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Eduardo Arranz Sotelo

Rojo y negro

Posible estructura del trabajo:

1) Introducción
2) Contexto histórico
3) Personajes principales
4) Ambición/deber vs amor/placer
5) La sociedad, destructora del yo. El teatro de la opinión
6) Conclusión

Personajes principales:

Aunque el protagonista indiscutible de la obra es Julián Sorel, los dos personajes femeninos no
tienen menos importancia. Los tres son, en cierto modo, unos outsiders en un ambiente marcado por
la hipocresía y la corrupción, en el que los intereses económicos y la rígida estructura social que
trajo consigo la restauración borbónica anulan todo tipo de espontaneidad.

Julián Sorel:

Julián es el hijo de un carpintero de pueblo, despreciado por su padre y sus hermanos. Es un ser
solitario con una gran ambición, y sueña con alcanzar un reconocimiento social acorde con su
talento. Aunque su ídolo es Napoleón -sus únicas lecturas antes de salir de Verrieres son El
memorial de Santa Elena y las Confesiones de Rousseau, además de la Biblia- y la gloria que él
desea es la militar, sabe que la única posibilidad que tiene de ascender socialmente es como clérigo.
Esa es la razón por la que recibe formación del abate Chélan y ha aprendido la Biblia de memoria,
pese a ser ateo.
Movido por su sed de gloria, toma a Napoleón como modelo de acción, y afronta cada situación
como si se tratase de una batalla, de un obstáculo que debe superar para estar a la altura de su héroe.
Así, tanto cuando empieza a trabajar como preceptor de los hijos del alcalde, como cuando entra de
secretario en casa del marqués de la Mole, se autoimpone como deber adoptar las formas y las
apariencias que allí se estilen. Se comporta de manera hipócrita y lo hace conscientemente, acepta
las reglas del juego de unas clases sociales que desprecia, pero a las que aspira a pertenecer.
No es extraño que su ideal de conducta choque a menudo con la realidad y con sus propios
sentimientos. Cuando él cree estar desempeñando correctamente el papel que le corresponde, o
cuando incluso ve determinadas de sus acciones como heroicidades, lo cierto es que actúa de
manera torpe y artificial. Esa máscara le sirve en ocasiones para complacer a monsieur de Renal, a
los curas con los que trata o al marqués, pero resulta contraproducente en cuestiones de amor.
Donde han de primar la pasión y el placer, nada pueden hacer la planificación militar y el deber.
En realidad Julián siempre empieza tomándose sus conquistas amorosas como si fueran una
cuestión de lucha de clases. Su orgullo no soporta el desprecio de los demás, y busca sacudirse su
complejo de inferioridad mostrándose a sí mismo que es capaz de conseguir aquello que la sociedad
estima. Poco importa que para probarse a sí mismo su superioridad frente al alcalde tenga que
conquistar a su mujer, para Julián todo es una cuestión de honor. Lo que ocurre es que es incapaz de
llevar a cabo sus propósitos según sus planes: sólo cuando encalla la ambición surge el placer.
Donde él ve el fracaso de su imperativo moral y su inexperiencia, madame de Renal ve la
naturalidad y la ternura que nunca había podido encontrar en su marido.

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En este sentido podemos decir que es una novela de la inintencionalidad. En Stendhal hay un
rousseaunianismo de fondo: la sociedad y sus convenciones hacen que se viva más en la opinión de
los demás que en la de uno mismo, y esto hace que la naturalidad y la sinceridad se den sólo en
casos excepcionales. De ahí que Julián, pensando en haber cumplido bien su papel, sea incapaz de
gozar del placer que se le presenta.
Nuestro protagonista es un personaje complejo: si bien por su deseo de ascender en la sociedad
puede recordarnos a un Rastignac, su ambición está por encima de la vulgaridad de la sociedad que
lo rodea y sus intereses puramente económicos. Además, en ocasiones se nos muestra como alguien
sensible e ingenuo, atrapado en un mundo al que no pertenece.

Madame de Renal:

Madame de Renal es la esposa del alcalde de Verrieres. Es una mujer que no ha sido corrompida por
las intrigas de la sociedad, y de algún modo vive ajena a ella. Vive tranquilamente con su marido y
adorando a sus hijos. Hasta la llegada de Julián no había amado apasionadamente. Quizá no sea
descabellado decir que es una especie de madonna, de ser maternal que se entrega sin reservas al
amor y la pasión que siente por el protagonista, pese a que éste no es consciente de su amor por ella
hasta el final de la novela.
Por momentos nos parece una persona ingenua, aunque es capaz de engañar a su marido cuando su
amor lo exige. Su total indiferencia ante la opinión que los demás tengan de ella contrasta con la
actitud hipócrita de Julián, que sólo con ella encuentra la felicidad. Sufre terriblemente por su culpa
durante su ausencia, y cree que la enfermedad de su hijo es un castigo divino por el adulterio. Al
final de la novela, no sólo perdona el intento de asesinato de Julián, sino que además nunca deja de
amarle.
Es, en cierto modo, el ideal de naturalidad, generosidad y amor sin reservas que contrasta
completamente con su ambiente. Es el único personaje que está a la altura de una gran pasión.

Matilde de la Mole:

Matilde es la hija del marqués. Es una mujer orgullosa y altiva que se aburre mortalmente en el
palacio de su padre. Para ella, ninguno de los que acuden a las fiestas que organiza el señor de la
Mole tiene un carácter que se corresponda con la nobleza de su sangre, todos viven pendientes de
conseguir una buena dote con sus matrimonios, por lo que todo a su alrededor es apariencia y
respeto a las convenciones. Si Julián desearía haber vivido en la época de Napoleón, donde la
posición social era proporcional al mérito, Matilde añora el Renacimiento, donde la nobleza se
mostraba en los actos.
Julián capta su atención por el mero hecho de ser distinto a los demás, y porque su orgullo se le
parece al de la época de sus sueños. El resto lo pone la imaginación de Matilde. A nuestro
protagonista, por su parte, sus aires de superioridad le resultan muy desgradables, y su orgullo
contrasta por completo con la serena bondad de madame de Renal. Sin embargo, constata que ella
es objeto de deseo de los demás jóvenes de la nobleza, lo que le hace, cómo no, intentar
conquistarla.
Ambos comienzan un juego de cartas, miradas, encuentros y desencuentros en que el orgullo de
cada uno de ellos sólo busca herir el del otro, a la vez que su imaginación no para de inventar
argumentos imaginarios a favor y en contra de un amor que no pasa de amour de tête. Sus
corazones no sienten el amor que ellos más o menos racionalmente tratan de justificar: Matilde
quiere amar para no aburrirse; Julián, para mostrar que no vale menos que los nobles que cortejan a
Matilde.

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Los tres personajes, especialmente Julián, evolucionan a lo largo de la obra. Tanto el lector cómo
ellos mismos vas descubriendo aspectos de su carácter que le eran desconocidos. Stendhal es
omnisciente, conoce perfectamente los caracteres de cada uno de sus personajes, e incluso da sus
opiniones al respecto a veces. Pero el lector sólo puede acceder a ellos a través de las opiniones que
cada personaje tiene de sí mismo y que los demás personajes tienen de él. Esto da una gran
ambigüedad a la novela. Quizá no sería excesivamente precipitado hablar aquí de perspectivismo.

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