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EL COLEGIO DE MEXICO

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1 EL COLEGIO
DE MÉXICO
Biblioteca Daniel Cosío Villegas
Coordinación de Servicios

~ 1 3 AGO. 2013
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Sexo barroco v otras transgresiones premodernas
Alianza Universidad
F. Tomás y Valiente, B. Clavero,]. L. Bermejo,
E. Gacto, A. M. Hespanha, C. Alvarez Alonso

Sexo barroco y otras


transgresiones premodernas

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Alianza
Editorial
Copyri¡ht Cl F. Tomó y ValientJ:, B. Clavero, J. L. Bermejo, E. Gacto.
A. M. Hespanha, C. Alvarez Alonso
Copyright © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1990
Calle Milán, 38, 28043 Madrid; ~. 200 00 4'
ISBN: 84-206-2662·7
Depóoito le¡al: M. 44.912-1990
Compuesto en FernÁndez Ciudad, S. L.
Impreso en Lave!. Los LIAnoo, nave 6. HUIIWlOI (Madrid)
Prin!J:d in Spoia
INDICE

Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Capitulo l. Delincuentes y pecadores, por Francisco Tomás
y Valiente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Capitulo 2. El crimen y pecado contra natura, por Fran·
cisco Tomás y Valiente . . . . . . . . . 33
Capítulo 3. Delito y pecado. Noción y escala de transgre·
siones, por Bartolomé Clavero . . . 57
Capítulo 4. Justicia penal y teatro barroco, por José Luis
Bermejo Cabrero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 91
Capítulo 5. Duelos y desafíos en el Derecho y la Literatu·
ra, por José Luis Bermejo Cabrero . . . 109
Capítulo 6. El delito de bigamia y la Inquisición es paño·
la, por Enrique Gacto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
Capitulo 7. Inquisición y censura en el Barroco, por Enri·
que Gacto . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 153
Capítulo 8. De la «<ustitia» a la Disciplina, por A. M. Hes·
pancha ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 175
Capitulo 9. Una historia de textos, por A. M. Hespancha. 187
Capitulo 10. Tendencias en la investigación del Derecho
Penal Histórico. Los casos de Gran Bretaña, Francia e
Italia como excusa, por Clara Alvarez Alonso 197
1'
¡
INTRODUCCION

Hay veces, pocas, en las que uno proyecta algo, lo lleva a cabo
y queda satisfecho del resultado. Eso me ocurrió -y no sólo a mí
sino a los demás profesores- con el Curso sobre «Delito y pecado
en la España del Barroco>>, que con un total de diez conferencias
impartimos en la UIMP, en el santanderino y universal Palacio de
la Magdalena durante un tibio verano, el de 1987. Al decir esto, soy
juez y parte, de modo que usted, lector, está en su derecho si des-
precia mi opinión. Pero soy sincero: me divertí a lo largo de las
conferencias, aprendí de mis colegas, coloquié con un público de más
de cien alumnos, asistentes fijos, activos e interesados, y creo que
todo eso lo hicimos con rigor y seriedad, pero sin engolar la voz ni
solemnizar el gesto, con palabra crítica, pero respetuosa, con asom-
bro, curiosidad y compasión. Por ello cuando surgió la iniciativa de
convertir en libro el curso, acepté contento la idea. Y puestos a darle
nombre a la cosa, el título de <<Sexo barroco>> me pareció y parece
adecuado: es ambiguo y escandaliza, aunque sólo un poco. El subtí·
tulo pone las cosas en su punto.
Del título del Curso al de este libro hay un salto explicable no
sólo por razones editoriales, pues lo cierto es que en mi primera
conferencia y en muchos aspectos de las restantes la relación entre
esos dos polos -delito y pecado-- que con frecuencia se aproxima-
ban hasta superponerse se centraba sobre los delitos contra la hones-
tidad y el honor. De la parte al todo, decidimos elegir este título,
pero la lectura del índice permite advertir pronto que las conferen-
9
10 Introducción

das versaron sobre más amplios temas, a los que alude genérica-
mente el subtitulo del libro.
La erudición y la ironía no están reñidas, al menos no en este
libro, que es un libro de historia escrito y antes hablado por histo-
riadores del Derecho. No hemos manejado sólo fuentes legales y¡ 0
jurisprudenciales. Aquí se habla también un poco de teología y un
mucho de literatura. Hemos visto y contado procesos penales y escri-
tos carcelarios. Hablamos de delitos, pecados, penas y sufrimientos.
El Derecho Penal ha estado siempre construido sobre el dolor huma-
no, preferentemente sobre el de los pobres. Por eso lo que aquí se
cuenta, duele al escribirlo y al oírlo o leerlo.
Pido al lector un doble esfuerzo: que se sitúe en la sociedad del
Barroco no ya para disculpar, pero sí para comprender sus normas
jurídico-penales, sus ideas, creencias y usos sociales; y que dé rienda
suelta al mismo tiempo a su capacidad de sonrisa y de compasión.
Las ciento diez o ciento veinte personas (en números redondos) que
convivimos aquel Curso así lo hicimos y el resultado fue, como dije
al comienzo, satisfactorio, esto es: instructivo y divertido. Espero que
el libro también lo sea.
Doy las gracias a mis colegas y sin embargo muy amigos, los pro-
fesores Clavero, Gacto, Bermejo y A. M. Hespanha. Hicieron lo que
les propuse, y lo hicieron tan bien como yo sabía que podían hacerlo.
Gracias asimismo a la profesora Clara Alvarez, secretaria del Curso
y motor de esta publicación, por su devoto y contagioso entusiasmo.
Capítulo 1
DELINCUENTES Y PECADORES

Francisco Tomás y V aliente

No sé muy bien cuál deba ser el título de esta conferencia, lec-


ción o charla. Inicialmente había propuesto el de <<Delincuentes y
penitentes» o «Delincuentes y pecadores». Después, por obra de los
famosos duendes de imprenta o por alguna mágica reminiscencia del
pasado que pienso relatar, se hicieron presentes en el título las lan-
gostas, y este desliz ha provocado inusitada expectación, sobre todo
en periodistas de radio, prensa y televisión que con frecuencia y
asombro me preguntan qué hacen o van a hacer en mi conferencia
las langostas. Como solución sugiero que le pongan ustedes el título
después de, si gustan, haberla escuchado.
Durante estos días hemos hablado mucho de conceptos jurídicos,
datos estadísticos y citas doctrinales; hoy voy a exponerles una espe-
cie de tríptico o cuadro impresionista. Voy a contarles tres historias,
de modo que el tríptico impresionista estará integrado por tres breves
piezas teatrales, no precisamente jocosas.
La primera podría titularse «El comedido lamento del delincuen-
te común)) o -«De la condena útil», drama en demasiados actos, aun-
que sólo contemplaremos uno. La segunda obrita lleva por rótulo
«La condena del poderoso o del escarmiento a la simpatía», tragedia
justiciera. Y para terminar, cómo no, representaremos un auto sacra-
mental: «La farsa teológica de unas voraces langostas.»
Bromas y veras se mezclarán en mi relato, y el tono irónico que
a veces me permitiré usar es un instrumento para no dramatizar de-
masiado. Lo advierto desde el principio. No tomen a frivolidad lo
11
12 Francisco Tomás y Valienrt

que no es más que una forma de distanciamiento respecto a una rea-


lidad de suvo dramática, cuando no trágica.
Veamos' ese primer cuadro del tríptico, que titulamos <<De la
condena útil» o «El comedido lamento del delincuente común».
Antes de levantar el telón, una introducción histórica. Alfonso VIII
en 1168, dona las minas de Almadén a la orden militar de Calatra:
va, que las disfruta ininterrumpidamente y por explotación directa,
por lo menos hasta 1313-1320, según los autores. Después, la explo-
tación de las minas se lleva a cabo a través de arrendamientos concer-
tados entre la orden y explotación de la mina, que solían ser primero
catalanes, luego genoveses. Y así hasta que se incorporan las órde-
nes militares a la Corona por decisión, como todos sabemos, de los
Reyes Católicos.
En 1525, Carlos I arrienda por primera vez las minas de Almadén
a los Fugger o Fúcar, si castellanizamos su apellido. La explotación
de las minas fue una de las contraprestaciones que Carlos otorgaba
a los banqueros para el resarcimiento de los cuantiosos préstamos
que Fúcares y otros adinerados prestamistas concedían al Emperador.
En manos de los Fúcares estuvo la mina de Almadén por lo menos
hasta 1645 ó 1647. En adelante no sé lo que pasó, pero la fecha
nos vale.
En 1554, un caballero de esos que no pasan a la Historia, llama-
do Bartolomé Medina, que debía ser de la de Rioseco más que de la
del Campo y que era agente de los Fúcar, introdujo en la Nueva
España, donde, como saben ustedes, abundaba la plata, una amalgama
de azogue -que era, como también sabemos todos, lo que se obte-
nía en Almadén- con la plata. A partir de ese mamen to las minas
de Almadén cobran una importancia hasta entonces insospechada.
La amalgama del azogue o mercurio con la plata es un éxito y la ne-
cesidad de producir más mercurio excita el lógico y objetivo celo em-
presarial de aquéllos, como de cualquier otro capitalista. Es decir,
había que obtener más azogue de las minas.
Cinco años después, en 1559, los Fúcar obtienen por primera vez,
entre las concesiones de la Monarquía al firmar el nuevo asiento del
arrendamiento y explotación de la mina, que se les dé treinta ga-
leotes para que trabajen en las minas con el fin de obtener un mayor
y más rápido rendimiento de ellas. Estos galeotes no van a ser las
únicas gentes que trabajen en las minas; eran hombres ya juzgados
Y con sentencia firme condenatoria a la pena de galeras por unos
años, ya veremos por qué y por cuántos. Con este asiento obtienen
1~ ventaja de, _en lugar de ir a galeras, cumplir la condena no al remo,
stno en las mmas de Almadén. El éxito de la operación fue grande •
Y durante algunos años convivieron en las minas galeotes, jornale-
Delincuentes y pecadores 13

ros y esclavos. Como ven ustedes, tres distintos regímenes jurídicos,


si se puede hablar de régimen jurídico a propósito de los esclavos.
Los jornaleros siguen trabajando siempre en las minas. Nos dirán
con envidia, los galeotes que era muy cómodo ser jornalero en la~
minas de Almadén, porque en cuanto empieza a temblar, es decir,
a sentir los primeros síntomas de azogamiento, se van a sus casas
con el jornal obtenido, decansan unos meses y luego, si sobreviven,
vuelven a la mina. A los galeotes no se les daba la baja por enfer-
medad.
En 1591, el Consejo de Ordenes, que tenía una posición jurídi-
camente poco clara en los arrendamientos de la mina de los Fúcares,
porque los asientos los firmaba el Consejo de Hacienda, pero el de
Ordenes conservaba por lo menos algún poder sobre el control de
la explotación, se interesaba en saber qué pasa en las minas de Al-
madén con esos galeotes que en ella trabajan. En la fecha indicada
acuerda enviar un visitador a Almadén para que haga una informa-
ción secreta, es decir, una información que deberá ser directamente
entregaba por el visitador al Consejero de Ordenes, para enterarse de
qué documentos reales son los que permiten, y en qué medida y
número, que existan galeotes en las minas. En segundo lugar, aparte
de averiguar todo lo que pueda sobre los documentos, cosa que, por
cierto, el visitador no logra, se le da la comisión o encargo de que
averigüe cómo viven, cómo se trata a los galeotes, cómo cumplen la
condena, y si se les envía a su casa, en el caso de que sobrevivan,
después de haber cumplido el tiempo de condena, o si se les retie-
ne indebidamente en la mina más tiempo de aquél por el cual habían
sido condenados.
Esta instrucción se la dan a Mateo Alemán. Mateo Alemán, el mis-
mo que vistió y calzó y escribió novela picaresca, es el visitador ele-
gido por el Consejo de Ordenes para enviarlo a Almadén. Y a Alma-
dén va en 1542 y comienza su visita o información secreta el 12 de
enero de 1543. Se ha publicado parte de ella; el resto está, como la
parte publicada también, en el Archivo Histórico Nacional ,. toda ella
es apasionante. Lo que voy a contarles son algunos datos que resul-
tan de las declaraciones de los presos. Naturalmente la información
se realiza sólo sobre los galeotes, no sobre los jornaleros. ni sobre
los esclavos, y trata de averiguar cómo se les trata a aquéllos:
Si se les da comida y vestido, si se les atiende bien o no en la en-
fermería, cuántos murieron cumpliendo condena, si antes de morir
confesaron y comulgaron o si murieron sin confesión. Todo esto lo
van contando uno por uno y en secreto, los catorce galeotes que en
ese momento habla en Almadén, en información discreta y dtrecta
a Mateo Alemán. Y Mateo Alemán y el escribano que con él estaba.
14 Francisco Tomás y Valiente

lo transcriben con _la literalidad escrupulosa con que entonces hacían


las cosas los notartos o escnbanos.
En 1542 había, como digo, catorce galeotes en Almadén de 1
cuales sólo testifican trece porque el decimocuarto estaba ;a loc~s
Habla perdido la capacidad de raciocinio mínimo, aunque, como to:
davla no había perdido sus fuerzas físicas, seguía prestando sus
trabajos. Repito que voy a intentar dramatizar lo menos posible.
Una de las cosas de las que nos enteramos es de que si bien
en ese momento sólo hay catorce (o trece, o quince, pues los números
bailan según el declarante, pero en todo caso entre trece y quince
poca oscilación hay) galeotes en las minas de Almadén, momentos
hubo, cuatro o cinco años antes, en que llegó a haber hasta cua-
renta y seis, bastantes más de los treinta que, inicialmente, se habían
permitido.
De los trece penados que dicen por qué están allí, la relación
es la siguiente: uno, porque fue penado a ocho años de galeras, sus-
tituidos por ocho años de penas de las minas de Almadén, <<por no
cumplir ciertos bandos», según dice él literalmente; supongo que se·
ría por ser bandolero. Hay un llamado fray Juan de Pedraza. único
clérigo, que está allí <<por cierta muerte y otros delitos que se le
imputaron,., y se le condenó a diez años. Hay uno, y verán ustedes
como igual que este hay muchos, a quien «por hurto de una mula>>
se le condenó a seis años. A otro, <<por hurto de unas cabalgaduras>>,
a cuatro años. A otro, «por hurto de dos mulas>>, a cuatro años. A
otro, «por hurto de dos borricas», a doscientos azotes y seis años.
A otro, «por robar en una casa», a seis años. A otro, <<por ciertos
hurtoS», a cuatro años. Hay un desertor que fue condenado a cua-
tro años. Hay uno que fue condenado por rufián a seis años. Otro,
valenciano él, por bandolero, fue condenado a seis años. Y, final-
mente, otro, también valenciano, que se llama Guillermo Valenciano,
por bandolero, fue condenado sin limitación de tiempo. Es el único
que está condenado sin limitación de tiempo o de por vida. En todos
los casos la condena inicial fue a galeras, sustituida después por la
pena en Almadén.
Los trece testimonios son coincidentes en que saben y han visto
que, a medida que cada uno va cumpliendo el tiempo de condena,
no se les retiene más y se les da la licencia para que se vayan a sus
casas. Alguno, repito, añade <<SÍ sobrevive», lo cual nos pone en la
pista de que, ciertamente, no todos sobreviven. No suelen quejarse
de la comida: ni de la cuantía ni de la calidad. Dicen que se les
da vestido satisfactorio -no está muy claro lo que pudieran en-
tender por tal-. Tampoco se quejan del trato en la enfermería: hay
un médico, hay un cirujano que los sangra. Algunas veces les dan
Delincuentes y pecadores

calzas o, diríamos, . calzado, zapatillas, luego veremos la importan-


cia ~e esto, Y con~Ideran tolerable la cantidad del trabajo. <<Ahora
-dicen- el trabaJo es tolerable; sólo trabajamos de sol a sol y ya
no .se nos. hace trabaja! tam~ién de noche.>> Esta es una frase que se
repite vana~ vece~ .. Afumanon que se contrapone a una queja, amar-
ga y repeuda, dirigida contra algunos capataces «que hace dos 0
tres años hubo». Contra un Miguel Rodríguez, contra un Luis Sán-
chez, contra un Miguel Brete. Contra ellos se quejan repito casi
todos en términos muy semejantes. ' '
Pero les voy a leer la queja en boca de fray Juan de Pedraza
que viene a decir lo siguiente: <<Preguntado qué es lo que este testig~
oyo decir cuando vino a la dicha mina o vida en ella, que había suce-
dido por entrar los forzados en el horno donde cuecen los metales
del azogue al sacar las ollas dixo que este testigo oyo decir que
a Tello, vecino de Almadén, suegro de Esteban Pérez, mayordomo
de la fábrica, que había en ello un veedor, que se llamaba Miguel
Brete, que de presente es gardujero que recoge los defechos de los
metales para vol vellos a cocer, y que en el tiempo que fue veedor
andaba con un bastón en la mano y que por fuer~a y dandoles de
palos con el dicho bastón hacía entrar a los forzados en el dicho
horno, estando abrasando, a sacar las ollas, y que de dicho horno
salían quemados y se les sacaban los pellejos de las manos a las
ollas y las suelas de los zapatos se quedaban en el dicho horno -de
ahí que, a veces, se les diera un par de zapatillas nuevas- y las ore-
jas se les arrugaban hacia arriba del dicho fuego. Y que de la dicha
ocasion habían muerto veinte y quatro o veinte y cinco forzados, lo
cual este testigo oyo decir públicamente así a los oficiales de la fá-
brica como a muchos vezinos de la dicha villa de Almaden. Que no
tiene noticia de quiénes son (de quienes eran aquellos veinte ;•
quatro o veinte y cinco que murieron) mas de que es cosa muy pú·
blica y notoria y este testigo, despues que dejo de ser veedor el
dicho Miguel Brete, porque este testigo no lo conocía en el dicho
oficio, ha visto que de entrar en los dichos hornos y de llevar los
cubos del dicho azogue dende donde lo lavan ael magacen y de cerner
las cenizas que con ellas se les abrasan los pies por estar muy ca-
liente, y se les entran por la boca, oydos y narizes, se han azogado
muchas personas forzadas, y por tiempo vienen a morir de ello. Y
no hay ninguno que se escape del azogarse. Entre los cuales que an
muerto de la dicha ocasión, se acuerda este testigo de un esclavo de
los dichos Fúcares que se llamava Francisco el morisco y otro escla-
vo de un vecino de Toledo que se llama va Juan Baptista, y el amo
Francisco de Tapia, que era fo~ado. Y el dicho esclavo servía en
su lugar -para eso podía servir, entre otras cosas, la esclavttud-.
Francisco Tomás y Valiente
16

y otro fo~ado que se llamava Salazar, y dezia ser vecino de Torrijas.


y otro Velazquez que no se acuerda de donde era. Y Juan Herre-
ro vecino de Don Benito, y otros que no se acuerda de sus nom-
br~s. y no tiene este testigo noticia de si algun~s de ellos murieron
syn confision o sacramento o normas, de que vido este. testigo gue
morían syn juicio y haciendo vascas como hombres rabiosos. Y los
curaron en la enfermería algunos de ellos y otros fuera como rabian-
do que era menester atallos de pies y manos y aun cabe,as. Y sabe
qu~ algunos de ellos murieron syn confisión ni sacramentos, aun-
que no tiene noticia de quienes fueron.» 1
Creo que es mejor no comentar estas pal~bras pmque no se
puede sacar mucho más que lo que el tex.to dice. Quiero destacar
este texto, desnudo y literal, no para rebatir, smo para complemen-
tar lo que hemos dicho muchas veces a lo largo de este seminario
sobre si no habremos exagerado algunos al dramatizar sobre la in-
justicia del barroco. Ahí queda como testimonio fidedigno, de cómo
eran las cosas. ¿Sucedía esto a muchísima gente? Pues no, desde
luego que no. Pero, aparte de que el dolor no es mensurable, el texto,
como elemento expresivo de cómo funcionaban las cosas, no tanto
ell"'tt régimen penal, sino en el penitenciario, ahí está, con su dramá-
tica y torpe locuacidad. La voz de ese actor no finge.
¿Que, por supuesto, no a todos se les llevaba a las minas de
Almadén? Ciertísimo. También estaban las penas de los presidios,
que eran por el estilo. Vean ustedes hasta el siglo xvm fuentes que
están en el Archivo Histórico Nacional, en la Sección de Consejos
Suprimidos, en la Sala de Alcaldes de Casa y Corte, de cómo eran
las cosas en los presidios, por ejemplo en el de Cartagena: las cosas
no difieren mucho de las que relato ahora.
Observen ustedes además que los delincuentes a quienes se envió
aquí, salvo esos dos bandoleros, no son delincuentes por delitos que
llamaban atroces o atrodsimos. Son delincuentes, si se me permi-
te la expresión, que me consta que es anacrónica, autores de delitos
comunes. Un rufián, hurtos de mulas, de cabalgaduras, delitos con-
tra la propiedad, la mayoría. Quiero decir: no se elegía a los más
gravemente penados para ir a la mina, sino, probablemente a los
más robustos, a los físicamente más resistentes. No estoy absoluta-
~ente seguro de esto, pero los datos de la edad de quienes testimo-
nian ante Mateo Alemán, el estar allí aguantando varios años, aunque
muchos de ellos al final morían, y, desde luego, el sentido utilitario

1 Germán Bleiberg, «El "Informe secreto" de Mateo sobre el trabajo


forzoso en la minas de Almad~n•, en Estudios dt Historia Social afio 1, nú-
pi¡.
mero• 2·3, julio-diciembre de 1977, pi¡a. 3'7 1 443. El texto, en 380.
17
Delincuentes y pecadores
d 1 ndena me conducen a la convicción de que el criterio de la
e al co y el 'de la edad más que el de la gravedad de las penas,
forta eza ' a los galeotes de Al m ad'en.
fue e1 Utilizado para designar
. , 1o que mas.' me emociOna ·
De este drama colectivo y comun es
·
1a que¡ 8 comedida y
, resignada
. · Estas gentes no gntan. Estas
, gentes
E
no exclaman <qque barbandades se h~cen con nosotros.,>>. s~a
ente acepta el sufrimiento, porque considera que eso. es as1 y'. mas
~·en que debe ser así. Todo es normal, nadie se que¡a demasiado;
\ 'más piden que se les dé con más frecuencia calzas para que no
:e les q~emen del todo las plantas de los pies, o que se les den
más medicinas en la enfermería. Tampoco se que¡an demasiado de
cómo les tratan. Es la aceptación del sufrimiento lo que me parece
más patético en estos testimonios. ¿Sentido cristiano de la culpa y
de la pena? ¿Aceptación de la vida como dolor y del mundo. como
valle de lágrimas? No nos aventuremos de nuevo por rutas teolog!Cas.

* * *
Pasemos al cuadro segundo de nuestro tríptico. Vamos <1 llamarlo
«Tragedia justiciera, la condena del poderoso o del escarmiento a
la simpatía>>. Ya saben ustedes que simpatía quiere decir tanto como
«padecer con>>. Simpatía y compasión significan lo mismo en nuestro
idioma. Y el ejemplo, el protagonista que voy a traer aquí a cola-
ción es don Rodrigo Calderón, Marqués de Sieteiglesias, valido del
valido o valido al cuadrado, a quien todos ustedes conocen.
La historia de Calderón, de don Rodrigo, es apasionante y creo
que no tiene todavía el libro que merece. Sé que en la Universidad
Autónoma de Madrid hay historiadores que están estudiando a fondo
el sistema de valimiento, y concretamente el período de Lerma;
espero que de ahí salgan cosas muy interesantes sobre Calderón.
De don Rodrigo no me interesa tanto su vida como su muerte,
tema muy barroco. A la gente del Barroco muchas veces les impor-
ta más cómo muere un hombre que cómo vive o vivió. Es cierto
que don R?drigo no tenía muchos escrúpulos, y que alcanzó el poder
con IR técmca de lo que hoy llamaríamos un trep;ldor. Es v<~lido o per-
sona de confianza del valido de Felipe 111. No fue el único que m<~l­
d:f:ba los c~~dales públicos, y esta es una disculpa que él y sus
sores utilizan en su favor, como si la taita de vergüenza de
~uc1s excusara la falta de vergüenza de cada uno de ellos. Pero
:.8° 'óe fuerza de convicción tenía su alegato. Si el sistema de priva-
1Zact1 n del poder, Y eso es en buena parte el valimiento. permite
que
mí as gen l tes se enriquezcan,
· ¿por qué me acusan ustedes sólo a
Y no 8 os dem,s?, viene a decir, poco más o menos. don Rodri!(o.
18 Francisco Tomás y Valient<

Pero, claro, lo que ocurría es que no sólo se le acusaba a tra ·


del rumor público de quedarse con_ tales o cuáles caudales públic~~~
caso que desde luego hada tambten su amo y señor el Duque d
Lerma, sino ?e cosas mucho más graves. Se le acusaba, por ejemplo~
de haber temdo algo que_ ~er en la muerte de la rema Doña Marga-
rita. Se le acusaba tambten, nada menos, que de darle hechizos al
rey o de haber tenido algo que ver en el intento de envenenamien-
to del Inquisidor General. Parece que además de estas cosas tuvo
algo, y aun mucho, que ver en la muerte de un par de personas, de
hombres. Pero en esos casos se trataba sólo de súbditos corrientes
no de reinas, reyes o inquisidores generales. '
Hete aquí que aquellos rumores o aquellas casi evidencias de
haber sido él el autor de la muerte de un llamado Francisco Juara no
prosperan mientras Lerma está en el poder. Incluso obtiene don
Rodrigo Calderón algunas cédulas o cartas del rey dándolo por guito
y libre de toda sospecha. Y así le van las cosas, bastante bien, en-
cumbrándose desde la nada al marquesado de Sieteiglesias, hasta que
cae en desgracia Lerma. Y la caída de Lerma arrastra a don Rodrigo
Calderón. Cae Lerma, se le inicia el proceso, muere Felipe III, y cuan-
do don Rodrigo se entera de que ha muerto el rey dice: <<Perdi-
do estoy», porque sabe que el nuevo rey traerá sus nuevos validos y
ya no le valdrá nada su antiguo poder con ellos. Todo esto, que
tiene detrás múltiples enseñanzas procesales y penales, y es intere-
santísimo, no va, sm embargo, a retener nuestra atención. Me voy a
fijar tan sólo en el acto final del drama.
Don Rodrigo fue un personaje de los más vilipendiados y de
aquellos contra quienes más letrillas, redondillas, panfletos y pape-
les en verso o prosa se escribieron. Era odiado por si había tenido
que ver o no en la muerte de la reina. Por llevarse caudales públi-
cos, odiadísimo; por su prepotencia, más. A don Rodrigo se le con-
dena. Se le condena por lo menos en dos sentencias; hay una serie
de sentencias civiles, como dicen los términos de la época, que
guardan relación con su responsabilidad por caudales públicos
malquistados. En esa sentencia civil se le priva además, cosa m-
sólita, del marquesado. No nos interesa tampoco esto. Sólo nos
vamos a atener al contenido de la sentencia penal condenatoria Y a
la ejecución de esa sentencia.
En cuya parte final, se dice así: «Atento a los autos y méritos
del proceso ... que la parte del fiscal en cuanto acusó al dicho don
Rodrigo Calderón de culpado en la muerte de su majestad la reina
nuestra señora doña Margarita de Austria, que sea en gloria, no ha-
ber probado la dicha acusación, damosla por no probada y en cuanto
al susodicho absolvemos e damos por libre della al dicho don Ro-
!)dincuentes y pecadores 19

drigo Calderón. Asimismo en cuanto le acusó de haber dado hechizos


y con ellos haber procurado atraer las voluntades del rey nuestro
señor y de otras personas, y de haber dado veneno al padre fray
Luis de Aliaga, Inquisidor General, confesor que fue de su Majestad
que sea en gloria, y de haber hecho matar a don Alonso Carvajal y
al padre Cristobal Suarez de la compañía de Jesús y a Pedro Caba-
llero y a Alonso Camino, declaramos asimismo no haberse probado
y absolvemos y damos por libre de ello al dicho don Rodrigo
Calderón.» Es decir, todo lo que constituía la artillería pesada de
las acusaciones populares contra don Rodrigo, la Sentencia decla-
ra que no se ha demostrado y se le absuelve. Pero ya no es pode-
roso don Rodrigo y la sentencia sigue: «Pero otrossi -ese pero es
muy significativo- en quanto le acusó 1 el fiscal ! de la prisión
que hizo de Agustín de Avila, alguacil que fue de corte v del pro-
ceso que contra el le formó, y de haberle querido matar en la pri-
sion con veneno y ultimamente de su muerte, con todo lo demas que
en ella paso y del dicho proceso resulta; y de que babia cometido
delito de asesinato y muerte alevosa habiendo hecho matar a Fran-
cisco de Juara por medio del sargento Juan de Guzman ,. de otras
diferentes personas y en lo demas que en la dicha acusación se con·
tiene, y de haber pervertido con la mucha mano que tenia el juicio de
esta causa que pendio y se trato en esta corte los alcaldes della
contra el dicho Pedro Cavallero en razon de la muerte del dicho
Francisco de Juara, amenazandolos y persiguiéndolos por si trata-
ban de la dicha averiguación; y en haber ganado e impetrado cedu-
las de su Majestad, que haya gloria, de perdon y liberación de sus
pecados, por malos medios, de todo eso damos y probamos la dicha
acusación por bien probada. Y por la culpa que della resulta contra
el dicho don Rodrigo Calderón, le debemos condenar v wndenamos
a que, de la prisión en que está, sea sacado en una mula ensillada
Y enfrenada y con voz de pregoneros que publiquen su delito sea
traído por las calles publicas acostumbradas de esta villa \' llevado a
la plaza mayor de ella donde, para este efecto. esté hecho un cadalso
Y en el sea degollado por la garganta hasta que muera natural-
mente.» 2

. 2 Juliin Juderfas, «Un proceso polftico en tiempo de Felipe 1l. Don Ro-
clrl&o Calderón, Marqués de Sietdtdesias. Su vida, su proceso y. su muertt.·~·
RABM, 1905-1906, págs. 334 a 365 y 1 a 31. «Diálogo de las nrtudes cmh-
nales prudencia y justicia ... ,.., compuesto por el LA.x·to~ Franc~sc? Pért"Z ( <~rrdl . .l.
Capellán de Su Magestad y Comisario dd Santo Oticio, ~~~hote·ca Nanl'l~:&l.
Ms. 1254, folios 228 1 234. El texto de la Sentencia no COIOC!de en 1• vemón
ele uno y otro texto, pero las difc~ncias son mfnimas.
Francisco Tomás y Valiente
20
sentencia en súplica, pierde la
. peló contra esta ¡ d
Don Rodrtgo a . ¡ ¡ rey Felipe IV para que e per one,
'be n memorta a , d· ll
súplica, escrt u d 1 Memorial y no hay ya ~as reme 10 que e~ar
no le hacen ·caso .,e F"tJemos en esa etapa fmal nuestra atencton.
a cabo la eJecucton. d odt'ado al poderoso condenado por
Hemos vts · t0 al po erosoopular al' poderoso contra e1 cua 1 na d'te
1
la popularidad 0 po~ 1a voz P1.0, lo r~tiró en seguida, mientras estuvo
movto., un dedo • 0 st o movaído del poder el od'10 y ¡as acusactones
en el poder .. Pero, u;a ¡¡e~e~lizados lo llev~n a la condena. Y se le
de hechos oertos P entre el regocijo y el entusiasmo popular. Es-
condena a 1a muerte ¡ · 1 'd d d 1
tamos ante 1a JUS · t tc1·a como . escarmiento,d 1ante
. a. eJemp
. . an a e a
·usticia vamos a presenctar el acto e aJusttc~a~Iento como e~­
J ' '¡ y Tod0 ello es muy barroco. Con esa pubhca escenografta
pectacu o. · f ¡ f' ·' b
de la ejecución de las sentencias se satis ace a a tcton arroca por
la teatrahdad y, simultáneamente, aunque en . otro plano, se busca
atemorizar preventivamente a unos con ~¡ casttgo de otro. Es d~ctr,
se cumple una función represiva-preventl~a. Pero va~os a. ~er c?mo
todo eso se cambia a lo largo del acto mtsmo de la eJecucton, como
el odio se transforma en simpatía y la admiración por la altivez se
expresa en aquello de «usted tiene m~s org~llo, que don Rod~igo
Calderón en la horca>>. Hasta tal punto tmprestono a las gentes como
supo morir no este delincuente, sino este hombre.
«Sacaronle -dicen los cronistas- aquel día jueves de la villa de
Madrid, corte de España, jueves 21 de Octubre del año 1621 -hay
montones de ~rónicas sobre aquellos hechos: leo una de ellas-.
Sacaronle de sus casas en dicho día, jueves, entre diez y once horas,
yendo delante todos los alguaciles de corte a caballo y detrás Lazaro
de los Ríos, escribano de Cámara y ahora Secretario de su Majestad,
ante quien se fulminaron y pasaron todas sus causas. Llegaron a
la plaza mayor, subio, habiendose apeado de la mula, la escalera del
. cadalso con mucho ánimo y valor, y habiendose sentado en el asien-
to donde había de padecer, luego se arrodilló y se reconcilio con su
confesor que era un religioso carmelita descalzo, y habiendo habla-
do_ con el padre Pedrosa, predicador de su Majestad, que es hoy
obtspo de Leon, que le acompaño y asistio a su consuelo dos dias
antes de su muerte, ha~ta el punto que le degollaron, que fue entre
laa _doce Y la una del dta. Habiendo ocurrido a la fama de este acto
cast todos los lugares comarcanos, de suerte que las calles todas v
la pl_aza estaban_ tan pujantes de todo genero de gente que parescia
la misma confuston de Babilonia, donde aun de las palabras no se juz-
gaban las razones.» (¡Qué bten escribían estos señores del barroco')
«El verdugo, o fuese turbación o otro accidente parece que le paso

dos veces la cuchilla por la garganta y certifica padre Gregorio de
21
pecadores
n..J 1'ncuentes Y d 1 h 'd dec1' r
"" misma abertura e a erl a
ue vido y oyo por la le faltaron los espíritus vi-
pedrosa q ·Jesus Maria! hasta que
muchas veces '
tales.» . , t nta aceptacwn de la condena, tanto . resp~-
Tanta compuncwn, a d 1 nfesión y de la pemtencw
to y práctica de l.os sacrambentos F~e a t~~to el asombro -dice el
pro ducen e .
ompas1vo asom ro. «
1 d d
branto de corazón e to os os que
1 se
mismo crontsta-, y ~ fuey trágico acto que siendo en general lo
hallaron a esth b~)ie'dt:sc:ado, en un instante 'trocaron el orgulloso
que mas se a , de la execución de su muerte en demostratl-
sembla~~eniB~~t:e~~~~teza, mostrando. sus sentimientos y dolor las
~:rJaderas lágrimas, sollozos y suspiros que ~on tanta terneza de-
maban viendo tan rendido, devoto y humilde, y suJeto conf_?r-
~: y alegre con lo que Dios ordenaba en él a quien no muchos anos
antes era asombro del mundo y oraculo de muchos, que procura-
ban con particular estudio y ~ida?o hacerle m~jestuosos obsequws
de sus hacienda y persona, casi temendose por dichosos en admltlen-
doles sus deseos. No solo estos, pero los menos obligados este cala-
mitoso dia, sentidos y lastimados de sus afrentas y trabajos ¡oh ma-
ravillosa grandeza de Dios y juicios suyos! se convirtieron en prego-
neros de su buen fin. Tales son los efectos de una buena muerte,
pues a los que así la vienen a merecer los canoniza el Sagrado evan-
gelista San Juan por Santos y bienaventurados, diciendo que lo son
los que mueren en el Señor.>> ;
. Bast~ ~o~ir en el Señor para pasar a ser personaje admirado, aquel
m!smo mdiv1duo que había sido odiado y por todos vilipendiado
m1entras p~do tener el poder que le permitió realizar tantos y tan
:troces ?ellt~~· Y es que la ejecución de las penas y la concepción
cll su ~Jecuc10n como espectáculo tenía su riesgo. En televisión lo
cen Sl~mpre; cuando te hacen una entrevista en directo te advier-
ten: «CUidado 'bque es en VIVO>>.
te hacen esa o servación
' s·1 l a entrevista
· es para enlatarla no
· · '
cabe el m . .. ' porque SI te eqmvocas o cometes un error
manera quontalJed,. la tiJerda y la solución técnica subsana el error d~
e e 1rector el progra
mejante es lo ue odí
· d
ma ~o p1er e e1 control. Algo se-
'
Y. legisladores ~n el A:rrasar~~, .en VIvo Y en directo, a los jueces
C!Ón pública con 1 b, guo eglme~ con ese sistema de la ejecu-
tagonista deÍ espec~ác~l¿J~~a dd_Ja eJemplaridad inmediata. El pro-
~onseguir que la buscad po dla ca~b!ar el argumento. Y podía
JUsta d 1 h a amma vers1ón y el
.6 e asta entonces odiado . . gozo en 1a condena
b' n y alabanza. y todo r , se conylrl!eran en simpatía, compa-
c~ln, morir con altivez ico;a~:~ monr,. P?rque ~oría bien. Morir
Pas, y el penitente arrepent' d ta y cnsuana resignación lava las
1 o y entregado a la paz del Señor
2.2 Francisco Tomás y Valiente

deja de ser un delincuente odiado Y se convierte en personaje de


leyenda.
De ahí el subtitulo de esta tragedia: «Del escarmiento a la sim-
patíu.

* * *
En el Barroco nada podía acabar si no era con un Auto Sacra-
mental.
Lo que les voy a leer a partir de ahora, el «Auto _sacramental
o farsa teológica de unas voraces langostas» es, como dicen los cas-
tizos, un sucedido. No me voy a inventar absolutamente nada v
por ello me voy a limitar a leer. Introduciré algún comentario y les
ahorraré reiteraciones, sintetizando muchas diligencias para no leer
todo el proceso. Porque de lo que vamos a hablar en adelante es de
un proceso penal, real y publicado del que ya me ocupé por escri-
to en otra ocasión 3 •
Lugar: Párraces. Fecha: 1650. Párraces es o era, porque no sé
ni siquiera si subsiste, una pequeña aldea o un caserío entre Villa-
castin y El Espinar, en la parte norte de los montes de El Escorial.
Era un lugar que pertenecía jurisdiccionalmente a El Escorial y que
tenía, ~r consiguiente, una administración propia, una abadía, un
cura, mas de un sacerdote, y unos cuantos vecinos. No muchos.
Debía de ser, por lo que se ve, un lugarejo. Por allí había otros, y por
todos ellos, ~r toda aquella comarca, durante los años 1647, 48, 49
Y 50, es dectr, con una ~eiteración digna de provocar irritación, las
langostas aparecían rehg1osamente, quiero decir, puntualmente. To-
dos los veranos se comían las mieses, asolaban la tierra .
. Las g~tes del lugar tuvieron paciencia y resignación cristiana el
pnmh anyo. 1El segundo empezaron a soportar mal la pérdida de la
cosec a. e tercero empezaron a utilizar 1 1
vamos a leer se llaman r d" . 0 que, en as fuentes que
' • eme 1os ordm r"108 . •
conjuros y maldiciones, pero realizad a », que cons1st1an en
dotes del lugar. Todo hecho bajo l os ánaturalmente por los sacer-
cuidado respecto de las normaa ~ i S
escrupulosa adve~tencia y
vamos a ver a continuación, a ar de 1~nta Madre lgles1a, como
que no fueron sensibles ni oberntes a 1 cual_ las langostas parece
os conJuros y no sólo no se
J Julián Zarco Cuevaa, .:Pleito que ee pu10 1
el exterminio de la langoata•, Bol~tín d~ la Rr4l 'Ac~ A~adfa de ~'rracea para
tomo 100, páMs. 313 a 348. Frandaco Tom'• y Vali enua de ltt HutoritJ, 1932
la Monarquía abroluta ( sigloJ XVI, XVII, xvnt) cd eTte, El ~erec.ho Penal d~
gina1 298 y sigs. En la transcripción oral sint'eüU,me:h•· adnd, 1969, P4-
'd:rZ
•launa pequeft1 licencia literaria, respeto fielmente el tex~'
0
aunque con
arco Cuevaa.
!)elincUeJlteS y pecadores 23

'b d año en que las conjuraban a que se fueran, sino que volvían
~ aniguiente. Aquel de 1650 volvieron también. Era ya el cuarto
-:. aquello tenía que acabar de alguna manera. Con lógica impe-
a~bl~ se echó mano del Derecho Canónico y de la teología, que en-
~onces eran los remedios más eficaces contra estos males.
Pedimento para la apertura de Causa. Leo: <<San Gregario el
Magno y el obispo de Ostia y el Nazíanceno, y en nombre de los
dichos santos el bachiller Manuel Delgado, cura teniente del lugar,
otrossi promotor fiscal de la audiencia eclesiástica de Santa María la
Real de Párraces y su abadía, ante Vuestra Paternidad, como tenien-
te sustituto y delegado de la Virgen Santa María Nuestra Señora,
juez principal en esta causa nombrado, y como provisor y vicario
general y juez eclesiástico en la dicha abadía, comparezco y digo .. >>
Es decir, el cura del lugar realiza un pedimento, documento pro-
cesal habitual dentro del usus fori, querellándose contra las langos-
tas. Es un pedimento en el que se contiene la petición de querella
procesal, de querella con todas las formalidades del Derecho, contra
las langostas. Una querella que, naturalmente, debe ser justificada.
« ... Que habiendo visto el daño grande que ha hecho v hace la
langosta en todos los pueblos y terminas de la abadía, v las quejas
que hay en todos y las inquietudes y alborotos, y los gastos para
matalla y el mucho tiempo que se gasta en esto, teniendo necesidad
los pueblos de acudir a otras cosas de grande necesidad, por cu,·a
ocasión muchos dias de fiesta se ocupan y se pasan en mat;!r la
dicha langosta, y que tambien les viene mucho daño a los pobres
por no tener los labradores con que socorrerlos y ayudar su necesi-
dad por el daño que hicieron las langostas el año pasado de quaren·
ta y nueve y esta amenazando mucho mayor en este presente de
cinquenta, por haberse multiplicado en grande abundancia.
Ytem digo que les viene mucho daño de ello '' las animas del
Purgatorio porque menguandose los frutos de ¡,, tierr,, no se hacen
como se deben los sufragios por ellas, asi de ohligacion como los
voluntarios. Ytem digo que les viene mucho d;ulc' '' las religiones
mendicantes, hospitales, ymagenes de religion. crmit;ls ,. otr;ls ,,hras
pías, porque no pueden los fieles acudir con sus limc1Sn;lS CcllllO
acostumbraban; Y tem no se sirven como es m7cm ,. se debe las
iglesias y ministros dellas por faltar las olrcndas ,. ohli¡:aciones c>rdi-
narias; también el peligro de dejar sus vecinos muchas casas v hacren·
das como es cierto que lo harán pclr verse afli¡:idos por todas partes:
Y aunque es verdad que, desde luego lo confieso de pleno. que Dlc's
por su justa indignación y enojo por los pecados a todos justamente
nos puede castigar con semejante pla¡!a, bien merecida por nuestros
pecados, con todo eso. Dios es misericordioso y ¡!Usta tanlc' que los
24 Francisco Tomás y Valiente

hombres )e pidan, particularmente cuando estan puestos en algun


trabajo y aflicción que manda que en semeJantes necesidades acuda-
mos a El. f' 1
y siendo verdad notoria y maní testa que en e caso presente
se han hecho todas las diligencias .ordinarias c¡u.e tiene nuestra
Madre la Iglesia, de conjur~s, exorcismos, bendtcwn de. los cam-
pos y mieses con agua bendtta, c~n agua de S.an Gregono, proce-
siones, novenas, rogativas, pleganas, exhor~acwn al. pueblo para
que cada uno en particular supli9ue y encomiende a Dws y h_aga re-
formacion de costumbres, principalmente de los pecados pubhcos,
todo lo cual está por vuestra paternidad mandado y se ha excutado
en todos los lugares de la abadía; y con todo esto no cesa la lan-
gosta, ni se diminuye en todo ni en parte el daño grande que ya em-
pieza a hacer la dicha plaga, y que se teme que hara, por eso pido,
en nombre de los tres Santos al principio puestos ... que pase a ha-
cerse el ultimo remedio, y el que han hecho en casos semejantes -no
es la primera vex, pues, que se actúa así- prelados y obispos doc-
tos y santos, que es descomulgarlas, haciendoles proceso y causa,
nombrando procurador de su parte que las defienda y levantando
tribunal a donde se siga la causa por las partes y se dé sentencia
segun lo alegado y probado.
Por tanto, usando de mi oficio -pas.o de prisa las cláusulas por
no hacer muy larga la lectura y porque son las habituales en cual-
quier documento procesal de la épocQ- y me querello de las dichas
langostas y .Pe los daños que hacen y· de cualquier espíritu malo que
las mueva.,.
Muy bien: Una v~z presentada la querella, paso con cierta rapidez
algunos trámt~es: el ¡uez se constituye como tal juez, admite la que-
rella por .~edto de un auto, con todas las formalidades del mundo,
v se nouftca e_l auto de apertura y admisión de la querella a las
partes . Es decu, se nombra un procurador fiscal que sostenga la
acusación contr~ las langostas, y se nombra también a éstas un pro-
curador, es decu, un defe~sor de las langostas, que era nada menos
que Bernabé Pascual,. vecmo del lugar de Cobas , que de fen d",
1as 1angostas más hten 10 a
1 h b h. 1 con poco entusiasmo • esa es la verd ad aun-
que e om re IZO o que buenamente udo e . '
deber que del interés, porque él tambié~ t l on más senudo del
amenazados. en a campos cercanos y
Una vez nombrado procurador y fi~eal y abogado de las lan 08
h_ay un ~ocumento que es qmd el más interesante de tod~s t~,
titula as!: «Protesta de Su Paternidad el padr F p d d. e
Tnn· idad , p rovisor
· y v·Icario
. general de Santo Marla
e ray e ro e la
d e Pá rreces y de
Delincuentes y pecadores 25

todos los lugares de su abadía y declaración del intento que tiene


en hacer Proceso y Causa contra la langosta y sus daños>>.
El documento es muy largo. No puedo leerlo. Resumo y gloso
su con tenido.
Fray Pedro de la Trinidad, juez de la causa, se plantea muy en
serio lo que era un arduo problema teológico y lo resuelve con eru-
dición y con cautela. Apoya su discurso en Santo Tomás, en el Gé-
nesis, en Egidio, en un doctor Víllalobos y en un libro que no he
podido encontrar: en el capítulo 3, número 11 del libro de las
Langostas del doctor don Juan de Quiñones, y sí las primeras pare-
cen citas polivalentes, la última referencia bibliográfica demuestra
que ni aquella era la primera plaga .de langostas de la cristiandad,
ni tampoco la primera vez que se reflexionaba sobre ellas <<more
Theologico». Los problemas nucleares son dos: a) si es posible juz-
gar y en su caso condenar a las langostas; b) si es posible saber quién
las envía, Dios o el demonio.
El discurso del buen fraile es en síntesis este. A las langostas no
se las puede excomulgar directamente (<<di recte>>) porque en puridad
sólo los hombres, únicos creados con alma, pueden ser objeto de
excomunión. De lo dicho se saca como conclusión <<que las creatu-
ras irracionales indirectamente y como se ordenan al hombre para
su bien o para su mal se pueden maldecir o excomulgar, pero no a
ellas directamente y secundum se». La distinción tomista viene muy
bien al caso.
Pero además hay que relacionar la posible excomunión indirecta
con el misterio de quién las ha enviado. Puede haberlas enviado Dios,
como castigo de nuestros pecados, y en tal caso la excomunión se
hará (si resultan culpables las langostas) contra ellas «por modo de-
precatorio>>, esto es, para mover a Dios a que nos perdone y se las
lleve de aquí (no está claro adónde). O puede haberlas enviado el
demonio, y entonces cabe la excomunión por modo compulsorio o
execratorio dirigida en realidad contra el demonio. aunque «indirecte,
secundario et quasi consequenti modo» se excomulgue a las langostas:
«eso mismo decimos en la excomunión contra las langostas .... porque
no sabiendo nosotros quien las mueve, se pueden entender las pa-
labras de la excomunión por modo execratorio y compulsorio contra
el demonio, o por modo deprecatorio a Dios para que se mueva con
aquellas palabras y aparte de nosotros aquel daño o casti¡¡o».
Quienes juzgan a las langostas no son los inquisidores del
Santo Oficio, sino un juez de la jurisdicción eclesiástica ordinaria.
Pero en sus palabras late el temor de ser acusado por herejía. El
animismo habla sido condenado siglos atrás en el Concilio IV de
Letrán y sus explicaciones sobre cómo y por qué cabe la excomu-
26 Francisco Tomás y Va!ientt

nión de las landgosta_s («indirect~b'l secunda~i,o et quasi consequenti


modo») tratan e evitar ~na pos1 e acusacwn por esta causa. La f
es cautelosa. El proceso, mseguro; porque no saben si dirigirlo ro e
tivamente hacia Dios o compulsoriamente contra el Demonio. ga.
Además de estos titubeos teológicos, el fraile-juez aduce raros
argumentos empiricos en favor del proceso y la eventual condena
contra las langostas. ¿Para qué se hace esto? <<A esta pregunta y
dificultad fuera fácil la respuesta solamente con decir que así lo han
hecho muchos obispos y doctos. como lo que se refiere del santo y
docto obispo El Tostado, obispo de Avila, que formó tribunal con
fiscal y procurador, hizo proceso contra las Langostas, y dió senten-
cia de excomunión y las mandó se recogiesen todas en unas cuevas
que estaban fuera de la ciudad; y como lo mandó, así sucedió. En
Valladolid, otro obispo hizo lo mismo contra las Langostas. El obis-
po de Osma hizo lo mismo contra los ratones, y actualmente, cuanto
estamos actuando este proceso, se halló aquí un religioso descalzo
de San Francisco, que se halló presente en Osma cuando sucedió y
lo vió con sus ojos. En Córdoba hizo lo mismo el obispo de aquella
ciudad contra las golondrinas, que una ermita fuera de la ciudad,
de mucha devoción, la ensuciaban mucho, y no hubo traza huma-
na para estorbarlo, y las hizo proceso y las excomulgó, y hoy día se
ve el efecto de la excomunión», en la limpieza de la fachada.
La cobertura del precedente es todavía herencia epistemológica
medieval. La alusión al éxito de anteriores experimentos suena a
moderno empirismo. En Avila, en Valladolid, en Osma, en Córdoba,
excomuniones de este género han tenido éxito frente a devoradoras
langostas, legiones de ratones o contra oscuras y estivales golon-
drinas. Probemos también nosotros: nos ampara la teología, nos
protegen autorizados precedentes, y, finalmente, nuestro incipiente
racionalismo se siente alentado por el éxito ajeno. Adelante. Siga el
proces<;>. Corramos el riesgo de que verdades y creencias teológicas
t~venctbles en. el marco de la fe, sean confrontadas con la experien-
cia. La poppenana prueba de la falsación es asumida «avant la lettre>>
por ~ray Pedro de la Trinidad, quizá con más optimismo que pru-
denct.a. Porque los saberes teológicos son invulnerables desde la
propta fe que l'?s sustem~ y para quienes participan de aquélla y
"';eptan la autondad ddm.ldora. de la Iglesia, pero pueden quebrar
facllmen~e Y. quedar en e~tdencta sometidos a la prueba de fuego de
la expenencta. Aquel fralle se atrevió, las langostas, como veremos,
fueron excomul~adas, pero as! y todo no se fueron, y el sistema
quedó en entredicho .
. Pero no adel~ntemos acontecimientos. El proceso continuó. Ante
el Juez compareciÓ un procurador o representante de quienes a tltu-
])elincuentes y pecadores 27

lo diríamos hoy, de coadyuvantes quieren hacer patente su interés


ed que desaparezcan las langostas. Esteban González, vecino de
Bercial, comparece en nombre y representación de las Animas del
Purgatorio «porque sé -dice- que se trata pleito contra la lan-
oosta que infeciona esta tierra, pido que por cuanto las ánimas del
purgatorio reciben mucho detrimento por razón de la falta de frutos
conque se cumplen las memorias, asi voluntarias como obligatorias
de las dichas ánimas y se defraudan las misas que los dichos fieles
suelen decir, y otros muchos bienes que se impiden por esta infer-
nal plaga que nos aflige; y así pido y suplico a vuestra paternidad
sea servido de mirar esta causa con ojos de piedad y condenar a las
dichas langostas como perjudiciales a las dichas animas del Purga-
torio que en esta recibirá Dios mucho servicio y ellas -se entien-
de, no las langostas, sino la ánimas- mucho favor».
A continuación, y bajo la misma legitimación de coadyuvantes
en defensa de un interés legítimo y concurrente en la langosta,
comparecen, debidamente representados, San Sebastián, San Miguel,
San Lorenzo, San Nicolás, San Juan y San Pablo, San Juan Bautista,
San Bartolomé y Santa Olalla, todos ellos santos patronos de sendos
lugares de la comarca, y todos quejosos de que ha habido «mucha
langosta ... y por esta razón se pierden muchas limosnas, en particu-
lar las de las Animas del Purgatorio y Religiones Mendicantes, y la
dicha iglesia (habla San Sebastián, refiriéndose a la de su lugar,
C.obos) y su patrón ansimismo reciben mucho daño porque no se
acude con limosna, por cuya causa no está (la iglesia) con la licen·
cia debida y que se requiere al culto divino».
Inmediatamente después comparece el fiscal, hace un alegato
contra las langostas y dice que «Pido a vuestra paternidad que se
haya de dar sentencia en mi favor contra las langostas. Y en par-
ticular porque aunque es verdad que las dichas langostas -dense
ustedes cuenta cómo todos son argumentos teológicos- son criadas
por virtud de Dios, como lo dice la petición del dich0 procuradm
defensor de las langostas, y aunque han menester sustentarse. pero
sustento suyo es la hierba de los caminos v campos baldíos ,, 0tras
partes que no sirven a los hombres y para limosna de los pobres v
para ofrendas de las iglesias y hacer bien a las animas de purgato-
rio y otras cosas convenientes. Y en caso que lo havan de comer o
las langostas o los hombres, y juntamente servir para las cosas su-
sodichas, es justicia y razon que ellas se queden sin sustento v comer,
que no los hombres, en que fundo la mayor justicia de mt acusactón.•
El defensor de las langostas expone un débil y único argumen-
to en favor de la absolución de las langostas. Dice «de manera que
semejante plaga aunque no es en provecho de los cuerpos puede ser
28 Francisco Tom,ís )' y 1.
a lente
en provecho de las almas, que asi afligidos se reconocen y h .11
. , um¡ an
los hombres pecadores, y se ha de muar mas por el provecho d ¡ ¡
que por el del cuerpo. Pero nunca se hace esto sin particular r~ ama
de Dios, de lo cual no tienen culpa las dichas langostas porqu~miso
movidas y governadas de otro y no de ellas mismas. Y cuando sson
verdad que son movid_as del dem~nio ya tiene. proveido y dispues~~
la Santa Madre Iglesia de exorCismos y con¡uros suficientes para
ello. Pero no quiera vuestra paternidad excomulgarlas>>.
Luego viene el auto de prueba, la testificación de uno, y otro,
y otro, hasta diez o doce testigos demuestran con sus testimonios
que es verdad que las langostas están comiendo y que años anterio-
res también se comieron la cosecha y, como penúltimo acto, la sen-
tencia.
La sentencia es, naturalmente, una maravilla de coherencia lógi-
ca. Como ustedes comprenderán, a las langostas se las va a conde-
nar a la única pena útil, la de destierro. No se las iba a condenar con
la pena de muerte, saltamonte a saltamonte.
Viene primero las cláusulas habituales: <<Nos, fray Pedro de la
Trinidad ... Christe Nomine lnvocato, mirando la razón del dere-
cho y de todo rigor de justicia, fallamos: que debemos condenar v
condenamos a la dicha langosta, as! a la presente como a la veni-
dera -esto es una especie de ahorro-, a que sea desterrada de
todos los términos y lugares de esta abadia y cualquiera parte que
pueda hacer daño -mát al/a de la abadia, que se las compongan con
ellas los de Villacastín o donde fuere, como puedan, pero que se
vayan de aquí- y no vuelvan jamás a los dichos términos. Y la
damos de termino tres dias naturales, en los cuales no hara daño
alguno, lo cual la mandamos en virtud de santa obediencia y so
pena de excomunion mayor, latae sententiae, trina canonica moni-
tione, en derecho praemisa lo contrario haciendo, lo cual obedezca
sin detención alguna.-Asi lo pronunciamos y mandamos por esta
nuestra sentencia, y lo firmamos en Santa María Fray Pedro de la
Trinidad.» '
Esta es la sentencia condenatoria. Ocurre con las sentencias con-
denatorias que a veces es fácil, espectacular, bonito o trágico ejecu-
tarlas, como pasó con don Rodrigo Calderón. Ejecutar la sentencia
contra las langostas parece que creó alguna dificultad. Porque día
tras dia, Y durante los tres previstos, se le hizo la canónica admoni-
ción a .la langosta para que se fuera, tratando de ejecutar la pena
de destierro. Cuando el destierro se le aplica a un ciudadano es fácil
la expulsión fuera del lugar. Respecto a las langostas parece que la
cosa resu! tó difícil. '
Delincuentes y pecadores 29

Las langostas, pertinaces ellas, no se fueron. Al tercer día se


tuvo que ~ar una excomunión declaratoria en trámite de ejecución
de sentencia: Hay_ un nuevo acto judicial, el último del proceso, en
donde el mtsmo ¡uez, fray Pedro de la Trinidad, cuenta la causa
y dice: «en la causa y pleito que ante nos ha pasado contra la langas·
ta, por los daños grandes que han hecho y se temen que han de
hacer, después de haber sustanciado la dicha causa y procediendo
según derecho, fue por nos pronunciada la sentencia definitiva contra
las dichas langostas, en la que mandamos saliesen desterradas en
todos los términos de dicha abadia, dentro de dicho termino por nos
señalado so pena de excomunion mayor en que incurriesen si no
obedecían. La qua! sentencia fue publicada por nuestro secretario el
domingo pasado -es decir, que no podían decir las langostas que
no se publicó la sentencia. La sentencia se publicó perfectamente y
se hizo de ella la máxima notoriedad- quince de mayo de dich~
año. Por cuanto el termino que las dimos y asignamos en dicha senten-
cia es cumplido y aún pasado -es decir, se les ha dado no sólo tres
días sino más- y no han obedecido como se las mando, por tanto
procedemos a declararlas como excomulgadas, como lo hacemos por
este nuestro auto, por el qua! declaramos haber incurrido las dichas
langostas en excomunión mayor. Y de nuevo, usando de toda la
plenitud y potestad que habemos y tenemos según de derecho y
como juez eclesiástico ordinario, por este dicho auto mandamos a
las dichas langostas que al presente estan y por tiempo estuvieren
en los terminas de dicha abadia que so pena de excomunion mayor
lata sentencia ipso facto incurrenda -ya no dentro de tres días: o en
este mismo momento se van o incurren ipso facto en excomunión
mayor- salgan dentro de veinte y quatro horas de los dichos ter-
minos y no vuelvan a ellos, y vayan a los montes y lugares silvestres
y baldios a donde tendran su mantenimiento necesario, dejando el
que es propio de los hombres y ganados, donde si no obedecieren v
el dicho termino pasado, desde luego las damos por rebeldes v con-
tumaces y las quitamos todo genero de mantenimiento v declaramos
que merecen morir y acabar de todo punto.
Todo lo cual pronunciamos contra las dichas langostas v centra
cualesquiera espíritus malos que las mueven como conjuro v armas
de la santa madre iglesia cuya virtud y fuerza cuanto es de nuestra
parte ponemos en la dicha censura y excomunión. Asi lo pronuncia-
mos y mandamos, etc.»
La tozudez de los hechos. La prueba empírica: las langostas no
se iban. Y las langostas no se fueron. El sistema teocrático entra
en crisis. A partir del momento en que la utilidad es un criterio más
allá de la legitimidad teológica para imponer una sentencia y para
JI!J fif' .. •tm•t . !'J..!rnr•r.•• ·~n· ·
1·.~~!1 .• !r: .•!i.~~t·!. lfl·)thtiUti•1.j.• ,;
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30 Francisco Tomás y Valientt

abrir un proceso de este género, el riesgo de fracaso del sistema


may?r. Po~que si las langostas no se van ni c~mplen la pena d~
destierro m aun excomulgadas desaparecen, el sistema quiebra fr _
casa y falla. Después de 1650 no volvió a abrirse un pleito c~nr:
langostas ni en la abadía de Párraces ni, que yo tenga noticia, en nin~
guna otra cercana.

* * *
Y bien, con este proceso, con esta especie de Auto Sacramental
entre mágico y grotesco, termino. Así era la España del Barroco y así
era la justicia penal de entonces. Hemos visto a lo largo de estos días
que en aquel sistema de Derecho Penal y Derecho Procesal inescin-
dibles, coexisúan claroscuros, contrastes, sorpresas y contradiccio-
nes, validos degollados, rufianes azogados, langostas excomulgadas.
Hemos visto cómo utilizaban discursos teológicos que servían tanto
para quemar a sodomitas como para procesar a insectos voraces o
para condenar al blasfemo. Hemos visto y discutido la conveniencia,
el equilibrio y la complementariedad entre la lógica del poder, la del
castigo y la del perdón. La demencia y el rigor. La justicia del
rey y la cuchillada vengativa o el duelo por un punto de honor.
Había entonces más arbitrio judicial que garantías formales, más
censura que ilustración, demasiado teologismo y poca tolerancia. Así
es como yo veo la justicia penal del Barroco, pero todo es discuti-
ble y mis conclusiones también. Sin pedirles que las hagan suyas,
les animo, más bien al contrario, a que no se dejen impresionar de-
masiado ni por este tríptico, un poco efectista, ni por todo lo que
aquí se ha dicho, y que cada cual investigue las fuentes de la época
guiado por su razón crítica; pero quiero recomendarles que por mu-
cha razón crítica que le echen a su oficio de historiador, ante el su-
frimiento de aquellos penados o de tal o cuál degollado procuren
compatibilizar el ejercicio de la razón con la práctica de la compa-
sión o de la simpatía. A nosotros nos puede mover a risa el caso de
las langostas, y en fin de cuentas de las langostas se puede uno
reír si no le comen la cosecha propia. Pero junto a esa hay ~tras
historias que ya no mueven a risa, porque el dolor, aunque sea leJano
Y ajeno, no debe provocar más que compasión y una cierta y dtfusa
mala conciencia.
Pero si estudian ustedes la justicia de aquella época y se; con-
duelen en algún momento, les voy a pedir en segundo y ulumo
lugar que no se dejen llevar tampoco demasiado lejos por un sentl·
miento de superioridad, por la sensación de que entonces pasaba
aquello, pero ahora nosotroa estamos en una época en la que tales
!)elinCUeRteB y pecadores Jl

cosas no suceden. Ciertamente aquellas cosas. no suceden, pero su-


den otras y es bueno que mantengamos un o¡o en el presente cuan-
d~ pongamos el otro en el pretérito. Porque todavía hay demasiada
violencia asesina, demasiado dolor encarcelado y demasiada injus-
ticia.
Nada más y muchas gracias por su atención.
.11
Capitulo 2
y PECADO CONTRA NATURA*
EL CRIMEN
Francisco Tomás y V aliente

Voy a empezar por corregir un poco el tít~lo, pues _me parece


que hubiera debido titular mejor esta conferencia <<El cnmen y pe-
cado contra natura» y no «Sodomía y bestialidad», por lo que luego
veremos. Y ello no sólo por razones de una mayor fidelidad a las
expresiones de la época, sino también para evitar la inducción al
morbo o la apariencia de frivolidad o, incluso tal vez, la tentativa
de escándalo. En fin, espero que nadie caiga en ninguna de las
tres tentaciones, ni en el morbo, ni en la frivolidad, ni en el escán-
dalo, porque lo que voy a cont¡trles a ustedes aquí hoy no es nada
nuevo, sino algo sobre lo que se viene escribiendo desde hace años.
Y advierto eso, que no voy a decir nada nuevo, porque no he teni-
do ~ucho tiempo, más bien muy poco, en estos últimos meses para
amphar lo poco que yo sabía sobre esta materia. Lo que voy a
dectr lo expondré con un método que podíamos llamar analítico o
j modo de glosas y comentarios a textos de entonces para evitar así
as grandes construcciones, y también para que nunca se pueda pen-

* Esto no es un traba·J? escrtto,


ea igual p
· · ·
smo una conferencia transcrita que no

pluma et~~~ n~ es lo ~lsmo decir que. escribir, ni la voz y el ges~o que la
con unabilidad . f<;JDU-;tCI esta conferenct~ ~<?" gui6n y fichas. Oara Alvarez,
~rregido el tsxt~ h~bi~d~ grabó Y transcnbto lo c¡ue dije. y o, después, he
DI su contenido H
muletillu. Lo ~'• eea
IUI oioo.
•¡•d·Jro
- 1 ~ 0 he cambiado DI su estructura ni su tono
1 0 a~ unas notas Y he suprimido repeticiones ..,
o que dt]e. Ruego al lector que procure escuchar ron
))
u
,.,.,
Francisco Tomás y Va¡·lente

sar que lo que yo diga no guarda correspondencia con lo que enton.


