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La comunicación terapéutica como relación*

Kenneth J. Gergen**

El proceso de comunicación es importante para comprender la relación terapéutica


y sus potenciales efectos. Mucho se ha escrito sobre esto, pero la mayor parte de los
tratamientos existentes está basada en un paradigma individualista de la comunicación
como la intersubjetividad. Dados los grandes problemas inherentes a este paradigma, este
trabajo presenta los contornos de una teoría relacional de la generación de significado. En
esta descripción, el significado no reside en las mentes privadas de los individuos, sino en
el continuo despliegue del proceso de colaboración. Con el foco en esta visión, se inquiere
respecto de una serie de implicancias para la práctica terapéutica.

Palabras clave: comunicación terapéutica - construcción social - colaboración


terapéutica.

Therapeutic communication as relationship

The process of communication is critical to understanding the therapeutic


relationship and its potential effects. Much has been written on this topic, but most existing
treatments are based on an individualist paradigm of communication as inter-subjectivity.
Given major problems inhering in this paradigm, the present paper presents the contours
of a relational theory of meaning generation. On this account, meaning does not reside in
the private minds of individuals, but in the continuously unfolding process of collaboration.
With this view in focus, inquiry is made into a range of implications for therapeutic
practice.

Key words: therapeutic communication - social construction - therapeutic collaboration.

La comunidad terapéutica hereda una estimable tradición de pensamiento acerca de


la naturaleza de la comunicación. Desde la época en que Freud expuso la lógica de
interpretar el inconsciente, pasando por el trabajo fundacional de Watzlawick, Beavin y
Jackson (1967) y las preocupaciones más contemporáneas sobre la estructura lingüística del
inconsciente (Lacan, 1966), ha sido vital el desafío de comprender la comunicación
terapéutica. Este desafío no es simplemente una sutileza teórica –un ejercicio académico
con pocas consecuencias; por el contrario, las concepciones de la comunicación terapéutica
están en el centro de la práctica. Nuestros supuestos sobre la comunicación –ya sean
rudimentarios o conceptualmente ricos–, informan y se insinúan en todas las prácticas
terapéuticas.
Consideremos al cliente que se queja de su falta de deseo sexual. Es probable que
un consejero de pareja trate estas palabras como una representación precisa de la realidad e
intente proponer un programa de apoyo. Un psicoanalista, en cambio, quizás no tenga en

*
Sistemas Familiares, 21 (1-2), 2005. Traducción de Susana Tesone.
**
Professor of Psychology, Swarthmore College, Swarthmore, PA 19081, USA. E-mail:
kgergen1@swarthmore.edu
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cuenta el relato de su vida que expresa el cliente y utilice sus palabras como mensajes de un
mundo entre bastidores, específicamente el territorio de lo inconsciente. Sin embargo, para
el terapeuta constructivista las mismas palabras no son descripciones del mundo real ni
manifestaciones de deseos reprimidos sino indicadores del mundo desde la perspectiva del
cliente; este terapeuta puede, así, formular preguntas encuadradas en la lógica de esta
perspectiva, sus posibles distorsiones y otras similares. Y el terapeuta familiar
estructuralista, puede no comprender las palabras del cliente de ninguna de estas formas,
sino como indicaciones de la configuración de las relaciones familiares. En este caso, el
terapeuta podría abordar las maneras en que la falta de deseo expresada está relacionada
con las acciones de otros miembros de la familia. Cada suposición sobre la naturaleza del
lenguaje y el proceso de la comunicación da lugar a una posicionamiento terapéutico
diferente.
A continuación consideraré primero algunos de los principales supuestos que
subyacen en la mayor parte de las prácticas terapéuticas desarrolladas hasta ahora. Aunque
hay mucho por decir en nombre de estos supuestos, en cada caso deseo resaltar los
principales puntos débiles. Mientras nuestra herencia conceptual es rica, nuestros supuestos
tradicionales sobre la comunicación terapéutica ocluyen nuestra visión y levantan barreras
más allá de las cuales nuestras prácticas no pueden avanzar. Comenzaré a desplegar los
rudimentos de una concepción relacional de la comunicación. En esta descripción
encontramos una dramática disyunción con el pasado, al considerar un giro hacia el proceso
colaborativo y no el individual como originador de la comunicación. Finalmente deseo
considerar algunas implicancias específicas de una visión relacional para la práctica
terapéutica. En tanto exploramos una nueva visión del proceso de la comunicación,
generamos nuevas sensibilidades y abrimos nuevas opciones.

Las tradiciones en problemas

La mayor parte del pensamiento disponible sobre la comunicación terapéutica se


aloja en antiguos supuestos occidentales sobre las mentes individuales, y el uso del lenguaje
como dispositivo portador de la verdad y como un aparente medio de expresar el proceso
mental (significado, intención). Al mismo tiempo, esta tradición es crecientemente críticada
hoy –tanto por los terapeutas que intentan ponerla en acción como por los estudiosos que
exploran su estructura conceptual. Consideraremos brevemente varios supuestos
tradicionales y los problemas críticos que crean:

El supuesto realista

Una de las visiones del lenguaje más ampliamente compartidas está basada en el
supuesto de que las palabras son (o pueden ser) reflejos de lo real. Esto es, el lenguaje
puede (y debería) funcionar proveyendo de registros precisos de aquello que se trata. Ésta
es la visión heredada por la mayor parte de las ciencias, de la cual parten para reemplazar
las creencias falsas, falaces o supersticiosas, con la verdad y las versiones precisas del
mundo. Para muchos terapeutas también es esencial distinguir entre las versiones del
cliente precisas, realistas y verdaderas, vs. las distorsionadas o fantasiosas (ver, por
ejemplo, Spence, 1982). El supuesto realista es también central a quienes intentan
desarrollar categorías diagnósticas y mediciones de la patología. En la vida diaria esta
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visión presta soporte a la distinción entre hechos objetivos y opiniones subjetivas, y peso
moral a las demandas de que la gente “diga la verdad”.
Hay mucho para decir sobre la importancia de esta tradición en la vida científica y
cultural. Sin embargo, como lo aclara un rico cuerpo de escritos construccionistas (Gergen,
1994; Latour y Woolgar, 1979; Potter, 1996) el supuesto realista es profundamente
imperfecto. No existe una relación privilegiada entre un lenguaje dado y el estado de las
cosas; no hay un arreglo particular de palabras y frases que esté hecho exactamente a
medida del “mundo como es”. Por el contrario, las formas en que describimos y explicamos
el mundo y el self tienen su origen en las relaciones –amistades, familias, comunidades,
disciplinas de estudio y otras tradiciones. Dentro de estas relaciones puede haber realidades
indiscutibles –un “infarto de miocardio” en medicina, un “triple” en basket-ball, etcétera.
Dentro de los sobreentendidos de una comunidad, el lenguaje puede funcionar como una
imagen y uno puede decir una falsedad. Sin embargo, la precisión de la versión que uno da
depende únicamente de las prácticas comunitarias. En este sentido, decir una mentira no es
representar una vision distorsionada del mundo, sino violar una tradición comunitaria.

