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-c REVISTA CONTEMPORÁNEA

REVISTA
CONTEMPORÁNEA

AÑO Xllí-TOMO l_XV.


ENERO — FEBRERO — MARZO ^1887.

DIRECCIÓN Y ADMINISTRACIÓN
PIZARRO, 17, PRINCIPAL

OFICINAS
PARÍS, R. SERRANO, 4 2 , RUÉ LAFONTAINE

MÉJICO BUENOS AIRES


CUBA
y. F. Parres y Comp.^ Manuel J?eñe
D. Miguel Alorda
VENEZUELA BRASIL
O'reilly, 96
E, Fombona Bello-fviino Cnrneiro
Habana.
Peinamhuco

DERECHOS RESERVADOS
MADRID, 1887
TIPOGRAFÍA D E MANUEL G. HERNÁNDEZ
Libertad, 16 duplicado, tajo
BRIHUEGA Y SU FUERO

A parte de la provincia de Guadalajara que se


extiende desde la margen izquierda del Henares,
luego que se remonta el terreno á las alturas, has-
ta el caudaloso Tajo, es lo que se llama Alcarria
propia. Siglo tras siglo ^lan labrado en sus grandes masas de
origen terciario las aguas y los vientos, y aquella región que
debiera ser, sin ese constante labrar, una inmensa llanura,
ofrece hondas quiebras y barrancos, por donde corren rauda-
les de agua más ó menos ricos.
El más caudaloso de todos es el Tajuña, al que llamaron
Tagonio (i) los geógrafos romanos, queriendo decir que era

( I ) El P. Florez (tomo V de la España Sagrada') cree que el antiguo Ta-


gonio es el Henares. Parte del error de creer como indudable que Guadala-
jara es la Caracca de que habla Plutarco en la vida de Sertorio y que dice
estaba junto al Tagonio. Conforme á esta opinión, en el mapa que en dicho
tomo incluyó para trazar la antigua provincia cartaginense, pone el Henares
con el nombre de Tagonius y confunde á Arriaca con Caraca.
Cortés, en su Diccionario de la España antigua, declara que el Tajufia es el
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un remedo del padre Tajo, en cuyas aguas al cabo entran las


suyas. Humilde, como su nombre, corre por la Alcarria sin
ruido y casi sin apariencias de río, arrastrando sus aguas pau-
sadamente en el encierro pocas veces quebrantado de un cauce
estrecho y profundo, y recogiendo avaro la multitud de fuen-
tes que de las lomas vecinas caen presurosas como si desco-
nocieran su triste destino de hundirse en un río que es, por lo
silencioso y oscuro, un verdadero sepulcro. Así, muchas ve-
ces, viendo yo cómo por las laderas de aquel risueño valle
corrían alegres y juguetonas las aguas de esas fuentes, las
comparaba con las existencias juveniles que se apresuran á
llegar al borde de la tumba. Los lechos de césped sobre que se
deslizan; las hierbas y florecillas que se inclinan temblorosas en
sus orillas; los bosquecillos plantados junto al río para ocultar
mejor la negrura de éste, y la rápida muerte de esos filetes y
golpecillos de agua que, apenas nacen, desaparecen, hacían
más autorizada y cierta la semejanza.
En el declive de la serie de altas y encadenadas lomas que
corren á la derecha del Tajuña, á cinco leguas de la capital
de la provincia, dando la cara al S. E. y puesta en sitio ven-
tajosísimo, se erigió la actual villa de Brihuega. Su situación
no es en alto ni en bajo, porque está al mediar la altura de
una de dichas lomas. Sus fundadores se aprovecharon de un
ancho rephegue del terreno á donde afluyen dos vallecillos,
el de Valdeatienza y el de Quiñoneros (i), de manera que ni
es llano el suelo de la población, ni excesivamente áspero,
aunque los barrios más modernos tuvieron que extenderse
hacia las alturas vecinas. En su parte baja se quiebra el terre-

Tagonio de los romanos, citado por Plutarco. Recuerda el mismo Cortés que
en la edición del historiador romano de Francfort (l5oo) al hablarse de cierto
encuentro entre los de Caraca y Sartorio, no se refiere al Tagonio, sino al
Tajo, y cree que Caraca no era Guadalajara, sino Carabafía, situada ji\^to al
Tajuña, según opinó ya el Conde de Mora en su Historia de Toledo.
El Arzobispo D. Rodrigo (De rebus Hispanice) llamaba al TajuHa Tevinia,
( I ) Valdeatienza, llamado así porque por él iba el camino para Atienza.
El nombre de Quiñoneros figura ya en algunos instrumentos antiguos del ar-
chivo de Brihuega. Colmenares, en su Historia de Segovia, y Román Contre-
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no, formando una roca tobiza cortada casi á pico y llena de


las oquedades propias de la naturaleza de esta formación geo-
lógica.
Cuando se fundó la villa, debió atenderse á la fortaleza del
lugar, no menos que á la abundancia de aguas que surgen allí
de los senos de la tierra. El estar dominada por grandes altu-
ras al Norte y al Oeste, no era entonces gran peligro, en tan-
to que la robustez de sus muros, y la altura y aspereza de las
rocas, sobre que se levantaba por la parte del río, la ampara-
ban y defendían de cualquier ataque de los moros de tierra de
Cuenca, únicos que después de la conquista de Toledo pu-
dieron llevar la alarma hasta sus campos. Guadalajara, Hita,
Atienza, Sigüenza y Alcalá, ya cristianas, estaban á sus espal-
das, y ella, en cambio, guardaba eí paso del río y del valle,
por donde pudieran extenderse en sus correrías los enemigos
seculares. Torija, Fuentes, Castilmimbre, Valfermoso y Bri-
huega, defendían el interior de la Alcarria, dándose la mano
por el Norte con Cifuentes y Sigüenza, y por el Sur con Ten-
dilla, y los puestos fortificados de la encomienda y territorio
de Zorita de los Canes, confiados al valor indomable de la
orden de Calatrava. •
Cuando la conquista de Cuenca alejó de estas regiones á
la morisma, no desmereció la importancia militar de aquellos
lugares. Y mucho menos la de Brihuega. Las querellas entre
los Reyes y señores y la singular organización social y políti-
ca de aquellos tiempos, hicieron que cada señor mantuviese
en pie sus castillos y los robusteciese cada vez más. Dueños
de Brihuega, según veremos, los Arzobispos de Toledo, p\x-

ras en las Noticias genealógicas del linaje de Segovia^'h-iAAva. de que en^ esta
ciudad hubo, cuando era frontera de moros, cuatro compafiias de caballeros
de á 25 hombres, que corrían el campo, mientras el pueblo estaba en misa,
para impedir las algaradas de los moros que bajaban de la sierra. A estos
caballeros llamaban quiñoneros y quiñón á cada compañía. {Acaso en Brihue-
ga hubo algo semejante y de aquí viene el nombre del valle? O, tomando la
palabra qulfioneros en sentido puramente gramatical, jse trata de copartícipes
en alguna heredad de aquel valle? Consta, como diré más adelante, que hubo
ballesteros en Brihuega, pero no quifloneros de orden militar.
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sieron en ella los ojos de su predilección y la consideraron'


como una de las más ricas preseas de la santa Iglesia primada.
Y aun cuando por su apartamiento de. la carrera de Casti-
lla á Aragón, y por otras causas no hubo de desempeñar pa-
pel histórico tan importante como Alcalá, Guadalajara y
Atienza, no por eso dejaron de atender á su guarda y á sus
aumentos, como nos dirán estos apuntes y como prueban la
riqueza monumental de la villa y singularmente la concesión
á la misma del fuero, que por vez primera va á publicarse.

II

No soy el único que ha escrito acerca de la historia de Brt


huega. Un religioso de la Orden de San Basilio, muy calificado
en su tiempo, el Reverendo P. Fray Francisco de Béjar, agra-
decido á un favor que, en horas para él menguadas, logró de
la Virgen de la Peña, patrona de la villa, y cediendo á las ins-
tancias de muchos'vecinos de la misma, publicó en 1733 una
Historia de la milagrosa imagen de Nuestra Señora de la Peña
de Brihuega, dividida en tres libros, de los que el primero
trata de la fundación primitiva de la villa, sus principios y au-
mentos (I).

( I ) cHistoria (Je la milagrosa imagen de Nuestra Sefiora de la Pefla, pa-


trona de la villa de Brihuega, en el arzobispado de Toledo. Divídese en tres
libros. Escribíala el R. P. Fr. Francisco de Béjar, lector jubilado en Sagrada
Teología y definidor de la provincia de Castilla, de la orden de San Basilio el
Grande. Dedicada á la imagen de Nuestra Sefiora de la Pefia. En Madrid en
la oficina de Lorenzo Francisco Mojados. Año de 1733.»
l 6 hojas de principios y 288 páginas de texto é índices, en 4.°
El P. Béjar era natural de Madrid y desempeñó importantes cargos en su
orden. En 1743 le presentó el Rey para la mitra de San Juan de Puerto Rico,
pero apenas llegó, aun antes de que fuesen despachadas las bulas, murió en
dicha ciudad ultramarina. Había un retrato suyo de cuerpo entero en su con-
vento de Madrid,
Escribió, además de la obra mencionada, las siguientes:
BRIHUEGA Y SU FUERO 9

En esta obra se insertan algunas noticias interesantes acerca


de Brihuega. Pero, dedicada principalmente á narrar las tradi-
ciones relativas á la invención de la sagrada imagen y los mi-
lagros que la ha atribuido en todos tiempos la tierna y filial
piedad de los moradores de la villa; escrita además con una
crítica todavía más rnenguada de lo que debiera ser en la épo-
ca á que corresponde, y no habiéndose servido apenas el autor
de los documentos existentes en los archivos de Brihuega,
más méritos reúne para ser mirada. como la apologética pia-
dosa de una imagen veneranda de Nuestra Señora, que como
obra donde se depuran con racional criterio y por ministerio
de las fuentes históricas,- los problemas que el mismo autor
planteó, y que con desenfado, que á veces anubla cierta timi-
dez, quiso resolver.
Claro es, que no he de censurar con destemplanza, impropia
de mis convicciones y de mis respetos á todo lo antiguo, el
libro del P. Béjar, antes bien, aun notando sus faltas, téngolo
por curioso y estimable. En él, además, lo propiamente histó-
rico es secundario, y las noticias de la villa no desempeñan

Vida de San Basilio el Grande, Madrid, 1736. En folio.


Primicia Basiliana, vida de Santa Macrina^ hermana de San Basilio. Ma-
drid, 1738. En 4.°
Compendio de la regla de San Basilio, con exorcismos contra brujas y lom-
brices. No creo que haya sido impresa.
Considera á este religioso como madrileKo Alvarez Baena en el tomo III
de sus Hijos ilustres de Madj'id.
Al terminar el prólogo de su Historia de la Virgen de la Peña, anuncia el
P. Béjar que publicaría en breve la Historia de San Basilio y el primer tomo
de la obra en ocho volúmenes, ya acabada, Basilius explanatus.
Tengo una especial complacencia en citar aquí otro trabajo histórico acerca
de Brihuega, con este título; «La Virgen de la PeHa de Brihuega. Reseña his-
tórica de esta villa y tradición acerca de la sagrada imagen de María Santísi-
ma que en ella se venera, por D. Camilo Pérez Moreno. Madrid, 1884. > En oc-
tavo. Es un trabajo muy estimable, escrito con calor y estilo poético. El
Sr. Pérez Moreno, mi grande amigo, recogió en este trabajo muy curiosas
noticias históricas, asi como otras de varios hijos ilustres de la villa. En cuan-
to á las tradiciones relativas al aparecimiento de Nuestra Señora, sigue al
P . Béjar, aunque empleando en ello más excelentes formas literarias y críti-
ca más cauta.
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Otro papel que el de esmaltar con varios matices las dulces
tradiciones tocantes al hallazgo de lá imagen de la Virgen de
la Peña, y á los progresos de su culto muchas veces secular-
De tal modo sucede esto, que imprimiendo el P. Bájar'su obra
veintitrés años después del asalto de Brihuega y de la memo-
rable batalla de Villaviciosa, esto es, cuando todavía -resona-
ban en los oídos del P. Béjar los cañonazos que anunciaron el
triunfo definitivo de la Casa de Borbón, logrado en aquellos
combates; el autor apenas hace mención de ellos en su libro,
como si fueran sucesos insignificantes, impropios del empleo
de su ingenio, que á más altas regiones miraba. Gozoso en
contemplar las celestes claridades en que veía las escenas del
hallazgo de la imagen, de la conversión de la infanta mora y
de ios prodigios hechos por la Madre de Dios, no quiso rese-
ñar aquella historia de dos días en que el rudo combatir de
contrarios valerosos llenó de sangre y desolación las calles de
Brihuega y las alturas de Villaviciosa.
Olvidó también otros hechos notables, incrustados en la
historia de la villa; no mencionó su fuero, patente de continuo
en su archivo; nada dijo, en fin, de otras memorias insignes
que en una época de adelantamiento de los estudios históri-
cos, como era la de nuestro autor, debieron atraer su conside-
ración y estudio. Para subsanar estas faltas en alguna manera
y sin dar al relato el carácter de historia local, escribo estas
. páginas.
Con todo, cediendo Fr. Francisco de Béjar á ese natural
impulso que mueve á todo historiador á buscar los orígenes
de las personas, de los lugares ó de las instituciones en remo-
tos edades, y dando más crédito de lo que él mismo quería,
por virtud de su buen sentido, á las lucubraciones de un erudi-
to visionario (i), gran devoto de las falsas crónicas y de los

( I ) De este erudito dice Fr. Francisco Béjar que seüamabaD. Manuel An-
tonio Ossorio, rector y catedrático del estudio de humanidades que había en Bri-
huega, de ilustre nacimiento, de muchas letras, y que por no sabidos azares
de la vida se retiró á dicha villa, donde vivió muchos años, € venerado como
oráculo.» Añade que habiéndose descubierto en Almadrones, lugar de aquella
comarca, un sepulcro antiguo con su lápida en caracteres ininteligibles, se la
BRIHUEGA Y SU FUERO II

orígenes antehistóricos,casi cayó eti la tentación de tener por


cierto que Brihuega se fundó en época muy antigua, ó cuando
menos, no desdeñó este absurdo, tan amado de la tradición
vulgar, con la energía que la buena crítica requiere.
Digo, pues, en resumen, que sin dejo alguno de menospre-
cio, pongo la obra del P. Béjar en su propio puesto, y que no
haré otra cosa que consignar á la deshilada algunas noticias
históricas de interés relativas á la insigne villa alcarreña, sin
someterlas á un método histórico que daría más forma apara-
tosa que sustancia á unas páginas que sólo se escriben á ma-
nera de preámbulo del fuero de dicha villa, principal objeto de
este escrito.

III

Ni aun para contradecirlas me ocuparé en las opiniones de


Ossorio, acerca de la fundación de Brihuega, no menos anti-
gua, dice, que Brigo, cuarto Rey de España. Fijándose, como
otros historiadores, en la semejanza del nombre del lugar (i),

llevaron á interpretar, y con su testimonio, y por tolerancia de los Obispos,


se veneran allí los huesos encontrados en el sepulcro como sagradas reliquias
de mártires cristianos.
Cierto rarísimo papel munuscrito, mencionado en la Biblioteca de libros
raros y curiosos, de Gallardo (tomo I, pág. 363), da alguna noticia de este
Ossorio. Se titula el papel: «Discurso de la invención de las reliquias de los
santos de la villa de Almadrones, en el Obispado de SigUenza .. compuesto
por un devoto de las dichas Santas reliquias, natural de la dicha villa de Al-
madreñas.» Consta de 134 páginas en folio, y da noticias de Ossorio, autor
de la primera lectura de los epitafios hallados, y dice, entre otras cosas, que
era de Monforte de Lemus. De los manuscritos de Ossorio, á que tanto se
refiere el P. Béjar, no hay rastro alguno.
( I ) Desde el siglo XVI han discurrido los historiadores acerca del signifi-
cado de la desinencia briga con que terminan muchos nombres de lugares,
creyéndose que indica sitio poblado ó puente. No he de detenerme en esto,
por mi impericia en materias etimológicas, y por la poca afición que las ten-
go. Quizá el nombre de Brihuega sea de origen árabe, aunque no lo creo.
Su forma latina Brioca, puede ser corrupción de bis roca, 6 bis-roga, ó de
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con el del supuesto Rey, pretende deducir consecuencias que


nadie admite en el estado actual de la ciencia. Ateniéndonos á
los preceptos de ella y aun á lo que el buen sentido pide, sólo
son dignos de alguna mención ciertos hechos que Ossorio y el
P. Béjar han alegado como pruebas y testimonios evidentes.
En 1653, dicen, estando el Arzobispo Moscoso y Sándoval
en esta villa, y reparándose por su orden una quiebra de la
capilla coro de la iglesia de San Juan, la mandó deshacer has-
ta en sus cimientos, y de ellos se sacaron unas piedras huecas
y en ellas esculpidas figuras de hombres y mujeres en postu-
ras muy indecentes y vestidas á la romana, lo cual prueba,
añaden, que aquel templo se fabricó por los gentiles romanos.
Esta noticia, que pasó testimoniada á papeles que vieron am-
bos escritores, merecería singular atención si constase la pe-
ricia de los que cuidaron de consignarla, y sobre todo, si se
hubieran conservado tan curiosos monumentos, para que hoy,
vistos á más clara luz, pudiéramos juzgar de ellos, y saber si,
en efecto, eran de la época romana, ó por el contrario, de la
del renacimiento, en que tan á su sabor remedaron los artis-
tas el estilo, la indumentaria y los atributos de la antigüedad
clásica.
Por mí no me atrevo á resolver qué eran esos monumentos.
Aun aceptando que fueran romanos, no me resuelvo á llevar
á época tan remota el origen de Brihuega, puesto que no exis.
te otro vestigio ó noticia verídica que pueda concertarse con el
hallazgo delosobreros del Arzobispo Moscoso (i). No hay más

brega (campo 6 heredad). Plinio llama Briocce á la que hoy es San Brien en
la Bretaña francesa. Dejo íntegra la cuestión á los etimologistas.
Mi malogrado amigo el Sr. D. Fernando Sepiílveda y Lucio, cronista que
fué de Brihuega, me dedicó hace algunos años, y en prenda de buen afecto,
un estudio de las variantes del nombre de su villa natal. De sus observaciones
y de las mías, hechas en los documentos, resultan estos nombres: Brioca,
Briga, Brihuega, Brinega, Brioga, Castrum Brige, Viruega, Virhuega, Uriega,
Briaga y otras menos comunes.
( I ) Hay quien cree- que estuvo donde hoy Brihuega, la antigua Rhigusa.
Esta opinión sostenía con calor mi amigo, el Sr. D. Fernando Sepúlveda y Lu-
cio, cronista que fué de la villa. Acerca de este parecer, que en manera alguna
aceptó por falta de pruebas, dice Cortés en su Diccionario de la España anti-
BRIHUEGA Y SU FUERO 13

texto ni indicio que respetar en esta materia, que la vaga opi-


nión, nunca hasta ahora confirmada, de que la Cenióbriga cel'
tibéricaque el procónsul Quinto Cecilio Metelloganó el año 140
antes de J. C , ó la Rhigusa carpetana que menciona Tolomeo
estuvieran donde hoy Brihuega ó en sus inmediatas cercanías.
Gean Bermúdez, refiriéndose á esto mismo (i), habla de
vestigios romanos en Brihuega. Cuidadosamente los he busca-
do y se me han ocultado del todo. Y como en estas materias,
cuando falta el testimonio de los historiadores, no hay sino la
voz clamante y persuasiva de los documentos y monumentos,
persisto en creer, como siempre he creído, que carecemos
hasta ahora de motivos ciertos para llevar á la edad antigua la
fundación de Brihuega.
Ya se me ocurre que el silencio de los historiadores y geó-
grafos romanos comprende á muchos lugares cuya existencia
en aquella época es indudable. Pero la razón aconseja esperar
la aparición de datos, testimonios y documentos, antes de fallar
en casos del todo oscuros como el presente. Acaso nuevas in-
vestigaciones ó hallazgos fortuitos vengan á comprobar lo que
se refiere del tiempo y estancia en Brihuega del Arzobispo
Hoscoso, y se convierta en parecer formal lo que hoy no es
sino una vaga creencia, alimentada por el deseo de Ossorio y
de los brihuegos de que su villa goce de abolengo romano.
Pero, mientras esto acaece, suspendamos todo juicio favorable
á la tradición vulgar.

^ a , después de recordar que todos los códices impresos y manuscritos (ex-


cepción hecha de la edición griega de Erasmo de las Tablas de Ptolomeo)
ponen á Rhigusa en la Carpetania: < Como la R griega es la ünica consonan- .
te que sufre el espíritu ó aspiración eólica que equivale á F ó V y á P, aspira-
da la primera sílaba, se pronunciaría Brigusa, Brihuesa, y de aquí Brihuega,
á cuya villa, que conserva todas las señales de antigüedad, se debe reducir
Rhigusa. Todo cuanto caviló el Sr. Cornide sobre que Brihuega pudo ser la
que en la Ilación de Wamba se llama Breca, carece absolutamente de funda-
mento.»
Yo no puedo menos de hacer notar que no existe ninguna seSal arqueoló-
gica que pruebe estas opiniones fundadas en una remota semejanza de nom-
bre. Donde se encuentran notables antiguallas romanas y monedas celtíberas
esen ValderreboUo, tres leguas distante de Brihuega, Tajufla arriba.
( I ) Sumario de las antigüedades romanas que hay en España, pág. 137.
14 * REVISTA CONTEMPORÁNEA

Alégase otro hecho que pudiera persuadir de que esta vi-


lla existió en la época visigoda. Hallóse, dicen, ciertos papeles
que Fray Francisco de Béjar copia, en el cementerio de San
Miguel, un sepulcro formado por losas y en él unas monedi-
Has con el nombre de Witerico. Y después en otras tumbas
análogas se hallaron otras monedas, de las que sólo una pudo
leerse, y decía: Hispalipius. De manera, que puede conjetu-
turarse de aquí que Brihuega existió en la época visigoda. No
habría gran reparo en ello, si semejantes hallazgos fueran bas-
tantes por sí solos para probar algo más que la existencia de
unos enterramientos, no siendo ley histórica que siempre se
hayan hecho en poblado.
L o que sí puede decirse es que hasta ahora no hay señales
notorias de población en las dos épocas romana y visigoda. Ni
monedas, ni inscripciones, ni ruinas, ni restos arquitectónicos,
ni rastros de puentes, ni fundamentos de ninguna fábrica an-
terior al siglo XII hallará el curioso en Brihuega, si no es que
alumbrase sus investigaciones estrella más propicia que la mía.

IV

Descartado, pues, cuanto toca al origen fabuloso é incierto


de nuestra villa, y viniendo á lo que podemos llamar el prin-
cipio de su historia, resulta que, cuando Alfonso VI de León,
vencido y despojado de su reino por su hermano D. Sancho,
tuvo que huir á Toledo, cuyo Rey moro (i) le dio protección
y amparo, halló un lugar puesto en medio de frondosos bos-
ques, llenos de caza, y que tuvo por lo más florido y propio
para gozar de su recreo favorito en los dominios del Rey men.
Clonado.
Era este sitio, vicioso y ameno, el mismo que ocupa hoy
Brihuega. Entonces como ahora poblarían aquellas riberas del

( I ) Al-Mamum, Aly-Maimum, Almenón, Alimenón, etc., que de varios


modos han escrito su nombre los historiadores.
BRIHUEGA Y S 0 FUERO l5

Tajufia frondosísimas alamedas, regadas por los cien crista-


linos arroyos que brotan de las grietas de las laderas vecinas:
entonces abundaban allí, para deleite ó regalo de los podero-
sos, las aves más extrañas", cebo de la ferocidad del azor y
del neblí y los más temibles brutos, como el oso, el puerco y
el lobo: entonces eran aquellos lugares, hasta las fértiles y
cultivadas márgenes del Henares y del Tajo, campo el más
apropósito para entretener los tristes ocios de un Monarca
desterrado, menesteroso de apacentar en las recreaciones ve-
natorias aquel espíritu guerrero que había de hacer de él uno
de los E^eyes más valientes de la Edad Media.
La Crónica de España, que mandó componer el Rey Al-
fonso el Sabio, cuenta esto del modo siguiente:
«En aquel tiempo auie en ribera de Tajo mucha caga de
ossos, e de puercos, e de otros venados, e don Alfonso, an-
dando á caga Tajo arriba, falló un logar de que se pagó mu-
cho, que auie nombre Bryuega: e porque era lugar vicioso e
de mucha caga, e auie y buen castiello para contra Toledo,
pidió al Rey Alimaimon aquel logar, e diógelo: e puso él allí
sus monteros e sus cagadores cristianos: e finco el logar por
suyo, e el linage de aquellos finco ay fasta don Juan, el terce-
ro Argobispo que fue de Toledo, que ensancho el logar á los
pobradores, e pobro el barrio dé San Pedro.»
Esto, que no es sino la traducción de un pasaje de la cróni-
ca latina, escrita por ei Arzobispo D , Rodrigo Jiménez de
Rada, forma la primera página de la historia cierta de Brihuega.
Dicho prelado, que tan especial afecto tuvo á este lugar, según
veremos, y que escribió en una época relativamente próxima
al suceso á que se refiere, es un testigo de mayor excepción
para nosotros, porque sin duda alguna, siendo tan favorece-
dor de Brihuega, y tan aficionado á ella, cuidaría de averiguar
la verdad en este punto y la consignaría en su historia tal
como la conoció (i).

( I ) Por haber contado el Arzobispo, á renglón seguido de hablar de la


estancia de Alfonso VI en Brihuega, que éste, aparentando dormir, oyó una
conversación del Rey AlMamum con sus cortesanos, acerca de los medios de
conquistar á Toledo, se ha supuesto que este hecho habla ocurrido en Bri-
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Parece, pues, que había allí un buen castillo, y acaso tam-,


bien una población, si bien no sabemos cuándo ésta empezó,
ni si fué obra de los musulmanes. La etimología del nombre
de Brihuega no parece árabe, si bien en boca de los cristianos
pudo trasformarse mucho. El Arzobispo la llama Brioca,
como se la menciona en la mayor parte de los documentos
latinos de la Edad Media, y en esos nombres pueden ejercitar
su ingenio y su saber los etinriologistas para vislumbrar qué
significa esa palabra, de cuya semejanza con la de Brigo,
supuesto cuarto Rey de España, sacó tanto partido Ossorio.
Pero, sea en esto lo que fuere, y expliqúese como se quiera
lo dicho por la Crónica de España respecto al linaje de los
monteros cristianos que estableció allí D. Alfonso y á su per-
manencia hasta el Arzobispo D. Juan III, y aun á lo que debe-
mos entender por el ensanche del lugar que hizo este prela-
do, no veo inconveniente alguno en admitir que D. Alfonso
no fundó á Brihuega, sino ,que estaba ya fundada, si bien de
su castillo, al menos en su estado actual, nadie señalará un
solo muro, ni una sola ventana, ni un liviano ornamento de
traza y origen árabe, como advertiremos después.
De Brihuega no vuelve á hallarse mención alguna hasta
después de la conquista de Toledo por el mismo Alfonso VI
(1085). Cuando el valiente y. piadoso Monarca restauró la
antigua silla metropolitana y quiso dotarla como á esposa de
Cristo, la dio en primer término su lugar de Brihuega, con
otras posesiones más próximas á la ciudad del Tajo. Prueba
cierta de que era lugar de alguna riqueza y rendimiento, por-
que entraba en la dote con otros ya entonces importantes.

huega. Creo que es error, y que el Arzobispo se referiría á Toledo. De otras


circunstancias extrañas, especie de pronósticos maravillosos, habla también el
Tudense, á la par que de dicha conversación, y, sin embargo, aquel antiguo
cronista para nada menciona á Brihuega.
No me ocupo en semejantes cosas, ni tampoco doy muchas noticias, algu-
nas de ellas verosímiles, y aun verídicas, porque para esto reinito al lector á
las obras de Fr. Francisco de Béjar, y del Sr. Pérez Moreno, cuya lectura
puede aprovecharse directamente. Lo mismo digo respecto á que el palacio
6 granja de caza de Alfonso VI no estuvo primero en Blrihuega, sino en su
próxima aldea de Malacuera.
BRIHUEGA Y SU FUERO I7

Era esto, además, señal de especial predilección del Rey á su


Iglesia principal, porque en favor de ella enajenaba el único
dominio y señorío que tuvo cuando, desposeído de su patri«
monio, andaba á merced de la generosidad de un Rey moro.
El Arzobispo D. Rodrigo y la Crónica de España citan á
Brihuega á la cabeza de las donaciones hechas por el gran
conquistador de Toledo á la iglesia primada, y aun lá llaman
villa. La Crónica dice: «e por ende dio el Rey don Alfonso
arras á la ygresia de Toledo, que es esposa de lesu Christo, e
diol luego la villa de Brihuega, la que le diera Alimaymon,
según que auemos ya contado: e diol Redillas, e Canales, e
Cabanas en Sagra...»
En la escritura de fundación de dicha santa iglesia y de las
donaciones con que la enriqueció y dotó Alfonso VI, la cual
fué hecha en el día 15 de las Kalendas de Enero de la era
de 1124 (año 1086), las donaciones aparecen con este orden:
«Alcoleia in térra de Alcalá, Lousolus in térra de Guadalha-
jara, Burioca (Brioca, esto es, Brihuega) et Almunia.» (i)
Entró, pues, Brihuega en el patrimonio de la iglesia tole-
dana y en el señorío de los Arzobispos á la hora de aparecer
en la historia, y así había de continuar casi hasta nuestro si-
glo, salvo alguna poco duradera interrupción. Constituye su
historia un capítulo de la del arzobispado, y en ella se ocul-
tan muchas veces los sucesos más interesantes, como parte de
un todo muy principal. Así, es difícil que se separe estaparte
del todo, y cuando á deshora luzcan por sí mismos los sucesos
propios- de la villa, los recogeremos y consignaremos aquí,
apartándonos del procedimiento ordinario que lleva algunas

( I ) NO siempre se ha publicado bien este documento. En el tomo DD,


4r de la sala de manuscritos de la Biblioteca Nacional, perteneciente á la
autorizadísima colección del P. Burriel, está copiada la escritura de fundación,
y en ella se menciona á Brihuega, según he dicho.
Una confirmación de esta escritura hizo Alfonso X en Toledo á 19 de Mayo
de la era 1202 (año 1054). De esta confirmación se dio un traslado en To-
ledo en 13 de Octubre del afio 1346, y entre los testigos de! traslado figura
un «Pedro Sánchez, clérigo de Sant Miguel de Brihuega.»
Sandoval en su Historia de los Reyes de Castilla y León da en romance esta
fundación y varía'algo del original latino aun en cosas de alguna importancia.
TOMO L X V . — V O L . I . 2
l8 • REVISTA CONTEMPORÁNEA

veces á los historiadores locales á trazar la historia general


de España arreglada á la de una ciudad ó villa acaso de poco
;iombre.

Corren aparejadas y casi ocurrieron á la vez, según la común


y piadosa creencia, las dos tradiciones que se refieren al apare-
cimiento de la Virgen de Sopetrán, en el valle de Hita, donde
se fundó el glorioso monasterio de Nuestra Señora de Sope-
trán y al de Nuestra Señora de la Peña, patrona de Brihue-
ga ( I ) . En ambos hechos sobrenaturales fueron personajes
principales dos príncipes moros, hijos de Alimenón de Toledo,
hermanos también de aquella insigne virgen Casilda, de dul-
císima historia, que trocó las galas de su nacimiento por la
humilde túnica de ermitaña.
En Brihuega, dice la piadosa tradición, fué la Infanta Elima
la que logró los favores celestiales. Cuando desde las venta-
nas del castillo observó de noche los misteriosos resplandores
que alumbraban las rocas sobre que se levanta la fortaleza,
despertóse en ella vivo el secreto impulso de gozar de una
fe más pura y verdadera que la que recibió al nacer en la
secta de Mahoma. Vio y tocó sucesos prodigiosos, y como sus
hermanos Alí Petrán en las cercanías de Hita y Casilda en la
con^arca de Briviesca, abrió los ojos del todo á la única luz, y
se hizo cristiana.
No he de ocuparme aquí en la historia de la invención ó

(i) Es muy interesante para conocer la historia de este monasterio bene-


dictino, y de muchos sucesos de la Alcarria, la Historia del ilustrísimo Monas-
terio de Sopetrán, escrita por Fr. Basilio de Arce y añadida por Fr. Antonio
de Heredia. Madrid 1676. En 4."
Es de notar que mientras el P. Béjar habla con frecuencia del santuario de
Sopetrán y de la imagen de Nuestra Señara que en él se veneraba, el P. He-
redia trata de Brihuega, y sobre todo, de su venerada patrona casi con silen-
cio desdeñoso, no obstante las relaciones que la piedad establecía entre las in-
venciones ó aparecimientos de ambas imágenes.
BRIHUEGÁ Y SU FUERO IQ

aparecimiento de Nuestra Señora de la Peña, porque no es


ese mi propósito, y además huelga muchas veces la crítica his-
tórica cuando, no importa contrastar la exactitud y ley de las
tradiciones populares. En libros como el del P. Béjar y el de
mi buen amigo D. Camilo Pérez Moreno, puede ver el lector
esa historia piadosa, trasmitidji de generación en generación
con los aditamentos y ornatos de que suele ser pródiga la fe
de los pueblos. Pero, como se refiere á una época anterior á
la conquista de Toledo, á la misma en que el Rey Alfonso vi-
vía fugitivo á merced del Rey Almenon, y como no se hallan
testimonios de historiadores de ese período, aparto de aquí
ese asunto, que dejo entero y con especial respeto á las creen-
cias tradicionales y venerandas.
Pudiera examinarse aquí con sujeción á las leyes de la ar-
queología la antigüedad de la imagen de Nuestra Señora de la
Peña. No incurriré en esa tentación á que me inclinan mis afi- >
clones porque esas leyes no son tan seguras que permitan
fijar las épocas en todos los casos con igual seguridad que si
se tratase de otra clase de monumentos. Y lo que pudiera ser
dictamen de la crítica, acaso fuera mirado como menoscabo
de sentimientos venerables, ó, por el contrario, como conce-
sión injusta á los mismos.
Pero de la gran antigüedad de la venerable imagen dan ra-
zón, no sólo las tradiciones, sino sus circunstancias iconográ-
ficas y el hecho indudable de haberse erigido sobre la roca
que guarda en su seno la gruta donde permaneció oculta has-
ta su hallazgo, una iglesia cuyos caracteres arqueológicos, se-
gún entiendo, permiten suponer que fué fundada á principios
del siglo XIII, si no es que esta fundación se hizo, como es de
creer, sobre otra más antigua. La efigie, trazada en madera,
sentada, con el niño Dios en el brazo siniestro, ha sufrido al-
gunas mutilaciones y restauraciones, para vestirla de la des-
garbada manera que andando los siglos se introdujo en Espa-
ña; pero de todos modos, y aun cuando no parece justo con
siderarla como ^ obra de los siglos anteriores á la Reconquista
de Toledo, ofrece una antigüedad respetable, y acaso sea de
la segunda mitad del siglo XIII.
Y téngase en cuenta que esto rio contradice la creencia po-
20 REVISTA CONtEMPORÁNEA

pular que la da más remoto origen. Porque del mismo modo


que sucede con otras imágenes de la Virgen, la de la Almu-
dena, por ejemplo, las que ahora existen pudieron sustituir á
las primitivas, renovándose de este modo el simulacro mate-
rial, pero conservándose el culto y el recuerdo de la Madre de
Dios y las circunstancias de los hallazgos milagrosos ó natura-
les de estas imágenes. Asunto es éste en que la crítica racional
no tiene para qué menoscabar los fueros y la integridad de las
historias piadosas que todavía ennoblecen y dignifican el co-
razón de los pueblos.

VI

Muy pronto debieron atender los señores de Brihuega á su


aumento y mejoras. Aun cuando hay muy pocos testimonios
anteriores á los fines del siglo XII en que suene su nombre (i).
es de creer que desde los principios de su dependencia de los
prelados de Toledo, empezó á crecer su población por causas
que son del todo desconocidas.
Claro es que nunca la protegieron tanto los Arzobispos
como á Alcalá y Talavera, también villas suyas, así porque
estaban más próximas á la ciudad del Tajo, como por hallarse
Brihuega algo apartada de los que pudiéramos llamar los ca-
minos de la historia en la Edad Media. Con todo, la fortaleza
de su asiento, acrecida con robustas fortificaciones y un casti-
llo de altísimos muros; su proximidad á un río importante,
cuyo curso guardaba y defendía, y acaso más que todo esto,
la riqueza de sus aguas y lo apacible de aquella comarca, en-
tonces cuajada de bosques y florestas, riqas en caza, leñas y
pastos, pudieron ser los motivos de la predilección con que la
miraron los Arzobispos.
Tal crecimiento, que nosotros no podemos observar desde

( I ) Brihuega aparece ya citado eon el nombre de Castrum Brioga en una


bula de Celestino III, en Roma, á 6 de Junio de 1192, publicada en el Boletín
de la Academia de la Historia^ tomo VII.
BRIHUEQA Y SU FUERO 21

nuestra época, se ve patente en la importancia que ofrece ya


Brihuega en los fines del siglo XII. Entonces debió fundarse
su castillo, que pocos lustros después se completó del todo:
entonces, ó no mucho jnás tarde, empezaría la construcción de
la iglesia de Santa María, en que se advierte el paso de la»ar-
quitectura románica, que algunos llaman bizantina, á la ojival:
entonces empieza á advertirse claramente que los Arzobispos,
y singularmente el insigne D. Rodrigo Jiménez de Rada, des-
cansaban en Brihuega repetidas veces de la vida azarosa de
aquellos tiempos. Y á poco figuraba Brihuega como cabeza de
distrito ó de comarca, pues no era menos el tener hasta seis
aldeas; á saber: Gajanejos, Castilmimbre, Ferreñuela, Valde-
saz, Tomellosa y San Andrés (i).
Y en el mismo siglo XIII, época la más interesante y de
mayor esplendor de nuestra villa, mer-ced, principalmente, á
los favores y amor que la dispensó el Arzobispo D. Rodrigo,
además de acabar la construcción de la iglesia mencionada»
debió de empezar con grandes alientos la de las iglesias pa-
rroquiales de San Miguel y San Felipe. Cierto es que una po

( I ) Entre los documentos de la iglesia de Toledo (copia en la colección


de Burriel, DD, 43), hay una larga carta del Arzobispo D. Rodrigo, fecha en
Toledo el 6 de los idus de Julio, año 1230, fundando en los nuevos altares de
la catedral catorce capellanías en sufragio de las almas de Alfonso VI, Fer-
nando III, su madre, del Arzobispo mismo, de sus padres, etc. Para sustentar-
las dio al ca,bildo varias villas, aldeas y heredadles. Entre las'cláusulas de la
fundación figura ésta: «Ne autem prbpter eorum stipendia... damus dilectis
filiis capitulo toletano villam umbralium, yepes... ethsereditatem de bogas et
Archellam {Archilld), et sex aldeas Brioce (^rMac^-a), scilicet Graianejos {Gra-
janejos). Benbibre de Castello {Castilmimbre), et ferrunuela {Ferreñuela) qua
fuerunt de atentia {Atienza), et vallem salicis (Vdldesaz) cum omnib'us hseredi-
tatibus et vineis quas emimus, et aldeam adquisivimus que sint de fita (Hita),
Tomelosain et aldeam sactii Andree que fuerunt de Guadalfajara et pro hiis
sex aldeis quas dedimus concilio Briocensi idem concilium teneantibus daré
annis singulis in festiuitate sancti lohannis baptiste quadragintos morabetino»
eta Idéam que dicitur campus regis et domum de embith cum ómnibus pertinen-
tibus suis, que omnia nos acquisiuimus quedara ex donatione Principura.»
En este interesante documento, no sólo se citan las seis aldeas de Brihuega,
alguna de las que, como FerreBuela, no existe, sino que se dice á qué otra ju-
risdicción pertenecieron antes de adquirirlas la mitra de Toledo.
22 REVISTA CONTEMPORÁNEA

blacíón donde en una misma época se erigen monumentos


religiosos y militares tan notables, había de ser muy impor-
tante, como lo probarán, si fuera preciso, otros testimonios
que allegaré en el curso de este relato.
Al empezar el siglo XIII, en el primer año de aquella glo-
riosa centuria, hubo, no sabemos con qué motivo, una reunión
de Obispos en Brihuega. Compruébase por un documento del
archivo catedral de Sigüenza, unido al Libro de los privilegios
de aquella santa iglesia. Según este interesante manuscrito,
resulta que el III de las nonas de Agosto de la era de 1238
(1200), en Brihuega, ante D. Martín, Arzobispo de Toledo (i),
D. Julián, Obispo de Cuenca (2), el Obispo de Sigüenza y otros
eclesiásticos, pareció Juan Pascasio, clérigo de Ledanca, y en
Brioga, «en el portal de la casa de Pedro Esteban,» confesó que
el Obispo de Sigüenza P . Jocelmo ó D. Jócelino le había dado
la tercia de Ledanca, y muerto dicho prelado se la concedió
su sucesor D. Alderico, confirmándosela D. Gonzalo y otros
Obispos (3),
Prueba cierta de que Brihuega era ya población crecida, y
digna de albergar á tan ilustres huéspedes.
Pero el Arzobispo, 'a quien más debe la villa y del que
más recuerdos se conservan en ella: aquél que se aposentó
dentro de sus muros y fué probablemente el que más impulso
dio á sus fortificaciones y monumentos religiosos, fué el in-"
%

( I ) Era D . Martín López de Pisuerga, que rigió la sede toledana des-


de 1194 hasta 28 de Agosto de 1208.
(2) San Julián, venerado como patrón de su diócesis.
(3) Inserta este documento González Chantos en los apéndices de su
obra Santa-Librada, f airona de la iglesia de Sigüenza. 1806.
Cítalo también el deán de Sigüenza D. Antonio Carrillo de Mendoza en un
tomo de documentos y noticias que escribió de Real orden acerca de la iglesia
de Sigüpnza hacia 1761, tomo que existe en la sala de manuscritos de la Bi-
blioteca Nacional, con la signatura DD,'92.
En el archivo de la catedral de Toledo hay otra carta de venta, hecha al
canónigo Sancho González, de las casas de Ferrant Pérez, caballero de Bri-
huega. Fecha en i . ' de Marzo de la era de 1214 (año 1176). Cítase este do-
cumento en un Registro de los que llevaba copiados ó reconocidos en dicho
archivo el P . Burriel.
BRIHUEGA Y Sü FUERO 23

signe D. Rodrigo Jiménez de Rada, cuyo nombre como gue-


rrero, como historiador, como legislador y. como prelado es
el más insigne de cuantos constituyen la preclara serie de
primados de las Espafias hasta el gran Cardenal Jiménez de
Cisneros.
El famoso Arzobispo, compañero y leal consejero de Al-
fonso VIII el de las Navas y de Fernando III el Santo, el que
por sus virtudes y merecimientos fué espejo y dechado de
Ministros de Dios y de los Reyes, mostró constante apego á
su lugar de Brihuega, como si lo tuviera por muy principal y
rica joya de la mitra que tan dignamente llevó sobre sus
sienes (i).
Yo presumo por esto y por los caracteres artísticos de mu-
chos monumentos de Brihuega, que en su tiempo debieron
empezar los trabajos de las iglesias más antiguas y aun del
castillo, si no es que quiere verse en algunos pormenores de ^
este y de Santa María origen algo más antiguo. Nada tiene
de extraño que sucediera esto, no sólo porque en Brihuega
tenía á veces su estancia (2) el poderoso mitrado, sino por-
que en ella hospedaría á huéspedes ilustres, como había he-

( I ) El Arzobispo D. Rodrigo, de quien tantos elogios se han hecho,


no siendo el menos cumplido el que hace afibs leyó ante la Academia de la
Historia su individuo el Sr. D. Vicente de la Fuente, se sentó en la silla pri-
mada de Toledo desde la muerte de D. Martín López de Pisuerga, hasta que
falleció en 10 de Junio de 1247.
Fué enterrado en el Monasterio de ^anta María de Huerta, en los confines
de Aragón y Castilla. Unos cuatro afios atrás tuve la satisfacción de ver su
momia, admirablemente conservada y revestida aun de todos los hábitos pon-
tiñcales. Hace pocos meses, y por encargo de la misma Academia, el citado
Sr. de la Fuente ha visitado los restos mortales del Arzobispo, y según me
asegura aquel señor, la momia está ya muy deteriorada. Acerca del sepulcro
y cadáver del Arzobispo, puede verse la Historia del Obispado de Osma, del
Alcarrefio Loperraez, y los apéndices al referido elogio de D. Rodrigo, escrito
por el Sr. de la Fuente.
(2) En el Archivo de Toledo hay una carta en castellano y en pergami-
no por la queD." María Ibáñez, mujer que fué de D. Rodrigo García, recono-
ce y confiesa que debe á su tío el Arzobispo D. Rodrigo 300 maravedís que
la prestó para enterrar á'Su marido. Fecha la carta en Brihuega (Brioga) á
ocho días de Octubre, era 1283 (alio 1245). Testigos que fueron presentes:
24 REVISTA CONTEMPORÁNEA

cho SU antecesor D. Martín López de Pisuerga con D. Alfon-


so VIII el de las Navas (i), y como hicieron sus sucesores
con otros Monarcas, prelados y magnates. Era ademas Bri-
huega cabeza de otros lugares con que los Reyes enriquecieron
á la iglesia de Toledo, ó que ésta adquirió de otras maneras,
formándose, allí una especie de coto redondo muy extenso é
importante, que constituía uno de los más ricos señoríos de
dicha iglesia y por consiguiente de sus prelados.
Mas, donde verdaderamente se demuestra la importancia
que entonces tenía nuestra villa y el singular afecto que la
profesaba el célebre Arzobispo, es en la concesión del fuero,
con el cual la dio organización municipal propia, derechos
muy estimables, privilegios de cuenta y deberes escritos, siem-
pre más arraigados y llevaderos que los que dependen de la
voluntad ho siempre ordenada de un señor.
Es, por tanto, el fuero de Brihuega la página más glorio-
sa de la historia de esta villa en los siglos medios, y débela á

D . Martín de Cuenca, jurado de Brihuega, Domingo Pérez de Viota, D. Blas-


co de Daroca y D. Guillem de Sendina.
Publicó este documento el Sr. D. Vicente de la Fuente en los apéndices al
Elogio histórico de D. Rodrigo.
En Brihuega, á J de Julio de 1239, el Arzobispo dio una carta otorgando
licencia para una casa de merced en Alcaraz. (El original en el Archivo de
Toledo, y copia en la Biblioteca Nacional, Sala de Manuscritos, DD, 114.)
En Brihuega, á 11 de Setiembre de 1233, firmó el prelado un pacto con
los vecinos de Cobefia que tenían viñas en término de Talamanca. La fecha es
en <Briocam.>
En Junio de ] 224 y también en Brihuega el mismo D. Rodrigo, con sus ca-
nónigos, compraron al Maestre de Santiago la heredad de Embite. (Docu-
mento del Archivo de Uclés titado en las Noticias históricas del mismo,
pág. 14, insertos en las Oirás á& Ambrosio de Morales, edición de 1793,
tomo XIV.)
( I ) De esta estancia del que había de ser glorioso vencedor de los al-
mohades y salvador de EspaBa, existe un testimonio indudable. En el archivo
catedral de Sigüenza había en el, siglo pasado, y supongo que habrá aún,
cierta carta de venta hecha por Martin Mufioz y sus sobrinos al Obispo de
Sigüenza, de la villa de Cabrera y sus términos y pertenencias, por el precio
de 70 doblones. Esta venta pasó en Brihuega á 24 de Octubre de 1207, en
presencia del Rey D. Alfonso, de D. Martín, Arzobispo de Toledo, de otro
D . Martín, Obispo de Sigüenza, y de otros personajes.
BRIHUEGA Y SO FUERO 25

la munificencia y amorosa solicitud del egregio Arzobispo.


Con dicha merced premió éste la quieta y leal servidumbre del
pueblo de Brihuega, cuyos vecinos jio aparecen jamás en la
Edad Media hostiles á los Arzobispos sus señores, antes bien
formarían gustosos en aquellas heroicas mesnadas con que los
prelados asistieron á los Monarcas en los rudos combates de las
Navas, de Córdoba y Sevilla. Un historiador célebre sospecha
que fué un brihuego el que tuvo la parte principal en la con-
quista de Córdoba por San Fernando, y aunque la sospecha no
esté justificada, bien podemos tener por seguro que habría hi-
jos de Brihuega entre los adalides, caballeros y peones de los lu-
gares del Arzobispo que asistieron á dicha conquista y á otras
funciones de guerra no menos famosas (i).
Y acaso cediendo á instancias de estos hérogs oscuros, el
Arzobispo concedió á Brihuega esa compilación de ordenan-
zas que damos á luz en este escrito como principal objeto
suyo, digno de ser conocido por literatos, historiógrafos y
eruditos.
Antes de esta concesión, había ganado D. Rodrigo del fa-
vor real una merced singularísima para Brihuega, que había
de obtener de ella grandes rendimientos durante algunos si-
glos. Por virtud de privilegio rodado, el Rey Enrique I con-
cedió á Brihuega el favor entonces importantísimo de cele-

(l) Recordando Ambrosio de Morales (Antigüedades de España, Alcalá


•1575) lo mucho que se distinguió en la conquista de Córdoba, por San Fer-
nando el adalid Domingo Muñoz, de quien descienden familias tan ilustres
como las de los Marqueses de Priego, Duques de Sessa y otras, dice:
«Lo que yo muchas veces he pensado, es que el adalid Domingo Muñoz era
natural de Briuega .. en el Alcarria.» Se funda el cronista en que los Arzobis-
pos de ToledíJ, y singularmente D . Rodrigo, enviaban sus gentes contra los
moros; en que Domingo Muñoz mandaba tropa de dicho prelado en la fron-
tera, siendo uno de sus soldados Alvaro Colodro, natural de CobeBa, de la
diócesis toledana, y en que por eSte tiempo los Muñoz de Brihuega eran gente
principal.
Autoriza Morales esta última circunstancia con una sepultura < que está en
la principal perrochia> de algunas que hay en la villa, y que se llama de San
Miguel, sepultura, añade, puesta á la parte afuera, junto á la puerta princi-
pal, y rica y bien labrada «con harta extrañeza.>
Tenía, según Morales, esta inscripción en un lado:
26 REVISTA CONTEMPORÁNEA

brar una feria en el día de San Pedro y San Pablo. Lleva esta
concesión la fecha de Valladolid á 17 de Setiembre de la era
1253 (año de 1215). Mas.adelante daré algunas noticias inte-
resantes acerca de las ferias de Brihuega y de la protección
que las dispensaron los Reyes de España.

JUAN CATALINA GARCÍA.

{Coniümard.)

yaanes Muño», mió padre, fizo me esta casa.


Dios le deparayso al alma. Amen,

Al c-tro lado estos versos, algo incompletos, por hallarse un poco 'car-
comida la piedra:
ALFONSVS MVNOZ MVLTA PRECE MVLTA...
LAVS CHRISTI PRONA FVIT ISTE DIGNA CORONA.
IVLIVS EST MENSIS, TERDENA DIES FVIT ENSIS,
DEDIT HVMO CORPVS, ANXMAM CHRISTO FVGITE...
MIELE DVCENTEM SVNT MONAGINTA SETENI.
CVM TVA MORS PATRIS DOLOR ES TV...

Hoy no queda rastro de inscripción y sepulcro, ni siquiera señal del sitio


que éste ocupaba y que sin duda vio Morales cuando visitó esta comarca.
Desde luego declaro que no me convencen las razones alegadas por el in-
signe historiador, cuya memoria venero, para dotar á Brihuega de un hijo tan
¡lustre como el Adalid Domingo Muñoz, que Colmenares en su Historia de Se-
¿ovia hace hijo de esta ciudad.
\ •
MIS MEMORIAS «

1846-1850
SECCIÓN QUINTA

Nuestros Procónsules.—Las tradiciones de Mr. d'Espignac.—Aféitese usted


esas barbas.—Una conspiración bajo Córdova.—De la Roca Tarpeya al Ca-
pitolio.—Cocineros antes que frailes.—Manuel de la Concha.—Cómo se
gana de veras un prestigio.—Traje de maCana.—Generales en ciernes.—
De qué clase de madera se hacían los Gobernadores.—El personal de la
Audiencia.—Chocheces de Curia vieja.—^¿Dónde pondríais una llave?—Dos
Cabildos.—Venga un parrafito de cánones.—Barcelona antigua y moderna.

ARA dar una idea del mundo oficial y no oficial de


Barcelona en aquellos tiempos, abramos galería
de personajes. Y, atención, noble auditorio, que
vamos á empezar por nuestros Procónsules, los
Excmos. Sres. Capitanes generales del Ejército y Principado
de Cataluña.
Procónsules dije, y no me retracto: antes me quedo corto,
debiendo decir con más propiedad bajaes: que de tales tenían
la pinta, ya desde Felipe V, nuestros Jefes superiores milita-

(i") Véase la pág. 599 del tomo anterior.


28 . REVISTA CONTEMPORÁNEA

res, con 6 sin nombre de Virreyes. Hubo excepciones. El


Marqués de la Mina, Eróles, Castaños, Camposagrado, Es-
poz y Mina dejaron fama de discretos y generosos. Pero la
"mayoría se ajustó, con ligeras variantes, á un tipo de triste
celebridad: á aquel funesto personaje oriundo de Francia, de
quien decían llamarse ásecas Mr. d'Espignac y era más co-
nocido en Barcelona por Carlos de España, Conde de Espa-
ña, Grande de España y nada de España. En rigor de ver-
dad, ninguno de los Generales de la época á que este capítu-
lo hace referencia, consiguió llegar á tanta altura. De aquel
insigne modelo sólo tomaron Un dejo, el corte, la escuela. Si
hubiesen gobernado algunos años después, se darían un aire
con Mouravief, el de los cariños polacos. Pero á la sazón es-
taba muy de moda el figurín austríaco. Barcelona vivía bajo
una égida tutelar más parecida á la de Milán y Venecia. Ra-
detzky y Jellachich imperaban, bajo distintos nombres, en
Italia y España. Jellachich: ^no llamaba Istúriz á Narváez el
Ban de Croacia?
Contábanse lances medianamente divertidos de algunos de
nuestros Generales con mando en Cataluña. De uno de ellos
decían que, siendo todavía subalterno, se creyó en el deber
de citar en desafío á un compañero suyo, solamente porque,
al trasmitirle una orden del superior, se le había caído ca-
sualmente un guante. Decían de otro que, estando de Capitán
general en no sé qué distrito, si por ventura tropezaba en la
calle con algún barbudo, lo tomaba por republicano, y metién-
dole á empujones en la tienda más inmediata, lo hacía desca-
ñonar eri su presencia, á punta de navaja.
Ya nos íbamos acostumbrando los del paisanaje á que nos
tratasen sin ceremonia. Cierto día, mientras se estaba cele-
brando junta de Generales, oíase un ruido infernal en los alre-
dedores del Palacio: arrieros y chalanes que se habían enzar-
zado sobre si las bestias eran ó no de recibo. Media docena
de curiosos presenciábamos la escena. Viendo aquel alboroto
los de dentro, se asoma al balcón principal un sujeto, pistola
en mano: da cuatro voces descompuestas, dispara y mata
una muía. Matar muía ó matar hombre ¿qué importaba? ¿Y el
principio de autoridad?
MIS MEMORIAS 29

Rasgos de esta naturaleza no necesitan comentarios, diría,


usando la frase sacramental, algún gacetillero. Pues ahí verá
usted. Cabalmente aquellos rasgos eran el encanto de los que
adoran el régimen de cuartel en las esferas de Gobierno.
Llamábanlos actos de virilidad, y celebraban mucho los aires
de Gran Lama que se daban nuestros Capitanes generales,
casi invisibles para las muchedumbres, excepto en días de
revista, en procesiones, en el fondo de un palco, ó en los
besamanos, que así llamaban á las recepciones oficiales, echán-
dosela de reyes. Si alguna vez salían á paseo, era de unifor-
me, á caballo, con dos ó con cuatro batidores y una nume-
rosa escolta; disparados como flechas y arrollándolo todo
como ciclones. Paseándome una tarde con otros muchachos
por la calle de Fernando, vemos desembocar del lado de
la Rambla la gran barredera. El General parecía tener el
aire descompuesto, y venía echando chuzos; al llegar la co-
mitiva á la estrechísima calle de Aviñó se le interpone un
carro cargado de muebles. En vano fustiga el carretero
las muías; tercas ó asustadas, se empeñan en no ser galan-
tes con la primera Autoridad del distrito. ¡Temblad, mor-
tales! S. E. estaba en peligro de esperar; j'ai, fallu attendre,
como decía Luis XIV. ¿Qué hacen los soldados? Cuatro de
ellos se apean de los caballos, dos la emprenden á palos
con las muías, otros dos con el inocente carretero á puñe-
tazos, bataneándole las costillas. El público, mudo é impa-
sible. Trece años de régimen parlamentario llevábamos en-
tonces.

II

En Setiembre de 1848, teníamos de Capitán general al


que, veinte años más tarde, había de ser mi buen amigo Fer-
nando Córdova. Llevóle allí Narváez en reemplazo de Pavía
y Lacy, para acabar de sofqcar un doble movimiento carlista
y republicano, fruto entonces, según decían, de una de aque-
llas coaliciones que á los hombres políticos parecen naturalí-
30 REVISTA CONTEMPORÁNEA

simas y á mí me merecen el simple concepto de repug-


nantes.
El corto mando de Córdova fué ocasión para mí de un
disgusto serio. El día 28 del mencionado mes, á las cinco de
la mañana, vino un amigo, todo azorado, á echarme de la
cama. «Malas nuevas tengo que darte—me dijo;—has de sa-
ber que tu primo el coronel Apellaniz ha sido sorprendido
conspirando, en la botica de Bofill, con varios republicanos.»
Era Apellaniz un valeroso soldado que acababa de distin-
guirse en varias acciones con los carlistas, y muy señalada-
mente en las líneas de Hostalrich. Decidor, comunicativo y
el compadre más campechano que ha criado la tierra arago-
nesa. Pero su misma franqueza le perdía; no se recataba de
nada, ni nadie era capaz de dominar el bullicio de su lengua,
haciendo alarde de ideas avanzadas en todas partes, cafés,
círculos, teatros, tertulias de confianza y hasta en el cuartel,
en presencia de los oficiales. Con efecto, le prendieron, lle-
vándole en derechura á la Capitanía general; y allí, Cordova,
de quien había sido gran amigo, le increpo tan duramente
que, hasta llegó, dicen, á arrancarle el bastón de la mano,
rompiéndoselo en dos pedazos. Sin embargo, tengo la segu-
ridad de que, en aquella desdichada ocasión, al pobre coro-
nel le llevaron engañado, como á un chino, á casa de Bofill:
porque no se concibe cómo, sabiendo que iba á conspirar,
pudo presentarse de uniforme y con todos los atributos de la
autoridad que ejercía. El misnjo Córdova se limita á decir en
sus Memorias que Apellaniz estaba allí recibiendo órdenes.
Metiéronle en la Ciudadela, le incomunicaron y así estuvimos
más de una semana sin poder rastrear nada de él, ni su atri-
bulada familia, ni ninguno de sus parientes y allegados.
Amanece en esto el 9 de Octubre, víspera del cumpleaños
de la Reina, y empieza á correr la voz de que los infelices
presos iban á ser fusilados.
Inmediatamente se pone toda la población en movimiento:
Clero, Vicario general. Corporaciones y hasta el Jefe político,
se interesaban en favor de aquellos desgraciados. Cubriéronse
varias exposiciones con centenares de firmas. Dudábase que
la sentencia de la Comisión militar se llevase á cumplimien-
MIS MEMORIAS 3I

to. ¿No se había de dudar, cuando, según confiesa CÓrdova,


era de tal importancia la conspiración descubierta que conta-
ba con adictos hasta entre las mismas personas que rodea-
ban al General, ejerciendo funciones de la mayor confianza?
En medio de aquella cruel incertidumbre, fálteme tiempo,
en la madrugada del 10, para correr á la Cindadela. Paso el
primer rastrillo, y me dirijo al oficial de guardia.—«¿Hay me-
dio de verá los presos?»—«¿Verles?—me Contestó—¿verles?
Hace poco más de dos horas que han sido fusilados en uno
de los fosos de la Fortaleza.» Turbado y sin aliento me que-
dé, aterrado y yerto de espanto.—«Y ¿sabe V., sabe V.—me
arriesgué todavía á preguntar,—sabe V. si uno de los fusila-
dos ha sido el coronel Apellaniz?»—«No lo sé, á punto fijo—
me contestó:—pase V. adelante y entérese por sí mismo.»—•
Corro, vuelo á la torre; subo, no sé cómo, un centenar de
escalones: ruego, suplico al alcaide que me abra el calabo-
zo: no pregunto, no quiero saber nada; descórrese, por fin, el
tremendo cerrojo, y me veo á Apellaniz de pie, sano y salvo,
y nos arrojamos en brazos uno de otro, dando lágrimas los
dos á tan crueles infortunios. Pepe se había librado de la
muerte, como por milagro: dicen unos, que debido á la in-
fluencia del presidente del Consejo de guerra, ó fué, según
otros, por la expresa voluntad del mismo Córdova, que quiso
mostrarse generoso con su antiguo amigo y subordinado.
Dos días antes, había salido en posta la esposa de Apella-
niz, acompañada de la duquesa de Noblejas, para impetrar en
Madrid el indulto. ¡Viaje bien inútil, si el Consejo hubiese
incluido al coronel entre los sentenciados á muerte! Ni el
perdón hubiera llegado á tiempo, ni se mostraban dispuestos
á concederlo los que entonces movían el pandero. Por toda
contestación, dijeron á la señora de Apellaniz que la ley debía
cumplirse. ¡Cuando se lo dijeron, salían de una orgía!
Una sola vez, en el seno de la intimidad, hablé con Cór-
dova de aquellos sucesos, ya entonces muy lejanos: cuando
los dos militábamos en un mismo bando político: él como
ministro de la Guerra, yo como diputado á Cortes. Díjome
que había tenido que obedecer á órdenes inflexibles; y que
por esto, había dejado completamente en manos de la Comi-
32! , REVISTA CONTEMPORÁNEA

sión militar el término del asunto. Así lo consigna también


en sus Memoyias. Creo firmemente en su palabra. Córdova no
era sanguinario; antes bien, benévolo de carácter, de nobi-
lísimo corazón, aunque encerrado en la lógica de sus deberes.
Que á él, principalmente, debió la vida Apellaniz, no me cabe
duda; y por él y por su influencia obtuvo el antiguo coronel
de San Quintín el entorchado de brigadier, que le dio Prim en
1868. Como lo digo: casi en capilla el 48, brigadier en 68.
Así es la política: artículos de bronce y otros metales. Por si
me disputan ó no me disputan el merendero, os juegan un"
hombre á cara ó cruz, según el azar de la mano: ayer, el se-
pulturero, para echaros unas espuertas de tierra: hoy, el ta-
picero adornista, para el dosel que van á regalaros. Cuestión
de brujuleo y de acertar con los rumbos: del Capitolio á la
Roca Tarpeya, ó de la Roca Tarpeya al Capitolio.
¡Qué bien vendría ahora un comentario general sobre cons-
piraciones!—Párrafo 1.°: de los pueblos que tienen caprichos
de conspirar.—Párrafo 2°: de los pueblos que tienen la tradi-
ción ds conspirar.—Párrafo 3.°: de los pueblos que tienen el
vicio de conspirar. Si os agrada la clasificación, aprovechadla
para vuestras apuntaciones. ¿Quién puede hablar de esto? Yo,
que sin pretender juzgar á ningún conspirador, soy uno de
aquellos entes originales que jamás han conspirado.
E l vicio nacional de conspirar no me neguéis que exista.
Un día, rebuscando libracos en un baratillo, topé con el The-
saurus Temporum, complectens Eusebii Chronicoñ, de Escalíge-
ro, edición de Ginebra: infolio colosal, comido por las puntas,
y en cada página, por vía de ilustración, la clásica mancha
de una gotera de desván, ó la pringosa dedada de algún ra-
tón de archivo. El ilustre filólogo usa con frecuencia, en el li-
bro, el verbo conspirare en el sentido genuinamente latino—
cum spirare, unir, aunar esfuerzos.—Mas, en el ejemplar que
yo tenía entre manos, un alma caritativa se había encargado
de evitar que aquel conspirare llegase á ser causa de perdición
y piedra de escándalo. Cada vez que tropezabais en el texto
con el dichoso verbo, lo encontrabais enmendado al margen
con la siguiente apostilla: ¡toe conspirare accipe in bonum sen-
sum. Decididamente el fraile—¿cómo no había de ser un frai-
MIS MEMORIAS 33
le?—decididamente el fraile que tal hizo vivía en un país que
tenia el vicio de conspirar, puesto que, creyendo ya olvidado
el sentido recto del vocablo, temía que el lector se fuera de-
rechito al figurado, por la costumbre de manejarlo.
He hecho una observación, que se le escapó, sin duda, al
autor dsl Arte de conspirar. Si las conspiraciones menudas
han prosperado en su mayoría, las-grandes, las históricas,
han sido, en general, funestas para los conspiradores. César
cae bajo el puñal de Bruto, y los tres pastores de Rutli arro-
jan de Suiza á los Habsburgo; pero Harmodio y Aristógiton
son vencidos por los Pisistrátidas; Catilina por la lengua de
Cicerón; Marín Fallero y Bédmar, por el Senado veneciano;
Fiesque, por el partido de los Doria; los Pazzi, por los Mé-
dicisi Cellamare, por el Regente; Escóiquiz, porGodoy; Ma-
let, por Napoleón. Quiebras del pficio, como en todas las
grandes jugadas. Otra observación al canto. Donde la cons-
piración es hábito nacional, se llega á adquirir gran destreza
para jugar, en política, al al¿a ó á la baja. Si para mí, que
estoy encima, hacéis la masa fuera de tiempo, os estrangulo;
tal vez mañana la encontraré en sazón y nos la comeremos
juntos. Todo consiste en la oportunidad de escoger posicio-
nes: tal día de la fecha, en la mina: tal otro día en las cumbres.
V Como ahí el gremio es tan extenso, los conspiradores se pe-
netran bien, y se compenetran. No empujar, pero hacerse ca-
mino unos á otros. Estar, según la ocasión, al tanto de la es-
tocada ó del quite. Consumados artistas: de cocineros á frai-
les, y de frailes otra vez á cocineros.

III

Manuel de la Concha fué el primer general moderado que


rompió en Cataluña con las tradiciones del bajalato. Veíaisle
á menudo por las calles á pie, de simple mortal, con levita y
guante oscuro: raras veces de uniforme, y caso de llevarlo,
en días comunes, sin más que unas charreíeritas de canelón
TOMO LXV.—VOL, I. 3
34 REVISTA CONTEMPORÁNEA

y la faja. Solía ir del brazo de Cotoner, el Segundo Cabo.


