad, cuente con los medios para alimentarlos, etc. En el hombre se
manifiesta como la capacidad que él tiene para proveer los medios
necesarios de lo anterior. Es algo que está cambiando con la salida de la
mujer al trabajo remunerado fuera del hogar, sin embargo, en nuestra
práctica terapéutica seguimos observando, al menos, los vestigios de lo que
está arraigado en la cultura.
La otra cara es la de la seguridad relacional que se expresa en la
observancia de exclusividad y de inclusión afectiva. Se trata de una
dimensión que incluye la ternura y la intimidad sexual. Lo que me interesa
destacar es la necesidad de observación del terapeuta de estas dimensiones
en el discurso de los consultantes, discurso que incorpora en él matices de lo
no verbal como complemento del eventual reclamo.
G.- Cada una de las dimensiones anteriores hace visible la mayor o menor
conciencia de responsabilidad personal para con el acontecimiento del
encuentro que quieren hacer perdurar. No es lo mismo escuchar quejas
permanentes hacia el otro que escuchar culpas, remordimientos o peticiones
a partir del reconocimiento de responsabilidades propias. No es lo mismo
estar en el polo amante (del que ama) que en el polo de la necesidad de ser
querido como motor del buen funcionamiento amoroso. Hacerse cargo del
bienestar de la relación, como asimismo honrar los sueños del otro, revela
una predisposición a cumplir con la declaración amorosa inicial en la
construcción del encuentro de la que la responsabilidad es su componente
industrioso, la expresión de la importancia del trabajo relacional para el buen
devenir de lo que han construido juntos.
H.- Se llega así, para el terapeuta, al final de todas estas articulaciones, la de
darse cuenta del grado y tipo de sintonía que cada cual tiene para con el otro
y lo muestra en sesión. Se observa en la mayor o menor creación de
significados comunes compartidos, en la aceptación de las diferencias, en la
capacidad de colocarse en el lugar del otro, en el reconocimiento de haber
juntado bienes que les son comunes. Se muestra tanto en lo verbal como en
gestos actitudes y comportamientos. Por eso, es frecuente que ellos digan
que cuando están crónicamente disgustados les da lo mismo ejecutar
acciones que alivien el malestar, mientras que cuando han pasado buenos
momentos que se han acumulado en el tiempo, prefieren hacer algo para no
estar o mantenerse dolorosamente distanciados.
I.- Cada una de las dimensiones anteriores se muestra, a su vez, en ciertas
coreografías, y en especial, en patrones de interacción llamados pautas
interaccionales, pequeñas secuencias repetitivas de interacción que marcan
el estilo visible de ocultas regularidades y restricciones que se han dado,
tanto para mantener un tipo de conflicto, como para vérselas con reglas
aceptadas en la filogenia o creadas por ellos mismos y los orientan a
mayores grados de certeza sobre el modo de relacionarse entre ellos.
J.- A su vez, cada integrante de la pareja está de alguna manera determinado
por su biología, las relaciones tempranas con las personas afectivas que le
han sido significativas y por el entorno socio cultural en que está inserto.
Dicho de un modo gráfico, cada uno es uno consigo mismo y todo lo que lo
determina en su particular vida situada, emplazada. Cada consultante se ve
enfrentado necesariamente a estas dos contradicciones: por una parte existe
una fuerza de emplazamiento que supera cualquier acción individual que
pueda efectuar y lo fija a esa situación, una especie de lógica de la
determinación; por la otra parte, y de un modo complejo, cada cual es capaz
de sostener lo propio por sobre las condicionantes anteriores, un ejemplo es
mantener una promesa o la palabra dada por encima de eventuales
desventajas situacionales.
La fuerza de los emplazamientos no son simples de sortear, de ello nos
hablan las estructuras físicas, del temperamento, del carácter, de las
influencias infantiles, de la sociedad a la pertenecemos, en fin, de todo
aquello externo a nosotros que nos limita en la prosecución de nuestros fines.
