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199-Manuscrito de Libro-865-1-10-20200605
199-Manuscrito de Libro-865-1-10-20200605
Ya va a venir el día,
ponte el alma
El humanismo jurídico-político y el paradigma
de justicia en la obra de César Vallejo
ISBN 978-9972-46-642-7
Hecho el Depósito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú n.º 2018-19543
Primera edición
Lima, diciembre de 2018
Las opiniones expuestas en este libro son de exclusiva responsabilidad del autor y no necesariamente reflejan
la posición de la editorial.
Queda prohibida la reproducción total o parcial de la presente edición, bajo cualquier modalidad, sin la
autorización expresa del titular de los derechos.
A Ana Lévano Torres, mi madre,
de quien aprendí y sigo aprendiendo el arte de ser humano.
A Huamachuco y Santiago de Chuco,
donde prometí seguir las huellas de César Vallejo.
A Adinson Eddu Salazar Quispe,
de la comunidad campesina de Cruzpampa (Jauja), mi ahijado.
Índice
Prólogo 13
Carlos Ramos Núnez
Introducción 21
Capítulo I
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano / 25
Capítulo II
El humanismo político vallejiano / 93
Capítulo IV
El paradigma de la justicia vallejiana / 221
Conclusiones 283
Bibliografía 303
«Utopía vallejiana» de Blademiro Agustín Yupanqui Baca.
Prólogo
Han pasado 80 años desde la muerte de César Vallejo y los estudios sobre su
obra, antes que disminuir, han aumentado. Este solo dato empírico bastaría para
comprobar la trascendencia de su poesía; no obstante, ello no habla de otro hecho
más importante: el incremento de la comunidad de lectores de Vallejo, que es
vasta, fiel y no hace distingos de nacionalidades.
¿En qué radica esta característica tan singular de la poesía vallejiana? ¿Qué
acrecienta sostenidamente su repertorio hermenéutico y crítico y, a la par, mul-
tiplica su fervorosa legión de lectores? ¿En qué radica su actualidad sin mengua?
Varias razones se postulan para explicar este hecho. Generaciones de vallejis-
tas han tratado de descifrar el secreto de su contemporaneidad; sumariamente,
esta diversidad crítica confluye en las siguientes tres conclusiones:
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Ya va a venir el día, ponte el alma
1 Trilce se erige como el libro más importante de la vanguardia en nuestro idioma, condición precursora
que se funda en la radicalidad de su discurso poético, en su temática absolutamente original y en sus
complejos niveles de representación, que lo hacen un libro único e inimitable. Este juicio lo comparten
Fernández Retamar (1967), Yurkievich (1958), Franco (1984), Hernández Novás (2000), Ortega (1986),
Ferrari (1972), entre otros críticos importantes.
2 Es incuestionable que la poesía vallejiana es un paradigma de la denominada «obra abierta», que años
después, en 1962 sería teorizada por Umberto Eco, y cuya características son su polisemia (múltiples
sentidos) y su polifonía (dialogismo). En la opera aperta el lector reescribe el texto y se convierte también
en autor, lo que finalmente se configura como una relación singular, que moviliza ambas posiciones en el
proceso siempre inacabado de la lectura.
3 Aristóteles (parafraseado por Nussbaum para sustentar la visión moral de la novela realista) ponderaba
en la tragedia que «la forma misma inspira compasión en los lectores, instándolos a preocuparse intensa-
mente por el sufrimiento y la desgracia ajena, y a identificarse con los demás de maneras que les revelan
posibilidades para sí mismos»; mutatis mutandis, cabe afirmar lo mismo sobre el phatos vibrante de la
poesía vallejiana (Nussbaum, 1997, p. 100).
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Prólogo
y amor por los demás. Veamos, entre tantos ejemplos que podríamos citar, un
fragmento del poema «Traspié entre dos estrellas», de Poemas humanos:
4 Pese a su polisemia, una acepción pertinente de «humanismo» sería la que lo concibe como «[...] una filo-
sofía del aquí y del ahora, de modo que los valores humanos tienen sentido solo en el contexto de la vida
humana. Postula el goce de la vida presente y la realización máxima de los talentos del hombre» (Guzmán
Jorquera, 2002, p. 89).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
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Prólogo
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Ya va a venir el día, ponte el alma
mente los derechos del hombre, por imperio y virtud de su dignidad5. ¿No es este
humanismo vallejiano —nos preguntamos, ya que el poeta murió en 1938— un
claro precursor de este hito jurídico universal? ¿No es su obra un cabal, apasiona-
do alegato por la vigencia de la libertad, la justicia y la igualdad, y correlativamen-
te una apuesta sin rodeos por el pleno imperio de la dignidad humana?
Velazco Lévano demuestra que Vallejo no solo reflexionó sobre lo que lue-
go se conocieron como derechos inalienables del hombre (sus libertades, su
derecho al trabajo6, a un juicio justo y a la identidad cultural) y sobre el cons-
titucionalismo7 y la democracia (específicamente, las condiciones en que esta
podía darse), sino que también elucidó y propuso una concepción de justicia,
emparentada con la «Regla de Oro» planteada por Ricoeur («Compórtate con
los demás de la manera como quieres que ellos se comporten contigo»). Los
fundamentos de esta justicia, como se expone en este libro, serían la libertad, la
igualdad y la fraternidad (lo que remite a los ideales que impulsaron la Revolu-
ción francesa, de probada actualidad), y a estos Vallejo opone el individualismo
y el egoísmo, valores definidores del capitalismo. Aún más, el poeta delimita
el ámbito de esta justicia, que sería el hic et nunc: un aquí y ahora perentorios
(«hay, hermanos, muchísimo que hacer»), pues la cotidianeidad de la injusticia,
su vastedad y su institucionalización agreden la dignidad humana y corroen los
fundamentos de la sociedad civilizada. Este paradigma de justicia subyacería en
muchos poemas de Vallejo, y estaría expuesto explícitamente en muchos de sus
artículos y textos de reflexión.
5 La doctrina de los derechos humanos en el tiempo de Vallejo no había sido aún sistematizada como un
corpus jurídico supraestatal; pero el poeta peruano la prenuncia en su discurso poético, en donde el ser
humano es el referente de las cosas y donde las sociedades y los procesos políticos se evalúan en función
del dolor o la felicidad que causan a los hombres.
6 Imposible no referirse al intenso poema «Considerando en frío, imparcialmente» de Poemas humanos,
pues en los versos iniciales de la segunda estrofa («Considerando / que el hombre procede suavemente
del trabajo / y repercute jefe, suena subordinado») puede deducirse una tesis de raigambre filosófica y
sociológica: el trabajo es consustancial al hombre y es condición de su existencia («el hombre procede
suavemente del trabajo»). Y también se deduce cómo la modernidad ha desvirtuado esta condición, pues
la lógica irracional de la producción laboral que ha impuesto supone una explotación que esclaviza y
enajena al hombre («repercute jefe, suena subordinado»). Al derecho le compete cautelar que este ejercicio
laboral no sea oprobioso, y sea más bien fuente de realización humana.
7 Sugestiva es la reflexión que el poeta formula sobre la Constitución de Cádiz de 1812 en su tesis El roman-
ticismo en la poesía castellana; en concreto —como bien apunta Velazco—, Vallejo, con lúcido vigor, elogia
en la Pepa su apuesta por la libertad y su encarnizamiento contra el dogmatismo teológico y la metafísica
escolástica.
18
Prólogo
Varias son las certezas que produce un texto de esta envergadura; la primera y
tal vez más importante es la de que el humanismo vallejiano es una singularísima
y potente cualidad discursiva de la obra del poeta santiaguino, ahora plenamente
demostrada. La segunda es que el poeta —nuestro maravilloso, inmenso poeta,
acaso el más importante de la lengua española en el siglo XX— tuvo una rigurosa
coherencia en su labor creativa, la cual se sujetaba a una convicción ética, susten-
tada en la convergencia del amor, la libertad y la justicia, y que iluminaban su
poesía —esa experiencia única y emotiva— y su poco estudiada obra narrativa,
dramatúrgica, periodística, epistolar y ensayística. Certezas que agradecemos al
autor de este valioso libro (antes una exitosa tesis de doctorado en la exigente
Escuela de Posgrado de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, de cuyo
jurado formé parte), documentado, exhaustivo y fervorosamente comprometido
con el élan vallejiano.
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Introducción
Cierta vez, siendo adolescente, me prometí que algún día haría algo grande por
César Vallejo. Luego de varios años, al recordar esa promesa recordé también el
verso de Vallejo: «Ya va a venir el día, ponte el alma». Eso traté de hacer al escribir
este libro, ponerme el alma para revelar la Buena Nueva vallejiana: el humanis-
mo, el paradigma de justicia humana y la utopía.
El objetivo de este estudio ha sido desentrañar los textos emblemáticos del con-
junto de la vasta obra vallejiana: narrativa, poesía, dramaturgia, prosa periodística y
epistolario; con el fin de identificar los cimientos de su paradigma de justicia, los cua-
les son el humanismo jurídico y el humanismo político. Todo ello se ha constituido
en lo que denominamos la epistemología vallejiana, con la que el autor santiaguino
fue capaz de elaborar una triple recreación: del lenguaje, de la estética y de la ética;
constatando que la inmensidad de su obra implica a su vez una unidad y continuidad
—con evoluciones y contradicciones— en sus perspectivas humanistas, filosóficas,
éticas, políticas, justicieras y utópicas.
Para este estudio se aplicó un método integrado entre historiográfico, inter-
disciplinario, dialéctico y hermenéutico, el cual condujo a plantear una episteme
vallejiana en cinco niveles:
1 Tanto en la época de Vallejo como en la actualidad son consabidos los problemas generados por una mala
administración de justicia y sus aspectos judiciales: corrupción de funcionarios, lentitud y dilación de los
procesos, manipulación de la verdad, incumplimiento de la ley; en definitiva, el Palacio de Justicia es,
muchas veces, el Palacio de la Injusticia.
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Ya va a venir el día, ponte el alma
2 Por humanismo jurídico, desde el sentido vallejiano, entiéndase la visión y posición que tiene como cen-
tro de su preocupación al ser humano. De este modo, toda la estructura jurídica de un Estado (normas,
institucionalidad, funcionarios, principios y valores) tienen como fundamento y razón de ser a la persona.
Un ejemplo de dicho humanismo jurídico es el artículo primero de la Constitución Política del Perú: «La
defensa de la persona y el respeto de su dignidad son el fin supremo de la sociedad y el Estado».
3 Todos los poemas de César Vallejo citados en este estudio han sido extraídos de la edición Poemas com-
pletos (1998), preparada por Ricardo González Vigil. Asimismo, y con el fin de que el lector pueda ubicar
con mayor facilidad los textos de Vallejo (sean líricos, narrativos, dramáticos, epistolares u otros), coloca-
mos dentro cada cita el título del texto vallejiano y luego la referencia bibliográfica.
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Introducción
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Ya va a venir el día, ponte el alma
ción, recordándonos que «la revolución debe acabar no solo con una gran alegría,
sino con una gran humanidad hecha de alegría» (El arte y la revolución; 2002c,
p. 219).
Antes de cerrar esta introducción, deseo agradecer al Dr. José Antonio Ñique
de la Puente, querido e ilustre maestro sanmarquino, quien desde el primer ins-
tante compartió la esperanza y solidaridad fraterna por esta investigación, la cual
fue antes mi tesis doctoral, que él asesoró.
Extiendo a su vez las gracias al Dr. Carlos Ramos Núñez, sabio y compro-
metido profesor universitario, por sus generosas palabras que prologan este libro.
El profesor Blademiro Yupanqui Baca también merece toda mi consideración
y respeto, pues ha tenido la resuelta creatividad de elaborar la ilustración que abre
esta publicación. Imagen a la que le otorga el siguiente significado: «La realidad
representada por el grupo familiar popular y la mujer desabrigada circunscribe a
Vallejo, quien en actitud reflexiva y crítica, sin acción contingente con lo que le
rodea, refleja su sustancia ideal. La justicia predomina en su pensamiento como
emanación de su sentido humano. Así, contra un telón de fondo desbordado por
la torva mirada del mal resuelto a deshumanizar, la figura de la justicia se proyecta
intrépida, casta e inquebrantable, con el cabello y el vestido al viento, encarnando
la libertad y la esperanza para el pueblo».
Finalmente, y no por ello menos importante, extiendo mi agradecimiento
al Fondo Editorial de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, al Fondo
Editorial Universitario de la Universidad Nacional de Trujillo y al Centro de In-
vestigación, Promoción y Defensa de los Derechos Humanos (Cipedeh), por el
compromiso decidido y profesional con la publicación de esta obra. Mi gratitud
va también dirigida a la Universidad de Guadalajara, institución que me albergó
en su seno para dedicarme exclusivamente al estudio de la obra de Vallejo, cuyo
resultado hoy el lector tiene entre manos.
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Capítulo I
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
En el fondo, todo se reduce a algo bastante simple: para leer a Vallejo solo se puede
contar con Vallejo. Y si de interpretarlo se trata, es posible que tengamos que dar una
mala noticia: aún no sabemos hacerlo; aún no llegamos a despojarnos del aparato
infernal del logos, aún no tenemos una herramienta cognitiva para penetrar en su
tramposo, malintencionado agujero negro (citada en Llorente, 2005, p. 3).
26
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
La obra vallejiana comprende desde lo más sencillo y cotidiano hasta lo más abs-
tracto, sublime y trascendente: ética, política, religión, filosofía, erotismo, carne,
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Ya va a venir el día, ponte el alma
4 «Yo nací un día que Dios estuvo enfermo» no habla de su propia existencia o nacimiento, sino de la época
de incertidumbre espiritual y ética en la cual la generación de Vallejo —y la nuestra— divaga perdida, sin
referentes y sin sentido.
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Respecto a los rasgos físicos de Vallejo se tiene datos muy precisos, extraídos
de la ficha 387 del registro n.º 2 de la cárcel de Trujillo: raza mixta, cara aguileña,
color trigueño, 1.70 m de estatura, cabello negro, frente ancha, cejas pobladas,
ojos pardos, nariz roma, boca grande, labios delgados, barba poblada, orejas gran-
des, soltero, instrucción superior, profesional en Letras. Larrea lo caracteriza así:
Los rasgos fisionómicos, tan terminantes, tan sin réplica, de su filiación andina […]
Aquella gustosa efusión de inocencia que irradiaba su persona [...] Su temperamen-
to andino había sabido, al desintegrar el castellano, sacar de él asombrosos efectos
poéticos, calorías verbales extraordinarias […] Todo un mundo nuevo estaba allí en
potencia (1957, p. 17).
Un aura de penetrante simpatía fluía de toda su persona […] Figura magra, escu-
rrida en demasía, flexible, ligeramente dislocada al caminar […] Empero lo más
característico de su semblante eran los ojos buidos y oscuros, sumergidos a pique en
dos cuencas profundas, abismales casi. Parecían taladrar, estuporadas de misterio, el
enigma de la vida desde la honda cima de su alma. Y, luego, los pómulos salientes y
el audaz mentón beethoviano […] El rostro, en conjunto, de rasgos originalísimos,
daba la impresión tan honda, difícil de borrar de la memoria, mezcla de bondad y
energía, a la vez. No tenía puras facciones de indio, ni tampoco de blanco. Menos
aún esa hibridación fisionómica del mestizo tan frecuente en nuestro pueblo […] era
una efigie muy original (1989, pp. 7-18).
Una vez le dije: ¡Pero mírame, mírame a mí; como miras tan lejos! ¿Y sabe dónde
entendí su mirada? Aquí en el Perú, cuando vi por primera vez una llama: las llamas
miran panoramas inmensos y esa era la mirada de Vallejo (1959, p. 186).
Vallejo labró con angustia y paciencia su destino y, con su obra, elaboró lo que se
puede llamar una comprensión y una utopía del mundo: un mundo con justicia y
dignidad. Por ello resulta oportuno ponerle un piso y una base antropológica a esta
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Ya va a venir el día, ponte el alma
investigación, pues cuando nos acercamos a Vallejo, nos topamos a un libro abierto
cuyo mensaje requiere ser desentrañado desde su raíz antropológica. Acercarse a
Vallejo es encontrarse con esa parte de uno mismo que muchas veces no quiere
ser revelada ni delatada. Sus ansias por humanizar al hombre lo consumieron de
principio a fin. Al encontrarnos con su obra sucede lo que señala Whitman: «Quien
toca este libro, toca un hombre» (1999, p. 145). Tocar la obra vallejiana es tocar lo
humano y descubrirlo en toda su dimensión, profundidad y calidez.
Los hechos biográficos marcaron —y hasta determinaron— la creación es-
tética de Vallejo, y por ello se entiende cuando en su obra conjuga tres aspectos
existenciales:
Existe una secuencia y un hilo conductor entre ellas: la lucha por la justicia
y la humanización de lo humano. Vallejo, siendo hijo del mundo andino, se
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
hizo luego hijo del mundo universal. Ese proceso evolutivo no fue ajeno a las
contradicciones, paradojas y renuncias que el poeta asumió plenamente. Se hizo
ciudadano del mundo, comentándolo, narrándolo, poetizándolo, sufriéndolo,
meditándolo y reconstruyéndolo. Era un testigo comprometido con su época,
cuyo punto de partida era su matria, Santiago de Chuco, y su destino final era su
patria, el mundo.
El humanismo vallejiano se forjó fundamentalmente a partir del contexto
social, económico, laboral, jurídico, cultural y político que experimentó; nutrién-
dose también de las más ricas fuentes y perspectivas filosóficas, existenciales y éti-
cas; haciendo de él el más humano de los poetas, el más humano de los humanos.
En casi todas las culturas antiguas se concibe al poeta como un profeta, un in-
térprete de los dioses y un visionario. El poeta se entrega a la tarea de explorar el
mundo en toda su magnitud, asumiendo la poesía como el camino para sumer-
girse en las profundidades y vericuetos de lo conocido y lo desconocido. Vallejo se
nutrió de diversas fuentes, conocimientos y enfoques. En el conjunto de su obra
se advierten temas filosóficos, éticos, culturales, sociales, económicos, políticos y
existenciales. Esta parte de la investigación se centrará en lo que está relacionado
a su humanismo jurídico-político y su sentido justiciero5. José Manuel Castañón
(1988, pp. 90-91) refiere que Vallejo hace filosofía en verso, filosofía de retos
que resplandecen por la magia de la palabra, con expresiones y acentos nuevos:
«fraternalmente, / piadosamente, echadme a los filósofos» («Panteón»; p. 380);
«En el momento / en que el filósofo sorprende una nueva verdad, / es una bestia
completa» («En el momento en que el tenista»; p. 297).
Uno de los temas más recurrentes en Vallejo —no libre de sobresaltos— es lo
religioso y Dios. Cuando Vallejo se aproxima a Dios, se aproxima también a él mis-
mo y lo asume desde una posición existencial, eliminando la distancia que separa a
Dios de lo humano o a lo humano de Dios. Lo que hace Vallejo es: «desacostum-
brad a Dios a ser un hombre» («¡Ande desnudo, en pelo, el millonario!»; p. 404).
5 Este «sentido justiciero» hace referencia a la exigencia de justicia humana que proclamaba el poeta, y
que estaba construida desde las características de su humanismo: esperanza, libertad, sentido del humor,
amor, solidaridad, ética y deseos de felicidad.
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Ya va a venir el día, ponte el alma
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
no, no divino. En la comunión entre Dios y lo humano existe, según Vallejo, una
sola relación: el amor, pero no un amor metafísico, sino real y concreto.
Vallejo también busca racionalizar y entender a Dios y eso lo hace desde su
comprensión del ser humano. De modo dialéctico, buscaba humanizar a Dios
para humanizar lo humano y buscaba humanizar al hombre para humanizar a
Dios. Por eso se entiende que en diversas ocasiones Vallejo identifica sentimien-
tos de Dios: es un Dios que tortura («La cena miserable»), que se desentiende
de sus criaturas («Los dados eternos»), y que incluso hasta odia («Los heraldos
negros»).
Por su lado, Sánchez Lihón (23 de febrero de 2011) sostiene que la obra
del vate se convierte en una especie de evangelio, en el que Dios ha asumido
su creación hasta el punto de participar a plenitud de ella haciéndose humano.
Vallejo asume un corolario humanísimo: la humanidad, la creación, esta vida y
este mundo son sagrados (p. 32). Vallejo aborda explícitamente el dogma de la
encarnación desde su humanismo liberador: «Hombre, en verdad te digo que eres
el HIJO ETERNO» («Lomo de las sagradas escrituras»; p. 273). El humanismo
vallejiano sacraliza al ser humano y pregona el evangelio del hombre aquí en la
tierra: «y el verbo encarnado habita entre nosotros / y el verbo encarnado habita,
al hundirme en el baño, / un alto grado de perfección» («Lomo de las Sagradas
Escrituras»; 1998, p. 273). En esa misma línea, Larrea también resalta la inten-
ción de Vallejo de propalar un evangelio del Hombre.
El evangelio vallejiano plantea, en el sentido más pleno de la palabra, una
Buena Nueva en la que el amor humanizado es capaz de renacer al ser humano
justo. Sin embargo, el vate no quiere ser un nuevo Jesucristo (ultraterreno y suje-
to a la gracia divina); tampoco quiere seguir a Nietzsche, que trae abajo todos los
supuestos religiosos y morales hasta matar a Dios y crear al superhombre, reem-
plazando el Evangelio del Hijo de Dios y el Reino de los Cielos por un evangelio
del superhombre y el eterno retorno. Muy a su estilo, Vallejo elabora el evangelio
del amor humano cuya finalidad es confrontar el vacío existencial, lo tanático y
todo aquello que deshumanice al hombre.
El evangelio vallejiano es el del ser humano tal cual, no idealizado sino huma-
nizado, aunque muchas veces —empleando la metáfora nietzscheana— siente la
fatiga por vivir: «Hay ganas de volver, de amar, de no ausentarse, / y hay ganas de
morir, combatido por dos / aguas encontradas que jamás han de istmarse» («Los
anillos fatigados»; p. 147). Así se van fundiendo en Vallejo valores materiales y
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Os digo, pues, que la vida está en el espejo, y que vosotros sois el original, la muerte.
[…]
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Estáis muertos, no habiendo antes vivido jamás. Quienquiera diría que, no siendo
ahora, en otro tiempo fuisteis. Pero, en verdad, vosotros sois los cadáveres de una
vida que nunca fue. Triste destino. El no haber sido sino muertos siempre. El ser hoja
seca, sin haber sido verde jamás. Orfandad de orfandades.
Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía
no han vivido. Ellos murieron siempre de vida.
Estáis muertos («LXXV»; p. 253).
Para Vallejo los hombres mueren de vida pues llevan una existencia ficticia, una
vida que no es vida. El hombre, «el dios desgraciado», cuya vida es un «sábado de
harapos» que espera una vida nueva en donde realizar plenamente su existencia
imperfecta. De acuerdo con Marco Martos:
Vallejo […] se ocupa del hombre en el tiempo que le tocó vivir. Pero esos individuos,
ese hombre que pasa con un pan al hombro, ese albañil que cae de un techo, muere
y ya no almuerza, ese otro que tiembla de frío, tose, escupe sangre, ese cojo que pasa
dando el brazo a un niño, sintetizan el coraje de la especie humana (2008, p. 43).
35
Ya va a venir el día, ponte el alma
O cuando desde Europa invoca a los pueblos americanos para que sigan el ejem-
plo del pueblo español:
Los pueblos iberoamericanos ven claramente en el pueblo español en armas una cau-
sa que les es tanto más común cuanto que se trata de una misma raza y, sobre todo,
de una misma historia, y lo digo, no con un acento de orgullo familiar de raza, sino
que lo digo con un acento de orgullo humano […] América ve, pues, en el pueblo
español cumplir su destino extraordinario en la historia de la Humanidad («La res-
ponsabilidad del escritor»; 2002a, pp. 967-968) [énfasis nuestro].
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Benjamin: «Jamás, señor ministro de salud, fue la salud / más mortal / y la mi-
graña extrajo tanta frente de la frente! / Y el mueble tuvo en su cajón, dolor, / el
corazón, en su cajón, dolor, / la lagartija, en su cajón, dolor» (p. 387). Benjamin,
al igual que Vallejo, analiza y escudriña la violencia y lo asume como fuente de
reflexión ética para el hombre y la sociedad:
Mientras que el vate tiene claro que la lucha por la humanización del hombre no
se resuelve con teorías filosóficas ni con doctrinas políticas o ideológicas, sino que
se trata de una lucha constante del ser humano consigo mismo.
La propuesta filosófica existencialista fue también una de las bases de la obra
vallejiana. Los heraldos negros describe una situación existencial pues el dolor que
expresa hace vibrar las fibras más íntimas de lo humano, condensando así el
presente, pasado y futuro. En esta etapa vallejiana se puede afirmar que sus poe-
mas reflejan una profunda actitud filosófica que se enmarca en la filosofía de la
existencia, la que también se expresa en una de sus cartas a Pablo Abril de Vivero:
«¿Hacia dónde va mi vida? ¿Cuál es su contribución humana de mi obra a la vida
de los hombres? Todo esto no es ni yo ni mi vida» (2002b, p. 89). Si bien el «yo
no sé» vallejiano sintetiza un nihilismo socrático, de ningún modo plantea una
resignación fatalista ante el impredecible destino humano, sino que la actitud del
poeta se constituye en una profunda exploración del mundo interior.
El poema «XLIX» resulta clave también para apreciar el sentido existencialista
de Vallejo y cómo este lo conduce muchas veces al conflicto, al miedo, a la insegu-
ridad de no saber siquiera quién es ni quién será: «Nadie me busca ni me reconoce,
/ y hasta yo he olvidado / de quién seré» (p. 220). Para Vallejo, de modo dramático,
irónico y contradictorio, el hombre solo es posible como vacío o en proceso de
desintegración pero a la vez da señales de su deseo por una vida mejor:
37
Ya va a venir el día, ponte el alma
El poeta expresa la indiferencia que siente ya no solo la certeza del propio dolor y
el saber que otros sufren, sino también el deseo ferviente de recibirlo como todos
los demás, pues el sufrimiento compartido los hace solidariamente hermanos.
Vallejo se manifiesta como un hombre con sus luces y sombras, las cuales se en-
frentan en su mundo interior, haciendo evidente la crisis emocional y existencial
que anida en su alma: «Cuando leí a algunos poetas existencialistas […] pensé:
pero todo esto hizo Vallejo —¡y mucho mejor!— en Poemas humanos» (Cohen,
1969, p. 8).
Por otro lado, Vallejo, al igual que Quevedo, siente a veces la muerte no como
un acontecimiento que se produce en el tiempo, sino como un proceso de desin-
tegración que no está en el tiempo, pero es el tiempo: el tiempo anula el presente
a la par que hace de la vida un eterno presente: «Completamente. Además, ¡vida!
/ Completamente. Además, ¡muerte!» («Yuntas»; p. 400). Paoli (1988) refiere que
en Vallejo se aprecia una revolución del lenguaje poético parecido a Quevedo y
a Góngora, con la diferencia de que el vate santiaguino le insufla al lenguaje una
vitalidad expresiva y una pasión humana realmente asombrosa.
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Asimismo, Vallejo coincide con Camus (1973) y Heidegger (1958) y los de-
más existencialistas no teístas cuando plantea que el destino de la vida es la muer-
te y que la vida es, ante la omnipresencia de la muerte, un despropósito: «Cerca
de la aurora partiré llorando; / y mientras mis años se vayan curvando, / curvará
guadañas mi ruta veloz. / Y ante fríos oleos de luna muriente, / con timbres de
aceros en tierra indolente, / cavarán los perros, aullando, ¡un adiós!» («Sauce»;
p. 84). Vallejo hizo una reflexión sobre el hombre y su destino, ese ser para la
muerte de la tradición estoica que retoma Heidegger.
Vallejo es el resultado de una angustia llevada creativamente hasta sus últi-
mas consecuencias e hizo «el esfuerzo viviente para captar desde dentro la condi-
ción humana en su totalidad» (Sartre, 2005, p. 17). Antonio Belaunde Moreyra
(2005) también cree que Vallejo es un poeta existencialista al poner a prueba la
presencia del ser ante sí mismo; es decir, la angustia, la cual está acompañada de la
indignación ante tanta injusticia en el mundo. Esto hizo que su protesta política
y humana no fuera mera rebeldía, sino que lo hizo en búsqueda de justicia como
si llevase esa misión en las entrañas de su ser (pp. 22-23).
Sartre, Heidegger, Kierkegaard y Unamuno partieron de la náusea como una
actitud nihilista primaria en el ser humano. Sin embargo, esa actitud no fue asumi-
da de modo definitivo por Vallejo, pues en él no primó el derrotismo. Por eso en
el poema «Voy a hablar de la esperanza» parece expresar el dolor desde la otredad,
como si en el dolor el «yo no sé» traspasara sus tuétanos que le permite identificarse
con la existencia total y definitiva, construyendo hegelianamente otro cuya con-
ciencia abarcara la conciencia del dolor total. Mientras escribe «Hay golpes en la
vida tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos, /
la resaca de todo lo sufrido / se empozara en el alma… ¡Yo no sé!» («Los heraldos
negros»; p. 73) no menciona directamente la muerte o la causa, sino sus efectos. Es
un poema estructurado para causar conmoción ante la inevitabilidad del dolor; esos
golpes son los mensajeros que nos anuncian la muerte, es decir, avisos del mayor
dolor de todos, el más inevitable, el dolor infinito: «Y se acabó el diminutivo, para
/ mi mayoría en el dolor sin fin, / y nuestro haber nacido así sin causa» («XXXIV»;
p. 202). Vallejo, en su etapa existencialista, parece no tener escapatoria: venimos a
sufrir y a morir, tal como lo expresaban también los filósofos existencialistas.
Para Vallejo, poniéndole consistencia y peculiaridad a su existencialismo, lo
humano es lo universal y de todos los tiempos, y el ser humano es su obsesiva
preocupación y su pasión vital:
39
Ya va a venir el día, ponte el alma
Este poema demuestra el amor fiel de Vallejo por la vida plena del ser humano. Poemas
humanos, a diferencia de Los heraldos negros y Trilce, marca otra etapa del humanismo
vallejiano, más consistente, más arraigado, más «humano, demasiado humano». Por
ello, encasillar a Vallejo como un poeta metafísico y que asume al hombre desde un
vacío tal resulta sesgado, puesto que él, ante todo y sobre todo, se aferra y apuesta por
lo humano y la humanidad concreta y real, como se evidencia en sus diversas obras:
[…] la suma de amor y perfección que es capaz de edificar el hombre cuando le en-
cienden las Gracias el corazón […] No se trata solamente de servir una causa artística
o económica; se trata de servir la evolución humana, toda entera, esto es, de mante-
ner despierta en el corazón de todos, la preocupación del ideal («La Exposición de
Artes Decorativas de París»; 2002a, pp. 90-91) [énfasis nuestro].
La gran diferencia está marcada, naturalmente, a favor de la vida civil en que los
valores permanentes de humanidad priman sobre el humo de la locomotora, sobre
el plazo bancario, sobre la corneta del automóvil y sobre el ala convencional del
aeroplano («Wilson y la vida ideal en la ciudad»; 2002a, p. 187) [énfasis nuestro].
40
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
En estos poetas burgueses, que viven a sueldo de gobierno o con pensión de familia,
sobrevive la tara lacaya y sensual de los peores cortesanos. Ni un adarme de inquie-
tud humana («La defensa de la vida»; 2002a, p. 337) [énfasis nuestro].
El hombre se mueve por cotejo con el hombre. Es una justa, no ya de fuerzas que se opo-
nen francamente, que sería más noble y humano, sino de fuerzas que se comparan y riva-
lizan, que es necio y artificioso («La vida como match»; 2002a, p. 475) [énfasis nuestro].
Martos (2008) cree que el poema «Espergesia», y Los heraldos negros, en general,
expresan una emoción de auténtico sufrimiento personal que resuena a Kierke-
gaard, Schopenhauer, Calderón de la Barca, Quevedo y Unamuno (p. 44). Por
otro lado, Sartre (2005) fundamenta su teoría del compromiso señalando:
No existo sino como comprometido y no tomo conciencia (de ser) sino como tal
[…] Construyo lo universal eligiendo, lo construyo al comprender el proyecto de
cualquier hombre, sea de la época que sea […] Lo que el existencialismo tiene interés
en demostrar es el enlace del carácter absoluto del compromiso libre, por el cual cada
hombre se realiza al realizar un tipo de humanidad, compromiso siempre compren-
sible para cualquier época y por cualquier persona (pp. 46-59).
41
Ya va a venir el día, ponte el alma
Toda la vida, todo el dolor y todos los dramas y conflictos de su ser profundo se
agitan ahora en sus miradas y en sus voces. Y no hay cosa más insondable que el
canto y la mirada de los hombres («Capitalismo de Estado y estructura socialista»;
2002c, p. 126).
42
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Se discrepa de todos los autores que asumen a Vallejo como poeta metafísico,
pues consideramos que para comprender a un autor la actitud será de apertura,
de analizarlo en toda su complejidad y totalidad. Vallejo hizo activismo político
desde su condición de marxista. Hacía dialéctica y hermenéutica de modo per-
manente desde su posición ideológica, política y social:
43
Ya va a venir el día, ponte el alma
44
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
A lava da poesía de César Vallejo aquece e ilumina nossa condição humana e sua
magia descortina os altiplanos mais extraordinários da criação [...] Observei que
além da genialidade de concepção, havia sempre a réstia de inusitada generosidade
e de indizível beleza a penetrar cada um de seus versos. E dei-me conta que aquela
minha alegría havia nascido do sentimento de pertencer à mesma humanidade sem
limites de César Vallejo (2008, p. 172)6.
Desde Los heraldos negros, ya evidenciaba su opción por una obra comprometida
y de honda emoción social. La condición humana era su principal preocupa-
ción; para él lo humano no es monopolio de ninguna corriente de pensamiento,
ideología, religión o credo político. Toda su poesía surge inflamada de un huma-
nismo vivificante, del cual también partieron Dante, Descartes, Schopenhauer
y Dostoievski (Samaniego, 1954, pp. 104-105). Vallejo, cual Quijote, asumió
el drama, la incomprensión y el dolor que muchas veces supone la lucha por la
justicia. Por eso, cuando quiere brindar, y al no haber vino, muy a su estilo dice:
«esta lágrima que brindo por la dicha de los hombres» («En suma, no poseo para
expresar mi vida, sino mi muerte»; p. 413). Con todo —o sin nada— ofrece así
sus servicios: «que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes» («Otro poco de
calma, camarada»; p. 414). El poeta está dispuesto a dar batalla, su mejor arma
es su corazón humanizado: «le hago una seña, / viene, / y le doy un abrazo, emo-
cionado. / ¡Qué más da! Emocionado… Emocionado» («Considerando en frío,
imparcialmente»; p. 317).
Entre los vallejianos no existe acuerdo en la comprensión de la obra del vate
santiaguino. Larrea, Oviedo, Chirinos Soto, Ferrari, Lora y Risco no aceptan la
tesis de que Vallejo haya forjado su obra a partir de posturas ideológicas y socia-
les. Otros vallejianos, entre ellos los marxistas, señalan que toda obra surge desde
el contacto con el entorno y este responde constantemente a cambios sociales e
históricos. En ese sentido, Nicanor de la Fuente (2009), en el proemio del libro
de González Viaña, Vallejo en los infiernos, señala que el poeta asumió su obra
como un modo de arrebatarle vida a la muerte, y generó que la memoria eterna
6 «César Vallejo calienta e ilumina nuestra condición humana y su magia revela las montañas más extraor-
dinarias de su creación […] Me di cuenta de que además de la genialidad de concepción, fue siempre el
atisbo de generosidad inusual y belleza indecible para penetrar cada uno de sus versos. Y me di cuenta
de que mi alegría nace de la sensación de pertenecer a la misma humanidad sin límites de César Vallejo»
[traducción nuestra].
45
Ya va a venir el día, ponte el alma
Un poema es una entidad vital mucho más orgánica que un ser orgánico. A un ani-
mal se le amputa un miembro y sigue viviendo; a un vegetal se le corta una rama o
una sección del tallo y sigue viviendo. Si a un poema se le amputa un verso, una pa-
labra, una letra, un signo ortográfico, muere («Universalidad del verso por la unidad
de las lenguas»; 2002c, p. 408).
Vallejo, con su lenguaje artístico, lírico y estético, se hace portador de una verdad
humanista, política, jurídica y filosófica. Vallejo, hombre culto y hombre hacien-
do-se y evolucionando-se, se nutrió de diversas fuentes filosóficas, culturales y po-
líticas. Cultivó todos los géneros literarios, demostrando capacidad en el dominio
del afecto y del lenguaje. Su mensaje resulta potente como crítica gnoseológica
y epistemológica. En él confluyen varias corrientes críticas: la deconstrucción de
Derrida, la teoría crítica de Benjamín y Marcuse, la hermenéutica de Gadamer
y de la perspectiva posmoderna y poscolonial. De acuerdo con Martos (2008),
es sintomático que Vallejo use palabras del universo familiar, religioso, filosófico
y político; ello prueba que vivía todas estas categorías con parecida intensidad.
Vallejo había logrado ser su propio creador. Lo que queda sin explicar y todavía
nos maravilla es cómo pudo tener tanto talento (p. 45).
Vallejo es la síntesis del más humano de los hombres que se forjó a partir
de otros autores y perspectivas. Desde todas estas influencias es que se puede
comprender la construcción y deconstrucción de su peculiar humanismo, el cual
posee dos vertientes:
46
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
el Vallejo de Los heraldos negros está signado por su procedencia de una familia
cristiana, su terruño, su habla tierna y castiza. Una segunda identidad es la del
intelectual del norte del Perú, la de un conocedor de la tradición castellana de
la poesía, la de un hombre atento a lo que ocurría en la historia y en la política
de su tiempo. El yo estético y el yo personal de Vallejo continuarán sus fases de
expansión, definición y consagración en su estadía en Europa. A lo largo de toda
su experiencia peruana, Vallejo ha ido viajando de una periferia a un centro cul-
tural de mayor envergadura. Su evolución política se cuajó integrando todas sus
identidades, y ello lo llevó a convertirse en marxista militante y poeta marginal;
estando en Europa, mientras más lejos está de su país, más afirma Vallejo su
condición de peruano, hasta convertirse en el peruano más caracterizado y más
icónico del siglo XX (p. 46).
La unidad de la obra vallejiana, más allá de las referencias estéticas, religiosas,
ideológicas, filosóficas o políticas, radica en la permanencia de su amor a los
otros, en su ánimo justiciero y ético, así como en su actitud crítica constante; de
este modo palpita su humanidad profunda. El humanismo vallejiano no buscaba
un futuro trascendente, sino que aspiraba a un futuro plenamente humano en el
aquí y en el ahora. A decir de Segisfredo Luza (1969), con Vallejo se está ante un
hombre cuya obra es mensaje, es salvación, es esperanza, y sobre todo, es acción.
Así, se puede comprender a Vallejo como un geógrafo introverso en cuyo núcleo
vital la realidad repercutió de modo original (p. 161).