Aquella llaneza tenía aterrado al círculo de los respetables.
Decían que así se perdía el prestigio de las Autoridades.
¿Prestigio? Mayor no lo he visto. Ni se verá otro como el que
tenía en Cataluña el Marqués del Duero. Juzgúese por el si-
guiente lance. En un momento muy crítico, estando la plaza
de San Jaime cuajada de gente levantisca, Concha se asoma
al balcón de las Casas Consistoriales, teniendo en la mano
una exposición que acababan de entregarle y no era de su
gusto: rasga la exposición en mil pedazos, los arroja á la mu-
chedumbre, y luego baja tranquilamente y atraviesa solo por
entre los grupos, en medio del más profundo silencio, y qui-
tándose todo el mundo respetuosamente el sombrero.
Por poco me cuesta cara, en una revista, la gran popula-
ridad del Marqués. Acababa él de llegar de Portugal, y por
más señas, lucía aquella tarde, por primera vez, la bíhda azul
de la Torre y de la Espada: iba con cuatro batidores y un so-
berbio acompañamiento, marchando todo el mundo al galope
de ordenanza. Corría la gente de un lado á otro para ver y
aclamar al General: yo me encontraba en la Muralla de Mar
sobre un trozo mal apuntalado, que estaba en reparación.
Los de delante retrocedían, los de detrás empujábamos, por-
que si llegaba á faltarnos el suelo, no teníamos más salida
que el precipicio. Viene de súbito la oleada y empieza una de
gritos, espantosa. Por pronto que quisimos ponernos en sal-
vo, caen dos, caen cuatro, caen más y todos van rodando al
fondo. Hubo brazos rotos y cabezas destrozadas. El más afor-
tunado se vino con un zancajo menos y un chirlo por la cara.
Yo me encontré en el aire y pude librarme del primer turbión
agarrándome á una enorme piedra; mas ya me faltaban las
fuerzas y me sentía escurrir por el abismo, cuando dos vigo-
rosos brazos consiguieron sacarme de aquel apurado trance.
La sencillez que hacía bienquisto de todos á Manuel Con-
cha era franca, espontánea, sin mezcla ninguna de fingi-
miento. Otros que pretendían imitarle, sólo conseguían po-
nerse en evidencia á fuerza de extravagancias. A este género
pertenecía un respetable veterano francés, al servicio de Es-
paña, que hasta para las mayores solemnidades se había in-
MIS MEMORIAS 36

ventado un traje de paisano á su capricho. Llevaba aretes,


un alfiler fenomenal sobre la corbata blanca de finísima ba-
tista, chaleco de casimir c o n d e s hileras de botoncitos de
oro, y con ellos dibujada la relojera: á centenares los di-
ges colganderos de caprichosos modelos, y se me antoja que
pon dos relojes: botonadura de armas en el frac y triple en las
carteras: fajín sobre el chaleco: tres ó cuatro placas militares
y el Nischam Iftijar en imitación de brillantes: sortijas sobre
el guante: de oro el puño del bastón y de plata una contera de
á tercia: pantalón blanco en verano y de paño azul en invier-
no, con galón ancho de General: floja y arrugada la caída
desde media pierna y armados los tacones con unas espuelas
disformes de bruñido metala que al andar, metían un ruido
sólo comparable con el de los carabineros de Offembach en
Los Brigantes, Cortés y cumplido, hasta lo inverosímil. No
olvidaba una tarjeta, ni una visita, ni un saludo, ni una ño-
recita átiempo. Fué una vez á recibirá unos novios que lie
gabán de Marsella: eran las seis de la mañana: excuso decir
que el General iba con todas sus baratijas. Al entrar en el va-
por, le salen al encuentro los viajeros.— «Dispense V., mar-
quesa—dice al saludar,—dispense V. que me haya venido
asi... en traje de mañana.»—Si aquello era su traje de maña-
na, échense Vds. á discurrir lo que sería su etiqueta.
Durante un período muy largo, tuvimos de Jefe de Estado
Mayor al brigadier Vasco, después Mariscal de campo, Bra-
vo militar, campechanote y délo más afectuoso en su trato
íntimo, apesar del aspecto severo que le daban sus largos bi-
gotes á lo tártaro. Era muy extremado en el vestir, recor-
dando, sin duda, otros tiempos en que tendría gallarda figu-
ra; y aun en la época en que le conocí, no siempre sacaba
mal partido de sus aficiones estéticas, como cuando un año
se presentó en la procesión del Corpus, luciendo sobre sus
hombros el gran manto blanco con la cruz verde, de la Orden
militar de Alcántara.
Genaro Quesada mandaba, como brigadier-coronel, un re-
gimiento 'de Infantería, teniendo á sus órdenes de ayudante
á un capitán Schmidt, que si la memoria no me es infiel,
debió ser después el General Schmidt, casado con una hija
36 REVISTA CONTEMPORÁNEA

política de O'Donnell, y muerto desgraciadamente en un acci-


dente de ferrocarril. Todos los días, por detrás de la persia
na, veía yo á Quesada y á Schmidt, maniobrando con sus
soldados en el ya mencionado patio de la Enseñanza. Eran
dos tipos militares que, aunque distintos, engranaban per-
fectamente; jóvenes ambos, rechonchito el uno, alto y delga-
do el otro, reposado Quesada, bullicioso el ayudante, los dop
unidos en la misma voluntad y "en iguales .condiciones de ca-
rácter para llevar su gente al pelo. Adivinábase en Quesada
el futuro General, cuando tan mozo ostentaba ya entorcha-
do blanco; de lo que había de ser como político, darían ra-
zón los que le trataban de cerca; no yo, que nunca he acerta-
do á ver en el actual Marqués de Miravalles más que un
buen militar y pundonoroso caballero.
Otros coroneles había también de mucha nota: Yauch, Ga-
rrido, Ruiz, Thomas, todos ascendidos á Generales. Yauch
tenía una particularidad: era la más alta estatura del ejérci-
to; montaba el caballo de más alzada que he visto, y manda-
ba el regimiento más alto, porque era el del Rey, núm. i de
Infantería. Pero ningún coronel aventajaba en lo apuesto y
lo gentil á Vicente Requena, más tarde Duque de la Roca,
padre de mi cariñoso y malogrado amigo el Marqués de So-
fraga, compañero mío de diputación, aunque en opuesto
bando. Lástima que Requena dejara tan pronto las armas;
no sólo hubiera hecho una brillante carrera en el ejército,
sino que perdió mil ocasiones de lucir sus buenas dotes mili-
tares, que luego se esterilizaron con la vida de Corte.
Oficiales de aquella época en Barcelona, más 6 menos su-
balternos, citaría muchísimos, si no temiera hacerme inter-
minable. Artilleros con el ancho morrión de aquel desairado
modelo importado de no sé dónde; esbeltos ingenieros prensa-
dos en sus casacas con profusión de cordoncillo de plata; cora-
ceros, húsares y lanceros de espada recta ó sable corvo; la
//«ea, vestida á la francesa con uniforme de cabos rojos, ó ama-
rillos, y sobre todo airosos edecanes de casaca encarnada y
cuello, solapas y bocamangas de distinto color, según las
graduaciones de sus jefes; para escolta de Capitán general de
ejército, el paño blanco; verde para Teniente general, y ne-
MIS MEMORIAS 37

gro para Mariscal de campo. A casi todos los de aquella, bri-


llante oficialidad, me los encuentro hoy distribuidos en dos
categorías; ó muertos ú Oficiales generales. Despujol, oficial
de Estado Mayor, hoy Teniente general y Conde de Caspe; el
capitán Ferrer, General D . Félix Ferrer; Mariano Lacy, ayu-
dante de Novaliches, General D. Mariano Lacy; Molíns, el
elegante Molíns, con mandos de distrito; Pombo, el tem-
plado Pombito, muerto de brigadier hace pocos años.
En cuerpos auxiliares había tres ó cuatro figuras dignas
de mención especial; el intendente Flores Várela, con su
hija Venturita, que era la flor de la maravilla; el Marqués de
Nevares, gran jinete, que se tenía firme á caballo y lo hacía
caracolear, como el más diestro sportsman, apesar de su pier-
na dé palo; y mis queridísimos amigos el auditor García
Triviño con su esposa Pilar Barbaza, hija del Subinspector
de Artillería, matrimonio de corte elegantísimo, que todo lo
llenaba con su bella presencia y apostura.

IV

El elemento civil, como supeditado al militar, no tenía


grandes ocasiones de lucimiento. Habíamos progresado poco
en cuestión de Gobernadores. No se nos había ocurrido toda-
vía convertirlos en meros agentes de policía, ni se formaban
á la ventura de un simple redactor de tijera ó de un simplí-
simo comensal del Ministro. Antiguos empleados de la Ad-
ministración civil ó económica; algún diputado 6 ex>diputado;
un caciquillo en localidad pequeña; un jefe autorizado de
partido en localidad grande: tal era, por regla general, el
repertorio de Jefes políticos. Hasta un ex Ministro tuvimos al
frente de la Provincia. De otro averiguamos que era hombre
de posición, con antecedentes de carrera, por los varios uni-
formes que usaba en las procesiones; de Secretario dé S. M.
en la procesión de San Jaime; de sanjuanista en la de San
Cucufate; de Jefe político en la de Santa María del Mar, y de
antiguo Intendente en la del Pino.
38 REVISTA CONTEMPORÁNEA

De vez en cuando se colaba algún favorito de la suerte: dije


ron de un sobrino que, por igualdad de nombre y apellido, le
había birlado la credencial de Gobernador á su tío. Mas en
general, repito que la madera de Gobernadores np era mala.
Sólo había un inconveniente: que si el material resultaba de
provecho, herramientas y artífices estaban en otra parte. Y
otro tanto sucedía con los muy ilustres señores Alcaldes co
rregidores. Ni el chistoso Pérez Calvo, ni el grave Dupuy
llevaban al Municipio su propia autoridad, sino órdenes tras-
mitidas desde el alto empíreo. ¡Vaya V. á hacerse oír repi-
queteando con esquilón, cuando la campana del General nos
atronaba los oídos con cada badajazo!
Ya he dicho que la Audiencia territorial estaba dirigida
por el regente Romaguera. Habrá magistrados íntegros: más
que Romaguera, imposible. Él y el fiscal Escudero, llevaban
una sentencia escrita en cada arqueo de cejas. Por aquellas
Salas de justicia pasaron entonces algunos nombres conocí
dos: Fernando Calderón, Ríos Rosas (D. Francisco), D. Joa-
quín Melchor y el elegantón González Crespo. Todos eran
respetabilísimos y dejaron allí excelente fama; pero digo, con
el mariscal Soult: la canóniga buena, la cabüda mala. Mala,
entendámonos, en sentido discreto. Mala, no porque faltasen,
antes bien resplandecían, en la colectividad, altas dotes de dig-
nidad y decoro. Mala, digo, porque no se había sabido ó no se
había querido romper con ciertas tradiciones ridiculas de la
antigua Curia. Por ejemplo: si al informar en estrados, se le
ocurría á algún abogadillo novatón dar el título de señor á un
cliente, en el acto se le echaba encima el portero de Sala di-
ciéndole en alta voz:—«Aquí no hay nriás señor que el Tribu-
nal.»—Y, en efecto; sólo la casa de Medinaceli tenía allí el
privilegio de que llamaran á su jefe «el í/Msíre Duque,» más
nunca «el señor Duque.» ¿Cómo no se había de asegurar, con
estas sabias precauciones, el triunfo de la justicia? Pues nada
digo si por acaso os sentabais, antes de tiempo, mientras el
Presidente os dirigía la palabra; porque entonces el cancerbe-
ro os descargaba un tremendo palo envuelto en esta fórmula
amistosa:—«Guarde ceremonia el letrado.»—Todos los días
había cuestiones con los militares, por si pretendían entrar
MIS MEMORIAS 39
cOn armas en el recinto del Tribunal; á un General le quitaron
la espada los ujieres. En cierta ocasión, estando suspendida
una vista, antojósele al Escribano de Cámara volver á entrar
en la Sala para decir dos palabras al Presidente. E s de notar
que Presidente y Escribano jugaban todas las noches al tresi-
llo. En aquel instante, los magistrados estaban de pie, fu-
mando, y en tren de absoluta confianza:—«Oiga V., Sr. don
Fulano—dice el escribano—«¿Cómo se entiende, señor don
—contesta el Presidente,—Excelentísimo señor, Excelentísi-
mo señor; advierta V. que estamos en Sala.»—Ycuidadito con
que, al oír las voces «paso, paso,» por claustro y corredores—
que era la señal de que algún señor del margen cruzaba desde
el guardarropa al Tribunal,—cuidadito con que no os hicierais
á- un lado ó no os quitaseis el sombrero, porque de un sober-
bio manotón os lo derribaban al suelo, creyéndolo justo des-
agravio. De donde inferirán VV. que, además de los vates,
hay en este mundo, por lo menos otro genm irritábile, el de
los golillas.
Hasta entre aquellos seres, por su ciase esencialmente
olímpicos, había sus notas cómicas. Un marginal, ya jubilado,
quiso encargarse el retrato de cuerpo entero. Adviértase que
promiscuaba: hombre de ley y hombre de Corte: magistrado
y gentil-hombre de cámara. ¿Se retrataría de toga? ¿se retra-
taría de uniforme? Aun estando de uniforme, el retrato se
presentaría de frente ó de perfil: ¿cómo arreglárselas para que
se viera la-llave que, por su colocación en determinado sitio,
reclama otro género de postura? Problemas graves, gravísi-
mos, pavorosos, que trajeron, durante mucho tiempo, altera-
da á la familia. El marido estaba decididamente por la toga:
la mujer por la llave y el uniforme. Urgía tomar una resolu-
ción, porque peligraba la paz doméstica. Por fin, y con la in-
tervención de buenos amigos, se vino á un acomodamiento,
ó como diriamos hoy, á un modus vivendi. Nuestro hombre se
retrató de toga, en ademán de dejar sobre una mesa la dora-
da llave, junto á unos tomos del Febrero reformado; y á poca
distancia, así como tirado al descuido en un sillón, el más
bello y encantador de los uniformes.
Otro tenía la manía de las relaciones. Blasonaba de hom-
40 REVISTA CONTEMPORÁNEA

brearse, principalmente en Madrid, con casi todo el mundo;


por supuesto de barón, canónigo, brigadier ó diputado para
arriba. Con la mira de pasar por influyente, se había inven-
tado una curiosa estratagema. Ibais por primera vez á su
casa y os hacían entrar en el despacho. Casualmente el señor,
había salido un momento á otras habitaciones. Mientras le
estabais esperando, fijabais vuestra vista en una porción de
cartas esparcidas sobre un velador. ¿A quién no tienta la cu-
riosidad? Os poníais á leer los sobres. «Excmo. Sr. Ministro
de Gracia y Justicia Excmo. é limo. Sr. Obispo de
Excmo. Sr. Capitán general de Excmo. Sr. Conde de....
Duque de Marqués de » Os quedabais asombrados. Al
cabo de un cuarto de hora se presentaba el dueño de la casa.
Antes de saludaros, miraba las cartas con un fuerte meneo
de cabeza: tiraba del cordón yaparecía el criado.—«¿No te dije,
imbécil, que llevases estas cartas al correo?»—El fámulo re-
cogía las misivas sin chistar y las sacaba fuera. Claro: para
encajarlf, media hora después, la misma documentación á
otro prójimo.
No quiero dejarme en el tintero, aun á riesgo de ser pesa-
do, un tercer personaje notable por sus caprichos de lengua.
Era de los que se acostaban á las tantas, y tal vez por esto
solía entregarse en el Tribunal á dulces cabeceos. Noche sin
saber dónde ir era, para él, noche de suplicio. Si en alguna
casa le cerraban la puerta por ausencia ó enfermedad, se po-
nía hecho una sierpe. Por aquellas ú otras causas dejó de re-
cibirle una señora.—«Por Dios y por los santos—le dice al
encontrarla: Carmeta, quédess V. de noche. Usted es mi
necesidad diaria,» . .

De los dos Cabildos de Barcelona, el catedral y el munici-


pal, sólo con el primero tenía yo alguna que otra relación,
por las especiales aficiones de mi Padre. Había en aquella
Catedral, como en todas, su clero alto y su clero bajo: por
MIS MEMORIAS 4I

toda la escala picaba nuestro trato, según las simpatías. Con


tal motivo, tuve larga ocasión de pasar en revista dignidades,
prebendados de oficio, simples canónigos, domeros, benefi-
ciados, organistas: hasta una especie de sacristanes que lla-
maban monxos, y hasta ^.Porrer de la Seo, grave personaje
que desempeña el cargo de macero. Este último, con' su pe-
luca blanca de tres bucles, gorguera de lienzo en tabla lisa y
largo ropón de damasco carmesí, parece una cruel reminis-
cencia de nuestros antiguos Concelleres. Precede al Cabildo
en todas las ceremonias, llevando á discreción sobre el hom-
bro derecho una enorme maza de plata que deja caer, al pa-
rarse, dando en el suelo un fuerte golpe: señal de rúbrica para
la comitiva, como en la táctica militar un toque de tambor ó
de corneta.
Organistas había dos, primero y segundo: al mayor llama-
ban en Matetiei (Mateíto), en razón á su corta estatura. Era
seglar y tenía unos dedos privilegiados. En días señalados,
íbamos á oirle tocar unas voces humanas, que ya las quisiera
Boito para los coros angélicos de su Meflstófeles: pero á la
chiquillería lo que más la interesaba era la cabezota de turco
pendiente del órgano, cuando bajo la presión del pie den Ma-
teuet movía las barbas, revolvía los ojos y abría una boca des-
comunal, de donde salía un ronquido terrorífico; y no era
más que uno de tantos registros de aquella complicada má-
quina. Y apropósito de chiquillos, recordaré que otro de sus
grandes entretenimientos en la Catedral era, durante la octa-
va del Corpus, ver bailar l'ou en los claustros: un huevo
puesto en un surtidor ó chorro vertical, que con la fuerza del
agua daba caprichosos saltos.
Tocante al ramo de canónigos, no citaría yo los de aque-
llos tiempos como modelo de capacidad y de grandes dotes
intelectuales, salvas algunas honrosas excepciones, como la
ya citada del doctor Bertrán. Buenas costumbres, sí tenían;
ajustados perfectamente á aquella niorum iniegriiati de que ha-
bla el Concilio Tridentino; y en esta parte hay que reconocer
que, no ya el canónigo, sino el clero de Cataluña en general
ha sabido mantenerse á una altura muy superior á la de los de
otras provincias y de algunos países extranjeros. Ni una pala-
42 REVISTA CONTEMPORÁNEA

bra mal sonante, ni asistencia á espectáculos, ni trajecitos de


seglar, ni siquiera un cigarrillo en público, ni otra clase de ex-
pansiones de mayor calibre, como las vemos en Madrid y las
he visto con frecuencia en Italia.
Pero aparte de que, en n u e s t r a ^ u e r r a s civiles, ha habido
más de un señor canónigo- que supo bonitamente coger el
trabuco, repito que allí, en aquel Cabildo catedral, no era la
ciencia lo que sobraba. Mucho régimen: misa con su poco de
coro por la mañana; vísperas por la tarde; muceta de armi -
ño desde Todos Santos, muceta.de raso desde Corpus. Ni ha-
bía para que fatigarse la garganta en el coro: de pie, delante
de los atriles, cuatro vigorosos gañanes á sueldo, cargando
con la faena del canto llano, con unos vozarrones estupendos.
Parecería natural que, siendo el canónigo oculus Episcopi
sui, como decía un famoso Arcediano, todos los señores de
aquella clase, sin excepción, se escogieran de entre los sacer-
dotes más acreditados por su saber.'Pues se equivocan uste-
des. Al revés del poeta, el canónigo no nace, se hace. Anti-
guamente los canónigos salían en gran número de las filas de
la nobleza, por aquello de ejército, mar ó altar. Hoy se sacan
un poco de todas partes; pero puedo asegurar, porque me
consta personalmente, que en ningún terreno se siente un
Jefe superior tan acosado, ni para nada hay que aguantar tan-
ta chinchorrería, como para la provisión de canongías. Que
lo cuenten los subsecretarios de Gracia y Justicia. En cano-
QÍcatos simples hay la mitad de libre provisión; por consi-
guiente, cabe allí, muy á placer, la misa y olla. La otra mi-
tad se reserva para Doctores y Licenciados: saltem dimidia
pars, según reza el Concilio. Lo malo es que no se tenga en
cuenta una ligera observación: que entre doctor y docto pue-
de haber enormes diferencias.
Tantas hay, que uno de los canónigos de aquellos tiempos
era doctor en Sagrados Cánones por la egregia Universidad
de la Guardia Real de Infantería. Allí sirvió hasta que sa le
antojó un día colgar el espadón-, de sus estudios académicos
no conservaba más que la costumbre de marcar el paso mili-
tar y de poner, cuando iba de bordón en las procesiones, cara
fera á sus colegas, como para decirles: «Alto, descansen ar-
MIS MEMORIAS 43

mas.»—Vizcaíno, con setenta años encima, no había conse-


guido saber hablar el castellano. Al salir de la sacristía se da
un día un encontrón con el monaguillo, y le dice tirándole
patas arriba:—«Pataspies, donde pones pisas mira.»
Murió el pobre de repente, el mismo día de su santo, ofi-
ciando en la Catedral. Cuando llevaron la noticia al ama de go-
bierno, que estaba preparando la gran comida de días, no se
la ocurrió á la buena mujer más oración fúnebre que exclamar
juntando las manos:—«¡Bendito sea Dios! ¡qué vamos á ha-
cer ahora con tanto plato!»—Me recordó esta escena el cuen-
to de los dos abates franceses que se juntaban todos los domin-
gos á comer espárragos, mitad en salsa, mitad en aceite, para
satisfacer los distintos gustos de entrambos. Cayó redondo
un día el de la salsa, atacado de apoplegía fulminante, en el
momento de sentarse á la mesa; y el otro, sin hacer caso del
cadáver, corre á gritar desde lo alto de la escalera:—«Todos
los espárragos con aceite!»

VI

Del Ayuntamiento, ¿á qué hablar? ¡Había dado tan gran


bajón la sucesión de los Concelleres! Ya quisieron los progre-
sistas reconstituir nuestros Municipios, parte sobre la base
del antiguo Concejo, parte sobre el patrón belga. Mas luego
los moderados hicieron del Ayuntamiento un simple Consejo
de los Corregidores. Los tratadistas de aquella comunión
cuidaron de explicárnoslo con una teoría de las más peregri-
nas diciendo que un Corregidor era á la vez agente del'Rey y
agente del pueblo. ¡Ah pillines! ¿agente dfel pueblo el Corre-
gidor, eh? ¡y lo nombraba el Ministro de la Gobernación! Ni
agente del Rey, porque estaba absorbido por el Jefe político,
como éste lo estaba á su vez por los Capitanes generales.
Es de rúbrica: cuando una institución pierde sus papeles 6
cuando se los quitan, no la queda más que el relumbrón. La
afición y el compás, como á los músicos viejos. Así aconteció
44 REVISTA CONTEMPORÁNEA
en Europa con la aristocracia cuando de los tiempos feudales
pasó al período del palatinaje; así con los Reyes en Inglate-
rra desde que los Hannóver tuvieron que ir doblando la cer-
viz ante la omnipotencia parlamentaria; así con los Parla-
mentos en Francia cuando Luis XIV pudo ya entrar en el de
París con látigo y espuelas; así con los Municipios españoles
desde el punto y hora en que vinieron á caer bajo las garras
del absolutismo. Los doctrinarios los quisieron aderezar á la
moderna, poniéndolos decentitos; pero sin consentir que le-
vantaran el gallo; les cepillaron la ropa y los dejaron por
dentro tan escurridos. A nuestros egregios Ayuntamientos de
los tiempos que describo, se les prodigaban honores, trata-
mientos y prerrogativas de todo linaje; los regidores usaban
un magnífico uniforme con la tradicional banda roja; los te-
nientes de alcalde el consabido bastón con borlas de gran ta-
maño. Pero... hasta aquí llagó, caridu Rastitutu. Atribucio-
nes, derechos, iniciativas, poquito, muy poquito. De puro
apolillados, si no todos, los más de aquellos ilustres ediles
caíanse á pedazos.
No de otra manera se concibe cómo en unos tiempos que
han dado en llamar tan prósperos, y formando parte de la
Corporación municipal esclarecidos patricios, Barcelona hi-
ciese tan escasos progresos en materia de mejoras urbanas.
Yo no recuerdo más (y no preciso las fechas) que la termina-
ción de la fachada de las Casas Consistoriales, con las esta-
tuas de Jaime I y Fivaller; parte de la prolongación de la
calle de Fernando V i l ; la apertura del mercado de Santa Ca-
talina; la instalación del nuevo archivo municipal; la columna
triunfal de Galcerán Marquet en la plaza del Duque de Me-
dinaceli, y el reglamento de la compañía de bomberos. No
entraba la piqueta en las calles lóbregas y estrechas; pocas
de las grandes con adoquinado nuevo, y aun éste mal senta-
do; escaso el gas; por toda salida en la Rambla, del lado de
Estudios, el ignominioso Portillo de Isabel I I ; las murallas en
pie; continuos desperfectos en la Acequia Condal y más de
un desastre ocasionado por las calaveradas de la Riera den
Malla; el puerto una inmunda charca con un dragado irriso-
rio, y aquellas interminables obras del Muelle nuevo á que
MIS MEMORIAS 46
me he referido en el capítulo de mis estudios. No se hablaba
todavía de ensanche más que sotto voce y como de un proble-
ma planteado para un porvenir bastante lejano; algunos espe-
culadores de buen olfato empezaban á comprar terrenos en el
paseo de Gracia, y otros que hacían correr la voz de que se
iban á urbanizar las huertas de San Beltrán, se permitían pro-
posiciones tímidas de venta á razón de algunos cuartos el
palmo, que es como acostumbran medir allí las tierras edifi-
cables, en vez de contar, como aquí, por pies ó por metros
superficiales.
Tal era entonces, bajo el punto de vista de la edilidad, e
aspecto general de aquella ciudad de Barcelona, tan embe
llecida hoy y tan mejorada, que puede pasar, sin disputa, por
la más hermosa de España y afortunada rival de algunas
muy celebradas del extranjero.

JOAQUÍN MARÍA SANROMÁ.

{Se continuará.)
ESTUDIOS
ACERCA

DE LA EDAD MEDIA
Contirmación (i)

VIII

SAN A N S E L M O . EL ONTOLOGISMO

A L EMINF.NTÍ-IMO S E Ñ O R CARDENAT-, A R Z O B I S P O D E SEVILLA, F R A Y CE-

FERINO GONZÁLEZ:

RES hombres ilustran en, el siglo XI á Italia:


Lanfranco, Pedro Lombardo, San Anselmo:
Lanfranco, representa el nacimiento de la dia-
léctica; Pedro Lombardo, el nacimiento de la
Teología ccriio ciencia; San Anselmo, el nacimiento de
la metafísica escolástica. Dejad, dejad que hable de este
Agustín del siglo X I , piedra miliaria en el raudo camino del
espíritu. La soledad ha formado su alma, en la que se tras-
parentan como en apacible corriente los arreboles del cielo, y

(I) Véase la p á g . 4 9 0 del tomo L X I V .


ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 47

con ellos el reflejo de las realidades inmutables. Espíritu mís-


tico y sublime; entendimiento penetrante, apercibido para as-
cender, como el águila, por espacios de luz; enamorado del
genio platónico de San Agustín, que ha extendido sus ilumi-
naciones á la ciencia y á las artes en toda la carrera de los
siglos medios; alma llena con las. visiones de la eternidad,
cantada por aquellos tiempos en las leyendas de los poetas y
en las sumas de los filósofos; todo impregnado de la idea de
Dios, que palpita igualmente en el abismo de la conciencia
que en el abismo de los cielos, y cuya realidad soberana ce-
lebran desde la luciérnaga de los campos hasta los soles de la.
Vía láctea, desde el balbuceo de los pequeñuelos hasta la in-
teligencia de los sabios, desde el hombre hasta el querube;
robustecido con las doctrinas de la tradición filosófico-cristia-
na, que es como eí soplo vivificante de su siglo; sublimando
las excelencias de la fe, que considera como la escala lumino-
sa por la que suben las almas al conocimiento de la realidad
suprema; tomando posesión de las regiones de lo sobrena-
tural para explicarlo todo por principios y métodos puramente
racionales; monje, arzobispo, elocuente, piadosísimo, San
Anselmo, en el siglo XI, entre el estruendo de los combates
y el fragor de las herejías, en la soledad del monasterio, desde
donde se ve más de cerca á Dios, ha tendido su mirada por
las profundidades del espíritu y por las profundidades de la
tierra, y cuando ha leído enseñanzas inefables en las pági-
nas de esos dos libros, y visto la claridad de lo infinito
reflejada en el fondo del' corazón y en el fondo del firma-
mento, en la Biblia, que es la palabra de Dios, y en la
naturaleza, que predica sus glorias indecibles, y subido de
consideración en consideración y de peldaño en peldaño, por
la fuerza de la intuición y del argumento hasta- la plenitud
del ser, hasta el arquetipo increado, hasta las hipóstasis
divinas, hasta la esencia incomunicable que anima y vivifica
lo mismo á la gota de rocío que á la inmensidad del mar, al
resplandor de la inteligencia que al resplandor del lucero de
la tarde; cuando se ha sentido dominando la eternidad y con-
templado, como el Profeta, la luz déla Jerusalem apocalíptica,
ha bajado de nuevo acá á la tierra, y ahí, en páginas guarda-
48 REVISTA CONTEMPORÁNEA

das como tesoros en el fondo de las bibliotecas, en libros in-


mortales, cuya lectura desdeña la ciencia moderna, pigmea é
impotente para deletrearlos y comprenderlos, en el Manolo-
gium y en el Proslogii-im, dejó instituida la metafísica escolás-
tica, altísima y verdadera, que transcurriendo el siglo X I I I ,
ese siglo en el que todos son gigantes, artistas, sabios, frai-
les, heroínas, pueblos y reyes, ha de encerrarse en el enten-
dimiento como de ángel de Santo Tomás de Aquino, el más
ilustre de todos los filósofos que han pasado por los caminos
déla Historia. Verdaderamente que causa pavor y asombro
ver en el siglo XI á un pobre monje remontarse tan alto, hasta
los cielos de la teología y de la metafísica, y echar las bases
del único sistema de metafísica racional, ante el cual, las
concepciones de los filósofos renacientes ó reformadores, s e '
han disipado como vana sombra. San Anselmo como San
Agustín, ha creído para conocer; credimus ut cognoscamus. «No
he tratado de comprender—escribe—las verdades para creer-
las, sino que creo para comprender; porque estoy cierto de
que si no creo, en vano es que quiera comprender alguna
cosa» ( I ) .
Y junto á la exaltación de la fe, ¡qué vuelo el de la razón,
en las obras .de San Anselmo, para eterno mentís de las
aprensiones racionalistas! «Consultando más bien su deseo
—dice—que la facilidad de la ejecución y mis propias fuer-
zas, algunos de mis hermanos me pidieron que no demostrase
nada por medio de las Santas Escrituras, sino que en cuanto
tratase de establecer, me sirviese de una fórmula fácil, de ar-
gumentos al alcance de la generalidad, y de una discusión
sencilla, probándolo todo con la ayuda de la razón y la evidencia
déla verdad') (2). Admitiendo con todos los doctores esco-
lásticos la infalibilidad de la fe, San Anselmo pretende que la
razón pura confirme y desenvuelva los dogmas, llevando sus
consecuencias hasta los últimos confines de la ciencia huma-
na. Toda ciencia, dice el Santo Arzobispo, se reduce á dos
libros admirables, en los que las realidades divinas' vienen á

( I ) PrcEf. ad Monologium sive exemplum meditandi de ratione fidei,


(2) Proef. ad Mono!.
ESTUDIOS SCBRE LA EDAD MEDIA 49 .

transparentarse por sobrenatural manera. La Escritura sa-


grada y la Naturaleza; he aquí la revelación de Dios al espí-
ritu del hombre. Así lo mismo predican de Él los Patriarcas
bajo la palma del desierto, el Profeta sobre las ruinas de los
campos mustios, Job en el estercolero, el Apóstol platónico
en la soledad de Patmos, que los cielos con su luz, y los valles
con sus florecillas, y los océanos con sus ondas turbulentas.
Estas dos revelaciones vienen á constituir dos ciencias ca-
pitales: la metafísica, que estudia la revelación divina en !a
Biblia, y la física, que estudia la divina revelación en el uni-
verso. Y la metafísica y la física, y la revelación por la Biblia
y la revelación por la naturaleza, no son más que dos como
á manera de robustas alas para subir á la unidad suprema, á
la idea universal, que subsiste, no como simple percepción
del espíritu, sino implicando la realidad objetiva,-la perfec-
ción esencial é incomunicable, que en el orden real está en
el término de todos los seres, y al frente de todas las ideas en
el orden lógico; lo increado y subsistente por sí mismo, Dios,
que escribe sus designios con palabras de luz en la revelación
de la Escritura, y con escalas de soles en la revelación del
universo.
Así, la naturaleza que pregona las magnificencias del Crea-
dor, y el espíritu que le siente, con murmullos y exaltaciones
y estremecimientos indecibles; el ángel que vuela sobre los
mundos, y la mariposa que vuela sobre las flores; la arena hu-
medecida por la naciente onda, y los gigantescos mundos que
surcan el firmamento azul; el perfume que asciende de los va-
lles á las nubes, y la oración que asciende desde el alma hasta
los cielos; el pensamiento y la fantasía, lo que existe en la rea-
lidad y lo que es dado que exista en lo posible; todo conduce
al principio divino, á la esencia eterna y necesaria; porque
la inmensa variedad de bienes esparcida por el mundo, su-
pone un principio de bondad universal y absoluto que los in-
forme y vivifique; y los destellos de la belleza, que son como
el himno místico de la creación á su Dios, un centro de her-
mosura soberanamente perfecto que los sostiene é ilumina (i);

(1) Monol, cap. I.


TOMO L X V . — V O L . I.
5o REVISTA CONTEMPORÁNEA

y la gradación de seres que no puede encerrarse jamás en


la escala de una jerarquía sin término, una unidad superior,
preexistente por sí propia, idéntica al principio absoluto de
ser, de lo bueno y de lo hermoso (i), á quien las voces del
espíritu y los rumores de la naturaleza llaman con el nombre
tres veces santo de Dios.
Este principio soberano, colocado en el término de las
ideas y al final de la escala de los seres, causa de su propia
existencia, no ha procedido de sí mismo, ni de nada que le
sea inferior. Si me decís que la nada lo ha engendrado, ten-
dréis que conceder forzosamente que la misma nada es causa
única y superior en vuestra hipótesis á ese ser esencial, y á ese
principio soberano. La nada queda convertida, por lo tanto,
en principio creador, en el ente por esencia, en el alfa y
omega por.el cual y en el cual son, viven y se mueven todas las
cosas; lo mismo la idea que irradia en las regiones del pensa-
miento, que la estrella que irradia en las regiones del azul
espacio. Y como todo esto encierra contradicción invencible,
hay que concluir irremediablemente por afirmar que ese ser
de los seres existe por sí y para sí, es decir, que Él es al
mismo tiempo el agente que lo creó, y la materia de que fué
creado (2). Por otra parte. Dios es lo más perfecto que se
puede pensar, y la perfección absoluta del ser, implica, no
sólo su existencia ontológica, vel in inielledu, vel secundum ra-
tionem, sino su existencia real, vel in re; porque si supusiera
únicamente la existencia ontológica, el ser que juntara con
la existencia ontológica la existencia real, sería más perfecto
que otro ser cualquiera; luego Dios, lo más perfecto que pue-
de concebir el pensamiento, debe de reunir, con la existen-
cia ideal ú ontológica, la existencia real, vel in re: luego Dios
existe (3).
A la cabeza de todo lo existente y de todo lo posible, en el
término de la creación, sobre las trasformaciones de los seres
y las catástrofes de los imperios, como en excelso tabernácu-

(1) Monol, cap. IV.


(2) Monol, caps. S y 6
(j^ Proslogium
ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 5l

lo, ahí está Dios; océano de luz en que se anega el alma,


claridad inextinguible que todo lo explica, y sin la que todo
aparece indescifrable y oscuro; creador y conservador de la
existencia; ante el cual los astros que cruzan la inmensidad,
son como oscuras luciérnagas de una noche de verano; y los
espacios como ligera neblina que se disipa á la mañana, y los
siglos como resplandor fosfórico que brilla y se apaga en un
instante, y la vida como tenue suspiro que se pierde entre la
brisa, y el hombre como sombra de leve sueño que concluye; y
los Océanos bramadores como quieto remanso que los ardores
del sol consumen; y los huracanes turbulentos, como silbo
delgado y apacible; y el universo como tienda de campaña
que ha cobijado por el desierto de la tierra á los imperios y á
las razas, caídas todas, con sus caudillos, y sus legisladores,
y sus profetas, y sus magnificencias, en los abismos tenebro-
sos de la muerte. En Dios están todas las cosas, dice el san-
to Arzobispo, porque en Él existen los arquetipos de todas
ellas; los principios del ser y del conocer, las ideas madres,
que están en la esencia divina, dice San Buenaventura, sicui
ramus in arbore, apis in flore, niel in favo, avicula in nido; pu-
diendo afirmarse en cierto modo, que estas ideas eternas son
Dios mismo (i).
De aquí que, preexistiendo el designio de la cosa creada
en el sujeto creador, de una manera inteligible, los seres,
concluye San Anselmo, subsisten con existencia real, refi-
riéndose al principio creador, aun antes de pasar á la catego-
ría de criaturas (2).
Y como la forma de las cosas en el entendimiento divino
no es más que el modo bajo el que este soberano entendimien-
to las produce, la esencia increada tiene en sí todas las co-
sas antes de que lleguen al mundo de la realidad, existiendo
por la visión perfecta de Dios, que viene á ser entonces como
virtud omnipotente, como el mismo poder creador que no
pudo sacar las cosas de la nada sino con su palabra y por sí

(1) Compendmm, 1 y 35.


(2) Monol,, cap. 9.
52 REVISTA CONTEMPORÁNEA

mismo ( I ) . Ahí tenéis la explicación más racional y sólida de


la existencia de Dios y de la creación del mundo. Aquel monje
del siglo XI, con el po'der de su razón, ha fundado la más per-
fecta teología natural que tanto influjo va á tener tiempos
adelante en las escuelas. El racionalismo contemporáneo
para quien son letra muerta las obras de San Anselmo, con
sus términos escolásticos y su férrea argumentación, incapaz
de comprender esas elevaciones del entendimiento cristiano,
injusto é ignorante, ha condenado al ilustre Arzobispo al ol-
vido más profundo, después de haber lanzando sobre su doc-
trina el dictado ¡de panteísta! calumnia que no merece ni los
honores de refutación seria y detenida. El racionalismo,
y con él sus pontífices máximos y sus jóvenes catecúmenos,
educados en la orgía de todas las libertades revolucionarias;
ávidos del aplauso de las turbas, declamadores huecos,
meollos ayunos de toda idea noble y verdadera, de ignoran-
cia tan alta como su presunción altísima; confundidos ellos
mismos por el castigo de la torre de Babel, no han leído ja-
más las obras de los doctores escolásticos sino en infieles y
deficientes extractos, que no pueden guardar en la traducción,
cuasi siempre desvirtuada, la fuerza, la precisión, el espíritu
del original, para ellos tan oscuro como la esfinge babilónica,
y tan cerrado como el Libro de los siete sellos.
Este es el espectáculo que da el racionalismo modernísi-
mo, encerrando toda su ciencia infusa en tratados y manuales,
que son las más de las veces los delirios de cerebros mal orga-
nizados, ó los errores y aberraciones de un espíritu educado
entre el superficialismo de los cursos de los libre-pensadores,
dignos, la mayor parte de ellos, de las jaulas de un manico-
mio por locos, ó de los calabozos de una cárcel por cuerdos.
Y así nutridos y madurados, sin más doctrina que la soberbia
y el atrevimiento, apoyados por los santones para ellos infali-
bles, abren cátedras, y se convierten con germanesco y risible
estilo, en maestros de ciencia prima, sabedores de omne resci-
bili et quibusdam alus...
Y mientras importaciones alemanas constituyen hoy por

(I) Monol., l o , II y 12.


ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 5^

hoy nuestro tesoro filosófico, las elevadas lucubraciones de los


doctores escolásticos de la Edad Media, ante cuya ciencia,
que causa pavor, la de todos los doctores racionalistas se es-
conde en el abismo confundida y avergonzada, duermen sobre
el polvo de solitarias bibliotecas, como anticuadas ó ridiculas,
indignas de ser leídas por los entendimientos amigos de la luz
y del progreso. Si hay alguien entre las lumbreras de los siglos
medios, excluyendo á Santo Tomás de Aquino, que quede en
los horizontes de la metafísica cristiana como estrella de pri-
mera magnitud, es el Arzobispo San Anselmo.
Admira y cuasi espanta ver en el olvidado monje del si-
glo XI, la profundidad de pensamiento, la pureza de moti-
vos que le obligan á escribir sus libros, el riguroso encade-
namiento de las ideas, la mirada segura que marcha siem-
pre hacia su objeto, la fuerza de argumentación ante la que
se estrellan los clamores de los sofistas, la sublimidad de la
concepción filosófica que sube hasta Dios, para desde alU
dominarlo todo, la naturalidad y el poder de sus conclusio-
nes invencibles. Tal ha sido San Anselmo. ¡Gloria, gloria al
ilustre santo!.... (i)
ADOLFO DE SANDOVAL.
{Se continuará.)

( I ) IÍ. Bouchité\í\7,o una versión de las dos principales obras de San An-
selmo, que es lo único que de este Santo conocen los racionalistas, bajo el
título particular y engañador Le rationalisme chretien a la fin dü onuieme
siecle 6 Monologium et Froslogium de Saint Anselme. París, 1842. Acerca de
esta obra hizo sutil y profundo análisis la Billioteque Universelle de Geneve.
Vol. 51, año 1844. Bousselot, en la obra citada, cap. VIII, razona de San
Anselmo como Bouchité, y con él la mayor parte de los filósofos de la es-
cuela ecléctica.
Después de haber entrado en caja este capítulo, ha llegado á nuestras ma-
nes el libro de Mr. Charles de Remusat, titulado Saint Anselme de Cantor-
béry... París, 1856, y en el que con espíritu racionalista, aunque moderado,
hace este docto académico un estudio de la vida y doctrina del ilustre filósofo
cristiano. La importancia de las afirmaciones sentadas por Mr. Remusat, la
grandeza del asunto, de un lado, y la premura del tiempo, por otra parte, me
impiden añadir, por el momento, nuevas consideraciones á las que quedan
expuestas, prometiéndome ampliar considerablemente este capítulo de mis
Estudios sobre la Edad Media^ cuando, ya en breve plazo, los coleccione y pu-
blique formando libro.
CARTAS D E PARÍS

Señor director de la REVISTA CONTEMPORÁNEA.

MIGO mío: Me ha parecido siempre ridículo y


risible el entusiasmo de encargo que los tontos
fingen por los hombres famosos de los tiempos
pasados; que se nombra á Cervantes, y ya andan
los majaderos llenándose la boca con el Quijote, efecto muy
plausible, pues no les cabe en ella; que se habla de Shakes-
peare, y luego asoma Hamlet y revienta la nube de adjetivos
encomiásticos y estudiados aspavientos, que en suma nada
significan, á no ser la íntima relación que existe entre los
majaderos y las cotorras. Por el contrario, cítase á un autor
poco ó mal conocido, juzgado erradamente por sus contem-
poráneos, y el eco de lo convenido, que nunca lo leyó, lo decla-
ra insulso, y tal vez afirma que escribía cernícalo con q. La
juventud debería acostumbrarse á leer y á no aceptar opinio-
nes hechas; de este modo sabría decir por qué le gusta el
Quijote, y defender al escritor poco estimado si merece de-
fensa.
Digo todo esto y lo digo ahora, para que conste que no
entono un canto de alabanza en honor de Firmín Didot
porque su reputación sea universal y tradicional, sino porque
conozco esa casa editorial, la he estudiado hace años deteni-
CARTAS DE PARÍS 55

(Jámente, he apreciado el esmero, el cariño, el respeto con


que en ella se compone, se corrige y acaba un libro; el deseo
de aumentar anualmente la rica colección de obras de arte
que le han ganado fortuna y nombradía; la conciencia, la
abnegación de los que dirigen y de los que ejecutan á fin de
conseguir el apetecido resultado; los sacrificios metálicos im-
portantes, como anular un pliego ya tirado, á causa de ligera
incorrección tipográfica, vista antes de encuad^nar, ó bien
mandar grabar de nuevo un dibujo que no satisfacía al autor;
estoy al cabo de todos los detalles, de todo el mecanismo de
esa casa, y puedo asegurar que la reputación es merecida y
que son los Didot una familia de artistas. Hace mucho tiem-
po que tenia intención de decirlo, y aprovecho la ocasión, al
ocuparme de una de las obras maestras—hablo tipográfica
mente—que inaugura la serie del año 1887: las CIVILIZACIO-
NES DE LA INDIA ( I ) .
Su autor, el Dr. Gustavo Le Bon, es una inteligencia cla-
rísima secundada por erudición profunda; es un pensador
grave, precisamente de los que no se fían en lo que otros
dijeron, y todo lo han de leer, ver y analizar hasta formar
juicic de todo y traer al debate su apreciación personal, como
lo hizo en el Hombre y las Sociedades; á nadie sigue sino en lo
que está de acuerdo con su sentir, y tiene el valor de soste-
ner sus creencias, lo que nos obliga á atenderlas y respetar-
las, aunque no siempre nos satisfagan ni sean las nuestras.
Como él mismo lo dice, no se apoya más que en documen-
tos exactos, manifiesta las sucesivas trasformaciones de las
instituciones religiosas y sociales y los factores de esas tras-
formaciones, estudia los fenómenos históricos cual si se tra-
tara de fenómenos físicos, procede sujetándose á un método
y desconfiando de las doctrinas. De que es bueno el sistema
fué prueba su penúltimo libro, las Civilizaciones de los árabes,
trabajo notable, no tan completo como yo lo soñaba, pero

( I ) LAS CIVILIZACIONES DE LA INDIA, por el D R . GUSTAVO L E


BON.—Oíra iluslrada con 7 cromolitografías ^ 3 mapas y js° grabados y helio-
grabados.—F1R.MIN DIDOT Y C . ' \ editores.— Un volumen en 4° de 744pági-
nas. Precio: 30 FRANCOS.
56 REVISTA CONTEMPORÁNEA
digno de aplauso, que, por mi parte, no le escatimé. Las Ci-
vilizaciones de la India confirman la bondad del método del
Dr. Le Bon, y lo apunto desde luego para tener más soltura
en poner mis reparos; la obra es superior á su primogénita.
No que sea completa, pues como el primer libro consagrado
á una historia general de las civilizaciones de la India, pre-
senta huecos que eran inevitables y algunos de los cuales no
se taparán nunca; pero la empresa era más ardua, más difícil
y penosa y el resultado final es mucho más satisfactorio.
Daré de una vez el premio al autor declarando que, apesar
de su larga dominación, de los muchos sabios y grandes es-
critores con que cuenta y sobre las Indias han escrito, Ingla-
terra no puede sacar un libro que sufra la comparación con
éste, como estudio de conjunto de las sociedades indias
durante tres mil años.
Como quiera que no existen en la India crónicas histó-
ricas propiamente dichas, y que sin olvidar las producciones
literarias, los grandes elementos de reconstitución son los
monumentos, era indispensable visitar el país, recorrerlo en
todos sentidos, pues «sólojen el terreno en que nació y se des-
arrolló una civilización, podemos penetrar su espíritu y ha-
cernos á no juzgarla con nuestras ideas modernas.» El doc-
tor Le Bon tuvo la fortuna de conseguir una misión arqueo-
lógica del Ministerio de Instrucción Pública, único modo, para
el sabio que no es millonario, de emprender tamaña empre-
sa. Ha disfrutado de los indispensables recursos, del tiempo
necesario, del inmenso apoyo moral y material de su Go-
bierno, del Gobierno inglés y de los Soberanos indígenas; ha
visto todo cuanto merecía verse, ha sido el primer francés
que ha penetrado en el Nepal, y ha vuelto con cerca de qui-
nientas reproducciones artísticas de los templos y palacios,
sirviéndose de la fotografía y de su gracioso talento de acua-
relista; es la colección más completa que posee Europa de
los monumentos arquitectónicos de la India; y aunque no •
fuese más que por esto, ya habría pagado generosamente el
autor la confianza que le dispensaron, gracias al apoyo de
Mr. Sadi Carnot, á quien dedica su trabajo. Pero hay mayo-
res méritos en este libro, que será leído con la curiosidad des-
CARTAS DE PARÍS 57'
pierta y el vivísimo interés que nos inspira ese maravilloso
país.
Tierra formidable, cuna de múltiples civilizaciones y de
creencias sin número, que nos aparece en sueños como ro-
deada de misterio insondable, de impenetrables enigmas.
Bástale al europeo sentar en ella el pie, para convencerse de
que entra en un mundo totalmente distinto del que conoce, •
y en el que todo es gigantesco ó grandioso.
Defendida por la saña de los mares que azotan sus costas
inhospitalarias y por la portentosa cordillera del Himalaya
que los naturales llaman techo del mundo, se presenta la India
como cerrada y condenada á perpetuo aislamiento. Cubiertas
de nieves eternas están sus montañas, la majestuosa Nanga
Parbat, las no medidas cimas del Karakorum, y entre colosos
de 5.000 y 6.000 metros se levanta el soberano Gaurisankar,
hasta hoy el monte más elevado del mundo, sin exceptuar el
Chimbora%o. Imponentes son las hermosas aguas del Ganges,
que los indígenas veneran cual diosa bajo el nombre de Ganga,
y las sombrías del Nerbeda y las impetuosas del Sindo. To-
dos los climas existen en la India, hasta el punto que, en al-
gunos días, podría pasar el viajero por todas las temperaturas
terrestres y múltiples son su flora y su fauna, ofreciendo por
sus contrastes un compendio de las del universo. Existen re-
giones sanas y fértiles por todo extremo, como la del Ganges,
y otras tan mortíferas como los pantanos del Terai, que son
inhabitables para todos menos para la pobre raza de los íru-
las que mueren cuando los llevan al aire puro. La abundan-
cia, prodigiosa en ciertas épocas del año, cuando ha soplado
el fecundante monzón y los cielos se han deshecho en torren-
tes de agua, se trueca en espantosa carestía que diezma con
el hambre á pueblos enteros. Nótese, sin embargo, que tan
tristes calamidades se deben sólo á la falta de vías de comu-
nicación regular que permitan conducir á los puntos exhaus-
tos la plétora de otros. La región del Ganges, sin disputa la
más rica del mundo, pues produce hasta tres cosechas y sus
admirables campos son tan extensos que fatigaron la vista del
conquistador Baber, da lo bastante para remediar el hambre
con su excedente; y también sucede que la desnudez de las
58 REVISTA CONTEMPORÁNEA

clases inferiores es. tanta, que, por no poseer algunos cuartos


para comprar arroz ó trigo, perecen á miles, mientras que
enormes cantidades de grano llenan los buques y parten á los
mercados extranjeros.
Recorre el viajero ciudades maravillosas que le traen á la
mente los prodigios de las Mil y una noches, y ciudades muer-
tas, cuyas monstruosas pagodas y desiertos palacios de gra-
nito se alzan entre las junglas y hacen pensar «en pueblos de
titanes sobre los que cayó la maldición celeste,» Por do quie-
ra se levantan templos misteriosos que desaparecen en las pro-
fundidades de las montañas, con sus miles de dioses de pie-
dra, y suntuosas moradas de mármol blanco con incrustacio-
nes de gemas preciosas, bajo un cielo sin nubes, de un azul
implacable. La visión del pasado, la conciencia de las edades
sucesivas que ha cruzado la humanidad, no se adquiere en
ninguna parte como en la India, y allí se comprende que nues-
tras ideas, costumbres y concepciones son la herencia de ge-
neraciones que podemos ignorar, pero de las que sentimos la
omnipotente influencia.
Cuando ha formado conocimiento dé las fuerzas naturales
de este suelo que son formidables en su cólera como en sus
beneficios, el observador tiene ante sí el magnífico cuadro de
las razas de la India. No hace aún mucho tiempo se creía que
la raza era una; se sabe hoy que el indio es múltiple y dife-
rente como los medios que habita, ya que existen salvajes
de piel negra y poblaciones casi tan blancas como los euro-
peos. Los 25o millones de hombres que designamos con la
denominación general de indios, pueden dividirse en grandes
familias: la raza negra, la raza amarilla, la raza turanesa y
la raza ariana. Pero del cruzamiento de estos cuatro elementos
fundamentales, combinado con las influencias de variados
medios, han nacido infinitas razas secundarias, más numero-
sas y distintas que las que pueblan el continente europeo.
Los habitantes más antiguos de la India eran negros y se di-
vidían en dos grupos: los negritos, de corta estatura y lanoso
pelo, y los negros de tipo australiano, más altos é inteligen-
tes. Los primeros que llevaron á la India un elemento ex-
tranjero fueron verdaderos hombres amarillos, de rostro liso
CARTAS DE PARÍS Sg

y oblicuos ojos. La mezcla de los conquistadores asiáticos


con los negros de India, produjo las poblaciones llamadas
protodravidienses, que á causa de la preponderancia del ele-
mento primitivo, se consideran como autóctonas ó poco me-
nos. Nuevos invasores se mezclaron, no ya con los negros,
sino con los protodravi4ienses, y crearon pueblos más lejanos
del tipo primitivo: son los dravidienses. Los ingleses han de-
nominado con acierto puerta ariana y puerta turanesa al valle
del Bracmaputra y al pasaje del Kabul, por donde, durante
siglos, han penetrado los conquistadores asiáticos en las fér-
tiles llanuras del Indostán. Los turaneses fueron los prime-
ros, los árlanos los segundos. Los turaneses modificaron el
físico de las razas de la India, y puede decirse que los habi-
tantes del Indostán conservan de ellos las proporciones del
cuerpo y los rasgos de la fisonomía; de los árlanos tomaron
la lengua, el carácter, la religión y las costumbres. La inva-
sión ariana, que es el tema del Ramayana, fué seguida de la
de un pueblo ariano también, sin duda, los Rajputas que se
establecieron en el país llamado aún hoy Rajputana. Y vi-
nieron posteriormente las invasiones musulmanas, árabes,
persas y mogolas, que aumentaron la confusión extrema de
razas, que reinaba ya en el Norte de la India. Modificó con-
siderablemente su dominación las costumbres y creencias, la
civilización en las regiones del Sindo y del Ganges, pero no
se mezclaron ni en suficiente número ni lo bastante para
que marcase su triunfo el nacimiento de un nuevo grupo ét-
nico. No el examen, sino la enumeración sucinta de las ra-
zas secundarias, exigiría un espacio incompatible con un ar-
tículo, y contentándonos con alabar la claridad y la sagaci-
dad con que el Dr. Le Bon nos las presenta, apuntaremos los
caracteres comunes que ofrecen tan diversas razas, y hasta
qué punto estos desemejantes elementos han podido tender,
poco á poco, hacia una unidad que, según el autor, tal vez
consigan un día, pero que, á mi entender, no conseguirán
nunca.
Los caracteres morales é intelectuales de las razas indias *
son variados, pues un abismo separa á los rajputas, afama-
dos por su valor, y al bengalí, conocido por su ignominiosa
6o • REVISTA CONTEMPORÁNEA

cobardía, á los montañeses del Rajmohal, que nunca mienten,


y á ciertos indios que no saben decir verdad; pero la comu-
nidad de medios físicos é intelectuales ha producido ciertos
caracteres generales. Las influencias físicas estriban en el
clima, cálido por lo general, que no predispone á trabajos
penosos y facilita el cultivo de la tierra, y en un régimen ali-
menticio casi exclusivamente vegetal. El indio se viste tan
ligeramente, que sería más exacto decir que no se viste, bebe
agua pura y vive bien con algunos cuartos al día. No tiene,
pues, necesidades que combatan su natural indolencia. Las
influencias intelectuales consisten en el régimen de castas,
que es la piedra angular de todas las instituciones sociales de
la India; en la constitución política que, desde hace siglos,
labra de igual manera el cerebro del indio; en las prescripcio-
nes religiosas, que son la vida del indio, pues el trabajo, la
comida, el sueño, todo son actos religiosos. Naturalísimo
parecerá no encontrar en pueblos sometidos á las citadas in-
fluencias, el vigor de los hombres libres y sí los defectos de
que adolecen los hombres sometidos de antiguo al yugo de
un conquistador. E s el indio, por manera general, débil, tí-
mido, insinuante y disimulado, y no tiene idea alguna de pa-
triotismo. Está acostumbrado á que le gobierne un amo,
y sólo exige, para obedecer su voluntad, que respete las
leyes de su casta y sus creencias religiosas; forman los in-
dios una población paciente y resignada, indolente, imprevi-
sora y sin energía, lo que ya explica cómo sesenta mil euro-
peos imperan sobre doscientos cincuenta millones de hombres
que, de levantarse en masa, destruirían en horas á los inva-
sores, «como nube de langosta destruye un campo de trigo.»
Cual complemento, conviene no olvidar la especie de indife-
rencia fatalista del indio por la vida y la muerte. Cuando
posee su alimento diario, no hay promesa que le saque de su
apatía. Un obrero indio prometerá un trabajo para plazo
fijo, pero aunque se le haya ofrecido una suma importante,
faltará á su palabra. Una nota característica del indio es la
'falta absoluta de precisión y exactitud. La moralidad del indio
en las clases populares es superior á la de las mismas clases en
Europa, juzgándola por su respeto de las costumbres y leyes
CARTAS DE PARÍS 6l

de su país, por su espíritu de tolerancia y caridad. Los eu-


ropeos se quejan, con razón, de la disimulación de los indios,
pero olvidan que las relaciones que con ellos tienen son las
que median entre esclavo y señor, y ese defecto es fatal. In-
telectualmente, el indio no es inferior al europeo. Tiene me-
nos iniciativa y trabaja más despacio, pero ejecuta todo lo
que produce el europeo y con menos herramientas; respecto
del nivel artístico, sabido es que ha' sobrepujado al europeo
en algunas artes, como en la arquitectura. Pero, subiendo
hasta las regiones superiores de la escala intelectual, á las
aptitudes de asociar ideas diversas, descubrir sus analogías y
sus diferencias, á las regiones en que el juicio crítico y el es-
píritu creador se manifiestan, es palmaria la inferioridad del
indio,, Puede conducir una locomotora ó el telégrafo, pero
nunca las habría creado. En suma, y tomando un ejemplo
del autor, «en mil europeos no habrá novecientos noventa
y cinco intelectualmente superiores á igual número áe indios;
pero lo que no se hallará en ese número de indios, es uno 6
varios hombres superiores, dotados con aptitudes excepcio-
nales.»
Así, pues, el suelo, la flora, la fauna, las razas, todo con-
tribuye á excitar la curiosidad del viajero, tanto más cuanto
que la India antigua no tiene historia, y sólo es posible ha-
llar datos interesantes en el estudio de sus habitantes y de
sus monumentos. E n esta parte, el Dr. Le Bon se mantiene
á la altura de sus predecesores; pero en suma, nada dice que
no sepan los que han leído un poco. No le hacemos cargo ,
alguno por ello, pues es imposible sacar ningún hecho segu-
ro, y sobre todo ninguna época fija de los Vedas, el Mahabha-
rata, el Ramayana y el Código social y religioso de Manú,
andando allí la historia confundida con infinitas leyendas
maravillosas, y faltando por completo la cronología. Se nos
permitirá, sin embargo, sentir que el autor no haya encontra-
do navla nuevo, y no llene el vacío con alguna de esas hipó-
tesis geniales que, de improviso, iluminan las oscuridades, y
aunque sean falsas, como hipótesis, sirven de punto de par-
tida para el descubrimiento de verdades incontestables.
El mérito del Dr. Le Bon está en el estudio de las civili-
62 REVISTA CONTEMPORÁNEA

zaciones de la India, cuyas evoluciones traza con infinito tac-


to; en demostrar que el budhismo, que los sabios europeos
presentaban como una religión sin divinidades, basándose en
escritos de sectas filosóficas posteriores en seis siglos á Bu-
dha, fué, por el contrario, un culto esencialmente politeísta.
Las especulaciones metafísicas que tanto sorprendieron cuan-
do se conocieron en Europa (en i85g, si mal no recuerdo),
no ofrecían nada nuevo, y se han encontrado en las obras de
sectas filosóficas que existieron durante el período bracmáni-
co. El ateísmo, el desprecio de la existencia, la moral inde-
pendiente de la religión, la doctrina del Karma, según la cual
los actos realizados en esta vida determinan la condición del
hombre en las futuras existencias, todo eso se ve en los li-
bros llamados Upanishados y en los escritos filosóficos de los
budhistas. En fin, tiene razón el antor cuando supone que el
budhismo fué una simple evolución del bracmanismo, ya que
conservó todos sus dioses y sólo cambió la moral, y que el
budhismo desapareció de la India, siendo absorbido gradual-
mente por el antiguo bracmanismo. Esta suposición, que
acepto y creo será aceptada de hoy en adelante, tiene más
valor que la hipótesis de persecuciones violentas á que se re-
curría para explicar la desaparición del budhismo. En primer
lugar, el indio es tolerante por naturaleza; en segujido, las
persecuciones no han matado nunca el germen de una reli-
gión, sino lo han hecho florecer más hermoso y robusto;
pero aun cuando así no fuese, quedaría por explicar «¿cómo
en un país dividido en cien reinos, todos los príncipes renun-
cian hoy, de pronto, á la religión de sus mayores, obligando
á sus subditos á practicar otra?»
El Dr. Le Bon describe con maestría las civilizaciones de
la India, que divide en seis períodos: el ariano, el védico, el
bracmánico, el búdhico, el neo-bracmánico y el indo-musul-
mán; los cuadros que de estas diferentes sociedades nos pin-
ta, sin repetirse ni ser monótono, escollo temible en estas
aguas, son interesantes y parecen exactos. Pero, como el es-
píritu crítico no queda satisfecho sin pruebas, se espera con
impaciencia el examen de las obras de esas civilizaciones qne
permitieron al autor reconstituir el pasado.
CARTAS DE PARÍS 63
Aunque en compendio, y no sería justo exigir más, está
muy bien presentado el estudio de la literatura india. Coloca
el autor en los himnos y poesías religiosas, á los Vedas, que en-
cierran oraciones admirables y constituyen (algunas de sus
páginas) los únicos documentos que existen sobre una época
tan misteriosa; pero divido la opinión del sabio Colebrooke,
que después de hacerse iniciar por los hracmanes de Bena-
rés en el conocimiento de los Vedas y haber tenido la paciencia
de leerlos enteros, declara: «que lo que contienen no vale el
trabajo del lector para leerlos ni, sobre todo, el trabajo de
una traducción.» Las grandes epopeyas comprenden el Ma-
habharata, la Biblia de los indios, obra monumental (2i5.ooo
versos), obra de muchos siglos y no de un solo hombre, y el
Ramayana, que, según los indios, fué escrito por Fichsui. Los
extractos que da el autor son conocidos, y no es momento de
apuntarlos. Tampoco lo es de dar mi parecer sobre libros tan
importantes, pero si diré francamente que los abandono con
gusto por los apólogos y proverbios, particularmente por el
Pantchatantra, que se vertió al castellano en 1498 con el títu.
lo de Ejemplares contra los engaños y peligros del mundo, ejem-
plar que, entre paréntesis, no he tenido el placer de ver, pues
sólo conozco la edición de Sevilla (1534). Respecto del tea-
tro indio—confieso humildemente mi ignorancia,—mis pri-
meras nociones son las que recibo del Dr. Le Bon. Parece
que aunque el lenguaje sea bastante licencioso, la moral es
más elevada que la del moderno teatro europeo, basándose
el autor—y la base se tambalea—en que el adulterio es uno
de los principales resortee de nuestro teatro y sólo, excepcio-
nalmente figura en el teatro indio; el amor va seguido siem-
pre de casamiento, como en las comedias de Scribe. No ha
reflexionado el doctor, que el adulterio es rarísimo en la In-
dia, y por consiguiente, sólo como excepción podía figurar
en su teatro, sin que esto implique moralidad, ni inmoralidad
su representación. Las obras del teatro indio son comedias de
magia, que diríamos hoy, pues los hechos siempre son so-
brenaturales, y los dioses y diosas se me/clan de continuo
á los mortales. Cuando una situación está muy enredada, se
invocan los dioses y ellos la desenlazan. Como composición.
64 REVXSTA CONTEMPORÁNEA
estas producciones son débiles, los detalles absorben el con-
junto, los personajes discurren con exceso y sus discursos
son artificiosos y afectados. Y esto es curiosísimo y me hará
estudiar ese teatro cuando me sobre tiempo, pues la nota do-
minante en los apólogos es precisamente todo lo contrario y
atrae por la sencillez y naturalidad. Termina el análisis de la
literatura india con rapidísimo examen de las luranas que
contienen más de 800.000 versos «y forman diez y ocho enci-
clopedias de indigesta lectura para todo cerebro europeo.» El
Dr. Le Bon declara que «las obras artísticas de los indios son
muy importantes, aparte de sus producciones literarias, para
que hable de éstas más tiempo, y que al momento va á em-
prender el estudio, mucho más interesante é. instructivo, de
su arquitectura.»
Más interesante é instructivo, en efecto, más indispensable,
ya que nos va á suministrar las pruebas de las ideas emitidas
por el autor en los anteriores libros. Nos preparamos, pues,
á leer con más atención aún para saborear con fruto, y casi
sin respirar comenzamos la lectura de los Monumentos de la
India. Pero, cuando á lo mejor, recorren nuestros ojos estas
líneas: «No pudiendo describir detalladamente, por falta de
espacio, ningún monumento, aconsejamos al lector á quien el
asunto interese la gran publicación La India monumental, de
la cual este capítulo es sólo sucinto extracto,» se nos caen
los palos del sombrajo. ¡El lectora quien el asunto interese!
pues señor mío, ese lector es todo el mundo, á no ser que
consideremos el libro (y aquí no es otra cosa), como obra de
vulgarización a Vusage des gens du monde. ¡Vaya si nos inte-
resa! Es lo único que nos interesa, por decirlo así, pues sien-
do los monumentos las principales fuentes de reconstitución
de las civilizaciones de la India, título del libro, es forzoso
que conozcamos esos monumentos. La falta de espacio no
es razón y no quiero ni puedo aceptarla en conciencia. Es
muy natural que no exijo los cinco tomos que forma la India
monumental; pero tampoco me contento con lo que me dan,
aunque esté segurísimo de que se contentará el público. Los
grabados facilitan, claro está; pues piense el autor que aunque
están admirablemente ejecutados, no tienen la exactitud de
CARTAS DE PARÍS 65
la descripción técnica que el Dr. Le Bon sabe hacer cuando
quiere, y aunque los examinemos con un lente no logramos
formar idea exacta del detalle, que es precisamente donde
está lo importante en la arquitectura india.
No se crea, sin embargo, que el autor no dice nada; dice
mucho, pero en extracto, y para los curiosos que no leen por
leer, sino para aprender lo quejgnoran, deja mucho por decir.
Lo único que en esta parte debemos elogiar, además de cier-
tos trozos en que el Dr. Le Bon llega á la más absoluta be-
lleza de estilo, entusiasmado é inspirado por el asunto, es la
clasificación general de los monumentos de la India, perfectamen-
te comprendida, que nos da idea del trabajo importante, del
esfuerzo, del tacto y del talento del autor. El estudio profun-
do, la obra de gran mérito; pues fija definitivamente las rui-
nas de esos maravillosos munumentos que desaparecen con
rapidez increíble en la India monumental. Por desgracia no la
conozco y me atengo á las civilizaciones. Su última parte, que
trata de la India moderna, es la mejor y nos reconcilia con
el Dr. Le Bon.
Es notabilísimo su trabajo acerca de la Constitución men-
tal de los indios, y lo más sorprendente en él es el contraste
que existe entre los dos modos de concepción aplicados por
el indio á la metafísica y á la moral; nace la primera de una
imaginación exuberante y desordenada; la segunda es fruto
de un positivo sentido práctico. Los gigantescos sueños de
los apóstoles y poetas indios se alzan á fantásticas esferas,
consideran la existencia humana como un punto apenas per-
ceptible en lo infinito del tiempo, y los moralistas enseñan
á aceptar la vida por su lado grato, á evitar los cuidados va-
nos que la consumen, buscar las riquezas, y, sobre todo, des-
confiar de la mujer, porque el amor es el peor de los males
que amenazan la paz del hombre. Recuérdese, para com-
prender el contraste, que la moral y la religión no se confun-
den nunca en la India, y si con razón se ha dicho que el
pueblo indio es el más religioso de la tierra, podría decirse
con no inenos exactitud que es tal vez el menos moral. El
examen de las instituciones, usos y costumbres no es menos
profundo, y, por último, el capítulo final sobre el porvenir de
TOMO LXV—VOL. I . 5
66 REVISTA CONTEMPORÁNEA

la India encierra grandes verdades que conviene meditar.


