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Universidad de San Buenaventura, sede Bogotá

Facultad de Ciencias Humanas y Sociales


Licenciatura en Filosofía
Electiva IV: Ciencia y Religión
Actividad: Ensayo filosófico
Estudiante: Nicolás David Medina Escobar
Docente: Ángel Giovanni Rivera Novoa

El tránsito del geocentrismo al heliocentrismo:


Karl Popper y Moritz Schlick. Dos aproximaciones teóricas al problema científico

“Quien renuncia demasiado fácilmente a su teoría


frente a aparentes refutaciones jamás
descubrirá las posibilidades inherentes a su teoría”.

K. Popper, El problema de la demarcación, 1995, p. 139

En el campo científico, las teorías cosmológicas, según Karl Popper (1995), guardan
similitud con la creación de mitos porque

Hay una realidad detrás del mundo tal como aparece ante nosotros, o posiblemente una
realidad compuesta de muchas capas, y de la que las apariencias son las capas más
externas. Lo que hace el gran científico es conjeturar, con atrevidas suposiciones,
cómo son estas realidades interiores. Lo cual es a fin a la creación de mitos (Popper,
1995, p. 135).

La cita anterior evidencia el problema de la ciencia en comparación con la creación de


mitos pero no es el propósito de nuestro ensayo. En este sentido, Popper nos ilumina el
objetivo: cómo un falsacionista (Karl Popper) y un positivista (Moritz Schlick) explican el
tránsito de la teoría geocéntrica a la heliocéntrica. Para cumplir este objetivo expondremos,
a partir del contexto histórico científico de ambas teorías cosmológicas presentado en el
libro Teorías de la ciencia: Primeras aproximaciones, los argumentos de ambos autores,
Schlick y Popper (referencia a sus escritos El viraje de la filosofía y El problema de la
demarcación, respectivamente), con el propósito de argumentar la explicación de dicho
cambio. Esperamos que nuestra conclusión permita un debate con el fin de problematizar
hoy en día la importancia, para los estudios actuales en Filosofía de la Ciencia, el tránsito
de la teoría geocéntrica a la heliocéntrica.

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II

La teoría geocéntrica nace de las observaciones realizadas por Ptolomeo y Aristóteles.


Según los autores del texto Teorías de la ciencia: Primeras aproximaciones (2016)

La propuesta planteaba un conjunto de problemas a resolver, no solo desde el punto de


vista de la astronomía (abocada a predecir y describir matemáticamente los cambios de
posiciones de los astros), sino también para la física (ocupada del cambio en general y
de los movimientos de los objetos en la Tierra) y para la cosmología (que busca
presentar una imagen acerca del universo). La respuesta a estos interrogantes supuso
una nueva cosmovisión (…) (Ginnobili et al, 2016, p. 26)

Futuros lectores y sabios de las teorías del mundo formuladas por Ptolomeo y Aristóteles
buscaron la manera de resolver dichos problemas y, de acuerdo con Popper (2005) en su
texto El mito del marco común, “si el progreso es significativo, los problemas nuevos serán
distintos de los antiguos: los nuevos problemas se plantearán en un nivel de profundidad
radicalmente distinto (Popper, 2005, p. 20). De los problemas antiguos surge la teoría
científica cosmológica del heliocentrismo que

(…) Desde el punto de vista astronómico, […] el sistema copernicano resultaba tan
inadecuado como el ptolemaico y no menos complicado. Esta inadecuación se hizo
especialmente manifiesta como consecuencia de las nuevas y más precisas
observaciones incorporadas como evidencia astronómica por los hermanos Tycho
(1546-1601) y Sophie Brahe (1556-1643). Sería Johannes Kepler (1571-1630) quien
daría una explicación astronómica que gozaba tanto de precisión como de sencillez.
Para ello debería poner en cuestión las dos ideas fundamentales de la astronomía
antigua: que todos los movimientos celestes se basan en recorridos circulares y que las
velocidades de los astros son constantes (Ginnobili, 2016, p. 58).

Estos antiguos problemas al convertirse en nuevos, lograron progreso en la ciencia y


posibilitaron a los científicos explicar la dinámica del universo a partir de aproximaciones o
nuevas posibles teorías del mundo que fundamenten sus observaciones y predicciones
(Popper las llamará apariencias en tanto que son las capas externas que componen la
realidad detrás del mundo tal como aparece ante nosotros) en registros que justifiquen sus
osadas ideas. Los hombres de estas osadas ideas son, según Popper (1995)

Críticos muy rigurosos de sus propias ideas; tratan de averiguar si sus ideas están en lo
correcto, y antes que nada intentan averiguar si no serán, acaso, erróneas. Trabajan con
osadas conjeturas y con severos intentos de refutar sus propias conjeturas (Popper,
1995, p. 131).

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Dichos intentos de refutar sus propias conjeturas logran, según Popper (2005), el progreso
en la ciencia. El filósofo nos dice que

(…) Es posible que el científico individual desee más bien establecer su teoría que
refutarla. Pero desde el punto de vista del progreso en la ciencia, este deseo puede
fácilmente engañarlo. Además, si no examina críticamente su teoría predilecta, otros lo
harán por él. Los únicos resultados que éstos tendrán en cuenta como soportes de la
teoría serán los fracasos en los intentos interesantes por refutarla: fracasos en la
búsqueda de contraejemplos allí donde tales contraejemplos serán más esperados a la
luz de las mejores teorías rivales (Popper, 2005, p. 24).