El supuesto subjetivista

Junto a este supuesto realista frecuentemente hay una antigua segunda visión. Como
se dice comúnmente, cada uno de nosotros existe en nuestros propios mundos privados de
experiencia como una mente separada reflexionando sobre la naturaleza –un estado de
subjetividad que refleja de diferentes formas las condiciones del mundo objetivo. Es por
esto que las palabras que pronunciamos se sostienen como expresiones externas del mundo
interno, de la mente subjetiva que se manifiesta. Esta visión juega un rol fundamental en la
ciencia cuando se considera que las palabras del científico reflejan su experiencia del
mundo y se demanda que las observaciones sean compartidas para asegurar el acuerdo
entre las subjetividades (“objetividad” como “subjetividad” compartida). El supuesto es
crucial para la mayor parte de la terapia del siglo pasado, salvando quizás los métodos
conductistas radicales de los '50-'60. En casi todos los casos escuchamos el lenguaje del
cliente como una expresión externa de la experiencia privada (o, en el caso freudiano, como
aquella que subyace a la experiencia consciente a la que da forma). Y, en las relaciones
cotidianas, el supuesto es un rasgo común cuando hablamos de las dificultades para conocer
qué quieren decir otros a través de sus palabras o cómo “sienten realmente”. La intimidad,
creemos, es un reflejo de la cercanía de dos subjetividades de otro modo independientes.
Sólo me referiré brevemente a los problemas de la subjetividad. Dos de esos
problemas son de enfoque, el primero conceptual y el segundo ideológico. En el nivel
conceptual es importante notar que nadie ha podido todavía dar cuenta de modo defendible
de la manera en que las palabras de una persona nos dan acceso a su mundo interno. Dadas
las expresiones de otro, no tenemos manera de saber qué dicen sobre el estado subjetivo de
quien habla. Los teóricos hermenéuticos, preocupados por cómo es que podemos entender
con precisión las intenciones que hay detrás de las palabras de la Biblia o los escritos
sagrados, se han preocupado desde hace casi tres siglos por el “acceso interno”. Nunca ha
habido una respuesta satisfactoria a esta pregunta. En el importantísimo trabajo de Hans
Georg Gadamer (1975) el énfasis mayor se traslada al “horizonte de comprensión” que el
lector aporta inevitablemente al texto. Como razonó Gadamer, todas las lecturas deben
partir necesariamente de esta estructura previa de interpretación –aquello que el lector
presume sobre el mundo, la escritura, el autor, etcétera. Y la lectura debe tener lugar
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inevitablemente desde ese horizonte. Prácticamente la misma conclusión es alcanzada por


un conjunto de teóricos que trabajan en el área de los estudios literarios interesándose en la
“respuesta del lector”. Como ha planteado Stanley Fish (1980), cada lector es miembro de
alguna comunidad interpretativa, una red de personas que comprende el mundo de ciertas
maneras. Y cualquiera sea la interpretación del texto que se haga, se apoyará
inevitablemente en esas comprensiones. En efecto, el lector nunca hace una conexión
fehaciente con la subjetividad del escritor; no se puede escapar del punto de vista que cada
uno aporta a la interpretación.
La deprimente conclusión de esta línea de crítica es que nunca logramos acceder a la
subjetividad del otro; ¡nunca nos comprendemos! Luego retomaremos este problema. Sin
embargo, hay una segunda línea de ataque en el supuesto de la subjetividad que concierne a
los mundos que creamos cuando objetivamos el mundo interno del cliente. Otorgando una
importancia fundamental a la subjetividad individual damos soporte a una ideología
individualista, una ideología que muchos consideran que va en detrimento de nuestros
futuros culturales. Reiterando algunas de las críticas más tempranas, cuando sostenemos la
subjetividad individual como ingrediente esencial de la humanidad, al mismo tiempo
construimos un mundo de individuos fundamentalmente aislados, cada uno encerrado en su
propio mundo privado. Finalmente, con lo único que podemos contar es con nosotros
mismos. Los otros son ajenos por naturaleza y, dado que bajo tales condiciones la búsqueda
de sí mismo es la única opción obvia, los otros pueden ser vistos ciertamente como
enemigos potenciales. Cuando la subjetividad individual como cualidad tiene preeminencia,
todas las formas de relación –matrimonio, amistad, familia, comunidad– son
necesariamente artificiales y secundarias. Si este tipo de ideología conserva su penetración
sobre la vida cultural, el futuro parece sombrío. Existimos en un estado de todos contra
todos. En efecto, el supuesto subjetivista es socialmente corrosivo.

El supuesto estratégico

Hay un tercer supuesto problemático con respecto a la comunicación, sostenido con


frecuencia por los terapeutas en particular. A menudo se sostiene que la comunicación
opera como el medio más importante por el que los individuos influyen mutuamente sus
acciones. Más específicamente, se razona, cada uno de nosotros usa el lenguaje para
alcanzar sus objetivos, satisfacer sus deseos, etcétera. Debido a las complejidades de la vida
diaria, debemos considerar racionalmente qué podemos decir, cuándo, dónde y a quién. El
lenguaje funciona típicamente como un implemento estratégico a través del cual
alcanzamos nuestras metas. Es en este sentido que el/a terapeuta puede seleccionar sus
palabras cuidadosamente, insertarlas en la conversación en la coyuntura apropiada a fin de
producir cambios en el cliente o en el patrón de las relaciones familiares.
A la luz de la discusión precedente, los problemas del supuesto estratégico requieren
una breve atención. Para empezar, la posición se apropia fuertemente de la tradición
subjetivista – “deseo y planeo, y por lo tanto hablo”. En este sentido, el supuesto estratégico
sufre los mismos enigmas conceptuales y los mismos defectos que acabamos de plantear.
Los objetivos privados son preeminentes; los otros se tornan secundarios, meras utilidades
al servicio del self. La crítica se intensifica cuando analizamos las implicancias del supuesto
estratégico. Cuando entendemos que la comunicación sirve primariamente a fines privados,
las relaciones humanas se transforman en un mar de manipulación. Cuando vemos la
comunicación de este modo, los actos de confianza parecen ingenuos, el compromiso un
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signo de debilidad y la prosecución de los derechos humanos poco más que una
estratagema política. Aun la propia credibilidad del/a terapeuta se socava porque se torna
sospechoso el motivo subyacente en su comunicación con el cliente. Puede ser
considerado/a un/a gran manipulador/a y los clientes pueden llegar a verse a sí mismos
como meras marionetas. Una orientación estratégica puede ser fragmentadora.