47
Ya va a venir el día, ponte el alma
48
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
El hombre Vallejo se me antojó como un mensaje de la tierra […] había algo pro-
fundamente desgarrado en aquel hombre que yo no entendí sino sentí con toda mi
despierta y alerta sensibilidad de niño […] la personalidad de Vallejo inquietaba tan
solo de ser vista. Yo estaba definitivamente conturbado y sospeché que, de tanto su-
frir y por irradiar su tristeza, Vallejo tenía que ver tal vez con el misterio de la poesía
(1944, p. 17).
Por otro lado, para Mariátegui, Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza,
capaz de sentir todo el dolor humano; se comporta como intérprete del universo
y de la humanidad (1957, pp. 308-313). Sin embargo, Vallejo no pretendía ser el
portavoz de una «raza» o del mundo andino. En todo caso, Vallejo es el poeta de
todas las patrias del Perú y, más aun, de la masa universal. Supo sentirse andino y
cosmopolita; en él se concentran «todas las sangres» de Arguedas. Mariátegui des-
cubre también que Vallejo posee el lenguaje del poeta y del hombre (pp. 12-18).
El poeta asume su obra como una herramienta estética que le permitirá forjar un
49
Ya va a venir el día, ponte el alma
Para Pablo Abril de Vivero (1975, pp. 134-135) toda la poesía vallejiana está
nutrida de un fenómeno social y humano; esa vocación humana lo hará ejemplo
de hombre y de poeta, pues su poesía habla de grandes verdades que se suscitan
en el tiempo y en el espacio; por eso su obra es profundamente humana, porque
encarna al ser humano en su máxima expresión. Con Vallejo todas las personas
tienen un espacio en sus poemas, su sentir se encuentra comprometido con el
sentir de los demás. La poesía vallejiana es esencialmente social: inspirada en la
realidad misma de las personas, expresada en forma objetiva, con gran intensidad
e impregnada de una lúcida solidaridad; y en esa generosidad se encuentra un
amor lleno de universalidad. Su obra es la voz de una época, el documento del ser
humano universal, que había nacido para conocer la totalidad de los horizontes.
Para Abril de Vivero, el almácigo del pensamiento vallejiano estaba formulado
por la experiencia de la historia. En Vallejo, criatura y creador fueron una misma
sustancia y esencia.
Delfina Paredes, quien por tantos años ha declamado magistralmente a Valle-
jo, comentó cuando la entrevistamos que cada vez que recita a Vallejo siente que
siempre descubre algo nuevo en él. Por su parte, la poeta mexicana Elena Garro
cuenta lo que un día le sucedió cuando acudió con Vallejo y Georgette a un mitin
político en un teatro de París:
50
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
invadió una corriente de bondad que nunca más he vuelto a sentir. Aquel hombre
era un hombre aparte, era un poeta. Creo que la poesía va unida a la profundidad de
la bondad [...] César Vallejo nunca se quejó. Tal vez sabía que el hombre moderno
tiene el corazón de piedra y que era inútil pedir socorro.[…] Yo sentía que Vallejo
era desdichado, pero no sabía la causa a pesar de su mirada febril y terriblemente
profunda. Vallejo se sabía el elegido de la desdicha (citada en Rosas, 2008, p. 162).
51
Ya va a venir el día, ponte el alma
El vate tiene una concepción integral y multifacética del ser humano: este
es esencia, existencia y materia, también posee propiedades y características del
mundo en que vive, construye (o destruye) y muere, quedando en la incertidum-
bre del «yo no sé», y ese no saber deja abierta una perspectiva de inquietud y de
búsqueda. No termina de comprender al ser humano, pero quiere comprenderlo
para amarlo. El hombre y el mundo siguen siendo objeto de una interrogación
ansiosa; se presentan siempre como un despropósito, como un conflicto y como
una contradicción, pero también como un problema afectivo y emocional.
La aspiración por comprender —que orienta toda la obra vallejiana— no se
encamina al conocimiento conceptual abstracto sino a la aprehensión profunda del
ser humano y del mundo, y en particular del por qué y para qué de su presencia en
la vida humana. Se trata de comprender «por qué tiene la vida este perrazo, / por
qué lloro, por qué, / cejón, inhábil, veleidoso, hube nacido / gritando; / saberlo,
comprenderlo, al son de un alfabeto competente» («Quiere y no quiere su color mi
pecho»; p. 353). A decir de Ferrari, toda la obra vallejiana es un inmenso esfuerzo
por elaborar este alfabeto estético, a partir del cual plantea y replantea obsesivamen-
te a los hombres el problema del porqué del mal bajo todas sus expresiones: dolor,
injusticia, miseria, enfermedad del cuerpo y del espíritu, soledad, prisión y muerte.
Otra evidencia que revela la evolución y lo recóndito del humanismo va-
llejiano es su epistolario7. Según Montejo, el epistolario vallejiano es la médula
cardinal de su mensaje pues muestra su postura humanista, alentada en la defensa
de todos los desheredados del mundo con un lenguaje de indignación y a la vez
de esperanza (citado en Cabel, 2002, pp. XI-XII). El epistolario ha servido para
conocer de modo más íntimo la plenitud del hombre César Vallejo y, a partir de
ello, al creador César Vallejo. No se puede entender al uno sin el otro. El episto-
7 De acuerdo con el estudio de Cabel (2002), fueron 281 las cartas escritas por Vallejo a lo largo de su vida.
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Hay Pablo en la vida horas de una negrura negra y cerrada a todo consuelo. Hay
horas más acaso, mucho más siniestras y tremendas que la propia tumba […] Algún
día podré morirme, en el transcurso de la azarosa vida que me ha tocado llevar, y
entonces, como ahora, me veré solo, huérfano de todo aliento familiar y hasta de
todo amor. Pero mi suerte está echada (2002b, p. 168).
Mi vida va pasando así, y ella sigue estirándose más y más, para toda labor. Ni yo saco
nada de ella, ni nadie. Mi vida no me sirve ni a mí, ni a nadie. Este remordimiento
se hace cada día más tormentoso y obstinante (Carta del 5 de junio de 1925; p. 20).
53
Ya va a venir el día, ponte el alma
Me tiene usted, como siempre, sin saber por dónde tirar ni qué hacer. Esto es trágico.
Me veo comido de miseria y de incertidumbre […] No tengo ni presente ni futuro
(Carta del 3 de setiembre de 1927; p. 87).
En cuanto a mí, sigo sin saber qué hacer. A veces se me ocurre regresar al Perú, a
tal punto sigue incierta mi situación […] Además, según me escriben, parece que
la situación económica del Perú es de lo más angustiosa. La mía aquí, tampoco es
muy buena. Así pues, me tiene usted como antes, al pie del muro (Carta del 23 de
noviembre de 1929; p. 145).
Por mi parte, la causa de mi silencio ha sido múltiple: enfermo, contrariado por mil
dificultades económicas (Carta del 7 de octubre de 1930; p. 246).
Con Orrego también mantiene una fluida correspondencia: «Ahora ya sé lo que soy sin
poderlo expresar; sin embargo, se han desvanecido todas mis vacilaciones, y marcharé
seguro de mí mismo contra todas las negaciones, contra todas las contras» (p. 127).
En otra carta le dice: «¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado,
colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre
ánima viva!» (p. 187). Sin embargo, aun con todo lo que confesaba a través de sus
cartas, mantiene una firme voluntad y sabe medir sus propias fuerzas: «Tengo que ver
de agenciarme la vida. Yo no tengo, en verdad, oficio, profesión ni nada [...] a mí me
duele mucho la miseria, y ella no es una fiesta para mí» (p. 125). El vate supo asirse a los
«caminos reales y vitales del mundo», como escribió en otra carta. A Larrea le confiesa:
Nunca medí tanto mi pequeñez humana, como ahora. Nunca me di más cuenta
de lo poco que puede un hombre individualmente. Esto me aplasta. Desde luego,
cada cual, en estos momentos, tiene asignado un papel, por muy humilde que este
sea y nuestros impulsos deben ajustarse y someterse al engranaje colectivo, según las
necesidades totales de la causa (p. 127).
54
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
8 De acuerdo con Priego (2002), el vate publicó más de 120 artículos en diversos medios de prensa escrita.
En la revista Mundial (Lima, 1925-1930) y en la revista Variedades (1926-1930), otro poco más de 30.
Escribe para El Comercio (1929-1930) y algunas colaboraciones para la revista Amauta, de Mariátegui.
También colaboró para los diarios y revistas El Norte (Trujillo, 1923-1930), Bolívar (Madrid), Letras
(Chile), Nosotros (Buenos Aires) y Repertorio Americano (San José).
9 Estas crónicas son: «El poeta y el político. El caso Víctor Hugo», «Poesía nueva», «En defensa de la vida»,
«Dadaísmo político. El caso de Garibaldi», «Se prohíbe hablar al piloto», «Contra el secreto profesional»,
«Los artistas ante la política», «Sobre el proletariado literario», «Literatura a puerta cerrada», «Ejecutoria
del arte socialista», «La obra de arte y la vida del artista» y «Autopsia del superrealismo».
55
Ya va a venir el día, ponte el alma
Para Vich (2014, p. 26), los artículos y crónicas vallejianos contienen al-
ternativas para las diversas crisis (existenciales, económicas y sociales). Vallejo
hace comunicación periodística y por medio de ella también poetiza y filosofa.
Asimismo, sus crónicas europeas permiten comprender uno de los caminos que
lo llevaron a plantear estéticamente temas como la crítica a la modernidad, la
desigualdad social, el carácter afirmativo de las nuevas posibilidades políticas y la
responsabilidad ética ante el mundo. En ese sentido, Vallejo no dudó en tomar
posición, en emitir juicios de valor; se arriesgó a interpretar una realidad tal como
él lo pensaba, lo sentía y lo anhelaba.
Esa línea humanista también fue seguida en su obra de teatro. De acuerdo
con Garayar, el teatro vallejiano tiende a subrayar lo irracional del ser humano,
más que su inserción en la sociedad (2008, pp. 128-129). Por ello se considera
que Vallejo hizo del teatro un instrumento para anunciar al nuevo ser humano, a
la nueva humanidad y a la nueva justicia humana.
A Vallejo se le ha catalogado de bíblico, revolucionario, metafísico, ontoló-
gico, indigenista, existencialista, cristiano, futurista, idealista, socialista, materia-
lista, dadaísta, realista, expresionista, comunista, ateo, surrealista, vanguardista o
como quiera llamársele. Sin embargo, Vallejo fue fundamentalmente un huma-
nista, por lo que toma al ser humano como objeto de su atención. El verbo y el
ser de Vallejo encarnan plenamente el humanismo por el hecho de representar
a la humanidad dolorida y esperanzada y al hombre como problema y posibili-
dad. Su obra confronta a la injusticia, la vulneración de los derechos humanos,
el sufrimiento y el dolor que abarca la humanidad entera como la experiencia
humana de desconcierto y a la vez de pregunta incesante y urgente: ¿por qué se
tolera la injusticia? Ante esto, más allá de buscar causas, explicaciones o culpa-
bles, Vallejo desde el dolor radical construye la utopía, haciendo justicia estética,
sembrando esperanza con sus letras cargadas de entrañable humanidad. Asume
un rol profético, puesto que anuncia la justicia y denuncia la injusticia, por tanto,
no es simple y llanamente un artista, sino que es más que eso, es un creador y un
activista de la justicia. El pedagogo Dewey cree en el aprender haciendo. Vallejo
aprendió a ser maestro de humanidad desde su propia experiencia y de este modo
deja enseñanzas de un verdadero maestro.
Algunos autores sostienen que Vallejo era un poeta demasiado triste y patético;
otros, un poeta de la esperanza. Su obra no encuentra una sola interpretación, y no
tiene por qué ser así. Sin embargo, el énfasis que se ha puesto en el Vallejo «triste»
56
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
parece exagerado. Quienes conocieron a Vallejo dan cuenta de su gran sentido del
humor, su locuacidad y su facilidad para la amistad y la buena plática, pero lo uno
no quita lo otro. Vallejo era un ser humano pleno y así se expresaba en su obra,
con sus contradicciones y complejidades. La antropología que elabora Vallejo en su
obra ha sido entendida y comprendida de modos tan diversos como contradicto-
rios. Desde su propia experiencia intentó escudriñar los avatares de la humanidad.
Siempre se reconoció como un hombre haciéndose humano.
En definitiva, en Vallejo la totalidad de su vida y de su obra ha sido fuente,
experiencia e instrumento para expresar, sustentar y afirmar su propuesta huma-
nista. A continuación, se precisarán los aspectos de su obra que lo hacen original,
fecundo, profético, intemporal y universal10.
1.4.1. La solidaridad
10 A Vallejo no le hubiera gustado que lo interpreten; siempre discutía con quienes lo (mal)interpretaban,
incluso él mismo evitaba interpretarse y explicarse: «Siempre gusté de no discutirme ni explicarme, pues
creo que hay cosas o momentos en la vida de las cosas que únicamente el tiempo revela y define» («La
conquista de París por los negros»; 2002a, p. 89).
57
Ya va a venir el día, ponte el alma
Su conciencia solidaria lo lleva a hermanarse con todos los sufrientes, pues para lograr
la humanización de la persona se debe hacer realidad la solidaridad, hasta incluso dar
la propia vida, como lo hicieron los voluntarios de España cuya resistencia solidaria
hacía que solo estuviera: «Herido mortalmente de vida» («Cortejo tras la toma de
Bilbao»; p. 441). La solidaridad vallejiana no teme denunciar, exigir y confiar: «Y,
desgraciadamente, / el dolor crece en el mundo a cada rato […] y la naturaleza del
dolor, es el dolor dos veces […] Señor Ministro de Salud: ¿qué hacer? / ¡Ah! Desgra-
ciadamente, hombres humanos, / hay, hermanos, muchísimo que hacer» («Los nueve
monstruos»; p. 109). La solidaridad atraviesa toda su obra, y en el caso de Vallejo se
trata de un dolor solidarizado y de un dolor doble: el del otro y el propio.
El poema «Los heraldos negros» es casi un perfil antropológico a partir de los
«golpes de la vida» que recibe el ser humano. Esta impotencia divina para reparar o
defender al hombre de tanta desgracia le induce a fomentar la solidaridad entre ellos
y así procura cubrir las carencias afectivas, físicas y espirituales de la persona: «ya
que, en suma, la vida es / implacablemente, / imparcialmente horrible, estoy segu-
ro» («Panteón»; p. 380). Posteriormente, cambia el «yo no sé» inicial de Los heraldos
negros por una certeza mayor: «estoy seguro». Está seguro del porqué y encuentra
el origen de su fe en la solidaridad esperanzada. La solidaridad se constituye en la
vía para resolver su conflicto existencial: «A las misericordias, camarada, / hombre
mío en rechazo y observación, vecino / en cuyo cuello enorme sube y baja, / al
natural, sin hilo, mi esperanza…» («Quisiera hoy ser feliz de buena gana»; p. 338).
La piedad se convierte ahora en solidaridad encarnada: «Amado sea […] el pobre
rico, / el puro miserable, el pobre pobre!» («Traspié entre dos estrellas»; p. 366). La
solidaridad se transforma en afecto concreto: «y le doy un abrazo, emocionado»
(«Considerando en frío, imparcialmente»; p. 317). Este poema coincide con su
narración «Individuo y sociedad», cuya primera parte culmina con un comentario
del narrador relacionado a la solidaridad existente entre el individuo y la sociedad,
afirmándose el carácter social y solidario de la conciencia individual.
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Para el vate la salvación y liberación del hombre y del mundo depende de la so-
lidaridad con el otro, y esto no es solo la expresión de una actitud y una práctica
dadivosa o misericordiosa, sino —sobre todo— la expresión política de una ma-
nera de concebirse a sí mismo y a sus hermanos humanos, de esta forma, asume
una situación políticamente solidaria: «¡Amado sea / el que tiene hambre o sed,
pero no tiene / hambre con qué saciar toda su sed, / ni sed con qué saciar todas
sus hambres!» («Traspié entre dos estrellas»; p. 366).
Finalmente, lo más grande para el vate es la fraternidad solidaria, a diferencia
de la sociedad individualista y mercantilista que experimentó en Europa: «Van
para tres meses que estoy en París. Vivo a diario y con toda fraternidad con Silva,
que es lo único grande que hasta ahora he hallado en Europa» (Carta a Carlos
Raygada; 2002b, p. 56). El poeta insiste en los «hombres humanos […] hermanos
hombres […] hermanos humanos» («Los nueve monstruos»; p. 387), expresando
un sentido profundo de solidaridad humana, siempre humana, setenta veces hu-
mana. La solidaridad vallejiana11 atraviesa toda su obra y es una característica de
su paradigma de justicia humana. Por eso llega a sentir en sí mismo y en cada ser
humano un redentor de la humanidad en solidaridad con el prójimo, a quien no
solo se debe amar como a uno mismo, sino que desde la solidaridad cada persona
se convierte en salvadora de los otros: «Mas sufro. Allende sufro. Aquende sufro»
(«XX»; p. 185).
1.4.2. La esperanza
11 La solidaridad vallejiana sigue suscitando hoy nuevas solidaridades, como lo narra el artista plástico Víctor
Delfín: «Leer a Vallejo es sentirse solidario con los más desamparados, con los marginados, con los niños
del mundo, con los voluntarios de todas las razas, con los sueños de todos los humanos […] leer a Vallejo
es sentirse más humano y más dispuesto a la generosidad que al egoísmo» (2008, p. 174).
60
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
un concepto, sino que es una apuesta, una actitud existencial. En dicho poema el
dolor carece de sujeto, eliminando así las fronteras entre lo social y lo individual
establecidas por el lenguaje de la política. El dolor como posibilidad de trascen-
dencia conduce directamente a lo social, es decir, a «suscitar una nueva sensibili-
dad política en el hombre, una nueva materia prima política», para «remover, de
modo oscuro, subconsciente y casi animal la anatomía política del hombre» («Los
artistas ante la política»; 2002a, pp. 363-364). Es decir, la esperanza es también
una característica que fluye desde su propia experiencia y proceso existencial. Es
una esperanza espontánea y generosa, y al final de su obra —y de su vida— es ya
una esperanza política, activa y propositiva.
Larrea cree que la palabra «espergesia», como tituló uno de sus poemas, sig-
nifica «esperanza y genesia», es decir, la regeneración de la esperanza. Ante el
sufrimiento y la soledad, la esperanza resulta una necesidad existencial (1957,
p. 32). Otros han señalado que la palabra podría referir a «esperanza y analgesia».
¿Será que el valor de la esperanza radica en la posibilidad de superar el dolor? La
esperanza es además un compromiso con el hombre y con la historia desde su
vida cotidiana, en que sus manos «planchaba en las tardes blancuras por venir»
(«Idilio muerto»; p. 124).
Para Vallejo la esperanza no es un ideal, sino un compromiso por el que hay
que luchar de modo concreto y constante: «pelear / para que el individuo sea un
hombre» («Batallas»; p. 430). Es la misma esperanza sostenida también por San
Agustín, San Juan de la Cruz, Kierkegaard, Unamuno, Marcel y Camus; con la
diferencia de que, para Vallejo, al hombre lo constituyen y lo consolidan sus es-
peranzas. Sin embargo, cabe la pregunta: ¿es posible confiar y guardar esperanzas
en el mundo de hoy? ¿Qué se hace ante tanta miseria, injusticia, egoísmo, terror y
guerras? Y si cae España (que simboliza al hombre y a la humanidad), ¿habrá que
quedarse tranquillos o resignarse? No, responde Vallejo: «¡salid, niños del mundo;
id a buscarla!» («España, aparta de mí este cáliz»; p. 454).
Asimismo, del análisis de su obra se puede señalar que no existe propiamente
una concepción vallejiana sobre la esperanza, sino que la relaciona a su propia
búsqueda como persona y como poeta: «he de esperar por siempre lo que antes
esperé» («Te vas»; p. 46). A lo largo de su vida y de su obra, la invoca, la reclama,
la acoge, la grita: «trabajarán todos los hombres, / engendrarán todos los hom-
bres, / comprenderán todos los hombres» («Himno a los voluntarios de la Repú-
blica»; p. 423). Por ella vive, sufre, canta: «de dolores de pueblos con esperanzas
61
Ya va a venir el día, ponte el alma
Los versos intentan ir a la raíz del conflicto argumentando que «lo único que
hace [el hombre] es componerse / de días», lo que equivale a decir que la per-
sona se hace en el tiempo pues es un ser cotidiano, coyuntural y temporal: es el
«diagrama del tiempo». Su poesía expresa la compasión y comunión cordial con
los que sufren, y a la vez manifiesta su protesta, simpatía y esperanza: «Hermano
persuasible, camarada, / padre por la grandeza, hijo mortal, / amigo y contendor
[…] hombre mío en rechazo y observación, vecino / en cuyo cuello enorme sube
y baja, / al natural, sin hilo, mi esperanza…» («Quisiera hoy ser feliz»; p. 338).
Todas sus palabras, cruzadas por la angustia y la esperanza, convergen en la visión
del ser humano inconciliable consigo mismo: amigo y enemigo, bueno y misera-
ble, pero el único capaz de construir y otorgar la esperanza.
El poeta sabe bien que la angustia por la supervivencia limita la esperanza,
y a la vez la hace más consistentemente humana. En ese sentido, Falcón (1940)
12 A decir de Hildebrando Pérez: «Vallejo es un poeta de su tiempo: expresa el dolor, la solidaridad y la espe-
ranza de la condición humana, [supo] ser leal a sus propias rebeldías y convicciones: aldeano y universal
a la vez, su humanísimo desgarramiento existencial nos redime en cada verso suyo» (2008, p. 181).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
señala que con Vallejo se festeja la memoria de un poeta cuya voz de roca, corta-
da a trozos por el grave perfil del pensamiento, es la voz telúrica más profunda,
más plena de emoción, más henchida de protestas y más grávida de Universo
que se ha creado jamás. Vallejo es el hombre que el pueblo escogió para decir su
pesadumbre y su esperanza. Solo él supo dar en el mundo esos gritos llenos de
dignidad y esperanza.
Por otro lado, en el poema «Los desgraciados» (p. 416), a pesar de tratar al
ser humano como reza el título, le anuncia la esperanza, le insiste y quiere sacarlo
de su resignación y animarlo a enfrentar su situación: «Ya va a venir el día; da /
cuerda a tu brazo […] vuelve a pararte / en tu cabeza, para andar derecho. / Ya
va a venir el día, ponte el saco». El «desgraciado» ha perdido la voluntad de vivir
y sigue una vida rutinaria como una máquina a la cual hay que darle cuerda. El
poeta le anima a recuperar sus ganas de vivir, que salga de la cama y se ponga de
pie ante la vida y recupere su dignidad: «vuelve a pararte». Le exhorta a recuperar
sus fuerzas y a enfrentar las adversidades: «Ya va a venir el día; ten / fuerte en
la mano a tu intestino grande, reflexiona / antes de meditar, pues es horrible /
cuando le hace a uno la desgracia». El desgraciado debe buscar una salida y no
resignarse al fatalismo, sino que debe reaccionar antes que sea demasiado tarde y
se quede incluso sin la posibilidad de comer, es decir, de vivir: «Necesitas comer,
pero, me digo, / no tengas pena, que no es de pobres la pena». Lo exhorta a no ce-
der a las lamentaciones, pues la lamentación es un lujo que los pobres no pueden
permitirse, por lo que tiene que sobreponerse: «remiéndate, recuerda, / confía en
tu hilo blanco […] Ya va a venir el día, ponte el alma». La esperanza, por tanto,
es el antídoto que el mismo Vallejo se inoculó para superar tanta vida fatal que
llevaba, y esa experiencia sanadora la transmitió a sus hermanos humanos.
Vallejo le recuerda al desgraciado que es una persona y tiene que demostrar
que lo es; para hacerlo tiene que confiar en el porvenir, no encerrarse en su sufri-
miento sino volver al origen de sí mismo, teniendo presente que es una persona
digna: allí radica el sustento del paradigma de la esperanza vallejiana. El vate ob-
serva que el desgraciado está temblando por tanta hambre, es decir, por tanta vida
desgraciada: «¿Tiemblas? Es el estado remoto de la frente / y la nación reciente
del estómago [...] ¡ay! Estás tan solo! / Ya va a venir el día, ponte el sueño». Al
final del poema, Vallejo le pide al desgraciado que reaccione y no se quede en la
victimización, pues el enfrentarse a la adversidad es la única manera por la cual
el desgraciado podrá salir de ella: «Ya viene el día; dobla / el aliento, triplica / tu
63
Ya va a venir el día, ponte el alma
[...] por desgracia, atravieso actualmente por una aguda crisis de desconfianza en el
éxito de todas mis gestiones. Existen motivos para esta desconfianza: el más fuerte
está en los largos años de inútil y, quizás, hasta «nocivo optimismo» en que he vi-
vido en Europa, atenido siempre a las vísperas eternas de un día mejor, que nunca
ha llegado. Digo nocivo optimismo porque, como usted sabe, Pablo, nada es más
espantoso y más suicida que una espera prolongada (Carta de 1927 a Pablo Abril de
Vivero; 2002b, p. 252).
Con todo lo que escribe Vallejo, en ciertos momentos de su vida pareciera que su
prolongada angustia se convierte en resignación e impotencia. Sin embargo, se ha
demostrado el carácter innato que tiene la esperanza en el vate:
Uno de los acontecimientos más milagrosos de la obra de Vallejo es que siendo la voz
de un ser en quien el sufrimiento y la desolación habían alcanzado grados terribles,
no nos hunde en el pesimismo. Antes bien, sentimos que en estas palabras podemos
salvarnos (Oviedo, 1994, p. 407).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Asimismo, en el poema «XLV» advierte que, aun cuando la humanidad nos trai-
cione y se sienta que todo conduce al absurdo, no hay que desesperar: «Y si así
diéramos las narices / en el absurdo, / nos cubriremos con el oro de no tener
nada, / y empollaremos el ala aún no nacida / de la noche, hermana / de esta ala
huérfana del día, / que a fuerza de ser una ya no es ala» (p. 216). Se trata de ha-
cerle frente a lo absurdo de la vida y acercarse a la verdad y resistir con esperanza:
«Espero, espero» («LXI»; p. 235); «[…] verde está el corazón de tanto esperar»
(«LXIV»; p. 240); «Cállate miedo / Cristiano espero, espero siempre […] apenas,
/ pero apenas, entreabre los sangrientos algodones / y entre sus dedos toma la
esperanza». El vate apuesta por la realidad de la esperanza: «Esperanza plañe entre
algodones. / Aristas roncas uniformadas / de amenazas tejidas de esporas magní-
ficas / y con porteros botones innatos» («XXXI»; p. 199). Expresa el llanto y los
gemidos de la esperanza hasta hacerla gritar «¡ya basta!» como acto de protesta y
adhesión a la vida. Incluso hace mención al mito griego de la esperanza: «A tras-
tear, Hélpide dulce, escampas» («XIX»; p. 184).
En Vallejo se vive una experiencia abismal de humanidad, no quedándose
en el sufrimiento sino asumiéndolo como parte de la condición humana,
ante el cual no se debe permanecer pasivos y menos hundirse en la propia
angustia. Por ello se atrevió a escribir —a modo de manifiesto— contra la an-
gustia una esperanzadora versión de la vida humana: «Tengo fe en ser fuerte»
(«XVI»; p. 251).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Y se apolilla mi paciencia,
y me vuelvo a exclamar: ¡Cuándo vendrá
el domingo bocón y mudo del sepulcro;
cuándo vendrá a cargar este sábado
de harapos, esta horrible sutura
del placer que nos engendra sin querer,
y el placer que nos DestieRRa! (p. 234).
Aquí el poeta une la madera (la paciencia) con la polilla (lo que corroe la madera)
con el día del descanso (el «domingo bocón»). Es decir, si la paciencia se acaba,
descansemos, recarguemos fuerza y sigamos adelante. Si bien en Trilce enfatiza
la angustia, la orfandad, el absurdo y la experiencia de estar encarcelado, no hay
que olvidar lo central de este poemario: la actitud firme de luchar contra todo lo
que aprisiona al ser humano, de descubrir que en lo incompleto (vacío, soledad,
orfandad) palpita también la esperanza indoblegable, abierta al porvenir de los
«hombres humanos». Son varios los poemas de Trilce que expresan la esperanza
vallejiana: «I», «VIII», «XVI», «XIX», «XXIV», «XXXI», «XXXVI», «XXXVIII»,
«LVII», «LXV» y «LXXVII»; en estos poemas la esperanza cobra forma de gestos
y de acciones humanas. En Vallejo, la meta es siempre el ser humano nuevo que
construye un futuro esperanzador donde se vencerá a la misma muerte, hacién-
dose inmortal.
Su obra periodística también refleja la esperanza, y de modo categórico es-
cribe:
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
El pesimismo y la desesperación deben ser siempre etapas y no metas. Para que ellos
agiten y fecunden el espíritu, deben desenvolverse hasta transformarse en afirmacio-
nes constructivas. De otra manera no pasan de gérmenes patológicos, condenados a
devorarse a sí mismos («Autopsia del superrealismo»; 2002a, p. 830).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
1.4.3. La libertad
Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida
obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡La de ser libre! Si no he de ser libre
hoy, no lo seré jamás. Me doy en la forma más libre que puedo y esta es mi mayor
cosecha artística (Carta de 1922 a Antenor Orrego; 2002b, p. 46).
Vallejo defendió la libertad como una necesidad interior: sin ella ningún arte ni
trabajo podrían dignificar a la persona. Él tampoco subordinó su libertad creativa
a las consignas políticas del marxismo-leninismo que profesaba; por el contrario,
con sus ideas marcó diferencias y sentó los principios de una obra libre y autén-
tica. Su argumento consistía en que se puede ser revolucionario en política y en
13 Sus artículos también expresaron esa libertad que tanto defendía para sí y para los demás: «Mi vida podrá
ser todo lo modesta y lacrada de faltas que se quiera, pero procuro vivirla siempre honestamente, es decir,
sin traicionarme ni traicionar a los demás. No es que yo desdeñe por sistema y a priori ese oficialismo. Lo
desdeño porque, después de haberme asomado a él, cediendo a mi inquietud, lo he hallado desagradable,
opuesto a mi manera de ser y, sobre todo, superior a mis fuerzas y aptitudes cortesanas. Los banquetes,
los bailes, las reuniones con lecturas y té, violentan a tal punto mi sensibilidad, que antes que ello prefiero
sufrir una epidemia, con todas sus consecuencias» («Una gran reunión latinoamericana»; 2002a, p. 397).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
sociedad» (Contra el secreto profesional; 2002a, p. 325). Cree que cuanto más libre es
una obra de arte, más humana es esa obra. Él postula a la teoría de la independencia
creativa que consiste en dejar fluir la inspiración, sin controlarla, sin manipularla,
sin orientarla a las demandas del mercado o la cultura del exitismo. El mensaje de
Vallejo confronta la actual cultura exitista que termina por dominar a la persona,
haciéndole perder su libertad y su autenticidad.
Si se hace dialogar a Vallejo con Ricoeur, se puede señalar que para el filósofo
francés la libertad es ese deseo de ser, enclavado en un deseo de hacer que sería la
expresión, la marca y la señal de ser-poder-hacer (1995, p. 81). El ser-poder-hacer
vallejiano que lo conduce a la libertad se plasmó fundamentalmente en su obra
poética: «Amor desviará la ley de vida, / hacia la voz del Hombre; / y nos dará la
libertad suprema» («Líneas»; p. 137). Luego, en Trilce asume una opción estética
por la libertad. Posteriormente, esa libertad existencial e individual que logra
Vallejo en su vida y en su obra hace que se comprometa también con la libertad
de su pueblo y de su patria; no solo del Perú, sino también del mundo, pues él se
hizo un ciudadano universal:
[…] se robustecen, triunfan, porque afiló esa arenga los nervios como lanzas desde el
Norte hasta el Sur!… En Trujillo, la noble, la heroína, anudaste los lazos del Conti-
nente con las fecundas raíces de nuestra libertad, raíces tantas veces rotas del corazón
[…] y el Perú agradecido sabe que hay en su escudo las huellas de tu yunque que no
se borrarán. Tú, la sangre de España, que se embarcó al Misterio en velas de coraje,
pecho de par en par, tú, regresaste al fondo de la gran raza hispana, valor cuajado en
Bronce y amor en Libertad («Fabla de gesta»; p. 78).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
creadora. La libertad como comprensión y como gesto lo ayudó a resolver sus cri-
sis existenciales y a definir y accionar sus posiciones políticas, económicas, socia-
les y culturales. La libertad lo salvó de la ruina existencial y lo hizo más humano
entre los humanos. Vallejo a través de su obra moldeó el lenguaje por el cauce de
su inspiración creativa auténtica y fiel con entera libertad; vivió desde la libertad
hasta las últimas consecuencias, constituyéndose esto en un rasgo propio de su
humanismo y en una de las bases de su paradigma de justicia.
1.4.4. El amor
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Desde este estudio se plantea otro modo del amor vallejiano: el amor como
ágape —al estilo griego—. Es el amor desinteresado, gratuito, que se entrega y
comparte a todos; es el amor que se nutre de la solidaridad y fraternidad, expresa-
do en los poemas «El pan nuestro» y «Ágape»; o también cuando pone énfasis en
el deseo de brindar amor, más que en recibirlo: «Tan solo piden / amor a todos, y
piden / amor aun a la Nada» («Las piedras»; p. 142). El amor vallejiano es aquel
que se parte y se comparte: «Se amarán todos los hombres»; «La hormiga / traerá
pedacitos de pan al elefante encadenado / a su brutal delicadeza» («Himno a los
voluntarios de la República»; p. 423). Para González Vigil, Vallejo expresa un
amor solidario y se constituye en la cima indiscutible de la solidaridad humana
(2008, p. 50)14. En el poema «Líneas», invoca el triunfo del amor sobre el destino
y busca en el amor a todas las personas el modo para superar la fatalidad, y así la
existencia responde a la voz del hombre que camina por un sendero de libertad.
14 Según este estudioso, en Poemas humanos se retrata a la amada como una «compañera» o —en léxico mar-
xista— como una «camarada», alguien que se suma a la solidaridad del «ágape» más que al placer erótico.
Se trata de una amada-camarada: «Ello es el lugar donde me pongo» es el único poema en el que coloca
el nombre de Georgette, su camarada y amada solidaria de la que se despide para marchar a su doliente
España («Palmas y guitarra»). Finalmente, en España, aparta de mí este cáliz despliega la apoteosis del
amor-ágape que mata a la muerte; aquí ya no existe lugar para el amor erótico (2008, p. 50).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Aquí también insiste en el paradigma del amor como redención del hombre:
«Amor desviará tal ley de vida, / hacia la voz del Hombre» (p. 137). Es decir, el
amor se enfrenta al fatalismo que se apropia del alma humana, lucha contra el
mal y de esta forma recrea la realidad del ser humano. Es una fuerza que tiende
a realizar la plenitud del ser, pero una fuerza en constante lucha con las adversi-
dades.
El amor vallejiano, entendido como ágape y comunión, hasta es capaz de
comer en su corazón; así se lo dijo a Antonio Ruiz Vilaplana en la entrevista de
1937: «Je m’aperçois bien qu’en ce moment on mange dans mon coeur» (1990,
p. 65)15. El amor como ágape busca restablecer las relaciones humanas con las
cosas y con la Madre Naturaleza. Si bien tiene versos cargados de afectividad en
los que enfatiza el amor universal, el poeta particulariza el lenguaje, pues piensa,
siente y ama concreta y universalmente a la vez: «Oh mujer! Deja que nos ame-
mos a toda totalidad […] Deja que nos amemos absolutamente, a toda muerte»
(«Muro antártico»; 2005, p. 65). Para Vallejo, el amor salva y genera el reencuen-
tro entre todos los hombres que terminan siendo hermanos unos de otros. Por
tanto, lo que integra la actividad política y la creación estética vallejiana es su
amor por la humanidad y por cada persona en particular. Todo cuanto Vallejo
haga o escriba es para humanizar más la sociedad, la política y la justicia; esto lo
asume incluso mucho antes de hacerse marxista.
Según Larrea, la poesía vallejiana de principio a fin debe su existencia a un
solo centro afectivo: el amor en sus plenas dimensiones (1957, p. 41). El amor
es el retorno a la unidad: «Linda Regia! Tus venas son fermentos / de mi no ser
antiguo y del champaña / negro de mi vivir! / Tu cabello es la ignota raicilla / del
árbol de mi vid […] Tus brazos dan la sed de lo infinito» («Comunión»; p. 78).
Mientras que en el poema «Traspié entre dos estrellas», el verbo amar requiere
expresarse cabalmente a fin de superar la angustia del yo solitario del poeta:
15 «Me doy cuenta de que ahora mismo comemos en mi corazón» [traducción nuestra].
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Ya va a venir el día, ponte el alma
El amor en este poema se expresa a todos los hombres, pero sobre todo a las víc-
timas de la injusticia, que para el vate son una fuerza histórica en desarrollo y por
eso las considera portadoras del futuro de la nueva humanidad. En tal sentido,
se puede afirmar que Vallejo16 no es el poeta obsesionado con la muerte, sino el
cantor del amor, de la vida y la esperanza; nadie como él ha celebrado la utopía
del amor y ha sido capaz de matar a la muerte e instaurar un nuevo cielo y una
nueva tierra. No se conoce otro poeta que haya cantado como Vallejo la derrota
de la muerte y el triunfo del amor (González Vigil, 2009, pp. 75-119).
Vallejo resuelve su crisis existencial generados por el dolor y la culpa, los cuales
quedan sanados por el amor; deja de lado el amor idealizado y divino, asumiendo el
paradigma de un amor político, activo, y por tanto mucho más humano y huma-
nizado: «¡Cuídate del leal ciento por ciento! […] ¡Cuídate de los que te aman! […]
¡Cuídate del futuro!» («¡Cuídate, España, de tu propia España!»; p. 453).
La vida de Vallejo fue una lucha constante hacia dentro y hacia fuera. En el
poema «El tálamo eterno» escenifica la lucha entre el eros y el tánatos, representa-
ción del combate entre la vida y la muerte, entre la justicia y la injusticia:
16 Para entender y comprender el mensaje vallejiano hace falta recordar lo que señalaba González Viaña: «Un
lector me pregunta: ¿qué hago para entender a Vallejo? Le respondo: Extienda los brazos» (2008, p. 177).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
17 Así lo escribe Georgette en sus apuntes biográficos: «César Vallejo, marxista-leninista, se negaba termi-
nantemente a tener hijos, por ser ellos, para todo militante revolucionario, las más graves trabas, pues son
trabas humanas, inculpables e indefensas» (citada en Rosas, 2008, p. 165).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Para nosotros, para mi compañera y para mí, el amor nos ha resuelto muchos
problemas y facilita, por consiguiente, nuestras actividades al servicio del sóviet y
de la revolución. El amor, en este caso, es un medio para un fin social universal.