ces se pensaba y se hada.
Antes de analizar text?,s o de ;o_ment~r casos, creo ~~e se impone
una especie de introdu~IOn te~log1ca, s1 me es, perm1t1do. Algo de
teología en boca de qmen no tiene nada de teologo es tarea arries-
gada, pero me parece que és;e como otros problemas de los que
estamos examinando estos días no se puede en tender s1 no es
mirando lo que aquella sociedad construía «sub specie reternitatis>>.
Es decir sólo desde una perspectiva teológica de teología moral, se
puede e¿tender el porqué y el cómo de la persecución y la punición
del pecado o crimen contra natura.
Esto lo dice con referencia no ya al delito que nos ocupa, sino
en términos más generales, Alfonso de Castro, aquel franciscano teó-
logo zamorano de mediados del siglo xvr, que explica cuál es la
visión de los teólogos acerca de las leyes humanas o civiles, como
ellos dicen. Dice Alfonso de Castro <<Ego hanc rem cum iuris hu-
manis peritis libenter et amice iuxta hunc modum partire vellim>>:
lo que quiere decir, «YO estoy dispuesto a compartir libre y amisto-
samente con los juristas peritos en el Derecho Humano, estas ma-
terias, las materias de la interpretación de las leyes>>. Y añade «Ut
legum humanarum interpretationem, illis teollogi relinquant>>, <<de
tal manera que los teólogos dejan a ellos, a los juristas, la inter-
pretación de las leyes humanas». «Illi vera teologis concedan! de
1lla~~ potestate atque iustitia disputare quía illa sine legis divinae
cogrutlone nequaquam recte intelligi potest.» Es decir, yo les dejo,
yo comparto con los juristas amistosamente el mundo del derecho,
de' mundo . de la ·mt erpretac1'ó n de 1as 1eyes, de tal manera que les
el
quc:__~terpreten las leyes humanas. Pero ellos los J. uristas de-
benJo con-=cr
d ¡ ¡ ha los teólogos disputar acerca de la potestad
' '
y justicia
e as eyes umanas, porque aquéllas 1 1 h . 1
conocimiento de la le di · • as eyes umanas, sm e
rectamente 1 • Y vma en modo alguno se pueden en tender
De modo que la ley divina es el crit . .
ble entender -«nequaquam recte interur.•o sm el cual no es posi-
manas. De ahf, que la perspectiva e . l!l potest»- las leyes hu-
'deas teoló¡¡teas
1
· que entonces eran cronststente
. en arrancar de ciertas
.
. eenctas socialm .
no sea por mt parte una presunción ni un mé _ente Imperantes,
Asf pues, hablemos un poco de tc:ol""'' todo tnadecuado.
que e1 caso y mt· ·lgnorancta -,..a con
. requieren. Dc:ad
1
toda• ¡as cautelas
e oa textoa del ~neais
1 Alfon10 de C.otro, D• pol•ll•l• l•1i• po..,.¡¡1 lilor;
narüa, Sal&monca, 1,, eplotola nuncupotoria, lo. 1. ltuo, Andrea Porto-
El crimen y pecado contra natura 35

de acuerdo con la teología escolástica, todo lo que hay es obra


~ Dios, que lo creó todo en seis días. Nunca he entendido muy
bfen si el séptimo, ~1 del desca~so, dura todavía, ni s~ durante él
Dios pensó, complacida y voltenanamente, que aquel (este, en rea-
lidad) era el mej_or de los mund_os po_sibles, o si por el co~trar_io,
como sugiere Ulnch, el hombre sm atnbutos de Robert Musil, Dws
pensó que el mundo bien hubiera podido ser.de otra manera. Sea
de ello lo que fuere, lo cierto es que los textos bíblicos nos informan
de la creación como obra divina en seis simbólicos días, lo que
significa en principio que la creación fue el paso gratuito y repenti-
no del cero a la realidad, de la nada a lo existente, a lo que hay.
Pero también cabe en la teología católica otro enfoque, no
contradictorio, pero sí más complejo que el expuesto, según el cual
la Creación tiene algo de acto continuo. La Creación no es algo que
se hizo de una vez y se paró, sino que, día a día, en un presente con-
tinuo la naturaleza se reproduce, los hombres se reproducen y, en
ese sentido hay una cierta continuidad en la Creación. Pues bien,
ahí es donde incide la idea del hombre como socio de Dios, como
colaborador de Dios en la creación, o más exactamente, en la procrea-
ción o generación de otros hombres. Y esto es así, porque parece
claro que si no hay una actividad generadora o generativa del hom-
bre no podría seguir habiendo nuevos seres humanos. En ese sen-
tido, pues, la actividad del hombre es necesaria para la continuidad
de la labor creadora, para la creación como un continuo.
Cuando hablo del hombre repito lo que dicen los teólogos de la
escolástica tomística y de la Segunda Escolástica española, quienes
se refieren al «vir», al varón. Es el varón el que constituye un
socio, un colaborador de Dios en la creación continua, porque es en
él, en su semilla, en el semen donde existe la potencia que permiti-
rá la aparición de futuros y nuevos seres humanos. En tal sentido,
la labor de la mujer es pasiva, no es creativa. La mujer es un simple
vaso en donde se deposita el semen, un mero receptáculo también
necesario, ciertamente, pero simple y pasivo en la labor de la pro-
creación. Insisto en que estas expresiones escasamente feministas no
son mías, sino que intento traducir el pensamiento teológico de la
época. Desde ese enfoque el acto sexual es un acto orientado y or-
denado a la procreación y tiene una finalidad predeterminada que
e_s 1~ de crear o seguir creando nuevos seres humanos. Esa es su
hnalidad natural. Que, además, de ese acto se puedan derivar pla-
¡eres es o~ra cuestión, pero una cuestión accidental, en la termino-
ogla tom1sta, porque ni es necesaria ni es exigible. Más bien el
placer opera a modo de estimulo para que se realice el acto pro-
creador. Si éste además proporciona una satisfacción, eso será bueno
36 Francisco Tomás V.
Y aliente
0 será malo, según las circunstancias en que el acto sexual h
realizado. El acto sexual es perfecto en determinadas ocasionse aya
independencia de que produzca place~ o no lo produzca, p:~oc~n
modo alguno el placer puede ser considerado como la finalidad b
jetiva del acto sex~al~ que n<:> es otra que !a prcx;reación. Sobre es~a;
premisas, la. E~colasuca reahza una especie de ¡erarquía de los pe.
cados de luJuria, porque aunque el acto sexual sea concebido en
abstracto como la acción necesaria del hombre para seguir creando
seres humanos, es evidente que el hombre tiene un apetito sexual
al que puede ceder o no ceder y, según en qué circunstancias ceda a
ese apetito sexual, colabora rectamente con Dios en la creación de
otros seres, o, simplemente, satisface un instinto con independencia
de aquella finalidad y, por tanto, pecaminosamente.
Esta especie de clasificación que les voy a dar a ustedes es muy
esquemática; no es la única que se puede hacer; admite multitud de
subespecies. A este respecto les remito a Santo Tomás como. tam-
bién por ejemplo, a un confesor, a un casuista del siglo XVII, Frav
luan Enríquez 2 . Muy esquemáticamente la jerarquía de pecados, de
más leves a más graves, según la Segunda Escolástica española es
ésta. En primer lugar la fornicación simple, que apenas es un pecado
grave, porque se entiende por tal aquella que realizan hombre Y
mujer rectamente, es decir, como debe ser, sin poner obstáculos a
la pr~reación que es el fin objetivamente perseguido, pero hombre
Y mu¡er que hubieran podido casarse en el momento de realizar la
fornic~ón, aun~ue no estaban unidos por el vínculo matrimonial.
~s Independiente a estos efectos también que la fornicación se
realice entr~ personas espont.áneamente vinculadas por un afecto, _o
por la OCasión, o que se reahce por precio. La mediación del preciO
no agrava las cosas. Más bien en el siglo xvn se pensaba y políti-
camente asi se procuró casi 5 i . '.
l.eres dedícadas a tan vieJo
. . .e?lpre, que conviene que existan mu-
oficio Y que no h ay tampoco que perse-
· 1
guu as gravemente Algunas b
curiosa que habla ~n S 1 costum res, por ejemplo una muv
a amanea aconse¡· a .
sacadas de la ciudad durant l s' que 1as meretnces sean
· e a emana Santa .
na me¡or es no pecar, Pero luego lle a 1 ll , porque en esa serna-
(en Salamanca el siguiente al lune 1c, ~ amado «lunes de Aguas>>
aguerridos cruzaban el rlo desde :l A bacla) dia en que los mozos
llevado a las profesionales de estos 0~~a- a ' : e era adonde habían
mozas del partido, atravesando con ella~Ioa, b ata la ciudad con las
del Tormes, acaso para purificarlas y paraen razods' el 8 1!~a ~rriauc
que pu teran hmptamente
J Froy Juon de Enrlqun, Qw11lo1111 prklic•t d• ca ,¡
ot ,o, "· Mll<lricl, 16M
El criJnen y pecado contra natura 37

reanudar después unos menesteres que no estaban socialmente mal

·~· . el estupro, entendiendo


Algo más de gravedad tiene . por tal no
sólo aunque también, la relación sexual entre hombre y doncella,
distlnguiendo si es púber o impúber, como la relación sexual, me-
diante dolo. Es decir, aquí la gravedad del pecado viene dada por
)a no adhesión voluntaria, libre, espontánea de ambas partes al acto
sexual. Siempre se entiende que la engañada es la mujer; no sé por
qué, pero así se entiende habitualmente.
Mayor gravedad tiene el adulterio, porque en él hay por medio
un acto sexual que produce ofensa, la ofensa al marido, (porque en
el adulterio siempre el engañado es el marido) y, sobre todo, la
ofensa a la realidad sacramental que une a las personas dentro del
matrimonio. Mediando matrimonio se pueden hacer actos sexuales
-tampoco todos, como veremos luego-- pero fuera de él no los
pueden realizar las personas casadas y de ahí la mayor gravedad de
su pecado. Acerca del adulterio caben múltiples subespecies con dis·
tinto grado de gravedad, en las cuales no voy a entrar, porque esto
nos desviarla, y acerca del adulterio cabe también una casuística
enorme respecto a las posibilidades de perseguir, incluso de matar,
el cónyuge ofendido a los adúlteros.
Mayor gravedad tiene el incesto, respecto al cual los casuistas
distinguen meticulosamente la proximidad de la relación parental
dentro de la que el incesto se realiza. Observen ustedes que no es el
incesto en modo alguno el pecado más grave, en contra de lo que
muchos antropólogos podrían pensar.
Mayor gravedad tiene el sacrilegio, sobre todo si es con monjas,
quiero decir que más gravedad tiene el acto sexual que se realiza con
una monja que no el realizado por un clérigo.
Y, por último, el más grave de los pecados en el mundo de la
lujuria es el pecado contra natura, que es del que nos vamos a ocu-
par y que reviste la mayor gravedad posible porque en él ya no se
trata del simple acto de fornicación fuera del matrimonio, ni del
dolo o la ofensa a otro sacramento, sino que el directamente ofendido
es Dios, porque es su imagen de la creación la que se altera. Es el
orden natural el que se perturba. Y es la posibilidad de se¡¡uir pro·
creando la que se desperdicia, si se me permite la vulgaridad de la
expresión.
Toda la economla de la creación está en juego en el acto sodomí-
tico o en el ámbito más amplio del pecado contra natura que se
comete por cualquier acto en el que se produzca sin posibilidad de
procreación el placer sexual del varón, pues siempre la perspectiva
ea la del cvir• ya que ea ~ quien emite el semen, la semilla que
38 Francisco Tomás y Vat·
Jen~

podría dar lugar a una continuación en la creación. Por ello d


del pecado nefando entra la sodomía propiamente dicha la b entalro
. d 1
dad y las molicies. En tendten o por ta es, como artolomé Clave ·
B , esu t
especificaba ayer, las posturas no naturales, o la masturbación 0 ¡10
tocamientos, y otras ac~IVI . 'dades J?1acenteras en cuya ~nunciación , 01b
imaginación de los casu1stas del stglo XVII es de una nqueza maravi.
llosa o regocijante para el lector actual. Por sobriedad académic¡
ahorro precisiones mayores: pido disculpas.
Pero me: interesa señalar esta afirmación de que pecado contra
natura es cualquier acto sexual del que no pueda derivarse la pro.
creación. Esta sería la idea del pecado contra natura: un acto sexual
que no conduce por sí mismo a la procreación implica alterar la eco
nomía de la creación e impide la posibilidad de esa colaboración de:
hombre con Dios. Por ello hay un texto, entre los varios que luego
citaré, de: Antonio Gómez, ·jurista castellano de aproximadamente
1550, en el que después de hacer una serie de consideraciones que
más adelante relataré, dice: «si quis habet accesum ad quamlibet
aliam speciem vel materiam non aptam nec determinatam a natura
ad .coitum et .generationem secundum propriam speciem, committit
delictum et crtmen contra naturam» J. Es decir «si alguien realtza un
acceso carnal que no está ordenado al coito natural y a la generación
dentro de su especie, comete delito y crimen contra natura>>. Este es
el concepto amplio del pecado o delito contra natura más amplio
~la pura relación sexual entre personas del mismo s~xo. Por eso,
tro de este concepto, es igualmente atentatorio contra el orden
n1at~~~_cie la creación la masturbación (al menos la del varón) que
a """""'la en aentido estricto
Bien: con este enfoq · ló · ,
dicen 1 1 . . ue teo g¡co vamos a ver que es lo que
p as eyes y los Junstas acerca del pecado nefando
ara empezar, algo de termi 1 ' E · . d
Partida Séptima titulo XXI di no ogta. n u.na glosa al ProemiO e
liari modo dicit~r peccatum ~on: así Gregono López: <<Et sic pecu·
peccatum eat contra naturam • Es ndtu~am nam et largo modo omne
todo pecado ea un pecado co~tr ecu, aunque en sentido ampliO
ae dice c:k la sodomía pecado coa !natura, así Y de un modo peculiar
contra natura propiamente dich n rya natura: la sodomía es el pecado
«e r i mcn contra naturam. «peccat o. aal . le 1a va a 11 amar 0 también
fando, crimen cometido contra or~·· crunen nefandum,. pecado ne·
·'- la
I ra na 1ura o, "" llllnera que aw:n mú , ne f an d o o ' pecado con·
rnt natural
me llamó la atención: el
' Antonio Gómn, AJ
t_i1 MOCCLXXX, 1 l1 Ley
r...,., r.~,;
LXX ou nol::::-•~l.,.¡~,. •brolutíui
1
animo, p4p. 704 1 708 do la odici<!n ci•'""~ 12 n y <n cou,.,
1 Ma11•
._.., Qcreto esll'
El criiDCD y pecado contra natura 39

ecado. Sin más adjetivo~- El pecado cont~a natura, la s?domía, es


P1 pecado por antonomasia y, al parecer, nmguno como el altera el
~rden natural de la cre~ción,, puesto que atenta_ directamente -lu~go
lo dirá también Anto~uo Gomez-_ contra la_ Imagen de DIOs. SI el
hombre está hecho a Imagen de DIOs, eso mismo es lo que el hom-
bre lesiona o rechaza de alguna manera con el acto sodomítico, pues
con él el hombre desprecia la invitación divina a ser asociado en la
tarea creadora. Se le va a llamar también muchas veces crimen atroz
0 «crimen atrocisimus» en el sentido que ayer glosaba Bartolomé
Oavero y que luego precisaremos.
No hay que pensar que la persecución de la sodomía se deriva
sólo de los textos que vamos a leer ahora. No quiero entrar, porque
no tengo tiempo para hacerlo con detenimiento, en los textos del
Derecho Romano. Sí me parece que los textos del Derecho Romano
clásico eran más bien benévolos, o en modo alguno severos, en la
persecución de la sodomía. Es lógico, porque se carecía entonces del
enfoque teológico del que brevísimamente les acabo de hablar. Algu-
na ley posterior, principalmente la Lex Julia de adulteriis fue sin
duda el texto básico (el pretexto) para la construcción doctrinal de
los juristas del bajomedievo; pero me parece que más bien la cons-
trucción fue si no al cien por cien, en grandísima parte, obra de estos
juristas del iu·s commune, de tal manera que el uso de los textos
romanos sólo sirvió como punto de partida.
En textos de los fueros municipales castellanos tardíos hay varios
en los que a los sodomitas se les castigaba con una pena que debía
ser bastante desagradable: la de muerte en la hoguera.
En un texto municipal tardío, el Fuero de Béjar, se lee así: «De
varón que fornica con otro. Qui fuer preso en sodomítico pecado,
quemarlo.» Esto es lo que se llama capacidad de síntesis. En el fue-
ro de Baeza: «quien en pecado contra natura fuere preso sea que-
mado». Aquí ya se introduce la denominación teológica culta de pe-
cado contra natura. En el Fuero de Ubeda: «De pecado sodomítico.
Todo aquel que en pecado contra natura fuere preso, sea quema-
do.» Una variante de este mismo precepto dice algo diferente:
«Todo aquel que sea hallado fodiendo a otro home sea quemado.•
Obsérvese que en todos estos textos el delito o pecado está referido
siempre y sólo a varones, como si la sodomía fuese exclusivamente
cosa de hombres, es decir tomando el significante en el primero Y
m's estricto de los significados que todavía hoy le da nuestra Aca-
demia.
Pasemos a las Partidas en donde encontramos dos textos claves
de gran interés. En el Proemio del Título XXI de la Partida Sépti-
ma 11e lee: «De loa que facen peado de luxuria contra natura.
10 Francisco Tomás Y V .
ali,.,,
Sodomítico dicen al pecado en que caen los homes yaciendo
con otros contra natura o costumbre natural. E porque de 1 ¡ un~
nacen muchos males en la tierra do se facen es cosa que pe:a PecadG
a Dios con el e salen ende mala fama, non tan solamente a ¡0rnufcho
dores más aun a 1a uerra . do es consentl'do, por ende pues qus ace·
1
otros títulos antes de este hablamos de los otros yerros de !u~ 01
d . . d d d
queremos ecu aqut aparta amente e este e emostraremos dond una
tomó este nome e quien lo puede acusar e ante quien, e que pen'
merecen los facedores e los consentidores.» a
Algunas de estas ideas que acabo de leer las vamos a ver repeti.
das en textos posteriores. Y después de esta introducción o Proe-
mio, la Ley 1 del mismo título y Partida dice: <<Ünde tomo este nome
el pecado que dicen sodomítico e quantos males vienen del. Sodoma
y Gomarra fueron dos ciudades antiguas pobladas de muy mala
gente. E tanta fue la maldad de los homes que vivían en ellas que
porque usaban aquél pecado que es contra natura los aborreció nues-
tro Señor Dios, de guisa que sumía ambas las ciudades con toda la
gente que hi moraba e non escapo ende solamente sinon Lot e su
compaña que non habían en sí esta maldad. E de aquella ciudad
Sodoma, onde Dios fizo esta maravilla -maravilla en el sentido no
de co1a deseable sino de portento- tomo este nome este pecado a
que llaman sodomítico. E dehese guardar todo ome deste yerro
porque nacen del muchos males e denuesta e desfama asimismo el
q_ue lo face, ca por tales yerros envía nuestro Señor Dios por la
uerra donde lo facen fambre e pestilencia e tormentos e otros males
muchos que non podría contar.»
La Ley si~~iente dice: «Quien pude acusar a los que facen el
pecado sodommco e ante quien e que pena merecen haber los face-
d1ores del e los consentidores. Cada uno del pueblo puede acusar a
os homes -a los bomb re~, tnszsto--
· · que ¡·1c1esen
· peca do contra
¡.a~ura. E tste acuEa~iento puede ser fecho delante del juzgador do
,tesen ta yerro. s1 le_ fuere probado debe morir por ende -pena
¡:C;'~:~~· .,¡unquj no du;e qué clase de muerte- tambien el que lo
a facer por ¡~~;za0 0c~~~;ent~.,~~:rd ende si al~uno dellos lo oviere
debe recibir pena porque los q e caftorce anos, ca entonce non
O trosst. los menores
' non entienden
ue son orzados non son en cu 1pa.
aquel que. facen. Esa misma pena de~uhahc ta~gran yerro como _es
que yogutere con bestia. E deben demas mr 1 0 ome_e toda mu¡er
tiguar la remembranza del fecho.» atar la besua para amor-
La primera idea que quiero subrayar e ¡ · ¡
no está traído a humo de paja pues se afi~mc eJemp 0 bíblico, que
Rca1 y exactamente suce d'ó
1 que' Dtos
. cutil!ó aa y dcree que_ pas6 ast.,
1
o a una Ciudad por-
El crimen y pecado contra natura 41

ue hada aquello, y eso es absolutamente cierto, tan cierto que lo


dice la Biblia. No piensen ustedes 9ue ;~be en la mentalidad de los
h bres del siglo XIII una lectura s1mhohca de la B1bha, o una mter-
o~ación que no sea literal. Aquello ocurrió y Dios destruyó a toda
pre c¡'udad porque en ella hacían aquellas prácticas. No es casualidad
una
tampoco que se le 11ame sodom1a, , y s1. en Sod?ma paso, .aque Uo, ten-
amos cuidado porque lo m1smo puede ocurnrle a la cmdad o a la
;ierra donde tal pecado se cometa y se consientan los mismos males
que en Sodoma. D~l J?ecado sodomític~ deriva, no s?~o para el autor,
enfamamiento o perd1da de la fama, smo que tamb1en puede produ-
cir grandes males y pestilencias para la ciudad donde se consiente.
De modo que de consentir eso, nada, que la cosa es muy seria, que
Dios nos puede enviar hambres y pestilencias. Hay en esta valora-
ción una indudable presencia de lo que siglos después se llamará
proporcionalidad entre pena y daño social, puesto que el sodomita
es ciertamente culpable de pestes, plagas y otras no menos tangibles
y molestas maldiciones divinas.
Segunda observación. El mal en sí es un mal contra natura. La
expresión <<pecado nefando contra natura>>, ya la han oído ustedes,
se re pi te muchas veces.
Tercera observación. Pena de muerte sí, pero no se dice cuál.
Otra observación. Sólo se habla de hombres salvo en el pecado
de bestialidad, al cual se le da la misma pena. También se añade la
facilidad acusatoria, cualquier persona, cualquiera, aun incapacitados
en otros órdenes de delitos para acusar, pueden acusarlo.
Llama la atención la benignidad de la ley de Partidas en dos
casos, benevolencia, que como van a ver ustedes, después se pierde.
En el caso del que haya sido forzado y en el caso del menor, porque
no sabe que aquello que está haciendo o que hacen con él es tan
grave.
Observen finalmente el silencio respecto a las molicies. Yo vov
a e~plear siempre esta expresión que, como es mm• abstracta, es mls
b.omt~ que las más crudas. De las molicies, las Partidas no se ocupan,
sdenCJo que es también significativo.
Las citadas leyes de Partidas están en la misma línea de algunos
otros textos hispánicos de aquella época, mediados del siglo xm.
~omo, por ej.emplo, de algún precepto de los «Furs» de Valencia.
ero en Casulla las cosas se iban a agravar especialmente a partir de
~na famosa Pragmática de los Reves Católicos dada en Medina del
in~~po .el 22 d~ julio de 1497. Es un texto largo, pero me parece
scuuble su Interés y la necesidad de leerlo y comentarlo.
be! ~spués del encabezamiento habitual, don Fernando y doña Isa-
dicen a todas las autoridades a las cuales dirigen la pragmática
Francisco Torn.
as y V~ienr,
lo siguiente: «Sal':ld .Y .gracia. Sep~des ~ue acatando como Dios
tro Señor por su mhmta clemencia quiso encomendarnos 1 nues.
. , d estos nuestros R'
cton emos e nos f acer sus ministros
·· en la agovern
ex ..1·
de la justicia en todo lo temporal, no reconosciendo en la aedcuQon
tracton., di! e a otro supenor, · ·
smo a e1 a qmen · hb a e mos de dar ernuus·
castigando los delitos por aquella medida de pena que sea re~~~~
diente a las culpas de los culpan tes.»
Es decir, nosotros somos reyes porque Dios lo quiere y estamos
aquí para no reconocer a nadie superior más que a Dios. No es, por
consiguiente, la perspectiva del daño social la que nos ha de servir
de guía para medir la gravedad de los pecados sino la culpa en el
sentido de ofensa interior, de pecado que el culpante, el autor del
delito realice respecto a Dios. Cerremos la glosa y continuemos la
lectura.
«E porque entre los otros pecados e delitos que ofenden a Dios
nuestro Señor et infaman la tierra especialmente es el crimen come·
tido contra orden natural, contra el cual las leyes e Derechos -se
refiere, las leyes e Derechos, al Derecho civil, las leyes y la doctrina
del Derecho civil y canónico- se deben armar para el castigo de este
nefando delito, no digno de nombrar, destruidor de la orden natural.
castigado por juicio divino, por el qua! la nobleza se pierde -frase
también muy interesante, porque no se está queriendo decir sólo que
quien lo comete realiza una acción innoble sino lo que literalmente
está diciendo, que la nobleza se pierde, que quien comete este ~eleto
de¡a de ser noble a los efectos que luego veremos- et el corazon se
acobarda et se engendra poca firmeza en la fe et aborrescimiento en
el acatamiento de Dios et se indigna a dar a hombre pestilencia e
otros tormentos en la tierra e nasce del mucho oprobio e denuestos
en la tlerra donde se consiente,. merecedor de mayores penas que, por
obra se pueden dar ... » (Es dectr, como ofende tanto a Dios es logzco
que .nazca el temor de los tormentos, castigos y penas que Dios puede
env1ar a la tl~rra donde se consienta. Es el miedo, el temor a Dios.
e!Eque tamb1e~ mduce a agravar las penas. A agravarlas ¿por qué))
~ t como qutera que por los der h ¡ ·· · d
bl 'd f ec os et eyes positivas antes e
ag~>ra esta ese¡¡ as uderond o es tan ordenadas algunas penas a los que
ast corrompen a or en e naturaleza ·
las penas antes de agora estatuidas no e son fnemtgos della, ¡;>orque
de todo desterrar tan abomynabl son su Ictentes para extirpar e
· . e yerro queriendo en est d .
ta a Dtos -«qUeriendo en esto dtlr c.:enttl o· o ar CU(tl'
lograr una eficacia social, se tr11 ta de rendir a 10:"· no0 se tra111 dt
cuanto no sera refrenar tan maldita macula e ~uern as a ws- y en
carta e disposición, la qua\ queremos e manda:.~~rq!o~e~sta nuestra
mandamos que despuea que eata nuestra carta fuere en n lll valnr ...
ue11ra corte
El crimen y pecado contra natura 43

bl' da el que cometiere el tal delito seyendo en él convencido


P~r ~:uella manera de prueba q~e segun derecho es b~stant~ para
p bar el delito e crimen de hereg1a o el cnmen lesae maJestaus, que
pro quemado en llamas de fuego en el lugar e por la justicia a quien
s:~teneciese el conocimiento e función de tal delito. E que asimismo
haya perdido por ese fecho e derecho e sin otra declaracion ninguna
pierda todos sus bienes asi muebles como raíces, los quales desde
agora por esta n~estra ley e pragmatica confiscamos et avernos por
confiscados et aplicados a nuestra camara e fisco.>>
Detengámonos otra vez. La Pragmática afirma que la pena ante-
rior no era suficiente aunque era ya la de muerte, de modo que ahora
se impone también la pena de muerte, pero no en cualquier forma
sino la pena de muerte de fuego. A mí no me parece que esa pena
de muerte fuera la más horrible. Quizá fuese aún peor la que inven·
taran en la Santa Hermendad, que era la pena de muerte a saetazos,
porque debería ser muchísimo más lenta, aunque en un momento de
debilidad o de censurable ternura se introdujera la práctica de colo-
car en el pecho del reo, más o menos a la altura de su corazón. una
especie de diana o trapo rojo para facilitar la puntería de los arqueros
y acortar el suplicio del desdichado moribundo. Pero en fin, cerremos
tan macabra digresión. Lo cierto es que se agrava la pena de muerte
¿cómo? pena de muerte de fuego. ¿Qué más? Confiscación de bie-
nes, pérdida de todos los bienes. Pero cuando en la técnica del Dere-
cho penal y procesal penal (porque no son disociables) del Antiguo
Régimen se quiere agravar la persecución de un delito, no sólo se
agrava la pena sino que se introduce una serie de mecanismos com·
plementarios que son las facilidades acusatorias y las facilidades pro-
batorias. A ellos se refiere la Pragmática al decir que «siendo probado
de manera que sea bastante para probar el delito de heregia y de lesa
majestad», y eso es lo que guarda relación con la calificación del
delito como atrocísimo. ¿Qué se quiere decir? Que aunque la prue·
ba no sea plena, que aunque la prueba de la comisión del deliw de
sodomía no sea tan trasmisora de certeza como lo seria en relación
con cualquier otro delito, valga. Y se sigue esta idea
en los siguientes términos:
. «E otrossi mandamos e ordenamos que por mas
cnmen si acaesciere que el dicho aborrecible delito no
bar en acto perfecto et agravado pero si se probaren et aven11uaren
act01 muy propinquos e cercanos a la conclusión del, en tal manera
que no quedase por el delinquente de acabar este dañado yerro, que
aea avido por verdadero fechar del, e que sea juzgado o sentenciado e
padezca aquella misma pena como e en aquella manehl q~ lo sena
e padesceria el 411e fuese convencido en toda perfc«ion del dicho
44 Francisco Tomás y V 1.
a tentt

mal':ado dEelito, como dedsuso endnuestradleyh e pragmatica sancion se


contiene. que se pue a proce er en . 1C o crtmen a peticion de
parte o de qualquiera de pueblo o por via de pesquisa o de oficio d
juez o que en el dicho delito e proceder contra el que lo cometier:
se guarde la forma e orden que se guarda de derecho o se debe
guardar en los dichos crímenes y que se pueda proceder a tormento
así para definitiva como para interlocutoria sentencia o para procede;
a tormento. Ca en todo mandamos que se tenga e guarde en este
nefando delito la orden e forma que según derecho se debe guardar
en los dichos delitos de heregia y lesa majestas.>>
Así pues, facilidades acusatorias y probatorias y aplicación del
tormento, ya que se puede atormentar a cualquier hombre que sea
perseguido por delito de sodomía, incluso al noble, incluso aunque
sea clérigo. Es lo mismo que sucedía en los delitos de lesa majestad
cuyo tratamiento procesal y punitivo se extiende analógicamente a la
sodomía. Hay sin embargo, una cláusula final benévola: «que no
incurran en infamia propiamente dicha>>, es decir, que la pena del
delito no se traslade hereditariamente a los descendientes del delin-
cuente.
Como ven ustedes, la pragmática de los Reyes Católicos 4 agrava
considerablemente las penas. También es muy interesante una prag-
mática posterior, en 1592, de Felipe II, en donde ya no se agravan
las penas, pero se dan todavía más facilidades probatorias a la hora
de peneaui.r y juzgar el delito.
Ea - pragmática de 1592 s dice Felipe II <<que deseando extir-
PIIr t;1 ~mable Y, nefando pecado contra natura, sin que se pueda
..,.dir ni excusar del de la establecida por Derecho de color de no
estar_ suficiente p~obado el dicho delito por no concurrir en él averi-
guaciones de testigos contestes, siendo como es caso imposible pro-
barse con ellos, por ser de gran torpeza y abomi·nac· d
dT ·¡ b 10n y e su natu·
ra1eza d ~ muy 1 ICI _pro anza». Da luego una serie de facilidades
probatorias que abrevio y resumo: aquí el tópic
nullus» ya no rige, puesto que un solo testigo o dtestes un~s' testes
tigos no concuerdan entre sí pero son d pue e valer- S1 los tes-
.
parece ser que mtervmo · en la' comisión del
os delito
0 tres Y algun
v 0 d_e e11 os
de cargo. Se dan, pues, nuevas y acumulativ ' fal~l~du testimoniO
torias. as ac 11 acles proba-
_Me _interesa llamar _la atención sobre dos hechos .
estan vigentes en Casulla, aunque como Derecho su. 1Las Parudas
p etorlo, hasta
4 Puede con!luharte el texto in~egro en Juan Ram(r(!z L 'b
y Pragmáttcas de los Reye< CatóliCos, 1'03, ed. facslmiÍ M_'.j .d, los
Bulas
lioa 148. 148 vto. y 149 recto. ' a rtd, 1973, fo-
' Nueva RecopilaciÓn VIII. 21.2.
~~ crimen y pecado contra natura 45

· entrado el siglo XIX, según y para qué cosas, según y para qué
~~e~ores del ordenamiento. Desde luego en el mundo del Derecho
~;nal hasta la aparición de los prim~ros Códigos Penales. .
La Pragmática de los Reyes Catoltcos de 1497 y la de Felipe II
)e 1592 se introducen en la Nueva y en la Novísima Recopilación.
Es decir, están formalmente vigentes hasta pnnc1p10s del stglo XIX.
Hasta principios del siglo XIX estas leyes que les acabo de resumir
;on Derecho formalmente vigente. Otra cosa será que se aplicaran o
1o, como veremos después.
Y no crean ustedes que se trataban de leyes, de normas cuya rea-
lidad se olvidaba en aquellos tiempos.
Hay entre otras de contenido semejante, una Real Cédula de don
Fernando el Católico, signada de su real mano <<para que se haga
nformación sobre el Pecado nefando que trató de cometer un clérigo
llamado Cristóbal González con un sacristán>> 6 No me interesa la
mécdota, pero sí quiero señalar el empeño del rey no sólo en que se
:umpla globalmente el derecho, sino en que cada caso singular, inclu-
;o éste, nada escandaloso por cierto, se persiguiera con toda severi-
lad. Podríamos preguntarnos desde la óptica actual: ¿no tenía cosas
nás importantes y generales de las que ocuparse el rey? El enfo-
¡ue del interrogante sería anacrónico, porque lo cierto era, y eso es
o que trato de poner de manifiesto, que esa, la de los pecados nefan-
los, era una de las cuestiones más graves en una monarquía preocu-
lada por encima de todo por la defensa de la fe, de su unidad y de
a moral ortodoxa de ella derivada.
Así, pues, no se trataba sólo de dar leyes sino de vigilar escrupu-
osa y activamente para que esas disposiciones se cumplieran.
Veamos ahora lo que sobre esas leyes comentan algunos juristas
le la época. Me voy a ceñir a Gregario López y Antonio Gómez, glo-
ando las leyes que antes les he leído.
Gregario López, en la glosa «Ümes», es decir, tomando pie en la
>rimera vez que en la Partida 7, 21, 1 aparece la palabra «ames»
lice <<Aunque dice la ley hombres, se incluye también a las mujeres
anta cuando una con otra haga contra natura como cuando varón
on hembra haga el coito contra natura» 7 Cuidado, pues. Cuidado,
•arque aquí se introduce una idea que vamos a ver desarrollada des-
•ués. No sólo los hombres pueden ser sodomitas sino también las
mjeres entre sí. Además también se comete delito y pecado nefando
ontra natura, digno de ser penado con la pena de muerte de llamas
on la realización del acto contra natura de un hombre con su santa

• Archivo General de Simancao, Cúnara, Qdulas, 2,.


7 Gregorio López, alooa oomeu a P V11, 21,1.
46 Francisco Tomás V.
Y al1en1t

Y legitima esposa. ¿Por qué? Por lo que veíamos al principio·


también ese acto cometl'do d entro d e1 matnmomo . . d eJa . de ser. uPorqut
ordenado a 1a procreac10n. . ' Y no sren . do un acto ej e1 cual puedandacto.
varse la procreación, es un acto contra natura que merece ser een.
gado como cualqurer · otra forma de e'1 . as¡¡.
y aipe diciendo Gregario López: <<Así pues el pecado femenin
a po11'ble y ha de ser castigado.>> Se apoya en San Pablo, Epístola~
loa Rommoe. Así lo prevé la pragmática de los Reyes Católicos, v
ail.ade que no obstante «iste coitus feminae cum femina non reperit~r
punitus necque diuina necque humana.>> Es decir, a pesar de todo lo
dicho, este coito de mujer con mujer no se encuentra castigado por
la ley divina ni humana: «quod licet hoc sic peccatum gravem non
tamen ita grave sicut vitium sodomiticum viri ad virum». Es decir,
de tal manera que aunque este es un pecado grave no es tan grave
como el vicio sodomítico de varón con varón: <<nam majar est per-
mutado ordinis naturae in sodomítico quam in isto», pues en efecto,
mayor es la perturbación del orden natural en el pecado sodomítico
entre varones que en éste entre mujeres.
La explicación es que en el pecado realizado entre mujeres, a
pesar d~ su_ condición de personas más dadas a la pasión, por lo que
son mas dignas de benevolencia no se altera la economía de la
creación, ni se produce la posibiÍidad del coito con semen y no se
~:od~cido la misma ofensa que en el pecado sodomítico propia-
. e dicho, _el cual «imago Dei deturpatur» en el cual se ofende la

~
IDlagen de D1os.
consecuencia ' dice G regona
En ~-L · L'opez puesto que en matena · de
penas w:oo:: preva1ecer la int ·6n <<mltlor»
'· · · '
! no .~~b· .
uoc 1eran ser castigada t 1
erpretac1· ' la más suave qurza
' ·
¡ ¡
a otra arbitraria inferi s ed mujeres a la pena de las llamas, smo
cuando mediante «al'¡qor ~ a e muerte. Pena que deberá agravarse
uo mstrumento . . .
No quiero incurrir en crlti d Vl~gmltas violetun>.
anacrónicas, injustas. Prefiero ~do :mas•ado fáciles, que serían, po_r
sor de las palabras de aquel insi n~ .ar _el modesto papel de transmt-
el de glosador de sus glosas. g )Utlsta del siglo XVI y, a lo sumo,

1
Su escala de valores y sus prin · . .
en su tiempo. Quemar vivo a un ~Plo~ JUrídicos son los ortodoxos
dad, tanto al activo como al pasivo)omua (eso si, con absoluta equi-
cu 1pa, aId- ·¡ y, desde luego esunact
ano saeta 1 16 . o proporcionado a su
otro lado, la mujer, ser relativa pero'no~l glcamente justificado Por
ficia ~e su ,inferioridad paralela a au ir:~~dte humano, se bene-
ventaJa habta de tener. El lenguaje del 1·uri t ad creadora: aluuna
' N o es seguro que smt1era
tante, f rto. . . algúns 8a~ es er ud'no, llano ., dis-
el espectáculo de un sodomita en la hoguera: ::,e;,o.:e emoción' ante

--
Pecado, con su
El crúnen y pecado contra natura 47

delito, se lo había ganado. "X" conste q~e. Gregorio López n.o era ni
n monstruo, m una pluma aislada: participaba de las creencias de su
~ociedad -la castellana de 1500- y formaba parte de una tradición
jurisprudenci~l,.la del ~erecho Común, que dominó en Europa duran-
te más de qmmentos anos.
Sobre estas cuestiones se pronuncia también Antonio Gómez
quien en sus comentarios a la Ley LXXX de las de Toro, se pronun-
cia acerca de si es punible todo acceso contra natura y cuál es su
pena, esto es: si el varón que tiene acceso con la mujer, con su
esposa ( <<Uxorem>>) o con otra mujer contra natura debe ser castigado;
si la mujer que realiza acto sexual de acceso contra natura con otra
mujer debe ser también castigada, y «decimo et principaliter est pu-
nibilis coitus et accessus cum animali et quae sit poena eius et an
ipsum animal debet punire>>. Estas son las cuestionea sobre laa que
se pronuncia Antonio Gómez. No las voy a leer todas en un deu-
rrollo pormenorizado, pero sí algunas de ellas 8 •
Por ejemplo, <<si quis habet accessum ad alium hominem commit-
tit detestandum et abominabile crimen sodomiae contra naturam
quod gravius est caeteris criminibus praeter in herexiam et tendit in
maximam offensam Dei et totius naturae>>, «si alguien tiene acceso
con otro hombre comete el abominable y detestable delito de sodo-
mía contra natura, el cual es más grave que los demás crímenes, ade-
más del de herejía, y tiende a la máxima ofensa de Dios y de toda
la naturaleza>>. «Y acerca de esta cuestión, en primer lugar digo que
la pena de este nefando crimen es la pena de muerte y la confisca-
ción de bienes, tanto en el agente como en el paciente.» Cita en
apoyo la <<Lex Iulia de adulteriis>> -yo creo que con una interpre-
tación absolutamente extensísima- y a Azzo, a Godofredus, a Cino,
a Jacobo, a Bártolo, a Baldo. Discute si de la ley «lulia de adu!te-
riis>> se deriva la pena de muerte. Dice que la cuestión es dudosa,
pero que ahora, en Castilla, la cosa está muy clara puesto que la
pragmática de los Reyes Católicos ha eliminado toda duda.
Plantea después si se comete el pecado nefando contra natura
cuando un varón practica el coito con acceso carnal «ad uxorem pro-
priam -a la mujer propia- ve! ad aliam quamlibet mulierem ---<l
con otra mujer- per vas exterius contra naturam». Y responde que,
por supuesto, que sí. Y cita en su apoyo textos de Jacobo, Bonifacio,
Felipe Dedo. Quiero destacar con estas alusiones a otros autores que
ni la ley castellana es nueva dentro de la tradición del Derecho Co-
mún, ni las opiniones de los juristas castellanos son nuevas dentro
de la misma tradición doctrinal. Los glosadores y comentaristas allen-

• Antonio Gómez, op. y loe. cil. en DOta ).


48 Francisco Tomás V.
Y alrent,
de las fronteras aceptan estas ideas exactamente igual como 1
tan los juristas castellanos. Y añade literalmente Antonio aG~ce?
después de decir que hay delito de sodomía cuando un var?illt1z
. . . on 1
practica con su mu¡er o con otra mu¡er, <<et tstum caso vidi de¡
in oppido de Talaveram>>, ~<Y este ,caso lo vi de hecho en la cit~:~
de Talavera, donde una mu¡er acuso a su ~an~o de_ ha?er tenido ron
ella "accesum contra natura per vas exterms tpsa mvlta et resisten.
te", a lo cual ella fue invitada y se resistiÓ>>, «et tandem ipse confe1.
sus ex delictus et fuit combustus et concrematus>>, y una vez confesado
este delito fue quemado. Antonio Gómez se plantea a continuación
el problema de si «aliqua foemina agit tamquam masculus cum alia
foemina». Y en principio dice que «ambas cometen delito de sodomía
contra natura>> y que deben cumplir la pena predicha del fuego y que
así lo dicen, entre otros, Saliceto, Angelo de Aretino, Decio y otro1.
A propósito de esta «quaestio>> Antonio Gómez realiza puntualiza
ciones teóricas y fácticas del mayor interés. Analiza en primer lugar
el caso de dos mujeres que tienen acceso sexual «mediante aliquo
instrumento maeriali». La hipótesis parece tan rebuscada como mor-
bosa, pero cuando el lector piensa que se halla ante un ejemplo
inventado, Gómez escribe «quod iste casu jam contingit de facto in
quibus monialibus qua e fuerunt combustae>>. El morbo se torna
horror.
La misma pe~a que sufrieron las monjas debe aplicarse al varón
q~e comete el m1smo pecado nefando, y así sucedió en un caso ocu-
md~ en Salamanca en el que Antonio Gómez dice haber sido asesor
del ¡uez · U
. n man'do ·tmpotente trató con su mujer de «eam corrum-
per~ medtan~e -~uod_am ligno ad hoc per eum fabricatum>>. Como la
mu¡er se res1st1o gntand0 1 - ' '1
An tamo - G' Y e «cnmen nefando>> no se consumo, e
omez aconse¡· ó al · · . - -
inferior 1 d, · . d ¡uez que lmpustera una pena arbttrana
a a or mana e muerte en 1 h f le
impuso la de azotes y la d d . a oguera, y, en e ecto, se
e esuerro
Examina a continuación qué en .
de ellas «agit cum alt'a f · P . a merecen dos mujeres cuando una
oemma sme ali · -
que según médicos y naturalistas «foe quo InstrumentO>~. Es Cierto
delectando, non generando» Ese l mtna~ mter se catre possunt
or den a la concepción es una · formP acer sm post'bl e resulta d o en
. . . siempre qua atenuada
contra natura. A su JUICio l l . d e peca d o ne fan d o
·
Instrumento . (que' finja la penet
matenal e areactónl
.6 . ~s b'lana se h aga s!O·
gado con pena arbitraria (•vldetur queda~ n vtrÜ) debe ser casti-
es decir, por una según el arbitrio del ¡~~tur Püena arbltriu);
muerte. Así sucedió en un caso en Granada d~ndpero menor que la
·
mu¡eres f ueron con d enad as a azotes y cárcel.' y añad
eportalc
d ausa dos
e, e Pasada, que
El crimen y pecado contra natura 49

la misma pena arbitraria merece la mujer que «ascendit supra virum».


Hay cosas que suenan mejor dichas e_n lat~n.
La norma general que podemos mductr de tan pormenorizados
y escabrosos análisis es ésta: todo lo que no sea colaborar con Dios
procreando en la forma e incluso en la postura tenida por natural,
es pecado, y por ser pecado es delito y por delito que ofenda direc-
tamente a Dios merece la máxima pena. El placer sexual no tiene
existencia reconocida per se: sólo es válido pt;r accidens y cualquier
búsqueda del mismo sin su ordenación a la procreación es nefanda.
Los juristas así lo dicen teorizando y refiriendo casos ocurridos en sus
días en tal o cual ciudad. La anterior inferencia conclusiva no es mía.
He aquí las palabras de Antonio Gómez: <<Si quis haber accesum ad
quamlibet aliam speciem ve! materiam non aptam nec determinatam
a natura ad coitum et generationem, secundum propriam speciem,
committit delictum et crimen contra naturam.>>
Por lo mismo es también pecado y crimen nefando la bestialidad,
esto es, el acceso con animal: <<nam si aliquis horno habeat accesum
ad aliquod animal, puta ad equam, vaccam, ve! ad aliud animal; ve!
aliqua mulier habeat accesum ad aliquod animal. .. , committit nefando
crimen contra naturam, quod etiam vocatur bestiaJe, et punitur
poena m-ortiS>>. El subrayado es mío; la implacable lógica, suya v de
su tiempo.
Pero puestos a ser lógicos, hay que serlo también con el animal.
Y, en efecto, es de advertir que hay que matar al animal «para que
no dure la memoria del crimen>> (<<ne duret memoria allius crimen»).
Claro es que en este punto cabe algún refinamiento no exento de
cruel ejemplaridad. Gómez nos cuenta que la práctica castellana no
se atiene con rigor al Derecho, que manda sólo que muera el
animal, sino que en Castilla los jueces además mandan ahorcar o
colgar al animal (<<jubent suspendí animal>>). Pero este pequeño exce-
so no le parece mal a nuestro curtido y notable jurista: «sed laudabilis
est practica propter immunitatem criminis et propter publicum
exemplum>>.
Las palabras de Gregario López y las de Antonio Gó_mez tie~en
sabor de vivencias personales. Han visto casos as!, han mtervemdo
en algunos de ellos. Pero si queremos pasar de los juristas del XVI a
los precoces periodistas del XVII, escuchemos lo que nos cuentan
aquellos cronistas de sucesos de la villa y corte que fueron Pellicer
y Jerónimo Barrionuevo. Permítanme que lea aqul una páfina que
con datos por ~1 transmitidos escribf hace ya algunos años .

• Froncioco Tomú y Valiente, El D.,.«bo ~ruJ tit 1• NOMI'ft* úsol•


ed. Tecnoo Madrid, 11169, pq. 229.
14 (SiJ/OS XVI, XVII y l<Vlll),
50 Francisco Tomás V.
Y ahen1t
«Sabemos que en Madrid, a 4 de diciembre de 1622 "
por e1 peca d o ne fan d o a cmco · mozos " , y e¡ 21 de marzo • quetnar
d 1 nn
"quemaron dos mozuelos por el pecado nefando", uno de lo~ 6
"se desdijo a voces por las calles quando le llevaban a quemar cuhat!
ll
' .
mueha \asuma e "
en 1a arte . T am b'' ten en M adn'd , y por la 'etnismaIZc
causa, quemaron a otros dos hombres, uno de 16 y otro de 40 año
el 10 de diciembre de 1636, y a otros dos en enero de 1637; a d:;
más en octubre de 1639, y PELLICER, que cuenta el hecho, notifica \
que "están presos por el mismo delito nueve, y dicen han culpado a
casi sesenta". El mismo PELLICER escribe en "aviso" fechado a 16 dt
octubre de 1640: "esta semana pasada, el jueves, quemaron un
hombre y un muchacho por pecado nefando"; y el 29 de noviembre
de 1644 da cuenta de que "el viernes pasado quemaron a aquel hom
bre que acusó su mujer cometía el pecado nefando con ella ... ". Fi
nalmente, JERÓNIMO BARRIONUEVO, con su peculiar y casi cínico
desenfado, nos da noticia de dos delitos de bestialidad y de que al
autor de uno de ellos "lo hicieron chicharrones", esto es, lo que·
maron vivo.»
Aunqué no guarda relación directa con la sodomía, quiero leerlts
o~ra noticia o aviso de los muchos que anónimos comunicantes en·
v1aban a sus corresponsales o hacían públicos fuera de la Corte.
Dice así:
«Madrid, Jueves Santo de 1637: un escribano real, "habtendo
guardad~ ocasión Y día en que su mujer había confesado y comul~a
ddo, le diO garrote en su casa haciendo oficio de verdugo y ptdten
DT il ' y es t 0 por muy ¡eves sospechas de que era ad'l
oleperdón u tera " ·"
10

llc ~_Uente un solo suceso podría condensar tan bien como este la
::J.sns~al sex;;a{ de la España de la Contrarreforma. Venganza'
d anó~im~erte .be cuerpo Y procura de la salvación del alma. Sin duda
escn ano
peroquería, a su, mU)er,
· por eso la mata d eb'd n
te sacramentada 1 ame
verso Calderón 'El aduqluter~a mas a su honra, como habría dicho en
pecb as. No sé · qué habríaenohmerece
h 1la muerte aun por s1mp · 1es so s·
dencia, pero para la venganz:c bo e celoso castellano ante la evt
ésta ya quedaba en entredicho eth~n~~ Prueba . indiciaria, pues c~n
este terreno que es, en este Cur l .dNo qutero deslizarme hacta
queda conectar sexo con honor so, e e José Luis Bermejo. Sólo
obtenido fuera de los linderos estrl tcon venganza. El placer sexual
con harta frecuencia en la muert~ aHmente codificados desembocaba
Romanttctsmo
· · so1'tan ser los insatisfech
· ay amores que matan En el
1
cordiales. En el Barroco eran Jos ¡ 08 ~ 8J os generadores d~ penas
a os' pero heterodoxos' los
lO Cfr. op. cit. en aoto anterior, p4¡. 7J.
¡¡ crimen y pecado contra natura 51

dían y aun solían acarrear consecuencias funestas. En el Ro-


¡ue tf~smo es el desdén de la amada lo que podía conducir al suicidio
080¡ tuberculosis por inapetencia. En el Barroco es la identificación
8
~n~re Derecho y Moral, en~re pecado ~ delito lo que_,, partiendo de
leterminados axwmas teologicos, convierte una relacwn amorosa o
implemente placentera en causa merecedora de pena de muerte
1ública o de venganza privada. La fe y su defensa, las ofensas a
Jios y su castigo, el honor y su venganza imponían con lógica escolás-
ica la muerte como conclusión de muchos silogismos. Terribles pre-
nisas aquéllas.
No debemos ceñirnos a lo que acontecía en la Corona de Cas-
illa. Pasemos a examinar fuentes del antiguo Reino de Valencia y
tagámoslo en principio a través de la información que nos suministra
m buen y reciente libro, el de Rafael Carrasco sobre Inquisición y
epresión de la sexualidad en la Valencia del Barroco 11 , construido
obre procesos penales de la Inquisición, más en concreto, de su
.'ribunal de Valencia en persecución de los delitos o pecados de
odomía.
Me interesa señalar algunas cuestiones de carácter general. Como
tan visto ustedes en la Corona de Castilla, no fue la Inquisición,
ino la justicia real la que persiguió el delito de sodomía en sus
liversas formas: los jueces reales, con el Derecho real en la mano
sin contar para nada con la Inquisición. Supongo que siempre se
'odrá traslucir algún caso aislado en que la Inquisición persiguiera
algún sodomita, pero si lo perseguía la hacía porque el sodomita
lijera que aquello no era pecado, en cuyo caso, a partir de ese mo-
nento, lo que se persigue no es tanto la práctica de la sodomía,
Ino la afirmación, herética por supuesto, de que no era pecado. Sin
mbargo, en la Corona de Aragón, la sodomía la persiguen los tribu-
aJes del Santo Oficio de Valencia, Zaragoza y Barcelona. Hay 'tam-
'ién algún caso aislado de persecución inquisitorial, parece ser, en
:anarias, y en Lisboa, pero pienso que en estos casos debe tratarse
1ás bien de persecuciones de aquellos que afirmen que la sodomía
o es pecado, no de quienes, simplemente, realicen actos sodomíticos.
No así en la Corona de Aragón, en donde hay una primera prag-
lática -retengan ustedes estos iniciales titubeos- de Fernando el
:atólico de enero de 1505, en la que atribuye el conocimiento de la
ldomla a la Inquisición. Después, sin embargo, hubo una deci-
ión del Consejo de la Inquisición, de la Suprema, en Valladolid
n 1509, en la que no asume la atribución de competencias en mate-

11 Rafael Carraaco, 1llfllisiciÓII y rrprrsió11 """"' "' V .ll•IICM. Hutori6 ,¡,


>S sotlo,.ilu (U6,-l78,), Laerteo, S. A .. Bou:ce.lona, !985.
~2 Francisco Tomá
S y VaU, •.,

ria de sodomía en _1?~ territorios d~ la Corona de Aragón. La


blemente esta dec!Slon del Conse¡o no aparece citada di tnenta
te en el libro de Carrasco que ahora utilizo. Finalme~~ctaher,
UD Bleve ~ntificio, de Clemente VII. a 2~ de febrero de \52~, e~~
que se atrtbuye de nuevo a la Inqmsioon. a los Tribunales d l·
SIDta Inquisición de Valencia, Zaragoza y Barcelona, la persecu:i.:
de 111 rodomfa en esos tres territorios. 0'

Las cifras. En el libro de Carrasco y en otro de García e;,


cel 12 hay cifras, hay datos, hay estadísticas. Yo no soy muy partida
rio de las estadísticas ni en presente de indicativo ni aplicadas ah
historia. Tampoco las desdeño, pero opino que hay que tomarla,
siempre con mucha cautela. Las estadísticas, si no se explican,
si no las explica quien las ha hecho, pueden inducir muchas vece<
a errores. Pero, en fin, doy algunas cifras.
En Valencia, entre 1540 y 1700, es decir, ciento sesenta añm.
se persiguieron aproximadamente 380 procesados por sodomía. Que
fueran procesados no quiere decir que fueran siempre condenados. En
Zaragoza -no dicen los autores que cito y de los cuales tomo la;
cifras, si fueron en los mismos años exactamente o no, pero apron
madamente por las mismas fechas- hubo 791 procesos. Es decil.
más del doble. En Barcelona, 453. .
.. ~n esos momentos de titubeos entre la persecución por la lnqut·
Slcton o por l?s ~ ribunales del Rey, hay un texto, exact~mente
de 1519, d¡:l htstonador valenciano Escolano, que en sus <<Decadas"
Y con re~er.encta al mes de junio de 1519 cuenta: <<En fin de dicho
me~ _de Juho habl6 el demonio como salir de la suya para sacar de
l':''cds al pueblo que quedaba sin cabezas porque habiendo pre·
!Cal ol ln _maestro Luis Castellolí de la o'rden de San Francisco,
en_ ah gb'esta Ma~or el día de Sant~ Magdalena que el vicio de sodo-
mta a la prendtdo en V ale · •d · de
allende que a ocas 6 d nctda, tra1 o por personas extran¡eras
ñuelo que Uamaba1 l~s e ~ercadear la moraban y que este era el se·
casugos e Dios que tan espesos 11ovtan
nosotros y más pestilencias • sobre
peraron tanto los oyentes dese_exaspée1raron las gentes tanto, se exas·
faldas en cinta -es decir sou aqu nefando nombre que pusieron
. d o-- en b uscar los culpad
rrzen ' e remangaronh b' las fald as y sa1.zeron eo·
ellos, Mosén Jerónimo Ferragut0 "1.• Yt.. a 1f_ndo descubierto cuatro de
con f1'dentes, 1os mand6 quemar• aus 29 . . a1 de aquel
ICtadcrtmin ' año, s1en . do
e ¡uho.,. u

12 Ricardo Garda Cárcel, Htrejía y socitdtJd


en Valencia: 15JO.J609, ediciones Penín!\ula, B:r~cÍl si¡lo XVI, La Inquisición
U Gaspar Escolano, Se~unda P•rte de la D~ dna, 1_980.
de la insigne y coronada CIUdad y r~yn 0 de y ale': .e~ ~'"'era de ¡4 H · t
Cid, alencla, 1611 (edid~~
El crimen y pecado contra natura 53

El texto demuestra que tampoco la just~cia del r~y se and~ba por


1 ramas en Valencia a la hora de perseguir sodomitas. Me Interesa
d:stacar el razonamiento que lat~ en aquella. homilí? del dulce y
ínimo franciscano LUis Castelloh: en Valencia, aqUI y ahora, su-
frimos hambres; aquí y ahora hay sodomitas, luego tiene que haber,
hay una relación de causalidad entre lo segundo y lo primero. Solu-
ció~: matar a los sodomitas. No sé si la medida dio resultado.
Hay otra dimensión en la prédica del maestro ·
xenofobia. Los sodomitas son los otros. Es un pecado
fuera de la ciudad. No es un pecado de
Valencia no es Sodoma. Los nefandos pecadores son
menos dolorosa la persecución y tanto más benéfico el remedio.
Tengo una serie de datos tomados de los libros citados que no
puedo examinar con detalle, pero que ponen de manifiesto que la
mayor parte de los sodomitas perseguidos en Valencia eran extranje-
ros, aunque también hubo algún caso notabilísimo entre valencia-
nos y, peor aún, entre nobles 14 • Frecuentes fueron asimismo los pe-
cados de sodomía entre el clero, especialmente el regular. Muchos
clérigos fueron condenados, pero en 1687 hay un caso, el de un tal
fray Juan Nolasco, mercedario, que según se desprende de su
era un sodomita convicto y reincidente, pese a Jo cual la
la Merced celebró capítulo y llegó a la conclusión de que
do a conservar el crédito de la orden convenía persuadir
que no lo delatase>> 15 • Supongo que el proceso terminaría
dón de la parte ofendida obtenido por precio, como era en
bitual. He ahí, de todos modos, un cambio notable. Se anteponen
intereses humanos, ni siquiera demasiado humanos, como es el
buen nombre de una orden religiosa, al interés teológicamente su-
premo de vengar la ofensa directa y nefanda contra Dios. La cons-
trucción se tambalea. Comienza a aparecer una cierta benignidad,
aunque no sea por generosidad ni por piedad o lástima, sino por
egoísmo institucional. Conviene recordar, sin embargo, que en Va-
lencia no regían las célebres y rigurosísimas Pragmáticas de los Reyes
Católicos y de Felipe II antes glosadas: su ausencia facilitó la evo-
lución hacia la suavización de la persecución y de la punición. Benig-
nidad, por otro lado, que también se dio respecto a la bestialidad,
que generalmente fue castigada por la Inquisición en Valencia con
penas de galera y destierro.
facs(mil, Universidad de Valencia, 1972), Libro d<!cimo, Capitulo III, tomOVI,
columna 1449.
14 Me refiero o! caoo entre don Miguel Centelles y el Maestre de Montesa,
apud Carrasco, R., op. cit., pqs. 28 y 19' y aip.
" R. Carrasco, op. cit., pq. 28.
54 Francisco Tornás v V .
· ahen 1 ~
En conjunto, la persecución inquisitorial de la sodomí V .·
fue severa. En Valencia fueron quemados 37 sodomita: ::t alenq,
y 1775, la mayoría entre 1616 y 1630, en plena Contrarrefore 15 ~"
pleno Barroco. A partir de 1630 no se quemó a ningún s~~a,,,,
por el Tribunal del Santo Oficio en Valencia, sólo se les condoem~ra
galeras, azotes y1o destlerro.
. no,
En cuanto a la doctrina de los juristas valencianos, no difiere
sustancialmente de la de sus colegas castellanos, unos y otros inmerso;
en la tradición del «ius commune>>. Ello es así, al menos si nos arene
mos a la expuesta por el mejor penalista valenciano, Lorenzo Ma
theu i Sanz ' 6 • En su <<Tractatus ... >> 17 no dedica a la sodomía una
«controversia>> completa (cada una de las cuales constituye dentro de
aquél una pequeña monografía), sino que se ocupa de ella dentro
de la controversia XLVIII, dedicada como tema principal a los her.
mafroditas, cuya naturaleza y posibles delitos en cuanto tales distin
gue con el mejor cuidado, partiendo de un célebre y esca~daloso
matrimonio contraído entre dos de ellos en Valencia, 1662. Stempre
con ese punto de referencia y en ocasiones de contraste, Matheu sos·
tiene que los hermafroditas no cometen el pecado contra natura
(que por cierto el jurista valenciano nunca califica como nefando¡.
pues para que éste se cometa entre hombres es necesario <<quod emtssto
seminis Hat eo modo quo generatio sequi non potest>>. Y añade a
continua.ción la misma idea con la que nos hemos encontrado des?•
las Parudas, desde el siglo XIII, de raíz teológica escolásuca: ,,Na·
tura. ~amque per libidinis usum intendit propagationem, et src dum
perf1c1tud extra vas generationem nature contra naturam frt.>> Para
concluir su razonamiento se ¡¡poya en un principio romano: <<Hoc esi
perdere sexum locum suum, ut dixit eleganter Imperator.» En toda
.. sexual no ordenada a la propagación de la especie humana,
su lug~r natural, id est, actúa contra natura. Empleando
analógico «~ contrario sensm>, Matheu afirma que todo
seguuse la procreación («genera ti o sequi potest»),
externo ( . f en e~ f~ero. interno, no es perseguible en el fuero
concurra :l~n':~i;:~:~~~ci~ru~en ~unible non est>>), a no ser qu~
legio, estupro, adulterio, ince:toqu~l~l~::¿ que lo convier~a en sacrt·
Esta última distinción no e~ nueva M u otros. seme¡antes.
entre otros, al propio Antonio Gómez · 1at1h. eu Cita en su apoyo,
• a u 1o Claro, a Farinaccto
16 Sobre ~1 puede verse mi trabajo .:Tcorfa y ' i
cial en las obra. de Lorenzo Mat~ ¡ Sanz (16~~-Í~ ca de la tortura judi-
1;·
lorlura e" EspañtJ. EstudioJ biJ16rico1, ed. Aric\ Barcclo 80 en mi libro L14
17 Tr•cl•lus dt rt mmi"oli, Luaduni, MOCLXXXVI 17 }¡'· p4gs. l ' • 101
. o tos ~Rf\ 1 }&2
El crilDeD y pecado contra natura 55

t res preferidos). Pero la insistencia en diferenciar «pro be-


(~us. aut 0, las relaciones hermafroditas y el énfasis que pone en la
mgmta ióne> entre pecado y d e1·Ito a proposlto
' · d e1 srmp
· 1e coito
· extrama-
C
· nial son indicios d e que a1go empreza
separa
tnmo , ., l' .
· a cam b"rar, o, por 1o
. .
menos de que la construccwn e as1ca, aunqu_e Vl~ente! comienza a
debilitarse. Nótese, no obstante, que su relativo sllenc10 respecto a
la sodomía guarda estrecha relación con el hecho de que tal delito,
como acabamos de ver, fuera perseguido en el reino de Valencia
bajo la competencia de la Inquisición y no de la jurisdicción real.
Estamos llegando al final de nuestro cuento. Hemos querido cen-
trarnos en la sociedad del Barroco y en sus raíces. Desde los inicios
de la mentalidad ilustrada éstas fueron discutidas o más frecuente-
mente silenciadas. Frente a ellas se oponían otros criterios puniti;,os:
el daño social directamente emanado de la acción delictiva, la pro-
porcionalidad de la pena, la corrección del delincuente, la conmise-
ración para el reo privado de luces. Entre nosotros de modo lento
y en ocasiones sutil, los fundamentos del Derecho Penal se trans-
forman 18 • Se abandona el teocentrismo, se racionaliza el «ius punien-
di>>, se distancian las ideas de delito y pecado. Como han visto ustedes
a lo largo de la exposición, por lo que concierne a nuestro tema ni
en Castilla ni en la Corona de Aragón se quema a sodomitas a partir
de las últimas décadas del siglo XVII y desde luego ya no en el xvm.
Y es que desde que la perspectiva para definir o tipificar delitos
Y para perseguirlos comienza a ser el daño social directo y no la
ofensa (pecado) o daño a Dios, el Derecho se humaniza, y al perder
carga teológica, pierde también rigidez dogmática y severidad conde-
natoria. Poco a poco, con más lentitud de la deseable y de la deseada
por los más ilustrados filósofos y juristas, el Derecho penal dejó
de construirse «sub specie aeternitatis>>. Desde que se concibió como
obra humana y sólo humana, comenzaron a abrirse las puertas para
la benignidad y para la tolerancia.
La tolerancia, la más benéfica de las virtudes. La tolerancia, tan
escasa entre nosotros. Creo que uno de los imperativos nucleares de
una moral ilustrada y laica, que nació por entonces y que algunos
todavía compartimos, podía enunciarse así: sé tolerante con tu pró-
jimo y exigente contigo mismo.
Nada más. Muchas gracias por su atención. Y por su tolerancia.

11 Puede verte mi El Drrocbo p,,..¡_ .., pi¡¡o. 9) y U,..


Capítulo 3
DELITO Y PECADO
NOCION Y ESC:ALA DE TRANSGRESIONES

Bartolomé Clavero

Como introducción al campo de la materia delictiva durante la


alta edad moderna, por los siglos xvr y xvn, existen un par de cono-
cidos libros. Uno de ellos es El Derecho Penal de la Monarquía Ab-
soluta, de Francisco Tomás y Valiente, de 1969; el otro, más re-
ciente, de 1979, es el Crimen y Castigo, de Michael Weisser, o, pues
no se encuentra traducido, Crime and Punishment in Early Modern
Europe, una y otra cosa en la Europa Moderna. El primero puede
tocarnos más de cerca, pero tampoco tiene en principio por qué resul-
tar distante el segundo. Weisser es un hispanista, un historiador cuya
obra monográfica versa sobre España. Su libro podría traer el
valor añadido de una perspectiva europea con conocimientos tam-
bién hispanos.
Pero el problema ya de entrada será distinto. Si acudimos a estos
libros interrogándonos sobre la cuestión primaria de la noción de
delito por aquella época, ya nos llevaremos alguna sorpresa o in-
cluso una decepción segura. El libro de Weisser expone desde el
primer momento claramente su concepto de delito, pero confesando
que no es éste suyo el mismo que el de aquellos tiempos. Tiene
una idea que piensa de sentido común: toma por delito toda aquella
transgresión tenida por tal en cualquier sociedad, todo aquel acto
merecedor de castigo para cualquier época. Asf, según entiende, el
asesinato, o el robo, o la violación, pero no aquellas conductas que
sólo en unos momentos, y no en otros, se han considerado ilícitas.
Asf, según resulta, la brujería, o la herejía, o la homosexualidad,
'7
58 Bartolomé Clavera

0 en general los pecados. ~Q~é va~or tiene la sociología que a conti.


nuación aporta sobre la mc1denc1a diferenCiada de d1stmtos tipos
de criminalidad en la Europa ~ode,r~a? Las transgresiones que pu.
dieran ser precisamente las mas tlpiCas, aquellas temdas entonces
por las más graves y que fueran. ~~s más perseguidas, de hecho ni
siquiera entran en el campo de VISion de esta h1stona social que un
Weisser representa. Empieza por no plantearse la pregunta.
Ya era otro el planteamiento de un estudio como el de Tomás
Valiente. Se enfrenta éste con la pregunta o se interesa por los
propios conceptos de la época: por su distinción y también por
su aparente deficiencia desde nuestros supuestos. Ya empieza noti·
ficándosenos que no había por entonces unas nociones para nosotros
muy nítidas de lo que pudiera diferenciadamente constituir un
delito o un pecado. Puede que todavía resulte esto una sorpresa,
pero no creo que ya deba constituir también decepción. Esta misma
incerteza de conceptos, que aquí justamente se registra y no se des·
precia, puede mejor ponernos en contacto con las realidades no sólo
mentales de una época. De delitos y de pecados continuamente y
de modo nada gratuito entonces se trataba, persiguiéndoseles con
empeño. Se sabía de lo que se hablaba; identificar, se les iden·
tificaba; conocer, se les conocia, pero sin contarse con unas ca·
tegorías bien delimitadas. Tomás y Valiente ya entendía que el his-
toria~or no de?c; ser tan _suficiente como para aplicar las suyas.
~~ e~ta posiciÓn también decepciona, me temo entonces que mis
exphcac~ones no van a traer sino más decepción todavía, y alguna
ya ~ayu~cula. No _voy a const_ruir unos conceptos que no nos rinda
~a histori_a. Conclmr~ con la misma incertidumbre a con la mismísima
Ign~ranci~. Pero. quiero preocuparme por la forma como vino a pro·
ducme dicho mismo de~ido de la época; confío en que con esto
podam?s. asomarnos a algu? fondo de la sociedad de entonces, que
algo divisemos· sobre bel abismo de la cr1'm1'na)'¡ zac¡'ó n y pena1'¡zacio
"n
de aque11os tiempos arrocos Sus propias co t · 1
nuestru, las ideas de su sociedad y no d• otr ns rucaones, y no as
~ a, espero que como en·
tonces serv1an para gooernar las cosas lo h
L
h '
prenderlas. ' agan oy para com·
Hemos venido al libro de Valiente dejando el d W .
no por ello ta?lpoco perdemos o nos cerramos e e!sser' per?
samente por mirar no sólo los datos de una soc' 1perspcc_uva. Preci·
lo• si~nos de una cultura, el primero también d~ o~la, s~no tambié~
zonte. Su exposición ya se produce sobre el : u¡a me¡or un hori·
cuestiones decisivas re•pecto a las mismas n~luesto dde que las
pecado, o de toda la práctica lncriminatorie Y ;n¡~ de delito v
tonces, no eran privativas. no 161o de un espaci naá Iza ora de en-
o m s o menos hi ..
Deliro y pecado 55

0 sino tampoco de un tiempo más o menos moderno. El mismo


~~a~iento de 1~ cuestión. dura?te los siglos _de la edad dicha
moderna nos remite _a espaciOs mas anchos y a tiempos más largos.
Ya es un tiempo ep1gonal Y un espacio fragmentario los de la Es-
paña del Barroco que más particularmente aquí nos interesa.
Entremos, pues, en escena por nuestros pasos. Procedamos a un
acercamiento hacia nuestro lugar y tiempo a través de dichos más
dilatados espacios.

