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ABRAZOS NORMALES
Algunos, llegaron incluso a afirmar que habían dialogado normalmente con
ellos. Y no faltaba quien se había fundido con su difunto pariente en un abrazo
indistinguible y completamente normal.
Sin excepción, todos hablaban de una sensación de alivio, paz y alegría que
disipaba para siempre los rastros de la aflicción. Más tarde, me presentó a algunos
de los voluntarios que me habían antecedido en la experiencia y me parecieron
completamente sinceros.
Al día siguiente llegaría mi turno. Moody me explicó por la tarde el sencillo
plan: debía permanecer el resto del día en silencio y soledad, tratando de recordar
los momentos vividos con mi padre. Sus objetos y la foto que llevaba encima me
ayudarían. La comida sería frugal. A mediodía, los dos mantendríamos una extensa
charla. Después, tras una larga sesión de relajación profunda, entraría en el Teatro
de la Mente, donde está instalado el psicomanteum, el sancta sanctorum, un
misterioso lugar donde confluyen el mundo de los vivos y el de los muertos. Allí
tendría lugar el encuentro.
Me lo mostró. No había otra cosa que un viejo e incómodo sillón, se disculpó
frente a un enorme espejo victoriano que colgaba de la pared, a un metro del suelo.
Tras el sillón, para evitar cualquier reflejo, la tenue luz de una vela encendida. El
resto, tinieblas. Unas gruesas cortinas de terciopelo negro cerraban el espacio sin
dejar pasar el menor resquicio de luz. Así se logra el vacío óptico deseado en la
superficie del espejo.
De esa profundidad, al decir de los que me antecedieron, surge la imagen
buscada. Al principio, es etérea y lejana. Gradualmente, se va haciendo más nítida
y, en muchos casos, corpórea. Es entonces cuando habla, camina y puede abrazarse.
El psicomanteum, también llamado con humor el Oráculo de los Muertos de
Coccoloco, se encuentra en el piso alto de la casa y Moody me pide que pase la
noche ahí. Tras la cena, me retiro temprano. Antes de entregarme al sueño no puedo
evitar una sombra de aprensión ante lo que pueda suceder al día siguiente.
Pienso, en la larga noche, que el hombre nunca muere del todo: siempre
quedan los recuerdos, los sentimientos... Por algún motivo inexplicable, me vienen
a la memoria las palabras de Jesús a sus discípulos: «Cada vez que dos o más de
vosotros se reúnan en conmemoración mía, allí estaré yo».
A la mañana siguiente, me levanto el primero. En el jardín hay un concierto de
pájaros que cantan melodías distintas, un intenso olor a hierba fresca recién cortada
y dos perros que se acercan diligentes al advertir mi presencia.
Tras el desayuno, el doctor Moody me lleva a una habitación privada en el
piso alto. La casa ha quedado sola. Me enseña las fotos del Oráculo de los Muertos
que ha traído de Grecia. Hablamos distendidamente sobre el tema. Puesto que me
juzga familiarizado con el procedimiento, decide preguntarme sobre mi padre.
Se llamaba Quirino. Tenía 53 años al nacer yo. Yo, 23 a su muerte. Después
de tantos años, su memoria casi se me ha borrado. Me queda, eso sí, un recuerdo
genérico de cariño y bonhomía, y algunas anécdotas deshilvanadas. Estos hechos
revelan el escaso bagaje con que cuento. La experiencia tiene más posibilidades de
ser positiva cuanto mayor es la añoranza, más intenso el deseo y más fresca la
memoria. Le confieso que he elegido el encuentro con mi padre porque no tengo
otro muerto más a mano.