Tal vez adivina el Dr. Le Bon, tal vez los pueblos del Orien-
te van á salir definitivamente de su larga Edad Media, y co-
mo los bárbaros ante los romanos y los árabes ante el viejo
mundo greco-latino, van á levantarse ante nosotros con el en-
tusiasmo y la energía que nos abandonan, las esperanzas é
ilusiones que perdimos. «El mundo pertenecerá entonces,
como siempre, á los pueblos que posean el más vasto ideal
y las menores necesidades.» Inútil es decir que estos pueblos
no son los nuestros. Pero creo haber dicho lo bastante para
dar idea de una obra importante, que su elevado precio—in-
significante si se atiende á su hermosura tipográfica,—no me
permite recomendar á todo el mundo, pero que sí recomiendo
á las bibliotecas nacionales y á los bibliófilos amigos de lo
bello.
LEOPOLDO GARCÍA-RAMÓN.

Parts 6 de Enero de i88j.


REVISTA CRITICA

AUTORES DRAMÁTICOS CONTEMPORÁNEOS.—ESPAÑA: SUS


MONUMENTOS Y ARTES. EL DICCIONARIO
DE LA ACADEMIA

UTORES dramáticos contemporáneos se titula la mag-


nífica obra de que es editor el ilustrado marino y
distinguido literato D. Pedro de Novo y Colson.
Forma dos hermosos volúmenes en folio de más
de 600 páginas de papel satinado, con los retratos grabados en
acero de los autores dramáticos á que se refiere, y del ilustre
estadista D . Antonio Cánovas del Castillo.
Empieza el tomo primero con un prólogo general escri-
to por el Sr. Cánovas, pero no es, como pudiera creerse, una
simple introducción, sino un estudio cabal y eruditísimo del
teatro español; cuadro maravillosamente trazado por el señor
Cánovas, con estilo elegante y correcto, consideraciones ati-
nadas y pensamientos profundos.
Combatiendo la teoría de los que quieren dar por anticua-
do el teatro, teniéndole por forma literaria por lo insuficiente
punto menos que inútil, dice el Sr. Cánovas: «Candidamente
afirman estos tales escritores, naturalistas por supuesto, que
sus descripciones equivalen á las decoraciones, y que para ha
cerse cargo del lugar y tiempo en que pasa cualquier aventu-
DO REVISTA CONTEMPORÁNEA

ra, es más fácil y agradable leer una docena de páginas de


Balzac, que contemplar aquello mismo á la simple vista, y
con todos sus detalles realizado en la escena. Piensan, por
otra parte, que la fábula y la acción están demás donde quie-
ra, y no se diga la intriga, que esa la desprecian por recurso
vulgar, entendiendo que no necesita el público sino lo que
ellos en sus volúmenes ofrecen, que es una sucesión de cua-
dros pintados por medio de palabras, ya en paisaje, ya en lo
interior de las viviendas, donde aparecen personas de cual-
quier edad y sexo con el único objeto de exponer por lo lar-
go sistemas especiales de moral, de jurisprudencia, de políti-
ca tal vez, y sobre todo de vida práctica. Felizmente para la
novela, no es ella incompatible con el teatro, pudiéndose am-
bas cosas gozar igualmente á sus horas. No tiene poca fortu-
na también en ser más barata mercancía, pues con lo que
cuesta á una familia, aunque sea humilde, el teatro, sobra
siempre para comprar un tomo que, corriendo de mano en
mano, divierta á centenares de individuos de ambos sexos.
Que si fuese dado mandar que las personas que pueden cos-
tear el teatro precisamente optasen entre éste y las novelas,
¿cuántas serían las que se decidieran por ellas? Poquísimas.
Bien que preste la escena menos campo al desarrollo de los
caracteres y de los sucesos, posee en cambio una fuerza de
concentración que domina más rápida y mucho más profun-
damente el ánimo de los espectadores, que ningún libro. In-
clínase el teatro á la síntesis por naturaleza, y al análisis la no-
vela; mas, ¿por qué el segundo y la primera no han de con-
servarse á un tiempo en la literatura, como en la lógica? Lo
cierto es, que aunque sea siempre el análisis más positivo mé-
todo, hasta que no sanciona la síntesis sus resultados, suelen
éstos quedarse á la puerta del templo donde se rinde culto á
todo lo eterno, incluso naturalmente lo bello; culto de que el
genio de verdad nunca apostata. Los maravillosos toques con
que pinta Shakespeare un carácter en pocas palabras, ¿no son
mucho más propios del drama que de la novela? Pues por
otra parte, aquellas admirables frases sintéticas nunca produ
cirán leídas el efecto que oídas, si se declaman bien, que el
que ahora producen á la lectura, nace en mucho grado
REVISTA CRÍTICA 69

de que nos imaginamos oírlas declamadas, sabiendo que es-


tán para eso escritas. La emoción dramática es, en resumen,
la más completa que pueden causar las artes, dándose no tan
sólo en el espíritu como la novela, sino en el espíriru y los
sentidos, a l o cual se junta que en éstos puede alcanzar hasta
cierto punto la primera los peculiares efectos de la escultura
y la pintura, todo á un tiempo. Y para concluir: no creo yo
que la novela desaparezca ya de las costumbres, aunque en
manos de los naturalistas tienda á desertar de la verdadera
literatura, como tampoco faltará ya el periódico de entre las
gentes, porque tienen aquélla y éste la curiosidad, que es
gran fuerza humana, de su lado. Pero el drama en sus dis-
tintas formas, vivirá tanto, en mi concepto, ya que no viva
más, que su rival la novela. Que al fin y al cabo sin ella se
han pasado los hombres por más tiempo, y en más épocas y
naciones que sin teatro.»
Siguen después los artículos crítico biográficos. En el pri-
mer tomo, el del Duque de Rivas, redactado por D. Manuel
Cañete, y el drama en cinco jornadas D. Alvaro ó la fuerza
del sino; el de D. Antonio García Gutiérrez, por D. Cayetano
Rosell y el drama en cuatro actos Juan Lorenzo; el de D. José
Zorrilla, por D . Isidoro Fernández Flórez, y el drama en tres
actos Traidor, inconfeso y mártir; el de D. Ventura de la Vega,
por D. Juan Valera, y la comedia en cuatro actos El hombre
de mundo; el de D. Narciso Serra, por D . José Fernández
Bremón, y la comedia en tres actos ¡D. Tomás!, y el de
D, Juan Eugenio H^rtzenbusch, por D. Aureliano Fernán-
dez-Guerra, y el drama en cuatro actos Los amantes de Teruel,
Y en el tomo segundo, el de D. Francisco Martínez de la
Rosa, por D. Marcelino Menéndez Pelayo, y la tragedia en
cinco actos Edipo; el de D. Tomás Rodríguez Rubí, por don
Jacinto Octavio Picón, y la comedia en tres actos ¡El gran
filón!; el de D. Manuel Bretón de los Herreros, por el Mar-
qués de Molíns, y la comedia en cuatro actos Muérete ¡y ve-
rás...!; el de D. Antonio Gil de Zarate, por el Marqués de
Valmar, y el drama en cuatro actos Guzmán el Bueno; el de
D. Gaspar Núñez de Arce, por D. Marcelino Menéndez Pe-
layo, y el drama en cinco actos El haz de leña; el de D. Ade-
70 REVISTA CONTEMPORÁNEA

lardo López de Ayala, por D . Jacinto Octavio Picón, y la


comedia en tres actos Consuelo; el de D. Manuel Tamayo y
Baus, por D. Isidoro Fernández Flórez, y el drama en tres
actos Un drama nuevo, y, por último, el de D . José Echega-
ray, por D. Luis Alfonso, y el drama en tres actos Ó locura
ó santidad.
Hoy, que tanto se prodiga el elogio, y á los versificadores
medianos se les llama inspiradísimos poetas, y á charlatanes,
oradores elocuentes, y al que emborrona cuartillas escritor
ilustre, ¿qué palabras hemos de emplear para aplaudir como
se merece una obra, en la que han colaborado D. Aureliano
Fernández-Guerra, D. Marcelino Menéndez Pelayo, D. Juan
Valera, D. Manuel Cañete y tantas otras glorias de la patria
literatura? Después de haber citado sus nombres, de todos
conocidos y admirados, ¿habremos de decir, con enfadosa
repetición, que los artículos por ellos compuestos abundan
en juicios concienzudos, en ideas elevadas y en conceptos
originales y hermosos, expresados con la seductora belleza
de un estilo terso y fluido, á la par que castizo? No; las ala-
banzas huelgan, porque no las han menester los afamados
autores de estudios tan excelentes.
Hay que hacer, sin embargo, una observación tristísima:
que cuando en nuestro país surge un hombre de los alientos
del Sr. Novo y Colson, concibe una idea grande, quiere do-
tar á su patria de un monumento literario, y acomete una
empresa, cuyas dificultades, en opinión del insigne Tamayo
y Baus, tocaban en la imposibilidad absoluta; cuando, ena-
morado de un proyecto, tan honroso para España, se
decide á realizarlo con ánimo valiente, es muy escaso el
número de personas que le ayudan. Porque entre los sus-
critores á la obra Autores dramáticos contemporáneos hállase,
corto número de las personas que brillan por su alcur-
nia ó por su capital y aun por los dos conceptos. ¿Hemos de
suponer que les asustaba un gasto de cien pesetas, importe
total del libro? No; en esto como en tantas otras cosas, se
advierte esa indiferencia que va apoderándose de todo; esa
indiferencia, que abandona en muchas ocasiones el interés
de la patria, su tranquilidad y hasta su porvenir, á un puna-
REVISTA CRITICA 71
do de aventureros osados; esa indiferencia que, por lo que
al teatro se refiere, hace que estén llenos de espectadores los
sitios en que se excita la risa con simplezas ó las pasiones
con cuadros de extraordinaria desenvoltura, y deja casi de-
sierto el teatro en que se representan composiciones tan so-
,beranamente hermosas como Un drama nuevo y La bola de
nieve.
Porque de no ser así, no podríamos explicarnos que una
obra como la titulada Autores dramáticos contemporáneos, ape-
nas haya tenido buen éxito. Quédele al Sr. D. Pedro de Novo
y Colson la íntima satisfacción de haber publicado un trabajo
tan importante, el cual, si no le da provecho, bastaría para
hacer querido su nombre á todos los amantes de la literatura,
si no lo fuese ya por varias otras razones.
Cuando tantos desmayan y se dejan llevar por el impulso
de la mayoría, es bien digno de aplauso quien tiene voluntad
propia y quiere desviar de su extraviado cauce á la corriente.
Cuando son tantos los que dudan, es más honroso tener fe.
Cuando son tantos los débiles, sube de punto el mérito de
quien demuestra energía y constancia. Cualidades todas que
concurren en el Sr. D. Pedro de Novo y Colson, á quien
enviamos nuestro especialísimo parabién y cariñosa enhora-
buena.
*

Sin perjuicio de hablar con mayor detenimiento en otra


ocasión de una obra por todo extremo notable, la dedicare-
mos breves líneas en esta Revista crítica, más para anunciarla
que para dar idea de sus excepcionales condiciones.
Léese de vez en cuando que la casa editorial de D. Daniel
Cortezo y Compañía ha distribuido este ó el otro cuaderno de
la obra Es^añ^z, ó este ó aquel otro libro de su biblioteca de Arte
y Letras, ó de la Clásica española. D. Daniel Cortezo, como el
Sr. Novo, es militar, viste el honroso uniforme de nuestro
ejército, y, persona también igualmente ilustrada y deseosa
de ser útil á su país, echó hace algunos años sobre sus hom-
bros la carga de dirigir una empresa editorial en la que el
único norte es publicar libros buenos, trabajos que realmente
72 REVISTA CONTEMPORÁNEA

lo merezcan, sin cuidarse de obtener lucro, afán que con fre-


cuencia deprime las acciones humanas.
Sólo un hombre del carácter del Sr. Cortezo puede remover
los obstáculos que se presentan á quien se propone hacer al-
guna cosa buena. Vencidos todos y no contento con dar á luz
multitud de novelas, emprendió la publicación de una obra
colosal: la descripción completa de los monumentos, artes,
naturaleza é historia de España. Buscó para ello á ilustres
escritores, como D. Pedro de Madrazo, D. Vicente de la
Fuente, D. Francisco Pí y Margall y D. José María Quadra-
do; obtuvo del Sr. Cánovas del Castillo la promesa de escri-
bir el prólogo general; congregó á los artistas más hábiles, y
de esta suerte empezó á repartir elegantes cuadernos de á
cien páginas con dibujos, heliografías, grabados y cromos,
que ilustran y hacen más inteligibles las descripciones.
Catorce tomos hay terminados ya, con la acabada reseña
de Córdoba, Cataluña, Sevilla y Cádiz, Salamanca, Avila y
Segovia, Asturias y León, Granada, Castilla la Nueva, Va-
Uadolid, Falencia y Zamora, Provincias Vascongadas, Ara-
gón y Navarra. Hojeándolas páginas de esos tomos, cubiertos
f or lujosas tapas con los escudos de las provincias respecti-
vas, se ve desfilar á los héroes y celebridades de esta querida
tierra española; se contemplan sus monumentos, que apare-
cen, merced al mágico encanto de exactas descripciones y de
dibujos excelentes, cual si realmente estuviesen ante nues-
tra vista.
Antes de terminar estas líneas, hemos de decir algo de una
discrepancia de pareceres que con motivo de las obras que
publica aquel activo'editor, se ha originado entre uno de los
escritores que más honran á la REVISTA CONTEMPORÁNEA,
D . Leopoldo García-Ramón, crítico agudo y novelista de los
buenos, y nosotros, por creer que D. Daniel Cortezo realiza
una difícil empresa al publicar la serie de volúmenes con que
tanto y tan justo crédito ha sabido ganar para su nombre, y
que no es posible, por ahora, dar á luz en nuestra patria las
obras con el lujo que Quantín y otros editores de Francia, y
afirmar el Sr. García Ramón que podría hacerse también lo
mismo en España.
REVISTA CRÍTICA 73

Recuerde nuestro buen amigo cuan inútiles han sido los


esfuerzos efectuados para sostener otra Ilustración, adeniás de
la fundada por D . Abelardo de Carlos; qué pocos se han sus-
crito á la edición en papel fino y con artísticos grabados de
los Episodios Nacionales, de Pérez Galdós; piense en lo mucho
que el insigne literato D. Juan Valera se lamenta de la poca
afición á la lectura. ¿Cree el Sr. García-Ramón que en Espa-
ña hay modo de que se enriquezcan con la pluma Emilia
Pardo Bazán, Pereda, Valera ó Galdós, como en Francia se
hacen acaudalados capitalistas Zola, Dumas, Sardou y
Ohnet?
Pero quédese esta cuestión para cuando, más adelante, qui-
zás haya polémica, y conste que el Sr. D . Daniel Cortezo me-
rece la gratitud de todos los amantes de la literatura y de las
bellas artes, por sus laudabilísimos esfuerzos, mediante los
que logra dar á luz una obra tan lujosa, artística y económica
como lo es la que anteriormente hemos citado.

« *

Prosiguen con extraordinaria animación las discusiones re-


lativas al Diccionario de la Academia, que es atacado, con
más apasionamiento que buena suerte, por un periodista que
oculta su nombre tras el SQuiónimo Miguel de Escalada. Para
que nuestros lectores juzguen de la ligereza con que éste
procede, insertaremos aquí las contestaciones del Sr. X, muy
amigo nuestro.
«El Diccionario de la Academia.—Nunca hemos sido aficio-
nados á la violencia ni al insulto. Quien para censurar un tra-
bajo se vale de toda clase de epítetos, demuestra la sinrazón
de la causa que defiende, en muchos casos, y siempre un
gusto detestable. La crítica ha de ser mesurada, tranquila,
tan abundante en consideraciones fundadas como exenta de
chistes, rara ver oportunos.
Pónganse en buen hora «uantos reparos se quiera á las
obras que publica la Real Academia Española, no por eso
habrá quien razonablemente ose negar que forman parte de
aquella ilustre corporación la mayoría de nuestras glorias 11-
74 REVISTA CONTEMPORÁNEA

terarias y científicas. He aquí por qué hemos leído con pena


los artículos que sobre El Nuevo Diccionario escribe Miguel de
Escalada y da á luz El Imparcial. •>
E n esos artículos se tilda de asnos y necios á los académi-
cos, y con monotonía desesperante se les ofrece una albarda
y se dice que son calabazas, adoquines, .etc. ¿No es esto su-
ficiente para que el lector sensato piense que con tales dislates
se procura ocultar lo huero del fondo? Pues si así piensa,
está en lo cierto. Léanse los artículos con que el discretísimo
jfuan Fernández ha satirizado la crítica de Escalada y reduci-
do á polvo sus argumentos. Léanse también los trabajos que
algunos periódicos publican en estos días, y se verá que de
los centenares de cuartillas que Escalada ha llenado no que-
da más que hojarasca, hueca palabrería.
Afirma éste que no es castellana la frase «hacerse agua de
cerrajas. t> Pues bien; Quevedo se expresa así en sus Cuentos:
«diciéndole que era todo agua de cerrajas y que ella había pues-
to pies en pared,» y Alfonso de Salas Barbadillo en El caba-
llero puntual: «Todo cuanto decía y hacía era agua de cerrajas
sin substancia ni concierto.»
Asegura que cabalero «no es un caballero ni un soldado de
á caballo que servía en la guerra, sino una manera medio ga-
llega de pronunciar la palabra caballero, y en castellano una
tontería igual que el cabal/uste.fi Ábrase el Fuero Juzgo, li-
bro g, tít. I I , y se leerá: «Si el que ha mil cabaleros en garda
en la hoste, toma precio dalguno de su compaña, que le dexa
tornar para su casa, quanto tomar péchelo en nove dublo.»
«Yla silla con el cuerpo púsola en un cabalhuste.» {Crónicage-
ral de España ád Rey D. Alfonso, parte 4.% folio 398.) Y
añádase á esto que la Academia cuida de advertir que ambas
voces son anticuadas.
Niega después que cabdal, cabdülamiento, cabdillar y cabdillo
(palabras todas que da el Diccionario como anticuadas) sean
castellanas. Cogemos las Partidas y leemos: «El Almirante
mayor de la mar debe llevar en la galea en que fuesse el es-
tandarte del rey, una señal cabdal en la popa de la galea de
señal de sus armas.» Alfonso de Cartagena dice en el Doctri-
nal de Caballeros, libro I, título 7.°, folio 26: «Que bienes vie-
REVISTA CRÍTICA yS

nen del cabdillamiento.^'En las Partidas (II, tít. 23) se ve: «On-
de los cabdillos que en todas estas maneras de cabalgadas no
supiesen bien cabdülay á los que con ellas fuessen.» A. de Ca:r-
tagena en el libro antes citado: «E ha de cabdülar á sí, y á
otros muchos,» y «Cuáles deben ser escogidos para cabdillos
de la guerra...»
Juzgúese de la sinceridad de Escalada leyendo las líneas
siguientes: «Y aun valía más, dice, que omitieran otras mu-
chas palabras que no las definieran tan mal como la CABE-
LLBRA, por ejemplo, de la que dicen que es «pelo posti-
zo.» Cállase el crítico que la primera definición que del voca-
blo CABELLERA da el Diccionarift, es como sigue: «Pelo de la
cabeza, especialmente el largo y tendido sobre la espalda.» Y
que data de muy antiguo el uso de la voz CABELLERA como
sinónima de peluca, se infiere con sólo recordar á Quevedo,
quien en La fortuna con SÍSO dice: «A los calvos se les huye-
ron las cabelleras con los sombreros en grupa y quedaron me-
lones con bigotes.» D. Jerónimo Cáncer, en sus obras, se
expresa así: «Conoció que era D. Francisco de Roxas, que
la priesa no le había dado lugar de ponerse la cabellera.r>
Luego sostiene que no hay la frase levantar uno de su ca-
beza alguna cosa,» porque no «se debe levantar sino sacar.D
Ahora bien; Fray Jerónimo Gracián dice en el folio 333 de
sus obras: «He querido nombrar estos autores porque no
piensen los idólatras de su honra que lo que aquí resumiere
lo levanto de mi cabeza.)) Y en Anastasio Pantaleón, se lee:

«Oy quiero en aplauso vuestro


ser obstinado poeta,
por ver si mejores coplas
levanto de mi cabeza.))

Búrlase también de la Academia en las líneas que á conti-


nuación copiamos: «¿Conocen VV. á,algún criado capaz de
decir que el CADALSO es un tablado que se levanta en cualquier
sitio para un acto solemne!» Aparte de que en el Diccionario
se incluye la* acepción más generalmente usada hoy de la voz
CADALSO, diciendo que es «el que se levanta para la ejecución
de la pena de muerte,» rio holgará añadir que Cervantes
76 REVISTA CONTEMPORÁNEA

dice en el Quijote, tomo II, capítulo LVI: «Habiendo man-


dado el duque que delante de la plaza del castillo se hiciese
un espacioso cadalso, donde estuviesen los jueces del campo,»
Entre paréntesis.
¿Será posible que quien sólo acierta á dirigir ataques in-
justos al Diccionario y comete errores tan garrafales como
los de negar que exista la planta caramillo; sostener que to-
dos los carbonates de cobre son azule?; decir que no se llama
vulgarmente cardenillo al carbonato de cobre, y reirse de que
á la voz cabellem se la dé la acepción de peluca, crea de bye-
na fe que los académicos se reúnen y trabajan con ahinco
para combatir sus críticas, ó cosa así? ¿Será posible que quien
no sabe que ha existido el insigne filólogo alemán Federico
Diez; que quien trunca las definiciones del excelente Diccio-
nario de la Academia, ó suprime palabras á fin de tener mo-
tivo para censurar ó para hacer un chiste; que quien, no ad-
mitiendo las autoridades de Littré, Larousse y Webster, y
burlándose de los preclaros varones que pertenecieron y de
los que pertenecen actualmente á la Academia Española,
cuando afirma algo lo hace bajo su exclusiva autoridad, ó
advirtiendo que lo ha oído en tal ó cual punto, tenga la mo-
desta pretensión de imaginar que es necesario que se con-
greguen á menudo y en gran número los académicos, y que
consulten multitud de obras para dar en tierra con el edifi-
cio de arena levantado por el seudocrítico?
Nada de esto es verdad; con que cualquiera tome en sus
manos la magnífica primer edición del Diccionario de la Aca-
demia, que es, juntamente con la última, timbre y gloria de
aquella docta corporación, y con que no le falten el buen de-
seo, la sinceridad y el juicio, tiene elementos más que sufi-
cientes para probar los muchos dislates del censor de El Im-
parcial.
Después de hacer estas indicaciones, continuemos con las
críticas.
Escribe Escalada: «Porque ni ABARRISCO es ABARRISCO,
sino BARRISCO, pues que la frase usada es llevar abarrisco. 9
Quevedo, en sus Cuentos, dice: «Voto á tal y á cual, que
todo lo había de llevar abarrisco. ¿Qué es abarrisco en mis bar-
REVISTA CRITICA 77
bas? dijo el Padre.» Y Mingo Revulgo, en una de sus conoci-
dísimas coplas, la 28:

«Cata que vendrá el pedrisco


que lleva todo abarrisco. v>

«Ni hubiera dejado de advertir á los señores—añade Esca-


lada—que ABIGOTADO, á más de estar de sobra, no es el que
tiene bigote, que éste es bigotudo, sino lo que se parece al
bigote.» Pues vean VV. lo que son las cosas. Quevedo, sin
sospechar—-¡mísero!—que más tarde le había de corregir el
famoso Escalada, se expresa así en la Vida del gran Tacaño,
capítulo XVII: «Había en el calabozo un mozo tuerto, alto,
abigotado, mohíno de cara, cargado de espaldas y de azotes
en ellas...»
«Por lo demás—continúa,—aun cuando también dice doña
Limpia que ALBANEGA es un «gorro de mujer» y que ALBA-
NEGUERO es «jugador de dados,» sin que tenga que ver más
lo uno con lo otro que la Academia con las cuatro témpo-
ras...» En primer lugar, la Academia define la albanega de
este modo: «especie de cofia ó red pkra recoger el pelo de la
cabeza, ó para cubrirla,» lo cual es diferente de lo que
dice Escalada faltando á la exactitud; y, en segundo, aquí
tenemos dos autores que, juntos, casi valen tanto como aquel
crítico. Cervantes, en el tomo I, cap. XVI del Quijote, dice:
«Cogidos los cabellos en una albanega á.Q insikn.* Quevedo,
en la Musa 6, romance 63:

«.Albanega de villano
la vista esconde en buriel.»

Respecto á la voz albaneguero, advierte la Academia que


pertenece á la Germanía, y Juan Hidalgo la incluye es su
Vocabulario.
Añade: «¿Y ACIVILAR, dicen VV. que es envilecerla Pues
qué, señor crítico, ¿no ha leído V. la Guia de Pecadores de
Fray Luis de Granada? En la parte segunda, capítulo I I , di-
ce: «Esta es la que nos acivila y abate á la tierra, y más nos
aparta de las cosas del cielo.» ¿No conoce V. el Discurso de
78 REVISTA CONTEMPORÁNEA

la lengua castellana de Ambrosio de Morales? Allí se lee: «Mal


haya quien acivila tanto nuestra lengua.»
En suma: Cervantes, Quevedo, Fray Luis de Granada y
Ambrosio de Morales, á un lado; Escalada, á otro: ¿Qué ha
de hacer la Academia, sino titubear y no saber por quién de-
cidirse?
«Tampoco ALBAÑILERÍA es el «arte de construir edificios,»
sino el de lucirlos ó blanquearlos, y tampoco las puches son
tales puches, sino PUCHAS...» Pero venga V. acá, hombre de
Dios, ¿en qué se ocupan los albañiles, en blanquear los edi-
ficios exclusivamente? Y éstos, ¿quiénes los construyen * los
críticos como V.?... D . Pelayo Clairac, ingeniero de caminos,
dice en el tomo I, pág. 113 de su Diccionario de Arquitectura:
«ALBAÑILERÍA: Arte de construir el todo ó parte de un edifi-
cio ú obra análoga.» Laboulaye, en elDictionnaire des Arts et
Manufactures, tomo II: «Maconnerie (estoes, albañilería), Arte
de construir...» Y lo mismo Littré, Larousse, Rebolledo,
Valdés, etc., etc.
Tocante al segundo reparo, basta recordar que Andrés de
Laguna dice en su obra Dioscórides, libro I I , cap. 81: «Sue-
len hacer del crimno comúnmente las puches.»
Prosigue. «AMICICIA, señores fijadores, no es palabra cas-
tellana, sino latina, lo mismo que AGRO, AMPLEXO y LETICIA,
que vienen también más adelante.» A todas ellas pone la
Academia el calificativo de anticuadas. Veamos si tiene razón.
La Madre María de Jesús de Agreda, dice en el tomo I , nú-
mero 56i de sus obras: «La amicicia consiste en el modo
decente y conveniente de conversar y tratar con todos.» El
doctor Francisco de Villalobos, en sus Problemas, folio 5: «Y
tantos vínculos de amicicia.^y Lupercio L. de Argensola, en
sus Rimas: •

«Que no son tan mudables venecianos


cuando á alguno prometen su amicicia. i>
Fray Luis de Granada, libro I, folio 64: «Paréceles cosa
xani agrá comprar esperanzas con peligros.» El padre José
de Acosta, Historia natural y moral de Indias, libro IV, capí-
tulo I I I : «En peñas mui agras, en temples mui desabridos,
REVISTA CRITICA 79

allí es donde se hallan minas de plata y de aiíogue y lavade-


ros de oro.» Góngora, letr. burl., folio 72:
«Y en la corte dulce y agro,
¡qué milagro!»
. Alvar Gómez de Ciudad Real, canto I I , octava tercera:
«¿4jw/i/eA;í7 suave de eterna alegría.»
La ya citada Sor María de Agreda, tomo I I , número 801:
«Estando en ellas la causa del.llanto y lágrimas por la culpa,
y en María Santísima la del gozo y leticia por la gracia.»
Conque ¿se usaron ó no, antiguamente, las voces amicicia,
agro, amplexo y leticia?
«AMATAR, asegura Escalada, ni es anticuado, ni es matar.•»
Garcilaso en la Égloga que empieza Aquí Boscán, terceto 22:
«Y en abundancia su liquor que amata.-»
«¿Y quién les ha dicho á los académicos, añade, que AZO-
GAR es «apagar la cal rodándola con agua?» Eso será siem-
pre apagar, matar, y á lo sumo ahogar; ¿pero, azogar?,.. Se
lo habrán oído á alguna Celipa.» Después de reír el chiste,
gracioso como el que más, y después de advertir que la Aca-
demia da antes en el artículo azogar la acepción que define:
«cubrir con azogue alguna cosa...,» abran VV. el tomo I
del Diccionario de Arquitectura de Clairac, por la página 393,
y leerán: «AZOGAR. Apagar ó mojar la cal de modo que se
deshaga en pedacitos sin convertirse en lechada.»
«Y no sabiendo definir la azuela, insiste, ya se explica que
digan azolar en lugar de azolear, que es como se dice.» Azolar.
Labrar la madera con azuela. (Clairac, Diccionario de Arqui-
tectura, tomo I , pág. 394.) Covarrubias y Roque Barcia traen
el verbo azolar; pero ni éstos ni Clairac incluyen el azolear de
Escalada.
Sostiene Escalada que la Academia «levanta un falso tes-
timonio al abedul, diciendo de él que tiene las hojas dentadas,
y no es cierto.» Leamos: ¡iAbedul. Hojas dos veces dentadas,
{Nueva flora francesa de Gillet et Magne, pág. 433); Abedul.
Hojas dentadas {Flora de los jardines y de los campos de Maout
8o REVISTA CONTEMPORÁNEA

y Decaisne, tomo I I , pág. 696); Abedul. Hojas dentadas


{Flora forestal áe Mathieu, 2 . ' ed., pág. 352); Abedul. Hojas
dentadas en la margen {Flora forestal española, por D . Máximo
Laguna, pág. 178).
Probado que las hojas del abedul son dentadas, conti-
nuemos:
«Y eso que ni siquiera el ACIAL, dice, han acertado á defi-
nir, cosa en verdad extraña, porque siendo instrumento de
herrador y errando tanto, aunque sea sin hache, los acadé-
micos, nada más natural que ^1 que conocieran bien los chis-
mes del oficio. Pero ni aun eso. Del ACIAL dicen que es un
«palo fuerte (como los que merecen y llevan), como de
una tercia de largo, en cuya extremidad hay un agujero,
donde se atan los dos cabos de un cordel y se forma un
lazo » en el que se enredan los señores limpios y se quedan
fijos. Todo por no saber que el ACIAL no es un palo, sino dos,
unido en uno de los extremos por un gonce y en el otro por
una cuerda que se aprieta á voluntad, después de haber co-
gido entre los dos palos el labio de la caballería,
«A veces, en lugar de dos palos, son dos barretas de hierro
unidas en la misma forma, pero dos siempre.ii
¿Han visto VV. con qué aplomo critica y define Escalada?
Pues busquen el tomo I del Diccionario de Agricultura prác-
tica y economía rural de Collantes y Alfaro, y en la pág. 190
leerán: «Acial. Instrumento de herradores, que se compone
de un palo como de media vara de largo, con un agujero á
una de sus extremidades, donde se atan los extremos de un
cordel » Y en el tomo I del Diccionario enciclopédico de agri-
cultura, ganadería é industrias rurales, obra que actualmente
se está publicando, la pág. 188 reza asi: «Acial. Aparato de
albeitería y veterinaria El más sencillo se compone de
un palo del grueso de la muñeca y medio metro de longitud
próximamente, con un agujero en uno de los extremos, por
el cual se pasa un cordel »
«La Academia sigue diciendo que ACOGOLLAR es «cubrir
las plantas con esteras, tablas 6 vidrios,» agrega Escalada,
suprimiendo las palabras «para defenderlas de los hielos 6
lluvias,» que es como aquélla define dicho verbo. En el Diccio-
REVISTA CRÍTICA 8j

nario de Collantes, tomo I, pág. 200: «Acogollar. Cubrir, res-


guardar los árboles y plantas delicadas de las lluvias y hie-
los se acogolla con esteras, con pajas, con cristales y con
tablas.» Y en el Dice, encidop. de Agr., ganad, é ind. rur.,
tomo I, pág. 207: ^Acogollar. E s la acción de cubrir y res-
guardar los árboles y plantas delicadas de las lluvias y hie-
los en unos puntos se acogollan con esteras ó con pajas,
en otros con cristales y con tablas.» ¿No es verdad que dis-
parata mucho el Diccionario?
Prosigue Escalada: «No importa que diga que ALADRAR
es «verbo activo y lo mismo que arar.» cuando es recíproco y
significa empezar á corromperse la carne.» Prescindiendo de
que R. Barcia incluye en su Diccionario etimológico las voces
aladrar y aladro y recordando que la Academia cuida de aña-
dir que aquella acepción la tiene «en algunas partes,» coge-
mos el Dice. ene. de Agr., y en el tomo I, pág. 532, se lee:
Aladrar. Se entiende por arar la tierra en las montañas ^ e
Burgos.»
€ Aladro. En algunas partes arado.»
¿Quién le contará á Escalada todas esas cosas? ¿Si serán
los que, según él, le envían cartas «con observaciones y da-
tos para continuar la obra patriótica de desbrozar y limpiar
el Diccionario, y de desagraviar la hermosa lengua castellana
de los académicos ultrajes?»
«Es verdad, añade, que la Academia dice en su Dicciona-
rio que el ÁLAMO BLANCO es una especie de chopo (¡) de corteza
gris, etc.,» cuando no es más que una especie de álamo, co-
mo también dice que el ÁLAMO NEGRO (que es otra especie de
álamo, llamado también OLMO y NEGRILLO) es otra especie
de chopo de corteza oscura;» pero esto consiste sencillamente
en que los académicos no suelen saber lo que dicen, y á todos
los árboles quieren hacer de su propia madera.»
¡Qué erudición tan pasmosa! Pero vayamos poco á poco.
Se da indistintamente el nombre de álamo ó chopo á todas las
especies del género Populus {Dice. Encicl. de Agrie., tomo I>
pág. 554); de manera que puede decirse que el dlaíno blanco
{Populus alba, Linn.) es una especie de chopo, esto es, del ge-
nero Populus, con tales ó cuales caracteres, y que el álamo
TOMO LXV.—YOL. I. 6
82 REVISTA CONTEMPORÁNEA

negro (P. nigra, Linn.) es otra especie de chopo, con tales ó


cuales otros caracteres. Escalada comete una herejía botánica
ai afirmar que «el álamo negro es otra especie de álamo, lla-
mado también olmo y negrillo,» y demuestra que, como de
costumbre, ha|oído campanas y no sabe dónde. Colmeiro dice
en su Curso de Botánica que: «se denomina chopo ó álamo
negro, al Populus nigra, L., pero que sólo abusivamente se da
al olmo ó negrillo el nombre de álamo negro.i> Así debe ser; co-
mo que los chopos ó álamos y los olmos pertenecen á diversas
familias y aun á grupos diversos; como que el género Populus
corresponde á las amentáceas y el género Ulmus, que es el del
olmo, á las aipéta.la.s no amentáceas. ¡Y ahí es nada la diferen-
cia, amigo Escalada!
Podríamos preguntar ahora: ¿Quién es el que no sabe lo
que dice?
Asegura que el vocablo judía «no es un nombre, sino un
apodo burlesco de la alubia, y allí es donde define (el Diccio-
nario). Lo cual ciertamente es' una impertinencia, por no
emplear otra calificación más fuerte »
Cuenten VV. los que se han entretenido en poner motes á
las alubias: D . Bernardo de Cienfuegos {Historia de las plan-
tas. Ms. del año 1627, que se conserva en la Biblioteca Na-
cional); La Pragmática de Tasas, año de 1680, folio 5o, que
dice: «La libra Ae judias secas á seis cuartos;» D. José Quer
{JFlora española é historia de las plantas que se crían en España,
Madrid 1762); B . Serra {Flora baleárica exhibens plantas in ín-
sula Majorica crescentes. Ms. del año 1772, que se guarda en
la Academia de la Historia); 1. de Asso {Synopsis siirpium in-
digenarum Aragonice, Marsella, 1779); A. Palau {Parteprácti-
ca de botánica, Madrid, 1784); Francisco F . Velasco {Produc-
tos del terreno de Jerez de los Caballeros. «Semanario de Agri-
cultura,» tomo II, Madrid, 1797); Gabriel Alonso de Herrera,
que en el tomo III, pág. 243 de su Agricultura general, Ma-
drid, 1819, dice: »De la judía.—Conócese esta planta con
diversos nombres en las varias provincias de España: los más
frecuentes ^on: judía, habichuela, haba blanca, alubia
Con el nombre AQ judia » Coloca, como se ve, en cuarto
lugar á la voz alubia tan ponderada por el crítico; Cavanilles
REVISTA CRÍTICA 83
en su Descripción de las plantas, Madrid, 1827,, pág. 180, que
usa tan sólo el vocablo Judía; Sáenz Diez en su Memoria so-
bre los alimentos, que premió la Academia de Ciencias,
Madrid, 1878, que emplea las palabras habichuela y judía, y
más frecuentemente la segunda; Arce, profesor del Instituto
Agrícola de Alfonso XII, que en el libro Lecciones elementales
de agricultura, Madrid, 1878, pág. 163, publica un articulo
titulado De la judía\ Navarro Soler, que dice: {¡.Judías. La
judia, de la familia de las leguminosas, es conocida, además,
en España con los nombres de habichuela, haba blanca,
alubia, etc. {Cultivo perfeccionado de las hortalizas, tomo III,
pág. 177, Madrid 1881), etc.
La Academia que incluye las voces alubia, habichuela y
judia, y define en esta última, debe lamentarse de ir acom-
pañada de Alonso de Herrera, Cavanilles, Asso, Quer, etc.,
y tener enfrente al crítico de El Imparcial.
Dice éste, y concluimos, que la lila «no es arbusto, sino
árbol.» Pues bien: arbusto la llama Cavanilles (obra cit., pá-
gina 287) por tres veces; arbusto, Cutanda y del Amo {Ma-
nual de botánica descriptiva, pág. 543); arbusto, D. G. de la
Puerta {Tratado práctico de determinación de las plantas, pági-
na 245); arbusto, en sus Floras respectivas, Mathieu, Gillet
et Magne, Mahout y Decaisne.
¡Lástima grande que Escalada no escriba un tratado de Bo-
tánica! Tendríamos una ciencia nueva, para la que sería preci-
so crear nuevas plantas también; abedules sin hojas denta-
das, álamos que no serían chopos y olmos que serían una es-
.pecie de álamo, judías que no serían habichuelas por buen
nombre y lilas del tamaño de árboles.»

R. ÁLVAREZ SEREIX.
REVISTA DE TEATROS

I no tuviéramos datos suficientes y palmarios en


que fundar la esterilidad que se observa en el
campo hace poco tiempo fértil y hermoso de la
dramática española, nos bastaría con manifestar
la que notamos en este año cómico.
No faltará quien nos arguya tratando de demostrarnos que
estamos en un craso y lamentable error, reforzando su argu-
mento con la fabulosa cifra de setenta y dos obras nuevas,
con presunción de originales, estrenadas desde Setiembre á
esta fecha en los teatros de .segundo orden 6 por «ecciones, ó
sean los de la Comedia, Variedades, Lara, Eslava, Martin y
Novedades; á tan poderosa razón contestaremos nosotros,
fundando las nuestras, diciendo que en los teatros de primer
orden, teniendo como tales al Español, la Princesa y la Zar-
zuela, se han puesto en escena por vez primera cinco pro-
ducciones dramáticas, dos originales y cinco traducidas, y
como quiera que de estos teatros, tanto por la condición del
espectáculo como por los autores que en ellos figuran y los
actores que en ellos actúan, es donde debemos esperar surja
el fuego Sacro que anime y vivifique la dramática contempo-
ránea; ocioso es decir que la esterilidad no puede ser más
visible ni más clara.
TEATROS 85
No nos sorprenderá que muchos de los escritores que dedi-
can su pluma á confeccionar ó zurcir pieza en uno ó dos ac-
toSj en las que por lo regular el chiste grosero, la procacidad
y el plagio están arriba, y la literatura y el arte están debajo,
aleguen los justos títulos que les dan muchas de sus obras
representadas en los teatros de primer orden; pero esto, lejos
de obligarnos á reformar nuestra opinión, nos obligará á con-
fesar paulatinamente que han preferido á los laureles inmar-
cesibles de la gloria, los resultados prácticos de la taquilla
del despacho de billetes. A esto nos replicarán que es muy
difícil y se va haciendo imposible conquistar esa decan-
tada gloria con obras eminentemente dramáticas, á la cual
no da marcada deferencia el público, y, por lo tanto, no
bastan sus rendimientos á cubrir las más indispensables
necesidades de la vida, á lo cual replicaremos, á nues-
tra vez, que no deben haber sido insignificantes, á juzgar
por las noches que se han puesto en escena, los derechos
que hayan devengado La bola de nieve, Un drama, nuevo
y La fiebre del día, y si en ésta no han correspondido á las
esperanzas del autor, no será por culpa de éste ni de su
obra ni de los actores, sino de las pésimas condiciones del
teatro, el cual debía haber abandonado hace ya mucho tiempo
el Sr. Mario en beneficio suyo, del arte, de la literatura dra-
mática y del público, que por muy aficionado que sea á ver
comedias de mérito y magistralmente desempeñadas, es más
aficionado aún á no hacer al papel de protagonista en el te-
rrorífico drama realista y naturalista á tal extremo, que con
el título de «la pulmonía,» representanlos espectadores todas
las noches dentro y fuera del dicho aristocrático coliseo. For-
zoso es añadir también que es antiguo el achaque de produ-
cir poco las comedias en este país, y así lo prueba que en los
buenos tiempos del teatro los autores de más justa y merecida
nombradla prefirieron á la gloria un empleo, lo que dice muy
á las claras, ó que no les daba resultado su trabajo, ó que era
eso lo que iban buscando, ó una ambición desmedida que
contrastaba con el poco amor á la profesión que habían ele-
gido espontáneamente.
Por último, si difícil es conquistar esa ansiada gloria, muy
86 REVISTA CONTEMPORÁNEA

difícil se va haciendo conseguir metal acuñado escribiendo


obras en un acto á granel sobre el mismo tema, que 5'a se va
agotando, y hace que los autores á ese género dedicados, y
tránsfugas, muchos de ellos, de los otros teatros, vean agota-
da su vena dramática, y lo casi imposible de lograr éxitos
justos y legítimos, como les ha sucedido á los Sres. Pina,
Granes, Rubio, Constantino Gil, Matosses, Javier Santero,
Manzano, Navarro Gonzalvo, Perrín, Palacios, Reche, en
sus últimas producciones tituladas el Teatro nuevo, el Canario,
Matasiete, el Doctor Olmedo, Merienda, de negros, Ya soy pro-
pietario y Caralampio.
Después de lo dicho, inútil sería añadir que las obras men-
cionadas no exceden en mérito ni un átomo al que reúnen to-
das las del mismo género, que apenas resisten la crítica, y
si una por cada ciento reúnen valor literario, las demás
aumentan el lastimoso montón de las rapsodias dramáticas,
que la posteridad juzgará menos duramente de lo que mere-
cen, y otras muchas, por desgracia, adolecen del defecto ge-
neral en este país, cual es el aprovecharse los más del inge-
nio de los menos, como ha'sucedido en la obra titulada Mata-
siete, traducida del valenciano por el Sr. Matoses, en la que
sólo se refleja el cebo de la ganancia que D. Javier Burgos
debe haber obtenido en su precioso saínete Los Valientes, dig-
no de figurar al lado de los de D . Ramón de la Cruz, y del
que es el que nos referimos una desgraciada copia. Lástima,
por cierto, grande, tratándose del Sr. Matoses, que es un es-
critor de conciencia y de talento.

La demora que experimenta el estreno de la última produc-


ción del Sr. Echegaray nos obliga, bien apesar nuestro, á de-
cir algunas breves palabras respecto á la lánguida existencia
de los teatros de pj-imer ordeg.
En el Español hemos visto el drama de Zorrilla titu-
lado Traidor, inconfeso y mártir, y con sentimiento emitimos
nuestro juicio, poco favorable á todos los actores que la
desempeñaron, los cuales, incluyendo al Sr. Vico, estuvieron
TEATROS 87
poco afortunados; este eminente actor fto ha comprendido
el papel de Gabriel de Espinosa, porque á nuestro entender,
se necesita mucho conocimiento de la Historia para dar vida
y ser, para interpretar el carácter borroso que trazó el poeta,
y le calificamos así, por estar en contraposición con lo que
generalmente opinan los historiadores, y por alejarse además
de cuantos accidentes rodean aquel hecho misterioso, razón
por la que el actor debe tener en cuenta lo que la Historia
enseña y la fábula dramática exige, y no pedimos mucho, en
razón á que el actor no es hoy, ni debe ser lo que era cuan-
do se acantonaba en el mentidero de los representantes, 6 es-
peraba contratas durante la cuaresma en la histórica plazuela
de Santa Ana. La Sra. Gambardela hizo esfuerzos de loa,
el Sr. González hizo menos de lo que pudo y sabe hacer; ¿qué
le pasa.á este actor, que parece que tiene miedo á desplegar
sus envidiables facultades? Parreño apenas tocó el papel del
alcalde Santillana; Pepe Calvo, como siempre, y á Moreno,
deben jubilarle.

*
*m
En la Zarzuela han deshecho El Salto del Pasiega, única
novedad teatral que se han permitido estos quince días, y en
el Teatro de la Princesa hemos visto una inocentada femenil,
que si no tiene nada de literaria, abunda en gracia y está muy
bien interpretada.
De todo lo dicho se deduce bien á las claras que no puede
ser peor ni más lamentable el estado de nuestro teatro.

RAMIRO.
EL MOSÉN (I)

CONTINUACIÓN

CAPÍTULO IV

DONDE RESULTA QUE LAS HIERBAS Á QUE SE ASIÓ MARÍA


NO ERAN SINO LOS CABELLOS DEL DOCTOR SEDINI

A luz del alba que á torrentes entraba por las


ventanas deshaciendo la ligera escarcha de los vi'
drios, se trasparentó á través de los párpados del
doctor Sedini, é hiriendo vivamente sus pupilas,
le despertó.
Bostezó pesadamente, aun sin abrir del todo los dormidos
ojos, y trató de moverse.
Pero á los pocos esfuerzos que hizo, se consideró inútil
para todo movimiento á derecha, izquierda, frente ó atrás.
Estaba asido; amarrado de los pelos fuertemente por una
mano que al ir á palpar con la suya, reconoció ser de María
de la Paz. Y como al echarse en el sofá lo hiciera de espal-
das al lecho, y no era de los que dormidos dan vueltas, resul-
tó apresado por la blanca mano de su infeliz amiga, en pos-

(i) Véase la pág. 638 del tomo anterior.


EL MOSÉN 89
tura Semejante á líi del antiguo verdugo cuando enseñaba al
pueblo la cabeza del difunto ajusticiado.
Esto no obstante, intentó al menos sentarse; pero vio que
únicamente cortando el tranquilo sueño de Paz lo consegui-
ría, y ante aquella crueldad, prefirió seguir inmóvil.
—¿Qué idea Je habrá dado?...—se preguntaba á sí mismo
en busca de una explicación á aquel apresamiento de sus
cabellos, cual si se cogiera á una ^ a t a de hierbas.
Era hombre que no se resignaba fácilmente con una contra-
riedad, hasta no probar todos los medios habidos y por haber...
Por esto alzó el brazo, y con la mano fué con suavidad
buscando la de María, que al fin halló sobre su cabeza como
casquete diminuto de fino mármol... Palpó con cuidado, no-
tando al tacto que los dedos estaban crispados y fijos como
garfios, y entonces, vino á su mente la idea de si María le
habría llamado á media noche, y él no hubiera respondido,
presa inconsciente de profunda modorra.
Recriminóse por su falta de cuidado, é hizo avanzar la
mano en el camino esploratorio que había comenzado á re-
correr. Llegó á la muñeca, y tocó el sitio donde el pulso se
notaba perfectamente... Se detuvo, y vio con gran satisfac-
ción, que si bien la calentura no había desaparecido por
completo, había bajado demodo altamentetranquilizador. Su-
bió más, y arribó con felicidad á la parte opuesta del codo,
estación deliciosa de empalme de varias venas, que dan á esa
porción del brazo un medio tono azulado más encantador
aún cuanto más blanco es el cutis en que luego pierde y se
borra como pesaroso de turbar la uniformidad del color.
María de la Paz, que en todo era una estatua, tenía un
brazo intachable.
El doctor siguió subiendo la mano; pero bastante antes
de dar con el hombro, le faltó distancia.
Y nadie, equiparándose á D.^ Obdulia," crea que la sonrisa
de Sedini fuera un signo demostrativo de la liviandad de com-
placencia de aquel palpamiento extemporáneo... Nada de eso.
La prueba es que de pronto bajó la mano, y volviendo sobre'
la gravedad innegable de la situación, púsose á pensar.
—He estado torpe—se decía.—Pero muy torpe. Lo que
90 REVISTA CONTEMPORÁNEA

ha sucedido, debí preverlo... ¿Cómo no se me ocurrió que


Jaime no aguardaba sino una ocasión para perder de vista á
Augusto?... ¡Y también ha sido fatalidad!... ¡No estar yo en
el pueblo!... Porque si yo estoy, le digo todo... y ya hubiéra-
mos visto por dónde salíamos... Siempre hubiese sido más
fácil que ahora. Parece que el mismo demonio ha andado en
el ajo. Ni yo, ni Fray Salvador, ni nadie... Jaime con sus
rencores, y Augusto con s^is atrocidades de ateo y sus debi-
lidades de enamorado; ¡y solos!... Ya tengo deseos de que
esta chiquilla me cuente lo que anoche por su debilidad no
le pedí me contase... Porque sin un motivo concreto, es in-
dudable que la cosa no hubiese pasado de un choquecillo de
ideas... Ha debido haber algo más... mucho más... Nada,
nada — exclamaba resueltamente encarándose como si ha-
blara con otra persona.—Sr. Sedini ha estado V. desdichadí-
simo; repito que muy torpe.—¿Y quién se había de figurar—
le oponía el imaginado interlocutor—que por una triste
ausencia de dos días?...—Ha estado V. muy torpe—se con-
testaba él mismo;—no me venga V. con argucias, doctor. Y
si no, ¿cuándo, ni cómo?...
Aquí fué á adelantarse para dar mayor fuerza á la frase;
pero los inmóviles dedos de María le advirtieron con un fuer-
te tirón, que no era dueño absoluto de sus movimientos.
—¡Diantre!—exclamó llevándose la mano á la cabeza.—
Me olvidaba de que estoy preso. Es preciso renunciar á todo
cambio de postura. Porque yo no la despierto así tenga que
permanecer en esta posición un año entero. Iva mejor medi-
cina para toda ciase de dolencias es el descanso: y para la
que sufre María, que consiste en una profunda alteración mo-
ral psicológica, descanso, y reposo, y calma... y todo lo que
sea hacer olvidar al espíritu los dolores del alma.
Entonces oyó el doctor un rumor como de bajo profundo
escapado por la destemplada cornetilla de un órgano que se
disminuía y se aumentaba, se perdía ó se doblaba en in-
tensidad.
Puso atención, y al instante su fino oído le declaró que el
rumor no era sino el zumbido de un moscardón ó abejorro,
que revoloteaba por la tranquila alcoba.
EL MOSÉN 91
—Si fuéramos superticiosos—pensó Sedini,—ya estaría
mos previendo una desgracia. Dicen que los bichos estos
las anuncian. En realidad, mayor peripecia que en la que
hoy estamos estancados en esta casa...—Viene V. tarde,
amigo mío—dijo casi en alta voz, con su constante afición de
hablar aunque fuera con las moscas.
Y el insecto, sordo á toda clase de excitaciones, seguía vo-
lando.
Al fin calló un instante, pero fué para redoblar sus energías.
Un castañeteo monótono é intermitente, dio á entender á
Sedini que el moscardón chocaba repetidamente con los cris-
tales de la ventana. En efecto, trababa desesperado • combate
contra aquella sustancia trasparente que le mostraba las flo-
res del huerto y le impedía la salida, dando coscorrones,
brincos, vjaeltas y hasta mordiscos con su menuda é inofen-
siva trompa. Luego parecía convencerse de la inutilidad de
sus esfuerzos, y volaba rápidamente de una esquina á otra;
cerníase en el aire, con sus seis patas encogidas en apretado
haz y los élitros en remolino y movimiento. Desde allí debía
tender su vista y ver el campo; porque, falto de memoria,
el coleóptero se lanzaba como una flecha hacia la ventana,
chocaba con el vidrio y caía atontado é inmóvil patas arriba.
Veía Sedini los esfuerzos que por su libertad hacía el
insecto negro, y dirigiéndose á él, decía á media voz y son-
riendo:
—Los dos estamos iguales: á ti te retienen las invenciones
de los hombres y á mí las del diablo. Porque el mismo Luci-
fer en persona debe haber imbuido á esta chiquilla la gracio-
sísima idea de cogerme por los pelos. Ni tú puedes salir, ni
yo levantarme.
Entretanto, volvía en sí el testarudo prisionero, y des-
engañado de la ventana, decidió examinar todo lo que fuese
picable en el cuarto.
Tomó un vuelo lento y majestuoso, pero mareante, y fué
á girar precisamente sobre la cara del aburrido Sedini.
El médico se convirtió entonces en naturalista, y observán-
dole, iba diciendo:
—¡Y qué bonito eres, indino!... Cabeza azulada... Ante-
2 RBVISTA CONTEMPORÁNEA

ñas... Tórax 6 coselete... El abdomen, vulgo tripa, violado...


Élitros musgosos... Ya te conozco: eres Pentámero, de la
familia de los Lemelicornios. ¡Numerosa por cierto! Género
Melolontha de Linneo, Mdolontha vulgaris. Pero ya podías ca-
llarte, porque tu voz no es para exhibirla así con ese orgullo.
¿Te vas? Me alegro. Así rae evitas el trabajo de darte un
manotón.
El abejorro miró las dos caras de Sedini y de María de la
Paz, y conociendo instintivamente que la sangre de esta últi-
ma debía ser bastante más apetitosa que la del médico, se
dirigió hacia ella.
• Y zumbaba explorando al volar la boca de la enferma, la
tersa frente, las mejillas pálidas. Sedini comprendió que iba
á picarla, y sacando su pañuelo, lo agitó para espantarlo de
allí. Pero en la postura en que estaba y que de ningún modo
podía cambiar, el pañuelo era, por su inutilidad, una espada
de Bernardo.
El ruido cesó: el coleóptero había posado sus impuras pa-
tas sobre los lagrimales ligeramente húmedos y legañosos
de María.
Picó, y como era consecuencia natural, se estremeció la
enferma.
—¡Maldito seas t ú , Melolontha!—gritó Sedini, á cuya
cabeza había llegado en forma de tirón de pelos el estreme-
cimiento de María.
Pero bien dice el refrán, que no hay mal que por bien no
venga.
María soltó á Sedini por acudir á sus doloridos ojos.
No bien se encontró libre el doctor, se puso en pie hecho
una furia contra el maldecido insecto. Lo espantó, lo persi-
guió, lo acosó, y no le dejó en paz, hasta que dándole un
golpe con su pañuelo, lo dejó caer atontado. La venganza
del hombre de ciencia no se hizo esperar. Puso el pie enci-
ma y...
Se oyó un ruido extraño como de nuez cascada.
El Meloloníha vulgaris úe Linneo, murió despachurrado.
Sedini se volvió hacia el lecho y vio á María que con los
ojos á medio abrir, le miraba fijamente.
fit, MOSÉN 93
—¿Usted?—volvió á decir como la noche anterior.
—Sí, hija mía, yo soy.
—¿Cuándo ha venido V.?
—Anoche. ¿No lo recuerdas?... Llegué al pueblo por la
tarde; fui por la noche un momento á casa de Barrera y allí
nae dijeron lo que había pasado.
María de la Paz tenía en aquel momento la mirada extra-
viada que acompaña á las grandes crisis. Sedini la observaba
con atención cariñosa.
—¡Qué triste está el día!—murmuró ella dando un suspiro.
—Y yo...
—¿Triste el día?—la interrumpió Sedini.—¿Pues no ves
qué sol más hermoso y qué azul está el cielo?
Hubo una pausa-
Médico y enferma hablaban muy despacio.
—¿Cómo te encuentras hoy?
—Triste, como el día.
—Pasará; esto pasará.
—¡Ah!—dijo María, herida de súbito por un recuerdo do-
loroso.—-¿Jaime se fué?
Sedini no supo qué contestar.
—¿Y se fué con él?
—No te excites; calma, hija mía, calma.
—¿Por qué no me he muerto?
El doctor fingió que se reía.
—Porque Dios no quiere verte tan pronto por el cielo.
—¿Pero iré?
—Irás... cuando te repongas. Y cuando hagas una porción
de cosas que aún tienes que hacer por el mundo.
Pausa.
—¿Qué me ha sucedido?...
—Nada. Una contrariedad que se ha opuesto en tu camino.
—No es la primera.
—Ni la última.
—Según eso... ¿aún tengo que sufrir?...
—Dios lo sabe.
—¿Dios?...
—Pon en él tu fe.
94 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Nuevo silencio.
—¿Y dice V. que... se fué Jaime?...
—Sí.
—¿Y que se fué con él?
-Sí.
—Pero volverán.
—Justo.
—Y... volverán... los dos.
—Claro.
T—¿Es que lo he soñado, 6 realidad?...
—¿El qué?
—Que Augusto y Jaime se han batido... y... ¡qué horor!...
¿uno de los dos ha muerto?...
—No; eso es un sueño.
—Y Augusto me quiere... ¿verdad, Sedini?...
—Mejor que yo debes tú saberlo.
—Sí; yo lo sé... pero no acabo de convencerme. Porque,
¿entonces, por qué se fué?,
—Porque tu hermano le hizo irse.
—¿Cree V. que Augusto abjurará sus errores y pedirá per-
dón á Jaime?...
—No es imposible.
—¿Y que Jaime olvidará sus odios para perdonarle?...
—No es tampoco difícil...
—¿Fácil?—dijo ella.
—No; fácil no es.
—Pero al fin será mi esposo... Lo he soñado. Todo aca-
bará en paz...
—Con tal que no sea la paz de los sepulcros—murmuró
Sedini.
—¿Qué dice V.?...
—Nada. Que así será. Ahora sin alterarte y con mucha
calma, me vas á contar cómo ha sucedido todo, porque su-
pongo que tú estarías presente á la decisión de marcharse.
María cogió la, mano de Sedini y le atrajo hacia sí con
suavidad.
—Mira—^la dijo el bondadoso doctor.—Es una cosa que
necesito saber para ponerme al tanto de tu situación. Com-
EL MOSÉN gS
prendo que recordándolo vas á sufrir; pero no hay más reme-
dio. Ea. Aquí me siento, y espero... Habla despacio, que yo
ninguna prisa tengo.
El doctor cogió una silla y tomó asiento en ella á la ca-
becera del lecho.
—Déjame la mano, y tápate. Soy todo oídos.
Nueva pausa de silencio reinó en la alcoba.
Dos lágrimas gruesas y brillantes fueron los batidores de
amargura que precedieron á la comitiva de hechos que con
voz entrecortada y débil María hizo pasar ante el pensamien-
to de Sedini.
Al cabo de un rato, el doctor sabia minuciosamente todas
las causas que mediaron para irse Augusto. Quedó pensati-
vo, mustio, sin atreverse á levantar la vista del suelo.
María de la Paz, fatigada de hablar, cayó también en un
sopor de muerte.
Oyóse entonces el galope de un caballo.
Y el ruido cesó de repente.
La Caspia gritaba en el piso bajo:
—¡El señor, el señor!...
Sedini se puso rápidamente en pie, y sé dijo:
—¿Sería el Melolontha un aviso del cielo, notificándome
que venía Jaime?...
Y salió á la escalera.

CAPÍTULO V

LA ACUSACIÓN

Bajó uno por uno los peldaños que la formaban y al pisar


el último, se detuvo en él, con las manos apoyadas respecti-
vamente en la baranda y la pared, como tratando de impedir
pasara nadie.
El Mosén acababa de penetrar en el portal.
Al ver al médico, se'detuvo también, y las miradas de ios
dos amigos estuvieron largo rato haciéndose preguntas que
no fueron contestadas por ninguno de los dos.
96 REVISTA CONTEMPORÁNEA

En las facciones de Jaime había impresa una tristeza que


Sedini encontró lógica*
Al fin se saludaron, y hasta cruzaron sus manos estre-
chándolas con efusión.
—¡Jaime!...
—¡Doctor!...—exclamaron á una médico y cabecilla.
Y el Mosén fué á andar. Pero Sedini con voz solemne y
apesadumbrada le dijo, mientras le ponía la mano en el pe-
cho para que no pasase adelante:
—Descanse V. un poco, antes de subir...
Jaime se estremeció, como si de repente le hubiesen des-
pertado de un profundo sueño.
—¿Qué sucede?—dijo vivamente.
—Nada...
—¿Nada?...
—Es decir—repuso el médico tartamudeando,—ocurre
que...
Jaime quiso acabar la frase subiendo la escalera, y trató
de desviar á su amigo.
El Doctor entonces le sujetó con ambas manos, y le dijo
con fogosidad:
—Por lo que V. más quiera en el mundo, escúcheme un
instante antes de subir.
El Mosén le miró fijamente, dando á entender que tenía
verdadera impaciencia por escuchar.
—Jaime—le murmuró casi al oído,—¿hay algo en el mun-
do que le pueda sorprender?... ¿Hay alguna amargura que
no haya experimentado ese espíritu?... ¿Se asustaría ante
algo nuevo que viniese á probar más que su peregrinación
por la tierra es un Calvario?...
—¡No!—exclamó el Mosén, oprimiéndose el pecho con la
mano y alzando los ojos al cielo.—Por eso—continuó el
mismo—quiero ver á María...
—Es absolutamente necesario que hablemos antes.
—Todo lo doy por hablado.
—Imposible.
—¿Por qué?...
—Usted ignora.
EL MOSÉN 97
—Yo no ignoro nada. ¿Qué, va V. á contarme que María
de la Paz.,.?
—Está enferma.
—Y algo más. ¡Oh!... déjeme V. subir...
—Antes tengo que pedirle...
—Nada.
—¡Jaime! Se lo pide á V. un viejo que le ama entrañable-
mente; que cuanto hace es por su bien...
—Lo sé.
—Entonces...
-T-Entonces subo.
—Antes repito que se calme... ¡Por la Virgen santísima!...
Está V. muy escitado.
—Demasiado tranquilo para como debiera estar,
—Pues esté como esté, concédame el que le diga dos pa-
labras; el que le pida perdón...
—¡Perdón?... ¡Para quién?...
—Para María, para mi....
—¿Para mi hermana?... ¿Pues qué ha hecho?...
—Ser una desventurada....
—Ser madre—le interrumpió el Mosén.
—¿Sabe V.?—le preguntó asombrado el médico.
—¡Sí!... ¿Ve V. como yo no ignoro nada?... Lo sé por la
misma bestia que con su inmunda pata holló la delicada
flor... ¡Lo sé por él!...—gritó con ronca voz el cabecilla,
rechinando los dientes y extendiendo los puños cerrados hacia
el valle que, la puerta de la calle abierta, dejaba di visar.—Él
ha tenido el descaro de confesármelo... ¡Doctor!... Déjeme
subir y que dé á mi hermana un beso... quizás el último que „
haya empañado la tersura de su frente haya sido el que yo
estampé en ella cuando me fui con el hombre que la deshon-
raba mientras sus sicarios apuñeleaban á nuestra madre,,.
Y es claro que yo tengOj á fuerza de besarla, que quitar de
ella la baba que aún reste de él...
Diciendo esto pugnaba por subir.
—¿Ve V., digo yo ahora—exclamó Sedini,—como no lo
sabe V. todo?...
—Pues qué—rugió Jaime como un tigre,—¿hay aún más?
TOMO LXV—VOL. I. f
gS REVISTA CONTEMPORÁNEA

—Sí.
—¿El qué?
—Una cosa naturalísima.
—¿Natural?...
— S í , señor. María de la Paz ama áAugusto, y...
—¿Que María de la Paz ama á Augusto?...—repitió Jaime
con un grito ahogado, mientras sus ojos relampagueaban
como los del lobo entre tinieblas.—¡Mentira! ¡Mentira!—
decía.—Eso sí que es imposible. Ahora sí que V. se ha equi-
vocado, y que ignora mucho... que no sabe que antes de
que eso fuera verdad, tenía que hundirse el firmamento... y
yo, ¡no ser yo!... y ella, ¡no ser ella!... y él, no ser infame;
cosa tan absurda, ¡tan imposible!, como el que no haya
Dios. Ahora mismo va á negarlo la misma María.
-—¿Y si lo afirmara?
—¡Si lo afirmara!—dijo Jaime sintiendo correr por sufren-
te un sudor frío, que apesar de ser tan frío como el hielo,
no era bastante á apagar el fuego que dentro del cerebro le
abrasaba...
Su gesto, su expresión, todo él era terrible en aquel ins-
tante: el médico leyó en su sombrío entrecejo la palabra que
seguía á Jaime como á la voz del caminante el eco de la
montaña. ¡Venganza!
—Si confesara que es así—dijo Sedini,—supongo que no
había V. de vengarse en ella, porque sería vengar su propia
sangre de V... Tomar represalias de una hermana porque,
débil, fué vencida; inocente, fué engañada; amante, cayó en
brazos de un hombre...
—¡Basta! ¡Basta!... ¡Qué afán de repetir la misma histo-
ria!... Suponer que yo he de hacerla ningún mal, es no cono-
cerme. Y ahora, amigo mío, déjeme V. subir, que ya tengo
ansia de abrazarla, y cualquiera diría al ver el empeño que
muestra por impedirme el paso, que María de la Paz se
había muerto.
—Lo que V. la diga—repuso Sedini, separándose al fin
de en medio de la escalera—ha de influir mucho en su salud.
Subieron uno tras de otro.
El Mosén iba delante.
EL MOSÉN 99
Entró, ni veloz ni pausado, emocionado ni indiferente,
con la cabeza, más en postura de juez que de reo, las faccio-
nes tranquilas en apariencia, y una sonrisa tan irónica en
los labioSj de mordérselos ensangrentados y rotos, que le
daba al rostro, si no aspecto feroz, un tinte de lucha con el-
interior, que horrorizaba y daba frío al mismo tiempo.
Avanzó resuelto hasta la mitad de la estancia, que su en-
trada había hecho llenar de pavor y de congoja, y después
de detenerse, midiendo con la vista el espacio que le separa-
ba de su hermana, se llegó al lecho, la miró con unos ojos
que lanzaban centellas de fuego en vez de miradas, y forzan-
do aún más su tétrica sonrisa, la dijo al agacharse para darla
un beso en la despejada frente:
—María, Dios te guarde.
Y calló.
María abrió los ojos desmesuradamente; los fijó en el hom-
bre que acababa de besarla, y extrañándola el frío que en su
frente dejaron sus labios, le respondió con tristeza mientras
llevaba su mano á la parte manchada.
—¡Jaime!... ¿Me has llenado de sangre?...
El Mosén se enjugó la boca.
Luego hubo un instante en que queriendo hablar los dos,
guardaron los dos silencio: pero en la mente de María surgió
como un relámpago una idea que encontrando abiertas las
puertas de la boca se lanzó al aire envuelta en dos palabras,
y dijo:
—¿Vienes solo?....
Y entonces, la sonrisa de Jaime Parolla se agrandó; se hi-
zo inmensa, como si quisiera arrojar con ella fuera del cuerpo
toda su alegría, para no dejarle mas que la amargura y la
pena de quien ha perdido lo único que amaba.
—¿Tú?...—fué á decirla inclinándose sobre ella...
Pero sin duda su rostro se demudó de modo tan espanta-
ble, que dejó entrever algún pensamiento tan horrible y
amenazador, que María, asustada, se arrebujó con las sába-
nas, ocultándose la cara y dando un grito.
El doctor Sedini, mudo testigo de aquella escena de su-
prema espectación, aseveró entonces:
100 REVISTA CONTEMPORÁNEA
—Amigo mío: tenga V. en cuenta que María de la Paz
está enferma y que no puede soportar ciertas emociones.
Volvió la cara Jaime, al escuchar esto, calmándose cada
vez más, hasta quedar tranquilo. Y como para dar la razón
á lo que el médico acababa de decir, pronunció en tono com-
pletamente natural, cual contestando á la primera pregunta
de su hermana:
—Solo.
Y se quitó la empolvada boina.
Si Paz ó Sedini hubieran estado para reparar en detalles,
hubiesen visto la cabeza del Mosén más canosa que nunca:
parecía en dos días haber envejecido doce años.
Tomó la palabra Jaime, y comenzó á decir lentamente,
dirigiéndose á los dos que le escuchaban:
—¿Quién más había de venir conmigo?... El heredero del
autor de nuestra orfandad, autor también de otras desdi-
chas nuestras, se fué para no volver jamás. Ahora bien, Paz
querida y amigo doctor, he aquí que yo debiera mostrarme
ofendido con ustedes. Verdaderamente no sé qué mal les he
podido hacer yo, para que me hayan envuelto hasta ahora
en una atmósfera que siempre me ha sido asfixiante, que
siempre he odiado, la de la mentira. ¿Qué especie de conju-
ración trabaron contra mí para no presentarse ante mí más
que fingiendo?...
Sedini se inmutó y miro de reojo á Paz.
—¿Por qué tanta mentira?—continuó el Mosén.—Primero
se fraguó aquella invención de que el capitán se llamase Ju-
lio Alvarez... Es decir—dijo corrigiéndose.—Primero fué
lo otro: primero ha sido el silencio guardado sobre un hecho
que yo antes que nadie debí saber. ¿Crees tú, María, que por-
que hubiese tenido conocimiento de ello, hubiera dejado de
amarte como te amo?... No. Que el que brutalmente te
violó fuera un Monpavón, es cosa que debimos suponerlo....