Lejos de quitarnos el tiempo y devorar nuestras energías simplifica nuestro meca-
nismo vital y allana las formas de nuestra acción social […] Yo sé que amo a mi
compañera, porque es compartiéndola con ella, como la vida se me presenta más
social y más revolucionaria […] El amor supone una sociedad espacial y de dura-
ción, con todos los errores, vicios e injusticias que la idea de sociedad tiene hasta
ahora. […] Ni ella ni yo concebimos ni sentimos el beso como un acto de egoísmo
exacerbado o como un trance bestial de los instintos […] como mujer que es ella
y como hombre que soy yo, nos amamos en un terreno racional y humano y, de
ninguna manera, más allá ni más acá, en la decadencia ni en la animalidad. Junto
a mi compañera siento, por eso, que mis instintos se realizan racionalmente y en el
cuadro de mis deberes sociales revolucionarios. Nuestro acuerdo es perfecto sobre
cuáles son y deben ser los placeres, las luchas y el sentido de nuestros actos cotidia-
nos. Este acuerdo, perfecto e íntimo, yo lo considero como una forma concentrada
de la solidaridad y armonía clasistas del proletariado (Rusia ante el segundo plan
quinquenal; 2002c, p. 214).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
sión) y la capacidad de amar (como acción de esta) los factores por los cuales el
poeta asume y explica los otros aspectos de la vida. El amor no solo da sentido
(comprensión) a la solidaridad con los sufrientes, sino que lo impulsa a encontrar
otros derroteros y otras formas de seguir amando (misión). De este modo, Vallejo
asume el amor como una trilogía: comprensión, acción y misión.
1.4.5. La ética
El valor de la obra del vate supera lo estético, lo artístico y lo literario. Es una obra
con un carácter profundamente ético, político y jurídico, la misma que fue sus-
tentada e inspirada desde sus convicciones políticas e ideológicas. En este estudio
se ha identificado los desafíos que plantea la ética vallejiana, y todos ellos apuntan
a consagrar la justicia como la virtud social por excelencia.
Un primer desafío tiene que ver con asumir el país como problema y como
posibilidad, en palabras de Basadre: ¿qué somos como país? ¿Hacia dónde vamos?
¿Cuál es nuestro proyecto como país? Vallejo, en su crónica «¿Qué pasa en el
Perú?», se cuestiona: «¿Nos encontramos en el Perú ante una nacionalidad fallida?
¿No ha existido nunca? Se sentiría uno tentado a creer que esas zonas han vivido
siempre aisladas entre sí, desarrollándose o vegetando, sin sospechar siquiera la
existencia de sus vecinos» (2002a, p. 214). Vallejo cuestiona el hecho de que los
mismos peruanos que viven en la costa, sierra y selva se ven entre sí como extra-
ños, y cree necesario analizar las causas que han llevado al Perú a su marginación,
desintegración, racismo y discriminación.
Un segundo desafío ético es la lucha contra el vacío existencial del ser huma-
no. Es por ello que en Trilce escenifica cómo dicho vacío es llenado por funda-
mentalismos metafísicos, religiosos o políticos (impuestos por medios de comu-
nicación o ideologías), o por una cultura del espectáculo y diversión sin sentido
que pretende desconocer la diversidad, lo heterogéneo y las complejidades de la
vida. Así entonces para llenar ese vacío existencial Vallejo recomienda oxigenarse
de la atmósfera moral: «Esta es la suprema soberanía del hombre sobre todas las
cosas, la atmósfera moral, propia y natural de toda dicha» («La dicha en la liber-
tad»; 2002a, p. 32).
El tercer desafío se refiere al saber y al actuar ético-político, con las puertas
abiertas a la vida:
77
Ya va a venir el día, ponte el alma
Pido se me deje […] con mi irritada lepra sensitiva, ocurra lo que ocurra aunque
muera! Dejadme dolerme, si lo queréis, más dejadme despierto de sueño, con todo
el universo metido, aunque fuese a las malas, en mi temperatura polvorosa («Las
ventanas se han estremecido»; p. 282).
Al mismo tiempo, el salario de los obreros es muy magro […] ¿Qué entienden uste-
des por vida sobria? La satisfacción de las necesidades primarias de la existencia, sin
excesos ni privaciones. Nada de superfluo. Nada de lujo […] Lo justo solamente, lo
imprescindible; en una palabra, lo natural, lo sano. —¿Quiere usted decir lo justo
para no morirse? —No. Lo justo para ser dichoso (2002c, p. 189).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
justicia— en la que pone énfasis y desde allí puede identificar el éxito o el fracaso
de la sociedad:
¡Qué vida tan distinta a la de los obreros del capitalismo! Ni café, ni alcohol, ni juego
de cartas, ni bostezos de aburrimiento. En vista de las dificultades de la ley seca, el
Soviet cambió inmediatamente de táctica, resolviendo combatir el alcoholismo poco
a poco y atacando el mal por abajo (p. 192).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
rra por definición implica la muerte del enemigo; Vallejo lo sabe, pero su visión
de la guerra es teleológica pues se orienta en función de la paz: «¡Voluntarios, /
por la vida, por los buenos, matad / a la muerte, matad a los malos! / ¡Hacedlo
por la libertad de todos, / del explotado y del explotador, / por la paz indolora»
(«Himno a los voluntarios de la República»; p. 423).
Su ética justiciera conduce al poeta a augurar una esperanza en ese nuevo
mundo, el cual anhela y en el que todos serán redimidos: «¡Obrero, salvador,
redentor nuestro, / perdónanos, hermano, nuestras deudas!» (p. 423). La ética
vital de Vallejo apuesta por la capacidad creativa del ser humano para superar
la violencia y la muerte, y transformarlas en una vida solidaria y justa. Desde
su ética vital asume la paz no como una idea, sino como el ejercicio justo de la
solidaridad individual y social, pues «todo pertenece, en el fondo, al mundo
moral» (Carta a Georgette; 2002b, p. 65). La revolución marxista que persi-
gue Vallejo tiene como objetivo devolver al mundo y a la humanidad la moral.
El vate busca la regeneración humana y va a profundizar permanentemente
esta inquietud política y social —que al principio hiciera suya por convicción
humanitaria—, la cual calará en una actitud ética hasta adherirse filosófica-
mente al marxismo; opción política que asumirá por ser la vía más idónea
para resolver los problemas que afectan al ser humano.
El desafío ético y su compromiso político para luchar contra la injusticia
no limitan su creación artística o pervierten su lenguaje estético; es decir, no
necesita escribir «lucha de clases», «explotación» o «alienación» para abordar
su obra con una perspectiva cada vez más política y dialéctica, como se expresa
en el poema «Los nueve monstruos», texto en el que plantea las diversas con-
tradicciones de la vida («crece a treinta minutos por segundo», «es el dolor dos
veces», «tan cerca arremetió lo lejos», «la salud más mortal», el fuego en su rol
de «frío muerto» y su mención de un presente que debe ser inmediatamente
corregido), y ante dichas contradicciones invoca a la persona (simbolizada en
el «ministro de salud») a hacer algo. Así pues, Vallejo no ha tomado el marxis-
mo solo como una ideología y fundamento político para su obra, sino que lo
ha integrado a su ética de hombre y a su estética de artista, sin renunciar a su
espíritu libertario y de conciencia:
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
81
Ya va a venir el día, ponte el alma
Para Vallejo los verdaderos creadores son aquellos que se expresan desde lo huma-
no hacia los demás «hombres humanos»:
¿Pero de qué razón se trata aquí? […] Se trata de una razón suprema, de la razón
del hombre y no de los hombres. El artista es el depositario de esta razón. Cuando
él crea una obra maestra, no lo hace por haberse divorciado de los demás hombres,
sino de haberlo enfocado y sintetizado universalmente, es decir, por haber expresado
al hombre («El retorno a la razón»; 2002a, p. 67).
[…] tacho a esos escritores de plagio grosero, porque creo que ese plagio les impide
expresarse y realizarse humana y altamente. Y los tacho de falta de honradez espiri-
tual, porque al remedar la estéticas extranjeras, están conscientes de ese plagio y sin
embargo, lo practican, alardeando, con retórica lenguaraz, que obran por inspiración
autóctona, por sincero y libre impulso vital (Contra el secreto profesional; 2002a, p. 83).
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Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
La obra vallejiana posee una dimensión dialéctica que se expresa también me-
diante el humor. César Ángeles, quien ha explorado este aspecto, señala que el
humor vallejiano resulta un «cruce dialéctico entre lo trágico y lo cómico» (1964,
p. 28). El humor se constituye en un elemento de su humanismo y en el antídoto
ante tanta desgracia que le tocó vivir. Esto descarta el estereotipo impuesto por
muchos y por tanto tiempo de que Vallejo era un hombre triste y depresivo. Todo
lo contrario: el vate era alegre, ingenioso y socarrón. Se cuenta que Vallejo cuan-
do niño solía soplar el fuego del horno donde se cocía el pan, y aprovechaba para
sacar panes a escondidas, los cuales ocultaba bajo su almohada para comérselos de
noche; y una vez cuando lo sorprendieron comiendo estos panecillos, dijo: «Estoy
soñando que estoy comiendo el pan que hemos amasado hoy» (Coyné, 1957,
p. 35). En otra escena de su vida, Macedonio de la Torre cuenta que Vallejo era
siempre conocido por usar un terno de color plomo, hasta que un día se presentó
con un de color negro. Sorprendido, Macedonio preguntó a Vallejo si estaba de
duelo, a lo que Vallejo contestó: «Efectivamente, estaba vistiendo duelo. Era el
duelo por la muerte de mi terno plomo» (p. 65). Asimismo, Haya de la Torre
refiriéndose a Vallejo dijo: «[…] pero poco a poco su bondad, su ternura […] su
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Ya va a venir el día, ponte el alma
sentido del humor (se reía muchos de los catedráticos y de sus manías) hizo que
le tuviera mucho afecto» (citado en Sánchez, 1969).
En esa misma línea, Larrea (1980) cuenta la siguiente anécdota:
Caminando por una calle trujillana, una señora sorprendida le preguntó a Vallejo:
«Disculpe joven ¿es usted César Vallejo, el poeta? ¡Oh qué emoción!». Vallejo la miró
muy serio y repuso:
-Disculpe señora que la saque de esta confusión, pero… no soy el poeta que dice, ni
trujillano. Soy de Santiago de Chuco.
-¿Que no es usted César Vallejo? ¡No lo puedo creer!
-Soy César Vallejo, pero me dedico a la venta de vino.
-¿Vendedor de vino?
-De algo tengo que vivir. Por si no sabe la poesía en este país, es un hobby. Nadie vive
del arte, porque a ningún gobernante le interesa.
A lo que la señora responde: «¡Oh, qué oigo! ¡Indiscutiblemente, no es usted el
señor Vallejo que escribe poemas! ¡Usted es una persona malcriada y de seguro anda
metido en política!» (pp. 244-245).
18 Vallejo defiende a París de aquellos que no se dejan deslumbrar por ella, y lo hace con ironía (hacia sus crí-
ticos) y con cariño (por la ciudad francesa): «El sudamericano, al embarcarse en Valparaíso o en Veracruz,
se prometía ver en París cosas maravillosas, fenomenales, cosas auténticas y típicamente “parisienses”: un
hombre con tres espaldas; una piedra que habla; una bailarina epicena; un círculo cuadrado; en fin, el
movimiento continuo…» («Sociedades coloniales»; 2002a, p. 75).
84
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
París vamos a tener que comer piedrecitas» (Espejo, 1965, p. 134). El humor
vallejiano era una forma astuta de hacerle frente a las adversidades. En una carta
a Larrea le dice a propósito de que ya no le escribe:
Escríbeme, no te españolices tan pronto […] No seas flojo […] Yo sé lo que es la vida
de Madrid: se tiene tiempo para todo; hasta de escribir a los sinvergüenzas de París
[…] Georgette les envía […] cariñosos recuerdos, y junto a ellos van trece abrazos
de tu hermano, César (p. 165).
En otra carta a Larrea le escribe: «Es muy posible que Benjamín se ausente por unos
días […] Yo trataré de verle antes que vuelva a marcharse. Tú le conoces como es
de duro para contestar cartas. Descuida que trataré de ponerle espuelas» (p. 216).
Y cuando se despide dice: «Escríbeme y recibe otro abrazo, de yapa» (p. 246). En
enero de 1918, le escribe a Óscar Imaña: «Estoy tranquilo y reidor […] Me siento
pulcro, claro, nítido, fuerte, enhiesto, olímpico».
El humor en Vallejo nace de una actitud vital de amor a la vida y confianza en
la bondad de sus semejantes. Es un humor tierno y sensible a la vez, y que ejem-
plifica la capacidad para reírse de las propias desgracias. Por eso es que incluso
hasta cuando está enfermo no pierde su sentido del humor:
Es una vayna. ¡Esto del sexo es una vayna! [...] La tal blenorragia se ha complicado y
hace quince días que estoy en cama, sin poder levantarme […] Con qué facilidad se
coge una infección de esta clase y con qué trabajo se la hace salir. Créame usted que
a veces tengo una rabia contra las mujeres… y, sobre todo, contra los médicos, que
son unos estúpidos (Carta a Juan Larrea; 2002b, p. 146).
Blas Otero, el psiquiatra que lo atendió en Francia, dijo del vate que era un hombre
de recia y sana personalidad, positivo, sereno, ajeno al tipo de psicologías perturba-
das o depresivas. Asimismo, Miguel Ángel Asturias comparte lo siguiente: «Conocí
a César Vallejo en París […] Conservo de él el recuerdo de un hombre tranquilo,
quieto, inmóvil pero que adquiría una enorme movilidad, un desbordamiento, una
alegría» (citado en Freyre, 2000, p. 124). Alfonso de Silva, su amigo, cuenta:
Nos reíamos a carcajadas, sin un franco en el bolsillo. Vallejo sabía hacer chistes muy
bien hechos. No era hombre que vivía sumido en la tristeza. Todo el mundo habla
85
Ya va a venir el día, ponte el alma
También se cuenta el testimonio de Neruda: «Vallejo era sombrío tan solo exter-
namente, como un hombre que hubiera estado en la penumbra [...] Pero la ver-
dad interior no era esa. Yo lo vi muchas veces […] Dar saltos escolares de alegría»
(p. 77). Otra anécdota conocida de Vallejo es la que sucedió en la embajada del
Perú, en París:
-Caballero —le dijo el Embajador a Vallejo, que había ido a pedir una recomenda-
ción para ingresar a España— estoy enterado que usted anda metido en política. ¿Es
verdad, o es que ahora lo niega?
-Así es, señor Embajador. Harto cierto. ¡Sí, lo admito!
-Y me afirman que usted estuvo en las calles de París, pidiendo limosnas con cuatro
poetas locos.
-¿Locos? Pablo Neruda estaba entre ellos. El señor Neruda es una persona seria. La
necesidad nos obligó a hacerlo, señor Embajador.
-¿Sí? ¿Acaso va usted a decir que no es un acto de locura, pedir limosna con una
sábana?
-Bueno… quizás —murmuró Vallejo—. No se pedía dinero para nuestros bolsillos.
Se pidió para ayudar a España. Es que el hambre en aquel país es tremendo. Es gran-
de. ¿No le parece esto un acto hermoso? ¿Un acto bello por la madre patria?
El embajador no tuvo más remedio que darle la aprobación (Cabel, 2002, p. LVII).
Los poemas también revelan el sentido del humor vallejiano: «Tengo pues dere-
cho / a estar verde y contento y peligroso, y a ser / el cincel, miedo del bloque
basto y vasto; / a meter la pata y a la risa» («LXXIII»; p. 251). Aquí el poeta
replica de manera incisiva, con burla y sarcasmo, la injusticia que aplasta al hom-
bre, rescatando su derecho a «estar verde» (significando esperanza) «y contento»
(implicando un modo de ser distinto). Y los dos términos conjugados explican su
equivalencia en «peligroso», que en la semántica vallejiana denota un tono de hu-
mor. En muchos momentos el humor es el arma con la que Vallejo se enfrenta a la
farsa, la solemnidad y la rigurosidad de la vida: «Me gustará vivir siempre, así fue-
se de barriga» («Hoy me gusta la vida mucho menos»; p. 319). No es que Vallejo
86
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
fuese un cómico; sino que era un hombre irónico y con sentido del humor, que es
distinto: «Echa una cana al aire el indio triste» («Terceto autóctono»; p. 117); «La
salud va en un pie. De frente: marchen» («XXXIX»; p. 209); «Y nos levantaremos
cuando se nos dé / la gana, aunque mamá toda claror / nos despierte con cantora
/ y linda cólera materna. / Nosotros reiremos a hurtadillas de esto, / mordiendo
el canto de las tibias colchas» («LII»; p. 224); «No olvides en tu sueño de pensar
que eres feliz, / que la dicha es un hecho profundo, cuando acaba» («Poco antes
que se acabe»; p. 126); «Y la gallina pone su infinito, uno por uno» («¿Y bien? ¿Te
sana el metaloide pálido?»; p. 358).
El poeta no pierde el sentido del humor ni estando preso: «El cancerbero cua-
tro veces / al día maneja su candado, abriéndonos / cerrándonos los esternones,
en guiños / que entendemos perfectamente» («L»; p. 222). El poeta compara la
llave del candado con su propio organismo. Por ello no es la puerta del calabozo
la que se abre, sino que se refiere a la apertura del alma y del cuerpo de los presos.
En Trilce, Vallejo expresa el modo angustiante en que experimenta el encierro,
pero se aferra a la vida con fina ironía. El humor y la ironía hecho versos le per-
miten sobrellevar la fatalidad; los escritos vallejianos escapan de la fría rigurosidad
de la prosa estilizada con el humor rebosante de ternura que humaniza hasta las
cosas más humildes: «los fundillos lelos melancólicos».
En el poema «Salutación angélica» mezcla la burla y la ternura, y representa
los valores socialistas identificando al bolchevique como el elegido entre todos los
hombres de la tierra para ser el progenitor del sueño socialista que ha de salvar a
la humanidad:
87
Ya va a venir el día, ponte el alma
Vallejo incluso sostenía que no por ser revolucionario podía dejar de creer en la
alegría, y plantea que la revolución debe también traer alegría para el pueblo, to-
mando de él sus dolores y frustraciones: «La revolución debe acabar no solo con
una gran alegría, sino con una gran humanidad hecha de alegría» («1936-1937»;
2002c, p. 164). Así recuerda Orrego a su gran amigo Vallejo:
Hablaba poco y poseía una noble seriedad en la actitud. Jamás le vi colérico, aunque
se le adivinaba transido por angustiosas inquietudes internas. Era incapaz de herir a
nadie. Magnánimo y tolerante siempre. Cuando se producía una situación tensa o
violenta entre amigos, le afloraba el humor a los labios (1989, p. 18).
1.4.7. La felicidad
Desde sus primeras obras, Vallejo está preocupado por la felicidad de toda criatu-
ra, y posee una imperiosa urgencia de fraternidad en la que todos seamos felices.
En su poema «La de a mil», el suertero representa para las personas la esperanza
de conseguir la felicidad, y al final del poema Dios y el suertero se confunden en
una misma voluntad, la de buscar la felicidad en un mundo adverso, superficial y
hostil: «Y digo en este viernes tibio que anda / a cuestas bajo el sol: / ¡por qué se
habrá vestido de suertero / la voluntad de Dios!» (p. 131).
88
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
Sus obras de teatro también expresan el deseo de felicidad, y a través del per-
sonaje Sallcupar de La piedra cansada, exclama: «¡Hay una ley también por des-
cubrir para la dicha plena de este mundo! ¿Cuál es esa ley?» (1999, p. 187). Aquí
el vate hace referencia a los intentos del hombre por alcanzar la felicidad, pero
«¿dónde encontrarla? ¿Cómo dar con ella?» (p. 98). Para Vallejo, precisamente esa
es una tarea del ser humano: construir su felicidad en lo cotidiano de acuerdo con
cada circunstancia, pues no existe una fórmula única para ser felices.
Por otro lado, la guerra civil española representó uno de los momentos más
dramáticos de un pueblo en el que se definía la felicidad humana; por eso Vallejo
invoca a los voluntarios republicanos a luchar por sus ideales, pues sus acciones
no solo servirán para lograr la felicidad de la humanidad, sino también harán
posible una verdadera reconciliación humana:
¡Voluntarios,
por la vida, por los buenos,
matad a la muerte, matad a los malos!
¡Hacedlo por la libertad de todos,
del explotado y del explotador,
por la paz indolora —la sospecho
cuando duermo al pie de mi frente
y más cuando circulo dando voces—
y hacedlo, voy diciendo,
por el analfabeto a quien escribo,
por el genio descalzo y su cordero,
por los camaradas caídos,
sus cenizas abrazadas al cadáver de un camino! («Himno a los voluntarios de la Re-
pública»; p. 454).
89
Ya va a venir el día, ponte el alma
Bueno es […] recordar a los hombres su ley de haber nacido únicamente para ser
dichosos. Cuanto los hombres hacen o sueñan va a su dicha. Nada se pierde en sí
mismo, porque todo sirve o debe servir a la dicha de los hombres […] Ni el arte por
el arte […] ni el progreso por el progreso, ni la política por la política. Maldición
sobre los yanquis de Wall Street, si ellos no buscan ser dichosos, sino sólo ser ricos.
Maldición sobre los filósofos de Heidelberg, si ellos no buscan ser dichosos, sino
sólo pensar. Maldición sobre los sacerdotes de todas las religiones, si ellos no buscan
ser dichosos, sino sólo creer. Porque ni la misma fe vale nada, cuando ella no hace al
hombre dichoso. Existe una servidumbre natural de todo lo que el hombre crea, por
la dicha del hombre […] Pero la felicidad sólo es posible por la libertad absoluta («La
dicha en la libertad»; 2002a, pp. 45-46).
Se puede sostener por tanto que Vallejo seguía la teleología aristotélica, pues creía
que el fin del hombre es la felicidad. Incluso Vallejo —siguiendo al pensador de
Estagira (1989)— cree que el Estado debe promover la felicidad de su pueblo.
Es decir, el fin primero y último del Estado es el de dotar las condiciones de vida
óptimas y mínimas para que las personas vivan felices. Vallejo sostiene que la
naturaleza y la sociedad deben servir para el logro de la felicidad humana. Desde
su visión del mundo cree que el ser humano es el único referente de las cosas, y es
donde las sociedades, el Estado y los procesos políticos se miden en función del
dolor o la felicidad que causan a las personas. Aristóteles y Vallejo afirman que la
vida es acción y son las acciones las que nos hacen felices o infelices. Para ello, la
felicidad requiere de una vida virtuosa y se construye a partir de los hábitos y las
costumbres. Así lo escribe el poeta: «Pasa una paralela a / ingrata línea quebrada
de felicidad. / Me extraña cada firmeza, junto a esa agua / que se aleja, que ríe
acero, calla» («XXIX»; p. 197); haciéndonos sentir la profunda complejidad de
la existencia, la dura lucha del hombre por escapar a su propia condición en un
mundo injusto y desdichado.
Vallejo se adentra en los vericuetos y lo más recóndito de la experiencia hu-
mana y descubre que es allí donde puede estar la clave del destino del ser huma-
90
Construcción y deconstrucción del humanismo vallejiano
no —cuyo fin es la felicidad—, y este no es más que un camino por el cual hay
que atreverse a transitar: «En el rincón aquel, donde dormimos juntos / tantas
noches, ahora me he sentado / a caminar» («XV»; p. 180). En Trilce afianza el
sentido humano de lo verdadero: la poesía es lo más humanamente verdadero, o
verdaderamente lo más humano, y ello es para el autor santiaguino una forma de
proclamar la felicidad humana.
Para Monguió (1952), Vallejo se hizo socialista y comunista porque su bon-
dad y su compasión le hicieron adherirse a doctrinas en las que pensó encontrar
la esperanza de una vida justa y feliz aquí en la tierra, para él y para todos los
hombres (p. 68) y es que cuando las personas se unen en el dolor y en la esperanza
se origina «un latido único de corazón» («Absoluta», p. 134). Vallejo cree que se
logrará una sociedad más feliz si las personas integran sus diferentes y complejas
dimensiones (lo humano, lo afectivo, lo político, lo cultural, lo espiritual, lo in-
dustrial y lo tecnológico), a partir de valores éticos y políticos:
Para Vallejo no se trata de ser justos o de ser humanos por el hecho de serlo, sino
que todo ello debe tender a un fin supremo: se trata de realizarse como personas
para ser felices, pues la felicidad individual hará posible la felicidad de todos con
todos. Un hecho anecdótico que grafica cómo Vallejo entendía la felicidad hasta
llegar a la indignación es el que cuenta Georgette (1959) cuando el vate tuvo una
discusión con un español que se decía neutral (en tiempos de la guerra civil de Es-
paña, ser neutral era sinónimo de ser franquista y/o fascista). El poeta decía: «Se
trata de hacer al pueblo feliz e impedir que sea desgraciado». «Pero, señor, —refu-
91
Ya va a venir el día, ponte el alma
taba el español— no somos tantos ricos como para poder impedir que el pueblo
sea desgraciado. Con sus teorías, todos seríamos desgraciados, y ¿no es verdad y
mejor que algunos al menos seamos felices?». Vallejo se levantó de inmediato y
con contundencia le dijo: «Cretino» (p. 46).
El marxismo vallejiano desde sus raíces plantea una exigencia humana de
justicia, liberación y felicidad universal; una actitud profundamente ética ante
la vida que implica, por consiguiente, un compromiso, acción y reacción ante la
coyuntura del ser humano, en la medida que el hombre totalmente liberado (de
afuera hacia dentro y de adentro hacia afuera) no existe como algo dado, sino
como alguien que tiene que construir esa felicidad tan anhelada con los otros y
por los otros. Es entonces un paradigma de la felicidad sostenida por la ética y
por la política.
Como se aprecia en este capítulo, la obra vallejiana traspasa la literatura y la
estética; es más bien un complejo corpus cargado y sustentado por ansias de jus-
ticia, amor, felicidad, solidaridad, libertad y sentido del humor, e hilvanado desde
un hilo conductor: el característico humanismo del poeta santiaguino. Desde lo
más profundo de lo humano y de lo mundano, él expira su aliento vibrante para
la construcción de otro mundo posible. Fueron apenas 46 años que vivió y fueron
suficientes para dejar un legado que aún se sigue desentrañando y escarbando en
sus distintas dimensiones, pues aún hay mucho de Vallejo por ser revelado en sus
distintas facetas, como sujeto histórico, antropológico, ontológico, revoluciona-
rio, místico, existencialista, militante, creyente, ideológico, ético, jurídico, filosó-
fico y estético. Desde allí es que se puede plantear y comprender su humanismo
político.
92
Capítulo II
El humanismo político vallejiano
Este comunismo es […] humanismo […] es la verdadera solución del conflicto entre
el hombre y la naturaleza y del hombre contra el hombre, la verdadera solución de
la pugna entre la existencia y la esencia, entre la objetivación y la afirmación de sí
mismo, entre la libertad y la necesidad, entre el individuo y la especie (1979, p. 409).
19 Vallejo expresa así el modo cómo el marxismo se adentra en su vida y su piel: «Sin embargo, circula en nuestra
entrañas más dolidas y en las más lóbregas desarticulaciones de nuestra conciencia un aliento nuevo, un nuevo
germen vital. Es tímido aún este nuevo hilo del agua saludable de la historia, pero el hecho es que él ha empezado,
en verdad, a manar y va penetrando, poco a poco, el corazón de los hombres. Dominando con su ritmo vivificante
y creador nuestras dudas, nuestra impotencia y nuestro angustioso desconcierto, este inédito principio de vida ha
empezado a concentrar en su naciente trayectoria los ojos de todos los ciegos, los oídos de todos los sordos y la
esperanza de todos los desesperados. Me refiero al marxismo como interpretación científica de la historia y como
doctrina constructiva de la sociedad futura» («Una gran consulta internacional»; 2002a, p. 86).
93
Ya va a venir el día, ponte el alma
Desde esta antropología marxista que Vallejo hizo suya se demuestra la con-
sistencia y densidad estética con la cual comprende, asume la vida y la recrea
estéticamente. Vallejo apostó y creyó en el marxismo como un nuevo germen
vital, e hizo suyo el humanismo marxista sin dejar de criticarlo. El encuentro del
vate con el marxismo —como propuesta política— es parte de un proceso vital
94
El humanismo político vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Los literatos en general, al igual que los juristas, niegan o desconocen el carác-
ter jurídico y político de la obra vallejiana y sus aportes. Sin embargo, a Vallejo se
le puede comprender desde diversos enfoques y posiciones. Lo que no se puede
dejar de hacer es comprender su obra en su totalidad y complejidad; eso supone
asumir que Vallejo era un comprometido con su tiempo y su contexto. Durante
la guerra civil española —y no siendo español de nacimiento, pero sí de sangre—
asumió las preocupaciones, luchas, desafíos y frustraciones del pueblo español.
Se sentía ciudadano del mundo y, por tanto, responsable de él. Ese contexto es el
que lo empuja también a asumir un compromiso político, y en 1932 se inscribe
en el Partido Comunista Español de José Díaz y Dolores Ibárruri, del cual era un
militante activo junto a otros intelectuales europeos y latinoamericanos. Vallejo
no huye a los compromisos, aun con todo lo complicado que pueda ser ello para
él; es por eso que incluso se dedicó a enseñar sobre la teoría marxista-leninista
en grupos y lugares clandestinos. De hecho, tuvo problemas en España, Rusia y
Francia por sus posiciones políticas, no siempre bien comprendidas y más todavía
siendo extranjero. La lucha de Vallejo, a través de su estética y de su activismo
político, no conoció de fronteras emocionales, geográficas, nacionales o políticas.
Fue una lucha por una utopía que va más allá de toda limitación idiomática,
cultural o geográfica.
Vallejo se hizo un artista político y un político artista: «Como hombre, puedo
simpatizar y trabajar por la Revolución, pero como artista no está en manos de
nadie ni en las mías propias el controlar los alcances políticos que pueden ocultar-
se en mis poemas» («Literatura proletaria»; 2002a, p. 97); y como buen marxista
preocupado, Vallejo se interroga sobre la cuestión «más grave de la época»: saber
si el aspecto científico del marxismo sería capaz de satisfacer las necesidades ex-
tracientíficas y naturales del hombre. Dicha preocupación es una constante en él
y por eso asume un marxismo crítico, nunca acabado, nunca definitivo, siempre
cuestionado, siempre reinventado. En toda su obra, de modo implícito y explí-
cito, se compromete estética y políticamente, superando sus propios fatalismos
para encarar de modo crítico los problemas del mundo. Su compromiso políti-
co-ideológico es expresado de modo tácito o explícito a lo largo de toda su obra,
sobre todo en su etapa europea, y se advierte que su concepción política no puede
ser comprendida simplemente como una reflexión del comunismo, sino como un
proceso en el que va forjándose y afirmándose sus posiciones políticas, a partir
de un bagaje variado, matizado y complejo de diferentes enfoques, pensamientos
96
El humanismo político vallejiano
[…] remover, de modo oscuro, subconsciente y casi animal, la anatomía política del
hombre despertando en él la aptitud de engendrar y aflorar a su piel nuevas inquietu-
des y emociones cívicas. El artista no se circunscribe a cultivar nuevas vegetaciones en
el terreno político, ni a modificar geológicamente ese terreno, sino que debe transfor-
marlo química y naturalmente («Los artistas ante la política»; 2002a, p. 517).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Sin duda no es de lo que digan o hagan los intelectuales que nunca ha dependido
el giro de la política, cuyos profundos basamentos sociales la ponen más bien en
manos de los bancos, latifundios y carteles industriales, es decir, en las manos de los
cavernícolas y beocios —enemigos naturales y jurados de la inteligencia— de todos
los tiempos («Las grandes lecciones culturales de la guerra española»; 2002a, p. 86).
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El humanismo político vallejiano
Es más, la clase política y la «mecánica social» que ella engendra hace oídos sordos
al clamor de los intelectuales, los sabios y los artistas, como relata el citado artículo:
Hoy más que nunca, la mecánica social fundada en el triunfo de la técnica industrial
funciona completamente de espaldas al consenso del espíritu, personificado por el
artista, el escritor o el sabio. Alguien ha dicho, a este propósito, que asistimos al
imperio absoluto de la barbarie sobre la cultura (p. 89).
Porque al fin y al cabo, el hombre, cualquier que sea su clase social, es un ser con
instintos de padre y de marido. El socialismo no tiende a suprimir ni a aherrojar
estos instintos, sino a hacerlos racionales, libres y justos (Rusia en 1931. Reflexiones
al pie del Kremlin; 2002c, p. 90).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
100
El humanismo político vallejiano
Este último es el caso del artista pleno. Eso fue Vallejo: el artista y político
pleno y auténtico. Nunca terminado, siempre haciéndose.
El marxismo vallejiano, asumido desde su proceso evolutivo personal, político y
existencial, y traducido en opción política y en su humanismo político, posee dos eta-
pas: la peruana y la europea. En su etapa peruana se identifican los siguientes aspectos:
20 La influencia del pensamiento político de Mariátegui fue tan determinante en Vallejo que esto escribió
sobre él: «José Carlos Mariátegui […] es un apóstol que se ha consagrado con fe austera e idealista al
problema del equilibrio social. Mariátegui no predica solamente para el Perú o América sino para la hu-
manidad. Su obra periodística, las sólidas Voces de El Tiempo representan la solidaridad del pensamiento
peruano con el pensamiento contemporáneo de justicia universal […] Presiento que estoy muy cerca de
Mariátegui y estoy casi seguro que iremos juntos, hasta las últimas consecuencias» («Los escritores jóvenes
del Perú»; 2002a, pp. 34-35).
101
Ya va a venir el día, ponte el alma
Tanto su etapa peruana (tesis) como su etapa europea (antítesis) logran com-
plementarse e integrarse en un proceso único, el cual lo conduce al culmen del
proceso dialéctico (síntesis). En otras palabras, Vallejo llega a formular un hu-
manismo político propio en el que, basado en la dialéctica, genera inquietudes
o «nebulosas políticas en la naturaleza humana», así como desde su teoría del
compromiso político y social sostiene que al verdadero intelectual se le conoce
por sus gestos y por sus ideas. Es decir, el escritor revolucionario es una persona
culta y contribuye individual y colectivamente al desarrollo de la sociedad. Des-
de su peculiar humanismo político, Vallejo logra sustentar su utopía en pos del
proceso de humanización de la historia, en el que el amor vence a la muerte y los
voluntarios de la vida se sacrifican por la justicia universal. Vallejo hace con su
vida y su obra una síntesis plenamente justiciera y humanista. La utopía vallejiana
resulta la síntesis del ser humano llamado César Vallejo.
Por lo expuesto, se considera que tampoco es pertinente encasillar a Vallejo
como leninista, trotskista, revisionista o marxista dogmático. Su humanismo po-
lítico es genuino, pleno y digno a cabalidad, como su vida misma.
Del análisis de la influencia que ejercieron la ideología, la política y las luchas
sociales (sobre todo cuando estuvo en Europa) en la elaboración de su humanis-
mo político, se constata que ello le preocupa porque quiere hacer de su obra un
medio de transformación personal y social, y convertirla en un instrumento polí-
tico, profético y revolucionario para aportar a la plenitud de la dignidad humana,
la transformación del sujeto político y la justicia humana. La obra vallejiana —en
sus diversas etapas y variantes— pone en evidencia los diversos aspectos de su
humanismo político, los que se forjan también a partir de su influencia ideoló-
gica y militancia política en diversos lugares donde él transitó, constituyendo un
itinerario geográfico-político que analizaremos a continuación.
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El humanismo político vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Cuando […] Vallejo sale de su país, no obedece a un rencor personal ni piensa huir
de algún peligro, como se ha afirmado ya sin fundamento. Es por vuelo natural que
Vallejo está impulsado hacia otras fronteras. Vallejo tenía que seguir el rumbo de su
alma que buscaba nuevos horizontes, nuevos mundos para la humanidad también
nueva […] Es en Europa donde encontrará su futura y mayor dimensión (Vallejo,
1959, pp. 184-185).
Ello lo reafirma en una carta a su hermano Víctor del 14 de julio de 1923: «¡Pa-
rís! ¡París! ¡Oh qué grandeza! ¡Qué maravilla! He realizado el anhelo más grande
que todo hombre culto siente al mirar sobre este globo de tierra» (2002b, p. 96).
Sin embargo, en Europa, no mejorará su precaria situación económica. Vallejo
se siente un desplazado social y cultural que no tiene parte alguna en la vida
parisina: «Lo cierto es que, en la sociedad en que vivimos, hay que andar como
lobo entre lobos, o si no, te devoran. Sólo que hay quienes, como yo, no pasan de
pobres hombres» (Carta a Juan Larrea; 2002b, p. 453).
21 Quien le costea los pasajes es Julio Gálvez Orrego, sobrino de Antenor Orrego, él dividió su pasaje en
primera clase para ir en uno de tercera junto a Vallejo. Gálvez se quedó en Madrid, donde trabajó en un
hospital. Era voluntario en el movimiento prorrepublicano y al ser capturado por los franquistas en 1940,
en plena guerra civil, fue fusilado y arrojado a una fosa común. Vallejo tuvo en Gálvez un entrañable
compañero de viaje y de lucha: «Voluntario de España, miliciano / de huesos fidedignos, cuando marcha
a morir tu corazón, / cuando marcha a matar en su agonía / mundial, no sé, verdaderamente / qué hacer,
donde ponerme; corro, escribo, aplaudo, / lloro, atisbo, destrozo, apagan, digo / a mi pecho que acaba, al
bien que venga, / y quiero desgraciarme» («Himno a los voluntarios de la República»; p. 423).
104
El humanismo político vallejiano
Se ha dicho de la capital francesa que es una cosmópolis. Hay que añadir que esta
cosmópolis ha progresado y evolucionado hasta convertirse en ciudad cósmica […]
a París se viene para vivir más amplia y noblemente, es decir, para permanecer. A
París se viene, no ya en exploración económica o mundana, es decir, transitoria y
egoísta, sino en exploración vital y humana, es decir, generosa y acendrada [...] En
esta urbe cósmica ocurren cada día mil cosas raras que marcan, por su rareza, los
matices polares y las inquietudes extremas de la convivencia humana («El crepúsculo
de las águilas»; 2002a, p. 246).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
A los compañeros del Perú: Camaradas después de una apreciación […] de la reali-
dad socio-económica del Perú y América Latina, después del prolongado debate sos-
tenido sobre esenciales puntos doctrinarios… hemos decidido constituir una célula
del Partido Socialista del Perú […] La ideología que adoptamos es la del marxismo
y la del leninismo militantes y revolucionarios, doctrina que aceptamos íntegramen-
te, en todos sus aspectos: filosófico, político, económico y social. Los métodos que
sostenemos y propugnamos son los del socialismo revolucionario ortodoxo. Nuestra
tarea en París tiende a una doble finalidad; la primera, formar militantes capaces,
preparados para interpretar la realidad, mediante un conocimiento integral de la
ciencia marxista-leninista que más tarde se pongan al servicio exclusivo de la clase
obrera. La segunda finalidad es la de mantenernos en constante comunicación con
todos los grupos y centros que se constituyan en el Perú o que se hallen constituidos
[...] La célula queda constituida por los camaradas: Bazán, Armando; Paiva, Juan;
Ravines, Eudocio; Seoane, Jorge; Tello, Demetrio y Vallejo, César («Comunicación
a los compañeros del Perú»; 2002c, pp. 99-100).