La comunicación como una acción coordinada

Desde mi perspectiva, en amplios sectores de la comunidad terapéutica está


teniendo lugar una transformación significativa. Hay un amplio descontento con las
tradiciones que suponen la existencia de un inconsciente, de la enfermedad mental, de
problemas específicamente individuales y el supuesto de valor del conocimiento neutral.
Numerosos terapeutas están consternados por la estandarización de las técnicas
terapéuticas, los manuales diagnósticos y los modelos mecánicos del funcionamiento
individual o familiar. Numerosos terapeutas también desean fuertemente abandonar las
orientaciones realistas y estratégicas sobre la comunicación y dudan acerca de la
concepción de la mente como fuente de la acción humana. Crece la preocupación por la
importancia de la construcción comunal del significado, la naturaleza construida de la
realidad, los procesos co-constructivos en terapia, y el carácter cultural y político de la
práctica terapéutica. Cuestiones relacionadas con la narrativa, la metáfora, la definición y
disolución de problemas, y las realidades múltiples son tópicos de una animada discusión.
En efecto, en muchos ámbitos terapéuticos ya se ha extendido una sensibilidad
construccionista.
La pregunta que debemos hacernos ahora es si se puede arribar a una concepción
alternativa de la comunicación humana, una que sea más catalítica y a la vez congenie con
dicho movimiento. ¿Puede tal concepción evitar la repetición de los problemas inherentes a
las anteriores tradiciones? Mi creencia es que realmente puede delinearse una nueva visión
de la comunicación humana desde los diálogos construccionistas señalados previamente, no
solamente tal como tienen lugar dentro de los círculos terapéuticos sino también como se
han desarrollado en los dominios vecinos de la etnometodología, la historia de la ciencia, la
sociología de la psicología discursiva del conocimiento, la teoría literaria y la teoría de la
comunicación. En cada uno de estos casos hay una fuerte tendencia a ubicar el centro del
significado dentro del propio proceso de interacción. Es decir, el agente individual es des-
enfatizado como la fuente de significado; la atención se desplaza desde el adentro hacia el
entre.
Aunque el reconocimiento del carácter de construcción conjunta del significado se
ha expandido crecientemente, aún no hay un registro comprehensivo de cómo ocurre tal
proceso. Si aceptamos tal orientación, ¿cuáles son las implicaciones para la acción?, ¿qué
nuevos recursos conceptuales pueden movilizarse?, ¿qué nuevas preguntas pueden
formularse? A efectos de avanzar el diálogo, a continuación realizaré una incursión
preliminar en estos dominios. Ofrezco una serie de proposiciones rudimentarias que ubican
directamente el significado dentro de la matriz relacional:

– Las expresiones individuales no poseen ningún significado en sí mismas. Nos


cruzamos en la calle. Yo sonrío y digo, “Hola Ana”. Tú pasas sin oírme. Bajo tales
condiciones, ¿qué he dicho? Para estar seguro, pronuncié dos palabras. Sin embargo, por la
diferencia que hace pude haber elegido dos sílabas sin sentido. Tú pasas y yo digo “Umlot
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nigen...” Tú no escuchas nada. Cuando fracasas de todos modos en reconocerme, todas las
palabras se tornan equivalentes. En un sentido importante, nada ha sido dicho. Yo solo no
puedo poseer significado. La potencialidad del significado se concreta, cobra sentido a
través de la acción suplementaria.

– Las elocuciones aisladas comienzan a adquirir significado cuando otro (u otros) se


coordinan a sí mismos con la expresión, es decir, cuando agregan alguna forma de acción
suplementaria (ya sea lingüística o de otro tipo). Efectivamente, saludé a Ana solamente en
virtud de su respuesta. “Oh, hola, buen día ...” me trae a la vida como alguien que ha
saludado. Los suplementos pueden ser muy simples, tan simples como un gesto afirmativo
de que realmente has dicho algo significativo. Puede tomar la forma de una acción, por
ejemplo, cambiando la línea de la mirada al oír la palabra, “¡mira!” O puede extender la
expresión de algún modo, como en “Sí, pero también pienso que...” Encontramos entonces
que comunicar de ningún modo es tener garantizado por otros un privilegio de significado.
Si los otros no consideran nuestras expresiones como comunicación, si fallan en
coordinarse a sí mismos alrededor de la oferta, uno queda reducido al sin sentido.
Para combinar estas dos primeras proposiciones, vemos que el significado no reside
en lo individual sino sólo en la relación. Acto y suplemento deben estar coordinados para
que ocurra el significado. Como un apretón de manos, un beso, o un tango, las acciones del
individuo por sí solas son vacías. La comunicación es inherentemente colaborativa. Vemos
así que ninguna de las palabras que forman nuestro vocabulario tiene significado en sí
misma. Su capacidad de significado está concedida en virtud de cómo se coordinan con
otras palabras y acciones. Realmente, todo nuestro vocabulario sobre el individuo –quién
piensa, siente, quiere, desea, etcétera– sólo adquiere significado por medio de las
actividades coordinadas entre las personas. Así, su nacimiento del “mí mismo” descansa en
la relación.

– La acción suplementaria es por sí candidata al significado. Cualquier suplemento


funciona dos veces, primero otorgando significado a lo precedente y segundo como una
acción que también requiere suplementación. En efecto, el significado que concede
permanece en suspenso hasta que él sea también suplementado. Consideremos una cliente
que habla de su profunda depresión; siente que no es capaz de lidiar con un marido agresivo
y una situación laboral intolerable. El/la terapeuta puede tomar el significado de este relato
como una expresión de depresión y responder: “Sí, entiendo por qué puede sentirse así;
dígame un poco más sobre su relación con su marido”. Sin embargo, este suplemento
también permanece vacío de significado hasta que la cliente proporcione el suplemento. Si
la cliente ignorase la declaración, y, por ejemplo, continuara hablando sobre su éxito como
madre, denegaría significación a las palabras del/a terapeuta. Más ampliamente, podríamos
decir que en la vida diaria no hay actos en sí mismos, esto es, acciones que no sean
simultáneamente suplementos de lo precedente. Lo que sea que hagamos o digamos tiene
lugar dentro de un contexto temporal que da significado a aquello que lo ha precedido,
mientras constituye simultáneamente una invitación para una próxima suplementación.

– Los actos crean la posibilidad para el significado pero simultáneamente


constriñen su potencialidad. Si dicto una conferencia sobre teoría psicoanalítica, carecería
de significado sin una audiencia que escuche, delibere, afirme, o cuestione cuanto he dicho.
En este sentido, todo hablante tiene una deuda de gratitud para con su audiencia; sin su
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participación el orador no existe. Al mismo tiempo, mi conferencia crea para la audiencia


una verdadera posibilidad de conceder significado. Mientras la audiencia me crea como
alguien relevante, yo le otorgo simultáneamente la capacidad de crear. La audiencia no
tiene existencia hasta que hay una acción que la invita a ser.
Aún es importante notar que, en la práctica, las acciones también establecen límites
a la suplementación. Si yo hablo sobre Freud, como miembro de la audiencia, usted no
puede suplementar de cualquier forma que desee. Me puede hacer una pregunta sobre la
teoría de las relaciones de objeto, pero no sobre astrofísica; puede formular comentarios
sobre el concepto de represión, pero no sobre el sabor de los rabanitos. Tales límites existen
porque mi conferencia ya está asentada dentro de una tradición de acto y suplemento. Se le
ha concedido significado como una “conferencia sobre Freud”, en virtud de las
generaciones previas de otorgadores de significado. En este sentido, las acciones contenidas
dentro de las relaciones tienen un potencial prefigurativo. El uso histórico les permite
invitar o sugerir ciertos suplementos como opuestos a otros –porque sólo estos suplementos
se consideran sensatos o significativos dentro de una tradición. Por eso, cuando hablamos
con otro, también comenzamos a establecer límites sobre el ser de cada uno; permanecer en
la conversación no es sólo respetar una tradición, sino también acceder a ser una clase de
persona como opuesta a otra. Si usted me dice que no he sido un buen amigo, escasamente
podré reconocerlo a menos que le pregunte por qué siente eso y qué he hecho. Su
comentario constriñe mis potenciales.