ANTONIO VASCÁNO.

{Se continuará.)
CRÓNICA POLÍTICA

INTERIOR

TRAVIESA, ciertamente, España uno de los más


difíciles períodos de su historia contemporánea, y
es justo confesar que no han sido inútiles las lec-
ciones de una triste experiencia, formada con
nuestras disensiones pasadas. Muchos temores han desapare-
cido, muchas de las nubes, acumuladas sobre nuestro hori-
zonte político, se han disipado de un año á esta parte, gra-
cias á la actitud patriótica de los hombres de gobierno y de
los partidos que tomaron sobre sus hombros la pesada tarea
de salvar y afianzar las instituciones patrias.
No se advirtiría siquiera la inquietud vaga y tan propia de
los comienzos de todo reinado, sobre todo en el delicado pe-
ríodo de una Regencia, esa inquietud que se traduce á veces
en rumores que al oído circulan, y en pronósticos propalados
por la errónea esperanza de los secuaces, ó el infundado rece-
lo de los timoratos, sin la actitud facciosa de un hombre que
pasó lo mejor de su vida combatiendo la forma republicana,
y que en su sórdido interés alienta hoy todas las disolventes
y demagógicas aispiraciones. Pero ¿qué ha de poder un hom-
102 REVISTA CONTEMPORÁNEA

bre, ni un partido, contra el espíritu de paz y de concordia


que cada día con mayor empuje se levanta y se desarrolla en
todos los ámbitos de este clásico suelo de la ñdelidad y de la
nobleza?
*
* »

E s un hecho que venimos atravesando con fortuna los


días de consolidación preparados por el eminente estadista
que tuvo la confianza de la Corona hasta los últimos momen-
tos de la vida del augusto padre del actual monarca.
Grato fué el espectáculo—todos los hombres de buen sen-
tido han de recordarlo con placer,—grato fué el espectáculo
que presentaba el Congreso en las últimas horas de la pasada
legislatura. La mayoría y las minorías, desde el Sr. Cánovas
al Sr. Castelar, estaban de acuerdo en apoyar al Gabinete
presidido por el Sr. Sagasta, para la consecución de todo lo
que se refiere al orden público, y por consiguiente, á la ma-
yor solidez de la monarquía.
Hasta los diputados intransigentes habían tomado al fin
de los debates una actitud más correcta que al principio, y
Salmerón y sus amigos parecían decidirse por los medios pa-
cíficos de propaganda que el Gobierno generosamente otor-
ga. L a coalición republicana es la única que sigue persis-
tiendo en su sistema de violencias, y amenaza y excomulga
á los antiguos adeptos que de su actual manera de ver se
separan.

• *

Tenemos hoy aplausos para el Sr. Castelar, y los merece.


H a sabido irritar á la prensa de los zorrillistas y federales;
sabe persistir en su actitud primera, y éste es el mayor títu-
lo de gloria alcanzado en su ya larga vida política.
Lejos de sentirse molestado por las acusaciones que se le
dirigen, contesta con su peculiar metafísica y defiende las
ventajas de la evolución enfrente de los desastres que la re-
volución acarrea, sosteniendo que para hacer adoptar á Es-
CRÓNICA POLÍTICA IO3

paña las instituciones republicanas, seria preciso transformar


antes sus creencias, su fe, sus costumbres, y en una palabra,
su manera de ser.
ErSr. Castelar habla ahora en nombre de la experiencia,
y cree firmemente, y no sin buenas razones, que nuestro país
abandonó para siempre el deplorable método revolucionario
para entrar en el sistema que la evolución ofrece.
Sus ilusiones aparte, es digna de aplauso, es patriótica la
actual conducta del antiguo tribuno, y contribuye de una ma-
nera inesperada á que se reconozca por todos que el Gabine-
te del Sr, Sagasta cumple una alta misión de actualidad en
estos críticos instantes de natural zozobra.

*
* «,

Se ha discurrido bastante acertadamente, hasta en el ex-


tranjero, acerca de la dislocación de la izquierda, que no se
cree pueda tener más vida que la del Gabinete liberal que hoy
ocupa el poder en España. Nacido el grupo de la izquierda
dinástica con el noble propósito de traer á la dinastía á los
demócratas progresistas, los de D. Amadeo y de la república,
se ha evidenciado que la cuestión de personas, mucho más
que la de principios, es la que impedía que el programa de la
mayoría ministerial fuese por todos aceptado. De nada sirvió
que los Sres. Martos, Moret, Montero Ríos y Beránger decla-
rasen la necesidad de la unión de los liberales; el Sr. López
Domínguez mantuvo y mantiene sus intransigencias, aun
ante la deserción de su jefe civil el exministro Sr. Becerra,
y de otros antiguos partidarios de la política del General Se-
rrano, de que se manifiesta continuador y heredero su so-
brino.
No hay que decir cuánto favorecen estas dislocaciones al
Sr. Sagasta. El partido liberal ha crecido y crece con los di-
versos é importantes elementos que en él se refugian, hasta
el punto que lo más difícil de su política será sostener el
equilibrio entre las fuerzas predominantes, y evitar el antago-
nismo de las fracciones de que se compone.
104 REVISTA CONTEMPORÁNEA

De todos modos, jamás hubo situación á quien favorecie-


sen tanto y de tal modo las circunstancias.

La fuga de los sargentos encerrados en las prisiones mili-


tares daba, en las primeras horas en que circuló, motivo á
noticias inexactas acerca de supuestos movimientos en la
frontera y de actitudes belicosas de algunos emigrados espa-
ñoles. Pero está averiguado que no tuvieron importancia ta-
les rumores, y que el Gobierno no teme que el orden pueda
perturbarse en ningún punto de nuestro territorio.
Resulta, pues, que el hecho más sensible de la quincena
es el horroroso incendio del Alcázar de Toledo, que fué una
magnífica joya monumental, un valiosísimo recuerdo histó-
rico y artístico, cuya desaparición no podrá nunca sentirse
bastante, no diremos por los hombres de las artes y de las
letras, sino por los amigos y admiradores de unas glorias que
la imprevisión ó la fatalidad se complace en arrebatarnos una
á una.
A.
REVISTA EXTRANJERA

ESPUÉs de haber abandonado los comentarios


acerca de la supuesta alianza entre rusos y fran-
ceses, vino el telégrafo á inaugurar las disquisi-
ciones de los publicistas de Europa, sobre la in-
teligencia y armonía, á última hora anunciadas, entre los
Gabinetes de Berlín y San Petersburgo. Mucho más creible
es este segundo hecho que ei priniero, aunque tampoco cree-
mos ni hemos creído nunca en los anuncios de próxima gue-
rra, indicándonos todos los síntomas que las relaciones son
tan amistosas y cordiales entre Rusia y Austria como entre
el Czar y el Emperador Guillermo.
Hay dos capitales que necesitan vivir siempre con mucho
ruido y senxaciones nuevas. Estas capitales son París y
Londres, y la experiencia nos aconseja que acojamos de con-
tinuo con prudencia los comentarios que de la bulliciosa
prensa de aquellas dos ciudades procedan.
Los tres comisionados búlgaros, que á manera de viajan-
tes con muestrarios de comercio, recorren las diferentes cor-
tes de Europa, sin ser recibidos oficialmente en ninguna, y
se afanan por hacer propaganda de las virtudes de la Regen-
cía, acaban de presentarse muy recientemente en París,
I06 REVISTA CONTEMPORÁNEA
donde no habían de faltar ciertamente periodistas que con
minuciosidad les interpelasen.
La profesión de fe hecha por los búlgaros Sres. Grekoff,
Stoiloff y Kaltcheff, es la siguiente: «Pedimos sencillamente
nuestra independencia y que se nos dé un Príncipe que por
su situación y origen sea para nosotros una garantía. Esto
es lo único que pedimos, y en todo lo demás haremos lo que
Rusia quiera. Pero el Czar, que nos cree ingratos, exige nues-
tra sumisión, y esto es lo que no admitimos. Tal vez triunfe
la fuerza y no lleguemos á ser un pueblo independiente; pero
habremos cumplido con nuestro debsr. Se nos calumnia al
suponernos dispuestos á aceptar la influencia inglesa por odio
á los rusos. Amamos á Rusia como á una nación de nuestras
mismas costumbres y hasta de nuestra misma raza, vivien-
do muy agradecidos al Czar que nos ha otorgado la indepen-
dencia; pero esta gratitud nuestra no puede llegar al sacrifi-
cio de lo que él mismo nos ha concedido.»
Las pretensiones de Bulgaria, según sus singulares emi-
sarios políticos, son que Rusia respete la actual Regencia 6
siquiera la Asamblea. Si Rusia reconoce la legitimidad de la
Asamblea, desaparecerá la Regencia, y si la Regencia con-
tinuase, ella misma disolvería la Asamblea. La proposición
no puede ser más inocente.
Creen sin duda aquellos diplomáticos de nuevo cuño, su-
puestos y ambulantes Embajadores de Bulgaria, que no tie-
ne Europa agentes bastante suspicaces para enterarse de lo
que en Oriente pasa. Y está, sin embargo, averiguado que la
famosa Asamblea que mantiene en agitación á muchas po-
blaciones búlgaras y á Europa toda, no representa la volun-
tad del país ni significa otra cosa que el predominio de codi-
cias propias y de aspiraciones inglesas.
Así, no extrañamos que no sólo los periódicos monárqui-
cos de Francia, sino los más entusiastas por la República,
en todos sus matices, reconozcan hoy que los políticos que
han pretendido representar á Bulgaria, son, sin duda alguna,
la causa inmediata y directa de la ruina actual de aquel pue-
blo laborioso y sufrido por excelencia, al que debe constar
que la libertad estable no se decreta, siendo, por el contrario,
REVISTA EXTRANJERA I07
el coronamiento de un trabajo y de una lucha de los siglos,
después de haber adquirido profundo arraigo en las cos-
tumbres.
Los gobernantes de Sofía inspiran ya, por otra parte, poco
cuidado á la diplomacia rusa. Se propone Rusia, y lo conse-
guirá, desvanecer las influencias extrañas que conducen á
aquel desgraciado país fuera del terreno de la legalidad esta-
blecida por las grandes potencias. Quiere Rusia la caída de
los usurpadores que forman el triunvirato; aspira á que la
Asamblea nacional esté representada por individuos de todos
los partidos, y que ésta acepte la candidatura propuesta por
el Gabinete de San Petersburgo de acuerdo con Turquía.
Va en ello la tranquilidad de Europa, y ante un interés
tan grande, no son posibles las divergencias en los grandes
Imperios más directamente interesados hoy en que no sufran
nuevas convulsiones los Balkanes.

*
* *

Viene hablando la prensa de París de cierto pacto de con-


cordia entre los Sres. Freycinet y Ferry, como previsora me-
dida contra las veleidades de la Cámara y las incertidumbres
de un porvenir que inquieta.
Poco problemática parece la próxima caída del Gabinete
Goblet. En uno de los últimos Consejos, el Ministerio acordó
aplazar para el presupuesto de 1888 las medidas fiscales que
formaban la base de su programa. La actitud de la Cámara
no parece dudosa, y es muy posible que los Sres. Freycinet
y Perry hayan tenido razón y estén luego en vísperas de
recoger la herencia.
La situación no queda, sin embargo, despejada. La lu-
cha ha de ser constante por parte de los coligados, contra
las maquinaciones de los partidos extremos. Si el futuro Ga-
binete se inclina á las derechas, tendrá que arrostrar las iras
y las cabalas de las extremas izquierdas, siendo muy posible
que la duración del nuevo Gabinete sea tan efímera como la
108 REVISTA CONTEMPORÁNEA

de los precedentes, imponiéndose al fin la disolución como


medida suprema.
Dícese, también, que el Sr. Freycinet es el candidato ofi-
cial para suceder en la presidencia de la República al anciano
Sr. Grevy. Siendo así, se comprende que su antiguo compe-
tidor, el Sr. Ferry, se contente con la perspectiva de presidir
un Gabinete de larga vida en las futuras etapas que preparan
las combinaciones actuales.
Tiene, sin embargo, la política caminos muy tortuosos y
llenos de inesperadas sorpresas. No caben todavía pronósti-
cos á plazo fijo.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO ^^>

El Pino piñonero en la pro- la jefatura del distrito forestal de Va-


vincia de Valladolid. por D. KB- lladolid.
LIPE ROMERO Y GILSANZ, ingeniero
jefe de montes y licenciado en derecho Después de un prologo, escrito con
civil y canónico,— Valladolid, im- la elegancia de estilo que avalora to-
prenta de los hijos de Rodríguez, 1886. do el trabajo del Sr, Romero, expli-
— Un tomo en 4,° de J28 páginas.— ca éste la utilidad é importancia del
Precio: 6 pesetas.
pino piñonero, resinando la historia
La obra que últimamente ha dado de esta planta en la antigüedad, en
á luz el ilustradísimo ingeniero seHor la edad media y en la época moder-
Romero Gilsanz es de las que no na; la distribución de las distintas es-
pueden improvisarse cogiendo media pecies de pino en el miindo, y parti-
docena de libros, tomando de acá y cularmente en Europa y en EspaBa,
de allá, extractando y sometiendo y la importancia del pino piñonero
después lo copiado á una fina labor en la provincia de Valladolid,
de zurcido. El Pino piñonero es una Describe á continuación los carac-
obra que exige largos aflos de cons- teres de las coniferas, y fijándose en
tante aplicación y concienzudas ob- el Pino piñonero, estudia el desarrollo
servaciones, en la cual hay mucha de sus raíces y la altura y diámetro
parte completamente nueva, propia que su tronco alcanza, las cualidades
del autor, quien, gracias á su activi- y aplicaciones de la madera, y el cli-
dad, ha sabido hallar tiempo para es- ma en que vive; y cita las provincias
tudiar la especie arbórea antes citada, en que se halla, la extensión de los
sin desatender las prolijas tareas de montes que forma en la de Vallado-

( i ) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crí-
tico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
no REVISTA CONTEMPORÁNEA
lid y los pinares m á s importantes. JLa índole de estas notas bibliográ-
E n el capítulo que dedica al exa- ficas, que obligan á brevedad suma,
men del suelo en que el pino piñone- nos h a n hecho que tan sólo enume-
r o se desarrolla, demuestra con ra- remos muy á la ligera los puntos
zonamientos irrebatibles que para principales de que trata en su exce-
impedir los estragos de las arenas lente libro el Sr. D , Felipe R o m e r o
sueltas, hácese preciso efectuar plan- Gilsanz. Estribando el porvenir de
taciones de pino, porque dichas are- E s p a ñ a en la mejora de la agricultu-
nas n o sirven para el cultivo de la ra, y habiendo de preceder á ésta la
vid, c o m o equivocadamente se h a su- repoblación de nuestras cordilleras,
puesto. Este solo capítulo basta para son de g r a n d e utilidad los trabajos
que el libro del Sr. R o m e r o Gilsanz que, como el que nos ocupa, pueden
sea merecedor de lectura muy dete- d a r mucha luz y servir de provechosa
nida. guía cuando se acometa con varonil
E n capítulos sucesivos expone el empeño la empresa de devolver á los
a u t o r ordenadamente cuanto se rela- montes su perdida vegetación.
ciona con la propagación del pino Reciba nuestra enhorabuena el en-
pifionero p o r medio de la disemina- entendido y diligente ingeniero señor
ción natural, de las siembras y de las Gilsanz, que h o n r a al respetable Cuer-
plantaciones, con una riqueza de da- po á que pertenece, y esté seguro de
tos y u n a finura de observación es- que n o le h a n de faltar la simpatía y
pecialísimas. Concluye la Primera el aplauso de cuantos se interesan
parte del libro con el estudio del mé- p o r el adelantamiento y ventura de
t o d o de beneficio, cortabilidad, tur- España.
n o , cortas de repoblación, de mejo- A.
r a y cortas discontinuas.
E n la Segunda parte, destinada á I n f l u e n c i a ae las costas y fronte-
ras en la política y engrandecimiento
los aprovechamientos en los montes
de los Estados.—Í)iscursos leídos ante
d e p i n o piñonero, h a y los capítulos la Real Academia de Ciencias morales
denominados Maderas, Leñas, Cor- y políticas en la recepción pública del
tezas, Fruto, Fastos y caza y Otros Excmo. Sr. D, Servando Ruiz Gómez.
aprovechamientos que podrían utili- Asunto es muy poco tratado y d e
zarse, tales como la carbonización, la importancia suma en la historia de la
pasta y pavimentos de madera, las r e - h u m a n i d a d , desde que los hombres
sinas , la coniferina y la lana de p i n o . constituidos en sociedades diferentes
E n la Tercera parte, en que refie- sintieron la necesidad de ampliar sus
r e las causas que se o p o n e n á l a relaciones entre sí, á medida que la
prosperidad de los montes de p i n o industria se desarrollaba, la población
piñonero, estudia en capítulos sepa- crecía y el poder consiguiente de los
rados las Influencias perjudiciales de pueblos, estrecho en sus límites pri-
clima y suelo, los Incendios fortuitos mitivos, p o r ley natural, tenía que pe-
i intencionados, las Roturaciones y recer 6 extenderse á distancias le-
descuájeselos Abusos y contravencio- janas.
nes d¿ aprovechamientos, Ataques de Sin costas era imposible conseguir-
algunos mamíferos y Plagas de in- l o fácilmente; con larga extensión d e
sectos. fronteras, dudoso y aventurado, aun-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO III

que realizable con grande esfuerzo; P e r p e t u o Ponlevi, periodista.—


sin unas ú otras, imposible. De ahí Fernando. Novela española.—Precio,
j» pesetas en las principales librerías
que naciones sin apenas territorio, de Madrid.
pero bien situadas sobre los mares,
han sido poderosas, y otras no lo Corto es el tíiulo, raro el Ponlevi
fueron hasta que sus confines llega- {puente levadizo en francés), con que
ron á perderse en lo desconocido. disfraza su nombre el autor, antiguo
Esta verdad demuestra el Sr. Ruiz periodista, empleado y iquién sabe
Gómez en su discurso, esto comprue- cuántas cosas másl
ba en su contestación el Sr. Conde de Bien demuestra su experiencia y
Toreno, añadiendo demostraciones conocimiento de la vida práctica en
tan evidentes, que bastarían por sí la trama de su obra y caracteres, en
solas á llevar el convencimiento á el ella fielmente retratados. Mucho es
ánimo, aun cuando no las garantiza- su estudio, familiares le son los es-
se el parecer de autores insignes, en critores extranjeros, cuyos idiomas
cuanto á la ciencia de gobernar se posee como el propio; pero aún es
refiere. Contrayéndose á nuestra pa- mayor su larga observación en los
tria, muestra el Sr. Conde erudición azares del mundo, á que, sin duda,
inmensa y conocimiento profundo de se halló sujeto, permaneciendo en
su engrandecimiento comercial, esta- ellos inalterable como el hombre jus-
do á que llegó y causas de su deca- to de Horacio, pues de otra manera
dencia, así como de los medios de no pudiera escribir novelas como Fer-
restablecerle; todo ello; teniendo en nando, sin que la saBa le cegase, ó la
cuenta su poder colonial y extensión preocupación ó el necio orgullo extra
de, sus costas y fronteras, comparati- viara su entendimiento.
vamente con el extranjero, precios de Siempre ha sido difícil escribir una
íus mercaderías, razones de la dife- buena novela, tratándose de hacerlo
rencia entre unas y otras y con las bien, á diferencia de una relación para
españolas, y modo y manera de incli- entretenimiento de gente ociosa y
nar la balanza en favor nuestro, en desocupada; pero actualmente crece
la especie de certamen comercial, que en EspaBa la dificultad, merced al
especialmente de poco tiempo acá, aluvión de cuentos sandios que van
parece entablado entre los pueblos adulterando las inteligencias; ¡gloria
europeos y americanos. á los pocos que han logrado arros-
Así tratado el asunto, es más que trar esa mala disposiciónl Porque las
una contestación un complemento del malas novelas se leen, ¡vaya si se
discurso, que bueno en sí mismo, apa- leen! y las buenas consiguen mucha
rece más excelente confirmado con reputación literaria, eso sí; en litera-
datos bastantes, cuando otros no hu- tura no hay reputaciones usurpadas
biera, á constituirle en apreciable do- pero se reserva el dinero para quien
cumento de consulta en la materia, vende gato por liebre.
de mayor aprecio cuanto á los hechos ¡Ahí es nada escribir Hna novela
citados corresponde siempre la expli- de costumbres espafiolasi El que lo
cación de sus causas y consecuencias hace como el Sr. Ponlevi, se pone al
de verificarse. nivel de Alarcón, Galdós, Pereda, Va-
lera y Fernán-Caballero en su tiem-
112 REVISTA CONTEMPORÁNEA
po; si hay otros, agregúense á la nó- mio sobre los mejores, con admira-
mina, según su voluntad; pero, es lo ción general y unánime aplauso de
cierto, que nuestro antiguo compa- la prensa é institutos musicales de
ñero Ponlevi se ha expuesto al con- mayor fama.
cluir su libro á quedar sin cenar, se- Así lo manifestó en su discurso el
gún cuentan sucedió á Cervantes la Sr. Arrieta, que prodigando alaban-
noche que concluyó el Quijote. No zas á cuantos lo merecían, citando
creo que tal sucediere, como tara- nombres dignos de recuerdo, sólo el
poco habrá sucedido al Sr. Ponlevi, suyo le Jiizo su modestia olvidar. Mas
independiente, por fortuna, de las no fué necesario citarle; presente se
malas aficiones vulgares; mas atrevi- halla en la memoria de todos, y ex-
miento ha sido, si de buscar recom- cusado sería, cuando de los adelantos
pensa trataba,, rayana al heroismo, se trata de la Escuela de Música y
escribir de manera tan castiza, con Declamación, recordar que merced al
arreglo á nuestras costumbres y ca- constante celo de su actual director,
rácter, que habrá quien no le com- mantiene su esplendor y convenien-
prenda en España, como tampoco cia, apesar de las dificultades que, si
compendería á un francés ó alemán son grandes, son mayores para ven-
de buena escuela literaria. cerlas la inteligencia y amor al arte
Mil enhorabuenas al veterano en del Sr. D. Emilio Arrieta.
la prensa, por su novela Fernando;
sírvale de estímulo para iguales em-
presas la satisfacción propia, y el voto
de cuantas personas desean que las U n i v e r s i d a d Central.—Memo-
costumbres espaSolas sean presenta- ria estadística del curso de 1884 á /88^
das como son, sin mistificaciones ni y Anuario de iSSj-S^, que se publica
con arreglo a la Instrucción 4J de
fealdades que desfiguren el carácter las aprobadas por Real orden de i¿ de
nacional, con menosprecio por parte Agosto de iSiy.
de los extranjeros. Comprende el resumen de la ense-
ñanza oficial durante el curso de 1884
á 1885.—Los estudios privados.—
Escuelas superiores especiales y pro-
Discurso leído ett la solemne dis- fesionales . —Institutos. — Estudios
tribución de premios correspondien- privados de escuelas especiales.—Es-
tes al curso escolar de jSSj á 1886,
en la Escuela de Música y Declama- tudios privados de segunda enseñanza.
ción^ el día 218 de Noviembre, por su —Títulos y reválidas por estudios
director D. EMILIO ARRIETA. privados.
La importancia del establecimiento Termina la Memoria con el Anua-
va en crescendo; el número de artistas rio de Í885 á 1886, que abraza una
distinguidos, procedentes de su en- reseña histórica de la Universidad,
sefianza, aumenta en número y cali- Consejo universitario, Claustro de la
dad, y muchos de ellos marchan al Universidad Central y Variedades.
extranjero á competir y alcanzar pre- C. C H .

MADRID, 1887.—IMPRENTA DE MANUEL G. HERNÁNDEZ,


Libertad, i6 duplicado
EL DOCTOR THEBUSSEM

A I . MUY HONORABi.n H E R R J O H A N N E S G O L D S C H M I D T

De la Uni-verstíiad df
Colonia

I MUY RESPETABLE Y QUERIDO SEÑOR: Recibí á


SU tiempo la cariñosa carta de V. fechada en ésa
á 28 de Diciembre último. Le habrá á V. sorpren-
dido que, siendo yo tan diligente y presuroso para
contestar á todas sus cartas, haya, esta vez, tardado en hacer-
lo; pero no lo extrañará, seguramente, cuando sepa que el
cumplimiento de su comisión requería un tiempo que mis ocu-
paciones me roban con frecuencia, sobre todo cuando se tra-
ta, como en la ocasión presente, de un asunto grave, de gran
responsabilidad, y cuyo exclarecimiento exige condiciones de
que quizá carezco en absoluto.
Muchas trifulcas me ha traído mi cargo de director de La Li-
dia, semanario taurino, que V. honra con su devoción; y con
ellas podría hilvanar una historia que, probablemente, intere-
saría á V., dadas sus aficiones á nuestra fiesta popular; pero en
verdad que nunca creí llegase un día en que tuviera que con-
testar á preguntas como las que V. me dirige en su precitada
carta. Helas aquí:
•^Quién es el doctor Thebussem? ¿Es español? Sus escritos
JO de Enero de 1887.—TOMO Lxv.—VOL. 11. 8
114 REVISTA CONTEMPORÁNEA

lo revelan de un modo harto elocuente. ¿Es alemán? Su ape-


llido trasciende de leguas á tudesco. ¿Quién es ese famoso doc-
tor, cuyos artículos leo con tanto deleite en La Lidiai' Tenga
usted la bondad de remitirme sus obras, que no dejará de haber
publicado algo, y algo de no escasa importancia. Hábleme V.
de Thebussem, haga V. para mi uso particular un pequeño es-
tudio de la entidad literaria del doctor, y venga sin tardanza á
su nuevo domicilio, Fasoltstrasse, 129, que así podré yo sabo-
rear con más fruto las peregrinas labores del insigne escritor.
Me comprometo, en cambio, á dar á V. cuenta detallada del
Merlín, de Goldmark, y á mandarle, traducidas de ¡a obra de
Wolzogen, las explicaciones de los leitmotiven, de la tetralo-
gía de Wagner, que me ha pedido V. varias veces. Favor por
favor: si V. me remite el doctor Thebussem, yo le mandaré
el hilo de Ariadna que guiará á V. por los laberintos de los
Nibelungen. ¿Acepta V.?»
¡No lo he de aceptar! Con mil amores. Me expongo á que
Thebussem sea la lanza de Wotan, y mi estudio acerca del doc
tor, la frágil espada de Sigmundo; pero no importa. Algún
Sigfrido del porvenir refundirá los toscos materiales que yo
ofrezco á V., y ¿quién sabe si los perfiles de hoy servirán ma-
ñana para un artístico retrato del solitario de Medina Sidonia?

** *

Comienzo con una noticia que sorprenderá á V., segura-


mente. No conozco personalmente al doctor, ni el doctor, por
tanto, me conoce á mí. Y, sin embargo, nos tuteamos; hemos
llegado muy pronto, y sin violencia alguna, á un grado de in-
timidad tal, que sin haberse cruzado una palabra entre nos-
otros, nos estimamos y queremos como amigos de toda la
vida.
Esto, que parece extraño, se exphca perfectamente; y us-
ted, que tan á fondo ha estudiado la Fisiología y la Psicología,
lo comprenderá mejor que nadie, cuando se entere de la histo-
ria de mi amistad con Thebussem.
¿Se acuerda V. de D, Luis Carmena y Millán, cuyos ar-
EL DOCTOR THEBUSSEM Il5

tículos de La Lidia ha elogiado V. en varias ocasiones? Pues á


él debo una preciosa carambola; él me metió nuevamente de
hoz y de coz en la literatura taurina, recomendándome al pro-
pietario de La Lidia para que me encargase la dirección del
periódico, y me puso al poco tiempo en relaciones con el doc-
tor Thebussem.
Carmena pidió al doctor un artículo para el semanario tau-
rino; escribió el artículo Thebussem, insertólo gozosa La Lidia,
y, reincidiendo poco tiempo después el amabilísimo colabora-
dor, tuvo la bondad de mandar, en forma de carta á mí diri-
gida, el admirable trabajo intitulado D. Antonio Pérez, Don
Juan de Herrera y D. Gregorio López, que publicó La Lidia
en su núm. 12, correspondiente al 9 de Junio de 1884, y del
cual hablaré á V. más tarde.
Agradecido á las bondades del doctor, le escribí una carta,
manifestándole mi profundo y cordial reconocimiento. Me
contestó, volví á escribirle, y, carta va y carta viene, fué nues-
tra amistad creciendo insensiblemente, fué nuestra correspon-
dencia haciéndose más frecuente cada día, y, por virtud del
singular contraste de nuestros caracteres, hemos llegado á esa
hermosa inteligencia mutua, por medio de la cual dos perso-
nas que no se han dado la mano todavía, ni oído el timbre de
la voz, viven en perfecta comunidad espiritual, libres, inde-
pendientes en su manera de ser y de expresarse; pero unidas
íntimamente por un amor á la verdad que, á despecho de le-
ves heterodoxias, les hace siempre sacerdotes del mismo
culto.
He dicho á V. hace poco que el contraste de nuestros ca-
racteres había cimentado mi amistad con Thebussem. Así es,
en efecto; el doctor es hombre que goza de un privilegio in-
apieciable; es lo que los naturalistas llaman un temperamento
equilibrado. En cambio, yo debo tener en el cerebro alguna
abolladura que me convierte en una especie de Claudio Lan-
tier de L CEuvre de Zola, salvo, por supuesto, el genio artístico
del desquiciado pintor.
Pues bien; del equilibrio del doctor y del desequilibrio mío,
ha nacido el afecto que ambos nos profesamos. Lejos de ha-
ber choque entra los dos temperamentos, se ha establecido la
Il6 REVISTA CONTEMPORÁNEA

corriente natural que lleva al débil hacia el fuerte. Ha habido


compensación y compenetración, y el doctor ha llegado á ser-
lo en toda la extensión de la palabra para mí. Me he entrega
do á él con mis apasionamientos, con mis violencias, con las
cualidades y defectos de un alma que busca la verdad en todo,
que adora la verdad en todo y cree vivir bajo el imperio de
la mentira triunfante.
El doctor me ha tomado el pulso, me ha auscultado, ha
hecho el diagnóstico de mi enfermedad y, sin meterse en pro-
nósticos, se ha constituido en médico experimental. Estudia en
mí un caso, y me ha sometido al régimen de los calmantes.
Sus deliciosas cartas son tomas de bromuro que vienen á
mitigar la agitación de mis nervios, y hoy con una cita de
autor eminente y mañana con sabios consejos de propia co-
secha, tan pronto de conformidad con mis opiniones, como
silencioso sobre otras que finge no haber escuchado, ya filo-
sofando sobre cuestiones de estilo, con la gallardía del suyo
tan reposado y natural, ya prorrumpiendo en alegre carcajada
con algún cuento graciosísimo, de subido color naturalista y
escrito con sal ática incomparable, voy tomando las medicinas
que receta el doctor en sus epístolas, y ellas sirven de bálsa-
mo á mis frecuentes neuralgias morales.
Porque ha de saber V. que el doctor Thebussem es el re-
ceptáculo de todos mis desahogos literarios. Yo le hablo de
artes, de literatura, de teatro, de política, de cuanto me viene
á las mientes. Y le hablo de eso en un débraillé de estilo epis
tolar que no respeta nada y pasa por todo, la pornografía
inclusive.
Mis cartas al doctor son el aire libre para el prisionero; en
ellas me doy hartazgos de luz, respiro el humo del tabaco y
me fumigo de los olores de cocotte opilada á que trasciende el
estilo de la mayor parte de los literatos del día.
Ya he dicho á V. antes cómo recibe Thebussem mis des-
ahogos, y de qué manera contesta á ellos. Sus correcciones
son las de un padre bondadoso que, versado en los secretos
del mundo social, y conocedor de la naturaleza humana, sabe
guiar prudentemente al hijo calavera, sin torcer jamás con
violencia sus ingénitas inclinaciones, y oponiendo á los des-
EL DOCTOR THEBUSSEM II7

bordamientos de un temperamento desquiciado, preciosos con-


sejos dictados por el talento, sancionados por la experien-
cia é impulsados por el cariño.
Ahora comprenderá V. la estrecha y singular amistad que
me uneal doctor Thebussem, y lacornprenderá V. tanto mejor,
cuanto tiene cierta analogía con la que á V., mi respetable y
querido Sr. Goldschmidt, profeso hace algunos años.
Bien se me alcanza que, con estos precedentes, no era yo el
llamado á estudiar la entidad literaria del famoso doctor; pero
he de confesar francamente que emprendo con gusto este tra-
bajo. Cuando tantas nulidades y tantas medianías alcanzan en
España los honores de una ridicula publicidad; cuando los bu-
llidores de todo género y de todo calibre ensordecen á todos
con el ruido de una propaganda complaciente y despreocupa-
da, me es grato ocuparme del hombre mode.sto y tímido á
quien el reclamo molesta, y á quien nadie, que yo sepa al me-
nos, ha dedicado el detenido estudio que merece.
Es la primera vez que, en público, salgo de músicos, can-
tantes y toreros, para ocuparme exclusivamente de un litera-
to. Me obliga V. á hacer un verdadero debut, y siento algo
parecido al orgasmo que se apodera de los artistas en noches
de estreno. No importa; V. y yo, que nos entendemos siem-
pre, nos entenderemos también ahora. Bueno ó malo, allá va
lo que sé y pienso del doctor Thebussem.

* **

Vamos, ante todo, á su nacionalidad. Thebussem es espa-


ñol, y si su cédula de vecindad no está extendida á nombre
de D. Mariano Pardo de Figueroa, me dejo cortar el cuello.
Ignoro dónde nació, aunque sospecho que en Medina Sidonia
(provincia de Cádiz), donde vive hace años, en una posesión
que él llama Huerta de Cigarra en sus cartas y trabajos li-
terarios.
Esa Huerta de Cigarra ¿es realidad ó ficción? No lo sé, ni
sé tampoco la fecha del nacimiento de mi amigo, ni dónde es-
tudió, ni las aptitudes que mostró desde su más tierna infan-
Il8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

cia, etc., etc. No escribo vida de santo: primero, porque no me


gusta; y segundo, porque no podría, aunque me gustara, ha-
cerlo en esta ocasión.
El seudónimo Thebussem es, según me han asegurado ami-
gos del doctor, anagrama de Embustes, garbosamente germa-
nizado con la sencilla adición de una h.
Y no pregunte V. más, porque será en balde. Como jamás
se me ha ocurrido molestar al buen doctor con preguntas in-
discretas referentes á su personalidad, que harto hace con
contestar á las que le dirijo sobre otras muchas cosas, es muy
poco lo que sé de él, y habrá V. observado que, aun de eso
poco, hay que dar una parte á la duda y otra á las refe-
rencias.
Consuélese, sin embargo, con saber que si el individuo que-
da en la penumbra, sus trabajos son en cambio muy especia-
les, y existen en número suficiente para determinar la natura-
leza del escritor y aproximarnos, por medio de ella, al cono-
cimiento del hombre.
Lo primero que excita la curiosidad de los que leen cual-
quier artículo de Thebussem es el extraño título de Cartero
honorario de España que sigue siempre á la firma del doctor.
En algunos folletos que ha publicado, ese título precede al de
Miembro de la Sociedad de Gastrónomos y Cocineros de Lon-
dres.
No conozco el origen de este último, que, fantástico ó real,
debe ser consecuencia de los curiosísimos artículos que sobre
manjares, mentís, servicios de mesa y otras menudencias culi-
narias y de mantel escribió Thebussem, dando margen á sala-
dísimas controversias en las que terciaron varios ingenios de
la corte, con singular donaire y bizarría.
Cuanto al nombramiento de Cartero honorario de España,
su historia se halla relatada in extenso en el folleto Nombra-
miento de KRTRO principal honorario de Madrid con uso
de uniforme y sin sueldo, á favor del doctor Thebussem, folle-
to que me ha prestado el amigo Carmena y que no puedo
remitir á V. porque D. Luis no lo suelta ni á tres tirones.
En ese folleto se trascriben documentos oficiales y cartas
particulares que salpimentan donosamente las 46 hojas del
EL DOCTOR THEBUSSEM Ilg
escrito. He aquí el memorial de Thebussem, solicitándola pla-
za de cartero:
«Excmo. Sr. Director general de Correos y Telégrafos de
España.—Excmo. Sr.—Don XX, doctor en Jurisprudencia y
correspondiente de la Real Academia de la Historia, á V. E.
con todo respeto expone: Que por el afecto que profesa á los
estudios que se relacionan con la institución, mejoras y pro-
gresos del servicio de correos, desea tener la honra de contar-
se entre los servidores del ramo. Por lo expuesto á V. E. su-
plica que, previos los informes que sean de justicia, se digne
mandar le sea expedido nombramiento de Cartero honorario
de Madrid con uso de uniforme y sin sueldo. Es gracia que es-
pero merecer de la bondad de V. E., cuya vida guarde y pros-
pere Nuestro Señor por dilatados años.—Medina Sidonia 6
Noviembre de 1879,—XX.»
El informe de la Dirección dará á V. cuenta, mejor que
yo pudiera hacerlo, de los méritos que reunía el doctor para
solicitar el nombramiento de Cartero honorario de Madrid. He
aquí ese informe, tal como se halla trascrito en el folleto que
he mencionado antes:
«Ministerio de la Gobernación.—Dirección general de Co-
rreos y Telégrafos.—Correos.—Personal.—En instancia fe-
chada en Medina Sidonia el 6 de Noviembre del año próximo
pasado, acude á esta Dirección general don XX, solicitando
se expida á su favor nombramiento de Cartero honorario de
Madrid con uso de uniforme y sin sueldo, haciendo observar
en la misma el señor XX que es doctor en Jurisprudencia é
individuo de la Real Academia de la Historia, y que desea
contarse entre los servidores del ramo.—Excmo. Sr.—Para
cumplimentar el decreto de V. E. en la solicitud suscrita por
el señor don XX, y para justificar sobradamente la concesión
á que aspira, que por lo modesta puede parecer extraña, bas-
taría consignar que el recurrente no es otro que el... escritor
conocido en el mundo literario con el seudónimo de el Doctor
Thebussem. Muchos y de materias varias son los trabajos
que ha. publicado y han dado celebridad á aquel seudónimo,
siendo muy notable la predilección que siempre ha demostra-
do por los asuntos relacionados con la institución, mejoras y
120 REVISTA CONTEMPORÁNEA
progreso del servicio de Correos, cuyos estudios han obteni-
do el aplauso que merecen por su forma literaria y por la
investigación y crítica que revelan. Los diversos opúsculos,
cartas y artículos publicados por el doctor Thebussem sobre
Sellos de Correo han fijado la atención de los hombres que en
diferentes países se dedican al estudio de la Philatelia, y han
despertado en España la afición á esta materia, desconoci-
da ó abandonada en nuestro país hasta que el señor XX
empezó á dar á la estampa sus excelentes trabajos, que
han llegado á constituir la historia y la legislación de los sellos
de correo de España. Curiosos y notables en extremo son
también los artículos en que ha descrito la historia y for-
ma de los Sellos de Fecha y signos que se han usado en todas
las oficinas de Correos, coleccionados y reseñados por el
señor XX con especial cuidado y acierto, y dignos son asi-
mismo de atención y estudio los juicios que ha emitido acer-
ca de las condiciones que debieran tener las tarjetas postales
y los sellos de correo y las críticas y censuras que le han
merecido la imperfección y la forma de unas y otros, así como
el dictamen que en alguna ocasión ha expuesto sobre el mis-
mo asunto, cuando V. E,, animado del deseo de perfeccionar
los sellos y las tarjetas, tuvo por conveniente consultar al se-
ñor XX. Sería sobrado prolijo aducir todos los títulos que
tiene para que se le considere como el más activo é instruido
propagandista de los estudios é historia del servicio de Co-
rreos, y sería difícil también significar todos y cada uno de
los trabajos que ha publicado acerca de esta materia; mas no
es posible omitir el considerable auxilio que el doctor Thebu-
ssem ha dado, con el caudal de sus conocimientos y los pape-
les raros y valiosos que posee, á la publicación de los Anales
de las Ordenanzas de Correos de España, que, merced á la
iniciativa y al celo digno de encomio de V. E., se han colec-
cionado y verán en breve la luz pública. Fuera suficiente el
título que ha adquirido á una recompensa más honrosa que
la solicitada por el doctor Thebussem, la bizarra esponta-
neidad con que ha facilitado documentos tan raros y de tan-
to valor, aunque se prescindiera de los trabajos y estudios que
hace algunos años viene publicando, y que han dado motivo
E L DOCTOR THEBUSSEM 121

á que se le considere p o r los funcionarios más inteligentes y


aplicados de Correos como maestro y censor en los asuntos
relativos á la legislación é historia del r a m o . Por estas razo-
nes, opina el que suscribe que procede conceder lo que soli-
cita el doctor T h e b u s s e m , nombrándolo Cartero principal
honorario de Madrid con uso de uniforme y sin sueldo, y que
figure e-;te nombramiento con los de su clase en los libros del
personal de la Cartería central. V . E. se dignará resolver lo
que estime procedente.—Madrid 20 de Marzo de 1880.—El
jefe del Negociado, Rosendo Villalba.—Conforme, E d u a r d o
F o n t á n . — C o n f o r m e , Cruzada.»
El nombramiento solicitado p o r Thebussem n o se hizo es-
perar. Lleva la misma fecha del informe y reza lo siguiente:
«Ministerio de la Gobernación.—Dirección general de Co-
rreos y Telégrafos. — C o r r e o s . — P e r s o n a l . — A t e n d i e n d o á los
méritos contraídos p o r V . S. con sus notables trabajos relati-
vos á asuntos diversos del r a m o de Correos, y especialmente
á los títulos que ha adquirido coadyuvando con sus conoci-
mientos y estudios especiales, y con documentos raros y va-
liosos, á la publicación de los Anales de las Ordenanzas de
Correos de España, he acordado nombrar á V . S. CARTERO
PRINCIPAL HONORARIO DE MADRID CON USO DE UNIFORME
Y SIN SUELDO, y que figure este nombramiento en los libros
del personal de la Cartería central. L o |digo á V . S. para su
conocimiento y satisfacción.—Dios guarde á V . S. muchos
años.—Madrid 20 de Marzo de 1880.—El Director general,
G. Crtizada.—Señor doctor Thebussem.—Medina Sidonia..»
H e aquí la aceptación del interesado:
«Excelentísimo Señor: H e recibido el oficio de V. E., fe-
cha 20 de los corrientes, en el cual me participa que he sido
n o m b r a d o Cartero principal honorario de Madrid con uso de
uniforme y sin sueldo. E s t e preciado y honrosísimo galardón,
que agradezco con t o d a mi alma, paga con usura los ligeros
trabajos literarios que he consagrado al servicio de Correos, y
a d t m á s me c o m p r o m e t e y obliga á proseguir tratando, en
cuanto mis fuerzas lo permitan, del ramo que V . E. tan acer-
tadamente dirige en España.—Dios guarde á V. E . por muchos
años, como deseo.—Huerta de Cigarra (Medina Sidonia) 24 de
122 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Marzo de 1880.—El doctor Thebussem.—A Su Excelencia


D. Gregorio Cruzada Villaamil, Director general de Correos y
Telégrafos de España.—Madrid.»
Excusado es decir á V. si el nombramiento del flamante
cartero fué recibido con jolgorio por los empleados del ramo
de Correos y por los amigos del doctor. Llovieron en su casa
las felicitaciones y los regalos, y de éstos recibió no menos de
sesenta y uno que menciona D. F . de P. Marina en un curioso
artículo intitulado El doctor Thebussem K A R T R O honorario,
que publicó la Revista de Correos en su número 177, corres-
pondiente al mes de Agosto de 1881.
Entre estos regalos, valiosos todos, hay tres que merecen
mención especial.
El primero es el uniforme completo de cartero, compuesto
de levita, pantalón, gorra y cartera, todo ello del mayor lujo,
riqueza y elegancia, que mandaron á Thebussem los altos em-
pleados de la Dirección de Correos.
El segundo es un hermoso pañuelo de seda, regalo de las
señoritas doña Carmen Zulueta y doña Carmen de Herrera
Dávila, con esta leyenda bordada: ^Lasdos Cármenes comple-
tan el uniforme al primer Cartero honorario de España.^
Y el tercero se compone de un alfiler de acero y oro, pri-
morosamente cincelado por el artista toledano D. Mariano
Alvarez y que representa una carta y la cifra KRTRO, bajo
corona real. Este regalo es del insigne escritor y grande
amigo de Thebussem, D. José de Castro y Serrano, que no con-
tento con obsequiar al doctor de una manera tan delicada,
tuvo la buena ocurrencia de comprarle un par de alpargatas
granadinas y remitírselo con la siguiente deliciosa epístola:
«Sr. Dr. Thebussem.—Madrid i.° de Junio de 1880.—Mi
querido amigo Thebussem: Cuéntase de Pío IX que cuando era
el ídolo de los patriotas italianos, le regalaron éstos una co-
rona. Había por entonces en la ciudad eterna una bailarina
que compartía con el Pontífice el favor de las masas, y á quien
se les ocurrió regalarle una corona también.
Asaltóles, sin embargo, la duda de si envolvería esto al-
guna especie de desacato, por lo cual resolvieron consultar
al Papa:
EL DOCTOR THEBUSSEM 123

—Santísimo Padre—dijeron los de la comisión;—quisié-


ramos saber si al regalarle una corona á la Fulana, podría ofen-
derse Su Santidad.
El bondadoso Pío IX contestóles sonriendo:
—Podéis ofrecerle á esa señora cuantas coronas queráis sin
que yo me ofenda: lo único que me ocurre es que, tratán-
dose de una bailarina, sería más lógico que le ofrecierais unas
buenas zapatillas.
Esto es lo que me sucedió, amigo doctor, cuando supe que
hacían á V. cartero honorario de Madrid. No calculando qué
ofrecerle con tal motivo, me pareció lo más lógico enviarle á
usted unas alpargatas. Donoso es el uniforme que le dedican
á V. los señores del Correo; pero se me figura que sin la levita
de botón dorado, y sin el pantalón azul turquí, y sin la gorra
con corona, podría' un cartero repartir muy bien su corres-
pondencia; lo que dudo es que pudiera hacerlo sin unas al-
pargatas cómodas y flexibles. Ahí van, pues.
Algunos me han dicho que mi obsequio va á ser inútil, por-
que, aun cuando prendas de uniforme, V. no se las pondrá
nunca. Los considero en un error, y considero que no conocen
á V. Usted que ha preferido á los honores de jefe de Admi-
nistración y á la gran cruz que ha tiempo merece, los honores
de cartero de Madrid y la banda de correa de su balija, V.
se pondrá de seguro las alpargatas. Pero... ¿cuándo? Supon-
gamos que los Reyes van alguna vez á Medina Sidonia, donde
usted habita, y que al recibirse su correspondencia se pro-
mueve en la corte la duda de quién sea la persona á quien in-
cumbe ofrecer las cartas á SS. MM. Cien voces se levantarán
en este caso diciendo: |Thebusseml ¡Thebussem!... Aquel día
estrena V. sin remedio las alpargatas.
Además, que no es preciso que V. se las ponga para que
deba tenerlas. General ha habido que tenía espada sin haberla
usado nunca, y marino que gastaba ancla sin haberla echado
en un bajo jamás. Siempre servirían para que lo retratasen á
usted con ellas puestas, ó para que las enseñaran sus descen-
dientes como timbre glorioso de la familia. Aún no pierdo la
esperanza de que figuren, andando los años, en el museo de
Romero Ortiz.
124 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Sobre todo, Sr. Thebussem, mientras más duren, más du-
rará, colgado en un clavo y á la vista, el recuerdo de su mejor
y antiguo amigo,—José de Castro y Serrano.^
¿No es verdad que esta carta es un regalo que vale tanto
como el de un Príncipe?
No bien se hizo público el nombramiento de cartero hono-
rario de Madrid, cuando las administraciones principales de
la Península y Ultramar apresuráronse, por su parte, á ob-
sequiar al doctor con el título precitado; y, tanto la de Madrid
como las de la Habana, Puerto Rico, Barcelona, Almería, Pon-
tevedra, Orense, etc., mandáronle diplomas elegantísimos en
los cuales la caligrafía y el dibujo derrocharon todos sus pri-
mores.
Y ahí tiene V. de qué manera el doctor Thebussem, por
virtud de sus grandes merecimientos facultativos, es el único
ciudadano español que puede ostentar el título de cartero ho-
norario de España y de sus Indias, á trueque de honores y
condecoraciones que se le ofrecieron y rehusó con tanta discre-
ción como modestia.
La historia del cartero es, como habrá V. visto, muy curio-
sa é interesante, y no he podido resistir al deseo de contársela
á V. con alguna extención. ]Si en este preciso momento histó-
rico no llevo ganada la mitad del libro de Wolzogen, habrá
que confesar que tiene V. el alma más dura que mi primer
apellido!

* *

Si los trabajos del doctor Thebussem se hubiesen limitado


á la Filatelia, el nombre del famoso escritor hubiera quedado
archivado en las administraciones de correos. Pero no ha
sido así afortunadamente; su donosa pluma había ya armado
una revolución en el campo de los cervantófilos, antes de ad-
quirir celebridad en nuestros fastos postales.
Desde Cervantes pasó Thebussem al correo, y se apoderó
muy pronto de omnia re scibili, sirviendo platos literarios va-
riadísimos y condimentados de un modo tan especial, que pron-
to fueron buscados con avidez por los gourmets de la litera-
EL DOCTOR THEBUSSEM 125

tura. Hoy disfruta el doctor de una reputación envidiable; sus


escritos se leen con fruición y su nombre ha llegado á alcanzar
una importancia que puede calificarse de única, atendido al
género de sus trabajos y al estilo especialísimo que en ellos
campea.
Voy á ver si puedo trazar un boceto literario del doctor
Thebussem de un modo claro, si no conciso.
¿Quiere V. que apelemos á la teoría de los medios? ¿Quie-
re V. que sigamos el procedimiento de Zola, aunque me tache
usted de caricatura de la escuela naturalista? Vamos allá.
Hace pocos días recibí carta del doctor, en la cual, devol-
viéndome recuerdos que yo le había mandado para su señor
padre, me decía:
— «Va á cumplir ochefitq y siete años y todavía me corrige
mis artículos. Los mejores toques del Galiana (i) se deben á
sus advettimñentos.»
El padre del doctor corrigiendo á los ochenta y siete años
de edad los artículos de su hijo, representa la fuerza intelec-
tual y la robustez física, dato precioso que demuestra eviden-
temente que Thebussem tiene mucho que agradecer á la he-
rencia natural.
El doctor es, sin embargo, un gastrálgico, puesto que va
todos los años á Marmolejo, cuyas aguas sientan bien á sus
neuralgias estomacales. El estómago vive á espensas del ce-
rebro, lo cual indica en Thebussem más actividad, más viveza,
más combustión á favor del espíritu, y, por tanto, la irritabiU-
dad de carácter consiguiente.
Estoy seguro de que se ríe V. de mis sutilezas de analista.
Ríase cuanto quiera; pero escuche y no juzgue hasta el fin.
Examinemos ahora el medio en que vive el famoso doctor.
Al abrigo de toda necesidad material, separado por completo
de la horrible agitación que trae consigo la lucha por la exis
tencia, yo me figuro á Thebussem rodeado de esos dos gran
des amores que acercan al hombre á la divinidad: el amor á
la familia y el amor al trabajo.

( I ) Artículo de Thebussem, publicado en la Ilustración Españota y Ame-


ricana, en su número de 30 de Noviembre de 1886 (suplemento).
126 REVISTA CONTEMPORÁNEA

El doctor tiene dos hermanos, distinguidísimos marinos


ambos, si mis informes no yerran, y separados, por consi-
guiente, de la casa solariega de Medina Sidonia. Thebussem
ha quedado en ella al lado del respetable anciano, cuya envi-
diable vejez ilumina con los encantos de una juventud espiri-
tual, gallarda y lozana, y á cuyo lado trascurre la existencia,
en el hermoso ambiente de la ternura, del cariño y del res-
peto.
Después del amor filial, el amor á la literatura. Thebussem es
bibliófilo-, no hay sino fijarse en los asuntos de su predilección,
para comprender que dispone de un inmenso arsenal de libros
y documentos, admirablemente ordenado y del cual se sirve
para exclarecer las curiosas cuestiones que su pluma toca á
cada instante.
Pero el doctor no se parece á la generalidad de los bibliófi-
los, no es Harpagón. Hay bibliófilos que coleccionan libros,
como se coleccionan carteles ó calcomanías; que encierran
los ejemplares en las bibliotecas, como se encierran en los
Museos arqueológicos palimpsestos de Sesostris (si es que el
pergamino existía en aquellos tiempos, que no estoy fuerte en
la materia) ó antediluvianos dólmenes que hay que ver con pa-
peleta y en días señalados.
Muchos bibliófilos me dan idea de un avaro que se muere
de hambre en una habitación cuyas paredes están llenas de
monedas de oro y de plata, limpias y brillantes, y que repre-
sentan inmenso capital.
Excuso decir á V. que hay también, entre los carceleros de
incunables, algunos que recuerdan á aquel buen señor muy
bajo de estatura, que entró en nuestra Biblioteca Nacional, y
dirigiéndose á un empleado, le dijo melosamente:
—¿Me hace V el favor de un Diccionario?
—Sí, señor; ¿de qué lengua?
—De la que V. quiera; es para sentarme encima.
El doctor Thebussem no está, afortunadamente, en nin-
guna de esas categorías de bibliófilos místicos ó cancerberi-
les (¡) que guardan sus libros como las hijas del Rhin guarda-
ban el oro con el.cual forjó Alberico el anillo de los Nibe-
lungen.
EL DOCTOR THEBUSSEM 127
No señor; Thebussem es un Creso que desparrama sus te-
soros urbi etorbe. Mientras en Madrid cuesta entrar en la bi-
blioteca de un Jacob más trabajo que en una cindadela sitia-
da, Thebussem abre la suya de Medina Sidonia á todo el
mundo, constituyéndose el doctor en teléfono idealizado de
las curiosidades que hay en ella.
Quien examine con alguna detención los escritos de The-
bussem, hallará en seguida en ellos un penetrante aroma cer-
vantino.
—Sentó odor difemina—decía el Don Juan de da Ponte, adi
vinando en el ambiente el perfume de la mujer.
—Sentó odor di Cervantes—se puede decir, en mi concepto,
sin vacilación alguna, leyendo la obra del doctor Thebussem.
Ahora bien; coloqúese á un temperamento literario en un me-
dio exclu.'iivamente clásico, en el cual la colosal figura del autor
de Don Qluijote de la Mancha ocupe el primer lugar; añádase á
este medio puramente artístico el medio social representado
por la paz envidiable del hogar doméstico y obrando fuera de
las agitaciones del mundo, fuera del choque de las pasiones,
fuera de las mil controversias á que el estado de la moderna
literatura conduce á un siglo ávido del por qué, y surgirá clara
y determinada la entidad del doctor Thebussem.
En Cervantes, la pureza predomina. Pureza en la expresión,
aun en aquellas ocasiones en que la expresión reviste la ma-
yor crudeza; pureza en el sentimiento, pureza en la descrip-
ción, en el acento, en el ritmo, en los contornos de la frase;
pureza en todo. Cervantes dice cuanto quiere decir, y lo dice
como debe decirse, fundiendo la idea en el yunque de una sin-
taxis maravillosa, toda atracción, toda claridad, en la cual la
sutileza del concepto aparece siempre fácil y comprensible,
merced á la encantadora naturalidad de la expresión.
El gran Goethe que VV. admiran, con tanta razón, escribía
en 1782 á su íntimo amigo Jacobi una carta en la cual, para
darle á entender la trasformación que se había efectuado en sus
costumbres, se servía de la admirable metáfora siguiente:
«Cuando sobre un horno de herrería ves una masa de fuego
incandescente, no piensas en las escorias que allí se ocultan,
no tienes idea de aquella aleación impura que va á despren-

128 REVISTA CONTEMPORÁNEA

derse bajo los golpes del gran martillo. Entonces se despren-


den las inmundicias que ni el mismo fuego ha podido separar
del metal, se derraman en ardientes gotas, vuelan chi-iporrotean-
do, y el acero sin mezcla queda en las tenazas del herrero.
Diríase que he necesitado un martillo de esa fuerza para
limpiar mi naturaleza de todas sus escorias y purificar mi cora-
zón. ¡Y cuántas, cuántas inmundicias se ocultan en él toda-
vía!» ( I )
El estilo de Cervantes en su Quijote es ese acero sin mezcla
que aquí queda en las potentes tenazas del genio Y ese acero
es tal, que su brillo ciega y deslumbra y hace aparecer como
escorias todo cuanto se funde en las herrerías del prógimo,
con muy escasas excepciones.
El doctor Thebussem conoce ese acero, como pocos, porque
lo maneja constantemente, lo tiene á la vista, lo mira y remi-
ra con arrobamiento; y alejado, como he dicho antes, por el
medio social en que vive, del moi/imiento mundano, parece
que el ser del literato vive envuelto en ung especie de paraíso
cervantino, en el cual pierde toda idea del mundo exterior.
Diríase que arrebatado por el culto que á Cervantes profe-
sa, la sangre andaluza que corre por las venas del doctor le
hace revivir la vida de aquellos tiempos en que el habla caste-
llana alcanzó el ideal de la expresión. El modo de datar The-
bussem sus escritos, lo castizo de su frase, el sabor á veces
arcaico de su sintaxis, todo ese atractivo perfume clásico que
cuanto brota de su pluma encierra, da idea de un escritor que
vive como en un ensueño delicioso, evitando premeditada-
mente cuantos asuntos pudieran traerle á la vida moderna del
lenguaje, y refugiado, cobijado en la perpetua adoración de un
Dios de quien nadie que sea español y escriba ha de renegar
jamás.
El Quijote es una inmensa sátira; el fondo de los escritos
de Thebussem es la sátira también, sátira dulcificada siempre,
ponderada, como ahora se dice, por el medio ambiente pláci-
do y feliz en el cual trascurre la existencia del doctor, pero

( I ) Correspondanceentre Goethe et Schíller.—Tomo I.—Introduction.


