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Hablando con muertos

FRANCISCO LÓPEZ SEIVANE

Hace algún tiempo, cuando el doctor Raymond Moody, el famoso psiquiatra


americano autor del best-seller Vida después de la Vida, me contó en la habitación
de un hotel canadiense, en presencia de un atónito Fernando Sánchez Dragó, que se
le había aparecido su abuela, muerta hace años, y que había pasado horas hablando
con ella en el salón de su propia casa. No supe qué decir. Después, añadió que
muchas otras personas habían tenido experiencias semejantes y que, en teoría,
cualquiera que se lo propusiese podría llegar a comunicarse con sus seres queridos
muertos, siguiendo el método que había diseñado tras estudiar las prácticas
utilizadas por los griegos en tiempos anteriores a Cristo.
Mientras le escuchaba, pensaba en qué habría podido inducir a un hombre de
su peso científico e intelectual a adentrarse en un territorio tan sagrado como el de
los muertos, tradicional monopolio de las religiones.
Pareciendo adivinar mi pensamiento, el doctor Moody me dijo entonces que,
releyendo La Odisea, se dio cuenta de que en la antigua Grecia la inducción de
visiones de seres muertos era una práctica común que se realizaba en un lugar
denominado Oráculo de los Muertos.
Plutarco ya menciona estas prácticas que, a mi juicio, tuvieron lugar durante
un periodo histórico superior a 1.500 años. Mi investigación me llevó a la
conclusión de que las superficies pulidas, metales, espejos, agua e, incluso, la
sangre de los sacrificios han sido ancestralmente empleados en numerosas culturas
para inducir visiones de genios o espíritus.
Personajes tan notables como Edison, Darwin, Dickens, Edgar Allan Poe,
George Sand o Abraham Lincoln emplearon este método con éxito, continuó el
doctor. Por ello decidí reproducir las antiguas técnicas y ver qué pasaba. Más del
50% de las personas que se han sometido a mi método ha tenido visiones de los
seres que quería. En todos lo casos, los pacientes relatan que tenían la absoluta
certeza de que su presencia era reconocida por los aparecidos, cuya imagen tenía
todo el aspecto de ser real: era tridimensional, de tamaño y colores naturales y
aparecía muy vívida.
¿Existió realmente un lugar así, donde, según se cuenta, acudían las gentes
acomodadas a establecer contacto con sus seres queridos desaparecidos?, Si se dan
por ciertas las referencias literarias, esta práctica fue muy común durante más de
1.000 años. Sin embargo, los detractores de la idea han sido numerosos a lo largo de
la historia, hasta que en 1958 el arqueólogo griego SatirisDakaris halló las ruinas
del famoso Oráculo en la ciudad de Epiro, junto al Mar Adriático, en una colina
sobre la que había sido construida una iglesia, cuyos cimientos habían hundido en
parte la bóveda del subterráneo que albergaba la antigua Institución.
El complejo subterráneo incluía unos pasajes laberínticos por los que el sujeto,
al parecer, vagaba veintinueve días antes de acceder al psicomanteum, una cámara
central en cuyo centro se alzaba un enorme recipiente de bronce, seguramente lleno
de agua y rodeado de una balaustrada para imponer distancia y respeto. Había
también alojamientos para numerosas personas, cocinas y lugares de esparcimiento
social.
En las galerías del laberinto y en las pequeñas cámaras secundarias han sido
descubiertos asimismo numerosos restos de hachís quemado, lo que induce a pensar
que el procedimiento, junto a los conocidos métodos de aislamiento sensorial y
social, podía incluir también estas formas de intoxicación que contribuyen a
propiciar estados alterados de conciencia.
Se supone que había distintos oficiantes que asistían al aspirante y una figura
central que le acompañaba en los momentos del trance final.
Este método es el que ha tratado de reproducir el doctor Moody en su casa de
Alabama para cerciorarse de que lo que hacían los griegos tenía algún sentido.
¿Existe en realidad vida después de la vida? ¿Resulta posible la comunicación
con los muertos? A pesar de que el más allá ha sido tradicionalmente coto cerrado
de las religiones y la ciencia siempre se ha mantenido en un escéptico segundo
plano, es un hecho bien conocido por los psiquiatras y psicólogos de todo el mundo
que dos tercios de las viudas, cualquiera que sea su religión o cultura, tiene visiones
de sus maridos muertos.
BURLAS
Cuando el doctor Moody comenzó a tratar de facilitar estos fenómenos para
estudiarlos, a principios de los 90, obtuvo poco más que sonrisas burlonas de la
mayoría de sus colegas.
Pero cuando lo impensable comenzó a producirse y numerosos pacientes
afirmaban haberse comunicado con sus seres queridos muertos, haberlos visto,
escuchado y abrazado, tras someterse al método que ha recreado, las cosas
comenzaron a cambiar.
Totalmente impermeable a la fe, no he tenido otro remedio en la vida que ser
descreído con estas cuestiones, pero la experiencia me tentó por la seriedad de
quien la propiciaba y por tratarse de una especie de coqueteo científico en un
territorio tradicionalmente vedado a la razón.
Con cierta excitación le pregunté a Moody si aceptaría como conejillo de
indias a un escritor deslenguado que, probablemente, terminaría contándoselo todo
a sus lectores.
Para mi sorpresa, el doctor Moody acogió la idea con entusiasmo y me invitó
a visitarle en su propia casa de Alabama, donde tenía instalado el Teatro de la
Mente, una reproducción del famoso Oráculo de los Muertos, al que los atenienses
pudientes acudían para reencontrarse con sus espíritus. Me pidió que trajera
conmigo una foto y algunos objetos de mi padre, fallecido en el año 1969.
Ni corto ni perezoso, me desplacé hasta Coccoloco, una pequeña comunidad
rural de Alabama, donde el doctor tiene instalados sus reales. En la veranda de su
viejo molino, Moody me puso en antecedentes del experimento, mientras se
balanceaba sin tregua en su mecedora: sólo lo había intentado hasta entonces con
voluntarios elegidos entre estudiantes y colegas del departamento de Psicología de
la Universidad de Carrolton, en el Estado de Georgia.
Para la selección de candidatos, había buscado cuidadosamente a aquellos
menos proclives al esoterismo y más estables emocionalmente; sin embargo, casi la
mitad de ellos aseguró haber experimentado una visión que describieron como
«absolutamente real, de tamaño natural, tridimensional y en color» de los seres
queridos que deseaban reencontrar.