– Los suplementos funcionan tanto para crear como para constreñir el significado. Como
hemos visto, los suplementos “actúan retroactivamente” de un modo que crean significado
a lo precedente. En este sentido, los significados del hablante –su identidad, personalidad,
intención y similares– no son libres para “ser aquello que son”, sino constreñidos por el
acto de suplementación. La suplementación opera entonces posfigurativamente para crear
al hablante como significando esto como opuesto a eso. A partir del enorme rango de
posibilidades, el suplemento direcciona y estrecha temporariamente las posibilidades de ser.
Entonces, por ejemplo, para un terapeuta, indagar sobre la depresión de un cliente es
establecer una forma de constricción. Si el/a cliente permanece sensibilizado/a, puede
rápidamente pasar a estar deprimido/a. Una pregunta terapéutica puede albergar
implicancias para una trayectoria de vida completa.

– Si bien los actos/suplementos constriñen, no determinan. Como propuse, nuestras


palabras y acciones funcionan para constreñir las palabras y acciones de los otros, y
viceversa. Si vamos a permanecer inteligibles dentro de nuestra cultura, debemos actuar
necesariamente dentro de estos límites. Dichas constricciones tienen sus orígenes en una
historia de coordinaciones precedentes. A medida que las personas coordinan acciones y
suplementos, y llegan a depender de ellos en la vida cotidiana, generan esencialmente un
modo de vida. Si suficientes personas se unen en estas actividades coordinadas a lo largo de
un extenso período, podemos hablar de una tradición cultural. Sin embargo, es importante
subrayar que nuestras palabras y acciones funcionan sólo como limitantes, y no como
determinantes. Esto es así por dos importantes razones. La primera es que las condiciones
bajo las cuales intentamos coordinar nuestras acciones rara vez son constantes.
Permanentemente enfrentamos el desafío de importar viejas palabras y acciones en
situaciones nuevas. A medida que lo hacemos, tales palabras y acciones adquieren nuevas
posibilidades de significado. Por ejemplo, usted visita una granja y le señala a su hijo,
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“mira... eso es un pollo”. La palabra “pollo” obtiene entonces su significado del modo en
que está asentada en esta configuración de eventos. Más tarde ese día, la esposa del
granjero se acerca a la mesa con una gran fuente, y anuncia “esta noche comemos pollo”.
Ahora la palabra utilizada en referencia al animal vivo y cloqueando se refiere a trozos de
carne cocida. Del mismo modo, a medida que se desarrollen nuevas situaciones, la misma
palabra adquirirá otras potencialidades de significación. Más formalmente, decimos que
todas las palabras son polisémicas; pueden ser usadas en muchas formas diferentes.
La segunda razón importante para nuestra relativa libertad de acción reside en que la
construcción de significado es siempre local. Es decir, la coordinación está siempre situada
en el aquí y ahora, en condiciones momentáneas y efímeras –en la cocina, la sala de
reuniones, la mina, la prisión, etcétera. Estos esfuerzos locales para coordinar dan lugar a
pautas locales de habla y acción –el lenguaje callejero, la jerga académica, la charla del
bebé, la del jazz, la de un contrato y tantas otras. Y, dado que quienes entran en tales
coordinaciones pueden proceder de tradiciones culturales diferentes, siempre se producen
nuevas combinaciones. En efecto, heredamos una enorme mezcolanza de acciones
potencialmente inteligibles –cada una proveniente de una forma de vida diferente– y el
repositorio está en continuo movimiento. Nuestras acciones pueden ser invitadas por la
historia, pero no son requeridas. En este sentido, podemos realmente “caminar sobre
nuestras sombras” y, para funcionar adecuadamente en circunstancias en constante cambio,
siempre serán necesarias combinaciones creativas. Dado que hablamos juntos ahora
tenemos la capacidad de crear nuevos futuros.

– Las tradiciones de coordinación proporcionan las principales potencialidades de


significado, pero no circunscriben. Para expandir una línea de razonamiento precedente, es
importante reconocer que las palabras y acciones sobre las cuales nos apoyamos para
generar juntos significado son en gran medida derivadas del pasado. Si yo me aproximara a
usted y comenzara a pronunciar una serie de vocales, “ahhh, ehhh, ooooo, uuuu...”, usted
seguramente se quedaría perplejo; tal vez intentara irse, como si yo pudiera resultar
peligroso. Esto es así porque esta expresión no tiene sentido o, para decirlo de otro modo,
no es una propuesta reconocible para tener algún significado en las tradiciones occidentales
de coordinación. Del mismo modo, si comenzamos a bailar y usted de pronto se pone de
cuclillas y mira fijamente al suelo, yo seguramente no continuaría bailando. Sus acciones
no son parte de ninguna secuencia de coordinación con la que yo esté familiarizado.
Nuestra capacidad de construir significado juntos hoy se apoya entonces en una historia, a
menudo una historia que abarca siglos. Debemos a las tradiciones de coordinación nuestras
capacidades para enamorarnos, manifestar por una justa causa o disfrutar del desarrollo de
nuestros hijos.
Esto no quiere decir que no haya lugar para nuevas palabras y acciones. Realmente,
en el siglo pasado hemos presenciado una explosión de nuevos términos en el vocabulario,
actividades deportivas, pasos de baile, etcétera. Porque no estamos determinados por el
pasado, somos libres de jugar, violar expectativas, explorar lo extravagante. Y, cuando
confrontamos la nueva palabra o acto, podemos con esfuerzo introducirla en el significado.
Para retornar a nuestra danza, yo bien puedo parar de bailar cuando usted se agacha. Sin
embargo, si yo entendiera que usted está jugando, invitando, desafiando, haría lo mejor
para encontrar una forma de coordinar con usted. Tal vez, yo también me agacharía, y
comenzaría a balancearme en su dirección... Así, un adolescente que se viste “raro” para ir
al colegio puede dar lugar a una moda pasajera. Y los terapeutas que creen que la “ensalada
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de palabras” esquizofrénica es significativa hallarán modos de dar significado a esas


expresiones.