París.—Charpentier.—1863,
EL DOCTOR THEBUSSEM I29 .

en la cual trasciende más de una vez el dejo de una naturale-


za sensible, nerviosa, que la soledad y la calma mantienen en
equilibrio.
Para que todas estas circunstancias concurrieran á un fin
útil y bello, era necesario gran discernimiento, si habían de
fundirse en adecuado molde. Esa preciosa cualidad no ha fal-
tado al doctor, que, con discreción exquisita, huye de todos
aquellos asuntos en los cuales el sentimiento ó la pasión ha
brían de rechazar un lenguaje anacrónico, dentro del fuego y
del ardor de estilo que hay que comunicar á las cuestiones que
preferentemente trata la hodierna literatura.
Thebussem no se mueve en ese terreno Ya he dicho á usted
que es un teléfono idealizado de las curiosidades que su biblio-
teca contiene. Su especialidad consiste en elegir entre esas cu-
riosidades aquellas que dan idea exacta de ciertos usob y cos-
tumbres de pasados tiempos.
Y como la dicción reposada, severa y pura que el doctor
se ha asimilado de la obra de Cervantes viene al fondo de
esos asuntos como peras en tabaque (que hubiese dicho San-
cho), de aquí que los trabajos de Thebussem puedan ostentar
ese estilo especial que en otro caso parecería amanerado y
culterano, y es en éste natural y bellísimo, encanto y admira-
ción de cuantos leen los artículos del insigne literato de Me-
dina Sidonia.
Claro es que las libertades deplorables que hoy se usan en
la hermosa lengua de Cervantes, han de violentar profunda-
mente la serena atmósfera que rodea al doctor. Por eso sus
advertimientos se dirigen con preferencia á los que hacen tabla
rasa del idioma y necesitarían aquel gran martillo de que habla
Goethe en su carta á Jacobi.
El doctor Thebussem es un centinela fiel que guarda la pu-
reza de nuestro idioma; y en los diversos escritos que han bro-
tado y brotan de su pluma, se observa el prurito de velar por
el glorioso abolengo del habla castellana.
Pero no vaya V. á creer que es un reaccionario sin corazón,
un intransigente a outrance\ nada de eso. Óigale V. en un ar
tículo titulado ^Triunfará la mayoría? que escribió en 1882,
para demostrar el mal uso que se hace de la palabra mayoría.
TOMO LXV—VOL, II. 9
130 REVISTA CONTEMPORÁNEA

El párrafo que voy á copiar resume admirablemente el pen-


samiento del doctor sobre las libertades del lenguaje. Dice
así:
' <No crea Vm. que rae cuento entre los que se afligen con
la entrada de nuevas palabras y de nuevos giros en el habla
castellana. No deseo petrificar el idioma pretendiendo que fa-
bien en paridad los ornes sabidores de ahora, como hablaban
los del tiempo de Maricastaña. Esto sería una idea descabella-
da y absurda, hoy, que gracias á la nube de libros y periódi-
cos que nos ilustran y nos afligen, cada locución avanza en un
año más que antes avanzaba en cuarenta. Debemos variar,
caminar y adelantar en el lenguaje con menos velocidad que
el telégrafo y con más ligereza que carreta de tardos y pere-
zosos bueyes. En el término medio está la virtud.»
Eso dice el doctor y eso predica con el ejemplo. La belle-
za de su estilo está precisamente en que, conservando el sabor
cervantino, la ligereza y la gracia que campean en el Quijote,
se amolda perfectamente á las convenienciasn del día. Más
que en la sintaxis, que sobre ser pura y corriente, se rnueve á
sus anchas en el molde moderno, la belleza del estilo thebus
siano está en la palabra, está en el uso de sustantivos y de
adjetivos demasiado olvidados actualmente y que el doctor
emplea con oportunidad y acierto tales, que no hay sino la-
mentar el olvido y adoptarlos incontinente .
Y vea V. de qué modo consigue Thebussem que el asunto
más baladí adquiera interés é importancia, y se vuelva en sus
manos arma dehcada que, sin herir cruelmente jamás, le sirve
para enderezar entuertos de la novísima literatura, y ejercer
sobre ella influencia sana, bienhechora.
No es el pedagogo airado que levanta su férula contra toda
noción de progreso, sino el celoso guardián de muchas rique-
zas que, lejos de encerrarlas como un avaro, las muestra á to-
dos, exclamando satíricamente:
—Ya que las queréis perder, no las perdáis de un golpe;
perdedlas poco á poco.
Y como los asuntos que trata su pluma son, lo repito,
siempre nuevos y curiosos, y encaja en ellos perfectamente el
estilo puro y bellísimo del doctor, amén de la libertad que le
EL DOCTOR THEBUSSEM Í3I

permite en todas ocasiones su original seudónimo, de aquí


que Thebussem haya alcanzado nombre notorio y respetado
en la república de las letras, y tenga numerosos a m i ^ s y ad-
miradores que leen con deleite cuanto el doctor escribe en va-
rios y muy diversos periódicos de España.
Los literatos más eminentes de la nación se cartean con el
ilustre Cartero honorario de España y de sus Indias, y hué-
lome que si el solitario de Medina Sidonia diera á los cuatro
vientos de la publicidad los documentos epistolares que su
despacho guarda, como ha dado á luz algunas de las curiosi-
dades que tiene en su biblioteca, á fe que se aquilataran en-
tonces los tesoros de su talento envidiable y de su exquisita
modestia.
Uno de los escritores á quienes más quiere y admira The-
bussem es nuestro insigne Castro y Serrano.
Oiga V. lo que me decía no há mucho el doctor en una de
sus cartas:
<Lo mismo que un cadete pudiera mirar á Narváez, miro yo
á Castro. El es mi maestro: sin él, sin que él corrigiera y pu-
siera el V.° B." á todos mis artículos, no podría yo escribir.
He trazado cosas disparatadas, y Castro le hace unas varian-
tes tales, que las deja buenas. Yo miro á Castro como un po-
zo mirará á la Giralda, etc.»
¿Qué le parece á V.? ¿No es verdad que la discreción y la
modestia de Thebussem se hallan muy bien retratadas en ese
párrafo? Y no hay, en mi concepto, nada más justificarlo que
la admiración que el doctor manifiesta por el autor de las má-
gicas Cartas trascendentales.
Thebussem y Castro y Serrano son dos temperamentos
iguales, que obran en dos medios completamente distintos.
El doctor vive en la soledad, Castro se mueve dentro de las
agitaciones del mundo. Toda la diferencia está ahí, y mientras
el primero no pasa de la superficie, el segundo ahonda- mu-
cho, y es, portante, más humano. Agregue V. alas condicio-
nes de analista de Castro y Serrano una pluma que, sin perí
frasis, puede sostener la comparación con el cincel del gran
Benvenuto Cellini, y tendrá V. idea de un escritor que hace
la autopsia del alma con la misma serenidad olímpica, con la
132 REVISTA CONTEMPORÁNEA

misma sátira ponderada que el Dr. Thebussem emplea en sus


autopsias grarnaticales.
Un ejemplo: En el Roger Kinsey, de Thebussem, folleto del
cual remito á V. una copia, hay la siguiente frase:
«.No hay motivo de pena tú de sorpresa en ningún hecho hu-
mano, si se profundiza ó medita en las causas que pueden haber-
lo originado.-»
Ya lo ve V.; el doctor suelta esa frase, como si se tratase
de un aforismo vulgar, con un desgaire que parece estudiado,
y es, sin embargo, naturalísimo en él.
Pues bien; si Castro y Serrano se apoderase de la frase del
doctor, bastaríale esa nota, al parecer insignificante, para ha-
cerla vibrar en el corazón humano. Arreglaría un escenario,
encajaría en él un pequeño drama, y el diablo me lleve si no
era capaz de mostrar triunfante el «Estudíala,» de Zola, en
oposición al «Mátala,» de Dumas, hijo, con respecto á la mu-
jer adúltera.
Todavía ha de ver V. mejor las afinidades de Thebussem
y Castro y Serrano, en los dos cuentos siguientes:
He aquí el del doctor. Hállase inserto en el folleto Nombra-
miento de cartero honorario, etc.
«Dicen que por aquellos remotísimos tiempos en que no
gozaban fama de rectos y probos los jefes de aduanas, llegó
un nuevo vista á la de cierta población de España. El tal suje-
to, que era moreno, feo, picado de viruelas y bizco por añadi-
dura, tenía cara de pocos amigos. Reunió á los subordinados
y les pronunció un discurso sobre honradez, moralidad y pu-
reza, tan enérgico y elocuente, que los pobres salieron tem-
blando. Baste decir que en siete ú ocho días no hubo gatupe-
rios en la aduana.
»Pero así como los gorriones, pasado el miedo del espanta-
jo, vuelven á la sementera, los comensales del fisco, pasado el
susto, volvieron á las andadas. Entérase el jefe de los enjua-
gues; llama segunda vez á capítulo á su mesnada; cierra las
puertas de la oficina; coge un enorme garrote; da con él un
tremendo golpe sobre la mesa, y con acento de rabia y cólera,
soltó la voz á semejantes razones: «Señores.,,: Lo sé todo y
tengo en mis manos las pruebas de todo. Ustedes, que ni me
EL DOCTOR THEBUSSEM I33

han conocido ni me conocen, van á conocerme hoy. Llevo


muchos años de rodar por aduanas, y he sido cocinero antes
que fraile. Ni ustedes, ni otros que valgan más que ustedes,
me la dan á mí por boca de títere. Ustedes se han repartido
bonitamente hace pocos días seis mil reales..., luego diez mil...,
¡y ayer mismo veinte mili... Yo me tengo la culpa; esta mal-
dita cara seria y fea, y el sermón que prediqué á ustedes so-
bre moralidad, han sido seguramente la causa de tan infame
conducta. Pues c . . . (y soltóle redondo), sepan ustedes que
esta plática ha de ser la última... y sepan también, añadió
blandiendo el garrote, que yo agradezco cincuenta duros
media onza... dos pesetas... cualquier cosa..., pues no soy
quisquilloso ni delicado, ni miro si es mucho ó poco lo que me
pueda tocar de las cantidades que ustedes roban.—He dicho.»
El cuento de Castro y Serrano, es el mot de la fin de un
precioso artículo titulado Año nuevo, publicado por la Ilus-
tración Española y Americana en su último número de 31 de
Diciembre próximo pasado. Dice así:
«Cuéntase de una anciana, cuya vida fué modelo de caridad
y virtud, que en sus largas oraciones sólo pedía á Dios el
conocimiento de su muerte tres días antes de que se verifica-
se, y eso para ir bien dispuesta al tribunal de la justicia divi-
na. Fueron tantos sus servicios y tan piadosas sus súplicas,
que el Señor accedió á su ruego; por lo cual, cuando ya te-
nía cerca de cien años y se hallaba sin dientes para comer, ni
estómago para digerir, casi sin lengua para hablar y con es-
casas facultades en potencias y sentidos, observó una noche
luz resplandeciente en su cuarto, abrió los ojos y divisó entre
nubes un ángel alado que con dulce voz exclamaba:—De
parte de Dios te digo que dentro de tres días se verificará tu
muerte.—La anciana permaneció unos instantes en silencio,
hasta que resolviéndose á responder, murmuró:—Oiga usted,
angelito, y ¿no podría usted decir á su Divina Majestad que
no me ha encontrado?»
Lea con detenimiento esos dos cuentos, y V. que es obser-
vador, adivinará desde luego las grandes afinidades que hay
en los dos artículos y el temperamento muy semejante de los
dos narradores.
134 REVISTA (CONTEMPORÁNEA
Ponga V. á Castro en Medina Sidonia y á Thebussem en
Madrid, ó invierta V. los térniinos, y verá V. como los dos
•pájaros proceden del mismo nido, con la diferencia de que
el uno se ha quedado en casa y el otro ha volado fuera del
hogar doméstico.
Por esa razón Thebussem siente admiración profundísima,
sincera, por los escritos de Castro y Serrano, y éste admira á
su vez los del doctor Thebussem; es una reciprocidad de sen-
timientos que se funda en el afecto de raza.
Entre las obras de Thebussem que remito á V., va la fa-
mosa Ristra de ajos. Dos palabras acerca de este curiosísimo
folleto que le llamará á V. mucho la atención.
El doctor Thebussem no se ha contentado generalmente
con escribir él, sino que ha obligado á escribir á muchos y
muy famosos ingenios de España, en controversias cervánti-
cas, culinarias, gramaticales etc., etc.
Pero ninguna tan donosa é interesante como la que dio
lugar á la publicación de la Ristra de ajos. Tratase en ella de
buscar la etimología de un sonoro y eufónico sustantivo que
es la interjección favorita de los españoles y está indicado en
la c... que habrá V. leído en el cuento del administrado!' de
aduanas.
Del mérito de cuantos artículos forman parte del folleto, no
he de decir á V. palabra; con pensar en el buen rato que va
usted á pasar leyéndolos, me doy por satisfecho. Únicamente
le haré saber que el ingeniosísimo y descaradísimo Morisco
Alfajamín es D. Francisco Asenjo Barbieri, el maestro zar-
zuelero por excelencia, cuya vida y milagros conoce V., mer-
ced á una modestísima obra que obra hace algún tiempo en su
poder, y cuyo título reservo, y que Andrés Corzuelo es seu-
dónimo de un chispeante escritor satírico y sainetero renom-
brado que se firma Manuel Matoses.
De los demás colaboradores de la Ristra de ajos, nada pue-
do decir á V., porque ignoro sus verdaderos nombres; pero
de que es gente de ingenio que puede venderlo en cantidad y
quedarse con buen acopio, no le cabrá á V. duda en cuanto
lea lo que han escrito.
Después de todas estas noticias no me queda sino resumir
EL DOCTOR THEBUSSEM 135

brevemente y trazar un catálogo de las obras del doctor The-


bussem.
• Un temperamento literario de primer orden, impregnado de
clasicismo, refinado por la adoración á Cervantes; un biblió-
filo y un curioso además, obrando en un medio ambiente á
donde no llegan las agitaciones del mundo; éste es, en mi con-
cepto, el doctor Thebussem. Las circunstancias que le rodean
atemperan su sensibilidad, por lo cual, dominando como do
mina indudablemente la nota satírica en sus escritos, se halla,
no obstante, mitigada, velada por la presión benéfica que
sobre el carácter ejerce una vida normal, en la cual el orden
establece envidiable equilibrio.
No ha faltado quien encontrara á los trabajos de Thebus-
sem un defecto capital, calificándolos de tonterías. Para excla-
recer este asunto, sería preciso determinar dónde comienza la
tontería y acaba la discr^ión. [Cuántos macizos de prosa al-
tisonante, ó acocotada son tonterías solemnes, mientras cuaren-
ta líneas bien escritas dejan en el espíritu profunda huella!
Nada de lo que está bien hecho es tonto; lo difícil es hacer
bien las cosas, y es tanto más difícil hallar bondad, cuanto es
más pequeño un asunto que, por su propia pequenez, parece
rechazarla.
En su folleto titulado Kpankla contestó Thebussem victo-
riosamente á esos argumentos pueriles, con el párrafo si-
guiente:
«Tres españoles discretos, observadores y penetrantes
como ellos solos en toda cuestión de crítica, escriben: el uno,
que lo más inútil, lo más trivial, lo más despreciable, encierra
tesoros sin cuento y abre nuevos caminos al cultivo de la inteli-
gencia;—el otro, que cualquiera que sea la ocjipación que el
hombre dé á su actividad, si de ella resultan goces á su entendi-
miento ó á su organismo, sin daño de los demás, y trayendo al-
gún provecho, .mayor 6 menor, á las ciencias ó á las artes, debe
respetársele y aplaudírsele,—y el tercero agrega que, todo gé-
nero de conocimientos y estudios, aun los que parecen más vanos,
dan resultados útiles, y á veces sorprendentes^ (l).

(l) D, José Ruiz y Ruiz, D, José María Asensio y D Fermín Caballero.


136 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Y á mayor abundamiento, puede citarse la opinión, de un
escritor desconocido para mí, que, con el seudónimo Orlando,
dedicó en el núm, 435 de la Revista de España una noticia
bibliográfica á la Ristra de ajos.
Dice Orlando:
«Sin embargo, ¡qué talento no se desplegará para que que-
demos convencidos de que el matar mal ó bien los sellos in-
fluye poderosamente en el destino de las naciones, y una vez
que se ha leído uno de sus escritos, nos mueva á recomendar-
lo como digno de las personas más serias! ¡Qué erudición tan
varia y tan copiosa no se verterá para que aquellos trabajos
resulten de una amenidad tal, que una vez empezados, desea-
ríamos que se prolongaran indefinidamente! |Qué arte tan
maravilloso para ir apoderándose del ánimo del lector, comen-
zando por explicarse las causas y darle la razón del juicio
desfavorable que sospecha le merece cosa tan mezquina, y
siguiendo en un tono con cierto dejo de sátira festiva, hasta ir
conquistando su espíritu, llegar al tono serio y formal, que
hace que el libro y el autor que al principio nos parecieron
bufos, se presenten respetables á nuestros ojosl ¡Qué discreción,
en fin, tan natural para tratar los asuntos más resbaladizos y
hasta mal olientes en otros escritores!
j>Nada tan atrevido y peligroso, apesar de la sana inten-
ción que en él se descubre, como tratar el extraño asunto de
Ristra de ajos sin dar motivo al escándalo, ó al menos sin
originar cierta protesta sorda contra tales audacias, y, sin em-
bargo, y aunque no figura el doctor Thebussem sino como
uno de los muchos colaboradores del libro, por ser él la per-
sona á quien los demás se dirigen, y el pensamiento y el al-
ma de la obra, resulta ésta audaz y osada, llena de desenfa-
dos del ingenio, sí, pero esencialmente literaria.»
Nadie habrá que pueda rebatir estos argumentos de Orlan-
do, y yo por mi parte sólo añadiré que las censuras de los que
han aconsejado alguna vez al doctor Thebussem que se deje
de zarandajas y de vanas curiosidades para dedicarse á asuntos
de mayor monta, deben haberle hecho el efecto que haría á
quien se entretiene, v. gr., en cultivar tres macetas, el buen
consejo de
EL DOCTOR THEBUSSEM I37

—iHombrel... ¿Por qué no planta V. olivos ó siembra un


pinar? •
—Señor mío, por una razón muy sencilla: porque no tengo
tierra, ni me sale de las narices (aunque la tuviera) meterme
á vender tablas ni aceite.
Por supuesto que las tonterías de Thebussem lo son para los
que no pueden ver sino la parte puramente superficial de las
cosas. Lea V., por ejemplo, el artículo Don Antonio Pérez,
Don Juan de Herrera y Don Gregorio Lopes, mencionado en
los comienzos de esta carta; léalo V. con atención y verá de
qué modo tan admirable y sutil defiende el doctor una tesis
democrática que no tiene nada de común con la democracia
que se fríe en las cocinas de la política.
De ese tamaño son las tonterías de Thebussem, y ellas le
han granjeado la admiración y el respeto generales, porque
son tonterías bellas y útiles que quedarán para enseñanza de
los discretos, mientras lo que quede del inmenso bagaje que
al asombro de los tontos dejan muchas eminencias de cartón,
cabrá, dentro de pocos años, en un bolsillo de mi chaleco.

««

Voy á terminar trazando el catálogo de las obras de


Thebussem.
Original en todo, lo es hasta en la impresión de sus folle-
tos, que ostentan, en general, dentro de la tipografía moder-
na, rasgos característicos del antiguo arte de imprimir. Ade-
más, como el doctor no es pobre (y viva mil años en ese es-
tado), se permite el lujo de estampar en la mayoría de sus
obras un «NO SE VENDE» semejante á un guardia civil,
que impide el ingreso á la turba multa de la industria literaria.
Si V., mi querido Sr. Goldschmidt, supiera lo que he suda-
do y trasudado para reunir un catálogo bastante completo de
las obras de Thebussem, en verdad que me mandara V., no
sólo la traducción de Wolzogen, sino una Wagneriana entera
y la partitura para canto y piano del poema lírico puesto en
música por Goldmark, y me quedo corto.
138 REVISTA CONTEMPORÁNEA

He tenido que poner á contribución á ios amigos del ínclito


cartero honorario, ir del uno al otro, hecho un azacán, y hasta
enjugar negativas, como diría algún flamante traductor de
folletines franceses.
Cuanto á remitir á V. sendos ejemplares de sus folletos,
¿cómo he de hacerlo, pobre de raí, si á mí mismo me falta la
mayor parte? ¿Querrá V. creer que me he ivisto precisado á
ojear algunos de ellos en presencia de sus afortunados posee-
dores, que ni aun me han permitido llevármelos y tenerlos en
mi poder por espacio de veinticuatro horas? ¡En tal estimación
Se tienen y tan celosamente se guardan los trabajos literarios
del doctor Thebussem!
He aquí la lista de ellos:

CERVÁNTICOS

1. Droapiana de 1869. (El doctor se firmaba entonces


Droap.)
2. Miscelánea cervántica.
3. Programa de las fiestas que en el aniversario del naci-
miento del Sr. D. Quijote de la Mancha, y en honor de
Miguel de Cervantes Saavedra, han de celebrarse el día 31 de
Diciembre de 1876, por los discretos moradores de la Casa
del Nuncio de la imperial ciudad de Toledo. (Picante y dono-
sísima sátira contra los cervantófilos.)
4 Siete cartas sobre Cervantes y el Quijote.

CORREOS Y FILATELIA

5. Nombramiento de cartero principal y honorario de


Madrid, con uso de uniforme y sin sueldo, á favor del doctor
Thebussem.
6. Kpankla y Klentrron, Cartas filatélicas.
7. Obliterations marks (discurso en inglés).
8. Literatura Philatélica de España.
9. Diccionario geográfico postal de España.
10. Elenco de Mapas.
11. Los jefes de Correos.
EL DOCTOR THEBUSSEM I39

12. Partes de Correos en el siglo XVI. (Bellísima edición


hecha en Valencia.)
13. Fiat justitia.
14. Anales de las Ordenanzas de'Correos. Nota biblio-
gráfica.
15. La cacografía y los sobrescritos.
16. El Correo y la pintura.

VARIOS

17. Vamos á cuentas. Carta al Excmo. Sr. D. José de


Cárdenas.
18. Desafío de D. Juan Pardo.
19. ¿Triunfará la mayoría?
20 Tres antiguallas.
21. Cómo se acabó en Medina el Rosario de la Aurora.
22. Ristra de ajos (2.^ edición).
23. Roger Kynsey.
24. Fábulas fabulosas.
25. Del renacimiento del derecho en Europa.
26. Datos históricos sobre D.=^ Blanca de Borbón.
27. Yantares y conduchos de los Reyes de España.
28. Los alfajores de Medina Sidonia.
Esas son las obras de Thebussem que yo he visto impresas;
no van por orden cronológico. De ellas remito á V. copias de
los folletos señalados con los números 6, 16, 21, 22, 23, 24 y
28. No he podido hacer más sino quedarme con las manos
casi vacías y esperando que el doctor, si de estas líneas se en-
tera, abra su corazón á la magnanimidad y nos mande á V. y
á mí lo que en nombre de ambos solicito de su cortesía.
No me es posible citar los numerosísimos artículos que ha
escrito y han publicado diversos periódicos de España y del
extranjero. Esos artículos están pidiendo á gritos su colección
en uno ó en varios volúmenes que servirían de solaz y rego-
cijo á los amantes de la buena literatura.
Usted conoce los que han visto la luz en las columnas de La
Lidia, y sepa V, que de la admiración que le han causado parti-
ciparon en seguida los aficionados á nuestra fiesta popular, en-
140 REVISTA CONTEMPORÁNEA
tre los cuales hay muchísimos que gustan de las bellas letras
y que, encantados como V, con los primores de estilo de
Thebussem, lo han buscado en todas partes y convertídose en
devotos suyos; de lo cual resulta que un semanario tau riño ha
servido para traer al doctor un caudal no despreciable de ami-
gos y admiradores entusiastas. De cómo las pequeñas causas
producen los grandes efectos.

» «

Y ahgra, Sr. Goldschmidt, V. dirá si queda satisfecho de


mi larguísima carta, cuyo juicio espero con ansiedad y tem-
blándome las carnes. De músicos, cantantes y toreros estoy
hasta la coronilla; me ha obligado V. á hacer un escarceo por
el campo puramente literario, y me he metido en él, según ha-
brá V. visto, como potro sin freno.
Sea V. sincero en su crítica, y dígame, si bien le parece,
tzapatero, á tus zapatos,» que á ellos volveré, y Cristo con
todos. De otra suerte, pida V. por esa boca, y aquí estoy para
servirle y acometer otras empresas del tnismo género.
Si esta sale fallida, me quedará, sin embargo, un gran con-
suelo: el de haber dedicado algunas horas (para mí deliciosas)
de trabajo al doctor Thebussem, al hombre á quien quiero y
estimo porque es muy bueno, y al literato á quien admiro y
respeto porque me enseña mucho.
De V., respetable Sr. Goldschmidt, servidor y amigo devo
tísimo
A N T O N I O PEÑA Y GOÑI.

Madrid y Enero á 16 de 1887.


MIS MEMORIAS ^'^

1846-1850
SECCIÓN SEXTA

MoHseCot Donnet.—El Príncipe A. Deinidoff.—Lola Montes.—¡En Mataró,


6 en Constantinopla?—(Abajo las dagasl—Farolines y farolones.—Los jó-
venes de la alta banca.—A pluma y á pelo, como Alcibiades.—Quién in-
trodujo el gabán recto.—Capítulo de mujeres.—Dónde estaban las tradi-
ciones del buen tono.—Una escultura, una mano y varios volcanes.—Don
Salvador.—Historia crítico-filosófica del abogado. —Los pasantes ante el
capitalista, el procurador ante el capital, y el notario en su capitulo.

AJEMOS Ó subamos; cómo á VV. les parezca. Del


mundo oficial, trasladémonos á las humildes re-
giones donde mora el resto de los mortales, y, á
fuer de galantes, empecemos por algunas nota-
bilidades extranjeras que tuvieron á bien honrar con su visita
á los barceloneses durante aquel período. Notabilidades por
cierto bien distintas en todo: en respetabilidad y en cate-
gorías sociales.

(I) Véase la pág. 27 de este tomo.


142 " REVISTA CONTEMPORÁNEA

Acuérdeme de tres, entre centenares: Monseñor Donnet,


Arzobispo de Burdeos: el Príncipe Anatolio Demidoff, y la
por tantos títulos famosísima Lola Montes.
Monseñor Donnet estuvo de paso en Barcelona con objeto
de activar una suscrición benéfica, creo que para el Instituto
africano. Era hombre de complexión apoplética, de venerable
aspecto, con unas largas y nevadísimas canas en artístico
abandono. Ocupó una vez el pulpito en la iglesia de San Fe-
lipe Neri, predicando en su lengua, y con un acento puro
Norte, imposible para oídos españoles poco ejercitados. El
cónsul Lesseps acompañaba constantemente al Arzobispo:
el día que fueron á la Catedral, yo, con mi afición al fisgoneo,
me declaré parte de la comitiva. Probablemente los señores
canónigos no entenderían una palabra de lo que les decía,
cuando Sa Grandeur creyó conveniente hablarles en latín:
cada cinco minutos les dedicaba esta aduladora frase:—
nPulcherrimam caihedmlem habetis.-»—Distaba mucho de ser
rana en cuestión de historia, literatura ó arqueología sagra-
da. Nada de cuanto iba viendo en la Catedral le cogía de
sorpresa: ni la rica custodia de la sacristía, ni las arcas
con restos de los Berengueres, ni el Cristo de Lepanto, ni el
sepulcro de Santa Eulalia, ni el cuerpo incorrupto de San
Olegario, ni la capilla de la Purísima, ni las caricaturas de
algunos frisos, ni lo que le contaron de la Tomasa, que así
se llamaba la campana grande.
Al Príncipe Anatolio Demidoff, ó mejor dicho, Príncipe
de San Donato, título romano—porque lo de Príncipe Demi-
doff, título ruso, le había costado un disgusto en el Jockey-
Club de París, con el secretario de su Legación,—al Príncipe
Anatolio, repito, le conocí en uno de los conciertos del Liceo.
Era el mismo Demidoff, casado con la Princesa Matilde, hija
del Rey Jerónimo, el compinche de Pigault-Lebrun. Hombre
suelto de maneras, rubio, coloradote, con más trazas de co-
sechero de la Rioja que de magnate ruso. Con achaque de
calor, se presentaba en todas partes vestido de casaquilla y
chaleco nankín, pantalón de crudo, zapatones, corba'ta en-
carnada y ancho sombrero de jipijapa.
Aquel gran señor se untaba de plebeyo, al revés de la ge-
MIS MEMORIAS I43

neralidad de los plebeyos que, en teniendo dinero, úntanse


de señores. Contábanse de él porción de aventuras que des-
mentía con dignidad, y al oírlas repetir montaba en cólera;
pero lo que no desmentía ni podía desmentir era lo henchido
de caudal, pues poseía una inmensa fortuna en minas de ma-
laquita, criaderos de oro en los Urales, y otras menudencias
por el estilo. Tenía, como todos los Demidoff, la manía de
las colecciones. En Barcelona arañó de muchos sitios para
hacer provisión de atavíos y trajes del país, por supuesto,
pagando muy buenos cuartos. Hasta quiso tener un uniforme
completo de Mozo de la Escuadra, y parecióme bien la idea
de llevarlo á San Petersburgo, para que allí se pudiese compa-
rar mejor la institución con otras del género moscovita.
¿Qué edad tendría Lola Montes cuando estuvo en Barce-
lona? Entre los veinte años y los cuarenta y cinco, pueden
ustedes cortar por donde gusten. Mirada á cierta luz, parecía
una muchacha; otras veces jamoneaba ya; tan pronto se ha-
bía enranciado la tez de aquella mujer, que, en realidad, no
pasaría mucho de los treinta. Sólo tenía bueno los ojos, y
cierta gracia en el andar; lo demás vulgarísimo, sin' distinción
ni asomo de elegancia. Por la Rambla paseaba muy agarra-
dita del brazo, de su marido Heald, teniente de la Guardia in-
glesa, barbilampiño, de diez y ocho años, con seis mil libras
de renta, que la pobre Lolíta tuvo que pasar por la humilla-
ción de admitir al atrapar al muchacho. Ya en aquellos mo-
mentos, el astro de Munich había recorrido más de la mitad
de su órbita; la heroína descrita por Malmesbury se había
batido con los afghanes en la India, había cantado por las
calles en Bruselas, bailado en Varsovia, pisado las tablas en
París, y trastornado el seso al pobre Luis de Wittelsbach,
primero dé aquella triste serie de maniáticos que se llaman
reyes de Baviera. Prójimos hay que imaginan haber cumpli-
do su misión sobre la tierra, haciendo tres cosas: escribir
un libro, tener un hijo y plantar un árbol. Lola puso más
alta puntería, y alzado el ánimo á mayores cosas, no se con-
tentó con menos que con volcar á un rey y hacer demostra-
ción de bizarría luchando cuerpo ó cuerpo con un pueblo
entero. Cuando yo la vi, todavía la quedaba mucho que andar
144 REVISTA CONTEMPORÁNEA

á la Condesa de Landsfeld, baronesa de Rosenthal. Tenían


que morir por ella tres ó cuatro hombres; tenía que recorrer
la América, hacer ruido en California, visitar la Australia y
dejar sus huesos en algún hospital; que en esta punta suele
terminar la carrera de los gladiadores. Sin duda, aquella tem-
poradita de Barcelona fué un corto paréntesis, durante el
cual cruzó por la imaginación de Lola buscarse, con su mo-
nada de teniente, un nidito de amores. Creyó encontrarlo en
una de mis casas de Mataró, á la orilla del mar, con extensa
huerta. Hízome proposiciones para alquilarla, y quedamos
en esperar su decisión unos días. Al cabo de una semana
se me presenta el mayordomo, diciendo que la Sra. Condesa
tenia que ausentarse por algún tiempo, y que todavía no era
cosa resuelta si se quedaría en Mataró... ¡ó en Constanti-
nopla!

II

Poco podré decir de la aristocracia barcelonesa de mis-


tiempos, como no sea hacer constar que los señores que la
componían eran perfectos caballeros, de extremada cultura y
ameno trato. No se conocían entre ellos ni aquellas petulan-
cias ni las fatuidades que tan antipáticos hacían á los de su
clase en otras provincias. Algunos de los nuestros habían
comulgado con el carlismo y hasta formaron parte de la
Junta de Berga: estos eran los intransigentes, que vivían re-
tirados, sin hacer la menor concesión á las nuevas formas
políticas. Otros, por el contrario, se iban acercando cada día
más á las instituciones. Sea por espíritu de transacción ó
por convicción propia ó por cálculo, procuraban hacerse po-
sibles en el Ayuntamiento, en la Diputación provincial, en
los Cuerpos colegisladores. Para el exclusivismo nobiliario,
Barcelona tiene un grave inconveniente, y es que la indus-
tria y el comercio producen una constante filtración de aris-
tocracia del dinero, ante la cual la de sangre tiene por fuer-
za que ceder, so pena de anularse.
MIS MEMORIAS 146
Vióse esto claramente cuando, bajo el régimen moderado,
se volvieron á introducir en Barcelona las antiguas procesiones
de Semana Santa. Era costumbre en ellas que los señores nobles
solteros—uso la frase de rúbrica—acompañasen á la Virgen
de los Dolores, así como los señores nobles casados—idéntica
reserva—formaban el séquito de la imagen del Cristo de los
nobles, escultura colosal que había que llevar á pulso con dos
asas, y por ello y por su enorme peso, solía confiarse todos
los años al Marqués de Alfarrás, hombre de hercúleas fuer-
zas. Mientras la cosa no pasó de asunto de congregación ó
cofradía, nadie dijo una palabra: no así cuando unos cuantos
mozalvetes pretendieron restablecer, como distintivo nobilia
rio, el uso de la daga ceñida sobre la vesta del congregante
Fundábanse en no sé qué antigua ley ó costumbre ó privile
gio. Otros que esto oyeron, sintiendo bullir sus instintos de
mocráticos, alborotaron el cotarro. Empezó á llover un dilu
vio de epigramas, coplas y soneticos: salieron á relucir los
dictados de dagueros, daguistas y daguíferos: unos extremaron
el lance poniéndose dagas como machetes: otros, para con
jurar la nube, renunciaron á usarlas al ver que se democraíi'
zaban; hasta que al fin, ante las manifestaciones de la opi
nión, la dichosa daga cayó como prenda simbólica de clase
No había entrado en Barcelona, y tardó mucho en entrar
la novísima manía de engalanarse, por Roma ó por Castilla
con motes de capricho. Cada quisque se mostraba contento
con lucir el nombre de su padre. Usaba título el que lo tenía
por su casa: los nuevos solían darse á militares de fama,
como Manso y Llauder, ó á algún travieso banquero, como
el viejo Fontanellas. Más bien se notaba un si es no es de
tendencia á suprimir calificativos de sabor feudal, pues ya no
sonaban, en los protocolos, ni ciudadanos honrados, ni discre-
tos, ni magníficos señores. Continuaban algunos poniéndose el
de delante del apellido, diciendo que podían hacerlo en virtud
de ejecuto-ria; mas como era un gusto inocentísimo y sin con-
secuencia, se les dejaba nobletear, y el mundo seguía tan
campante.
Supongo que ahora los aficionados á títulos se habrán des-
pachado allí á su gusto, como ha sucedido en toda España.
TOMO L X V . — V O L , 11. 10
146 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Dicen que esto prueba la persistencia del espíritu aristocrá-


tico. ¿Qué se yo? Mal síntoma, muy mal síntoma, que empie-
cen á abaratarse los artículos de puro lujo. Acordaos de los
Romanos cuando los optimates entraron á alternar'con los an-
tiguos patricios; de Venecia cuando se abrió el Libro de oro
á los simples ricachones; de nuestra propia nobleza cuando se
apeló al recurso de vender hidalguías.
Los pocos que dieron en la ñor de improvisarse un alias
blasonado, eran la delicia de los que estábamos detrás de la
barrera. Nada tan divertido como la lucha que se entablaba
luego entre ellos y los de abolengo. Lucha incesante, atroz,
desesperada. Y sucedía una cosa singular. Mientras que los
históricos no solían hacer gala de sus títulos por creerlos de
sobra conocidos, los nuevos, los de cuño reciente, acostum-
braban anunciarlos á son de trompeta. Uno conocí que, siendo,
cuando raso, de los que parecen haberse tragado el asador, se
volvió, de titulado, una gelatina: os buscaba, se os acercaba,
se sonreía, os estrechaba la mano, os abrazaba, y nada podía
serle tan grato como oírse decir: «¿Hola, marqués? ¿Cómo
está V., marqués? ¿Qué me cuenta V., marqués? ¿Y la mar-
quesa?»
Eso de la vanidad tiene mucha filosofía. Llaman á la va-
nidad pasión insustancial; sin sustancia será, pero con tal ri-
queza de detalles, que no me atrevería á comprender en una
sola clasificación toda la familia de los vanidosos. Desde
aquel simplón que se tiznaba la cara y se ponía de lacayo en
la trasera de su propio coche, para que creyesen que tenía un
negro, hasta el otro bobo que os exhibe en visita sus botas
de charol, son infinitas las estratagemas á que apela el que
ansia distinguirse del común de las gentes.
No basta distribuir los ísitoles en farolines, faroleros y farolo-
nes; hay además la farolería sorda, la de los que llamaba
Quevedo necios con caparazón y gualdrapa que os encubren
una vanidad sin límites con capa de sencillez y bajo las apa-
riencias más humildes. De estos tales teníamos varios en Bar
celona entre la gente de viso. Recibió uno la Gran Cruz de
Isabel la Católica. No es cosa, decía él, de andar á todas
horas con el colgajo á cuestas; pero si erais amigo de la fami
MIS MEMORIAS 147

lia, buscaba un pretexto para enseñaros la casa, y así como


al descuido, os dejaba ver en el salón el retrato con la banda.
Diéronle á otro un destino con tratamiento de usía. No gus-
taba de que se lo recordasen, ni llegaba á aquello de «Santa
María, parienta de usía.» Pero á todas horas andada el cria-
do, usía por arriba, usía por abajo. Una vez se descuidó de-
lante de gente, y le llamó de usted. Ya entonces nuestro
hombre no pudo contenerse y soltó los frenos: — «Adoquín
de Satanás, grita con ojos de basilisco, ¿no hay un usía en
esa boca?»—Cierto brigadier estaba esperando por momentos
la faja de General.—«Mi brigadier, ¿cuándo le damos á usted
la enhorabuena?—¿Qué enhorabuena?—Toma, la del ascenso.
—¿Ascenso yo? Nunca pensé en semejante cosa.»—Por aque-
llos días solía encerrarse horas y horas en su despacho. In-
trigó esto al asistente y se puso á mirar por el ojo de la ce-
rradura. Nuestro veterano se estaba paseando por la habita-
ción, colocado en una silla el uniforme completo de Maris-
cal de campo; y cada vez que pasaba por delante, hacía
una reverencia y decía saludando con la mano: «Adiós, mi
General; mi querido General, bástala vista.»
¿Cuándo acabaremos? Nunca. Vaya de ramillete final un
caso de vanidad archiconcentrada. Trátase de un hombre
de tan sencillas costumbres, que rayaban c^si en primitivas.
Era rico y ponía todo su empeño en pasar por pobre. Pero
tenía el flaco especial, no de comer buenos platos, gusto có-
modo que alabo, sino de que la gente lo supiera. A este efec-
to, mientras jugaba al tresillo con los amigos, tenía que en-
trar todas las noches el criado á preguntarle, coraní populo,
cómo quería, para la próxima comida, tal ó cual plato favori-
to. Un día, pues, que él estaba delicado, se le acerca el criado
de puntillas y le pregunta á media voz cómo quería el cuarto
de gallina.—^«Me es igual»—contesta el otro amostazado;
mas luego llamándole á capítulo: «Pedazo de atún—le dice,—
nunca nombres partes, sino el todo; no debiste hablar de
cuarto, sino de gallina, y mejor todavía, de gallinas.»—Al
otro día había vaca á la moda.—«Señor—pregunta el socarrón
del criado:—¿cómo quiere V. las vacas?»
148 REVISTA CONTEMPORÁNEA

III

Mucha memoria se necesitaría para ir apuntando, uno por


uno, los muchachos visibles que bullían por aquellos salones,
teatros y casinos. Por otra parte, ni ellos ni yo tenemos
gran interés en ir acumulando apellidos: ellos, porque si han
alcanzado la fortuna de llegar á los cincuenta, serán
ahora unos gravísimos personajes, más atentos á calcular lo
que hayan cosechado de maduros, que á entretenerse en recor-
dar lo que sembraron de mocitos; yo, por no incurrir en proli-
jidades que fatigarían al lector con razón sobrada.
Gran número de aquellos jóvenes pertenecían á la alta
banca: los hermanos Massó, Plandolit, Ricart, los Villave-
chia y Juanito Prats, uno de mis mejores amigos. Algunos
de ellos habían recibido una brillante educación en el extran-
jero; todos dotados de buen talento, activos, emprendedores,
y mancebos exquisitos por la gracia y cortesanía de sus pala-
bras y modales.
Formaban la.segunda tanda los elegantones: Gay, Fer-
nando Vedruna, Catalán y Pancho Solernou, si no me equi-
voco, después Barón de Solernou y representante de Mo-
naco. No se vaya á creer que por ser estos señores tan esme-
rados en el vestir, habían de carecer de aquellas condiciones
que se exigen para la vida seria. Al contrario, siendo la ma-
yor gala de la Ciudad, gozaba cada uno de ellos, en la especia-
lidad de su Tespectiva carrera, justa fama de discreto; y aun
alguno, en máp de una ocasión, dio claras muestras de
envidiable talento. Lo que hay es que si les daba por ahí en
vez de darles por otras cosas más arriesgadas, no encuentro,
á la verdad, motivo para censurarlos, recordando que Alci-
biades pudo ser á un tiempo el primer figurín y el primer per-
sonaje de la culta Atenas; que Murat, apesar de sus tres ho-
ras diarias de tocador, se hacía aplaudir por su mismo impe-
rial cuñado en las cargas de caballería y logró escalar un tro-
MIS MEMORIAS I49

no; y, que, ya mucho antes, los primores de un sastre no


habían sido obstáculo para que el elegantísimo Richelieu die-
ra en Mahón una soberbia tunda á los ingleses. Y al fin y al
cabo, nuestros cuatro liones barceloneses no hacían más que se-
guir, en materia de modas, el noble ejemplo de otros varones
más autorizados. Porque ¿quién creerán VV. que nos eman-
cipó en Barcelona del feo paletot ceñido, reemplazándolo por
el recto sin botones? Pues nada menos que el respetabilísimo
D. Claudio Antón de Luzuriaga, cuando estuvo de Regente
en aquella Audiencia.
En tercera sección pondremos la serie de los interminables,
con todos los tipos clásicos: el D. Juan, el sentimental, el di-
ligente, el haragán, el correcto, el estrafalario. Allí, en aquel
hervidero, se estaba amasando la pasta social para tiempos
más cercanos á los nuestros; el que con los negocios había de
echar soberbio tren, y e! que había de dejarse en ellos el pe-
llejo; el que iba á ser columna del partido conservador, ú hon-
ra del nrogresista, ó ídolo del federal, ó esperanza del repu-
blicano-, el que empezaba á cultivar los ideales y el que no
se había impuesto otra misión que la prosaica de aumentar
su linaje; el que boeeteaba en su estudio y había de ser glo-
rioso pintor, ó pedimenteaba de pasante y había de ser ilus-
tre abogado, ó recetaba en pisos cuartos y había de ser médi-
co eminente; el naviero y el industrial, con quienes había-
mos de reñir aquí grandes batallas...
Capítulo de mujeres, capítulo arriesgado: no, ciertamente,
para aquellos tiempos míos, en que la mejor sociedad podía
desafiar en Barcelona los rigores de la más severa crítica.
Teníamos nuestras étoiles: Manolita Ll***, Amelia B***, hoy
señora de G***, la marquesa de S***, la señora de C***, es-
posa de un rico capitalista. Hermosura, talento, discreción,
nada podían envidiar: ante todo, señoras de su casa. En la
belleza y en la distinción dábase la primera algún parecido
con una noble dama que ha sido después el principal orna-
mento de la Corte.
La marquesa de S*** era, digámoslo así, el eje de la socie-
dad barcelonesa. Todo giraba en derredor suyo, porque tenía
—y conserva—el inestimable don de gentes para atraerse lo
l5o REVISTA CONTEMPORÁNEA

más selecto y florido. Obispos, generales, jefes políticos, in-


tendentes, corregidores, magistrados, particulares de posi-
ción, nadie que quisiese pasar por persona de calidad, dejaba
de acudir á los salones de la Marquesa para ofrecerla sus
respetos. Con escrúpulo sin igual conservaba aquellas tradi-
ciones del buen tono que algunos pretenden hallar vincula-
das en las personas de cierto rango. Sus recepciones, aunque
poco frecuentes, eran brillantísimas; citábanse, entre los
competentes, como lo mejor de lo mejor en lo inmejorable.
La señora de C*** seducía, no precisamente por su acen-
tuada belleza, sino por el sello plástico de una figura escul-
tural que parecía salida del cincel de Cano va. En el teatro
traíase de paso todos los ojos. Su blancura marmórea, pero
realzada con los tonos calientes de una escogida toilette, os
hacía soñar vagamente en alguna inspirada creación de fray
Angélico, escapada de un marco de los TJffizj. Su mirada
melancólica producía tormentos é insubordinaciones capaces
de desesperar á un cenobita. Aquella mano fina, ari^ocráti-
ca y lánguidamente posada sobre la barandilla del palco,
hacía reventar en las almas volcanes devastadores y plan-
teaba en las imaginaciones problemas de paraísos imposibles.
Nuestra hada incomparable vino á Madrid, donde cogió una
pulmonía, de que murió. La delicada flor no podía vivir más
que en su invernadero.
Rondaba, á la sazón, por Barcelona una especie de rodri-
gón de ochenta años, que había tomado á su cargo el oficio
de cavaliere servente. No era, ni por asomo, un sigisbeo, como
los que en Italia se imponían á veces hasta en las capitula-
ciones matrimoniales, según refiere el erudito Molmenti; de
aquellos á quienes llamaba Goldoni martiri femminilmente
nervosi della galantería, que en Venecia acompañaban á las
damas al Conservatorio, al teatro, á misa ó á oír á los predi-
cadores célebres, y con las patricias se les veía en las fiestas
de San Marcos, y della Madonna della Salute ó los primeros
domingos de cada mes nella capella del Rosario dei Domenicani,
No, no llegaba á tanto el buen D. Salvador; no hubieran
consentido tal, ni las rígidas costumbres de Barcelona, ni la
austera virtud de nuestras damas. Ceñía su misión á librarlas
MIS MEMORIAS . l5l

de ciertos conflictos de pura cortesía, dándolas el brazo á la


salida de los teatros para bajar las escaleras. Espantaba los
moscones haciéndolas compañía en el palco, recogía su aba-
nico ó las entregaba los gemelos, y algunas veces se corría
hasta ir á esperar sus órdenes á la puerta de los respectivos
salones. Parecía una momia de la décima ó undécima dinas-
tía egipcia, según estaba de amarillo, de seco y acartonado;
ocultaba su calvinismo bajo una peluca castaña artificiosa-
mente rizada; lucía por dentadura dos magníficas sartas de
perlas que habían sido propiedad de los Sres. Centena y Bar-
bier-Bergeron, acreditados cirujanos de la boca, y cubría
aquel cuerpo relleno de siglos con fraques, chalecos y panta-
lones siempre recién salidos del taller del esclarecido Bollin-
ger. Detalle final: unas botas tan apretadas, que el pobre se
iba tambaleando como si le zarandearan el espinazo, que sos-
tenía á nivel, apesar de la corcova en que los años le habían
doblado las espaldas. Decían si había ó no había sufrido al-
gún percance serio en sus campañas de joven; téngolo por
posible; ello es que, sea por razón de sus años, sea por otras
causas, inspiraba á todo el mundo la más absoluta confianza.

IV

Mi paso por el Colegio de abogados fué rapidísimo. Sólo


dos años ejercí, del 5o al 52, ya fuera del período que estoy
reseñando. Mas, de mucho antes, me iba enterando del per-
sonal del foro barcelonés. Ya he hablado de Permanyer; se-
ñalábanse además Barret, como especialista en asuntos mer-
cantiles, Rius y Roca, Melchor Ferrer, Pablo Pelachs, anti-
guo alcalde progresista, Juncosa, Soler y Gelada, Miguel Co-
ma, Pablo Valls, y un joven valenciano, Ramón Revest,
que alcanzó en pocos meses envidiable fama. Duran y
Bas, Vilaseca y otros que pasan hoy por veteranos, no habían
entrado todavía en escena.
¿Cómo no me decidí á abrir seriamente bufete? Capricho
l52 . REVISTA CONTEMPORÁNEA

no sería. Antes de graduarme, pude aprovechar y aproveché


mil ocasiones de ir tanteando el terreno.
Fijábame en la consideración que rodea á los grandes
letrados, en su respetabilidad, en sus resonancias, en sus
triunfos y en el provecho que reciben. De lo cual infería que,
con un poco de labia, buenas relaciones, alguna habilidad en
el manejo de los textos legales y su tantico de gramática par-
da, la cuestión industrial, la de pane lucrando, estaba asegu-
rada con el bufete.
Mas luego iba entrando en otro género de reflexiones.
Sentíame, y me sigo sintiendo, refractario á la letra muerta.
Respeto la ley escrita como el primero, pero no la venero ni
sé venerarla como haya un ápice de discrepancia entre ella y
mis convicciones. Dadme á interpretar, exponer ó glosar una
ley cualquiera: al momento, en vez de interpretarla, la juzgo;
en vez de exponerla, la aquilato; en vez de glosarla, la discu-
to. Voime derecho á sus fundamentos racionales, y, si no me
satisfacen, la ley pierde su prestigio á mis ojos, y no hay
quien la levante en mi espíritu. No lo puedo remediar: tengo
una tendencia irresistible á pretender que todo lo legal sea
siempre legítimo á mi manera. Ved cuál es de peregrino mi
temperamento.
Perdonad mis osadías y hablémonos un momento al oído.
Despojad la fórmula legal de sus atavíos externos: lo excelso
del legislador, lo sabio del consejero, lo ciugus¿o del santuario.
En último término, ¿es otra cosa la ley que una opinión im-
puesta? ¿Y no encontráis algo de nimiedad en pasarse horas
enteras averiguando gué es lo que quiso decir el que puso dos
líneas en un Código? Yo, por ejemplo, en los momentos en
que esto escribo, acabo de recibir del Gobierno el honroso en-
cargo de prepararlos trabajos para la formación de un Códi-
go industrial. Quiero suponer que mi proyecto cuaje: que lo
lleven á las Cortes, que allí se apruebe, con discusión ó sin
discusión—que de iodo se dan casos entre nuestros conscrip-
tos.—Quiero suponer todo esto: ¿no me he de reír al ocurrír-
seme la idea de que, dentro de un par de siglos, puedan reunir-
se en junta seis ó siete abogados para entenderse sobre lo
que yo quise decir en tal ó en cual artículo, cuando acaso, á
MIS MEMORIAS l53

fuerza de querer decir muchas cosas, no haya conseguido de-


cir nada?
Me indican por lo bajo que este lenguaje es anárquico,
porque tiende á barrenar la autoridad de las leyes. Despaci-
to, señores; que una cosa es obedecer la ley, y otra cosa es
tenerla que manejar como artículo de fe cristiana. Eso, eso
es lo que ha repugnado siempre á mis instintos. Que hay que
partir de la ley para que la sociedad marche: convenido. Que
ha de haber hombres consagrados á explicarla y otros á im-
ponerla como tal ley, dejándose de más razones: convenido
también. Pero yo no me sentía de la madera de aquellos
hombres; vamos, que no me sentía. Que por allí se va á las
felicidades, á las alturas sociales, y con buen viento de popa,
al camino de las minas de oro. Cierto, cabal, axiomático. So-
lamente que, para trabajar en minas hay que cavar mucho,
y para andar con el azadón se necesitan dos cosas que no
tenemos todos: fuerza de brazos y fuerza de resuello.
Otra consideración me hacía poco simpático el noble ejer-
cicio de la abogacía. Asombrado me quedaba oyendo en es-
trados á más de un letrado. ¡Qué manera de argüir y de re-
dargüir y de hacer blanco lo negro! Causábame á la vez pe-
sadumbre y enojo. ¡Y con qué gravedad y con qué sublime
aplomo se dice allí lo que no se siente! Laboulaye, en su
Prime Caniche, ha presentado el tipo del abogado diestro. Es
aquel Pieborgne que, con unas mismas frases hábilmente pre-
paradas, se hace á sí propio el pro y el contra en dos magní-
ficos discursos. Dicen que los abogados son los expositores
de la ley; cuidado que no sean sus verdugos. Tanto es lo que
la estiran, la retuercen, la ensanchan, ó la achican. Si la ley
fuera de carne y hueso, perecería á sus manos en el caballe-
te. Y, francamente, este oficio de dar tortura á un texto des-
dichado, tampoco es para todo el mundo. Yo entonces, á los
veinte ó veintidós años, no adivinaba una cosa que he visto
después muy generalizada: la flexibilidad de juicio. No sabía
que hay juicios de línea ondulatoria y juicios de línea recta:
lógicas de derivación y lógicas cerradas. Con las derivaciones
y las ondulaciones varaos compaginando la vida: ¡ay del que
se entregue á los rigores de la dialéctica pura y no haya me-
154 . REVISTA CONTEMPORÁNEA
dio de sacarle la raya! Ese tal medrará poco en la vida prác-
tica, sobre todo como abogado; su lógica inflexible espantará
los negocios, y aun teniendo, vosotros y él, la mayor volun-
tad, no lograréis iniciarle, ni á tiros, en los secretos de la
chicane.

Conozco que va siendo un poco largo el párrafo dedicado


á mis queridos colegas; mas no me hagáis mudar de hoja,
antes de echar toda el agua al molino. Hasta aquí hemos vis-
to al abogado en el foro manejando asuntos privados: nos fal-
ta lo mejor, porque hay que verle al aire libre interviniendo
en los negocios públicos. La sociedad moderna ha hecho de
él un patrón cortado para todo: el abogado es el hombre po-
lítico por excelencia. ¡Qué sociedad moderna ni antigua! Casi
lo ha sido siempre. Ya lo fué en Roma; y si no, aquellos ora-
tores que, rodeados de su numerosa clientela, iban á recoger
en el Forum los sufragios populares que se habían conquista-
do en el Prceiorium; y si no, aquel Hortensio, rival de Cicerón,
que, merced también á sus clientes, pudo llegar al puesto de
lugarteniente de Syllá, Así siguieron las cosas, ingiriéndose
los abogados, con denominaciones varias, en todas las gran-
des situaciones históricas de Europa: feudales, cancillerescas
ó parlamentarias. Sin ser todavía más que estudiante de De-
recho, les iba siguiendo la pista con los libros en la mano; y
en verdad que si de cuando en cuando, los encontraba del lado
de las políticas francas y elevadas, las más veces les veía ini-
ciar, continuar ó aprovechar las que se pasaban de enmara-
ñadas y tenebrosas. Idéntico vicio de sutihzar, idénticos cubi-
leteos cuando formaban Curia que cuando formaban Gobierno.
Ellos, en la Edad Media, echan las bases del cesarismo á la
romana: ellos, en Francia, hacen doble juego en los antiguos
Parlamentos, unas veces en pro, otras en contra de la autori--
dad regia: ellos, en España, penetran en los Consejos y con
éstos y con la Cámara de Castilla, mientras mimaban al Rey,
MIS MEMORIAS l55
iban socavando las libertades municipales: ellos, en Inglate-
rra, sobrecargan de distingos la legislación normando-sajona,
la de los Plantagenetas y Tudores, convirtiéndola en un la-
berinto inextricable y hasta viciando el sentido constitucional,
como puede verse consultando á Montesquieu, Blackstone y
Delolme: ellos, en el Imperio germánico tienen casi que ser
expulsados de las Dietas, porque á puro adelgazarlos textos,
lastimaban los intereses de las Ligas comerciales, haciendo
causa común con los Emperadores sacro-cesáreos.
Lo de Laboulaye: el abogado nace con el instinto del pro
y el contra; advocatus Dei, advocatus diaboli, como dice en los
procesos de canonización, la Sagrada Congregación de Ritos.
Y está esto tan en la esencia del oficio, que al llegar el 89 y el
93, los abogados políticos prosiguen el mismo juego de anver-
sos y reversos, sin más diferencia que haberse convertido de
casuistas en ideólogos. Estados generales. Constituyente, Le-
gislativa y Convención toman .aires de foro con ribetes de
Academia. Barnave y Vergniaud, Danton y Robespierre sutili-
zan en abstracto sobre el Código de la Humanidad, como su-
tilizaban en concreto sobre el Recueil des Lois sus antecesores
del régimen antiguo. Después—¡si será fecunda en recursos
la sofistería!—lograron deducir, de la teoría de los derechos
del hombre, la teoría de la santa guillotina. Empezaron por
guillotinar á los demás y acabaron por guillotinarse entre sí;
con la misma frescura con que en otro tiempo nos hubieran
enrodado con los edictos, cédulas y ordenanzas en la mano.
Antójaseme que no habría de ser muy halagüeño el porve-
nir de los pueblos bajo el simple imperio de las togas. Des-
potismo por despotismo, casi, casi prefiero al suyo el de la
espada ó el de la teocracia. Siqiiiera el sable es franco: os da
de planO) de filo ó de punta y no se mete en razonamientos;
y la teocracia, antes de dominaros, os adormece con el fana-^
tismo, como el árabe á la serpiente, con la flauta mágica. Pero
el que viste toga tiene el hábito del pico, y antes de pegar, os
razona cada ampolla que levanta en vuestra personalidad con
sus leyes de garantía, cada boquete que abre en vuestro pen-
samiento con sus leyes de imprenta, cada tajo que da en
vuestra hacienda con sus leyes fiscales.
156 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Caso de necesidad, nunca faltará algún pica-pleitos para


convenceros de que el mimo á cintarazos es el mejor de los
mundos, y de que entre los papeles más codiciables y apeti-
tosos, el mejor es el de víctima. Así se ha ido paseando la
abogacía por la Historia, distribuyendo alegatos en favor de
todas las causas entreveradas: el antiguo derecho de naufragio,
el derecho de hacer esclavos, el derecho de la guerra, el derecho
divino de los Reyes, han salido enteritos del cerebro de los
abogados. Nadie les ha superado en el arte de labrar, con so-
berano artificio, las cadenas empleadas por los déspotas de
oficio. Me opondréis los nombres de un Campomanes, de un
Moñino, de un Jovellanos, diques en que se estrellaron am-
biciones militares ó corlesanas; de un d'Aguesseau, de un
Chaix-d'Est-Ange, de un Berryer, glorias del foro fran-
cés; de un lord Brougham ó de un sir Rowland Hill, perpe-
tuos abogados de las causas populares. Pero, con cortas di-
ferencias de años, ved quién remacha en Francia el clavo
imperialista. Si Portalis ayuda á Napoleón á hacer el Código,
en cambio Cambacéres, Lebrún y Gaudín son sus seides in-
separables, y los notarios que legalizan todas sus iniquida-
des; y ahí están Troplong, Baroche y Rouher, que fue-
ron las manos y los pies del sobrino, para montar y poner en
marcha aquella máquina gubernamental que dio al traste con
las libfertades, la honra y la dignidad de Francia.
Y en nuestra patria, ¿qué eran sino abogados los que man-
tuvieron la intolerancia religiosa en el Código fundamental
de i8i3? ¿Fueron, ó no, abogados ios que sacaron de las li-
berales Cortes del 22 las liheralisimas leyes sobre exportación
de trigos y harinas para Ultramar? Por abogados -han sido
defendidos 5' filosofados todos nuestros extravíos coloniales.
Con ayuda de abogados hemos inventado las peregrinas teo-
rías del protectorado como el mayor desiderátum del obrero,
del patronato, como último término de la emancipación del
negro. Y abogados, y muy cumplidos abogados son los que,
en nuestros tiempos, han sacado á luz las influencias mora-
les, las honestas distancias, las coaliciones de partidos ex-
tremos, la comunión bajo las dos especies, monárquica y
republicana, las líneas estratégicas de centros é izquierdas,
MIS MEMORIAS l5y

con otra multitud de perfiles y maravillas que, de seguir ade-


lante, irán convirtiendo el régimen constitucional en la más
amena y entretenida función de juegos icarios.

VI

Con el pasante, el procurador y el escribano, completemos


la revista de la Curia barcelonesa.
Un par de años antes de concluir la carrera y durante otros
dbs después de tomar la licenciatura, os instalaban en casa
de un letrado, ordinariamente amigo de la familia. A esto
llamaban hacer la pasantía. Si queríais hartaros de papeles y
almacenar casos prácticos, entrabais en el despacho de un
buen Relator: si, por el contrario, preferíais ser hombre de
pelea, os entregaban á un abogado de estrados. Relator 6
abogado, vuestro hombre no se meneaba de su silla, ni se me-
tía en daros reglas ó consejos: allá va eso, y os disparaba á
granel, sobre vuestra mesita del rincón, los pleitos y las cau-
sas criminales. ¡Qué profusión allí de entuertos que enderezar!
Habíalos para todos los gustos y para todos los gastos. Con-
fesemos un flaco de aquella edad. íbamos despachando los
expedientes, según lo más ó meaos abultado de las tripas.
Pleito ó proceso de poca tripa, despachado en el acto: algo
voluminoso, allá para las calendas grecas. Es decir, que me-
díamos los asuntos por lo extensivo, no por lo intensivo: cal-
culando que, si en los expedientes de pocas fojas podía ha-
ber bastante que meditar, en cambio en los de muchas había
más que leer, y tanto negro nos estorbaba. Licenciados ya,
nos encargaban trabajos de pacotilla, algún interdicto, algún
incidentillo. Si subíamos á informe y lo hacíamos á gusto
del principal, Su Merced nos abrazaba en su despacho, y
por todo estímulo, nos decía, con benévola sonrisa: «Vamos,
ya sé que ha estado V. lucidito.» Sueldo, ninguno: tenían á
sus pasantes aquellos potentados en la mayor necesidad 3^
aprieto: todo lo más un tanto alzado, para determinados tra-
158 REVISTA CONTEMPORÁNEA

bajos: alzado digo, por lo que ceñía, no por lo que abultaba.


¡Oh! sí: teníamos nuestros capitalistas, y bien duros de
corazón y bien estrechos de mano. Quéjense los obreros de
los suyos.
Formaban los Procuradores su Colegio especial con gran-
des ínfulas y ciimpanillaje. Digo: muchos de ellos pertene-
cían á la nobleza, usaban el de y eran caballeros de daga. Sa-
liditas que, en un país positivista, habían facilitado las gran-
des casas á sus segundones. Porque el oficio de procurador
era niuy lucrativo: no tanto por los negocios, cuanto por el
limitado número de los colegiados. Un buen procurador de
número estaba siempre muy bien aposentado en casa de su-
bido alquiler; se permitía al año un par de recepciones de
frac y de cuerpo escotado; hacía educar á sus hijos en colegios
extranjeros; hubiera puesto aya á sus hijas, si la moda de
entonces hubiese consentido institutrices; compraba la pro-
piedad de un par de butacas ó acaso la de un palco, en el,Liceo,
y se pasaba regaladamente los veranos en una torre ó quinta
comprada con su dinero en Gracia, Sarria, las Corts ó en
San Gervasio.
Rasgo singular que pinta al vivo hasta dónde llega feliz-
mente, en materia de vivir, el espíritu industrial de mis pai-
sanos. Aquellos verdaderos señorones, en cargando con los
papeles, se dejaban á la puerta sus humos nobiliarios y su
plena conciencia de acaudalados: sencillos, humildes y respe-
tuosos, subían y bajaban cien veces la escalera del abogado y
la del cliente; no se retraían de ser mosca de malos paga-
dores ni se desdeñaban de ir á satisfacer personalmente una
cuenta de honorarios; el Don y el Sy. Don no se apartaban de
sus labios al hablar con gentes de calidad; y cuando asistían
á estrados, allí les veíais, de modesto frac y aire motilón, dos
gradas más abajo, ellos, los señores del de, dos graditas más
abajo que el abogado plebeyo, tal vez no sobrado de pesetas.
También picaban muy alto, aunque no tanto, los Notarios
y Escribanos. Las notarías del Principado habían sido ofi-
cios enajenados de la Corona, y á voluntad las distribuían las
casas donde radicaban. No sé cuántas poseía la de mi exce-
ente amigo Ramón Dalmases. Vino después la reversión,
MIS MEMORIAS iSg

previo un expediente interminable, al cual, por lo largo é in-


trincado, dedicó unos versos muy curiosos- el poeta Cervino,
cuando era oficial de Gracia y Justicia.
Eso de que, para poner á flote la Hacienda se trátasela
fe pública como se trata una finca, me parecería ahora más
asombroso si las Haciendas de hoy, para salir de sus apuri-
líos, no tuviesen á bien apelar á otros recursos tan absurdos
como aquél, ya que no tan estrafalarios. Mas como suele de-
cirse y suele acontecer que del extremo del mal nace algún
bien, así, con aquellos repartimientos de la fe pública vino á
suceder que, comedio de sus funestas consecuencias, resulta-
se algún beneficio moral, aparte de la granjeria, y fué que,
como las notarías de pingüe rendimiento, y por consiguiente
las de las ciudades, no podían darse más que á personas de
cierta calidad y suficiente caudal para adquirirlas, esas tales
personas tenían interés en sostener la respetabilidad de la
clase, y por ende ennoblecieron el oficio. Con esto, cuando se
introdujo el sistema del Real nombramiento, y aun antes de
que se creara la cátedra notarial dirigida en la Universidad
de Barcelona por D. Félix María Falguera, ya el notario bar-
celonés era un hombre de verdadera posición y á veces de
grande autoridad en los negocios. No llegaba al notario francés,
que puede ser vuestro ojo derecho, vuestro amigo, consejero,
administrador y en ocasiones difíciles, hasta vuestro paño de
lágrimas; pero también distaba mucho de parecerse, ni en
sueños, á aquel antiguo escribano de Castilla, á quien llama-
ban uno de los tres enemigos de la bolsa. Notarios he conoci-
do en Barcelona, que daban quince y raya al mejor abogado:
diestros en encarrilar un pleito, maduros en consejo y expe-
riencia, y en casuística legal incomparables.
Y basta de curias y también de curiales: que ya están lla-
mando reciamente á nuestras puertas otros no menos intere-
santes personajes.
JOAQUÍN MARÍA SANROMÁ.

(5í continuará.')
BRIHUEGA Y SU FUERO

Continuación (i)

VII

UANDO se trata, en este linaje de estudios, de hil-


vanar los sucesos referentes á poblaciones de poco
renombre histórico, hállase el investigador con di
ficultades casi invencibles para dar á su relato al-
gunas apariencias de método. Así, nada tiene de particular
que no pueda ofrecerse en este trabajo otra cosa que algunas
noticias expuestas á la deshilada, y sin aquella trabazón y
concierto que exigen los principios literarios.
Estas dificultades, vistas desde el comienzo de mis investi-
gaciones, no han vencido mi propósito. Sabedor de que no
puede formarse una historia de la villa alcarreña como trazó
la suya de Segovia el clásico Colmenares, ó como se han es-
crito después las de otras ciudades y villas de gran importan-
cia, nunca he pretendido otra cosa que exponer las noticias
recogidas con harto trabajo, por no existir en los archivos
de Brihuega documentos, salvo alguno que otro, anteriores al
siglo XVI. Humilde obrero de la historia patria, traigo á su
servicio algunos materiales de poco peso y de liviana calidad,

(i) Véase la pág. 5 de este tomo.