Nos dirigimos al psicomanteum. Moody me pide que me acueste en el suelo,
sobre el colchón de plumas en que he dormido. En la penumbra, su voz suave se
aleja gradualmente de mi conciencia hasta desaparecer. Me sumo en un placentero y
profundo estado de relajación. Ha de llamarme tres veces antes de que me dé cuenta
de que el ejercicio preparatorio ha terminado. Apenas consciente, me siento frente
al espejo. Las densas cortinas de terciopelo negro se cierran a mi alrededor,
sumiéndome en las tinieblas.Con una voz que es un susurro, me pide entonces que
vacíe la mente y mire lejos, en lo más profundo del espejo, y se va. Hinco mis ojos
en la negrura sin ver nada. Trato de recordar el rostro de mi progenitor, sin
conseguirlo con nitidez. Fuerzo la memoria en busca de su voz, pero no encuentro
el registro. El tiempo borra las huellas del recuerdo como el agua las de la arena.
De pronto, los ojos se me cierran solos. Siento que mi mente adquiere
velocidad. Se mueve sola y planea sobre el pequeño cementerio de Salinas, al otro
lado del río Pisuerga, donde yacen enterrados los restos de mi padre. Hay un primer
plano impresionante del panteón familiar. Se aviva la esperanza. Me siento relajado,
en un estado meditativo, gratamente familiar. Súbitamente, aparece un acerico en la
muñeca de mi padre. Es la primera imagen vívida, espontánea, sorprendente.
Después, vendrían otras, todas remotas, de mi infancia, que había olvidado por
completo. Es curioso, pero parecen tener más fuerza los recuerdos del padre joven.
Me doy cuenta de que lo que estoy haciendo es rememorar. Ni remotamente
puede considerarse eso un encuentro con un espíritu. Durante un tiempo
indeterminado navego en una especie de duermevela, soñando despierto con los
ojos cerrados, a medio camino entre lo onírico y la vigilia.
El espejo se me antoja una frontera entre la vida y la muerte: de este lado, los
vivos; del otro, el más allá insondable. La cita es en el borde, pero mi padre no
acude, acaso dolido por haberlo tenido tanto tiempo olvidado.
A fuer de sincero, nunca pensé que lo hiciera. Quizá no lo llamé con la fuerza
suficiente. O tal vez los muertos sólo acuden a estas citas cuando las concierta el
amor, la aflicción o la necesidad.Los griegos caminaban durante semanas,
esperaban un mes bajo tierra, recorriendo oscuros laberintos con la esperanza del
encuentro.Esa intensa preparación, más su ardiente deseo de comunicación son la
mejor garantía del éxito. Yo acudí a la cita puntual y anhelante, pero me dieron
plantón.
Habíamos acordado comentar la experiencia en caliente, así que recién salido
del trance me siento frente a él y, tras unos instantes, me invita a que le cuente mis
impresiones. Con toda franqueza le digo que no creo que las apariciones se
produzcan en otro lugar que en la mente de los sujetos.
REALIDAD OBJETIVA
He escuchado el relato de algunos y me parecen sinceros. Sé que ellos han
vivido lo que cuentan, pero dudo que un testigo neutral que estuviera presente en el
psicomanteum hubiera podido ver lo que ellos dicen haber visto.
Hay una realidad compartida que todos tenemos por cierta; pero hay también
otras realidades individuales o subjetivas, como los sueños, de cuya veracidad
dudamos hasta nosotros mismos en el momento de despertar.
Me parece que las visiones, las abducciones, las apariciones, los
avistamientos, los reencuentros y tantas otras experiencias paranormales pertenecen
a esta segunda categoría y, mientras pueden ser ciertas para quienes las viven,
carecen de una realidad objetiva.
También le manifiesto mis dudas de que esto pueda considerarse un
experimento científico. Moody admite que «en efecto, estas investigaciones son tan
científicas como es posible, teniendo en cuenta la subjetividad e intangibilidad de
los estados de conciencia».
Antes de despedirme, le pregunto si le asusta la muerte. «¡Oh ,no! La encuentro
muy atractiva... Lo que me aterra es la vida». Y a mí.