ABRAZOS NORMALES
Algunos, llegaron incluso a afirmar que habían dialogado normalmente con
ellos. Y no faltaba quien se había fundido con su difunto pariente en un abrazo
indistinguible y completamente normal.
Sin excepción, todos hablaban de una sensación de alivio, paz y alegría que
disipaba para siempre los rastros de la aflicción. Más tarde, me presentó a algunos
de los voluntarios que me habían antecedido en la experiencia y me parecieron
completamente sinceros.
Al día siguiente llegaría mi turno. Moody me explicó por la tarde el sencillo
plan: debía permanecer el resto del día en silencio y soledad, tratando de recordar
los momentos vividos con mi padre. Sus objetos y la foto que llevaba encima me
ayudarían. La comida sería frugal. A mediodía, los dos mantendríamos una extensa
charla. Después, tras una larga sesión de relajación profunda, entraría en el Teatro
de la Mente, donde está instalado el psicomanteum, el sancta sanctorum, un
misterioso lugar donde confluyen el mundo de los vivos y el de los muertos. Allí
tendría lugar el encuentro.
Me lo mostró. No había otra cosa que un viejo e incómodo sillón, se disculpó
frente a un enorme espejo victoriano que colgaba de la pared, a un metro del suelo.
Tras el sillón, para evitar cualquier reflejo, la tenue luz de una vela encendida. El
resto, tinieblas. Unas gruesas cortinas de terciopelo negro cerraban el espacio sin
dejar pasar el menor resquicio de luz. Así se logra el vacío óptico deseado en la
superficie del espejo.
De esa profundidad, al decir de los que me antecedieron, surge la imagen
buscada. Al principio, es etérea y lejana. Gradualmente, se va haciendo más nítida
y, en muchos casos, corpórea. Es entonces cuando habla, camina y puede abrazarse.
El psicomanteum, también llamado con humor el Oráculo de los Muertos de
Coccoloco, se encuentra en el piso alto de la casa y Moody me pide que pase la
noche ahí. Tras la cena, me retiro temprano. Antes de entregarme al sueño no puedo
evitar una sombra de aprensión ante lo que pueda suceder al día siguiente.
Pienso, en la larga noche, que el hombre nunca muere del todo: siempre
quedan los recuerdos, los sentimientos... Por algún motivo inexplicable, me vienen
a la memoria las palabras de Jesús a sus discípulos: «Cada vez que dos o más de
vosotros se reúnan en conmemoración mía, allí estaré yo».
A la mañana siguiente, me levanto el primero. En el jardín hay un concierto de
pájaros que cantan melodías distintas, un intenso olor a hierba fresca recién cortada
y dos perros que se acercan diligentes al advertir mi presencia.
Tras el desayuno, el doctor Moody me lleva a una habitación privada en el
piso alto. La casa ha quedado sola. Me enseña las fotos del Oráculo de los Muertos
que ha traído de Grecia. Hablamos distendidamente sobre el tema. Puesto que me
juzga familiarizado con el procedimiento, decide preguntarme sobre mi padre.
Se llamaba Quirino. Tenía 53 años al nacer yo. Yo, 23 a su muerte. Después
de tantos años, su memoria casi se me ha borrado. Me queda, eso sí, un recuerdo
genérico de cariño y bonhomía, y algunas anécdotas deshilvanadas. Estos hechos