BRIHUEGA y SU FUERO l6l

dejando á más expertos ingenios la tarea de servirse de cau-


dal de noticias tan poco copioso.
Por esto daré cuenta á los lectores de las noticias que he
recogido acerca de la vida de Brihuega en la Edad Media, vida
humilde y retirada, cuyo reposo apenas alteraron los sucesos
que en pueblos más insignes ocurrieron durante aquellos si-
glos de violentas tempestades, á que había de seguir la paz
. social, impuesta á sus reinos por los Reyes Católicos.
Y, prosiguiendo mi relato, digo que los sucesores en la sede
de Toledo y en el señorío de Brihuega del gran D. Rodrigo,
continuaron visitándola y procurando sus aumentos (i). La
posesión del fuero, que había de servir de norma y ejemplo á
ios que á algunos pueblos de las cercanías dieron después
otros Arzobispos (3), elevó la categoría del antiguo retiro y

( I ) En Tamajón hizo testamento el Arzobispo D. Juan de Medina, sucesor


de D. Rodrigo Jiménez de Rada, y en una de las cláusulas, para honrar cier-
tas reliquias que por mediación suya enviaba á la catedral de Toledo el Rey
de Francia, disponía que se entregasen á la misma catedral tres capas, una de
su uso y dos que tenía en Brihuega, «apud briocam.> Fecha del testamen-
to XIII de las kalendas de Agosto, era 1286 (aSo 1248),
En el archivo catedral de Toledo existe el anterior documento, así como
una carta latina del Arzobispo D. Martín López de Pisuerga, segiin la cual,
este prelado y otras cuatro dignidades eclesiásticas, habían sido elegidos
arbitros para arreglar la disputa entre G., Obispo de Sigüínza, y J., electo,
los cuales habían ido á Brihuega «apud Briogam» en la fiesta de San Bernabé.
No tiene fecha. Quizá ocurrió esto á la vez que cierto clérigo de Ledanca con-
fesó haber recibido la tercia de este lugar, hecho á que rae refiero en páginas
anteriores.
(2) Aun cuando, como veremos, no es el verdadero fuero de Brihuega el
que como tal ha dado á luz el sapientísimo P. Fita en el Boletín de la Acade-
mia de la Historia, no puede negarse que las reglas dadas en dicho documen-
to pueden considerarse como dechado y patrón de las que, á modo también de
ordenanzas, dio el Arzobispo D . Rodrigo al pueblo vecino de Archilla.
Lo mismo puede decirse del verdadero fuero de Brihuega respecto al de
Fuentes, que á esta villa, tan próxima á la otra, dio el Arzobispo D. Gonzalo.
Acerca de este fuero, que tiene alguna notoriedad, aunque aiín está inédito,
daré las siguientes noticias:
En el archivo municipal de Fuentes, á poco más de una legua de Brihuega,
existe un tomo en folio, forrado en pasta, que comprende varios pergaminos,
escritos y noticias, entre ellos el fuero original de aquella villa.
Lleva el tomo la siguiente portada: «Fueros y privilegio de Fuentes, dado
TOMO L X V . — V O L . I I . II
l62 REVISTA CONTEMPORÁNEA

estancia de caza de Alfonso VI. Las iglesias y otros edificios


se acababan, y las fortificaciones, seguro en tiempos de re-
vueltas civiles, ya que el muslime no ofrecía peligro, se robus-
tecían extraordinariamente, dando á Brihuega, juntamente
con la riqueza que atraían las ferias, el papel principal entre
los pueblos de la comarca, quizá sin excluir á Guadalajara,
Por lo cual vérnosle nombrado en varios documentos del
siglo XIII. Juntos debían estar allí, en Junio de 1256, Alfon-
•so X, el Sabio, y su hermano D. Sancho, Arzobispo electo de
Toledo, puesto que el primero en Brihuega, á 10 de dichos mes
y año, otorgó carta de donación de la villa y castillo de Ma-

por el Sr. Arzobispo de Toledo D. Gómez, confirmado por otros diferentes


Sres. Arzobispos. Carta de la Reyna D." Juana y Sr. Carlos V, sobre la con.
servación de plantíos de árboles y montes, con unas ordenanzas concernien-
tes á este asuuto, hechas por el Concejo de la villa de Fuentes, y otros varios
documentos, todos originales. Al principio se da una noticia simple de algu-
nas prerrogativas honoríficas de esta villa, escritas por un conterráneo. Fs F.°
M. N. D. Z. Año de 1793.»
Este conterráneo no es otro que el fraile agustino Fr. Francisco Méndez
autor de la Tipografía española y de las Noticias para la vida del P. Flore%,
del cual fué secretario y colaborador. Las siglas trascritas prueban, según
entiendo, que no nació en Yillaviciosa, junto á Brihuega, en cuya parroquia
fué bautizado, según reza su partida de bautismo, que he visto, sino en Zivica
ó Cívica, granja próxima á Villaviciosa.
Fuentes pasó á los Arzobispos de Toledo por cambio hecho hacia 1255
entre D . Sancho, que era entonces Arzobispo, y D. Alfonso X, su hermano,
que recibió en la permuta el castillo de Suferruela, entre Calatrava y Cara-
cuel. Fuentes era entonces aldea de Hita.
Los fueros de Fuentes que figuran en este tomo compilado por el P. Mén-
dez, los otorgó el Arzobispo de Toledo D. Gonzalo el II, que murió en Julio
de 1299, según indican los caracteres extrínsecos del códice, que consta hoy de
14 hojas y media, escritas i. dos columnas en pergamino. Está falto: el P. Mén-
dez creyó que sólo de dos hojas, pero según creo fundadamente, de nueve. Al
fuero siguen algunas declaraciones de algunos de sus puntos, las cuales ocupan
cuatro páginas, imitando la letra y algunos pormenores del fuero mismo.
Estas declaraciones hechas en 13 de Mayo de 1493 por los alcaldes y concejo
son curiosas y se publicaron el domingo 19 siguiente, al salir de misa, y fueron
aceptadas y proclamadas por los vecinos.
El fuero de Fuentes empieza de este modo: <In Dei nomine et eius gratia.
Conosgida cosa sea a quantos esta ueran . como nos don Gonzaluo . por la
gracia de Dios . Argobispo de Toledo e primado de las espannas . Con otor-
BRIHUEGA y SU FUERO 163

trera á la orden de Calatrava (i), y el electo de Toledo, en 15


del mismo mes, dio privilegio en el citado lugar alzando á sus
vasallos de Alcalá del tributo de la fonsadera y de otros pe-
chos (2). Y en 14 de dicho Junio el Rey confirmó, insertándo-
la á la letra, la escritura de cambio que su bisabuelo hizo con
Alderico, Obispo de Sigüenza, en Ayllón, dándole la aldea
de Cinco Yugos por la casa de Murel, documento que existía,
y acaso permanezca aún, en la catedral seguntina.
La estancia de ambos personajes en Brihuega fué algo lar-
ga, teniendo en cuenta cuan andariega era entonces la corte
porque en 23 de Mayo otorgó en dicho lugar el Rey Sabio
una carta-privilegio á la iglesia de Toledo para que, cuando
muriese un Arzobispo de la misma, quedasen salvas todas sus
cosas en poder del cabildo, guardándolas para el sucesor en
la mitra. Confirmaba este documento el citado electo D . San-
cho, y sin duda se otorgó á instancias suyas y para evitar
ciertos escándalos.
Ya antes el mismo D. Sancho y sus suñ'agáneos de Falencia,
Osma, Segovia, Sigüenza y Cuenca, estando en Alcalá, y por
escrito fechadoen 16 de Enero de 1256, convinieron enjuntar-
se en Concilio dos veces cada año, señalando como lugares de
reunión para los dos años primeros á Alcalá, Buitrago y Bri-

gamiento de maestre esteuan deán . e de todo Cabildo de Toledo . Otorgamos


nuestra villa de Fuentes a todos pobladores que y son oy . O vinieren y da
qui adelant . e a ellos e a fijos . e a nietos e a visnietos . e a todas sus genera-
tiones . Con todos sus términos que a . o que Dios le diere a ganar...»
Creo recordar que tienen estos fueros unos 263 capítulos ó epígrafes que
pueden conocerse, aun cuando el códice esté falto de tantas hojas, por el ín-
dice de los epígrafes que lleva al principio, y al cual falta una hoja. El
P. Méndez completó este índice con las primeras hojas del fuero.
No tiene éste más suscripción que la siguiente:
«Nos G. Dei gratia archiepiscopus Toletanus hispaniarum primas regni
Castelle cancellarius subscribimus et confirmamus,>
( I ) Bularlo de la orden de Calatrava, pág. 112. En una colección de do-
cumentos de la Academia de la Historia (estante 27, grada 5.", E, 129) hay
un extracto de esta donación, y se dice que existía en el archivo de la orden.
—Consta, por dos documentos, transcritos por el P. Burriel, que el Arzobispo
D, Sancho estaba en Brihuega en 24 de Agosto de 1252.
(2) Portilla, Historia de Cómfluto, i.''parte, pág. 278.
164 REVISTA CONTEMPORÁNEA

huega ( I ) . Prueba notoria y clarísima de que era posible al-


bergar decorosamente en Brihuega un Concilio provincial.
Dos años más tarde aparece otra vez el Infante Arzobispo
en su villa de Brihuega, y en ella eximió á los clérigos del ca-
bildo de Toledo del tríbulo de la luctuosa (2). Y en el mismo
lugar dio algunas cartas de donación de menos importancia.
De este tiempo y de este Arzobispo hay un documento
curioso en el Archivo Histórico Nacional. Cierto Domingo
Pérez, repostero mayor de D. Sancho, había sido enviado por
éste á Brihuega á esperar el fin de un proceso en que le hicie-
ron caer sus malas artes. Algunas personas del lugar con quie-
nes durante las estancias del prelado en Brihuega contraería
amistad el repostero, dieron por él carta de fianza para que
no saliera del pueblo, «de adarbes afuera fasta que cúmplalas
málfetrías que fizo en el Arzobispado e quel de cuenta de
quanto del touo e que faga emienda a el e a todos los hommes
del Arzobispado que del querella houieren.» Y en caso de
salir de Brihuega ofrecían dar al Ar.jobispo, su señor, 8.000
maravedís. "Fechóse este documento en Brihuega á 13 de Oc-
tubre de la era 1297 (año 1259) (3).

( I ) Archivo catedral de Toledo. Mención de esta escritura en el tomo DD


56 de los trabajos del P. Burriel en la Biblioteca Nacional; en el documento
se cita á los prelados por.sus iniciales en esta forma: F. de Palencia, E. de
Osma, R. de Segovia, P. de Sigüenza y M. de Cuenca.
(2) Dice así la fecha de este documento, publicado en la colección que for
ma el tomo I del Memorial histórico español, pág. 238; « Üatam Briocse XXIII
die Julie era MCC. nonagésima sexta. >
(3) Existe en el Archivo Histórico Nacional, en pergamino, y procede del
archivo de la catedral de Toledo. Se publicó en la Revista de Archivos, Bi~
bliotecasy Miíseos, tomo I, pág, 253.
Son curiosos los cuatro sellos que lleva en cera, pendientes de cordoncillos
de hilo verde; dos de ellos están casi enteros.
Llevan inscripciones en derredor del campo de los emblemas.
El primero ostenta tres sartenes, al parecer, y la leyenda S. (sigillum)
PERO GOCALEZ ALCALÁ.
El segundo representa un árbol cargado de fruta, al parecer peras, y este
letrero:"s. MARTIN GONCALV....
El tercero dos cruces y dos árboles secos, repartidos en cuatro cuarteles, y
la leyenda no puede leerse.
El cuarto un castillo, y encima un león rapante. Es de forma de doble
ogiva, y sólo se lee: S. GONDISALV....
BRIHUEGA Y SU FUESO l65
De otro Arzobispo D. Sancho, también de sangre real,
pues era hijo de D. Jaime el Conquistador de Aragón, hay
alguna memoria relacionada con Brihuega. Fué nombrado
administrador del arzobispado en 21 de Agosto de 1266 y
murió en 21 de Octubre de 1295 (i). Porque estando allí, y
para favorecer el propósito de los monjes benedictinos de So-
petran, junto á Hita, de erigir una suntuosa iglesia para su mo-
nasterio, les dio licencia y permiso de pedir limosna con el ex-
presado objeto (2).
Todavía aparece más notoria la predilección del Arzobispo
D. Gonzalo García Gudiel (1280 á 1299), prelado insigne, el
primero de la iglesia toledana que vistió la púrpura cardenali-
cia, no obstante ciertas diferencias que tuvo con la Silla Apos-
tólica. Al interés del Arzobispo por su pueblo tenemos que
atribuir varias mercedes de los reyes otorgadas en favor de
sus vecinos y del aumento y prosperidad de las ferias, no me-
nos célebres y productivas entonces que las de Alcalá de
Henares.
A él se debería, según presumo, el privilegio escrito en ro-
mance, en que el Rey Sabio, por hacer merced á los balleste-
ros de Brihuega que en este lugar moraban y á cuantos mo-
raren en lo sucesivo, les dio las mismas libertades y franquicias
que tenían los de Talavera, y más aún: que de sus cosas pro-
pias no pagaren portazgo alguno en los lugares, villas y ciu-
dades de sus reinos, salvo Toledo, Sevilla y Murcia. No sé si
el P. Burriel, en los apuntamientos que de él se guardan en la
Biblioteca Nacional, cometió por sí ó por sus copistas algún
error de fecha, ó si, por el contrario, no es este el primer pri-
vilegio que dio el Rey de las Partidas y de las Cantigas
á los ballesteros de Brihuega; pero es lo cierto, que la fecha
del documento es de la era 1318 (año 1280), y que en esos
mismos trabajos del erudito jesuíta se menciona una carta,
también en pergamino y en romance castellano, del príncipe
D. Sancho, mandando que el privilegio que los ballesteros de
Brihuega tenían para no pagar portazgo en los reinos, con

(I) Camero.—Historia de Toledo.


(2) Heredia.—Iiistoria del Monasterio ae Sopetran^'^i.g. 91. Año 1267.
166 REVISTA CONTEMPORÁNEA

excepción de las tres ciudades mencionadas, fuese guardado y


cumplido, y esta confirmación del Príncipe aparece hecha en
la era 1314 (año 1276). Para mayor confusión nuestra, cau-
sada por no tener á la vista los documentos originales que
guarda el archivo de la catedral de Toledo, el P. Burriel da
noticia de una confirmación de D. Sancho, fechada en la era
de 1326. Es indudable que, confrontando los originales, que-
daría desvanecida la duda (i).
Qyizá ya en los últimos años de su vida, el Arzobispo don
Gonzalo no visitaba á Brihuega. Lo cierto es que, no en per-
sona, sino el Obispo de Cuenca, también de nombre Gonzalo,
recibió en dicho pueblo la obediencia que, como á metropoli-
tano, debía á aquél D. Juan, Obispo de Osma. Ocurrió este
suceso, que más adelante había de repetirse en este mismo lu-
gar, en 19 de Marzo de 1298 (2).
Por este tiempo, y sin duda para evitar los motivos de di-
sentimiento que solía haber entre los Concejos de Extrema-
dura y los vasallos del Arzobispo de Toledo, hicieron unos y
otros carta de hermandad y avenencia. Esto debió producir
alguna inquietud a! prelado, y para satisfacerle y aquietarle,
los Concejos de Extremadura declararon en una escritura (3)
que su hermandad con los Concejos de Brihuega, Uceda, Al-
calá y Talamanca no mermaba los derechos de señorío que
sobre ellos tenían el Arzobispo y la iglesia de Toledo, antes
bien, si entre el señor y los vasallos aconteciesen algunas des-
avenencias, no serían éstos acorridos y ayudados por ninguno
de los Concejos de la hermandad, que dio traslado de este com-
promiso al Arzobispo.
A esta misma época es preciso referir un documento de in-

(i) Para que se conozca qué eran los ballesteros de Brihuega y cuáles sus
oficios, exenciones, etc., puede verse la confirmación de los privilegios que
dio á los ballesteros de Talavera Alfonso XT, hecha por Pedro I, y que exis-
tía original en dicha población. Copia en el tomo DD, 121 de la tantas veces
citada colección del P. Burriel.
(2) Se publicó esta carta de obediencia en las Memorias de Fernando IV,
tomo II, pág. 161,
(3) Inserto en la pág. 38 de dicho tomo y obra. Está fechado en Valla-
dolid á 14 de Agosto de 1295.
BRIHUEGA T SU FUERO 167

teres para la historia del estado eclesiástico de la villa de Bri-


huega. En el archivo de su antiquísimo cabildo de curas pá-
rrocos (I), existe un pergamino escrito en una sola cara, en
letra francesa semejante á la del fuero, aunque con más abre-
viaturas. No está escrito á renglón seguido, sino partida su haz
como en cuatro páginas, y en los espacios que median entre
ellas, aunque de letra diminuta, va una parte del Evangelio de
San Juan.
Está falto de la letra inicial, y como no lleva suscrición al-
guna, pudiera creerse que no es el original, sino una copia del
tiempo, á la cual se aumentó después algunos capítulos, como
demuestran la diferente forma de letra, la tinta y hasta la len-
gua, pues el cuerpo del documento está escrito en latín y los
aumentos en castellano.
Este singular manuscrito no es otra cosa que las antiguas
ordenanzas del Cabildo de curas de Brihuega, y merecen ser
notadas en un trabajo hecho para que se conozca el fuero de
dicha villa, porque si éste regula y acomoda á preceptos lega-
les la vida municipal, aquél ordena el modo de existir la cor-
poración eclesiástica, y ambos son del mismo siglo, aun cuan-
do el fuero sea de más antigua data.
Las Ordenanzas del Cabildo empiezan con esta fórmula:
«Ad honorem Dei gesta.» Añaden que conviene consignar es-
tas disposiciones que «los sacerdotes y demás clérigos de Bri-
huega reunidos (2) en la cofradía que en horror de Dios, de la
santa Virgen María y de todos los santos desde el tiempo de
D. Cerebruno, de buena memoria, entonces Arzobispo de To-
ledo, entre ellos fué establecida y observada,» por lo cual re-

(1) El archivo del cabildo de curas existe depositado en un escritorio an-


tiguo con tres llaves que hay en la sacristía de la iglesia parroquial de San
Miguel. Sonserva ya pocos documentos antiguos, y este á que me refiero es
el de más larga fecha y el más interesante. Es de advertir ahora, aun cuando
después vuelva á repetirlo, que andando el tiempo, además del cabildo de
curas, existió uno de clérigos de la villa distinto del otro, y en ocasiones ad-
-versario por causa de competencias.
(2) cSacerdotes ac reliqui clerici brioge ad seruicium dei convenientes,»
dice el texto.
l68 REVISTA CONTEMPORÁNEA

solvieron escribir sus ordenanzas en un documento, que no


padeciera mutilación por injuria ó negligencia.
Después se insertan las disposiciones ó reglas, casi todas
ellas penales, para las faltas que los cofrades cometiesen, con-
sistiendo las penas en multas más ó menos cuantiosas. Otras
reglas son tocantes á los sufragios por los difuntos (i).
Después de la fecha, que trascribo en una nota, siguen cinco
nuevas disposiciones, escritas en letra más pequeña, en que se
habla de la entrada de legos en el cabildo. La última lleva la
fecha dé la era de 1330. Por ella se dispone, estando reunido
el cabildo en la iglesia de S. Pedro, que hasta pasados diez
aflos, no fuera admitido ningún cofrade lego.
Este documento interesante prueba, si sus autores no in-
currieron en error, la extraordinaria antigüedad del Cabildo
eclesiástico briocense, puesto que, según asegura, se fundó en
tiempo del Arzobispo D. Cerebruno, que rigió la diócesis
toledana desde 1166 hasta 12 de Mayo de 1180 (2).

VIII

Ya he lamentado que en el archivo de la villa no exista


apenas documento alguno anterior al siglo XVI. Con certeza
se sabe que esta falta no es efecto de las revueltas de los

(j) Terminan con estas palabras, escritas por otra mano, aunque en el
mismo carácter de letra, y con tinta más clara:
«Et nos capitulum clericorum briocense Statuimus quod nullus laycus in
nostra confraternitate usque ad tricesimum annum recipiatur. Et qui cumque
capitulum pro illo rogare temptanerit quod in fraternitate predicta recipiatur
precium uiginti morabetinorum soluere peintus teneatur. Hec institutio facta
fuit XV° kalendas octobris anno domini Millesimo CC" octogésimo nono.
(La palabra c octogésimo > va entre renglones, sin duda por descuido del co-
pista ó escribiente.) Domno ferrando iohanis garcie filio et portionario ecclesie
sancti petri existente prepósito capituli supra dicti.»
(2) Camero.—Historia de Toledo.
BRIHUEGA Y SU FUERO I69

tiempos medios, sino de los modernos (i), menos cuidadosos


de conservar privilegios y pruebas de antiguos derechos. De
modo que, aparte del fuero, no se conserva en dicho archivo
otro instrumento en pergamino, que este que copio á conti-
nuación, no sólo por tal circunstancia, sino por consignar de
un modo auténtico el favor que varios monarcas castellanos,
desde Fernando el Santo hasta Fernando el Emplazado, con-
cedieron á la villa de los Arzobispos, sin duda alguna por me-
diación de éstos.
Dice así dicho documento:

«Sepan quantos esta carta vieren como ante mi don Ferran-


do por la gracia de Dios Rey de Castilla, de Toledo, de León,
de Galligia, de Sevilla, de Córdova, de Murcia, de Jahen, del
Algarbe et señor de Molina, vino don Gonzalo, Arzobispo de
Toledo, et mió chanciller mayor, et mostróme carta del Rey
don Sancho, mió padre que Dios perdone, en que se contenie
que viera carta del Rey D. Alffons, mió avuelo et del Rey don
Ferrando mió visavuelo en que mandava et tenie por bien que
ninguno non fuesse osado de peyndrar a los de Brihuega por
ninguna querella que dellos aya. Et si alguno alguna querella
oviese dellos que lo mostrasse á los jurados de Brihuega et
ellos aqudan de derech. Et pidió me por merged que yo que
toviesse por bien de les confirmar estas cartas et de les guar-
dar estas mergedes que los Reyes onde yo vengo les fizieron.
Et yo téngolo por bien. Et mando que ninguno no sea osado
de peyndrar ni de tomar ninguna cosa de lo suyo alos de
Brihuega por ninguna querella que aya dellos. Salvo por su

( I ) Según una nota enviada por los archiveros del de Simancas al señor
Septílveda y Lucio, resulta de los papeles guardados en aquel riquísimo depó-
sito, que cuando en 1585, como veremos oportunamente, se desmembró Bri-
huega de la dignidad arzobispal para unirse á la Corona, el comisionado reali
Hernando de Salazar, tomó posesión de la villa y de su fortaleza, de las armas
y pertrechos en ésta existentes, así como de dos arcas que había en la iglesia
(supongo que sería en la de Santa María de la Peña) llenas de papeles y antigua-
llas, que eran los privilegios de la villa, muchos de ellos en pergamino, con
sellos de cera y de plomo pendientes de hilos de seda. Todo esto ha desapare-
cido no se sabe cuándo.
170 REVISTA CONTEMPORÁNEA

debda conoscida o por ffiadura que ayan fecho. Mas los que
querella ovieren dellos que gelo demanden ante los jurados de
su logar et ellos que lo cumplan de derecho segunt se contiene
en las cartas sobredichas. Et no fagan ende al. Como mando
a los Congeios de las villas et de los logares de las vezindades
de Brihuega que gelo non conssientan et si contra ello les
quissiáren passar que les peyndren por la pena que en las
dichas cartas dice. Et non fagan ende al. Como a los cuerpos
et a quanto oviessen me tornarla por ello. Dado en Burgos
veynte e tres dias de Julio. Era de mil CCC et quarenta
aflos ( I ) . Yo Johan Sánchez la fiz escreuir por mandado del
Rey.
Pedro Gonzalez.^ii

Donde se ve más notoria esta solicitud de los prelados de


Toledo por los aumentos y prosperidad de la villa cada día
más floreciente desde los principios de la décimaterccra centu-
ria, es en lo tocante á las ferias, autonzadas por Enrique I en
1215, según se ha visto. En tiempos en que el tráfico era difi-
cilísimo, las ferias, sobre todo las favorecidas con regias mer-
cedes y privilegios, atraían una multitud extraordinaria de
mercaderes y compradores, llegados de todas las regiones de
la España cristiana, y que en el lugar del mercado dejaban
pingües rendimientos, que en parte correspondían al Rey y al
señor del lugar. Ganaderos, tejedores, pañeros, orfebres, espa-
deros, curtidores y cuantos oficiales y tratantes cristianos,
moriscos ó judios mantenían y fomentaban la industria fre-
cuentaron las ferias de Brihuega, no menos que las de Alcalá,
Burgos y otras partes, y entiendo que la existencia de mude-
jares y judíos en nuestra villa desde el siglo XIII, fué obra más
que de otra cosa, del propósito de lucrarse en estas ferias tan
concurridas y en que lograban tan buenas ganancias aquellas
gentes industriosas.
En el fomento de las ferias aparecen casi siempre los Reyes
como generosos favorecedores, y los Arzobispos como solíci-
tos patronos. Así, Alfonso X proveía en Toledo á 14 de

(I) Corresponde al año de 1302.


BRIHUEGA Y SU FUERO I7I

Abril de 1254 á instancias de su hermano Sancho, Arzobispo


electo, que nadie se permitiese inquietar dichas ferias (i). Y
aquí debo de hacer notar que en tiempo de dicho Arzobispo
había ya también ferias en Brihuega en principios del mes de
Noviembre, pues en una donación del mismo, fecha en dicho
lugar en 24 de Agosto de 1252, expresa que tendrá cumpli-
miento en ¡a feria de Brihuega, «que será por la fiesta de todos
sanctos, primera que viene» (2).
Sancho IV, si es cierta la fecha de un documento que se
cita, aun antes de subir al trono dio privilegios á favor de la
feria, en Berlanga, á 10 de Mayo de 1282 y á solicitud del
Arzobispo D. Gonzalo García Gudiel. Pero cuando menos
consta en el archivo de la metropolitana de Toledo otro pri-
vilegio, por el cual, dicho Monarca dispuso en 1288, que na-
die prendare (es decir, tomase prendas), mientras duraren las
ferias de Alcalá y Brihuega, ni por los tributos debidos al Rey,
ni por otra causa, porque el temor á los prendadores no im-
pidiese asistir á muchos mercaderes (3).
Prosiguió este empeño de protección Fernando IV, el cual,
por carta de 4 de Junio de 1305, estando en Medina del
Campo y atendiendo á las peticiones del Arzobispo D. Gon-
zalo (4), quien le había dado quejas de los menoscabos que
por ciertos abusos de la cancillería real padecían las ferias de
Brihuega y Alcalá, ordenó que si se sacasen cartas de su can-
cillería para hacer ferias en el tiempo propio de las de ambos
lugares, ó un mes antes y después, no fueran valederas tales
cartas, porque de esto procedían graves daños para el Arzo-
bispo y su cabildo. Y el mismo Rey, con frases de indignación
censuraba en otra ocasión á ciertos caballeros é hijosdalgo que

( I ) Archivo de la santa iglesia de Toledo. Dos años antes había ordena-


do lo mismo respecto á las ferias de Alcalá, á cuyos concurrentes molestaban
y vejaban algunos malandrines. (Memorial histórico español, I, pág. 37.)
(2) Documento del mismo archivo, extractado por el P. Burriel.
(3) De la mayor parte de estos documentos relativos á las ferias de Alca-
lá y de Brihuega, hay noticias y extractos en los papeles del P. Burriel en la
Biblioteca Nacional, sala de manuscritos.
(4) Era D. Gonzalo Díaz Palomeque, sucesor de D. Gonzalo García
Gudiel.
172 REVISTA CONTEMPORÁNEA

iban á dichas ferias con intento avieso y robaban y mataban


con desacato de la justicia y de los mandamientos del Rey,
que ofrecía castigarlos severísimamente (i).
El justiciero Alfonso XI, en medio de los cuidados y pesa-
dumbres que aquilataron la bizarría y el vigor de su grande
alma, tuvo también empeño en proteger las ferias de Brihuega.
Porque tenemos dos documentos suyos: el primero otorgado
en Burgos (2), á cuyos alcaldes se dirige diciéndoles haber
sabido que los mercaderes de aquella ciudad y de otras partes
eran víctimas de ciertas amenazas con el fin de que no con-
currieren á las ferias de Alcalá y Brihuega, lo cual él repro-
baba, á la vez que declaraba salvo de peligro y dueños de
concurrir á aquellos mercaderes, que por evitar dichos riesgos,
sé habían juntado en otra parte, que no menciona; el segundo
documento, del mismo Monarca (3), dice que, á petición del
Arzobispo D. Jimeno y por hacerle merced, había dispuesto
que cuantos quisieran acudir á las ferias de Alcalá y Brihue.
ga, fuesen á ellas salvos y seguros «así como á ferias aforadas,»
y que comprasen y vendiesen sin molestia alguna, sintiendo
que por no hacerse así, como el Arzobispo le representaba,
se despoblasen dichas ferias y recibiera el prelado grave daño.
Este amparo de los Reyes de aquella época no dejaba de
tener recompensa, porque resulta que ya en tiempo de San-
cho IV producían las sisas reales impuestas al tráfico de las
ferias algunas sumas de importancia, que recibirían grandes
aumentos en los tiempos sucesivos. En los libros de cuentas
de dicho Monarca figuran al por menor los rendimientos de
aquel impuesto al lado de otros de mayor valer (4).

(1) Publicáronse estos documentos en el tomo 'II de las Memorias de don


Fernando IV, pág. 489, colección diplomática arreglada por el Sr. Benavides.
Decía el Rey, indignado, en el segundo: «Et yo faré y aquel escarmiento que
debo facer sobre tal razón como esta como en aquellos que quieren vevir
con soberbia, et quieren poner bollicio en la mi tierra, non me queriendo co-
noscer señorio, nin seer obedientes á los mis mandamientos, et en guisa lo
facer cada unos de ¥os en vuestros logares...»
(2) A 6 de Julio de la era 1356 (año 1318). Archivo de la santa iglesia
de Toledo.
(3) En Bermeo á 16 de Junio, era 1372 (año 1334). En el mismo archivo.
(4) En el tomo DD, 109, de la Biblioteca Nacional, hay una copia del
BRIHUEGA Y SU FUERO 173

Aquel es el período áureo de las ferias de Brihuega, ó al


menos, de él únicamente tenemos noticias de interés como las
trascritas en estas páginas. Vinieron desde entonces cayendo
en soledad y descrédito, y aun cuando todavía se celebran en
nuestros días, más es como recuerdo tradicional de antiguos
privilegios, ya abolidos por las leyes y por las costumbres, que
como mercado abierto á compradores y mercaderes. Así ha
ido Brihuega perdiéndolo todo sin ganar cosa alguna en las
transformaciones sociales y económicas que han ocurrido en
nuestra patria.

IX

Volviendo otra vez los ojos á las relaciones que en este


mismo período hubo entre Brihuega y sus Señores los prela-

Libro dit cuentas de Sancho IV, cuyo original existe en el archivo de la cate-
dral de Toledo. Corresponde á los aBos 1293 y 1294.
En él se lee lo siguiente:
«En Sant Fagund XII días de Desiembre. Era de M é CCC é XXXI años,
vino á cuenta Alfon Martinez de lo que recabdó de la sisa en la feria de Bri-
huega, que fué por Todos Sanctos desta misma era. Et monto tanto como
aquí dirá segund lo mostré por un quaderno quel tien firmado del escribano
público de Brihuega Pero Simón é D. Gutierre, alcalle dése lugar.
Jueves V días de Noviembre.—CIII maravedís et VIH sueldos.
Viernes VI días.—CCLXV maravedís.
Sábado VII días.—CCCCIC maravedís, VIII dineros.
Domingo VIII días—DCLXXIIII maravedís, VIII dineros.
Lunas IX días.—MDCXXXVIII maravedís, VIH sueldos.
Martes X días.—UCICI maravedís, IX sueldos.
Miércoles XI días.—MI maravedís, XIII sueldos.
Jueves XII días.—DCXCI maravedís et tercia.
Viernes XIII días.—DCXXV maravedís et IX sueldos.
Sábado XIV días.—CCCIII maravedís et III meaías.
Domingo XV días.—MDCCCCXLIIII maravedís, dos sueldos medio.
Lunes XVI días.—XXXVI maravedís, VI sueldos medio.
Martes XVII días.—VIII maravedís, XII sueldos.
Miércoles XVIII días, XI sueldos.
Suma VIIIMCCCCLXIIII maravedís, XIII sueldos (8.464 maravedís y 13
sueldos). >
Resulta, pues, y esto da la medida de su importancia, que duraban las fe"
rías desde 5 de Noviembre á 18 del mismo.
174 REVISTA CONTEMPORÁNEA

dos toledanos, existen de ellas numerosos testimonios en el


archivo de la iglesia catedral primada. Bien se me ocurre que
las noticias por mí averiguadas y trascritas en este lugar son
incompletas, y por tanto, que han de ir sin el enlace y con-
cordia que fueren menester para que resultase el aparato de
una historia de la villa; pero ofrezco esas noticias á la curiosi-
dad de los eruditos, y acaso avivarán la diligencia de alguno
que, más afortunado, retoque y aumente estos apuntamientos
elevándolos á la categoría de una historia local perfecta.
Con todo, esos materiales sueltos dan alguna luz, merece-
dora de ser estimada. Así pueden recordarse ahora los trata-
dos que hubo entre D. Pascual, Obispo de Cuenca, y D. Gon-
zalo Díaz Palomeque, Arzobispo de Toledo, y relativos á
ciertos bienes y rentas cuya pertenencia era causa de un liti-
gio que ambos tuvieron. Para terminarlo nombraron arbi-
tro á D. Simón, Obispo de Sigüenza, según convenio que
firmaron en Brihucga, en 4 de Marzo de 1302, dando la fe de
él Domingo Ruiz, escribano de Brihuega. Dio el Obispo se-
guntino su sentencia en el mismo día, lo cual demuestra que
no era arbitro moroso, disponiendo que el Arzobispo pagase
á la otra parte 20.000 maravedí^, que habían de hacerse efec-
tivos en dos plazos y en el mismo lugar de Brihuega (i).
También debo de mencionar cierta escritura de vasalla-
je y homenaje que hicieron el Concejo de Brihuega, de
villa y aldeas, á D. Gutierre Gómez, Arzobispo de Tole-
do (2), á los pocos meses de haber sido elegido, y luego que
recibió el Concejo la bula del Papa Clemente V aprobando la
elección. Los términos de este documento son muy curiosos.
En él nombran los de Brihuega á D. Guillen Roda, Juan
Arroyz, Arnal Peres y Ximen Peres, jurados, y á García Xi-
ménez: «nuestros parientes et nuestros vesinos que vos fagan
pleito et homenage por nos... et lo que ellos ñsieren nos lo
otorgamos et lo recebimos sobre nos et sobre nuestras verda-

(i) yápeles del P. Burriel en la Biblioteca Nacional, DD, 54, impresa


en la colección diplomática de las Memorias de Fernando IV, tomo II, pági-
na 278.—Es muy notable.
(2) Ocupó la silla desde 4 de Abril de 1311 á 5 de Setiembre de 1321.
BRIHUEGA Y SU FUERO lyS

des.» Ofrecen al Arzobispo ir en su ayuda y servicio contra


sus enemigos (i). Tiene también este instrumento la circuns-
tancia de llevar el antiguo sello y blasón de Brihuega, asunto
que en nuestros días se ha querido dilucidar y en que todavía
no se ha' resuelto cosa definitiva y acertada (2). Tres días
después prestaba igual reconocimiento de vasallaje á su Ar-
zobispo y señor la villa de Alcalá de Henares, no tan presu-
rosa en cumplir tal obligación con su nuevo señor, como la
de Brihuega.
En II de Noviembre de 1341, D. Pedro, Obispo electo de
Sigüenza, daba su carta de obediencia á D. Gil de Albornoz,
Arzobispo de Toledo, siendo muy de advertir para la historia
del castillo de Brihuega, que sin duda era entonces alcázar y
residencia de los prelados, que en dicho documento se habla
de la capilla del mismo alcázar, que según la tradición vul-
gar, era la sala abovedada de la torre del homenaje de dicho
castillo, que todavía se mantiene en pie y en toda su integri-
dad, aunque desprovista de todo ornato que no sea arquitec-
tónico (3).

( I ) Fecho en 20 de Junio año 1311. Fueron presentes al otorgamiento


de la escritura D. Alfonso Ferrandes, deán de Toledo, y otros canónigos y
eclesiásticos, entre ellos Gonzalo Pérez de Brihuega y Ponce Díaz, racioneros
de Toledo, y Sancho Peres, Vicario de Brihuega. El original existe en Tole-
do, pero se publicó la copia y extracto que de él hizo el P. Burriel en la co-
lección diplomática para la Historia de Fernando IV, anotada por el señor
Benavides.
(2) Este sello, único de Brihuega, segiín creo, hasta ahora conocido,
pende de una cinta encarnada de seda, y es grande y de cera. En el anverso
lleva una imagen de Nuestra Señora sentada, con el niño Jesús en brazos (la
Virgen de la Peña, sin duda), y en la orla, cuyo principio falta, se lee: t.,,do-
minus iecuin benedicta tu. > En el reverso se ve un castillo con tres torres; la
central y más alta tiene cuatro ventanas, y las laterales dos. Entre la torre
mayor y cada una de éstas hay levantado un báculo pastoral, y la orla incom-
pleta dice: •LSigillum concilii...s
Estas son, pues, las verdaderas armas de Brihuega que, el desconocimiento
de ellas ó el capricho han modificado.
(3) Dice así la suscripción del documento (DD, 42, sala de manuscritos
de la Biblioteca Nacional): «Actum est hoc apud Briocham Toletane Diócesis
super altare quod est in capella palacij Archiepiscopalis iij, idus Novembris.
Anno Domini millesimo trecentesimo quadragesimo primo.>
176 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Estos actos de obediencia, y estas juntas de prelados en el


lugar de Brihuega, quizá eran causadas por el acuerdo ante-
rior á que en otra parte aludo, de reunirse periódicamente y
en concilio provincial el Arzobispo de Toledo y sus sufragá-
neos en Buitrago, Brihuega y Alcalá, siendo lamentable que
no parezcan las actas de esos concilios tan por completo
como desea un doctísimo académico que las busca con singu-
lar empeño y diligencia (i).

JUAN CATALINA GARCÍA.

{Se continuará.)

( l ) Y o también las h e buscado, pero en vano, en el archivo del cabildo


de curas de Brihuega y en los cuatro parroquiales.
REVISTA CRITICA

E L CALOK, MODO DE MOVIMIENTO.—EL DICCIONAElO DE LA


ACADEMIA.—MAGNETISMO É HIPNOTISMO

ARA nuestros ilustrados lectores es bien conocido


el nombre de John Tyndall, célebre profesor in-
glés, cuyas obras son admiradas por todas las
personas amantes de la ciencia. Uno de los edi-
tores que disfrutan de mayor fama en Francia por su activi-
dad infatigable y claro talento, Mr. Gauthier-Villars, ha he-
cho en este mismo año una nueva tirada del hermoso libro
de Tyndall sobre el calor, traducido de la cuarta edición in-
glesa por el ilustre abate Moigno (i).
Con mucha razón ha dicho un sabio americano: «A la ha-
bilidad suma que hizo de Faraday el gran maestro de la cien-
cia experimental en Inglaterra, une Mr. Tyndall una com-
pletísima educación literaria; por esto ha podido presentar su
filosofía con todos los encantos de la elocuencia y de la dio-

( I ) Z a Chaleur, mode de ntouvement, par John Tyndall.—París 1887,


Gauthier-Villars, imprimeur-libraire de l'ÉeoIe Polytechnique, du Bureau des
Longitudes, Quai des Augustins, 55- Un tomo en 8.° mayor de 576 páginas
y n o grabados.—Precio: 8 pesetas.
TOMO LXV—YOL. I I . J2
178 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ción más acabada. Su obra, de estilo brillante y correcto, es,
sin disputa, el principal trabajo de literatura científica que
ha visto la luz desde muchos años hace.»
Porque Tyndall, como observa Moigno, es un profesor
claro, elegante, entusiasta y elocuentísimo; su talento incom-
parable se refleja en su obra y la presta singular atractivo.
Leyendo las ediciones sucesivas de El Calor, se pregunta
uno con asombro si la Física de Tyndall es la Física de sus
predecesores y contemporáneos, ó si es una verdadera crea-
ción, un invento maravilloso. Todo, concepción, distribu-
ción, razonamiento y experiencias, tiene un carácter de ori-
ginalidad y de espontaneidad, que sorprende y seduce. Nun-
ca han llegado á tanta altura en un mismo autor el análisis
y la síntesis, realizando el hermoso ideal de la ciencia y de la
enseñanza.
Además, como en la naturaleza física no hay más que
materia y movimiento, como todos los fenómenos físicos son
modos de movim,iento, idénticos ó análogos al modo de movi-
miento que constituye el Qalor, resulta que el libro de Tyn-
dall es una enciclopedia completa de las ciencias físicas, en
la cual los hechos fundamentales de la Mecánica, de la As-
tronomía y de la Química, han encontrado forzosamente lu-
gar, con su interpretación y explicación, su análisis y síntesis.
He aquí por qué El Calor resulta un libro universal, que de-
ben leer, hasta casi aprendérselo de memoria, cuantos deseen
hallarse al corriente de la ciencia de su tiempo.
«Cicerón—añade el traductor—temía al hombre de un solo
libro, ímeo hominem unius libri-^ yo temería también y estima-
ría grandemente al hombre que hiciera del libro El Calor su
lectura habitual y perseverante: sería á la vez excelente, muy
excelente filósofo y físico.»
Declara el respetable catedrático de la Royal Instüutíón,
que en sus lecciones acerca del calor se ha esforzado por ha-
cer comprensibles á la generalidad de las gentes los elemen-
tos de una filosofía nueva. En las siete primeras lecciones tra-
ta del calor termométrico, de su generación y de su transfor-
mación en fuerza mecánica; determinación del equivalente
mecánico del calor; reducción del calor á un movimiento rao-
REVISTA CRÍTICA I79

lecular, y se vale de esta concepción para explicar las formas


sólida, líquida y gaseosa de la materia; dilatación y combus-
tión; calor específico y latente, y conductibilidad calorífica.
En las cinco últimas lecciones trata Mr. Tyndall del calor
radiante, del medio intraestelar y de la propagación del mo-
vimiento al través de este medio; relaciones del calor radian-
te con la materia ordinaria en sus diversos estados de agre-
gación; radiaciones terrestre, lunar y solar; constitución del
sol; causas posibles de su energía y relaciones de ésta con las
fuerzas terrestres y con la vida vegetal y animal.
Los nombres de los fundadores de esta nueva filosofía co-
nócelos de sobra el público científico. Figuran en primera lí-
nea entre los que, con sus experimentos, han contribuido á
establecerla, Rumford, Davy, Faraday y Joule. Sus princi-
pales teóricos son: Clausius, Helmholtz, Holtzman, Kirch-
hoff, Mayer, Rankine, Regnault, Seguin y Thomson.
«He llamado—dice TynáaM^ilosofía nueva á la física del
calor, sin pretender limitar la palabra filosofía á la cuestión
del calor. En realidad, esta limitación es imposible, porque
la conexión del agente llamado calor con todas las demás
energías ó fuerzas de la naturaleza es tal que, cuando se le
ha dominado bien, se dominan al propio tiempo las restan-
tes. Y aun podemos entrever, que en fecha quizás todavía le-
jana, los progresos realizados abrirán nuevas vías y engendra-
rán progresos nuevos que ni siquiera podían prever aquellos
que con su habilidad y genio fundaron las bases de nuestros
conocimientos actuales.
»En una lección sobre la influencia de la historia de las
Ciencias, explicada en la Royal Institutión, el doctor Whe-
well demostró que cada gran progreso alcanzado en el domi-
nio de la inteligencia ha sido precedido de algún gran descu-
brimiento, ó de un grupo de descubrimientos científicos. Si
la coincidencia señalada por aquel insigne escritor es una ley
de la naturaleza, puede afirmarse resueltamente que los con-
ceptos relativos á la conexión y conversión mutua de las
fuerzas naturales, orgánicas é inorgánicas, vitales y físicas,
que hemos visto surgir, y que sjirgirán todavía más de la in-
vestigación de las leyes y relaciones del calor, habrán de ejer-
18o REVISTA CONTEMPORÁNEA
cer notable influencia en la educación intelectual de las eda-
des futuras.
»En el estudio de la naturaleza, se ve que hay en juego
dos elementos que pertenecen, respectivamente, el uno al
mundo de los sentidos y el otro al mundo del pensamiento.
Observamos un hecho y procuramos referirle á una ley; par-
timos de una ley y procuramos que el hecho se coloque bajo
su dependencia. El uno es la teoría, el otro es la expe-
riencia que, aplicadas á los fines ordinarios de la vida, se
convierten en la ciencia práctica. Nada pone tan de relieve
la reacción mutua y fecunda de estos dos elementos, como
la historia del asunto que ahora estudiamos. Si no hubiese
sido inventada la máquina de vapor, estaríamos segura-
mente muy por bajo del nivel que hemos alcanzado. Los
grandes efectos que el calor ha producido por el intermedio
de la máquina de vapor han excitado el entusiasmo de los
entendimientos pensadores, llevándoles á preguntarse cuál es
el agente maravilloso mediante el que conseguimos reempla-
zar la fuerza de las corrientes de aire y de agua, de los caballos
y del hombre. El calor produce fuerza mecánica, y la fuerza
mecánica produce calor; es, por lo tanto, preciso que cuali-
dades comunes unan á este agente con las formas ordinarias
del poder mecánico. Establecida esta relación, la inteligencia
generalizadora puede pasar de un solo salto, á las otras ener-
gías del universo, y llegar á comprender el principio que las
une. Así es como el triunfo de la habilidad práctica ha deter-
minado el desarrollo de las ideas filosóficas. Así es como por
la acción recíproca del pensamiento y del hecho, de la ver-
dad concebida y de la verdad puesta en ejecución, hemos lo-
grado que nuestra ciencia sea lo que hoy es, el progreso ma-
yor de los tiempos modernos, aun cuando todavía no se haya
acudido más que imperfectamente á esa abundosa fuente de
fuerza individual y nacional.
sContinúanse poniendo en duda los servicios que puede
prestar en la esfera del desenvolvimiento intelectual, y, sin
embargo, cuando se halle convenientemente organizada, es
lícito esperar en dicha esfera una revolución más bienhechora
aún que la que ha marcado su aplicación al mundo material...»
REVISTA CRÍTICA l8l

Renunciamos á la satisfacción de puntualizar las mil belle-


zas del libro de Mr. John Tyndall, porque, para no omitir nin-
guna, habríamos de verter al castellano todas sus páginas, ya
que todas están llenas de observaciones curiosas é ingeniosísi-
mas, de experimentos interesantes, de cuadros resplandecientes
de color y de vida. Aquel profesor tuvo la fortuna de encontrar
un intérprete fiel y enamorado de la obra que traducía en el
abate Moigno, y un editor tan inteligente como Mr. Gauthier-
Villars, que ha cuidado de que el libro no desmerezca, por
sus condiciones materiales, de su valer extraordinario, y de
la fama universal de su sapientísimo autor.

Pasemos ahora á trascribir lo que dice el Sr. X en la


polémica sobre el Diccionario de la Academia Española:
«Si la crítica consistiese en coger una obra cualquiera, lla-
mar feo y viejo al autor, burlarse de algún defecto físico del
mismo, copiar párrafos truncados, maravillarse de todo y ha-
cer aspavientos; afirmar que tal cosa debe ser así porque si, y
tal otra no es como el autor dice, p07'que no, habríamos de
convenir en que Escalada era un crítico excelente, y casi,
casi, notable.
Pero si la crítica consiste, como nosotros creemos, en pres-
cindir en absoluto de la personalidad del autor, cuya produc-
ción se critica; en exponer razonadamente los puntos en que
aquél se equivoca ó se aparta de las reglas generalmente ad-
mitidas; en ir señalando los errores con mesura, sin faltar á
las consideraciones que la buena sociedad impone, ni tampoco
á la exactitud. Escalada está á mil leguas de ser un verdade-
ro crítico.
Porque difícil es hallar en crítica alguna mayor número de
acusaciones injustas, de afirmaciones inexactas y de errores
enormísimos.
Y aun cuando hubiese tenido razón Escalada, le habría
perjudicado mucho la crudeza con que escribe, y las burlas
l82 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que hace de la corporación ilustre y respetable de que for-


man parte los ingenios proceres de nuestra España actual.
¿No se maravilla Escalada de que la Academia diga que el
pez denominado abadejo «abunda en el banco de Terranova,»
y coloca á continuación de la voz banco dos admiraciones,
que hacen soltar la carcajada al misántropo mayor? Pues
qué, todo un crítico del Diccionario de la Academia Españo-
la, ignora la existencia del famoso y conocidísimo banco de
Terranova? ¿O es que para el censor de El Imparcial no hay
más bancos que los de madera que se usan, verbigracia, en
las escuelas, bancos á los que él no debe de haber cansado
mucho?
Pregunte Escalada á cualquier tendero de comestibles de
dónde procede el bacalao que á la venta tiene, y es seguro
que le dirá que del banco de Terranova, «banco en que por la
apacible temperatura y tranquilidad de sus aguas, se reúne
tan enorme cantidad de abadejos, que la pesca de los mis-
mos basta para abastecer á casi toda Europa.» {Geografía
universal de Malte-Brun, tomo VI.)
Y si quiere más noticias y el tendero es algo leído, acaso
le añada que el mencionado banco de Terranova «se extiende
al E. y al SE. de la isla de Terranova, en el Atlántico sep-
tentrional, tiene más de i.ooo kilómetros de longitud y unos
300 de anchura, y que la pesca del abadejo es tan importante
en aquel banco, que á ella se dedican todos los años más de
dos mil buques.» {Diccionario universal de Historia y de Geo-
grafía, por Bouillet, pág. 1.854.)
A mayor abundamiento, en el Diccionario geográfico univer-
sal, que se publicó en Barcelona el año 1833, tomo IX, pági-
na 678, se dice que los abadejos ^hormiguean en el banco de
Terranova.»
¿Tampoco ha oído hablar Escalada de las cuestiones y di-
ferencias que hace tiempo tuvimos con Inglaterra con moti-
vo de los derechos á la pesca del abadejo en el banco de Te-
rranova?
Y quien tales cosas desconoce, ¿se atreve á llamar ignoran-
tes á los doctos individuos de la Academia?
«No importa, añade, que omita en el Diccionario la voz
REVISTA CRÍTICA 183

AGRAMANTE y la frase «campo de AGRAMANTE, » como otras


muchísimas frases y voces; no importa que hable de un pája-
ro de siete pulgadas que llama AGUZANIEVE, y que, ó se llama
AGUANIEVE ó no existe; no importa que diga que AHELEAR (?)
es dar hiél á beber »
Pues bien; el vocablo Agramante se omite, porque la Aca-
demia no incluye en su Diccionario los nombres propios;
pero la frase «campo de Agramante» está incluida y perfecta-
mente explicada en la página 116, columna i . ' , de aquel
hermoso libro. Así son todas las censuras de Escalada.
Tocante á la voz aguzanieve, buscamos la obra Elementos
de Zoología, por D. Laureano Pérez Arcas, catedrático de esta
asignatura en la Universidad Central, y en el orden Pájaros,
y pág. 248, leemos:
«Aguzanieves. Nombre que se da á los pájaros caracterizados
por su pico delgado y puntiagudo...» Dice el Sr. Pérez Arcas
que también se suele denominar á estas aves (que pertenecen
al género Motacilla, de Linneo), Martines del río, Pastorcitas y
Lavanderos; sin que por ninguna parte asome, como equiva-
lente de aguzanieve, el imaginario aguanieve de Escalada,
quien, como se ve, es tan buen ornitólogo como botánico.
Y por lo que se refiere al verbo ahelear, recuérdese que el
Padre Fray Hortensio Paravisino dice en el folio 149 de su
Marial y Santoral: «Quele acababan de ahelear la boca á este
pacientisimo Cordero, y con vinagre y hiél amargársela.»
Sigue Escalada: «Tampoco definen ustedes bien la BALDO-
SA diciendo que es «especie de ladrillo fino, cuadrado, de di-
«ferentes tamaños, que sirve para solar,» pues el carácter
que distingue á la baldosa del ladrillo no es el ser fina, sino
el ser cuadrada. Por el contrario, la baldosa puede decirse
que es basta siempre y siempre de un tamaño, próximamen-
te un pie cuadrado.»
Después de oír la lección del imperturbable crítico, ocurre-
senos coger el Diccionario de Arquitectura, escrito por el ilus-
trado ingeniero Sr. Clairac, abrir por la página 414 el tomo I ,
y leer:
«BaWosií.—Ladrillo fino y delgado de diferentes tamaños,
usado para solar. Son comúnmente cuadrados, mas también
184 REVISTA CONTEMPORÁNEA
se hacen poligonales,.. Se hacen lo mismo que los ladrillos,
escogiendo mejor las tierras y cociéndolas con mayor cuidado.»
Gracioso sería que así como Escalada se siente con fuer-
zas para escribir un Diccionario de la lengua castellana, muy
superior al de la Academia, si bien no ha querido someter
una docena de las definiciones suyas á la crítica del ingenio-
so -Juan Fernández, se animara también á darnos un Diccio-
nario de Arquitectura, en el cual es probable que enseñara á
construir los edificios empegando por el tejado.
Concluyamos hoy comentando el siguiente parrafito de
Escalada: «... ponen ustedes la caSra montes, de la que di-
cen que abunda en los Pirineos y en oirás partes de España,
por ejemplo, en las Peñuelas, añadiendo que «se diferencia
de la común, principalmente, en tener grandes los cuernos,»
cuando es precisamente al contrario, pues los tiene mucho más
pequeños. Pero si no dijeran las cosas al revés, ¿en qué se ha-
bían de diferenciar ustedes de los demás mortales que no per-
tenecemos á la Academia?»
Aparte del chiste inocente de las Peñuelas, porque no me-
rece contestación, á no ser que pretenda Escalada que al de-
finir la Academia un animal indígena de nuestro país, cite
uno por uno todos los puntos en que vive, veamos si tiene
más razón en lo de los cuernos. El Sr. Martínez Reguera,
autor de La fauna de Sierra Morena, Memoria premiada por
la Academia de Ciencias é impresa en Madrid el año 1881,
dice en la pág. 338: «La cabra montes (Capra pyrenaica,
Schimper) tiene los cuernos desarrollados como el más cor-
pulento macho cabrío, fuertes, erguidos hacia atrás y con los
vértices mirando al cuello.»
Pérez Arcas, en la obra antes citada, dice que entre «las
especies del género Capra se encuéntrala C.pyrenaica, llama-
da vulgarmente cabra montes; tiene los cuernos rugosos, muy
grandes... t
Decida ahora el lector quién dice las cosas al revés, si la
Academia ó el desenfadado crítico.»
Y en otro artículo:
«Con su habitual frescura búrlase el maestro Escalada de
que la Academia defina el adobe diciendo que «es un ladrillo
REVISTA CRÍTICA l85

que se usa sin cocer,» y creyendo aquél que hace gracia,


amontona con tal motivo muchedumbre de insípidas cuchu-
fletas. El arquitecto D. Ricardo Marcos y Bausa dice en Su
excelente Manual del Albañil: «Los adobes no son otra cosa
que ladrillos sin haber sufrido la cochura.» Clairac, en el
Diccionario de Arquitectura, tomo I, página 68: ^Adobe. Es de
la forma de un ladrillo, que es lo que viene á ser sin la ope-
ración del cocido; pues sólo se le seca al sol.» Y en el Diccio-
nario enciclopédico de Agricultura (tomo I, página 283) se lee:
* Adobes. Nombre que se da á los ladrillos sin cocer.»—Adobe:
ladrillo sin cocer {Diccionario de Terreros, año 1786.)—Adobe:
ladrillo sin cocer {Diccionario de Arquitectura civil, por Bails).
—Además, en el Diccionario de Clairac hay las corresponden-
cias francesa, inglesa é italiana que siguen: fr. Brique crue
(ladrillo crudo); ing. Unburnt brick (ladrillo sin cocer); it. Mal-
tone crudo (ladrillo crudo).
¿Qué idea tendrá Escalada de lo que es un adobe, que se
atreve á censurar la definición correctísima que da la Aca-
demia?
«También dicen VV. muy serios—añade—que ALCÁNTA-
RA es puente, y tampoco está bien, porque no se usa más
que el diminutivo ALCANTARILLA.»
Cuida el Diccionario de advertir que alcántara es voz anti-
cuada; la incluye Covarrubias en su Tesoro y la acepción aca-
démica está perfectamente de acuerdo con su etimología.
Procede del árabe al-qantara, que significa puente {Dicciona-
rio general etimológico, por Roque Barcia).
«Tampoco BLASMAR por blasfemar existe más que en Fran-
cia, donde lleva, en lugar de la s central, un circunflejo,»
agrega el corrector.
También esta voz es anticuada, como lo hace constar el
Diccionario. Que se empleó antiguamente demuéstrase con
sólo recordar que la Crónica general de España del Rey don
Alfonso, parte primera, capítulo 67, dice: «E ella fué una
cosa de que blasmó todo el mundo á los romanos.» Y Juan
de Mena en sus coplas:
«Dame licencia mudable fortuna,
porque yo blasme de ti lo que debo.»
186 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Continúa el crítico de El Imparcial: «Baluma no es nada...
Se dijo así en la formación del idioma; pero desde que está
íoTiQa.áo, se dice balumba...» R. Barcia incluye el vocablo
baluma y en el Diccionario marítimo español de los Sres. Lo-
renzo, Murga y Ferreiro, encontramos: «Baluma. Nombre
que generalmente se da á la caída de popa de las velas de
cuchillo.» La Academia dice que es voz anticuada, la refiere
al artículo balumba y no la define más que en la acepción
marina. ¿Dónde está el error?
«Y por eso, por no saber nunca lo que dicen, dicen más
adelante que CAÑALIEGA es lo mismo que canal en la tercera
acepción, en la de tefa delgada y mucho más combada que las
comunes, la cual sirve para formar en los tejados los conductos
por donde va el agua.» Alfonso de Falencia dice en su Voca-
bulario: «Imbrices son tejas cañaliegas que reciben la lluvia.»
Y Clairac dice, como la Academia, que el vocablo cañaliega
es anticuado y lo define del modo siguiente: «Teja canal: la
delgada y combada que en los tejados forma la canal por
donde corre el agua.» Diccionario, tomo I, página 723.
Mofase después Escalada de que se diga en el Diccionario
que el caballo es «cuadrúpedo de pies con casco...» y procu-
ra hacer reir con sus ingeniosas ocurrencias. Wesbter, que es-
cribió un notabilísimo Diccionario de la lengua inglesa, sin
que intentara deprimir antes las obras análogas á la suya,
por lo mismo que ni necesitaba rebajar á nadie para sobresa-
lir, ni se sentía dominado por la tristeza del bien ajeno, dice
en el tomo I , pág. 638 de su hermoso libro:
«HoRSE. Zool. A hoofed quadruped of thegenus Equus...»
Y como quiera que el adjetivo hoofed «se aplica al animal que
tiene cascos» {Dice, inglés-esp., por Lopes y Bensley, pági-
na 321), resulta que Webster se expresa del mismo modo
que la respetable corporación á la cual, con éxito tan infeliz,
pretende atacar Escalada.
Finge éste extrañarse, ó se extraña realmente, que todo
pudiera suceder, de que al definir el sustantivo cabeza, agre-
gue el Diccionario que «en el hombre y en muchos animales
está unida al cuerpo por el cuello.» Webster dice: H E A D
in man and the higher animáis is connected with the rest of
REVISTA CRÍTICA 187
the trunk by a part called the neck.» {Dice, tomo I, pág. 612.)
Lo que, en romance, quiere decir que la cabeza «en el hom-
bre y en los animales superiores, está unida al resto del tron-
co por la parte denominada cuello.» Y como Webster en su
Diccionario, se expresan Milne-Edwards, Galdo, Pereda y
otros muchos, en sus manuales de Historia Natural.
Aún le queda humor al sesudo crítico para censurar, con
la cortesía que acostumbra, el que se defina la cabezada di-
ciendo que es «compuesto de correas ó cuerdas que ciñe y
sujétala cabeza de una caballería, á que está unido el ramal.»
Pues bien; en obra tan autorizada como lo es el Diccionario
de Agricultura, de Collantes y Alfaro, se define exactamente
lo mismo.
Prosigue Escalada: «También tiene gracia y mal olor la
segunda acepción del bacín, que dice: «bacineta para pedir li-
mosna.» ¿Dónde y cuándo han visto los académicos que se
pida limosna en un bacín?» Sólo un escritor como Escalada
puede ignorar que en, la Crónica del Rey D. Juan el II (año
53, cap. 129), se lee: «Puso un bacín de plata á la cabecera
donde el Maestre estaba degollado, para que allí echassen el
dinero los que quisiessen dar limosna... y en aquel bacín fué
echado assaz dinero.»
Asegura también que todas las acepciones que da la Aca-
demia al artículo buco «están de sobra,» y le admira que se
considere á este vocablo como sinónimo de cabrón. En las
Ordenanzas de Tarazona, pl. 107, se halla lo siguiente: «Es-
tatuimos y ordenamos que qualquiere vecino de la presente
Ciudad pueda tener su ganado de bucos y mardanos en las
partidas llamadas los Duales.»
No menos sorprendido se manifiesta Escalada de que se
afirme en el Diccionario que buco significa abertura ó aguje-
ro, por no saber que Cervantes dice en Persiles, lib. 2, ca-
pítulo II: «Aserraron el bajel por la quilla, haciendo un buco
capaz de ver lo que dentro estaba.»
Niega Escalada que se diga barzón, sosteniendo que dibe
decirse barazón, y asegura «que no puede ser de hierro,» y en
el Dice, de Agrie, tomo I, pág. 556, se encuentra el vocablo
barzón (y no G\ barazón), definido así: «Especie de anillo ó
188 REVISTA CONTEMPORÁNEA

sortija de hierro, por donde pasa el timón del arado en el


yugo.»
También son suyas estas palabras: «La definición del ber-
mellón es muy mala; porque el bermellón no es «cinabrio re-
ducido á polvo,» sino bermellón, cosa distinta del cinabrio.
Este es un mineral de donde se extrae el mercurio ó azogue,
y el bermellón es una composición química denominada sul-
furo mercúrico rojo.»
Clairac {Dice, de Arq., tomo I, pág. 490) dice en el artícu-
lo BERMELLÓN: «El mercurio y el azufre combinados en una
cierta proporción dan origen á un compuesto rojo, que cuan-
do está en masa cristalina toma el nombre de cinabrio, y
cuando en polvo el de bermellón. Este se emplea en la pintura
como color rojo » El ingeniero de minas D . Luis Barina-
ga en el libro Ctcrso de Metahirgia especial, el profesor é inge-
niero de montes D . Juan J. Muñoz, en su excelente Manual
de Mineralogía, que da los nombres de cinabrio y bermellón al
sulfuro de mercurio, y otros autores escriben en armonía con
lo que dice la Academia. Citaremos textualmente una auto-
ridad de primer orden, al insigne químico Wurtz, que se ex-
presa en estos términos: «El sulfuro rojo de mercurio se
denomina cinabrio cuando está en masas compactas, y ber-
mellón, cuando está muy dividido....» {DicHonnaire de Chimie
puré ei appliquée, tomo I I , pág. 35o.)
Sigamos copiando. «La pieza de madera encorvada del ara-
do no se llama cama, sino camba, en toda tierra de arados:
CAMBA se llamó siempre y se llama todavía en León, en Astu-
rias y Santander, que es donde las hacen, y CAMBA la llaman en
Castilla todos los labradores, menos algún tontuelo presumi-
do de los que leen el Diccionario.» En el repetido Dice, de
Agrie, práctica, de Collantes (tomo I, pág. 440), se dice: que
«el arado timonero se compone de la esteva, la cama...... Y
poco después: «El arado de cama de palo, que es el que más
generalmente se usa en España, se compone de las mismas
partes;..,, la cama es de palo
»E1 arado de Navarra no tiene cama.*
En el Dice, eneiclop. de agrie, (tomo I I , pág. 423), dice el
Sr. Muñoz y Rubio, exdirector y actual catedrático del Insti-
CARTAS DE PARÍS I89

tuto Agrícola de Alfonso XII: «Piezas de que se compone el


arado,— y la cama, que sirve de guía con un punto ale-
jado del terreno, para que el labrador pueda trazar una línea
recta, y que por su longitud dé estabilidad al instrumento.»
Docenas de veces usa de la voz cama, y ni una sola de la
camba del'crítico famoso. Los Sres. Arce y Rodríguez Ayuso,
ingenieros agrónomos, citan en diferentes ^ocasiones la cama
del arado. {Lecciones elementales de Agricultura, pág. io6.)
«Quizás—añade éste—en el Diccionario de los criados no
aparecería bien definido el CALIDOSCOPIO, pero tampoco han
sabido definirle los académicos, que dicen: «que encierra dos
espejos,» cuando son tres, en forma de polígono triángulo.»
Aunque son muchos los autores que podríamos citar, todos
contrarios á lo que el censor sostiene, nos contentaremos con
reproducir un párrafo del Tratado elemental de Física de A. Ga-
not. (Edición XIX, París, 1884, pág. 593.)
«•Calidoscopio. Aparatito ideado por Brewster. Se compone
de un tubo de cartón, en el cual hay dos espejos inclinados 45
grados »
Hace también chacota el incorregible crítico de la manera
como define el Diccionario el vocablo CANAL, y ejerciendo de
maestro alfarero, se sube al trípode de los desatinos. Al ha-
blar del vocablo cañaliega, copiamos la definición aludida, la
cual coincide en un todo con la de Matallana {Vocabulario de
Arquitectura), á saber: i-Canal. La teja delgada y más combada
que las demás, con que se forma en los tejados los con-
ductos por donde va el agua.» Clairac también acepta esta
definición.
Aquí terminamos, por ahora, porque ni las desdichadísi-
mas censuras de Miguel de Escalada merecen ser refutadas
detenidamente, ni hemos de ensañarnos con quien, apesar de
su desenfado, no se ha atrevido á replicar una sola palabra
á nada de cuanto le hemos dicho.»

Tanto en Francia como en Inglaterra, Italia y aun Alema-


nia, se sigue discutiendo acerca de los fenómenos de magne-
igO REVISTA CONTEMPORÁNEA

tismo y de hipnotismo. E n este mes se ha publicado una


obra muy apreciable (i), en la cual se estudia con mucho
tino esta cuestión.
Empieza el autor haciendo una reseña histórica de la doc-
trina del hipnotismo, indicando las vicisitudes por que ha pa-
sado y sus orígenes, y demuestra cómo los sonámbulos hip-
nóticos de nuestros días tienen por antecesores á la criadita de
Mesmer y al criado del Marqués de Puységur. Recuerda tam-
bién que, queriendo Braid confundir á los partidarios del mag-
netismo animal, descubrió lo que en las prácticas de éste hay
de verdadero, por lo cual ha conservado el autor el nombre
de magnetismo.
«Los que empiecen la lectura de este libro—dice el doctor
Cullerre—sin previo conocimiento del asunto, esperarán en-
contrar en él la narración de sucesos sorprendentes; pero
quizás sobrepuje la realidad á lo que imaginen. En vez de
trastornarse, que acudan á su razón y no olviden que, para el
examen de una cuestión científica, la única actitud que con-
viene es una disposición de ánimo tan distante de la fe ciega
como del escepticismo.»
Cullerre define como Richer el hipnotismo diciendo que es
«el conjunto de estados particulares del sistema nervioso
determinados por maniobras artificíales.»
Gran número de personas son hipnotizables, sobre todo las
jóvenes de quince á veintiún años de edad. Los abusos alco-
hólicos predisponen al hipnotismo, y también la anemia, la
clorosis y los estados neuropáticos, excepto la locura.
Prescindiendo de los sistemas que se emplean para deter-
minar el hipnotismo, de los fenómenos generales, motilidad
y sensibilidad; sugestiones hipnóticas, ilusiones, alucinacio-
nes, sugestión en las personas despiertas y estado de fascina-
ción; fisiología del hipnotismo y de sus aplicaciones á la tera-
péutica, porque hablamos ya de estos particulares en una de

( I ) Magnétisme ethypnotisme^ exposé des phénoménes observes pendant


le sommeil nerveux provoqué, par le Dr. Cullerre: Seg. edición, con 28 figu-
ras.—París, librería de J. B. Bailliére et fils, 1887. Un tomo en 8.° de 358
páginas. Precio; 3,50 pesetas.
REVISTA CRÍTICA Igl
nuestras Revistas anteriores, nos ceñiremos á llamar la aten-
ción de nuestros lectores hacia la importancia de la cuestión
que estudia el Dr. Cullerre en el último capítulo de su obra,
esto es, las relaciones entre el hipnotismo y el Código. En él
trata de la manera cómo la sugestión hipnótica priva de liber-
tad moral al individuo que se somete al experimento, y dice
que el automatismo á que le reducen los diversos estados
hipnóticos, puede hacer de él el instrumento de delitos ó ',de
crímenes ó la víctima de diferentes atentados.
El libro del Dr. Cullerre ha llegado á la segunda edición á
los pocos meses de imprimirse la primera, lo cual demuestra
que el público se ha apresurado á leerlo, recompensando así
los esfuerzos de su diligente autor.

R. ÁLVARBZ SEREIX.
EL M O S É N (O

CONTINUACIÓN

Sedini le flaquearon las piernas y vaciló.


María de la Paz, aterrada y en silencio, estaba
sobre la cama tan inmóvil como un cadáver.
—Toda desgracia que caiga sobre nosotros ha
de provenir de esa infame familia. ¡Si vieras qué descansado
entro en combate y qué tranquilo atravieso por en medio de
las balas, cuando me consta que en las filas del enemigo no
hay ningún Monvapón!... ¡Y qué especie de congoja me da
cuando sé lo contrario!... Es porque tengo certeza de morir,
herido por plomo salido de un arma suya... y entristezco
ante la idea de perder la vida, porque perder la vida, es
perderte á ti.
Y cogiendo la mano de su hermana entre las suyas, la
besó repetidas veces.
El doctor Sedini creyó de oportunidad intervenir en aquella
especie de acusación, y dijo:
—Según lo que ha dicho V., Jaime, no ignora ya nada de
lo que más bien por prudencia que por otra cosa se le ha

(I) Véase la pág. 88 de este tomo.