– El pensamiento y el sentimiento consisten en acciones públicas, derivadas de


patrones de coordinación, pero llevadas a cabo en forma privada. Como planteé
anteriormente, sí parecemos experimentar lo que podríamos denominar “significado
privado”. Si un amigo íntimo expresa enojo hacia nosotros, podemos quedar en silencio,
incapaces de responder. Sin embargo, esto no significa que la palabra no tenga significado
para nosotros. Una docena de respuestas puede zumbar en nuestra cabeza; nos montamos
en una montaña rusa emocional. Permítasenos no negar el significado de tal evento. Sin
embargo, la existencia de respuestas no habladas no significa simultáneamente una
reafirmación del supuesto de la subjetividad, la visión de que el significado se origina en las
mentes privadas y es expresado aparentemente en palabras. Debemos evitar los problemas
inherentes a la visión de que dentro nuestro hay un agente interno que puede elevarse por
sobre el significado cultural, que posee la capacidad de generar un significado previo a
alguna inmersión en un mundo relacional.
Permítasenos, entonces, reconstruir el significado de la subjetividad –el “mundo
interno”. Considere que usted ha aceptado tomar parte en una representación y debe
memorizar sus líneas antes del ensayo de la noche. Con el guión ante usted, dice sus líneas;
cuando ya le son familiares pone el libro a un costado y las dice con más soltura, quizás con
una risa o un grito. Decide tomar una ducha y mientras se baña trata de recordar las líneas
en silencio. Durante el ensayo silencioso recorre una línea inteligente y una sonrisa cruza su
rostro. Usted “siente” el regocijo. Vemos aquí que la distinción entre mundo interno y
externo se rompe. Aquello que tiene lugar internamente es esencialmente una acción en el
mundo externo, sólo que llevada a cabo sin la expresión total. La actividad interna es
efectivamente una forma reducida de construir sentido en nuestras relaciones comunes.
Como lo señalan algunos estudiosos, el pensamiento es una forma de conversación interna
–un acto público simplemente llevado a cabo en privado.
Casi del mismo modo, podemos reconfigurar útilmente el concepto de intención.
Por lo común decimos que nuestras intenciones dan origen a nuestras acciones. Por
ejemplo, nos decimos “debo disculparme” y luego procedemos a hacerlo. Para estar seguro,
la disculpa puede no estar definida de este modo por los otros; en este sentido necesito que
ellos la construyan como disculpa. Sin embargo, desde mi perspectiva, yo sabía qué hacía
en ese momento y ese conocimiento precedió a la suplementación. Estos eventos comunes
son usados con frecuencia para apoyar el supuesto del agenciamiento consciente: yo elijo
mis acciones; intento ciertos significados y no otros. Este concepto de un agenciamiento
libre, interno, que dirige el tráfico de nuestras palabras y acciones tiene una larga tradición,
y mucho apoyo contemporáneo desde los teóricos del humanismo. Sin embargo, a pesar de
su atractivo (“soy el dios de mi acción...”), el concepto ha tenido poco éxito tanto filosófica
como ideológicamente. El notorio problema de la libre voluntad por una parte y las
políticas de narcisismo por la otra, son sólo dos de las cuestiones implicadas. ¿Cómo
podemos sostener la concepción de la intención consciente sin caer en estas trampas
tradicionales?
Encontramos una respuesta promisoria expandiendo la visión del pensamiento y el
sentimiento como la recirculación privada de la vida pública. Si soy un actor que hace lo
que llamamos, “representar el personaje de Hamlet”, puedo fácilmente decirle a alguien que
“esta noche interpreto a Hamlet”. La vida pública me provee entonces de un patrón de
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acción y una construcción aceptable de esa acción. Eso me permite decirles a los otros “esto
es lo que haré”. Por supuesto, también puedo decirme esto a mí mismo, como en:
“Hmmm... La verdad es que no debería tomar este trago... Interpretaré a Hamlet esta
noche”. Estas construcciones privadas –resultantes de mi participación en la vida pública–
son lo que podríamos denominar intenciones. Ellas no dirigen la acción, más bien comentan
sobre su ocurrencia. De esta forma puedo decir: “Mi propósito al hacer ese comentario fue
dar una disculpa...” Puedo decirlo con completa seguridad porque mi inmersión en la vida
pública me da la base para saber que las palabras que pronuncié están definidas
comúnmente como una disculpa. Del mismo modo, podemos decir “él intentó cometer el
asesinato”, no porque hacemos insight en su estado de conciencia, sino porque su
experiencia en la vida cultural le proveyó de esta construcción del acto en cuestión.

– Los significados están sujetos a una reconstitución continua mediante las


posibilidades de expansión de la suplementación. A la luz de lo anterior, hallamos que no
puede anticiparse qué significa una expresión. Ninguna discusión, análisis de discurso,
análisis de conversación u otro intento de determinar qué se ha dicho, puede ser
determinante. El significado de cualquier expresión es un logro temporal, nacido del
momento colaborativo. Más aun, como las relaciones continúan en el tiempo, aquello que
se significó está sujeto a una alteración continua a través del campo en expansión de la
acción/suplementos. Sarah y Robert pueden reconocerse riendo juntos con frecuencia –
afirmándose recíprocamente como personas con humor– hasta que Robert anuncia que la
risa de Sarah es “artificial y forzada”, justamente ante el intento de ella de presentarse como
una “persona fácil de complacer” (en cuyo caso las definiciones de las acciones previas
podrían alterarse). O Sarah podría decir, “esto es muy lindo, Robert, pero en realidad eres
un hombre superficial; no nos comunicamos para nada” (reduciendo entonces a banalidad
el humor de Robert). Al mismo tiempo, estos últimos movimientos dentro de la secuencia
en curso están sujetos a siguientes reconstituciones. (En respuesta a la acusación de Robert
de ser artificial, Sarah responde: “¿Robert, estás preocupado otra vez por tu trabajo? ¿Qué
te está molestando?”) O Robert responde a la adscripción de superficialidad de Sarah: “Ya
veo... Sólo dices eso, Sarah, porque encuentras a Bill muy atractivo”. Tales instancias de
alteración también pueden estar muy lejos del propio intercambio (por ejemplo, una pareja
en proceso de divorcio que redefine retrospectivamente toda su trayectoria matrimonial) y
están sujetas a continuo cambio a través de la interacción con y entre otros (amigos,
parientes, terapeutas, medios de comunicación, etcétera).
En resumen, encontramos que el foco exclusivo en la relación cara-a-cara es
demasiado estrecho. Porque el “construyo sentido” no está bajo mi control, ni está
determinado por usted, ni por el proceso diádico en el que el significado lucha por la
realización. Al principio, derivamos en gran medida nuestro potencial por potencial para la
coordinación de nuestra inmersión previa en un rango de otras relaciones. Arribamos a la
relación como extensiones del pasado. Y, a medida que se despliega la relación presente,
sirve para reformar el significado del pasado. A su vez, estos intercambios pueden ser
suplementados y transformados en el futuro. En efecto, la comunicación significativa en
una relación dada depende en última instancia de una serie extendida de relaciones, no
solamente “aquí, ahora”, sino cómo es que usted y yo estamos relacionados con diversas
personas, y ellas a su vez a otras –y finalmente, podríamos decir, a las condiciones
relacionales de la sociedad como un todo. De este modo, todos estamos
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interdependientemente ligados –sin capacidad para significar algo, de poseer un “yo”–


excepto por la existencia de un extendido mundo de relación.

La terapia como acción colaborativa

Aquí se desarrolla un modo particular de entender el proceso de la comunicación,


desde el cual emerge, se sostiene y se transforma el significado. Esta perspectiva evita
ciertos riesgos de otras más tradicionales y, simultáneamente, da cuenta de algunas
potencialidades del razonamiento construccionista. Es importante señalar que no estoy
diciendo que “ahora conocemos la verdadera naturaleza de la comunicación”. Más bien,
esta perspectiva se ofrece desde el espíritu del propio construccionismo social: es
simplemente una forma alternativa de hacer inteligible la comunicación. La pregunta no es
si revela la “realidad de la comunicación” sino ¿qué sigue a tal explicación? ¿De qué forma
dicha comprensión altera cualquiera de nuestras prácticas y si tales alteraciones serían útiles
para el emprendimiento terapéutico? Por supuesto, tales preguntas no pueden ser
respondidas todas de una vez. Hay numerosas implicaciones, tanto grandes como pequeñas,
y se necesita un diálogo más profundo para vislumbrar potencialidades y problemas.
Algunas implicaciones de esta descripción colaborativa ya están bien integradas en la
práctica (ver por ejemplo, White y Epson, 1990; Anderson, 1997; de Shazer, 1991;
McNamee y Gergen, 1992). Otras probarán ser demasiado radicales para una aplicación
contemporánea. Sin embargo, para abrir la discusión sobre la comunicación terapéutica
como acción colaborativa, propongo los nueve puntos siguientes:

1. No hay angustia mental o enfermedad en sí misma

Dado que ninguna expresión humana ingresa al significado excepto a través de los
suplementos de los otros, no hay sufrimiento ni enfermedad mental previos a la
colaboración. Para ser más preciso, yo puedo “sentirme deprimido” o encontrar un
“esquizofrénico obvio”. Pero el hecho de que me siento deprimido ya está preparado por
una inmersión previa en una cultura en la cual circulan ciertos significados (antes del siglo
XX yo no podía “sentirme deprimido”, porque la inteligibilidad de la depresión sólo
emergió en este siglo). De la misma forma “vemos esquizofrénicos”, porque participamos
en una cultura que colabora para crear el significado de “enfermedad mental”. Sin embargo,
por ahora es importante hacer hincapié en las responsabilidades del terapeuta para crear y/o
sostener la vigencia de las nociones de angustia y enfermedad dentro de la relación
terapéutica. El terapeuta funciona como un colaborador principal en la generación de
significado; que el cliente esté angustiado o enfermo, lleno de recursos o resiliente, depende
fuertemente del continuo proceso colaborativo.

2. No hay tratamiento terapéutico en sí mismo

Si el terapeuta asume la responsabilidad por la manera en que los clientes llegan a


comprenderse a sí mismos, a sus sentimientos, sus relaciones, etcétera, esto no implica
decir que es omnipotente en sus efectos. Porque sus suplementos también son acciones en
sí mismas/ y, en este sentido, no adquieren significado hasta que son suplementadas por el
cliente. Para explicarlo mejor, no hay “tratamiento terapéutico” en sí mismo; las acciones
que podemos describir normalmente como “tratamiento terapéutico” no llegan a serlo hasta
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que los clientes no deseen colaborar con esa visión. Quienes trabajan en hospitales mentales
saben esto muy bien. Con frecuencia sus honestos intentos de ayudar a los pacientes
cosechan ira y resentimiento. Un buen tratamiento desde la perspectiva del profesional es
manipulación y control desde la del paciente. Debemos preguntarnos, entonces, si no
deberíamos reconsiderar qué como profesionales denominamos “buen tratamiento”. Si el
concepto de “buen tratamiento” no se genera colaborativamente, serán poco probables los
resultados positivos.

3. La comprensión terapéutica es una forma de acción colaborativa

Heredamos una visión psicológica de la comprensión interpersonal. Como decimos,


la comprensión ocurre cuando las subjetividades están ligadas o se reflejan recíprocamente
con precisión. Más arriba señalamos importantes deficiencias en esta visión. Como se
argumentó, si la comprensión fuese materia de sincronía intersubjetiva nunca nos
entenderíamos unos a otros. Sin embargo, sí creemos que la comprensión ocurre y estamos
seguros cuando otro nos malinterpreta. ¿Cómo podemos dar cuenta de esta comprensión
desde una visión colaborativa?
En este punto es útil entender la comprensión no como una actividad mental, sino
como una forma particular de suplementación. Ser “comprensivo” es coordinar las propias
acciones con las de otro; es ser una cierta clase de persona en relación con el otro. Es una
coordinación de palabras, miradas, posturas, etcétera, con las acciones del otro. Quizás, la
principal forma de acción sea la definida por el término metonimia. Formalmente,
metonimia es un término de la semiótica referido al uso de una sola palabra o frase para
significar el todo. Por ejemplo, la bandera de Francia se usa a veces para representar a la
nación como un todo o una corona es exhibida como símbolo de la reina de Inglaterra. En
un importante sentido, nuestras acciones pueden también transportar reflejos metonímicos
de cada uno. Si usted me habla con humor sobre un incidente y yo respondo con una amplia
sonrisa, estoy tomando una parte de usted. Mi sonrisa es un pequeño símbolo suyo,
expresado ahora por mí. Si otro habla de su angustia, quien escucha “comprende” cuando
parte de esa angustia es luego incorporada en su respuesta. Si quien escucha sólo mira
fijamente por la ventana durante el relato de la tristeza, quien habla puede decir
justificadamente: “Tú no me entiendes, ¿no?” En este caso uno no atisba dentro de la mente
del otro; sólo hay acción coordinada.

4. El cambio terapéutico deriva de la acción colaborativa

¿Qué cambia realmente a través de la terapia? Congruente con su base


individualista, esta pregunta se responde por lo general en términos de la psique individual.
A través de la remoción o represión, de un proceso de catarsis, una obtención del insight, el
aumento de la autoestima o la alteración de los esquemas cognitivos, como se suele
razonar, el cambio se produce a largo plazo. Desde la presente perspectiva el paisaje se
altera dramáticamente. La condición psicológica no es el centro de preocupación sino la
existencia relacional. El individuo llega a la terapia como un miembro de una red
relacional, una red que se expande desde los íntimos hacia la cultura más amplia, y hacia
atrás en el tiempo hacia las relaciones y tradiciones preexistentes. Desde esta matriz de
relación “el problema” es creado y designado como tal. La relación terapéutica representa
el establecimiento de una nueva coordinación que se desarrollará a partir de los recursos
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que tanto el terapeuta como el cliente ponen en la relación. El mayor desafío que confronta
la relación terapéutica es si la trayectoria colaborativa cliente/terapeuta puede sacudir o
transformar la matriz generativa de modo tal que el problema sea resuelto, disuelto o
reconstruido.
En este sentido observamos que los recursos más valiosos del terapeuta son
acciones conversacionales. Del mismo modo que los hábiles jugadores de basket poseen un
rico vocabulario de acciones que les permite marcar los tantos, los terapeutas habilidosos
son quienes pueden coordinar efectivamente con el cliente de manera que los resultados
acordados puedan alcanzarse dentro de la matriz extendida. Lo que cuenta no es el
repertorio de hechos, conceptos, distinciones, etcétera, que el terapeuta tiene a su
disposición, sino su capacidad de flexibilidad en la relación. “Saber cómo” en oposición a
“saber qué”. Esta capacidad relacional será seguramente verbal. Necesita las capacidades
para moverse en la narrativa, la metáfora, la exploración, la ironía, el humor, la empatía, la
curiosidad, la imaginación y mucho más. Sin embargo, no sólo es importante el contenido
del lenguaje. La postura, la mirada, el tono de voz, la expresión facial, el andar, etcétera,
todos contribuyen a la forma y ramificaciones de la relación. Todo puede usarse para
sacudir o transformar la matriz. Todo puede proveer al cliente de modelos de acción que
pueda utilizar fuera de la relación terapéutica.
Dado que la terapia es inherentemente una coordinación y no hay dos clientes con la
misma matriz relacional, no puede haber reglas duras y rápidas para el encuentro
terapéutico. Las técnicas específicas o cánones de práctica terapéutica sólo estrecharán las
capacidades para la coordinación. Si el cliente reconoce las expresiones del terapeuta como
“técnica”, puede realmente descartarlas o recibirlas con disgusto. Entonces, no hay una
respuesta inequívoca a la pregunta de “¿cómo debería proceder?” Las mismas palabras y
frases que son útiles en un contexto pueden ser inhabilitantes en otro. De nuevo es útil la
analogía del basket: el jugador habilidoso desarrolla con la experiencia un repertorio de
acciones útiles. No hay reglas sobre qué acción es más efectiva; las condiciones del juego
son complejas y cambian rápidamente. El jugador habilidoso es el que puede cambiar
rápidamente el repertorio a medida que se desarrolla la “conversación en el campo”. Un
jugador habilidoso puede “desestabilizar” las “acciones tradicionales” del oponente. Al
mismo tiempo los rivales modelarán también estas habilidades y se harán más competentes.
Los patrones de juego continúan desplegándose. En el caso de la terapia, no hay oponentes;
sólo está en juego la construcción colectiva del bienestar.