revelan el escaso bagaje con que cuento. La experiencia tiene más posibilidades de
ser positiva cuanto mayor es la añoranza, más intenso el deseo y más fresca la
memoria. Le confieso que he elegido el encuentro con mi padre porque no tengo
otro muerto más a mano.
Nos dirigimos al psicomanteum. Moody me pide que me acueste en el suelo,
sobre el colchón de plumas en que he dormido. En la penumbra, su voz suave se
aleja gradualmente de mi conciencia hasta desaparecer. Me sumo en un placentero y
profundo estado de relajación. Ha de llamarme tres veces antes de que me dé cuenta
de que el ejercicio preparatorio ha terminado. Apenas consciente, me siento frente
al espejo. Las densas cortinas de terciopelo negro se cierran a mi alrededor,
sumiéndome en las tinieblas.Con una voz que es un susurro, me pide entonces que
vacíe la mente y mire lejos, en lo más profundo del espejo, y se va. Hinco mis ojos
en la negrura sin ver nada. Trato de recordar el rostro de mi progenitor, sin
conseguirlo con nitidez. Fuerzo la memoria en busca de su voz, pero no encuentro
el registro. El tiempo borra las huellas del recuerdo como el agua las de la arena.
De pronto, los ojos se me cierran solos. Siento que mi mente adquiere
velocidad. Se mueve sola y planea sobre el pequeño cementerio de Salinas, al otro
lado del río Pisuerga, donde yacen enterrados los restos de mi padre. Hay un primer
plano impresionante del panteón familiar. Se aviva la esperanza. Me siento relajado,
en un estado meditativo, gratamente familiar. Súbitamente, aparece un acerico en la
muñeca de mi padre. Es la primera imagen vívida, espontánea, sorprendente.
Después, vendrían otras, todas remotas, de mi infancia, que había olvidado por
completo. Es curioso, pero parecen tener más fuerza los recuerdos del padre joven.
Me doy cuenta de que lo que estoy haciendo es rememorar. Ni remotamente
puede considerarse eso un encuentro con un espíritu. Durante un tiempo
indeterminado navego en una especie de duermevela, soñando despierto con los
ojos cerrados, a medio camino entre lo onírico y la vigilia.
El espejo se me antoja una frontera entre la vida y la muerte: de este lado, los
vivos; del otro, el más allá insondable. La cita es en el borde, pero mi padre no
acude, acaso dolido por haberlo tenido tanto tiempo olvidado.
A fuer de sincero, nunca pensé que lo hiciera. Quizá no lo llamé con la fuerza
suficiente. O tal vez los muertos sólo acuden a estas citas cuando las concierta el
amor, la aflicción o la necesidad.Los griegos caminaban durante semanas,
esperaban un mes bajo tierra, recorriendo oscuros laberintos con la esperanza del
encuentro.Esa intensa preparación, más su ardiente deseo de comunicación son la
mejor garantía del éxito. Yo acudí a la cita puntual y anhelante, pero me dieron
plantón.
Habíamos acordado comentar la experiencia en caliente, así que recién salido
del trance me siento frente a él y, tras unos instantes, me invita a que le cuente mis
impresiones. Con toda franqueza le digo que no creo que las apariciones se
produzcan en otro lugar que en la mente de los sujetos.