1
¿Cuándo comienza a generarse la cultura en la que se formularán
los conceptos de transgresiones que operan en la España barroca?
¿Y cuándo caduca? Remontarnos, siempre podríamos hacerlo, pero es
sobre todo a partir del siglo xn, digo doce, cuando, con el surgi-
miento de una cultura jurídica en el seno de la religión cristiana, las
categorías que pueden todavía imperar durante la edad moderna
irán adquiriendo forma. Dicha cultura nace sobre textos de derecho
romano antiguo tanto como canónico medieval y en el medio de
mentalidad, con su propia tradición textual, de dicha religión. En
gran parte se trata de elaborar unos conceptos que conjuguen plan-
t~amientos de unas y de otras partes. Y no por un t:aprichoso juego,
smo por el común entendimiento de que en dichos cuerpos o masas
de tradiciones y textos se expresa el orden social. Esto se pensaba.
Y lo que se cree ya es un hecho determinante de la organización v
de la conducta.
Pecados son entonces aquellos actos que dicen los textos y tradi-
ciones de carácter religioso; delitos, los que a su vez figuran en
los jurídicos. Así de fácil, pero con algunos datos que por obvios
ya suelen ordinariamente olvidarse. Estamos ante una cultura que
busca su fundamento en unas tradiciones o en un par sustancial-
mente de ellas; no cuenta, para la determinación de un orden social,
con texto y tradición de revelación única, como por ejemplo pudie~a
serlo entre otros el Corán, sino con un cuerpo ya más complero
por la misma diversidad de origen de sus propios componentes.
Segundo dato: estamos ante una sociedad as( exactamente tradicio-
nalista, esto es, que se atiene, no menos que la coránica. • l~s
determinaciones resultantes de una herencia cultural pau la propia
definición de su derecho o, más en general, ordenamiento. _No son_
J>Ccados Jos que deciden obispos o saccrdo!es, sino los res1st~dos
en tradición ref~&,iosa. No son tampoco delnos lo_s que dl"t<"rm•~n
monarcas, parlamentos o jueces, sino los deducidos de rrsd1c1Ón
60 llartolorné Clavero

)·uridica. No hay un código que formular, sino una revelación


· conocer. Tal era el presupuesto de 1a e ducacwn
· · y conducta no sól
que
religiosa, sino también jurídica, o en general lícita o legítima. 0
Estamos ante una cultura de textos, esto es, de heteronomía
o autoridad exterior ya revelada. La revelación se contiene en unos
corpora jurídicos y unos biblia religiosos, tampoco entre sí incomu-
nicados. Entre el Corpus Iuris Civilis o cuerpo de derecho de
tradición romana y la misma Biblia tenida por más directa manifesta-
ción divina, se sitúa un Corpus I uris Canonici o cuerpo de derecho
de posición eclesiástica que realmente comunica. Más lo hacen los
respectivos usos interpretativos, nada aislados sobre todo desde la
recuperación medieval, con su aculturación cristiana, de la tradición
jurídica.
Entre cuerpos y libros, no estamos ante datos de entidad ex-
clusivamente cultural; ya interesan, con su principio de autoridad, a
la propia constitución del orden social. Nos encontramos ante una
cultura preceptiva, una cultura que asumidamente se destina a esta-
b~ecer normas y pautas de organización y conducta, que constitu-
tivamente no se dirige a formas neutras de conocimiento. Y éstas
son características no en exclusiva de la cultura religiosa, respecto
a. la _que ~ás fácilmente suele luego entendérsele, sino de toda la
aenaa soctal entonces pensable y factible. Es una educación de
orden. E_s la cultura en sí disciplina. Es toda ella derecho o, mejor,
~rdenamtento social. Y todo es revelación. Deus legislator será el
últtmo o ve~d~dero responsable de toda la ordenación.
L~ ~radtctones .Y los textos son los que definen las transgresio-
ne_s. st de _heteronomamente se determina el orden social o su
mttsmlo negattv1•0 ? la tipificación de los desórdenes· así por vía cul-
ura Y no po ttlca pod' f" · ' '
dos y pent"te . 'U tadn 11!arse e Imponerse delitos y penas, peca-
netas. na ua tdad · • • •
cebia? 'Que' er d 1. ex1st1a, pero ¿como en st se con-
e
de su simple da dun · •e tto y qu'
. e un peca do? ¿Se deftman . • mas • a11'a
e uccton a partu d . d. .
y textos? Al menos se ¡ t • e un tipo u otro de tra !ClOnes
dualidad planteara. no 1~ entar~j por los mismos problemas que la
bién de potestade~ e inst"tetra . s 0 de texto y tradiciones, sino tam·
· -6n de ilicitudes y ap\i uctones·
aact .6 d · hab na • competencia en la apre-
cho canónico no sólo se ~xactt ndi e condenas; la iglesia con su de re·
• con su unct6~
narqutas - sacramental
enaaunt tgiOso y 1as mo-
d' erreno r~¡-·
cosas Y otras, la cuesu6n cu d ten tan a la VIceversa. Con unas
Y se susca"6dh e echo yaanomenos ya hb u o de suscitarse.
.
siOnes
.
de1 stg
' 1o xn, que entrará
1 . . enzos. s·' vamos a expre·
por estos com"t
n en el SI" .
vatios, con e Interrogante de ~Ulente y seguirán por otros
una primera respuesta: diferenci moment~ nos encontramos y con
a sustanctal d . ·
entre elao y pecado no
Delito y pecado 61

se aprecia. «Hic dicit peccatum, idem vocat delictum». A lo mismo


puede llamársele una cosa. como la otra: Aunque habría quien, afi-
nando, distmgue: <<Augustmus d1Herentiam notat>>, Agustín de Hi-
pona,. el famoso delincuent,e, pc;cador y santo, quien. ya con su
conocimiento de causa habna de¡ado marcada alguna diferencia. Y
sería ésta: <<Declinare a bono est delictum, et peccatum est facere
malum. Delictum proprie appellatur quod ignoranter fit, peccatum
vero scienter.>> Apartarse del bien es delito; pecado, incurrir en el
mal. El delito puede cometerse inconscientemente; el pecado requie-
re deliberación. Eran expresiones de un jurista de estos comienzos
llamado Lorenzo Hispano, pero igual dirían otros de apellido o
nación distinta. Esto no distinguía.
Y estamos en las mismas. ¿Dónde la distinción radica? Tienden
ciertamente a apreciarse de modo objetivo los delitos y subjetivo
los pecados; se definirían unos por resultado, por intención los
otros. Ya podrían con ello coincidir. Que es lo que aquí ante todo
importa: su posible identidad o coincidencia. No se definen por refe-
rencia a valores, religiosos o jurídicos, o a órdenes, religión o derecho,
realmente diversos. No hay una diferencia de principios afectados:
el bien y el mal van en singular o son así reputados únicos. La pro-
moción del uno y la persecución del otro se efectúan, mediante la
tipificación de pecados y delitos, de forma acumulativa, con primacía
entendida de los primeros. Al menos los segundos, los delitos, apa-
recen de esta forma bajo un concepto menos sustancial o más incluso
trivializado.
Tampoco había muchos medios entonces para el aseguramiento
de un orden con la exclusiva persecución de delitos. Conviene en-
tender, aunque sea la conveniencia de otro modo acum~la~~vo e
incluso propioritario de recriminación de conductas Y e:cp1acJon de
culpas: el sacramental que se hace ahora por estos com1enzos ob~l­
gatorio y donde la iniciativa queda en manos. del propiO reo, sm
necesidad de procesamiento ni pruebas. Solos ~~ ¡uez, con sus poder~s
absolutorios, y el penitente, con su presun~10n, d_e _culpa Y nece~l­
dad de purgación. Sola la confesión. Ya pod1a trl~~ahzarse la nooon
de delito. A través de la administración de rehgwn ~ás que de la
justicia podía mejor todavía llevarse un control soc1al durante la
edad moderna. · · h' ó · E ·
No son cosas que suelan aborda_rse. con crl_teno_ 1st r1co. :x1ste
1a gran d 1'f'ICU 1ta d del vacío universitario de h1stonasr .tan cardmales
E
para la comprensión de la propia cultura com~ la ~ 1¡t1osa. n cu_es-
.
!Iones como a rem1 ·
1s '
1ón de los pecados se s1~ue en buena . med1da
d_ d' d de la obra clásica de Henry Char es Lea. A Htrto,., of
Ae~n 1en Co f -
urtcu1ar on ~ss1011 ,
de !896 · es el mismo autor que el del m~s

62 lhrtolom~ Clav._.rc

famoso clásic~ sobre la. inq.uisición española; también le dio un


impulso deciSIVO a la htstona de asuntos que no menos interes
como la bru¡ena . ' o e 1 sacer doc1~. . Pero, respecto. a transgresión, anal
menos el arco temporal ha sabtdo cubnrlo el tttulo más reciente
sobre El Pecado y el Miedo, de Jean Delumcau: Le Péchl: et la
Peur. La culpabilisation en Occidente, xm'··XVIII' sihlcs, de 1983.
Nos interesa aún lo primero; nos importa ante todo la distin·
ción del propio concepto de pecado, en lo que tampoco esencial.
mente inciden estas nuevas entradas. Y adviértase hasta qué punto
la diferenciación respecto a los delitos no es nada sustancial. Queda
supuesta tanto la comunidad de valores defendidos como la acumu·
!ación de sus medios de defensa. En teoría, diferencia efectivamente
no la hay. La misma más religosa del pecado por causa de con·
ciencia, mal se sostiene o bastante se desdibuja por cuanto que los
juristas hallan en sus propios textos y tradiciones que existen los
crímenes cuya gravedad se determina por razones de intencionalidad
más bien también subjetiva. El pecado en todo caso siempre queda
situado en la zona de transgresión más seria.
Ya la forma judicial, con proceso y pruebas, de imposición.~'
las penas a los delitos en relación a la sacramental con la confeston
sola,, de la .Penitencia a los pecados, pudiera pensa~se que establecía
la diferencia. Tampoco claramente entonces. No era siquiera stem·
pr~ la una, con su proceso, pública, y la otra, con su confesión,

=•
Ptlvada. Había penas de este carácter y penitencias de aquel. El
~oro,, o la competencia que antes decía, era ciertamente distinto;
lntetlOt o de la conciencia, forum conscientiae solía decirse el del
exterior, el de los delitos; pero esto n~ conllevaba las dif~·
~de ~ndo. que luego suelen presumirse. Forum poli ya se dma
llldo or ~na.namente el primero: fuero del cielo de un determi·
~tendimlento de la redención humana que a tr'avés de la propia
en un -Jdo~~r.aba impone.rs~, nunca exactamente fuero de ésta
Ua aaltw:a ..11 l~ldual o sub¡euvo de cuyo mismo concepto aque·
El Oflglnanamente carecía.
pero alto~ de pecad? ?~ remitía a la conciencia individual.
el ..,¡- 0 .u:a 1 . un prmctpto de individualización que se decía
rub¡etividad '·"'-' !mputable Y condenable. Esta era su especie de
to COI!lpiÜtivo' "la! Importante p
mú f' . · .or e11a se producía el mismo e fec·
trat·-•
ouwento .."Cl
_, ,_ad e tctente de todo e1 Sistema
· ·tncrtmtnatorto.
· · · El
1
gres1'6n , linO
· talnbiá!
r - o no só o lo
el de es e1 d e una conducta de trans·
pecador, lntereiUido eat u~ responsable que transgrede Lo es del
.. __
t ernamente al ucrecho op mtsmo
i
al ord en soc1a
. l · .
0 afectando tn·
que busco expresivo. N.o t~m taseme descender a algún ejemplo.
- o va • ser andarse por las alturas.
Delito y pecado 63

Séalo, ejemplo, el de la viuda fornicatrix, viuda que fornica


respecto a cuya ~ond;ICta se generaliz~ra b~stante una regla de esta
guisa: «Praesu,mttur t?em fectsse .manto vtvente», se presume que
lo mismo hacta en vtda del mando. E mteresa ahora menos por
las consecuencias, como la de pérdida de derechos sucesorios o fami-
liares, que por los presupuestos de este régimen verdaderamente
penal. Su fundamento es la idea de pecado, o más bien de la peca-
dora. Tratándose por definición de un acto consciente y delibe-
rado, su misma comisión califica a un alma, procediendo tal presun-
ción de anterior conducta. La viuda fornicadora puede reputarse, como
si el marido viviese, adúltera, con todos sus efectos jurídicos de los
que no bastaban para librarle la misma confesión y remisión de
su pecado. Bien al contrario, con sistemas de penitencia pública,
el mismo sacramento podía iniciar el juego de todo el mecanismo
represor.
No era tanto cuestión de. penetrarse en la conciencia individual,
como de este mismo ejercicio de una represión eficaz para los
medios que en la época se tienen. Con aquélla propiamente ni si-
quiera se contaba. Poco en sí importaba el fuero interno. La en-
trada de la literatura de la época, de la jurídica tanto como de
la teológica, en materias como la sexual. con un detalle que ha
llegado a parangonarse con el del marqués dicho divino, el de
Sade, puede dar la impresión de otra cosa, de un designio de pe-
netración cognoscitiva, indagatoria y directriz hasta los últimos
recovecos de las intimidades individuales. Pero no hay tal, ni com-
promiso de la conciencia ni conocimiento realmente de intimidad.
Hay intimidación, esta forma de compulsión que cuenta con la con-
ciencia al solo efecto de su eficacia. Una cultura operaba que no era
ni ética ni ciencia y que no necesitaba serlo para sus mismas fun-
ciones prácticas.
La viuda se encontraba entre dos fueros, pero la transgresión
era la misma, con su penalidad multiplicada. La propia eminencia
del religioso sobre el judicial respecto a una misma conducta ya ser-
vía para producir el efecto. Distinción de .fuero~, con su Jerarquía,
existía. No la había de nociones. Ya se dtscuuna con su abundan-
cia de transgresiones y diversid.ad de teorías, ~i cabían delitos que
no comportasen pecado, o la viceversa. s1 habla pecados n,o perse-
guibles en el fuero externo. Ante todo debe mteresar el nucleo co-
mún 0 paradigma de la misma posibilidad de la probl~máuca: exis-
te la comunicación, o la indistinciÓn d~ base. Las prop.tas respuestas
al proble a ya se producirían más bten en los térmmos secunda-
rios del f~ero competente. Delito es pecado Y pecado es delito. He
64 Bartolomé Uavero

aquí, como se ha visto, ~1 punto de partida y, como puede compro.


barse, la base de operaCiones.
No había distinción de f~ndo. Ni p~dría haberla enteramente de
forma, tampoco tan secundana. En el m1smo foro externo habría una
prueba reina: la confesión, con la necesidad de tortura si faltaba la
iniciativa del reo, con su principio purgatorio por presunción de
culpas. Su problemática era ésta. Constituía la confesión el procedi-
miento primario tanto para uno como para otro foro por unas razo-
nes idénticas: se trataba ante todo de purgarse mediante el propio
reconocimiento una culpabilidad presumida. La cuestión fundamen-
tal no era la de justicia de la condena, sino la de redención de unas
culpas. Esto era además lo efectivo para el propio mantenimiento de
un orden. Sin mejores mecanismos entonces, la coacción espiritual,
mediante sacramentos, y la corporal, por medio de la tortura, cons-
tituían las vías ordinarias y más directas de alcanzarse unos resul-
tados en sí además aleatorios. El estado de culpa era la condición
humana. Y tampoco se excluían entre sí los procedimientos, con sus
aprovechamientos y aplicaciones comunes. Algo más que paralelis-
mo bahía.
Distinciones habrá muchas, pero la indistinción es la base, el
paradigma que decía. O lo que debe interesar es que la abundancia
que se diera de distinciones particulares ya derivaba de la existencia
de una indistinción común. Escuelas cabían. Teorías en efecto habrá.
~o sólo porque los teólogos se formaran primariamente en sus no·
Cl~lnes sobre. unos textos y los juristas sobre otros; también por la pro·
p~a nqueza Interna, compartida, de tradiciones e interpretaciones, con
d.tvdrso~ P.adres antiguos y ulteriores doctores de la iglesia como va·
da í" JU.nsconsultos romanos y posteriores profesores doct~res todos,
fl j umy,rdstdad. El florecimiento de ocurrencias no' oculte ni camu·
u~ oardum a . d1e ybese, la que importa entonces a la constitución de
en SOCiad~ unque ,por 1o que se ve 1e b astab a. Mayor preclSIOD
en el trazado ."
hiciera falta E ¡as. hneas comunes maestras tampoco parece que
. n e Upo
sitiva, se comulgaba y a 1de au t <;>n'd ad t~xtua 1, cu 1tura 1mente r~po·
.
campo de juego qu~ una a pro~¡~ dtvemdad se movía en el mtsmo
contraba la indistinció 8 tra~tc10nes marcaban. Y en ellas se en·
las ideas de delito y dn operdauva, duplicándose y acumulándose, de
eonf uoa, e1 propio ordene peca o Con su noc10n
SOciai ·• m · d'tstlnta,
· · qu e
me¡or
.Porque interesasen al orden con~aba.
c~sltaba una. autoridad eclesiásti Soctal, n?. había en efecto ni se ne·
ctda Y pracucable de lijar ca m polmca con la facultad recono·
tifice ni concilio, ni Ilion esta especie de categorías sumas Ni pon·
H ay au t orr'dadea cu¡turalea
arca¡ m estad¡· .01 o par¡amento a ello· acuden
' 18 r~ tgtoaas Y las jurídi~as, que, vincu·
Delito y pecado 65

ladas a tradiciones y textos, proceden a ello. Con esto la fijación nun-


ca enteramente llega ni. tiene realmente por qué. El último juez,
el último sacerdote, mantiene todo el poder de estimar la existencia
de transgresión, pero dentro de una doctrina, que es la ley, que es
la religión y el derecho. No tiene la facultad de definirla, o el poder
realmente no lo tiene, como tampoco el pontífice o el rey que, últimos
por otro extremo, soberanos se decían. La infalibilidad es dogma
del siglo xrx.
Lo que no hay es una religión por una parte respecto a ]a que se
definan los pecados y un derecho por otra en cuya relación se
determinen los delitos. Tampoco existe una potestad eclesiástica de
un lado estableciendo los pecados y una política de otro haciendo
lo propio con los delitos. Las mismas intervenciones de unas v
otras potestades ya, de una parte, se conciben de forma declarativa·:
de otra, pueden indiferentemente extenderse a la criminalización
del pecado o a la recíproca del delito. Un monarca, que se diría
cosas como católico o como cristianísimo, mantiene la condición
sacra que decíamos, pero no es por ello que llega a pecaminizar el de-
lito. Lo hace porque declara: se pronuncia sobre algo que entiende de
otro modo dirimido. Las fórmulas mixtas que en manifestaciones
penales llegaron a ser de uso, declarando los reyes por ejemplo tan
grandes pecadores como delincuentes a los matrimonios de práctica
sodomita o sexual no procreativa, ya se toman hoy como expresión de
un poder cuando más bien signo de otra cosa eran: sometimiento a
una tradición o cultura. No son ellas, sino éstas, lo que incrimina.
Es la cultura heredada la que entonces determina. La idea de
que, y aparte el modo, la sociedad actual lo haga, no entra en el
horizonte todavía; y no se entendía que lo hicieran sociedades ante-
riores, sino unas intervenciones divinas en la historia humana. De
ahí, la autoridad. Las transgresiones no se decidían. Los mismos cam-
bios de consideración entre conductas ya precisaban, antes o al
tiempo de la decisión política, una revisión de cultura, sin la cual
nada arraigaban. Los jueces los desatendían. Eran también. de pro-
ducirse secundarios. Los delitos venían en lo sustancial. como los
pecado~, fijados. Unos como otros no dependían de autoridad social
o poder humano constituido y en ejercicio. El derecho, como la re-
ligión, se determina entonces a través de una re\·elaciÓn q~Ie se pro-
duce mediante la conservación de textos y la mampulanon de tra- .
dición que de ellos se generara. . .
Durante siglos cuando en térmmos más teóricos se aborda el
capitulo penal, re~lmente poco se distin¡¡ue. Váyase el tratamiento
más genérico de la pena en autores del XVI y el xvn y se encontrará
una noción expresamente váhda para el deluo Y para el pecado.

o
66 Bartolomé Clavero

Bajo el mism? .concepto podrá. tratars~ la ~ena legal así dicha porque
el texto tradtctonal la dete~mma; la JUdlCwl o arbmana que puede
el juez decidir; la convenctonal o establectda para el cumplimiento
de obligacio_nes por las ~artes. interesad_a~; la voluntaria o de impo-
sición propta como pemtenctas de mento, merecidas siempre; la
sacramental o de penitencia más ordinaria. Todo es pena que purga
culpa: «Ümnis legis transgresio facit dignum penae>>, como repe-
tiría en su Tractatus de Legibu¡ ac Deo legislatore, tratado de las
leyes y del dios legislador, Francisco Suárez. Y no se piense que la
lex es la ley o lo que por tal ahora pueda en tenderse. La ley es todo
el orden, tanto religioso como jurídico, con su determinación tradi-
cional. Deus legislator: Dios lo determina.
Pecado no es asunto de teología, o de moral si se quiere, y de-
lito de justicia, sino ambos de ambas, de la ley con todo su des·
pliegue: ley eterna, ley divina positiva, ley natural. .. y leyes huma-
nas, como niveles graduados y comunicados, no super ni yuxta·
puestos. El pecado y el delito se conocen por la ley última, la humana
más positiva, pero no porque en ésta se determine, sino porque
en ella se registra la determinación de los grados anteriores. Y a vale
en la medida en la que cumpla este concreto requisito. La fuerza
del orden proce~ia en~onces de una composición que era pr~cto
~.cultura y no mvenctón de política. Y ya obliga; vinculados a tra·
di~tón Y. a texto, dependiente su propia posición de ellos, ni pon·

t
t1fice1 ru .reyes, ni teólogos ni juristas, estaban en realidad investidos
ca~dad decisoria de este alcance. No determinaban ni qué
loa~-ddi\ito ni qué resultase pecado ni cuáles, sustancialmente, serían
y x: ""' toe Y loa pecados.
;na c~n que, ha adquirido forma desde los siglos Xll
Por aqul"':lo lue que ~un plenamente opera en el xv1 y el xvu
la cultu~ esta~ comte~za a caducar. Pero no tampoco porque
Ilustración, enttútdo.ecambte .. Durante la época que se dirá de la
mitado el m,_ ...,_~-en e~~~glo XVIII, será todavía algún sector h·
sólo de una ...-- acuela
---ra ffib1 """"r 1as d'tstmc10nes.
· · Aún se tratara' ta n
aparezca; para anta, que ~pero a nosotros nos bastará con que
tará d dato de que la~ re.sult.a !a España del Barroco, resa}·
en un horizonte ni ~ • 01 extstta. No habría entrado todavia
O.,sde finalea 4el ~ mental.
·, zará en efecto a Nrpr por ~ en ~tores muy restringidos comen·
lciación entre peclldo y delito C:Onttnente europeo la idea de diferen·
)religión Y derecho. Ea .... COtnol Parte de una más general entre
será desde luego balad!. t.. 0que • CUestión por aquf llega y no
ct'ón se rea 1'tza ae encontr.-obra•
ent en1 1•• que el intento de . distin·
re 11 m4s significadas y temidas
Delito y pecado 67

antes de las revoluciones liberales. Serían ya entonces bien famo-


sas desde unas más concienzudas como las Institutiones lurispruden-
tia~ Divinac o fundamentos de la jurisprudencia divina de Christian
Thomasius, de 1688, hasta otras más volanderas como Dei delitti e
delle pene, los delitos y las penas, de Cesare Baccaria, de 1764.
Otros seguirán, todavía durante un tiempo a la contra.
No son los concienzudos los que conservan siempre la fama,
pero Thomasius ya la tuvo con mérito sobrada. Se encuentra con
razón durante el XVIII entre los juristas que no sólo en el mundo
del derecho temor desde luego despertaban. Entre 1688 y 1705 hizo
cosas como las siguientes. En sus referidas I nstitutiones intenta re-
ducir a humanidad la pena, esto es, definirla como cuestión de un
derecho humano con su entidad propia, quedando la inspiración
divina para el orJen de los pecados y su expiación sin interés social
tan directo o sin importancia ya específicamente jurídica. Otros es-
critos suyos buscan la concreción. De crimine ·bigamiae aborda esta
conducta de simultaneidad matrimonial sobre criterios de orden
precisamente social antes que del religioso tradicional respecto a la
propia institución afectada. An haeresis sit crimen, si la herejía es
delito, lleva a la respuesta negativa por dichos mismos supuestos.
De crimine magiae, del delito de magia, se conduce en la misma línea.
De tortura ex foris Christianorum proscribendi, de la proscripción
de la tortura entre cristianos, anuncia su conclusión. Son exacta-
mente concreciones de aquel principio de distinción entre derecho
y religión, delito y pecado.
Y siga advirtiéndose. Son novedades, rigurosas primicias. Son
esfuerzos pioneros éstos como el de Thomasius, que otros como
Bedcaria divulgarían. Hasta ahora, hasta este momento, ni siquiera
ha estado planteada en la materia la distinción, manteniéndose de
diversa forma, con todas las teorías, una comunicación de fondo
entre religión y derecho en este orden de la incriminación y penaliza-
ción. Todavía esto durante un tiempo seguirá, y luego durante otro
resistirá, pero el mismo debate ya está abierto. Ya existen las ideas
para una concepción distinta del delito y del pecado. La propia in-
distinción tradicional podrá devenir ahora confusión, esto es, empeño
por seguir vinculándose categorías cuya idea de independencia ya
está presente en la cultura. Pero a nosotros ya sabemos que nos
interesa la noción no exactamente confusa, sino indistinta, tradicional.
Adviértase más. La delimitación ante todo intenta realizarse res-
pecto a unos peculiares delitos: bigamia, herejía, magia ... No se encon-
traban entre los que Weisser consideraba tales, aunque sf desde
luego entre los que Tomás y Valiente contemplaba. ¿Por qué éstos?
Podd decirse que por la razón de intereser más cercanamente a la
68 Bartolomé Oaver(_

religión, quebrándola, im~ugnándol~ o haciéndole la competenci,


Ciertamente. Pero hay mas. Tamhten tmportahan. ,. mucho ent
ces, a la sociedad. De aquí su m_ismo interés. 0-unqut' no son ,:~
poco cuestiones separadas. Todavta el orden sonal contaba con una;.
bases religiosas cuya defensa naturalmen.te pasaba por la tipili
cación de delitos tales y por su consideraC!on de Importancia. No'"
un asunto meramente teórico el de su discusión. La misma distin.
ción entre delito y pecado es ahora una teoría que viene a contra.
ponerse a la realidad.
Y era con ello una teoria de evidente significación práctica. El
motivo de las instituciones de Thomasius va era el Je la distinción
entre religión y derecho o el de la separació.n de la primera dd ámbt·
to del ordenamiento social compulsivo por razones que sus mono
grafías mismas gráficamente ilustraran. Que la religión informJSt
el orden ya habia llevado a consecuencias tan extremas como b
de penalización de conductas sin entidad fuera del propio terreno o
sin resultado en si de lesividad social, conductas que ahora pueden
tenerse justamente por ilusorias, como la magia o la hrujería. Tam·
poco una religión era ajena a que se hubiera buscado la confesión o
auto~riminación elevándose a procedimiento principal uno que ahora
precisamente parece tan poco fiable como el de la tortura.
Pero tampoco se trata tan sólo de consecuencias extremas como la
de perse.;ución Y.condena de inocentes. La cuestión afecta a la propia
:~:::mn consti~~t!va de todo el orden social. No son posicion;s
dichotasa la religion o que tampoco valoren su posible contnbuClon
de orden. Lo son que comprueban que la supeditación reltg10sa
v..:k,k:b"".:'ete coactivo, el derecho, radicalmente lo lastra, lle·
dad pW:tic:a \ . sólo ahora ya parecen verdaderas cotas de muuh·
mayor eficacia te or~ .~e coerción es el que se quiere para una
sea 6bke por' ton l:,"'1~ihdades nuevas, independizar, sin que ello
viejas, abac:! '!: ~stna religión venga luego, con actualidades
~ que loa delitos ~'::,.Y aho~a bien distinta aportación. Se trata
p1a COnoepeión del orden Y~ dlr~ctamente determinarse por la pro·
la precisa il!ltervención Soctal, Sin servidumbres de tradición y con
. , "-" la ofinnac¡ón
Cl~n. mewa no , de1 poder político en su tipl·¡·¡ca·
entonces
bl~n ~~ora, COI11U edición defi ~olo teórica de éste. Como muestra
G•u!•tl•c• de Giavanru. TareUofiltiva de 1976, la Storia delta Cultura
~ódlgo penal, hasta el lllome~ es e\ camino que conduce hacia el
tm~ensable. . to no sólo inexistente sino incluso
Era cuestiÓII ~ ~tuJa Ptktica 1
e~tre derecho y ~ebgión, entre del' a más que secular de indistinción
sible de Beccar1a, o búsquelt 1 Ito Y Pecado Véas ¡ b , ce
a CUestión · e a o ra mas ac ·
• para hacerse la compro·
Delito y pecado 69

bación por escritores intermedios como Montesquieu o como Vol-


taire. Era extremo que interesaba a los propios basamentos de un
orden de procedencia medieval y todavía en lo esencial vigente. Que
es lo que aquí nos interesa. Ha pasado este sistema sustancialmente
inalterable por los siglos xvr y XVII. Todo lo que anteriormente se
dice 0 ya en su momento se dijera Renacimiento o Humanismo
cancelatorios de unos tiempos medievales, no ha servido para poner
siquiera la cuestión. Sólo ha llegado ésta con la Ilustración, o tras la
revolución inglesa de la segunda mitad del xvu si se quiere ampliar
la perspectiva. Pero no antes.
Sospecho que una sensación de incredulidad en este punto puede
levantarse. Por mucho que estén de moda las largas duraciones, y
más aún si lo son de mentalidades, esto parecerá demasiado. Allá por
el siglo xvr, en la época de un renacimiento humanista, esto es,
versado en unas ciencias sociales que ya comenzaban por la recupe-
ración de una romanidad precristiana, ¿cómo es que no llegaron a
ponerse en cuestión confusiones como ésta entre delito y pecado, o
en general la de derecho y religión? La impresión que suelen ofrecer
los historiadores, los profesionales tanto como los aficionados, ya
parece justamente otra. Obras justamente acreditadas como la de
José Antonio Maravall, con sus génesis de la modernidad, nos han
acostumbrado a ver de otro modo las cosas. Concretándose más:
¿No surge ya un humanismo en su sentido más sustantivo con su
natural desvinculación religiosa del derecho? ¿No se debaten contra
él a la defensiva los propios intelectuales orgánicos del barroco, y
precisamente los españoles, pugnando por mantener la misma comu-
nicación entre sociedad y religión?
Cierto es lo segundo como incierto lo primero. Conviene obser-
varse más de cerca, conforme a los supuestos y horizonte de Ia
r.poca. Tampoco estamos ante un fenómeno español; sería si acaso
católico, de la cristiandad no reformada o no pasada por el protestan-
tismo. Y ni siquiera solo. Las iglesias han podido escindiese entre
sí, pero menos de una religión y de un derecho. No hay humanismo
sustantivo en ellas. Han podido revisarse los corpora y depurarse los
biblia, pero precisamente porque su principio de autoridad se man-
tiene. Se multiplicarán teorías, pero sin afectarse de momento al para-
digma. La autoridad política de una sola iglesia desaparece pero ya
sabemos hasta qué punto no era esto lo primario. Independencias
eclesiásticas no la suponen ni traen del pecado respecto al delito o
del delito respecto al pecado: de la religión para con el derecho ni
viceversa.
El cambio, que alguno hay en efecto durante el renacimiento
dicho humanista, es otro, y menor. Empecemos por nombrarlo. como
70 Rartolomé C!avtro

en la época ya se hada: se trata del maqliÍill•eli.<mo, llamado e


ces también más impersonalmente estatismo por ¡(irar sobre la ~to~­
de estddo u oc~rrencia así denominada .. El individuo, Machía:~~:.
tampoco ahora mteresa, smo lo que baJo su nombre corriera. lm.
porta el motivo último, una obsesión verdadera en la cultura, 0 sub.
cultura ya mejor, del tiempo denominado barroco para con este
sintagma: la razón de estado. No se entendía en ello alguna parucu.
lar conveniencia de una institución política, sino una más general
circunstancia de la acción humana: circunstancia precisamente de ex-
cepción o suspensiva. Convendrá explicarlo, pues realmente el asun-
to afecta a nuestra cuestión.
Estado~s_cl objetivo y no el sujeto de la acción. Para el estatis
mo habria ocasiones tan excepcionales como para que la conducta no
debiera atenerse al orden de religión y derecho estahlecido, en las
que conviniera cometer un acto que normalmente implicara delito
Y pecado. Un sacrilegio, por ejemplo, o un asesinato, o una masacte,
o la. organización de un grupo terrorista. Por el beneficio que esto
pudiera reportar a muchos, alguien puede que se vea a ello precisado.
Es ~sta la razón circunstancial: de estado. Y a se entiende que serán
~mente figuras públicas y en cometidos de alcance colectivo
~~~
. --•-
te!'tlan e_nco~t~arse en tamaña tesitura. Así los príncipes
heria tncmmnar por algo que desprendidamente hacen en
mt=::o Y
Ra%6 dprovecho com'un. Es e¡ maqmavehsmo · . que aqm· rmporta
·
y conru.:o~ ":tef 0 es est~ de excepción, de suspensión limitada
0
dirigía a la conc .:edearntento. e~tablecido. Esto int;~esa. No se
principio de o r :dif una. distinta normalidad pohuca o de un
supuestos, a la liberac1:.nt~, Stno a su inaplicación en determmados
r~.a era el del orden :~a~ de acciones. Su supuesto ?e rete·
rehgt6n y derecho En nstttutdo, con todo su mismo coctel de
se sintieron atacado. ~y en otro su posición incidía. Una Y otro
mente se diatingula. 'ta ntre ':'na Y otro ni ofensiva ni defensiva·
· di '6n cuesll6n er di ·
mts~~ _r 1!1 ~ aabia por Parte at stmta o más interna. e a
D 1
deftntct6n más directa y primaria guna prescindirse para la propra
Y ello pese a que el P"""' do! orden socral
· d
tancta e q?e
la -" --,.10 eatat· ·
"'-ligión está tonsti tsrno se desarrolla sobre la cons·
den. Eran tiempos de I!Uetru reli . tuyéndose en un f d desor·
Hubo esfuerzos por au- l!losas con 1 . . actor ~, .
de un orden por encuna . .--ane la situació 11as esciSIOnes eclesiasncas.
de esta . n egándo ¡ ión
que asi surgió el término ~- qwebra. F 1 . se a a concepc
. • • "" 11111 co · ue a tdea de ¡05 políttcos,
stderarse una vanante eatatiata S trtente que vi
y menos laxa, más franca y ~ !>O~id6n era 0~~ ent~nces a cod~
ta, sin poder tampoco preocindir dedntca, Pero, 1 a, mas ordena
la tombin 86 ° que nos rmpor-
ac1 n entre religión Y
Delito y pecado 71

derecho. Afirmaban éste, pero también aquélla, aun con intentos de


reducirla a un denominador común de base bíblica. Ya las incrimi-
naciones, comenzándose por la de herejía, sufrirían la revisión; ya
también se someterían a debate los procedimientos, incluido el del
sacramento, menos todavía la prueba, de la confesión. En todo caso,
aun con sustantivas modificaciones, no dejaba intrínsecamente de
mantenerse la función religiosa. No cambiaba el paradigma.
Existe una historia, recientemente reconstruida, en la que este
género de implicaciones puede privilegiadamente apreciarse. Me re-
fiero a El regreso de Martin Guerre que primero ha sido película,
con guión de Jean-Ciaude Carriere, dirección de Daniel Vigne e
interpretación de Gérard Dépardieu, y luego libro más cuidadoso de
la historiadora Natalie Zemon Davis, diligentemente aquí traducido,
en 1984. A veces, cuando es factible, la microhistoria de personajes
menudos comunica mejor unas realidades. Este era el caso de un
pleito en el que justamente se manifiestan estas cuestiones no sólo
de derecho, sino de religión también, entre _tradicióny_reforma.
Entre la una y la otra, el paradigma todavía no cambiaba. Entre
rcligión y derecho, nadie distinguía aún funciones, pero la posfción
lrrulicional-se sentía pese a todo y con razón amenazada. Tanto el
estatismo como el politismo, si no ponían en cuestión la indistinción
básica, tocaban a puntos bien sensibles del ordenamiento tradicional.
A sus principios de autoridad tanto como a sus determinaciones con-
cretas afectaba que se admitiese la suspensión singular y la revisión
particular de incriminaciones. Y ya se reaccionó. La subcultura com-
puestamente jurídica y religiosa del barroco no sólo se define por
unas coordenadas de continuidad con la tradición medieval, sino
también por estas abscisas de referencia a unas novedades modernas.
El antimaquiavelismo la define, con su voluntad de reforzamien-
to del vínculo entre religión y derecho. Rax6n cristiana de estado
será la suya, no haciendo siempre ascos de la misma idea de suspen-
sión cuando de la defensa de la propia religión v de su incidencia en
el orden social se trata. O, diciéndose mejor, excepción no se admi-
te; según podremos constatar, unas mismas consecuencias de esta
expresa sinrazón con la de legitimación del homicidio, tenían su
entrada bien lógi~a en la propia doctrina tradicional. Y 6ta. con todo
se reafirma. La noción de pecado, subordmando a la de deltto, como
norma se refuerza. Ya este mismo énfasis caracteriza 11 la subcultura
del barroco incluso frente a las propias concepciones medievales de
procedencia.
No es una subcultura española. Sigue siendo europea, o Clll'IICt~
rfstica de determinadas latitudes que no tienen por qu.! singularizar
72 Bartolomé Clav~ro

el espacio entendido ahora por España. No sólo porque entren otros,


como Portugal, o como buena parte de !taha, o como zonas también
continentales, y tampoco sólo todos ellos los de la monarquía dicha
entonces católica y luego española, sino también porque la reacción
y el impulso, la fuerza y el aliento, fue ante todo eclesiástica, de la
iglesia de tradición medieval que católica también se decía. Estamos
durante el barroco ante la subcultura postridentina. Era el posma·
dernismo de entonces.
La misma historia de la teología suele ofrecer la pista. A la ins-
piración contrarreformista, esto es, no sólo contraprotestante sino
también contrapolítica, del Concilio de Trento, ya dicha historiogra-
fía nos dice que respondería el desarrollo de un determinado género
literario, el de la teología moral, especialmente presente por latitu·
des castellanas, portuguesas, italianas y flamencas. Sería algo caracte·
rístico de estas tierras del barroco. Consistía en un tratamiento de
las cuestiones más generales del sistema y la acción sociales desde
supuestos religiosos. También se le dice segunda escolástica, siguien·
do por lo visto a una primera. Reaviva ciertamente a estas alturas
planteamientos de escuelas de formación medieval.
¿Qué tipo de títulos en este género se escriben? Entre los más
cor_nunes: De, iustitia et iure, de la justicia y el derecho, que ya era
eplg~afe de titulo del Corpus I uris Civilis. El tratamiento puede ser
r~hg10so, pero .el paciente es jurídico. Y a ello vamos. He aquí una
ltteratura que ~ncide _religiosamente en el derecho. Lo hace a efectos
nada especulativos m • por rne)or · dec1r . cognoscitivos
.. Segutmos
. en
1os terrenos de una cult d ' , · d l
· · " dl ura ya e por SI preceptiva Se trata e a
rmsma pos1c1on e orden · 'd' d · .
.
1os asa1tos renacentistas A)Utt' 1co, o e su reposición religwsa· tras
más netas de las relaci~ne;~ 1 a~arecen a~gunas de las presentacw~es
Los tipos concretos men tntttnsecas VIstas entre pecado y delno.
junto se revitaliza. os se tratan, pero ya la composición de con·
La aparición de estos géneros d l .
miento de la materia social suele t eb~ evac1ón teológica en el trata·
de distinción entre religión y dam hlén tenerse como otro principiO
. 1uso por su historiograf'
asegura 1nc erecola ·.
p meJor onenta d a se nos
forma defensiva de restablecer el '~· ¡ro ya es lo contrario, una
ocultan su posición. Antimaquiavel~:~cu 0 · Los mismos autores no
se trata. Y no hace falta que entremoas se declaran. De la reacción
, ya 1as tenemos. Por part'd
ver se tratana; sensusn. °Ciones pues de vol-
afirmarse que la cultura católica del barr'ac" doble puede finalmente
queda justamente situada en la larga dura 0 &; en ella una hispana,
siglos medios y aún resistirá a las luceo. Cl que arranca de unos
Delito y pecado 73

y ya es hora de que pasemos a contemplar más de cerca delitos


y pecados concretos de aquella barroca sociedad. Véamoslos con or-
den, conforme a método, según la apreciación del propio tiempo.

11

¿Cuáles conductas merecían la reprobación mayor, la persecu-


ción más sañuda y la penalización más extrema, de aquellos tiempos?
¿Qué se criminalizaba entonces? Veamos en efecto la visión del cam-
po penal que se ofreciera por la cultura social dominante en la época,
por la doctrina jurisprudencia! como por la enseñanza teológica, por
tratados procesales como por manuales inquisitoriales, por formula-
rios judiciales como por guías de confesores, por prácticas como por
catecismos.
Hagamos un cuadro significativo hasta el momento de la apari-
ción de algún delito más homologable, de alguno que ya lo sea para
aquel mismo criterio de sentido común que aplicaba la sociología
histórica. Lo que por delante sitúe la historia de una cultura, de ésta
latamente jurídica, ya resultará bien representativo de las característi-
cas de una sociedad. Advierto así que el cuadro será incompleto, no
sólo además porque no cubra todos los actos considerados entonces
ilícitos, sino también por la razón de que, dentro de la zona contem-
plada, alguna selección también se produce. Vamos a la considera-
ción de ciertos índices.
Delito y pecado más grave: la lesa majestad, humana y divina,
el de la majestad lesionada o el de lesión de este valor, maiestas,
q_ue así se considera el supremo. Supremos o soberanos se dicen sus
tltulares: monarcas y dioses, o un dios con su corte. También el
monarca comunica su majestad a una cohorte. El término y una pri-
mera consideración de valor lo prestan textos romanos del Corpus
I uris Civilis, pero durante la época medieval ya se ha producido un
notable desarrollo de este capítulo penal, comenzándose por su ins-
piración de religión y extensión a ella. Hay una sólida monografía,
de 1974, sobre el mismo: Crimen Laesae Maiestatis de Mario Sbric-
coli. No está en latín, sino en romance, como ya revela un subtítulo:
Il problema del reato politico al/e soglie delta scienza penalistica
moderna.
El problema del delito polltico a estas alturas de los umbrales
modernos es ante todo el de no serlo, político, sino personal y trans-
personal a un tiempo. Protege personas, como las del rey o sus fami-
liares, pero porque ampara los valores que encarnan. Sus imágenes
y slmbolos cuentan con la misma protección. Es el delito más grave
74
Rartolomé Clavt\IJ
el de dañar una figura del monarca o, desde este punto de vi 1 d
aten~ado contra su ·tmagen, acunar - mone_d a f a_lsa. Lo es tanto scomo
a'
asesm~rle, al rey, o como yacer con la t~cma: Es .la lesa majestad que
se decta humana, pues, tocando a rcltgton e tglcsta, se le sumaba ott
más específicamente dicha divina: la herejía por ejemplo o tales tipo:
de ataques frente al obispo que también se dice soberano, el de Roma
o contra los símbolos de su soberanía. Era un mismo delito. '
La lesa majestad, la majestad ofendida, la majestad lesionada, ya
se trata de la protección de un valor tan simbólico como, entonces,
política y socialmente operativo. Este tipo de delito llega a proteger
también a los delegados o representantes de los propios soberanos o,
podríamos decir, funcionarios suyos. Y con un argumento que sigue
apuntando siempre a un principio último en la concepción del orden
constituido: son también imágenes suyas; representan su persona ~n
el sentido, como entonces se explica, de que interpretan a algun
efecto su papel o de que constituyen sus miembros. He tratado el
argumento en Tantas Personas como Estados libro de 1986.
El campo al que puede extenderse este 'delito de lesa majestad
es amplísimo, pero sin perderse nunca conexión con el valor básico
q~e se protege Y de cuya consideración la gravedad procede· Las
mtsmas leyes particulares de los monarcas concretarán supuestos,
pero Y~ también en la línea que decíamos menos creativa o más regla·
~ntana respecto a una doctrina que realmente viene definiéndolos.
preocupan lógicamente de especificar aquellos que más directa·
mente
la 1 les . , tocan ' los de vertiente
. po1" . qmera
ttlca. Quten . '1
1 ustrarse
con
d . ' pued e acu d'1t a su extensa ley que ¡abla de la
re acton castellana
traición
. sobre
bién que no
1 e1ahde reco gerse en 1as recop1lactones
· · mod ernas. Tam·
la Historia edec~=oT ,:r,i~~adbuena .i~westigación, publicada en 1971:
Aparecen aquí acci e Aquihno Iglesia. .
común de Weisser· el one~ que ya serían delictivas para el senudo
cesa. Pero para n~estr';:ehlnat~ de un rey o la violación de una prin·
porque atentan el uno co~~torlado_r estos actos constituirían delitos
unas personas. Los valores ra a VIda Y el otro contra la libertad de
consi?eración la misma grad:C~ad~dos serían éstos, viniendo de su
el pnmer caso. Mas nuestra ló · gravedad, mayor lógicamente en
No había aquí delitos contra ,~c~hlo ea exactamente la de la época.
contra un honor y una honra e a o contra la libertad Los hav
sona, contra principios de co~~~~tr~6valorea transcendente~ 8 la pe~­
orden social. . UCI n no oólo simbólica del propio
Y de aquí VIene la consideración d
como para otro caso, extrema para conduRtavedad, m6xima para uno
una persona y ~1 daño a una imaRen paa¡~d' que, entre la muerte de
ose Por actos de traición
75
Delito y pecado
mientos de herejía, hoy desde luego nos merecerían muy dis-
y pensa . .f. . , 1 d d 1
tinta calificación. Lo sigm I~auvJoJno1 esta1 en 1 a con e~a eC a con¡
ducta sino en el valor en vatu e cua se e anatemi~a. omo e
lor es la majestad, los deJaos contra la vida de quienes no la
v~carnen 0 representen, del común así de los mortales, de momento
;odavía no comparecen o no se hacen acreedores de esta considera-
ción de gravedad.
Siguiente escalón: los delitos contra la naturaleza o determinada
idea de ella, lQs actos contra naturam. Y ya comienzo señalando el
valor, esta dicha naturaleza. Tras el principio de orden social que se
encierra en la idea de majestad como primer valor protegido, ahora
viene éste que parece de un orden natural y que también resultará
desde luego social. Estamos esencialmente ante pecados y delitos, o
conductas consideradas tan pecaminosas como delictivas, en el campo
sexual. Pasamos a un orden doméstico que, no menos que el religioso
y el político, constituía a aquella sociedad.
Estamos ante cosas como la bestialidad y la sodomía, y ésta no
sólo la homosexual, sino también y muy particularmente la que se
comete dentro del matrimonio en cuya intimidad ya veíamos cómo
se entraba. Nos encontramos ante las que, recurriéndose a eufemis-
mos, se llamarían las posiciones no naturales o, viniéndose a siglas,
podríamos denominar las PNN. En la época tampoco con muchos re-
milgos se andaban; se decía de lo que se trataba y se señalaban con
suma franqueza las razones del tratamiento. Ya se escribía en una
lengua, una especie de latín, que sólo resultaba accesible a los enten-
didos, comenzándose por los clérigos. Por el instrumento lingüístico
no dejaba de pasar el mismo control de autoridad de una cultura.
El Pecado y el Miedo de DelmJ.!. utiliza la manualística de con-
fesores para recomcrülr·üñ ranking de los pecados del sexo. Así
resulta: bestialidad, sodomía, otros actos y posiciones intersexuales
contra natura, masturbación, coito interrupto, incesto, violación de
monja, de casada, de virgen, relación sacrílega voluntaria, adulterio
doble, etc., determinando por supuesto el orden de los factores el
dd producto, la penitencia. E igual o una misma es la gradación de
los delitos. Pero añádase a ambos efectos una cosa: no sólo es cues-
tión de grado, sino también de calidad; hasta el mismo coi10 inte-
rrupto llegan las conductas que se juzgaban contra natura. La línea
de unos pecados que se decían mortales, por conllevar pena de muer-
te eterna, era ulterior, pasando bastante por debajo o condenando
más conductas. De otras muertes y de estas penas va hablaremos.
1Cu" era el valor pr01egido? ¿Qué era la ""lt~ra? La respuesta
es fácil: el orden de la procreación. Estrictamente esto. Acto no na-
tnra1 es todo AQuel uue. utilizando !IIUS mMios. no !lie encuenr~ sin-
76 Bartolomé Claver(l

gularmente dirigido a tal objetivo. Y entonces se era consecu


, . . ¡ L
con su 1og1ca siempre, con a nuestra nunca. a masturbactón ma
ente
lina entraba en el capítulo mientras que la fornicaoón simple, e~~:
solteros sin votos religiosos, no lo hacía. Era máximo delito y pecad~
lo primero y no lo segundo. No se protege aquí como valor la insti.
tución canónica del matrimonio sino el orden tenido por preceptiva.
mente natural de la procreación humana o, mejor según todavía
veremos, de darse ocasión con la emisión ordenada de semen a una
creación divina, la del alma. El acto contra natura explícitamente era
el desperdicio voluntario de la semilla.
Los principios se tomaban en serio; no son el subterfugio o la
racionalización de una pura represión, la ma¡estad de la política y la
naturaleza de la sexual, como hoy suele dar por entendido, cuando
no lo hace teoría, el historiador escéptico. Ya deben disiparse de otro
modo las mismas perplejidades que puedan provocar sus llamatlVos
contrastes: intransigencia frente a la masturbación masculina y tran·
sigencia ante la fornicación simple; contra la naturaleza con ésta no
se pecaba; si era entre novios, en principio incluso se identificaba
con un acto religioso, el de la misma consumación del sacramento
del matrimonio; y con prostituta llegó no sólo a tolerarse sino inclu-
so a f?!llentarse por política contraria a la homosexualidad masculina.
yamble~ lo había, contraste si se quiere, entre homosexualidades;
as _mu!~res ya gozaban del beneficio de una duda: la de si con la
""c1tac1?? sexual emitían o no su propio semen preciso para la
generabclon; faltaba la evidencia del pecado contra la naturaleza. No
eran
p 1roma los principi
. . .
os, aunque tampoco faltaron ngonstas como
asea qu~. no _supieron exactamente verlo
Y cahhcac1ones o dese l'f' · ·, . y
debemo h bl 1 b a 1 ICaclones teman sus consecuenCiaS. a
1 ·
• a aragotam iéndela
mo alcance de las grada .
tra la majestad y éstos :n:s. r .
s penas para poder apreoar e mts-
a estos efectos aquellos delitos con-
reja. A efectos de canden~ ~~e a nat~rale~a ocupan una posición pa-
man atrociora crimina 0 d~lito nen a tnclulrse entre los que se llama·
cación meramente retórica 0 t~nen~Ímes Y atroces. No es una califi-
calificativos que traen precisas co~ 0 mor_almente reprobatoria. Son
to finalmente a la pena como prev"~,cuenclas jurídicas en orden tan·
p . amente al pr
nmero respecto al proceso· •Propt oceso.
tum est leges transgredí», en 1~ persec e~óen:¡rrnitatem delicti lici·
por atroces ni el derecho establecido at~cl En e los delitos tenidos
j~ristao ~~dievales de mayor autoridad,' s::t~l:a ~xpresi6n de los
sigue repm~ndo y aplt~ando. Con sus consecuencia/ CBalfo'. que se
de acusar, Incluso los mfames, loa excomulgados ·1 ua qutera pue·
ordinariamentt no tenfan acceso al juez. Se acent~a os e~,~lavos que
en ( ste la posi-

---------------~ .~
77
Delito y pecado
ción inquisitiva o persecutoria que ya le es entonces propia; Se admi-
pruebas generalmente excluidas como la de testigo umco o la
den meros indicios. Toda confesión vale, incluso la sacramental. Cabe
espensión de fueros y otros privilegios procesales de los que goza-
b~n entonces las clases superiores. Se considera delito consumado,
como pecado cometido, la simple maquinación o pensamiento. Son
regfas, o eliminación de ellas, que rigen la prevención y represión de
esta clase de conductas.
Y las penas. No se piense sólo en la de muerte, que para la época
no bastaba o no resultaba siquiera la decisiva. Lo mismo que no
hemos visto a la vida como tal todavía penalmente protegida, tam-
poco su eliminación es un elemento clave en el orden represivo. Que
los delitos enormes y atroces comportaban pena de muerte no era
algo que se discutiese; de aquí se partía. Pero otras penas ya se
añadían. Por una parte, la misma de muerte era agravable por pro-
cedimientos especialmente crueles de ejecución, entonces en uso. Por
otra, había penas que afectaban a valores de honor y honra que,
como ya hemos visto para la majestad y todavía para otros casos
veremos, podían considerarse superiores al de la vida. Y en fin, en
conexión con esto, también podía extenderse la condena a la familia
Y descendencia del ejecutado. Un principio de personalidad aquí tam-
poco existía.
Todo ello se aplicaba acumulativamente a los delitos enormes y
atroces. La descendencia quedaba infamada, en aquel estado de muer-
te civil por el que ni siquiera se tenía acceso a un juez. A ella tam-
bién le afectaba una accesoria como la de confiscación total, de bie-
nes particulares y familiares. El honor que quedaba en entredicho no
sólo era el individual del condenado. Todo un apellido, o todo un
linaje, resultaba reo. Y a así podía también impulsarse una represión
doméstica, frente a la homosexualidad por ejemplo, que. con los
poderes que entonces conllevaba la potestad familiar. revestía un
carácter preventivo nada desdeñable.
Con ello ya se contaba. Un homosexual de la época es más fácil
que acabara en la reclusión de un monasterio. como prevención do-
méstica, que sometido a tal¡(énero de procedimientos y penas. Podía
ser también el tratamiento de la homosexualidad femenina. pero su
caso ya se ha visto que es distinto. No afectando directamente al
orden de la procreación, en menos se le tenia ya por no constituir
con ello una relación contre natura. La gravedad era mucho me-
nor, distinguiéndose realmente a estos efectos entre una homose-
xualidad y otra. Ambas eran i¡¡ualmente conocidas, describiéndose
sus respectivas pr~cticas, pero sólo la masculina merecla una consi-
deración que además compartla. bajo el término de sodomla. con
78
Bartolomé Claver~

relaciones heterosexuales. La misma discriminación de condu t


producía en materia de bestialidad y de masturbación. E;a as 1~
masculmas,. atentatonas· contra 1a natura 1eza, 1as que especialment n ''
se penalizahan. e
Las familias de patrimonio se preocupaban realmente entonces de
que este régimen penal no les afectase en cuanto tales. Ellas también
legislaban. Dios era el último o primer legislador, pero legislándose
con todas las subordinaciones hasta este nivel se llegaba. Fundacio-
nes o capitulaciones familiares que regulaban el orden interno de pro-
piedad y sucesión se extendían a previsiones de radical exclusión de
quien cometiese delitos, según ya rezaban fórmulas, como los de
«herejía, lesa majestad y pecado nefando contra natura>>, esto era
homosexualidad masculina. Se temía tanto la infamación como la
confiscación.
Y entiéndase el sistema. No se pensaba así para su aplicación.
en sus propios términos, siempre directa. Tan terrorista no se era;
Y no sólo se trataba, como respecto a la autoridad de la cultura qu.edo
apuntado, de que para dicha eficacia realmente faltase una admmts-
tra~i~n o un aparato de justicia, lo que era entonces también. de
pohcta. Tampoco era cuestión de que fundamentalmente se c~nhase
en el efecto ciertamente intimidatorio de la propia tipificacron tan
severa, c?mo pecados y delitos, de conductas. También era asunto de
que el sistema estrictamente penal si como tal pudiera distingurrse,
no rera el. u'n"tco que .en su. campo operaba.
' La justicia no so'l o pasaba.
?ll blos Jueces. La m1~~a Iglesia los tenía, pero la propia rehgwn pre
ca a ?~ros procedimientos que se entendían más caritauvos de
compos1c1ón.
b Gdranhpahrte de la prevención e incluso de la represión se encau·
zaa e ecoporelcam 1'' ¡ ··del
judicial. Lo ro io podí po re ~gloso con relativa neutra izacwn . ,
tenia su ver~e!te nat ocurru con una vía familiar .que tambren
latorios del sistemr. No. !ó~~aban además otros mecanr.sm~s modu
tambi~n, por ejemplo a ¡ 1 se te.nla por VIrtud a la JUStiCia, srno
ces no sólo religiosa' sin~ \::::b~cta. Y1he aquí una doctrina ent}"·
pecados, estaban para ser cond~ nd po hica. Los delitos, como 05
perdonados; las penas como la~a os,. per? también para resultar
igualmente para condo~arse. No se r;,"nneb~las, para aplicarse, mas
por el propio entendimiento religiosoogce a una cosa sin la otra vn
si irremisible. Mediante la justicia sine ~t~a culpabilidad humana en
la satisfacción. Era necesaria lo gra~ia. No :l r¡de_nc~on_es, no cabría
data sino ta"::bién la r:nisericordia paternaliota 0debl~num1dación tem~­
glr la actuaciÓn del atstema preventivo y represiv n :\formar y dtrt·
No debe decirse que el ordenamiento penal era indic al •e pensaba·
•z, lino que se
79
Delito y pecado
concepción y una realidad distintas de la
actuaba med iante una
efica5cia. s que entran en el campo de visión de la cultura jurídi-
oncosa 'l'P, ...
lo hacían en el de la sociO ogra. ara esta m siquiera
ca y que no d d'
hemos llegado al terreno. d~ un~s atos qu; pu Ieran me?sma~se.
¿Cómo puede medirse la tnCid~nCia aunque solo fuera de la mw.mda-
ción? ¿Cómo la de la expectativa de _graCia? Pues hay mvesttgacwnes
de historia del derecho que a este genero de cuestiones precisamente
se asoman. Así, editada en 1971, El perdón real en Castzlla ( sz-
glos XII-XVIII) de Inmaculada Rodríguez Flores. Era tesis docto-
ral dirigida por Tomás y Valiente, como también, que aquí no menos
interese, la ulterior de María Paz Alonso sobre El proceso penal en
Castilla (siglos XIII-XVIII), publicada en 1982.
Ya hay estudios históricos bien sesudos sobre estos sangrientos
asuntos, comenzándose por la tortura, pero permítaseme especial-
mente recomendar la obra de un literato cuya traducción precisa-
mente se anuncia para este año de 1987: la Historia de la Columna
Infame que Alessandro Manzoni desgajó de Los Novios. No es una
novela, sino el análisis de un caso no tan extraordinario del tiempo
del barroco y el espacio de la monarquía española. Guardaba aún el
novelista además constancia de las cuestiones más elementales del
der~cho que aquí hemos debido comenzar recordando y a las que él
~edicaba, sabiendo exponerlas, su capítulo. Religión mediante, cosas
~y que peor percibía, como el nexo entre sacramento y procedi-
mten_to o toda la sociología preventiva y represiva más general que
~o solo contaba con la justicia de este mundo. Pero tampoco el histo-
r1Iado~ ha .avanzado realmente mucho por estos terrenos. Ni siquiera
a rnrcroh1storia es un invento actual.
. ¿Y cómo se puede ahora a mayor distancia penetrar en los meca-
DI~rnos de ajuste y complemento de los diversos órdenes de preven-
c~o1n Y represión, doméstico, religioso y político? Afortunadamente
so o se trata aquí de ofrecer el cuadro de unos indicadores. Y ya
tenemos algunos. La masturbación masculina es una atrocidad, lo
cual significa que de entrada merece la pena de muerte, lo que a su
1vez no quiere decir que se pretendiese eliminar, e infamar de paso a
as. familias, a todos los que la cometiesen. Y esto finalmente no
tnd1ca una ineficacia del sistema. Algo avanzarnos.
. ¿Y cómo se sigue? ¿Qué tipo de transgresiones a continuación
VIenen? Pues llel!an....dcli.lo.s_~~_)~s que atentasen contra la hQnrl!
no constitutiva---ae-majestad,_y aqul la Cle los linajes honrados o de
lo.!_!!_óbles. Llega llñtes sú honor que ·su vida, ya lo dijo a su modo,
no tañretórico, Calderón. O ya hizo su advertencia también sobre
ello El Derecho Penal de Tomás y Valiente: todo este tópico drama-
80
Bartolomé a.,.,,
túrgico no podrá com~renderse si no se le sitúa en el contexto de
cultura mas bten Jundtca que nt era una peculiaridad esp - 1una
. o . .d d l o . ano a n1
coh.nstl~Ula una dcunoostf a1 pDara da eLpo~a, s1Fnbo se le entendiese en una
tstona qu~ oto avta a ta. es e . ucten a vre hasta Georges Dub,
otros tambten reclaman una htstona de esta mentalidad y sentimient
que no parece muy al alcance si, como suele en estas reclamacion;1
acontecer, la cultura más específicamente jurídica no se tiene a la
vista.
En un terreno todavía cercano a los de la majestad y la natura-
leza, algunas excepciones procesales, aunque no tantas, aún se admi-
ten. La honra antes que la vida. Todos estos valores preceden. DeJe·
mos hablar a un jurista barroco que presenta la ventaja, excepcional
entonces, de producirse en castellano. Me refiero a Jerónimo Castillo
de Bovadilla en su Política para corregidores y señores de vassallo1
y para iueces eclesiasticos y seglares, un sujeto bien conoCld.O, Yun
tratado no mal manejable por un estudio algo más que bwgraftco de
Tomás y Valiente y un reprint también reciente, de 1978, con estu·
dio preliminar de Benjamín González Alonso. Con ple~a senedad de "
principios y consecuencias escribía sin esperar a Calderon cosas c?mo
éstas: «Por defensa de la honra es lícito matar a otro Y que la 1ama
se prefiera a la vida compruévase muy bien» por las mismas eyls
del reino y no sólo por la doctrina; <<no ay cosa más estimada qu; 1~
buena fama y honra del hombre en este siglo pues se prefiere
vida Y a la hazienda,.; «la reputación y honra de un cavallero en due
se funda Y estriva gran parte de su modo de vivir es causa muy ar ua
Y graví~ima Y de estado y trae consigo gran utilidad y lustre Y acre·
centamtento para si y sus descendientes».
Y a además se ve que tan independientes no andan la honra pdr
su lado Y por el.suyo la hacienda y la vida. Pero no sólo se trata e
que la fama •.e vmcule a un estado social y con ello a unas postbthda·
des patnmo~tales de casa o de linaje; tampoco se trataba tan sólo de
que la m_f~mta conllevase la pt";rdida equivalente de patrimonio y nom-
br~ famthares. Es la honra un principio simbólico y efectivo del
mtsmo orden, aunque de otra categoría, que la majestad antes vista;
Y es el. valor en eate punto protegido. No lo resulta todavía y en s~
la proptedad o tampoco en cuanto tal la familia. Aún no lo es, st
pued~ tras tod? e~to llegar a serlo, la vida. Lo es la honra como base
tambtt";n constitutiva del ordenamiento social El h 1 ólo
luego, ya en distinto capitulo, la vida. · onor as Y' 5
El. valor de un orden .•ocial tambit";n le precede. Esencialmente
se encterra en 1~ penahzactón de .la clase de conducta que se enten-
dla por usura, alluada por estos mvelea. He aqul otra bater(a de deli-
tos par delante de loa que atentasen contra la vida. Y ea cominJ!ente
81
Delito y pec*lo
nutrido. Constituye entonces p~n~lrnente usura, no algún exceso,
· el puro lucrum o logro econorntco: logrero era el usurero, obtene·
dmo de lucro; el beneficio corno tal es lo que se condena. Sólo se
d~iten compensaciones justificadas, esto era e! interés, lo que media
~or gasto, pérdida o t~abajo entre operaciones_ co~o ya expresara
e1 término: znter-esse, «td est, non lucrurn» se anadta. El resto cons-
tituía pecado y delito grave. Lo cual en el Corpus Iuris Canonci se
fundamentaba con el argumento de que, no mediando dichos otros
factores, se trataba, corno en los préstamos, de un simple enrique-
cimiento por disposición del tiempo, que sólo correspondia a Dios.
Sería un delito contra el tiempo humano, valor divino.
Lo era. Atentaba contra el principio constitutivo de aquel
tiempo humano que se consideraba de valor divino. Dígase o no
que es la usura un delito contra el tiempo, adviértase en todo caso
que, como la lesa majestad y la contranatura, era un contradios. No
veremos esto en otros delitos, ni por asomo en el homicidio. Y era
una transgresión contra su tiempo, verdaderamente humano. Adviér-
tase también que el enriquecimiento que con él se condenaba era
el puramente económico, el mercantil y financiero: el beneficio. En
ningún momento otra cosa se sometía a entredicho.
, Rentas, impuestos y servicios obligatorios a iglesias, rnonar-
qutas Y señoríos no estaban en cuestión; no lo estaba su principio
de constitución de una sociedad. Por ello durante siglos se tipi-
fica como pecado y delito tan latamente la usura y por eso también
en el debate ilustrado será la suya, la de su licitud entonces, una
cuestión principal. Desde otra mentalidad, la importancia anterior
mal se entenderá; tampoco se había tratado de una aplicación a raja-
tabla; bastaba con la condena de principio, que sin excepción se
mantenía, y con una casuística de aplicación, que realmente se hacía
valer.
Sobre ello tengo un libro: Usura. del uso econ6mico de ~Ji.-_
giÓD._~-ª..,_de 1984. Iniciaba una-añtropología jurídica de
la historia europea de-Ía que este penal también constituye un capi-
tulo. Pero estarnos en una empresa colectiva y no debo distraerme en
planteamientos particulares que no se sabe además entre quiénes han
merecido peor acogida, si entre historiadores o entre antropólogos.
Sigamos con nuestros delitos y con las posiciones de aquellos que
m's especlficamente los han acometido.
Delitos contra la majestad, contra la naturaleza, contra la honra,
contra el tiempo, delitos más bien exóticos, diflcilmente identificables
por la historia social del sentido común. ¿Vienen ya los que puedan
reconocerse? Ahora por fin llegan, pero tampoco estará tan claro
que se trate de unos delitos contra la vida. No arrivaremos todavla
82 Bnrtolomé Claveto
a unos ilícitos que pudieran como tal identificarse por la subs d' h
~ociología poco en el fondo histórica. Vamos a detenernos final0m1c '
, d , d , .
en este esca1on porque po ra to avra 11ustrarnos astan te. ·Có
b entt
se considera penalmente la vida? ¿Hasta qué punto como tal seml
protege? ¿Qué delitos al respecto se tipifican? Ya sabemos que n:
resultan desde luego los primeros, pero, aunque sólo sea para re.
unirnos con Weisser, algo más conviene que sobre esto sepamos.
Y comiéncese por advertir lo que sobre la vida hasta el momento
se ha encontrado: que se puede lícitamente acabar con ella. No sólo
se trata de la normalidad de la pena de muerte, sino de algo más:
«por defensa de la honra es lícito matar a otro>>, que decía Castillo.
Ya se sabe también de historias de maridos que así limpian su honra
o, mejor para la época, de padres de familia la de su linaje. Tampoco
es sólo dramaturgia. Si hay entonces un principio de entrada en el
capítulo de la vida, éste es el de la licitud de la muerte ajena, Y no
su contrario.
Cój'ase alguna summa o enciclopedia del derecho de aquel tiem·
po con la ventaja de su orden alfabético, y búsquense sus voces de
muerte, tampoco muy dificultosas ni escondidas: Occidere, Occzdens,
Mors u Homicidium, por ejemplo, en la Summa Universi Iuris del
vasco Esteban Daoiz que también es del barroco. ¿Qué se encuen·
tta? que salte a la ~ista, por lo que se repite, ya lo siguiente: <<ÜCCI·
dere hcet. .. », «occ1dere potest. .. >>, es lícito matar en estos o aque·
\los supuestos, en estas o aquellas circunstancias. Llegan a mezclarse
casos de. muerte lícita de animal con la de persona; también entra,
~r medio,, la de esclavo. Y no lo decide un rey, como el castellano,
un ponuf_l~, como el de Roma, sino la autoridad de unos textos
Y u~s tradiciones. Sabida una cosa, conviene reparar en la otra.
N 1 atar en casos es licito, no sólo al verdugo no sólo al marido.
o ¡o era en caso alguno atent ar en camb"lo contra' la ma¡esta
· d , con·
tra a naturaleza, contra el honor 0 contra el t" . la defen·
sa de esta más que trinidad de valores lempo, es ~n . e la
vicia. He aqul otra línea d d" .. 6 que puede ehmmars . ,
e lVtst n no
de e~1id ades: entramos en capítulo donde sólo de r d · tambten
d g a os, stno 1 x·
cepctón, en d que no juegan valores absola e entrada cabe a e
no lo era. ¿Lo será todavía, a efectos má 1~to.s. La vtda daramente
contrar~mos aún tipificados algunos d ¡· s •mttados, relattvos? ¿En·
e !tos contra ella?
. Repasemos caso~, ya de muerte il!cita. Em
mtenzo: la concepctón o, en su v~rti~nte p~n t~ctmos por el , co·
•~ 1~ considera? Pu~• pr~cisamente sin ~•tabk~ ~ ab?rt<;>. ¿Como
con~xión qu~, haciéndos~ aba!racción como corre•:;::nd~qdera dtcha
n~• actual~• sobr~ d asunto, tan elem~ntal puede, cierto e postcto·
recer. La concepciÓn no es para entonces un comienzo .me1nte pa·
n1 e aborto
83
Delito y pecado
. lemente la eliminación provocada del feto. Hay un primer
simP algo variable en ~.1 q~e no se cons1'd era su pos1'bTd
eseríodo 1 1 ad .
p ¡'as existen sobre su flJacJon, pero no sobre su procedenoa;
T
¡ eormisma insinuación, que 11 ega b a por una ¡·Iteratura me'd.lCO-JUtl
. 'd'JCa,
de que la concepción es el momento creativo de vida, sólo produce
reafirmación mediante el rechazo.
No se piense que estamos ante un sistema de despenalización
por plazos. Hay quien, como Miret Magdalena, lo pretende, pero el
planteamiento es otro. Puede apreciarse en el libro que José María
García Marín ha dedicado en 1980 al Aborto criminal en la legisla-
ciói!.J.la.doctrina; sobre la nuestra ·barroca versa; o también, con
er-contexto de cuestiones que precisamente interesan, véase en la
Contraception de John T. Nooman, monografía igualmente histórica
y anteriormente aparecida, en 1966. Tiene subtítulo: A History of
its Treatment by the Catholic The.ologians and Canonists, menos
serio en su traducción francesa: Evolution ou Contradiction dans la
pensée chrétienne? Merece, y no sólo por su concernimiento reli-
gioso, el original.
Miremos en efecto primero la contracepción, o algo incluso
antes, la masturbación. Ya sabemos lo que es; era delito merecedor
en sí cuando menos de la muerte y con su razón concreta: por ser
contra natura, esto es, por no dirigirse a la procreación. Y va sabe-
mos hasta qué punto se era, bajo su lógica, consecuente. Del mismo
modo se entra en la contracepción. ¿Cómo podría hacerse de otra
forma para un primer período de la concepción misma?
La cuestión era esta: solución de continuidad no se aprecia, o a
l?s efectos de incriminación no existe, entre los actos que, solita-
na o acompañadamente, desperdician el semen y aquellos que inte-
rrumpen en una fase temprana el proceso de gestación. Es acto no
ll_lenos incriminable este aborto que la contracepción y la masturba-
CIÓn masculina, pero ninguno de ellos, tampoco el primero, resulta
exacta o técnicamente homicidium. Y con su razón también: la con-
cepción no es efectivamente el comienzo. El acto procreativo no es
creativo; produce las condiciones u ofrece la base para que se infun-
da vida del modo que entonces se concibe: por intervención divina·
de aqui también provenia el término: pro-rr~atio. Tal vida era el
anima, el alma, la forma que se le da a la carne por sí inerte.
Y se trata exactamente de forma animadora de mauria en su sen-
tido escolástico. Sin constancia de cuándo la infusión se hace, hay
que andarse con precauciones, aquf relativamente fáciles: cuando el
feto está formado, cuando ha adquirido una cierta forma humana,
es que la animación se ha producido. Sin ciencia embrJOló¡¡•c• JX?r·
qu<' se escribieran Embriolot.l• St~grlllias, sobre el uempo podfa d1s·
114
Banolomé Clavero
cutirse, no sobre el lapso. El de una inmaculada concepció
·1lma que existe desde ella, tambic'n es dogma del XIX. n, con un
Homicidium sólo hav cuando existe <:1 a11ima. Seoún L· ,
· ·¡· ·'
''~m tcacton maten a
· 1 de 1a pa 1<1 b r<l, t(l dn acto ele muerte
" ' 1ropia
provoca.
da de un mdtvtdu~l es hmmctdto, pero n~l precisamente ya porque
atente contra su vtda en el senttdo tambten mmedtato, sino porque
se interpone en la suerte del alma que es creación divina y de la
que el hombre no puede así disponer. Tocamos un punto clave:
el valor ya es el alma. O al menos de momento el concepto decisivo
para las mismas calificaciones delictivas. <<Anima est plus quam
corpus» es principio que se repite y que se aplica. La vida comien-
za con el alma y termina, no con su final, sino con su separación del
cuerpo, mera materia. Por esto la muerte no era mucho. Lo será la
vida, pero la inmortal del alma, no la perecedera del cuerpo. Ya veía-
mos cómo el alma, y no otra cosa, individualizaba. Nuestro propio
concepto de vida, desde un comienzo que puede sitwHse ya en la
concepción ya en el nacimiento hasta un final que lo produce la
muerte, no es el mismo que se entendía entonces. Nuestra mtsma
concepción de persona, de sujeto o como a efectos jurídicos quieta
decirse de individuo, simplemente no comparecía.
El propio principio individualizador de la vida no está en manos
de los individuos. Consecuencia: el mismo suicidio es más grave que
el homicidio por la precisa razón dicha de que el hombre <<non e_st
dommus ammae suae, quae est pretiosior corporis>>' no es dueno
de alma, que es más preciosa que su cuerpo. Así uno mismo la con-
d~~a, pecado supremo. Sabrán imaginarse penas, como la de pnva-
Cion de sepultura en sagrado y la denegación de sufragio por el alma,
a la. altura entonces. ~e la califica¡:ión. Aunque aquí hay un oerto
desa¡uste entre tradiciones; para la más estrictamente jurídica ?0
~taba ta~ claro como para la canónica la ubicación del suiodiO ·
e~as senash como la d~ confiscación sólo se le aplican si se comete
ba¡o
IJ·sospec aodo acusac1on de otr0 de1·lto que 1a mereciera. N o se des-
ad~ro_ a en t 0 caso a su propósito una doctrina 1·urisprudencial
ISttnta.
Tomo la expresión citada sob 1 1 .
mente del cuerpo sobre d q rede a ma de un tratado prectsa-
de conceptos: el Tractatus deuecorpore pue en reconst · d ene
co Baronio, italiano, de territorio de 1: d 1 r~use to a esta s
tambtén barroe<:' France¡""
que más aún importaba, de confesión ca~¡.nar~a espanola y, o
de Hobbes sólo guarda en común que le es ~~\á n el de corpore
como futuros aparte, para introducirse en la : ¡eo. Famas en esto
raba en la época interesa más d de Baronio. u tura que aún ope-
~Pretioaior corpori.,. era d alma, lo que no deja en el mismo
Delito y pecado . . .
. <<neque ad salvandum vltam l1c1tum est pe·
tratado de co_ncr~~arbl~sphemia, pollutio>>, etc., ni por salv~rse la
riurium, formcat ' el perJ'urio la fornicación, la blasfemia o la
v1'da ca be.,
n actos
N comode cederse por ' evitarse
. l a muerte a u na. v1o · 1a-
mastur bacwn · d b fenderse la fe aunque la v1·¿ a pe ¡·1gre. Y ast.'
o pue
.. Tampoco e e o
c1on.
_ J d
periores por cuyo dano pue e con enarse pre·
.
S toca a va1ores su d b ·
e
lsamente e1 ama.
1 Todo esto va en serio. Cabe matar 1 y e e . morrrse. .
e d f nsa La vida en nuestro sentido se reve a que nt stqUJe-
en su ne valor.
e · No compromete al derec h o. N o es tampoco por .d e-
f:nd~rla que se asimila al homicidio el acto de aborto cometido
tras la animación. Ya interviene el alma.
La misma masturbación masculina resultaba más grave que el
homicidio; ella, y no él, constituía acto contra natura .. Má~ pros-
cribía en el fondo el propio aborto su acercamiento pnmano a la
masturbación que el secundario al homicidio, hasta tal punto el
valor defendido no lo era la existencia. O tanto, por mejor decirlo,
una y otra cosa lo condenaba: como acto contra natura y contra alma,
nunca en rigor contra vida. Y así se dibujaba el cuadro de la posición
del ser humano ante la protección de la religión y el derecho o de
su orden social compuesto. No ya como sujeto, ni siquiera como
objeto merecía especial consideración. Toda se la llevaba, a lo que
pudiera como individuo interesarle, el alma. El teatro de la vida
humana, que barrocamente se decía, se desarrolla sobre este esce-
nario. Los autos de Calderón eran literatura realista.
Puede que esté bien que, en esta tradición, precisamente en ella,
se acabe hablando de defensa de la vida en su sentido físico, pero
mal está a nuestro concreto propósito. Se toma por religión católi-
ca lo que ya no lo es y más difícilmente se entiende lo que pudo
ser en su realidad histórica, una historia antropológica cuyo manual
puede ahora ser Christianity in the .]F_w_(1400-1700), la cristian-
dad occidental po~tros años-;- de John Bossy, aparecido en 1985
Y no sé si en proyecto de traducción. Más a mano aquí también ~ ,,
~enen, desde 1978, YJ..i.P.!l!J.r& ¡;Qw_p[ejas de la vúlt! r.djgj_oea. (Esp'!- /·
~-~ Xl(loJU'll), de Julio (:_¡u:o. Baroia. En el pecado y la penV
tencta de entonces introduce el primero .
. A nuestro concreto propósito estará bien que nada disimulemos
la Irreductible diferencia conceptual de base. Como naturaleza, como
persona, vida tampoco encerraba entonces el sentido común de
ahora. El concepto lo prestaba el alma. Búsquense las voces persona
Y vita no sólo en las enciclopedias, sino también en los índices, que
son alfabéticos y nutridísimos, de los tratados jurídicos de aquella
época; ni siquiera se encontrará la entrada. No constituían social-
mente conceptos, ni iguales ni distintos. Las cateaorías eran otras.
86
Bartolorné Clavero

Habla razones para introducirse y sostenerse la distinció


1a vt'd a meramente f'lSICa · y 1a mas · proptamente
· n entre
entonces dich d1
alma. Todo lo que ésta se apreciaba, aquélla se degradaba. El e
. , dd···
h
om¡.
ci d to no merecera en ver a 111 stqUJera un concepto. Existía su v
la de Homicidium, pero véasela: supuestos especiales sin catego~r
general. Estará el parricidio o también el asesinato, pero no com:
tal, en sus términos genéricos que la misma palabra reclama, el ho-
micidio. No está el concepto pese al propio término; no está la idea
que pueda vincularse a la valoración de la vida; están aquellas
que remiten a otros valores, como de familia el parricidio o de re-
ligión también el asesinato. Es éste entonces muerte infiel, me-
diante sicarios y especialmente cuando lo era de cristiano por no
cristianos.
La definición, precisamente adversa, estaba en la entrada más
inespecíHca, sin relación a hombre. Occidere: «Üccidere licet ... >>.
Ya podía desarrollarse más esta voz por su contenido de muerte
licita, con supuestos naturalmente variados cuando existían aquellos
valores por encima del que pudiera y no llegara a constituir la vida.
Y en esta voz podían mezclarse casos de muerte de animales Y pet·
sonas.; hasta tal punto no se había fijado un concepto en la de
~omtctdtu~. Y la muerte ya también se sabe lo que era, <<dtssolu-
tlo corpor1s et animae>> como a su vez se dice en la voz Mors de la
misma Summa; y también era muerte la civil, por exclusión del de-
recho, como en la pena de infamia. Nada definitivo exactamente
en suma .
. ·~emos. ~egado al homicidio y se confirma la impresión d~, que,
así sm calihcar, er~ para la época antes un acto lícito que ¡)¡oto-
No es una exagera~ó?. Matar se puede y mucho, comenzándose por
la le~ensh. de la rehglón Y de la dimensión más política de la majes·
ta ·b 01 IZO falta que llegase el maquiavelismo para esto. No sólo
edsta ~ a pen.a de .~uerte, si.no .también la guerra justa. Toda una
octrma
'é de ImposiCIÓn
· · de JUsticia med'!ante la muerte co1ec r'1va •
tamb 1 n entre CriStianos, no era nada gratuit E d dere·
cho penal que sólo, como ya sabemos lo . a. s parte .e un y
venían otros valores como 1 1• 8 Jueces no admm1stran.
, a natura eza y e1 h nos
pedí~n sangre. Algún teólogo todavía ho se ono! • que no me .
te siglos la cultura católica no problem~ti e¡¡:yana de que duran
La cuestión en realidad ni cabía. y a era un ~~~:e a pena de muerte·
La de muerte ni siquiera es para la época tma · .
Ya son calificativos ulteriorea. Era mucho me:Cpedalapaal o suma.
puede pensar porque no se eliminaba el alma •p .e .0 . que luego se
mente vital para el individuo. Durante aquell¿s ~~~p~o verdadera·
puede con perfecta seriedad argumentarse sobre la P 1 en cambm
suerte dichosa
87
Delito Y pecado
denado. Se le da una oportunidad vedada al resto de los
del colens· saber la hora del tránsito y prepararse para la verdadera
morra . . b . d b dT .
vida. Sobre esto se suscita an cuestwn,es y a opta. ?n 1 JgenCJas.
Esta pena no despertaba entonces mas preo~upacwn que la . ?e
aquella otra vida, esto era, la de poner los mediOs para la salvacwn
del alma del reo. Si alguna defensa de la pena de muerte se ve por
entonces, es en estos términos. Otros ni siquiera se precisaban.
La vida del cuerpo no tiene la consideración que la del alma.
No la creaba ésta el hombre ni de ella podía disponer, pero otra
cosa resultaba de la primera. Igual que la generaba, estaba en su
mano destruirla. Con generosidad en efecto se le dispensaba. Tanto
se le prevenía para los actos contra la majestad o la naturaleza como,
también, para el homicidio. Esto especialmente tampoco lo signi-
ficaba ni los delitos por ello se confundían. Las especialidades pro-
cesales y penales ni siquiera se planteaban ante un caso de simple
homicidio. Faltaba el concepto y no podía con ello definirse tam-
poco el valor, pero no se extraiga de todo la conclusión de que los
actos de homicidio no se perseguían ni penaban. Se hacía, pero sobre
otros supuestos y por distintos valores.
Véanse expresiones de la época, ahora de un comentarista ba-
rroco de las leyes castellanas: <<Está prohibido el homicidio por los
de~echos, esto es, por el derecho divino, el natural, el canónico, el
Clvll Y el del reino>>; «cuatro son los lesionados por el homicidio:
primero, Dios; segundo, la propia víctima, hecha a imagen de Oios;
t~rcero,_ sus parientes; cuarto, la República y el Príncipe>>. Mírese
b1en. Sm código, con tradición, debe incluso la veda argüirse, lo
que se hace con la escala de leyes ya sabida. Pero obsérvese sobre
todo la expresión de unos valores.
Aunque ya no nos extrañará. Dios es clave de la idea de crea-
ci?n no humana de la vida: primer valor lesionado. Segundo: la
rntsrna vida, exactamente la misma, con la consabida figura, que no
sólo es tal, de la imagen. Tercero: familiar. Cuarto: polltico. Y el
orden de los factores tampoco alteraría el producto. Un escritor
político como Bodin no dejaría para un último lugar el elemento de
la república, pero el cuadro seguiría siendo análogamente compues-
to. Planteamiento que pudiera parecer tan simple como el de que
el homicidio atenta contra la vida de un individuo v basta, senci-
llamente no comparece ni opera en la cultura est.iblecida de la
época. •
Había delitos contra la majestad, contra la naturaleza, contra el
honor o contra el tiempo, pero no lo hay, ni haciéndose esperar,
contra la vida. Y esto aunque ~xistiera y continu•mente ~ manejara
un término tan indiciario como el de homicidio. Y a son las palabras
88 Bartolorné Oavero
lo primero que confunde a los historiadores, verdaderos mae 1
d el senu'do comun. , Q , d . h . s ros
¿ ue e1!tos ay st no son contra la vid )
Porque haberlos, los había. ¿Qué valor se protegía con ellos? ¿Cu~l
se expresaba en el mismo negativo de la voz homicidium?
¿Delitos contra animam? Delitos tal vez contra el sustento y la
suerte del alma, contra todo el valor que entonces en ello se en.
cerraba. Que no era poco. Constituía una clave de bóveda de todo
el régimen preventivo y represivo. El mismo principio de imputa·
ción individual de culpa que para su efectividad era preciso, ya
podía venir, en un sistema sin sujetos personales, precisamente por
ella, por la idea del alma. Lo traía la teología. Ya era ésta, y no la
medicina, la que dirimía problemas de la reproducción humana;
biología sólo se admitía sagrada. Era el terreno de la individualiza.
ción que importaba al derecho; otra, más específicamente jurídi~a,
no existía. Podía así constituirse un sistema compulstvo, no solo
conductivo, con capacidad de comprometer a la persona sin r~cono·
cerla mínimamente como sujeto y de hacer penetrar sus determmacto·
nes hasta el ámbito de su intimidad sin descender por ello al menor
conocimiento ni a la más mínima consideración, ni siquiera como ob·
jeto, de sus necesidades. Ya la religión se precisaba para la propta
constit~lCión del sistema y, muy en particular, de su vertiente penal.
Exrstía entonces el alma; a su creación y salvación, y no a la
producción y salvaguardia de la vida, ya estaba ordenado el si~t~ma.
El asunto era en efecto clave para el propio derecho. El indtvtduo
sólo como alma era sujeto; como cuerpo, objeto; así, anímicamente,
se le comprometía y en su caso corporalmente se le penaba. Y estos
datos gozaban de la forma de evidencia q~e otorga la teología.
O que da el dogma. Era dogmáticamente el alma la forma que da
v~da al hombre, que se la infunde un tiempo después de la procrea·
c1ón Y que así por encrma del cuerpo le hace individuo e inmortal.
Interpretaciones doctorales y declaraciones eclesiásticas de la tradi·
ción Y~ tenían ~on~enada toda suposición de carnalidad, mortalidad,
c?mumdad o dtvlmdad de la~ ~!mas. Nada bizantinamente ya había
s1do é~te un terreno de def1mcrón y persecución de herejías. Deliras
de ma¡estad lesa, como ya sabemos. Eran éstos sí do ma de aque·
lla religión o de todo este mundo ya perdido. ' g s
¿Se entiende por qué ':'en~o diciendo que cosas como la maiestas
representan valores .constitutivos de aquella sociedad? No era mi
intenciÓn exagerar ~~ pasarme a est.as al.turaa a una sociología simbó·
lica 0 a planteamientos menos htstorlográficos. El propio Michel
Foucault ya llegó a oler algo de todo esto, pero le faltó precisamente
penetración en terrenos como este de lo teologlo jurldica de la época
que él dijera cl'sica.
IJdito y pecado
T emos que los delitos de sentido incomún son los que apare-
e~ue la misma ausencia de los del común resulta no menos sig-
~~fic~tiva. Lo son, una ~osa y la otra, no sólo, además a los_ efec_tos
d entendimiento extenor de una cultura mas bien extrana, smo
t:mbién a los de penetración interna en el sistema de sociedad
que la produce y sost~ene. ¿Qué queda de u?a ~ociolo~ía o ?e la
historia social que le sigue? O por hacer en termmos mas pos !ti vos
la pregunta, ¿qué nos aporta una historia cultural o de esta otra
forma social? Pero, porque así comenzáramos, tampoco se trata de
enzarzar finalmente en una contienda a nadie.
Pues creencias aún se interferirían. Aunque menos que en
la época de Manzoni y otros clásicos, pese todavía a microhistorias
tanto como a antropologías, algún vestigio de todo lo visto queda.
Cabe ahora, perdido su valor constitutivo y decaída su defensa penal,
la beligerancia más pacífica. Así la paz y no la majestad reine. Tam-
bién se entiende que lo haga a costa de la propia ciencia. No acaba
ésta tampoco de perder sus resabios. A un abismo de inci viliza-
ción no por tan distinta ajena nos hemos asomado. Con su compo-
~ente de barbarie y su parentesco de cultura, se comprende que pre-
fiera no observarse. Demasiadas agonías para mirar de frente.
Capítulo 4
JUSTICIA PENAL y TEATRO BARROCO

José Luis Berme;o Cabm

. Numerosas obras de nuestro teatro barroco plantean temas jurí-


dicos, Y muy especialmente temas de justicia penal. Pero los estudios
sobre la. materia -no muy abundantes por lo demás- han sido
emp~ndidos desde enfoques muy parciales o en torno a obras de-
termmadas y concretas.
Es cierto que los historiadores de la literatura han utilizado un
conce~to --el de justicia poética- que terminológicamente roza la
materia, pero que en realidad va por otros derroteros: psicológicos,
~orales o teológicos. Y aunque ese concepto haya dado mucho
huego en la interpretación literaria, desde un estricto ángulo jurídico
rll prestado escasa ayuda; y podría decirse incluso que ha servido para
d s~raer la atención hacia otro tipo de temas. Y algo parecido cabría
CCir d~ la aplicación indiscriminada de los esquemas del más puro
bs
a olutismo monárquico en punto a administración de justicia.
Hay por el contrario en el teatro barroco una serie de principios
Y axiomas que apuntan muy directamente al mundo jurídico, desde
la presentación idealizada del rey justiciero hasta la obligatoriedad de
seguir un orden en el procedimiento judicial a la hora de dictar
sentencia y llevarla a cumplida ejecución. Y muy diversas obras
dramáticas .no tendrlan cabal explicación sin traer a colación el .. ber
jurídico de la época y la forma de entender la administración de
justicia a que nos venimos refiriendo. Ponerlo a descubierto, a base
de esquemas y ejemplos, será la pretensión que gufe nuestro trabajo.
Y para completar nuestro an4lisis examinaremos de forma .especial
91
~ J~~~B
ermejo CabrerQ

el fenóme_no ?el bandolerismo, que ta~ta :epercus~ón tuvo no sól


en Cataluna smo en buena parte de la I~spana de la epoca pont·e· d 1 °
en parangon '' con 1o que e 1·teatro sena - 1a a1 respecto en' numern e °
obras. Fma · 1mente h aremos un repaso · - d es d e .1a _realtdad
· osas
histórica
al teatro de la época- a la forma como se admul!Stra Justicia
los graves casos de traición y rebeldía, que es donde el grado dn
ejemplaridad en el trance de la ejecución alcanza sus cotas más altas'.
Con algunas otras apostillas cerraremos nuestra exposición.
Comencemos, pues, por exponer, en forma muy resumida, los dos
modelos de interpretación que han servido, por distintos caminos,
para soslayar o dar una imagen no del todo exacta del tema aquí
planteado, con la denominada justicia poética en primer lugar.
Algunos intérpretes, especialmente ingleses, con Parker a la ca.
beza, han utilizado ampliamente el concepto de justicia poética,
aunque no hayan sido muy precisos a la hora de caracterizar ese
concepto. De forma esquemática podríamos recordar que se trata
de un concepto muy importante que puede servir nada menos que
para encontrar la clave de la interpretación de la obra dramática. A
veces de forma sutil, sin que se advierta en un primer plano, el
dramaturgo dará a cada personaje lo que pudiéramos denominar <<su
merecido» no en base a la justicia humana, o si se quiere a la jus·
ticia aplicada por los tribunales, sino de acuerdo con principios de
tipo moral, psicológico o religioso, según una escala de valores mar·
cada con bastante nitidez y precisión. Pensemos -por seguir los
ejemplos facilitados por Parker- en el caballero de Olmedo, la gala
de Medina, la flor de Olmedo. A pesar de sus reconocidas cualida·
des, el caballero cometió un fallo, reseñado a comienzos de la obra,
cual fue el iniciar sus amores a través de la mediación de una es·
pecie de Celestina. Su muerte, aparentemente tan fuera de lugar, tan
sin sentido, se explicaría por ese inicial desliz. El orden pertur·
hado en los inicios de las relaciones amorosas quedaría restablecido
con la muerte del caballero. O pensemos asimismo en el triste
final ~e Curdo, ~e La devoción de la cruz. Su soledad final será
el casttgo qu_e r~c~be -<;astigo nada despreciable en la escala de va·
lores de la JU~ttcta poéttca- por haberse comportado con su hija
de forma _tan tmplacab_le, rigurosa y egoísta. No entramos ahora en
la v~loractón de sem_eJantes interpretaciones. Lo cierto es que con
tal ~1po de pl~ntea_mtento no se ponen al descubierto los aspectos
estrictamente Juridtcos de las obras anal"¡•ad p· · 1 el
d 1 hall ¡ · • as. or eJemp o, en
caso e ca ero, ta vez tnteresaria preguntar, como haremos luego,
por la forma -aparentemente arbitraria 81·n se · ¡ oce
'd d · • gutr as pautas pr ·
sales requerl a - e castigar a loa asesinos del caballero.
Justicia penal y teatro barroco 93

La segunda interpretación a que nos referimos procede del cam-


a de las ideas políticas y ha sido expuesta por Maravall en diversos
frabajos, muy especialment.e, en su obr~ Teatro y literatura en la so-
ciedad barroca; mterpretacwn que ha stdo luego seguida por algunos
otros estudiosos de nuestra ltteratura. Se trata de la conocida tesis
del absolutismo monárquico aplicado al teatro barroco. Ningún otro
campo literario reflejaría tan extremadamente como el teatro las
tesis de ese absolutismo. La imagen del rey quedaría exaltada hasta
tales extremos que su voluntad no encontraría ningún límite, ni en
las leyes, ni en el comportamiento de los súbditos. El rey actua-
ría a su entero capricho. Y todo ello tendría fiel reflejo en el ámbito
·de la administración de justicia, donde el arbitrio del rey no cono-
cería ninguna cortapisa. Maravall llega a d~cir que ningún tipo de
reacción cabe a los súbditos frente al monarca que actúa despóti-
camente; ni aun siquiera frente a la más arbitraria tiranía. De ahí
que el teatro se convierta en el medio más idóneo para la propagan-
da de los ideales de la Monarquía absoluta.
No es este el momento de enfrentarnos a fondo con la tesis de
Maravall. Algunos estudiosos han demostrado recientemente que, fren-
te a lo que dice Maravall, en el caso de Guillén de Castro, por ejem-
plo, la idea de tiranía adquiere amplio desarrollo desde su vertiente
crítica. Y en el tema que nos ocupa de la administración de justicia
trataremos de ver, que aunque haya algún fondo de verdad en la
exposición de Maravall no hay que olvidar la otra cara de la cues-
tión, con todos unos pÍanteamientos en torno a la administración de
justicia cumplidamente desarrollada, que no se compagman con la
pura aplicación de los esquemas del más extrem~do absolut_tsmo.
Ante todo habría que recordar que la ¡usttcta de la epoca pre-
senta numerosos defectos como la investigación en nuestros días
ha señalado: un enmarañ;do entramado judicial, con múlti~l':" con-
flictos de competencia entre los tribunales; unas leyes dtficiies. d~
conocer en tantas ocasiones desfasadas v de una dureza excestva,
unos oficiales de administración de justicia con unos po?e~s ~~ce­
sivos' como se evidencia en la gran extensión del arbitriO ¡udtc~al;
un orden en el procedimiento, fácil de alter~r con fue~te mclmactón
hacia la sumariedad en el proceso en los del.nos notodrtols; v. por 'óno
. d d f abustvo uso e a avocact n
a1argar la enumeractón e e ectos, un d 'b 1 A de
de un tribunal a otro o de una autorida a un trt una · pes~ L
' b oco van a mane¡ar una ser•e oc:
lo cual los autores del tea m> . arr. d · ticia se 'n unos idea-
p rincipios en torno a la admmtstractón e ¡us ' ~ .
a las normas y aplicact 6n ""' un
L
· ·
les de moderación,. s~mettmtentf 1 muy distinta a como expone
orden en el proceclimtento, en orm
Maravall.
94 Jost! Luis Bermejo Cabltr1l

Uno de los motivos recurrentes del teatro barroco será la f


del rey justiciero, estrucrurada a base de una serie de trazos •gura
.d . repeu.
dos aqul y allá._ El. ~ema, au~que no haya st o e~tud1ado cumplida.
mente, es en pnnapto conoctdo. El rey debe admmiStrar justicia .
tener en cuenta intereses personales ni a7epción de personas. 5~
justicia habrá de ser aplicada a todos por tgual. Y nuestros dram _
rurgos para ilustrar el tema _acudirán a ejemplos . famosos de k
antigüedad, que resultaban fanuliares para el pensamiento político de
la época. Cuando se trata de exaltar la severa justicia, se recuerda e!
ejemplo del rey persa que mandó forrar el propio trono en el que se
sentaba con la piel de un condenado para que sirviera de recorda-
torio a posibles delincuentes.
Pero el ejemplo más traído y llevado, en una línea mucho má1
flexible de la administración de justicia, sería el de un rey de ¡,
antigüedad -Trajano u otro importante personaje-- que tuvo que
aplicar la ley que mandaba cegar al autor de un determinado deli10.
en este caso un hijo suyo, recurriendo al artificio de aplicarse la
pena por mitad entre padre e hijo. Rojas Zorrilla referirá la le\'enda
de Trajano --para luego darnos el ejemplo anteriormente citado del
solio real forrado de la piel de un condenado- en su obra So ha)
,..,ar~ simdo rey, de la manera siguiente:

TrajiDO tan recto era


que a fuerza de sus enojos
mauda sacar los ojos
a quien un delito hiciera.
Llq6 la oasióo primera
,. su hijo le cometió.
Sintiolo, pm6 y lloró
- por DO lOIIIper la ley
le IKÓ el UD ojo el rey
Y el OCIO a UDhijo UCÓ .

.Ji::.,ddeb de Mmfto, el tema da pie a toda una obra, con el


del amores cruzados, qún órdenes del rey. Se trata en
-¡:o
r . clin.do~ ~· mtiguo compañero de Alejandro Magno.
hijo ~ aJotra los. adúlteros, bajo pena de oeguera
.:..
Pao La má=,.-=•:- ¡:
dim6n de ~
lllaUft m ~- Y en principio el rey ordena
de 110: ~ ya hiciera en ouos casos.
. oúbditos a favor del IIUCOOt y la me·
la medida. No ,_. ~'idadea ~ al rey a. rcconside_r~
-

-'- ID bi'JO. Se <Oiiipi mc1e la ICi1e 1100 para companula en uruon
de...,.....;..¡___, __ - -'-'-- eJ
~ IIObre La imponmcia de llplicar laa-,~~ ~.......,.por
""Tea, sobre 1U moper8DCUI J
Ju.sticio penal y teatro barroco 9,

.Jescrldito para el rey ~ ~1 reino cuan?~ no se toman en considera-


ción y sobre la form_a tdone~. de admmtstrar justicia a los súbditos
-incluidos sus propios fam~ltares- que aparecen aquí y allá a ¡0
¡argo de toda la obra, cu!~unando en la decisión final de repartir
la smción entre p_adre e ht¡o a base de quedar ambos tuertos, según
palabras del propio rey:
La ley se ha de ejecutar,
Que pierde el honor de ley
Si aun por el hijo de un rey
Se llegase a quebrantar;
Y mejor podrá reinar
Ciego él que con ojos yo.
~ a él la ley le obligó,
Quteo fuere della enemigo
Temblara de aquel castigo
Que en su rey se ejecutó.
No ha de quebrantarse aquí·
Dos ojos mandé sacar '
Uno el Príncipe ha d~ dar,
Y otro han de sacarme a mí-
Piedad y justicia así '
Teodráo en él igualdad.
([¿¡ !un-u tk 14 ky)

Otro _de los principios de larga uadición es el recogido al final


del ante~or parlamento del rey Seleuco. La justicia debe moderarse
con !a ~Jedad y misericordia que, de tan traído y llevado, terminaría
CODVUtJendose en un tópico.
Y es que los principios sobre la adminisuación de justicia a veas
se entrecruzan en unas mismas obras. En este ~tido cabe n:rorclar
también el principio que consiste en desdoblar la penonalidad del
rey ,al adminisrrar justicia, en tanto actúa como rey o romo hombre,
~ cabe documentar en la propia obra de Moreto que v=imos
átando Y que dejó notable huella en el ciclo del rey Don PMo.
~tiendo de esa forma al Rey cruel rouw-se vengaDZ8 romo par-
ticular y componane romo rey ejemplar 1 la hora de oplicar 1 loo
demás correcwnenre justicia. Lo cuol nos lkva • 0tt11 nororil di-
fermciación, manrjoda a ...,.;rs en forma SUIIWDeDtr sutil, cual rs
lo que sirve para seperar el castiBo de la ft081DZ'l, y qur -~ la obn
J
de Lope El c.sti&o sill -,..u Iocr en toda ., oomple,id.d, arn-
yaldo la ~~lindas eocoorradas de loa in~. Y• dijimoa q,o
labre el partil;ular en nuestro libro .Mbi.us, prilld,W.S :1 ~
I>Oiiticw, pcx lo qur aqul recordamao el - _,. ootn la -m..
96 José Luis Bermejo Cabrero

La. ju~ticia por otra parte hab~á. de adecuar?e a un determinado


procedtmtento. No se puede admmtstrar JUStiCia- m siquier
el rey- sin seguir unos determinados cauces procedimentales a Por
que a veces no aparezcan esos cauces re fl. . e¡ ados en un primer plano .~n

Naturalmente que en este senttdo no siempre los reyes se pliega~


a seguir unas leyes en el procedimiento, y a veces actúan arbitra.
riamente. Pero su arbitrariedad quedará críticamente reflejada en el
drama, aunque sólo sea en forma indirecta o tácitamente. El caso
de El Duque de Viseo es bien característico en este sentido: la idea
de que no se puede condenar sin un proceso previo se repite aquí y
allá en la obra.
Y algo parecido sucede en la Inocente sangre con la forma arbi.
traria que tienen de morir los hermanos Carvajal. Si el rey con·
sigue llevar adelante el castigo, la forma precipitada que tiene de
morir es asimismo bien característica de los fallos judiciales cometí·
dos con los dos hermanos Carvajal.
Los autores dramáticos suelen cuidar sobremanera todo lo referi·
do a la fase probatoria para que la justicia no se administre arbitra·
riamente. (Y en este mismo libro puede verse nuestra exposición en
lo tocante a duelos o desafíos.) Y así se repetirá en diversas obras
que no bastan los simples indicios para condenar, aunque sea el rey
en persona; es preciso aportar pruebas convincentes. Un solo testigo
tampoco basta, según rezará el viejo principio <<testis unus, testis
nullus»; a veces los testigos sospechosos son tachados, en conformi·
dad co~ la práctica procesal de la tacha de testigos, como sucede en
La tratct6n contra su dueño, de Felipe Godínez, una obra que por
lo demás recoge. otros varios principios de índole procesal a los
qu~ ~s~amos hactend? .referencia. En ocasiones se recordará algún
pnnctpto sobre la pr~ctica de la prueba, que si no se observa aten·
tamente puede pasar !~advertido, con peligro para la ecuanimidad del
Juzgador. A;nte~. habl~~amos del caballero de Olmedo al tocar el
t~ma de la ¡ust1c1~ poeuca. Pues bien, al final de la obra parece como
st el rey pronunciase el fallo un tanto a 1 1' . trá·
· 1 p h '
mues procesa es. ero ay una frase en 1
a 1gera stn reparar en
' h b e
· f
reparado, que en Cierta orma justifica 1 a que
'd d parece no a ers
. El
delito es manifiesto» dirá el m a rap1 ez el monarca. « ,
probanzas. Se trata ~n efecto d;narca, .Pa~a. no necesitar de mas
época en el sentido ' de que cuando
• un
.¡ dprmc1p1o
¡¡ muy ut~·1·t~a do en la
riedad -los denominados delitos notoer· to ofrezca sufiCiente noto·
recientemente Mar ' a P az Alonso-- el los ¡ tal como ha estu d'1aJo
pasando a dictor sentencia sin may¿r gén~ez dctuarri sumariamente
aqul un curioso matiz que puede alterar ~o e averiguaciones. He
uestra visión de la obra
Justicia penal y teatro barroco 97

3 la hora de pregu?t.arnos por los modos más o menos enderezados


de administrar ¡ustlc!a.
Pero es en el momento de dictar sentencia cuando nuestros au-
tores toman todo género de precauciones para dar mayor grado de
verosimilitud a su exposición dramática. Sentencias perfectamente
caracterizadas, unas veces al hilo del verso, o expuestas en prosa, para
acentuar ese grado de verosimilitud, con sus cláusulas iniciales y
finales, como pudieran ir redactadas las propias sentencias de la
época. De ejemplo puede servirnos una obra -a la que luego nos
referiremos- de Alvaro Cubillo, Duque de Vergan,a: «Fallamos por
la culpa que está averiguada contra el Duque de Vergan\a, acusado
in primo capite, que devemos de condenalle, y le condenamos a que
en público cadhalfo le sea cortada la cab~a y sus bienes, y estados,
extinguidos, y confiscados para el Real fisco, y por esta nuestra
sentencia: assí lo pronunciamos, y mandamos.>>
Hay que diferenciar estas sentencias de otro tipo de sentencias
que pudiéramos denominar ocurrentes de algunos reyes justicieros
o de jueces que se hicieron famosos por su forma ejemplar de ad-
ministrar justicia (El Príncipe perfecto, de Lope -l.' y 2.' partes-;
El valiente iusticiero, de Moreto, y Juan Pa¡cual, primer asistente
de Sevilla, de Hoz y Mota).
Y al lado del fallo judicial, la ejecución de la sentencia. En este
punto es donde quizá el teatro se acerca más a la realidad histórica,
al quedar esta realidad un tanto teatralizada, como si se tratase de
un gran espectáculo, por macabro que pudiera resultar. Veámoslo
muy brevemente.
Como han señalado repetidamente historiadores, y algún pensa-
dor influyente, como Foucau!t, ejecutar a un reo en el Antiguo Régi-
men venía a constituir un gran espectáculo. Todo estaba preparado
para la ceremonia final con gran meticulosidad. El cadalso, general-
mente en la plaza mayor; la preparación previa de los ajusticiados
para no morir desesperados, fuera de la Iglesia; el desfile desde la
prisión al patíbulo; la tropa uniformada y preparada para evitar po-
sibles tumultos populares, como han señalado los historiadores que
sucedía en la capital del reino; el sermón final del sacerdote: v luego
la actuación del verdugo, que en si mismo ocupaba parte importan-
te del espectáculo, por ver si cumplla con su papel limpia y profe-
sionalmente, 0 el enfrentamiento con el ajusticiado hada que el acto
pudiera prolongarse. Y no faltaban las posibles confesiones del ~
de última hora; o las muestras de arrepentimiento. Y sobre rodo,
esa última posibilidad de que ya en el postrer momento llegue un
indulto. o se rompiera la cuerda Y se dilatase la ejecución, como
98 José Luis Bermejo Cabrero
un resquicio abierto a la esperanza a favor del reo. y en ¡
ciencia popular seguían presentes las creencias que permitían ala con.
e1 ·mdu 1to si· se pro.d uctan
' d e~ermp mda
· d ods ac to~, como el casarsecanzar
1 poco
antes con una prostituta, segun e ro e ~eon nos cuenta hicier
Sevilla con poco éx_ito un recluso para salvars~ in ext;emis de la ;e~~
de muerte. Pues bten, algunas de esas creencias tuvteron fiel reflejo
en el teatro, cual sucede con el indulto que había de darse al reo
si en el momento de la ejecución divisaba la faz del rey. Lo dice
bien claro Moreto en E/ valiente iusticiero al indicar el rey que
debe alejarse prontamente al reo de su presencia:

.. llévenle luego
e execute la sentencia;
no entre aquí, y el privilegio
de verme la cara alegue.

Y tras la sentencia, la ejecución. Una ejecución que se presenta


en principio en dos vertientes. como castigo o expiación para el cul-
pable, y como ejemplo para los demás. La ejemplaridad del casttgo se
expresa a través de un concepto que se repite una y otra vez, a saber:
el concepto de escarmiento, según puede observarse, a título de
ejemplo, en el final de La Campana de Aragón, de Lope, en el pa~­
lamento que Ramiro ll dirige a los herederos de los nobles decapi-
tados:

Y vosotros, descendientes
destos que veis degollados,
a vuestros ojos presentes
quedaréis escarmentados'
de ser al Rey obedientes.

~o h_ace falta decir que las obras dramáticas procuran presentar


la eJecución con todo un gran aparato escénico como luego veremos
al tratar del tema del bandoleri~mo y de la tr~ición al rey.
A v~ces los autores se reft~ren al proceso criminal desde su
perspectiva documental ~'• estricta, como sucede con Luis Pérez el
Gallego, de Calderón. Luts Péret, persona'Je valt" t i"do
que h a rect'b"d ·
1 o agravtos,
h a ofrectdo
. resistenc'en e y1 muy
· ·atrev
· ha,
sido sometido a proceso, llegar4 a pedir ante el1 ~ a a JUStiCia Y so
·d ¡ 1 Juez --en este ca
un corregt or- que e muestre_ a documentación del proceso -los
autos de~ proceso, como él ~mi--. Calderón va detallando con
un~ técmca pr?"esal muy ceñtda, todo lo ~eferente a 1 d 'men·
tactón, como st se tratase de un prQ!:eao criminal de ¡ ~ ocu A ¡
en lo relativo a la cabeza del proceso se dir4: a poca. s '
Justicia penal y teatro barroco 99

La cabeza del proceso


es esta.. No pertenece
a mi intención, pues ya sé
más o menos que contiene

O, en lo referente a la información aportada por cada testigo,


he aquí lo que dice de la primera deposición:
Vamos a la información.
El primer testigo es este.
-«Y habiendo tomado en forma
juramento a Andrés Jiménez,
declaró que al tiempo y cuando
vinieron los dos valientes
caballeros, él cortaba
leña, y que secretamente
riñeron solos los dos
y que al fin de un rato breve,
cayó en el suelo Don Diego
y que mirando que viene
a este templo la Justicia,
el Don Alonso pretende
escaparse en un caballo,
a quien en el suelo tienden
de un arcabuzazo.

No hace falta seguir con el resto de la obra de Calderón. Sólo


quisiéra~os recordar cómo, para subrayar la vertiente procesal a
que v_emmos aludiendo, Luis Pérez, en un acto arriesgado, arrancará
la ho¡a del proceso en lo concerniente a los testigos que han pres-
tado falso testimonio contra él.
A continuación examinaremos ciertos planteamientos penales que
guardan estrecha relación con el ejercicio del poder político com""-
zando por el bandolerismo.
Hasta hace poco era solamente conocido el bandolerismo catalán
del Barroco (Reglá). Pero se trata de un fenómeno más general que
afecta a toda la Península en su conjunto a lo largo del siglo XVII,
con zonas especialmente castigadas, como Sierra Morena. Por otra
parte, el bandolerismo, como fenómeno social y jurídico, ha sido mi·
tificado. Frente a la existencia aquí y allá de bandidos generosos, la
realidad histórica era bien distinta. Se trata de Wl bandolerismo vio-
lento y por lo general muy sangriento. El robo y la ganancia rápida
eran sus principales móviles; Wl bandolerismo formado a base de
partidas o gavillas, que a veces alcanzan un crecido número de com-
ponentes (incluso de 50 a 100), con un jefe al f""'te de la cuadrilla,
100 José Luis Bermejo Cabrero

al que se suele designar ya con un apodo característico com 1


Gordillo de Méntrida, tal como aparece documentado en los A~ e
de Barrionuevo. Frente a este tipo de bandolerismo no hay un .~~s
rato represor bien organizado. La hermandad vieja de Toledo v
Ciudad Real mantiene su presencia, pero ya muy disminuda. Se hac~
precisa la colaboración, más o menos ocasional, de grupos de vecinos·
a veces se nombran comisionados especiales para perseguir al band;
lerismo. Por otra parte, no hay normativa frente al bandolerismo es-
pecífica, como sucederá más adelante. Tan sólo cabe destacar la impor-
tante pragmática de 1643, que, como en otras muchas ocasiones, no
encontrarla adecuado cumplimiento.
Desde el plano literario es lógico que se produzca la idealiza-
ción del bandolerismo. Incluso se da el caso, destacado por Parker,
de la existencia peculiarisima en España de bandoleros que terminan
siendo santificados. Esa idealización del bandolerismo suele basarse
en el hecho de que el bandolero no se inició en la delincuencia vo-
luntariamente, sino tras haber recibido algún agravio de los particu-
lares o de la sociedad en su conjunto. Se trata asimismo de pers?nas
que suelen ocupar un status cuando menos desahogado, ya sean m1em·
bros de la nobleza o villanos, pertenecientes al grupo de los lab;a-
dores ricos. Finalmente el robo no es el principal móvil de sus accw·
nes, sino la venganza frente a la persona que causó el agravio o al
conjunto de la sociedad.
Pues bien, a pesar de tanta idealización y de la abundancia de in-
dultos hacia bandoleros, hay que decir que el teatro mantiene dl·
versos esquemas de la administración de justicia frente al bando-
lerismo bien característicos:

- La persecución se suele reservar a la Hermandad vieja


(Toledo, Talavera, Ciudad Real).
En principio se aplica el tipo de justicia característica de la
hermandad; jus_ticia sumaria, sin figura de juicio, muy dura
y de carácter e¡emplar.
A pesar de los perdones, muchos bandoleros mueren en el
teatro asaeteados y en ~asiones tras haber sufrido muerte
por garrote, como se soha practicar en la época (La serrana
de la Vera, de Vélez; El te1edor de Segovia d R iz de
Alarcón, o Nardo Antonio, bandolero, de Arn~ e e ) u
En cuanto al pe~dón, no se olvide que el band~l~r-ismo es
un fenómeno aoctal en el qu~ se otorga el perdón al bando-
lero que delata a un campanero (pragmático de 1643 ¡ en
ocasiones al que decide cambiar de vida (por ejemplo 0 ro-
IAndose en el ejército, o combatiendo a otros bandolet~s~~
Juoticia penal y teatro barroco JO 1

Capítulo aparte merece el tratamiento q~e ofrece Lo pe en Las dos


bandoleras, en donde se hace p~n.t~al h1stona de; la herm_andad vieja,
desde los orígenes, con la exposicion del pnv1legw fundaciOnal -que,
a pesar de los anacronismos introducidos, supone una cierta apor-
tación histórica- pasando por una serie de aspectos institucionales
sobre la organización y modo de funcionamiento de la hermandad,
que viene a ser como un interesante muestrario lústórico. Pero vaya-
mos a otro punto.
Si pasamos al examen de la traición, habrá que partir de un
concepto muy amplio de traición: toda conducta que pusiera en peli-
gro la vida y reputación del rey o la seguridad del Estado (así, la
falsificación de moneda se llegó a considerar caso de traición).
Desde el punto de vista histórico hay que recordar que el siglo XVII
es muy agitado políticamente. Se producen numerosos casos de
rebeliones, traiciones y revueltas populares. En Europa mueren dos
reyes violentamente (Enrique IV muere a manos de un asesino
y el suceso conmueve a Europa; Carlos 1 de Inglaterra será ejecu-
tado por decisión del parlamento inglés). En España no llegamos a
tanto en cuanto a los reyes, pero son conocidos los procesos contra
altos personajes nobiliarios: el Duque de Medinasidonia y el Mar-
qués de Ayamonte, con muerte de este último; o el Virrey de Ná-
poles, Duque de Osuna. O personajes tal vez menos relevantes en el
plano nobiliario, pero de gran influencia y valimiento de cara al
monarca (Rodrigo Calderon, Marqués de Sieteiglesias).
Pero también hay otros procesos menos conocidos por traición,
como el de un secretario del rey por verter especies contra el rey
antecesor, Felipe II, que fue condenado a muerte (aunque luego
le fue conmutada la pena); el proceso duró varios años y provocó la
locura del secretario. (Existen algunos datos sobre el particular
en las Relaciones de Cabrera de Córdoba.) O como los casos de
Pedro de Silva, Marqués de Vega, y Carlos de Padilla, muertos como
traidores (degollados por la espalda); confiscados sus bienes y de-
rribadas sus casas, según recordará oportunamente Tomás y Valiente.
Año fatídico fue el de 1648 (muere el Marqués de Ayamonte,
tras haber sido aplazada la sentencia; se descubre la traición del
~~~~~- .
En este ambiente histórico los casos de traición refle¡ados en el
teatro podían tener una incidencia especial. Sea como fuere, esos
casos de traición tienen un tratamiento jurídico-político. Ya es bi~n
significativo que un autor tan representativo como Lop':' se pr~:munCie
en términos doctrinales sobre la traición, tratando de diferenaar con-
ceptualmente la traición del aleve (alevosía), como sucede en LA
serrana de la Vera:
102
José Luis Bermejo Cabrero
Traición, Fulgencio, es engaño
contra el bien público, es muerte
injusta, y hecha de suerte
que toca a todos el daño.
Y suelese castigar
por buena gobernación
más que por satisfacción
del daño particular.
Traición es la que se hace
contra la fe o la Corona.
Fineo. Y ¿contra una persona
no es traición?
García. De traición nace;
mas llámase alevosía
y el vulgo con fraude así la nombra.