En una frase, el emplazamiento sólo puede ser sorteado con el coraje de la
voluntad de modo que la relación le gane al contexto.
El terapeuta, asistente privilegiado en la danza de estas fuerzas en juego,
deberá observar con prudencia lo que se desarrolla frente a sus ojos para no
quedar atrapado en su propio emplazamiento, del que muchas veces no se
da cuenta.

Un gráfico resume lo expuesto:


Una insistencia final. La escena dramática es lo que el terapeuta ve, ojalá sin
ideas preconcebidas, con toda la dificultad que ello tiene. Es el baile que
aparece ante sus ojos, no su deseo. Configura un mapa de ruta que orienta
su preguntar y luego define elecciones de dónde y cómo intervenir. Es una
herramienta que devela tanto aspectos positivos, recursos que los
consultantes traen, predisposición a cambiar, capacidades no vistas,
manifestaciones de cariño ocultas, como aspectos negativos,
determinaciones estructurales anteriores a la relación, exigencias difíciles de
satisfacer, errores y malentendidos en la manera de comunicar y expresarse,
deshonestidad, etc. La recomendación es averiguar para entender,
comprender con ellos más que predicarles. De algún modo es renunciar, o al
menos, postergar nuestras ganas de devolverles lo que vemos y demasiado
rápido, interpretamos. Es usar de otra manera nuestro aprendizaje de lo
psicológico, es usarlo para que primero se despliegue, y después, hacer las
preguntas u observaciones que le faciliten insertarse en los aspectos
positivos de las dimensiones antes señaladas.
Una pequeña viñeta clínica hará más claro lo anteriormente expuesto.
Llegan a un tercera sesión Juan y María. El terapeuta les pregunta con qué
se quedaron de la sesión anterior. María toma la palabra y dice que la última
conversación le ha hecho ver que hay más amor porque están mejor en lo
cotidiano, y eso hace que ella se serene, y no se enrede en reclamos sobre
las características de la manera de ser de él; agrega que ha sentido su apoyo
en las cosas prácticas en las que él es más experto; debido a lo anterior
piensa que ha podido estar más a cargo de lo propio y ha podido estar más
autónoma.
Juan responde a la misma pregunta señalando que ha habido más
tranquilidad y eso le ha permitido disfrutar y conectarse con el goce de la
cercanía, y si bien hizo hartas “pegas” (trabajos caseros) que le gustan, tiene
la sensación de haberse portado mal porque no ha pensado en las tareas y
metas que hablaron en las sesiones anteriores.
La riqueza del párrafo anterior es evidente. María descubrió que su cercanía
hacia Juan aumenta si es tomada en cuenta en su preferencia por los
aspectos cotidianos del diario vivir, nota que está más ligada al hacer que al
estar, que si bien lo puede realizar sola, es algo que le genera ansiedad si
Juan no participa y lo expresa enjuiciándolo, dice que no le gusta hacerlo y
siente que todavía no puede evitarlo, conciente que al hacerlo, él se taima. Él
enfatiza el aspecto vincular y un estar contento cuando no es presionado y si
le deja tomar la iniciativa por sí mismo, aceptando la diferencia de ritmos. Aun
se percibe en falta y que debe acomodarse a las exigencias de ella, algo que
hará con gusto si los plazos no son los de ella y él puede participar en fijarlos.
Aprecia la serenidad de ella, es algo que lo invita a acercarse y a disfrutar de
la cercanía, goza con el vínculo que pueden lograr y le despierta las ganas de
darle en el gusto de participar en las obligaciones del hogar, en especial, de
aquellas que le dan agrado. Aun así, se siente en deuda con tareas
pendientes sobre el trabajo relacional conversado en la sesión anterior.