BL MOSÉN 193
ocultado. Y por tanto, es mi parecer que ha llegado el mo-
mento de discutir las bases para una transacción.
El Mosén alzó la vista y le miró como si no le conociera.
—¿Transacción dice V.?...—le contestó. — ¿Acaso cabe
algnua?
—Pues no...
—No, señor,
•—¿Y la deshonra?...
—Es que hay transacciones mucho más deshonrosas que
la deshonra que pretenden evitar.
—No es este caso una de ellas...
—Sí, sí... querido Sedini—dijo Jaime exaltándose por se-
gundos.—Es una, es una... Es, quizás, la única... ¿Cree V.
que yo no lo he pensado?...
—Es que la impresión del primer momento...
—Un instante es suficiente para resolver la cuestión más
difícil.
—Sin embargo, asi como de la discusión sale la luz, de la
discusión profunda con el sentido íntimo ó conciencia nacen
las resoluciones menos dadas á equivocarse...
—¡Luz!... ¿Acaso hay luz más viva que la del relámpa-
go, ni más rápida?...
—El relámpago ciega.
—Pero en un segundo, muestra lo mismo que el sol en
todo el día.
—Y sobre todo, una tempestad no es comparación.
—Sí la es. Aquí hay una tempestad... por consiguiente,
no debe haber más luz que la del relámpago, que ya ha ful-
gurado en mí. Todo está dispuesto. A mi plan no le resta
sino una consulta, que ahora mismo voy á hacer.
—¿A Faz?
—Sí, á María.
Y juntándose más á la cama, dijc^ á su hermana;
—En el último momento que he hablado con la víbora
que anidó en nuestro regazo sin que impedirlo pudiéramos,
me dijo una cosa que no me cabe en la cabeza de puro horri-
ble y grande. Me dijo que te amaba con delirio...
Faz revivió como si respirara nuevo aire,
TOMO Lxv.—voL. II. 13
194 REVISTA CONTEMPORÁNEA "
—Pero en esto no reparé yo, porque propia de su estirpe
es la mentira. Lo que me pasmó por el descarado cinismo
que denota, es la manera con que aseguraba... ¡fíjate bien,
Paz!... aseguraba que tú le amas á él también... ¿Es esto
cierto?... ¡Contesta!...
Paz no respondía.
—María—dijo entonces Sedini—tiene un deber moral...
el de querer á ese hombre. ¡Y le quiere!
El Mosén se estremeció y estrechó más la mano de María
que tenia prisionera.
—¡No lo creo! ¡No lo creo!... Que lo diga ella.
—Ella contesta por mí.
—¡No puede ser!... ¡Tienen sus labios que arder al decir-
lo!... y no lo dirá.
—Lo dirá.
—¡Pero si es imposible!... Sí, si le amara no sería mi her-
mana.
—Pues lo es, y le ama.
El Mosén se cogió el cráneo con las manos, abandonando la
de María, que cayó como un pesado lingote de plomo, y dijo:
—Dilo, María; no puedo concebir que sea así; dímelo, y
así sabré si estoy en error ó en certeza... ¡Lloras!... Di,
María... .lEs verdad que le amas?...
Tras corta pausa, María afirmó:
—Sí.
El Mosén quedó como si á un hombre de talento le quita-
ran de pronto la inteligencia y quedase hecho un estúpido.
—Es un amor natural—dijo Sedini.—María es madre.
María...
—¡Lo sé que es madre!—^rugió el Mosén sordamente.—
Pero como no basta concebir un hijo para tener derecho á
ser madre; como ese niño no ha nacido de padres unidos por
la Iglesia, sino de seres enemigos de toda la vida y que la
casualidad y la desgracia unieron un momento... Como no
ha venido al mundo circundado de esa aureola de alegría de
que viene rodeado un hijo... Como ha nacido sin padre...
—Es menester dárselo—interrumpió el médico.
—Como tú misma—continuó sin hacer caso de Sedini,—
EL MOSÉN 195

al sentir en tu seno las palpitaciones de ese nuevo ser con


vida que arrancaba de tus entrañas, no sentiste sino vergüen-
za y no alborozo, tristeza y no ventura... ¡Claro es que tú
eras inocente!... ¡Pues no faltaba más! Y él, tu hijo, era y
es también inocente, y ha nacido sin más culpa que la que
todos traemos al nacer... Pero lleva en su frente de ángel un
estigma de baldón que nada puede lavar... ¡Porque tu unión
con ese hombre es imposible!... ¿No comprendes que este es
un nuevo lazo que un Monpavón nos tiende?... ¿No ves claro
como el sol, que ese amor que finge el muy hipócrita no es
más sino el precio de su vida... que me quiere comprar
ámí?...
María sintió que sus cabellos se erizaban, que sus múscu-
los se contraían, que su sangre se paralizaba.
—Tú. Paz querida, sueñas con una reparación que es un
imposible. Piensa, recapacita, mide bien lo que es una unión
con ese hombre... Cuenta con que si libre fué hiena que te
hizo desgraciada para siempre, el día en que hasta por la
Iglesia fuera tu señor... ¡Pero no; he dicho la Iglesia!... ¿Le
crees capaz de casarse? ¿y de amarte?... Si no ama á Dios, si
no cree en él, si es un hombre sin temor de nada, si es
como... ¡como debe ser un Monpavón! como los he concebi-
do siempre. Y admito, admito que llegara á ser tu esposo, y
que fuera para ti marido amante, y que yo fuera un misera-
ble que consintiera todo esto... ¿Y la otra vida?... Supon el
instante de tu muerte; supon tu subida al cielo, y medita
sobre lo que allí te sucedería cuando al buscar á tu madre
del brazo del que la cosió á puñaladas... la pidieras un beso,
y al verte con él te escupiera la mejilla y te repeliera de sí,
diciéndote: no\tú no eres mi hija. ¿Crees que no comprendo
yo la buena intención que te guía al amarle?... Es un senti-
miento, un sacrificio laudabilísimo que te honra sobremane-
ra. Dar á tu hijo un padre: el mismo que lo engendró...
Pero hay ocasiones en que vale más no tener apellido... El
cachorro de la fiera, cuando ve que todos huyen de él, mal-
dice á su padre... Y tu hijo maldeciría al suyo cuando su-
piera la infamia que contigo cometió.
Calló Jaime para enjugarse ei sudor que abundante corría
igó REVISTA CONTEMPORÁNEA
por SU frente, y el médico, aprovechando su silencio, dijo:
— E s este, por tanto, un problema.
—Es lo^que V. quiera.
—Sí; un problema que no tiene solución.
—Sí la tiene.
—¿Cuál, como no sea un milagro?
—Todo lo que es hijo de actos humanos, puede resolver-
se dentro también de lo humano. Este que V. dice problema,
tiene una solución naturalísima.
—¿Que V. vio en el relámpago de que hablamos antes?
—Justamente.
—Y que por tanto será una ilusión.
—No es ilusión: es la solución que para este caso dan
Dios y el mundo. Las circunstancias terribles que concuren
en María, exigen que renuncie á todo, que muera para el
mundo, para la sociedad, para todo; y que sólo viva para
Dios.
Paróse como para tomar aliento, y concluyó:
—María de la Paz debe olvidarlo todo, y debe entrar en
un convento.
Al oír convento, alzó María la postrada cabeza. Hubiérase
creído al verla temblar, que en su pecho estallaba subleva-
ción repentina de sentimientos imposibles de dominar. Fué á
decir algo categórico, contundente, enérgico, porque sus
ojos se iluminaron de fuego y sus labios, palideciendo, se mo-
vieron... Pero cual si la losa de un sepulcro hubiera caído
sobre aquel oleaje de ideas que se levantaban con audacia,
su espíritu se resignó; apagóse su vista como un sol que se
extingue, y sus labios secos quedaron inmóviles.
Paz dobló la cabeza, como la doblan los Crucifijos, y si-
guió escuchando.
—Mientras, yo haré por saldar una cuenta que en el
mundo tengo pendiente; y cuando la haya saldado—exclamó
con acento sombrío—entonces... me retiraré también, si
Dios me da tiempo, á procurar la purificación de mi alma,
é impedir que abrumada de culpas caiga en el infierno... á
quien tengo miedo cerval, porque me consta que allí... han
de estar ellos... todos...
EL MOSÉN 197
Y se extinguió su voz como si hubiera muerto.
Sedini callaba en tanto: estaba aterrorizado de ver el giro
que tomaban las cosas.
Y la alcoba parecía tétrico lugar donde dos vivos velasen
en silencio el reposar eterno de un cadáver.
A ninguna otra cosa se asemejaba más la silueta pálida de
María; tan pálida, que á veces se" confundía la carne con las
sábanas.
Grande y triste huella habían dejado en sus facciones, an-
tes llenas de lozanía, los huracanes de amargura que las
azotaron cruelmente. Causaba el verla, lástima profunda.
Jaime inclinó su cabeza en la almohada de María, hasta
el punto que sus frentes se tocaban. Entonces María abrió
los moribundos ojos y miró á su hermano con dulce expre-
sión de disgusto... Aun le dio un beso y le dijo muy por
bajo:
—iQué cruel eres conmigo, Jaime!...
Y Jaime, separándose repentinamente de ella, la respondió:
—No: nada de eso... Todo lo que quieras lo tendrás...
menos á él... Y la prueba es que ahora mismo el Doctor
Sedini va á tener la bondad de traer aquí, para que repose
contigo... y para que yo le conozca, al hijo que la lascivia
de un miserable te hizo concebir...
—¿Pero sabes?...—le dijo ella.
—Sí: lo sé todo... Que Sedini lo tiene en su casa... que
se llama Jesús...
Poco después Sedini salía de casa del Mosén y más tarde,
á la media hora, volvía acompañando á Brites, que llevaba en
brazos al hijo de María.
Jaime Parolla lo recibió en sus brazos, y devorándole las
facciones con la vista, le dio dos besos, luego que como ex-
presión espontánea del supremo elogio de su hermosura, hu-
bo dicho y repetido mil veces:
—¡Y no se parece á su padre!...
IgS REVISTA CONTEMPORÁNEA

CAPÍTULO VI

LO Q U E S E DECÍA

Trascurrió el tiempo después de lo referido, hasta llegar


el mes de Agosto, sin que nada notable ni digno de ser con-
tado ocurriera en Cristierna.
Los días iban acortando; las mañanas iban siendo frescas;
las tardes solían resolverse en chubascos y tormentas de ve-
rano, y únicamente seguían como en Junio las horas del me-
diodía calurosas y pesadas.
Si la necesidad de datos nos hubiera hecho buscar noticias
de lo.que en aquel tiempo pasó, ciertamente que teniendo
abiertas las puertas de casa de D.^ Obdulia, hubiese sido
supina necedad desperdiciar la ocasión de enterarnos al deta-
lle de lo sucedido en todo el pueblo, y por consiguiente en
casa de Jaime Parolla. Pero la notarla, cuya lengua parecía
una espada, que no dejaba jamás enmohecer, era relator
apasionado, y su tertulia, corifeo nada imparcial, que á creer-
les, nos hubiesen llenado la cabeza de fantasías y deliquios,
á cual más imperdonables, constándonos como nos constan
las verdaderas bases de que la murmuración arrancaba sus
relatos.
Mas como al propio tiempo, para no ignorar nada que pue-
da intesarnos, nos es preciso no apartarnos mucho del con-
ciliábulo notarial, elegiremos por historiador al ilustre don
Fidel, que á cambio de otros defectos, más bien que tales
debilidades muy pasaderas, poseía sobre su viperina consor-
te la cualidad preciosa de ser más prudente y menos dado á
mentir é inventar maldades. Y de este modo, aunque un tan-
to tergiversados los hechos que el buen juicio reducirá á sus
naturales moldes, sabremos lo que nuestro deseo busca con
interés.
Era el día de San Lorenzo.
EL MOSÉN 199
El cielo parecía querer recordar á los mortales el martirio
realmente bárbaro que padeció el tostado santo, achicharran-
do sin necesidad de parrillas á los vivientes; y por las calles
de Cristierna, á las once del día, no transitaba un alma.
Sin embargo, no todos los vecinos estaban metidos en sus
casas; pues aun los más partidarios de la prolongada estan-
cia en el hogar doméstico, si eran de alguna jerarquía ó al-
tura social, eptaban echando lo que allí se llama Las once. Re-
frigerio líquido, compuesto de agua, vino, limón, azúcar y
canela, con que refrescan las abrasadas fauces los vasconga-
dos de alguna pro y valía. Y perteneciendo á este número y
grupo, en primera fila, el notario Barrera, claro está que á
la sazón se encontraba atareado en tan grata ocupación y
empeño.
Así es que en un*ancho portalón, sumamente fresco por
cierto, cuya puerta doselaba un ancho rótulo en que se leía:

CHUBIRI Y PERENANTE
AEDATJE -f CHICOLISE -f POUCHIE + SAN&MSIÉ

se encontraba el confidente regio conversando tranquilamen-


te con D. Robustiano y D. Andrés, mientras agitaba con
un canuto de olorosa canela el iFierabrás de la sangría clásica.
—En cuanto á mí, Sr. D. Andrés—decía D. Fidel,—pue-
de S. M. otorgarme la recompensa que guste, en la plena se-
guridad de que tal como ella sea, la recibiré agradecido y
sumiso como una inmerecida deferencia y honor que me dis-
pensa su munificencia real. Mas sí guardaría en mi interior
un cierto rencorcillo contra esos cortesanos de bajo vuelo,
que no son sino^ piratas de la voluntad del Rey, y que le
coartan sus resoluciones, convirtiéndole en el terreno gracio-
so ó de recompensas en un Rey constitucional.
—Tiene V. muchísima razón—repuso D. Robustiano con-
testándole.—Y da V. de ese modo loable ejemplo de respeto
200 REVISTA CONTEMPORÁNEA

á las reales decisiones, aceptando un premio que es asaz cor


to, y nimio, y pequeño, y miserable, y...
—¡Chisdt! No tanto. Por Dios bendito, D . Robustiano, no
tanto.
—Sí, señor. ¿Qué va V. á decirme? ¿Que es una cruz que
no tienen más que cuatro ó cinco, entre ellos ese botarate del
Mosén? ¿Y qué? ¿Qué comparación tiene lo que representa
ese pedazo de trapo y la chapa colgando, con los servicios in-
mensos que V. tiene prestados á la causa? ¿Cuándo le podrán
pagar á V. con eso ni con nada los sacrificios de todo género
que V. se ha impuesto voluntariamente? ¿Cuándo, ni por
dónde ha hecho nada el General Cantarero para tener la mis-
ma distinción? Que V. es modesto, y es digno, y es pruden-
te, y es servidor leal, y es...
D . Robustiano iba á proseguir, per» D . Fidel se sintió
mareado por tanto y tanto incienso, y temeroso de desvane-
cerse, tapó la boca á su amigo y concluyó;
—Silencio. Yo sé lo que hacer me toca. Haga lo que quie-
ra S. M., yo seré siempre su primer soldado y este pecho—
se golpeaba la boca del estómago—será siempre suyo, y siem-
pre estará henchido de amor por su persona.
—jOh, manes de la honradez!—exclamó D. Andrés cru-
zando las manos, poniendo los ojos en blanco y brincando á
la cúspide de la adulación.—¿No batís palmas al escuchar á
este patricio ilustre cómo desprecia las recompensas que de
sobra tiene merecidas? ¿No os regocija ver cuál menosprecia
las insidiosas manipulaciones de los moscardones de S. M.?
Los tres personajes fueron del mismo parecer. Hasta don
Fidel se olvidó de la modestia, y asintió con la cabeza á las
preguntas que hizo D . Andrés.
—Y á propósito de avichuchos—interrogó D. Robustiano.
—¿Cuál es la verdad de lo ocurrido la otra noche en casa del
doctor Sedini?...
—¿Lo del robo?—dijo D. Fidel.
—Justamente—fué respondido.
—En cuanto á eso—prosiguió el notario,—son infinitas
las versiones que circulan. Los unos dicen que á las doce y
media de la noche se presentaron en casa del médico varios
EL MOSEN 201
hombres armados, que forzaron la puerta de la calle, y que en-
traron...
—Pero la cuestión está en que es indudable que á robar
no iban.
-¿No?...
—No señor: y la prueba de ello es que se fueron luego de
estar allí un rato, y no ha faltado un solo objeto.
—¡Raro asalto! ¿Qué irían á buscar?...
—A mi me ha contado Arco—dijo D. Andrés,—que como
ustedes saben vive en el número 6... en la Cuesta de...
—Al lado de Sedini.
—Sí.
—Pues Arco me ha dicho que no fueron varios, sino dos
tan solo; y que cuando menos uno, vestía de militar, y militar
del Gobierno.
—¡Zapateta!...
—Añadióme que él iba á acostarse cuando oyó la voz de la
vieja.Brites, que gritaba: ¡Ladrones, ladrones!... Que se asomó
á la ventana y que cuando lo hizo, vio ya correr dos bultos
1
que trataban de huir y se dirigían hacia fuera del pueblo...
—¡Qué misterio!...
—Aquella noche no durmió en su casa Sedini.
—¿Pues dónde?...
—En casa del Mosén: su hermana se había agravado por
la tarde, y...
—¿De suerte que Brites se hallaba sola con el chicuelo ese
que nadie sabe de quién es?...
—No'. Ese niño, que si no recuerdo mal se llama Jesús,
lo han llevado también á^casa de Jaime: por consiguiente, no
estaba en la del médico la noche de los ladrones.
—¿Irían á secuestrar al niño?...
—No es creíble. ¿Con qué objeto?...
—Realmente, señores—exclamó el notario,—son frecuen-
tes las disputas que yo sostengo con mi mujer acerca de la vida
extraña que trae el Mosén... Pero verdaderamente que es una
casa tan llena de líos, de secretos y jeroglíficos, que parece
la mansión encantada de alguna bruja.
—Verdad, verdad—dijo riéndose D. Robustiano.
202 REVISTA CONTEMPORÁNEA
—Y el caso es—seguía D. Fidel,—que con unas cosas y
otras tiene abandonada la guerra, y mucho me temo no nos
cueste cara la broma de sus enredos. Ahora, no sé con qué
pretexto ha dicho que no conviene avanzar, sino solamente
mantenerse á la defensiva, y hace más de un mes que está
el ejército como dicen que estaba el gran Quevedo. Aunque
si bien se piensa, yo creo que ese deseo de no alejarse de
Cristierna obedece al plan que se ha trazado de volver todas
las tardes al pueblo.
—Es que como su hermana María está de tanta gravedad
—objetó D. Robustiano concluyendo de beber su refresco.
—Sí, pero el caso es—le contestó el notario,—que con ese
sistema, nos tiene á todos con el alma en un hilo: y el día
que refuercen el ejército contrario, y retrocedan los nuestros,
tenemos otra vez á Cristierna convertida en campo de ba-
talla.
—De eso estamos seguros que nada sucederá. El Gobierno
de Madrid está muy ocupado con sus cosas para que se cuide
de nada. Bastante hace con tener la gente que tiene en
filas...
—Que no paga...
—Eso ya hace tiempo. Pero como decía, están muy distraí-
dos, y empiezan á sentir las consecuencias de sus malditas
ideas: lo cual es inútil, pues nuestra patria tiene que apurar
aún más el doloroso cáliz de amargura que Dios da á beber
á sus pueblos para probarlos, como da tristezas á los indivi-
duos para aquilatar su fe.
—En mi concepto—dijo D. Andrés,—España está experi-
mentando el más espantoso y nauseabundo'de todos los can-
sancios: el cansancio de sangre.
ANTONIO VASCÁNO.

iSe continuará.)
Á^
M^mm.

REVISTA DE TEATROS

lEMPRE nos ha parecido muy difícil emitir nuestro


humilde juicio en lo que se refiere á las produc-
ciones dramáticas de D. José Echegaray, y hoy,
á decir verdad, no nos parece difícil, sino imposi-
ble, decir nada concreto y atinado respecto á su último dra-
ma titulado Los dos fanatismos, estrenado últimamente en el
Teatro Español.
Hace tiempo que tan insigne dramaturgo camina á la ven-
tura, imitando á Diógenes buscando á la luz de la linterna de
su acalorada fantasía el modo de hacer un drama ó una co
media, y sea que no pueda ó no quiera encontrarlo, lo cierto
es que si en muchas ocasiones nos ha parecido que se aproxi-
maba á la meta de sus deseos, en la presente se ha ido tan
lejos, que su última producción puede ser un delirio, un em-
brión de drama, un trozo de un artículo de periódico, una di-
sertación académica; todo, todo menos un drama, porque no
lo constituye ni en un autor novel, ni en un hombre del al- '
canee literario del Sr. Echegaray, la situación sorprendente y
si se quiere hermosa, colocada al acaso en el final del segun-
do acto, ni las poéticas y preciosas imágenes que han dado
en llamarse de las luces y de la luna, puestas en boca de Ju-
204 REVIStA CONTEMPORÁNEA

lian y de D. Justo en el acto tercero, y mucho menos la


muerte inopinada de Angustias, á todas luces absurda, con
que finaliza la obra.
Si hemos de ser justos, forzoso es decir que el drama, si
asi quiere llamarse, debía terminar en el segundo acto, pero
asi y todo, en toda la concepción dramática, no se observa
nada de dramático ni de cómico, y sólo se ven materiales dis-
persos que, tejidos con talento dramático, pudiera haber ser-
vido para escribir la alta comedia, pero nunca el drama.
Ni interés, ni hilación, ni caracteres, ni situaciones dramá-
ticas, fuera de la mencionada, ni nada que esté dentro del
género, incluyendo el plan y el argumento de la obra que no
se exhiben, y una languidez y repetición de ideas lamentables
se nota en la última y desdichada producción del insigne dra-
maturgo.
Los personajes no tienen carácter determinado, no obede-
cen á un plan fijo y bien ideado; la única situación que tiene
no arranca de una idea sólidamente concebida, y por último,
ni la verosimilitud material ó moral, necesaria en toda obra
de este género, ni la imitación de un suceso ó de la verdad,
ni el ridiculo de vicios y pasiones exageradas ó mal conduci-
das descuellan en la composición, resultando de aqui que
sólo se ve un egoísmo literario en que el autor sacrifica la
verdad, la inspiración y el genio á su aspiración ó á su idea
particular, concebida en bien de su interés y no del público en
general.
Para demostrar la verdad de nuestra opinión, basta fijarse
simplement|! en los dos personajes capitales de la obra, ó sean
los que el autor presenta como fiel y característica expresión
del fanático de la credulidad y del fanático de la incredulidad,
pues ni uno ni otro llenan el objeto para que fueron traídos á
la escena, resultando, no dos caracteres, sino dos tipos grotes-
cos sin término de comparación, y más propios de un saínete
que de un drama de los vuelos de el que nos ocupa.
D. Lorenzo, fanático creyente, sí bien parte de una base
sólida y fija en las verdaderas creencias católicas, se convier-
te en un beato monómano cofalandrero de oficio, que sacrifi-
ca todo, hasta los impulsos del amor paternal y de la caridad
TEATROS 205
«paciente y dulce, ni ambiciosa ni injusta, que todo lo sufre,
que lo espera todo, que no se irrita, ni piensa mal ni se en-
soberbece, I) á una autocracia más propia de un héroe de una
opinión política, que de un creyente, que por muy exagerado
que quiera pintársele, no llegaría nunca á olvidar ni á des-
prenderse de esos gérmenes católicos y cristianos, que hacen
que el mártir vierta, si es necesario, su sangre por la religión
del crucificado, que en su mente vea ilusiones, creyendo es-
cuchar la voz del cielo ó la aparición de seres incorpóreos y
santos, pero nunca llega al extremo de maldecir su propia
saijgre, sabiendo que esa maldición engendra la muerte del
ser querido como lo es Angustias, su hija, porque contravie-
ne á su paternal mandato se une en eterno vínculo á Ju-
lián, hijo de Andrés y de Magdalenaj que no están enlazados
por el sacramento del matrimonio, olvidando aquella eterna
máxima bíblica que dice: «dejará el hombre á su padre y ma-
dre y se unirá á su mujer, y serán dos en una carne. > Fácil
es que se nos objete, que el autor ha querido pintar la exagera-
ción, teniendo en cuenta que por fanatismo se entiende,
según Balmes, «una viva exaltación del ánimo fuertemente
señoreado por alguna opinión falsa ó exagerada;» pero en este
caso, se trata, no de una opinión, sino de una creencia, y el
que cree con fe, no es un tipo, sino un carácter, y sus exa-
geraciones nacen de un sentimiento extraviado y no de una
hipocresía refinada, que es lo que ha pintado el autor; pero ha
querido darle el nombre de fanatismo para que pese más en
el platillo de la religión católica, á la que intenta combatir,
como vamos á verlo, al ocuparnos del personaje de D. An-
drés Pedregal.
Este es, á primera vista, un hombre infame y no un
incrédulo, indiferente y cínico en demasía, á quien el au-
tor, con una compasión digna de mejor suerte, dota de algu-
na sensibilidad y amor paternal, y como resulta antitético al
feroz é intransigente D . Lorenzo, destruye todo término
de comparación entre ambos personajes, dejando por lo tanto
sin justificar el título de la obra.
Tampoco es fanático el tal D. Andrés, porque su carácter
bonachón, burlesco y satírico le permite limitar su fanatismo
206 REVISTA CONTEMPORÁNEA

á burlarse del culto externo del catolicismo con palabras tan


chavacanas como mal sonantes, impropias de una persona cul
ta, instruida como se supone debe serlo el rico minero america-
no, sin que nosotros creamos por esto que la riqueza supone
por si sola la instrucción, pero sí creemos que no es fanático,
porque para serlo, según la definición anteriormente puesta
y la que dan los diccionarios habidos y por haber, menos
el de Autoridades, que no se ocupa del asunto; se necesita
tener una opinión verdadera ó falsa, religiosa ó profana, y
este señor, si tiene alguna, es la de deshonrar mujeres san-
tas y buenas, según él mismo dice y el autor pinta en el per-
sonaje de Magdalena, con la que tuvo á Julián y con la cual
no quiere casarse ni dar nombre á su hijo, si bien al final
cede con la condición de casarse cinco minutos después de la
boda de Julián con Angustias, en lo que iguala en terquedad
á D. Lorenzo • (porque no son más que dos tercos), con la
diferencia de que D. Andrés cede al fin y al cabo por amor
á su hijo, y D. Lorenzo, con marcada razón en el fondo y
con imponderable exageración en los medios, maldice y mata
á su hija, catástrofe convencional hasta el extremo y que
hubiera sido más justificada si D. Andrés hubiera dicho á
D. Lorenzo su intención, y en ese caso, si D. Lorenzo no
cedía, los dos hubieran estado á la misma altura matando
moralmente á Angustias, razón por la que convenimos que
el Sr. Echegaray ha querido dar más virtud al incrédulo que
al creyente, y si esto no basta, añadiremos que para tratar de
establecer un parangón entre ambos personajes y que resulten
de una manera forzada igualmente infames, se vale el autor del
pueril recurso que estriba en que D. Lorenzo se separe de su
mujer por mutuo convenio, enviándola á un convento sin
otro motivo que ser algo aficionada á las galas y al trato
social, defecto que no justifica el tipo de Rosario, mojiga-
ta, pueril y tonta, más bien dominada por eí carácter nero-
niano de su esposo que por las aficiones que el autor la su-
pone, el cual si ha pretendido imitar el carácter que de mano
maestra traza Moratín en una de sus obras, se ha llevado un
solemnísimo chasco; además, una cosa es abandonar una mu-
jer que villanamente se engaña y otra enviarla á un conven-
TEATROS 207

to sin que la pasión á otra mujer le obligue á ello, porque


D. Lorenzo es casto y puro en extremo.
Ni con estos recursos ni con los resortes que emplea en Ja
acción de la obra puede justificar el desenlace, porque como
D. Lorenzo y D. Andrés no son fanáticos, cuando muere
Angustias, Julián culpa á los dos de aquella muerte, se está
viendo de una manera clara el deseo incorregible del autor
de verter sangre por el solo placer de verterla, sacrificando á
un inocente; sacrificio estéril y fácil de evitar si hubiera teni-
do compasión del público que con santa paciencia sufre sus ex-
centricidades, con sólo haber pintado dos caracteres francos
y abiertos, que fijos en sus opiniones ó ideas, hubieran dado
. oídos á la conciencia, luz interior que ilumina el alma, y que
ni el Sr. Echegaray ni nadie puede borrar de una plumada su
influjo; pero en este caso era necesario pintar la lucha inte-
rior que con ella entabla el hombre; pero como era muy difí-
cil, no ha querido el Sr. Echegaray perder su tiempo en in-
tentarlo siquiera.
Como al finalizar la obra pretende demostrar que los dos
hijos son víctimas de la misma exageración que domina á los
padres, se ve sin esfuerzo que el creyente queda por muy de-
bajo del incrédulo, como ya hemos dicho antes, porque al fin
cede, aunque tarde, por el amor á su hijo, y el otro no tiene
amor ni á su hija, ni á s u mujer, ni á la religión que profesa,
y si con esto ha pretendido demostrar que la religión católica
ha sido sanguinaria, recuerde en buen hora la inquisición si
así le place, pero no olvide tampoco á Muncer Juan de Leide,
la ciudad de Munster, la guerra de los aldeanos del siglo XVI,
que justo nos parece que haya paridad en los actos de dos
personajes que producen una misma causa.
También se nota entre ellos una particularidad notable, pues
no se comprende cómo dos hijos de seres tan erróneos, sean
tan buenos y tan ricos en virtudes, consecuencia que aunque
no sea antinatural, debe explicar el autor, porque el público
no es homogéneo, sino heterogéneo y no se compone de seres
igualmente instruidos, y dejar á oscuras á los que no lo com
prendan, da indicios de no muy buena intención ó de inex
periencia, y bueno sería saber si ese milagro lo hizo el amor
208 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que Julián y Angustias se profesan, 6 el poderoso influjo de


la religión católica tan mal interpretada por D . Lorenzo.
No nos detendremos á examinar el carácter moral ó inmo-
ral del drama, porque algún nombre le hemos de dar, no
siendo como no somos exclusivistas en este asunto, sólo
diremos que si perniciosos efectos fueron el resultado del
abuso de escribir dramas á lo divino en los siglos XVI
y XVII, no son muy favorables el escribirlos tan á lo huma-
no como los escribe D. José Echegaray. Respecto á los per-
sonajes que intervienen en la acción, huelga por completo el
de D. Justo, no hace mucha falta el de Rosario y Magdalena,
tampoco son muy necesarios los de Julián y Angustias; en
nuestra humilde juicio, con sólo haber dejado los de D. Lo-
renzo y D. Andrés hubiera resultado, dándole más verdad
y más fijeza en los caracteres, un precioso diálogo científico-
literario, ó dándole más fuerza cómica, un chistoso saínete
digno de rivalizar con los de D. Ramón de la Cruz á los de
D. Juan del Castillo; si con todos estos defectos escribe un
drama el Sr. Echegaray, como tal se le considera y como
tal le acepta el público, no vemos la razón que obliga á las
empresas ó á los directores de escena á rechazar los que se
escriban en las mismas condiciones; seguros estamos de que
hubieran notado uno culminante que tiene el drama, cual es
el que las leyes vigentes prohiben que una mujer depositada
para casarse habite el mismo domicilio que el causante.
Finalmente, á poco que se fije el espectador, comprenderá
que la obra no parece nacida espontáneamente de la fecunda
imaginación y claro talento del autor, sino escrita forzada-
mente y con premeditada intención de huir de otra idea pri-
mordial que surgiera de su incansable inventiva.
Respecto al titulo, creemos que, modificada la tendencia
de los protagonistas con el delicado tacto del Sr. Echegaray,
le hubiera cuadrado mejor el de Religión y fanatismo.
La interpretación ha sido un triunfo para los actores del
clásico coliseo. Vico hizo un D . Andrés que excede á toda
ponderación; intención, naturalidad, verdad, arte; en fin,
todo lo reasumió el eminente actor. Jiménez estuvo á su al-
tura, y en el final de la obra dio á conocer lo que puede y lo
TEATROS 209
que vale. Rafael Calvo y la Contreras hicieron, en los suyos,
prodigios. Parreño, muy bien en el parlamento del tercer
acto. Luisa Calderón, discreta, y la Srta. Guillen demostran-
do que puede llegar á ser una actriz de primer orden.

Numerosa concurrencia de autores, literatos y público


llevó al Teatro de Novedades la reaparición en su escenario,
en el que consiguió tantos y tan merecidos triunfos, el emi-
nente actor D. Pedro Delgado.
Actor de buena raza, sabe decir y hacer, y en la interpre-
tación del drama del Sr. Gaspar, el Jugador de manos, matizó
de tal manera el papel de protagonista, que nos hizo recor-
dar los buenos tiempos de nuestro teatro.
Su hermosa entonación, el arte con que pasa del género
cómico al dramático sin abandonar ni por un momento el
carácter que interpreta, el sentimiento que imprime á la
frase, los detalles con que esmalta el papel, obligaron al pú-
blico á tributarle una ovación espontánea, lamentándose al
mismo tiempo de que haya estado tanto tiempo alejado de
Madrid sin figurar en ninguno de sus principales teatros.
Algo conserva del amaneramiento que le fué característi-
co, pero vuelve muy corregido de tan capital defecto.
La falta de espacio nos impide extendernos más; pero en
la próxima interpretación del Ótelo, que es una de sus más
bellas creaciones, seremos más extensos; hoy por hoy, nos
limitaremos á celebrar su vuelta entre nosotros.

RAMIRO.

TOMO t,XV—VOL. II. 14


CRÓNICA P O L Í T I C A

AMAS se calificó con frase tan breve, acertada y


gráfica, la situación de un país, como lo ha hecho
en la tarde del 28 del corriente, en el Congreso de
los Diputados, el Sr. Conde de Toreno.
Se trataba del arriendo de tabacos que se propone realizar
el Ministro de Hacienda, Sr. Puigcerver, y el Sr. Maura ha-
cía esfuerzos para salir del paso y contestar, como presiden-
te de la comisión, á los irrebatibles argumentos que el señor
Cos-Gayón había presentado en la sesión anterior contra los
atrevidos y quizás mal pensados proyectos financieros que se
debaten para enjugar el déficit del presupuesto. Al consignar
que el contrato tiende precisamente á la mejora de los defec-
tos de la Administración, añadiendo que por arrendamiento
podrá fabricarse mejor y más barato, y terminando por de-
fender principalmente las bases del proyecto que se refieren
á la rescisión, á los anticipos y al personal de las fábricas hoy
existentes, fué interrumpico por el Sr. Sánchez Bedoya para
advertirle que la Administración pública tendría entonces
que sostener diariamente una nueva batalla para defender al
contratista. El Sr. Maura replicó que, con el actual Gobier-
no y la situación de ahora, no había nunca batallas.
- ««Ya
: lo creo—dijo muy apropósito el Sr. Conde de T o -
CRÓNICA POLÍTICA 211

reno.—¿Cómo puede haber batallas, dejando á todo el mundo


hacer lo que quieral»
Tal es la síntesis de los tiempos actuales. Dejemos hacer
á todos lo que quieran, y vamos viviendo. Es el famoso
laissez faire, laissez passer, que como modelo de política de
imprevisión se ha trasmitido á la historia.
Vivir al día, plantear en alta escala el sistema de contem-
porizaciones y rehuir todas las dificultades que se presenten,
dejándolas á un lado para olvidarlas luego, es un procedi-
miento gubernamental comodísimo, pero incapaz de evitar
que los disgustos se acumulen, las excisiones se manifiesten
día por día, de una manera más 6 menos clara, y esos dis-
gustos y esas excisiones sean al fin las nubes condensadas
que, en plazo más ó menos corto, habrán de producir irremi^
siblemente la tormenta.
Puede desoírse la advertencia amistosa del que una y otra
vez da la voz de alerta ante los peligros que están en la con-
ciencia de todos.
Podrá el Sr. Puigcerver salvar su cartera de Hacienda;
podrá el Sr. Alonso Martínez seguir con la suya; podrá tam-
bién el Ministro de la Guerra entrever algún medio de sobre-
ponerse de una ú otra manera al cúmulo de dificultades que
á cada momento se oponen á sus laudables planes; pero las
transacciones y las componendas del momento cansan á
todos, rinden á los más animosos y tienen un término siem-
pre fatal en el organismo parlamentario, cuya virtualidad
consiste principalmente en crear situaciones clarísimas y des-
pejadas.
Este es, por otra parte, uno de los objetivos que deben
proponerse con predilección todos los Gobiernos que aspiren
á dejar alguna fama de integridad, de principios y de conse-
cuencia en los procederes.

*
* *

Muchas veces hemos venido calificando de anormales y


azarosos los tiempos que corren. ¿A qué ocultarlo? Hay com-
pHcaciones dentro y fuera; cada instante de la vida política
212 ' REVISTA CONTEMPORÁNEA

del país-es una nueva sorpresa, y las dificultades que vienen


alternativamente multiplicándose y desvaneciéndose, están,
por desdicha, ó tal vez por suerte, en la conciencia pública,
maravillada en verdad de que no estén más acentuados y no
sean más continuos los sinsabores.
Si no fuera así, ¿cómo habían de prestar su generoso apo-
yo, directo ó indirecto, á los gobernantes actuales, cuyos
desaciertos se cuentan por el número de jornadas, todos los
más importantes elementos, todas las fuerzas vivas de la
patria?
El patriotismo es hoy el gran consejero de los hombres po-
líticos de intención elevada. Y si bien el patriotismo desecha
y reprueba, en nombre del sentido común y de la ciencia,
varios de los proyectos de ley presentados á la deliberación
de los Cuerpos Colegisladores, el mismo patriotismo inspira
á la par ardientes deseos dé que continúen, volviendo, si es
posible, á mejor acuerdo los gobernantes y los amigos á pun-
to ya de romper filas y disgregarse.
Nada más inoportuno que faltas de armonía que pudieran
en estas circunstancias ser preludios de crisis; pero nada más
inoportuno también que empeños y terquedades que en úl-
timo término solamente suponen, la mayor parte de las ve-
ces, un pequeño triunfo del amor propio. ¿Qué representa
tan pequeño sacrificio al lado de los grandes intereses que
están en juego?
Felizmente, la experiencia nos dice que el Gobierno ac-
tual tiene un recurso supremo é infalible en todos los con-
flictos. Este socorrido recurso es el aplazamiento, sistema á
que sabe recurrir siempre á las mil maravillas.

Con absoluta normalidad han reanudado sus tareas los


cuerpos colegisladores. Nada de pasión; nada realmente
agiio en el fondo. Verdad es que no se ha abordado ninguna
de ias terribles cuestiones de política palpitante, y sólo se
trata de otras, más ó menos graves, que á la administración
conciernen.
CRÓNICA POLÍTICA 213

En la discusión del Código penal han terciado de una


manera felicísima el catedrático de Derecho Sr. D. Luis
Silvela y el muy erudito senador Sr. Fabié, defendiendo la
tendencia científica de los tratadistas modernos contra los
eruditos é ingeniosos discursos de los Sres. Hernández de la
Rúa y Aldecoa. No podía menos de ser una discusión levan-
tada y serena. La ausencia de frenos morales para corregir
las costumbres, y la falta de ejemplaridad en las penas, son
hechos que lamentan los más ilustres pensadores. Por otra
parte, la presentación de un proyecto en bases es impropio
de una reforma de tanta altura y trascendencia.
Resultan atinadísimas y concluyentes muchas de las ob-
servaciones expuestas por la minoría conservadora, princi-
palmente las que con la suerte futura de la prensa se rela-
cionan. No distinguiéndose la penalidad entre los delitos de
imprenta y los comunes, el nuevo Código resultará terrible
contra el periódico, castigando con una severidad ciertamente
importuna y hasta injusta, en el caso de extralimitaciones
que, con más 6 menos razón lleguen á calificarse por los tri-
bunales de injuria y calumnia. Esto, aparte de lo impropio
que aparece el que sean medidos con una misma vara y ven-
gan fatalmente á ocupar idéntica celda en nuestras cárceles el
criminal ordinario, con alevosía y el escritor que erróneamen-
te, pero con nobleza, defiende sus ideas.
En estas grandes cuestiones de derecho es donde deben
dejarse á un lado todas las intransigencias de escuela; en este
importantísimo asunto es en el que el Sr. Alonso Martínez,
hombre de ciencia y jurisconsulto eminente, daría una gran
prueba de su imparcialidad y un rasgo de altas miras, cedien-
do un poco en sus intransigencias de partido, y aceptando
algunas de las enmiendas muy justificadas, que con gran
copia de razones se presentan á sus bases.
También el Sr. Ministro de Hacienda ha expuesto en el
Congreso de los Diputados, con sinceridad plausible, sus pro-
yectos financieros, que consisten en renunciar por ahora á
toda contribución nueva; en hacer caso omiso de los planes
del Sr. Camacho sobre ingresos extraordinarios pedidos toda-
vía á la desamortización; en proclamar que de las economías
214 REVISTA CONTEMPORÁNEA

no puede esperarse la extinción del déficit; en reconocer que


el desnivel entre los recursos ordinarios del Estado y sus
gastos de carácter permanente está entre 5o y 6o millones
de pesetas, y en proponer que se vaya saliendo de los apuros
por medio de recursos eventuales buscados para cada año
económico, siendo el ideado para 1887-88 el del arrenda-
miento del monopolio del tabaco.
El examen del problema financiero, hecho con gran copia
de datos y profundo conocimiento de la materia por el señor
Cos-Gayón, es el mayor acontecimiento parlamentario, el
que ha sabido preocupar y todavía preocupa, con la lógica
de sus concienzudos razonamientos, á cuantos de adminis-
tración y de Hacienda conocen los difíciles resortes. No se
esperaba, ciertamente, menos de la ilustración del exminis-
tro; pero los elogios de amigos y enemigos á la obra maes-
tra del hacendista, cuya autoridad tiene el privilegio de im-
ponerse, ha impresionado hondamente á la Cámara, dando
nueva y vigorosa luz en cuestiones tan graves.
Maravilla que nada enseñe la experiencia á los Ministros
liberales de Hacienda. Maravilla, como oportunamente indi-
caba el Sr. Cos Gayón, que cuando se compara la triste si-
tuación económica á que nos arrastró la revolución y la gue-
rra hasta 1875, con la época posterior de desahogo del Te-
soro y de notabilísima mejora del presupuestó, debida á diez
años de paz, haya quien piense aún en que desaparezca la
libre disposición de todas las cuantiosas rentas del Estado,
siendo así que el haber alejado á los contratistas es, en ver-
dad, una de las mayores galas de la historia financiera, des-
de la Restauración á nuestros días.

*
* *

Aún no sabemos, á la hora en que escribimos, si España


debe vivir noche y día en zozobra perpetua y arma al brazo.
Los incorregibles progresistas de antaño, que hoy han ele-
vado á la alta esfera de los semi-dioses á su ídolo el Sr. Ruiz
Zorrilla, no han acabado de decirnos, todavía que optan por
el sistema de las intransigencias. Se discute con calor y á
CRÓNICA POLÍTICA 2l5

presencia de un representante de la autoridad, por supuesto,


si está ó no suficientemente garantida por el Gobierno la pro-
paganda republicana que llega á proclainar sin rebozo el de-
recho de insurreccionarse. No es esto lo más curioso. Se
pone también á votación si se debe ó no recurrir desde luego
á establecer el sistema de conspiración permanente, recurrién-
dose á inmediatos procedimientos de fuerza contra la legali-
dad que nos rige. No otra cosa significan los ruidosos deba-
tes de los demócratas-progresistas.
El espectáculo es admirable. Unos están por la concordia
y la transacción, aunque los más se inclinan á las violencias
y amenazas. A nadie se oculta lo que significa el voto de
confianza que se dará á la actitud del famoso agitador que,
según malas lenguas, se cansa ya en París de su papel de
héroe por i'uerza.
El Gobierno, entre tanto, espera tranquillo y con los bra-
zos cruzados el término de estos interesantes debates, que
tienen al menos el raro privilegio de ser en sumo grado edi-
ficantes y ejemplares.
No puede ser inútil tomar acta de lo sucedido y reservarlo
como argumento de peso en las eventualidades que nos pre-
para la historia.
A.
REVISTA EXTRANJERA

ERRiBLE impresión ha causado en Europa una


simple noticia dada por un periódico extranjero y
comunicada por telégrafo á todas las grandes ca-
pitales del mundo. El pánico cundió en el acto;
la Bolsa tuvo un inesperado descenso, y se anuncian ya rui-
nas y suicidios.
Aquella noticia, después de haber causado alarmas y des-
gracias sin cuento, resultó falsa. Era casi de presumir, si
bien se mira el estado actual de Europa, que de^ Inglaterra
solamente podían proceder, como en efecto procedían, los
anuncios de próximos é inevitables rompimientos entre las
grandes potencias de nuestro continente. Las desgracias de
los especuladores fueron debidas al Daily-News, órgano auto-
rizado de Mr. Gladstone, y á otros periódicos de Londres que
se placen siempre, de algún tiempo á esta parte, en denun-
ciar armamentos y en mantenerse en un pesimismo sólo con-
veniente á los intereses de aquellos históricos mercaderes que
sueñan con las ganancias obtenidas en el comercio de fusiles
y pertrechos de guerra.
Sueñan, efectivamente, muchos ingleses con arrojar otra
vez á Francia á los pies de Alemania, con gl regocijo de una
REVISTA EXTRANJERA 217
ruptura definitiva entre la diplomacia de Viena y la de San
Petersburgo; sueñan, quizás, y parece increíble, en un tras-
torno general; y para ello, excitan á los franceses, prodigan
halagos á los austríacos, alientan las aspiraciones de Italia,
y contribuyen con todos los medios posibles á la descabella-
da resistencia de los gobernantes de Sofía, todo ello con la
mira, acaso, de prosperar mercantilmente con el conflicto, de
dominar en definitiva á orillas del Nilo, de asegurar la po-
sesión del codiciado canal que desde el Mediterráneo pasa al
Mar Rojo, y de obtener otras ventajas que aseguren al Go-
bierno de Londres el señorío de los mares y la explotación de
otras colonias añadidas á las muchas que hoy dirige y posee.
Todos los cálculos no resultan, sin embargo, provechosos y
acertados siempre. Las naciones más prósperas tienen á ve-
ces su Sedán, como Francia, y no sabemos si sería tan fácil
evitar que una sangrienta guerra en Europa diese al fin Cons-
tantinopla á Rusia, amenazando de una manera fatal é in-
evitable las posesiones inglesas de la India.
Algo significan, con todo, los armamentos actuales. No
hay nación que quiera estar desprevenida, y todas presupues-
tan sumas enormes para hacer frente á complicaciones y
eventualidades futuras. Pero no existen indicios de que la
guerra haya de ser inmediata. Nada puede Inglaterra en el
continente sin cooperaciones ajenas, y los tristes sucesos
ocurridos en la península de los Balkanes no son motivo bas-
tante para encender esa lucha desastrosa que las potencias
del Norte quieren evitar, y á la que no parecen en manera
alguna dispuestas. No es el momento más oportuno este día,
en que la Europa, cansada, al fin, de sus prolongadas crisis,
saborea satisfecha las dulzuras de la paz; este día, en que el
mundo político hace visibles esfuerzos para buscar un equi-
librio, inestable siquiera. Podrán ciertos cálculos conmover
el espíritu é infundir momentáneas desconfianzas; pero no
creemos que basten á precipitar los sucesos.
Nuestra creencia sigue siendo de que aún tardará bastan-
te en retumbar el primer cañonazo de alarma. No aparecen
síntomas serios de tal hecho, y la cuestión de Bulgaria
es harto insignificante, y no puede servir de pretexto para esas
21» REVISTA CONTEMPORÁNEA

hostilidades, cuyo anuncio tanto pavor han infundido é in-


funden.
La prensa inglesa, queriendo descartarse de las responsa-
bilidades que en concepto público merece, afirma que Fran-
cia, con sus recientes armamentos, es la que provoca y jus-
tifica los de Alemania, siendo realmente el único y verdade-
ro obstáculo el mantenimiento de la tranquilidad de Europa.
Antiguo es el odio entre franceses é ingleses, y no damos
importancia á las mutuas recriminaciones. Nada indica que
hayan llegado nuestros vecinos á la persistente manía del
suicidio, y su prensa nos lo asegura en todos los tonos.
Una cosa será siempre la especulación, y otra el rompi-
miento que tantos intereses quebranta.

No está redactado, en la forma terminante y concreta q u e


tenía derecho á esperar Europa, el mensaje del trono última-
mente leído en el Parlamento británico.
En la situación rarísima, casi exclusivamente creada por
Inglaterra, se querían naturalmente frases que desvanecieran
las hondas dudas y las vivas desconfianzas. Los Imperios
centrales, y también Italia y Francia, nos repiten que no
está justificada la ansiedad general que engendró el pánico,
y su actitud demuestra que la opinión casi unánime es favo-
rable á la paz que se disfruta. Sólo el lenguaje de Inglaterra,
con sus distingos y estudiadas reservas, mantiene aún la
alarma en todos los intereses que sufren.
El Parlamento inglés se ha abierto; el lenguaje del discur-
so déla corona resulta ambiguo, y la discusión de la políti-
ca internacional del Gabinete aumenta aquellas oscuridades.
En medio de lugares comunes y fórmulas convenidas de cor-
tesía, faltan declaraciones explícitas, seguridades terminan-
tes y frases acentuadas.
El discurso de la corona de Inglaterra puede dividirse en
cuatro partes, que abrazan la política general del Gabinete
REVISTA EXTRANJERA ZIQ

que preside el Marqués de Salisbury; relaciones con las de-


más potencias que se declaran amistosas; asuntos del Sudes-
te de Europa, acerca de los que se dice que no existe motivo
alguno para temer que produzca disturbios en la paz europea;
cuestión de la soberanía que ejercía en Bulgaria el Príncipe
de Battenberg, que arguye necesariamente la de su sustitu-
ción, y acerca de la cual se consigna «que la Gran Bretaña
no ha emitido todavía su opinión, reservándose el ejercicio
de su derecho,» y finalmente la de la ocupación militar del
Egipto, en que también se dice «que los progresos que en él
se han realizado son sustanciales y tienden á asegurar la
tranquilidad interior y exterior de aquel país.»
Las demás cuestiones, como la de Irlanda, deben ser con-
sideradas como de carácter interior, y no ofrecen á la espec-
tación pública el interés vehemente de las que quedan bos-
quejadas. No obstante, también sobre aquel antiguo reino, se
consigna que afortunadamente los crímenes graves han sido
menos frecuentes, aunque las relaciones entre los propieta-
rio:, y los arrendatarios están muy conturbadas por los es-
fuerzos organizados que en aquella isla se dirigen contra el
cumplimiento de las obligaciones legales.
La protesta consignada en el Mensaje, de que no hay mo-
tivo para temer que Inglaterra perturbe el mantenimiento de
la paz y de todas las relaciones amistosas, huelga al lado de
las intencionadas reservas acerca de los asuntos de Oriente
y aun de la ocupación de Egipto.
Luego hasta el mismo lord Churchill, á fin de justificar
ante el Parlamento su salida del Gabinete, nos dice que
abandonó el Ministerio porque los créditos que exigían el de-
partamento de la Guerra y el Almirantazgo pasaban de 31
millones, sin contar el proyecto de grandes sumas supleto-
rias y otras demandas. ¿Qué puede significar sino actitudes
belicosas, una revelación tan extemporánea é importante?
Atengámonos, sin embargo, á lo que la experiencia nos
dice. Violentísima es la situación actual de la Gran Bretaña;
pero nada supone todavía el que ella desee ó tema la guerra.
La iniciativa ha de partir de otra parte, y es mucho más
significativo que se quiera y se prometa otra cosa distinta en
220 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Berlín, en Viena, en Roma, y hasta en París y en San Pe-
tersburgo.
Lo más sensible de todo, será la perturbación y las incal-
culables pérdidas ocasionadas por la sospechosa conducta de
la Gran Bretaña.
Ante la espectativa general de que somos testigos, poco in-
teresan, pues, otros sucesos de menor cuantía. El horizonte
está hoy oscuro. Esperemos unos días á que los ánimos se
tranquilicen.
S.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO ( 1 )

últimas publicaciones de D. poético, á la manera que el pintor por


Daniel Corteza y Compañía.—Barce- medio de fastuosos ropajes, hace del
lona^ calle de Pallars, salón de San vestido, vulgar necesidad, un nuevo
Juan.—Año de 188'/. encanto y una belleza más.» Y des-
Tres nuevas obras acaba de publi- pués de otras consideraciones, n» me-
car la diligente casa editorial de don nos atinadas, sobre el mismo asunto,
Daniel Cortezo y Compañía. Se titula se lee la tragedia antes citada con el
la primera, que pertenece á la «Biblio- especial cuidado que merecen las
teca de Arte y Letras, > Dramas de C. obras de aquel gran ingenio. Encuén-
F. Schíller. Están traducidos éstos trase á continuación la famosa trilogía
por D, José Ixart, é ilustrados por Wállenstein, que se divide, como es
Alejandro Zicls y Valdemaro Frie- sabido, en las tres partes denomina-
drik. Hállase en primer lugar la tra- das El campamento de Wállenstein^
gedia en cuatro actos La novia de Los Piccolomini y La muerte de Wá-
Mesina, precedida de un estudio del llenstein.
autor sobre el uso del coro en la tra- A la parte primera antecede un pró-
gedia. Asegura Schíller que el coro logo recitado por un actor en la re-
«franquea los estrechos límites de la apertura del teatro de Weimar (Octu-
acción para extenderse sobre lo pasa- bre de 1798), que concluye así: «Per-
do y lo porvenir, sobre tiempos y pue- donad, pues, al poeta, si no os lleva
blos lejanos, sobre todo lo humano en de golpe y con paso veloz al desenla-
general;» y que «depura el poema trá- ce, y se arriesga á ofreceros en una
gico, separando la reflexión de la ac- serie de cuadros sus poderosos ante-
ción, con lo cual le comunica vigor cedentes... Y si la musa, la libre dio-

(1) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio cri-
tico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
222 REVISTA CONTEMPORÁNEA

sa del canto y de la danza, reclama cia en la E d a d Media, Scanderberg y


u n a vez m á s su antiguo privilegio los turcos. E n la parte segunda hace
germánico, el uso de la rima, no p o r una interesante reseña histórica de la
esto la censuréis, antes agradeced que carrera y los andarines en la antigüe-
traiga las tétricas imágenes de la rea- dad y en la E d a d Media, correos de la
lidad á los sonrientes dominios del nobleza en Inglaterra, andarines mo-
arte. Así descubre sinceramente la dernos, carreras de mujeres, el salto
misma ilusión que produce y n o con- y los saltadores, el salto m o r t a l , los
funde pérfida la apariencia con la ver- volatineros, la carrera en el agua, los
dad. Grave es la vida; risueño el nadadores, los buzos, los patines y
a r t o — L a obra está elegantísimamen- patinadores, los zancos, la h o n d a , el
te encuadernada é impresa con singu- arco, los pueblos más célebres de la
lar esmero. antigüedad en el tiro del a r c o , el ar-
A la «Biblioteca Clásica Española 1 quero R o b í n H o o d , los arqueros i n -
pertenece el segundo libro, el cual gleses, el arco entre los orientales y
contiene tres de las mejores comedias en los pueblos de América, Guillermo
de D . J u a n Ruiz de Alarcón: Los fa- Tell y la leyenda de la manzana, el
vores del mit-ndOj Mudarse por mejo- fusil y la pistola, el arco y la flecha
rarse y La verdad sospechosa. en el siglo actual, el dardo en la a n -
Y a que este es el primer volumen tigüedad y entre los orientales, y por
de los que piensa dar á luz el Sr. Cor- ultimo, el misterioso t b o o m a r a n g » de
tezo, reproduciendo las notabilísimas A u s t r a h a . Como se ve, es completísi-
composiciones dramáticas de Ruiz de ma la obra de D e p p i n g y en extremo
Alarcón, se nos ocurre indicar á di- amena.
cho ilustrado editor lo conveniente Finalmente, la misma casa editorial
que, á nuestro juicio, sería reproducir h a repartido los cuadernos 126 y 127
también el magnifico trabajo que, de la obra España: sus montivieníos y
acerca de las obras de aquel autor, arles, su naturaleza é historia. Co-
hizo el docto académico Sr. D . Luis rresponde el u n o á la descripción que
i^^rnández-Guerra y Orbe, trabajo de Castilla la Nueva hacen D . José
que basta p a r a acreditarle de literato María Quadrado y D . Vicente de la
insigne y crítico concienzudo. F u e n t e , y con el otro cuaderno se
Fuerza y destreza es el título de u n inaugura el tercer tomo de la de Na-
curioso tomo que forma parte de la varra y L o g r o ñ o , hecha p o r D . P e -
«Biblioteca de Maravillas.> Su autor, dro de Madrazo. Estos n o m b r e s , que
Guillermo Depping; la traducción de garantizan el mérito indiscutible de
A. Blanco Prieto, y los grabados, en la parte literaria y la belleza de la
número de 6 8 , de Ronjat, Sellier y p a r t e artística, juntándose con las ex-
otros conocidos artistas. celentes condiciones de la tipográfica,
Sucesivamente estudia el autor la dan p o r resultado que España sea
fuerza física en la antigüedad, los at- quizás la obra que, con más justo mo-
letas célebres, la lucha y los luchado- tivo, h a r á de feliz recordación á l a
res, el pugilato entre los antiguos, los casa editorial que dirige con tan ex-
lanzadores de discos, el pugilato en traordinario tino el Sr. Cortezo.
Inglaterra (hombres y mujeres), los Reciba éste nuestros cariñosos plá-
luchadores ingleses, juegos en Vene- cemes p o r su actividad infatigable.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 223
Anaíes de l'Ecole libre des Bélgica y en Holanda; de Hulot, so •
Sciences poJítiques.—París, Félix bre el régimen legal de las asocia-
Alean, editor, 18S7. — Un cuaderno ciones en Suiza, y muchos otros es-
trimestral en 4° de 160 páginas.— tudios igualmente notables.
Suscricióti: if pesetas alafia. En suma, los Anales de la Escuela
Esta importante revista, en la cual libre de Ciencias políticas contienen
colaboran los profesores y antiguos abundante y excelente doctrina,
alumnos de la mencionada escuela, R. A.
acaba de entrar en el segundo aflo
de vida. El número correspondiente
al primer trimestre del año actual, Mannal del empleado y aspi-
contiene los trabajos que siguen: La rante á penales,/í"- D. JOAQUÍN
Constitución alemana y la hegemonía DAtB y MUÑOZ.—Madrid, Eduardo
prusiana, por A. Lebón; Los Valles Mengibar, editor.
franceses del Piamonte, por H. Gai- Se han publicado ya los nueve pri-
doz; IMS Congregaciones religiosas, meros cuadernos de esta importante
por E. Morlot; Determinación de lí- obra, que dirige el distinguido abo-
mites entre el mar y la ejubocadura de gado Sr. Dale y estampan en su acre-
los ríos, por L. Ancoc, de la Acade- ditada tipografía los señores Moreno
mia; Peorganización del impuesto so- y Rojas. Cada cuaderno consta de
bre la tierra en Italia, por P. Fuzier; 102 páginas en 4.°, y la obra com-
Crónica rumana, análisis, notas, etc. pleta formará un tomo de más de mil
Dichos Anales, reflejo de la ense- páginas.
ñanza en la Escuela libre de Ciencias El Sr. Dale ha conseguido hacer
políticas, estudian todas las cuestio- un trabajo que no solo es particular-
nes, que tanto en Francia como en mente útil para los empleados de los
los demás países, ofrecen interés establecimientos penales, como ver-
práctico y de actualidad, cuidando dadera enciclopedia que es, sino que
siempre de conservar un método ri- será consultado y leído por muchas
gurosamente científico. Es una pu- personas que desean conocer los fun-
blicación que ofrece interés especial damemtos del derecho y de la legisla-
para los funcionarios de las diversas ción. Si el carácter de esta REVISTA
clases de la Administración, catedrá- lo permitiera, haríamos un examen de-
ticos é individuos de los Cuerpos co- tallado de los múltiples puntos que
legisladores. abraza el Sr. Dale en su excelente
En el año último aparecieron en obra.
los Anales trabajos muy excelentes, Pero no terminaremos estas líneas
entre ellos, uno, de León Say; de sin felicitar sinceramente al autor y
Glasson, acerca de los abusos que al Sr. Mengíbar.
pueden resultar del conflicto de las S.
leyes relativas al matrimonio; de A.
Sorel, sobre los planes políticos de
Mirabeau en 1792; de Meyer, sobre Discurso leído en la Academia de
las asociaciones musulmanas; de Fan- Bellas Artes de primera clase de Sevi-
chille, sobre la unión monetaria lati- lla, con motivo de la distribución de
na; de Trélat, sobre el impuesto en premios á los alumnos y apertura de
224 REVISTA CONTEMPORÁNEA
la Exposición el día ii de Abril de la perfección de Dios en las verdade-
1886, por el doctor D . MANUEL DE ras creaciones del genio.
CAMPOS Y MUNILLA, académico de Tampoco entendemos que la belle-
nttmero de la misma. za sea propiedad, en arte, de ninguna
La Academia tuvo la suerte de escuela, sea realista ó espiritualista.
escuchar un discurso artístico, digno Bueno, excelente será siempre el cua-
de su renombre, gracias al digno pre- dro de las Lanzas^ y sin iguales en su
sidente que eligió con acierto el aca- género las vírgenes del inspirado pin-
démico que había de pronunciarle. cel del fundador de la escuela sevillana.
No quedaron defraudadas las es- Antes de tratar del concepto de la
peranzas de cuantos presentían el belleza, quiso el Sr. Campos y Muni -
resultado, al oír á los comienzos las lia reseñar las vicisitudes del arte en
acertadas frases en cuanto á la belle- España al,principio del siglo, para
za, tema desde la edad más remota, concluir encareciendo los adelantos
sujeto á controversia. Apartándose que ha llegado á alcanzar, abriendo
de Dios, tipo de la belleza suma, las campo á la esperanza de que, llegado
apreciaciones son varias. Para los á su término, se empezará á discurrir
griegos es una hermosa cortesana. sobre la necesidad de que el vuelo
Friné, descubriéndose ante el Areó- del genio no suba tan alto, que per-
pago, inclina á su favor la justicia. diéndose de vista sus condiciones, el
Para urt romano se cifra en los cinco ingenio ocupe sus veces, y lo bello
órdenes de Vitruvio, y si acaso en la pueda ponerse á servicio de ir> útil.
recia musculatura de un gladiator. *
Preguntad á un chino su preferencia
por los colores, y optará por el ama- Consejosliigiénioos püraelnso
rillo; un indio, por el azul, y por el de gafas y lentes, por el DR. A.
verde un mahometano. La belleza se DE LA PEÑA. Un cuaderno de 40 pá-
siente, ha dicho, con razón, el señor ginas en 8?—Precioy i,So pesetas^
Campos y Munilla en su discurso, se casa del autor, Alcalá, 6, 2",y en las
contempla, y tanto más se aprecia principales librerías.
cuanto más purificado está el espíritu, Corta es la obra,u^|p llena de o b -
y más moralizado el sentimiento; por servaciones sumamente preciosas pa-
eso el artista se eleva en arrobamien- ra conservar la vista,,y.aun corregir
to indescriptible en el momento en sus perturbaciones. Detiénese el autor
que, con el cincel ó con los colores, en las diferentes clases de gafas y
quiere dar el quid divinunt á su pro- ' lentes que deben usar^, segün los ex-
ducción; ¿qué sentimos, cómo se ex- travíos de la visión jijíSiis causas, cir-
plica el efecto que nos produce la cunstancias que tan g£psibles pérdidas
contemplación de una Concepción de ocasionan olvidarlas y desconocerlas.
Murillo? Termina con mií'y acertados consejos
Es lo bello un sentimiento que para la lectura, acerca de la posición
Dios ha impreso en nuestro corazón, de la luz, espacio de tiempo que debe
para que el espíritu anime á la ma- leerse, y hasta el tamaño de los volú-
teria, y el hombre, por el camino de menes, color del papel y longitud de
la admiración, se eleve á contemplar las líneas impresas.—D. C H .

M.\DRIL), 1887.—Imp. de Manuel G. Herná'ulez, Libertad, 16 dup.»


