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El libro de los amores ridículos, de Milan Kundera

Título:  El libro de los amores ridículos (Směšmé lásky, 1968)


Autor:  Milan Kundera
Traducción: Fernando de Valenzuela
Editorial:  Tusquets, 1996
Páginas:  264
ISBN:  8472239721

Una galería de personajes hedonistas, un poco cínicos, un poco amorales, se entrega al juego del
amor y de la seducción a lo largo de siete cuentos desenfadados y vitales.

Milan Kundera es el escritor checo más conocido después de Kafka, y lo es, en gran medida,
gracias a La insoportable levedad del ser.  A finales de los ochenta esta novela, entre psicológica y
existencialista, era uno de esos títulos que había que leer.  Yo lo leí, como todo el mundo, y no
tengo dudas de que se trata de una gran novela, pero si he de serles sincero, cuando pienso en
Kundera suelo acordarme con mucho más cariño de El libro de los amores ridículos.

Tomás, el cínico y mujeriego doctor de La insoportable levedad del ser, bien podría ser el
protagonista de cualquiera de los relatos incluidos en El libro de los amores ridículos; la diferencia
estriba en que estos cuentos son menos trascendentes que la novela y, en cambio, son mucho más
íntimos, están más pegados a la piel de los personajes y –esto es lo mejor– son mucho más
desenfadados: están impregnados de una alegría burlona y despreocupada que aligera una lectura
que no es menos profunda y reflexiva que otras obras del autor.

 ¿Puede ser ridículo el amor?  Solemos considerar que el amor es el más elevado de los
sentimientos, la más desinteresada de las pasiones, capaz de revelar las mejores cualidades del
que ama –e incluso del que es amado–; así que mi primer impulso es creer que el amor no puede
ser ridículo.  Ni cruel, ni estúpido, ni egoísta.  Pero a la experiencia le suele dar por llevarle la
contraria a las ideas elevadas y le gusta demostrar que los amantes son tan capaces de lo bueno
como de lo malo, quizá porque el propio amor no entiende de moral.

Pero es su patetismo lo que hace que los amores de Milan Kundera sean tan humanos, tan reales:
sus protagonistas (tanto los que de verdad aman como los que simplemente se entregan al ritual
del amor con objetivos más carnales que espirituales), al quedar expuestas sus pasiones, sus
traiciones, sus esperanzas –todas ellas pequeñas y cotidianas–, no pueden dejar de resultar
ridículos, casi cómicos, a los ojos del lector.  ¿Han observado alguna vez a los niños mientras
juegan?  La ingenuidad con la que creen ser lo que no son, la dignidad y la convicción con las que
realizan sus torpes movimientos, la pasión que ponen en juegos absurdos en los que es imposible
ganar, todo ello, si se mira desde la distancia, resulta bastante patético.  Pero, ¿acaso no son
entrañables y conmovedores precisamente por esa ingenuidad y por esa torpeza?

Así que aquí estamos; espiando los sensuales juegos de una galería de personajes hedonistas, un
poco cínicos, un poco amorales, frágiles y perdidos aunque se muestren tan seguros de sí mismos
en apariencia.  Más interesados en la seducción que en el sexo, en jugar el juego del amor que en
salir vencedores de él, se convierten en esclavos de sus pasiones.  ¿Qué pretenden?  Quizá arrojar
algo de luz en unas vidas que de otro modo serían tristes y monótonas.  O, sencillamente, alargar
lo más posible su juventud y después tener algo que recordar.
“¡Pero si nos lanzamos a las alegrías del amor, es para recordarlas!  ¡Para que sus puntos
luminosos unan en una línea radiante nuestra juventud con nuestra vejez!”

El comportamiento de estos vividores contrasta poderosamente sobre el fondo gris y ajado de la


Checoslovaquia de los sesenta.  No hay que escarbar mucho para encontrar en los relatos de El
Libro de los amores ridículos, escritos entre 1959 y 1968, una velada crítica dirigida no tanto al
régimen comunista checoslovaco (del que Kundera, ferviente militante en su juventud, se fue
distanciando con el tiempo hasta su exilio en 1975) como a la sociedad triste y severa, reprimida y
represiva, que dicho régimen fue moldeando con el paso de los años.

Todo este juego de pasiones, coqueteos e infidelidades no es un simple devaneo frívolo porque
Kundera, con ternura y humor, desnuda a sus personajes y nos muestra de qué están hechos con
una lucidez deslumbrante y una cercanía rayana en la confidencia.

Porque los siete relatos que forman El libro de los amores ridículos no dan la sensación de estar
escritos; más bien se diría que el autor, sentado junto al lector con una copa de vino en la mano,
se los está contando en ese mismo instante, dirigiéndose directamente a él, intercalando sus
comentarios y conclusiones, buscando su complicidad, rogándole que no juzgue a sus personajes
con dureza.

Y riendo todo el tiempo, con la risa franca y sincera, cargada de sabiduría y sagacidad, del que ha
sufrido y ha gozado y en ambas situaciones ha vivido con ganas.

Pero cuando nosotros nos reímos con el narrador de lo ridículos que resultan los amores y los
juegos de los personajes de Kundera debemos ser discretos, porque El libro de los amores
ridículos es como un espejo y, en realidad, nos estamos riendo de nosotros mismos.

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