5. La mayor resistencia al cambio terapéutico puede no estar presente dentro del


encuentro terapéutico

Cuando se trabaja con un concepto de significado como coordinación relacional hay


una fuerte tendencia a resaltar el aquí y ahora –“nosotros hablando juntos ahora”. El
significado está en construcción en el momento presente y, por lo tanto, el futuro está en la
balanza. Sin embargo, con frecuencia el foco opaca las formas en que los recursos
incorporados a la sesión terapéutica están anclados en la historia relacional. Esta historia
puede instalarse como un importante impedimento para el cambio. En el aspecto más
simple, las personas desarrollan formas de hablar y actuar que les resultan confortables y
confiables. En un sentido importante, son habilidosas en esas formas de acción. Así, las
maneras de ser –depresivo, enojado o auto-crítico– pueden parecer disfuncionales desde el
punto de vista del terapeuta pero, para el cliente, tales modos de acción pueden ser
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simplemente capacidades confiables, “naturales”, minuciosamente perfiladas. “Sé muy bien


cómo atacar a otros por sus defectos” –puede decir un cliente– “aun si otros me evitan por
esa razón, eso es lo que sé hacer”. Difícilmente un cliente pueda renunciar a las viejas
habilidades si no dispone de nuevas herramientas o capacidades de desenvolvimiento.
En un nivel más sutil, todos nosotros cargamos restos de los patrones tradicionales
pasados. Como propusimos anteriormente, nos referimos a la recirculación privada de estos
restos cuando hablamos de “pensamiento” o “emoción”. Dichas formas de recirculación
pueden configurarse como escenarios recurrentes. Por ejemplo, está la voz que dice: “Usted
no es bueno” y luego otra le brinda una ayuda: “Sí que lo es, ¡usted es grande!”. Usted se
desarrolla con la última voz a la mano y todo va bien. El ciclo se repite y usted desarrolla lo
que podría llamarse un “escenario para arreglárselas” privado. Dichos escenarios
privadamente recirculados pueden no ser siempre funcionales, como en: “Usted no es
bueno... lo lastimaré por decir eso... pero todos acuerdan que usted no es bueno... pelearé
con todos ellos...” Los desarrollos predicados en tal escenario pueden ser sospechosos y
hostiles. Estos escenarios recirculados privadamente y muy usados pueden ser los más
difíciles de interrumpir. Cualquiera que haya trabajado con lo que comúnmente llamamos
“desórdenes alimentarios” se ha topado con la fuerza estranguladora de la conversación
privada. En mi visión uno de los problemas más desafiantes que confronta la terapia
contemporánea es el de ligar la conversación cara-a-cara con el cliente con los escenarios
que no están presentes en la escena.

6. La revelación terapéutica no es un movimiento en el espacio vertical sino en el


horizontal

A menudo la terapia es entendida como un proceso de revelado, en el que las agudas


preguntas del terapeuta conducen a la revelación de aquello que de otro modo permanecería
oculto. “Ahaa... ahora sabemos qué es lo que realmente lo problematiza...” En efecto,
encontramos mucha terapia basada en una visión de superficie vs. profundidad –lo que está
en primer plano y consciente, vs. lo que subyace escondido. Aunque la terapia
psicoanalítica es el caso más obvio, esta perspectiva es ampliamente compartida dentro de
la cultura más extendida. Hablamos rápidamente de, por ejemplo, gente que es
“superficial”, de expresar “verdaderos sentimientos” y “la verdadera razón por la que él
quiere esto...”. Sin embargo, desde la presente perspectiva hallamos que la misma idea de
“superficial” vs. “profundo” es un logro colaborativo. Es decir, hemos creado juntos esta
particular visión de las personas. Es esencialmente opcional.
Es decir que no hay una razón esencial para “explorar las profundidades” de los
deseos, las memorias o los motivos de un cliente. En tales instancias el terapeuta está
invitando al cliente a una relación en la que se creará la “profundidad” como un objeto
conversacional. Tal “discurso profundo”, no tiene una implicación más profunda que un
“discurso superficial”; simplemente crea una realidad diferente en el setting terapéutico. No
propongo entonces que debamos abandonar el discurso de la profundidad. Por el contrario,
interrogo acerca de su eficacia en cualquier caso dado. ¿Qué logra la creación de una
“realidad detrás de la realidad” en los patrones de comprensión existentes de un cliente?
¿Están desacreditados los modos de hablar existentes del cliente; esta clase de conversación
abre nuevos caminos, cuáles son las posibles consecuencias? Las recientes crisis de
autoridad terapéutica resultantes de la ola de “recuerdos de abuso infantil” producidas en la
hora terapéutica agrega dimensión a tales preguntas. La pregunta importante no es si la
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colaboración terapéutica “da en el clavo” con respecto a los problemas o al pasado del
cliente, sino si el clavo subsecuentemente lastima la cabeza de alguien.

7. Toda afirmación sobre el significado es una transformación del significado

Desde la perspectiva colaborativa, cada movimiento en una conversación confiere


significado a lo precedente. El significado de todas nuestras palabras y acciones es
fuertemente dependiente de quienes las responden. Y sus respuestas no tienen significado
hasta que ellas también son suplementadas. En efecto, el significado permanece siempre en
proceso, nunca completo, siempre abierto al siguiente movimiento en la conversación. Es
decir que cualquier intento de especificar el significado de una acción pasada –“aquello que
intenté...” “qué estaba tratando de decir...” “qué me hiciste...” “qué significó esto para
mí...”– es en sí mismo un suplemento que transforma el pasado. Tales intentos confieren
forma y consecuencia al pasado que no podrían ser adquiridas excepto a través del intento
en sí mismo. Y estos intentos permacerán mudos hasta que sean suplementados. No hay un
momento final de iluminación, un momento en el cual el significado se hace indeleble e
innegable.
Las implicaciones terapéuticas de este razonamiento son numerosas. Primero, y para
subrayar un argumento anterior, cualquier interpretación terapéutica de las palabras o
acciones de un cliente crea el significado de aquellas palabras y acciones. Cualquier intento
del terapeuta por señalar las continuidades o discontinuidades dentro de la vida del cliente
es en sí mismo creación de continuidad y discontinuidad. Más lejos aun, cualquier intento
del cliente de hablar sobre el pasado, de revelar sus secretos, de otorgarle significado es, en
sí, una transformación del pasado. Amplificando los argumentos de Donald Spence (1982),
jerarquiza el significado de la narrativa como opuesto a la verdad histórica. Los relatos del
pasado se crean en el espacio conversacional del presente.
También se deriva que todos los intentos de evaluación psicodiagnóstica y de
resultado terapéutico son esencialmente transformaciones de significado. En ambos casos,
sea lo que sea que haya ocurrido o haya sido dicho o hecho, se le confiere un cierto
significado que no posee en sí mismo. No hay patología hasta que el instrumento de prueba
transforme las palabras y acciones del individuo en patología. No hay resultado positivo o
negativo de la terapia hasta que el instrumento de evaluación determina que determinados
patrones son resultados significativos. Deben hacerse entonces preguntas importantes:
¿para quién es esta patología?, ¿qué hace a esta categoría diagnóstica más útil que otra?,
¿son útiles para los clientes las categorías de enfermedad?, ¿quién decide sobre qué
constituye un “buen resultado”?, ¿qué clientes y terapeutas son beneficiados (o marginados)
por determinada concepción de resultado?, ¿qué voces se permiten en la conversación?, y
¿cuándo termina la conversación? En efecto, desde la perspectiva de la comunicación como
coordinación, las prácticas de diagnóstico y evaluación de resultado deberían abrirse a una
completa reexaminación.