Por lo demás, cabe hacer nuevas distinciones: cuando se maquina


o ejecuta la muerte del rey, o cuando se trata de desplazarlo violen·
tamente del trono. (No hace falta decir que algunos de estos casos
no son reales sino imaginarios, producto a veces de un malen·
tendido o de una falsa información.) Recordemos La adversa fortu·
na de Don Bernardo de Cabrera, atribuida en tiempos a Lope Y
hoy a Mira de Amescua. Bernando de Cabrera, privado de Pedro IV •
alcanzó altas cotas de privanza, poder y valimiento en su época;
cae en desgracia y es ejecutado. Luego el rey llora su muerte, sa·
hiendo que ha sido mal informado. .
En el caso de la obra de Coello, El Conde de Sex, es caracteriS·
tica la ejemplaridad de la ejecución. La reina Isabel sabe antepone_r
sus obligaciones a la hora de administrar justicia a su amor al favon·
to. Otras veces se trata de la desobediencia de los magnates, como
en La campana de Aragón, de Lope, donde la justicia ejemplar se
proyecta en la pirámide de cabezas de los magnates desobedientes
al rey que fueron ejecutados. Y a veces el castigo se extiende a los
herederos del traidor, como sucede en El vergonzoso en Palacio, de
Tirso, según reza la propia sentencia:

El rey nuestro aefi.or Alfonso el Quinto manda: que en todos sus estados
reales, con solenea y público• pregones, ae publique el castigo que en Lisboa
1e hizo del traidor VaiCo Fernández, por las traiciones que a su do el duqm:
don Pedro de Coimbra ha levantado, a quien da por leal vasallo y noble, y
en todOI aua cstadoa restituye; mandando, que en cualquier parte que asista,
ti es vivo, le respeten como a 1!1 mismo; Y •i ea muerto, su imagen echa al vivo
ponsan sobre un caballo, y una palma en la mano, le lleven a au corte, ulien·
do a recibirla loa lugares: «Y declara a los hijos que tuviere por heredero•
de tu patrimonio», dando a Vatco Fcrn,ndcz Y a aua hijoa por trllidorcs,
Justicia penal y teatro barroco IUJ

sembrándoles sus casas de sal, como es costumbre en estos reinos desde cJ


antiguo tiempo de los godos.

Pero la ejemplaridad mayor se alcanza en los casos de regiCI-


dio: Bellido Dolfos, personaje cobarde, traidor a su padre y a su
patria, será ajusticiado de la forma más dura posible: tirando los
caballos de sus miembros hasta hacerlos cuartos:

Condenazle al castigo merecido


atan a cuatro colas de caballo
los cuartos de su cuerpo infame
para que, divididos y furiosos,
le hagan cuatro piezas, dando ejemplo
a los demás vasallos.
(Las mocedades del Cid, 2.• parte,
de Guillén de Castro)

No. se olvide que es el mismo procedimiento aplicado al asesino


de ~nrtque IV. (Recuérdese Foucault, Vigilar y castigar, con la gra-
duación de las ejecuciones para los casos de traición, hasta la más
cruel y prolongada, en el caso de muerte del rey.)
Completaremos nuestro examen de la traición con el comen-
t~rio de una obra de Cubillo de Aragón, a la que ya hicimos referen-
Cia: ~ tragedia del Duque de V erganza. Se trata, en efecto, de una
tragedia que tiene como asunto principal y casi exclusivo la historia
de. una traición. Los personajes principales son los más altos digna-
~artos portugueses, que aparecen enfrentados al rey Juan JI, consi-
.erado, también en esta obra, como símbolo de la perfección polí-
tica: El príncipe perfecto; sin duda el autor ha tomado posición
:rente al rey portugués, considerado en la literatura castellana en
orma ambivalente: para unos, modelo de perfección política, mien-
:ras que para otros se trata de un político sagaz y calculador, ya en
a línea de ciertos postulados maquiavélicos.
Juan Il tiene en esta tragedia un comportamiento ejemplar con
respecto a la nobleza lusitana. Lo que no impide que hava tomado
medidas cautelares para que la nobleza no se sobrepase en el
marco de la actuación real, sin que la jurisdicción nobiliaria pueda
proceder a su antojo ante la vida y la muerte de los súbditos.
Dos nobles portugueses que forman parte de la familia del rey van
a estar implicados en una traición. Se trata del Duque de Verganzo,
concuñado del rey, y de su hermano, el Duque de Viseo. Pero el de
Viseo tiene poca edad y el peso de lo traición va a recaer en el
Duque de Verganza. No hoy aquf openos lugor poro lu distracciones
104
José Luis Bermejo C b
a Tero
amorosas de otras obras similares. La traición va a · .
·Intento d e d esp¡azam1ento · ¡ ¡a hgura
Le ·· del rey Aconstst
t .1r en un
. l
ob ra no que d a e laro st se trata Le egar al regicidio· per ¡ de. 1a
\! · raves
. 'ooCiett0
es que e Id uque de v erganza asptra a ocupar la posición del
S ' d · 'bl' l d'f ·
rey ... ~gun ~.VIerte !"U tcamente, a t erenoa existente entre propio
su
pos1c1on P<_lhttca y la ~el propiO rey ~s a. todas luces insignificante.
Pero con mdependenc1a de las maqutnactones de tipo general que
ttene el Duque de Verganza para acceder al trono, lo cierro es que
todo ello se plasmará en unos documentos que le sirven para ser de.
!atado. Juan li está al tanto de las maquinaciones urdidas por el
personaje. Y así se lo llega a advertir en conversación privada, ha·
ciendo ver que si decide dar un giro verdadero a su conducta, el rev
no tomará ningún género de medidas frente al Duque; y hasta olvi·
dará lo sucedido.
El Duque de Verganza utilizará a modo de acusación frente al
rey los tópicos al uso del rey tirano. Se trata de un r~y. según sus
planteamientos, desabrido, que no escucha a los súbditos, sigue las
pautas de comportamiento dictadas por su puro capricho y, sobre
todo, no guarda los privilegios nobiliarios de muy larga tradición.
Pero es una visión del monarca que no comparten otros nobles de
la corte portuguesa. . .
Por su parte el rey se debate a la hora de admitir las evtdenctas
probatorias contra el duque entre su posición como rey --ob!tgado
como está a administrar justicia sin acepción de personas- Y el
grado de parentesco y amistad que le une con el duque de Verganza.
Pero Cubillo añade a este planteamiento tradicional y bien conoctdo
de nuestro teatro la mediación no sólo de la propia mujer del duque,
sino de su hijo menor, un niño de muy pocos años y que razona muy
cabalmente. La duquesa de Verganza había tratado de llevar a los
ánimos de su marido la evidencia de lo torpe e inadecuada que tba
a ser la traición que se tramaba contra el rey. Al no consegutrlo,
y ver a su marido en trance de ser ajusticiado, adopta la posición
de «rogadora». A base de lágrimas y ruegos trata de conmover a su
pariente el rey; pero el rey se decide, entre tantos argumentos bien
conocidos de la tradición jurídica, por la justicia frente a la aplicación
de la piedad o la misericordia. En un caso de traición, estando por
me~io la. propia segu.rid~d de la Monarq~ía, no cabe otra opción que
aphcar directamente JUstlct~; .Y como ~edida preventiva, ante las prue-
bas documentales de la tratc16n que uene entre manos, decide la pri-
ai6n del duque. Pero obsérvese bien: se trata de una prisión cautelar
sin entrar en el fondo del tema jurídico dilucidado. Pues, en efecto'
un tribunal de expertos judiciales examinará la causa, de acuerdo co~
Justicia penal y teatro barroco

e1 procedimiento establecido hasta dictar sentencia condenatoria para


el duque. b ¡· d . 1
En cuanto a las revueltas o re e tones e sigm> popu ar, nuestro
teatro barroco no entró en el_ tema de las Comu_nidades de Casulla.
y hubo que esperar, como bien es sabido, al siglo XIX para llevar
8 las tablas a los capitanes comuneros, convertidos en héroes, ya muy
politizados al gusto de la época. Hay un e~o leve de las Comunida-
des en la literatura barroca, aunque algo mas amplw del que supone
Maravall; pero el teatro tendrá que esperar para tratar el tema.
No vamos a entrar en el tema de Fuenteovejuna, tan mimado
por la crítica. Digamos tan sólo que la realidad histórica fue bien
distinta a los planteamientos de Lope; y que en el terreno de la
administración de justicia, tal como se da en el drama, la revuelta no
pudo ser castigada para evitar males mayores, aplicando penas in-
discriminadas a todo un pueblo.
Hay muchos otros ejemplos de revueltas populares frente al poder
reflejados en el teatro; pero suelen ser revueltas que terminan victo-
riosamente frente a los abusos de poder o a la tiranía, ya sea de origen
o de ejercicio -por seguir la vieja clasificación-, y como tales re-
vueltas victoriosas resultan incompatibles con un castigo de los cabeci-
llas que ocuparán el poder o darán paso a los nuevos dirigentes
políticos.
Cuando esto no sucede y el rebelde es derrotado, los castigos
adoptan severísima forma. De ejemplo puede servir el Duque de
Florencia en Los Médicis de Florencia, de Diego Ximénez de Enciso:

Y en el mirador más alto


he hecho poner su cuerpo
para escarmiento de tantos
Mostradle para que teman
rebeldes y conjurados

. Casos como el Tuzaní de las Alpujarras de Calderón merecen


qu12á tratamiento aparte. Aunque desde un fondo de revuelta de tipo
converso, el Tuzani actúa un tanto solitario, como un rebelde indi-
vidual.
Finalmente no faltan en nuestro teatro referencias a tumultos
o motines de las tropas, que en el caso de Flandes son bien carac-
terísticos, según cabe documentar en obras pertenecientes al círculo
de Lope (Los españole¡ en Flandes. Don Juan de Austria m Flandes).
Aquí, como en la realidad histórica, el tema recibirla un tratamiento
marcadamente polltico.
En el marco de la justicia popular, nuestro teatro barroco se
106
José Luis Berme¡·0 eabtero
ocuparla de la _leyenda de los jueces de Castilla, Nuño Rasura L.
Calvo, como SI se tratara de la propia realidad histórica M Y a¡n
Los ;ueces de Castilla, en un intento fallido de remedar ~1 eoretlol en
. d ll d , . aste ano
antiguo, y con un esarro o ramattco no exento de confusión
contempla el tema fundamentalmente desde un ángulo políti '
Los castellanos, a falta de la condesa Guntroda, a quien se ~~
desaparecida, eligen en concejo a los dos jueces-alcaldes como diri.
gentes del país. Lain Calvo, más especializado en temas militares
y Nuño Rasura, en los de tipo judicial. Una compleja trama política',
en torno a la sucesión del condado y de su marcha a la indepen.
dencia, con anacronismos de bulto e inexactitudes históricas, sirve
para centrar la acción. Pero no faltan los planteamientos judiciales,
como la dilucidación de un importante proceso dirigido por Nuño
Rasura, en un tono entre festivo y popular, donde al letrado de
turno, que quiere hacer uso de amplio repertorio de autoridades
civiles y canónicas, no se le deja intervenir, cortándole siempre la
palabra. Y no faltan, como es natural, los tópicos al uso en torno
a la administración de justicia. .
En cuanto a Hoz y Mota, en otra obra del mismo título, s1g~e
el consabido tratamiento político, a través asimismo de un comple¡o
despliegue dramático.
Hay algunas obras que presentan como tema central el ,ejemplo
del buen juez de caracterización popular. Tal vez la obra mas desta-
cada en este sentido sea la de Hoz y Mota el Montañés Juan Pascual,
primer asistente de Sevilla.
Se trata de la figura mítica del juez que dicta notables sent<;n-
cias sin tener una formación académica ni haber realizado estu¿lds
universitarios. Juan Pascual es un labrador honrado que ejerc10 e
alcande en su lugar. El rey Don Pedro el cruel -que en el teatro
tiene como es bien sabido fama de justiciero y que dictará en algu-
n~s obras curiosísimas sentencias- conoce a Juan Pascual, Y a la
VISta de sus prendas personales y de su ingenio lo nombra, nada
menos, que asistente de Sevilla; asistente y no gobernador, como
hasta entonces según Hoz y Mota se venía practicando. Pero Juan
Pascual impondrá. su~ ~ondiciones: él será un juez que cumplirá. ~n
todo caso con .la ¡usUcia; que ~o tendrá ningún género de vacilac10n
a ~a ?~ra de. Imponer _los casu~os; y que se guiará siempre por el
pr1nc1p1o de 1gualdad sin admitir acepción de personas por importan-
tes y ~lt!:vadas que sean. Y con estas condiciones terminará aceptan·
do el cargo.
Sevilla, c':'n la. justi?a de Juan Pascual, quedará sosegada. Se
t~ata de ~na JUSticia ~áp1da y efrcaz, ~a~ada en ':'na constante vigilan-
Cia del u1atente, aux1hado por aus of1c1alea de ¡uaticio.
Justicia penal y teatro b arroco ~

Famosas serán l~s sentencias dictadas por el asistente, entre las


1 S la bien conoc1da por la leyenda del zapatero y el rey. En este
casoeel zapatero sera• p~rdona d o p~:>r Ju~n p ascua1. ante 1a pr~senc1a
cua ·
del rey. Pero la histona no contmuara con el simple perdon del
zapatero, pues el rey se ve metido en amores con la hija de Juan
Pascual, aunque la hija no se pliega a sus requiebros. En una de
las rondas frecuentes que hace el rey a la casa de Juan Pascual,
mientras el padre está administrando justicia, sucede que el zapa-
tero, agradecido por la sentencia favorable de Juan Pascual, quiere
impedir la entrada furtiva del rey en la casa del asistente, lucha
con el rey y es muerto de una estocada.
He aquí un caso para que se ejercite la extrema vigilancia del
asistente. Como la noche era oscura y no había testigos, es difícil
saber la verdad de lo sucedido; Juan Pascual no se termina de creer
que su forma de hacer justicia no salga adelante cumplidamente y
amenaza con serios castigos a los vecinos del barrio. Hay una vieja
que, en efecto, ha visto lo sucedido y ha conocido por el talle y mane-
ras que el matador ha sido el rey. Pero Juan Pascual toma buena
nota del testimonio y decide ocultar su información al rey.
Mientras tanto, el rey sigue puntualmente, casi paso a paso, la
origial manera que tiene Juan Pascual de administrar justicia, a salvo
los momentos en los que le da por perseguir a la hija. Es así como
asistimos a través de la obra a diversas sentencias dictadas con
ingenio y agudeza por el asistente. Juan Pascual reniega de las glosas
a los textos legales y de la obra de los comentaristas. La verdad ju-
rídica es bien simple y no se puede oscurecer con citas y más citas
de autores, como hacía ver en una sentencia contra un letrado, apo-
yada en su intuición y en los dictados de su ingenio. Pero donde se
~dvierte sobremanera su ingeniosa forma de proceder en el ámbito
Jurídico será a la hora de citar sentencia contra el propio rey, al final
de la obra. Juan Pascual, que no se ha recatado una y otra vez en
señalar que el rey ha de estar sometido a la ley y a la justicia, dicta
sentencia condenatoria frente al rey; pero se las ingenia para que la
condena sea una condena meramente simbólica. No se aplicará la
pena al rey en persona, sino en efigie; sólo la efigie del rey -:-<Jue
tanto juego tendría en el pensamiento político europe<r- r«1brría
simbólicamente el castigo.
A la diferenciación conocida en el teatro clásico, a la que ya
nos hemos referido, entre el rey como particular y el rey como tal
rey, se añade ahora la nueva fórmula de utilizar la efiaie del ':"Y para
hacer simbólica aplicación de la justicia ain tocar su penona flsrar.
Existe tambio!n un cierto desfase entre el teatro y el resto ck la
literatura a la hora de hacer la crítica ckl aparato judicial en au
108
José Luis Bermejo Cabre"'
conjunto. El teatro suele ser en este punto más resp t
serv1'dores d e 1a JUStiCia.
. . . N o h ay aqUl, las admoniciones e uoso con. los
d as contra 1a corrupc1on· ' de Jueces,
· y muy especialmenteYdrepnmen 'b ·
. e escn a-
nos, que se d an en 1a nove 1a o en 1a lItera tura picaresca No
. . 1 f 1 . 1 1
cen as1m1smo as recu~nt~s a ~sw_nes a a entitud, complejidad 1,
. apare-
elevad? ~os te. de~ procedimiento Jud1c1al, con una cierta añoranza haci;
las practicas JUdiciales de algunos otros pueblos, especialmente árabes
o turcos, de justicia mucho más simple, espontánea, con base oral
y sin apenas figura de juicio; no aparecen al menos con el grado de
frecuencia y la radicalidad que se da en otros géneros literarios.
Sólo aquí y allá asoma cierta ironía frente a la abundancia de letra-
dos o a sus prácticas un tanto tortuosas. Lo que no impide que
algunos dramaturgos exhiban amplios conocimientos legales o utili-
cen abundante rimero de citas de obras legales o de expertos en
derecho.
En suma, podemos terminar diciendo que, al margen de los po-
sibles hallazgos aportados por el concepto de justicia poéuca Y de
la más o menos intensa proyección del absolutismo, ex1sten mu~hos
temas en el teatro barroco que no se comprenden bien si no se uene
algún conocimiento del mundo judicial de la época. Nuestros esque-
mas y apuntamientos sólo han pretendido recordar algunos de los
trazos más elementales que por ese ángulo se apuntan en nuestro
teatro.
Capítulo 5
DUELOS y DESAFIOS EN EL DERECHO
y EN LA LITERATURA

fosé Luis Bermejo Cabrero

En la España del Antiguo Régimen los duelos y desafíos, por


su incidencia y repercusión social, se convirtieron en un delicado pro-
blema para la Monarquía, dificilísimo de resolver de una manera
eficaz. Aunque se dictaron disposiciones prohibitivas frente al duelo,
las disposiciones eran fáciles de sortear y las autoridades, por lo
~eneral, adoptaron en la práctica posturas permitivas o de una cierta
Inhibición hacia los duelistas. Sólo a la llegada de los Barbones las
penas se endurecieron -sin duda bajo influencia francesa- y los
procesos en torno al duelo empezaron a menudear.
En fechas bien tempranas desde Italia fueron surgiendo obras
especializadas sobre la materia en las que se exponían, minuciosamen-
te Y con toda suerte de detalles, las reglas o «leyes» que debían
guardar los participantes en un duelo, ya fuera a la vieja usanza
caballeresca, bajo la presidencia de la autoridad pública, o a veces
según los estilos más modernos y flexibles de los duelos privados.
Todo lo cual tuvo una amplia repercusión literaria con multitud
de obras que hacen referencia a duelos y desafíos. Sin que falten
obras que tomen como tema principal y casi exclusivo la exposición
de un duelo. En este sentido podrían hacerse numerosas clasifica-
ciones. Hay autores que saben aprovechar abundantemente todo el
aparato y ceremonial de los duelos, sobre todo de los antiguos duelos
caballerescos, desde los iniciales carteles de desafío a las minuciosas
reglas sobre señalización, mantenimiento del orden e igualación de
los lidiadores. Otros autores insisten más en las motivaciones o
109
llO
Jos~ Luis Bermejo Cabttro
causas del duelo, con matizaciones o distincion ·
las expuestas por Cervantes sohre las difer ·nes.. Interesantes, como
· á , e ct,ts entre ·tfr
agravio, por m· s que Cervantes se;t duro crítico J .. ¡ 1 ¡ d. enta v
.
Y no f a1tan escritores ' " eves e1d ¡0
lJUL' se ocupen del tem·t J .. i . ue ·
burlesco, irónico, festivo, o enormemente crítico: 'es< e un angulo
. El tema, as{ brevemente expuesto, pudiera suscitar particular
Interés. Pero no se ha hecho hasta <thor<t un estudio de conjunr ,
en profundidad sobre las posibles conexicmes lJUe puedan darse e~rr~
~ derecho, ambientado históricamente, y la Literatura. Sólo para
Ciertas épocas los htstonadores del derecho han realizado estudios
que hoy permiten conocer el tema con bastante aproxinución. Por
nuestra parte aquí sólo marcaremos algunas líneas generales, formu·
!aremos ciertas hipótesis y pondremos ejemplos -que podrían bici!·
mente ampliarse-- sobre algunos textos literarios tocantes a la
materia.
No se trata -insistimos- de un tema baladí. sino de una cier·
ta importancia histórica. A la abundancia de duelos v dedíos
-fáciles de constatar con sólo asomarse a los relatos. «avisos•• v r<·
ladones de la época- se añadía una mentalidad proclive a resolver
las disputas y diferencias por cuestiones relacionadas con el honor
-por puntos de honor o pundonor-, a base de empeñarse en un
combate, a muerte por lo general, a través de una serie de reg¡us
muy detalladas y que venían de muy atrás. Muchas personas, P:J' 0'
más diversos motivos se veían envueltas en un duelo a ftn e no
sentirse minusvalorad~s socialmente, como faltas de honor 0 pun1·
donor. Hasta tal punto era relevante la fuerza de la opinión en a
España del antiguo Régimen. Y se tardaría mucho tiempo en com-
prender que habla otros medios u otros mecanismos para solv~¡nar
diferencias y sentirse socialmente integrados, sin tener que acu " a
las armas, ofensivas o defensivas. .
Pero para adentrarse en el tema, conviene hacer algunas previas
puntualizaciones de tipo cronológico, aunque sólo sean muy ~reve·
mente. Y en tal sentido en una primera aproximación, des ~ In
plano histórico-jurídico, cabe distinguir de manera muy flexib e,
según creemos, tres grandes etapas.
La primera viene a coincidir a grandes rasgos con la etapa me-
dieval, que es cuando los datos de que disponemos empiezan a ser ya
suficientemente amplios y representativos, como para poder traz~r
algunas lineas de tipo general. Ante todo habrla que distingutr
con bastante precisión entre duelos y desaffos -al tratarse de figu·
ras. institucionales diferentes-. al contrario de lo que aquí haremos,
a fm de ali¡erar nuestra expooición. A lo que cabria añadir la tantas
veces dülcU interpretación de los textos. Sea como fuere. en esta
Duelos y desaflos en el Derecho y lll Literatura 111

l·nr'cial el singular combate podía servir para dirimir conflictos


etapa
. fdicos suscitados entre comunr< . 1ad es, con prurttos
. . 1acr'ó n
d e rgua
JU~ial hasta extender el procedimiento a miembros no privilegiados
d~ p~blación, como atestiguan algunos fueros de los denominados
extensos. En cualquier caso, si se compara con lo que viene después,
conviene señalar que tan singular fórmula -con independencia de sus
componentes ordálicos más o menos residuales- no se desarrollaría
al margen del poder, sino con pleno reconocimiento de su validez por
parte de ese poder, hasta el punto de prestar su colaboración para
formular reglas o normas y reservarse la presidencia del combate
para una de sus autoridades. Quedan así fijadas por estas fechas
buena parte de las reglas que han de presidir el combate: igualación
de los contendientes en armas y pertrechos; señalización del campo;
control estricto sobre los posibles fraudes que puedan cometerse
en torno a los lidiadores, bajo la vigilancia de expertos o fieles del
campo; partición del sol. Y así sucesivamente.
A finales de la Edad Media se advierten importantes cambios en
la co~frguracrón del duelo. Los antiguos ritos van a ir ocupando una
posrcrón cada vez más marginal ante la acometida de los nuevos
usos caballerescos y las influencias italianizantes. Y llegará un mo-
mento, difícil de precisar cronológicamente, en que duelos y desafíos '\
s~ desarrollen al margen del poder como fórmulas socialmente admi-
tidas ~e dilucidar cuestiones de honor y venganza principalmente,
pero srn la presencia activa de los titulares del poder. De ahí la serie
~e prohibiciones frente a estas nuevas modalidades que se despliegan
srn control público y que siegan muchas vidas. A lo que se añaden
las prohibiciones canónicas, con penas de entredicho, privación de
sepultura en lo sagrado, y que culminan con las normas dictadas por
e~ Concilio de Trento. Pero de poco van a servir tales prohibiciones,
nt los escritos de algunos polfticos -<Omo el propio Conde-Duque
de Olivares-- y moralistas para superar una práctica tan arraigada.
Tal vendría a ser la segunda etapa de nuestro esquema evolutivo.
Finalmente los Barbones inician la tercera etapa, con mayor
dureza, según pautas francesas, a partir principalmente de Richelieu:
castigos para padrinos, acompafiantes y aun simples espectadores;
pérdida de bienes recibidos de la realeza; consideración de la muerte
en duelo como un homicidio más. Todo lo cual tendrá fiel reflejo
en nuestra normativa: a las viejas normas hispinicas se añaden otras
prohibiciones de clara influencia francesa, como se advierte en las
pragmáticas de 1716 y 1723. Y si se examinan los archivos, puede
comprobarse cómo por estas fechas aumentan notoriamente los pro-
cesos en torno • los duelos. Pero • rsor de tanta prohibición y de
un mayor rigor en la práctica pena , no se terminarla con la cos-
112
José Luis Bermejo C b
a rero
tumbre de los duelos, como atestigua ya muy al f ¡
autores de práctica penal, Marcos Gutiérrez. rna uno de nuestros
Si del campo del derecho y de la historia en ¡
al de la Literatura, podemos apreciar una gran riquezgendera P~sarnos
· d 1
e1 tratamiento e tema. Dejaremos de lado la etapa
a e matices
d' en
.
don de 1a Llteratura f . . me 1eva!
o re~e escasos ~estimamos, y el riepto del Cid:
~or mu_ch? _que s_e empenen los Interpretes en acomodarlo a la rea-
lidad h1stonca, v1ene a ser _un mso atípico, con el que el autor del
Cantar trata de probar el mgemo y agudeza del Cid, no sólo con
las armas, sino también en el plano jurídico-institucional, para dejar
sorprendidos y con escasas posibilidades de defensa a los infantes
de Carrión.
Centrándonos en la Literatura del Barroco, hay que partir de
la base de la abundancia y variedad de duelos y desafíos. A veces,
cuando menos se lo espera el lector, podemos comprobar cómo los
persGnajes literarios, tras cruzar unas palabras y seguir determinadas
formalidades, echan mano a las armas y se entabla un duelo. Y esto
sucede no sólo en el teatro, sino en la novela e incluso en la propia
poesía. (Recuérdese la Austriada, por ejemplo.) .
No se trata solamente de una cuestión de pura canudad. A la
abundancia de duelos y desafíos se añade la existencia de algunas
obras que están casi enteramente dedicadas a tratar del tema; 0
dicho de otra forma: el tema de la obra prácticamente se agota con
la descripción de un duelo o desafío.
Pero la afición de la Literatura por los duelos y desafíos llega
al extremo de que la propia Literatura ofrece en síntesis una espeCie
de historia del tema, desde El primer duelo del mundo -un au_to
sacramental de Bancés Candamo- hasta El Postrer duelo de Espana,
de Calderón. .
Por otra parte, las amplias posibilidades de la Literatura permiten
el tratamiento y actualización de prácticas y estilos en duelos Y ~esa­
fíos pertenecientes a etapas antiguas. Y en concreto, duelos Y esa-
fios de factura claramente medieval persisten en la Literatura barroca
con singular empuje y lozanía.
¿Cabría trazar un modelo general para duelos y desafíos en esta
etapa que estamos considerando? La variedad, especialmente en la
Literatura, es muy grande y resulta difícil ensayar una especie de mo-
delo común. Pero, a grandes rasgos, podríamos apuntar algunas
notas de conjunto.
En primer lugar, cabe señalar las dos fases a que implícitamente
venimos refiriéndonos, pero en orden inverso al de la enunciación.
Se comienza con el desafio propiamente dicho, a través del cual,
ya sea verbalmente o por escrito, queda fijado como único modo
af{os en el Derecho y la Literatura llJ
DudOS Y des
l las diferencias, el empleo o utilización de un combate,
de sa var
directamente d' ·
0 por interme tanos.
y es a partir
· d e ah_ora cuan d o
d limitan las condiciones generales para la celebrac10n de com-
b~tes~ en especial en lo referente al luga,r, . tiempo y a~mas, con
independencia de que algunos de estos tmmltes se desplieguen en
una etapa posterior. Quedan por tanto exclmdos de nuest.ra cons~dera­
ción las simples peleas que surgen sobre la marcha, sm segmr un
orden o unas reglas de procedimiento.
Por otra parte, entre el desafío y el combate como tal -riepto
0 duelo- suele mediar un lapso, en el que pueden aparecer com-
ponedores, amigos o personas allegadas a uno u otro bando, con la
intención de mediar en el conflicto para resolverlo amigablemente.
Las más de las veces no suelen tener éxito en sus intentos, como
sucede especialmente en el campo literario. En cuanto al combate,
exista o no la mediación de la autoridad pública, siempre hay que--
guardar unas reglas, o leyes, por mínimas que sean, con la particu-
laridad de que, por tratarse de lances de honor, se espera sean guar-
dadas por las partes en conflicto. Pero para que se respeten, o se di-
sipen las posibles dudas, suele haber alguien -la autoridad públi-
ca o los modernos padrinos- con poder de decisión. Tal viene a ser
el ~squema general al que nos hemos de sujetar. A partir de aquí, re-
pelimos, la variedad no puede ser mayor. Pero antes de entrar en
las posibles clasificaciones, quisiéramos decir algo sobre las denomi-
nadas leyes del duelo.
Leyes que no son tales leyes, dictadas por una autoridad sobe-
rana, por más que algunos expositores doctrinales del tema se lo
lleguen a creer en algún momento. Se trata, como venimos diciendo,
?e prácticas, estilos y tradiciones, a veces muy minuciosos, y de un
Interminable casuismo, que sirven para encauzar la celebración de
duelos y desafíos.
. Los tratadistas de la materia se refieren a esas leyes con énfa-
Sis Y abundante copia de ejemplos. Por su parte, los autores literarios
tratan el tema con bastante insistencia y en ocasiones con una pos-
tura critica hacia las leyes, como sucede con el propio Cervantes.
A veces los conceptos y distinciones empleados exigen muy estrictas
matizaciones, según cabe apreciar en el mismo Cervantes, al tratar
de las causas del duelo, a través de la diferenciación entre agravio
Y afrenta (Quijote 11, 32, y Persiles 111, 9); un tema nada fácil y
que ha dividido a los intérpretes.
Otros autores insistirán en el hecho de que el conflicto jurídico
suscitado en torno al duelo no pueda ser solucionado por la vía ju-
rídica o a través de alguna previa composición. Se requiere adem~s
una cierta igualdad en la condición social de los duelistas. Natural·
114 losé LUb berrnejv CabrttQ

mente otros principios hacen_ referencia a las causas concret d


duelo: uno de los motivos mas graves del duelo era ct m 1' 1as el
bra dada (como recuerda Bances Candamo en El d~e/ Ir a pala-
d ) y 1 · ll o contra su
ama1 . . os p~op11osdautores began a proyectar alguna de esas leyes
en e nusmo Utu o e sus o ras, como Antonio de la Cue
A igual agravio no hay duelo. va, en
En cuanto a los tipos de duelos, como venimos diciendo se pu _
den hacer múltiples distinciones. Los tratadistas del duelo 'llegan 'a
distinguir tres modalidades: decretario (duelo a muerte), como fórmu-
la más usual; propugnatorio (procurando no causar la muerte) y,
finalmente, satisfactorio (a muerte, pero con posibilidad de acep1ar
antes un arreglo o composición). Por su parte, los canonistas apor-
tarían otras muchas clasificaciones, aún más complicadas
Desde el ángulo literario las clasificaciones pueden ser, si cabe,
más numerosas utilizando diversos criterios. Así, según el número de
los contendientes, desde el duelo entre dos personas hasta el duelo de
uno contra todos (como el reto de Diego Ordóñez en la segunda patle
de Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro, con la particularidad
de que aunque el riepto vaya dirigido contra todo el mundo, d
principio que se utiliza es que sea sólo contra cinco contendientes).
Otro criterio sería el de la mayor o menor vinculación con el agra-
vio de los participantes en el duelo: celebración del duelo. directa-
mente, por los participantes en la afrenta o agravio, o por Interme-
diarios (campiones). Cabe utilizar asimismo el criterio de la ~ausa
por la que se origina el duelo (motivos de honor y honra en el ambl-
to privado; o de tipo puramente político, como en aquellos qu~ ID·
terviene Carlos V, espejo de caballeros, con toda la carga borgonona
a sus espaldas). Y así sucesivamente.
Pero sin duda la distinción más importante es la que se basa en
el criterio de la intervención o no del poder político. Cabe ~sí diferen-
ciar los duelos y desafíos de tipo público de los de tipo privado. d'
Para los primeros ofrecen abundante muestrario de datos Y IS·
tinciones los teóricos en la materia, con Paris de Puteo a la c~beza.
En estos duelos actúa como juez-árbitro el Emperador o Pn.nCipe
co!l soberanía, ya sea directamente o por delegación. Esta max1ma
aetondad permite la celebración del duelo y otorga campo para el
combate.
En relación con el propio campo, se establecen a su vez principios
y distinciones que los autores recogen minuciosamente. Así, el campo
debe reunir condiciones adecuadas para asegurar la igualdad e inde-
pendencia de los combatientes. Dentro del campo, es importante
la estricta delimitación del palenque o estacada, a base de cuerdas
o maderas para la señalización. Y se dan reglas muy precisas sobre la
ID
Duelos y desaffos en e1 Derecho y Ia Literatura

pérdida del com bate a1 t ras Pasar la línea del palenque (si sobresale
la cabeza, o un brazo, etc.).. .
En cuanto a las armas, s1 no hay pacto en contrano, corresponde
1 lección al desafiado. Y metidos ya en combate, hay que procu-
are que ninguno de los contendientes se vea favorecido frente al
:ntrario, tratando de evitar cualquier posible ventaja en pro de uno
u otro. Todo ello tiene su fiel reflejo en el mundo literario. Fijémo·
nos a continuación en la específica forma de iniciarse el desafío.
La característica mediación de la autoridad política o judicial en
este tipo de desafíos se suele reflejar en la petición directa de la
licencia para celebración del duelo, o en otros casos, a través de la fi-
jación de un escrito en los parajes más concurridos. El escrito a
veces se convierte en todo un cartel de desafío que los autores de
nuestra Literatura suelen exponer en toda su extensión y con todo
aparato y solemnidad. La materia en sí daría lugar a toda una amplia
serie de clasificaciones, al ser los carteles de desafío de gran variedad
Y riqueza de contenido. Una vez más destacamos algunos rasgos ca·
racterísticos, a través de la presentación de algún ejemplo.
Se acostumbra iniciar el cartel con el nombre y serie de títulos de
la persona que impulsa el desafío y firma el cartel. La causa o motivo
del desafío se suele reseñar ya en términos generales o con más género
de detalles. Se suele indicar asimismo el lugar de la celebración del
duelo, buscando parajes bien característicos o delimitados, como la
raya, front~riza de un país, una determinada ciudad, la corte del rey;
Y as¡ su~es1vamente. A no ser que se deje la señalización para la alta
pers?nahdad que autorice o presida el duelo. El plazo a veces se seña-
la directamente, a fecha fija, o a partir de un determinado día, a la
espera. de que llegue el desafiado; o, lo que es también muy frecuen-
te, de¡ando al propio desafiado que especifique la fecha. En cuanto
a las .armas, se procura indicar en el cartel que quedan a elección del
desaÍ!ado, según estilos y tradiciones. Tomemos como ejemplo de
cartel de desafío directamente redactado por el interesado, sin mediar
en este caso autorización del rey o de otra autoridad --<:on la fijación,
por tanto, del luga-, el que presenta Cubillo en la Tragedia del
Duque de V erganra:
«Don Vasco de Almeyda Cavallero del Habito de Christo,
Gentil hombre de la boca del Serenissimo Señor Rey don Juan
el Segundo de Portugal, hago notorio al mundo, como hallandome
ofendido del Duque de Verganza, don Fernando, por aver abierto,
Y publicado cierto papel mio cerrado debaxo del secreto de la con-
fian~a; y demas desto, por querer descomponerme con d Rev mi
señor injustamente, poniendo delo en mi lealtad: para satisfación de
lo qua! le reto, y desafio a singular batalla, donde le dan! a enten·
116
José Luis Bermejo C b
a rero
der con las armas que eligiere, que ha faltado a las . .
Cavallero: y le .señalo por campo el puente de Bad~h;:ctones de
Portugal, Y Casulla, donde le esperare veinte dia 1 ' raya de
. . s, que corren d d
oy, 4 d e E nero d e mt 1 y cuatrocientos y ochenta y t - es e
Y como muestra d e cartel, que cuenta con el respaldanos
res
d' ·
>>

1a auton'd ad -una pnncesa


· palatina ante la que se dao 1trecto de
· 1 · ' ectura al
carte1- , pued e servu e recogtdo por Bancés Candamo en El d 1
contra su dama, cuya parte primera dice así: ueo
«Don Fadrique de Aragón infante de Aragón, señor de Cardona
maestre de Santiago, ante la serenísima madama Juana Matilde'
condesa Palatina de Borgoña y Flandes, duquesa de Bravante, etc:
Con la autoridad del supremo magistrado de esta corte, en la plaza
de su palacio mantendré a Enrique de Lorena, conde Clermon, en el
día que él señalare de este mes de Julio del año del señor 1216, con
la armas que eligiere, que es perjuro y mal caballero, por haberle
faltado contra su fe a una palabra; y porque a noticia, etc.>>
A veces se presta especial atención a la licencia pedida a la auto
ridad, como en la obra de Calderón Aspectos de odio Y amor:

Y es, que en fe de la venganza,


en ese cartel le llamo
a público desafío ...

Y porque en 'tu cortes tú


seguro has de hacerle el campo,
sitio que yo para que
juzguez el dueño señalado
vengo a tomar tu licencia
para fijarle ...

te suplico que en tu corte


y en su corte publicarlo
mandes, para cuya instancia,
como úbitro soberano ...