Dada la oportunidad de aprovechar más los relatado por ambos, el terapeuta
les pregunta si pueden quedarse un rato en lo que ambos han dicho. Ellos
aceptan de buen grado. Le pregunta a Juan qué escuchó de lo que dijo
María. Juan señala con cierta vaguedad que ella dijo haber estado más
tranquila. Luego le pregunta a María si Juan la escuchó bien, ella se sonríe y
dice que así es él, un tanto ausente. Luego se le pregunta si puede repetir lo
que ella misma dijo. Esta vez repite sólo que la vida cotidiana ha estado
mejor y eso le ayuda con su autonomía. A continuación se hace el ejercicio al
revés, pero para efectos del ejemplo, sólo nos quedaremos con lo dicho por
María.
Si los lectores observan, María expresó al menos seis ideas, pero enfatizó
dos la segunda vez y Juan sólo pudo decir una. El interés del terapeuta está
puesto en ahondar en los estilos comunicacionales, ¿Cuáles? La capacidad
de escuchar con atención al otro, el efecto que el discurso del otro provoca a
nivel emocional e impide seguir escuchándolo, pero también la atención al
propio discurso, cuan responsables son de lo que dicen. Asimismo, devela el
efecto que la atención del otro provoca en lo que ha dicho anteriormente. La
curiosidad del terapeuta quiere además saber de otros registros cuando se
expresa una respuesta, por ejemplo, María dice sin rencor que él es distraído.
Es una medida de aceptación de la diferencia y de lo que le es dable esperar
de Juan en un sentido positivo.
¿Para qué puede servir un ejercicio de esta naturaleza?
La escena dramática enfatiza un aspecto del micro proceso relacional que
permite hacer de la sesión un pequeño laboratorio de lo más relevante que
cada miembro de la pareja trae a sesión respecto de sí mismo, del otro y de
la relación. Esta situación puede ser amplificada por el terapeuta con el fin de
que el trabajo realizado dentro de la sala de consulta dé luces sobre una gran
cantidad de aspectos que la pareja se juega respecto de su motivación de
estar ahí, del grado de satisfacción con que están, de la mayor o menor
estabilidad en esa organización que están creando constantemente, de la
manera como escuchan al otro y de la conciencia que tienen de sí mismos,
de la forma en que se expresan, de la apertura a sintonizar con el otro, del
cuidado que le brindan a ese otro y a sí mismos, del tipo de proximidad al que
aspiran, del poder que ejercen sus reclamos, de su capacidad para validar las
diferencias, de un patrón en el modo de relacionarse, entre otros elementos
que podrían seguir nombrándose.
En este caso en particular, ambos aceptaron de buen grado la propuesta del
terapeuta a hacer de la sesión de terapia ese mini laboratorio de sus
procesos, indicador de una confianza hacia su forma de trabajar. Si el
terapeuta invita de un modo amable y en tono de pregunta, es más fácil
obtener un clima emocional de menor ansiedad ambiental (en muchos casos
ocurre así) para trabajar en este estilo, un estilo que atiende con pulcritud lo
que cada cual habla y expresa no verbalmente sin renunciar a la
espontaneidad, sólo que se la acota a espacios más breves de tiempo. Es de
algún modo parecido al trabajo actoral y su pretensión de que cada actor
exprese lo más propio de sí mismo en ese personaje y el resultado sea una
mejor actuación en esa obra. En el caso de la terapia, el terapeuta les pide,
en un primer momento, una “razón de ser” de su manera de actuar con el fin
de saber mejor qué tipo de obra están ejecutando. Una vez adquirida una
mayor conciencia de eso, se puede invitar a los consultantes a definir si
quieren continuar la misma actuación y en la misma obra o cambiar algo en la
manera de actuar, o de un modo más radical, inventar otra obra.
Al hacer luego preguntas relacionales a Juan acerca de lo que escuchó, a
María si se sintió escuchada en lo que dijo Juan y luego en relación a su
propio recuerdo de lo hablado, se les está sugiriendo una mayor atención del
discurso del otro y del propio, asimismo y de manera subliminal se pretende
aumentar el cuidado sobre lo que cada cual dice y el tono en que lo hace.