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El humanismo político vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Según estos fanáticos, Marx será el último revolucionario de todos los tiempos y,
después de él, ningún hombre futuro podrá crear ya nada. El espíritu revolucionario
acaba con él y su explicación de la historia contiene la verdad última e incontroverti-
ble contra la cual no cabe ni cabrá objeción ni derogación posible, ni hoy ni nunca.
Nada puede ni podrá concebirse ni producirse en la vida que no caiga dentro de la
fórmula marxista. Toda la realidad universal no es más que una perenne y cotidiana
comprobación de la doctrina materialista de la historia. Desde los fenómenos astra-
les hasta las funciones secretoras del sexo del euforbio, todo es un simple reflejo de
la vida económica del hombre. Para decidirse a reír o a llorar ante un transeúnte que
resbala en la calle, sacan su Capital de bolsillo y lo consultan previamente. Cuando
se les pregunta si el cielo está azul o nublado, abren su Marx elemental y, según lo
que allí leen, es la respuesta. Viven y obran a expensas de Marx («Las lecciones del
marxismo»; 2002a, p. 523).
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22 «Paco Yunque» resulta un título reveladoramente comunista y significa la integración del proletariado:
«yunque» es el martillo de la insignia soviética que representa al obrero y al trabajador, el cual se junta con
el campesino que labra la tierra, es decir, la voz del símbolo comunista. El obrero (martillo) y el campesino
(hoz), juntos.
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El humanismo político vallejiano
Ello será el resultado de la educación comunista de padres a hijos y sobre varias ge-
neraciones, para eliminar por sana y natural secreción histórica el viejo protoplasma
político esclavo reemplazándolo con la nueva celulación social. El proceso será largo
porque se trata de un cambio de órgano y no ya solamente de función. Se trata de
convertir el Partido Comunista en un espíritu colectivo comunista, ruso primero y
universal después […] el pueblo ruso no está todavía en un lecho de rosas puesto que
lo que ahora vemos allí no significa sino los tímidos bosquejos de una gran sociedad
en marcha («El espíritu y el hecho comunista»; 2002a, pp. 536-537).
No hay que engañar a la gente diciendo que lo único que hay en la obra de arte es lo
económico. No. Hay que decir claramente que ese contenido de la obra es múltiple
—económico, moral, sentimental, etc.— pero que en estos momentos es menester
insistir sobre todo en lo económico, —porque ahí reside la solución total del proble-
ma de la humanidad («Carnet de 1934»; 2002c, p. 152).
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querer / demostrativo, otro querer amar, de grado o fuerza» («Me viene, hay días,
una gana ubérrima»; p. 394). Por su lado, Melis (citado en Granados, 2004,
p. 25) refiere que en la poesía de Vallejo se percibe un marxismo con énfasis en
el materialismo biológico, concebido como algo anterior —no cronológicamente
sino ontológicamente— al materialismo histórico: «Tú sufres de una glándula
endocrínica, se ve, / o, quizá, / sufres de mí, de mi sagacidad escueta, tácita. / Tú
padeces del diáfano antropoide, allá, cerca, / donde está la tiniebla tenebrosa»
(«El alma que sufrió de ser su cuerpo»; p. 398).
Lo que refieren Ferrari, Ballón Aguirre, Paoli y Melis es que Vallejo es en sí
mismo un proceso personal y social en permanente evolución, y todo ese bagaje
político e ideológico del que se nutre durante su estadía en Rusia está transitado
por su espíritu justiciero. Él es la encarnación misma de la construcción y decons-
trucción de su humanismo justiciero de modo simultáneo y creativo. Él se recrea
a sí mismo partiendo de contextos sociales, culturales, ideológicos, económicos,
políticos y religiosos concretos, que calan en lo más hondo de su paradigma de
justicia «Del salón burgués ha aprendido únicamente el deseo de agradar, la fluidez
del gesto, encontrando en el resto de la sociedad burguesa un motivo de sincera
repugnancia» («Una reunión de escritores soviéticos»; 2002a, p. 860). Vallejo desde
su marxismo reinventó estéticamente la política y lo político, simpatizando con la
condición humana e inyectándole dosis intensas y profundas de su humanismo
esperanzador y crítico a la vez. Por ello se entiende cuando retrata la desdicha de
los empobrecidos en el poema «Traspié entre dos estrellas», en el que encara el su-
frimiento de los indigentes y llega a tal punto en que apenas tienen una existencia
física: «¡Hay gentes tan desgraciadas, que ni siquiera / tienen cuerpo; cuantitativo
el pelo, / baja, en pulgadas, la genial pesadumbre […] parecen salir del aire, sumar
suspiros mentalmente, oír / claros azotes en sus paladares!» (p. 336).
Vallejo denuncia que los pobres son los invisibilizados de la sociedad y existen
en función de su desgracia y su degradación. Es por ello que el poeta los bendice
con sus palabras («Amado sea aquel que tiene chinches, / el que lleva zapato roto
bajo la lluvia […] el pobre pobre! […] el que paga con lo que le falta») sin dejar
de señalar lo absurdo de la vida, pues debido al sistema capitalista el «pobre po-
bre» tiene que pagar «con lo que le falta», sufriendo directamente las consecuen-
cias de la injusticia, en las que solo puede olvidar su hambre pensando en su sed
y viceversa: «Amado sea / el que tiene hambre o sed, pero no tiene / hambre con
qué saciar toda su sed».
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y un mesianismo: los españoles son los apóstoles del mundo que vendrá, y en
el que surgirá al fin la colectividad de los «hombres humanos» triunfantes de la
injusticia.
También en este himno se plantea la confrontación y oposición entre la im-
potencia del individuo y la extraordinaria potencia de la colectividad, entre el su-
jeto y el pueblo: «¡Voluntarios, / por la vida, por los buenos, matad / a la muerte,
matad a los malos! / ¡Hacedlo por la libertad de todos» (p. 428). Vallejo asume
que la sociedad-pueblo es lo que subyace, alimenta y sostiene toda creación ética,
espiritual y humana, dentro de ella está en primer lugar la palabra, y luego la
acción. Acción que orienta y fructifica en el pueblo y desde el pueblo: «Todo acto
o voz genial viene del pueblo / y va hacia él». Este himno se constituye en uno de
los intentos más significativos de Vallejo por incorporar sus ideas políticas en su
creación artística. Su poesía se vuelve militante de la vida plena y de las utopías
posibles, entrañablemente unida al ser humano. Vallejo veía desde una doble
dimensión, con su mirada de poeta y de profeta; por tanto, su mirada estaba por
encima de toda circunstancia temporal, espacial, ideológica y política: «Y pasio-
nes precedidas / de dolores con rejas de esperanzas, / de dolores de pueblos con
esperanzas de hombres!» (p. 424).
El vate hizo suya la defensa de la República española sin esperar directivas de
caudillos ni sujetarse a consignas de partido político alguno, sino que lo hizo por
el fervor que sentía por la lucha del pueblo. En sus poemas aflora el corazón del
pueblo aguerrido que busca su libertad. Con los poemas «III» y «VIII» del poe-
mario España, aparta de mí este cáliz postula un designio de grandeza histórica,
social y colectiva, alcanzando una intensidad política creadora. La autenticidad
de su canto al pueblo español resulta evidente cuando no exalta a ningún líder
de los partidos o movimientos político-ideológicos en los que él participaba, sino
que exalta la lucha del pueblo, de los combatientes y campesinos, poniendo de
relieve nombres gloriosamente sencillos: Pedro Rojas, Teresa, Lina Odena (inte-
grante de las Juventudes Comunistas de Cataluña), el camarada Antonio Coll,
Juana Vásquez y Ramón Collar, elevados a la categoría de justicieros populares.
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El humanismo político vallejiano
nadie, en la mayoría de los casos, conoce los nombres de los héroes, y nadie, lo que
es más, les da importancia. En esta guerra, camarada —añade González— cada
cual hace lo que puede, sin preocuparse de la gloria […] Se ha hablado, sin duda,
del ‘soldado desconocido’, del héroe anónimo de todas las guerras. Es otro tipo de
heroísmo: heroísmo del deber («Los enunciados populares de la guerra española»;
2002a, p. 961).
Mientras que los burgueses son «gentes tan desgraciadas, que ni siquiera tienen
cuerpo», Ramón Collar y Pedro Rojas son héroes de carne y hueso, yunteros, sol-
dados, esposos e hijos que simbolizan el ideal humano en su dimensión social y
familiar. Rojas, con su «dedo grande» (es decir, su alma llena de utopías y luchas),
indica la dirección del socialismo para todo el mundo y resurge para proseguir
—más allá de la muerte— su prédica y acción. Su cadáver personifica a todo
el mundo que muere y resurge en él, es decir, Rojas, encarna la personificación
de la Masa y asume una dimensión universal. Su figura humana personifica el
universo: el dedo es grande, el cuerpo es grande —capaz de contener el alma del
mundo—, el cadáver estaba «lleno de mundo». «Solía escribir con su dedo grande
en el aire: / «¡Viban los compañeros! Pedro Rojas», / de Miranda de Ebro, padre
y hombre, / marido y hombre, ferroviario y hombre, / padre y más hombre»
(«Himno a los voluntarios de la República»; p. 423).
«España, aparta de mí este cáliz» es su gran poema político y su más intenso
tributo a la causa republicana española. Este poema resulta el testimonio de la
Masa que se echó a andar en pos de la utopía vallejiana. Con este poema su
obra y su propio proceso evolutivo personal alcanzan la unidad, la plenitud y
pluralidad, ya que desentraña las complejidades y las posibilidades de la con-
dición humana y revela una sensibilidad y una utopía aun por culminar y en-
carnar. España hace de Vallejo el poeta del desgarro; con él lo político adquiere
significado universal y permanente, con más hondura y consistencia ética, y
cual profeta anuncia la venida de un mundo socialista simbolizado en «Masa»23,
poema místico que representa la victoria del socialismo. El poema gira sobre la
tensión entre la muerte y la vida; la Masa es la vida del combatiente al que no lo
dejan morir, es el voluntario de la vida y es el hombre del pueblo que simboliza
23 Para Fernández Retamar (2008), en el poema «Masa», Vallejo plasma su concepción del hombre y de
la masa en todo su humanismo y trascendencia, fundiendo sus creencias poéticas, políticas y religiosas,
iluminadas dramáticamente por la guerra civil española, que encontró en Vallejo su poeta mayor (p. 173).
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a esa gran Masa colectiva que, con el amor y la solidaridad, buscan construir
una nueva sociedad socialista:
Al fin de la batalla,
y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre
y le dijo: «¡No mueras; te amo tanto!»
Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo
[…]
Entonces, todos los hombres de la tierra
le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado;
incorporose lentamente,
abrazó al primer hombre; echóse a andar… (p. 450).
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El heroísmo del soldado del pueblo […] es un acto reflejo, medular, comparable al
que él mismo ejecutaría, defendiendo, en circunstancias corrientes, su vida indivi-
dual [...] revela de cuánto es capaz un pueblo, lanzado, por exclusiva propulsión de
sus propios medios e inspiraciones cívicas, a la defensa de sus derechos […] defen-
diendo con sangre jamás igualada en pureza y ardor generoso la democracia universal
en peligro («Los enunciados populares de la guerra española»; 2002a, p. 316).
Su identificación con el anhelo republicano del pueblo español era total, no solo
por razones ideológicas, sino sobre todo por razones de justicia; por ello, no se
debía permitir que esa lucha caiga, es cuando entonces poeta resiste y advierte en
el poema que, si cae la República, no hay que darnos por rendidos, sino que «si
la madre España cae […] salid, niños del mundo; id a buscarla!» (p. 316). Vallejo
insta a las nuevas generaciones (los niños) a salir a buscar a esa madre perdida;
invita a la humanidad a seguir trabajando y luchando en la construcción de un
pueblo autodeterminado, humanizado y justo.
Es por ello que la caída de la República española significó para Vallejo la
derrota del ser humano que no ha asumido su libertad histórica. La fuerza inspi-
radora de estos poemas no es una idea, sino una experiencia: la experiencia de la
compasión. En España, aparta de mí este cáliz, al igual que en Poemas humanos,
el dolor que lo embarga podría comprender el sentido filosófico de la actitud
vallejiana, pues es lo existencial más pleno: tal como lo experimentó Kierkegaard
en su desesperación o Sartre en su hastío, con la diferencia de que Vallejo se com-
penetra en el dolor con compasión; es una actitud que logra integrar plenamente
lo poético, lo político, lo ético y lo existencial.
En el humanismo político vallejiano, expresado en su creación poética, se
identifican dos etapas diferenciadas y relacionadas una con otra que coinciden
con su itinerario geográfico: la peruana (Los heraldos negros y Trilce) y la europea
(Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz). Así pues, Vallejo evolucionó
y transitó de una poesía íntima de dolor personal —etapa peruana— a una poe-
sía colectiva y política —etapa europea—. Es el itinerario del creador solitario
al creador solidario, el proceso estético y personal de un creador innovador a
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Adoum afirma que «el pobre hombre americano, indígena y mestizo, halló en
la poesía de Vallejo la voz exacta para su grito angustiado, para su pena y dolor
de siglos, no expresados antes» (citado en Vallejo, 1978, pp. 124-125). Mientras
que Neruda refiere que Vallejo tenía el espectro indoamericano maduro en la
libertad y en la pasión. Tenía algo de socavón lunar, terrenalmente profundo. Va-
llejo rindió tributo a muchas hambres: justicia, humanidad, solidaridad. El poeta
era «interior y grande, como un gran palacio de piedra subterránea, con mucho
silencio mineral, con mucha esencia de tiempo y de especie. Y allá en el fondo el
fuego implacable del espíritu, brasa y ceniza…» (pp. 217-218).
Con Los heraldos negros y Trilce ya bien pudo considerarse a Vallejo como
un poeta de dimensión nacional y paradigmático para la historia de la poesía
peruana. Sin embargo, es con Poemas humanos y España, aparta de mí este
cáliz que su obra adquiere una dimensión universal, cuajada desde la inspira-
ción vital y teórica con el marxismo-leninismo y con su itinerario geográfico y
político (Perú, Francia, Rusia, España). La adhesión de Vallejo al comunismo
amplió y profundizó su grandeza como artista: renovó su lenguaje, su poder
simbólico, su facultad creativa, y sobre todo el cambio de actitud en torno
a la responsabilidad social, política y justiciera; responsabilidad no solo del
artista, sino del sujeto político, del gobernante, del operador del derecho, del
ser humano mismo.
El hacerse marxista fue para Vallejo como sumergirse en un viaje interior
y geográfico, cuyo periplo familiar, emocional, social y político empezó en
Santiago de Chuco, pasando por Trujillo, Lima, París24, Barcelona, Madrid,
Salamanca, Burgos, León, Toledo, Moscú, Budapest, Berlín, Bretaña, Plou-
manac’h, Morlaix, Saint-Malo, Leningrado, Varsovia, Praga, Colonia, Viena,
24 El 2 de diciembre de 1930, la Dirección de Seguridad General del Ministerio del Interior de Francia
emite un decreto expulsando a Vallejo de dicho país por haber asistido al Congreso Internacional Sindi-
calista y porque sus ideas políticas no eran aceptadas ni permitidas por el Gobierno francés, por ello lo
declaran como «indeseable». Retorna a París de modo clandestino el 12 de febrero de 1932, en donde
vive de ilegal durante cinco meses. Luego, el nuevo gobierno de centroizquierda le otorga un permiso de
residencia condicional. Aun en esas condiciones, Vallejo no deja de tomar parte en la situación sociopolí-
tica francesa. Cuenta Georgette que, el 6 de febrero de 1934, el vate participó de la riesgosa manifestación
en contra de la Croix de Feu o Cruz de Fuego (partido de ultraderecha), «arriesgando ser herido de bala
o reexpulsado de Francia, irremediablemente» (1959, p. 86). En París, siendo conocido su activismo
político, eran continuas las inspecciones de la policía al departamento de Vallejo para comprobar que
seguía viviendo allí, otras veces para buscar a algún perseguido político o por no cancelar puntualmente
el alquiler; incluso una vez fue desalojado judicialmente por no haberlo pagado.
124
El humanismo político vallejiano
Trieste, Venecia, Florencia, Roma, Pisa, Génova y Niza. Todos estos viajes le
permitieron poseer una mirada amplia de la vida y un horizonte humanista y
universal para su obra. Para González Montes (2008), los años europeos de Va-
llejo (15 en total) son extraordinariamente intensos, y en ese lapso plasma una
producción literaria que ha alcanzado una calidad y una proyección universal.
Por ello, se debe examinar su obra en relación con el vasto corpus escritural
que fue creando en esos años europeos fecundos y difíciles, el cual abarca una
pluralidad de géneros y de modalidades expresivas: periodismo, poesía, teatro,
ensayo, narración y periodismo (p. 120).
Cada etapa está definida por un conjunto de obras, siendo su creación poé-
tica la que marca la pauta. Su obra transita una etapa radical respecto de la
anterior, sin que esto signifique una ruptura total, pues el hilo conductor —el
humanismo justiciero— resulta transversal. Es decir, no son varios Vallejos,
sino uno solo, haciéndose, recreándose y reafirmándose. De los 46 años que
vivió el vate, casi el setenta por ciento de su vida la vivió en Perú, siendo pro-
tagonista y testigo de los hechos que marcaron la historia del país. Esto se ve
reflejado en su obra multifacética, la que desde el inicio posee una inquietud
por las causas primordiales de la persona: la razón, el destino, la justicia, la so-
lidaridad, la libertad, el bien, el mal, la felicidad, el horror, la ternura, el ser, la
existencia, la utopía; todos ellos constituyen temas vallejianos. En el santiagui-
no, no es la persona quien gira alrededor de la palabra, sino es la palabra la que
gira alrededor de la persona. Es decir, nos habla de una poesía esencialmente
antropocéntrica (Romualdo, 1960).
Vallejo anhela captar el idioma del mundo. Su obra es grito intenso, está
involucrada en las coyunturas y habla desde sus entrañas (del mundo y de él mis-
mo). Ser leal a su obra es su manera de ser leal a la verdad y a la vez un testimonio
de su humanismo justiciero. En Europa, Vallejo termina hablando al ser humano
y del ser humano. Por ello, desde la complejidad, el desconcierto, la profundidad
y la alta capacidad simbólica de su obra plasma un paradigma de justicia y de uto-
pía, que a su vez constituye un aporte para la formación humanista de toda per-
sona. El contexto social, político, geográfico, filosófico, ideológico y cultural que
vivió César Vallejo influyó en su obra, la que a su vez sirve de base antropológica
y filosófica y fuente de inspiración de su peculiar humanismo. En el paradigma
de justicia vallejiano, literatura, política, ética, estética y derecho se integran de
modo sublime y pleno.
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Ya va a venir el día, ponte el alma
En su vida y obra, Vallejo habló de política, hizo política, se hizo político. Para
el vate, el político era el «artista de la libertad», y el arte tenía como fin elevar la
vida acentuando su naturaleza de eterno borrador. Para él la actividad política es
«siempre la resultante de una voluntad consciente, liberada y razonada» (El arte
y la revolución; 2002c, p. 265). Asume la política como una preocupación por el
ser humano y ese fue el centro de su obra. Se afilió a los partidos comunistas de
Francia y España, en los cuales era un militante de las bases dedicado a aplicar,
profundizar y difundir (incluso en la clandestinidad) las ideas de dicho partido.
Según Georgette, Vallejo fue comunista por disciplina y trotskista por convicción
y temperamento: «Vallejo si bien no participaba del trotskismo por disciplina, no
menos creía por entonces en sus convicciones» (1959, p. 53) sin hacer de ello un
catecismo político del cual era enemigo:
Todo catecismo político, aun el mejor entre los mejores, es un disco, un cliché,
una cosa muerta [...] Esta acción política está bien en manos segundonas de artista
copiador o repetidor, pero no en manos de un creador […] Las teorías, en general,
embarazan e incomodan la creación («Los artistas ante la política»; 2002a, p. 90).
Vallejo advertía que la función política del poeta no se confunde con «actitudes
de capitulero». Si el arma predilecta del poeta es la palabra, Vallejo hizo de la
palabra el medio contundente para expresar la condición humana y hacer de ella
su preocupación política y su única verdad social: «El nuevo espíritu del mundo
exige en todas partes un impertérrito impulso vitalista, un profundo sentido san-
guíneo de la vida» («La nueva poesía norteamericana»; 2002a, p. 780). La centra-
lidad de lo humano está vinculada con el amor a la verdad. Si es cierto —como
refería Bello— que la poesía es la maestra de los pueblos, esta ha de servir para
liberar al ser humano de sus angustias y miserias. Vallejo creía en la lealtad que
un intelectual debe a su misión, pero a su vez cree que este debe asumir un rol
político, pues en el caso contrario se trataría de un intelectual de «puerta cerrada».
Vallejo no cree en los intelectuales de puerta cerrada, sino que apuesta por un
intelectual celoso con su palabra —arma para el ardor polémico—, pues esta es
126
El humanismo político vallejiano
No le falta razón a Antonio Cornejo Polar cuando sostiene que «los poemas de
Vallejo se relacionan con el lenguaje político y de los valores políticos que se di-
rigen al sujeto, a la persona» (1994, p. 12). Aunque creemos que no se trató solo
de la obra poética de Vallejo, sino que todo el conjunto de su obra.
Para Vallejo, el político es el artista de la libertad, y eso está plasmado tam-
bién en su artículo «Una gran consulta internacional. Acerca de Krishnamurti».
El gurú Krishnamurti pensaba que el dogmatismo político y religioso habían
llegado a dominar y poner en peligro la libertad del ser humano, y sostenía que
esta situación inaceptable solo podría modificarse a través de una renovación
espiritual, en la cual cada individuo asuma la conciencia de su «yo verdadero».
Este artículo manifiesta también que no se trata solo de saber si el marxismo ha
salvado a la humanidad, sino de saber de qué manera el marxismo contribuye a
hacer más libre al ser humano:
Saber en qué medida y hasta qué punto el marxismo, como tentativa universal de
reconstrucción social, salvará a la humanidad. Aquí radica la génesis de nuestra in-
quietud. ¿Resuelve el marxismo los múltiples problemas del espíritu? Todos los mo-
mentos y posibilidades del devenir histórico, ¿tendrán su solución en el marxismo?
¿Ha enfocado este toda la esencia humana de la vida? […] ¿abastece y satisface las
necesidades extra científicas y sin embargo siempre humanas y, lo que es más impor-
tante, naturales de nuestra conciencia? (2002a, p. 128).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Los oradores ingleses han reducido la factura de sus oraciones a lo esquemático y hay
representantes liberales que, como Mr. Jiwons, han ganado la elección con un solo
discurso, en un país donde toda gran empresa política supone mil anginas por infla-
mación del órgano de la voz. En Estados Unidos el Alcalde de Nueva York acaba de
ser elegido sin haber dicho un solo discurso («El hombre moderno»; 2002a, p. 178).
[…] el liberalismo político, tronco de todos los torcidos horizontes […] ¡Abajo los
liberales! Más pasión selectiva; más intolerancia, mayor fuerza centrífuga. No basta
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El humanismo político vallejiano
decir: mi idea es buena […] El liberalismo verdadero, alto, religioso, vital, no signi-
fica una moral defensiva o de frío eclecticismo, sino un temperamento ofensivo […]
que logra convertir, en la fragua interior, lo contrario y adverso, en elemento de gran
ampliación de sí mismo (2002a, p. 179).
Entonces, ante la pregunta de si existe o no una misión política del artista, Vallejo
cree que sí la hay, y muy clara: su vida y su obra lo confirman. Para Vallejo, el
arma más formidable de un escritor es el verbo. No le toca al artista ser un pro-
pulsor de votos electorales; su misión no es electorera, sino que «debe, ante todo,
suscitar una nueva sensibilidad política en el hombre, una nueva materia prima
política en la naturaleza humana» («Los artistas ante la política»; 2002a,
p. 216). Por eso critica al pintor mexicano Diego Rivera cuando utiliza el arte
como medio de propaganda política y no como lo que debe ser, «el resorte supre-
mo de creación política»; y pone de ejemplo a Dostoievski, que «sin encasillar el
espíritu en ningún credo político concreto» puede «suscitar grandes y cósmicas
urgencias de justicia humana» (p. 214). Todo ello sin que suponga que el artista
o el político deben hacer alarde o creerse héroes, mártires o salvadores de la hu-
manidad: «El artista debe, antes que gritar en las calles, o hacerse encarcelar, crear
dentro de un heroísmo tácito y silencioso, los profundos y grandes acueductos
políticos de la humanidad» (p. 217).
Para Vallejo, el político debe estar ajeno a todo culto a la personalidad o vani-
dad. Debe por el contrario asumir un liderazgo como lo hizo el pueblo ruso con
sus gobernantes:
Políticamente, los grandes hombres (Lenin, Stalin, Trotsky, etc.) no son objeto de
esa idolatría individualista y endiosadora de que gozan los buenazos gobernantes
burgueses de los países capitalistas. Interesado en sondear la opinión pública acerca
de Stalin y Trotsky, he preguntado con frecuencia lo que las gentes piensan sobre
ambos jefes bolcheviques; la conclusión que siempre he sacado es que nadie se ocupa
del caso personal e individual de uno y otro. Stalin y Trotsky no existen ni interesan
a nadie. Lo que existe e interesa a todos es la teoría y la acción de cada uno en fun-
ción del interés revolucionario […] Lenin es una idea, una acción revolucionaria, no
una persona. Se lo recuerda y se lo cita por interés colectivo y en lo que él hizo de
colectivo. Y ni museo leninista, ni casa donde nació, ni anecdotario, ni leyendas […]
Decididamente, en el soviet nos hallamos fuera de todo individualismo absorbente
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Víctor Hugo utiliza la literatura solamente para adoctrinar […] Su literatura es di-
dáctica. De cada verso suyo se puede extraer una moraleja. Concebía una idea o tema
político y lo vestía de literatura […] En todos sus poemas, novelas y dramas está pa-
tente alguna doctrina social, económica o religiosa. Y esto, por desgracia, todo puede
ser menos arte […] Menester es distinguir al poeta del político […] Tagore, Romain
Rolland, Barbusse, son antes que poetas políticos. Su boga acabará al renovarse la
sensibilidad política de la época, como ha sucedido con Hugo. Mas lo que no acaba
nunca son las nubes, los soles, las causas primeras y los últimos fines (2002c, p. 337).
Sin embargo, hay quienes señalan que Vallejo en realidad se contradice, puesto
que él también hizo arte de propaganda política. Que sea el mismo Vallejo quien
dé la clave para entender su obra estética y su opción política:
Si Vallejo se asume político era desde ese «grado supremo», para «interpretar este
verbo» del mundo caótico y muchas veces absurdo, conducido por políticos con
ojos de «rata»: «Delegados de todos los países han discutido […] acerca de la rata,
de su pelo zoológico, de su dentadura moral, de sus ojos políticos, de sus huesos
financieros, de su rabo metafísico» (2002a, p. 616).
Vallejo no fue un artista político solo de nombre; también adquirió un ape-
llido político, y este fue el socialismo:
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¿Por qué no se decide la diplomacia capitalista a llamar las cosas por sus nombres,
declarando abiertamente al mundo que de lo que se trata […] es de intereses y
actividades económicas o, más exactamente, capitalistas y no, como se pretende
hacer creer, del ‘derecho’ de la ‘justicia’ ni de la ‘paz’? («El último discurso de Briand»;
2002a, p. 815).
A decir de Octavio Paz, la crítica es creadora (2014, p. 346), y nadie más creador
—y crítico— que Vallejo. No se podría entender el humanismo vallejiano sin
considerar el elemento mordaz de su humanismo que él imprime en su vida y
en su obra: el sentido crítico, el que se constituye en otro aspecto de su huma-
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Y como para los fueros de la experiencia, base de toda ciencia, es necesario apreciar
en todo trabajo lo que en justos términos, importe de algún modo a los intereses del
esfuerzo común; de ahí la razón de la existencia de los valores del espíritu, de ahí la
necesidad de poner en transparencia la labor humana, con el objeto de precisar en
qué grado y en qué sentido ejerce influjo en la grandiosa obra universal. Y he aquí el
importante papel de la Crítica (1915, p. 5).
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Quién vuela más lejos. Quién da mejores puñetazos. Quién bate el récord de tennis,
en foot ball […] Quien hace más dinero. Quién danza más rápidamente. Récord de
ayuno, de fumador, de filatelista; récord de canto, de risa, de piedad, de matrimonio,
de divorcio, de asesinatos, de revoluciones […] Este es el criterio capitalista de todo
progreso […] Ya nadie hace nada sin mirar al rival. El hombre se mueve por cotejo
con el hombre. Es una justa, ya no de fuerzas que se oponen francamente, que sería
más noble y humano, sino de fuerzas que se comparan y rivalizan, que es necio,
artificioso y antivital («La vida como match», 2002a, p. 246).
El vate critica el hecho de que los franceses pierdan su identidad para copiar la
vida de otros: «Toda la vida espiritual francesa está pendiente de la vida espiritual
norteamericana» (2002a, p. 68). También critica el hecho de que todo tiene su
precio, hasta nuestro propio cuerpo:
Las Compañías de Seguros parece que se multiplican y progresan. Todos toman sus
pólizas. Hasta Miss Blanche Cavvit, experta en perfumes, también ha asegurado su
nariz (no hallo otra forma de decirlo) en cien mil dólares. Se afirma que es el primer
seguro de este género, realizado desde que las compañías de seguros existen. Por otro
lado, se asegura que el brazo del equilibrista Kubelick, el cerebro del académico Paul
Bourger y la mueca de los Fratellini, están también asegurados en grandes dineros.
Los tiempos que corren son tiempos de saberse asegurar. ¿La muerte? ¿La pérdida de
un órgano? ¡Qué importa! Con tal que seamos resarcidos a su hora. ¡Dinero! ¡Dinero!
(«El verano en París»; 2002a, p. 89).
Sin la publicidad, Nueva York no sería hoy el primer centro bursátil del mundo. Sin
la publicidad las mujeres de la Quinta Avenida no serían hoy las mujeres más bonitas
de la tierra. El réclame ha llegado a disponer de fuerzas de creación tan grandes que
ya no se limita solamente a atraer la atención pública hacia la buena mercadería, sino
que va más allá de tan modesto rol sicológico sobre las masas. El réclame suscita, por
decirlo así, la alta calidad de los productos. Nada en los Estados Unidos es bueno
sino a base de publicidad. Una máquina de arar no es buena sino después de que
135
Ya va a venir el día, ponte el alma
se ha dicho públicamente que ella es excelente. Más todavía. Parece que los propios
fenómenos y productos silvestres de la naturaleza no adquieren belleza ni utilidad
sino después que el afiche y el radio han proclamado ruidosamente tales calidades
(«El Congreso Internacional de la Rata»; 2002a, p. 59).
Los hombres de nuestra época, todos, absolutamente todos, son dadaístas. Todos,
a su modo, están locos y atacados de epilepsia. Esta es la palabra: ¡epilepsia! […]
Únicamente se quiere la acción, el movimiento atorbellinado, la vida cinemática
[…] con su caos, su confusión arrolladora y su falta aparente de lógica, de razón y
de sentido común. Únicamente se quiere la vida en lo que ella tiene de elemental y
simple, de escueto y animal, sin preocupaciones espirituales, morales ni cerebrales.
Es la crisis de toda metafísica, de toda filosofía y aun de toda ciencia (2002a, p. 176).
Sin duda el mensaje vallejiano posee una vigencia contundente, pues el dadaís-
mo —como actitud— sigue rondando los estilos de vida de la persona contem-
poránea. Esta crítica severa a sociedades como las actuales coincide con su obra
Colacho hermanos, en la que mezcla farsa y sarcasmo para criticar los estilos de
vida que deshumanizan cada vez más la condición humana:
La presencia física del progreso apenas se deja sentir […] ¿Se trata, pues, entonces de
un fenómeno extraordinario, según el cual todos los tornillos y fuerzas del progre-
so aparecen como espiritualizados y transformados en un ritmo vital superior, más
humano y menos físico? […] Cuando decimos «no se dejan sentir», queremos decir
que tales instrumentos de progreso no nos angustian, ni nos dan trompicones, ni
136
El humanismo político vallejiano
nos dominan […] en una palabra, no nos hacen desgraciados […] sino que, antes
bien, ellos contribuyen a libertarnos y a incrementar nuestra vida. Los elementos del
progreso han sido allá, por decirlo así, domesticados y más aún, humanizados, en el
sentido radical del verbo […] y la vida moderna […] ha logrado una dirección de
gran sentido histórico porque los valores permanentes de humanidad priman sobre
el humo de la locomotora, el plazo bancario («Wilson y la vida ideal en la ciudad»;
2002a, p. 264).
Aquí Vallejo testimonia el hecho de que es posible una relación más humanizada
del individuo con las cosas y que el progreso adquiera rostro humano; asimismo,
que este progreso debería estar al servicio de las necesidades humanas, no solo
para liberarnos del trabajo rutinario y del fanatismo del progreso por el progreso,
sino también proporcionar tiempo para que la persona esté consigo misma y con
los suyos; es decir, para tener calidad de vida:
El pobre en estos casos queda relegado al margen del festín. Mientras haya pobres,
habrá siempre viajeros a pie, pese a todos los progresos en materia de locomoción.
El progreso industrial es exclusivamente un fenómeno económico. Los servicios que
de él emanen dependen de la capacidad económica de cada cual para adquirirlos. El
progreso será bueno cuando sus beneficios estén al alcance de todos («El salón del
automóvil de París»; 2002a, p. 98).
Aun con lo fascinante que pudo ser París, el vate no compartió el optimismo
general que sintieron algunos intelectuales por el progreso material de esa época,
quienes dejaron de lado la humanidad de aquellos «hombres humanos» que él
quería forjar: «Estos europeos han escamoteado a tal punto la vida que no se la
encuentra en ninguna parte» (2002b, p. 356). Vallejo sentía que en el fondo los
europeos vivían un profundo malestar social, económico y espiritual: «nuestra
época es eminentemente interrogativa. Todo es problemático; todo es una incóg-
nita. Vivimos entre problemas angustiosos, innumerables, acaso insolubles mu-
chos de ellos» («Crónica de París»; 2002a, p. 106). Vallejo expresa escepticismo y
algo aún más profundo, la pérdida del sentido de la vida: la crisis y lo crítico de lo
humano y su incapacidad conceptual y racional de comprenderse y comprender
la realidad en toda su complejidad.
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Ya va a venir el día, ponte el alma
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El humanismo político vallejiano
A medida que vivo y que me enseña la vida […] voy aclarándome muchas ideas y
muchos sentimientos de las cosas y de los hombres […] Me parece que hay la ne-
cesidad de una gran cólera y de un terrible impulso destructor de todo lo que existe
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Ya va a venir el día, ponte el alma
en esos lugares. Hay que destruir y [...] Sobre todo: hay que destruirse a sí mismo
y, después, lo demás. Sin el sacrificio previo de uno mismo, no hay salud posible
(2002b, p. 328).
El pensamiento es la facultad que más se presta a los resortes de fraude y mala fe, de
truco y tinterillaje. Tentados estamos de decir que la inteligencia es por naturaleza
maliciosa […] La vida supone honradez, limpieza, salud. El fraude, el zurdo expe-
diente dialéctico, se oponen a la vida […] Es muy difícil ejercer la inteligencia con
honestidad y en sus formas fundamentales y simples de humanidad […] El obrero
manual, en cambio, ejerce el pensamiento de un modo más justo, honesto y vital
(2002a, p. 57).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
muerte no queda cerca ni lejos de la vida. Estamos siempre ante el río de Herá-
clito […] No hay nada que temer. No hay nada que esperar. Siempre se está más
o menos vivo. Siempre se está más o menos muerto» (Contra el secreto profesional;
2002a, p. 132). Vallejo, como hombre, supo asumir su vida como plenamente
humana y también su muerte como un fenómeno intrínsecamente humano.
El tiempo vallejiano es un tiempo de vivir para morir. Vallejo sigue a veces la
idea de los aztecas cuando creen que vivimos un sueño del cual despertamos al
morir. Como también sostiene Valverde (1952, p. 59), el tiempo en Vallejo es un
tiempo mortuorio; o en palabras del mismo Vallejo, «en algunos casos, la vida y la
muerte no pasan de meros giros de sintaxis» (2002a, p. 139). La crítica feroz a la
muerte y a Dios, así como a las leyes, las costumbres, los modelos económicos, los
dogmas, la politiquería, las ideologías, el progreso, los estilos de vida y la razón,
hacen de Vallejo un místico revolucionario, como a continuación se analizará.
De acuerdo con Pániker (2011, p. 217), poseer mística es encontrar algo que te
importe más que tú, en ese sentido, Vallejo se entrega a la causa revolucionaria y
hace de esta lucha una mística que desbordaba su propia vida: le importaba más
que su propia vida. Asume la revolución como compromiso necesario y urgente
que implica pensamiento, palabra y acción de modo simultáneo y decidido. La
revolución vallejiana se trata de una afirmación por la vida humana digna y un
compromiso que se sustenta en la centralidad de la persona, y por tanto está con-
trapuesta a la violencia. Con la revolución había que resolver (a corto y mediano
plazo) los problemas sociales, políticos y económicos del mundo. Espinoza (23
de febrero de 2010) señala que Vallejo se hizo revolucionario producto de un
proceso de formación ideológica y política que se desarrolló a través del tiempo
y del contacto directo con una realidad que palpó, percibiendo los fenómenos y
haciendo un esfuerzo de interpretación no solo de la realidad que vivía sino plan-
teando un porvenir mejor para todos y todas. Por ello se entiende cuando Vallejo
valora y reconoce la labor del escritor revolucionario:
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El humanismo político vallejiano
bres, las batallas políticas, los dolores y alegrías colectivas, los trabajos y el alma de
las masas. Su vida es un laboratorio austero donde estudia científicamente su rol
social y los medios de cumplirlo. El escritor revolucionario tiene conciencia de que
él, más que ningún otro individuo, pertenece a la colectividad y no puede confinarse
a ninguna torre de marfil ni al egoísmo (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin;
2002c, p. 218).
25 Llama la atención el hecho de que Lenin se haya casado con Nadezhda Konstantinovna Krúpskaya, una
desterrada política con quien tuvo un matrimonio de amistad y comunión de fe marxista más que de
amor y pasión, una historia de amor revolucionario similar a la de Vallejo con Georgette: «Lenin sintió,
desde el primer momento, que solamente las masas podían servir de punto de apoyo para todo movimien-
to revolucionario» («La vida de Lenin»; 2002a, p. 218).
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El humanismo político vallejiano
Vallejo recuerda que hay que entender y atender en la persona siempre sus nece-
sidades básicas, revelando nuevamente la influencia de Feuerbach.