Y no faltan citas concretas del derecho en las que se basa


duelo:
Y yo, con vuestra licencia,
oqún fuero de Ca&tilla,
le ddenderl! en campaña,
de 10l a 10l, cuatro dfu,
como hidalao caballero,
cuerpo a cuerpo, pica a pica.
(Lope, u paJo,.. 11• T ol•do)
117
J)udOJ y des
aflos en el Derecho y la Literatura

d t tipo de duelos no podemos menos de referirnos


Al tr~tar de etsnel.miento a la obra de Calderón El postrer duelo
con un c1erto
_ de ede se trata de presentar el f.ma 1 d e una 1arga etapa
de ~spanaÉ en fe~~o como el propio nombre indica, El postrer duelo
hlstEonca~ nfreece ~omo tema central el último duelo celebrado en
de spana 0 · C Id · T
Es aña Para dramatizar tan cunoso tema, a eron utl IZa. una ~~c-
.
p ·y depurada en la que se cuida sobremanera la amb1entac10n
mea mu ' . 'd" •.
histórica y se aportan interesantes notas ¡un .~~o-po1111cas. •
En la celebración del postrer duelo hispamco mtervendran dos
jóvenes de la nobleza arago~esa: do~ Pedro de Torrellas, de escasos
medios de fortuna y con pleito pendiente sobre un mayorazgo, y don
Jerónimo de Ansa, en mejor situación económica y social. Ambos
son amigos. Pero se les cruza una dama bellísima de la que se enamo-
ran; con tan poca fortuna que su amistad se trueca en enemistad,
por culpa de malentendidos y del poder de los celos, hasta llegar a
las manos. Primero luchan de manera informal, en campo abierto,
solos y a escondidas. Sin que ellos lo sepan, alguien observa lo suce·
dido. Don Pedro ha tenido una caída de caballo y queda con la
mano contusionada. Difícilmente puede pelear; aunque lo intenta,
se le cae la espada de las manos, quedando a merced de su con-
trario. En tales condiciones prefiere la muerte a la deshonra de por
vida. Su contrario, don Jerónimo, todo un caballero, quita importan-
c~a a lo sucedido y considera que tiempo habrá de saldar sus diferen-
Cias, una vez que don Pedro se cure la mano y reponga las fuerzas
pe~didas. Y promete que de lo sucedido no dirá una palabra. Pero
qmenes ocultos han visto la escena no guardarán idéntico secreto.
La noticia será ampliamente divulgada hasta llegar a oídos de don
Pedro, que se siente humillado y afrentado, y desafía a su antiguo
amigo a singular duelo por no haber guardado, según piensa, la pa-
labra dada.
El desafío se celebrará con gran aparato y ceremonial bajo los
auspicios del propio Carlos V, que nombra directamente el juez-árbi-
tro del combate. Al final, y como en los mejores tiempos, todo
terminará en boda. Pero a partir de entonces ya no habrá más duelos
e?. España, al iniciar el Emperador las diligencias para que el Con-
cibo de Trento --en un claro anacronismo-- prohiba definitivamente
los duelos. Tal viene a ser, en lo que aquí interesa, el resumen de
la obra, dejando aparte la cuestión de amores o la decidida interven-
ción del «gracioso» de turno. Conviene ahora recordar algunos de
los planteamientos jurldico-polfticos de la obra.
Una vez que don Pedro de Torrellas ha podido escuchar cancion-
cillas a través de las cuales su honor ha quedado malogrado, decide
118
José Luis Berme¡' o C b
a rero
acudir al Emperador para que le conceda campo según lo f
Castilla y Aragón: s ueros de

Cuyos establecimientos
en su verde libro mandan
que al notorio caballero
que agraviado pide campo
no se niegue, me presento
ante vos, y con el real
soberano acatamiento
que debo, de gracia pido
lo que de justicia tengo.
Señalad vos, pues, señor,
campo donde cuerpo a cuerpo,
8 pie, a caballo, desnudo
o armado, pues toca eso
a la elección del retado,
le sustente a todo riesgo,
a todo trance de armas
que anduvo mal caballero ..

Por su parte, el Emperador se excusa al no ser práctico en la ma-


teria y se remite al Condestable de Castilla como primer dignatano
del ejército y supremo juez en trances militares en tierra, al modo
como el Almirante de Castilla es en el mar. Y, en efecto, el Condes-
table asumirá la tarea de encauzar el desafío y presidir el duelo como
juez-árbitro. La señalización del campo se hace para la plaza de V_alla-
dolid, a fin de que pueda asistir el Emperador en persona; Se anade
aquí la existencia de unos padrinos -miembros de la mas alta no·
bleza- para cada uno de los contendientes. ,
A la hora de la celebración del duelo (riepto) se cuidan los mas
minimos detalles. En lo alto, el Emperador, con una vara de oro ~n
la mano, que viene a simbolizar la vara de la justicia; por deba¡o
queda situado el Condestable, con el misal y las armas del combate
en un bufete; no faltan los reyes de armas; ni el desfile proceSio~al
de los duelistas con las insignias alusivas a su titulación nobthana,
ni el acompañamiento sonoro de cajas y trompetas. No vamos a segutr
al detalle todo el ceremonial del duelo. Digamos que aquí se presta
gran atención a los diversos juramentos de los lidiadores antes de
entrar en combate. Un primer juramento ante los Evangelios y el
pomo de la espada de decir verdad en cuanto les sea preguntado por
el Condestable. Sigue luego el juramento del reptador, en el sentido
de que aquel duelo no estada motivado por simple venganza, ni otras
bajas pasionea, sino en pro de la buena fama. Y 8 continuación el del
d ffos en el Derecho y la Literatura
Duelos y esa 1
. f' ión Luego conjuntamente se vue ve a
d parectda con lgurac .' .
reptado, e . ]ación de los hd1adores:
jurar sobre 1a lgua
¿Juráis los dos de consuno
lidiar con iguales armas,
sin que vengáis prevenid~s
de ardid, cautela o ventaJa,
uno contra otro?

y aún habría un juramento más sobre la no utilización de mal.as


artes 0 algún género de hechizo para n? obtener ultenor ,venta¡a.
Dentro de los preparativos ocupa lugar Importante el pregon man-
dado dar a nombre del Emperador y del Condestable para hacer
seguro el campo. Calderón extrema las precaucio,ne~, fijándose incluso
en el detalle del silencio que debe guardar el pubhco para no Impor-
tunar a los lidiadores:
Mandan
el Rey y su Condestable
ninguna persona osada
sea, pena de la vida,
a penetrar de la valla
la línea, ni en cuanto dure
el trance de la batalla,
alce la voz ni aplaudiendo
ni vituperando nada
que acontezga, ni haga seña
con mano, rostro o palabra,
ni movimiento ni acción,
que pueda a los que batallan,
ni en más calera encender
ni entrar en desconfianza.

d Con tal derroche de medios va Calderón describiendo el postrer


uel? de España. Tras la declaración favorable a los dos jóvenes
d1uehstas, se elevada la petición al Papa para que cesasen de una vez
os duelos.
En cuanto a los duelos que podíamos denominar de tipo privado,
8 ~ emplean los esquemas en forma mucho más flexible y aproxima-
tiva. Frente a la participación de la autoridad pública, suele haber
ahora una especie de representantes de las partes -generalmente
denominados padrinos- que cuidarán de mantener las reglas, esti-
los y tradiciones en torno al duelo, por más en secreto que se quieran
llevar. Los ejemplos aquJ son muy numerosos, como atestigua la
propia novela corta del siglo xvn, calificada, a veces --con mayor
120
José L · B
U!s ermejo Cabrero
o menor precisión- como novela cortesana y d 1
· e a novela
na recor d emos a un autor poco conocido Dieg d A d conesa.
'b b 1 , o e gre a y V
que escn e una o ra titu ada El hermano indiscreto L b argas,
conjunto se basa en un desafío entre un novio v ,1· ha 0 ra en su
nov1a. . El h ermano d e 1a novia . (amigo íntimo del
. e noerrnano
· de 1'
b dam_1ento
al un 1
· ) se s1e
· nte agravia
· do por no haber sidoVIO,avisado·
a mavor
de
1
as re ac10nes entre os amantes; que por lo demás discur
d .
cauces orto oxo~ y q~e qu~eren terminar en boda. Conviene sobra.
m~

yar que el desaho esta reahzado con publicidad. En cambio el co .


bate como tal tiene lugar en estricta ceremonia privada y e~ el m~s
absoluto secreto. No hay en principio padrinos; sólo los consabidos
mediadores que tratan de solucionar la pendencia por la vía pací-
fica. Se despliega, finalmente, toda una casuística que se va desgra-
nando a lo largo de la obra, sobre las condiciones en que ha de cele-
brarse el desafío.
En uno y otro extremo -de los duelos privados a los públicos-
cabe hacer aún múltiples distinciones. Los autores partiendo de
análogas premisas van introduciendo matices diferenciadores hasta
extremos difíciles de poder abarcar en una visión de conjunto. (Pen-
semos, una vez más a título de ejemplo, en la serie de matizaciones
introducidas por los planteamientos del duelo en el entorno familiar,
al hilo de la citada obra de Agreda y Vargas.) Vamos a fijarnos, para
dejar perfilado el tema, en tres obras dramáticas.
En la obra de José de Cañizares, Por acrisolar su honor, hay un
duelo entre un padre y un hijo. El rey trata de componerlos alegan-
do diversas razones que no surten efecto entre los duelistas.
El hijo argumenta que no es el duelo contra su padre, sino con-
tra «quien mi honor quiere ultrajar>>. Y el padre con análogas razo-
nes se remite al desdoro sufrido en su pundonor.
El rey en consecuencia tiene que encomendar las diligencias al
juez de campo. Los padrinos reconocerán el campo. Y Cañizares
dará puntuales detalles sobre el desarrollo de las formalidades del
duelo, desde el pleito homenaje hasta los juramentos exigidos. .
En concreto, se miden las armas; se indica que no hay venta¡a
ni artificio; se advierte también a todos que mientras dure el desa-
fío no puede cometerse ningún exceso, ni siquiera alzar la voz 0
animar a los contendientes. Luego se parte el sol, y se manda tocar
arma. Al final el duelo se suspende por la interposición de una tes·
tigo que decide confesar y deshacer los equívocos surgidos entre pa·
dre e hijo.
Como segundo ejemplo del mismo autor cabe recordar la obra
Abogar por su ofensor, con un desafío entre caballeros basado en
af(os en el Derecho y la Literatura 121
Dudos y des
. · d antiguos bandos entre familias. En medio del com·
la ex~stenct.a ~ componedores para pacificar a los contendiente,. I·:l
bate ¡ntervtene . . 1 1 1.
rincipal para el apac1guam1ento es no 1a 1er por me< 10
argumento P . . . . . 1
d h onor y sólo «antiguas m¡us!lclas»; no ca 1e por tanto,
causae 1. 1 .
arriesgar vidas y haciendas. Y o cunoso e~ que os razonamientos
· 'dt'cos van acompañados de abundantes ellas de obras de derecho
¡unde famosos tratadistas en 1a matena, . como pue d an ser e resp1. d e
Valdaura, Peguera, Fontanella o el propio Antonio Gómez. Lo que
demuestra, una vez más, la conexión estrecha entre el mundo jurí-
dico y la literatura.
Por último, conviene recordar la obra de Antonio de Zamora
Mazariegos y Mansa/ves, centrada toda ella en la descripción de un
duelo; de un duelo lleno de complejidad como los propios perso-
najes se encargan de advertir. Sólo algunos lances amorosos sirven
para redondear la obra_ Por lo demás, la acción, una vez más, se
sitúa en tiempos de Carlos V, quien tantos y tantos lances caballe-
rescos --con duelos incluidos- le atribuye el teatro.
La acción, como decimos, es un tanto complicada. Un miembro
de los Mazariego discute sobre la antigüedad de su nobleza y alto
rango con un tío suyo; en la discusión el sobrino agrede al tío. Se
trat~ de un grave caso de agravio que lleva aparejado como único re-
medio el duelo. Y al duelo acude un hijo del anciano agraviado, al
volver de la guerra cargado de triunfos. Nada más llegar, lo primero
que hace es fijar un cartel de desafío; un amplio cartel que aparece
con todas las solemnidades incorporado al pie de la letra en el
texto de la obra dramática.
La acción se complica al morir el anciano, mientras el ofensor
ha quedado preso en casa de un familiar. Autoridades y amigos de
los contendientes tratan de lograr una mediación que se presenta
muy. difícil. Y en tal sentido cabe distinguir dos fases: con respecto
al difunto el desagravio resultará más fácil. Antonio de Zamora
lleva al ofensor, con nutrido acompañamiento, hasta la tumba mis-
ma del tío, para levantar allí testimonio con todas las cautelas y
f~rmalidades del derecho de su arrepentimiento y acto de desagra-
VIo. Naturalmente se presupone que el fallecido acepta el desagravio
ofrecido. Mayor dificultad ofrece llegar a un acuerdo con el hijo.
Por más intentos de mediación que se dan, resulta imposible evitar
el duelo, que aparece descrito con toda suerte de detalles. Antonio
de Zamora parte de los esquemas generales del duelo que ya cono-
cemos, añadiendo aquf y allá detalles y matices hasta formar una
verdadera maraña en torno al tema. No Je vamos a seguir en su por-
menorizada descripción de las distintas formalidades. Digamos tan
sólo que los mediadores y «curadores~ consiguen que el duelo quede
122
] osé Luis Bermejo C b
a rero
limitado a tres arremetidas hasta hacer saltar sangr T d
una curiosa doble participación de la autoridad púbÚca 0 ~elllo con
nadar de la zona- junto a los padrinos y valedores de 1 gober.
. 1 1os d os ¡avenes
f ma ·' ·
impetuosos demuestran su valor asy Partes
1 · Al
recobrar su antigua amistad. vue ven a
Lugar aparte en las clasificaciones pueden ocupar los de ¡·
que pudiéramos d~nominar de tipo político, basados fundam~~;~ls
mente en el conocido esquema -al que acuden incluso los tratadis-
tas del duelo-- de someter un combate a las resultas de un duelo: la
suerte del enfrentamiento se decidirá no a partir del choque de los
ejércitos, sino entre particular y particular, según quien obtenga la
victoria en el duelo. Ejemplo característico en este sentido nos ofre-
ce la obra de Lope El cerco de Viena por Carlos V
No hace falta insistir en el hecho de ser Carlos V muy traído y
llevado en el teatro barroco. Podríamos decir, en una aproximación
muy general, que si Fernando el Católico es el preferido por teóricos
politices e insignes ensayistas, como Gracián, en el teatro una de las
grandes figuras poli tic as será Carlos V. Se representa como valiente
guerrero, al frente siempre de sus tropas, compartiendo con los
soldados estrecheces y amistad. A pesar de su alta posición, cualquier
soldado puede llegar hasta el Emperador para exponer sus quejas
y problemas. Y a ello se añade la visión caballeresca que se le atri-
buye. El Emperador, heredero directo de los planteamientos bor-
goñones de la caballería, aparecerá como fiel caballero que sabe guar-
dar las leyes y estilos de la caballería. De ahí que intervenga deci-
didamente en duelos y desafíos, como vamos a ver a continuación.
En El cerco de Viena por Carlos V, en efecto, tenemos como
tema central de la obra el desafío entre Carlos V y el sultán turco.
Hay otros temas dramáticos que se entrecruzan, pero que aquí no
interesa reparar en ellos. ,
El desafío parte del alto dignatario turco; Lope presenta al sultan
lleno de vanidad y arrogancia. El título que exhibe es el de Empera-
dor del mundo. Carlos V no viene a ser para el sultán otra cosa que
un rey cristiano, con fuerzas y peso específico de alcance muy JO·
feriar al suyo.
El desafío, a la usanza tradicional en el drama barroco, se pro-
yectará en un documento especial, a la manera de un cartel de desa·
fío, redactado en prosa.
He aquí el texto del cartel:

Solimin, SultAn, Rey de los reyes y sefi.or de los sefiores, y Emperador uni-
venal del mundo. A tí, Carlos V, aalud, si la deseas. Y a hu visto el gran
poder con que ven¡o y el poco con que me esperas. Si acord4ndotc: de tu no-

o S
Duelos y dessffos en el Derecho y la Literatura 123

bleza quieres acabar esta g~erra sin sang~e de tant~s cuerpos, c~erp.? a cuer~o
desafío; espérame en VIena, donde, s1 ~e vencieres, r: hare_ se..nor d.e mis
~~perios, y si te venciere, me apo.derarc de. t~ pequeno senor10. Dws te
prospere para que me dé mayor glona de vencumento.
Solimán, Sultán y Gran Turco.

El desafío sería inmediatamente aceptado por Carlos V, a pesar


de la manifiesta opinión en contra de todo su séquito. Para Carlos V
Jos argumentos de sus consejeros -centrados en el inmenso riesgo
en que sometía a su persona- se quedan cortos ante el honor caba-
lleresco del que pende el desafío. El Emperador llegará a decir:

Flandes, España, Castilla,


Bohemia, Alemania, Hungría
la gran Nápoles, ya mía,
y desde Cuenca a Sevilla,
y cuantos reínos de nuevo
algún tributo me dan,
contradecirlo podrán,
pero yo solo lo apruebo.
Yo acepto el desafío,
y le aguardo con seguro
en Viena, junto al muro,
de estotra parte del río.

A pesar de los desafíos, el combate no tendría lugar. Carlos V


se. presentaría ante los muros de Viena, como había sido acordado;
m~entras Solimán levantaría el cerco de Viena, acuciado por la fama,
bno Y denuedo del Emperador. Como dirán los consejeros de Car-
los V, a través de la utilización de una simbología política muy
característica, esta vez la victoria se alcanzó sin derramar una gota
de sangre, apenas con sólo invocar el nombre ele! Emperador.
En parecidos términos, aunque con importantes matizaciones, se
desarrollará la obra de Rojas Zorrillo El desafio de Carlos V. Aquí
también el desafío no parte directamente del Emperador, sino del
sultán turco, que despliega fabulosas fuerzas de combate frente
al más reducido ejército de Carlos V. Ni que decir tiene que el espí-
ritu caballeresco y arrojo del Emperador se impone a los numerosos
argumentos desplegados por sus consejeros a fin de que no interven-
ga él directamente en el duelo. Entre esos argumentos, para no poner
en peligro la vida del Emperador y por ende de todo el mundo cris-
tiano, ocupa lugar principal el hecho de que el enfrentamiento entre
turcos y cristianos viene motivado por la petición expresa de ayuda
por porte del voivoda Juan Sepusio, al verse desplazado en el reino
124
José Luis Bermejo Cabrero
por Fernando, hermano del Emperador Carlos El d 1
caso habría de celebrarse a un nivel inferior en.t l ue 0 en todo
S . P 1 ' re e rey Fern d
y .Tuan epusto. ero os argumentos no convence C 1 an °
Acep_ta el desafío a pesar, dicho sea de paso, del mal ndea ot:r os V
aque¡a. Y como en Lope, a la hora del duelo sólo se g que le
E d · 1 f ' presenta el
m pera_ ord, mtentra1s as uerzas tu rcas, con el sultán al frente, se
1
van rettran o, stn p antar cara en e duelo. Y para que el triunfo del
Emp:rador sea . más redondo y sonado, el propio Juan Sepusio pide
perdon a sus ptes.
Algunos desafíos se tiñen de contenido político por razón de las
personas que intervienen como acusados de traición o aleve, al ocu-
par altos destinos en el país. Uno de los casos más destacados es el
de la acusación de adulterio cometido por la mujer de un alto dig-
natario, ya sea condesa, duquesa o incluso reina. El duelo será la
forma de dirimir la acusación. Aunque las variantes son numerosas
de unos casos a otros, suele salir al combate en defensa del honor
de la dama algún miembro de su familia, ya sea uno de los hijos o el
propio marido, como sucede en la obra de Moreto, El defensor de
su agravio, a la que nos referimos a continuación por ser menos
conocida para este tema.
La acción se sitúa en Atenas, donde gobierna un Duque, con un
Senado en el ámbito consultivo. Tiene el Duque un amigo fiel, de
nombre Alejandro, que le auxilia en todo tipo de menesteres,. inclui-
dos los de gobierno. Pero la envidia, tan al acecho de los prtvados,
urde una conspiración frente al privado Alejandro, acusándole de
adulterio con la duquesa, que habrá de dirimirse en el campo de
honor, si hay alguien que quiera combatir a favor de los presunt?s
adúlteros. En el último momento el duque descubre que la acusacton
es falsa. Y para salvar de la muerte en la hoguera a los acusados
encuentra otro medio más idóneo que salir embozado a pele~r ·
B
dramaturgo cuida los detalles y la ambientación: la señahzacton de
palenque, la selección de las armas por la parte que sostiene el nep·
to, en este caso espada y rodela, o la solemne y destacada presencta
de los jueces. A lo que cabe añadir algunos aspectos complemen·
torios y bien significativos, como el luto general que preside el com·1
bate o el reloj de arena que marcará el tiempo limite al pelear A
final se descubre la verdad, con la muerte en combate del falso acu·
sador, no sin antes haber confesado la verdad de lo sucedido, para
salvar su alma.
Pero no terminan aqul las posibles clasificaciones a que nos ve·
nimos refiriendo. Pensemos, por ejemplo, en los desafíos más estric-
tamente caballerescos, a la usanza de los caballeros andantes. Tales
desafloo tienen presentes las reglas del duelo como telón de fondo,
h la Literatura
affos en el ])erec o y
J)udos Ydes b 11 andantes -recorde-
. Los ca a eros 1 .
e siguen estnctament~. ometerse a las puntua es y coto-
pero n~s Quijote- no neces!lh- s l combates entre cabalkros
mos a 'd:ciones del duelo. De a rbquel o~archa y de muy diversas
~~d:~t~: tengan lur un ~~~~Ieb~ad~ :ntre Don Quijdte Y el ¡'aba-
formas, comLo suceye ell~ sin contar los desafíos qu,e adop¿an e arr~
Hero de la una. n Los torneo• de Aragon, e ope, o e
de un simple .torneo coM~:eses, El español Gerardo. .
la obra de Cespedes y f t s los desafíos entre ruüanes y valen-
p lado son recuen e
or otr~ ~e las en rincipio parecen tener muy poc_o que
wnes. Agur l~s. g o! ~s de revés suelen presidir este upo de
hacer. La~e~;~¡~oli~~r~t;ra pen este punto busca efectos sorpr~?den­
;eyert~st~ndo de seguir también reglas y estilos en la celebracron de
e~:~. duelos. Aun 4ue con un cierto aire paródico, según las pautas
de la jerigonza empleada· ., d
Finalmente -para no alargar nuestra enumeracwn- po emos
recordar los desafíos en tono burlesco o con acusada~ ~osrs de co-
micidad. Frente a las exigencias formales y de. procedrm!ento de ~as
estrictas leyes del duelo, algunos autores termman burl~ndose o In-
troduciendo un punto de ironía en el tema. Los procedimrentos uti-
lizados a tal fin son diversos.
Unas veces la ironía se busca a través del establecimiento de
desafíos entre villanos, al querer comportarse en este punto. como
caballeros. No olvidemos lo que en tono al parecer serio se dice en
los Comentarios del desengañado de sí mismo de Diego Duque de
Estrada: <<las historias nos muestran que a la presencia de Empera-
dores y Reyes se han hecho siempre los desafíos, porque conceden
las leyes de la nobleza que no sean civiles los agravios de los caba-
lleros, dejando esta judicatura para los villanos, los cuales se com-
pone~ por penas pecuniarias, a diferencia de nosotros, por lo que se
permue que con licencia de los Príncipes se definen en duelo».
.. Otras veces se busca la comicidad en la forma disparatada de
Íl)ar el objeto del desafío. Sirva de ejemplo la Vida y Hechos de
Estebanillo González, donde el desafío se va a producir entre bebe-
dores de vino, a fin de dilucidar quien sea capaz de beber más azum-
bres, que vendrian a ser las armas de los contendientes, «armas
tguales como sucede en los desafíos>>. Y para que no haya lugar a
dudas los personajes de Estebanillo siguen las formalidades del
duelo en tono burlesco, haciendo salva, partiendo el sol a los conten-
dientes al modo de un desafío en regla.
En el teatro también se acude al tratamiento irónico de las leyes
del duelo, como en el caso del propio Moreto, al recoger En el etzba-
llero un desafio a la usanza portuguesa: uno de los contendientes
126
José Luis Bermejo Cabrero
huye seguido por el otro a la carrera; y cuando se en
.d cuentran d
puro _cansa d os que van, 1se const 1edran,f_a efectos del duelo, com~ ~
estuvieran muertos, por o que e esa to va no tendrá razón de s
como si se diera por celebrado. er
La fábula presta también su aportación al tema, cual suced
la obra de Salas Barbadillo, La peregrinación sabia, obra de ~~en
divertimiento y facilidad de pluma, con unos zorros de protagonist:~
que saben de leyes y prácticas del duelo.
Hay finalmente un tratamiento del tema <<a lo divino», uno
de cuyos relevantes ejemplos puede ofrecer el auto sacramental de
Calderón, Uamados y escogidos.
No falta, asimismo, la crítica directa hacia las prácticas y fórmu-
las del duelo, como el propio Ruiz de Alarcón atestigua en páginas
bien conocidas, al señalar que no vale la pena arriesgar la vida en
duelo por el amor de una dama.
:apftulo 6 E BIGAMIA
EL DELITO gCION ESPAÑOLA
'{LAINQUI
Enrique Cacto

Introducci6n.
El concepto de bigamia, tal como fue acuñado por la lite:atura
jurídica, aparece, desde la baja Edad Media, dotado de una ev1dente
ambigüedad jurídica.
Para la doctrina canónica, que es la que se ocupa de él con
mayor amplitud, bígamo es -en el ámbito civil- todo aquel que,
lícitamente, contrae segundas nupcias, o quien contrae las primeras
con mujer viuda, o con soltera que no sea virgen, o el casado que
perdona a su mujer adúltera y vuelve a cohabitar con ella; tales son
las acepciones que recogen, por ejemplo, las Partidas cuando se
ocupan de las causas que desencadenan el impedimento de irregulari-
dad, que inhabilita para recibir el sacramento del orden '.
En la esfera del Derecho penal canónico, bígama es la persona
consagrada al servicio de Dios que contrae matrimonio 2 , o el casado
que se ordena in sacris sin el consentimiento de la mujer 3 o, por fin,

1 I?·. Covarrubias, In Clementinae «Si furiosus .. Comm. S 2 De bigamis et


neophuzs, núms. 1-3, en. Opera O.mnitJ l. Genova, 1762, págs. 669-670; C. Ca-
rena, TracttJtus de OJfrcro Sanctrssimde Inquisitionis et modo procedendi in
cau~is fidei, Lugduni, 1649, P. ll, t. 5, S 1, pág. 91; Partidas 155. y 4.1.4.
D. Garda de Trasm1era, De polygamia et polyviri11 libri tres Panhormi
1638, L. 3, q. 10, núms. 1-22, págs. 288-291 ' '
3 lbldem, L. 3, q. 13, núms. 1-36, pigs. 293.·299.

127
128
Enrique Cacto
aquella 9due dceleb;a dos o más matrimonios simultáneament
es, en vt a el conyuge anterior 4 • e, esto
En las páginas que siguen voy a ocuparme lógicament .1
este último supuesto (es decir, de la celebraciÓn de un me, ~o 0 de
· ' d . atnmon 10
por quten eshta casa o, co1~stante e11matnmonio anterior) que cobraría \
pronto mue o mayor re teve que os otros como problema · 'd·
penal. JUn >co \
Lo primero t:¡ue ~onviene, recordar es que la problemática jurídica
del dehto de btgamta resulto notablemente simplificada a partir de \'
los decretos sobre el matrimonio que se aprobaron en el Concilio
de Trento.
Con anterioridad, y ya desde mediados del siglo IX, el Papa
Nicolás I había consagrado el principio matrimonium facit consenm
o consensus facit nupcia¡, de añeja estirpe romana, que en adelante
sería aceptado por la Iglesia 5 . De este modo se entiende que lo que
hace surgir la relación matrimonial es el consentimiento de las partes
libremente formulado por los contrayentes, en la línea en que, para
Castilla, lo concibieron las Partidas: <<Consentimiento solo con
voluntad de casar faze matrimonio entre varón y muger ... » 6 , de
manera que ninguna otra ceremonia era necesaria para la validez
de las nupcias: ni testigos, ni celebración en la iglesia, ni bendiciones
sacerdotales. El matrimonio se perfeccionaba, simplemente, por la
manifestación del consentimiento emitido con libertad.
Semejante planteamiento iba a dar lugar a la aparición de un es-
pinoso problema de prueba, porque bastaba que un hombre Y una
mujer se comunicaran formal y recíprocamente su voluntad de con-
traer matrimonio para que éste naciera perfecto, de tal modo que
si, además, era consumado con la unión carnal, se consolidaba ya
en plenitud de efectos, radicalmente inatacable e indisoluble.
Estos matrimonios, denominados clande$tinos o a iuras, por con-
traposición a los celebrados in faccie eclesiae (en los que los contra-
yentes se velaban y eran bendecidos públicamente en las iglesias P01
el párroco), resultaban, pues, jurídicamente válidos y, como tales,
vinculaban a las partes en conciencia, aunque en el fuero externo
--canónico y civil- sólo obligaban en la medida en que pudieran
probarse.

4 lbidem, L. 1, q. 3 y 4, pligs. 6-8; A. de Sousa, Aphorismi Inq_u_isit_orum


in quatuM libros distributi. Cum veril historia de ori_Jine. S. Inquisttzonu Lu·
sitanae et quaestio11e de testibus sin¡ult.wis in causis Fidei, Lisboa, 1630, L. 1•
c.n, núm. 1, pip. 92v. .
' &sp. •Ad comulta veoua• ad Bul¡¡aroa (13 nov. 1866), en H. Dezmget,
Encbiridion symbolo,um, Bucelona-Friburso, 196,, XXXIII ed., pá¡. 214.
6 Pt~Ttidt~s 4.2.,,

e m
El delito de bigamia y la Inquisición española 129

p Jo general, la prueba era cuestión difícil porque, precisamen-


otr tt'po de matrimonio solla ser el expediente al que recurrían
te, es e f , d' d bl' .
quienes, por la razón que. uere, ~o qduenan o n~ yo
tan. ardplu tct-
dad a su unión; sin testtgos y stn ~cumentac10r; escnta e act~,
en cualquier momento postertor los conyuges .podtan volverse atras
sin mayor inconveniente, quedando en apaneneta hbres para contraer,
cada cual por su lado, un nuevo matrimonio. Este posterior matri-
monio daría lugar a una situación de bigamia sólo conocida por las
partes que contrajeron en secreto el primero, por lo que si ambas
actuaban de acuerdo resultaba imperseguible y permanecía impune.
Mayores trastornos sociales crearon las separaciones unilatera-
les por iniciativa de uno de los cónyuges en contra de la voluntad
del otro, incapaz de demostrar la existencia de un vínculo del que
no existía más prueba que su palabra. Multitud de testimonios litera-
rios ilustraron, en los siglos xvr y xvrr, la dimensión dramática del
tema del seductor malicioso que se otorga por marido de una don-
cella para abandonarla después y contraer públicamente un matri-
monio de conveniencia 7 .
El Decreto T ametsi, aprobado en la sesión 24 del Concilio de
Trento, terminó con el problema:

~verum, cum. Sancta Synodus animadvertat --dice- prohibitiones iUas


propter hominum inoboedientiam iam non prodesse, et gravia peccata per-
pendat, quae ex eisdem clandestinis coniugiis ortum habent, praeserim vera
eorum, qui in status damnationis permanent, dum priore uxore, cum qua
clam contraxerant, relicta, cum alia palam contrahunt, et cum ea in perpetuo
adulterio vivunt; cui malo cum ab Ecdesia, quae de occultis non iudicat, suc-
curri non possit, nisi efficacius aliquod remedium adhibeatur ... »

quedó establecido que:

«qui aliter quam presente parocho, vel alio sacerdote de ipsius parochi seu
Ordinarii licentia, et duobus vel tribus testibus matrimonium contrahere at-
tentabunt: eos sancta Synodus ad sic contrahendum omnino inhabiles reddit,
et huiusmodi contractos irritos et nullos essc decernit, prout eos praescnti
decreto irritos facit et mnullat • ...

7 Cfr. C. Rodrfguez-Arango Dfaz, cEl matrimonio clandestino en la _no~a


cervantina», en A. H. D. E., 25, 1955,_ pías. 731-774; E. Gacto. cEl d1vorc1?
en Espafia. Evolución histórica», en Historia 16, julio 1978, núm. 27, pqt-
nas 32-34, y cEI marco jurídico de la familia castellana. Edad Moderna», en
Historia. Instituciones. Documentos, 1984, núm. 11, pqs. 41-42.
1 Conc. Tride,.l., ~e~~. XXIV. De,¡. •Mrilll., cap. l.
no Enrique Gacto
Desde ahora, aunque la validez jurídica del matrim · .
· · ' d epen d"1end o d e1 qmsentlmtento,
· s1gu1o
meo · · , ya sólo s0010t' cano
este f ·
. f ¡ d ur
to cuan d o se h uh 1era ormu a o con arreglo a las form ¡·d d · la e ec
establ ec1"d as por e1 eon~11o,
"1" encamma. das a asegurar una publicidad
a 1 a es
que excluyera los ante no res abusos.
El control eclesiástico sobre la institución matrimonial qued'
completado con las pruebas de soltería, fehacientes a juicio del p~
rroco que bendijera la unión; con la institucionalización de las pro.
clamas hechas ante la comunidad de fieles en días festivos y, por úl-
timo, con la regulación de los registros parroquiales, donde que-
daban consignados los matrimonios con minucioso detalle de cuan-
tos hubieran intervenido en su tramitación y celebración'·
De esta manera, a partir de Trento, quedó cerrado el camino más
importante de cuantos llevaban a una bigamia impune. En lo sucesi-
vo aparecerá ya como un delito con un elevado riesgo de descubri-
miento y represión y los bígamos, por las especiales circunstancias
de su delito, hubieron de recurrir, en sus intentos de ocultarlo para
escapar del castigo, a cambiar de domicilio o a falsear su identidad,
mecanismos de defensa que no cualquier persona estaba dispuesta
a utilizar; ello convirtió a la bigamia en delito propio de gente nó-
mada y desarraigada, de trotamundos 10 , gitanos 11 , braceros 12 , ma-

9 El p'noco deb(a realizar la información previa que determinara la inexis-


tencia de impedimentos, conforme a una Decretal (X.4.3.3) que repr_oduJe
un canon del IV Concilio de Letrán. Vid. también la Const. <<Firmandzs» e
Benedicto XIV (6 nov. 1744); la obligación de proclamar las amonesta~iones
y de r!!sistrar los matrimonios en un libro parroquial, en Conc. _Tnde~t.,
1e11. XXIV, De ref. matrim., cap. l. Vid., además, Ep. encycl. «Satu vobts»
(17 nov. 1741). T·
lO A dtulo de ejemplo, entre los procesos por bigamia tramitados en el_ n-
bunal de la Inquisición de Murcia, que son los que yo he podido exammd'
vid. A. H. N., Sección de Inquisición, leg. 3733, núm. 251, proceso e
Dña. Violante Palomo, que contrajo el primer matrimonio en A~tequera, Y
el aegundo en Cartagena~ leg. 3734, núm. 83, de Catalina, a) FranCisca Melen-
dez, casada en Moratalla y, por segunda vez, en Beas; leg. 3734, núm. 99, de
Josefa Eugenia Alominos, que abandonó a su primer marido en Aldea . del
Rio (Córdoba) y se amancebó con. otro hombre en Calasparra; persegUid~s
ambot por aqu~l. marcharon a Ch1clana, donde se casaron; leg. 3720, nu-
mero 1,, de Andr~s Oliba, vendedor ambulante y temporero del campo;
leg. 3720, núm. 22.1, de Francisco Manzanares, a) «Ancha vidu y «El Trapero»-.
arriero, tratante de ganados y ladrón; leg. 3731, núm. ll'S, de José Dié~uez.
quinquillero. Vagabundos eran tambi~n. en mayor o menor medida, Alvaro
Valverde (leg. 3734, núm. 88), Javier Sirvent (le&. 373,, núm. 276) y Ramón
Gil (leJ!. 37n, núm. 314).
11 VId. A. H. N., Sección lnquÍIÍCÍÓn, lcR. 3733, núm. 133, proceso contra
el Ritano Dominao QuirÓI, a) Antonio Flore•, a) Antonio de Malla, a) Domin-
ao Bermúdez, a) .E.I Botijón•.
11 V1d. A. H. N., Sección lnquloi<:ión, le1. 3731, núm. 102, proceao
El delito de bigamia y la Inquisición española 131

rineros ", presidiarios o, e11: una escala soci_al_ super!or, ~e ~uncio~~­


14
. ue desempeñaban desunos en la admm1strac10n pubhca, mlh-
nos st'q arrendadores de rentas tó , etc. La no bl eza y 1a burgues1a• se-
dtarnetar'ia entre cuyos miembros abundara antes del decreto Tametsi,
e
quedó '
después, ·
en su mmensa mayona, • a1 margen de e11 a.

El problema de la ;urisdicci6n.

Para la doctrina jurídica bajomedieval, la bigamia se configuró


como un delito de fuero mixto, susceptible de ser conocido, indis-
tintamente, por la jurisdicción secular o por la canónica en función
de la prioridad cronológica: el tribunal que hubiera comenzado a
conocer del delito seguiría el procedimiento hasta el final 17 •
En la Edad Moderna, sin embargo, este delito va a caer dentro
de la órbita de una jurisdicción canónica especial, la del Tribunal
del Santo Oficio de la Inquisición, dotado de enorme vis atractiva
sobre toda cuestión que tuviera algo que ver con la herejía. Toda vez
que la conducta del bígamo podía interpretarse como indiciaria de
que éste albergaba creencias erróneas acerca del sacramento del ma-
trimonio, la Inquisición reivindicaría una competencia exclusiva que
en España se le reconoció, no sin problemas, en los siglos xvr y xvn.
contra Francisco Ubeda, a) Lorenzo Marchante; y leg. 3734, núm. 95, p~so
co~tra Fernando L6pez del Castillo, a) Vicente Fernández, que antes de tra-
baJar en el campo había sido soldado de marina y hermano lego en un
convento.
IJ Vid. A. H. N., Sección Inquisición, leg. 3722, núm. 282, proceso
contra Don Juan José Brizeño, cirujano de la Real Armada, y núm. 288, p~
ceso contra Pascual Vázquez; leg. 3731, núm. 99, proceso contra Juan Pmg-
sept; leg. 3734, núm. 87, proceso contra Gabriel Antonio Carrasco, o leg. 3735,
num. 312, proceso contra Gonzalo Talón, maestro de velas.
14 V di. A. H. N., Sección Inquisición, leg. 3721, núm. 20, proceso contn
José Dato; leg. 3731, núm. 117, contra Andrés Muñoz; leg. 3735, núm. 263,
contra Fernando Gondlez, y núm . .309, contra José Sánchc:z.
u Vid. A. H. N., Sección Inquisición, leg. 3733, núm. 121,. proc=>
contra Antonio Gallego y leg. 3735, núm. 326, contra Calixto Antomo de f1·
gueroa, ambos Sargentos de la Real Marina; leg. 3733, núm. 1'H. ~tn
Francisco Mendoza; nUm. 16.5, contra Juan Jardln; núm. 176. contn Gtl ck
Casanoba, a. Juan de Porta; núm. 194 contra Juan Romero; núm. 234. contri
Tom4s Mortln, o) Guzmin; lq. 37'35, núm. 16J, contra .1'*' Meléndez.
todO! ellos soldados.
16 Vid. A H. N., Sección ln'l_uisición, les. 37J.4, núm. 93. ~rocno contra
D. Jos~! de Villanueva, Visitador Juez Subdelegado de Rentas Y Fiel del Muelk
de Cartq:ena.
17 J. de Rojas, Tr«t•tru Jr buntícU, Venecia, 1583. P. 1, núms. ~S4~.
pqa. 54 y aip.; C. Careno, T•.clo/ru .. ., P. II. t. 5, S ), númo. 18-2). P'li-
na• 95-%: «An polypmia ait delictum mixti fori•.
Enrique GactQ
Así, durante siglos, los bígamos resultarán procesados
tualmente condenados, no por los perjuicios 1·urídicos y, even.
, . o económi
51ue s':l con d ucta provocara en el ambao familiar y social · co;
mcurnr en sospecha de fe 18 • ' smo Por

Queda apuntado que la cuestión se resolvió no sin probl


f
p~rq~e, en . e ~cto,
hubo ¡unstas
. . que se es forzaron por encontrar
ema;
cn~e.nos. ob¡euvos que ddtmltaran el ámbito de la competencia in.
qmsnonal dd correspondiente a la jurisdicción ordinaria. Así sobre
un juego de presunciones que daboró la canonística, algunos ~utores
españoles (como Villadiego, Simancas o Gregario López) defendie·
ron que el Santo Oficio debería ocuparse sólo de aquellos casos de
bigamia en la que el matrimonio ulterior se hubiera contraído pú.
públicamente; ello sería indicio de que el bígamo podía mantener una
creencia errónea del sacramento, pensar que era lícito contraerlo
simultáneamente y, por lo mismo, no ocultaba la celebración del
segundo. Por el contrario, cuando el delincuente cambia de nombre,
falsea la documentación previa, etc., parece claro a estos autores
que hay conciencia en el bígamo de estar delinquiendo y deben
conocer los Tribunales ordinarios, porque no hay error en la creen·
cia r•. En cualquier caso, en la práctica se hizo caso omiso de e;tas
distinciones, y la jurisdicción inquisitorial intentó abocar para st de
forma excluyente el conocimiento del delito de bigamia 20
Las Cortes castellanas y catalanas reaccionaron de varias maneras
18 C. Carena, Tractatus ... , P. ll, t. 5, § 2, núm. 13, pág. 95; N. Eymeri~,
Directorium inquisitorum cum commentariis Francisci Pegnae, ~~mM l5 l'
P. Ill, Comm. 24 in fine, vers. Denique, pág. 440; J. Alberghrm,. anua ~
qualificatorum Sanctae lnquisitions in quo omnia quae ad ~llud Trzbunal j 1
heresum censuram pertinet, brevi methodo aducuntur, Colonia, 1740, cap. '
núm. 3, pág. 153. , 5
19 G. Villadiego, Tractatus contra haereticam pravitatem, q. 9, num .. '
pág. 35v., en Tractatus Universis Iuris, Venetiis, 1584, XI, P. Il; CGrbg/~ 1 ~
López, glosa «Mandamus» a Partidas 1.17.16; J. Simancas, De at 0 te~
Ins~itucionibus Liber, ad praecavendas et extirpandas haereses admodum ;_ece-
sarzus, tertio nunc editus, Roma, 1573, Tít. 40, núm. 4, págs. 295-296; epe;
toríum lnquisitorum pravitatis baereticae, in quo omnia, quae ad ~aeresu 8
cognitionem, ac S. lnquisitionis forum pertinent, continenur, Venecia, 15 9 '
véase «contrahenS», pág. 197. .
20 Carena, Tractatus ... , P. 11, t. 5, S 2, núm. 16, pág. 9.5: •verum s1ve se-
cundum matrimonum contractum sít palam, sive clam, semper polyga~us est de
haeresi suspectus». Ibídem, núm. 17: •Ratioque huiusce reí ea est, qu1a polyga-
mus ducendo duas uxores, sive id faciat palam, sive dam, semper facit opus, per
quod diffidet a communi vita fidelium, ab Ecdesiae probatis ritibus et a recbep·
tia Patrum doctrinis et semper abutitur sacramento matrimonii, ex quo a usu
orítur haeresis auspicio»; Simancas, De Catholicis lnslitucionibus ... , ~[t. ~0,
núm1. 8-10, pllg. 296, para el supue1to del cl~rigo que contrae m~trl_monJ?,
entiende que la forma de celebraci6n, pública o privada, no tiene mcJdenciS
10bre la jurisdicd6n, que debe ser en ambot ca1oa la inquisitorial.
El delito de bigamia y la Inquisición española UJ

'ntentar que la jurisdicción ordinaria no quedara del todo des-


plaraadia Así en las Cortes de Monzón de 1521, los catalanes solici-
p az · ' · · ¡¡
taron que Jos inquisidores no se entrometieran sin? en ague _os su-
puestos en los que hubiera constancia de que el bigamo sentla mal
del sacramento del matrimonio; en las restantes casos, la jurisdicción
competente debía ser la episcopal 21 • La petición, contenida en una
larga serie de capítulos que pretendían limitar el campo de acción
del Santo Oficio fue atendida por el Inquisidor General de Aragón,
el Obispo de Lérida, y encontró reflejos en las Instrucciones pro-
mulgadas dos años después:

ltem ordenamos que si algun hombre se casare con dos mujeres viviendo
la primera o una mujer con dos maridos, viviendo el primero, los Inquisidores
no conozcan desta causa, sino en caso que los tales sintiesen o se presumiese
mal sentir del sacramento del matrimonio, pues entonces la jurisdicción es
de los Inquisidores 22.

Aunque confirmado en 1516 por una Bula de León X 23 y, de


nuevo, por el Inquisidor General de Aragón en 1520 24 , el compro-
miso no fue mantenido, porque en 1599 los catalanes vuelven a
suplicar a Felipe II en un Capitel de Cort el cumplimiento de los
referidos acuerdos, pero ahora el rey responde que accede a todo lo
solicitado, excepción hecha de tres capítulos -uno de ellos el rela-
tivo al delito de bigamia- <<per esser materia lo contengut en aquells
tocant a la Fe» 2'- A partir de este momento la bigamia quedará en
Cataluña como delito de exclusivo conocimiento inquisitorial.
Por lo que respecta a Castilla, las Cortes reivindicaron la jurisdic-
21 Pragmaticas y altres Drets de Cathalunya, Barcelona, 1704, voL segon,
L. I, tít. 8, cap. 1, núm. 4, pág. 19: ((ltem si seran trobats alguns Homens
contractar ah dues Mullers, o per contrari, una dona amb dos Marits, lo dit
Reverendissim Senyor Bisbe proveex, y declara, que los lnquisidors no se en-
trametan, sino que mal sentissen deJ Sagrament del Matrimoni, los altees
casos al Ordinari remesas. Plau a sa Senyoria sino que sentissen mal o fosses
sus~tosos de la Fe.»
Instrucciones del Inquisidor General de Arag6n Don Luis Mercader,
de _1514, VIII, en M. Jiménez Monteserin, Introducci6n a 14 Inquisición es-
pano/a, Madrid, 1981, pág. 186.
21 Pragmáticas y al/res Drets de CatbtJlunyd ... , vol. segon, L. 1, tít. 8, ca-
phulo 2, pág. 23 y sigs.: «Bulla de Papa Leo deze en confirmatio dds precc--
dents Capitols, dada en Sanct Pere de Roma a las Chalendas de A¡ost 1516
y de son Pontificar, any quart»>.
l4 lbidem cap. 3, pág. 28: «Confirmaría feta ~r lo Cardenal Adria Bisbe
de Tortosa, e Inquisidor General, deis precrdents Capitols de las Cons de
Montso ya confirmats per nostre Sanee Pare Papa Leo deze .. -•. any 1.520.
25 Constitucions y 11ltres Drets a~ C•tb4lwlly•, Barcelona, 1704, vol. primer,
L. I, dt. 7, cap. 4, pila. 2,,
134
Enrique G
ción sobre la bigamia por la vía de los hechos con d . "'"
. . . suma os leg 181
sob re e11 a en d tstmtas ocastones, estableciendo pe d' andn
graves y atn uyen o a recuente comisión del delito 1 h h mas·
'b d 1 f nas ca a vez
castigarse con una sanción condigna 26 . a ec 0 de no
Pero en este reino los testimonios jurídicos producen 1 ·
. ' .d,e que -a1 menos hasta bastan te avanzado el siglo xvn-
ston a trnpre
1;
cuesuon se mantuvo confusa en orden a la implantación de un
nopolio inquisitorial. Hacia la mitad del siglo xvr, por ejemplo ~.
varrubias escribió que la práctica había impuesto en Castilla Ja'pena
de la marca, característica del ordenamiento secular, como veremos"
Por la misma época, Antonio Gómez ratifica su testimonio, al alir:
mar que en su tiempo la sanción correspondiente a la bigamia es la
de la marca, impuesta por la justicia civil 28 • En cambio, pocos años
después, Simancas sostenía que, con frecuencia (así pues, no siempre),
de este delito solían conocer los Inquisidores de la herética prave·
dad, por ser inherente a su Tribunal juzgar sobre el abuso del sacra·
mento y sobre la sospecha de herejía derivada de él"·
Alguna referencia literaria parece, en efecto, confirmar la opi·
nión de Covarrubias y Gómez, como el chascarrillo que se recoge
en los Cuentos de Garibay, del siglo XVI:
26 Cortes de Segovia de 1532. Petición 79: «ltem, suplicamos a vuestra
magestad, que porque la pena de la ley del Ordenamiento real. contra los ~ue
se casan dos vezes es liviana, atenta la inmoralidad del dehcto, Y mue_ os
malos hombres se atreven a casar dos vezes en ofensa de Dios nuestro senor,
y de su sacramento, y en perjuycio de las mujeres virgines y biudas lde su~
deudos, que vuestra magestad mande poner la pena de muerte contra 05 qu
cometieren el dicho delicto.-A esto vos respondemos que mandamos (¡ue ~~
guarden las leyes de nuestros rey nos que sobre esto hablan, Y. aque. as 05
executen.» Cortes de Valladolid de 1548. Petición 105: <(Ütrost suphcamde
a V. M. mande proveer cerca de lo contenido en la petición setenta Y nueve dos
las Cortes de Segovia para que se acreciente la pena a los que se casan s·
vezea, por que asf conviene según la frecuencia del delito.-A est? vos ;da-
pondemos que por ser como es delicto grave y frequente como d~c~s,. ma cas-
mos que las nuestras Justicias tengan especial cuydado de la pumctonll Y las
tigo de los que parescieren culpados, y les impongan y executen e os s
penas establecidas por derecho y leyes de estos reynos. E otrosí, dedLaramd
que la pena de destierro de cinco años a alguna Isla de que habla la ey e
la partida, sea y se entienda para las nuestras Galeras, y que por esto no se
entienda disminuirse las mas penas que segun derecho y leyes de estos nuestros
rcynos se les deviera dar, atenta la calidad del delicto.» O
n D. Covarrubias, De mtltrimoniis, cap. 7, S 3, núm. 11, en Opertl m-
nio l, Genova, 1762, págs. 243·244. La obra apareció en 1,4,, .
28 A. Gómez, Ad leges Taurí commenlarium absolutirsimum, Lugdum, 1~61.
Com. ley 80, p4a. 481, núm. 27: .:Hodie tamen iste talis punitur corpor.aluer
itto modo, nam debet sibi publice imponi signum in fronte ... • La pnmera
edición eo de 1'".
29 Sim•ncJI, De Catholids Institucionibus .. , th. 40, núms. 2-3, p,g. 295
Primera edición de 1569.
· la Inquisición española 135
El delito de bigamta Y
por casado tres veces. Dijo
1 vaban a un hombre a h.erra ll e en la frente
,
1 e ll . y aún por la pnmera lo meresc1a » 30
un caba ero. «

Ciertamente, hacia el tercio final del siglo, 1~ competenci~ del


Santo Oficio resultó teóricamente ampltada, no solo ~n mat.ena de
b' mia sino en general, porque hasta entonces habla vemdo en-
lgad1'end'o de las conductas que supieran manifiestamente a herejía,
ten el Pontífice Sixto V supnm10
pero · " e1 adv~r b'10, d e f orma que, en
adelante, los Inquisidores quedaron ya legitimados para entender de
cualquier comportamiento que indujera a sospecha de herejía, aun-
que dicha sospecha fuera indirecta o no manifiesta 31 •
Por aquel tiempo, Rojas escribía que, en contra del parecer de
los profesores de Derecho de las universidades castellanas, el cono-
cimiento de los delitos de bigamia debía corresponder sólo y exclusi-
vamente a la Santa Inquisición, pero tal vez se trate de una opinión
o de un deseo, más que de la constatación de una realidad 32
Porque un autor tan fidedigno como Castillo de Bovadilla, en los
años finales del mismo siglo XVI, nos presenta a la bigamia como el
típico ejemplo de causa de fuero mixto, si bien reconoce que lo usual
es que juzguen de ella los Inquisidores, sobre todo -afirma- cuan-
do los acusados son moriscos 33 •
Cumplido ya el primer tercio del siglo xvn, Carena considera-
ría aún necesario refutar las opiniones de los autores que defendían
la cmt~petencia de los jueces seculares 34 y, algo más tarde, García de
Trasm1era publica su tratado <<De polygamia et polyviriu, donde se
lame.nta de que en algunas regiones españolas, singularmente en
Cas~1lla, se practique el uso -más bien, escribe, el abuso- de que
los ,1ueces seculares se interfieran en el conocimiento y castigo de este
dehto; porque, aunque la bigamia sea, conforme al Derecho común,

. .J) C~entos de Garibay (siglo XVI), en Soles esJNZñolos o agudeus del inlt-

;~::c~~'jal, recogidas por A. Paz y Mcliá, Madrid, 1964, 2.• ed. de R. Paz,

~ Cfr. Garcfa de Trasmiera, De polygamia ... , L. .3, q. 2, núm. 1, pq;. 21.5.


d.. ]. de Rojas, Tractatus ... , P. I, núms. 541-549, págs. 54 y sigs. La primera
e ICIÓn de la obra es de 1581.
ll 13 J. Castillo de Bovadilla, Política para Correg1doTes y Señores de f)(JStZ·
1 os ... , Madrid, 1775, L. II, cap. 17, núm. 152, plig. 6JJ, ~Ca$0 CV. es contno
OS que se casan dos veces, a los quales castigan los Ordinarios Eclestásucos,
Y nús c~múnmente los Inquisidores, en especial contra los Moriscos, por la
presum~1ón que hay de herc¡(a del abuso del matrimoaio: y cesando el s~to
Y _m~ter1a_ de heregía, y entendido que procede de concupiscencia, como causa
mtxll /or1, también proceden a casti¡o de este delito loa Jueces aealarcs. según
una14Lev real.» La primera edición, Madrid, 1'97 .
. , · é..arena, Trt~cltlltu ... , P. 11, t. '· S 8, núm. 47, p4¡. 99. La primera
edic16n eo de 1631.
136
Enrique Gac!o
asunto de fuero mixto, los jueces civiles debieran ab t
. h l s enerse d ·
tervemr, ya que, por mue o que mu tipliquen las penas 1· • e In
· 'd · amas podr·
como 1os I nqmsr ores, prestar remedro a la salvación de ¡ 1"·
de los reos 35 . as a mas
A mediados del siglo, por fin, parece que las tesis favorabl
la _jurisdicción in~uisitorial terminan por imponerse, y así Hevi,'~~­
lanos acepta ya sm controversra que, pese a ser la bigamia asunto d
fuero mixto, de él conocen sólo los Inquisidores 36 . e
La polémica volverá a replantearse en el último tercio del
siglo XVIII y vino a ponerle punto final teórico, que no real, una (é.
dula de 5 de febrero de 1770, provocada por la reclamación que
efectuó el Santo Oficio para que se entregara la persona de un sol·
dado a quien se le seguía causa por doble casamiento ante el Auditor
de Guerra de Madrid 37 En dicha norma Carlos III ordena al In-
quisidor General que advierta a los Inquisidores de distrito para que
no embaracen a las justicias reales en el conocimiento de delitos
en los que les corresponde a éstas jurisdicción privativa, v que se li-
miten a entender de las causas de apostasía y de herejía, <<sin infamar
con prisiones a mis vasallos no estando primero manifiestamente pro·
bados>> 38 •
Pero la Inquisición no se conformó con este recorte de c?mpeten·
cias, y obtuvo del monarca la convocatoria de una Junta mtegrada
por el Gobernador del Consejo, el Inquisidor General y el confl.
sor del rey, arzobispo de Teba; en 6 de diciembre de 1777 '. .'
Junta emitió dictamen en el sentido de que compete a la JUstlcta
real el conocimiento sobre el delito de bigamia por lo que t?ca. a
las responsabilidades civiles y penales del reo (falta a la fe p~bhca
del contrato, engaño de la segunda mujer, ofensa a la pri.me_r~, mver:
sión del orden sucesorio, quiebra de la legitimidad de la filtacron, ~td.
pero, esto no obstante, otros aspectos debían ser sometidos a la J~rts·
dicción eclesiástica (comportamiento doloso ante el párroco, vahdez
o nulidad de la unión) y aun a la inquisitorial, que debería ocuparse
privativamente de decidir la cuestión de si el bl¡!amo incurre o no
en el delito de mala creencia sobre el sacramento .
l5 Garda de Trasmiera, De polygamia ... , L. 3, q. 1, núms. 1-2, pág. 210;
n6m. 9, pá¡. 211, y q. 8, núm. 14, pág. 263. La obra aparece en 1638.
l6 J. de Hevia Bolafio11, Curia Felipica donde se trata de los iuiztos foren·
ses, eclesiásticos y seculares ... , Madrid, 16,7, P. III, § 2, núm. 17, pág. 126:
«Contra los casados dos vezea en un tiempo se conoce en el Santo Oficio de
la lnquisicion, por la presuncion que ay de heregia .. . »
n Novbima Recopil«ión 12.28.10.
ll Ibfdem.
• ar. Los C6di¡os esptdloles ccmcorddos y tmottldos, tomo X, nota 1 11
Novbim• IUcopil«ión 12.28.10, p4g. 96.
137
. . la Inquisición española
El delito de blgarola y
. en- ha de hacerse de manera tal
one e1 d 1ctam . b
Todo eJIo -ex P. d recíprocamente sm em arazarse,
· · diccwnes se ayu en
que las tres Juns
'd 1
.. , del delito imponiendo ca a una as penas
celando todas la repetlc!On ' d se u~as a otras las personas de los
correspondan y entregan o 40
que l b n despacho de las causas · . 'l
reos par¡ e d" el rey con el dictamen, se remitieron co¡nas de e a
CAon/rm.a o Chancillerías Sala de Alcaldes e lnqu!Sldores de
la.s . u !enclas, .d nte q~e se trató más de una declaración de
d!Stnto; pero es ev1 e ., ¡· . . ¡· 41
b propósitos que de una solucwn de mmva Y e !CaZ ·.
ue~~r lo que respecta al Tribunal de la lnquisk~ón de Murcia, so.bre
el que he podido estudiar alguna documentaClon, parece, efectiva-
mente que los anteriores acuerdos no bastaron para ~esolvc;r los
confli~tos de competencia. Algún ejemplo hay de la rc;sJste.nCla del
Santo Oficio a ceder el conocimiento de las causas de b1gam1a, como
el siguiente:
En 1803, el Auditor General de Marina de Cartagena seguía pro-
ceso por bigamia a un tal Muñoz, presidiario de los Arsenales; ente-
rado el Comisario del Santo Oficio de la ciudad, lo notifica a los
Inquisidores de Murcia, quienes ordenan al Alguacil Mayor que
oficie, instando la entrega del reo, al Capitán General; pero éste con-
testa que tal entrega no procede porque, conforme a la Cédula
de 5 de febrero de 1770, el delito de doble matrimonio cometido
por persona sujeta al fuero militar es de conocimiento privativo de
la Real Jurisdicción. No obstante esto -añade-, siempre que se
le haga ver que el delito por el que se reclama al presidiario fuera
otro, no tendría el menor reparo en entregarle.
Lo~ Inquisidores dan cuenta del caso a la Suprema, y del Consejo
se remite a Murcia un modelo de oficio, para que aquéllos lo firmen
Y lo eleven al Capitán General, del tenor siguiente:

Esta~dose siguiendo causa de fé en este Sto. Oficio contra Andres Muñoz


~~:dia~io en ese Arsenal de Cartagena, se pasó a V. Ex.• por el Com.o ~
d1 Ctudad Dn. Juan de Dios Neri, un oficio con fha. de 21 de sepbre.
r·~ l803, para que V. Ex.• tubiese recluso á disposición de este tral. al refe-
d1; Andres Muñoz; a que contextó V. Ex.• en oficio de 22 del mismo haber
0 las ordenes correspondientes á el efecto y que quedaba á disposición del
Sato. Ofo. '
En
M _su consequen
. · dose en este Tral. la persona dd mencionado
· Y necesitan
c1a,
nt:.ozÁllt:::.~os el mandamient~ oponuno de. prisión, comisionando p.• ello a
corres :di~teMay~~ Dn. Joaqum Fontes; qu1en. habiendo pasado a V. Ex: el
t~r . po Oficio para su entrega, no ha pod1do evacuar su comisión en los
mmoo acordados, oeljÚD resulta del Ofo. de V. fu.• de 25 de moyo de
"'lbid<m.
41 lhldem.
138
Enrique Gacto
~ste año, en que dice que al referido Muñoz se le est' · ·
Cap.' Gral. del mando de V. Ex.' por delito de doble ~~1 gUlendo
1 causa en la
cimiento es privativo de la Real Turisdicción de Marina nm_om~, cuyo cono.
de 5 de febrero de 1770; y que ;iempre que por el Ira!' sse1"\'· Rl. Cédula
su delito es otro, no tendrá reparo V. Ex.• en entregarle. · e e ICJese ver que
E~ste Sto .. O~o. nece~it_a 1~ persona del referido Andrés Muñoz p.• negocio de
fe, que m duecta m tndtrectame~te, puede revelar; en su despacho procedera
c~n _la mayor brevedad; y conclut~o que sea, debolvera al Muñoz a la }uris-
dtcct~n de V. Ex." para que le stga la causa o causas que contra él hava
pendtentes en el Juzgado de V. Ex." Y siendo ésta la practica inconcusa de
todos los Trales. del Reyno en iguales casos, y aprobada por S. M., espen.
mos, etc. 42

Así, pues, el Santo Oficio echa mano al recurso del secreto, v


a la prioridad que se le reconoce frente a las restantes jurisdicciones
para conseguir la entrega del bígamo, burlando el espíritu de las
disposiciones de 1770 y 1777; de este modo los Inquisidores consi-
guen su propósito de abocar para sí la causa en exclusiva, porque
la condición de asunto de fuero mixto impediría el que otros tn-
bunales pudieran volver a ocuparse de ella.
En cambio, algún otro testimonio produce la impresión de que
los Inquisidores hubieron de transigir ante la firmeza con que la
jurisdicción militar reclamaba la competencia para juzgar a los s?l·
dados bígamos, aunque siempre manifestaron reticencias ~o ya_ solo
por una cuestión de principios, sino incluso alegando el tnteres de
los propios reos; porque, afirman, los ministros reales prolongan
extraordinariamente la tramitación de los procesos de btgamaa,1Y
ello se traduce en un aumento innecesario de las penalidades de os
inculpados, a quienes los jueces de la Fe tratan con más benevolen-
cia y humanidad"'.
42 A. H. N. Secci6n Inquisición, leg. 3731, núm. 117, fols. 12-13. T·
41 Ibídem, leg. 3721, núm. 20, fols. 4-5: «Diligencia practicada por el ;r
bunal de Sevilla sobre la justificación de la dilación en el conocimie~~o d:
las causas de los pollgamos entregados al brazo secular, y de la detenci~n 1
~ltol en las Reales Cárzcles en virtud del encargo del Consejo.-El Tribuna
de Inquisición de Sevilla en carta de 29 de noviembre de 74 remitiendo votad¡
en definitiva la causa de poligamia seguida contra Francisco Suarez, naturi
de Galicía, informó a V. A. que sería muy arreglado a equidad no en.tregar 0
a la jurisdicción Real, en atención a que había sido muy buen conf1tent~ Y
que había contrahido casi sin malicia, porque siendo muy larga la dete.n~1ón
que los tales poligamos padecen entregados a la Justicia Real, por la difJCul-
tad que ésta tiene en hazcr la justificacion de los dos matrimonios, sufren
regularmente mayores penas que merezcn sus delictos, y dicho reo era digno
de toda comiseracion, y de que se le comutase la entrega á la Justicia Real
en diez ai\os de deatíerro de la Provincia.
No consta que se tomase por entonces providencia alguna en contrario, sf solo
que te mandó que el Tribunal hiziere informacion de la detencion que los reos
139
. d b. amia y la Inquisición española
El dehto ' tg

La normativa penal.
'd ¡ bt·gamia durante toda la Edad Moderna a la disputa
. . Someu
¿· · ala quea hemos visto los trata d.tstas, a ¡a h ora d e a b or d ar
¡JUtlS ICCJOn
d. de las penas con que ' •
se sancwna ba, hub.teron de prestar
e es~~
atencton
10a cada uno de los ordenamientos jurídicos que reivindicaban

su represión. . .
Así en el ámbito del Derecho secular, el parecer de los ¡unstas es-
tudioso; del Derecho común se manifestó bastante dividido a la
hora de concretar la pena correspondiente al bígamo: la de muerte,
según algunos y la del adulterio, según otros (reclusión en monaste-
rio para la mujer casada y muerte para su cómplice), aunque se ím-
padecían en las carzeles reales, y si se contentaban los Juezes con el testimonio
que se les embiaba. En 1.0 de Julio de este año se presentó en aquel Tribu-
nal un memorial de Josef Dato, natural de Murcia, preso remitido por el
Santo Oficio a disposición del Governador de Cádiz, diciendo que había ocho
meses se hallaba de aquel modo, y aunque ha dirigido tres memoriales con el
fin de que se le siga su causa y tenga término tanto padecer, no ha podido
conseguir más que el que le tomasen una declarazion, y no teniendo otro
recurso, suplica al Tribunal interceda para su pronto despacho. El Tribunal en
27 de Agosto libró comision a uno de sus Ministros para que hiciese con
toda ~autela y secreto una justificazion de la dilatada prision y trabajos que
P.adec1an los reos, y acompañado de otro secretario practicó varias diligen-
Cias ( · .. ) testigos imparciales, pero recelando valerse de los ministros reales
?ue inte:venían en las diligencias y eran los unicos que podian saberlo, le
ue prectso valerse con toda precaucion de personas fidedignas que le han
dado algunas noticias sobre el asunto, con las que informa al Tribunal en su
representazion de 25 de Septiembre:
Que desde. la novedad que causó en el Santo Oficio la Real Cédula sobre
C?~Octmiento de causas de poligamia se han pasado de aquel Tribunal a la
Jelustt~Ia Real seis reos y a todos, exceptuando Francisco Suárez, se les ha
seguido nueva causa asta definitiba.
Que no ha podido averiguar qué tiempo permanecieron en la carzel antes ni des-
pues de la sentencia, ni los embarazos que allan para esto los }uezes Reales,
porque para ello era menester averiguar prolixamente los mismos autos, pero
~ue no pueden finalizarse con la brevedad que en c.l Santo Oficio, por la
alta d~ ~inistros, y multitud de otros negocios que prefieren en lo Real como
más principales.
Que es notorio que los reos entran en la carzel sin tener con que mantenerse,
r además de que por el sitio sufren muchas penalidades, las suf~n mayores por
a e~caaez y calidad de alimentos.
Y finalmente que no ae contentan los Juezes Reales con el testimonio que
se l~s da, si no que les forman causa desde el principio asta el estado ck sen-
tencia, .Por orden dd Real Consejo de Castilla, que ordenó al Señor Theniente
de Sevt~a Don Francisco Ruiz de Albornoz que el conocimiento de la cauu
de se~e)antes reos fuese en integro; excepto en el ultimo que hubo que fue
Francl~o_> Suarcz, que estando pendiente la causa, antes de tiempo lo aplicaron
• preatdt~ por ocho allos sin haber podido averiguar d motibo.
lcsel Tr1bun~l remitiendo a V. A. este informe, representando la imposibi.Ji-
de PriCttcar otras diliaencias ni aclarar mu el uunto dice lo tiauienre: •
140
Enrique Gacto
puso el criterio de que lo procedente era imponer una
.
d mana · que e¡ ¡uez
· · a su arb itrio a la vista de lapena. extr aor.
tasana
cias del hecho y la calidad de las personas". s crrcunstan.
En el Derecho castellano la regulación de las consecuen ·
n~les. del ~elito aparece bastante b_ien perfilada, aunque resul::sdlB:
c1l d1scermr su grado de aphcanon en la práctica, por lo vist
0
propósito de la polémica sobre la jurisdicción. a
En el Fuero Real, por ejemplo, los bígamos eran puestos bajo
el poder del cónyuge inocente, y abandonados a su merced, al modo
con que estaba sancionado el adulterio 45 Las Partidas, a su vez
recogieron la tradición romana con ligeras modificaciones: confisca:
ción de bienes y destierro por tiempo de cinco años"'. En cuanto al
Derecho regio, aplicó a este delito un tratamiento característico: la
pena de la marca para los varones y la entrega de la mujer en poder
del primer marido 47 ; la pena de la marca consistía en grabar con
un hierro al rojo, sobre la frente del reo convicto, una señal en forma
de letra «q», sobre cuyo significado los autores modernos debatieron
ampliamente sin llegar a otro acuerdo que el de coincidir en que el
texto de la ley, que procede de las Cortes de Briviesca de 138!,
quedó corrompido al recopilarse; pero a la hora de resntu1r la versron
original surge una completa disidencia de opiniones. .
Para unos, Montalvo cambió por un círculo con una barra hacra
abajo, es decir, por una <<q», lo que originariamente había stdo u?
circulo con una barra hacia arriba, esto es, una <<b», inicial de bt·
gamo; otros pensaron que debía ser un <<10», o sea, una barra Y un
círculo a la misma altura, al lado, como signo de que sintieron mal
de la fe o, lo que es lo mismo, de los mandamientos. Covarrubtas,
por su parte, afirma haber visto en vetustas disposiciones castella·
nas que la marca era una cruz, testimonio de que los marcados
pecaron contra ella. Algunos sostienen, por fin, que se trataba de un
dos en números romanos, dos barras paralelas, cifra indicativa de que
se casaron dos veces 48 •
Como quiera que sea, Gómez afirma en su comentario a
1"' Leyes de Toro que lo que se practica en su tiempo es la ley de

44 Cfr. P. Farinaccio, Praxis et Theoricae criminalis, pars quarta, Lugdu·


ni, 1613, «De dclictis carnin·, q. 140, núms. 3 y sigs., págs. 456457. Vid. tam
bi~n D. Covarrubias, De matrimo11iis, cap. 7, § 3, núm. 10, en Opera O m
nitJ 1, cit., pág. 243.
45 Fuero Rtlll 3.1.11.
" Partidas 4.17.16.
<7 OrdenanVIS Reales de Castilla ,.U y 8.1,.6.
41 D. Covarrubiu, Dt mtJtrimoniis, cap. 7, S 3 núm. 11, en Opera Om
ni4 1, G<:nova, 1762, P'll· 243-244; ]. de Rojos, 'rr~~etatus ... , cit., P. 1, nú
mero ,44, plip. '4 y 1i11.
141
. d b' amia y la Inquisición española
EJ delitO e Ig
e a los bígamos se les marca con la << q >>
. 'd'¡r con e1 tesumomo
· ·
Monta1vo, de1 fmanera qulo que viene a come!
herrada en a rente, en . 49
. . de Garibay antes menciOnado . . , ,
hterEtDerecho de las Recopilaciones, además, considero al b1gamo
n consecuencia le impuso como pena complementarla
como a1eve y, e ' d 1 . d d b' so
de las corporales la de perdimiento e a mita e sus I~~es .
Carlos I mantuvo las anteriores penas, con la precls!On, de que
los cinco años de destierro de que hablaban las Parttdas :JebJan cum-
plirse al remo en las galeras'.', y Felipe II, q~e supm;u~ la pena d~
la marca añadió a las antenores la de verguenza pubhca y doblo
los años 'de la condena al remo 52 •
Así estaba el panorama normativo del Derecho secular castellano
en la Edad Moderna; García de Trasmiera recuerda la práctica, en su
época ya desaparecida, de algunas otras sanciones, probablemente
enmarcadas en el ámbito del Derecho municipal: «Desnudo el reo
-escribe--, se le unta el cuerpo con miel y se recubre con plumas
de ave; de este modo, atormentado por las moscas, se le exhibe en la
picota, en público deshonor. A esto se llamaba emplumar, y se hacía
también con las prostitutas.>> 53 •
En el ámbito de la legislación canónica, la mayor parte de las
penas establecidas fueron de tipo humillante y espiritual: cortar los
vestidos por delante y por detrás, para mayor indecorosidad, o rapar
la cabellera de las mujeres y exhibirlas de esta guisa por las calles
de la ciudad; infamia, irregularidad, ayuno a pan y agua durante cua-
rc:nta días e imposición de penitencias cliversas por tiempo de siete
anos. Pero todas estas penas cayeron en desuso a partir del mo-
mento en que la jurisdicción eclesiástica ceclió al Santo Oficio la
competencia sobre el delito de biganúa 54 •
. Dentro del Derecho inquisitorial, por último, la bigamia se con-
f~gura como el típico delito merecedor de pena arbitraria; serán las
circunstancias concurrentes en cada caso las que determinen el al-
~ance de la sanción, dentro de un abanico muy peculiar que presenta
tnfluenctas de los ordenamientos jurídicos anteriormente examinados 55•
Del Derecho común se tomó la pena de confiscación de la mitad
gin: ~O~~cz, Ad leges T 11uri Co,eflt4rit4m .. , Com. ley 80, núm. 27, ~­
!0 Ordenanzas Reales de Caslillll 8.7.4.
51 Novísima Recopilaó6n 12.28.8.
" lbid<m 12.28.9.
13 D. Garda de Trasmicra, De polyga,i• .... L. 3, q. 8, núm. 12, pQ. 262 .
. " J. de Rojas, Tr•cldtos ... , P. 1, núm. H,, póa. "' D. Garcla de Tras-
mle~, f?e poly¡amia ... , L. 3, q. 8, núma. 14 a 21, páM,. 263.
So V1d., •••·· J. de Rojas, Troct•tos ... , P. 1, núm. }46, pq. "' A. de
usa, Aphoru""···· L. 1, c. ),, núm. 19, p.Q. 94v.
142
Enrique Gac
10
de los bienes del bígamo sin hi1·os que habl'a 'b'd
. • reCl ya
tura1eza en e1 ordenam1en to regio castellano d d 1 carta e na.
1 0 d
que ague'1 f ue cons1'd era d o aleve 56 aunque 'la esfr e e mom . ento en

d e 1os reos, que sue1en ser gente menesterosa • ecuente md .
. , que1genc~a
, d etermmo p
veces aparezcan ~n las sentencias sanciones económicas. ocas
Del ordenamiento castellano se adopta la pena de gal "
1a re ferenCla· d' · 1 . eras con
denc1a . d or maria. a os cmco años que ' en caso de mu lt'memc¡. '· .
o e presenCia de otras circunstancias agravantes p d
llegar al límite de los diez establecido por Felipe II y que ;e r~~ ..
cen a cuatro o a tres, siempre que los jueces encuentren en el reo
algún motivo de excusa o justificación, como haberse mostrado
pronto y humilde en la confesión del delito, ser menor de edad, dar
más muestras de vergüenza y dolor de lo que es usual por el crimen
cometido, etc. En casos como estos, afirma García de Trasmiera,
los jueces pueden aminorar las penas, como corresponde a la acos-
tumbrada benignidad de nuestro Tribunal, que desea la enmienda
antes que la dureza del castigo 58 .
Una de las características mejor perfiladas del Derecho penal del
Antiguo Régimen, la utilidad de las penas, encuentra manifestación
en este punto, en cuanto la doctrina comenta que no debe señalarse
pena de galeras de duración inferior a los tres años, porque el for·
zado emplea los dos primeros años en aprender a mover adecuada·
mente el remo, y sólo a partir del tercero su esfuerzo comienz~ a ser
rentable, así que si se le condenara a remar por uno o dos ~nos, el
galeote, más que una ayuda sería una carga para el Ílsco reglO Y no
se ganaría ni siquiera la manutención 59 •
Las galeras estaban conceptuadas como la más grave de las
penas corporales, más terrible aún, para algunos autores, que la misma
pena capital. Por ello, quienes defendían la tesis de que el Santo
Oficio debía ocuparse privativamente del conocimiento del dehto de
bigamia, utilizaron el dato de las frecuentes condenas al remo como
argumento frente a los autores partidarios de que fuera competen-