¿Hasta qué punto podrán probar una manera distinta? Es una invitación que
se les formula, pues de lo contrario, ella reforzará lo que no le gusta de él
debido a la manera como intenta someterlo, sin obtener un éxito que vaya
más allá de un juicio del tipo “lo que pasa es que eres un pasivo agresivo”. Al
revés, la manera como él se repliega si no obtiene estar más cercano y sin
tareas pendientes, refuerza en ella la ansiedad que le genera la falta de
acción que reclama, obteniendo sobre sí un juicio que la descompone.
Romper ese circuito como indicación de comienzo supone una experiencia
distinta en el ejercicio de sus respectivos comportamientos, una prueba a
realizar de una sesión a otra para observar qué les pasó internamente, si
pudieron hacerlo y cómo observaron al otro. Si el lector se fija, se ha elegido
el tipo de alianza terapéutica predilecta de ella, hacer una tarea, con el riesgo
ya insinuado por él, de que le será difícil. El terapeuta deberá en lo que
queda de sesión, agregar una pregunta sobre la disposición de ella a
aproximarse a él sin condiciones de por medio. Si ella no quiere o señala que
no puede, la conversación girará hacia los actos gratuitos que él puede hacer
o no, pero si ella ve con agrado la posibilidad de momentos íntimos sin más,
será más fácil la invitación de la tarea de información solicitada. También se
los puede invitar a conversar entre ellos sobre esto e intervenir facilitando los
recursos que emergen, por ejemplo, comprensión sobre algún sesgo o
redefiniendo algo que hacen con el fin de aumentar la cercanía de María. Fue
lo que ocurrió en este caso, algo previsible debido a la buena disposición de
ambos hacia el trabajo relacional entre ellos y con el terapeuta.
En el último tiempo me ha parecido importante situarme de entrada desde la
observación y participación de la escena dramática por varios motivos. El
primero es que me permite tener una visión panorámica del tipo de
interacción que se desarrolla ante mis ojos. Aparece, como ya ha sido
señalado, un complejo proceso de gestos, actitudes, conductas que accionan
y reaccionan, argumentos y relatos sobre lo que los trae, una manera de
expresarse, convicciones acerca de sí y del otro, en fin, de la interacción tal
como acontece en una obra dramática, escudriñando cómo la escena avanza
y se detiene, como da paso a otra que aumenta el compromiso emocional o
lo atenúa. Un segundo motivo emerge si quiero ordenar lo que se ha
desplegado. Para ello debo elegir un tono apropiado a las circunstancias y a
la manera en que cada uno de ellos me demanda. Se trata de una elección
que se asienta en un repertorio que considera el tipo de alianza que cada uno
propone y la capacidad de crear un clima de trabajo con lo que ellos traen y
que nombraré con la noción ya mencionada de sintonía, esta vez la del
terapeuta para con cada uno de ellos. Un tercer motivo guarda relación con
apreciar un tipo de economía en el acto de intervenir, una belleza estética en
el quehacer, las más de las veces ejecutado a través de preguntas genuinas
y metáforas atingentes.
La idea es aminorar la carga mortificante con que vienen e invitarlos a
avanzar sin prisa, al mismo tiempo que sin pausa.
Lo que se busca es saber con claridad el motivo que tiene cada uno al venir,
la manera como cada cual pone el acento en el cambio del otro o en el
propio, el estilo en que incorporan al otro a sus intereses, la manera como
muestran que aman, si todavía lo logran, la preferencia o dificultad en tomar
la palabra, los juicios que le hacen al otro, muchas veces revelador de las
ansiedades propias, el grado de satisfacción que todavía sienten en la
relación, el miedo a la pregunta: ¿y entonces qué hacemos ahora? La
aceptación de vivir con las diferencias, de no creer que el otro tiene que
parecérsele o que debe estar bajo su dominio. Estas son algunas de las
manifestaciones sobre las que se puede intervenir o hacer que ellos
intervengan de un modo distinto al como lo han hecho hasta ahora. La pareja
vive, querámoslo o no, en la dialéctica simbiosis-autonomía. Es interesante
compartir con ellos acerca del tipo de acontecimiento que fueron capaces un
día de generar y que nombraba el amor con el fin de invitarlos a recuperarlo.