Además, el poeta señala: «El intelectual revolucionario debe serlo, simultá-
neamente, como creador de doctrina y como practicante de esta» (p. 371). A
decir de Vich, «Vallejo siempre supo bien que la igualdad social era la deuda
eterna del tiempo roto de la historia» (2014, p. 30). Con Vallejo se habla de un
artista revolucionario cuando este crea un arte socialista que se coloca más allá
de las particularidades personales, geográficas, ideológicas e históricas y apuesta
por los intereses que tocan a toda la humanidad. El artista revolucionario pleno
es revolucionario en el arte y en la política, tal como lo fue Vallejo: «Esta revo-
lución, como todas las revoluciones, no depende de la voluntad exclusiva de los
Gobiernos, sino principalmente de las condiciones sociales objetivas, favorables
o contrarias a la revolución» (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c,
p. 255). Vallejo decía esto porque constataba que Occidente estaba sumido en
una crisis ética tanto de los gobernantes como del pueblo, y ello había originado
la renuncia de las personas a la solidaridad, libertad, justicia, fraternidad y, sobre
todo, la persona había renunciado a hacerse humana. El vate asume que ha lle-
gado el ocaso de este modus vivendi y por ello hace de su obra una mística para
recuperar con urgencia al hombre y a la humanidad, lo cual se hace desde abajo:
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Ya va a venir el día, ponte el alma
[…] el rol de los escritores no está en suscitar crisis morales e intelectuales más o me-
nos graves o generales, es decir, en hacer la revolución por arriba, sino, al contrario,
en hacerla por abajo [...] no hay más que una sola revolución: la proletaria y que esta
revolución la harán los obreros con la acción y no los intelectuales con sus crisis de
conciencia («Autopsia del superrealismo»; 2002a, p. 235).
Las ideas de Darwin, de Marx y de Freud, sobre psicología, son una de las bases
más hondas de la doctrina revolucionaria del comunismo […] Los filósofos —dice
Marx— no han hecho hasta ahora sino interpretar el mundo de diversas maneras.
De lo que se trata es de transformarlo. Lo mismo puede decirse de los intelectuales
y artistas. La función finalista del pensamiento […] debía servir para transformarlas
(2002a, p. 219).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Los gringos y los Marino son unos ladrones y unos criminales […] viven y se en-
riquecen a costa de la vida y la sangre de los indios […] Lo mismo […] sucede en
todas las minas y en todos los países del mundo: en el Perú, en la China, en la India,
en África, en Rusia […] En todas partes […] hay unos que son patrones y otros que
son peones, unos que son ricos y otros que son pobres (2005, p. 93).
La mística vallejiana se expresa también en la idea que tiene sobre la labor revo-
lucionaria del artista:
El artista no intenta imitar a los políticos o a los científicos sociales que se expresan
mediante el discurso didáctico y lógico. Más bien, el artista […] se dirige al mundo
de los valores. No es necesario hablar de revolución para ser revolucionario. Un po-
lítico, un artista o cualquier hombre común que vive los valores básicos de la nueva
sociedad de justicia y fraternidad, aun cuando esa sociedad todavía no existe, ya está
socavando los valores del orden establecido («El espíritu polémico»; 2002a, p. 216).
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El humanismo político vallejiano
cesario, hacia la substitución de ese orden por otro nuevo. Revolucionariamente, los
conceptos de destrucción y construcción son inseparables (1973, p. 29).
Esta obra deja en evidencia que Vallejo conoció bien la teoría estética materialista
en sus variadas y contradictorias tesis, desde los postulados antropológicos de
Marx y Engels hasta los políticos e ideológicamente definidos de Lenin, Jdánov,
Lunacharsky, Gorki, Plejánov y Trotsky. Además, precisa el método que debe usar
el arte revolucionario:
Debe ser la más directa, simple y descarnada posible. Un realismo implacable. Elabora-
ción mínima. La emoción ha de buscarse por el camino más corto y a quemarropa. Arte
de primer plano. Fobia a la media tinta y al matiz. Todo crudo, ángulos y no curvas, pero
pesado, bárbaro, brutal, como en las trincheras (El arte y la revolución; 2002c, p. 129).
Crea una obra que, por su materia y el juego esencial de sus resortes humanos, lleva
en su seno semillas y fermentos intrínsecamente revolucionarios […] una obra in-
trínsecamente revolucionaria es, una cosa bella y trascendente, lo es aún más crearla
en medio del fragor de una batalla, extrayéndola de los pliegues más hondos y ca-
lientes de la vida («Las grandes lecciones culturales de la guerra española»; 2002a,
p. 214).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Vallejo era diáfano en sus ideas políticas, la suya era una fe cierta y contundente.
El trabajo artístico debe resaltar el espíritu creador que alienta a los pueblos, ilu-
minar las ideas y contribuir a la humanidad, a la justicia y a la libertad. Pues el ar-
tista —y por qué no, el político— debe demostrar una «alegría sana, exuberancia
fecunda, fuerza generosa, instinto colectivo de la vida, praxis creadora» (Rusia en
1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 145). Con su obra, Vallejo extiende
su horizonte y hace más profunda la comprensión del Perú y del mundo que él vi-
vió y proyectó. Aquí se tiene otra lección más para la clase política, los operadores
del derecho y los intelectuales de hoy. Por otro lado, Vallejo advierte también el
alcance temporal de la revolución: «Una revolución es bella, no porque realiza tal
o cual ideal humano, sino porque es un fenómeno de transición por excelencia,
que dura breve tiempo, y no un fenómeno permanente» («Un millón de palabras
pacifistas»; 2002a, p. 502).
Al intelectual revolucionario auténtico se le conoce por su obra y por su ges-
to; no se correa a la vida con sobresaltos, viaja y palpa directamente la realidad.
Vallejo no cree en el escritor de gabinete, el libresco, bohemio y soñador. Por eso
en él los temas de filosofía política, economía y sociales fueron desplazando a los
temas literarios, artísticos o científicos; resultado de ello es que elabora una con-
cepción ética, estética, filosófica y política de la condición humana, de la vida y
150
El humanismo político vallejiano
Ahí está su poesía revolucionaria […] Para Vallejo la supervivencia del miliciano, del
proletario, del soldado, del voluntario muerto por la causa del pueblo es la supervi-
vencia en la vida de las masas populares que la mantienen, la mantendrán, la desa-
rrollarán. Es la supervivencia de un ideal de vida en la vida real, en los seres vivientes
que participan colectivamente del ideal común (p. 54).
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El humanismo político vallejiano
el sentido común hecho inquietud. Existen respuestas sin preguntas, que son el
espíritu del arte y la conciencia dialéctica de las cosas» (1990, p. 216).
Vallejo se hace un místico revolucionario porque desde ese «espíritu del arte»
hizo una «conciencia dialéctica de las cosas», esto debido a que su obra tiene
como fundamento e inspiración una sensibilidad revolucionaria: «Vallejo […]
construye consciente y deliberadamente, una obra revolucionaria marxista, una
sentencia de justicia militante uniéndose a la lucha proletaria mundial […] Si-
guió Vallejo como han de seguir los defensores y los revolucionarios» (Vallejo,
1959, p. 82). La de Vallejo es una revolución ética constante y renovada, manifes-
tada en la exigencia de justicia y en una auténtica comunidad humana. Por ello,
el mensaje vallejiano es estético, ético, revolucionario y político, construido desde
un proceso personal con el que revolucionaba todo dentro de sí mismo: sus mie-
dos, sus carencias, sus limitaciones, sus esperanzas, sus luchas, sus creencias, sus
utopías. Y todo ello integrado en un paradigma: el humanismo ardido de justicia.
En este capítulo se planteó que la trayectoria geográfica realizada por el vate
santiaguino fue a la vez su viaje hacia el descubrimiento y realización de su vo-
cación política e ideológica. Su paso por Santiago de Chuco, Huamachuco, Tru-
jillo, Quiruvilca, Pasco, Lima y finalmente Europa fue moldeando su carácter,
temperamento y actitud política; en compañía de Georgette, su cómplice fiel, ya
que fue con y por ella que conoce y revela su ser político en toda su dimensión.
El poeta vivió su época comprometido con las causas de los pueblos, los margi-
nados, los excluidos, los ninguneados; él no quiso que le contaran la revolución
sino que fue a constatarla directamente en Rusia y España; él quiso manifestarse
y militar sus ideas y utopías, escribiéndolas, compartiéndolas y enseñándolas. Se
hizo un sujeto político pleno, total y coherente, evitando la demagogia, el sec-
tarismo y el dogmatismo. Un sujeto político, libre, crítico, mordaz, discrepante,
combativo; en permanente evolución y auténtico a la vez; heterodoxo y dialo-
gante: eso fue Vallejo. Su actitud y su proceso social, político, estético y justiciero
hizo que desarrollara lo que denominamos un humanismo jurídico vallejiano, que
a continuación expondremos.
153
Capítulo III
El humanismo jurídico vallejiano
La obra vallejiana adquiere una dimensión jurídica, axiológica y ética que resulta
determinante en su proceso creativo y que hoy cobra relevancia, no solo para los
creadores y operadores del derecho y los órganos jurisdiccionales, sino también
para quien asume funciones públicas y ejerce una ciudadanía comprometida,
como intelectuales, artistas, juristas, gremios, religiosos y políticos. En ese sen-
tido, aún hace falta divulgar el mensaje de su obra y el aporte estético justiciero,
pues recuperando a Vallejo se recupera lo humano y la humanidad.
Siendo así, a continuación se abordan los aspectos jurídicos que subyacen en
la obra vallejiana, la cual desde una propuesta humanista se constituye en un eje
formativo para los estudios jurídicos de Vallejo, los que indudablemente tienen
como fuente principal su experiencia en la cárcel y en la administración de jus-
ticia.
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Eran las 4 de la tarde del 1 de agosto de 1920 cuando el personal del subpre-
fecto Meza, en estado de ebriedad, se sublevó con motivo del atraso en el pago
de sus sueldos, ocasionando diversas consecuencias: incendios, robos, enfrenta-
mientos del pueblo con la policía, así como la muerte de Antonio Ciudad y tres
policías, además de varios ciudadanos heridos. Vallejo, junto a otros, fue acusado
de estos hechos de los cuales no formó parte. Todos los implicados en la denuncia
—incluyendo a Vallejo— huyeron a diversos lados al enterarse que el proceso se
había politizado.
En un primer momento solo detuvieron a Pedro Lozada, quien inventó ante
el juez que el bando de Jiménez se había puesto de acuerdo para vengarse de Santa
María y por ello incendiaron su casa. Esa falsa declaración fue el motivo en el que
el juez ampara su decisión de ordenar la captura de los denunciados, siendo el
fiscal de la causa Francisco Quiroz Vega. El 6 de noviembre de 1920, cuando se
hallaba refugiado en la casa de campo de Antenor Orrego en Mansiche, Vallejo
fue detenido y conducido a la cárcel de Trujillo, a pesar de tener el dictamen
favorable del fiscal Castañeda y los buenos argumentos de su abogado, Carlos
Godoy26. El 24 de febrero de 1921, el tribunal de Trujillo ordenó:
[...] respecto al acusado César A. Vallejo vuelvan los de la materia al señor Fiscal para
que amplíe la acusación respecto a dicho acusado por existir en contra las declara-
ciones [...] que lo sindican como participante en el asalto a las oficinas telegráficas y
telefónicas (p. 264).
26 Esto le escribe Vallejo a su abogado: «Naturalmente, lo primero que hago es enviarle a usted un fuerte
abrazo de agradecimiento, por la desinteresada y valiente defensa que, durante todo el proceso, puso usted
al servicio de la justicia de esta causa. Mi agradecimiento es mayor, cuanto que son raras las veces en que
el talento de un abogado fraterniza […] con la vida y los derechos del artista» (2002b, p. 171).
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El humanismo jurídico vallejiano
[…] el ser humano que padece el vivir, siempre es inocente, y como tal, es víctima
de la irracionalidad que lo reprime. Por ello, el signo de la privación y del despojo
que define a la cárcel, en la medida en que ella recorta la libertad, es expansible al
universo entero. Y en este, la persona, al igual que en la celda, debe defender su
derecho a la vida plena y a su propia intimidad, amenazadas a cada instante por el
autoritarismo de las normas y la corrosiva complicidad del tiempo (citado en Sobre-
villa, 1994, p. 111).
27 Esta sección está constituida por seis prosas poéticas en las que se muestra su experiencia en la cárcel.
Vallejo escribe desde y sobre la cárcel, así como de las dificultades que experimenta cuando está privado
de su libertad.
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El humanismo jurídico vallejiano
Este poema hace referencia a la hora en que ya no se puede hacer ruido en la cár-
cel: el poeta señala que no lo dejan «testar» o dejar «las islas que van quedando»,
refiriéndose al silencio que contienen esas cuatro paredes. La incomunicación y
la dureza de las paredes de la prisión son su realidad existencial, ante lo cual su
ser no decae ni tiene un instante de reposo, sino que a pesar de ello se aferra a la
libertad que subyace en su mundo interno y en su conciencia. Vallejo cuestiona
la libertad que se pierde permanentemente cuando se renuncia a la autenticidad.
Ante la soledad asfixiante de la celda, el poeta pide humanidad, porque siente a
cada instante que el tiempo golpea duramente sus sentidos en una monotonía
persistente del «martillo líquido». El hombre encarcelado no ve su rostro sino sus
intestinos, vísceras, pulmones, heces, orina, sangre, y ello lo hace sentir ante «la
línea mortal del equilibrio». Es el hombre al natural y reducido a lo más primitivo
que tiene: su fisiología. Desde esa condición primitiva y original es que el poeta
sigue apostando por lo humano, a pesar de todo.
La relación del preso con su carcelero es poetizada en el poema «L»; aquí se-
ñala las reglas y el orden representado en el carcelero, a quien describe «Con los
fundillos lelos melancólicos, / amuchachado de trascendental desaliño, / parado,
es adorable el pobre viejo». El poeta tiene lástima del oficio de un hombre que
ha envejecido y lo ve como lo que realmente es: un hermano. Luego prosigue:
«Chancea con los presos, hasta el tope / los puños en las ingles. Y hasta mojarrilla
/ les roe algún mendrugo; pero siempre / cumpliendo su deber». El poeta percibe
que el carcelero, pese a su horrible trabajo, es un ser humano que ríe, canta, bro-
mea, y que pese a todo la cárcel es también un lugar donde se puede soñar con
un mundo diferente: «Por entre los barrotes pone el punto / fiscal inadvertido,
izándose en la falangita / del meñique, / a la pista de lo que hablo, / lo que como,
/ lo que sueño» (p. 222). El carcelero conoce bien al preso porque convive con él:
sabe lo que come y sueña, conoce sus secretos. En otro poema, Vallejo también
emplea la ironía como un recurso poético capaz de expresar situaciones humanas,
en las que se puede perder todo menos el sentido del humor y de lo humano:
«En la celda, en lo sólido, también […] en la celda, en lo líquido» («LVIII»;
p. 231). Se trata de un delirio verbal originado por su delirio de haber perdido lo
más preciado: la libertad.
Según Wáshington Delgado y Carlos Milla Batres, persistir, condensarse, en-
durecerse y autosugestionarse son las claves del yo existencial de Trilce, obra que
inventa para contrarrestar las implacables presiones existenciales que lo oprimen
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A veces me falta paciencia y se me oscurece todo; muy pocas veces estoy bien. Llevo
ya cerca de cuatro meses en la prisión; y me han de flaquear ya mis más duras for-
talezas […] En mi celda leo de cuando en cuando; muy de breve en breve cavilo y
me muerdo los codos de rabia, no precisamente por aquello del horror, sino por la
privación material, completamente material de mi libertad animal. Es cosa fea esta
(2002b, p. 56).
Te aseguro que soy completamente inocente, bajo mi palabra de hombre veraz, que
siempre he sido. Me avergonzaría de no tener el coraje necesario para asumir mis
responsabilidades, si las tuviera, sobre todo, me avergonzaría quebrar la lealtad y
entereza de nuestra amistad fraternal. ¿Con quién mejor que contigo, me confesaría
culpable de mis extravíos o de mis yerros, si fueran ciertos, seguro como estoy de tu
amplia y generosa comprensión humana [...] (2002b, p. 328).
Nada se queda impune entre los hombres. Todo tiene fin y compensación tarde o
temprano. Todo tiene fin y sanción, hoy o mañana […] voy aclarándome muchas
ideas y muchos sentimientos de las cosas y de los hombres […] Puesto que no hay
hombres dirigentes con quien contar, necesario es, por lo menos, unirse en un apre-
tado haz de gentes heridas e indignadas y reventar, haciendo trizas todo lo que nos
rodea y está a nuestro alcance (2002b, p. 329).
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28 Meses después de haber sido puesto en libertad condicional, el fiscal presentó sus conclusiones, retirando
a Vallejo de la denuncia. El 21 de octubre el tribunal dictó fallo: «Está probada la presencia, pero no la
participación en los mismos delitos, de los enjuiciados […] No está probado que el enjuiciado en libertad
César Vallejo haya tomado participación en el delito de incendio ni en los de asonada y daños, como ya
se ha indicado». El tribunal absuelve a Vallejo; sin embargo, Santa María presentó recurso de nulidad, por
lo que el proceso judicial se mantuvo y fue para Vallejo como una espada de Damocles. Luego, el 16 de
enero de 1923 la Corte Suprema anuló la sentencia y mandó nueva audiencia. Antes de partir a París, le
escribe a Carlos Godoy, su abogado: «Me permito rogarle […] tenga la bondad de dar un vistazo por el
expediente sobre el juicio de agosto, el que según me notician, ha vuelto al tapete negro del tribunal de
Trujillo. Hágalo doctor, por mi ausencia y por la tranquilidad de los míos, por cuya suerte me voy inquie-
tando acerbamente. Yo se lo agradeceré con toda mi alma» (2002b, p. 123). La experiencia de volver a
la cárcel lo atormenta y lo persigue, y se apoya en su abogado clamando de él justicia, esa justicia que no
recibió de la administración formal.
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El humanismo jurídico vallejiano
Por eso Vallejo podrá repetir como Dostoievski «salté todas las barreras, atravesé
todos los límites»; o también lo dicho por Baudelaire, que para vivir satisfecho y
feliz en este mundo «hay que haber caído demasiado bajo»; o como Nietzsche,
«lo que no me mata, me hace fuerte». La experiencia carcelaria contribuyó a forjar
su personalidad y su expresión original. Su voz quedó al descubierto y desgarra-
da para siempre, por lo que ya no cabía en su expresión una estética florida ni
adornada. De la cárcel toma como insumos para su obra el dolor, la soledad, la
injusticia, la muerte; pero también la esperanza y las ansias de libertad que no lo
dejarán ni en el mismo instante de su muerte. La experiencia de la cárcel forjó a
Vallejo en muchos hombres a la vez, unidos por una misma utopía: la solidaridad
y la justicia humana entre todos y todas.
La cárcel marcó un hito en su vida y le otorgó profundidad, «Intensidad y
altura» a su obra, forjando así al más original exponente de la poesía nacional:
César Vallejo. Recién el 7 de enero de 1928 se declaró prescrita la acción penal
contra el poeta. Para Orrego, «la rehabilitación de Vallejo se produjo, plenaria,
íntegra, absoluta» (1989, p. 127); mientras que, para Espejo,
Vallejo demostró en los momentos más difíciles de su vida una dignidad y una alti-
vez que denotaba la esclarecida grandeza de su espíritu. Es así como el episodio de la
cárcel supo salvarlo con una noble serenidad y situarlo como una etapa en el acaecer
de su vida (1965, p. 8).
La experiencia de la cárcel fue una prueba para César Vallejo de la cual salió
re-evolucionado. Sin embargo, la experiencia carcelaria plasmada en su obra ge-
nera la misma cuestión de siempre: ¿cómo hacer y aplicar una administración de
justicia con rostro humano y que genere la humanización de la persona? La vida
y obra de Vallejo da luces para responder ello.
Ya en Europa, el retorno de Vallejo al Perú era incierto. Sobre ello existen dos
versiones: i) él sabía que el juicio continuaría y en el fondo estuvo profundamente
decepcionado y dolido, considerándolo «el momento más grave de mi vida»;
ii) según Georgette, Vallejo tiene en algún momento la intención de volver al
Perú, «pero él pone como condición a su retorno, la de poder trabajar libremen-
te». La respuesta del Gobierno peruano fue que Vallejo regrese al Perú, pero sin
realizar labores políticas. Georgette asegura que si el poeta hubiese vuelto, lo
hubieran encarcelado por sus ideas políticas:
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No hubieran faltado los pretextos para volver a enjaular a Vallejo. ¿Acaso se hubiera
callado ante la Revolución de Cuba? ¿Hubiera callado ante la encarcelación de Hugo
Blanco, y la persecución de quienes luchen por la misma causa? ¿Hubiera callado
Vallejo ante el asesinato de Javier Heraud, Lobatón, Luis de la Puente Uceda, Gue-
vara? Por no citar más nombres que, cierto día, no lo dudemos, se han de venerar, si
sobrevive esta humanidad (1959, p. 185).
Si el lenguaje y la palabra son la tierra nutricia para los filósofos, también la fueron
para Vallejo; y qué duda cabe que lo son también para los operadores de justicia y los
políticos, puesto que si el derecho se fundamenta y se sustenta desde la palabra —que
requiere ser interpretada—, el derecho es palabra; palabra que busca construir vida,
pero no cualquier vida sino una digna. Así lo escribe Vallejo: «La poesía es tono, ora-
ción verbal de la vida. Es una obra construida de palabras» (1973, p. 413). El humano
vive en la palabra y de la palabra. La de Vallejo es una palabra filosófica, profética,
ética, política y jurídica. Es, en definitiva, una palabra plenamente humana.
Con Vallejo se constata que el lenguaje no está en la persona sino la persona
está en el lenguaje. Precisamente el lenguaje es uno de los pilares del humanismo
jurídico, el cual considera que el derecho —hecho de palabras y de lenguaje— se
estudia, se interpreta y se aplica para ponerlo al servicio de la justicia, del respeto
de la dignidad humana y para establecer un Estado constitucional de derecho. Es
decir, un Estado donde no sea la ley la base de la sociedad, sino que la sociedad
sea la base de la ley.
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nueva a base de sensibilidad nueva es, al contrario, simple y humana» (p. 214)
[énfasis nuestro]. Para Vallejo una obra de arte lograda tiene una condición: ser
noble, es decir, humana.
Resulta claro entonces que el humanismo vallejiano queda explícito a lo largo
de su vida y obra, ello como un modo de reafirmar sus convicciones políticas, y
en este caso, para formular su humanismo jurídico cargado de ética y de estética.
Por otro lado, en El tungsteno retrata los derechos humanos desde el contexto
de los diversos estratos sociales: indios, mestizos e inversionistas (nacionales y
extranjeros). Esta obra describe la existencia de una comunidad (los soras) que
«parecían vivir la vida como un juego expansivo y generoso», y para quienes el
trabajo no es sino un medio de satisfacer sus necesidades básicas: «La conciencia
económica de los soras era muy simple: mientras pudiesen trabajar y tuviesen
cómo y dónde trabajar, para obtener lo justo y necesario para vivir, el resto no les
importaba» (2005, p. 215). No tienen ningún sentido de la propiedad privada y
cada uno se apropia de las cosas según sus requerimientos. Es en ese escenario que
luego una compañía minera se instala en sus territorios e introduce los vicios de
la sociedad industrial, consumista, egoísta, codiciosa y hedonista. Todo ello con-
trasta con la inocencia y la decencia de los comuneros, quienes son despojados de
sus territorios y sus bienes, lo que los lleva a volverse forzosamente trabajadores
de la empresa minera. Castagnino refiere sobre El tungsteno:
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Nada más lejos, por otro lado, de la miseria arquitectónica de las casas para obreros
que el capitalismo construye —cuatro muros y un techo—, como si se tratase de
encerrar en ellas, no ya a seres humanos, sino a boyadas de trabajo o ganado de ca-
mal. Las casas proletarias del soviet son amplias, confortables, higiénicas […] Cada
casa es una pequeña ciudad, con jardines, bibliotecas, salas de baño, clubes y hasta
teatro. Nada de colorines murales. Nada de banal ni de superfluo. Nada de barroco
ni de churrigueresco (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 265).
Por otro lado, se tiene en cuenta que la Constitución Política en su artículo pri-
mero —de trasfondo humanista— establece que el fin supremo del Estado y de
la sociedad es la defensa de la persona humana y el respeto de su dignidad, norma
que sirve como marco orientador para la dación de otras leyes, y como fuente
de sustento en la toma de decisiones estatales, así como para la formulación de
políticas públicas. Contrastando esta norma con el cuento «Paco Yunque», se ob-
serva que en esta historia se transgrede no solo el derecho a la dignidad humana,
sino también a la vida, la educación, la identidad, la integridad moral, psíquica y
física, el libre desarrollo y el bienestar. Se vulnera además el principio de igualdad
ante la ley y a no ser discriminado. Es un cuento que representa la explotación
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El humanismo jurídico vallejiano
entre unos y otros. El hecho de que Paco tenga un solo apellido sugiere la condi-
ción de hijo no reconocido totalmente, de una familia disfuncional.
La inquietud jurídica vallejiana es sensible, perspicaz, observadora y crítica
cuando de vulneración de derechos se trata. La dignidad humana como la com-
prende Vallejo es ajena también a la lógica de asumir la vida como competencia:
Lo contrario a esa lógica competitiva (como otra expresión del sistema capitalista)
es asumido por Vallejo en su perspectiva de la dignidad humana, la misma que
comprende al hombre y a la mujer como compañeros de camino:
En otra ocasión, Vallejo reconoce el rol de la mujer —sobre todo en los países
socialistas—, y por ello su planteamiento de la dignidad humana resulta cuestio-
nador ante una concepción y una práctica machista que subsiste en la actualidad:
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respuestas y los informes que los hombres han dado a mis preguntas [...] En los
más adelantados países capitalistas, la mujer juega siempre papel secundario. En los
Estados Unidos, su acción se detiene donde empiezan arduos problemas de moral o
biología [...] En Francia, ni siquiera ha llegado la mujer a la política. En otros países,
ni siquiera al alto comercio ni a la gran banca. Rusia no les pone ahora barrera en
ningún terreno […] Los problemas y cuestiones de la vida cotidiana, social e indivi-
dual, son accesibles por igual a hombres y mujeres. En el trabajo, la política, la mo-
ral, el derecho, el arte, ambos sexos intervienen desde un pie de igualdad absoluta.
Al efecto, la educación y la cultura soviéticas se hallan orientadas y organizadas de
manera tal que, hombres y mujeres —desde la infancia y el colegio— son iniciados,
por igual, en el conocimiento universal del mundo y de la vida, sin reservas ni hipo-
cresías para ninguno de los sexos («Algunos tipos sociales de mujer»; 2002c, p. 301).
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Delante de la puerta de entrada hay un haraposo que pasa y repasa mirando ávi-
damente el interior […] y su palidez es la de un hambriento o de un enfermo […]
el haraposo penetra de un salto y recoge, como un animal famélico, las migajas y
desperdicios de la mesa: algunos huesos se echa al bolsillo y vuelve a salir, lanzando
miradas de loco y devorando a grandes bocados lo que encontró en la mesa […]
Hay en la cara de este pobre una avidez agresiva, furiosa, demoniaca. A veces tengo
la impresión de que va a saltar sobre nosotros y nos va a arrancar de un zarpazo un
trozo de nuestras propias carnes. Se ve que tiene cólera. Se ve que nos odia con to-
das sus entrañas de hambriento. Inspira miedo, respeto y una misericordia infinita
(2002c, p. 127).
Con esta imagen, Vallejo traía al recuerdo y a la indignación los más de cuaren-
ta millones de «haraposos» que por aquellos años —e incluso hoy— el sistema
económico capitalista echaba de sus fábricas y campos. Es la imagen de la des-
humanización de las miles de personas que piden limosna en cualquier lugar
o momento, o de aquellas que recogen de los basurales algo de comida que les
permita sobrevivir.
Cabe precisar que, si bien Vallejo hizo arte de propaganda política a través de
su obra narrativa y periodística, nunca lo hizo de modo explícito en su obra poé-
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tica. Por ejemplo, en España, aparta de mí este cáliz, en ningún momento mencio-
na al dictador Franco, sino que simboliza a España como aquel pueblo que quiere
buscar su propio destino en libertad, igualdad y dignidad, a través de una lucha
que adquiere un valor universal pues busca hacer a la persona más humana, más
digna. El encargado de esa lucha es el voluntario de la vida, que se enfrenta a los
opositores de la vida: los fascistas, los dictadores, los totalitaristas. En ese sentido,
la misión del voluntario es la de defender la dignidad y los derechos del pueblo,
buscando subvertir el orden establecido por el sistema capitalista y sus epígonos
politiqueros; estos últimos están poéticamente expresados como «la Muerte», a
quien se debe matar con su sangre y sus huesos, y corear un «¡viva la vida!», pues
la «muerte morirá». Estos voluntarios y voluntarias serán «muertos inmortales»,
como Pedro Rojas, quien vivirá «en representación de todo el mundo», capaz de
levantarse de su catafalco «después de muerto» para seguir proclamando «¡viban
los compañeros!» (el error ortográfico de la «b» en «Viban» representa al hombre
que, producto del sistema capitalista excluyente, no tuvo la ocasión de educarse;
y a la vez significa el énfasis y la fuerza que quiere poner el poeta a la lucha de los
camaradas muertos como Pedro Rojas).
Asimismo, el poema «Gleba», dedicado a los campesinos, representa a una
humanidad que venció la angustia existencial asumiendo su dignidad. Vallejo
se libra del miedo de no poseer verdaderamente su propio cuerpo y no morar
en él: «Tienen su cabeza, su tronco, sus extremidades, / tienen su pantalón, sus
dedos metacarpos y un palito; / para comer vistiéronse de altura / y se lavan
la cara acariciándose con sólidas palomas» (pp. 329-330). La dignidad humana
busca también ser recuperada estéticamente a través de sus poemas «La mula»,
denunciando la explotación del campesino («Carretero de bronce! […] tú, que
llevas también en tus pulmones / las huellas de cien cruces arrastradas»; p. 65);
«El palco estrecho» («Mi aplauso es un festín de rosas negras: / cederte mi lugar!
/ Y en el fragor de mi renuncia, / un hilo de infinito sangrará»; p. 94); «El pan
nuestro» (sobre la situación de los hambrientos); «Armada juvenil», describiendo
los azares y adversidades del migrante («¡Ciudades, costas sierras, cruzando vas; y
a veces / decepcionada lloras y callas y envejeces; / y escupen tus antiguas mendi-
gas tu dolor»; p. 67); «Nostalgias imperiales» (denunciando la explotación de los
campesinos), «Oscura» (a favor de los trabajadores) y «Estival»:
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El anciano pobre del poema contrasta con el paisaje colorido y festivo. Vallejo usa
el contraste para evidenciar una situación de indiferencia y diferencias sociales. La
figura del mendigo, alargando «la débil mano», se hace casi invisible; el anciano
«suplicaba el ayuno amargamente». En una sociedad discriminadora, el pobre es
expulsado y tiene que huir porque las circunstancias lo obligan a ello, y porque
según el sistema capitalista el pobre «afea y ensucia» el entorno. Ante eso, Vallejo
muestra su compromiso solidario hacia los más desprotegidos de la sociedad. Se-
gún Rodríguez, la obra vallejiana se entrega a las causas nobles. El altruismo se da
en favor de los demás, predica la justicia, la igualdad, la dignidad de las personas.
Su obra cumple una función dignificadora del ser humano (2003, p. 70).
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Con dicho código surgen nuevos tiempos no solo para España, sino también para
América, y esto es apreciado jurídicamente por Vallejo, pues genera una corriente
emancipadora y resulta un referente fundamental para las bases constitucionales
de 1822 en el Perú. El poeta creía que no puede haber transformación constitu-
cional sin la preparación intelectual de la conciencia patriótica y nacional, y sin
el compromiso para construir un Gobierno y un Estado justos y libres. Para él
no se trataba solo de tener una constitución, sino de conocerla, quererla y vivirla.
Vallejo afirma que el fundamento del patriotismo constitucional requiere una
perspectiva de dignidad humana y, siguiendo a Aristóteles, señala que la finalidad
del Gobierno es buscar la felicidad de los gobernados.
Su admiración por la Constitución de Cádiz le genera a su vez preocupación
por el destino de nuestros pueblos: «La Constitución de 1812 había declarado mu-
chas libertades para la sociedad y el individuo pero quedaban aun latentes en el
espíritu social otras tantas convicciones y anhelos de derechos y libertades» (1915,
p. 67). En su tesis, Vallejo evidencia una posición cuestionadora del constituciona-
lismo dogmático de aquel entonces, y propone un constitucionalismo más humano
basado en el equilibrio del logos y la pasión, el cual estuviera al servicio de su pueblo
a fin de «formar una literatura brillante, digna de nuestra amada patria».
Para el santiaguino, la causa de la República española significaba el esfuerzo
colectivo e intercomunal de todos los pueblos de la tierra y suponía el primer
paso en la conquista de un mundo nuevo, un mundo en el que la realidad plas-
me una nueva antropología, una nueva ética y un nuevo constitucionalismo:
«América ve, pues, en el pueblo español cumplir su destino extraordinario en la
historia de la Humanidad» («La responsabilidad del escritor»; 2002a, p. 265).
Esto muestra que su visión está atenta a la escena mundial de entonces y también
a las bases históricas de la humanidad. Vallejo percibe la trascendencia de la causa
de la República española no para hacer la revolución proletaria, sino para defen-
180
El humanismo jurídico vallejiano
der la vida constitucional; y esta debe ser urgentemente preservada por todos los
medios, movilizando a socialistas tanto como a anarquistas y progresistas, ya que
el Estado Constitucional no tiene bandera política. Al ser un sistema de gobier-
no más humanista, se trata de defender la sobrevivencia no solo de un tipo de
gobierno sino del pueblo mismo. En consecuencia, la obra vallejiana posee una
intensidad y una trascendencia jurídica que va más allá de la coyuntura política
e ideológica, adquiriendo un valor perdurable para todas las épocas y naciones, y
que sin duda es fuente del constitucionalismo que el vate había abrazado.
Respecto a la idea y práctica de la democracia, Vallejo fue muy crítico respec-
to al modo en que esta se desarrollaba, esto se refleja en su pieza teatral Colacho
hermanos, que a modo de sátira presenta a la democracia peruana como una farsa
burguesa, manejada bajo presiones diplomáticas y de empresas transnacionales.
Por otro lado, en su libro Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin describe a
Nueva York como símbolo del capitalismo y «selva de acero en que se desarrolla
el drama regresivo y casi zoológico de millones de indefensos trabajadores, devo-
rados por unos cuantos patrones» (2002c, p. 265); y define al Estado capitalista
como «la dictadura de unos cuantos explotadores sobre la masa de productores»
(p. 245).
Ricoeur sostiene que la democracia no es posible si no se sostiene desde la jus-
ticia como un valor no solo discursivo, sino también legal y político. Vallejo, por
su lado, apostó por el desarrollo de los pueblos desde las bases democráticas y la
participación ciudadana real para una democracia real. En el conjunto de su obra
demuestra ser un demócrata radical, pues asume una identificación y compromiso
con los vulnerados, y cuando este compromiso le lleve al desaliento y al dolor, bus-
ca en la poesía un buen refugio para salvarse: «Cuando las sienes tocan su lúgubre
tambor, / cuando me duele el sueño grabado en un puñal, / ¡hay ganas de quedarse
plantado en este verso!» («Los anillos fatigados»; p. 146). A través de su obra propo-
ne soluciones y sienta las bases estéticas y éticas de una justicia humana y humani-
zadora. El autor es un activista y militante de las luchas sociales, sindicales, políticas
y democráticas, y sabe bien que los problemas sociales se deben abordar desde sus
causas y sus estructuras, lo que es un deber irrenunciable del Estado:
Una vez más hay que convencerse de que los problemas sociales deben ser afrontados
en sus bases económicas profundas, y no en sus apariencias. La cuestión del tráfico
no es del resorte policial ni municipal; ella es más bien esencialmente económica, y
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Vallejo apuesta por un gobierno democrático y socialista pues este considera los
«intereses colectivos». Además, está preocupado porque el acceso al confort ma-
terial sea socializado para todos:
Hemos iniciado aquí los trabajos encaminados al desarrollo de una enérgica campaña
por las libertades en el Perú. Por de pronto hemos constituido un Comité especial, que
va a dirigir de modo permanente esta campaña […] Al propio tiempo publicamos en
el boletín Paz y Democracia una denuncia contra la dictadura de Benavides, una breve
exposición de las grandes corrientes de opinión democrática peruana, y, en fin, un
llamamiento. Preparamos, asimismo, una serie de conferencias sobre el caso peruano
[…] Ojalá, en suma, que esta campaña contribuya en algo a poner fin a esta situación,
o, por lo menos, a un parcial restablecimiento de las garantías (2002b, p. 267).
La voz de Vallejo no tenía fronteras, desde donde estaba hacía sentir su vena de-
mocrática y constitucional. Estando en Barcelona, continúa su activismo político
y sigue denunciando el peligro de la dictadura en el Perú:
Vosotros sabéis que el Perú, al igual que otros pueblos de América, vive bajo el do-
minio de una dictadura implacable: esta dictadura se ha exacerbado […] los pueblos
que han sufrido una represión, una dictadura […] un largo dolor, una larga opresión
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La masa actúa directa y cotidianamente en todas las cuestiones de Estado. Las ve,
las toca, las analiza, las controla, en la fábrica, en el campo, en las oficinas, en los
laboratorios, en las universidades, en los sindicatos, en el Partido, en la calle y hasta
en el interior de los grandes hogares socialistas. El control obrero es un hecho, no ya
circunscrito a la vida del taller, ni a la economía industrial o agraria, sino ahondado
y extendido hacia la totalidad de los asuntos y problemas sociales. Es más todavía: el
control obrero ha cesado de ser un instrumento de vigilancia y defensa de los intere-
ses de los trabajadores, como en los países capitalistas, para convertirse en Rusia en
la osamenta de todo el sistema de la democracia proletaria […] ¿Existe en el mundo,
acaso, otro Estado semejante, de mayor o igual contenido democrático? ¿Y un fun-
cionamiento tal de los órganos del Estado? (2002c, pp. 215-216).
Los pueblos hispanoamericanos no ignoran que los actos recientes del fascismo, ten-
dentes a destruir las ideas de libertad, de paz y de progreso en la sociedad contempo-
ránea, han tenido, por rebote, la virtud de despertar en todos los países un poderoso
sentimiento de afirmación democrática y de polarizar las fuerzas al servicio de la
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[…] que, a los ojos de Hispanoamérica, como a los de los demás países para los que
el ideal democrático es la razón central de su existencia, todos los otros problemas
que hasta ahora ocupaban plano preferente en su proceso evolutivo, pasen a segundo
término surgido por el solo y universal problema del momento cual es el de librar al
mundo entero de la barbarie (p. 126).
[…] un fenómeno nuevo en la historia de las relaciones entre los estados libres, surge,
de esta manera, en los actuales momentos: la internalización de la causa democrática
[…] no se trata ya de una simple agresión a una determinada ideología política, a un
tipo de sociedad, a una forma de Estado, sino de ataques a fondo contra el cuerpo y
el espíritu mismo de los pueblos, contra sus bases históricas, sus maneras de pensar y
de vivir, en fin, contra sus instintos vitales más profundos y sagrados (p. 124).