56 Vid., vgr., Simancas, De Catholicis lnstitucionibus ... , Tft. 40, núm. 6•


pág. 296. ' 6
57 Vid., vgr. Simancas, De Catholicis institucionibus ... , Tít. 40, nym· '
pág. 296; J. de Rojas, Tractatus ... , P. !, núm. 546, pág. 55; Carena, Lct¡·
tus ... , P. 11, t. 5, S 12, núm. 61, pág. 102; A. de Sousa, Aphommt ... , · •
c. 3~' D~Ga;~~ PJ:· f!:~iera, De polygamia .. ., L. 3, q. 8, núms.
2' Y 26,
pág. 264 y númo. 28, 29, 30 y 32, pág. 265. . h
!9 Sobre el fin utilitario de la pena, cfr. F. Tomás y Valiente, El. Derec 0
P••al de la Mo•orquia Absoluta (siglos XVI-XVII-XVIII), Madrtd, 1969.
Ptip. 357 y si&s.; vid. también D. Garda de Tusmiera, D~ polygamta ... , L. .3,
q. 8, núm. 33, pia. 26,,
El delito de bigamia y la Inquisición española 143

· · di'cción secular, que acusaban a la Inquisición de imponer


te 1a JUr!S
penas ta": suav~s que no asusta b an n1· d'1suad'1an a1 pue bl o d e come-
ter tal cnmen . _
Por razones de decoro, a las muJeres se les conmutaban los anos
de galeras por otros tantos de. destierro, lo !"ismo que a los ,yarones
que presentaran incapacidad fis1ca para el eJercicio del remo .
Del Derecho canónico los Inquisidores tomaron la pena de
la vergüenza pública, prevista también en el Derecho secular para
éste y otros delitos: el reo salía a desfilar por las calles acostumbra·
das con los demás herejes, tocado con la coroza que identificaba su
pecado (un hombre pintado entre dos mujeres, o una mujer con dos
hombres) hasta llegar al tablado o a la iglesia en el que se celebraba
el auto, donde se leía públicamente la sentencia 62 .
Con la vergüenza se combinaba casi siempre otra pena de
rancio abolengo canónico, la fustigación, que se solía administrar
al día siguiente del auto, también de forma itinerante 63 • Ambas
sanciones (vergüenza pública y azotes) se convirtieron en las penas
más usuales de la bigamia, las que sufrieron la mayor parte de los
varones y prácticamente todas las mujeres; la Inquisición española se
aparta aquí, precisamente, de algunas otras prácticas europeas que,
por las mismas razones de honestidad que las libraba del remo eximía
también a las mujeres de la flagelación 64 • La libre apreciación judicial
hacía oscilar entre cien y doscientos el número habitual de azotes
Y la doctrina resalta, como un signo más de la benevolencia del
Tnbunal el detalle de que los reos, a diferencia de los condenados

"' D. Garda de Trasmiera, De po/ygamia .. ., L. J, q. 10, núm. 7, pági-


nas 2?6-277: « ... Et addit praccitatus Muta quod ipsa poena triremium est
crudehs et quod est ipsa morte naturali terribilior ... ; .. .Haec ideo ad.notavi
non quia nostrum Tribunal froeno indigeat in poenis, mature enim in illis
solet procedere; sed potius ut satisfacere iis, qui supra vidimus ... cupiebant
~une bigamiae casum ad lnquisitores non pertinere, quía scilicet non soler
1ta acriter puniri hoc delictum, ut commeretur.»
61 A. de Sousa, Aphorismi ... , L. I, c. 35, núm. 20, pág. 94v.; D. Garcla
de Trasmiera, De polygamia ... , L. 3, q. 11, núm. 38, pág. 286, apunta que a
las mujeres no se les impone esta condena cvd ob indecentia.m vd etia.m ob
corporis tenuitatem».
62 Simancas, De Catholicis lnstitucionibMs ... , Tft. 40, núm. 6, pQ. 296;
Carena, Tractatus ... , P. 11, t. 5, S 12, núm. 61, pág. 102; Garda de Trism.ien,
De polygamia .. ., L. 3, q. 10, núms. 9-12, PÓIS· 277-278, y núms. 43-4,, p4-
gina 287.
63 Garda de Trasmiera, De polygamia ... , L. 3, q. 10, núms. 1-6 y 12, ~
ginas 276-277; Sim.ancas, De C•tholicis lnstitr¿cio11ib.u ... , Tft. 40, núm. 6.
poi¡. 296; Carena, Tractatos ... , P. Il, t. '· S 12, núm. 61, póa. 102; Sousa.
Aphorismi .. . , L. 1, c. 3,, núm. 20, poi¡. 94v. .
M Sousa, Aphorismi ... , L. 1, c. 3,, núm. 20, pq. 94v; Garcfa de Tnmue-
ra, De polygam;a ... , L. 3, q. 10, núma. )7 y 38, pq.. 28,·286.
Enrique Gacto
por los jueces seculares, no corrieran con el d
dugo "-'. gasto e pagar al ver-
Acorde también con los principios de eneral .,
Derecho penal del Antiguo Régimen tan~o e .aceptacion en el
1 S Of . . • omun como p ·
e anto ICIO consagró el de desigualdad de las p atno,
·' d ersonas ante la 1
pena1 en f uncwn e su categoría social en los delitos castig d ey
el de bigamia, con penas arbitrarias 66 . Así salvo en algu' a os, como
· 1 d 1 1 ' n caso par.
t1cu arment~d escdan ~oso, . '?s nobles s_e vieron exentos de sufrir
penas cons1 era ~s tgnommtosas, lo m1smo que los clérigos y los
burgueses de fa~tha honesta y nca, asimilados a ellos. No portaban,
pues, la coroza mfamante en el afrentoso desfile penitencial 67 . En
lugar de ir a galeras, eran condenados a ejercer la milicia en las tri-
rremes o en los presidios, sirviendo como hombres de armas 68 , o se
les imponían penas de destierro, relegación y cárcel 69 ; los azotes
se les solian conmutar por sanciones pecuniarias 70
Sanción específicamente inquisitorial fue la abjuración por la
sospecha de herejía a que la bigamia daba lugar, y que era, en último
término, lo que justificaba que el Santo Oficio entendiera de la
causa; solla hacerse públicamente, en el tablado, como colofón del
desfile penitencial, aunque los nobles podían realizarla en privado_11 ·
Aquí la Inquisición española muestra otra peculiaridad que la distm-
gue de las restantes Inquisiciones porque, salvo en supuestos muy
específicos, la abjuración era de levi, como correspondiente. a un
reo sobre el que gravitaba una sospecha ligera de heterodoxia; en
los demás países europeos la Inquisición consideraba al bígamo fuerhte·
mente sospechoso y, en consecuencia, le obligaba a abjurar de ve e-
men ti 12 •
65 García de Trasmiera, De polygamia ... , L. 3, q. 10, núms. 9-10, pág. 277 •
y núm. 24, pág. 279. b 1
66 Cfr. F. Tomás y Valiente, El deTecho penal de la Monarqula a so uta .. '
págs. 317 Y sigs. • 279
67 Garda de Trasmiera, De polygamia .. ., L. 3, q. 10, núms. 21-23, pag. '
y núms. 43-46, pág. 287; también q. 9, núm. 54, pág. 275. d T
61 Sousa, Aphorismi ... , L. 1, c. 35, núm. 20, pág. 94v.; Garda ~
miera, De polygamia . .. , L. 3, q. 9, núms. 38-39, pág. 273, y q. 10, num.
'ti''
•~-
., Garda de Traamiera, De polygamia .. ., L. 3, q. 9, núm. 39, pag. ·m '
y núm. 52, pág. 274.
'70 Sobre la existencia de un estatuto penal de la nobleza en el derecho 6
co8·
mún, Garda de Trasmiera, De polygamia ... , L. .3, q. 9, núms. 6-15, págs. 2 ·

,.;l
270. La justificación de este trato discriminatorio. ibidem, núms. 19-37, .Pá·
ginas 270-273, y núms. '0-,1, pq. 274. Para el r~aimen aplicable a las b1ga·
mu nobles, ibldem, núm. 16, pig. 270.
11 Garda de Trasmiera, De {oly¡amia .. ., L. 3, q. 9, núm . .'54, pág. 275.
n Carena, Traclatus ... , P. 1 , t. '· S 11, núms. '7 y .'59, pág. 101; en
núm. '8 ae pronuncia en favor de la racionalidad de la práctica italiana fren-
. d b•'gamia y la Inquisición española 145
El delito e
d · a ¡'ustifica esta peculiaridad apelando a la mayor indul-
La
· d octrm
1 Inquisición hispana y a su comprens1on ·' d e 1a f rag1·1·d
1 ad
gencla e a
1 h ano Puesto que presupone que, sa 1vo prue b a en contra-
de ser um • b' ·
rio 0 presencia de indicios muy fundados, los !gamos mcur_re_n en su
delito impulsados por las pasiones, concretam_ente por la lascivia o por
la codiciosa avidez hacia la dote de las mu¡eres. Pero tal;s presun-
'ones no sirvieron para desvanecer la sospecha de here¡Ia, aunque
~~ el nivel de leve porque, como he dicho, sólo ella legitimaba la in-
tervención de los jueces inquisitoriales 7'-
Unicamente cuando el reo hubiere vivido o tenido comunicación
con los habitantes de las provincias infestadas de herejes luteranos
o calvinistas, cuando procediera ex gente mahometanorum o cuanrlo
hubiera reincidido en el delito, la sospecha y la consiguiente abjura-
ción ascenderían al grado de vehementes, porque entonces se con-
sideraba ya probable que en la base de la bigamia anidara no tanto
la fuerza de los apetitos cuanto la presencia de una creencia des-
viada 74 •
El marcado centralismo de la Suprema, que controlaba muy de
cerca la actividad de los tribunales de distrito dio origen a la con-
solidación de una praxis que, sobre el principio ya señalado de la
arbitrariedad de las penas, contribuyó a configurar una cierta tipolo-
gía de las mismas, de acuerdo con la mayor o menor malicia del reo,
con la existencia de causas de justificación o de excusa, con la cate-
goría social de los intervinientes, etc.
De este modo, la doctrina desarrolla unos principios generales de
observancia bastante común por los clistintos tribunales españoles,
como son:

te a la hispánica; Garda de Trasmiera, De polygamia ... , L. .3, q. 10, núm. 12,


pág. 277; Alberghini, Manuale Qualificatorum ... , c. 27, núm. 10, pág. 155.
73 Simancas, De Catholicis lnstitucionibus ... , Tft. 40, núm. 6, pág. 296;
Alberghini, Manua/e Qua/ificatorum ... , c. 27, núms. 10 y 11, págs. 155-156.
74 Carena, Tractatus ... , P. 11, t. 5, § 11, núm. 58, pág. 101, pone de
manifiesto la inconsecuencia de que en España los bígamos reincidentes sean
S<;>spechosos de vehementi, «ex duabus enim levibus suspicionibus non insur·
Blt suspicio vehemens»o; Alberghini, Manuale Qualijicatorum ... , c. 27, núm. 3,
pág. 153, y núm. 12, pág. 156. Contradice los argumentos de Carena en nú·
meros 14·17, págs. 156-158; Garda de Transmiera, De polygamia ... , L. 3, q. 7,
núm. 32, pág. 258. Por lo que respecta al Tribunal de Murcia, de las ochen-
ta causas de bigamia que he consultado, sólo hay noticia de un reo, casado
tres veces, obligado a abjurar de uehementi: «Francisco Rodrfsuez, barbero,
vezino de antequera, estante en murcia, por casado tres vezes ron mugeres
virBenes; bela, soga, coroza. abjuró de vehementi; trezientos azotes, ~co amoa
de aaleras.. (AHN, Sección Inquisición, lea. 2022, núm. 1, fol. 5).
146
Enrique Cacto
l. Sustitución de la pena de galeras por 1 d ·¡·
.
a cmco - cuan do e1 de 1'!lo no llegaba a perfeccion
anos a e ex¡ lo de uno
en los supuestos de intento 0 conato. arse, es decir,
2. Reducción de tres años v aun supresión de 1 d
. ., b. ' d 1 . a con en a al
remod y Íeb-lsJon tam h1eb. e os azotes, aunque no de la vergüenza
c~an o ed tgl amdo no ub teradcomumado ':'1 matrimonio posterior ~
mnguno e os os, so re to o st el motivo había sido el arr '
timiento. epen-
3. Reducción del tiempo de condena en las galeras a menos de
cinco años si el reo contrajo el segundo matrimonio impulsado por
la coacción, el error, la fuerza o el miedo grave.
4. Supresión de todo castigo en los supuestos en que hubiera
intervenido desistimiento, es decir, cuando, iniciada la actuación
conducente a la comisión del delito, el agente decidiera voluntaria-
mente no proseguir los actos necesarios para la celebración del ma-
trimonio delictivo 75 •
5. Como circunstancia agravante que provoca una condena a
galeras por tiempo superior a los cinco años, normalmente hasta siete
o incluso hasta el límite de los diez que estableció Felipe II, y que
aumenta además el número de azotes a doscientos o trescientos, la
literatura jurídica alude a la reincidencia o multirreincidencia. Como
ya quedó apuntado, esta circunstancia, por otra parte, puede ~on­
vertir al reo en sospechoso de vehementi, lo que legitimaba al wbu-
nal para interrogarle sobre la intención, recurriendo al tormento 76 ·

Por principio, éste no se utilizaba en España, donde, como


hemos visto, el bígamo es sólo sospechoso de levi, si bien no faltan
autores que, como García de Trasmiera, estiman muy convemente
su implantación en los casos en que el delito no pudiera ser plena·
mente probado 77 •
Porque hay veces, escribe, en que el acusado niega ser él la
misma persona que contrajo el primer matrimonio, y alega que se

75 Carena, Tractatus ... , P. II, t. 5, S 12, núm. 64, pág. 102; Garda de
Trasm1era, De polygamta ., L. 3, q. 8, núms. 34-37, págs 265-266; Alber·
gbini, Manuale Qualificatorum ... , c. 27, núm. 19, págs. 159-160. ,
76 Carena, Tractatus ... , P. ll, t. 5, S 11, núm. 58, pág. 101, y § 12, nu·
mero 62, pág. 102; Garda de Trasmiera, De polygamía ... , L. .3, q. 8, núms. 28-
29' pág. 265.
" Garda de Trasmiera, De polygamia ... , L. 3, q. 7, núm. 12, pág. 255_;
Carena, Tractatus ... , P. Il, t. 5, S 10, núms. ''·56, págs. 100-101, se mani-
fiesta partidario de: administrar tormento a los bigamos sobre la intención,
aunque moderadamente: c ... ad modum torturae huiusce, existimo stand um
e11e consuetudini locorum, ita tamen, ut haec tortura medietatem horae non
excedat ... -..

6. 5
El delito de bigamia y )a Inquisición española 147

• d otro con el mismo nombre. Esto suele ocurrir en mu-


tratarta e · d ·¡ h b' ·
chísimas ocasiones; su ponte~ ? que s_o 1o u tera un t~sttgod, ~que
'
ede hacer? Con 1 a practica es pano a este reo ¡amas po ra ser
~~n~~nado, con lo q~e es más que probable .que el autor d~ un ~:li­
to gravísimo quede hbre de castigo. Y esw sm ha?lar de la mtencwn,
que pudiera conductr al resultado de un cnmen aun mayor, en el caso
de que hubiera error en el m telecto; para no tnCJdu en tan grave ab-
surdo, creo -afirma- que lo mismo que hemos tomado del Dere-
cho común la grave pena de los azotes y la gravísima de las galeras,
así también deberíamos adoptar la tortura 78 •
La aplicación de ésta sí tendría lugar cuando el Tribunal conside-
rara necesaria su administración a los bígamos que resultaran vehe-
mentemente sospechosos de herejía, como en los supuestos ya
apuntados de probársele al reo ascendencia mahometana, o haber
vivido en las regiones luterana o calvinistas 79 •

El perdón del delincuente arrepentido.

Una cuestión importante que debe ser tenida en cuenta dentro


del tema que nos ocupa es el tratamiento que reciben los bígamos
que se presentan espontáneamente ante el Tribunal del Santo Ofi-
CIO ~ los que, convocados por los jueces, se comportan como buenos
confttentes.
, El Tribunal de la Inquisición se diferenciaba del resto de los
organ~s judiciales del Antiguo Régimen en que el arrepentimiento
postertor a la comisión del delito disminuía siempre la responsabilidad
del reo hasta el punto de que, cuando este arrepentimiento era per-
fecto, se convertía en lo que hoy llamaríamos una circunstancia exi-
mente 80 •
Puesto que en la esencia de la jurisdicción inquisitorial radicaba
el principio de que lo que el Tribunal debía procurar era la salvación
del alma del acusado, y premisas de ésta eran el reconocimiento dd
error cometido y el propósito de enmienda, se admitió que la con-
fesión espontánea, como exponente de un arrepentimiento cierto,
eximía de pena al bígamo, al que el Tribunal despachaba con una
reprensión, algunas penitencias medicinales y adj~ración J~ ln>t
secreta, a no ser que el delito fuera conocido públicamente, como
7' Garde de Tusmiera, D~ poJy&tut~l•···~ L. J, q. 7, núms. 29-Jl. prqi-
na ~tid., nota 74; tambi.!n Gatda de Traamiera, Dr poly_,. .. , L. J,
q. ..
~ Cf.':'~1/~~ ~:~.:J:~ D• poly¡-;, . ., L. J, q. U, núm. 8. pq. 308.
148
' . Enrique Gacto
ocurna con Cierta frecuencia 81 El único r ··
. . · equisito exig"d
e1 encausad o no h ub1era sido culpado antes p d 1. I 0 era que
porque e1 per d on ' mqms1tonal
· · · · se otorga en or , a 1a ¡e,
pri· e .Ita. contr
. 1 . l" .
pnmera vez, en a mte 1genc1a de que quien hubier
ncipio solo 1
por a
d e e'1 , o h u b'1era SI'do con d e nado (es decir el reincident
a ya antes goz¡ ad0
demostraba suficientemente con su recaícla que el arre 0 re apso),
no era verdadero 82 . epentimiento
Per? incluso si el pro_ce~o se iniciaba por delación 0 a iniciativa
de los Jueces, el arrepentimiento sobrevenido del reo surtía siem
e~ecto, de. modo que si ~dmitía su culpa y pedía perdón se le im~:e
man sanciones tanto mas moderadas cuanto antes se hubiera pro-
ducido la confesión &J.
No dejan los autores de resaltar el contraste con los Tribunales
ordinarios, en los que el arrepentimiento posterior al crimen no
1 sirve al reo para otra cosa que para acelerar el castigo; y esto es
lógico, admiten, y aun necesario, porque la pena encierra en sí misma
una finalidad ejemplar que no podría alcanzarse si el delincuente
escapara al castigo de sus crímenes por el solo hecho de abominar
de ellos. Por esta razón, aunque confiesen y se arrepientan, se les
sanciona con el mismo rigor, no sólo porque así satisfacen su culpa,
\ sino también para que los demás hombres, a la vista del esca~miento,
se atemoricen y no cedan a la tentación de cometer actos semeJantes •.
Pero en el Tribunal de la fe el planteamiento es diferent;; lo

l
que en él se pretende antes que ninguna otra cosa es la salvaoon de
las almas y ello se consigue, mejor que con el rigor, con la genero-
sa comprensión hacia quienes reconocen su crimen, entre otras
razones, por una de tipo pragmático: el hecho de que la segundad
de que recibirán un mejor tratamiento ha de inducir a los procesa-
dos a realizar una confesión sincera de sus pecados 85 . 1
Conviene precisar aquí que la confesión procesal en el Tnbuna
del Santo Oficio ha de entenderse, para que surta los efecto~ de que
venimos hablando, en los mismos términos que la confesion ;a~ra·
mental, a cuya imagen se configura y de cuyos requisitos participa;
así que para gozar del perdón es necesario que exista en el reo
dolor de corazón, nacido de la conciencia del horror al pecado Y no
sólo del pesar por la vergüenza o las humillaciones que el procesado

•• Ibldem, L. 3, q. 1,, núms. 2'-'3, p4ss. 310-316.


l l Ibldem, L. 3, q. 1,, núm. 20, p4s. 310.
13 Carena, TracltJtus ... 1 TrllCif#Us ... , P. ll, t. ' · S 12, núm. 66, pág. 103:
Garda de Trasmiera, De polygami11 .. ., L. 3, q. 1,, núm. 5, pág. 307.
M Garda de Trasmicra, De pol'j¡amia ... , L. 3, q, 1,, núms. 5-7, pág 307.
y núms. 9-10, poig. 308.
111 Garda de Traamiera, De poly¡amia ... , L. 3, q. 1,, núm. 11, pág. 30R

¿¡a
~
. d bt'gamia y la Inquisición española 149
El delito e
.. ¡ ntananza. Y además, propósito de la enmienda, confesión
° '
adivtne en sin reserva con d e¡acion
" d e comp' ¡·Ices, y satis
· facc10n
·' d e
comp1eta yecir humilde' pet1c10n
. . ' a 1os ¡ueces
. para que 1e Impongan
.
0 bra, es
d , . 86
las penitencias qu~ considere~ opoHunas . , .
A este propósito la doctnna discurre por cauces emblemattcos, ,
glosando la significación del escudo del Santo Oficio, donde la cruz !
central aparece flanqueada por la espada, símbolo de la justicia, y/
por el ramo de olivo, que representa la misericordia y la benevolen~'
da con que el Tribunal acoge al pecador que se muestra dispuesto a
la enmienda III.
Como ha quedado dicho, el arrepentimiento se considera pleno
y evidente cuando el reo se presenta ante los jueces para confesar su
crimen, sin haber sido llamado, antes de que el Tribunal tuviera in-
dicios, sospechas o noticia del mismo 88 .
Pero este modo de considerar el delito presentaba también su
envés: si el acusado no lo reconocía, o lo confesaba sin manifestar
arrepentimiento, o sostenía que era lícito casarse en vida del anterior
cónyuge, quedaba ipso /acto convertido en reo pertinaz; en este
caso, la sospecha de herejía quedaba confirmada y el acusado, que
lo era ya de herejía perfecta, en el supuesto de persistir en su
creencia, podía acabar entregado al brazo secular para su relajación
como reo impenitente. En este sentido los autores no olvidan apun-
tar,. aunque con un planteamiento que parece más académico que
reah~ta, que la bigamia debe reprimirse con la muerte si el reo
convicto se empeña en defender que es lícito contrater varios ma-
tnmonios simultáneamente 89 .

La complicidad en el delito de bigamia.

Un delito frecuentemente anejo al de bigamia, sobre todo a partir


del Concilio de Trento, es el de falso testimonio emitido para facili-
tar la celebración del matrimonio ilícito; al requerir la burocracia
eclesiástica la constatación de la libertad o soltería de quienes aspi-
ran a contraer nupcias, aquellos que, estando casados, intentaban ro-
86 Garda de Trasmiera, De polygamia .. ., L . .3, q. 15, núm. 12, pág. 308.
lf1 Garda de Trasmiera, De polygamia .. . , L. .3, q. 15, núms. 1-4, pág . .306.
Argumenta, adcmd.s, que d delito de los procesados por la Inquisición atenta
contra Dios, quien perdona siempre al penitente humilde que r«on~ s_u
error; por ello los Inquisidores, que juzgan la causa de Dios, han de segmr
el ejemplo divino, perdonando a los ra:ts y ayudando a la salvación d~ sus al-
mas mediante la imposición de saludables penitencias.
U Garda de Trasmiera, D~ poly¡a,i4 ... , L. .l, q. U, núm. 25, p"a. 311.
" Garda de Trasmiera, Dto poJyg•,;. .. . , L. .l, q. 8, núms . .l7-.l8, p4¡. 266.
Enrique Gacto
meter delito de bigamia se veían obligados a utilizar divers
sos, todos ellos fraudulentos. ·os teCLa-
Hay que tener en . cuenta que
. la
. bigamia presupone 1 ·
a exlstenc .
d e un h ech o ( e1 prtmer 1a
matnmomo) casi siempre público .
el 1 d 1 b ., l . Y noton 0
e~ ugar e ce : rac10n, por o que el dehto, es decir, el matrimo-
niO segundo, deb1a Intentarse en otra parte, por lo general alejada
del ~ueblo de origen o de aquel donde tuvieron lugar las primeras
nupcias, esto es, en donde no hubiera constancia del anterior casa-
miento; con mucha frecuencia, para mayor seguridad, el delincuente
toma la precaución adicional de cambiar su nombre 90
Y a se dijo que en la inmensa mayoría de los casos el bígamo es
una persona desarraigada, un forastero que llega, por ejemplo, a una
población en la que se establece por algún tiempo. Cuando prepara
su segundo matrimonio suele reclamar del cura de su pueblo el cer-
tificado de bautismo, y a veces esto basta, porque pudo ocurrir que
saliera de allí célibe y se casara en alguna estadía de su peregrinaje,
por lo que en el documento no hay ninguna anotación, y hace fe de
su soltería. Otras veces recibe el certificado en el que consta su
condición de casado y falsifica el escrito o lo redacta él mismo 91 -
0 bien adopta el nombre de una persona de su pueblo que sabe
que es soltera (un hermano, un pariente) y pide el documento a
nombre de ésta 92 • E incluso puede cometer el delito en su propio
"' Vid., por ejemplo, AHN, Sección Inquisición, leg. 3733, núm. 133,
sobre el doble matr.imoni? del gitano Domin.go Quirós, cas~do en Ron?a baJo6
el nombre de FranciSCO Pmeda y en Baza baJO el de Antomo Malla; num. 17
sobre el ddito de Gil de Casanoba, casado primero en un lugar próx1mo. a
Zaragoza con nombre de Juan de Porta y años después, con el suyo PI0 I:10
en Ceuta; núm. 199 sobre el delito de Luis Box, casado en Toledo y doce ano¡
más tarde en Elche, bajo el nombre de Vicente Borja; núm. 234 sobre e
conato de bigamia de Tomás Guzmán, casado en Murcia, que intenta ca1 sab~
de nuevo en Guadi:x con el nombre de Tomás Marín; núm. 251 sobre 8 l-
gamía de Violante Palomo, casada en Antequera y después en Car~agen~ cc:r
el nombre de Violante Castillo; leg. 3735, núm. 276, doble mammon!O de
Javier Sirvient, primero en Valencia y luego en Jerez, con el nombre e
Francisco Miralles, etc.
91 Es el caso de Gabriel Antonio Carrasco, que presenta, en la i-':lforma-
ci6n previa a su segundo matrimonio .:una fe de muerte de su muger fu~ada,
segun auena, por el cura de Santa Maria de Ezija, y legalizada con 3 notanos»;
el cura de la citada parroquia declara «que no ha havido cura con tal nombre,
ni tales escribanoo en Eziia•. (AHN, Sección Inquisición, leg. 3734, núm. 87);
una falsa partida de enterramiento de su primera mujer pre1ent6 también Fer-
nando Gonúlcz, el Elche, para cuarse en Málaga (AHN, Sección Inquisición,
,37J{,:
lq.• 1fi'N~6~i6n lnquiaición, leg. 3734, núm. 83, sobre el ddi10 de
Catalina Mcléndcz, ca1ada en Moratalla y dcspu~s en Beas, tomando el nom·
bre de una hermana muerta; le¡. 3731, núm. 102, aobre la biaamia de Fran
cilco Ubeda que vuelve a caurae tru 1uplaotar la periOMlidad de Lorenw
El delito de bigamia y la Jnquisici6n española

pueblo natal, el que regre~a después de un período de ausencia en


otras tierras, donde celebro la pnmera boda, ocultando al volver que
se ha casado fuera.
En todos estos casos el reo actúa por su cuenta, sin acudir a la
colaboración de terceros; su conducta es plenamente dolosa, por lo
que, corno mínimo, se le impondrá la sanción tipo de los cinco años
de galeras, más los cien o doscientos azotes, vergüenza y abjuración
pública de levi.
Pero no resulta raro que el bígamo recurra a la declaración de
testigos que respondan de su soltería. En estos casos, el reo suele
presentarse en el pueblo donde no lo conocen y comportarse de ma-
nera que consigue crear, en el círculo social en el que se desenvuelve,
un clima de opinión favorable a su estado de soltería. De este modo,
cuando se presenta la oportunidad de contraer el segundo matrimo-
nio, el bígamo convence a algunos amigos para que declaren ante
el párroco que le conocen desde hace tiempo y que les consta la in-
existencia de un vínculo anterior. Para dar mayor énfasis a estas de-
claraciones y conseguir que el párroco considere suficientemente fun-
dada su convicción y prescinda de más averiguaciones, no es infre-
cuente que tales testigos, fiándose del reo, declaren que le cono-
cen desde siempre, o desde mucho tiempo antes del momento en
que realrnen te le conocieron 93 •
Mayor malicia encierra la conducta de otros testigos que emiten
su testimonio por dinero, a sabiendas o no de la condición de casado
del reo, o por consideraciones relacionadas con el honor, por ejem-
plo, para apresurar un matrimonio que depure la vergüenza de un
est_upro o de un compromiso con alguna mujer de la familia 94 • O de
qutenes, para neutralizar el certificado del primer matrimonio que ha
llegado a manos del párroco en la información previa a las segun-
das nupcias, declaran tener constancia de que el novio es viudo,
Marchante; leg. 3733, núm. 133, cit. en nota 90, aobre d gitano Quirós, que
se casa valiéndose de la documentación de un primo de su segunda mujer, An-
tonio Malla¡ lcg. 3722, núm. 288, causa contra Pascual Vázquez casado por
aegunda vez valiéndose de la partida de bautismo de su hermano Mariano.
93 Vid., AHN, Sección Inquisición, leg. 3734, núm. 93, proceso contra
Don José de Villanueva y Taboada, en cuya información de libertad _previa 111
segundo matrimonio declaran como testigos Bernardo Belrrin, csc~Jf:tano de
rentas, que afirma conocerlo desde hacia 27 amos y « .. .assi en GaiJcJa ~
en Madrid y Cartaxena siempre le havia conocido libre y soltero•, e l,naoo
Pardo, «que conocía al reo mu de 32 amos avria ... y sabe ... que. el ~ K
havia mantenido libre y soltero ... •· Hay otrm muchos casos parcc1dos.
94 Vid., por ejemplo, AHN, Sección Inquisición, leg. 3734. núm. gg, pro-
celO contra Alvaro Valvcrdc, de cuya libertad dió testimonio M~d ~uñor
<epor hazcr obra de caridad, estando cmbaruawia la novia•, y a lftltaDCia del
padrutro de 9ra.
L52
Enrique Gacto
atestiguando la muerte del primer cónyuge. Y no f 1
1os que ayu d an a 1a comisión del delito confeccionando a tan tampo
'f ¡ co,
tificados de soltería o de viudez 95 • a sos cer
La doctrina inquisitorial resolvió que quienes hubieran t l
cado. ~? falso, o falsificado _documemos para facilitar al bíga~~~ \;
co~u.slOn de su pecado debran ser JUZ?ados también por el Santo
Oücto, en cuanto cooperantes en un dehto sometido a la jurisdicció
de éste 96 • En opinión de algún autor, la frecuerycia con que se pr:
dudan las testificaciones falsas o temerarias, y la ligereza con que
los testigos procedían ante los párrocos en las diligencias previas a los
matrimonios eran debidas a que no siempre estas actuaciones eran
castigadas por los Inquisidores; al limitarse éstos al conocimiento
de la causa principal y desentenderse de estas otras cuestiones acce·
sorias, los falsos testigos quedaban muchas veces impunes, porque
la noticia de su participación en el delito no llegaba a conocimiento
de la justicia secular ni de los Ordinarios, por la calidad secreta de
los procesos inquisitoriales 97 .
La praxis judicial del Santo Oficio consistió en sancionar a estos
testigos falsos, según las circunstancias concretas de cada caso, c~n
penas arbitrarias que, en determinados supuestos de clara mahoa,
llegaban a equipararse con las impuestas al reo principal 98 .

95 Vid., AHN, Sección Inquisición, leg. 3733 núm. 221 proceso contra
Francisco Zerdán, a quien Don Pedro Montilla le' preparó un' falso certificado
de defunción de su primera mujer, que todavía vivia. . .
"' Carena, Traclalus ... , P. U, t. ~. S 13, núm. 67 pág. 103· Alberghmt,
Manuale ... , c. 27, núm. 9, pág. 1~'- ' '
m Garda de Trasmiera, De poly¡amia .. ., 1.3, q. 16, núms. 9-13, pti.gs. 320·
321 y q. 17, núm. 23, pág. 328.
4a Carena, Tractatus,. .. , P. ll, t. '· ~ 13, núm. 67, pq. 103¡ Garda de
Traamicra, De poly¡amta .. ., 1.3, q. 16, num. 12, p4¡¡. 320.
Capítulo 7
INQUISICION Y CENSURA EN EL BARROCO

Enrique Cacto

Voy a ocuparme en esta sesión del tema de la Censura del Santo


Oficio de la Inquisición, sobre el que existe una bibliografía bas-
tante copiosa entre la que yo destacaría tres libros que me parecen
especialmente valiosos: el de Marcelin Dfournaux, La Inquisición
española y los libros franceses en el siglo XVIII; el de Antonio
Márquez, Literatura e Inquisición en España. 1478-1834, y el de
Virgilio Pinto Crespo, Inquisición y control ideológico en la España
del siglo XV 1. Su lectura es bien suficiente para proporcionar una
idea general acerca del alcance que tuvo en España esta institución.
Por mi parte, lo que voy a intentar hoy, más que ofrecer una exposi-
ción lineal del problema, va a ser un ensayo de acercamiento a la
incidencia social del control ideológico ejercido en España por el
Santo Oficio, cronológicamente ceñido al marco del siglo xvn y te-
máticamente centrado en la literatura de creación, dos acotaciones
que nos sitúan en el Siglo de Oro de nuestra Literatura, a mi juicio
el momento más interesante de todo el Antiguo Régimen para anali-
zar la cuestión que nos ocupa.
Para fijar un planteamiento inicial que nos sirva de punto de
partida sería bueno recordar que la censura inquisitorial fue casi
siempre represiva, en el sentido de que recayó sobre obras que esta-
ban ya publicadas. Esto quiere decir que el juicio de la Inquisición
se proyectaba preferentemente en un segundo momento, como un
segundo filtro sobre los libros que hablan superado ya un primer
examen por los órganos administrativos.
l'l
Enrique ~
· · La· .:ensura
'd. previa o preventiva ¡· ue o b.¡etu d · . "'
<:ron ¡un r.:a a partir de una Pr.H•máti··· le rnrnuciO_sa reoul
r j ·¡• j 1 ,a f{
P mnu garon en u e< o el aüu 1'5ll2. en virtud de la e) es atólico;
M ljUt OS . ( O a

tencra para conceder hc:enuas de im¡,resr· -11 d l'h cual la comP<.


. de '11 .
retno e as ti a, ast <:o m u los permi~os jlar·r .. d
u e 1 rus d~nrro del
, 11, d . ' een er en el 1 .
pr~s~s mas a a e su~ fronteras • quedó reconocida a las os rm
des ¡udrcrales y edesrasttca.: al Presidente d ¡ . , ·h· ·iaur_onda-
v a11ad o lr.J Y ("-tu d ad Rea 1 -esta segunda trasladad e as '" anu lenas d
¡ .'
.d 1 . b' d .. 1 . a uegu a Gra.
na a-, a os arzo tspos e 1 u edu, Granada y Sevilla . ¡ b.
pos de Burgos y Salamanca. ' ) os IS·
0

A partir de. 1'554 d sistema se modifica y ya para !u sucesivo la


concesrón de hc:encras yuedará centralizada en el Consejo Real, con-
forme a un procedtmtentu regulado con mucha meticulosidad en una
larga serie de disposiciones: por ejemplo, la PragnHítica de Valla-
dolid de 1'5'58, de Felipe Il; una cédula del misnw rey de 1569,
otra de Felipe lll de 1610; de Felipe IV en 1627 y 1647, rte., to-
das ellas recopiladas en los cuerpos jurídicos de vigencia general.
La más importante de tudas es la Pragmática dada en Valladolid
en el año 1'558 por la princesa doña Juana en numbre de Felipe 11.
En ella se sanciona con la pena Capital la publicación o introduc·
ción en el reino de escritos yue carecieran de la previa licencia del
Consejo Real, o que estuvieran prohibidos por el Santo Oficio. Q~e­
da establecido asimismo un régimen de visitas anuales a las hbrenas
para controlar sus existencias, visitas teóricamente encomendadas a
los arzobispos y obispos, a los corregidores y justicias y, en Sala·
manca, Valladolid y Alcalá, a las autoridades universitarias. Los VI·
sitadores deblan guiarse en la inspección por el Catálogo de hbros
prohibidos que el Santo Oficio había elaborado y que ahora se or·
dena imprimir, con la obligación para los libreros de tenerlo en sus
establecimientos a la vista del público.
De esta disposición se desprende que la censura represiva, es
decir, la censura de obras ya publicadas, era por entonces matena re-
servada a la Inquisición; la práctica, en efecto, había consagrado~n
esta materia un monopolio que iba desde la recepción y tramnacwn
de las denuncias hasta la visita de las librerías que los calificadores
inquisitoriales asumieron de /acto, pasando por la concesión de auto-
rizaciones para leer libros prohibidos.
La censura se podía desencadenar espontáneamente, a través de
denuncias de los particulares, o bien de oficio por los especialistas del
Tribunal, los calificadores, que examinaban con detenimiento las
obras delatadas y, en el supuesto de encontrar justificadas las de-
nuncias, aconsejaban al Santo Oficio que decretase su retirada de la
circulación, o bien, como era más frecuente, que expurgase la obra.
Inquisici6n y censura t'fl t'i B11rroco

En estos casos el Tribunal expedía un edicto particular de prohi-


bición, que obligaba a los libr~ros a entregar los ejemplares alma-
cenados, y a los lectores a destruir o depositar también el volumen
que hubieran adquirido antes de la prohibición de la obra. Si lo que
se ordenaba era el expurgo, debían entregarse los libros para tachar
en ellos los párrafos considerados perniciosos, que serían suprimidos
en las ediciones posteriores. Como he indicado, los libreros tenían
obligación de exhibir en sus tiendas la lista de los libros prohibidos
y expurgados y al Santo Oficio le correspondió también la visita de
las librerías para comprobar el cumplimiento de este deber y para
inspeccionar los almacenes en busca de obras condenadas. Asumió
además el Tribunal el registro fronterizo y portuario de las mercan-
das importadas y el reyuisamiento de los libros llegados de fuera,
cuva lectura no estuviera permitida; le competía, finalmente, la con·
cesión de autorizaciones para leer obras prohibidas, que se otorga-
ban a personas de probada formación moral.
A partir de la mitad del siglo XVI comenzaron a colacionarse las
obras prohibidas y expurgadas en sucesivos 1ndices o Catálogos que
en España aparecen de tiempo en tiempo, con independencia de los
lndices romanos. Inició la publicación el Inquisidor Valdés en 1551
y 1559; para la época que a nosotros nos interesa, los Indices más
importantes fueron el de libros prohibidos de 1583 y el de expurga-
dos de 1584, ambos del Inquisidor Quiroga; el de 1612, de Sondo-
val y Rojas; el de 1632, de Zapata, y el de 1640, de Sotomayor.
Desde 1583 en estos Indices, después de la lista de obras, se
insertaron unas Reglas Generales que contenían los principios o
criterios válidos para la censura de los libros que aparecieron con
posterioridad, lo que permitía a todo lector denunciar con funda-
mento de causa cualquier libro que cayera en sus manos y que, a su
juicio, incurriera en alguno de los puntos expresados en estas Re-
glas. Pero hay que advertir también que, en su mayoría, se trata
de directrices casuísticas e incompletas, y más que resultado de una
reflexión apriorístico que sentara las bases futuras de la censura,
parecen cristalización de la experiencia anterior, como una especie
de síntesis donde aparece extractada la práctica que se había venido
observando en etapas anteriores. Sólo a partir de 1640 cabe advertir
una cierta inquietud sistematizadora.
Pues bien, conviene adelantar ya que ni los Indices Generales ni
las Reglas en ellos contenidas bastan para darnos una idea ni si-
quiera aproximada de cómo fue y qué importancia tuvo la inciden-
cia inquisitorial en la literatura de creación. Porque, como es lógico,
el interés y la desconfianza de los calificadores se polarizaba casi
exclusivamente hacia las obras de teologla, de moral, de piedad, de
1~6
Enrique Gacto
devoción de doctrina cristiana, de exégesis bíblica d
, , . , es ec1r hac' ¡
campos mas expuestos, por su temat1ca a albergar ' la os
· · d ¡ d · f' . ¡ '
Clomstas e a orto ox1a o 1c1a . Son, efectivamente ¡ vanantes b de sv¡a
un contem'd o d e este t1po . 1as que a b arrotan los Indice
' as o ras co n
. · . s, ffilentras
que 1a llteratura recrea uva apenas llene cabida en ellos d' d
· ·' h · d , an anos la
1mf presd10n, muc1 5as vece0sf.e51mvyoca a, de que el género no resultó
a ecta o por e anta lCIO. tampoco la consulta de las R 1
Ge?erales proporcion~ orientaciones definidas, porque la mate:fal~
zaCIÓn de sus md1cac1ones admite un elevado índice de flexibilidad
interpretativa.
Y o creo que para adquirir una impresión correcta de cómo in.
fluyó la censura en el ámbito literario el camino más seguro es el de
estudiar, en primer lugar, las denuncias elevadas al Tribunal de la
Inquisición, que fueron muchas, pero bastantes de las cuales no
prosperaron, por entender los calificadores que no tenían suficiente
fundamento. En segundo lugar, los decretos o edictos particulares
de prohibición, que son menos abundantes. En tercer lugar, los pa·
sajes de las obras que fueron expurgadas, y compararlos con otros
parecidos del mismo o de otros libros, para ver si corrieron idéntica
suerte. Por último, resulta muy revelador, cuando es posible reali·
zarlo, el examen comparativo de los diferentes manuscritos o de las
sucesivas ediciones de una obra que tuviera problemas con la cen·
sura.
Estas son las bases desde las que yo he intentado aproximarme
al tema, y enseguida haré referencia a algunos ejemplos ilustran·
vos. Pero antes de entrar en el examen de las posibilidades que ofre·
ce este enfoque voy a invertir el orden lógico del discurso ant!Cl·
pándoles algunas conclusiones generales que creo pueden ofrecerse
sobre la cuestión, para pasar luego ya al análisis de esos eJemplos,
que, en mi opinión, avalan lo que vengo diciendo.
En primer lugar, como rasgo más sobresaliente de la censura
inquisitorial podríamos destacar el de su arbitrariedad, ente~d¡da
como ausencia de criterios objetivos y firmes que pudieran servH de
referencia al escritor para evitar sus efectos. .
Esta característica, beneficiosa sin duda para los fines persegul·
dos por la Inquisición, debió resultar, en cambio, abrumadora para
los afectados. Benefició a la filosofía latente en la censura, porque,
ante el temor a incurrir en dificultades, el autor de un libro se pen·
saría más de una vez cada palabra, cada frase, cada escena o cada
situación que, en la forma o en el fondo, pudiera ser interpretada
como materia censurable. Y, por lo mismo, hubo de volverse odiosa
para el eacritor, que se convierte así en censor de sí mismo, angus-
tiado por las interpretaciones a que sus palabras pudieran dar lugar·
Inquisición y censura en el Barroco !57

Entra en acción de este modo la autocensura, lo que Márquez


ha llamado censura inmanente, esa represión interna que surge como
consecuencia de saber que existe un riesgo y una responsabilidad, por
Jo que uno escribe, aunque en el momento oportuno se hubiera con-
seguido el correspondiente permiso administrativo para publicar.
En este sentido cobran un interés mayúsculo los manuscritos
originales (para hablar de dos figuras soberanas de nuestras letras),
los mansucritos de Quevedo o de Cervantes, porque nos permiten
sorprenderles en medio de una nerviosa actividad, y casi podemos
verlos corrigiendo, tachando, ensayando variaciones distintas sobre
un mismo tema, expresiones diferentes para decir lo mismo con
otras palabras, en un intento de poner a salvo sus escritos o, al
menos, de hacerlos menos vulnerables ante la amenaza inquisitorial.
Otra conclusión que, a mi juicio hay que resaltar es que, admi-
tida esta inconsecuencia o esta arbitrariedad de la censura, conviene
enseguida matizarla señalando la presencia de ciertas constantes que
atenúan algo la imprevisibilidad de la actividad censoria, aunque
nunca llegan a corregirla del todo, porque también aquí abundan
las excepciones. Vienen a ser algo así como líneas dominantes de
actuación que parecen advertirse en medio de la incertidumbre
consustancial a la censura.
Por ejemplo, tuvo relevancia el estado civil de las personas. Hay
en este sentido una especie de discriminación que se manifiesta en
el mayor rigorismo con que fueron reprimidos los escritores ecle-
siásticos. Lo demuestra, entre otros, el caso de Cristóbal de Casti-
llejo, un cisterciense de vida disipada que se movió en los círculos
cortesanos del emperador Carlos V, a cuya sombra pudo escribir con
mucho desenfado y con enorme éxito; pero después de muertos, él
y el emperador, el Santo Oficio entró a saco en su obra y le tachó
más de mil versos y hasta el título de su libro más popular, el Ser-
món de Amores, que pasó a llamarse Capítulo de Amores. Sin em-
bargo, dicho sea de paso, su nombre no aparece en los lndices.
Otra constante de la actividad de los censores del Santo Oficio
fue la de mantener una cierta tolerancia ante la novela, que contras-
ta con la severidad empleada para depurar otros géneros, como la
poesía o el teatro.
Creo que las explicaciones a esta evidencia habría que buscarlas
en el terreno sociológico. El libro por antonomasia, la novela, tuvo
un ámbito de difusión muy restringido en una cultura, como era la
española, con mínimas cotas de alfabetización; el libro era objeto de
consumo para una clase intelectual minoritaria, de formación supe-
rior a la media, a la que la Inquisición, en algunos momentos, pare-
ce darle un cierto margen de confianza -siempre dentro de un
Enrique G
ord~n- permitiéndole. libertades que no le toleraba al "''
capitulo XXII de la pnmera parte del Qui¡ote vulgo. En el
escena ilustrativa al respecto: nos encontramos una
El cura y el barbero, que han conseguido captur D
'1 a on Q ..
te y vue1ven con e a su pueblo, descansan en una ar vent Ut¡o.
sando en la sobremesa sobre el tema de los libros d a~ 'uco?ver.
ventero dice lo siguiente: e ca a ena, el

No hay mejor lectura en el mundo, y... tengo ahí dos o tres dellos, con
otros pepeles, que verdaderamente ~e han dado la vida, no sólo a mí, sino a
otros muchos; porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí en las
fiestas much~s segadores, y siempre ha~ alguno que sabe leer, el cual coge
uno destos hbros en las manos, y rodeamonos en torno a él más de treinta
y estám.osle escuchando con tanto gusto que nos quita mil canas.. '

He aquí una estampa que nos aproxima a lo que era el libro en


una sociedad como la española de hace cuatrocientos años, que tam·
poco es muy diferente a la de ahora y a la de siempre, porque, si
exceptuamos quizás el siglo XIX, hay que reconocer que la cultura
española, la cultura de masas por lo menos, ha venido funcionando
de oídas, a través de lo que hoy llamamos medios audiovisuales y
en su momento fueron las gestas cantadas por los juglares, los ser·
mones, los autos sacramentales, los tablados de comedia o las alelu·
yas y romances de los ciegos de guitarra. . .
Frente a una cierta benevolencia o a una relativa tolerancia hacia
la novela, la Inquisición muestra su inquietud (en la forma en q~e
puede manifestarla, es decir, a través de la represión) por la poesia
y el teatro, dos manifestaciones literarias de mucha mayor resanan·
cia social, como géneros idóneos que son para la transmisión senso·
rial del mensaje, en los que el pueblo participa sólo como receptor
pasivo de éste.
Esto explica, por ejemplo, que dos autores tan poco sospechosos
de heterodoxia como Lope de Vega o Calderón, que encarnan todos
los valores que la Inquisición defendía, tuvieran problemas con
ella. Lope, familiar del Santo Oficio, como es sabido, vio censura·
das en su tiempo, que yo sepa, al menos dos comedias: El Dwmo
Africano, sobre la conversión de San Agustín, y El castigo sin ven·
ganza, que se retiró de la escena después de una primera representa·
ción. A Calderón se le prohibió el auto sacramental Las Ordenes
Militares. Por cierto, que tampoco encontraremos sus nombres en
ningún Indice, hasta que el de Lope se incorpora ya en !8'01, cuan·
do se le prohíbe una tercera obra, La fianza satisfecha. Podemos
estar seguros de que la Inquisición no sospechaba de ninguno de los
dos, pero al censurarlos estaba pensando en su público.
Inquisición y censura en el Barroco 159

y fue importante, por último, y no debe descartarse de ningún


modo otro elemento subjeti~o que subyace, en la censura:. la amis-
tad la enemistad, la s1mpaua o la anupaua entre los calificadores
de ;urno y el escritor, debieron tener considerable trascendencia a la
hora de decidir expurgas y censuras.
Hay un caso paradigmático en que concluyen las tres circunstan-
cias hasta ahora señaladas como constantes: el de don Luis de Gón-
gora y Argote, clérigo, poeta y poseedor de una larga nómina de
enemigos entre los que se contaban algunos calificadores.
Don Luis de Góngora era hijo, precisamente, del juez de Bienes
confiscados por la Inquisición en Salamanca y en vida tuvo ya algu-
nos incidentes de menor cuantía con el Santo Oficio, como la
prohibición de la letrilla <<¿Qué lleva el señor Esgueva?» y, en Por-
tugal, de alguna que otra sátira suelta.
Como ha puesto de relieve Dámaso Alonso, Góngora, hombre
polémico, tuvo sus más y sus menos con el obispo de Córdoba, que
le había llamado la atención sobre el tipo de vida que llevaba, poco
acorde con la dignidad sacerdotal, pero el episodio no llegó a mayo-
res Y aún se permitió el autor responder a su Ordinario con bastante
ironia y algún desenfado. En efecto, los cargos se concretaban en
que iba poco al coro «y cuando acude a rezar las horas canónicas,
anda de acá para allá, saliendo con frecuencia de su silla. Y habla
mucho durante el oficio divina>>. En cambio, se le ve con frecuencia
en los toros y en tertulias de maldicientes; <<vive, en fin, como muy
mozo, y anda de día y de noche en cosas ligeras; trata con repre-
sentantes de comedias y escribe coplas profanas».
Góngora respondió que en el coro no podia hablar mucho, por-
que estaba entre un sordo y uno que jamás cesa de cantar; y que
no siendo viejo, no podía vivir sino como mozo; que a los toros
no había ido sino unas pocas veces y que, si en sus coplas había
tenido alguna libertad, su poca teología le disculpaba, ya que, en
todo caso, había tenido por mejor ser condenado por liviano que por
hereje, un deseo que iba a hacerse realidad algunos años después.
Difundidas en coplas manuscritas muchas de sus poesías, el poe-
ta conoció una enorme popularidad, pero jamás se atrevió a publicar
ninguna y murió prácticamente inédito, aunque Ja impresión de sus
obras hubiera aliviado sin duda el agobio económico en que siem-
pre vivió. En 1627 muere el autor y a los pocos meses aparece la
primera edición de sus versos que publica Juan López de Vicuña bajo
el titulo «Versos del Homero español», en un volumen dedicado
nada más y nada menos que al Inquisidor General, Cardenal Zapata.
Casi inmediatamente se produce la denuncia del libro por dos de sus
enconados rivales, los calificadores Horio v Pineda.
l60
Enrique Gac¡o
Aflora aquí claramente el caracter ' su b jetivo arb· .
rencoroso de la censura, porque ambos delat ' ttrano y hasta
herida de antiguos agravios de los que toma~res resptraban por la
F H · ·d 'b on venganza p'
ray orto se consi era a ridiculizado en la b d ostuma.
rencias satíricas de Góngora hacia los padres pres a ud antes tefe.
que él ostentaba, mientras que el Padre Pineda h~b;a os .. bdtdgnidad
' persona1·Iza d a. p a rece, en efecto que el fraile
af renta mas a rect
h b't 0. un a
puesto su m · fl uencia,
· que era grande para 'gue en unas ·ua ta tnter • .'
? 1 s1as poett·
cas, en 1as. que prob~blemente fuera ¡uez, no se le concediese a Gón.
~ora el prtmer premio. El poeta. entonces le asestó un soneto donde
¡ugaba con el color del padre Pmeda, que era pelirrojo (el color de
Judas, según la tradición), y con unos comentarios tan largos como
soporíferos que el jesuita había dedicado al Libro de Job, dos cir-
cunstancias a las que otro cordial enemigo del calificador, Quevedo,
sacaría también jugoso partido. El soneto comenzaba así:
¿Yo en justa injusta expuesto a la sentencia
de un positivo padre azafranado?
Paciencia, Job, si alguna os han dejado
los prolijos escritos de su Encía.

Las delaciones ponían énfasis especial en la circunstancia agta·


van te de haber sido Góngora persona consagrada.
El autor -dice un párrafo de la denuncia de Pineda-, mirando pru?ent~­
mente por su honrra, no quiso ni permitió en su vida, que sus. obras se Impn·
miesscn, por lo mucho que desdezían de la dignidad y decencia de s~ estado
de sacerdote, Prebendado de una tan Santa y principal Iglesia de Espana como
la de Córdoba, y capellán de su Majestad a los quales repugnan, ~amo ~?s.as
indecentíssímas, composiciones y obras llenas de todo género de mmun !Cta.
que passando de burlas y chocarrerías (aunque éstas dize s.a~ Bernard~~ ~S~
en boca del sacerdote son blasphemias) passan a pura lascivia Y dese Pd
tura intolerable, y aún picardías, que tal las juzgó el mi~mo. autor tu;i~h~
llamó a su Musa picaril. Las quales son tan comunes y ordmanas en e
libro, que a cada paso se ofrecen. 0
Porque de la indignidad o infamia de un sacerdote se le sigue, com
dtteron bien Crysóstomo y Sidonio Apollinar, infamia y menosc~bo de ~~p~~
tación a todo el estado sacerdotal¡ y se deve ponderar el detrimento
eatimación de la Fee y costumbres ecdesiásticas de la Iglesia de España, que se
avrá causado entre los hereges, a quien ya avrá llegado este libro por manos
y curiosidad de los que andan entre nosotros, tan atentos todos a murmu·
rarnos y aprovecharse de qualquier novedad que nos pueda deslustrar, Y apocar
DUCitra reputación ...

Dc:oentendi~ndooe de ou poeoía ariotocr,tica, como Las Soleda-


des o el Poli/emo, poeoía para cultos, reoaltan los denunciantes el
Inquisición y censura en el Barroco 161

peligro de su obra menor, de su poesía popular, fácilmente divulga-


ble entre las más diversas capas sociales, por estar sembradas de mu-
letillas de rima pegadiza, muy fáciles de retener. El libro resulta
pues, especialmente pernicioso, escribe Pineda. '

Por ser en vulgar, y en verso y composición, y chistes y refrancillos ri-


dículos, es más fácil de aver y más apetitoso de leer, y de acordarse y repetir,
en conversación y fuera della, sus dichos, los doctos e indoctos, varones y
mugeres, religiosos y monjas, y todos estados ..

La censura del Padre Horio, que, dicho sea de paso, denota una
cierta incultura, hacía hincapié en la inmoralidad integral de la obra.
Este era su comienzo:

En un libro de varias poesías que llaman el Homero Español, que recogió


Juan López de Vicuña, dedicado al Ylustríssimo y Rmo. Señor Don Amonio
Zapata, Cardenal de la Sancta Yglesia de Roma, Ynquisidor General, se aUan
muchas proposiciones que totalmente son contra las buenas costumbres, obsce-
nas y deshonestas, indignas que se dedicassen a tan gran Príncipe, indignas
de la dignidad que representa, siendo Ynquisidor General; otras ofensivas de
personas gravíssimas, otras escandalossas. Otras que son libellos infamatorios
contra todos los estados. Otras malsonantes, herróneas, temerarias, heréticas
Y sospechossas en la fe catholica, por cuya causa deven ser expurgadas dd
libro ...

Y termina con esta descalificación global:

Censura.-Siendo así que está tan lleno de sátiras, llenas de palabras suzias
Y dessonestas, y de libellos infamatorios contra todos los estados, que d author
tiene que llorar, si no los a llorado, está lleno de versos contra todas buenas
costumbres, porque ya se ve que enseñar a pecar no es conforme a buenas
costumbres, y las proposiciones erróneas, temerarias, malsonantes, heréticas y
escandalossas que se han referido.. deve su Alt~a mandarle reformar como
cossa que con tantos títulos tiene calidad del Santo Oficio ...

Como consecuencia de estas denuncias el libro fue retirado dd


comercio, aunque, como ha puesto de relieve hace poco Angel Al-
calá en un sugerente estudio sobre las relaciones Góngora/Pineda,
parece que las ediciones posteriores apenas tuvieron en cuenta las
observaciones de los censores. Como quiera que sea, para lo que
ahora nos importa, d hecho es que Góngora, a pesar de la con-
dena de su libro, tampoco aparece en d repertorio de ningún I Mic~,
lo que demuestra una vez más que la realidad de la censura no
puede conocerse sólo a uav~s dd 1111!Uisis de ~stos.
162
Enrique Gacto
Y una vez adelantados ya estos rasgos general
comentario de algunos ejemplos que los ilustran es, voy a Pasar al
Veamos e~ primer lugar. algunos casos relaci~nados con 1
sura por cuestiones de morahdad. • cen.
En lndice de 1612 en .una de sus Reglas Generales, la 7.' de
cretaba la censura de los hbros que <<tratan cuentan 0 en - ' ·
od 1 · d ' senan, en
~- o o en parte, cosas ascrvas e amores, mezclando en ellas hete·
Jias o errores ,en la fe». En este punto, el Indice español se mues.
tra mucho mas tolerante que el romano, que ordenaba la canden
de toda obra deshonesta sin más contemplaciones, aunque no cona
tuviera materia atentatoria contra la fe.
Pero si no vamos más allá de lo que dicen los l ndices y sus Re.
glas, si nos conformamos con la formulación oficial, dando por su.
puesto que el Santo Oficio actuó de manera consecuente con lo esta·
blecido, tendríamos una idea bastante deformada de la realidad de
la censura.
Porque calificadores como los que atacaron la obra de Góngora
alegan esta Regla 7 .• para denunciar pasajes de obscenidad discutible
pero que, desde luego, ni afectaban a la fe ni contenían materia cali·
ficable de herética. Puede servirnos de ejemplo el conocido roman·
cillo Hermana Marica, donde el poeta ha conseguido evocar con
una sensibilidad exquisita que sugiere vivencias infantiles, las pers·
pectivas felices que cruzan por la mente de un chiquillo del siglo XVI
al vivir por anticipado las triviales delicias de un día de libertad, SI
bien al final, como dice el censor, a quien no le falta un punto de
razón aqui, a don Luis se le desboca la imaginación por donde solía,
y «acaba como suele». Se trata de las últimas estrofas, que dicen así:

Jugaremos cañas 1 junto a la plazuela


porque Barbolilla 1 salga acá y nos vea.
Barbola, la hija 1 deJa panadera,
la que suele darme / tortas con manteca
porque algunas veces / hacemos yo y ella
las bellaquerías 1 detrás de la puerta.

Veamos el contraste con un pasaje de La Celestina, entre cuatro


o cinco que hubiéramos podido seleccionar. La Celestina había sido
expurgada por el I ndice de 16 32, que eliminó media docena de
párrafos por contener declaraciones blasfemas con las que Calixto
exalta la hermosura de Melibea; por ejemplo, cuando la compara con
loa ángeles, o en la patética respuesta con que contesta al criado que
le pregunta ai es cristiano: «¿Yo? -responde--. Yo Melibeo soy

_ _ _ _. , ";lli'.t
Inquisición y censura en el Barroco
163

y a Melibea adoro, Y en Melibea creo y a Melibea amo. • Los párra-


fos censurados fueron todos de este tenor.
Pero, en cambio, se respetaron diálogos de increíble libenad
como el que Celestina mantiene con Areúsa para intentar convencer~
la de que se prostituya, con una serie de razones en que la impudicia
aparece envuelta en un mensaje de inequívoco materialismo hedo-
nista:
En el acto séptimo Celestina visita a Areúsa, a la que sorprende
desnuda, y al verla prorrumpe en estas exclamaciones de admiración:
¡Bendfgate Dios e Señor San Miguel, ángel! ¡E qué gorda e fresca que
estás! ¡Qué pechos, e qué gentileza! Por hermosa te tenía hasta agora, viendo
lo que todos podían ver; perJl agora te digo que no hay en la cibdat tres
cuerpos tales como el tuyo, en y_uanto yo conozco. No paresce que ayas quinze
años. ¡0, quién fuera hombre e tanta parte alcan~ara de ti para gozar tal vista!
Por Dios, pecado ganas en no dar parte destas gracias a todos que bien te
quieren. Que no te las dió Dios para que pasasen en balde por la frescor
de tu juventud debaxo de seys dobles de paño e líen9). Cata que no seas
avarienta de lo que poco te costó. No atesores tu gentileza. Pues es de su
natura tan comunicable como el dinero. No seas el perro de ortolano. E pues
tú no puedes de tí propia gozar, goze quien puede. Que no creas que en balde
fueste creada. Que, cuando nasce ella, nasce él, e quando él, ella. Ninguna
cosa ay criada al mundo superflua ni que con acordada razón no proveyese
della natura. Mira que es pecado fatigar é dar pena a los hombres, podién-
dolos remediar.

Una escena como ésta sí que se hallaba incursa en la Regla 7 .•


del Indice de 1612, porque encierra una clara proposición contra d
dogma; en efecto, una de las proposiciones más usuales y perseguidas
por la Inquisición en España fue, como es sabido, la de afirmar que
la relación sexual entre solteros, o pagando por ella, no era pecado.
Y lo que sostiene Celestina aqul va mucho más all,, porque por
dos veces afirma que lo que constituye pecado es que la mujer no
deje al prójimo disfrutar de su cuerpo.
El mensaje resultarla especialmente pernicioso porque cala en
terreno abonado en cuanto enlazaba con una oscura corriente de
simpatía latente desde la Edad Media en los sectores m's incultos (es
decir, m's amplios) de la sociedad española h~ci~ dos santas de
juventud especialmente licenciosa: Santa Elena, strvtenta de un ~
són ascendida a la dignidad de concubina de Constanao Ooro e tn-
vocada en un conjuro clisico por sortllegas y adivinas, y, sobre todo,
Santa Maria Egipdaca, protagonista de una inquietante vell<'ntción.;
según la leyenda, fue una doncella hermoslsima que du~nre dieo-
siete años se entregó a un frenes( sexual dese~f~ado, sm ~ptar
nunca dinero de los hombres, para «DO hacer m¡una al deletre que
164
Enrique Gacto
en el vicio recibía». Luego se retiró al desierto d d ..
d o áspera pemtenc!a. . > on e VIVIÓ h ·
otros cuarenta y siete años Est 1 aCien.
la leyenda piadosa; pero otra posterior que s~ supo es 0 que dice
1 dif did E ' erpone a ell
es a un a por spaña entre la gente del pueblo aY
·
d ato d e su d esmteres , h . l d' , conserva el
ac1a e mero, aunque desvirtúa pe!·
mente su sentido al entender que ganó la santidad porque sie Idgrosa-
· ·
h ermosa no podí a soportar e1 su f nm1ento d 1 n o tan
e . os hombres que la de-
seaban! Y. se entregaba a ellos en balde, en piadoso ejercicio de cari-
dad cmtlana.
A estos puntos de vista habría que sumar otra relación también
muy extendida, cuyo origen desconozco pero cuya constancia puede
rastrearse en algunos procesos inquisitoriales, según la cual el propio
Cristo había sancionado, al menos tácitamente, la licitud de una
relación episódica de San Pedro con cierta prostituta.
Pues bien, a pesar de la generalización de estas opiniones, y
aunque La Celestina había sido leída y releída por los censores, éstos
respetaron el párrafo, mientras se reprimió con todo rigor la ingenua
espontaneidad de G6ngora, que, como él mismo confesó, nunca quiso
internarse en profundidades doctrinales.
En línea con la mayor permisión de la censura hacia la novela,
quede constancia también del hecho de que ningún pasaje del Quijo-
te fuera expurgado por razones de moralidad (la Inquisición portu-
guesa tachó tres episodios por este motivo), lo que hizo posible que
por la obra cervantina discurra ese aire de contenida sensuahdad que
resulta fácil percibir en ella.
Otra temática reprimida por el Santo Oficio fue toda aquella que
pudiera considerarse injuriosa o denigratoria para el clero. La Re-
gla 16 del Indice de 1640 decía:
ltem... se han de expurgar los escritos que ofenden y desacre~i~an los
ritos Eclesiúúcos, el estado, dignidad, 6rdenes y personas de los Rehgwsos. ··

Y también aquí la realidad de la censura se manifestó inconse-


cuente con la teórica. Muchos años antes de que el principio se for-
mulara se habla aplicado ya, v. gr., al Lazarillo de Tormes, del que
desapareció el enigmático Tratado quarto, en el que Lázaro entra al
servicio de un fraile de la Merced, quizás aparte todos los equív?cos
presentes en el brevísimo episodio, por la desazonante referencia a
esaa «otraa cosillaa,. a que Lúaro se refiere sin más aclaración, dejan-
do en el ánimo del lector una extensa libertad de sospecha en la
que todo cabe, incluso turbiedades de índole homosexual. Y Gón-
gora sufrió también la aplicación de esta Regla 16 antes de su formu-
lación oficial, concretamente en un soneto bastante malicioso que
Inquisící6n y censura en el Barroco

dedicó a una mujer muy amiga de frailes, en cuyo primer cuarteto


pasaba revista a las d!sti?tas modalidades de hábito, es decir, de
órdenes rehgwsas con mdtvtduos de las cuales tuvo relación la epi-
tafiada:
Yaze debajo de esta piedra fría
muger tan santa, que ni escapulario,
ni cordón, correa, ni rosario
de su cuerpo jamás se le caía ..

La censura del padre Horio decía lo siguiente:


Censura.-Este soneto, fuera de ser libello infamatorio contra el estado
religiosso, es contra las buenas costumbres, y es lebemente sospechoso de lute-
rano, cuyos herrares comenzaron a dilatarse haciendo mofa y escarnio de las"
personas religiossas y aquí moteja de amancebados a todos los religiossos y
assi es escandalosso y malsonante toda la letra, y tiene calidad de Officio ..

Con mayor laconismo, el padre Pineda lo ilustra así:


Nota nombradamente el amancebamiento de un cavallero, y nota a la
muger de beata y malam.iga de 22 años; y en el último v«so dize a ql44tro
amigas, quatro mili coronas: nota a eclesiásticos, religiosos y sacerdotes de
corona.

No se puede negar, realmente, que el soneto pudiera mover a


escándalo, pero la literatura de la época presenta pasajes mucho más
claros que no fueron objetados por ningún calificador. Veamos al-
gunos ejemplos: en 1609 cierto licenciado Alonso de Berbegal, cate--
drático de la ciudad de Vélez, denunció al Santo Oficio, según re--
fiere De La Pinta Llorente dos estrofas del Laberinto de Fortull4,
de Juan de Mena, por alusión infamatoria a la relajación del clero.
Eran éstas:
96.---Cesarea se lee que con terremoto 1 fuesse su muro por tierra caido, 1 sus
casas e pueblo todo destruido, 1 que non qued6 li~ que non fuese
roto. 1 Mas solo su tenplo fallamos inmoto 1 e la clerezla con el su
perlado 1 salvo e seguro fue dentro librado 1 por su onesro bevir e devoro.
97 .-Si tal terremoto nos sobreviniesse 1 (lo qual la divina cleme~ia non
quiera) 1 por lo contrario presumo que fuera 1 de cualquiera villa donde
se fiziesoe, 1 e IIltCI presumo que ay oe fundiesse 1 la clereda con todo
au tenplo, 1 e que la villa qucduc en em:enplo 1 libre, sin daño DÍniWlO
que fucaac ...

No hay noticias, sin embargo, de que lo Inquisición odoptaro de-


cisión olguna sobre d particulor, ni tompoco, por supuesto, la obro
apuece mencionada en l01 Ilfllius.
166
Enrique Gacto
. Sin ningún rebozo, y para mayor escándalo d ,
piadosos, escribió Fernando de Ro¡' as en . to avia de los oídos
ti na. p or e¡emp
· l vanos actos d La C
o, en e1 acto 9. en el que la vie'a
0 , e eles.
voz alta sus buenos tiempos, cuando regentaba 1 ~ • r;cordando en
mancebía de la ciudad describe la conmoción mas floreciente
cated ra1 provoca b a entre
' los canónigos y pone que su entrada
lf en 1a
clerecía de la ciudad: ' en so a a toda la

Celestina: -Bien p~rece que_ no me conociste en mi prosperidad, oy ha


veynte anos. ¡Ay, qmen me vt~o e_ quien me vee agora, no se cómo no quie-
br~ su cora~on de dolor! Yo VI, mt amor, a esta mesa, donde agora están tus
prtmas assentadas, nueve m~as de tus días, que la mayor no passava d
dieziocho años e ninguna avia menor de quatorze. Mundo es, passe, ande 5 ~
rueda, rodee sus alcaduzes, unos llenos, otros vazíos. La ley es de fortuna
que ninguna cosa en su ser mucho tiempo permanesce: su orden es mudan\aS.
No puedo dezir sin lágrimas la mucha honrra que entonces tenía; aunque por
mis pecados e mala dicha poco a poco ha venido en diminución ..
Lucrecia: -Trabajo tenías, madre, con tantas m~as que es ganado muy
trabajoso de guardar.
Celestina: -¿Trabajo, mi amor? Antes descanso e alivio. Todas me obe-
decían, todas me honrravan, de todas era acatada, ninguna salía de mi querer,
lo que yo dezía era lo bueno, a cada qual daba su cobro. No escogían más de
lo que yo les mandaba: coxa, o tuerto, o manco, aquel havían por sano, que
más dinero me clava. Mio era el provecho, suyo el afán. Pues servidores, ¿no
tenía por su causa dellas? Cavalleros viejos e m~os, abades de todas digni·
dades, desde obispos hasta sacristanes. En entrando por la yglesia, vía derr~­
car bonetes en mi honor, como si yo fuera una duquesa. El que meno~ avta
de negociar comigo, por más ruyn se tenía. De media legua que me vtessen:
dexaban las Horas. Uno a uno, dos a dos, venían a donde yo estaba a ver 51
mandava algo, a preguntarme cada uno por la suya. Que hombre avía: qu~
estando diziendo missa, en viéndome entrar, se turba va, que no fazta m
dezia cosa a derechas. Unos me llamavan señora, otros, tía, otros enamorada,
otros vieja honrrada. Aill se concertavan sus visitas a mi casa, allí las ydas
a la suya, allf se me ofredan dineros, alli promesas, allí otras dádivas, besando
el cabo de mi manto ...