Y si el acontecimiento original no tenía al amor en su centro, al menos
develar su engaño.
Lograr que los consultantes participen de nuevas actuaciones en la escena
que traen requiere, como se ha visto a lo largo de todo el capítulo, de varios
pasos intermedios. El primero es crear un buen clima emocional de trabajo en
este laboratorio que tiene al dolor y al amor en su centro. Dolor de haber
reemplazado al amor por juegos de poder que ejecutan variaciones más
graves o más leves de conductas sádicas o masoquistas no elegidas, las
más de las veces, en forma involuntaria.
L.- Unas breves palabras sobre el buen clima emocional que se debe
construir a partir de:
Fijarse en el tipo de relación que cada uno propone, del tipo de
reconocimiento que espera, comprender con ellos en vez de comprender
para sí sin clasificarlos en alguna entidad diagnóstica, repetir lo que escucha
y hacer repetir a ellos lo que escucharon que dijo el otro, estar atentos a la
expresión no verbal y señalarla en tono de pregunta relacional, usar de
preferencia un diálogo relacional, apreciar cuando aparece algo que cambió y
no ha sido destacado, destacar una acción, gesto o actitud cuando opera
como un nuevo recurso no desplegado hasta ese momento.
Es de sintonía fina ocuparse de la relación al mismo tiempo que calificar a
cada uno como persona y admitir la legitimidad de los estilos propios.
Los terapeutas intervenimos sobre ciertos aspectos de la totalidad de la
relación y es presuntuoso calificarlos pues no es lo único que los mantiene
unidos o conflictuados. Tenerlo presente nos ayuda a enfatizar los lados sin
conflicto y a mantener una actitud de humildad, de exploración curiosa y
afectiva, sin enjuiciar, más bien a preguntarnos por el mejor camino que les
resuelva el pedido que traen.
Nuestra actividad es propensa a los diagnósticos y a defender una idea de
normalidad por sobre lo normativo propio de la organización que se dieron.
Atender a esta última permite tomar menos partido, sin cuestionar de
momento la validez que tiene para ellos este tipo de vínculo. Las veces en
que en estas relaciones aparece una clara situación de abuso que
desequilibra la posibilidad del abusado de salirse de ella, la pregunta es por
la indicación de la terapia, pues la capacidad del terapeuta queda muy
disminuida y con el riesgo de hacerse cómplice, de avalar la injusticia y la
inequidad. En esta situación, actuar como el tercero que cautela el contrato
social adquiere premura e importancia.
El enfoque en la escena dramática, derivado de una idea de vida en situación
(Bernales, 2005), se despliega en lo extenso de los obstáculos por vencer, en
una superficie que tiene las distintas manifestaciones de la vida como
aparición. Está centrada en la recuperación del acontecimiento del amor
como declaración que saca a lo masculino y a lo femenino de sus posiciones
y los arriesga a crear algo inmemorial señalado como verdad eterna que
atraviesa las épocas guiadas por las variaciones culturales de su expresión.
Cuando eso no aparece o no estuvo nunca, la escena dramática hace ver las
otras dimensiones de la relación, aquellas que se caracterizan por la
ambigüedad de querer estar en la posición masculina o femenina y desear un
acontecimiento sin arriesgar nada (esto vale igual para las relaciones de
pareja gay), o bien, aquellas que enfatizan el deseo de reificar al otro, tratarlo
como objeto.
M.- En este enfoque, la primera sesión es muy importante para averiguar la
respuesta a un modo de trabajar, no sólo en sesión, sino entre ellas.
En las sesiones siguientes, el énfasis sigue puesto en lo que los pacientes
traen a sesión, en lo habitual precedido de una pregunta inicial acerca de lo
que les hizo sentido de la reunión anterior con la finalidad de observar su
compromiso con la consulta previa, la mayor o menor fluidez entre ellos, las
eventuales iniciativas y temores, etc.