Vallejo, como buen analista de la coyuntura política, sabía que los actores políti-
cos muchas veces miden sus fuerzas no para beneficio del pueblo, sino para el de
ellos mismos. El poeta describe así una situación no muy lejana a las circunstan-
cias del juego democrático de hoy:
Algunos aluden a que la causa inmediata de que Herriot y sus amigos hayan perdido
el poder, radica en los desacuerdos y rivalidades profundas que han existido siempre
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El humanismo jurídico vallejiano
entre ellos […] Y cuando nadie lo esperaba, ni siquiera Briand ni Caillaux, amigos
políticos de Herriot y sus representantes tácitos en el gobierno zas! se vino abajo ese
gabinete. Pero, ¡cómo ha hecho usted semejante cosa! Le dijo Briand a Herriot, una
vez que salían de la Cámara, después de caído el Ministerio («Tres ministerios en una
semana»; 2002a, p. 236).
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de ciudadanía y cada raza vive espiritualmente separada y lejos de las demás. No las
solidariza una actitud profundamente humana de ciudadanía. En París, por el con-
trario, hay una atmósfera común y orgánica de convivencia ciudadana. Existe un es-
píritu parisiense, que junta, refunde y da un carácter común a todos los extranjeros,
mancomunizándolos en un mismo trance humano de ciudadanía, aunque sin des-
pojarlos de sus trazas sicológicas originarias. En París no se vive, pues, una existencia
cosmopolita que es mezcla física y agregado meramente material de los hombres,
sino una vida cósmica, que es compenetración profunda y plena de individuos en un
ambiente orgánico de ciudadanía universal («El disco de Newton»; 2002a, p. 655).
pero es menester que sepáis que los acervos de cultura de cien siglos deben desapa-
recer, para dar lugar al nacimiento de una nueva cultura, más justa y más humana.
Sabed que la sociedad es hasta ahora una malvada máquina de explotación, que
una necia y menguada minoría pone en movimiento contra las grandes y no-
bles mayorías, que son los pobres y los trabajadores («El apostolado como oficio»;
2002a, p. 463).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Las desviaciones y dolores engendrados por la guerra han preparado el terreno para
esta inquietud. Los grandes males de la historia aturden y sumen al hombre en la
estupefacción y en el caos. La humanidad pierde, ante estos cataclismos, la cabeza.
La guerra de 1914, quiebra y bancarrota de un momento social de la historia —el
régimen burgués—, nos ha sumergido y nos mantiene aún inmersos en el estupor y
el desconcierto […] La accidentada agonía del capitalismo —con sus grandes reac-
ciones (fascismo italiano, imperialismo yanqui) y sus dolorosas pesadillas (las con-
tradicciones de la estabilización)—, de un lado, y, de otro, la no menos accidentada
epifanía comunista —con sus vórtices extremistas (política agraria) y sus traspiés (la
NEP)— son evidentes manifestaciones de nuestra etapa désaxée («Una gran consulta
internacional»; 2002a, p. 165)
Una estadía de pocos años en las fronteras múltiples de las naciones del mundo,
haría mucho bien a los hombres de Estado. Quizás así, los comunistas serían menos
comunistas y los fascistas menos fascistas. Y los hombres, más hombres. Dice que
cuando se viaja por el extranjero, se vuelve uno más patriota. Me parece que no es
esto verdad. Cuando se viaja por el extranjero se vuelve uno menos patriota. A quien
no crea, le aconsejo que cruce LEALMENTE todas las fronteras. Pero lealmente
(«Menos comunista y menos fascista»; 2002a, p. 246).
Asimismo, en los poemas «Los desgraciados» y «El pan nuestro» el vate trata
sobre la miseria económica y el sufrimiento físico de las víctimas de la sociedad
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El humanismo jurídico vallejiano
Vallejo, como los proletarios, asume que «el trabajo es y ha sido siempre disciplina
orgánica» (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 126). Él elaboró
su planteamiento sobre los trabajadores y el derecho al trabajo en el conjunto de
su obra, analizando y cuestionando causas, consecuencias y contextos laborales,
todo desde su peculiar humanismo. Así pues, define el trabajo como un rasgo
29 Una versión preliminar de esta sección fue publicada en Ideele. Revista del Instituto de Defensa Legal, 2015,
(248), con el título «Trabajadores y derecho al trabajo en la obra de César Vallejo».
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[…] el gran recreador del mundo, el esfuerzo de los esfuerzos, el acto de los actos.
No es la masa lo más importante, sino el movimiento de la masa, el acto de la masa,
como no es la materia la matriz de la vida, sino el movimiento de la materia (desde
Heráclito a Marx) (p. 263).
El trabajo fue individual en la era presocial de los hombres, pero él empezó luego a
ser social el día en que nació la colectividad humana. Es más: es el día en que por
primera vez se unieron dos hombres para trabajar, que nació la colectividad humana.
Es más: es el día en que por primera vez se unieron dos hombres para trabajar, que
nació el primer germen de la sociedad. El trabajo es el padre de la sociedad humana.
El trabajo es en el hombre un fenómeno esencialmente colectivo, un acto de multi-
tud. Todos deben trabajar (2002a; p. 235).
Reafirma además que «en la sociedad humana, el trabajo […] es ley y destino pro-
pios e ineluctables del individuo», y que el trabajador junto con sus compañeros
de labores constituye «la gran fraternidad del trabajo». Pero es una fraternidad
amenazada por la vulneración de los derechos laborales, preocupación constante
en Vallejo:
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El humanismo jurídico vallejiano
Los reportajes de Vallejo escritos en los años treinta resultan de una vigencia
reveladora:
[…] los conflictos entre el capital y el trabajo […] han destruido […] el alza de los
salarios. Y no solo lo ha detenido, sino que ha hecho bajar hasta un 40% esos salarios
[...] El cierre de fábricas y la falta de trabajo han venido luego a agravar la situación
económica de las masas, a tal extremo que el obrero carece, él y su familia, del pan
de cada día (Vallejo, 1965, p. 221).
Ahondando en las dimensiones del derecho laboral, Vallejo critica que el trabajo
termine siendo un modo más para alienar y deshumanizar al obrero:
Los técnicos hablan y viven como técnicos y rara vez como hombres. Es muy difícil ser
técnico y hombre, al mismo tiempo […] ya sabemos hasta qué punto los técnicos se
enredan en los hilos de los bastidores, cayendo por el lado flaco del sistema, del prejui-
cio doctrinario o del interés profesional, consciente o subconscientemente y fracturán-
dose así la sensibilidad plena del hombre (Contra el secreto profesional; 2002a, p. 217).
193
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Hay una sola cosa que ustedes los intelectuales, puedan hacer para los pobres peones,
si quieren ayudarnos de verdad: hagan lo que les decimos, escuchen nuestras pala-
bras, obedezcan nuestras instrucciones y nuestros intereses. Esto es todo. Esta es la
única manera cómo podamos hablar juntos (p. 213).
Ante ello, surgen las siguientes cuestiones: ¿será este el pedido que hagan los tra-
bajadores de hoy a los intelectuales, políticos y empresarios? ¿Será que hace falta
194
El humanismo jurídico vallejiano
escuchar y comprender mejor las demandas de los trabajadores y los jóvenes? Para
Vallejo, el diálogo horizontal y verdadero entre todos resulta fundamental para una
convivencia y una paz social: «Entonces será entre nosotros como entre hermanos.
Hoy, sin embargo, ustedes tienen que decidirse. ¡Decídanse!». El vate se decidió
y se colocó del lado de los explotados y lo hizo no por razones ideológicas, sino
por solidaridad, característica de su humanismo jurídico. Dicho humanismo es
una apuesta por la liberación y humanización del individuo, y por eso lucha para
despojar a la sociedad de las estructuras económicas, jurídicas y políticas que per-
miten el abuso contra los trabajadores, todo a través de un sistema laboral indigno
e inequitativo, para que ellos no vuelvan a cantar: «Ahora sí que te conocí, que eres
dueño del Tobal, con el sudor de los pobres que le quitaste su pan, con el sudor de
los pobres, que le quitaste su pan» (p. 216). De igual forma, en su obra Lock out
describe la plataforma de lucha de unos huelguistas que exigen unas condiciones
laborales más dignas. Para Vallejo, el humanismo socialista expresa el auténtico
compromiso por lo humano, eleva su protesta contra las condiciones inhumanas,
y ve en el trabajador al constructor de una sociedad renovada basada en la justicia.
El autor santiaguino advierte que el trabajador es el único capaz de asumir
plenamente lo trágico que resulta para la persona el hecho de ser despedida o de
presenciar el incumplimiento de sus derechos laborales: «¡Este es, trabajadores,
aquel / que en la labor sudaba para afuera, / que suda hoy para adentro su secre-
ción de sangre rehusada!» («Parado en una piedra»; p. 334). Este poema represen-
ta el desempleo masivo: se trata de una persona que antes sudaba en el trabajo,
pero ahora es un desempleado y esto le produce una angustia que le hace sudar
«para adentro». Vallejo plantea que el trabajo es connatural a la persona, siendo
una de las fuerzas creadoras de la misma, «las fuerzas humanas del trabajo» (Rusia
en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 265); y cuando esa función le
es negada, las otras partes de la gran máquina del universo también se detienen:
«También parado el hierro frente al horno, / paradas las semillas con sus sumisas
síntesis al aire […] y hasta la tierra misma, parada de estupor ante este paro»
(«Parado en una piedra»; p. 334).
Vallejo defendió el derecho al trabajo porque observaba que el contexto era
preocupante: vulneración de derechos, desempleo masivo, explotación laboral.
Lo sucedido en Nueva York en la crisis de 1929 ocasionó que en Estados Unidos
diecisiete millones de trabajadores quedaran desempleados, hechos como estos el
vate los hizo poesía: «parado individual entre treinta millones de parados, / an-
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dante en multitud […] parados los petróleos conexos, / parada en sus auténticos
apóstrofes la luz» (p. 334). Este es un poema inspirado en la desocupación masiva
que afligió a Occidente como consecuencia de la Gran Depresión:
El humanismo jurídico vallejiano, desde «sus venas abiertas», no hace más que ex-
presarse a través de una estética cuajada por solidaridades históricas acumuladas.
El vate santiaguino postulaba un derecho laboral humanista, según el cual el
trabajo es «productor del hombre» en el sentido de que la persona se realiza gra-
cias a este acto a la vez teórico y práctico: «Considerando / que el hombre procede
suavemente del trabajo / y repercute jefe, suena subordinado» («Considerando
en frío, imparcialmente»; p. 324). «Repercute jefe» significa que la persona, por
el trabajo práctico y teórico, se convierte en madre e hija de la vida; mientras
que «suena subordinado» expresa que el nuevo Prometeo está aprisionado como
consecuencia de la desintegración social en la que se impone la explotación del
hombre por el hombre (o en términos hobbesianos, «el hombre es lobo del hom-
bre»). Hoy los regímenes laborales y el estilo de vida consumista deshumanizan
al trabajador, despojándolo de su cualidad de persona y haciendo que no perciba
al trabajo como instrumento de humanización, sino de subordinación. La iden-
tificación de Vallejo con el trabajador explotado, como tantos de la actualidad, es
plena; incluso él mismo se pone de ejemplo de trabajador mal pagado: «Pero he
venido de Trujillo a Lima. / Pero gano un sueldo de cinco soles» («XIV»; p. 179),
o cuando escribe que si no trabaja no vive: «Todos los días amanezco a ciegas, / a
trabajar para vivir» («LVI»; p. 229).
El aspecto sociopolítico de su obra confirma la apuesta fiel de Vallejo por las
instancias principales que orientan su humanismo jurídico. El obrero, víctima
de regímenes laborales abusivos, encarna y simboliza al trabajador sin derechos,
y desde esa solidaridad (y por toda esa injusticia) pide perdón: «¡Obrero, sal-
196
El humanismo jurídico vallejiano
197
Ya va a venir el día, ponte el alma
El instinto del trabajo es, cronológica y jerárquicamente, el primero entre todos [...]
Lo primero que hace un niño al nacer es un esfuerzo (grito, movimiento, gesto) para
contrarrestar un dolor, malestar o incomodidad. Este instinto puede llamarse el de
la lucha por la vida (instinto del trabajo), base de una nueva estética: la estética del
trabajo (p. 165).
198
El humanismo jurídico vallejiano
Yo encuentro a Vallejo […] muy poco europeo. Hay autores muy importantes en la
Francia que vivió Vallejo y da la impresión que él pasa entre ellos, sin más, como si
hubiera vivido ese mundo francés, tan seductor y tan rico intelectualmente, con el
impermeable puesto (citado en Priego, 2002, p. XXIX).
El folclore de América, en los aztecas como en los incas, posee inesperadas luces de
revelación para la cultura europea. En artes plásticas, en medicina, en literatura, en
ciencias sociales, en lingüística, en ciencias físicas y naturales, se pueden verter inusitadas
sugestiones, del todo distintas al espíritu europeo. En esas obras autóctonas, sí que
tenemos personalidad y soberanía y, para traducirlas y hacerlas conocer, no necesi-
tamos jefes morales ni patrones […] no debemos olvidar que, a lo largo del proceso
hispanoamericanizante de nuestro pensamiento, palpita y vive y corre, de manera
intermitente pero indestructible, el hilo de sangre indígena, como cifra dominante
de nuestro porvenir («Una gran reunión latinoamericana»; 2002a, p. 129).
199
Ya va a venir el día, ponte el alma
Desde Los heraldos negros, Vallejo parece asumir la existencia y la fatalidad del
hombre como un destierro permanente. Al separarse de su lugar natal y del hogar
materno, el mundo es espacio ajeno: Trujillo, Lima y París no son sino etapas del
destierro. Su obra trascurre entre el arraigo y el desarraigo: «ya el hado nos separa
fatal e inexorable, / ya tu barquilla hiende la inmensa lejanía» («Te vas!»; p. 46).
El poeta está en el mundo como si estuviese fuera de él, como un apátrida, y a
partir de esa condición inicia la búsqueda de una patria ideal, entre hermanos
«desayunados todos»; ello lo hace a partir de una identidad cultural que es la base
antropológica de toda su obra, siendo esta la personificación de las profundida-
des de la tierra. Según Larrea (1957), el pensamiento vallejiano se muestra en
su auténtica desnudez, aflorando la atracción por su tierra. En el fondo Vallejo
ansía revitalizar la raza autóctona para devolverle su dignidad, para despertarla y
engrandecerla integrándola en el mundo. Larrea describe así los rasgos físicos y
geográficos de Vallejo: «Los rasgos fisionómicos, tan terminantes, tan sin réplica,
de su filiación andina […] Su temperamento andino había sabido al desintegrar
el castellano, nacer de él asombroso efectos poéticos, calorías verbales extraordi-
narias […] Todo un mundo nuevo estaba allí en potencia» (p. 80).
Posteriormente, en Trilce y en Poemas humanos sigue siendo la voz de un con-
tinente abierto y dialógico, de culturas transfundidas, interpoladas y complejas,
como esos «días que no se juntan, / que no se alcanzan jamás» («LXXVI»; p. 252).
200
El humanismo jurídico vallejiano
30 La obra del vate santiaguino incluso ayudó a otros a descubrir y asumir su propia identidad y terruño,
como narra el testimonio de Doris Moromisato: «Vallejo me dio una patria. Antes de que los héroes de
las guerras irrumpieran en el aire de mi infancia, su poesía me susurró los paisajes y los dolores del Perú
[…] Vallejo me dio resignación y un territorio para fundar mi destino [...] Supe, desde él, que la orfandad
sería mi patria y la escritura mi única naturaleza cruel y redentora» (2008, p. 174).
201
Ya va a venir el día, ponte el alma
Hay que advertir que los peruanismos que usa Vallejo buscan poner énfasis en el
vínculo y arraigo con su tierra, y varios de sus poemas así lo evidencian: «Arriero,
con tu poncho colorado te alejas, saboreando el romance peruano de tu coca»;
«Me siento mejor. Sin fiebre y ferviente. Primavera. Perú»; «Tengo ahora 70 so-
les peruanos»; «En una cárcel del Perú». Es necesario subrayar que Vallejo no se
propone elaborar una estética localista y cerrada, sino que pretende recrear un
peruanismo universal, una lengua que traduzca la universalidad del ser humano
arraigado al terruño. «¡Cuya o cuy para comerlos fritos / con el bravo rocoto de
los temples!» («Telúrica y magnética»; p. 327): en este verso, la palabra «temples»
es una muy antigua forma de decir «valles cálidos». Vallejo incluso pensaba titular
su obra Trilce con el nombre de Cráneos de bronce y firmarla con el seudónimo
«César Perú», revelando nuevamente su arraigo a lo peruano. Cabe señalar, no
obstante, que Vallejo no recurre al folklore ni utiliza artificiosa o forzadamente
un lenguaje cultural: «La palabra quechua, el giro vernáculo no se injertan artifi-
ciosamente en su lenguaje; son el producto espontáneo, célula propia, elemento
orgánico» (Mariátegui, 1957, p. 232). Vallejo llegó a precisar en qué consiste la
sensibilidad peruana y a partir de ello defendió la nacionalidad peruana de Paul
Gauguin: «En verdad Gauguin es, por todos los respectos, una sensibilidad pe-
ruana […] Los amores temáticos del gran pintor, su fuerza temeraria, su exceso
insultante, su simplicidad están voceando los Andes, el Amazonas, el Cuzco»
(2002a, p. 65).
Espejo (1965, p. 96) cuenta que una vez en Trujillo, cuando un policía de-
tuvo a Vallejo y a sus amigos por encontrarse en estado de ebriedad, la policía le
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El humanismo jurídico vallejiano
La mano, curtida, recia y llena de heridas del campesino es también una mano
suave, bondadosa y generosa porque es dadora de vida: alimentos, salud y unidad
comunitaria. El ritmo del arado ya no reposa, sino que «vuela» y celebra la vida.
En las venas del hombre y la mujer andina todavía brilla el yaraví de sangres, pero
ahora ya no sollozan sus nostalgias con fatalidad, sino que se han transformado
en una añoranza romántica.
Por otro lado, se sabe que el nombre identifica jurídica y socialmente a la
persona y la hace sujeto de derechos y de deberes, pero al carecer de dicho nom-
bre queda relegado de todo ello. Vallejo relaciona el nombre con la identidad, la
203
Ya va a venir el día, ponte el alma
La vida de un hombre […] está revelada toda entera en uno solo de sus actos. El
nombre de un hombre está también revelado en una sola de sus firmas. Saber ese
acto representativo es saber su vida verdadera. Saber esa firma representativa es saber
su nombre verdadero (2005, p. 98).
31 Existen quienes incluso han asumido una identidad vallejiana. Eso le sucedió al pintor Víctor Delfín y así
lo narra: «Un amigo poeta me dijo eres vallejiano. Claro que lo soy y hasta el tuétano. Una de las mejores
costumbres que adquirí hace tiempo es leer a Vallejo. Lo leo siempre para aprender a amar más a mi pa-
tria, a mis compatriotas, lo que quiere decir sufrir más intensamente el hecho de ser peruano del Perú, del
Perú del mundo […] A veces cuando quiero tener una compañía con la cual valga la pena estar, pienso
en una voluntaria de huesos fidedignos que tenga la generosidad de compartir conmigo unos momentos,
esperando encontrar una amante telúrica y magnética» (2008, p. 174).
204
El humanismo jurídico vallejiano
llevar por la industrialización deshumanizante y por las modas, y eso les hizo per-
der identidad cultural. Sin embargo, esa misma ausencia de hogar cultural tam-
bién la observó en el Perú y en Latinoamérica, la que —según el vate— podría
construirse sobre la base de una sensibilidad autóctona, americana e indígena, en
diálogo con otros hogares culturales: «Indio después del hombre y antes de él»
(«Telúrica y magnética»; p. 327). Vallejo creía en la necesidad de estar arraigado a
una tierra: «Coincidimos en la necesidad de una literatura nueva, enraizada en la
tierra y el espíritu vernaculares» (Carta a Aurelio Miro Quesada; 2002b, p. 258).
París le otorga a Vallejo una visión universal y le abre las puertas del mundo,
aunque siempre haya querido el mundo para el Perú. Esto, desde luego, no con-
firma lo que sostiene Olascoaga, ya que para él Vallejo fue un indigenista cuya
visión brota del encuentro personal con el mundo andino. Este autor precisa que
el indigenismo vallejiano es a la vez exaltación, homenaje y protesta universal,
porque trasluce la universalidad de los sentimientos humanos. Aspecto en el que
también coincide Orrego, para quien la obra de Vallejo es «hondamente peruana,
porque también es hondamente universal y humana, ya que, el más profundo,
el más vital nacionalismo conduce siempre a lo universal» (1989, pp. 221-222).
Aun cuando no se esté de acuerdo con la tesis del indigenismo cerrado y radical
que algunos autores plantean sobre Vallejo, sí se considera que el entorno cultural
andino influyó sobre su obra; sin dejar de ser fiel a sus raíces, expandirá universal-
mente su mensaje, asumiendo un horizonte sociopolítico, cultural y estético. En
ese sentido, se está de acuerdo con Villanes cuando este señala:
Vallejo vino al mundo con una elección mayor: no habló por el indígena sino como el
indígena; consciente o inconscientemente su literatura lleva el espíritu aborigen, que
bebió en el seno materno, bautizó en la prisión y perfeccionó por los caminos del
mundo. Sufrió París, descubrió Rusia y lloró España, con la solidaridad humana del
indígena, y con su palabra coloquial y simbólica, abrió una ventana de humanidad
al mundo (citado en Olascoaga, 2009, p. 65).
205
Ya va a venir el día, ponte el alma
Craneados de labor,
y calzados de cuero de vizcacha,
calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar,
creadores de la profundidad,
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El humanismo jurídico vallejiano
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Vallejo resulta entonces una auténtica voz de inspiración humana, siendo capaz
de describir todas las dimensiones de lo humano y de lo natural: «Lo horrible,
lo suntuario, lo lentísimo, / lo augusto, lo infructuoso, / lo aciago, lo crispante,
lo mojado, lo fatal, / lo todo, lo purísimo, lo lóbrego / lo acerbo, lo satánico,
lo táctil, lo profundo…» («La paz, la avispa, el taco, las vertientes»; p. 356). El
poeta expresa las creaturas diseñadas por lo humano y para lo humano, cuyo
sentido simbólico recrea a partir de la existencia cotidiana; el hábitat —que es el
horizonte de la persona— se vuelve la casa donde habitan todos, ya que a todos
y a todas les corresponde el derecho el buen vivir: «Mi casa, por desgracia, es una
casa, / un suelo por ventura, donde vive / con su inscripción mi cucharita amada,
/ mi querido esqueleto ya sin letras, / la navaja, un cigarro permanente» («Ello es
que el lugar donde me pongo»; p. 410). Para Vallejo, la Madre Tierra es y existe
en tanto tenga relación con lo humano; lo humano le da sentido y es su obliga-
ción conservarla dignamente. Así, entonces, la Madre Tierra se constituye en un
complejo de referencias que parten del ser humano y convergen en él. Desde esta
208
El humanismo jurídico vallejiano
[…]
209
Ya va a venir el día, ponte el alma
Franco (1984, p. 198), interpretando este poema, señala que los seres humanos se
producen a sí mismos en un sentido real, y se ven a sí mismos en un mundo que
ellos han producido. Desde su humanismo político marxista, Vallejo medita so-
bre el rol de la agricultura en el desarrollo de lo humano, de la naturaleza y de los
pueblos. Esta fase del desarrollo es la que determina la humanidad de la persona
como ente social y cultural, tal como lo enseña el marxismo.
Asimismo, «Considerando en frío, imparcialmente» es un poema que asume
a la humanidad como creación y parte del hábitat que comparten unos y otros. El
sujeto lírico es el propio Vallejo, que siente el sufrimiento de todos por su propia
condición de humano: «Comprendiendo sin esfuerzo / que el hombre se queda,
a veces, pensando, / como queriendo llorar, / y, sujeto a tenderse como objeto,
/ se hace buen carpintero, suda, mata / y luego canta, almuerza, se abotona…»
(p. 317). Su dimensión existencial sugiere una evidente coherencia con su vida y
obra, tanto así que con Vallejo hasta los animales se humanizan: «¡Roedores que
miran con sentimiento judicial en torno! ¡Oh patrióticos asnos de mi vida! […]
¡Auquénidos llorosos, almas mías!» («Telúrica y magnética»; pp. 327-328). Valle-
jo trastoca todo el concepto de animalidad. El hombre de Extremadura ha dejado
de ser lobo para convertirse en el mesías y salvador de todos:
¡Estremeño, dejásteme
verter desde este lobo, padecer,
pelear por todos y pelear
para que el individuo sea un hombre,
para que los señores sean hombres,
para que todo el mundo sea un hombre, y para
que hasta los animales sean hombres,
el caballo, un hombre,
el reptil, un hombre,
el buitre, un hombre honesto,
la mosca, un hombre, y el olivo, un hombre
y hasta el ribazo, un hombre
y el mismo cielo, todo un hombrecito! («Batallas»; p. 430).
Este verso simboliza que el ser humano ha logrado trascender la animalidad plan-
teada por Darwin. El vate desea la transformación de la persona en todas las es-
210
El humanismo jurídico vallejiano
pecies del género animal (desde la mosca al caballo), incluyendo el reino vegetal
y mineral y la cúspide de la humanización: que el cielo sea «un hombrecito». El
vate supera dialécticamente el conflicto entre hombre y animal, representando a
la persona como un animal en evolución, y al socialismo como una nueva etapa
de esa evolución que humanizará a la persona para garantizar su derecho al buen
vivir. Es también la propia evolución que experimentó el poeta en su vida.
En el cuento «Los caynas» también se aprecia el concepto vallejiano de anima-
lidad, como sucedió en el poema «Batallas»; aquí todos los personajes se animali-
zan, y si alguien cree que eso se trata de una alucinación colectiva, los personajes
consideran que ese alguien, por creerse un ser humano, es un loco. Sin embargo,
en este cuento existe un personaje que no cae en ese proceso de animalización: la
madre. En el irónico final del cuento plantea una hipótesis: si los habitantes (lo-
cos) del pueblo de Cayna le dicen al individuo que está loco por creerse hombre,
el sentido de la condena se extiende a través de este a quienes lo observan, para
dejar entender el desequilibrio mental de sus habitantes. Así, Vallejo pone en una
situación de crisis existencial a la persona: ¿es un ser humano? ¿Es un animal? ¿Es
un no-ser? ¿Qué es el ser humano? ¿Cuál es el sentido de su existencia? ¿Qué hace
a la persona un ser humano?
Una crisis existencial similar sucede en la novela Fabla salvaje, en el que el
personaje principal, Balta, también termina loco. Asimismo, todos los textos de
Escalas melografiadas giran en torno a un desequilibrio (mental, actitudinal, so-
cial, económico, cultural) de la persona en su vida comunitaria y en sus relaciones
inter e intrapersonales. Dichos textos narran ese desequilibrio mental, que origi-
na en la persona arranques de locura por conseguir justicia:
211
Ya va a venir el día, ponte el alma
Por otro lado, los hombres del poema «Gleba» viven en hermandad, trabajan unos
para otros desde su comunidad: «Hablan como les vienen las palabras, / cambian
ideas bebiendo […] cambian también ideas tras de un árbol, parlando / de escri-
turas privadas, de la luna menguante / y de los ríos públicos! (Inmenso! Inmenso!
Inmenso!)» (p. 329). Son personas cuya existencia está vinculada a la Pachamama,
a su trabajo y a sus herramientas, y estos se convierten en una extensión de ellos
mismos: fuertes y resistentes, pero a la vez suaves y tiernos («y se lavan la cara aca-
riciándose con sólidas palomas»). Son hombres y mujeres de carne y hueso como
los demás: «Tienen su cabeza, su tronco, sus extremidades, / tienen su pantalón, sus
dedos metacarpos y un palito» (p. 329). Son seres francos, amistosos, sin vanidades
ni ambiciones que solo piden que se respete su derecho al buen vivir: «echan
toda la frente en sus salutaciones; / carecen de reloj, no se jactan jamás de res-
pirar» (p. 330). De esta manera, Vallejo plasma en su obra una peculiar versión del
mundo, la cual implica que el hombre y la mujer respeten y conozcan el entorno
212
El humanismo jurídico vallejiano
32 Una versión preliminar de esta sección fue publicada en la revista Actualidad Penal. Al día con el Derecho,
2018, (46), 349-364, con el título «Proceso penal y administración de justicia en la vida y obra de César
Vallejo».
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Del curso de los respectivos procesos judiciales resulta, entre otros esclarecimientos
relativos a las condiciones sociales y económicas que han determinado tales quiebras,
que los actores y agentes principales de estos escándalos son grandes personajes del
mundo parisién: condes, marqueses, duques, exministros y potentados del perio-
214
El humanismo jurídico vallejiano
dismo. Algunos huyen, otros se hacen los dementes, otros fingen reblandecimiento
octogenario, y hay quienes se refugian en males cardiacos para eludir los trámites y
expedientes de la justicia. Los hay muy cínicos, contra quienes el Juez —obedecien-
do a causas que se ignoran— no se atreve a dictar orden de prisión pese al clamor
de la opinión pública […] De nada sirve que en la atmósfera y sobre el escritorio de
los jueces floten figuras e imágenes complejas, complicadas directamente en estos
escándalos. De nada sirve, en fin, que la opinión pública se dé perfecta cuenta de que
en torno a estos procesos se intriga y trata de desviar, por acusas misteriosas, el curso
normal de la justicia […] En todo caso, queda vigente el hecho de que en el Estado
capitalista no hay garantía ni seguridad para los que trabajan y ahorran y confían sus
ahorros a los otros (2002a, p. 700).
Servando Huanca se dolía, pues, y rabiaba, más por solidaridad o, si se quiere, por
humanidad, contra los mandones —autoridades o patrones— que por causa propia
o personal […] se dio cuenta de esta esencia solidaria y colectiva de su dolor contra la
injusticia, por haberla descubierto también en los otros trabajadores cuando se trata-
ba de abusos y delitos perpetrados en la persona de los demás […] Su sola táctica de
lucha se reducía a dos cosas muy simples: unión de los que sufren injusticias sociales
y acción práctica de masas (2005, p. 317).
Aquí Vallejo expresa la indignación y esperanza que vivía desde sus ideas mar-
xistas, identificando a los comuneros como hombres con un sentido innato de
fraternidad colectiva y con respeto auténtico a la comunidad.
El mensaje vallejiano plantea cuestionamientos y se enfrenta constantemente
a la indiferencia, la comodidad, la apatía y la pasividad política. Cabe la cuestión:
¿qué desafíos se deben asumir para que el mensaje humanista de la obra vallejiana
infunda una esperanza que inspire el activismo político personal y colectivo?
215
Ya va a venir el día, ponte el alma
Yo no doy nunca limosna a nadie. La piedad está reñida con la revolución […] La
piedad es invención de las clases explotadoras de todos los tiempos. En la sociedad
socialista, a la piedad reemplaza la justicia. La piedad va siempre unida a la injusticia
social. El filántropo y el caritativo lo son porque saben y tienen conciencia de que
deben algo a los pobres y necesitados. Por doctrina y por táctica, nos repugna la
caridad (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 269).
Este poema se refiere a la justicia de modo explícito e implícito como ideal a reali-
zar. Tal justicia será producto de la lucha revolucionaria, en la que cada quien reci-
birá lo que le es debido y se indemnizará según corresponda: a los enfermos, salud;
a los desocupados, trabajo; a los abandonados, amor; a los olvidados, solidaridad.
Todos dando y recibiendo lo que les es debido, lo que les corresponde. Es decir, con
el triunfo revolucionario advendrá la justicia y la paz social. La lucha y el activismo
político son la manera para lograr el triunfo revolucionario, mas no es una revolu-
216
El humanismo jurídico vallejiano
ción de armas ni de violencia, sino de justicia social que reconoce al ser humano
como un ser digno; una justicia que pone en práctica la igualdad y elimina las di-
ferencias sociales y la exclusión. La indemnización —en términos vallejianos— es
devolver al hombre y a la mujer su dignidad, practicando la justicia.
La estética justiciera vallejiana se refleja en la magnitud de la indignación del
poeta ante tanta injusticia contra el pobre, y espera que este sea indemnizado ante
la acción u omisión de aquellos a quienes les corresponde hacer justicia:
Pero el poeta supera su cólera y da paso a la hermandad: «¡Amado sea el niño, que
cae y aún llora / y el hombre que ha caído y ya no llora! / ¡Ay de tanto! […] ¡Ay
de ellos!» («Traspié entre dos estrellas»; p. 366).
Hoy se sabe que Vallejo no tuvo responsabilidad en los sucesos ocurridos en
la fiesta de Santiago, y que en su caso se vulneró el derecho al debido proceso y a
la tutela jurisdiccional efectiva, establecido en el artículo 139 de la Constitución.
Una consecuencia de esta vulneración de derechos fue la que originó en el alma
de Vallejo, una herida que nunca alcanzó a desaparecer y que marcó la ruta de sus
pasos tanto en su vida como en su obra. Pero este hecho nunca eliminó su espíritu
magnánimo; por el contrario, recreó esta experiencia nefasta con la injusticia, ha-
ciendo una resiliencia estética-jurídica. Es por ello que —no sin ironía— es capaz
de relatar un hecho que tiene que ver con el debido proceso:
Por eso los agentes ya saben a qué atenerse en lo que se refiere al fallo que dictará la
Corte de Justicia de Dijon, en la demanda interpuesta por un padre de familia contra
el peluquero que le cortó el cabello de una linda hija suya, menor […] ¡Cortarle los
217
Ya va a venir el día, ponte el alma
Su obra teatral Los topos también refleja escenas judiciales, mezclando el drama
filosófico y el moral. Mampar, el personaje principal del primer acto, mata a su
madre; mientras que el héroe principal del segundo acto es un juez. Otra de sus
piezas teatrales fue El juicio final, catalogada por Silva Santisteban como obra
maestra y lo más dramático y conmovedor de la dramaturgia vallejiana. En esta
obra, los personajes son el sacerdote Rulak y el ropavejero Atovof, este último le
confiesa al primero que había estado a punto de asesinar a Lenin antes de la toma
de poder por los bolcheviques. El sacerdote le reprocha el hecho de haber impe-
dido ese asesinato, pero la tensión se acrecienta cuando el ropavejero también le
confiesa que Pobadich engañaba al sacerdote con su mujer. Vallejo se las arregla
para crear y aumentar la tragicomedia en sus obras, muchas de las cuales están
plagadas de asuntos judiciales y jurídicos. También se burla de que se haya dejado
sin espectáculos a la gente que acudía a los tribunales cuando no tenían dinero
para acudir a las obras de teatro:
218
El humanismo jurídico vallejiano
219
Capítulo IV
El paradigma de la justicia vallejiana
En un país donde impera la justicia y donde no hay ricos ni pobres, tampoco debería
haber primera, segunda ni tercera [...] se yerra al suponer que la igualdad económica
puede producirse y reinar, de la noche a la mañana, por un simple decreto adminis-
trativo o por acto sumario y casi físico de las multitudes [...] La igualdad económica
es un proceso de inmensa complejidad social e histórica, y su realización se sujeta a
leyes que no es posible violentar según los buenos deseos de los individuos y de la
sociedad («Un reportaje en Rusia. III: Revelación de Moscú»; 2002a, p. 837).
34 La justicia social implica equidad e igualdad, tal como lo formuló Vallejo desde su humanismo jurídi-
co-político, el mismo que le permitió construir su paradigma de justicia y de utopía. El poeta universal
plasmó su comprensión por la persona a lo largo de toda su obra, y a la vez fue inspiración de personas
que prolongan la vigencia de su mensaje en busca de una sociedad más justa. Por ello es el símbolo del
intelectual comprometido con su pueblo y con la lucha por la justicia.
35 El paradigma de César Vallejo era el humanismo, mientras que su enfoque era el marxismo. En otros
términos, era un humanismo (paradigma) formulado desde el marxismo (enfoque).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Vallejo asume que luchar por una nueva historia y un nuevo porvenir para el ser
humano es un proceso de largo aliento y que va a pie: «Los comienzos de una
nueva historia van siempre a pie» (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin;
2002c, p. 232). Vallejo planteaba una sociedad («hogar social») del porvenir, for-
jada, amasada y cimentada desde la justicia:
¿Cuál será el tipo de la urbe futura? La ciudad del porvenir, la urbe futura, será la
sociedad socialista. Lo será en el sentido en que Walt Whitman concibe el tipo de
gran ciudad como el hogar social por excelencia, donde el género humano realiza sus
grandes ideales de cooperación, de justicia y de dicha universales. Lo será en el sentido
en que Marx y Engels la conciben: como la forma más avanzada de las relaciones
colectivas, cuando la sociedad cesa de ser una jauría de groseros individualismos,
un lupanar de instintos bestiales —y menos que bestiales, viciosos—, para empezar
a ser una estructura política y económica esencialmente humana, es decir, justa y
libre y de una libertad y una justicia dialéctica, cada vez más amplias y perfectas
[…] Porque la ciudad del porvenir ha de ser construida solo por el socialismo, y ella
misma ha de ser la más prodigiosa cristalización socialista de la convivencia humana.
Concebir la urbe del porvenir dentro del sistema capitalista —como lo hacen los
filósofos, profetas, políticos y escritores burgueses— es un absurdo y un contrasen-
tido. Equivale a pretender edificar un rascacielos de mil pisos con barro (p. 210).
El mundo de los justos no es posible sin esta doble socialización. ¿Los Estados Uni-
dos la han realizado? El capitalismo, en general, lleva consigo, según Marx, los gér-
menes de ambos procesos. Pero en los Estados Unidos, el progreso de la técnica ha
determinado únicamente una cierta socialización del trabajo. Los medios e instru-
mentos de la producción —fábricas y tierras— y los productos continúan de propie-
dad de unos cuantos (p. 211).
Desde Los heraldos negros, se puede señalar que sus intuiciones sobre el hambre,
el dolor, la agonía, la solidaridad y la justicia son constantes y se prolongan a lo
largo de su obra. Vallejo, al enfrentarse a los heraldos negros (la injusticia, la des-
igualdad, la pobreza, la opresión), asume el reto de humanizarse y llegar a ser un
222
El paradigma de la justicia vallejiana
«hombre humano», justo entre los justos, y así combatir con entereza la «resaca de
todo lo sufrido» y a «los potros de los bárbaros atilas» que amenazan con vulnerar
la vida humana.
Su obra periodística también permite constatar su opción por la justicia hu-
mana basada en el protagonismo no de líderes ni de caudillos, sino de cada per-
sona y de la Masa organizada:
Para que las maravillas mecánicas y eléctricas de Nueva York hagan de esta urbe la
ciudad del porvenir, deben ser socializadas en su creación y en su aprovechamiento.
Si esto no sucede y si, por el contrario, la propiedad, los progresos de la técnica, el
trabajo y los productos se basan, como hasta ahora, en la injusticia, en la explotación
de la mayoría por una minoría y en la división de clases, Nueva York seguirá siendo
una selva de acero en que se desarrolla el drama regresivo y casi zoológico de millones
de indefensos trabajadores, devorados por unos cuantos patrones, y sus maravillas
industriales […] seguirán siendo el producto sangriento e inhumano de ese drama
(Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 215).