Hasta el propio Cervantes, que era la cautela personificada, 5 ~


permitió chascarrillos como el incluido en el capítulo 25 de la pri·
mera parte del Quijote, en el que la única precaución formal que
adopta es utilizar las palabras motilón, más ambigua que la de her·
mano lego, y mayoral o mayor, en vez de Padre Prior o SuperiOr,
pero se percibe a la legua -y ahi está la gracia- que la acción
discune en un convento de frailes:
... Hu de saber que una viuda hermoea, moza, libre y rica, y, sobre todo,
desa:dadada, se enamoró de un mozo motil6n. rollizo y de buen tomo; alean·
Inquisición y censura en el Barroco 167
z6lo a saber su mayor, Y un día dijo a la buena viuda, por vfa de fraternal
reprehensión: .<c-:-Maravillado estoy, señora, _Y no sin mucha causa, de que una
mujer tan prmc1pal, tan hermosa y tan nca como vuestra merced se haya
enamorado de un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como fulano, habien-
do en esta casa tan!os maestros, tantos presentados y tantos teólogos, en quien
vuestra merced pudiera escoger como entre peras, y decir: este quiero; aquéste
no quiero.» Mas ella le respondió con mucho donaire y desenvoltura: «<-Vues-
tra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si· piensa
que yo he escogido mal en fulano, por idiota que le parece; pues para lo que
yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristóteles,,.

En la misma línea discurre la escena de candorosa picardia de


El vie¡o celoso, en donde dialogan Hortigosa y Cristinica:
Cristina: -Señora Hortigosa, hágame merced de traerme a mf un frailecico
pequeñico, con quien yo me huelgue.
Hortigosa: -Yo se lo traeré a la niña pintado.
Cristina: ¡Que no le quiero pintado, sino vivo, vivo, chiquito, como unas
perlas!
Lorenza: -¿Y si lo ve do?
Cristina: -Diréle yo que es un duende, y tendrá dél miedo y ho~e yo.
Hortigosa: -Digo que yo le traeré, y adiós. (Váse.)
Cristina: -Mire, da: si Hortigosa trae al galán y a mi fraileciro, y si señor los
viere, no tenemos más que hacer sino cogerle entre tcxios y ahogarle ..

A la gente del pueblo, en la obra de Cervantes, se le escapan


espontáneamente frases homologables con las anteriores, como al
mozo de mulas andaluz de La ilustre fregona, enamorado de la
bella Constanza, aunque sin esperanzas, porque es ella •joya para
un arcipreste o para un conde», o al mil~s gloriosus de La guarda
cuidadosa, quien reconviene amargamente a su querida por haberle
abandonado para acomodarse con un sotasacristán, cuando hubiera
podido hacerlo «con un sacristán entero y aún con un canónigo•.
Ejemplos como los expuestos producen la impresión de una to-
lerancia ambiental, quizás porque estaban ya lejos los tiempos en
que criticar al clero pudiera considerarse indicio de connivencia con
la reforma, tolerancia con la que desentona una censura como la que
desencadenó el ingenuo soneto de Góngora que nos viene ocupando.
Falta, pues, de coherencia en la política censoria, o acesivo pro-
tagonismo de los rencores personales que, frente a algún autor, pu-
dieran albergar los calificadores.
En otro terreno, d dd dogma, los 1fldius contcnlao varias R~­
glas condenatorias de las publicaciones que pudieran vulnerarlo. Así,
la R~gla 10 dd lndic~ de U8J que prohibe
168
Enrique Gacto
... todas las canciones, coplas, sonetos, prosas, versos, y rimas .
lengua compu~stos, que t~aten cosas de la sagrada Scriptura, in~n qua_lquier
contra su devtda r~verenct~, y. respecto, prophanamente, Y a otroserpret~n~ola
contra lo que comun y ordtnartamente la sancta madre yglesia Rom proposu.os,
y usa. ana admue,

O la 13 del mismo Catálogo, por la que


... se prohibe todo, y qualquier género de libros y escripturas, de que aquí ade-
lante se compust_eren, y dtvulgaren, que contengan algún error contra nuestra
sancta Fe Catholica, o que enseñen en las costumbres, ceremonias y uso de los
sacramentos alguna novedad diferente de lo que la sancta yglesia Romana
aprueva, y usa.

Ambas Reglas se repetirían después en todos los I ndices pos-


teriores, y también en este campo se manifiesta de nuevo la dificul-
tad de someter a un sistema la actuación inquisitorial. Fue, precisa-
mente, en cumplimiento de estos preceptos, por lo que se censuró la
conocida frase del Quijote: «Las obras de caridad que se hacen ti-
bia y floxamente, no tienen mérito, ni valen nada.>> En otro lugar
me he ocupado de analizar el alcance que el autor quiso darle a esta
afirmación, las razones que pudieron influir en los censores para
suprimirla, y la paradoja de que Cervantes, alertado siempre ante
los riesgos que pudieran venirse sobre su obra (como lo prueb~n
las variantes que introdujo voluntariamente en la segunda_ edicwn
madrileña de la Primera Parte), no reparase en las complicacwnes
que podía acarrearle una reflexión doctrinal como ésta.
El carácter imprevisible de la censura aflora, también aquí, u~a
vez más, quizás en este supuesto a causa de la desigual fo~macwn
intelectual de los calificadores. Porque un autor contemporaneo de
Cervantes, que guarda con él un curioso paralelismo de vida Y obr~,
Mateo Alemán, inserta en su Guzmán de Alfarache una propo~l­
ción de sabor parecido al que encierra la frase cervantina que, sm
embargo, pasó desapercibida a la atención inquisitorial. .
Cuando Guzmán relata la vida de su padre, que no es pr':'c!sa-
mente una historia edificante, echa mano de una serie de expresiones
de indiscutible origen evangélico. Lo mismo que Cervantes con su
frase sobre las obras de caridad, Alemán pretende provocar con ell?s
un efecto cómico, trata de forzar la ironía a través de la utilizacwn
de expresiones de resonancia bíblica, Ji túrgica o sermonaria para des-
cribir situaciones de contenido claramente pecaminoso. Así, cuenta
Guzmán que en el tiempo en que su padre galanteaba a la que más
tarde seria au mujer y madre del propio Picaro, ella vivía amance-
?ada con un viejo caballero; el padre de Guzmán empieza a corte-
Jarla y, al explicar que la colma de regalos y atenciones. acude
Inquisición y censura en el Barroco 169

nada más y nada menos que a la Epístola de Santiago que habla de


la fe viva; es decir, de la fe que se corresponde con las obras:
... y por haber oído que el dinero allana las mayores dificultades, manifestó
siempre su fe con obras, por que no se la condenasen por muerta ...

La táctica dio resultado, y la madre de Guzmán se amanceba con


el padre de éste sin abandonar por ello la protección del amante
anciano. Para describir el triángulo amoroso, el escritor recurre aho-
ra a otro pensamiento de impertinente extracción evangélica, con-
cretamente a la cita de San Mateo Nemo potest duobus dominis ser-
vire, que contrahace grotescamente en estos términos:
... que supo mi madre entender y obrar lo imposible de las cosas, vedlo a
los ojos, pues agradó igualmente a dos señores, trayéndolos contentos y bien
servidos ...

Tengo la impresión de que esta versatilidad de la censura llegó


a desorientar más de una vez a los mismos afectados por ella. Que-
vedo, por ejemplo, retocó a fondo casi todas sus obras, o encargó su
reforma, en busca de versiones aceptables para la Inquisición. De
La vida del Buscón se conserva el manuscrito original, corregido de
la mano del propio autor, que va suprimiendo o suavizando los pá-
rrafos. Pues bien, en el capírulo 9. dejó sin modificar la esperpén-
0

tica poesía sobre el Corpus Christi que un poeta medio loco le reci-
ta al protagonista camino de Madrid:
Pastores, ¿no es lindo chiste
Que es hoy el Señor San Corpus Ou:iste?
Hoy es el dfa de las danzas
donde el Cordero sin mancilla
tanto se humilla
que visita nuestras panzas,
y entre estas bienaventuranzas
entra en el humano buche.
Suene el lindo sacabuche,
pues nuestro bien consiste.
Pastores, ¿no es lindo chiste? ..

Cuesta trabajo imaginar que pudiera escribirse semejante chiri-


gota sobre el Sacramento de la Eucaristla, y más trabajo creer que
Quevedo pensara que iban a tolerársdo. Pero así fue, porque la
obra no fue objeto de ninguna medida especial, a pesar de las de-
nuncias que de ella se hicieron. Por ejemplo, en 163' vio la luz. un
libelo infamatorio contra la penona y la obra de Quevedo, el uru-
170
Enrique Gacto
lado Tribunal de la Justa Venganza. La saña de su .
· d · l contemdo ¡
dreuerahas prov1ocactone1s1.bpa1r.a que a Inquisición le persiguiera 'y as1
espec o ante o que e 1 e tsta entenJía que era permis'bT d d . e
lerable y parcialidad benévola hacia el escritor, le valier~~ 1¡ a tnt;'
a su autor, d on Lms · P ach eco d e N arvaez,
• que había firmad a ¡Prtston
b
bajo seudónimo; los motivos del encarcelamiento estaban °m ~ 0 ra
· 'f' d ll ,
JUSU tea _os, porque, entre ~tras razones, ego en su paroxismo has.
as que
ta cuesuonar la competencia y la honradez de los calificadores d ¡
Consejo Real, por haber autorizado la impresión de los libros de
Quevedo.
Naturalmente, el Tribunal de la Justa Venganza denuncia el pa-
saje a que nos referimos, pero, y esto es lo curioso, no repara en lo
grotesco del lance, sino en una afirmación marginal del poeta loco,
a la que se intenta buscar una torcida intención clandestina: « ... pone
por objeción que el Corpus Christi no es Santo ... , atribuyéndole la
santidad al día y no al glorioso y santísimo cuerpo de nuestro Re-
demptor ... » de donde concluye que << ... la averiguación de esta
causa toca al Santo Oficio de la Inquisición ... » por lo que suplica
« .. .la determine y castigue.,.
Como he dicho, la censura inquisitorial no adoptó ninguna de-
terminación sobre la obra, que sólo quedó incursa en una tibia, am·
bigua y genérica prohibición que pesaba sobre todos los libros de
Quevedo que no hubieran sido expresamente aprobados por el
Santo Oficio, prohibición de más que dudosa eficacia. .
Por último, una referencia a un tema que, en principio, imagt·
namos que debió ser delicado, como es el de las alusiones al propiO
Tribunal de la Inquisición. . ,
En una sociedad que acuñó el refrán Con la Inquisición, chtton,
expresivo del riesgo que entrañaban las murmuraciones sobre la_s
actividades del Tribunal, uno esperaba, lógicamente, que los escn-
tores rehuyeran el tema o, como mucho, que lo trataran con caut;·
losa delicadeza. Pero una vez más la censura nos depara, tambten
en este punto, alguna sorpresa.
Cervantes desliza solapadamente más de una referencia crítica al
Santo Oficio; baste citar la contestación del labrador Humillos, en
el Entremés de la elección de los alcaldes de Daganzo, cuando el
Bachiller Pesuña le pregunta si sabe leer:
No por cierto -responde--
ni tal se probará que en mi linaje
haya persona de tan poco asiento
que ae ponaa 1 aprender esas quimeras
que llevan 1 loa hombrea al broaero
y 1 la mujer~:~, 1 la cua llana.
Inquisición y censura en el Barroco 171

Américo Castro ha reparado en la ironfa que late en las respues-


tas. Podemos admitir que pasara inadvertida a los calificadores,
pero ya es más difícil alegar descuido en el caso referido por Mateo
Alemán de aquel
cristiano nuevo y algo perdigado, rico y poderoso, que viviendo alegre, gordo,
lozano y muy contento en unas casas propias, aconteció venírsele como vecino
un Inquisidor, y con sólo el tenerlo cerca vino a enflaquecer de manera que
lo puso en breves días en los mismos huesos ...

Por si el cuadro resultara desvaído, lo enlaza inmediatamente


con la parábola del carnero y el lobo carnicero que fueron encerra-
dos en jaulas contiguas.
Para cerrar el tema vienen a propósito dos escenas del Buscón en
las que el Santo Oficio aparece instrumentalizado por la picardía.
La primera no fue retocada por el autor; Pablos hace tiempo que
no paga el hospedaje, y la patrona y sus hijas le vigilan noche y día
para que no se vaya sin pagar. Como último recurso, decide solicitar
la ayuda de tres amigos, que se presentan una noche en la posada
para prenderlo en nombre de la Inquisición, y que nada más entrar
requirieron a la huéspeda que venían de parte del Santo Oficio, y que conve-
nía el secreto. Temblaron todas luego, y creyeron la prisión. Al sacarme a mí,
callaron. Pero al ver sacar el hato, pidieron embargo de la deuda, y respondie-
ron que eran bienes de la Inquisición. Con esto no chistó alma terrena ..

Inútil fue la denuncia del Tribunal de la Justa Venganza, que se


pronunció en estos términos:
De otro delito se le acusa, con tan agravantes circunstancias, que merece
tres ejemplares castigos. El uno, por el propio hecho; otro, por la dignidad
del sujeto contra quien lo cometió, y el otro, por ejemplo que da para que
otros lo cometan. Este consta en lo que confiesa en el folio 78: que para
hufrse de una posada y sacar su ropa sin pagar lo mucho que debla, concertó
que unos amigos suyos le fuesen a prender diciendo que era por parte de
la Inquisición, interponiendo para acción tan injusta y solemne bellaquería,
ministros fingidos de tan santo Tribunal, a quien no se ha de atttver la
burla ni el engaño, por obra ni palabra, debiéndosele, como ~ le debe, todo
la veneración, temor y respeto y obediencia que le tienen todos los católicos,
como a delegado de Dios para juzaar sus causas en la tierra

La segunda escena relata el engaño de que Pablos hace objeto al


ama, atemorizándola con la amenaza de que la denuncian! al Santo
Oficio. Aqul hay de todo: sátira hacia el terror que inspira~ el
Tribunal, ridiculización de las imputaciones que podlan determmar
172
Enrique Gacto
el encausamiento de una persona observaciones · .
1a manera d e proced er, en la sugerencia
' 1mpert1nent
deslizada d
b
es so re
. , e que lo m ·
para no compl 1car mas un proceso es confesar d d e¡or,
. . ' e entra a b ¡
sob re e 1 Juramento como medw de expiación alus 1·0 n • ' ur'
. d 1 ' es eqUivoca 31
comportamiento e personal al servicio de la Inquis 1·c1·0• s
n, etc.:

Sucedió que el ama ten{a gallinas en el corral. Yo ten{a gana de comer una
Tenia doce o .trece po~os grandecitos y ~n día, estándolos dando de comer.
comenz6 a dectr: «-PlO, pio.~ Yo, que 01 el modo de llamar, comencé a da~
voces:
-¡Oh, cuerpo de Dios, ama! ¿No hubiérades muerto un hombre, 0 hur-
tado moneda al rey (cosas que yo pudiera callar) y no haber hecho lo que
habéis hecho, que es imposible dejarlo de decir? iMalaventurado de mí y
de vos!
Ella, que me vió hacer extremos con tantas veras, turbóse algún tanto, y
dijo:
-Pues, Pablos, ¿yo qué he hecho? Si te burlas, no me aflijas más.
-¿Cómo burlar, pese a tal? No puedo dejar de dar parte a la Inquisición,
porque si no, estaré descomulgado.
-¿Inquisición? -<lijo ella. Y empezó a temblar- Pues, ¿yo he dicho
algo contra la fe?
-Eso es lo peor -decía yo-. No os burléis con los Inquisidores, y decid
que fuisteis una boba, y que os desdecís. Y no neguéis la blasfemia y desacato.
Ella, con el miedo, dijo:
-Pues, Pablos, si me desdigo, ¿castigaránme?
Dije:
-No, que luego os absolverán.
-Pues yo me desdigo -<lijo-, pero dime tú de qué, que aún no lo sé yo,
ansf tengan buen siglo las ánimas de mis difuntos.
-¿Es posible que no advert!s en qué? No sé cómo lo diga, que el, desa,ca-
to es tal que me acobarda. ¿No os acordáis que dijísteis a los pollos «pto, pto»
muchas veces, y es Pio nombre de Papas, Vicarios de Cristo Y cabezas de la
Iglesia? Papáoa el pecadillo.
Ella quedó como muerta, y dijo: ..
-Pablos, yo lo dije, pero no me perdone Dios si lo dije con mahcia, Y
me desdigo. Mirad si hay camino cómo se pueda escusar el acusarme, que
me morir~ sí me veo en la Inquisición. . . é
--Como vos jur~is en un ara consagrada que no tuvisteis mahcta, podr
dejar de acusaros. Pero sed. necesario que esos dos pollos que comieron lla-
mándolos por el aandsimo nombre de los Pontífices me los d~is, para que yo
los lleve a un familiar que loa queme, porque están dañados. Y, tras esto,
hab8s de jurar de no reincidir de ningún modo.
Ella, muy contenta, dijo:
-Pua llévate loo pollos ahora, que mallan& jworé.
Yo, por máluqurarla, dije:
-Lo peor ea, Cipriana, que vay a rieoao. Que me dir4 el familiar que si
Inquisición y censura en el Barroco 173

soy yo, y entretanto me podrá hacer vejación. Llevadlos vos que yo, por Dios,

que~~~ios -decía cuando me oyó esto-, por amor de Dios que te duelas
d mí y los lleves, que a tí no te puede suceder nada.
e Dejéla que me lo ~ogase ~ucho. Determi,nét_D~ y tomé los pollos. Escon-
dílos en mi aposento. H1ce que 1ba fuera. Volvt dtctendo:
-Mejor se ha hecho de lo que pensaba. Quería el familiarito venirse tras
nú a ver la mujer, pero lindamente lo he negociado.
Dióme mil abrazos, y otro pollo para mi ...

Lo insólito de este episodio no es sólo que se escribiera, sino


que, como se observa en la edición crítica ofrecida por Lázaro Carre-
ter, no figura en el manuscrito original, lo que deja abierta la casi
segura y aparentemente inexplicable certeza de que fuera insertado
en el curso de las correcciones posteriores, contradiciendo una de
las finalidades de estos retoques, la de evitar conterúdos que pudie-
ran excitar el celo inquisitorial.
No menos desconcertante resulta que Pacheco de Narváez guar-
dara silencio sobre ella, a pesar de la vulnerabilidad del episodio;
pero ni el Tribunal de la ]u¡ta Venganza, ni otro Memorial que ele-
vó al Tribunal del Santo Oficio contienen ninguna alusión al pasaje.
Seguimos, pues, comprobando hasta el final el carácter imprevi-
sible de la censura. Y si su actuación resultó imposible de prever
para los contemporáneos que la sufrieron, para nosotros resulta tam-
bién muy difícil, en mi opinión, valorar sus consecuencias. Uno sien-
te la fácil tentación de concluir admitiendo que, sin duda, debió cons-
tituir una seria traba para el desarrollo de la creación literaria. Pero
cuando contemplamos las cotas de gerúalidad a que llegaron los
escritores españoles de los siglos XVI y xvn cuesta trabajo imaginar
que pudieran alcanzarse más altos rúveles de perfección. Tal vez la
misma amenaza de la censura, obligando a un mayor esmero en el
cuidado de la forma, constituyera un elemento de depuración artísti-
ca, ante la necesidad de aquilatar al máximo el alcance de las pala-
bras, y hasta es posible que actuara como estímulo para ensayar nue-
vas técnicas expresivas. Argumentos en uno y otro sentido fueron
copiosamente prodigados desde el último tercio del siglo pasado, en
el contexto de la famosa polémica sobre la ciencia española. Hoy, •
más de cien años de distancia, a mi me parece que la cuestión per-
manece sin resolver.
Capítulo 8
DE LA «!USTITIA>> A LA DISCIPLINA *

A. M. Hespanha

Esta ponencia va a estar basada en materiales portugueses. Los


hechos-hechos, es decir, hechos empíricos, están cogidos de fuentes
portuguesas. Los hechos doctrinales, la doctrina, es portuguesa una;
otra, hispanoportuguesa --el caso de Luis de Molina, que vivió
muchos años en Portugal, quizá más que en España-, y otra, de
autores castellanos, como Antonio Gómez. Si es verdad lo que voy
a decir, lo que es problemático, lo es al cien por cien para Portugal,
quizás será menos para España. En todo caso, creo que, si es ver-
dad, los resultados de esta ponencia serán válidos también para Es-
paña si son válidos para Portugal.
Empiezo con una cita de un valido de la corte del rey portugués
Juan V, más o menos 1720, que se dirigía a un juez de un Tribunal
Superior con fama de cruel: «Su Magestad manda advertir a Vues-
tra Merced que las leyes son hechas con mucho cuidado e con mu-
cha calma e que nunca deben de ser ejecutadas con aceleración. En
los casos crimen las leyes amenazan mas que en realidad demandan
porque el legislador está más interesado en la conservación de los

• Este trabajo fue desarrollado por el autor en un an(culo publicado en el


Anuario de Histori• del Derecho Esp•ñol, núm. 57, de 1987, bajo el útulo «Da
lustitia a Disciplina. Textos, Poder e Politica Penal no Antiso Regu:ne»,_ ron.un
completo aparato crítico, el cual debido a su ex:tensi6n, no ha podido mcluuse
en esta obra. AliJ podrá el lect~r completar tambihl la biblio¡¡raf(a ~pon­
diente al posterior trabajo del profesor Hespanha en este libro.
175
176
A· M. Hespanha
vasallos que en el castigo de la justicia y no quiere que lo ..
tres busquen en 1as 1eyes mas ' ngor
. que e1 que ellas imponen S ffiln!S·

El sentido de esta recomendación corresponde a un 1·'~ .


· 1 1" · 'd" d 1 Setsctentos
corn~nte e? a lteratura )Urt 1ca e
· · que el juristaoptco
por.
tugues Balista Fragoso, que escnbe a fmales del siglo xv 1 aunq
el libro fuese publicado en 1641, expresa. en estas palabras: ,;Prince~~
non ~ecer~ pumre se~~er nec s_emper tgnorare, punire tamen saepe
accepms tgnorare offlcmm regmm es se»; <<El príncipe no debe
punir siempre ni ignorar siempre, el oficio del rey es punir fre.
cuentemente pero ignorar aún más frecuentemente».
Esto es lo que clicen los juristas, pero también los arbitristas te-
nían ideas muy semejantes sobre el oficio de castigar, el oficio real
de castigar. Escribe un portugués que envía sus consejos al Pa<;o, al
palacio, a finales d¡:l seiscientos: «sentenciar con justicia, ejecutar
con misericorclia, tales son las obligaciones de un buen ministro».
A este régimen, hoy cliríamos complaciente, de aplicación del Dere·
cho, corresponde el papel que la doctrina del gobierno atribuye al
perdón. Los juristas utilizan dos imágenes retóricas para describir
-imágenes con profundas raíces antropológicas como veremos-
para sintetizar lo que se esperaba del rey en el capítulo de la pu·
nición.
Una de estas imágenes es el rey como padre, el rey que ama a
sus súbclitos, que antes les quiere que les odia, que modera la tra
con la misericorclia que, en fin, clirige por el amor como los padres
clirigen a sus lújos. Otra es la imagen del rey pastor. Un rey q~e
ama a las ovejas, incluso a las ovejas perdidas, que pierde un dta
buscando una oveja que se pierde, que utiliza la violencia sólo para
defender a las ovejas de los peligros externos, de los lobos -~<ad
deterrendo facinerosos homines», como clice el Digesto al descnbtr
la finalidad del Imperio del rey-. El mismo jurista Batista Fragoso
utiliza este tópico del rey pastor en estas palabras: <<El príncipe es
adornado tanto con el nombre de emperador como con el de pastor •
siendo que el segundo induzca la soberbia del primero como si apa·
centar el pueblo fuera lo mismo que gobernarlo, de donde se vuel·
ve manifiesto que al Príncipe le compete sobre todo la dulzura Y
la misericordia y que de ellas cobra sus fuerzas.>> Llamo la atención
sobre todo a esta última parte. El príncipe cobra sus fuerzas, no -~e
la violencia, sino de la dulzura y de la misericordia. De paso tambten
llamo la atención para el hecho de que estas imágenes del rey padre,
del rey pastor, remitan a modelos muy profundos y permanentes
de ejercicio del poder en la sociedad del Antiguo Régimen. En busca
de una legitimación para el poder del rey, se presentaban como símt·
les del oficio de reinar, del oficio del rey, las imágenes más corrien·
De la .rustitia• a la Disciplina 177

más vanales, más consensuales si quieren, del ejercicio del poder,


~j'padre y el pastor. Realidades q_ue toda la gente conocía, modos
de ejercer el poder que esta~an ah1, frente a. ,todos. .
Una tercera imagen que ilustra esta relac10n entre castigar y per-
donar, entre amenazar y usar de la clemencia es la imagen de la
Trinidad, o mejor, las relaciones entre el Padre y el Hijo.
Las relaciones entre el Padre justiciero-Hijo que ama; el Padre
que amenaza, que tiene la espada para castigar, el Hijo que perdona,
sobre todo; el Hijo cuya práctica en el mundo es caracterizada por
el perdón: que perdona a ladrones, que perdona a prostitutas, que
habla y convive con publicanos. El rey, entonces, está aquí presen-
tado como una fuente virtual, distante, apenas virtual, más de cle-
mencia que de justicia.
Vamos seguidamente a ver que este modelo doctrinal de la inter-
vención del Derecho Penal no sólo corresponde a la realidad prac-
ticada en Portugal -en España sería lo mismo, creo yo--; no sólo
corresponde a la realidad practicada como se explica por la civiliza-
ción material del político en el Antiguo Régimen. Aquí la expre-
sión Civilización Material -que ha sido difundida, como saben,
por Braudel para describir la civilización material económica del
capitalismo-- para designar el conjunto de tecnologías del poder, las
formas cotidianas de práctica del poder, los instrumentos de poder,
sus .soportes institucionales, sus soportes, incluso, doctrinales y dis-
cursivos.
Si de los textos pasamos a los hechos, las conclusiones me pare-
cen ser las mismas. Durante el siglo XVII el Presidente de la «Casa
da Suplica\aO>>, el Tribunal Superior de la Corte en Lisboa, hada
todos los meses o cada mes una visita a las cárceles o a la cárcel de
la Corte, más para perdonar que para conocer. Ahí le presentaban
los criminales, y entonces, para que las cárceles no estuvieran tan
ll~nas, perdonaba a unos, castigaba a otros; en fin, intentaba abre-
VIar el procedimiento. Nosotros conservamos en Lisboa unos Me-
moriales hechos por el escribano durante estas visitas del Presidente
de la «Casa da Suplica\aO». Son Memoriales donde está el nombre
del criminal, el crimen de que viene acusado y su destino final. Tra-
bajé sobre una lista de unos quinientos acusados que estaban
detenidos en la cárcel entre 1694-1696. De estos quinientos, • tres·
cientos se les registra el crimen y se registra también el destino final.
Entre ellos hay culpables de lesa majestad, de rapto, de resistencia
oficial, de homicidio --cerca del veinte por ciento--, de crímenes
sexuales --desde la sodomía hasta la masturb.lción, cerca del diez
por ciento--, de hurtos --cerca del treinta y cinco por ciento, • veces
de coaas que son descritas como cosas valiosas, incluso objetos sa-
A. M. liesPinha
grados-, de falsificación de moneda, de document
.
d e estos tresaentos d l os, etc La .
e os que se sabe el destino al · 1. nutad
se d esconoce s1. por fa! ta d e pruebas, pero alguno' s v e en Ibe rtad:
· f.
mayor parte, por pe rdon o por 1anza. De los restantes '1
, . o creo que 1
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·
tresaentos, son cond ena d os a muerte. Los otros van al ,sootresd
e il' e
. 1 di B il
ren~a por Ciento-- a n as, a ras , a Africa, y este exilio de~
x IO-q¡a

dearse que no era seguramente una pena m muy efectiva ·


al el · ru muv
m a, _porque a veces er~ . comi~nzo de una carrera de comercio v d~
negoc1os con bas~ante ex!to. QUiero decu, que de estos trescientos.
tres, el uno por Ciento, es condenado a muerte; el cuarenta por ciento
van al exilio y allí más o menos harán su vida, quizá con más éxito
que en Portugal, y los otros son sueltos. Y se debe notar que esto
pasa en el centro del sistema penal mismo, es decir, pasa en la
Corte y pasa en la cárcel de un tribunal letrado, no en la cárcel de
un juez analfabeto, de un juez popular en un pueblo por ahí per·
dido. Esta complacencia del sistema penal se prueba, se demuestra,
en el centro mismo del sistema punitivo, no en la periferia.
A esta •visión sincrónica se podía añadir una visión diacrónica
de la práctica punitiva. Entre 1690 y 1815, los padres jesuitas, que
acompañaban a los condenados a muerte a los patíbulos en Lisboa.
hacían un registro muy preciso de los condenados que acompañaban
y que eran castigados con la pena capital. Estos cuadernos se con·
servan en la biblioteca pública de Evora, al Sur de Portugal. Y son
muy cuidados: nombre del condenado, acusación, cómo sufrió la
pena, con valor o no, si lloró, si se arrepintió... De aquí resulta
lo siguiente: que entre 1690 y 1815 se han registrado cuatrocientas
veintiséis condenas a muerte. Durante ciento catorce años. Es decu
cuatro condenas a muerte por año. Y con una distribución bastante
desigual. Hay años donde casi no se aplicaba la pena de muerte.
Hay otros, sobre todo en los primeros años de la Ilustración, en los
primeros años del despotismo ilustrado, que en Portugal está perso-
nificado por el Marqués de Pombal, en los que se aplicaron bas·
tantes condenas a muerte, sobre todo por crímenes políticos. Sedi-
ción, un atentado, no se sabe si muy verdadero o no, contra el rey,
algunas revueltas populares contra las compañlas mayestáticas de
vinos de Oporto, del Duero. Pero, en general se puede decir, pocas
condenas, cuatro por año, Para todo el Sur del país --en Lisboa se
ejecutaban todas las condenas capitales del Sur del país, es decir del
río Tajo para abajo--. Pocas condenas. Sólo sufren la muerte las
penas agravadas de homicidio -parricidio, conyugecidio, homicidio de
oficiales reales--, pero el homicidio corriente, el homicidio sin aleve
DO se coodenaba a muerte. Alta traición y sedición, sobre todo
en el perlodo ilustrado. Roboa de objetoe sagrado. y bandidismo.
S ara los que estaba prevista la pena de muerte
otros cr ene P
{m
Loslas h' . Ji
Ordenaciones Portuguesas, y eran mue IS!mos, no se ap ca-
~an Además se debe decir que entre los pe~ados con la muerte
; chos negros muchos moros, extran¡eros y esclavos. Es
ha b1a la
decir, mupena de m';lerte
' era so bre ro do util'1Z3da para penar capas
marginales de la sooedad.
A finales del xvm, un jurista ilustrado que intenta c~biar el sis-
a penal Freire de Melo, sobnno de un conocido Jurista por-
:~;és, Pas~ual de Melo Freire, escribe: «En Portugal pasa año y
más sin ejecutarse la pena de muerte.»
La última ejecución de mujer se produjo en 1760. En 1844 se
ejecuta el último hombre y en 186 7 se abole definitivamente en
Portugal la pena de muerte, con lo que fuimos el primer país del
mundo en hacerlo, lo que provocó una carta emocionada de Víctor
Hugo.
Además de apenas virtual, el orden penal real por otra parte,
completamente desarticulado por una práctica masiva del perdón. El
perdón -ahora se está estudiando para Portugal- era un hecho
masivo, casi una rutina. La doctrina ponía condiciones para el per-
dón. El perdón del ofendido, el perdón de parte llamado, y la iuxla
causa. Pero un jurista de finales del Seiscientos, Manuel Barbosa,
o de finales del Quinientos, nos dice que «Era estilo conmutar las
penas mismo sin perdón de parte, discurrido un tercio de su cumpli-
miento». Se refiere sobre todo al exilio, es decir, si era condenado
a diez años de exilio se cumplían tres y el perdón real intervenía.
El perdón se combinaba además con otros expedientes que soca-
vaban la efectividad del orden penal real: las cartas de seguro, asegu-
raciones y las finanzas.
Por fin se debe aún subrayar el papel que en esta desarticulación
del orden penal real tiene el arbitrium iudiciis. La teorfa de la equi-
dad, la teorla jurídica de la equidad, decía que el rigor iuris, eloc-
techo riguroso, debía ser templado, debía ser combinado con la
práctica de la equidad. Luis Molína, por ejemplo, enumera las
causas de corrección del rigor del Derecho por la equidad -«per
modum epikeia», utilizando la expresión grieg-. Se podía templar
el rigor del Derecho por las siguientes razones: el bien de la repú-
blica, el bien de la fe, las causas generales de destrucción de la
ilicitud y de la culpa, como la legítima defensa, etc., la obediencia
debida, el dolo, etc. Pero tambi~ orras razones que a nosotros boy
nos pa~ bastante raras: la senectud del reo, del detenido, o su
juventud, con lo que si no se perdonaba por ser viejo se perdonaba
por ser joven.
O la pobreza o tambi<!n, al contrario, la autoridad social. Igual-
178
A. M. Hespanh,
grados-, de !alsificación de moneda, de documentos, etc L .
de estos trescientos de los que se sabe el destino s 1 · la mnad
se desconoce si por falta de pruebas, pero algun~ aye en tbettad;
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mayor parte, por perd on o por tanza. De los restantes '1
, o creo que ¡a
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tresCientos, son con d ena d os a muerte. Los otros van al ,sootresd
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ren~a por Ciento-- deb;
dectrse que no era seguramente una pena ni muy efectiva ni
mala, porque a veces era el comienzo de una carrera de comercio m':(
negocios con bastante éxito. Quiero decir, que de estos trescie~t e
. d d
tres, e1 uno por ciento, es con ena o a muerte; el cuarenta por ciento
os,
van al exilio y allí más o menos harán su vida, quizá con más éxito
que en Portugal, y los otros son sueltos. Y se debe notar que esto
pasa en el centro del sistema penal mismo, es decir, pasa en la
Corte y pasa en la cárcel de un tribunal letrado, no en la cárcel de
un juez analfabeto, de un juez popular en un pueblo por ahí per-
dido. Esta complacencia del sistema penal se prueba, se demuestra,
en el centro mismo del sistema punitivo, no en la periferia.
A esta ·visión sincrónica se podía añadir una visión diacrónica
de la práctica punitiva. Entre 1690 y 1815, los padres jesuitas, que
acompañaban a los condenados a muerte a los patíbulos en Lisboa,
hacían un registro muy preciso de los condenados que acompañaban
y que eran castigados con la pena capital. Estos cuadernos se con-
servan en la biblioteca pública de Evora, al Sur de Portugal. Y son
muy cuidados: nombre del condenado, acusación, cómo sufrió la
pena, con valor o no, si lloró, si se arrepintió ... De aquí resulta
lo siguiente: que entre 1690 y 1815 se han registrado cuatrocient~s
veintiséis condenas a muerte. Durante ciento catorce años. Es dectt
cuatro condenas a muerte por año. Y con una distribución bastante
desigual. Hay años donde casi no se aplicaba la pena de muerte.
Hay otros, sobre todo en los primeros años de la Ilustración, en los
primeros años del despotismo ilustrado, que en Portugal está persa·
nificado por el Marqués de Pombal, en los que se aplicaron ba~·
tantes condenas a muerte, sobre todo por crímenes políticos. Sedi·
ción, un atentado, no se sabe si muy verdadero o no, contra el rey'
algunas revueltas populares contra las compañías mayestáticas de
vinos de Oporto, del Duero. Pero, en general se puede decir, pocas
condenas, cuatro por año. Para todo el Sur del país -en Lisboa se
ejecutaban todas las condenas capitales del Sur del país, es decir del
río Tajo para abajo--. Pocas condenas. Sólo sufren la muerte las
penas agravadas de homicidio -parricidio, conyugecidio, homicidio de
oficiales reales-, pero el homicidio corriente, el homicidio sin aleve
no se condenaba a muerte. Alta traición y sedición, sobre todo
en el periodo ilustrado. Robo. de objetos sagrados y bandidismo.
179
De la «lustitia» 11 la Disciplina
!menes para los que estaba prevista la pena de muerte
Los otr'(;rd:naciones Portuguesas, y eran muchísimos, no se aplica-
en ]asAd , debe decir que entre los penados con la muerte
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h senegros muchos moros, extranJeros · 1
y ese avos.
Es
habla mue os ' d ']' d
decir, ]a pena de m'!erte era sobre to o utt1za a para penar capas
marginales de la soctedad. . . .
A finales del xvm, un jurista ilustrado que mtenu ca~b1ar el sis-
tema penal, Freire de Melo,, sobrm~ de un conoCido JUrista yor-
tugués, Pascual de Mela Freue, escnbe: «En Portugal pasa ano y
más sin ejecutarse la pena de muerte.>>
La última ejecución de mujer se produjo en 1760. En 1844 se
ejecuta el último hombre y en 186 7 se abole definitivamente en
Portugal la pena de muerte, con lo que fuimos el primer país del
mundo en hacerlo, lo que provocó una carta emocionada de Víctor
Hugo.
Además de apenas virtual, el orden penal real por otra parte,
completamente desarticulado por una práctica masiva del perdón. El
perdón -ahora se está estudiando para Portugal- eu un hecho
masivo, casi una rutina. La doctrina ponía condiciones para el per-
dón. El perdón del ofendido, el perdón de parte llamado, y la iuxta
causa. Pero un jurista de finales del Seiscientos, Manuel Barboso,
o de finales del Quinientos, nos dice que «Era estilo conmutar las
penas mismo sin perdón de parte, discurrido un tercio de su cumpli-
miento». Se refiere sobre todo al exilio, es decir, si era condenado
a diez años de exilio se cumplían tres y el perdón real intervenía.
El perdón se combinaba además con otros expedientes que soca-
vaban la efectividad del orden penal real: las cartas de seguro, asegu-
raciones y las finanzas.
Por fin se debe aún subrayar el papel que en esta desarticulación
del orden penal real tiene el arbitrium iudiciis. La teoría de la equi-
dad, la teoría jurídica de la equidad, decía que el rigor iuris, el cie-
recho riguroso, debía ser templado, debía ser combinado con la
práctica de la equidad. Luis Molina, por ejemplo, enumera las
causas de corrección del rigor del Derecho por la equidad -«per
modum epikeia», utilizando la expresión griega-. Se podía templar
el rigor del Derecho por las siguientes razones: el bien de la repú-
blica, el bien de la fe, las causas generales de destrucción de la
ilicitud y de la culpa, como la legítima defensa, etc., la obediencia
debida, el dolo, etc. Pero también otras razones que a nosotros hoy
nos parecen bastante raras: la senectud del reo, del detenido, o su
juventud, con lo que si no se perdonaba por ser viejo se perdonaba
por ser joven.
O la pobreza o también, al contrario, la autoridad social. Igual-
180
A. M. lfespan~u
mente se perdonaba por pobre o por rico y b.,
· y e1 con d ena d o se añadía a todo · esto tam Ien 1a amistad
en t re e1 ¡uez
d
causa se Iscute.. H . .
ay Juristas que no admite 1 ' aunque .est a u'1 tuna
.
h ay otros que d Icen . ' d n a amiStad
que si se ebe templar la pena or 1 • _Pero
A todo esto se sumaban además principios mu/ a ~diStad.
Derecho Romano, que creían que era me¡· or una solu ~~noc¡ 0 }-\lel
. ' 1 CIOn CaSUist¡
que una SO1UC!On genera , por lo q~e la reg)a general establecida ~a
la ley era en todo momento destrmda en la práctica Los t, · n
'd .b · op1cos r0.
manos son conoc1 os, 1 1 ro L X VII del Digesto <<non e t ¡
. d
ms sumatur se exstmre qu
. oo'' sregua
est regula fiat>>, <<El Derecho no se de.
duce de la regla, es la regla la que se deduce del Derecho>> casu'Ist 1·
se entlen . de, que se hace en cada caso. O, «omnes definitio ' pericu. co,
losa est>>, «Toda la definición es peligrosa>>. El odio a lo general
el amor a lo particular. '
La imagen propuesta aparece en abierta contradicción con algu-
nas i~eas recibidas de un Derecho Penal del Antiguo Régimen, te·
rroríf1co, cruel y represivo. Federico II de Prusia, leyendo las
Ordenaciones Portuguesas, leyendo la cantidad de crímenes castiga-
dos con la muerte, preguntó a un valido, un compañero: <<¿Üye,
en este país todavía hay gente viva?>> Y también el rey Alfonso,
de Congo, cuando un misionero portugués le explicaba el Derecho
portugués a finales del siglo xv, le preguntó: «¿En Portugal qué
pena hay para los portugueses que respiran?>> Porque aparentemente
todo estaba penado. Esta es la visión tradicional que se daba del
Derecho del Antiguo Régimen. Y la imagen que me surge de los
textos y de los hechos es bastante contradictoria.
Podría acaso defenderse, y los cultivadores de la psicología ~e
los pueblos lo harán, que ~sta complacencia del sistema portugues
del Antiguo Régimen radicaría en un conocido y muchas veces
invocado carácter dulce y no violento del pueblo portugués. Es una
imagen consagrada, con consagración incluso en la teoría sociológica V
jurídica. Me acuerdo de un jurista alemán contemporáneo que en·
tiende que la Constitución portuguesa va contra la naturaleza de las
cosas porque habla de lucha de clases y los portugueses son un pue·
blo dulce, por lo que habría una contradicción entre las cosas. Se ve
que es una imagen que más que retórica, es utilizada por juristas
serios. Pero francamente, yo no creo que se esté en presencia de un
dato relacionado con caracteristicas psicológicas de un pueblo, smo
que se está en presencia de características estructurales del régimen
de intervención del Derecho penal real y oficial en los sistemas de
control social del Antiguo Régimen.
Antes de entrar en una particularización más detenida de lo
que acabo de decir, yo apuntarla como ralees y hasta ilusión, carica·
181
De la .o:lustitia» a la Disciplina

d D recho Penal masivamente represivo y cruel, dos hechos.


tura e un tee el impacto que tiene en la historiografía la literatura
Por una· t pary progresista
' de la I ]ustracton
·' y d e1 L'b ¡·
1 era tsmo.
T od os
f
reormtsa .
que estudiamos Htstona · d!D
e erech o p ena ¡ norma ¡mente
nosotraoms os por leer los tratados y los textos del Derecho Penal de
empez . d · d
las reformistas de fmales del XVIII, e Beccana; entre nosotros, e
Melo Freire y son obras tan bten escntas, con su dulzura, con su
humanismo, 'que nos quedamos muy impresionados con la versión que
dan del Derecho anterior.
Por otra parte, hay, sobre todo en los historiadores juristas, un
impacto muy grande del paradigma estatalista contemporáneo, que
ignora el papel disciplinador de mecanismos no estatales y no
oficiales de control. Nosotros sobre todo, los juristas, creemos mucho
en el Estado. Estamos muy convencidos de que, hoy mismo, quien
cotrola la sociedad son los mecanismos estatales y oficiales de
poder. Pero estudios, sea de historiadores, sea de antropólogos, nos
van mostrando que, de hecho, la sociedad funciona no por causa de
los mecanismos centrales de poder, sino por mecanismos totalmente
periféricos no controlados por el Estado. Me refiero, para los histo-
riadores por ejemplo, a los bellos libros de la pareja Castan -Nico-
le Castan e Yves Castan-, que han estudiado la práctica sanciona-
dora en el Sur, en el Midi francés, en el Rosellón y el Languedoc.
Y, para la actualidad, me refiero, sobre todo, a los estudios de los
antropólogos y sociólogos, La Justicia del Derecho, de Richard
Able, por ejemplo; Wilfred Ashmer, que ha estudiado el conflicto
del Derecho en las sociedades marginales de Méjico, por ejemplo, en
las chabolas de Méjico, donde se ve que el control social no es efec-
tuado por el Estado. Y lo mismo se puede decir de las chabolas de
Río de Xaneiro, estudiadas por un amigo y colega portugués, Bue-
naventura Soler Santos. Ahí se ve que los mecanismos de control no
son los mecanismos del Estado. Son los mecanismos autónomos,
no estatales, no oficiales de estas comunidades periféricas, al sistema
implantado de poder.
En presencia de un orden penal real tan poco efectivo, d pro-
blema que se nos presenta es el de explicar su papel en el seno de
los mecanismos de poder y de control social. ¿Será que estamos en
presencia de un Derecho Penal inú ti! -ius inutile- o incluso di s-
funcional respecto al objetivo social de controlar los comportamien-
tos? Yo creo que no. Al contrario. Creo que estamos en presencia.
de un sistema coherente de controlar los comportamientos. Creo
quto estamos en presencia de un sistema más que coherente, de un
sistema de la tecnologla disciplinar, la más apropiada a las condi-
ciones concretas de ejercicio de poder en la época moderna. En la
182
A. M. ¡.¡"Ponha
época moderna el poder central el poder centr 1
decir, carece en absoluto de e~ tensiones perif ,a temporal quiero
d e .tmp 1antacton
., . 1 F 1
socta . a ta un encuadramiento ¡ .
eneas y de .
tned,,s
cio Y de las poblaciones. Faltan medios ¡>ara ideent~fcttvo 1dei esp,.
. h 1 tcar os · .
na 1es. F a1tan me d tos para acer efectivos la custodia 1 crun,.
de los presos. Y e transpon,
Uno de los hechos más masivos de las fuentes ponu
·
1os Co nse¡os, ¡ ·· · guesas son
· os¡¡ mumctptos que se quejan de las levas de presos
que no ~meren evar presos a los criminales donde se imponen la;
penas mas tmportant.es, por~ue esto cuesta dinero, supone medios
humanos que no existen. Entonces, todo esto que ahora no trae
problemas de transportar presos, de darles de comer, de encarcelar.
los, de custodiarlos, etc., todo esto presenta problemas casi insu·
perables para los medios disponibles en el Antiguo Régimen.
La logística de la aplicación de las penas es inexistente. No hay
cárceles, por ejemplo, para los condenados al destierro. Esperan en
Lisboa meses y meses el navío que va a llevarles a 1ndia, o a Brasil
o a Angola. Entonces empiezan a condenar a destierro sin decir
dónde, y en el primer navío que aparezca, pues se van, porque si
no estarían meses en la cárcel. Pero entonces, en presencia de esta
ausencia de medios de control y de ejercicio del poder, más que por
la violencia, el poder tiene que controlar por la pe~suasión y por el
\
consensus, lo que supone, por una parte, grandes mverswnes en el
plan de la legitimación del poder de castigar combinados con gran-
des economías en el plan de su efectivización.
Vamos a ver la primera parte. Grandes inversiones en el plan
de la legitimación del poder en general y, en particular, del poder
de castigar. La dialéctica amenazar-perdonar realiza la primera fun·
ción, la primera de estas funciones: legitimar doblemente, por una
vla doble, el poder. Al amenazar, el rey cumple su función de rey
justiciero, de «Defensor Pacis», defensor de la paz, de titular del
Gladio, de aterrorizador de los hombres facinerosos -expresión de
los textos-. Al amenazar el rey cumple, se realiza en una vertiente
de su imagen, el rey fuente terrible de justicia. Pero, al perdonar: el
rey invierte en el capital simbólico -expresión de Pierre Boug¡er,
el sociólogo francés- de la misericordia. El rey se realiza como pa-
dre, como Bon Pastor, como Fons Clementiae, fuente de la ciernen·
cia, como remissor peccatorum, perdonador de los pecados, en hn,
como Dioa en la Tierra, Dios «qui tollit peccata mundi, miserere
nobis•. Dios, el que quita los pecados del mundo amenazando pero
a quien, al final, nosotros pedimos perdón, miserere nobis. El rey
ea la miama imagen, el rey que amenaza «qui tollit peccata mundi»,
pero al que al final el criminal ae dirige pidiendo perdón. Entonces
183
De la .Iustitia» a la Disciplina

. ncia entre amenazar y castigar deja de ser disfuncional.


la mcongrue se pue d a per d onar. E s necesano
·
1 contrar1·0 , se amenaza para que
Aue se amenace para que se pue d a perd onar. L a para do¡a
. d e T ertu-
tiano «oportet hoereses, hoereses esse>>, <<es ~ec.esano que haya he-
rejes para que los buenos, los verdaderos cnsuanos puedan desta-

carsEs~e uso combinado de la amenaza y del perdón, de la ira y del


amor realiza un control extremadamente eficaz. Crea en los súbdi-
tos ~n los vasallos un habitus -en el sentido también de Bourgier-
un 'habitus de obediencia, una obediencia que es hija al mismo tiem-
po del temor y del amor.
Antes y después de la práctica del crimen, el criminal teme la
«ira re gis», el criminal teme la ira del rey. Pero incluso después de
la condena hasta el último momento de la consumación de la pena,
el criminal nunca desespera del amor y de la misericordia del rey.
El amor del poder se prolonga entonces hasta el último momento
del suplicio. No sé si se acuerdan de la bellísima película de Carl
Dreyer «Dies Irae>>, en que la bruja vieja que podía denunciar, que
podía hacer un chantaje con el inquisidor, no lo hace, incluso ya en
el patíbulo. Hasta el último momento, hasta el final espera del in-
quisidor el perdón. El inquisidor la condicionó doblemente; por la
amenaza hasta la pena, hasta la condenación, y después, por el per-
dón hasta el último momento de su vida.
Para un poder que carece de medios para sustentarse, esta obten-
ción autosustentada, como dirían los economistas, el perdón, cons-
tituye un objetivo vital. Se invierte en el plano de la legitimación.
Pero también se intentan hacer economías de medios instituciona-
les. Es decir, el poder intenta no ejecutar el orden penal, dejar la
punición para otras instancias periféricas. Esta economía consistiría
entonces en la devolución de mecanismos de control para instancias
periféricas. Es un tema muy conocido en los historiadores. Nicole
Castan lo ha estudiado para el Sur de Francia, antropólogos actua-
les como Lauren Edders en un libro muy conocido, «Rule without
Law», Reglas sin Derecho, Jo estudió para comunidades campesinas
de Africa.
La estrategia es ésta: el poder central deja a instancias periféri-
cas el trabajo de castigar. ¿Qué instancias periféricas? Bueno, de
una parte, los individuos, ellos mismos, por medio de la autodefen-
sa individual o colectiva. Claro que el Derecho Penal Moderno reac-
ciona contra la autodefensa, pero la autodefensa conoce un espacio
muy alargado todavía. Por ejemplo, las violaciones del orden matri-
monial y familiar, como saben, son más o menos dejadas • l• au~o­
defensa. Las ofensas de honor. como nos dirá Jos<! Luis Berme¡o,
184
A. M. Bespal\h¡
son dejadas a la autodefensa. Incluso la autorrestitució d 1
sión de hecho es dejada a la autodefensa. De hecho el
·
d: a Pose.
restituye por 1a VIO· 1enc1a · d e una cosa suya que ha sidueno que se
por otra, no es castigado. El Derecho Ro~ano conoce ~nusu~pada
di. c~os, «U ti· poss1'd eteEs,. un d e VI,· VI· armata>>, pero son expediente;
os anter
1 1
CIVI es, no pena es. x1ste seguramente una acción de restit ··
del doble. Es decir, para el propietario que se restituye de suucaon
que esta' en pod er d e otro que 1o h ace con v1o . 1enc1a,
. e1 derecho prevé
cosa
que la cosa debe volver a su detentar y que hay una restitución del
doble. Pero la doctrina portuguesa dice que esta pena del doble
no está en uso; entonces, prácticamente no hay pena por el uso de
la violencia, por autodefensa de bienes patrimoniales. Seguramente
la cosa es restituida al primer poseedor, pero no hay pena.
Otro modelo de autodefensa es la autodefensa colectiva. Las
leyes portuguesas conocen hasta finales del xvm y permiten la
«assonada familiar». Es decir, la asonada es penada como crimen.
Pero si es una asonada familiar, sólo son gente de familia, familia
en el sentido más extenso, es decir, parientes y criados, para defen·
der el honor o un pariente o lo que sea, esto no constituye crimen.
Y es una forma muy común. Yo la conocía aún; conocí esta forma de
asonada familiar en que la familia atraía refuerzos. Como también
conocí otra forma de autodefensa colectiva o de castigo colectivo, el
charivari. En unas ciertas épocas del año, por la noche, los jóvenes
salían en grupos y gritan «que fulana no sé qué>>, «que esta joven
no sé cuánto», y que el otro robaba. Y esto era una forma de pu·
nición extremadamente efectiva. La gente temía muchísimo a est~s
gritos por la noche. Era una fiesta de mayo, creo. Y la gente saha
así y esto era una forma de punición colectiva perfectamente efec·
tiva. Por el contrario, no me acuerdo -y ahí viví veinte años- de
nadie que haya ido a la cárcel.
Otro modelo no estatal de arreglo de la violación de las norm~s
de conducta era la composición. La composición, por ejemplo, terua
un campo de elección, las injurias. Acerca de las injurias verbales la
ley preveía que se debían componer y no juzgar en el tribunal, In·
cluso una ley de 1335, pero que permaneció hasta final del Antiguo
Régimen, dificultaba la «Actio Iniuriarum». Parece que a media_d~s
del siglo XIV la «actio Iniuriarum» del Derecho Romano se recibiÓ
en Portugal, como aquí en España también. Y la gente se apasionó
por la actio iniuriarum, era elegante, estaba de moda.
Curioso es que, y esto viene a propósito hablando en España,
una de las razones de la oposición de los portugueses contra los re·
yes Austrias, que aparece en un papel de los pueblos de Algarve, es
que loa reye1 Austria, la Casa de Austria, prohibieron a los pue·
De 1a « I
'
ustitia» a la Disciplina
185

s· de Algarve al Sur de Portugal, su libertad de


blos de la ¡erra¡ tros» E;ta ofensa de la libertad de la autosan-
«rna a , . ad osamenazada
t rse unos que d e h ec h o h a b'Ian
0 · ·
por los Austnas
·'
~wn d estana s1en° ·'
¡ dar a Portugal la polio a d e H erman d ad es. Y h e ah'1
mtenta o tras a
el problema. . 'f, · d 1 ·' d
Por otra parte, otra instancia pen er1ca e reso ucwn e c?n IC-
fl'
de castigo son las órdenes penales de los Cuerpos penfencos ..
~~t%s de todo, la Iglesia. Se habló ya aquí del ordenamiento de la
Iglesia. Sólo qu~rría llamar la atendón para el"- hech? de que el or-
denamiento sanciOnador de la Iglesia era bastante mas extenso, bas-
tante más largo que la Inquisición. Quizás la forma de hacerlo más
efectiva eran las visitas de los Obispos. Los Obispos visitaban los
pueblos y ahí hacían encuestas sobre los pecadores públicos, los
amancebados, la gente que robaba, pero sobre todo en el dominio
sexual y familiar. Y estas visitas eran muy temidas, incluso los pue-
blos pedían al rey que les protegiera contra las visitas de los Obis-
pos. Además de las visitas, de esta represión de los pecados públicos,
claro, la Inquisidón. Pero también conviene recordar que al lado
del Santo Oficio de la Inquisición existía -en Portugal hasta tar-
de, porque la Inquisición portuguesa es más tardía que la españo-
la- la Inquisición episcopal general, que tenía un papel de con-
trol, de condicionamiento de los comportamientos, muy importante.
Además del orden penal de otros cuerpos periféricos. Antes que
todo, la familia. Sobre el padre -esta es una fuente no portuguesa,
el pueblo portugués es dulce; es belga-, hay una fuente que dice:
«El marido puede cortar la mujer en trodtos y lavar las manos en
su sangre; si la cuece y queda viva en condiciones, no debe ser
penado». Bueno, esto nos da una idea del poder sandonador del pa-
dre! un poco folklórico, pero, claro, el poder de castigar sobre la
mu¡er, los hijos y los criados era bastante efectivo y nada folklórico.
A fmales del siglo xvm se discute mucho, y con opiniones no coin-
Cidentes, si el padre puede tener una cárcel para sus hijos y para
su mujer. Y debo decirles que un jurista, un gran jurista portugués.
en los años cuarenta defendía aún que el marido podía pegar a la
mujer si lo hada de forma blanda.
La justicia, la «lustitia» que se reclama en el titulo de esta po-
nencia, «De la Iustitia a la Disciplina» es justamente el manteni-
miento de las libertades punitivas periféricas. El paso a la disci-
plina, a que se refiere también el titulo de la ponencia, marca pre-
cisamente el advenimiento de la época estatalista ilustrada, en el que
el Estado intenta progresivamente llevar a él, en exclusiva, el con-
trol social. Para esto el Estado refuerza sus medíos institucionales y
loglsticos. Crea, por ejemplo, la Intendencia de Polida, entre noso-
186
A. M. llesplllh.
tras. Redefine de una forma más económica el campo de] d 1.
Ahora hay que punir menos casos -Bartolomé Clavero ayer e lto:
fería a esto--. Hay que castigar menos casos, hay menos delito se re.
.
castigar más slstematicamente
. ,. y de f orma mas• cre1'bl e, porques Para
.
· to do, de hec ho no se castiga
dice que se castiga · na da. Hay que"se
tringir el dominio del delito. Hay que redefinir en un sentido :~·
inexorable la práctica punitiva. Entonces hay que aplicar penas m:'
blandas, penas menores para poder aplicarlas siempre. Como die:
un jurista portugués de final del siglo XVIII: <<Las penas exagera.
das gastan el muelle del gobierno.>> Es una expresión creo que muy
ilustrativa. Y es esto lo que quería significar con este título, algo
misterioso, «De la lustitia a la Disciplina».
Capítulo 9
UNA HISTORIA DE TEXTOS

A. M. Hespanha

En estas conferencias hemos hablado sobre todo de textos: tex-


tos de derecho, textos de teología, textos literarios. Pero a pesar de
la naturalidad con que lo hemos hecho, nada hay más equívoco,
desde el punto de vista teórico y metodológico que esta •historia de
textos».
Para empezar, qué clase de entidad es ésta, la de un texto. ¿Es
aquello que se expresa y dice abiertamente en él? ¿Es también
aquello que apenas se insinúa? ¿La red de relaciones ---<le citas, de
referencias, más o menos implícitas- en que se inserta? Más allá
de este «ambiente textual>>, ¿es también el entorno social de su
producción? Además, ¿quién produce un texto: su autor, su lector
o es el propio texto a sí mismo? Desde la lingüística de los años
treinta a sesenta hasta el «constructivismo radical», pasando por la
«arqueología de los saberes», no carecemos en la actualidad de re-
flexiones de fondo acerca de tales cuestiones. Ha llegado el mo-
mento, según creo, de que aquéllas se incorporen al patrimonio me·
todológico de esta rama de la historia a la que alguien denominó ya
-aunque con una intención reduccionista que hoy no se puede sus-
tentar- una «historia de libros». El objetivo de estas líneas es el
de introducir, a propósito de estos textos de los que ahora nos ocu-
pamos, algunos de los problemas aludidos. . .
La primera cuestión me la sugiere el propio ambiente de la dis-
cusión y se refiere a la génesis de los textos o, más concretamente,
187
188
A. M. Hespanh,
de los temas que los mismos abordan y de las respuestas
ponen. que les Pro
En una intervención anterior, Bartolomé Claver ¡ .
la ausencia de la sexualidad femenina con el hech~ de acronaba
autores de nuestros textos eran, invariablemente, hombre e qEue los
.mtervenc10n, . ' Jose, L ms. BermeJO,
. h abl an d o de un pasaje de
s. 1n potra.
1
tica de Bovadilla, explicaba las posiciones adoptadas allí a pa:t" od.
la situación socio-profesional del autor. Yo mismo, cuando m~ e
ferí, en una intervención anterior, a la defensa del arbitrium iudi~~;
por los juristas, la expliqué por su adecuación a una política de am.
pliación del espacio de intervención de los juristas (i.e., de los
mismos autores de los textos), como mediadores sociales. Y, en me-
dio de todas estas posturas, aún recuerdo un artículo reciente de
Clavero («Historia y antropología. Por una epistemología del dete·
cho moderno>>. Primer Seminario de Historia del Derecho y Dere-
cho privado. Nuevas técnicas de investigación, Bellaterra, 1985),
donde presenta los textos jurídicos como fuentes adecuadas para una
antropología de la Europa medieval y moderna, de tal modo que se
hallarían próximos a los valores cardinales de la cultura europea.
En todos los casos referidos se propone una relación de los tex-
tos -mejor, del contenido de los textos- con sus autores: con un
autor bien individualizado (caso de J. L. Bermejo), con un autor
colectivo, caracterizado por su sexo (caso de Clavero), o por el esta-
tuto socio-profesional (en mi caso), con un gran autor que se con·
funde con la sociedad misma (según ejemplo de Clavero). En este
sentido, todos nos inspirábamos en una idea de la sociología rr_a·
dicional de la literatura, la de que los textos tienen una «exphcaClon
social» y que la clave de ésta radica en la situación social de los
autores.
Este punto de vista es, no obstante, insuficiente. Por un lado,
porque reduce toda la sociología de los textos a una sociología de
sus autores, asumiendo, bien que superficialmente, que éstos so~
quienes parecen ser. Por otro lado, del texto se toma apenas en consi·
deración el «contenido» (y, posiblemente, en su aspecto más mant·
fiesta), pero ya no la estructura formal, en sus múltiples aspectos
-sistematización, organización de la argumentación, patrimonio de
imágenes, de tópicos y de vocabulario, sistema de referencias textua-
les, etc.
Partiremos del segundo aspecto para la siguiente cuestión:
Un texto es el lugar de múltiples relaciones.
A nivel del propio texto, unas se establecen entre las entidades
que lo constituyen. Son las relaciones sintácticas. En realidad, cada
discurso forma. en efecto, un sistema, constituido según ciertas re-
Una historia de textos
189

g_la_s de admisión, de encadenamiento y de transformación de propo-


stcwnes;, unas, muy fundamentales, situadas al nivel de la lengua;
otras, mas locales, refendas a aquel Sistema discursivo particular
aquél «saben>. De tal modo que uno de los baremos para saber' 1~
que se dice, puede se~ é~te? el de la relación ~ntre las cosas expre-
sadas con las reglas smtacucas de generahzacwn del discurso
Otras relaciones -las relaciones semánticas- se establec-en en-
tre las entidades discursivas y «las cosas>>, la realidad «extradiscur-
siva>>, sean cuales sean las dificultades teóricas para definir lo que
esto es. Pa_ra stmphficar, ~onstderamos que este nivel constituye la
sede aproptada para estudiar cuestiones como la de las relaciones
entre los «contenidos» del discurso -v. gr., sus temas, el •signifi-
cado>> de las palabras o de los conceptos- y la realidad no discur-
siva que está contenida en él.
Por último, las relaciones llamadas pragmáticas se establecen en-
tre los signos y los sujetos discursivos, bien sean ellos los autores,
bien sean ellos los destinatarios -•esperados>> o reales-. Y esta es la
sede propia de muchos de los problemas más clásicos de la sociolo-
gía de la literatura; pero, como ya hemos sugerido y desarrollaremos
más adelante, existen muchos más ámbitos problemáticos que ob-
servar aquí.
A título de ejemplo, nos detendremos seguidamente en algunos
supuestos de problemática histórica de textos a los que pueden apli-
carse estas perspectivas analíticas.
Comenzaré por esta cuestión que procede del plano de las rela-
ciones sintácticas, ya aludido. ¿Cuál es el significado de un concepto,
de una categoría dogmática, de un tópico, incorporado a un texto
jurídico?
Un punto de vista muy frecuente entre los historiadores del
derecho es aquél que llamaremos la perspectiva genealógica ~s
decir, recuperar el sentido original de cada unidad discursiva 1v. gra-
cia, de cada concepto), o en la mente de su autor, o en el texto en
que apareció por vez primera, restableciendo después toda la cadena
de transmisión, desde el origen hasta d texto en cuestión. _conce-
diendo una mayor o menor atención a las alteraciones de ~I~~Iflcado
que va sufriendo el texto. En el mundo de la metodologia Jurfdi~a.
este procedimiento tiene gran semejanza con la interpretación «his-
tórica» o «subjetiva». Otro punto de vista, éste estrechamente rd•·
donado con la idea de interpretación «objetiva» en la técmca her·
menéutica del derecho, es el de que cada demento de un texto Id-
quiere sentido a partir del todo en que está integrado, parucular-
mente en el todo constituido por la obra del mismo autor·
El primer punto de vista conduce a una desinte¡¡ración de la
l90
A. M. Hespan~¡¡
unidad del texto y al desconocimiento de su propia densid· d. E
hech~ evidente que la construcción de cada texto es como\ d; un
trabaJO de bncolaJe, en el que se vuelven a utilizar elemcnt un
dos de otros textos. En el ámbito de la historia del derecho ~s ~gt
tal, es innegable que el saber jurídico de los últimos dos mile~~~ '\·
sido el de una continua reelaboración de un patrimonio rel~;, a
mente limitado de conceptos, de dogmas y de tópicos de la tradic~~
textual romana y canónica. Conceptos tales como <<propiedad-domi-
nio», «crímenes públicos>>, <<buena fe>>, existieron desde muy tem.
prano. Pero no se puede ignorar que, inseparable de esa reutiliza.
ción, existe también un irreductible trabajo de readecuación, de
inclusión de cada elemento en una arquitectura textual nueva, en
la que cada pieza adquiere un nuevo sentido -es el conocido pro-
blema de la duplex interpretatio de los textos romanos- y una
nueva función. Asi, los publica delicia de las fuentes romanas (quae
in omnium refrentur iniuriam quorum antiquis temporibus eorum &
animadversío ad populum pertinet, contemplados en el libro 48 del
Digesto) no son crímenes públicos de la doctrina penal <<estatalista»
(ilustrada o postrevolucionaria) (quae publicam rem, el securitatem,
laedunt, et publica animadversione vindicatur). y no sólo porque
su definición contiene elementos diferentes -especialmente una más
clara autonomización del interés «público>> en la segunda defini-
ción-, sino también porque la oposición <<público-privado>>, que
subyace en las definiciones, tiene, en los dos contextos discursivos,
una función estructurante distinta (i.e., un impacto diferente en la
organización global de este campo dogmático).
En lo que se refiere al segundo punto de vista -el de que cada
concepto adquiere su significado dentro del contexto discursivo en
el que se sitúa- parece corresponder a la idea, antes aludida, d_el
carácter auto-organizado, estructural, de los textos; la preocupacwn
de evitar un análisis microscópico de cada uno de sus elementos. El
problema radica en definir correctamente el ámbito de la unidad
textual en que cada elemento debe ser entendido. Esta no puede
ser el texto aislado en que éste se inserte, ni el conjunto de los
textos de un mismo autor.
Aqui la idea central es la intertextu!J/idad, es decir, la de que
cada unidad textual «física» forma parte de un gran texto, de un
intertexto, constituido por todas aquellas realidades textuales que
mutuamente se invocan --expresa e intencionadamente-- o suscitan
-implícita y objetivamente--. El intertexto es, as!, una red de
referencias mutuas, continuas y mutables, en el ámbito de la que
cada elemento textual se transforma, adquiriendo nuevos significa·
dos, en virtud de una incesante corriente de incorporación de ele-
Una historia de textos 191

mentas significativos (hetera-integración). Se incorporan, al nivel


más elemental, formas lingüísticas y estilísticas, modelos de enca-
denar las proposiciones (de organiza: el raciocinio, de argumentar,
de probar). A un nivel superior, se mcorporan clasificaciones y sis-
tematizaciones de los asuntos, tópicos, conceptos y dogmas, textos
de referencia expresa, textos canónicos (i.e., modélicos); autorida-
des, temas y problemas.
En el campo del derecho, la tradición literaria romano-canónica
constituye un buen ejemplo de un intertexto (ella misma está integra-
da en el intertexto más amplio de la literatura erudita de la que,
en especial, recibe la lengua técnica y muchas figuras generales del
discurso). En términos tales que se hace imposible la consideración
de cualquier texto jurídico sin tener en cuenta aquello que éste
recibe, por hetera-integración, de ese intertexto implícito. Este
movimiento permanente de invocación de un gran texto implícito
se materializa, rápidamente, en el obsesivo juego de las citas, que
nos remiten expresamente a textos complementarios, tanto formal
como económicamente, integrados en el discurso. Pero la hete-
rointegración no concluye con estas remisiones expresas e intenciona·
les del autor, pues éste mismo, al utilizar conceptos que aparecen
en otros textos de la tradición, se remite implícitamente a ella y
espera, del lector, la capacidad de movilizar y de subsanar, así, las
lagunas o indeterminaciones de su discurso. Pero, más que esto, el
propio lector (cada lector, en cada época histórica) sigue constru-
yendo y reconstruyendo el texto, por este mecanismo de hétero-inte-
gración, mucho más allá de las previsiones y expectativas del autor.
La recepción de un texto, a través del acto de su lectura en contexto
histórico de una determinada tradición, constituye, así, una ulterior
recreación suya. Lo que, a su vez, enriquece y dinamiza. el patrim~
nio textual tradicional, concediéndole un nuevo contemdo Y modi-
ficando eventualmente su estructura global.
La tradición literaria del derecho común es, así y al mismo
tiempo, un patrimonio cúya entidad y arraigo depende de cada pro-
ducción textual, además de que, a su vez, estructura y hetero-mtegra
o hetera-interpreta cada nuevo texto.
En esta perspectiva, constituye un buen ejemplo de las rec~m­
posiciones de la tradición textual de los criminalistas, la modifica-
ción del intertexto de la literatura criminalista en el transcurso del
siglo XVIII, fácilmente detectable por la modificación del propio
corpus bibliográfico expresamente citado. . .
En realidad, son los propios criminalistas de fmes del s1glo XVIII
quienes nos hablan de las novedades sobre su campo de referencia
literario. El jurista portugués Paseos! de Melo Freire (17 38-1798),
l92
A. M. Hespanha
autor de una Instituciones iuris criminalis lusitani (1789)
carán una época y del importantísimo proyecto de códig~ que mar.
de 1786, insiste en la unión de la nueva penalística con u~tlrn¡na\
cuerpo doctrinal, al que llama <<nueva philosophia política>> nuevo
. l , , cuyos
autores enumera; antes que ntnguno, e marques de Beccaría p
también Hugo Grocio, Locke, Montesquieu, un conjunto he;eroer~
neo de juristas del iusracionalismo alemán como B. Carpzow, A. M~~­
taeus, G. A. Struve, S. Pufendorf, ]. G. Heineccius, Chr. Wolf y
Chr. Thomasius, y una serie de criminalistas y publicistas especia\.
mente franceses e italianos, para las cuestiones penales. Y esta es
de hecho, la literatura a que se refiere Melo Freire en sus obras. '
Con ello se abre un nuevo contexto literario; pero se cierra,
paralelamente, el anterior intertexto, en el cual la obra paradigmá-
tica era Praxis et theoricae criminalis, de citación obligatoria para
los penalistas de los siglos XVII y XVIII. Con Farinaccius, también
se excluye todo el «archivo,. (M. Foucault) de la tradición penalista
del derecho común, europea o peninsular. Cada uno de estos archi-
vos tenia su propia estructura interna, su sintaxis.
A cada uno correspondía, por ejemplo, un cierto modelo de
orden del discurso. Al moderno, un modelo sistemático, según el
cual, el discurso bien ordenado debía fundamentarse en una defini-
ción de grandes categorías o axiomas, articularse sobre taxonomías
(de los crímenes, de las penas) y proseguir por deducción. El antl·
guo, un modelo legal casuístico, conseguido mediante los mecanismos
casuísticos de la quaestio, de la ampliatio o de la distinctio.
Cada uno tenia sus referencias y autoridades. El moderno, la
legislación de los soberanos ilustrados, la producción de las acade·
mías y de las sociétés savantes del siglo xvm, la literatura camera·
listica (kameralwissenschaff) austríaca y alemana. La misma duah·
dad existe referida a los criterios de validación de las proposiciones.
En la literatura penalistica tradicional, el probabilismo, que arran·
caba de una averiguación casuística de la razonabilidad de las solu·
dones, realizando una ponderación minuciosa de las circunstancias
de cada hipótesis y de las reglas, siempre provisionales y muchas
veces conflictivas, formuladas a ese respecto por la doctrina. En la
literatura moderna, por el contrarío, la solución tiene que proceder
de los axiomas, auto-evidentes, formulados en el contenido del de-
recho criminal de la época.
Dualidad, también, en lo que se refiere al orden expositivo de
las materias. En la tradición jurídico-penal anterior, las materias se
exponían conforme al ordo legalia (i.e., según su orden el Digesto o,
sobre todo, en el libro V de las Decretales). De acuerdo con el
modelo expositivo de las Decretales, el tratamiento sigue el orden
Una historia de textos 193