REALIDAD OBJETIVA
He escuchado el relato de algunos y me parecen sinceros. Sé que ellos han
vivido lo que cuentan, pero dudo que un testigo neutral que estuviera presente en el
psicomanteum hubiera podido ver lo que ellos dicen haber visto.
Hay una realidad compartida que todos tenemos por cierta; pero hay también
otras realidades individuales o subjetivas, como los sueños, de cuya veracidad
dudamos hasta nosotros mismos en el momento de despertar.
Me parece que las visiones, las abducciones, las apariciones, los
avistamientos, los reencuentros y tantas otras experiencias paranormales pertenecen
a esta segunda categoría y, mientras pueden ser ciertas para quienes las viven,
carecen de una realidad objetiva.
También le manifiesto mis dudas de que esto pueda considerarse un
experimento científico. Moody admite que «en efecto, estas investigaciones son tan
científicas como es posible, teniendo en cuenta la subjetividad e intangibilidad de
los estados de conciencia».
Antes de despedirme, le pregunto si le asusta la muerte. «¡Oh ,no! La encuentro
muy atractiva... Lo que me aterra es la vida». Y a mí.

Otros caminos más populares


Muchos investigadores del campo de la parapsicología desconfían del método
de Moody porque predispone a alterar el estado de conciencia del individuo. Pero la
suya no es la única manera de hablar con los muertos. Éstas son las más populares:
OUIJA. Es, quizá, el método más utilizado. Consiste en un tablero con un
abecedario en forma semicircular. Los participantes colocan un dedo sobre una
pieza circular que se desplaza por el tablero indicando las supuestas respuestas del
espíritu contactado. Numerosos expertos en parapsicología lo consideran un método
poco fiable incluso los que creen en ello mantienen que un 80% de las experiencias
con la ouija son cuando menos dudosas en el que los aspectos no conscientes de la
mente humana desempeñan un importante papel.
MEDIUMS. Según las creencias espiritistas, un médium es aquella persona con la
facultad de comunicarse con alguna esfera distinta a la que el ser humano ocupa,
incluida la que habitan los espírtus de los muertos. Los practicantes de estas
sesiones mantienen que en el momento de la comunicación el médium entra en
trance y puede llegar a adoptar la voz del supuesto espíritu contactado o escribir
automáticamente sus mensajes.
PSICOFONÍAS. Se trata de la obtención de sonidos procedentes de lo que autores
como Pedro Amorós (Psicofonías. Voces del más allá) llaman «otros supuestos
planos de la realidad». El primero en grabar estos sonidos fue el cineasta de origen
báltico Friedrich Jürgenson, quien en 1959 se encontraba en un bosque cercano a
Estocolmo registrando el canto nocturno del pinzón una pequeña ave del tamaño de
un gorrión para sonorizar un documental. Cuando revisó las cintas escuchó diversas
voces, entre ellas la de su difunta madre. Desde entonces son muchos los que
aseguran haber grabado psicofonías e incluso se habla de psicoimágenes,
comunicaciones radiofónicas con el más allá o misteriosos textos resultantes de
haber dejado un ordenador encendido.

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