223
Ya va a venir el día, ponte el alma
224
El paradigma de la justicia vallejiana
quedó en la incógnita es que tanto en vida como hasta el final de ella, vivió y
murió luchando por la justicia y la solidaridad. Cuando uno se acerca a Vallejo,
se acerca a los confines de un corazón que late, que sangra, que impulsa vida; con
él la persona se encuentra consigo misma. A Vallejo en vida se le subestimó, per-
siguió, juzgó, sentenció y encarceló. Sin embargo, todo ello lo recreó en su obra,
transformando esa vivencia de muerte en sentido de vida y que es la base de su
utopía y de su paradigma de justicia.
225
Ya va a venir el día, ponte el alma
noticia: el vivirla es camino seguro para la felicidad: «Luego, haciendo del átomo
una espiga, / encenderé mis hoces al pie de ella / y la espiga será por fin espiga»
(«Marcha nupcial»; p. 371). En palabras de Vallejo: «El corazón se sienta aquí,
en su lugar izquierdo; se agita a manera de una caja de fósforos para ver si hay
en ella cerillas, y toda la noche está quema que quema sus palitos amarillos» («La
Rotonda»; 2002a, p. 40). Asimismo, de la época moderna, Vallejo coincide con
el planteamiento de David Hume cuando este aborda la reflexión filosófica de la
justicia desde una historia y una antropología concretas, las cuales hunden sus
raíces en la vida humana. En el ensayo «Sobre el estudio de la historia», Hume
otorga a su filosofía política una base histórica, pues a su juicio la historia es un
depósito de experiencia humana de invalorable conocimiento: «De un hombre
conocedor de la historia puede decirse en cierto sentido que ha vivido desde el
comienzo del mundo» (1980, p. 184). En el caso de Vallejo, como ya se ha seña-
lado, la novedad de su humanismo es que le otorga una dimensión antropológica
e histórica; es decir, elabora una estética humanista interdisciplinaria como antes
lo hicieron San Agustín y Hume.
El vate recupera el rol histórico de la humanidad y a través de las palabras
interconecta a las demás personas, asumiendo que «el centro dramático de la
acción, el mito social de la pieza, causa y fin de todos los intereses, ideas y senti-
mientos en juego, está en el trance revolucionario de la Historia» (Rusia en 1931.
Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 319). Es por ello que Martos (2012,
p. 257) ha señalado —no sin razón— que con Vallejo la literatura peruana al-
canza una adultez mundial. La solidaridad histórica que Vallejo plantea no es un
término estático y vacío, sino dinámico y activo; se trata de reformular el lenguaje
para que nos ayude a desentrañar los sentidos y significados de la historia:
La ética justiciera de Vallejo plantea aprender de la historia para hacer del presen-
te una realidad más digna y justa. Pero para Vallejo —en su propósito de cambiar
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El paradigma de la justicia vallejiana
Ya en Europa, Vallejo amplía su horizonte [...] empieza a vivir una nueva vida. Sus
miradas se dirigen hacia los problemas sociales que lo embargarán hasta el final de
sus días. Aparece, como el luchador que siempre fue, el revolucionario por la causa
de los desheredados y de la injusticia (Espejo, 1965, p. 9).
Los desheredados son para Vallejo los ninguneados de la sociedad, y hacia ellos
expresa su amor sin distinción: el desconocido, la señora, el prójimo, el ministro,
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Ya va a venir el día, ponte el alma
En fin, en este listado nadie queda excluido: «Amado sea […] el calvo sin sombre-
ro, / el justo sin espinas, / el ladrón sin rosas» (p. 366). Es decir, las percepciones
de Vallejo sobre la injusticia, la pobreza y la desigualdad no se resuelven en la ló-
gica oposicional de las clases sociales, sino en cómo se es capaz de convivir como
hermanos y de reconocerse en el otro; esa es la perspectiva vallejiana: «Y cuándo
nos veremos con los demás, al borde / de una mañana eterna, ¡desayunados to-
dos!» («La cena miserable»; p. 139).
Para Hume, la historia resulta determinante en la comprensión y la práctica
de la justicia, pues esta pone de relieve el cambio y también lo permanente en el
devenir humano. La utilidad principal de la historia, al develar el comportamiento
de las personas en todos los tiempos y lugares, «consiste en descubrir los constantes
y universales principios de la naturaleza humana» (1984, p. 89). La filosofía política
de Hume sobre la historia llega a concatenarse con su filosofía sobre la revolución,
la misma que contiene una dimensión arraigada en la historia. Se insiste en este as-
pecto porque se considera que no es posible filosofar sin una antropología e historia
concreta; aspecto que fue seguido por Vallejo en la creación de su obra, la misma
que se inspiró, fundamentó e hizo acción a partir de su adhesión al marxismo y
comunismo: «La ideología comunista solo sirvió para afianzar sus convicciones de
luchar por la justicia y para estructurar la novela de acuerdo a un programa político
que la sitúa dentro de la clasificación de novela de tesis» (Brown, 2008, p. 120).
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El paradigma de la justicia vallejiana
Camaradas:
Los pueblos iberoamericanos ven claramente en el pueblo español en armas una cau-
sa que le es tanto más común cuanto que se trata de una misma raza y, sobre todo,
de una misma historia, y lo digo, no con un acento de orgullo familiar de raza, sino
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que lo digo con un acento de orgullo humano, y que solo una coincidencia histórica
ha querido colocar a los pueblos de América muy cerca de los destinos de la madre
España («Discurso ante el II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas»;
2002a, p. 285).
[…] la comodidad y bienestar de los hombres no depende tanto del progreso indus-
trial y científico, sino de la justicia social. Si por hacer exposiciones automovilísticas,
se descuida la justa distribución de las ganancias de la empresa constructora, entre
patrones y obreros, de nada servirá que el hombre vaya a la Luna o coma estrellas
fritas o escuche por inalambrana las músicas seráficas en cuerda vida. Unas parejas
de novios seguirán besándose, repantigadas entre los cojines de un gran Renault,
mientras otros se suicidan por hambre, arrojándose, precisamente, bajo las ruedas de
los carros perfectos y brillantes («El salón del automóvil de París»; 2002a, p. 329).
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motor y punto de arranque del equilibrio social […] Nadie ni nada detona ni sobre-
sale en la multitud. Ningún desnivel. Ninguna persona está más arriba ni más abajo
que las demás (2002c, p. 218).
Vallejo aprende de la justicia desde los gestos más sencillos de las personas, como
le sucedió con el sirviente de un hotel que muy bien podría encajar con el propio
Vallejo— que «ansía únicamente contribuir […] a la mayor redondez del mundo
social, suprimiendo sus jorobas y fisuras, en una palabra, suprimiendo sus in-
justicias y desigualdades» («Reportaje al «criado» de un hotel soviético»; 2002c,
p. 219). El vate proclama la dignificación del ser humano y su realización ética
mediante la práctica permanente de la justicia, tanto en su forma conmutativa
y distributiva, pero sobre todo social, como se expresa en Poemas humanos y en
España, aparta de mí este cáliz. En estos poemarios se otorga consistencia estética
y política al paradigma de la justicia y la utopía vallejiana, que son los dos ejes
transversales que transitan su obra y la culminan plenamente.
Por tanto, la búsqueda de la justicia confiere unidad, continuidad, coherencia
e integralidad a toda su obra, y es su eje transversal desde una doble dimensión:
i) es «la única capaz de armonizar el lenguaje y el hombre mismo» y ii) es la «gran
aclaradora, la gran coordinadora de intereses» (El arte y la revolución; 2002c,
p. 298). Vallejo hace coincidir pensamiento político y práctica estética superando la
dialéctica racional, como se evidencia en el poema «Masa», en el que el colectivo de
hombres, unidos «con un ruego común», rompe la dialéctica y consigue la resurrec-
ción. De este modo, Vallejo se anticipa a la Escuela de Frankfurt, que evoluciona
desde la teoría crítica hacia el desengaño de la razón. Lo novedoso del paradigma
de la justicia vallejiana es su carácter humanista, ético, profético y de una estética
altamente elaborada, constituyéndose en la base de la utopía vallejiana y pudiendo
bien ser un fundamento para la doctrina jurídica y la filosofía política.
El vate tenía una obsesiva preocupación por la justicia social: era su élan vital, la
condición de posibilidad para la dignificación humana. Nadie mejor que Geor-
gette ha defendido con tenacidad su sentido justiciero, pues su obra compromete
la fidelidad a su espíritu y a su expresión esencial: «No había otra cosa que con-
moviera más a Vallejo, que le doliera más, que la injusticia en el mundo. Él estaba
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[…] vosotros sois los cadáveres de una vida que nunca fue. Triste destino. El no ha-
ber sido sino muertos siempre. El ser hoja seca, sin haber sido verde jamás. Orfandad
de orfandades.
Y sin embargo, los muertos no son, no pueden ser cadáveres de una vida que todavía
no han vivido. Ellos murieron siempre de vida («LXXV»; pp. 253-254).
El dolor que siente se vincula al amor por la persona sufriente víctima de la in-
justicia. Existe entonces coherencia entre su obra y su vida, entre lo que pensaba,
hacía y vivía: «Ya va a venir el día, ponte el alma […] ponte el sueño […] ponte
el cuerpo […] ponte el sol» («Los desgraciados»; p. 416). Su obra se constituye en
el baluarte de las constantes luchas por la justicia y la dignidad humana. En ese
sentido, en el paradigma de justicia vallejiano existe una unidad, continuidad y
coherencia, las mismas que tienen como eje transversal una ética que defiende los
valores humanos. Por eso Vallejo no solo representa la existencia de un hombre
justo, sino la posibilidad de ser nosotros también otros hombres justos: «¡No es
grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si en la muerte nada es posible,
sino sobre lo que se deja en la vida!» («Las ventanas se han estremecido»; p. 285).
Por lo tanto, con el poeta peruano se llega a la exaltación máxima de la digni-
dad humana, sintetizando a la persona total —encarnada en el miliciano revolu-
cionario— que humaniza lo terrenal y lo celestial, el aquí y el ahora. En su obra
cumbre, España, aparta de mí este cáliz, expresa el paradigma de justicia como
fuerza vital para la dignificación humana, así como hace un tratado del hombre
y posee la conciencia del que ha venido al mundo a proponer un renovado y re-
fundado humanismo: su misión es restaurar la vida y la dignidad plenamente. Su
compasión por lo humano es total: «si hay algo en él de amargo, seré yo […] son
dos viejos caminos blancos, curvos. / Por ellos va mi corazón a pie» («Los pasos
lejanos»; p. 156). No sin razón Finol (2010) señala que es dentro del mundo
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El paradigma de la justicia vallejiana
que el poeta conoce y comprende, desde allí busca una satisfacción a su espíritu,
una compensación al desgarramiento interior, una justificación de su vida y una
inserción militante en el mundo (o como dirían los existencialistas, una forma de
asumir su situación en él) (p. 110).
Finalmente, en toda la obra multifacética de Vallejo se detecta una actitud
fundadora, aquella que coloca siempre a la persona como posibilidad desde
una perspectiva abierta al origen, nutrida de lo original y esencial. Es que
Vallejo «retrae hacia su origen la esencia del ser» (Orrego, 1989, p. 125), por
eso es un poeta tan hondo, genial y universal. Vallejo, de potente voz andina
brotada de un pueblo «al pie del orbe», que «luchó con sus células, sus nos,
sus todavías, sus hambres, sus pedazos» («III»; p. 167) para dejar un testimo-
nio de esperanza en la humanidad, la que recreó estéticamente y así desterrar
toda injusticia de la tierra. El poeta anhela y construye la posibilidad de que
«se amarán todos los hombres / y comerán tomados de las puntas de vuestros
pañuelos tristes» («Himno a los voluntarios de la República»; p. 423). Lo
que no pudo constatar Vallejo, porque la vida no le alcanzó, fue que su obra
ha servido para «matar» a la muerte y a los malos, y para resucitar al hombre
humanizado, aquel que «emocionado; / incorporose lentamente, / abrazó al
primer hombre; echose a andar…» («Masa»; p. 450).
La justicia vallejiana es una utopía animada por el impulso ético que la contie-
ne36. La ética vallejiana consiste en cómo el hombre se coloca en la realidad, la
interpreta y la transforma. Se trata de mantener la tensión entre convicción y
responsabilidad, pues solo la justicia puede dar a la acción económica, social y
política una doble perspectiva: i) la humanidad como una totalidad (horizonte
de los debates actuales sobre los derechos humanos, la ecología, el derecho in-
ternacional, la economía globalizada); ii) la persona como singularidad (ante la
deshumanización de las relaciones humanas íntimas y con uno mismo).
Entendido así, González Vigil (2009) señala que a Vallejo no le importan los
dogmas políticos, religiosos o culturales, sino que por encima de todo está la justi-
36 Según Pantigoso, «la poética de Vallejo y la ética que ella encierra constituyen un evangelio para la hu-
manización del hombre y de la vida, aquí, en la tierra. Sus cuatro obras líricas constituyen, en tal sentido,
una sola unidad coherente, honesta, sin resquebrajaduras» (2008, p. 179).
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Yo no puedo consentir que la Sinfonía Pastoral valga más que mi pequeño sobrino de
5 años llamado Helí. Yo no puedo tolerar que Los hermanos Karamazov valgan más
que el portero de mi casa, viejo, pobre y bruto. Yo no puedo tolerar que los arlequi-
nes de Picasso valgan más que el dedo meñique del más malvado de los criminales
de la Tierra (2002a, p. 45).
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lítico, y desentrañar las bases conceptuales que dan sentido a su manera peculiar
de sentir, entender el mundo y actuar en él éticamente.
Por otro lado, en Trilce lleva el lenguaje al extremo de la belleza estética y
ética, del desconcierto y de la denuncia. Con Vallejo, la utopía se viste de estéti-
ca y labra un porvenir en donde «nos levantaremos cuando se nos dé / la gana,
aunque mamá toda claror / nos despierte con cantora / y linda cólera materna. /
Nosotros reiremos a hurtadillas de esto, / mordiendo el canto de las tibias colchas
de vicuña» («LII»; p. 224). Luego, en Poemas humanos aparece el mismo dolor de
vivir que siempre le acechó, transitando del «yo no sé» de Los heraldos negros al
«estoy seguro» del poema «Panteón». Está seguro de saber por qué y de dónde le
viene la esperanza de resolver su dolor, y está seguro de que esa esperanza reside
en sus manos y en las de las demás personas. Es con la esperanza que resuelve su
crisis de duda existencial, su crisis del «yo no sé». El «estoy seguro» vallejiano cie-
rra su etapa de hacerse humano, dueño de su vida, de sus acciones y sus opciones:
dueño de sí mismo. La esperanza, la justicia y el amor sostienen su existencia: «He
visto ayer sonidos generales, / mortuoriamente, / puntualmente alejarse, / cuan-
do oí desprenderse del ocaso / tristemente, / exactamente un arco, un arcoíris»
(«Panteón»; p. 380).
Desde la perspectiva de la justicia como horizonte ético, el vate comunica
lo vivido y lo soñado: «Me gusta la vida enormemente / pero, desde luego,
/ con mi muerte querida y mi café» («Hoy me gusta la vida mucho menos»;
p. 319). La ética vallejiana resulta natural y nutrida de calor humano, y para
aproximarse a ella hay que comprender —si cabe el término— su obra en su
desconcierto y en su desgarro. El hombre aparece en la obra vallejiana como un
ser carente de lo más básico (afecto, pan, hogar, conocimiento, madre), y sobre
todo, vacío por dentro, pues no se ha encontrado a sí mismo: «Nadie me busca
ni me reconoce, / y hasta yo he olvidado / de quién seré» («XLIX»; p. 220).
Ello es la causa de su crisis existencial. Sin embargo, a pesar de que el hombre
carece de todo, lo tiene todo delante y fuera de sí, lo tiene todo por realizar y
él mismo —como persona— es un desafío para sí mismo: «Esperanza plañe
entre algodones […] Cristiano espero, espero siempre / de hinojos en la piedra
circular que está / en las cien esquinas de esta suerte / tan vaga a donde asomo»
(«XXXI»; p. 199). Es en la carencia y en el vacío existencial de la persona donde
se inflama la ética vallejiana.
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siguen otras víctimas. Al final, pareciera que solo la muerte las librará de tanta
injusticia. Será una muerte que termine con los ofensores, pues en su conciencia
cargarán con esa culpa que los atormentará y hará justicia: la justicia de la con-
ciencia, que es la más implacable de los jueces. Este es un poema cuestionador,
pues el injusto no se quedará a salvo de someterse a su conciencia. Con ello, el
agraviado será reivindicado y la justicia se realizará.
Su vida y obra revelan también que la ética para Vallejo era a prueba de todo,
sin estar dispuesto a ceder ni a renunciar a sus ideales: «Se me puso a escoger en-
tre el Gobierno y mis ideas. Naturalmente, opté por mis ideas. Resultado: ya no
puedo, por ahora, volver al Perú» (Carta a Larrea; 2002b, p. 359). Vallejo, al igual
que Hegel, cree que el valor del arte es el de revelar la verdad: «Ser poeta hasta
el punto de dejar de serlo» (Contra el secreto profesional; 2002c, p. 459). No hay
que olvidar que él consideraba a su poesía como «verdadista», ya que la vida está
formada por experiencias positivas y negativas y por situaciones contradictorias
y complejas. La verdad de la obra es una verdad vital, esta verdad en Vallejo era
la búsqueda de la justicia y la humanización del hombre. Solo una persona ética
como Vallejo sabe de humanidad y es capaz, sin rodeos, de planteársela al mundo
en la mano y en el corazón: «Miré el cadáver, su raudo orden visible / y el desor-
den lentísimo de su alma; […] Le gritaron su amor: ¡más le valiera! / Le gritaron
su bala: ¡también muerta!» («XI»; p. 449).
Por otro lado, «Voy a hablar de la esperanza» es un poema en el que la injus-
ticia es extensa, prolongada y profunda; no tiene edad ni tiempo, «le falta espalda
para anochecer, tanto como le sobra pecho para amanecer» (p. 286), y, al igual
que en «Los nueve monstruos»:
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Esta denuncia de la injusticia que Vallejo hace estéticamente, más allá de una
toma de conciencia de la realidad individual y colectiva, contiene implícitamente
una invitación al cambio: un llamado a la lucha por la transformación de la reali-
dad a partir del cambio personal, dejando de una vez por todas el «traje turbio de
injusticia»: «El traje que vestí mañana / no lo ha lavado mi lavandera: / lo lavaba
en sus venas otilinas, / en el chorro de su corazón» («VI»; p. 171).
La injusticia y la desigualdad generan cólera y odio en quienes la sufren; Va-
llejo lo sabe y así lo expresa:
El día en que la miseria de los desocupados se haya agravado y extendido más, descu-
briendo la impotencia definitiva de los gobiernos y de los patrones para remediarla y
hacerla desaparecer, ese día brillará en los ojos de muchos millones de hambrientos
una cólera y un odio mayores que los que brillan en los ojos de este hambriento de
Moscú. El zarpazo de las masas sobre los pasteles de los ricos será entonces tremendo,
apocalíptico (Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 218).
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todos los hombres». Para el vate, la paz será producto de la justicia humana y de la
humanización de la persona desde su dimensión individual y colectiva. Se puede
decir que España, aparta de mí este cáliz es una fuente inagotable de su filosofía
política, de su ética justiciera y de su humanismo vital activo y fecundo, cincelado
en el puño y el corazón. El poeta, con su fina estética y su compromiso ideológico,
convierte en canto la lucha del pueblo español que proclama y encamina la plena
humanización de lo humano y de la sociedad universal:
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El paradigma de la justicia vallejiana
La descripción de este hecho de sumisión de unos ante otros, hace de Vallejo uno
de los abanderados de la justicia como contraposición filosófica y reflexiva de la
injusticia, y que trae consigo la liberación de lo humano por lo humano. La crisis
vital, ahondada por la experiencia carcelaria, hace que surja en él una posición de
ruptura con todo lo existente en lo social, lo ético y lo político. Siempre buscaba
el sentido de su vida y obra, y a partir de allí el sentido de lo humano y de la hu-
manidad. Su búsqueda era continua en pos de un nuevo lenguaje estético, unido
a una nueva ética, una nueva política, un nuevo derecho, una nueva justicia y una
nueva antropología para una nueva humanidad.
En la etapa final de su obra, Vallejo apuesta por los humanos que tienen las
manos llenas de tierra y sudor. Los nombra «constructores agrícolas, civiles y
guerreros»; les dice que con su trabajo fecundarán una nueva tierra, y con ello
aportarán a labrar un mundo humanizado. Vallejo es uno de los espíritus más
fuertes y más profundamente humanos de todos los tiempos, y como profeta
mira el mundo a su alrededor y se mira a sí mismo; a veces con esperanza, a veces
con cansancio, pero nunca con resignación, pues buscaba transformar a fondo el
pensamiento y la sensibilidad humana, y es que el mensaje ético vallejiano vino
para quedarse.
A lo largo de su obra, el vate santiaguino plantea implícitamente una teoría
de la estética o de la «sensibilidad», como él la nombra, la misma que se sostiene
desde un horizonte ético. La comprensión de su teoría de la estética posee seis
aspectos:
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iv) Cree que el arte es, de todas las formas superiores del conocimiento, la
más capacitada para expresar plenamente la vida: «¿Cómo escribir, des-
pués del infinito?» («Un hombre pasa con un pan al hombro»; p. 390).
También lo expresa así:
Los materiales artísticos que ofrece la vida moderna, han de ser asimilados
por el espíritu y convertidos en sensibilidad […] Tal es la verdadera poesía
nueva […] El creador goza o padece allí una vida en que las nuevas relaciones
y ritmos de las cosas se han hecho sangre, célula, algo, en fin, que ha sido
incorporado vitalmente en la sensibilidad […] La poesía nueva a base de
sensibilidad nueva es […] simple y humana (2002a, p. 349).
v) Posee una estética cuajada por la memoria y el recuerdo del hogar andino,
que recrea en Europa e imagina como el hogar universal: el mundo deseado
y anhelado. Ese acto de memoria conecta el porvenir de su espacio natal
americano con el porvenir del mundo; Vallejo, al ver a Europa hundirse
en la decadencia social y política, concibe la regeneración de un mundo y
una historia que él veía gestarse en los pueblos latinoamericanos. A partir
de lo expuesto, cabe la cuestión: ¿la Patria Grande de América Latina habrá
encontrado el camino propio de su grandeza y de su porvenir tal como lo
imaginó César Vallejo?
vi) Es una estética encaminada por el orden y el método. El vate deja ver su
lado cartesiano, siendo él un hombre metódico:
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Aquello que toca al hombre César Vallejo —como ser ético— cala tan hondo en su
alma que incide en los fundamentos de su comprensión del ser humano: «No quiero
referir, describir, girar, ni permanecer. Quiero coger […] a los hombres por la lengua
doble ancha de sus nombres» (2002a, p. 295). La justicia vallejiana como horizonte
ético sobrevive a toda carga ideológica, fatalista, determinista o existencial:
[…] el sentido fatalista de Marx no logra ahogar totalmente nuestra inquietud ética
[…] El hombre verdaderamente nuevo está adquiriendo una conciencia rigurosa de
la capacidad creadora y libre de su voluntad, junto con un austero sentimiento de la
responsabilidad humana ante la historia. De esta suma injerencia del hombre en la
creación de la historia —que él no concibe fuera de los resortes libres de su volun-
tad— está proscrito todo fatalismo y todo determinismo […] En el proceso vital del
hombre y de la sociedad caben todas las soluciones […] He atacado y atacaré a los
impostores de la revolución, a los inconscientes, a los farsantes, a los atolondrados, a
los egoístas, a los retrógrados con máscara vanguardista, a los que comen y beben de
un régimen y estado de cosas que ellos hacen gala en injuriar con fáciles chismes de
politiqueros circunstanciales […] Lo que en verdad sea puro, grande y esencialmente
revolucionario en América, queda y quedará de pie, indemne de todo debate y de
toda represalia («El sentido fatalista»; 2002a, p. 28).
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también quiero muchísimo / lavarle al cojo el pie». Se busca que ricos («el rey del
vino») y pobres («el esclavo del agua»), expresiones de los rostros de la sociedad
(«besar al cariño en sus dos rostros»), aprendan a convivir con iguales derechos
y oportunidades. La conciencia y el compromiso de Vallejo, impregnados en
su alma otorgaron mayor hondura a su obra al hacerse marxista; sin embargo,
su identificación con esta causa política no es propiamente ideológica, sino que
se trata de una causa auténtica, la de un alma magnánima; por eso se hizo un
activista de la justicia: «Y quiero por lo tanto, acomodarle / al que me habla, su
trenza; sus cabellos, al soldado; / su luz; al grande; su grandeza, al chico. / Quiero
planchar directamente / un pañuelo al que no puede llorar». Concluye expresan-
do su ternura, amor y solidaridad con los más desvalidos, entre ellos él mismo: «y
quisiera yo ser bueno conmigo / en todo» (p. 394).
El paradigma de justicia como virtud suprema reclama y proclama una jus-
ticia humana, surgida de la revolución del pueblo y de la historia, aquella que
se construye no desde las ideas sino desde las acciones cotidianas, haciéndonos
justos. Vallejo se asumía como un «poeta-soldado», lo que queda reflejado en el
artículo «Acerca de la revolución rusa»:
¿No os basta oír su tos desgarradora, nacida del hambre de la revolución? ¿No os
basta saber que, hoy mismo, en su calidad de miembro del Partido, su vida es un
ejercicio cotidiano de trabajo y sacrificio por la causa de la justicia? Esta mujer ha
sufrido: […] luego, tiene derecho a la queja y a la esperanza […] pienso en la justicia,
no como un juego de revancha del pobre sobre el rico ni como en un expediente,
sentimental y arbitrario, de venganza de una clase explotada sobre la clase explotado-
ra. Pienso en la justicia, no como en un ideal sacado de la nada o inventado por los
filósofos, apóstoles, taumaturgos, sino como en un fenómeno de equilibrio colecti-
vo, que se plantea, se realiza y se transforma constantemente según las evoluciones y
revoluciones de la historia. La justicia, considerada como una concepción abstracta,
como una fórmula única e invariable, como una simple categoría lógica, no pasa
de un deporte metafísico y de un símbolo meramente literario del que se ha hecho
uso, algunas veces, para distracción y embeleso místico de las clases intelectuales y,
casi siempre, con la vana e inoperante intención de evitar las revoluciones desviando
los términos esencialmente económicos y políticos de un conflicto con fraseologías
inútiles y elucubraciones demagógicas (2002a, p. 269).
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¡Constructores,
agrícolas, civiles y guerreros,
de la activa, hormigueante eternidad: estaba escrito
que vosotros haríais la luz, entornando
con la muerte vuestros ojos;
que, a la caída cruel de vuestras bocas,
vendrá en siete bandejas la abundancia, todo
en el mundo será de oro súbito
y el oro,
fabulosos mendigos de vuestra propia secreción de sangre,
y el oro mismo será entonces de oro!
[…]
¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán!
¡Verán, ya de regreso, los ciegos
y palpitando escucharán los sordos!
¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! (p. 423).
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Con solo cantar la rebelión y la lucha por la libertad y la justicia social, como hace
Blok, no se crea, en efecto, una nueva estética […] El poeta socialista no ha de ser
tal solamente en el momento de escribir un poema, sino en todos sus actos, grandes
y pequeños, internos y visibles, conscientes y subconscientes y hasta cuando duerme
(2002a, p. 321).
Este poema de tono profético resulta un reclamo incontenible, tanto que él mis-
mo quisiera convertirse en pan para entregarse a los demás, a los hambrientos de
justicia.
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Por otro lado, Vallejo en El tungsteno describe los rasgos físicos y emociona-
les y el compromiso por la justicia de Servando Huanca, el personaje principal,
como una especie de álter ego suyo:
Era un tipo de indio puro: salientes pómulos, cobrizo, ojos pequeños, hundidos y
brillantes, pelo lacio y negro, talla mediana y una expresión recogida y taciturna […]
Otras veces ya, cuando vivió en la calle azucarera en Chicama, trabajando como
mecánico, fue testigo y actor de parecidas jornadas del pueblo contra los crímenes
de los mandones. Estos antecedentes, y una dura experiencia como obrero, había
recogido en los diversos centros industriales por los que, para ganarse la vida hubo
pasado, encendieron un dolor y una cólera crecientes contra la injusticia de los hom-
bres (2005, p. 215).
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Este texto resulta un símbolo de la inequidad; los hombres esperan lo que, por
equidad, les corresponde, y al no obtenerlo crece su angustia y fatalidad: «hasta
cuándo este valle de lágrimas». Y de tanto esperar un destino más digno, el hombre
se impacienta y aumenta su amargura: «Ya nos hemos sentado / mucho a la mesa,
con la amargura de un niño / que, a media noche, llora de hambre, desvelado!».
Esta situación, no obstante, no lo amilana, sino que desde su paradigma de justi-
cia revolucionaria alimenta su decisión de transformar esas condiciones de vida y
buscar una alternativa equitativa para todos y todas: «Y cuándo nos veremos con
los demás, al borde / de una mañana eterna, ¡desayunados todos!» (p. 139). Vallejo
parte de la constatación previa de injusticia que lo lleva a denunciarla permanente-
mente y buscar a cambio la justicia («lo que a todos se nos debe»). Su compromiso
por la justicia lo lleva incluso a reclamarle a Dios, reivindicando al hombre: «Y el
hombre sí te sufre: el Dios es él» («Los dados eternos»; p. 145).
Para Vallejo, solo la persona capaz de amar y sufrir con y por los demás pro-
longará la tarea de Dios: amar y ser solidario, para lo cual el hombre tiene que
hacerse un verdadero hombre. Con esto, Vallejo lleva su humanismo hasta las
últimas consecuencias. Es un humanista radical cuyos versos permanentemente
256
El paradigma de la justicia vallejiana
Incluso Paz señala que el término «intrahistoria» es adecuado para referirse críti-
camente a un estar en la historia y a un ser la historia (p. 327). Son las dos varian-
tes de la intrahistoria que Vallejo integró en su ser: él estuvo en la historia y él fue
—y sigue siendo— la historia.
El santiaguino plantea también en su obra que la nueva concepción de la vida
debe ser más humana y concreta, y por lo tanto histórica. Esta utopía vallejiana
257
Ya va a venir el día, ponte el alma
A estos muchachos que se han muerto de todos los dolores, de todas las miserias y
de todas las tragedias humanas […] no se les podrá tocar el corazón sino mostrán-
doles otros dados del destino, otras posibilidades de ascensión, más inmediatas, más
humanas, más universales, que las posibilidades encuadradas dentro de una sola
disciplina religiosa, esta o aquella […] ¡Mi generación pide otra disciplina de la vida!
(2002a, p. 129).
[…] la lucha de clases en el Perú, debe andar a estas alturas, muy grávida de recom-
pensa para los que, como yo, viven siempre debajo de la mesa del banquete burgués.
No sé muy bien si las revoluciones proceden, en gran parte, de la cólera del paria.
Si así fuera, buen contingente encontrarían en mi vida, los «apóstoles» de América
(Carta a Pablo Abril de Vivero del 17 de marzo de 1928; 2002b, p. 59).
258
El paradigma de la justicia vallejiana
259
Ya va a venir el día, ponte el alma
de vida más humanos: «cuadrumano, más acá, mucho más lejos, / al no caber
entre mis manos tu largo rato extático, / quiebro contra tu rapidez de doble
filo / mi pequeñez en traje de grandeza!» (p. 423). La palabra «cuadrumano»,
inventada por Vallejo, sugiere lo «cuadrúpedo» y la «mano»; es decir, la anima-
lidad humana en trance de alcanzar la plenitud humanizadora que le otorga el
ser un constructor y un militante de la vida digna, o en términos vallejianos, un
«miliciano», el mismo que sale a defenderse: «resolviéndose en ti el destino de la
esfera». Los versos vallejianos evocan la vitalidad y la esperanza en una historia
humana renovada: «volverán / los niños abortados a nacer perfectos, espaciales / y
trabajarán todos los hombres, / engendrarán todos los hombres, / comprenderán
todos los hombres!» (p. 423). El poeta elabora estética y éticamente el inicio de
la realización de la utopía: la realización de la felicidad en esta historia humana y
concreta que le corresponde vivir al ser humano. Vallejo37 quería creer que, con
su compromiso y apuesta histórica, aportaba en la construcción de una etapa
histórica renovada, más justa, más esperanzadora, más humana. Por eso hace suya
la estética de la literatura rusa:
37 Incluso Wáshington Delgado ha llamado a Vallejo como el poeta histórico por excelencia, dotado de
modo excepcional para percibir el pulso de la historia, que por azares de su historia personal se vio envuel-
to en un acontecimiento histórico del siglo XX: la guerra civil española. Al borde de la muerte, mostró
en esas circunstancias sus grandes capacidades poéticas; así su gran capacidad de poeta histórico dio por
resultado su más grande lírica épica: España, aparta de mí este cáliz (2008, p. 177).
260
El paradigma de la justicia vallejiana
ser el artista que deslumbre y cautive para el consumo literario artificial y pasa-
jero, sino que busca ser el militante que escribe, enseña e inspira con su propio
testimonio; para su estética es indispensable partir de los meollos y coyunturas a
la infinita y siempre inacabada humanidad . La obra vallejiana es la voz de una
época que se prolonga en el tiempo y el espacio, y que tiene una vocación profé-
tica que surge de los fondos de la tierra y del ser humano mismo.
Vallejo es el intérprete de un proceso histórico que busca, desde un existen-
cialismo hecho palabra, el sentido de la historia38. Su mensaje fue construido
desde la vida misma para quedarse en la vida misma. Su voz es desgarrada, ex-
presa la angustia del destino que es uno e idéntico en el ser humano de todos los
tiempos y todas las historias. La obra de Vallejo es la esperanza del mundo; es la
historia de todas las historias, sobre todo de aquellas de las que nadie quiere saber
o que son negadas (la historia de las injusticias, de la pobreza, de las víctimas de
la violencia política, del hambre, de la tortura, del Estado indolente). La justicia
vallejiana expresa el sufrimiento del planeta, la lucha de los hombres y mujeres
por construir un mundo más digno donde habiten todos y todas.
Vallejo se marchó para siempre del Perú, «adonde no volveré hasta que que-
de piedra sobre piedra» (p. 246). Sin duda es su etapa europea la más intensa y
fecunda, y la que le otorga plenitud, originalidad y universalidad a su obra. El
mundo y la historia —ya no solo del Perú o de su hogar o de su pueblo— se
habían constituido en objeto de su reflexión y creación, que parte de lo íntimo,
personal y local hacia lo colectivo, social y universal. Colocado en el centro de
los acontecimientos históricos, la historia encuentra en Vallejo a un hombre de
una ética revolucionaria incorruptible, mordaz y original, y por tanto él mismo
se convierte en historia, en la historia.
Por otro lado, en su prosa también se advierte la posición vallejiana de la jus-
ticia como virtud suprema que conduce a la revolución del hombre humano. En
su libro de reportajes Rusia ante el segundo plan quinquenal, Vallejo reivindica a
los trabajadores, quienes a pesar de ser una población mayoritaria son invisibiliza-
dos y silenciados por la clase dominante. Con fina ironía contrasta las desigualda-
38 Conviene aquí mencionar a Brown (2008, p. 119) cuando señala que Vallejo escribe El tungsteno desde
un contexto sociohistórico determinado: la inestabilidad económica en la que había quedado el país luego
del Oncenio de Leguía y la indiferencia de la clase política y la oligarquía sobre los sucesos y la situación
socioeconómica del interior del país. Ante eso, Vallejo vuelve la mirada al interior no solo de los pueblos
más marginados, sino también al interior del poder, de las estructuras de injusticia y de dominio econó-
mico; en definitiva, al interior del ser humano y de su contexto histórico.
261
Ya va a venir el día, ponte el alma
En las estaciones capitalistas se oyen dos tonos de voz humana: el tono vigoroso,
altivo y de mando, de unos cuantos, y el tono bajo, humillado y de esclavo, de la
mayoría. El primero parte de la boca del viajero de pullman y del alto funcionario
de la estación y hasta del simple capataz o vigilante de los trabajadores inferiores;
el segundo parte de la boca de estos últimos. En las estaciones soviéticas no se oye
sino un solo tono de voz humana: el tranquilo, fraternal y libre, de los trabajadores
(1965, p. 79).
La mano de obra y, en este caso, el sirviente ejecuta pues un trabajo tan digno como
el que ejecuta un ministro o un poeta y, en Rusia, el criado del Hotel Europa es,
desde este punto de vista, igual a Stalin o a Kalinin […] El hecho de que Molotov
trabaje como Presidente del Consejo de los Comisarios del Pueblo, no lo coloca en
una jerarquía superior a la del camarada que trabaja sirviéndole a la mesa. Entre uno
y otro hay apenas una diferencia de labores, mas, de ninguna manera, una desigual-
dad de situación social (p. 123).
Sin embargo, Vallejo observó también en Rusia las duras condiciones en las que
trabajaban hombres y mujeres, quienes interactuaban con la tierra con pocas he-
rramientas, más cerca de la naturaleza que del pensamiento; por ello señala que el
trabajo allí es una desgracia y apela a una justicia económica: «Las necesidades de
confort y de buen gusto son aquí nuevas, porque parten de un standard de vida
entrañado a un orden colectivo de rigurosa justicia económica» (p. 126). Para el
vate, si bien el sistema socialista tiene intenciones de hacer un gobierno justo, en
la práctica presenta graves fallas, contradicciones y decepciones:
262
El paradigma de la justicia vallejiana
Hay niveles y alturas en las construcciones de la historia que, una vez que han alcan-
zado una mayor edad universal, su justa madurez de duración, devienen permanen-
tes y comunes a todos los pisos y transformaciones de pisos que vengan después […]
El devenir de la historia consiste en la transformación de un orden social respecto
del orden social que le precede, y no respecto del que le sigue o va a venir (Rusia en
1931. Reflexiones al pie del Kremlin; 2002c, p. 218).
263
Ya va a venir el día, ponte el alma
Es así como Vallejo critica el hecho de que la persona haya sido corrompida por
la sociedad consumista, egoísta y explotadora.
Asimismo, con su mirada de estadista, Vallejo describe y critica las caracterís-
ticas del proceso de globalización que se vivió en aquel entonces y que hoy, no sin
conflictos y desde la complejidad que eso conlleva, se sigue viviendo:
Si bien Vallejo valora los progresos del mundo moderno y el universalismo que
genera, también cuestiona sus contradicciones, exclusiones, afán de uniformi-
zación, inequidades y excesos. Su posición de migrante y de latinoamericano
en una ciudad cosmopolita como París le permitió observar que el capitalismo
iba construyendo una cultura de vida alienante, injusta, frívola y hedonista. Sus
crónicas europeas describen hechos sin dejar de asumir una posición crítica y
política.
A lo largo de su obra, Vallejo intenta dejar un testimonio del carácter univer-
sal de los problemas que afectan al ser humano, dirigiendo sus críticas al hombre
y al sistema deshumanizador en que vive: la transnacionalización de fenómenos
como la guerra, el terrorismo, el mercado económico, el fascismo, la xenofobia,
el racismo y el sufrimiento humano tanto individual como social. Ello denota
una visión de cosmopolitismo universalista, y cual misionero va más allá de las
fronteras nacionales: «¡Ah querer, este, el mío, este, el mundial, / interhumano!»