Quiero resaltar la idea de un lógica de proceso que surge de la discrepancia
entre el deseo y el dato duro de la realidad. Si esto no se acepta, no es
posible aceptar la discrepancia que se produce. No es posible entonces
hacer distinciones en un orden recursivo. La desmotivación se instala debido
al idealismo, en otras palabras, al triunfo del deseo sin la mediación dada por
la consideración de la realidad. Es mejor saberlo de entrada. Muchas veces
ocurre que si se respetan los tiempos de cada uno, poco a poco, esta
discrepancia es tolerada y hasta aceptada. Es entonces que empieza la
terapia.
En la medida que la terapia avanza, se espera que cada cual vaya aceptando
su vulnerabilidad y que esta manifestación no lo invalide de sus aspectos
acogedores, ni de sus capacidades. Se trata de un aspecto importante para
la dinámica del querer-poder-deber que tiene como objetivo que se
produzcan los menores atascos posibles, en especial si sólo alguno de estos
verbos es el que predomina. Cuando esto ocurre, la danza entre los aspectos
lúdicos, desiderativos, de predominio emocional- propios del querer-, se
conflictúan con aquellos aspectos racionales que orientan hacia lo
conveniente en una determinada situación- propios del poder como
capacidad de acción-, y con lo relativo a la conservación de tradiciones,
valores y elementos normativos- propios del deber.
Al culminar un proceso terapéutico será interesante preguntarles con detalle
a qué apelaron los consultantes para re-crear el acontecimiento del encuentro
amoroso. Las respuestas que ellos dan son el aprendizaje que cada
terapeuta se lleva para ser aplicado en la experiencia con nuevas personas
que acuden a consultar.
Remito al lector a la edición anterior de este capítulo en lo que dice relación
con otras variables a considerar en la terapia de pareja que sigo
considerando válidas y que, por razones de coherencia con el énfasis que he
querido darle a esta actualización, he omitido.
Referencias
Atkinson B. (2005) Emotional Intelligence in Couples Therapy: Advances from
neurobiology and the science of intimate relationships Norton& Norton, N.
York.  
Bateson G. (2001) Espíritu y naturaleza. Buenos Aires: Editorial Amorrortu.
Bernales S, Biedermann N. (1988) Aproximaciones al manejo clínico de los
afectos en terapia sistémica. En: Los afectos en la práctica clínica. Santiago,
Chile: Cecidep.
Bernales S. (1992) Pautas de funcionamiento de la familia. En: Opazo R.
Integración en psicoterapia. Santiago, Chile: Cecidep.
Bernales S. (1998) Conflicto de pareja y experiencia moral. Revista De
Familias y Terapias; 6:10 37-59.
Bernales S. (2001) La pareja humana: Entre la organización y la finalidad.
Revista de Familias y Terapias; 9:14-15, 64-72.
Bernales S. (2005) Hacia un modelo situacional en terapia de pareja. Revista
De Familias y Terapias Año 13, Nº 21
Bernales S. (2008) "El fenónemo erótico amoroso, un estudio preliminar
sobre la proximidad" Anuario de Escuela de Post Grado Nº8 Facultad de
Filosofía Universidad de Chile.
Bernales S. (2010) Apuntes sobre la terapia de pareja y la supervisión de
videos. Revista Argentina de Clínica Psicológica, Vol. XIX No 1.
Bernales S. (2010) La escena dramática como proceso de subjetivación
situada. Revista De Familias y Terapias Año 19, Nº29.
Bertalanffy, von L. (1978) Teoría General de los Sistemas, FCE, México
Biscoti O. (2006) Terapia de pareja: una mirada sistémica, Lumen, Buenos
Aires- Ciudad de México.
Dekoven M. (2007) Wired to Connect: Neuroscience, Relationships, and
Therapy (Fam Proc 46:395–412,)
Dekoven M. (2011) Promover el Empoderamiento Relacional en Terapia de
Pareja (Fam Proc 50:337–355,).