Teniendo en cuenta lo anterior, Moritz Schlick (1978) en su texto El viraje de la filosofía


afirma que, en el campo de la filosofía, no hubo logros filosóficos antes de la década 1920s
porque

Se tiene la impresión de estar sólo ante una formulación vergonzante de la pregunta:


¿Hizo en verdad la filosofía algún progreso en ese período? Porque si estuviera uno
seguro de que se alcanzaron algunos logros, también se sabría en qué consistieron
(Schlick, 1978, p. 59).

Fue precisamente ese ego de los filósofos que no permitieron que la filosofía progresara. En
concordancia con Schlick (1978) nos dice que

(…) Son precisamente los pensadores de más talento quienes han creído rarísimamente
que permanecen inconmovibles los resultados del filosofar anterior, incluso el de los
modelos clásicos. Esto lo demuestra el hecho de que en el fondo todo nuevo sistema se
inicia una vez más desde el principio, que cada pensador busca su propio fundamento y
no quiere apoyarse en los hombros de sus predecesores (Schlick, 1978, p. 59).

En este sentido, tanto los argumentos del falsacionista (Popper) como los del positivista
(Schlick) para explicar el tránsito de la teoría geocéntrica a la heliocéntrica, ambos
pensadores deben partir del hecho, como dice Schlick (1978), de que

El gran viraje no debe, pues, ser atribuido a la lógica misma, sino a algo totalmente
distinto que en realidad ella estimuló e hizo posible, pero que actúa en un plano mucho
más profundo: el conocimiento de la naturaleza de lo lógico mismo (Schlick, 1978, p.
61).

Si hacemos la lectura de dicho cambio desde la perspectiva falsacionista, Popper asumirá


que el tránsito de la teorías radica en el grado de refutación que se le aplique, en este
sentido, a la vieja cosmovisión geocéntrica de Ptolomeo y Aristóteles. Esta teoría es
sustituida por las nuevas observaciones registradas de la teoría heliocéntrica desarrollada
por, en un primer momento, por Aristarco de Samos. Las primarias observaciones de
Aristarco, condujo a que Nicolás Copérnico las organizara con el fin de registrarlas en su
libro De revolutionibus orbium coelestium (Sobre las revoluciones de las esferas celestes)
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publicado en 1543. Posteriormente Johannes Kepler mejoró la perspectiva heliocéntrica de
Aristarco y Copérnico afirmando que el movimiento de las estrellas era elíptico y, Galileo
Galilei la confirmó a través de sus telescopios. Sin embargo, el positivista argumentará que
ambas teorías, en el campo filosófico, pertenecen al conflicto entre los sistemas y, de
acuerdo con Schlick (1978), “(…) estoy convencido de que nos encontramos en un punto
de viraje definitivo de la filosofía, y que estamos objetivamente justificados para considerar
como concluido el estéril conflicto entre los sistemas (Schlick, 1978, p. 60). Esto mismo,
pero en el campo científico, equivale decir que ambas teorías están sujetas a un lenguaje y
está determinado por una lógica. Al contraponerse una frente a la otra, debido a la
naturaleza lógica de su lenguaje científico, ambas teorías son cognoscibles en la medida en
que se explicita dicha lógica. En el caso del geocentrismo su lenguaje articula los conceptos
la Tierra es el centro del cosmos y las estrellas giran de modo circular. En el caso del
heliocentrismo sus conceptos articulados son, por ejemplo, el Sol es el centro del universo y
las estrellas giran de modo elíptico.

III

Por ende, en cada lenguaje teórico, los conceptos reciben un tratamiento propio y su
naturaleza lógica es explícita al ser contrapuestas ambas teorías científicas. El viraje, en el
campo científico, consiste entonces en el análisis del lenguaje que fundamenta cada teoría
con el fin de evidenciar la teoría que compruebe claridad y coherencia interna de sus
conceptos. Esta será cognoscible, válida y universal para la comunidad científica. En este
sentido, para Schlick (1978), “es cognoscible todo lo que puede ser expresado, y ésta es
toda la materia acerca de la cual pueden hacerse preguntas con sentido” (Schlick, 1978, p.
61). De esta última frase, surge la cuestión que posibilita el debate y es: ¿Qué importancia
tiene hoy para los estudios actuales en Filosofía de la Ciencia el tránsito de la teoría
geocéntrica a la heliocéntrica?

IV

Bibliografía
 Ginnobili, S., Destéfano, M., Haimovici, S., Narvaja, M. & Perot, M.
(2016). Teorías de la ciencia: Primeras aproximaciones. Buenos Aires: EUDEBA.
 Popper, K. (1974). “El problema de la demarcación”. En: Popper: Escritos
Selectos. D. Miller (comp.). México, FCE, 1995.
 Popper, K. (1985). Realismo y el objetivo de la ciencia. Post scriptum a la lógica de
la investigación científica. Vol. 1. Madrid: Editorial Tecnos.
 Popper, K. (2005). El mito del marco común. En defensa de la ciencia y la
racionalidad. Barcelona, Paidós.
 Schlick, M. (1930). “El viraje de la filosofía”. En: El Positivismo lógico. A. J. Ayer
(ed.). México, FCE, 1978.

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