(«Me viene, hay días, una gana ubérrima, política»; p. 394). Ello coincide con
Ortega y Gasset, para quien los problemas del hombre, del yo y sus circunstancias
individuales y sociales no reconocen fronteras nacionales, por lo que el dolor y la
264
El paradigma de la justicia vallejiana
I, desgraciadamente,
el dolor crece en el mundo a cada rato
crece a treinta minutos por segundo, paso a paso,
y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces
y la condición del martirio, carnívora, voraz,
es el dolor dos veces
y la función de la yerba purísima, el dolor
dos veces
y el bien de ser, dolernos doblemente («Los nueve monstruos»; p. 387).
Por otro lado, en su poema «La rueda del hambriento», el personaje hace de su
pedido una crítica («Un pedazo de pan, ¿tampoco habrá ahora para mí?»), expre-
sando sus emociones de modo sistemático y descriptivo: «Amado sea aquel que
tiene chinches, / el que lleva el zapato roto bajo la lluvia, / el que vela el cadáver
de un pan con dos cerillas, / el que se coge un dedo en una puerta, / el que no tie-
ne cumpleaños» («Traspié entre dos estrellas»; p. 366). El dolor vallejiano tiene,
por tanto, sentidos multidimensionales: es motivo para la crítica, es altruista, es
fuente de solidaridad y es enemigo de todo fatalismo y resignación. Con Vallejo
se trata de un dolor con esperanza y con sentido profético y utópico: «¡Amado sea
el niño, que cae y aun llora / y el hombre que ha caído y ya no llora!» (p. 366).
La piedad por el dolor de todos, que el poeta muestra desde Los heraldos negros
es en Poemas humanos más que piedad, es amor, solidaridad y sacrificio: «Amado
sea […] el que perdió su sombra en un incendio». En este poema también hay
espacio para el reproche:
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Una vez más, se puede afirmar que Vallejo es el poeta de la condición humana: es
el poeta que escribió muriendo y que murió clamando por más justicia humana;
el que, viviendo su propia tragedia, tradujo el drama humano que significa morar
entre las orillas de la vida (la justicia) y la muerte (la injusticia). A pesar de vivir en
un mundo deshumanizado —que quiere hacer creer que la corrupción, la mer-
cantilización y la injusticia han triunfado—, el mensaje vallejiano sigue viviendo,
sigue alentando y sigue cuestionando, como un signo profético de su utopía.
Asimismo, en su artículo «El enigma de los E.E. U.U.», plantea sus temores
sobre el habitante de Norteamérica de manera crítica e irónica:
Tengo mucho miedo de que los yanquis no piensen todo cuanto deben pensar los
hombres. Tengo temor por su pensamiento, cuando los imagino cruzando Wall
Street a 50 kilómetros por minuto, preocupados de no dejarse coger por las ruedas
aleves o de no fatigarse sino lo estrictamente necesario para ganar un match de tenis
[…] En Nueva York no hay el hombre, integral, pleno, entero, sino hombres, mi-
tades de hombres, cuartos, octavos de hombre. Un dentista no piensa y se conduce
266
El paradigma de la justicia vallejiana
como cualquier hombre, sino como hombre en cuanto dentista; su espíritu es espí-
ritu odontológico y no espíritu humano… (2002a, pp. 290-292).
Por ello, resulta cierto lo que sostiene Roger: «La estética irreverente de Vallejo
conmueve por su sinceridad […] Y no se caiga en la debilidad de acusarle de
insincero. ¿Es que solo la realidad nos estruja? También oprime la perspectiva
de la fatalidad; también mata la herida que vemos venir, que tarda tanto y que
esperamos llorando» (citado en Espejo, 1965, p. 230). El sentido crítico de la
perspectiva utópica vallejiana hacía inconformista al poeta: «¡Mi generación pide
otra disciplina de la vida!...» («París renuncia a ser el centro del mundo»; 2002a,
p. 214).
Por otro lado, cuando Vallejo exclama «dejadme doler», lo hace desde lo más
recóndito del dolor; ubica al mismo nivel el dolor, la crítica y la petición. A decir
de Max Silva (1994), Vallejo era una persona que sentía demasiado y ese era el
origen de su sufrimiento. ¿Pero qué le dolía a Vallejo? El mismo poeta responde:
Yo no me duelo ahora como artista, como hombre […] Si no fuese hombre ni ser
vivo siquiera, también lo sufriría […] Si la vida fuese, en fin, de otro modo, mi dolor
sería igual […] Miro el dolor del hambriento y veo que su hambre anda tan lejos de
mi sufrimiento que, de quedarme ayuno hasta morir, saldría siempre de mi tumba
una brinza de yerba al menos («Voy a hablar de la esperanza»; p. 286).
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Con solo cantar la rebelión y la lucha por la libertad y la justicia social, como hace
Blok, no se crea, en efecto, una nueva estética. Con solo cantar sentimientos maxi-
malistas y antiburgueses, como hace Khlebnikov, tampoco se crea una nueva estética
[…] Porque la estética socialista no debe reducirse a los temas, al sentido político ni
a los recursos metafóricos del poema. No se reduce a introducir palabras a la moda
sobre economía, dialéctica o derecho marxista. No se reduce a tejer ideas renovado-
ras o requisitorias sociales de factura u origen comunista. No se reduce a adjetivar los
hechos y cosas del espíritu y de la naturaleza con epítetos traídos por los cabellos, de
la revolución proletaria (2002a, p. 321).
39 Puccinelli (2002) plantea que Vallejo elabora una estética de la palabra justa que consiste en el apogeo
del Verbo, el cual revela, une y arrastra más allá del interés pasajero y del egoísmo: «Y si después de tantas
palabras no sobrevive la palabra». No es la palabra solitaria ni individualista, ni la palabra retórica de los
«fraguadores de linduras», de los «jongleurs del colmo», ni de los virtuosos o convencionales. La estética
de la palabra justa que elabora Vallejo es sencilla, dialogante, cálida y humana, y está volcada a la vida
comunitaria; el artista, lo mismo que el pensador o el científico, buscará mediante ella la verdad para así
iluminarla: «hacedores de imágenes, devolved las palabras a los hombres» (p. XL).
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El paradigma de la justicia vallejiana
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Ya va a venir el día, ponte el alma
«He soñado una madre; / unas frescas matitas de verdura, / y el ajuar constelado
de una aurora» («Medialuz»; p. 83); la imagen vallejiana de la madre es la justicia
que cobija y protege al desvalido: «—Yo vivo con mi mamá… […] Ahí está mi
mamá. Yo estoy con mi mamá («Paco Yunque»; 2005, p. 412).
Otro símbolo estético con el que Vallejo representa a la justicia es el pan: «y el
valor de aquel pan inacabable» («XXIII»; p. 188). En Vallejo, el paso de lo indivi-
dual a lo colectivo se hace mediante la recurrente imagen del pan, la cual permite
transitar de la noción de comida a la noción y práctica de la justicia. Al igual que
Feuerbach, el peruano se preocupaba de lo más básico y primario, pues «uno es
lo que come» para el poeta, una vida digna empieza por comer dignamente, y an-
hela, como un acto de justicia básica, que todos estén desayunados para siempre
en la vida material. Él busca una sociedad en donde no quede hambre, abandono
u olvido: no más cenas miserables. El pan representa la justicia vista como una
comunión de bienes, pan para satisfacer el hambre de una fraternidad en la que
todos tengan la posibilidad de estar en «la mesa» de la vida. En esta cena está
presente el hambre de los pobres, aquellos que siempre están esperando «lo que
se nos debe», es decir, la justicia.
Asimismo, en los poemas «Ágape» y «La cena miserable», el pan simboliza la
justicia entregada con amor, ya que el hambre de justicia exige ser saciada no solo
formalmente o desde la legalidad, sino sobre todo desde la afectividad: «hacerle
pedacitos de pan fresco / aquí, en el horno de mi corazón». Vallejo formula una
justicia dinámica, íntima y personal, una entrega total. En «La cena miserable»,
cuando se pide el alimento lo que se está pidiendo es justicia para sí y para todos.
Estos poemas se relacionan con otro titulado «El pan nuestro», que comienza con
una referencia explícita a la desigualdad social: unos pueden tomar el desayuno y
otros no, manteniéndose esta inequidad de modo permanente: «Ayuno encade-
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El paradigma de la justicia vallejiana
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Ya va a venir el día, ponte el alma
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El paradigma de la justicia vallejiana
patrón y padecida por un niño, hijo de una campesina y a su vez sirviente del hijo
del patrón; así se muestra la cadena de injusticia de una servidumbre ancestral
y hereditaria, como si el ser pobre se tratara de una condena y el ser rico fuese
privilegio de unos pocos:
Esta escena —no muy lejana de tantas escenas de hoy en día— refleja diversas
situaciones injustas: los privilegios y las exoneraciones al cumplimiento de la regla
para el hijo del poderoso; el respaldo y complicidad de estos abusos por parte del
profesor; la inocencia y ternura de Paco Yunque (recordemos que el yunque es la
herramienta que recibe los golpes); la crueldad de Humberto Grieve, su pequeño
victimario, que representa la cadena incesante de la injusticia generación tras
generación. Rodríguez (2003, p. 206), en un estudio jurídico de esta obra, refiere
que aquí se refleja la ausencia de justicia sobre Paco y los mecanismos oficiales
opresores que la permiten (la escuela, el profesor). En este cuento, el paradigma
de justicia presenta y denuncia un estilo de vida excluyente, racista y denigrante;
aquí Vallejo representa los abusos que se producen contra el ser más indefenso de
la sociedad: el niño40.
40 González Montes (2008) observa que para Vallejo resulta significativa la figura del niño; así lo expresó el
poeta en sus relatos «El niño del carrizo», Fabla salvaje, «El vencedor», «Paco Yunque» y «Los dos soras»,
cuyos protagonistas son niños. En estos escritos incluso mezcla la lírica con el relato, como lo hace en
Fabla salvaje, en el que se muestra al niño Miguel («el mozo») tomando agua de un charco junto con
sus perros: «las pupilas del mozo y las de sus perros, al beber, se duplicaban y centuplicaban de cristal en
cristal, de marco en marco, entre la doble frontera natural de la onda y de los ojos». Este hecho conlleva
a que el niño se convierta en un signo de la continuidad existente entre lo humano y lo natural.
273
Ya va a venir el día, ponte el alma
La justicia ¡oídlo bien, hombres de todas las latitudes! Se ejerce en subterránea ar-
monía, al otro lado de los sentidos, de los columpios cerebrales y de los mercados.
¡Aguzad mejor el corazón! La justicia pasa por debajo de toda superficie y detrás de
todas las espaldas. Prestad más sutiles oídos a su fatal redoble y percibiréis su platillo
vigoroso y único que, a poderío de amor, se plasma en dos; su platillo vago e incierto,
como es incierto y vago el paso del delito mismo o de lo que se llama delito por los
hombres (p. 129).
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El paradigma de la justicia vallejiana
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Ya va a venir el día, ponte el alma
Se trata entonces de una estética y de una ética del cuerpo y de la materia, rei-
vindicados luego de tantos siglos de sometimiento por el pensamiento medieval
religioso. La poesía vallejiana del cuerpo se constituye en su utopía como encar-
nación existencial, que recuerda a la filosofía de Merleau-Ponty.
El vate sabe que construir la justicia requiere esfuerzo, persistencia y valor;
por ello no quiere que las palabras atenúen el contacto con la realidad material,
con la verdad primaria de la existencia biológica y social: la carne humana. Es des-
de allí que recrea una justicia como encarnación existencial. En Poemas humanos
y España, aparta de mí este cáliz ahondará en esa perspectiva, ubicándola en una
dimensión histórica y carnal, con todas las implicancias ideológicas y políticas en
las que Vallejo ya se encontraba inmerso: «Para Vallejo el nuevo hombre y la nue-
va poesía no pueden producirse sin una transformación radical y casi biológica
del ser humano» (Franco, 1984, p. 32).
La justicia humana que proclama Vallejo es todo un universo en la estética
contemporánea, y se vuelve tremenda y existencialmente biológica. El poeta san-
tiaguino ama a la humanidad tan apasionadamente que se olvida de sí mismo, y
sufre tanto por los demás que su vida se consume entre tanta inhumanidad ajena.
Vallejo vive como un desposeído de corazón, de arterias y de huesos propios; toda
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Ya va a venir el día, ponte el alma
[…] el ballet negro, cuya resonancia artística viene a probarnos, hoy como ayer, la
gran envergadura espiritual del África, de esa raza de triángulos y de olor a miel que-
mada, que quiere tomar por los cuernos a la vida […] los huesos ilíacos en relincho
de sensualidad espasmódica hasta el dolor del alma, el trombón que destempla los
dientes; la serie de tambores y platillos cuya vibración, lujuriosa de triste lujuria; el
crujido de los miembros, al danzar, al compás de un autotropezón imprevisto, aun-
que estilizado estupendamente (2002a, p. 129).
La justicia vallejiana como encarnación existencial hace que hasta la propia alma
se vuelva carne, pues la presencia del alma se impone a veces con tal intensidad
que el poeta la presenta como una realidad palpable: «chocaría con su alma, so-
bándole el destino con mi mano» («Piensan los viejos asnos»; p. 322); «Tú das
vuelta al sol, agarrándote el alma» («El alma que sufrió de ser su cuerpo»; p. 398).
En otros poemas, el alma aparece como un doble del hombre, que lo mira desde
el exterior, lo guía o se deja guiar por él: «y no quiere y sensiblemente / no quiere
aquesto el hombre; / no quiere estar en su alma acostado» («Quiere y no quiere
su color mi pecho»; p. 353); «se inclina tu alma con pasión a verte» («¿Y bien?
¿Te sana el metaloide pálido?»; p. 358). Otras veces el alma se presenta como un
278
El paradigma de la justicia vallejiana
Vallejo logra una integración plena del cuerpo y del alma en su vida y obra: esta es
la base antropológica y metafísica de su paradigma de justicia como encarnación
existencial.
El vate expresa y reconoce al hombre como cuerpo y alma que es, así como la
humanidad representada en él. Desde esta utopía que se hace carne en el hombre,
el poeta enuncia una serie de verbos existenciales («ser», «ver», «saber»), y todos
conducen Verbo pleno: el existir humano. El hombre es la evidencia suprema de
la dialéctica del cuerpo y del alma. Está en la historia, la misma que debe asumir
aunque no la comprenda. Desde su materialidad debe saberse alma y conciencia,
puesto que el hombre es libre y preso de su propia libertad, de la cual no puede
disponer sino para retornar a la existencia material y real, la vida misma hecha
carne: «Completamente. Además, ¡vida! / Completamente. Además, ¡muerte! /
Completamente. Además, ¡todo! / Completamente. Además, ¡nada!» («Yuntas»,
p. 400).
La justicia vallejiana, desde su sentido de encarnación existencial, se encuen-
tra también expresada en el poema «Existe un mutilado», en el cual el mutilado
(el hombre nuevo) solo tiene vida, y eso es lo único que necesita la persona para
asumir su presencia en su totalidad. El vate centra su obra en la persona y sus
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circunstancias existenciales, las mismas que empiezan desde su carne, lo más pal-
pable que posee:
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El paradigma de la justicia vallejiana
se juega a copas
y salen a mi encuentro los que aléjanse,
acaban los destinos en bacterias
y se debe todo a todos («Escarnecido, aclimatado al bien, mórbido hurente»; p. 278).
281
Conclusiones
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Colofón
La utopía vallejiana
Vanos son los ideales y doctrinas que en contra de este absurdo vienen inventando
y propalando pedagogos y legisladores. Aquí, como en los otros problemas sociales,
una cosa son las intenciones y los sueños y otra cosa son los intereses prácticos y co-
mestibles que se oponen a esos sueños y a esas intenciones (Rusia en 1931. Reflexiones
al pie del Kremlin; 2002c, p. 124).
También lo afirma al decir: «no solo de pan vive el hombre, tampoco vive solo de
ideal» («El enigma de los E.E. U.U.»; 2002a, p. 256). Aquí se plantea la utopía
vallejiana desde un carácter ético, estético, humanista, profético y esperanzador;
una utopía en el aquí y en el ahora, la misma que se refleja en su obra de todos
los géneros y en su vida misma.
El origen y las fuentes de la utopía vallejiana se forjan desde poemas que ex-
presan el «yo me adhiero» como un modo de plasmar el vínculo con su tierra y
sus raíces históricas y culturales. Este poema es un himno humanista a la cultura
andina, rescatando el valor del hombre y la mujer del ande, quienes protagoniza-
ron una de las revoluciones agrícolas más importantes del mundo: el cultivo de la
papa, que cual «oro nutricio» alimentó y salvó a la humanidad en distintas épocas
y hambrunas. Agricultura andina que se forjó en armonía con la naturaleza y con
el hombre y la mujer del campo, respetuosos y afectivos con la Madre Tierra; a
comparación del individuo contemporáneo extractivista, consumista, hedonista
y que ha puesto en peligro al ecosistema y a la misma especie humana. Vallejo
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Ya va a venir el día, ponte el alma
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Colofón: La utopía vallejiana
actividades económicas y políticas. Este ideal tiene una doble finalidad: i) afirmar
a la humanidad como totalidad; y ii) afirmar a la persona como singularidad. La
utopía señala tanto un proyecto universalista para todas las personas, como un
proyecto de autorrealización para toda persona (p. 89). Esta perspectiva de uto-
pía la hizo suya Vallejo, sin dejar su sentido crítico ni de señalar el camino hacia
dónde dirigirse para encontrar el significado vital:
La utopía vallejiana ayuda a la comprensión del mundo desde una apuesta por
la esperanza, la cual muchas veces entra en conflicto con la angustia, pero sigue
siendo esperanza al fin y al cabo: «Ah!, desgraciadamente, hombres humanos, /
hay, hermanos, muchísimo que hacer» («Los nueve monstruos»; p. 387). Contra
la presencia siempre amenazante del mal en el mundo, el poeta convoca a sus
«hermanos humanos» para la realización de un desafío cuya urgencia es impos-
tergable: luchar contra la injusticia. Tarea compleja, pero en la que no hay que
claudicar:
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Ya va a venir el día, ponte el alma
La ventaja que una utopía puede presentar para el desarrollo de la humanidad con-
siste en su carácter de evocación y en la fuerza estimulante con que puede animar
al hombre para que este trabaje con ahínco en pro del futuro. Pero en esto mismo
queda patente también su vulnerabilidad. Tan pronto como una utopía queda fijada
en unas nociones sociológicas, filosóficas y teológicas específicas, pierde su influjo
estimulante y se convierte en un simple objeto de deseo. Una utopía es algo difuso
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Colofón: La utopía vallejiana
y, por lo tanto, está siempre amenazado por la ideología […] La utopía únicamente
puede funcionar si se mantiene en su condición de relato literario (pp. 267-284).
Vallejo hace de la utopía un intento de superación de esa realidad que vivía, ob-
servaba y criticaba; él la sueña distinta y por eso a través de toda su obra imagina
una sociedad más humanizada. Vallejo transitó de la ideología a la utopía, supe-
rando su comprensión parcializada de la realidad (producto de su análisis marxis-
ta) en pos de una comprensión y un horizonte mucho más amplio y universal, sin
salirse del mundo y de la historia. Si la ideología tiende a preservar la realidad, la
utopía la cuestiona en su fundamento y en su práctica; por eso, Vallejo se despide
y renuncia a todo aquello que termina por ideologizar al hombre y alejarlo de la
utopía: «¡Adiós, hermanos san pedros, / heráclitos, erasmos, espinozas! / ¡Adiós,
tristes obispos bolcheviques! / ¡Adiós, gobernadores en desorden!» («Despedida
recordando un adiós»; p. 368). Aquí menciona a San Pedro (fundador de la Igle-
sia Católica), a los grandes filósofos y a los sistemas políticos y religiosos que se
41 Ricoeur (1984) manifiesta que la ideología es una comprensión de la realidad que puede ser analizada desde
tres niveles de profundidad, los que traen como consecuencia tres resultados diferentes: i) la ideología como
distorsión y disimulo de la realidad, que trata de dar una imagen invertida de la misma; ii) la ideología como
legitimación de la realidad, que afirma que las ideas son universales en la medida que representen a la clase
dominante; iii) la ideología como integración de la realidad, es decir, un sistema de ideas que da cohesión a
una sociedad, a menudo en relación a su origen fundacional, por ejemplo una guerra de independencia
(p. 232). Asimismo, el filósofo francés plantea otros tres postulados para contrarrestar a la ideología: 1)
frente a la ideología como disimulo, la utopía se presenta como una lógica del todo o nada, que sustituye lo
real por esquemas perfeccionistas; 2) frente a la justificación del poder vigente y de sus ideas dominantes, la
utopía pone en cuestión las formas de poder existentes en la sociedad; y 3) frente al ser así y no de otro modo
de las ideologías, la utopía es un ser de otro modo, un ser de otro sitio.
289
Ya va a venir el día, ponte el alma
han esmerado en dar a la persona y a la vida un sentido, pero que por ideologizar-
se perdieron el horizonte. Vallejo, al citarlos en minúscula y en plural, los despoja
de su individualidad y los trata como a sus iguales, colocándolos al nivel de todos
los habitantes de la tierra. Así, da a entender que tanto estos personajes como las
propuestas que representan han sido incapaces de trasformar la vida humana de
modo individual y social.
Desde su perspectiva intrahistórica, Vallejo comprobó que el socialismo esta-
ba desprestigiado en Rusia, que era complicado establecer una auténtica repúbli-
ca en España y que el triunfo del pueblo español era cada vez más lejano; por eso
se arma de una «gana dantesca españolísima de amar», pues el verdadero sentido
de su utopía es la humanización del hombre y del universo:
Aun cuando la vida de Vallejo fue «orfandad de orfandades», este supera el aban-
dono y las adversidades y coloca su estética en un plano utópico: «Se amarán
todos los hombres […] ¡Solo la muerte morirá!» («Himno a los voluntarios de la
República»; p. 423). El vate, con su obra y su vida, reafirma su utopía humanista
en los valores colectivos, y deja a las generaciones futuras el proyecto de construir
un mundo con rostro y justicia humanos.
La utopía vallejiana es entonces la expresión de todas las potencialidades y
posibilidades de la persona concreta y de la comunidad que la sostiene. La utopía
vallejiana se mantiene como un paradigma orientador, inspirador y transforma-
dor. Esta esperanza utópica no anuncia ningún final feliz, pues la utopía es utopía
cuando denuncia el orden establecido y permite construir uno nuevo:
290
Colofón: La utopía vallejiana
Para Vallejo, la tarea verdaderamente humana es hacer que la persona sea plena-
mente humana, ya que esta lucha con la que se compromete él mismo —como
hombre a través de su obra— es fundamental para el bien de todos y todas. Por
eso, en la etapa final de su obra manifiesta que la irracionalidad del ser humano
y la alienación constituyen condiciones absurdas en un mundo deshumanizado
e individualista, y ello será superado desde la fraternidad humana colectiva para
hacer de la esperanza una realidad: la realidad de la utopía.
Sin embargo, Vallejo admite que la utopía debe ser consciente de sus límites
para asegurar la dinamicidad que la impulsa al futuro: «Pero, de esta misma suerte
de existencia no sale más; de allí no puede salir más que una gran técnica en el
verso y una suma y sutil habilidad de composición. En cuanto a contenido vital,
nada» («La defensa de la vida»; 2002, p. 336). De esta manera, se recupera en el
presente del hombre su anhelo por hacerse libre, el cual es impulsado y animado
por la utopía. Para Vallejo, la utopía resulta profética, puesto que anuncia y de-
nuncia a la vez: anuncia un mundo más humanizado y denuncia aquel que no lo
es. El futuro de las personas no es el éxito, sino la posibilidad irrenunciable que
tiene un ser humano de poseer un destino que él mismo imagina y construye. Es
decir, los seres humanos son seres utópicos. Esta condición fundamental de ser
seres utópicos viene de la tensión permanente de entregarse a la vida con genero-
sidad infinita y eterna desde su pequeñez temporal y finita: «Quiere y no quiere
su color mi pecho, / por cuyas bruscas vías voy, lloro con palo, / trato de ser feliz,
lloro en mi mano, / recuerdo, escribo / y remacho una lágrima en mi pómulo»
(«Quiere y no quiere su color mi pecho»; p. 353).
La persona —como la entiende el vate santiaguino— es un ser haciéndose,
un ser vuelto hacia el futuro cuya tendencia es ser más. El hombre es un ser-pro-
yecto pues aun cuando tiene límites contextuales y coyunturales tiene también
291
Ya va a venir el día, ponte el alma
el élan vital de proyectarse más y ser más, porque el futuro es un destino inevi-
table; porque el futuro es un presente impostergable: «Y todavía, hoy mismo, al
atardecer, / digiero sacratísimas constancias, / noches de madre, días de biznieta
/ bicolor, voluptuosa, urgente, linda» («Quedéme a calentar la tinta en que me
ahogo»; p. 355). El significado de la obra vallejiana desde la perspectiva utópica
es que la constitución del ser utópico es vital para el ser humano; solo así podrá
enfrentarse a diversas realidades que lo deshumanizan: pobreza, exclusión, injus-
ticias, racismo, xenofobia, contaminación ambiental y trata de personas. Por esa
tensión ante el futuro, el ser humano no solo mira más allá, sino que transforma
el más acá de la realidad adversa, como hizo el poeta durante su estadía en San-
tiago de Chuco, Trujillo, Pasco, Lima y, finalmente, Europa:
¡Señores! Ruego a ustedes dejarme libre un momento, para saborear esta emoción
formidable, espontánea y reciente de la vida, que hoy, por la primera vez, me extasía
y me hace dichoso hasta las lágrimas.
292
Colofón: La utopía vallejiana
Para Vallejo, la utopía no es una tierra por conquistar —ya que no tiene lugar—,
sino que como posibilidad trata de completar todo aquello que hace falta para
que el mundo sea justo: «¡No es grato morir, señor, si en la vida nada se deja y si
en la muerte nada es posible, sino sobre lo que se deja en la vida!». El poeta insis-
te: «y si en la muerte nada es posible, sino sobre lo que pudo dejarse en la vida»
(«Las ventanas se han estremecido»; p. 282). El mérito del hombre es lo que logra
en la vida para él y para los demás. La utopía vallejiana se enfrenta a las adversida-
des y resiste toda circunstancia. Es una utopía constructiva, pone a la persona en
acción y por eso debe ser asumida como una tarea: «¡Tanta vida y jamás me falla
la tonada!» («Hoy me gusta la vida mucho menos»; p. 319). Evocar la utopía va-
llejiana significa salir del letargo de la rutina para asomarse a un horizonte donde
se divisan otros derroteros. Vallejo plantea un derrotero utópico: asume un com-
promiso firme por la humanización del hombre y la justicia humana, y camina
por el sendero estético hasta llegar al encuentro con la ética. Su vida conmueve y
contagia hasta una apuesta por la utopía. Su personalidad afirma sus raíces en un
sujeto entrañable; su presencia enternece como un niño que quiere hacerse hom-
293
Ya va a venir el día, ponte el alma
bre y hacerse bueno. Vallejo es el principio del mundo nuevo, de la nueva utopía
que es siempre condición de posibilidad, pues siempre es posible afirmarla:
Esa nueva utopía también requiere de una persona nueva y es lo que Vallejo construye
estéticamente en España, aparta de mí este cáliz, que tiene como arquetipo al volun-
tario, el hombre humano hasta el extremo: «¡Estremeño, dejásteme / verte desde este
lobo, padecer, / pelear por todos y pelear / para que el individuo sea un hombre» («Ba-
tallas»; p. 430). Son hombres extremeños cuya labor humanizadora coincide con los
poemas «Telúrica y magnética» e «Himno a los voluntarios de la República»: «¡Muerte
y pasión de paz, las populares! / Muerte y pasión guerrera entre olivos, entendámo-
nos!» (p. 423). Aun desde el sufrimiento más extremo, surge en Vallejo una fuerza
renovadora: «Oh, débiles!, oh suaves ofendidos, / que os eleváis, crecéis / y llenáis de
poderosos débiles el mundo!» («Batallas»; p. 430). Vallejo anuncia el fin de un mundo
inhumano y el inicio de uno nuevo y posible. Ello en algunos casos lo expresa en un
lenguaje bíblico y apocalíptico, sin plantear una trascendencia sino una inmanencia,
ya que no rinde culto a Dios sino al hombre: «Hombre, en verdad te digo que eres el
HIJO ETERNO» («Lomo de las Sagradas Escrituras»; p. 273).
La utopía como camino se consolida desde su esperanza incesante. A pesar
del largo sufrimiento, la esperanza ha llegado: España (que representa al mun-
do) no debe claudicar, sino avanzar hasta alcanzar la vida plena para todos y
todas. Por eso, desde las luchas solidarias y comprometidas del pueblo espa-
ñol, Vallejo sentía germinar la semilla de un mañana pleno: «dolores con rejas
de esperanza / de dolores de pueblo con esperanzas de hombres!». Del sacrifi-
cio de los voluntarios de la República surgirá el día en que «¡Se amarán todos
los hombres […] y beberán en nombre / de vuestras gargantas infaustas! [...]
serán y al son / de vuestro atroz retorno, florecido, innato, / ajustarán mañana
sus quehaceres, sus figuras soñadas y / cantadas!» («Himno a los voluntarios
de la República»; p. 423).
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Colofón: La utopía vallejiana
La utopía vallejiana busca un lenguaje y una vía que permita al ser humano
reencontrarse consigo mismo. El testimonio de la palabra vallejiana sobrevive y
sobrevivirá para siempre a todas las palabras. El apogeo del empirismo y la expe-
riencia directa de la lucha social de clases, de la que él fue testigo, le han demos-
trado a Vallejo que «el hombre procede suavemente del trabajo». No todo queda
en esa histórica constatación, ya que dentro de la sociedad la persona deja de ser
«un dios desgraciado» («Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas»; p.
376) un «desgraciado mono» («El alma que sufrió de ser su cuerpo»; p. 398) o un
«señor esclavo», es decir, es un ser en contradicción permanente que busca alcan-
zar su identidad y su humanidad, pues hasta ahora no ha sido sino «un inmenso
documento de Darwin».
Así pues, la utopía vallejiana como perspectiva hace síntesis, alcanzando el
fin de la dialéctica: es más efectiva y afectiva, intensa y crítica, como si la razón
y el corazón se alimentaran mutua y simultáneamente en una armonía humana
plena:
Ya va a venir el día; da
cuerda a tu brazo, búscate debajo
del colchón, vuelve a pararte
en tu cabeza, para andar derecho.
Ya va a venir el día ponte el saco.
Ya va a venir el día; ten
fuerte en la mano a tu intestino grande, reflexiona
antes de meditar, pues es horrible
cuando le cae a uno la desgracia
y se le cae a uno a fondo el diente.
Necesitas comer, pero me digo,
no tengas pena, que no es de pobres
la pena, el sollozar junto a su tumba;
remiéndate, recuerda,
confía en tu hilo blanco […]
Ya va a venir el día, ponte el alma.
[…]
Ya va a venir el día, ponte el sueño.
Ya va a venir el día, repito
295
Ya va a venir el día, ponte el alma
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Colofón: La utopía vallejiana
ya no vive y sobrevive para sí mismo, sino por la supervivencia de los otros seres
humanos que luchan en la tierra sostenidos por su perspectiva utópica.
La utopía vallejiana como perspectiva apela a que el ser humano sea construc-
tor y dueño de su propio futuro, viviendo en fraterna comunidad con los demás.
Es así que se alcanza la meta, la aspiración culminante que pedía el poeta Paul
Éluard: «del horizonte de un hombre al horizonte de todos». Vallejo fue maes-
tro de humanidad, guidado por su perspectiva utópica: «La trascendencia de un
hecho reside menos en lo que representa en un momento dado, que en lo que él
representa como potencial de otros hechos por venir» (Rusia en 1931. Reflexiones
al pie del Kremlin; 2002c, p. 245). El vate invita a confiar y a no perder el hori-
zonte, a no perder el sentido utópico:
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Ya va a venir el día, ponte el alma
42 «Estos textos se van enlazando progresivamente hasta construir esa extraordinaria metáfora de la eterni-
dad que surge desde las entrañas mismas del hombre, desde su piedra y montaña íntimas, desde su hogar
interior, arraigado, para luego encarnarse más allá de la cima, en ese humo o polvo que viene del fuego y
que, con su amor, cubre todos los aires y todos los vientos del futuro. Con ello, el poeta nos dice que el
tiempo y el espacio verdaderos son los humanos» (Pantigoso, 2008, p. 179).
298
Colofón: La utopía vallejiana
será vencida y la posibilidad infinita estará abierta al ser humano solo por medio
de la instauración plena de la justicia. La victoria de la masa sobre la muerte equi-
vale a decir que todo el amor posible del universo vence a todo el dolor posible
del mismo. Esto va en contraposición a quienes por falta de amor y solidaridad
mueren por falta de muerte, como le sucedió a Barrès:
Menester es que se sepa que Barrès murió a causa de padecer de una gran carencia de
muerte […] Barrès murió de falta de muerte. Al revés de lo que acontece al común
de los hombres, que mueren de falta de vida, a Barrès lo mató la falta de muerte, lo
que, por lo demás, no ha de llevarnos a confundirlo con los otros grandes hombres,
que también mueren de falta de muerte […] Un gran resorte de sabiduría consiste,
pues, en el conocimiento de lo que nos falta: vida o muerte, dinero o hermosura,
odio o amor («El asesino de Barrès»; p. 241).
La utopía vallejiana traspasa la muerte física. Las personas que veía morir, mo-
rían por la esperanza; en otros términos, Vallejo vacía a la muerte de su conte-
nido letal: «Su cadáver estaba lleno de mundo» o «herido mortalmente de vida».
La representación de la muerte como semilla de la nueva esperanza atraviesa su
obra estética y política. Para Vallejo, la superación de la muerte no supone una
resurrección personal e individualizado, sino que se trata de una resurrección
colectiva y comunitaria que se aloja en los ideales y esperanzas del pueblo. El eje
central de España, aparta de mí este cáliz es la liberación del ser humano y de los
pueblos de esa agonía lenta y cotidiana que significa vivir en estructuras sociales
injustas. En este poemario, Vallejo construyó un ideal de ser humano integral
con la imagen inmortal del miliciano, un hombre no cosificado sino reconciliado
consigo mismo y con la historia. En ese sentido, la figura de Pedro Rojas resulta
emblemática para comprender la utopía como condición para la inmortalidad.
Pedro Rojas no tiene nombre opulento, sino que se trata de un hombre que
emerge de la cotidianeidad, de la familiaridad y de la misma sociedad; es padre,
marido, ferroviario, pero sobre todo hombre. A su sacrificio se deben todos los
hombres de la tierra, él es ya el hombre inmortal en cuyo cuerpo late, vive y re-
nace la humanidad entera.
Vallejo escoge a Pedro Rojas para simbolizar a la persona que muere física-
mente pero cuya memoria, legado y presencia lo trascienden, pues es la esperanza
que resiste y se aferra a la vida, a pesar de que «muere dos veces». El vate hace
299
Ya va a venir el día, ponte el alma
que Pedro Rojas, aunque muerto, escriba en el cielo y vuelva a «vibar» a los com-
pañeros de lucha, pues es a la vez héroe popular, combatiente de la vida y mártir
de guerra, con ello, Pedro Rojas supera la muerte para asumir su cuerpo y su
alma, que es el alma del mundo. Así, Rojas, personificando la esperanza y hecho
hombre de veras, vivía con gran ternura en nombre de todo el mundo, y regresa
a la vida clamando: «viban los compañeros». Vallejo escoge como personajes de
sus poemas a la gente más humilde: los marginados, los niños, las mujeres, los
mendigos. Rescata de ellos su fuerza, su esperanza y sus sueños, así, les devuelve
la dignidad perdida, y desde ellos y con ellos construye su utopía.
Para Vallejo, la resurrección no se trataba de un recurso estético facilista usa-
do para vencer a la muerte sin más ni más; sino que con esta figura crea una
inmortalidad universal que se sostiene en la memoria por aquellos que lucha-
ron, que creyeron, que arriesgaron, que se atrevieron a cuestionar y criticar, y
que generosamente ofrendaron su vida para que sus «hermanos humanos» vivan
plenamente. Mientras aquellos estén vivos, vivos estarán quienes murieron por
ellos: «Se llevaron al héroe, / y corpórea y aciaga entró su boca en nuestro alien-
to» («Pequeño responso a un héroe de la República»; p. 97). Es decir, el cuerpo
del muerto (y con él toda su humanidad) ingresa en nuestro aliento, en nuestra
vida, en nuestra alma y se queda para siempre. No muere, y así muertos y vivos se
hacen uno. Es la muerte del individuo puesta al servicio de un pueblo que busca
su libertad y su felicidad. Será la vida nueva en el ser humano nuevo y creará
una nueva humanidad: «una gran raíz en trance de otra» («Batallas»; p. 430). La
inmortalidad asumida por el vate reside en la inmortalidad del verdadero ser y de
la utopía, y su utopía fue la justicia y la hermandad.
Con Vallejo no se está ante el fin de la historia (como indica Fukuyama), todo
lo contrario: el ser humano y la humanidad siempre están empezando y se encuen-
tran en permanente refundación de la historia. En ese sentido, la utopía vallejiana
da luces para una construcción liberadora de los seres humanos y de la sociedad.
Según Gutiérrez (1992), al levantar Vallejo la utopía de la vida en sus dimensiones
más concretas ilumina y apabulla a la vez, pues en un país —el Perú— que por
momentos parece escaparse de las manos, Vallejo da sombra y da luz según sea ne-
cesario. La universalidad de Vallejo se da por profundidad, pues es una persona que
va hondo al centro de la tierra y a la raíz del ser humano (pp. 124-125).
Toda la experiencia humana de Vallejo se articula en un eje integrador: su pa-
sión por la utopía de un mundo auténticamente humano y justo. Según Ortega
300
Colofón: La utopía vallejiana
[…] esta, la masa socialista, dinámica y técnica, me estaba enseñando a mí, pequeño
burgués, contemplativo y arbitrario, indolente y egoísta, cuáles son y serán los de-
rroteros, el signo, la formula dialéctica de la nueva sociedad por la lucha. Esta masa
me dice ahora: La sustancia primera de la revolución, es el amor universal. Su forma
necesaria e ineluctable hoy es la lucha. Pero, mañana, cuando la lucha pase —puesto
que pasará, puesto que esa es la ley de la historia—, la forma del amor será el abra-
zo definitivo de todos los hombres. Y entonces tendrá cabida en los combatientes
de hoy, forjadores de ese porvenir, todo cuanto, de una u otra manera, expresa la
existencia de esa materia prima de la historia, que es, a la vez, la razón de ser de
toda rebeldía y de toda lucha social: el amor (Rusia ante el segundo plan quinquenal;
2002c, p. 126).
301
Ya va a venir el día, ponte el alma
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Diciembre 2018 Lima - Perú