Eguiluz L. Ed.(2007) El baile de la pareja, Pax, México.
Eguiluz L. Ed. (2007) Entendiendo a la pareja, Pax, México.
Giannini H. (1997) Del bien que se espera y del bien que se debe. Santiago,
Chile: Dolmen Ediciones.
Goldstein S. y Thau S. (2004) Integrating Attachment Theory and
Neuroscience in Couple Therapy (International Journal of Applied
Pscychoanalytic Studies, 1:214-223)
Gottman J. The marriage clinic. (1999) New York: WW Norton & Company
Inc.
Gottman J, Jacobson N. (2001) Hombres que agreden a sus mujeres.
Barcelona: Editorial Paidós.
Gurman A, Frenckel P. (2002) The history of couple theraphy: A millenial
review. Family Process; 41:199-200.
Gurman A. (2008) Clinical Handbook of Couple Therapy, 4ª Ed. Guilford
Press, New York.
Haley J. (1980) Terapia para resolver problemas. Buenos Aires: Editorial
Amorrortu.
Haley J. (1980) Terapia no convencional. Buenos Aires: Editorial Amorrortu.
Haley J. (1980) Aprender y enseñar terapia. Buenos Aires: Editorial
Amorrortu.
Horvath AO, Greenberg LS. (1994) The working alliance: Theory and
research. New York: Wiley.
Jacobson N. (1998) Acceptance and change in couple therapy. New York:
Norton WW & Co Inc.
Jacobson N, Gurman A. (1995) Clinical handbook of couple therapy. New
York: The Gilford Press.
Johnson, S. & Greenberg, L. (Eds.) (1994). The heart of the matter. Emotion
in marriage and marital therapy. New York, Bruner Mazel.
Jonas H. (2000) El principio vida, hacia una biología filosófica. Madrid:
Editorial Trotta.
Lebow J. (2005) Handbook of Clinical Family Therapy. John Wiley & Sons,
New Jersey.
Leff J. (2001) The unbalanced mind. New York: Columbia University Press.
Muran Ch. (2002) A relational approach to understanding change: Plurality
and contextualism in a pschycotherapic research program. Pschycother Res;
12(2):113-38.
Nichols M. & Schwartz R. (1987) Family Therapy: Concepts and Methods.
Fourth edition. Allyn & Bacon. Boston.
Papp P. (1988) El proceso de cambio. Buenos Aires: Editorial Paidós.
Papp P. (2000) Couples on the fault line. New York: The Guilford Press.
Safran J, Muran JC. (2003) Negotiating the therapeutic alliance: A relational
treatment guide. New York: Guilford Press.
Satir V. (1978) Relaciones humanas en el núcleo familiar. México: Editorial
Pax.
Satir V. (1980) Psicoterapia familiar conjunta. México: Editorial La Prensa
Médica Mexicana.
Selvini M. (1990) Crónica de una investigación. Barcelona: Editorial Paidós.
Scheikamn M. y Dekoven M. (2010) Desactivar los Celos en las Relaciones
de Pareja (Fam Proc 49:486–504)

Scheikman M. y Dekoven M. (2004) The Vulnerability Cycle: Working With


Impasses in Couple Therapy (Fam Proc 43:279–299)
Stierlin H, Weber G. (1990) ¿Qué hay detrás de la puerta de la familia?
Barcelona: Editorial Gedisa.
Titelmann P. (1998) Clinical aplications of bowen family systems theory. New
York: The Harvard Press.
Vicencio J. (2011) Mapas del amor y la Terapia de Pareja, Pax, México.
Walters M, Carter B, Papp P, Silverstein O. (1991) La red invisible. Buenos
Aires: Editorial Paidós.
Watzlawick P, Beavin J, Jackson D. (1969) Pragmatics of human
communication: Study of interactional patterns, pathologies & paradoxes.
New York: WW Norton Bern Hans Huber Pub.

También podría gustarte