8. La relación terapéutica puede ser un mundo de maravilla, la pregunta importante es su


accionabilidad externa

Si seguimos la lógica colaborativa, la terapia representa una conversación en la cual


los participantes toman prestado fuertemente de sus relaciones externas pero,
simultáneamente, crean las bases de una nueva y única realidad (patrones de discurso sólo
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compartidos por ellos). Bajo estas condiciones, terapeuta y cliente podrían establecer un
modo de relacionarse maravillosamente aceptable –una sensación compartida de armonía y
satisfacción en el encuentro. Sin embargo, esa misma realidad también puede estar
completamente contenida en la relación. Es decir, puede tener poco o ningún “valor de
mercado”, poca transportabilidad hacia otras relaciones. Dada la visión colaborativa, la
pregunta principal es si los recursos conversacionales generados en la relación terapéutica
son accionables fuera de este contexto. ¿Pueden llevarse las metáforas, narrativas,
deconstrucciones, reencuadres, múltiples selves, capacidades expresivas, etcétera,
desarrolladas en el encuentro terapéutico a otras relaciones de forma tal que éstas sean
transformadas útilmente?
En un nivel, apenas dudo de que tales reverberaciones ocurran. Sin embargo, sería
muy útil contar con demostraciones más efectivas de los modos en que las conversaciones o
los discursos terapéuticos se insinúan realmente en los mundos de vida de los clientes. Más
aun, es necesario prestar atención a la manera en que pueden converger ambos contextos –
terapia y mundo de vida. Los modos más obvios, y uno muy compatible con el movimiento
de la terapia familiar, es trabajar con las relaciones más que con los individuos. De esta
manera se ponen directamente en movimiento las nuevas formas y prácticas discursivas.
Sin embargo, esto no soluciona completamente el problema porque la realidad grupal de la
hora terapéutica puede no ser transportable; los miembros de la familia también están
insertos en múltiples relaciones fuera del círculo familiar. La familia en el consultorio no es
la misma familia que cuando se reúne a comer alrededor de la mesa.

9. Las prácticas terapéuticas deben ser transformadas continuamente

Desde hace un siglo, los terapeutas han buscado “la cura” para los problemas que
confrontan sus clientes. Es así que hemos presenciado un desfile de escuelas terapéuticas,
cada una de ellas deseosa de situar en primer lugar su forma particular de tratamiento y, por
lo general, de desestimar los restantes competidores en el campo. En los Estados Unidos
existen intentos de larga data para evaluar la eficacia comparativa de distintas prácticas y
expulsar así a los “meros simuladores”. En otras naciones las leyes sólo reconocen un
estrecho rango de escuelas como dignas de la cobertura del seguro de salud; las restantes
son abandonadas a su suerte.
Cuando entendemos el significado como colaboración, abrimos un nuevo capítulo
en esta discusión. Cada escuela terapéutica contribuye a los recursos discursivos de la
cultura. Sus diferentes movimientos en el proceso colaborativo de la construcción del
significado ofrecen posibles desviaciones de la convención. En este sentido, la plétora de
escuelas terapéuticas no es una vergüenza –algo así como un indicador del status pre-
científico del campo. A partir de las variaciones inmensas de la historia cultural desde las
que emergen los clientes, debemos dejar de pensar en términos de una “conversación
original”, útil para todos. Por el contrario, estamos frente a un caso en el cual han de ser
evaluadas múltiples realidades.
Para continuar el argumento, también debemos reconocer que las escuelas
terapéuticas son en sí mismas tradiciones de autosostén. Generalmente tienden a reafirmar
un vocabulario particular y a honrar ciertos movimientos en la conversación sobre otros. En
este sentido las escuelas de terapia se transforman en conservadoras de la cultura. Sin
embargo, mientras los discursos internos de una escuela permanecen estables, el proceso de
construcción de significado dentro de la cultura continúa girando. En todas partes las
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nuevas formas de coordinación (y descoordinación) están en movimiento. La profundidad


de hoy deviene lugar común mañana. Las pasiones se enfrían y los valores se olvidan en el
continuo despliegue de iluminaciones generadas por el diálogo activo y creativo. Vemos así
que nunca podemos conformarnos con la familia de escuelas terapéuticas existente. Todas
peligran por la irrelevancia. Al revés, debemos apoyar la continua evolución del lenguaje y
la práctica terapéuticos. Las conversaciones terapéuticas "harán sentido" más efectivamente
cuando sean continuas con las de la cultura. Cuando el cliente puede coordinar el discurso
de la terapia con su vida externa será más probable que la terapia sea exitosa. Las nuevas
escuelas de terapia no sólo deberían anticiparse sino también ser bienvenidas.

A modo de cierre

En las páginas precedentes hemos delineado los contornos de la perspectiva


relacional de la generación del significado. Es una visión que desafía los supuestos
tradicionales de verdad, neutralidad objetiva, uso del lenguaje y origen del significado
dentro del self. Tal como proponemos, todo aquello que tomamos como real, relacional y
correcto acerca de nuestro mundo depende de la coordinación relacional. Bajo esta luz, las
preguntas terapéuticas que formulamos toman un tinte especial. Muchas cuestiones
tradicionales escapan a la vista, impugnada ahora su relevancia. Emergen nuevos temas,
nuevos desafíos y nuevas posibilidades. Esperamos que esta discusión prepare el escenario
para explorar este nuevo terreno.

Referencias bibliográficas

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to Psychotherapy. Nueva York: Basic Books.
de Shazer, S. (1991), Putting Differences to Work. Nueva York: Norton.
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Gadamer, H.G. (1975), Truth and Method. Nueva York: Seabury.
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McNamee, S. y Gergen, K.J. (eds.) (1992), Therapy as Social Construction. Londres: Sage.
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Spence, D. (1982), Narrative Truth and Historical Truth, Meaning and Interpretation in
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White, M. y Epston, D. (1990), Narrative Means to Therapeutic Ends. Nueva York: W.W.
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Watzlawick, P.; Beavin, J. y Jackson, D. (1967), Pragmatics of Human Communication. A
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