del proceso; se inicia por. la acusació?•. sigue con la regulación de


los distintos delitos y termma con el reg1me? de prueba: y de la sen-
tencia. El carácter estructurador de esta sistema!IzaciOn es tan m-
tenso que se mantiene, mcluso, en los pn~eros cod1gos <<modern?s»
(como los códigos penales toscano y austnaco). Pero en la doctnna,
y singularmente en el proyecto de código portugués de 1786, se
sustituyó por un orden sistemático, apoyado en criterios <<internoS>>
y «materialeS>> (como la tipología de crímenes) y no en criterios
«procesaleS>>.
Por último, también cambia el lenguaje técnico, y e! latín cede
paso a los idiomas nacionales, con la consecuente desaparición de !a
red de comunicación científica, en especia! en lo que respecta a la
comunicación entre la penalística alemana y las penalísticas !atinas.
Cambia, asimismo, el patrimonio de los ejemplos, tomados ahora de
la publicística y de las colecciones de causes célebres más que de las
fuentes escritas y clásicas.
Esta mutación en el intertexto ocasionó, ciertamente, modifica-
ciones en !a práctica jurídico-penal al nivel, i.e., de las relaciones
pragmáticas. En este momento es menos interesante detenerse en
ellas que indicar brevemente algunas de las consecuencias que este
nuevo contexto textual y del paradigma de organización del discur-
so que ello implica tuvieron, a su vez, en el campo socia! en que se
desarrolla el discurso. Estamos, nuevamente, en el plano de !as
relaciones pragmáticas. Y aprovecharemos, por tanto, este ejemplo,
para invocar la problemática de este nivel de análisis.
El carácter sistemático y axiomático del nuevo discurso permite
su acceso a un público más amplio, que antes era incapaz de acceder
al hermetismo técnico del discurso jurídico tradicional, pero al que
pasa a ser accesible la claridad de los nuevos axiomas criminales y la
n~eva inteligibilidad de los procesos de raciocinio deductivo. El
dtscurso gana, con ello, un enorme poder expansivo. Axiomas fá-
ciles de aprehender y de transmitir, una lógica transmitida por el
p~pulariter intellegere. En correspondencia con esta apertura al am-
pho público de «ciudadanos amantes del bien común», el discurso
penalístico se destecnifica y aborda, ahora, las cuestiones fundamen-
tales de la filosofía y de la política penal. El orden expositi vo lo
facilita también, pues trata estas cuestiones en los capítulos iniciales
de la exposición, a diferencia del antiguo orden «procesalista», en el
que aquéllas no tenían «lugar». Al mismo tiempo, este cambio en
el orden del discurso contribuyó asimismo a desactualizar el viejo
:orp.u~ literario, que, ahora, apa;ece como 'desorganizado y caótico,
m~uhzable frente al que promueve el nuevo, organizado en confor-
midad con el nuevo paradigma de agrupación temática.
A. M. ll.espanha
unidad del texto y al desconocimiento de su propia den ·¿ d
hecho evidente que la construcción de cada texto es co~ \ · ~s un
trabajo de bricolaje, en el que se vuelven a utilizar elem~nta e un
dos de otros textos. En el ámbito de la historia del derecho ~s ~g,.
tal, es innegable que .el saber jurídico _de los últimos dos mile~~~s'h;
sido el de una contmua reelaboracton de un patnmonio relati .
mente limitado de conceptos, de dogmas y de tópicos de la tradic~n
textual romana y canónica. Conceptos tales como <<propiedad·domi.
nio», «crímenes públicos>>, <<buena fe>>, existieron desde muy tem.
prano. Pero no se puede ignorar que, inseparable de esa reutiliza.
ción, existe también un irreductible trabajo de readecuación, de
inclusión de cada elemento en una arquitectura textual nueva, en
la que cada pieza adquiere un nuevo sentido -es el conocido pro·
blema de la duplex interpretatio de los textos romanos- y una
nueva función. Así, los publica delicta de las fuentes romanas (quae
in omnium refrentur iniuriam quorum antiquis temporibus eorum &
animadversío ad populum pertinet, contemplados en el libro 48 del
Digesto) no son crímenes públicos de la doctrina penal <<estatahsta»
(ilustrada o postrevolucionaria) (quae publicam rem, et securttatem,
Iaedunt, et publica animadversione vindicatur), y no sólo porqu;
su definición contiene elementos diferentes -especialmente una ma.s
clara autonomización del interés <<pública>> en la segunda dehm·
ción-, sino también porque la oposición <<público-privado>>,. que
subyace en las definiciones, tiene, en los dos contextos discurstvol,
una función estructurante distinta (i.e., un impacto diferente en a
organización global de este campo dogmático).
En lo que se refiere al segundo punto de vista -el de qu.e cada
concepto adquiere su significado dentro del contexto discurstvo dl
el que se sitúa- parece corresponder a la idea, antes aludtda, . ;
carácter auto-organizado, estructural, de los textos; la preocupactol
de evitar un análisis microscópico de cada uno de sus elementos: Ed
problema radica en definir correctamente el ámbito de la umda
textual en que cada elemento debe ser entendido. Esta no puede
ser el texto aislado en que éste se inserte, ni el conjunto de los
textos de un mismo autor.
Aqul la idea central es la intertextualidad, es decir, la de que
cada unidad textual «física» forma parte de un gran texto, de un
intertexto, constituido por todas aquellas realidades textuales que
mutuamente se invocan --expresa e intencionadamente- o suscitan
-implicita y objetivamente--. El intertexto es, as!, una red de
referencias mutuas, continuas y mutables, en el ámbito de la que
cada elemento textual se transforma, adquiriendo nuevos significa-
dos, en virtud de una incesante corriente de incorporación de ele-
Una historia de textos 191

mentos significativos (hetera-integración). Se incorporan al nivel


más elemental, formas lingüísticas y estilísticas, modelo; de enca-
denar las proposiciones (de organiza~ el raciocinio, de argumentar,
de probar). A un mvel supenor, se mcorporan clasificaciones y sis-
tematizaciones de los asuntos, tópicos, conceptos y dogmas textos
de referencia expresa, textos canónicos (i.e., modélicos); a~torida­
des, temas y problemas.
En el campo del derecho, la tradición literaria romano-canónica
constituye un buen ejemplo de un intertexto (ella misma está integra-
da en el intertexto más amplio de la literatura erudita de la que,
en especial, recibe la lengua técnica y muchas figuras generales del
discurso). En términos tales que se hace imposible la consideración
de cualquier texto jurídico sin tener en cuenta aquello que éste
recibe, por helero-integración, de ese intertexto implícito. Este
movimiento permanente de invocación de un gran texto implícito
se materializa, rápidamente, en el obsesivo juego de las citas, que
nos remiten expresamente a textos complementarios, tanto formal
como económicamente, integrados en el discurso. Pero la hete-
rointegración no concluye con estas remisiones expresas e intenciona-
les del autor, pues éste mismo, al utilizar conceptos que aparecen
en otros textos de la tradición, se remite implícitamente a ella y
espera, del lector, la capacidad de movilizar y de subsanar, así, las
lagunas o indeterminaciones de su discurso. Pero, más que esto, el
propio lector (cada lector, en cada época histórica) sigue constru-
yendo y reconstruyendo el texto, por este mecanismo de hétero-inte-
gración, mucho más allá de las previsiones y expectativas del autor.
La recepción de un texto, a través del acto de su lectura en contexto
histórico de una determinada tradición, constituye, así, una ulteriOr
recreación suya. Lo que, a su vez, enriquece y dinamiza_ el patrinx:
nio textual tradicional, concediéndole un nuevo contemdo Y modi-
ficando eventualmente su estructura global.
La tradición literaria del derecho común es. así y al mismo
tiempo, un patrimonio cuya entidad y arraigo depende de cada pro-
ducción textual, además de que, a su vez, estructura y hetero-mtegra
o hetera-interpreta cada nuevo texto.
En esta perspectiva, constituye un buen ejemplo de las recom-
posiciones de la tradición textual de los criminalistas, la mochflca-
ción del intertexto de la literatura criminalista en el transcurso del
siglo xvm, fácilmente detectable por la modificación del propiO
corpus bibliográfico expresamente citado. .
En realidad son los propios criminalista• de fines del sljllo XVIII
quienes noo hablan de las novedades sobre su campo de 7 re 3 :~~~~•
literario. El jurista portuKUé• Paocoa.l de Mdo Freue ( 1 ·
l92
A. M. H"Panha
autor de una Instituciones iuris criminalis lusitani ( 17B 9)
carán una época y del importantísimo proyecto de e,¿· ' qu~ tnar
de 1786, insiste en la unión de la nueva penalística 0c0Igo Ctillllna\
cuerpo doctnna · 1, a1 que 11 ama «nueva philosophia polítn1· un nue' 0
. ~.~
autores enumera; antes que mnguno, el marqués de Becca · · '
tam b1en. ' H ugo G roc1o,
· Loc ke, Montesqmeu, · na, Pero.
un conjunto het
neo de juristas del iusracionalismo alemán como B. Carpzow Aer~le.
taeus, G. A. Struve, S. Pufendorf, J. G. Heineccius, Chr: Wolt'
Chr. Thomasius, y una serie de criminalistas y publicistas especia\.
mente franceses e italianos, para las cuestiones penales. Y esta es
de hecho, la literatura a que se refiere Melo Freire en sus obras. '
Con ello se abre un nuevo contexto literario; pero se cierra.
paralelamente, el anterior intertexto, en el cual la obra paradigmá·
tica era Praxis et theoricae crimina/ir, de citación obligatoria para
los penalistas de los siglos XVII y XVIII. Con Farinaccius, también
se excluye todo el «archivo» (M. Foucault) de la tradición penalista
del derecho común, europea o peninsular. Cada uno de estos archi·
vos tenía su propia estructura interna, su sintaxis.
A cada uno correspondía, por ejemplo, un cierto modelo de
orden del discurso. Al moderno un modelo sistemático, según el
cual, el discurso bien ordenado clebía fundamentarse en una defini·
ción de grandes categorías o axiomas, articularse sobre taxonomías
(de los crímenes, de las penas) y proseguir por deducción. EI antl·
guo, un modelo legal casuístico, conseguido mediante los mecamsmos
casuísticos de la quaestio, de la ampliatio o de la distinctio. l
Cada uno tenía sus referencias y autoridades. El moderno, a
legislación de los soberanos ilustrados, la producción de las acade·
mÍas y de las sociétés savantes del siglo XVIII, la literatura camerr
lística (kameralwissenschaff) austriaca y alemana. La mism~ dua I·
dad existe referida a los criterios de validación de las proposiciones.
En la literarura penalística tradicional, el probabilismo, que arran·
caba de una averiguación casuística de la razonabilidad de las solu·
ciones, realizando una ponderación minuciosa de las circunstancias
de cada hipótesis y de las reglas, siempre provisionales y muchas
veces conflictivas, formuladas a ese respecto por la doctrina. En la
literatura moderna, por el contrario, la solución tiene que proceder
de los axiomas, auto-evidentes, formulados en el contenido del de-
recho criminal de la época,
Dualidad, también, en lo que se refiere al orden expositivo de
las materias. En la tradición jurídico-penal anterior, las materias se
exponían conforme al ordo legalia (i.e., según su orden el Digesto o,
sobre todo, en el libro V de las Decretales). De acuerdo con el
modelo expositivo de las Decretales, el tratamiento sigue el orden
Una historia de textos 193

del proceso; se inicia por la acusació?,. sigue con la regulación de


los distintos deh tos y termma con el regtmen de pruebas y de la sen-
tencia. El carácter estructurador de esta sistematización es tan in-
tenso que se mantiene, incluso, en los primeros códigos «modernos>>
(como los códigos penales toscano y austriaco). Pero en la doctrina,
y singularmente en el proyecto de código portugués de 1786, se
sustituyó por un orden sistemático, apoyado en criterios «internos»
y «materiales» (como la tipología de crímenes) y no en criterios
«procesales».
Por último, también cambia el lenguaje técnico, y el latín cede
paso a los idiomas nacionales, con la consecuente desaparición de la
red de comunicación científica, en especial en lo que respecta a la
comunicación entre la penalística alemana y las penalísticas latinas.
Cambia, asimismo, el patrimonio de los ejemplos, tomados ahora de
la publicística y de las colecciones de causes célebres más que de las
fuentes escritas y clásicas.
Esta mutación en el intertexto ocasionó, ciertamente, modifica-
ciones en la práctica jurídico-penal al nivel, i.e., de las relaciones
pragmáticas. En este momento es menos interesante detenerse en
ellas que indicar brevemente algunas de las consecuencias que este
nuevo contexto textual y del paradigma de organización del discur-
so que ello implica tuvieron, a su vez, en el campo social en que se
desarrolla el discurso. Estamos, nuevamente, en el plano de las
relaciones pragmáticas. Y aprovecharemos, por tanto, este ejemplo,
para invocar la problemática de este nivel de análisis.
El carácter sistemático y axiomático del nuevo discurso permite
su acceso a un público más amplio, que antes era incapaz de acceder
al hermetismo técnico del discurso jurídico tradicional, pero al que
pasa a ser accesible la claridad de los nuevos axiomas criminales y la
nueva inteligibilidad de los procesos de raciocinio deductivo. El
discurso gana, con ello, un enorme poder expansivo. Axiomas fá-
ciles de aprehender y de transmitir, una lógica transmitida por el
populariter intellegere. En correspondencia con esta apertura al am-
plio público de «ciudadanos amantes del bien común•, el d1scurso
penalístico se destecnifica y aborda, ahora, las cuestiones fundamen-
tales de la filosofía y de la política penal. El orden, exposm.vo lo
facilita también, pues trata estas cuestiones en los capltul_os lmCiales
de la exposición, a diferencia del antiguo orden «p=sahsta», _en el
que aquéllas no tenían «lugar•. Al mismo tiempo, ese: camb10. :0
el orden del discurso contribuyó, asimismo, a desactuahzar el VIeJO
corpus literario que ahora aparece como desorganizado Y caóuco,
inutilizable fre~te al' que p;omueve el nuevo, organizado en confor-
midad con el nuevo paradigma de agrupación teméuca.
194
A. M. Hesponh,
También el cambio del lenguaje técnico al qu
'd · · · ' e ya nos h
ref en o, nene consecuenctas . Importantes
., en las relac 1·ones del emos
1
no s61o con sus 1ectores, smo tambten con sus autores. exto
Por un lado, ello contribuyó, también, a la aludida 1 ,
..
d e1 pu'bl'tco 1ector, pomen · d o 1os textos al alcance de un amp p 'bl' iaCion
. . 11 b .' d 1 U lCO de
no J_unstas y, con e _o, a ~ten o o a otras h~terointerpretaciones a
parur de las referencias existentes en la consctencia de estos nuevos
lectores. Pero, por otro lado, la llegada de las lenguas nacional
como vehículos del diálogo científico rompe la anterior comunid:d
de comunicación. La literatura alemana, en especial, deja de formar
parte del «archivo» de los criminalistas de lengua latina, que así
se ven limitados, en sus horizontes textuales, a los autores italianos
y franceses. En este último idioma prolifera, entonces, una literatura
criminalística de «combate», más interesada en los problemas de
política criminal que en las cuestiones dogmáticas. Y ello, a su vez,
produce el doble efecto de contribuir a la generalización de la dis·
cusión criminalística entre los no juristas y de minusvalorar las estra·
tegias discursivas, exclusivamente dogmáticas.
Un nuevo intertexto, una nueva sistematización, nuevos mode·
los de raciocinio, o sea, una nueva organización sintáctica del dis·
curso genera, así, nuevas relaciones pragmáticas. Pero crea también
novedades al nivel de la semántica -nuevos campos de «objetos>>
de los que poder hablar-. Uno de ellos es, como ya expusimos, el d~
la política criminal, que surge en el intertexto de la doctrina en·
minal, tratado por la publicística francesa e italiana de la segunda
mitad del siglo xvm.
Nos estamos refiriendo a modificaciones en los discursos Y a las
prácticas sociales e instituciones que los rodean. Pero es convenien-
te no olvidar que estas modificaciones discursivas y los modelos de
valoración penal de las conductas que los mismos producen se plas·
marán en consecuencias legales y normativas y, a través de ellos, en
soluciones jurídicas practicadas, en efectos sociales extradiscursiv~s.
Hablamos de rupturas en los contextos discursivos. Pero podta-
mos haber hablado de continuidades. Por ejemplo, de esa larga
continuidad de corpus doctrinal del derecho penal clásico, que se
extiende por lo menos del siglo XIII al XVIII, perpetuando referencias
textuales, tópicos, modos de clasificación, esquemas de valoración,
ThesstJuri de ejemplos y de casos típicos. También esta permanencia
del intertexto fue responsable de la reproducción del ambiente «eX-
terno,. del discurso y de los efectos sociales producidos por él.
Pero hablando de relaciones semántictJs, podemos invocar otros
ejemplos de abordajes analíticos. Podemos poner, por ejemplo, el
siguiente problema. De qué modo se relacionan los textos con los
Una historia de textos 195

«objetos»; o, adoptando un punto de vista algo más radical, de


qué modo crean los textos objetos. . .
El discurso penalista nos ofrece ejemplos Interesantes de esta
eficacia constructiva del discurso.
En realidad, el universo de los actos castigados penalmente cons-
tituye un continuum, en el cual las clasificaciones y tipologías de
la dogmática jurídico-penal introducen un recorte. Recorte histórico,
dependiente del mutuo arreglo de las categorías dogmáticas en cada
época; pero recorte estructurador, creando <(crímenes» -i.e., en-
tidades diferenciadas discursivamente-, estableciendo entre ellas
proximidades y distancias, responsables de la generalización o no a
las otras de la lógica simbólica y punitiva de cada uno de los <<tipos»
penales.
Veamos, por ejemplo, qué acaece con las <<ofensas corporales».
A primera vista, las ofensas personales parece que son una cosa,
una entidad criminal anterior a su descripción por el discurso. Pero
las consideraciones que se tienen en cuenta parecen apuntar otra
idea -la idea de que estos tipos gozan de una entidad a re anterior
al discurso que las describe y clasifica-. Ocurre algo similar a lo
que pasa con los colores, que no se distinguen en el continuo del
arco iris, antes de que se les designe con el nombre que cada idioma
tiene para ellos.
En el derecho romano, las ofensas corporales se trataban sin
autonomía, como una de las especies de injurias (in¡uria facto data),
por lo que para ellas era válido todo el contexto dogmático relativo
a esta última categoría dogmática, sobre todo la lógica de su castigo,
o sea, el principio de que el valor ofendido es la honra personal del
ofendido y no un valor propiamente «corporal». De ahí que la pena
se mida en las ofensas corporales de la misma manera,generaln;te?te,
que en las injurias, en función no de los intereses físico-fiSiologicos
ofendidos, sino de los intereses simbólicos. En general puede de-
cirse que durante todo el período del derecho común, el cuerpo se
considera como un soporte o apéndice de la honra, por lo que las
ofensas corporales apenas se contemplaban -salvo en l?s casos extre-
mos- más que como atentados a la consideración social debida. De
ahí que, por un lado, las consecuencias físicas de las hendas no fue~en
en principio consideradas a efectos penales o de mdemmzación
(cf. D. IX, 3, 7): cicatriz autem aut deformitar nul/a rtl aestzma/tO
quía liberum corpus recipit aestimationem); como, por otro laddo, a
·
1a misma ofensa podi an corresponder1e penas di"ferentes
. . . • co11rt
·¿ erala
.
dignita personae inferentir in¡uriam el eii/Jf rectptetJ/tr fdert as, en
. . d h
consecuencia la doctrma del erec o comun , castigaba
d uramente
. 1
conductas fí~icamente irrelevantes -«>IDO las bofeta as e, me uso,
196
A. M. ll.espanha
la amenaza de darlas. El crimen alcanza así un sign'f' d
· ból'Ico y pnvatlstlco.
· ' · 1
nantemente s1m La autonomía Icad 0¡ predorn¡.·
corporales como objeto discursivo a se, nace de las dis~u _as ofensas
. .
f1cat1vas 1'1 ustra d as que, f'ma1mente, separan las heridas de¡
Siones· ..
cla"·
y liberan al nuevo tipo penal de la concepción simbólica ;s ~n¡un~s
tic a que dominaba en el anterior. nvatls-
En el discurso jurídico-penal nació entonces un nuevo obj t
exento de las servidumbres dogmáticas anteriores y soportador' d'
valoraciones y lógicas conceptuales y dogmáticas propias. Está dar~
que podemos decir que es el cuerpo el que se convierte en objeto de
nueva valoración, esta vez dominada por criterios fisiológicos v
funcionales, y, en base a ello, las heridas se gradúan por su gravedad:
mortales, peligrosas, que producen deformaciones o pérdida de
miembro, o, por último, heridas simples. Y hasta se puede relacio-
nar esta nueva valoración con una nueva rentabilidad del cuerpo
promovida por nuevas formas de organización de la producción.
Pero, para evitar relaciones tan bruscas entre planos muy diferentes
de la realidad -o de la lógica de la producción económica. y la d;l
discurso jurídico-penal- es tal vez preferible subrayar la mupC!on
de este nuevo objeto de reflexión sobre el crimen como un hecho
interno al discurso, correspondiente a la readaptación de los esque·
mas tipológicos y clasificativos vigentes en él.

NOTA BIBLIOGRÁFICA

Los cuadros teóricos del análisis textual propuesto aquí proce·


den, especialmente, de las perspectivas abiertas, hace ya casi vem·
te años por Michel Foucault, sobre todo en L' Archéologie du savod,
París, 1969. Algunos conceptos que no se hallan ahí proceden e
la teoría del análisis semiótico (fundamentos en Ch. Morris, «Foun¡
dation of the theory of sings», en International encyclopedza d
unified science, 1938, y sings. /angua;e and behavior, 1946), o e
corrientes más modernas de la critica del texto [singularmente Peter
Zyma, textsoziogie, Stuttgart, 1980, id. (ed.), textsemiotik als zdeo-
loll.iekritik, Frankfurt, 19771. Una visión aún más radical de la
autonomía de los discursos, como sistemas auto-referenciales, pro·
cede del llamado «constructivismo radical», inspirado en la obra
de Francisco Varela y Humberto Maturana (d. S. S. Schmidt, Der
Dilkurs des radikalen konstrutivismus, Frankfurt-Main, 1988).
El conjunto de ejemplos está extraído de mi texto «De la justi·
cia a la disciplina,., incluido en este libro. Ahf se pueden consultar
las fuentes y la biblio11rafla eapecializada.
Capítulo 10
TENDENCIAS EN LA INVESTIGACION
DEL DERECHO PENAL HISTORICO.
LOS CASOS DE GRAN BRETAÑA,
FRANCIA E ITALIA COMO EXCUSA

Clara Alvarez Alonso

«Los escritores que hasta ahora han trazado un cuadro de


conjunto de la Historia de nuestro Derecho Penal lo han hecho casi
exclusivamente a base de textos de carácter legal (Códigos, etc.), sin
darse cuenta que muchos de ellos no se han explicado nunca o lo
han sido de un modo parcial tan sólo. Hay que acudir de preferencia
a las redacciones de Derecho consuetudinario y, sobre todo, a los
documentos de aplicación del Derecho, que reflejan la realidad de la
vida jurídica; cuando éstos faltan es imposible reconstruir el Derecho
Penal del correspondiente período.» 1
El largo párrafo anterior, atribuido al historiador del Derecho Galo
Sánchez, revela desde luego la trayectoria y características de los
estudios de Historia del Derecho Penal hasta bien entrado el presen-
te siglo, no sólo en nuestro más inmediato ámbito académico sino
incluso en otras áreas, próximas por su ubicación geográfica e in-
fluencia cientffica. También deudoras las no muy numerosas aporta-
ciones que sobre el tema se llevaron a efecto en el siglo XIX y prime-
ros años del xx, de las mismas tendencias que determinaban la orien-
tación de los estudios sobre el Derecho vigente, adolecen en verdad
las existentes de fuerte positivismo, que resalta aún más d apego al
dato procedente casi siempre de los textos legales mencionados por
el catedrático de Historia General del Derecho, citado al principio.

1 El p'rnfo lo cita L. Jimt!uez de Aaúa, Twdo Jt CHrtcho PtiUI, t. 1,


'-" edic., pq. 698.
197
Clara Alvarez Al
on~
Escasez y positiVIsmo, pues, serían aquí en t, ·
1as notas que d e f m . en y ca l'f' •
1 Kan las publicacione ermmosbgenerales
.
H lstona . de una rama de1 conocimiento jurídico que s o tra a¡ d '
os e la
· ' entre 1as que poseen un menor grado •depordesuennat ora.
1e_za,, ~e situa
histonca. Y ello a pesar de los encendidos elogios que al p ddenc~a
á
m1 s. r1
d r 1 . guno e 1
enova orebs pe1 naHI~tas -:-ta es 1el ~aso de Rossi-, vertió ya~:
1
ep s1gl o XIX so r~ a dlstona en re ac10n con a ciencia del Derecho
ena , aunque as1 coa yuvase. a q~~ en ocasiOnes se produjesen lo.
errores que subyacen en la utihzaClon de una «dogmática retrospec-
tiva», no siempre superada en la actualidad.
La posterior evolución de los estudios penales y la aparición de
nuevos órdenes de conocimiento relativos al análisis del delito, delin.
cuente y pena, dando origen a lo que los especialistas denominan
ciencias penales -entre las que se incluye la propia Historia del De.
recho Penal 2- y muy en especial la criminología, tuvieron segura-
mente su influencia en el sesgo que adquirieron pronto los estudios
relacionados con el Derecho Penal Histórico, al compás y posterior
desarrollo de aquéllas. Porque existe, en efecto, desde hace po:as
décadas, un relanzamiento de este tipo de trabajos, que se ha 1do
incrementando considerablemente en los años setenta y ochenta sobre
todo, en los ámbitos académicos más próximos; si bien su orien_ra·
ción, presupuestos metodológicos y hasta incluso sus objetlv~s, vanan
sustancialmente de unos a otros. A ellos, es decir, a los mas rwe~·
tes, se prestará preferentemente atención en estas líneas, cuyo p:opo·
sito consiste en subrayar las tendencias generales y las aportaciOnes
más significativas o relevantes en cada una de ellas. . d
Como punto de partida, cabe decir ya que los esrudws , e
este género se asientan, en las últimas décadas, en el Antiguo Regl·
men y la etapa liberal burguesa preferentemente~virtiéndose con
relación a esta última un cierto relanzamiento en los afias más reoen·
tes en algunos medios académicos -Francia, ItaJja-, aunque sm
llegar a desplazar en el número de trabajos a la eíápa inmediatamen·
te anterior, todavía. Pero con relación al enfoque metodológico, aun·
que presenta cierta uniformidad como en el caso anglosajón, es donde
se perciben mayor disparidad de opciones, incluso en países com?
Alemania, donde también se ha abandonado el acercamiento mas
positivista -que aquí podría representar Dahm 3, por citar sólo un
ejemplo--, por otros que se muestran más en conformidad con el
objeto de estudio, sobre todo para el Antiguo Régimen, que ahora,
y sin salirnos de ese marco, pudo asimismo representar Von Hen·
1 Una primera aproximación al respecto en ibidem, P'1111. 87 y sigs.
1 Puede raultar ilu•trativa Das str•Jrecbt üaliens ;, t~~s¡ehenden mlttelal
tm, 19)1.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 199

ting •, si bien en el_ aspecto más prop!amente criminológico y tam-


poco reciente lo meJor de su producc~on:
y si a ello desde luego ha contribUido en no poca medida ese
prometedor despegue en el que se _en~uentran los trabajos sobre
Historia del Derecho Penal, la especificidad alcanzada por el resul-
tado, en términos generales, de los trabajos aparecidos, y aún más
por el propio futuro que de ellos se desprende, la hacen aparecer ya
como una rama autónoma de la «clásica Historia del Derecho» 5 de
la que hasta ahora formaba parte y no precisamente como una d~ las
más concurridas, a pesar de la peculiaridad que su vinculación al
proceso penal en el Antiguo Régimen le concede. Al menos en el
aspecto de la investigación.
1. Por las peculiaridades que le son propias al ámbito acadé-
mico anglosajón, tanto en el aspecto historiográfico como muy espe-
cialmente en el jurídico, los estudios sobre Derecho Penal histórico
revisten allí especiales características. Existen ciertamente produccio-
nes que se enmarcan en lo «institucional», no sólo por el objeto sino
también por el planteamiento en el análisis de la institución, apare-
cidas algunas cuando el modelo de aproximación era otro muy dife-
rente 6 , y se hace obligatorio citar, aunque sea únicamente a título
de ejemplo, los cuatro volúmenes que L. Radzinowicz publicó entre
1948 y 1968 sobre «A History of english criminal law and its admi-
nistration from 1750». Pero la más reciente y abundante aportación,
británica sobre todo, se funda en planteamientos muy diversos.
A este respecto puede observarse, en primer término, que, si bien
no faltan contribuciones sobre épocas anteriores, incluso las medieva-
les 7 , las más importantes en este terreno se orientan a los siglos XVII
4 De este autor me refiero a las obras sobre El Delito y La Pen•, 1954-55;
de ambas existe traducción española. .
5 La acertada opinión la sustenta entre otros Y. Gastan, recogrendo al
efecto testimonios anteriores. Vid., voz o:criminalité et justice», en DtctzonNitre
des sciences historiques, dir. por A. Burguiete, París, 1986.
6 Entre los varios testimonios al respecto, pueden consultarse: el ard~o
de G. P. Fletcher o:The metamorphosis of larceny•. en H•rwrd útw uvzew,
vol. 89, núm. 3, 1979, en el que el autor sigue la evolución. históri~ <k esu
institución hasta su actual regulación, desde un punto de v.1sta estrictamente
jurfdico, o 1. Goebel, Fdony ,,¿ misdtfiU4tror: A study ~~~ l~t hulory o/
crimin41 law, 1976. Asimismo, existen estudios acerca de h1ston• del pen~­
miento pen•l y su evolución centrados sobre tod~ en los rdormadores del SJ·
glo XVIII. Al respecto luede~ verse: 1. He11th, E•t.htnttJb ct11tury ~,..¡. thM-
ry,. Oxford, 1963, o . Eldefonso y A. R. Coffey, Cmr,u/ úw.- Hutory.
PhJosophie & en/orceme11t, 1980, entre otlOI. .
7 Sólo a titulo de ej~mplo y entre una selección realizada desde f¡naJ~ ~
loa afioa setenta, cuyo IÚnbito ~emporal . se centra en la época medieval.
G. B. Givcn, Sociel~ .,¿ bom1c1dt ;, tbul,t11tb ct"'*'Y Et~tUII.i, Staníord,
200
Clara Alvarez Al
on~
y XVIII, momentos en los que acaecen cambio ¡ d
todos los aspectos y muy significativamente en etplun ame.ntales en
·
precisamente ·
estas mutaciones, l · y son
so b re todo las relat'ano socral
d ad y a 1a prop1a . estructura socia l las que «condicionan
rvas a a pr .
?Pre.
d.e tra b aJOS,
. 1 . f d » este gen
c~a qu1era que sea su. un am~ntación 0 punto de ero
uda. Nace as1 una «Hlstona Soc1al del Crimen>> por em ¡ par.
b ' 1 d d 1 b d · ' P ear el
su tltu o e unad e as o hras e conb¡undto hrepresentativas del mo.
8 11
mento , a cuyo esarro o an contn ur o rstorradores que pr
den, quizá con la excepción de Weisser 9 , de otros campos hist~r~:
gráficos bien distintos 10 , pero a los que la nueva concepción del
Derecho Penal facilita un motivo más de conocimiento para su
trabajo.
Se trata, en efecto, de contemplar la criminalidad (delitos, fre.
cuencia de comisión, tipos de delincuentes, oposiciones o resistencia
a la ley, etc.), como un elemento más de análisis hacia la compren.
sión de una determinada sociedad. En este sentido, el punto de
inflexión lo puede representar el artículo de ]. M. Beattie, publicado
en 1974, cuyo título es ya bien expresivo: <<The pattern of c.rrme m
England. 1660-1800>> 11 , en el que se presta especial atencron a las
1977; B. A. Hanawalt, Crime and conflict in english communities, 13QO.lJ48.
Cambridge, 1979; del mismo, «Violen! deatb in fourteentb and early hftee~t
century England», en Comparative studies in society and. Hzs.tory, 18 ..
C. l. Hammer, «Patterns of homicide in a medieval umversuy town. Tuh
ll ·.
teenth century Oxford», en Past & Present, 78, 1978; T. A. Green, \ :
jury and the englisb law of bomicide, 1200-1600», en Michigan f¡•w RdVt ¡;
74, 1976. Algo anterior es el de J. G. Bellamy, Crime and pu te or ercon·
England in the later middle ages, Londres, 1973. Del mrsmo modo se . na
curre en épocas posteriores, como el siglo XIX, en especi.al la etapa V!Ctt~on·
y eduardina. Vid., por ejemplo, T. R. Gurr (ed.), Polittcs of ~nm_e an torian
flict, B-H, 1977, o, sobre todo, D. Phillips, Crime and authortty tn vte
England, 1977. . . wn
8 Me refiero a Crime and the Law. The social bistory of crtme mLowedres
Europe since 1500, edid. V. A. C. Gatrell, B. Lenman y G. Parker, n '
1980.
9 Cuando colaboró en este libro, Weisser era ya conocido por s~s apor\a~
dones al respecto. Su obra más notable sigue siendo Crime and pumshmen ta
early modern Europe, 1979, acerca de la cual el profesor Clavero vierte acer ·
dot comentarios en su aportación.
10 A excepción de J. A. Sbarpe, D. Pbillips y V. A. C. Gatrell, p~ra los
que tampoco constituye una Unea de investigación exclusiva, los demas co_la-
boradores de la obra cit. supra noltZ anterior, deben su reputación a traba1J05
de (ndole bien distinta. As(, G. Parker o B. Lenman, por citar los más re·
cuentes entre nosotros. Otro tanto puede decirse de los colaboradores en
Disputes 11nd setllemenls. l.Aw and human relations in the wesl, ed. J. Bossy.
CUP, 1983..l con interesantes aportacionea sobre Espafia de J. Casey y R. Kagan.
11 En Yrut and Presenl, núm. 62, 1974. El mismo desarrollarfa sus presu·
puettot mM wde en Crime and the courts in Bnl)•nd, 1660-1800, Prínceton,
1986.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 201

.actitudes públicas hacia el Derecha>>, a <<lo~ cambios de gobierno, o


de las autoridades» y a <<los camb!os en el Sistema de a_dm!~lst~aclO?
judicial», por ejemplo. Pero lo mas relevante es que. ah! e~ta~, lr_npll-
citos 0 explícitos, los embrwnes de las dos tendencias mas s1gmf1ca-
tivas que van a seguirse o desarrollarse con postenondad, represen-
tadas en cierto modo, por Sharpe y Thompson.
Sharpe, que comienza y termina su obra 12 con severas críticas a
los historiadores del Derecho por el escaso interés y hasta el menos-
precio con que han tratado el Derecho Penal histórico, concluye que
«el delito es un problema histórico que solamente puede comprender-
se situado en su contextO>>. Y este contexto viene dado por <<el códi-
go legal>>, pero, sobre todo, por el «nivel de desarrollo económico
de la sociedad y su estructura económica y social», en unión a la
habilidad de los agentes legales para perseguir las contravenciones a
la ley. Y aunque es cierto que utiliza conceptos jurídicos, general-
mente extraídos de tratadistas especializados, éstos parecen un recur-
so más del que podría incluso prescind.irse sin alterar ni el propio
desarrollo ni el propósito de la obra.
Por otro lado, significativamente subtitulado «County study»,
recuerda y se enmarca desde luego en los estudios de condado que,
desde otra posición, sirvieron en Gran Bretaña también para definir
en otro tiempo una específica Historia urbana, en la que se prestaba
especial atención al análisis global de la sociedad ciudadana, de la
misma manera que el estudio del bandidismo se utilizó para el escla-
recimiento de la sociedad rural y su especial problemática 13 A este
propósito, con relación a la obra de Sharpe, no deja de ser ilustrativo

12 Me refiero fundamentalmente a su monografía más conocida Crime in


seventunth century England. A county study, CUP, 1983, sin ser ésta la úni-
ca, aunque sf la más representativa. Del mismo véase al respecto «Crime and
delinquency in Essex parish 1600-1640», en Cockburn ed., Crime in England,
1550-1800, Londres, 1977.
13 La idea del análisis del bandidismo como una peculiar fonna de protesta
además, ya es antigua en la bibliografía de Hosbawm, y aparece resumida
sobre todo en «Social banditry», en H. A. Landsberger, ed., Rurdi protest:
peasant movements and social change, N. York, 1974, teniendo inmediatamen-
te seguidores y contrincantes, encontrándose entre estos últimos P. O'Malley.
•Social bandits. Modero capitalism and the traditional peasantry. A critiqu~
of Hosbawm», en The journal of peasa,t sludies, 6, 1976, n. 4; algunos apli-
caron eate concepto para todas las ~pocas históricas. Vid., entre otros,
A. Blok,. «The peasant and the brigand social banditry n:considered», en
C:o"!paraiiVe sludies ;, society 11nd History, 14, 1972, o A. Macferlanr, Tbe
/MSirct and lhe M11re's Ale. Lzw a"d disorder ;,. se~,lte,.lh ce,tllry Eflgú,.J,
~C:rdJi~!·. donde la1 referencias a este concreto tema se incluyen ('Otre
202
Clara Alvarez Al
1 ons0
a respecto que comience en uno de sus prim .
. . 'ó
d e llm~tacJ . 1 E eros capnul
n espacia - ssex-, y su gobierno". os por la
C1erto es que Sharpe es historiador y la util' ·.
. 1 . d . . 'd' • IZacton de f
areh IV sucas e ongen Jun 1co van destinadas en él uentes
,.. no tamo a 1
recc;r categor1as o a e f ectuar anahs1s de Derecho com ese •·
· ·
a1 conocimiento d e una d etermma
· d a sociedad en una forma contnb
0
. un·
lizad ora, su mental1'd ad , e1 me d 10
· cu 1tural en definitiva a·mas · · tota.
d
d . id' ' h' 1 , strvien ose
e recur~os )Uf l.cos, SI, pero 1perva ?randa el medio económico
las relaciOnes soc1ales en general. Y as1 se pone de manifiesto d i
los tipos delictivo~ subray~dos ~esde el í.ndice: delitos sexuales, ~~1:.
tos contra la propiedad, disturbiOs o delitos cometidos por medio d
la bebida. '
-Coincide Sharpe en cierto sentido con los objetivos preconizados
por Thompson, si bien éste parte de una concepción metodológica
bien clistinta. En efecto, a pesar de carecer de una monografía de la
envergadura de Sharpe, concibe al Derecho desde planteamientos
neomarxistas como «un instrumento selectivo de justicia de clase>>,
y al Derecho Penal más en concreto, como «un instrumento de la
élite para protegerse a sí mismos y a -sus propiedades por medio del
uso de un terror selectivo>> 15
Ya L. Stone, que revisó recientemente las distintas posturas a
través del análisis de las obras más relevantes aparecidas sobre el
tema en el meclio anglosajón, vertió críticas sobre ambas posiciones 1'-
y si señalaba que desde los puntos de vista de Beattie Y Sharpe s;
prestaba atención preferente a los cambios socioculturales e 1deolo·
gicos con apenas atención a los propiamente jurídicos, rechaza ta~·
bién la propuesta neomarxista, como cabía esperar en él, por consi·
derar, por el contrario, al Derecho como únicamente un instrumento
de opresión en manos de una clase, manteniendo que en una tan
profundamente «legalistic society» como la inglesa de los siglos X~Il
y XVIII, la ley no sólo servía como instrumento de legitimación smo
14 Estos presupuestos constituyen también un punto de partida má~ gen~­
ralizado en Inglaterra. Vid., al respecto, entre la abundandsima histort~grafta
inglesa para cuestiones criminales tratadas desde la peculiar óptica descnta, el
hbco Je C. B. Hcrrup, Th~ Common peace. PMticipation and criminal law m
Jeventetnth century England, CUP. 1987, esta vez para Sussex.
15 Las frasea entrecomilladas las formula L. Stone en «The law•. en The
part and the present rtvisiud, 1981. Por otro lado, la producción de Thompson
al respecto se halla dispersa 1 lo largo de sus 1portaciones, encontdndosed
entre lu mú recientes «Eighteenth-century crime, popular movements an
social control•, en Bulletin of the socidy for the study oflabour History, 25,
1972~ o «Eighteenth century enaliah society: claa1 atruggle without class•, en
SociM History, 3, 1978 .
.. E.n loe. cit., nou anterior y, aobre todo, en •u articulo «Homicide and
violcnce•, ibi.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 203

también de límite a la autoridad del patriciado. No obstante si bien


es acertado su análisis acerca de la producción relativa a la ~listoria
del Derecho Penal en 1nglaterra, realizado con la habitual sutileza a
que acostumbra en sus producciones, no es menos cierto que a él
también parece interesarle más y casi solamente la evolución de la
<<violencia>> a lo largo de los siglos en Gran Bretaña que un estudio
exclusiva o específicamente jurídico.

II. En Francia, la impronta del fenómeno «Annales» no ha


dejado de percibirse en relación con los asuntos de Historia del De-
recho Penal. Pero aquí la intensidad es mayor, si cabe, que la opera-
da en el mismo sentido hacia la Historia del Derecho en general tras
la Segunda Guerra Mundial y de la que ahora parece ir desprendién-
dose poco a poco.
En efecto, aun siendo cierto que es en ese país donde se ha
producido el primer manual de Historia del Derecho Penal", a pesar
de las dificultades, confesadas por los autores, Laingui y Lebigre,
que la propia empresa conlleva allí donde quiera que se emprenda,
no lo es menos que la mayor parte de la producción se incardina,
también de forma voluntaria, dentro de la denominada Historia
Social, a la que tan aficionados se muestran los franceses, cuya
invención, por otra parte, es. Y aún puede observarse una tercera
vía, cuyo eco traspasó las fronteras del país: aquella que partiendo
de una visión globalizadora, con el auxilio de la metodología presta-
da por una cierta línea de investigación en Antropología, procede a
elaborar una visión más global y completa y, seguramente, también
una de las más adecuadas para la época en que se inscriben tales estu-
dios. De ella son testimonio los esposos Caslan, sobre todo Nicole
Castan 18 •
Es precisamente Y ves Castan 19 quien subrayaba la realidad de
esta peculiar orientación que parte del análisis de los hechos Y de la
17 Me refiero al de A. Laingui y A. Lebigre, Histoire du Droil Penal, 2 vo-
lúm~n~ 2; ~!~t·a:a:~:~ñ~~ 7 ;~ Honnllet¿ el rel11tions socillles en l..Angt~eJoc,
1715-1780 . .Parfs, 1974. Pero es sobre todo importante la obra d~ N. C.stan,
destacando entre la relativamente abundante bibliografía, además d~ los anfru-
los -de los que por citar alguno puede consultarse •.La justice ~péditive»,
en Annales ESC, 2, 1976, o su contribución, «The Arb!trauon of d1spu1~s un-
der the Anden Regime», en Disputes and settleme,lls, c1t. s11pr11, nota 10, muy
en la IJnea de su investigación personal-, sobre todo su monograHa /luttce el
répression en l..Anguedoc 4 l'époque des ÚMieres, P1rls. 19~0. . .
Deben, asimismo, reseñarse de ambos esposos sus. contrtbuctones al hbro
colectivo Crimes ~~ crúninalilé ~~~ Fran~. 17•-18' si?clts, Parfs, 1971, ron
aportaciones de Abbiateci, Bill1cois, Bonaert y Peuovuch.
19 En voz criMin.till, cit. supr•, nota '·
204
Clara Alvarez Alonso
justicia penal del pasado -muy en especial durante la d .
época Moderna-, con criterios diferentes a los estrictam enormn~da
· " d
cos para acab ar convrrtlen ose en una <<rama floreciente d 1 H' - ente Jurrd,
· SOCia
rra · 1», .h e~ h o p~r e1 qu~ _se f e¡·rclta
· ban los asistentes ale VI ISto
a Con:
greso de Crrmrnologra, ausprcrado por el Consejo de Europa
viembre_ ,de 19~~. Y en verdad, existían sobradas razones ;,:,~ ~~j
c~lebracron, facrlrt~da~ por la abundancia de aportaciones monográ-
frcas, en su mayorra freles exponentes de los prrncipios dictados des-
de «Annales»; es decir, atención preferente a los acontecimientos
particulares y más pintorescos o conductas <<llamativas>>, tratados
como viene siendo preconizado por la escuela, de una forma estríe'
tamente puntuaL
Así se pudo prestar atención a la brujería, los vagos y malhechores
en general, pero en modo alguno desde una posición institucional y
mucho menos jurídica, aspecto hacia el que la escuela mostró, como
es bien sabido, desde la desaparición de Marc Bloc y bajo la dirección
de Braudel, una completa indiferencia no exenta de desdén y cierto
desprecio; aunque en ocasiones llamen la atención de los autores,
siempre dispuestos a subrayarlo, el excesivo rigor de las penas o la
tortura, forma universal de prueba procesal, y su aplicación, que se
citan y estudian como manifestación o testimonio de la crueldad de
una sociedad ll>. Por otro lado, más allá de esta <<Histoire événemen-
tielle», existen asimismo historiadores que se interesan por la delin-
cuencia del pasado desde planteamientos próximos a una cierta con-
cepción que hemos visto se da en cierto sector de la historiografía
anglosajona: es decir, como expresión de la violencia de la sociedad
y, al contrario también, como testimonio del índice de represión por
parte de los órganos de poder 21 • Bien es verdad que, a este respecto,
el trasfondo viene muy marcado por la obra de Foucault (sobre todo
Vigilar y Ca~tígar, 1973), cuya influencia no dejó de reflejarse e~
todas las lineas de investigación francesas sobre el tema penal Y en-
minal, desde el momento de su aparición.
Pero desde la perspectiva que defiende la Historia Social, y po~
tanto carente de una óptica estrictamente jurídica, cabe citar aqul
31 Asi, entre otros, A. Fargc, Le vol d'aliments a Paris au XVIIJe siecle,
París, 1974; B. Gcremck, TrUilnds et misjrables dan l'Europe Moderne, París,
1980, e incluso de Y. Castan, Magi~ et sorcillerie a l'epoque moderne, París,
1979. Resulta, asimismo, altamente significativo el articulo de A. Sornan.
«Les proces de sorcilleric au Parlament de Pariu, en Annales ESC, 4, 1977.
Y cabria tambi~n citar aqu( el libro de B. Bennassar sobre la lnquisici6n es
pañola, Parlo, 1979.
21 Bien reciente y r~presentativo es el libro de M. R. Santucci, D¿[inquan·
ce et r~prtssion au XIX• siiclt. Vt%tmplt de l'H~raut, Par(e, 1986, por citar
un ejemplo.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 205

individualizándola, la obra de dos autoras: N. Zemon-Davis y la ya


mencionada N. Castan. . ,
Aunque la primera p;rtenece por razones profesr~nales y acade-
icas al ámbito anglosaJon, algunas de cuyas caractenstlcas metodo-
~gicas más relevantes le s?n ap}icables, puede mencion_arse en el
apartado relativo a la hrstonografia francesa porque frances es el ob-
jeto de su trabajo más destacado. Tampoco esta escritora procede
del campo jurídico, ni parecen interesarle en demasía, aunque los
utiliza, argumentos de esta naturaleza, al menos de forma prioritaria,
a pesar del objeto de sus trabajos. A pesar de ello, sus aportaciones
relativas tanto al derecho penal como al procesal penal, son de un
elevado interés para el conocimiento de la práctica jurídica en Fran-
cia en el siglo XVI. Así, en efecto, el caso Martín Guerre 22 , analiza-
do como un hecho insólito ocurrido en esa centuria, sirve no obstante
como testimonio de cuáles eran realmente los mecanismos jurídicos,
los medios y los recursos procedimentales utilizados en un parlamento
francés por un humanista gálico. De la misma manera, en su obra
más reciente -acerca de los <<récits de pardon>> :tJ' también en Fran-
cia-, busca fundamentalmente, a través de la institución, un análisis
del desarrollo de la violencia en Francia en el transcurso del siglo XVI,
mediante la atención prestada a los factores criminógenos de los tipos
delictivos más frecuentes y los sujetos, con una marcada y preferen-
cial atención a las mujeres.
Es verdad que en la conclusión destacan, como consecuencias pri-
mordiales de lo que a la autora le sugieren estos documentos, en
primer lugar los <<talentos y estilos narrativos» de los hombres y mu-
jeres del siglo XVI, su calificación como instrumentos de los hechos
que los motivaban, o su consideración como vehículos interclasistas
o interculturales y, sobre todo, su importancia como elementos res-
tauradores de la paz y el orden sociales. Pero al lado de todo ello
hay también en su discurso un constante recurso a fuentes jurídicas
documentales, al tiempo que subraya la relevancia de las gentes del
foro en la vida social como árbitros, en ocasiones, de un determina-
do final, lo que parece estar perfectamente en conformidad con el
rol desempeñado por los «sacerdotis iuris» en la etapa del l us Com-
mune. Tampoco deben dejarse caer en el olvido, si bien en honor a
la verdad son escasas las referencias, la acertada descripción de
N. Zemon-Davis sobre la soberanía y las limitaciones al libre ejercicio
de la concesión del perdón por el monarca, así como el acierto en la
interpretación de la idea del «rey clemente»"·
22 ú retour dt N•rtifl Gut"t· P~rfs, 1982.
ll Pour stuwtr s11 vit. Lts rkits át ptuJo11 • ., XVI• u«<t, Parfs, 1987.
34 En loe. cit., nota anterior, P'a•. 183 y 38.
206
Clara Alvarez Alonso
Los trabajos de N. Castan fueron recibidos, desde el m
· ·'
d ~ su. apan,cwn, d 1 · omento
c~n. gran es e ogtos_ por parte de un sector de la
htstonografta espectahzada, en la medtda que suponían una int ¡·
te renov~cton· ' enh 1osdestu d'tos d e ebsta m,
' d o1e. P~rttendo
· e tgen-
de un enfoque
cuyas ratees se un en en un sa er mas propiamente antropológi
la autora analiza el problema de la justicia penal a través de la ~0 :
ción de los órganos encargados de su administración, poniéndola e~
relación con factores de distinta naturaleza: desde los explícitamente
jurídicos hasta los económicos y, por supuesto, los relativos a la
organización social. De esta manera puede deducir los objetivos de
esos órganos como aplicadores de un ordenamiento muy represivo,
que, sin embargo, cambian en función de esas variables circunstan-
cias, pero que, en esencia, están destinados a restablecer el orden
social, a mantener una cierta seguridad y, sobre todo, a eliminar o
por lo menos reducir la eficacia de los factores y elementos que per-
turban o alteran la paz social''- De ahí que las instituciones encar-
gadas de tales menesteres, cualquiera que sea su competencia -des-
de la maréchausée a los prevotazgos y altos tribunales- adopten ac-
titudes diversas en el momento de aplicación e imposición de las
penas: las circunstancias pueden aconsejar la imposición de una pena
más rigurosa para delitos menos graves que para otros que revisten
mayor gravedad en determinados momentos. Es decir, actuaciones
que técnicamente revisten el nombre de arbitrio judicial.
Es fácil, con todo, advertir de su lectura que en la obra de nin-
guna de ambas autoras se persiguen propósitos y análisis exclusiva-
mente jurídicos, al menos en la medida que comúnmente se han in-
terpretado por la historiografía, aunque su producción se nutre de
argumentos de esta índole que ninguna de las dos abandona y mucho
menos desprecia, como ocurre en el caso de los seguidores de «Anna-
len. Y no obstante, existen también, bien que su número sea cuan-
titativamente escaso, trabajos que se enmarcan en el campo del
Derecho, algunos, por cierto, no excesivamente recientes 26 • Pero entre
todos ellos destaca, por la envergadura que en sí misma supuso la
obra y fundamentalmente por lo meritorio de la empresa, contero-
" Ideas éstas que ya refleja en el articulo publicado en Anales ESC, cit.,
suprd, nota 18.
16 Así, por ejemplo, L. Chevailler, «Droit Romain c:t droit penal dans la
doctrine du XVI" siecle•, en Studi Koshaleer, ll, 1954, y J. Foviaux, Le ré-
mission del peines et des condamnations, droit monarchique et droit moderne,
Paría, 1970¡ J. lmbert y G. Levassc:ur, Le pouvoir, les ¡uges, le bourreau,
Paria, 1972, etc. Podrían, asimismo, ser citadas aquí las aportaciones de Feens-
tra sobre el Derecho Común, bien que el mismo no proceda o pertenezca al
medio franc~s, para el cual son mucho mlis frecuentes las contribuciones sobre
el tema elaboradao en el siglo XIX.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 207

1d n independencia de la validez de la misma, la ya aludida


pHa ." ~roe du Droit Penal>>, de Laingui y Lebigre. Desde el punto de
« tStol ] ] , .
vista jurídico es, desde uego, a mas preCisa, pues sus presupuestos
metodológicos no trascienden el c~mpo del Derecho, en cuyas cate-
arías dogmáticas permanece reclutda.
g Concebida como un instrumento pedagógico, ayuda a los estu-
diantes en las Facultades de Derecho, tal y como expone I mbert en
la presentación, ello no es óbice para que en su elaboración se con-
siderasen alguno de los elementos que han caracterizado al Derecho
Penal del Antiguo Régimen, cuales son, en primer término, el recur-
so a la jurisprudencia doctrinal y, en segundo lugar, las vinculaciones
con el propio Derecho Procesal penal, al que está dedicado el segun-
do volumen de los dos de que consta la obra en cuestión. Y a partir de
ahí, de esa posición, se estructuran los capítulos con una parte gene-
ral seguida de una detallada relación de los tipos delictivos -con
especiales referencias a los más peculiares en ese momento, como el
crimen laesae maiestatis-, y más frecuentes en la época, incluyendo,
claro está, las ineludibles referencias a las penas. En este sentido
cumple sobradamente sus objetivos pedagógicos, y ello bien puede
matizar las críticas a que la propia estructura y parte del contenido,
incluso, se hacen sin duda susceptibles.

III. El tercer espacio o medio académico al que quiero hacer


referencia viene delimitado por las aportaciones llevadas a cabo en
Italia, país que también en los últimos años ha visto un renovado
interés hacia el Derecho Penal histórico, con significativos y diversos
planteamientos metodológicos, cuya justificación última radica, en
ocasiones, en las «escuelas» a las que se hallan adscritos los cultiva-
dores del mismo. Tal puede ser el caso, por citar sólo un ejemplo,
de Sbriccoli, cuya monografía sobre el crimen Laesae Maiestatis 27 , se
incardina o incorpora dentro de los propósitos perseguidos por el
grupo auspiciado por Paolo Grossi con los Quaderni Fiorentini, y en
la que el autor, a partir del análisis de una tan típica institución del
Derecho Penal del Antiguo Régimen, en conformidad a los paráme-
tros en que surge, esto es, el recurso a la jurisprudencia, presenta este
peculiar tipo delictivo como la manifestación o producto de una, a
su vez, característica configuración de la institución monárquica y la
figura del rey, revestida o adornada con influencias sacrales. De esa
manera, por tanto, se proteje asimismo, a través de la articulación
71 M. Sbriccoli, Crim~n la~sae mt~i~statis. 11 problem• del reato polltico .U.
:roglie delld scienza penalistica modern11, Milán, 1974, o incluso el de Alessi,
r97 ~.alazzolo, ProutJ legtJle e pe11a. 1.4 crisi tr4 evo medio e motler11o, Nípoles,
208
Clara Alvarez Al
onso
de conceptos que engloban comportamientos difer
contra la sacralizada figura del monarca su entornentes, atentatorios
dones más inmediatas. ' 0 0 sus rnani!esta.

Pero al margen de otras aportaciones más o menos p


1ast que a1u di re' ,mabs.
' ade1andt~, y que b. 1en umua1esd:
· pueden ser el resultado
1
es as otras, e am Ita aca em1co Ita11ano se caracteriza p 1
., ' alf ' d or a aten
c10n que presto e~omeno e la codificación penal, individualizán:
dola den_tro del propt_o dc;:sarrollo de ,la codificación en general. En
este senttdo, las contnbuc10nes, y aqm se hace obligatorio mencio
el nombre de Cavanna, sobre todo 28 , contemplan fundamemalmnar
te el, siglo XVIII, a~alizándolo desde una doble perspectiva: fin e&
una epoca y una soctedad, por un lado, y como prolegómenos de una
nueva etapa y un modo de crear derecho, distinto, por otro. Aquí el
panorama es estrictamente jurídico, pero existe asimismo el recurso
a planteamientos filosóficos: las ideas que se hallan detrás o impul·
san el significado final de la codificación en los albores del Estado
liberal, para los juristas y políticos de las centurias del setecientos y
ochocientos.
En este sentido cabría incluir aquí también el amplio programa
de investigación coordinado por L. Berlinguer, ahora en curso, bajo
el título general de <<La Leopoldina>>, y con un subtítulo aún más
ilustrativo: criminalidad y ;usticia criminal en la Reforma del Sete-
cientos europeo. Pero este ambicioso proyecto, del que ya han visto
la luz alguno de los títulos 29 , tiene un alcance y objetivos más am-
plios, y ya no sólo por el análisis procesal -inevitable en las postri·
merlas del Antiguo Régimen-, sino porque atiende e incorpora pre-
supuestos otros que los de estricta ciencia penal. .
Debe sin embargo apuntarse que en el ámbito de las aportaciO-
nes estrictamente jurídicas -referidas a los temas aquí tratados-,
son los autores italianos los que desde una época más temprana han
aportado un mayor número de contribuciones hacia el esclarecimien-
28 Me refiero fundamentalmente a LA Codificazione penale in 1talia. Le o:t-
gini Lombardi, Milán, 1975. Más reciente, si bien no es la codificación el ~~lo
argumental sino la doctrina de los philosophes, A. Padoa Schioppa, «l "ph•lo-
sophes" e la giuria penale•, en Nuova rivista storica, 1986, LXX. Y mucho
más antiguo es el de V. Piano Mortari, «Tentati~i di codificazione ~el _gran
Ducato di Toscana nel secolo XVIlb, en Rivista italtana per la scienz.a gtundtca,
19 '~'Íle vJ!· ~!~i6n han visto la luz ya tres volúmenes, y se anuncian hasta
13 algunos con una incidencia ear,acial y temporal que afecta a la época mo·
de~a y a toda Europa. Por otro ado .. antes ~e _este modelo ya exis~en, si bien
no de la misma envergadura aportaciones s1mdares. Aaf las publicadas Att1
del convegno inurnaz.ionale su Cesare. Becc~ia promos~o d~II:Academta delit·
scienz.e di Tcwíno nel secando untenar1o dell opera «Del delitt1 e delle pene~
Torino 4-6 ottobre. 1964, Turfn, 1966.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 209

to de la historia del Derecho Penal en la etapa de! I us ~ommu'!;• de


. onográfico además, estudtando una determmada mstitucJOn o,
upo m . ' 1
incluso, desde una perspectiva. mas genera . . .
A este respecto, aun careCiendo como hemos vtsto. para, F~ancta
de un Manual de Historia del Derecho Penal, la htstorJOg~afta ~taha­
na cuenta, sin embargo, con el apoyo en ocasiOnes de !a
Ftlosofta del
Derecho con aportaciones que contemplan toda una epoca. De¡ando
a un laclo la ya vieja obra de F. Costa ", cuya elaboración responde
a criterios académicos y metodológicos decimonónicos, en la medida
que apuntaba al principio, puede servir de testimonio la obra de
f. Mereu sobre el Derecho Penal del 500 31 , en la que el autor ya
vierte acertadas opiniones para enfocar el análisis de los presupues-
tos o bases de esta materia en una época para cuyo esclarecimiento
es necesario un bagaje mayor que el puramente dogmático; y el mis-
mo lo aplica con el recurso a autores coetáneos procedentes del cam-
po de la literatura y la filosofía, o la teología, además de la utiliza-
ción de la jurisprudencia de la época.
Similares características reviste la obra de Fiorelli sobre la tor-
tura judicial en la época del Derecho Común 32 Pero ahí el autor,
aunque usa exhaustivamente la jurisprudencia doctrinal --con recur-
so a autoridades no sólo italianas sino también foráneas como son,
entre otros, los hispánicos Pequera o Matheu i Sanz-, y aunque
asimismo agota la vida de esta institución hasta la petición de su
desaparición con la Ilustración, la obra de cuyos más conspicuos re-
presentantes en este campo también utiliza, denota la influencia de
Calasso, cuyo magisterio reconoce. Y en este sentido, la orientación
de este clásico en el estudio del Ius Commune, que sirve además de
título a la más conocida de sus obras, se deja ver pahnariamente en
su discípulo, quizá excesivamente teñida de «institucionalismo». Bien
es cierto que el momento de su aparición -1953- atempera el rigor
de esta crítica, hoy ya difícilmente insostenible.
Pero tal y como ya he expuesto con anterioridad en los últimos
años, también en Italia se ha producido un relanzamiento de unos
estudios -nunca, como hemos tenido oportunidad de ver, total-
mente abandonados-, es decir, los relativos a la Historia del Dere-
cho Penal. Sin que ello implique en manera alguna un abandono de
los problemas presentados por la materia en el Anti~o Régimen
-de la que es reciente testimonio el libro de L. Lacchl - en todos
JO Dtlilto t ptfld fltll• slori• ~~~ ~ffsitro IUfltl,.o, Turln, 1928
ll Storia á•l áirillo P•rul• ~.1'500. StMái • riarct, 2 vols., N'polcs, 1%4.
l2 ú torlllr• iNdici•t.itlri4 ,,¡
Diritto co"'"'""'· 2 vols., Mil.4in, 1951.
» L. L1cch~. L.trocüti•"'· Gi~tstizi•. scitfiU petwlt t ~pnrsiow Jd .,_,_
Jitis,o ;, Afftico R11i"''· Millln. 1988.
210
Clara Alvarez Alonso
sus aspectos, incluida la Inquisición 34 se percibe b
marcada inclinación por la época de <d~s luces>> e j nl 0 s¡ante, una
El punto de partida y el análisis también' d~fc uso e s¡gJo XIX.
.
d e1 p 1anteam1ento . . ' ' erentes· al ¡ d
constitucional del problema de la ¡ · ao
en 1a F rancla· revo1uc10nana
· . que presenta Martucci 35 po re orma
. pe 1
1 na
interesante trabajo de l. Rossoni emprende el anáÍisi: deJerp o, el
36
tica del Derecho Penal>> --concepto que abarca como ee a «pol1í·
" • xpone a
autora, e1 d oble aspecto d e po11t1ca penal y política criminal- .
guiendo muy de cerca la obra de Foster. Pero, en este supu~st~·
el modelo extrapolado desde la antropología, permite ubicar '
su justo . medio el n~cimie~to. y arraigo de categorías jurídic:~
y el propio comportamiento JUdiCial: no se trata sólo de un estudio
de criminología, sino la visión de una sociedad, a la que son propias
determinadas formas de criminalidad, a través del proceso, cuyo es-
tudio, ahora, facilita datos sobre el funcionamiento de la justicia,
desarrollo y aplicación del derecho penal y la legislación y, final·
mente, sobre el sistema de las penas y el comportamiento de los
jueces en cada caso.
Presupuestos similares, sobre todo relativos a la posición adop·
tada ante la historiografía jurídica más tradicional, subyacen en la
obra del ya citado L. Lacché, cuyo título no hace justicia al cante·
rúdo, más amplio y profundo. Partiendo de un análisis del bandidis·
mo histórico -tema en el que coincide con la autora anterior-,
incorpora o sigue también un modelo anglosajón, el apuntado por
Hosbawn, y sus más inmediatos seguidores 37 , pero que también aquí
sirve para llevar a efecto una descripción de la propiedad y sociedad
rurales, próxima por sus objetivos e incluso recluida en los presu·
puestos de una determinada Historia social, con proposiciones muy
distintas a las que Robert y Levy defendían desde «Annales>> en
1984 38 •
En todo caso, las realizaciones ofrecidas por el medio académico
italiano se sitúan en los primeros lugares, tanto por el número de

34 Por ejemplo, R. Canosa, StoriJJ deWlnquisiz.ione in Italia delta metá del


Quinquecento all• fine del settecento, Roma, 1986.
35 R. Martucci, La constiJuente e il problema penale in Francia, 1789-1791,
Milán 1984.
l6 '1. Rossoni, Criminalitá e giustízia penale nello sta/o pontificio del sé-
colo XIX. Un caso di banditismo rurale, Milán, 1988.
n Vid. supra, nota 13. Por lo demás, el tema en Italia y fuera de la misma

..
goza ya d~ bastante aceptación ..Sirva de. ejemplo G. <;>rt~lli, e.d., Ban~e arm.a".
t~. handiti, btJnditilmo ~ repr~sszone neglt statt europet d1 Antzco Regzme. ~ttt
del convegno di Venezia, J-5 nov. 1983, Roma, 1986. Entre nosotros ha s1do
tratado por el profesor Bermejo, colaborador de este volumen.

_....,.,
,. En .Le sociologue et l'histoire pénale•, Annales ESC, 2, 1984. ..
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 211

monografías y la calidad de las mis~ as, como por la tradición e~ el


cultivo continuado de una rama IUshistonca a la que nunca de¡o de
prestarse aten~ión. Desde esta posición.' que pe;m.ite incluso estudios
de síntesis, al 1gual que para otros med1os academ1cos, sobre las apor-
taciones apartcidas en la materia en tiempos recientes 39 , se percibe
igualmente el interés y el esfuerzo realizado por los autores y las
escuelas por replantear la metodología de las investigaciones concer-
nientes, no sólo pero sobre todo, al derecho penal histórico, incorpo-
rando las contribuciones de otras materias y otros círculos, singular-
mente el anglosajón. Cierto es que alguno de tales postulados, refe-
ridos a la historia jurídica en general, hace años ya que vienen siendo
defendidos por los más representativos maestros, desde Paradisi a
Gro¡si pasando por Cavanna o el mismo Ajel/o. Pero aplicados con
especial profundidad a los estudios jurídicos penales del pasado histó-
rico -para los que un acercamiento exclusivamente institucional
pero sobre todo específicamente <<social>> en la manera que defendían
los seguidores de «Annales>> se han demostrado manifiestamente in-
suficientes-, anuncian un conocimiento más completo de lo que en
sí misma supone la política del Derecho penal y del propio Ordena-
miento penal: el grado de violencia de una sociedad, la represión y
los medios y mecanismos de oposición a ésta y, fundamentalmente,
una mejor percepción de lo que significó en cada momento el poder
público y las instituciones que creaban y aplicaban tal derecho.

Si en los medios que geográfica y académicamente nos son


más próximos tales pueden ser las líneas genéricas de investigación
-contempladas desde una descripción sumaria y ejemplificada a tra-
vés de aportaciones citadas sólo en una pequeña parte y a título ilus-
trativo las más recientes-, la situación en nuestro país es sustan-
cialmente distinta. De hecho, también las escasas aportaciones que
sobre el tema aparecieron entre nosotros antes del final de la década
de los sesenta del siglo en curso, adolecen asimismo de un exceso de
positivismo, a pesar de los esfuerzos de los autores para esclarecer
nuestra Historia penal. Pero aquí, otras características distinras cier-
tamente a las que hemos visto para los medios académicos citados
como referencia, le son aplicables y les conceden incluso una c1erta

39 Puede verse al efecto, aunque el análisis ya no es recie~te, .Q~tUÜ'Nfi


Storici, 44, 1980, con aportaciones de ex~rtos que analizan la su.uactón s':lbrr
los estudios de derecho penal y criminolog1a en Alemania, Ausu1a, Franna o
Inglaterra.
212
Clara Alvarez Alonso
peculiaridad: es el objeto temporal al que '
estudios. estan orientados tales
En efecto, nuestros historiadores más específicam . , .
-Gibert, Orlandis, Otero. etc.- han mostrado un inten:e JUtfldlcos
. 1 é d" 1
te h aCla a poca me 1eva , tratando además los temas p l' ere eres pre . n-
d esd e una perspectiva . . . . ena lStlcos
estrictamente Institucional de tal m d
h d '
dun1mue o d ¡sp~es ¡ue on
d G lo ¡anchez
Í·' ' 0 0 que
expusiese su juicio acere;
e a meto o og1a y ue~tes ap Ica a~ y utilizadas, en la medida que
se ,recoge en el párrafo Citado al con:nenzo de estas líneas, sus colegas
mas cercanos y aun los que se confiesan sus discípulos, incurrían en
las limitaciones enunciadas por el citado profesor.
Hasta 1969, año en que Tomás y V aliente inició la aproximación
al derecho penal del Antiguo Régimen desde presupuestos otros que
el único y exclusivo apego al texto legal, cualquiera que fuese su
origen o naturaleza 40 , y, desde luego, más adecuados al propio con-
cepto jurídico existente en la época, tal era la situación. Pero a par-
tir de la edición de su libro dio comienzo una nueva etapa en la que
concurrieron los historiadores del Derecho, tanto como especialistas
de otros campos historiográficos, aunque desde posiciones diferen-
tes 41 , revisando los anteriores presupuestos. Y si bien no se abandona
totalmente la época medieval, e incluso se frecuenta la visigótica 41
aparece un interés creciente por el período de la Monarquía Hispá-
nica.
Es precisamente en esa nueva etapa en el transcurso de la cual
aparecieron trabajos tan excelentes del profesor Clavero sobre la
usura, entre otros muchos, del profesor Bermejo y el profesor Cacto,
reivindicando las conexiones que pueden existir con la literatura en
el momento de extraer datos o como fuentes de primer orden sobre
la aplicación del Derecho Penal en la práctica, o desde la óptica ~e
la Inquisición. Y está asimismo, la continuidad del profesor Tof1!~ 5
y V aliente incidiendo en el punto crucial que significó la Ilustracion

«> Me refiero a Derecho penal de la monarquia absoluta. Siglos XVI, XVII


y XVIII, Madrid, 1969.
41 Por ejemplo, el de P. Herrera Puga, Sociedad y delincuencitJ en el Siglo
de Oro, Granada, 1976, si bien el autor se limita a reseñar lo estricta~ent~
anecdótico del tema, sin trascender ni a lo social ni mucho menos a lo Jurídt-
co. Del mismo modo cabría citar las muy anteriores ediciones de textos repre-
aentativos de los autores españoles, as{ la versión castellana de fragmento~ de
Covarrubias, Covarrubias penalista, de J. Pereda, Deusto, 1959, o el facsím11 de
De potestate legis poentJlis, libri duo, realizada en 1961, con ocasión del cen-
tenario de la muerte de Alfonso de Castro.
42 Aaf A. Iglesia Ferreiros, HistoritJ de la traición. LJ trtJiciótJ regia en
úón y C•stilla, 1971.
Tendencias en la investigación del Derecho Penal Histórico 213

n la crítica no sólo al derecho penal sino al proceso penal, tan


~inculado a aquél en el Antiguo Régimen.
Todos ellos, historiadores del derecho, y en tanto que tales, ex-
pertos conocedores del bagaje conceptual necesario -reivindicable
sobre todo en la actualidad, cuando todo lo jurídico relacionado con
el derecho penal histórico parece si no desprestigiado sí al menos
relegado a un segundo lugar- confluyen ahora con sus aportaciones
en este libro de conjunto. Y con ellos el profesor A. M. Hespanha,
cuyas contribuciones sobre el concepto de justicia y del derecho penal
en la misma época son sobrada y merecidamente reconocidos 43 a
causa del replanteamiento que, revisando los textos jurídicos desde
la perspectiva antropológica -él mismo ha subrayado en forma
reiterada su admiración por la obra de N. Castan- ha efectuado de
la operatividad práctica de un ordenamiento, en teoría, sumamente
represivo.
La originalidad y calidad de los trabajos realizados con anterio-
ridad avalan, pues, los que ahora se incorporan y tal como se des-
prende de su lectura, tales aportaciones, que por sí mismas cu-
bren una laguna historiográfica -saldando así una vieja deuda
de la historiografía jurídica hispana-, no sólo arrojan luz y con-
tribuyen al esclarecimiento de la época del Barroco en su conjunto,
sino que incorporan además las nuevas tendencias en el análisis de
esta rama del ordenamiento jurídico. El resultado de la obra, que
debe considerarse globalmente como algo más completo que una
simple iniciación a la época y al tema o al complejo entramado de
relaciones sociales y culturales que generan la propia esencia de
esta rama del ordenamiento en la época que se contempla, está así
doblemente garantizado.

BL COUGIO O. IIUICO

., .. .....
,

4J Una aportación última al respecto: «Da lusritia a Disóplina Textos.


poder e politice no Antigo Regimen», en AHDE, 1987
' C n SEXO BARRO('() y
OTRAS TRANSGRESIONES MODERNAS nos encontram,,~ ,mte
un libro de historia escrito por historiadores del Derecho. l•" ,·ualcs.
además de utilizar fuentes legales y jurisprudenciales, habb'l : rn as
tan diversos como la teología o la literatura. Para poder e ' ·1der
lo tratado en estas páginas los autores piden al lector · ,, ·'túe •
en la sociedad del Barroco, no ya para disculpar. f'· 1 ,•~tra
t
comprender sus normas jurídico-penales. sus ideas, crcL usos
sociales; y que dé rienda suelta al mismo tiempo a su e ll'. •d de
sonrisa y de compasión». El presente volumen reúne las e, ',, .·ncias
del curso «Delito y pecado en la España del Barroco>>, impnido en
la Universidad Internacional Menéndez Pelayo durante el \erano de
1987. En esta obra han colaborado algunos de los más destacados
historiadores del Derecho de nuestro país: Francisco Tomás y Valiente
(Delincuentes y pecadores, El crimen y pecado contra natura),
Bartolomé Clavero (Delito y pecado), José Luis Bermejo (Justicia
penal y teatro barroco, Duelos y desafíos en el Derecho y la
Literatura), Enrique Gacto (El delito de bigamia, Inquisición y censura
en el Barroco), Clara Alvarez (Tendencias en la investigación del
Derecho Penal Histórico) y Antonio M. Hespanha (De la «Iustitia»
a la Disciplina).

Alianza Editorial (

ISBN 84-206-2662-7

Cubierta: Angel Uriarte .IJJIIlll.l

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