LAS REFORMAS DE HACIENDA

N los números correspondientes al i 5 de Mayo y


i5 de Junio últimos, publicó esta REVISTA nues-
tras Reflexiones sobre la Hacienda pública, sugeridas
por los estudios prácticos que venimos haciendo
«n la materia. En ellas nos ocupábamos, entre otras cosas,
de la necesidad de descentralizar de las capitales de provin-
cia la administración de los pueblos, llevándola á las cabe-
zas de partido ó regiones más adecuadas. Insistíamos en la
necesidad de que se autoricen los cultivos de tabaco, que pue-
den enriquecer á varios territorios meridionales *de la Penín-
sula; y á vueltas entre las consideraciones sobre los impuestos,
sistemas y detalles, creímos demostrar que el mecanismo ad
ministrativo, que la buena administración es una exigencia •
en nuestro país más importante aún que las bases en que se
fundan los sistemas tributarios.
Al observar recientemente que el actual Ministro de Ha-
cienda ha presentado los proyectos de reformas que están
inspirados en los mismos pensamientos de nuestras Reflexio
nes, hemos sentido satisfacción profunda, y deseando contri
buir á la realización de tan útiles ideas, volvemos á tomar la
pluma para sostenerlas, no desconfiando en que la mayoría
de los representantes de la nación aceptarán aquellos planes,
13 de Febrero de ISST.—TOMO LXV.—VOL. IH. 15
226 REVISTA CONTEMPORÁNEA

no sólo por cuanto de virtud encierran, sino también porque


este medio • de descentralizar los núcleos administrativos,
facilitará alguna nivelación á las poblaciones de orden secun-
dario, dándoles importancia para que en todas ellas se gene-
ralice una equidad de que tanto carecen.
No admite discusión el principio descentralizador, ni el
convencimiento de las conveniencias que se siguen á que
siendo inmediata y bien distribuida toda acción simultánea,
son eficaces sus resultados; pero como puede existir alguna
oposición interesada contra los nuevos indicados proyectos,
debe encarecerse muy alto la necesidad que los impone. Los
Ayuntamientos, que nunca han debido someterse á servir de
agentes de la Hacienda, y que no ha debido constituirles en
fiadores forzosos de los contribuyentes de su vecindario, vie-
nen siendo por esta causa comprometidos á un cisma de in-
justicias y favoritismos que tiene convertidos á los pueblos
en luchas caciquistas. Con estas atenciones en que se devo-
ran sobre los arbitrios que les presta la Hacienda, tienen
abandonados sus únicos y legítimos institutos de la instruc-
ción pública, orden, higiene, obras y fomentos generales de
su jurisdicción; ya se sabe que la riqueza oculta es inmensa,
pero que en poder de ellos los amillaramientos, son inútiles
los clamores generales para nivelar los tributos de este ramo
territorial y las medidas fiscales de todo género que hayan
de estrellarse con las corporaciones políticas que rigen á los
pueblos. Se sabe que la contribución industrial es otra arma,
ni más ni menos, para que en los pueblos se incluyan ó se
gradúen en las tarifas á los favorecidos y los adversarios. Se
conoce también lo que es impuesto de consumos y aun el de
cédulas, que se presta á manejos cuya descripción fuera in-
terminable y que dan poderes á la injusticia para llevar más
allá de todo escándalo su historia manchada de sangre y de
iniquidades.
Todo esto apuntado ligeramente es lo que viene á refor-
mar el proyecto del Sr. Puigcerver, y el que no lo comprenda
así necesita observar prácticamente aquellos defectos, ó ten-
drá interés en que permanezcan y se dilaten sin término los
males que han dado lugar al general abatimiento, al abando-
LAS REFORMAS DE HACIENDA 21tp
no de las poblaciones rurales por las familias que huyen
constantemente á refugiarse en las capitales de provincia, oca-
sionando la decadencia general de la agricultura y de los de-
más gérmenes de vida que constituyen la mayor parte de la
riqueza del país.
Las administraciones de Hacienda que se proyectan en los
partidos, y que no debieran ceñirse á la antigua división ju
dicial en que vienen designados desde épocas en que las vías
de comunicación eran distintas, así como otras muchas con-
diciones, por lo cual hoy debieran dividirse en regiones ade
cuadas á'sus circunstancias más fáciles y propias, están lla-
madas por la responsabilidad, neutralidad y provecho de
funcionarios públicos, á recoger los antiguos catastros, anii-
llaramientos y padrones, y á formar el verdadero plano de la
riqueza inmueble, bajo una ley de expropiación ó comiso
contra los ocultadores y bajo un premio á la administración
por el aumento de valores y de recaudación. Estas adminis-
traciones no podrán ocultar á la ligera, como viene sucedien-
do en los pueblos, los edictos y relaciones que se mandan
ñjar por las leyes para admitir reclamaciones en sus justos
plazos; y aparte de que tendrán otra independencia para ha-
cer justicia en todos los ramos, podrán ser vigilados y visi-
tados por las inspecciones, más independientes todavía, ante
el respeto de las cuales no podrán aquéllos apartarse de su
deber. No se dará el caso seguramente de que el propietario
forastero y el adversario del alcalde sean los únicos recarga-
dos en la contribución, como hoy es tan común, ni podrá
continuar el exceso de que un arrendatario de consumos,
testaferro del alcalde, goce la facultad ilimitada de cobrar
cuanto quiera por las especies que se introducen, 6 que en el
repartimiento de este impuesto se grave á una familia com-
puesta de tres personas con unos cuantos miles de pesetas,
en tanto que otras compuestas de muchos más consumidores
tenga sólo por cargo una cantidad insignificante.
Ya hemos dicho que en la descripción y ejemplo de ese
caos administrativo-municipal, sería interminable la relación
de su cruel realismo, y tenemos que renunciar forzosamente
á su narración, convencidos de que está en la conciencia de
228 REVISTA CONTEMPORÁNEA

los que de esto entienden^ Sólo sí deseamos hacer algunas


observaciones para la mayor eficacia de los enunciados pro-
yectos, y llamamos la atención de los peritos en la mate-
ria, suplicándoles alguna detención en los detalles de la ley
y minuciosos reglamentos, para que la obra sea lo más per-
fecta posible y no aparezca, como otras muchas, con omisio
nes 6 deficiencias que parezcan intencionales por lo que reve-
lan de oscuras y erróneas.
Será oportuno que los nuevos administradores de regiones
ó partidos sean letrados; pero como los intereses adquiridos
no pueden destruirse, postergando á un oficial ó jefe que no
sea letrado, para que ya no pueda ocupar esos cargos; y por
otra parte es bien sabido que el titulo de abogado no consti-
tuye de por si la ciencia, la integridad ni las buenas,disposi-
ciones, vendría esto á constituir una injusticia, á ser un in-
conveniente y un defecto de la ley.
Si se dijera que esos cargos y los demás habían de conce-
derse en oposición rigurosa, nada se objetaría á ese pensa-
miento; pero el título significa poco para la eficacia que se
desea.
Las administraciones regionales deberán ser completas de
sus tres elementos directivo, interventor y tesorero. Las te-
sorerías provinciales no satisfacen ninguna otra necesidad es-
* pecial, y, antes al contrario, la centralización de fondos es
una remora para los intereses públicos y una complicación
innecesaria para el servicio. Las inspecciones que pretendía
crearse en cada partido para atender á la vigilancia y fiscali-
zación de todos los ramos de la Hacienda en cada comarca,
son cargos muy especiales y de más importancia que en lo
que se pueden suponer proyectados; y sólo diremos, en resu-
men de este particular, que si se quiere procurar su eficacia,
se atienda á lo mucho que importan, no sometiéndolos á las
administraciones, porque de este modo nacerán muertos. Las
inspecciones, para que no sean cargos de regalía, sólo deben
depender de un centro directivo que las designe cada año, ó
en plazos más cortos, á los puntos donde se juzguen más con-
venientes; y cuando menos, quelasdirigidas por la Inspección
general de Hacienda y destinadas á las órdenes de los dele-
LAS REFORMAS DE HACIENDA 229

gados' de las provincias, preste sus servicios en la forma más


independiente posible; sin olvidarse que estos cargos consti-
tuyen el elemento más interesante de la Administración.
Puesto que hay necesidad de organizar los centros provin-
ciales con un jefe 6 delegado que rija las Administraciones de
la provincia en lo gubernativo, propia es la ocasión de que
se piense en la forma que deben resolverse los asuntos con-
tenciosos, que no puede ser otra que un tribunal compuesto
de ese mismo delegado y otros dos jefes con un abogado del
Estado, asesor sin voto, pero mediante su dictamen previo;
y que la vista de dichos asuntos sea un juicio formalizado en
los mismos términos de los procedimientos judiciales: no en
la antigua, ligera, inimitable forma en que han venido siem-
pre resolviéndose objetos de tanto interés por el empirismo de
las añejas pautas oficinescas, mediante notas consecutivas
sin fundar, puestas unas á continuación de otras, y en que la
última tiene más valor que la suma de todas las razones y
dictámenes antes emitidos, aunque no se delibere, se funde
ni se discuta la sentencia. Y esos jefes que compongan el
tribunal, no tienen para qué afectar el presupuesto; pueden
ser los mismos que tengan á su cargo la dirección de los
ramos administrativos de cada provincia.
Son inapreciables las ventajas que han de seguir á la des-
centralización indicada, especialmente para la recaudación
equitativa de las contribuciones é impuestos.
Nuestros repetidos consejos para el desestanco del tabaco,
no tienen un efecto inmediato en los proyectos de arriendo
últimamente presentados; pero lo preparan, sin duda, toda
vez que el Estado deje de ser fabricante. Los resultados del
nuevo sistema facilitarán pronto una franca resolución, vista
con indiferencia la suma de los productos que han de ofrecer,
ya sea por la prima del contratista, ya por lo que en su lugar
pueden devengar los derechos de introducción ó consumo del
tabaco, mas el guarismo de la contribución de cultivo territo
rial é industrial que pueden aportar sus franquicias.
Por lo pronto, cualquier contratista que procure explotar
la renta del tabaco, optará por mejorar las clases, convenci-
do de que el mejor carabinero es el mérito del género pues-
«30 REVISTA CONTEMPORÁNEA
to á la venta. Comprenderá que la manía de usar papel grue-
so y malo en los cigarrillos es una tenacidad protectora de
los de contrabando; porque con igual picadura tendrían bue-
na aceptación.
Que las clases de cigarros (vulgarmente puros), elabora-
dos como actualmente, en cada fábrica con distinta marca,
calidad y forma, son la contradicción del buen surtido y re-
mora de su fácil consumo. Que tanto las picaduras liadas en
cigarrillos, como las que se venden en cajetillas, valdrían
más, tendrían mejor salida con sólo despalillarles y darles un
picado más menudo. Y organizando un método adecuado,
uniforme en todas las fábricas, no necesitará tanta vigilancia
como hoy exigen los estancos para que no vendan tabaco de
procedencia ilegítima; le bastará con tener en cada provincia
á un hombre entendido y de actividad, sin clase alguna de
fuerza armada, para que los estanqueros, no procediendo de
la tutela caciquista, eleven sus recaudaciones considerable-
mente, porque se les exigirá capital para el surtido, sin dis
pensarles ningún otro defecto.
Si el contratista tuviese el cálculo contrario de empeorar
las clases actuales y sostener los precios, bien pronto cam
biará de opinión, porque el contrabando se fomenta y gene-
raliza en estos casos apesar de las persecuciones.
Mediante el nuevo sistema, se podrán encontrar á la venta
tabacos de la Habana en los estancos, de variadas marcas y
calidades, y se estudiará la mejor aplicación de estas y de las
otras clases, remitiendo á la venta de cada punto el género
más conveniente y aceptable á sus costumbres ó circunstan-
cias. Todo esto y mucho más se promueve en el interés par-
ticular que es tan difícil en ese otro interés de la entidad Ha-
cienda.
Y teniendo en cuenta que la renta ó ptima que el contra-
tista ha de satisfacer á la Hacienda por hacerse dueño de su
explotación, está calculado en el producto obtenido por aqué-
lla, está fuera de duda lo pingüe del resultado que debe obte-
nerse con las mejoras y eficacias de que es susceptible este
gran negocio.
Está comprobado con el fácil ejemplo de que durante los
LAS REFORMAS DE HACIENDA 23I
meses en que una administración está surtida de tabaco de
mala calidad, como es frecuente, la venta disminuye apesar
de la necesidad de sostener el vicio y de que se estorbe el
contrabando; sucediendo por el contrario que cuando llegan
remesas de clases buenas de otras fábricas acreditadas con
razón, desaparecen las existencias en venta rápida.
Para terminar, diremos que lo más interesante en esta re-
forma ó sistema, consiste en destruir el contrabando, y con
él una historia terrible de contiendas y de desgracias; de víc-
timas ó de insolencias; de prevaricaciones y de escándalos.
A este resultado conducirá prontamente la buena dirección
que puede imprimir en particular á sus intereses, dando la
batalla al contrabando desde su escritorio.

RAFAEL GONZÁLEZ.

Granada.—Enero de zSSy.
CARAMILLO Y SISALLO

PASATIEMPO TÍEENACULO Y ENTEEVEEAEO SOBRE EL USO


DE ESTAS VOCES

N la zacapela que contra el virulento crítico de la


última edición del Diccionario de la Lengua pu-
blicado por la Real Academia Española, Miguel
de Escalada, como él da en llamarse, por más que
no oculte su verdadero nombre de Valbuena; en la zacapela
y greguería, digo, que han dado de muy poco tiempo acá en
levantar, defendiendo por ende la obra por aquél combati-
da, algunos escritores de notoria erudición, ha tomado cartas
en El Correo ün señor Z, cuyas opiniones ha apadrinado á
su vez en la Revista en que este articulejo viene al mundo»
el Sr, Alvarez Sereix, nombre que aparece con frecuencia en
los periódicos diarios y revistas de Madrid, autorizando m u -
chos artículos científicos y literarios. Proveedor oficiosa
también de la Academia—y esto lo digo sin ninguna clase
de malicia—de vocablos españoles no incluidos en el Diccio-
nario último, no son para echadas en saco roto sus noticias
ni para despreciadas sus observaciones en lo relativo al léxico
de nuestra lengua. Así pensando, y no por pujos filológicos
—que aún me falta mucho para tener mi piedra en el rollo
de los literatos de buena ley,—sino por razón de mis aficio-
CARAMILLO Y SISALLO 233

nes, siquiera sean livianas, á todo lo que versa sobre asun-


tos concernientes al glosario botánico-vulgar de nuestro país,
me ha llamado la atención lo que dice el Sr. Z. combatiendo
á Escalada respecto á las voces Caramillo y Carambillo, y
aun cuando yo no quiero, ni aunque quisiera podría ir á una
con dichos señores, porque estoy muy á la zaga de su pug-
nacidad en el pelear y de su riqueza en el saber, no por eso
me ha de ser vedado decir cuatro palabras sobre la materia
á salga lo que saliere, por gusto de ahondar un poco más en
el asunto, sin que por esto se entienda que se trata aquí de
enderezar á nadie paulina de ninguna clase, cuanto más que
ni yo valgo pjira maestrillo ni quiero exponerme tampoco á
tener que echarme una piedra en la manga.
Trátase de saber, en primer lugar, si la palabra Caramillo
es 6 no de raza española, como significación de planta 6 ve-
getal, y si, de este modo tomada en cuenta, es sinónima de
Caramullo, deduciendo de aquí el acierto ó el desacierto con
que la Academia de la lengua ha obrado al incluirlas dos en
la edición corriente de su Diccionario.
Tenemos, pues, que se debate pura y simplemente sobre
el nombre vulgar de una planta montes 6 silvestre, y aunque
en ello se empeñen todos los sabios del mundo, el voto de
los campesinos ó rústicos que andan de ordinario por los
descampados y^jmontes, tendrá siempre más valor que el suyo,
maguer carezcan estos de toda clase de instrucción y sean
más duros de 'mollera que alcornoque bravio. Por eso dijo
precisamente el P. Merino, apropósito de la autoridad del
vulgo, aquello de que «muchos le nombran con vilipendio
la vil plebe, el ignorante vulgo; pero bien le pueden tratar
como quieran, que al cabo el vulgo ha de ser el que forme la
lengua y el que arrastre á los doctos y los envuelva en su
lenguaje.»
Esto está fuera de duda, mucho más tratándose de nom-
bres vulgares de plantas. Los sabios en este caso no tienen
más que hacer que recoger con cuidado y aquilatar con acier-
to los nombres que la plebe usa, dándoles después el pase
para que queden admitidos en nuestro idioma como vocablos
de ley. Por eso, cuando oigo decir y veo escribir asfódelo, por
234 REVISTA CONTEMPORÁNEA
gamón, españolizando el nombre científico de Asphodelus;
antirrino {Antirrhinum), por boca de dragón; meliloto {Metilo-
tus), por trébol, y tantos y tantos otros vocablos como algu-
nos botánicos de quiero y no puedo, y muchos jardineros in-
tonsos introducen en sus libros y catálogos, á despecho del
buen sentido y de la pureza del idioma, no puedo menos de
renegar de tanta osadía, dando al diablo á los innovadores
pedantes que así piensan las más de las veces que se expre-
san con mayor finura, haciendo alarde del culteranismo más
insoportable y empalagoso que conozco.
Decía, pues—dejando a u n lado esta pequeña digresión,—
que los nombres vulgares de las plantas deben recogerse de
quien más los usa en el lugar donde aquéllas se crían, y como
los de caramillo y carambillo figuran en varios libros como co-
rrespondientes al vegetal estepario, común en los terrenos sa-
lados de nuestra península {Salsola vermiculaía, L., de los botá-
nicos), fuerza es esclarecer, ante todo si, en efecto, así se
llama por el vulgo en las localidades donde se cría, y si recibe
el mismo nombre en todas partes. De esto último, poco hay
que decir. Ni en el reino de Aragón, ni en los de Valencia,
Murcia y Granada, en cuyas estepas vive esta. Sa/sola, se co-
noce semejante nombre vulgar. En dichas comarcas recibe
nombres distintos, tales como el de sisall, en Elche; barrelleta,
en Alicante y su comarca; sosa, en Orihuela j^^urcia; salado,
en Baza y otros pueblos de la provincia de Granada, y sisallo,
en Aragón, Así lo atestiguan los estudios hechos por los bo-
tánicos Lagasca y Laguna principalmente, que, á mi juicio,
son los que cor^ más detenimiento, más pulso y más escrupu-
losidad han escrito de las plantas barrilleras, y han fijado me-
jor su atención en la pureza de la glosologla vulgar de las
plantas españolas. Pero á la vez que dichos autores han re-
producido aquella serie de nombres provinciales, han con-
signado también los de carambillo ó caramillo para la misma
planta, con advertencia de ser nombre usado en Aranjuez, y
el de tarrico, como peculiar de Madrid, Vallecas y'otros luga-
res próximos, donde vive silvestre, asimismo, dicha barrillera.
¿Y sucede así realmente? ¿Es común ó vulgar en Aranjuez
el nombre de caramillo ó carambillo, aplicado á la Salsola ver-
CARAMILLO Y SISALLO S^S
miculatai Para averiguar esto, no hay más medio que el de la
indagación en la misma localidad, y de las diligencias que
con ayuda de personas muy entendidas he practicado recien-
temente, resulta que, en efecto, los campesinos, sin diferen-
cia de clases, los pastores y los guardas, que son los que más
conocen la vegetación espontánea, distinguen allí con aque-
llos nombres vulgares la planta en cuestión; de modo que por
este lado y desde luego, las voces cuestionadas tienen á su
favor uso local indubitable, para ser consideradas como de le-
gítima raza española. Ahora, que si en realidad son dos los
vocablos, ó sólo es uno, el de caramillo, naciendo Ja voz ca-
rambillo de una modificación imperfecta en la estructura or-
tográfica del primero, eso ya es otra cuestión. Parece que la
palabra más corriente en aquella comarca es la de caramillo,
y aun me inclino á creer que es la genuina, habiendo nacido
quizás la de carambülo, por la comisión de una epéntesis—
villana ó bastarda, vamos al decir,—por la que caram-illo, se
haya convertido en carambillo, por la añadidura de una b,
bien así, como por igual metaplasmo se dice, malamente, ca-
rambelo, por caramelo.
Ahora—pasando esto ya como por autoridad de cosa juz-
gada,—lo que conviene saber, para no andar á cada triquete
con dudas y vacilaciones, es cómo y cuándo los botánicos y
filólogos, han adoptado la palabra carambillo 6 caramillo, para
referirse á la Salsola vermiculata. Bernardo de Cienfuegos (His-
toña de las plantas (inédita) 1627), nada dice sobre el parti-
cular. Barrclier, que floreció también en el siglo X V i l , y que
herborizó mucho por España [Plan, per Gall. Hisp. et It. observ.,
etcétera; obra postuma publicada el año 1714), y á cuyo aur
tor cita como autoridad para el nombre científico de la planta
el conocido botánico Sr. Colmeiro (D. Miguel), menciona
sólo en la pág. 49 de aquella obra un Kali fruHcosum. Hispa-
nicum Capillaceo folio villoso, que llama Soude d'Espagne velue, y
ya no dice más de nombres vulgares de ninguna barrillera.
Más abundante estuvo Fernández de Navarrete [Ens. de la
Hist. méd. de Esp. (inédita) 1742), puesto que menciona el
almarjo, las barrillas delgada, peluda, florida blanca y florida en •
carnada, la sosa blanca que refiere á la Kiúi vermiculata Hispa
236 REVISTA CONTEMPORÁNEA
nicum albo globoso floree, la sosa, legítima y el salicuertío, pero
sin decir tampoco una palabra del caramhillo, que parece ser
la planta que menciona con el dictado de sosa blanca. Pasando
de aquí al año 1771, se da, como autor de cuyos trabajos se
pueda sacar algún provecho para el caso, con D. Juan Gamez,
secretario de la Academia de Medicina de Madrid y catedrá-
tico de la misma facultad, el cual publicó un libro titulado:
Ensayo sobre las aguas medicinales de Aranjuez, en cuyas pá-
ginas 26-31 se inserta una lista de 34 especies vegetales
que entonces vivían silvestres en los alrededores de la Fuente
Amarga de los cerros de la Salinilla de Alpagés, y entre las
cuales figura como única planta barrillera, que pueda ser ó
asemejarse al cíiram6í7/o, el mismo Kali mencionado por Barre-
lier, pero sin que se diga nada de su nombre vulgar, y eso
que Gamez no los omitió en las demás plantas, cuando le
fueron conocidos, como se ve al leer, al lado de la indicación
botánica correspondiente, los de gamón, bulas, cañahej'a, cardo
corredor, albardin, pico de cigüeña, gamarza, zamarrilla, salvia
fina, esparío, retama, tomillo salsero y taray. Esta omisión del
nombre carambillo ó caramillo, en autor tan instruido, tratán-
dose precisamente de la localidad especial en que parece estar
en uso dicho vocablo, y mencionándose botánicamente la plan-
ta á la cual se aplica, es en verdad bastante significativa, y no
carece de virtud para hacer sospechar si realmente el nom-
bre cuestionado podrá estar falto al menos de aquella genera-
lidad de uso que es necesaria para considerarle con derecho á
ser introducido en el léxico español.
Tampoco se encuentra rastro de la voz carambillo en la
Contin. de la Fl. esp. que Gómez Ortega publicó en Madrid
el año 1784, ni en 1OS7COM. et decrip. plant. etc.,que Cavanilles
dio á luz, en Madrid también, desde 1791 á 1801. En la pá-
gina 45 del tomo III de esta obra se mencionan las Salsola
microphylla y S. flarescens consideradas hoy como variedades
de la S. vermiculata, pero no se dice nada de sus nombres vul-
gares.
Pero, en fin, si Gamez, Gómez Ortega y Cavanilles no
mencionaron los vocablos carambillo ó caramillo, en cambio
Lagasca, el primer ^botánico de nuestro siglo, como le llama
CARAMILLO Y SISALLO 237
el Sr. Colmeiro, los estampó bien claramente en su Mem. sob.
lasplant. harrill. deEsp., que apareció en Madrid el año 1817,
y que, en 1818 se incluyó como adición al tomo I de la. Agri-
cultura general de Gabriel Alonso de Herrera, en la edición
que de esta obra hizo la Real Sociedad económica matriten-
se. En este lugar y en la pág. z6^, describiendo l& Salsola
vermiculata, dice: «NOMBRES wuGhKEs: caramhillo y caramillo,
en Aranjuez. Tarrico, en Madrid, Vallecas, etc. Sisallo, en
Aragón...» De modo que para Lagasca, botánico sesudo y
de los que más herborizaron por España, la voz carambillo ó
caramillo, sólo se usa en Aranjuez, apareciendo ser él el pri-
mero que le dio publicidad recogiéndola directamente en la
misma localidad ó de oídas, que esto no está averiguado, por
más que sea muy importante para el caso.
Siguió á Lagasca D. Miguel Colmeiro (Apunt. para la Fl.
de las dos Cast.—Madrid, 1849) aplicando indistintamente los
nombres de caramillo, carambillo y tarrico, á la misma planta,
pág, 128, lo mismo para los individuos silvestres de las cer-
cauías de Madrid (Cerros de Ribas, San Blas y otros), que
para los de Aranjuez y Toledo, es decir, que sin expli-
cación que sirva para esclarecer las dudas, generalizó los dos
nombres haciéndolos extensivos, casi, casi, á toda la estepa
castellana.
Sin duda por esto—y no hago mención de lo que dicen los
Sres. CoUantes y Alfaro {Dice, de agrie, práct. y econ. rur.—
Madrid 1853. Tomo I I , pág. 92) porque no da luz alguna
para el fin propuesto—sin duda, por lo que ^consignó el señor
Colmeiro, digo, Willkomm y Lange {Prodromus Flora his-
panices. — Stuttgardt 1861—1880. Tomo I, pág. 258) seña-
laron también con vaguedad los nombres vulgares de la Sal-
sola vermiculata, indicando como propios de Castilla, sin dis-
tinguir localidades, los de caramillo, carambillo y tarrico.
D. Vicente Cutanda, en 1861 {Fl. compend. de Alad, y su
prov, págs.'SyS y 576) fué seguramente más cauto, limitan-
do la indicación de las localidades á las cercanías de Madrid
y Aranjuez, pero involucró también las denominaciones co-
munes, sin distinguir los nombres de tarrico y caramillo, en su
aplicación local. Más vagas son aun las referencias que se
238 . REVISTA CONTEMPORÁNEA

sacan del Dice, de los nomb. vulg. de much. plant. usual., que
D . Miguel Colmeiro publicó en Madrid el año 1871, |y del
Trat. práct. de ¿a determ. de las plant., dado á luz por D. Ga-
briel de la Puerta en 1876, porque en entrambas obras, pá-
ginas 31 y 38 y pág. 335 respectivamente, sólo se dice que
los nombres caramillo, carambillo y tarrico, corresponden á la
Salsola vermiculata.
Y ya desde aquí puede pasarse sin temor de incurrir en
ninguna omisión de bulto al año 1883, en que D . Máximo
Laguna, el discretísimo botánico de nuestros días, dio á la
estampa su notable F/ora forestal española. En esta obra, pá-
gina 3o5, se aplican á la Salsola vermiculata los mismos, exac-
tamente los mismos nombres vulgares usados por Lagasca, y
se indican también iguales localidades, sobre que parece tra-
tarse así de restablecer la claridad que resplandece en las
acotaciones de Lagasca y de volver á la limitación local del
uso de aquellos vocablos, por no estar probada aun la mayor
generalización de los mismos, ni aun dentro de la provincia
de Madrid.
Con esto creo dejar saldada la cuenta con los naturalistas
y paso á entendérmelas con los ñlólogos, entre los que puede
decirse que en esto anda la de maiagatos, por la disconformi-
dad de pareceres y resoluciones. Por de pronto, pasemos de
un salto por encima de Aldrete, Cobarrubias, Rosal, Terreros
y Cabrera, sin olvidar á la Real Academia española en todas
las ediciones de su Diccionario, exclusión hecha de la co-
rriente. Ninguno ^e estos señores se acuerda de mentar el
caramillo 6 carambillo, como planta. Estos nombres los apa-
drinó Velázquez de la Cadena (A pronouncing diciionary of the
Spanish and English languages.—New York. i852) diciendo en
el tomo Español-Inglés esto: «CaramiUo (Bot.)» v. Barrilla»
y mencionando en este articulo, como una de las plantas dis-
tinguidas con dicho nombre vulgar, la Barrilla carambillo ó ca-
ramillo.—Semoll leaved salt-wort.—Salsola vermiculata, L.»Igno-
ro de quién tomaría Velázquez de la Cadena el nombre vul-
gar en cuestión, pero es probable que lo hiciera de alguna
obra botánica, puesto que expresa con claridad el nombre
cientiñco de la planta.
CARAMILLO Y SISALLO aj9

Poco tiempo después, en 1853, dióáluz en Barcelona don


Santiago Ángel Saura su Dice, ó Vocab. comp. de las leng. cas-
tell.caial., sin citar la planta caramillo; pero esta omisión la
corrigió en la tercera edición de dicha obra que dio á la es-
tampa el año i86a en la misma ciudad, diciendo en la pági-
da 137: <¡ Caramillo.—Mata. V. Sosa,» y en la pág. 533, como
contrarreferencia «Sosa—Mata. Barrelleta,» aludiendo, sin
duda alguna, á la Salsola vermiculata; pero sin distinguir, como
tampoco lo hizo Velázquez de la Cadena, la condición pro-
vincial ó local del vocablo.
Más raro es aún lo que se encuentra en la pág. f i y , de la
décima edición, i865, del famoso Dice, nación, ó Gran dice,
de la leng. españ. de D. Ramón Joaquín Domínguez, donde
dice, relegando el artículo al Suplemento que está en el tomo II:
*Caramillar, s. m. Terreno poblado de las matas llamadas ca-
ramillos,» y lo bueno es que ni en el texto de la obra ni en el
mencionado suplemento aparece la voz caramillo como planta.
Bensley, en 1876, copió puntualmente á Velázquez de la
Cadena en su diccionario de las lenguas española é inglesa;
y Barcia, nada dice de la voz cuestionada en su diccionario
etimológico, publicado en 1880,
Y ya con esto terminan todos los datos que en unos breves
días he podido recoger andando al estricote con aquellos voca-
blos que, por fin, le han parecido cristianos viejos á la Aca-
demia, habiéndoles concedido carta de amparo en la edición
última, que es la causante de estas observaciones. Pero ¿ha
obrado cuerdamente dicha corporación adoptando las mencio-
nadas voces botánicas? Y—dado el hecho—¿se han estampado
con las indicaciones que exigía su naturaleza para andar al
uso corriente? Veámoslo.
De la monótona y fastidiosa investigación que acabo de
exponer, resulta que los pocos lexicógrafos que han adoptado
las voces carambülo 6 caramillo, se han atenido probablemente
á la autoridad de los naturalistas. A su vez éstos no andan
muy de acuerdo en cuanto á la extensión del uso de aquellas
palabras, pareciendo más bien haberse copiado unos á otros
sin bastante escrupulosidad ó detenimiento en lo relativo al
alcance local de los vocablos. Por otro lado, tenemos que,
240 ' REVISTA CONTEMPORÁNEA
si bien la aparición de los mismos en las obras de botánica
data sólo de principios de siglo, en cambio llevan la autori-
dad de un autor tan respetable y respetado como el insigne
Lagasca, á cuyas afirmaciones hay que atenerse,—apesar
de las ligeras discrepancias de los autores modernos,—por
aquello de «diestro á diestro el más presto,» cuanto más que
el uso vulgar hoy en ejercicio, como antes hemos visto, con-
firma también el aserto, no siendo de creer que Lagasca re-
cogiese mal los susodichos vocablos; y eso que á veces «don-
de menos se piensa salta la liebre,» porque, ¿qué decir ó creer
de estas cosas cuando—según se lee en la pág. 179 del
tomo II del Dic. de etimol. de la leng. cast., de Cabrera—los
mismos Quer y Palau, tan célebres en. nuestros fastos botá-
nicos, preguntando como acostumbraban, «con las plantas en
la mano, por sus nombres vulgares á los naturales de los pue-
blos donde herborizaban» averiguaron que el codeso [Cytisus)
tiene, además de, otros nombres, el desisallo, con lo cual,
—si esto es eierto—incurrieron en una notoria inexactitud,
como más adelante se verá?
Pero, en fin, como no se debe pensar que Lagasca incu-
rriese en el mismo engaño, resulta que el vocablo cayamillo,
si no también el de caramhillo, está bien incluido como signi-
ficación de planta esteparia, en el Diccionario de la Lengua
porque tiene á su favor el uso vulgar y el de los doctos; pero
le falta la indicación de su exclusivo carácter local, puesto
que ni aun á provincial llega; y este es el defectillo que puede
y debe achacarse á la Academia; pues justo es que «el que
lleva obladas que taña campanas,» como reza el dicho.
Conque, quede así sentado y pasemos al sisallo, que es el
vocablo más propincuo, ó que tiene mayor conexión con el
de caramillo, en cuanto al nombre vulgar de la tantas veces
repetida Salsola. Comenzaré, para ello, recordando que en
Aragón es tan común el nombre de sisallo, y está tan gene-
ralizado el uso de esta voz en toda la dilatada comarca este-
paria, que corre desde las Bárdenas reales de Navarra hasta
el desierto de Calanda, en el bajo Aragón, que basta salir al
campo una sola vez para convencerse de ello. Estoy por decir
que dicho nombre es tan popular en los saladares aragone-
CARAMILLO Y SISALLO - 241

ses, como lo son en Castilla los '^de tomillo, cantueso y jara.


Y así es por esto, como por la autoridad de escritores más
antiguos á lo que pienso, que los sabios é ilustres aragoneses
D. Ignacio de Asso y D. Jerónimo Borao, consagraron el
uso de esta voz en el léxico de aquel reino: el primero en su
Synopsis stirpium indigenarum Aragonice, impresa en Marsella
el año 1779, en cuya pág. 32 se lee esto que sigue: «Salsola
vermiculata, Loeffling.—Vernacule, Sisallo;» y el segundo, en
su Diccionario de 'voces aragonesas, publicado el año 1859, en
Zaragoza, según reza el artículo correspondiente de la pá-
gina 239 de tan erudito libro.
Con posterioridad á Asso, y siguiendo probablemente su
ejemplo, han aceptado la voz sisallo con el mismo carác-
ter botánico y filológico, Lagasca (1817), Coliantes y Alfaro
'(i853),Wil]komm y Lange (1861), Lóseos y Pardo (1866-67),
Colmeiro (1871), Laguna (1883), y probablemente algunos
naturalistas más, cuyas obras no he tenido ocasión de re-
pasar.
Los lexicógrafos parece que han andado más reacios, no
sé si por tener ventana al cierzo en su calidad de cultipar-
listas. Ello es que, á excepción del ya citado trabajo de
Borao, en ninguno de los diccionarios ni estudios etimológi-
cos de nuestra lengua, que, impresos ó manuscritos, han
caído en mis manos, á partir del siglo XVII, con Cobarru-
bias, Aldrete y'Rosal, hasta llegar al Primer diccionario gene-
ral etimológico de la lengua castellana, publicado en Madrid,
por D. Roque Barcia, el año 1880, he encontrado trazas de
dicho vocablo, apesar de su genuina estirpe aragonesa, de
su remota antigüedad, de su adopción por los botánicos y de
su uso tan extendido entre las gentes del campo principal-
mente.
Sólo D. Mariano Velázquez de la Cadena pisó con valen-
tía en esta cuestión, admitiendo la voz antes que Borao pu-
blicase su Diccionario, en su obra más atrás citada, A pro-
no uncing dictionary of the Spanish and English languages que
vio la luz pública en Nueva York el año i853, en la cual, ti-
rando por el camino de los naturalistas, sin duda por aquello
de que «cada uno conoce la uva de su majuelo,» adoptó el vo-
TOMO I,XV. VOl,. I I I . 16
242 REVISTA CONTEMPORÁNEA

cable en concepto botánico refiriéndolo al de barrilla, si bien


omitió el indicar el carácter provincial de la palabra, y lo que
es más raro aún, el estampar en el artículo barrilla la contra-
referencia á sisa/to, falta no muy disculpable en literato de mé-
rito tan precipuo, por más que este género de pecadillos sean
harto frecuente, por desgracia, en los autores de esta clase
de obras.
Veinticuatro años más tarde, esto es, en 1876, copió pun-
tualmente á Velázquez de la Cadena, incurriendo también en
la omisión de la contrarreferencia á sisallo en el artículo barri-
lla, Bensley (Eduad, R.), en su New Dictionary ofthe Spanisk
and Bnglish languages que apareció en París por aquel tiem-
po, y ya desde aquí parece que se quiebra, y no por sutil, el
hilo de esta reproducción vernácula, puesto que de un salto
se pasa—salvo mejor proceso indagatorio—al último diccio-
nario de la Academia de la lengua, la cual ha adoptado en él
la voz sisallo, que no había prohijado en las ediciones ante-
riores. Pero lo bueno del caso es que lo ha hecho sin distin-
guir el carácter notoriamente provincial de la palabra, de modo
y manera que ahora resulta ser el vocablo castellano viejo
corriente y moliente á todo ruedo. Y á fe que no será porque
la indicada corporación desconozca el vocabulario aragonés
de pura raza, porque con la precisa advertencia de ser voces
provinciales de Aragón, ha aceptado las de arañan, bisalto,
correntia, docen, eraje, fila, garba, hecha, jeto, luello, meseguero,
niéspola, oleaza, pardina, riba, secen, tozal y tantas y tantas
otras como pudiera citar. Hase ido de rienda en esto, sin
sentirlo, habiéndole faltado aquella prudente y justa medida,
que respecto al uso del vino recomendaba nuestro geopónico
Herrera, al reconocer que le era muy fácil á cualquiera pasar
del pie á la mano en bodas, misas nuevas, fiestas ú otros
convites, dejándose tomar, como él dice, del mencionado
licor.
En cuanto á la antigüedad y origen de la voz sisallo, si va
á decir verdad, confieso que he andado hecho un mazorral,
porque han sido inútiles todas las diligencias que he practi-
cado para llevar á feliz término la indagación. Buscando de
aquí y de allá no he dado más que con las palabras xixallo y
CARAMILLO Y SISALLO 243

jijallo, probablemente sinónimas, y sin más diferencia que el


cambio de la x en j , caso muy frecuente en la trasformación
eufónica, que con el trascurso del tiempo suelen sufrir mu-
chas voces en todos los idiomas. Covarrubias, Aldrete y Ro-
sal nada dicen que sirva para el caso, porque no mencionan
estas voces. La cita más antigua que hallo es la de la Real
Academia Española, que en su diccionario, llamado vulgar-
mente de autoridades, publicado en 1726, dice así: «XIXALLO,
m. arbusto de poco menos de una vara de alturía, cuyas ho-
jas son muy angostas, cenicientas y blandas; Es excelente
para pasto de ganados, y muy sabroso, pues no necesitan sal
los que se apacientan del. Críase en los yermos y páramos
que no están en montaña. Es voz de Aragón. Lat. Arbustutn
quoddam sic dicium specié cytisi.» En el artículo xixaüar, indica
ser este «el monte poblado de xixallos. Lat. Locus cytisi specie
abundans.» Y así parece que ha continuado diciendo en las
ediciones sucesivas, hasta que en alguna de ellas (no sé cuál,
porque no me ha sido dado recorrerlas todas), cambió la or-
tografía de la voz, diciendo ya jijallo por xixallo, pero defi -
niéndolo del mismo modo, salvo las supresiones, muy esen-
ciales por cierto, de que luego hablaré.
Xixallo, escribía también en 1742 el doctor Francisco Fer-
nández de Navarrete, en la página ico de su obra inédita £«-
sayo de la Hisioria natural y médica de España, definiendo la voz,
como correspondiente á un Cytissus, de la sierra de Guada-
rrama (nótese bien esto), arbóreo y de hojas oblongas, an-
gos'tas y blandas (cytissus avhoreum molli, angustí oblongofolio),
debiendo advertir de pasada que á D. Miguel Colmeiro, gran
inquiridor en estas cosas concernientes á la bibliografía bo-
tánica española, no le merece mucha confianza Navarrete,
porque hablando de las plantas por éste descritas, le endilga en
la página CXVIII del tomo I, de su última y aún no termi-
nada obra, Enum y rev. de las pl. de la penin. hisp.-lusit. .é
isl. Bal., la siguiente fraterna: «Lo relativo á plantas, consiste
en una serie de hstas donde aquellas están designadas con
nombres castellanos, unos verdaderamente vulgares y otros
formados por el autor con excesiva arbitrariedad y no siempre
justificados, originándose de ello bastante confusión, porque
244 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ea difícil á veces reconocer cuáles sean las denominaciones
populares y cuáles las inventadas.»
Ya desde aquí, como quien se está muy arregladito en la
yema del fraile, escriben jijallar y jijallo, con j , Terreros
(Dice. casi, con la voc. de cieñe, etc., 1781-93, tomo II, pági-
na 389); Cabrera, á principios de siglo (Dice, de etimol. de la
leng, casi., tomo I I , pág. 179), Alvares Guerra {Nuevo
Dice, de Agrie, teór. prác.y econ., etc., 1842, tomo I I I , pági
na 133); y también Barcia (Prim. Dice. gen. etim. de la leng.
esp., 1880;) pero no ningún naturalista de buen seso, de entre
los que han tenido 6 tienen ahora en la uña la verdadera glo-
sología de los vegetales españoles.
Y volviendo á la Academia, que en la primera edición de
su Diccionario, 6 sea en la de 1726, definió á las mil maravi-
llas elxixallo como «vozdeAragón»—seguramente el sisallo de
hoy—añadiendo lo de ser planta de hojas cenizosas, apetecible
para el ganado por no necesitar éste de sal si la come, y por
fin, por encontrarse en los yermos y páramos que no están
en montaña, circunstancias y caracteres todos que encajan
de lleno al sisallo, ó sea á la Salsola vermiculata, de nuestras
estepas, que son terrenos salados y no montañosos, cátate
que después—si no en todas, por lo menos en las últimas
ediciones de su léxico—ha mutilado la definición, suprimien-
do precisamente lo que más caracteriza y distingue al sisallo,
esto es, su naturaleza esteparia, y al ser la voz de uso pro-
vincial tan sólo, de modo que después de mucho pulir y alam-
bicar le ha venido á suceder lo que al habar de Cabra, que se
secó lloviendo.
Y es de ver cómo cunden estos malos ejemplos, y la riza
que hacen en las definiciones poco meditadas, cuando, á
fuerza de mermar la expresión de los conceptos, sellega hasta
el punto de definir el jijallo de un modo tan vago é indeter-
minado como este: «arbusto bajo que sirve de pasto al gana-
do» {Dice. pop. de la leng. casi., por D . Felipe Picatoste, Ma-
drid, 1882, pág. 629), es decir, uno de los varios cientos y
aun miles de arbustos de corta talla, que come el ganado, y
que la pródiga naturaleza hace que se críen por esos andu-
rriales, campos y huertas, en fuerza de su virtud creadora
CARAMILLO Y SISALLO 245

tan sólo, 6 con la ayuda del cultivo. Y busque V. á Mari-


ca por Rávena. .
Pero la cosa no termina aqui, que aún falta el rabo pon
desollar, y el rabo es el entender los autores citados, á ex-
cepción de los dos últimos, que el xixallo ójijallo es una es-
pecie de cítiso (species cytisi), llegando Navarrete hasta decir
que se cría en la Sierra de Guadarrama, y recordando Cabrera
y Álvarez Guerra, dándolo igualmente por cítiso, que se llama
también codeso, ervellada y escobón. En todo esto no habría ex^
ceso que cercenar, si ya no fuera aquello de confundir el
jijallo con el codeso ó cítiso, por lo cual no puede pasarse.
Que este último, con algunos de los nombres vulgares de
retama, escobón, piorno ó cambroño, adjuntos á algunas espe-
cies de los géneros Genista, Adcpocarpus 6 Sarothamnus de los
botánicos modernos, pueda ser un arbusto del grupo antiguo
délos Cytisus (i), no tiene nada de particular; pero que en la
ventregada de sus nombres vulgares, deba figurar el &.& jijallo,
eso no lo creo si me lo juran frailes descalzos. Ninguno de los
botánicos españoles de nuestro tiempo, ni aun los que más
han herborizado por la Sierra de Guadarrama, como los s e -
res Cutanda, Graells, WiUkomm, Laguna y algunos otros,
todos diligentísimos en escudriñar y recoger los nombres po-
pulares de las plantas, han oído allí, que yo sepa, tal voca-
blo, y como conozco además la bien merecida fama que go-
zan de doctos y sensatos, me voy con ellos muy persuadido
de que este proceder es honestísimo por el cabo.
E n conclusión, que para andar al uso, pues que «loque se
usa no se excusa», como dice el dicho, lo más acertado es hoy
decir sisallo, como voz aragonesa correspondiente á la planta
halófila que los botánicos llaman Salsola vermiculata, y que
aun «cuando uno piensa el bayo y otro el que lo ensilla,» yo
estoy por lo de suponer que se han equivocado cuantos han
tomado por sinónimas las voces codeso ó cítiso y jijallo, como

( I ) Cytisus parece provenir de Cythnus, isla del mar Egeo, donde se


dice que fué recogida la primera especie de este género, ó sea el C. nubige-
««í, Link. (^Cfragans, Lamk. Spartium nubigenum, Ait.—Sp. supranuiium,
Linn. fil.)
246 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que aquéllas corresponden á una planta de la familia de las


leguminosas y ésta á otra de la de las salsoláceas, grupos bien
diferentes por cierto en las condiciones orgánicas y biológicas
de los muchos vegetales que comprenden.
No deben existir, por lo tanto, en ningún Diccionario de
nuestra lengua las vocesj'ijallar, j'i/allo, ni xixallo, como equi-
valentes de citiso {Cyíisus), cuanto más, que la diferencia con
la legítima de sisallo, es sólo de muy escaso interés ortográfi-
co, bien así como tantas otras palabras de nuestro idioma,
que, con el tiempo, han cambiado la x e n / y en s; y dado
caso que apesar de todo se quieran incluir, es necesario re-
ferirlas simplemente á sisallo, como voces aragonesas preci-
samente, y con referencia á la planta barrilera de que antes
se habló, so pena de incurrir en crimen de badomía, que es
el más censurable de cuantos pueden cometer los hombres
de letras, cuando, por importuna repetición de desaciertos,
dan lugar y motivo para solfearles con una repasata, aphcán-
doles aquello de «otra al dicho Juan de Coca.»
Y ahora, dando de mano á esta disquisición picotera que,
seguramente, tiene más tachas que el caballo de Gonela,
debo prevenir que nada de lo dicho debe entenderse como
sentado en absoluta conclusión, puesto'que depende en gran
parte del mayor ó menor acierto y fortuna en eso de rebus-
car libros y consultar autores, en cuya tarea sucede á veces
que, cuando menos se espera, «do cazar pensamos, cazados
quedamos,» por traerse-á colación por alguno más diestro, tex-
tos ignorados ó citas no conocidas; sobre que la materia da,
vado además á la diversidad de opiniones y á la gentileza de
los ingenios para que éstos puedan lucir su agudeza.
El que más sepa, pues, «que lo declare aquí—digo, por
conclusión, con uno de nuestros clásicos,—y asimismo
ponga su nombre, que en ello hará á Dios servicio y á mí
merced y á muchos buena obra, y de Dios habrá parte de su
trabajo.»
JOSÉ JORDANA Y MORERA.
^^^^^^É fWí^^,:
^ ^ ^ ^ ^ ^

HISTORIA QUE PARECE NOVELA

A m HSSFSTABLB AffiGO EL EI^CMO. Sr. B. EAUOH BE CAMFOAMOS

ALTÍSIMO POHTA

CAPÍTULO II (O

Madrid jj de yulio de i8...

DE FERNANDO DE VALDESANTO Á LUIS ELORZA


EN EL Castañar, URBONA

UERiDÍsiMO LUIS: Te escribo hoy cumpliendo la


promesa que te hice al despedirnos, y para lle-
nar también mis deseos de que esta carta llegue
ahí, al inolvidable Castañar, el día de la romería
del Carmen. ¡La romería del Carmen!,.. T u n o sabes, Luis,
lo que es acordarse de la tierra ausente, envuelto por los ho-
rribles calores que en la corte nos consumen. Lejos, muy le-
jos de las últimas montañas que diviso todas las tardes desde
la Estación del Norte, pongo yo, tras el horizonte sensible,
el horizonte de mis sueños, y ante mi vista se aparece, en el

(l) Publicamos hoy otro de los más salientes capítulos de la novela que,
-con el título de Amparo, está para concluir nuestro querido amigo y colabo-
rador el Sr. Sandoval (D. Adolfo).
248 REVISTA CONTEMPORÁNEA

espejismo del deseo, la inolvidable tierra, húmeda, fresca,,


verde, sencil^ como un idilio, grata como una mañana de-
primavera; con su aroma de frutas y de flores; con sus ca-
dencias campestres repetidas por el tamboril y por la gaita;
con sus rías transparentes y tranquilas; con sus montes par-
duscos y sus colinas perfumadas; con su cielo brumoso y
triste; con sus casas blanquísimas festoneadas por la graciosa
parra, ó protegidas por la sombra de patriarcal higuera; con
su mar rugiente y espumoso, cubierro de vistosas voladoras
navecillas; con sus fiestas y sus romerías populares, en torno
del santuario congregadas; con sus iglesias de blanco cam-
panario, llenas con el murmullo de las oraciones, y por los
ex-votos de la fe cristiana: y oigo resonar en mis oídos, y
más que en mis oídos en mi cerebro ardentísimo, los canta-
res que llegan con el viento de mis montañas, entre las ema-
naciones salinas del Cantábrico y el olor de toda suerte de
silvestres florecillas, y sobre los que percibo por amante, por
espiritual, por delicado, aquel que dice: '

nQuiérote, vida mía, quiérate tanto


que si tú fueras cielo, yo seria santo...•»

mil veces oído por mí en el pasado verano, á la orilla del


mar turbulento, por las veredas que conducen á la Rectoral
del Valle, ahí, contigo, en el Castañar, cuando en íntima
inacabable conversación nos detenía la campana del Ángelus,
bajo los vetustos pórticos de la iglesia, al caer sobre la tierra
las primeras sombras de la noche, y al brillar las primeras es-
trellas en la inaccesible altura de los cielos...
¡Cómo te envidio el día que pasarás ahí, el domingo, con
tus padres y tus bellísimas hermanas, asistiendo á la rome-
ría del Carmen! Yo no sabré decirte, Luis, cuánto daría por
visitar contigo ese altar de la Virgen, rociado de aceite y de
plegarias, y cuyo humilde retablo cubren los exvotos de to-
dos los que próximos á naufragar en los océanos de la tribula-
ción, han sentido disiparse, á la invocación del nombre de
María, los dolores horribles de su cuerpo, y las tempestades
HISTORIA QOE PARECE NOVELA 249

pavorosas de SU alma... Recuerdo todavía, como si se re-


produjera al escribirlo, el vuelco de la sangre, k excitación
vivísima que sentí cuando, desde lo alto de la Peñona, ya me-
dio envuelta por las brumas del crepúsculo, columbré al Cas-
tañar, cuya hermosura incomparable realzaban entonces, con
la pureza del horizonte azul y los encantos de apacible tarde,
los últimos resplandores del sol reverberante sobre las cimas
de las montañas, y en la cruz de la olvidada iglesia, erguida
sobre las pobres casas de los campesinos, como espiritual
para-rayos levantado hacia las nubes para detener las tor-
mentas amenazadoras de los cielos.
Estaban en aquella sazón, cuando llegamos al Castañar,
concluyendo vísperas; y el tamborilero alborotaba al valle con
sus redobles, á punto en que la gaita comenzaba á preludiar
los dulcísimos aires de nuestra tierra, tan queridos é inolvida-
bles, que ¡ah! yO creo que nos despertarán en las tristezas de
nuestras tumbas silenciosas, si hasta su fría ceniza penetra-
ran aquellas lánguidas melancólicas cadencias... ¡Cuánto os
agradecí la cariñosa hospitalidad con que me acogisteis en
vuestra nobley envidiable casa! Por la noche, y después de
entretenernos un poco con el piano, que tan á maravilla ta-
ñen tus hermanas, fuimos todos, agonizante farolillo en ma-
no, á gozarnos con la tradicional hoguera, que ardía, con fan-
tásticos resplandores, en el Campo de la Iglesia. ¡Cómo se
solazaban aquellas buenas gentes!... Recuerdo que dormí
muy poco, y que á la mañana me despertaron los estrepitosos
ruidos de la úúsica de Bellamar, venida para amenizar la so-
lemne fiesta, al reclamo del banquete que se celebraba en
casa del señor cura, y de los alegres esparcimientos que ha-
bían de exaltar cuerpos y almas, hasta las primeras horas de
la noche. Después, bullicioso repique de las campanas, vol-
teando alegremente como en la luminosa mañana de la Re^
surrección de Cristo; la procesión fervorosísima por aquellos
campos estivales, tapizados de bien olientes florecillas; la mi-
sa solemne realzada por los prodigios de la gaita, y por las
voces de bien apitanzado sochantre; fos voladores cohetes
atravesando el firmamento azul, para estallar con horrísono
estampido entre la algazara de los chicuelos y de los creci-
25o REVISTA CONTEMPORÁNEA

dos; la interminable comida en la limpia y bien provista he-


redad del mayordomo ó del párroco, con su cortejo de hones-
tas chanzonetas y de festivos brindis; la clásica y esperada
romería alrededor de la concurrida iglesia; los pintorescos
bailes, amenizados por el violín de errante ciego, y por el
ruido de estrepitoso bombo; las alegres parejas, consagradas
por entero á los deleites del amor, que enciende sus palabras
y sus ojos con irradiaciones sublimes; las cadencias monóto-
nas y eternas de la tradicional Danza Prima, en cuyas notas
palpita toda el alma inmortal de nuestra tierra; las improvi"
sadas tiendas de codiciadas rosquillas y de sabrosas mante-
cadas, que, con las indispensables avellanas, han de consti-
tuir los simbólicos perdones de la fiesta; los grupos vistosísi-
mos, ya de los curas venidos de la próxima parroquia para
abrillantarla religiosa ceremonia, ya de elegantes damiselas
y de encopetados ricachos llegados de las villas inmediatas,
con su séquito de galanes y de espolistas; gritos, ecos, suspi-
ros, carcajadas desvanecidas entre los cantares de la gaita, y
entre el clamor de las campanas, hasta que las sombras co-
mienzan á poblar el valle, y las primeras estrellas resplande-
cen en la soledad del firmamento, por donde vuelan de mun-
do á mundo los ángeles; y la iglesia se llena de nuevo con
el vivo aleteo de sencillas ardientes oraciones; y las enamo-
radas parejas van desfilando por la estrecha vereda, sintiendo
la pasión hasta en la médula de sus huesos; y los forasteros
retornan bien acompañados á sus hogares, para proseguir al
día siguiente la monótona tarea de la existencia; y se apagan
en los aires, con el último repique de las campanas, el últi-
mo poderoso ijujú, que parece evocar los recuerdos más ilus-
tres de nuestra historia; y queda ahí, desierta y sola, la po-
bre iglesia, henchida de tantos cuerpos muertos y de tantas
ideas vivas; con sus santos, que parecen contarse unos á
otros los secretos de ultratumba; y sus ex-votos, rociados de
besos y de lágrimas; y sus lámparas atizadas por.la fe cris-
tiana, y como la fe cristiana inextinguibles; y sus altares,
agrandados por las nledrosas oscuridades del crepúsculo, y
ante los que hanse postrado, en busca de bendición y de
consuelo, los miseros nautas, ya apercibidos para sepultarse
HISTORIA QUE PARECE NOVELA 25l

entre el hervor de las procelosidades del Océano 6 de las tor-


mentas bramadoras del espíritu...
¡Y decir, Luis, que todo festo se ha quedado atrás, en lo
pasado, como las reminiscencias de un goce, como el eco de
un cántico, como la poesía del primer inocentísimo amor!
¡Y pensar que todo ello permanecerá perenne, inmóvil, mien-
tras nosotros, inmortales, superiores á todo el universo, eter-
nos como las almas, cada día daremos hacia las playas de la
muerte un paso, y dejaremos en las tortuosidades del camino
alguna ilusión ó alguna esperanza! Déjame que lo recuerde.
La primera vez que asistí á la romería del Carmen, ahí con-
tigo, ¡cuánto me entristeció el sonido de la gaita, á cuyo
compás saltaban en baile interminable tantas felicísimas
parejas! Quizás aquel pobre gaitero, que tocaba en el cam-
po de la iglesia, era el inmortal gaitero de Gijón, esculpido
en las dolaras de nuestro gran poeta
Indefinible voluptuoso sentimiento se había apoderado de
mi espíritu, haciéndome ver en todos aquellos bailadores
grupos, como los coros de la Danza Macabra, bajados á la
fosa a l a voz de implacable traicionera muerte ¡Qué sé
yo, qué sé yo!.... ¡Qué antítesis entre el ruido vertiginoso,
entre la expansión franca, entre el cuasi frenético movimien-
to de aquellas turbas, olvidadas de las profundas cuotidianas
amarguras de la vida, y la quietud y el sosiego de aquel
poético campo-santo, unido á la iglesia, cubierto de hierbas y
de flores, sobre las que pasan piando las voladoras avecillas;
con sus cruces y sus losas sepulcrales, y sus tapias adorna-
das por trepadoras plantas, y entre cuyas piedras fosforecen
al caer la noche las amarillas calaveras allí incrustadas, como:
emblema y representación adecuada de lo que son, al arribar &
las riberas de la eternidad, todos los prestigios y todos los en-
cumbramientos de la mísera, fatigosísima Existencia! ¡Ah! Si
los ecos del tambor y de la gaita, si el rumor de los cantares
excitando al amor, á la juventud, á la vida, llegaban hasta el
.silencio de esas tumbas cuasi olvidadas, ¡qué les dirían á I05
pobres muertos, dormidos sobre el estercolero de su propia
carne, en polvo que arrebata el viento convertida!— Cuando
nos r|;tirábamos del campo de la iglesia, ya próxima á termi-
zSz REVISTA CONTEMPORÁNEA

narse la favorecida romería, recuerdo haber oído estos dos


cantares, que llegaban á nosotros como murmullo, lamento,
gemido de aspiración nunca sobre la tierra saciada:

Villaviciosa hermosa, ¡qué tienes dentro,


que me robas el alma y el pensamiento!...

Con este mandilín blanco


vas publicando la guerra,
y yo como buen soldado
me alistaré en tu bandera...

Por la noche, empujando á mi fantasía por los mundos de


mis locas inspiraciones, toqué amorosamente en vuestro piano,
después de la sonata Clair de lune y de la Danza Macabra,
todos esos rumores vaporosos é indefinibles que llevaba con
gravitación abrumadora sobre mi espíritu A los pocos
días dejaba el Castañar, y á la siguiente semana me iba para
Madrid Hace cuatro años que no he vuelto á la hermosa
romería del Carmen. Me habéis invitado á que vaya á visita-
ros este año en cuanto deje la corte. Gracias, gracias; iré.
Necesito solaz y sosiego, á continuación de las seguidas agi-
taciones de esta mi vida de sociedad y de estudio, aguijoneada
por el estímulo de mis esperanzas y por las instancias de
mis buenos y bien probados amigos. Necesito, además, verte,
. pare decirte muchas cosas.
¡Hace un mes que no nos vemos! Y en ese mes, ¡qué trans-
formaciones en mi pacífica, y siempre uniforme vida! Tú
ya la conoces La has visto dos veces; en la Anunciación,
leyendo por su devocionario, y la última, la tarde en que fui-
mos á despedir á nuestro amigo Enrique para Urbana. La has
visto y la has juzgado. ¡Oh Luis! Lo que tú no sabes es que
Amparo me ha escrito varias cartas desde Montebello, corres-
pondiendo con entusiasmo á mi adoración por ella..... Ya
todo es día en mi alma ¡Ser amado! ¡Y ser amado por
Ella! Yo de mí sé decirte que nunca he comprendido ni sen-
tido esta soberana apoteosis del amor, como abismado en la
contemplación de esas estatuas orantes, erguidas sobjje los
HISTORIA QUE PARECE NOVELA 253

gastados sepulcros de nuestras maravillosas catedrales góti-


cas, iluminadas, como suave crepúsculo, por el resplandor de
siglos muertos ¿Recuerdas lo que decíamos, pensando en
estos idealismos, pi)r las naves de la catedral de Toledo, que
tantas veces hemos visitado juntos?.^... Asi, para mi, Ampa-
ro. Su dulce languidez; ese infinito de la tristeza humana que
cruza por su frente; la aureola de melancolía que la envuelve;
el elegantísimo vestido que siempre la ciñe-, la mirada que lle-
ga como el reflejo de las estrellas, de muy lejos; ese su olím-
pico reposo, contraste del calor, del fuego, de la exaltación
que atravesarán por sus nervios, vibrantes como las cuerdas
del arpa; esa soñadora expresión que tanto la distingue y en-
noblece; todo me hace gravitar en derredor de ella, deseando
seguirla aun en las soledades de la muerte, para encontrar-
me su alma, su alma purísima, entre las estrellas y los ánge-
lea, en la clara mansión del alto cielo Todo en ella atrae
y fascina, como si en torno suyo, como en el de los grandes
soles, gravitasen almas, mundos y cielos Su santa madre
subió á la gloria, cuando contaba Amparo apenas nueve años.
Después la llevaron al colegio de *»**, dirigido por virtuosísi-
mas é inteligentes religiosas. Ellas formaron su espíritu, su
espíritu inmenso y adorable. La poesía romancesca de esa
ciudad, inmortalizada por la leyenda y por la historia, y cu-
yas piedras aún repiten en la callada noche la oriental sere-
nata, lánguida y voluptuosa; la poesía de *•**, con sus re-
cuerdos árabes y sus grandezas cristianas, ha influido por
modo eminente en su carácter profundo y concentrado, sólo
expansivo para con aquellos bien halagados de la ventura, y
en quienes Amparo pueda llegar á descubrir sus almas ge-
melas.
Esta educación cuasi conventual, solicitada por el recuer-
do de su buena madre, y por la arraigada convicción de que
desde los cielos la protege y dirige—piadoso ángel de la guar-
da,—motivaron en Amparo bien definida simpatía por el es-
piritualismo, que resalta, para sublimarla aún más, en todas
las cartas que me ha escrito, y en las pocas conversaciones
que con ella en Madrid he cruzado Cuando sahó del cole-
gio de ****, se fué para su pueblo. Tierra seca, donde vivió tres
254 REVISTA CONTEMPORÁNEA
años con su papá y sus hermanos, á quienes tú conoces. Abo-
rrece Tierra seca, pues me ha dicho muchas veces que la en-
tristecen aquellos sus inmensos arenales desiertos, ayunos de
la espléndida vegetación con que se solazaba en su retiro de
la ciudad morisca. Este año es el segundo que ha pasado en
Madrid con sus tías. Su papá ha permanecido todo el invier-
no en Tierra seca, porque los vaivenes atmosféricos de la corte
influyen perniciosamente en sus crónicas tenacísimas dolen-
cias A la sazón veranean en las favorecidas playas d e F t -
cóbriga, y no me desampara la esperanza de que ella con sus
hermanos venga en los últimos días de Julio á Urbana, para
saludar á sus amigas las de Valkhermoso, y compartir con
ellas las delicias del retiro campestre, en las encantadoras po-
sesiones del Robledal ó de Valmarino
Yo también, quizás el víspera de Santiago, saldré para Ur-
bana, donde ya me reclama el cariño de mi familia... ¡Oh
Luis! ¿Merezco yo esta embriaguez de felicidad, de que me
veo poseído? ¡Ah!... El hombre lleva tan implacables desen-
cantos encerrados en el sepulcro de su espíritu, que cuasi
mira con horror la buena ventura, como si presintiera que ha
de dejar tras de su paso larga estela de lágrimas y de san-
gre... Yo de mí sé decirte, Luis, que el desolador vacío de
mi alma, se ha llenado con esta inefable adoración de Ampa-
ro, excesiva ella sola, para llenar de luz toda una vida...
Amigo querido; cuando llegue á mi tierra idolatrada- y me
pierda en las soledades de mis valles, ó cruce como los anti-
guos peregrinos por las naves de nuestra catedral grandiosa,
á la orilla del mar ó en la cresta de las montañas, el primer
misterioso lucero de la tarde, la brisa del crepúsculo, cargada
de aromas, los cantares que el viento lleva, el rumor de las
olas, ya tempestuoso, ya apacible; el rayo de luz que se cier-
ne por los vidrios de la alta ojiva; la nube de incienso que se
eleva como el perfume de las almas á lo infinito; el tañido
de las campanas que saludan con el rumor del Ángelus á la
Virgen Madre; el horizonte que corona con sus brumas la
cruz de nuestra gótica incomparable torre; las fiestas patriar-
cales celebradas en el bien oliente campo de la iglesia; mi
hogar, mi cuarto, mis libros, mi piano, ahora mudo, como
HISTORIA QUE PARECE NOVELA 255
el arpa de las rimas becquerianas; yo mismo, tierra y cielos,
todo lo miraré lleno por el perdurable recuerdo de ella; como
si esta próvida fecunda naturaleza se exhalara toda en perfu-
mes, en himnos, en rumores, en suspiros, en efusiones de
amor para celebrar la apoteosis de Amparo y la luminosa
resurrección de mi alma... Adiós. Que te diviertas y ames,
y me recuerdes mucho en la romería del Carmen. Dile á la
milagrosa Virgen de esa pobre iglesia, que no la olvido, y
que he de poner en su altar, como ex-voto, un corazón de
plata... Mis sinceros afectos á tus padres, á Soledad, á Blan-
ca, á Bonifacio, y al señor cura, y tú recibe el fraternal cariño
de tu amigo, FERNANDO.

ADOLFO DE SANDOVAL.

Oviedo, Octubre 86.


APLICACIÓN

ANÁLISIS MATEMÁTICO Á LAS DEMÁS CIENCIAS (''

EÑORES: La ciencia, en el presente siglo, por sqs


numerosos descubrimientos y por la utilidad de
sus aplicaciones prácticas, se ha conquistado una
autoridad tan sólida como universal. Pero la im-
portancia de la ciencia no consiste tan sólo en los problemas
que le pertenecen cuyas soluciones ha encontrado, ni en las
necesidades de la vida que ha aliviado ó satisfecho: ctín'siste
principalmente en la luz vivísima con que ilumina cuestio-
nes, antes oscuras y embrolladas, hoy claras y accesibles
para toda inteligencia que no se halle debilitada por la pre-
ocupación. Aunque cada una con jurisdicción propia y bien
deslindada, la ciencia y la filosofía se compenetran en parte;
no es posible á la ciencia, como creen algunos, prescindir de
la filosofía; ésta tiene por objeto las primeras nociones de la
razón humana, el pensamiento mismo y sus leyes, la esencia
de las cosas, los principios supremos del conocimiento y de

( I ) Memoria leída en el Ateneo de Madrid por D. Francisco Ifliguez é Iñi-


guez, secretario de la Sección de ciencias exactas, físicas y naturales en el cur-
so de 1886 á 1887.
ANÁLISIS MATEMÁTICO 257

la existencia; y como el punto de partida de toda ciencia es


un principio del pensamiento puro, anterior y superior á toda
experiencia, á Ja filosofía pertenece señalar la solidez del
principio adoptado. Y luego, en el desarrollo sucesivo de las
cuestiones que la ciencia estudia, á la filosofía corresponde
también apreciar la legitimidad de las inducciones y deduc-
ciones, de los razonamientos, en una palabra, que sirven
para establecer las verdades sucesivamente eslabonadas.
Vemos, pues, que ni en sus comienzos, ni en su§ desarro-
llos, es posible á la ciencia prescindir de las enseñanzas de
la filosofía.
A su vez la filosofía no puede separarse de la ciencia, no
puede olvidar las afirmaciones de ésta sobre muchos puntos
que se relacionan muy estrechamente, ya con la extensión
del campo de la metafísica, al cual abre nuevos horizontes,
ya con la. solución misma de los problemas que ésta estudia,
vedándole ciertos caminos, que seguramente la conducirían
al absurdo, señalándole otros de resultado cierto más proba-
ble. Indicaré muy á la ligera algunos de estos puntos de con-
tacto entre una y otra rama del saber humano.
Penetrando la ciencia en el mundo físico, ha descubierto
las leyes mecánicas que rigen los movimientos de las grandes
masas y las acciones y reacciones de los elementos atómicos.
Analizando detenidamente los fenómenos del mundo mate-
rial é inorgánico, refiriendo unos como efectos á otros como
causas, ha llegado, por síntesis sucesivas, á afirmar que los
mencionados fenómenos se reducen todos én definitiva á
simples movimientos de un cierto número de elementos ma-
teriales, llamados átomos, ponderables unos, regidos por
leyes de atracción mutua, imponderables los otros y en con-
tinuo estado de recíproca repulsión. Los movimientos de
estos átomos, ya de traslación en conjunto, ya de vibración
tan sólo, y sus recíprocas influencias, bastan para explicar
todos los fenómenos, aun aquellos en los cuales el movi-
miento es menos perceptible, como el sonido y la luz, la
electricidad y el magnetismo, el calor y las acciones quími-
cas. Investigando después cómo se agrupan los átomos para
formar los •ut rpos y cuál es su naturaleza íntima, ha descu-
TOMO VAV. — VOL. I I I . 17
258 REVISTA CONTEMPORÁNEA

bierto que los cuerpos no son masas continuas, que su exten-


sión no está ocupada totalmente por los átomos, sino que
éstos se hallan separados unos de otros, mantenidos á distan-
cia por sus acciones mutuas; y en cuanto á la naturaleza de
estos elementos materiales, la ciencia afirma, tal es al menos
la opinión que reúne hoy mayor suma de autoridad, que los
átomos no son otra cosa que simples puntos geométricos,
sin extensión, que sirven cada uno de asiento á una, fuerza
cuyos puntos de aplicación se hallan en los demás. Pero,
sea lo que quiera de la extensión de los átomos, lo que im-
porta aquí consignar es que la ciencia enseña que el universo
no es una masa continua, sino que se halla formado por la
reunión de elementos distintos, resultado que se impone á
la filosofía, obligándola á considerar el mundo como limita-
do en el espacio, puesto que, siendo una suma de elementos,
no puede ser infinito en extensión.
Estudiando detenidamente las leyes á que obedecen la pro-
pagación y sucesivas transformaciones de la energía, ha des-
cubierto la ciencia que tales transformaciones no se verifican
circularmente, restableciéndose en períodos sucesivos el esta-
do inicial, sino que tienen lugar siempre en un mismo sen-
tido, transformándose paulatinamente la energía dinámica
en energía calorífica. Y corno se demuestra, por procedi-
mientos y métodos cuya exactitud se halla á cubierto de toda
crítica, que las leyes físicas son, por todas partes, idénticas,
el resultado anterior, aplicado al sistema del mundo, mani-
fiesta de un modo terminante que el universo tiene fin; que
del mismo modo que se halla limitado en el espacio lo está
también en el tiempo; afirmación que condena al absurdo y
á la nada á todo sistema filosófico, cuya base sea la eternidad
del universo.
Pero no es la limitación, por decirlo así, de la filosofía la
única consecuencia que se deduce de los ejemplos citados: la
existencia de los átomos lleva consigo la necesidad de que
sean estudiadas su esencia y sus influencias mutuas; la limi-
tación del universo en el tiempo hace surgir los problemas
de la creación y del destino futuro de los seres que en ella se
comprenden: cuestiones todas que, si por su naturaleza per-
ANÁLISIS MATEMÁTICO 250

ienecen á la metafísica, no es menos cierto que se plantean


como consecuencia de las últimas afirmaciones científicas.
Los fenómenos materiales, como queda dicho, se reducen
todos á movimientos regidos por las leyes de la dinámica.
Pero la conciencia propia nos revela con evidencia que en
nuestros movimientos y aun en nuestras sensaciones hay
algo que depende de nosotros mismos; algo que nos coloca
sobre el mundo físico, donde todo sucede de un modo nece-
sario; a'go, en fin, que nos permite modificar en parte los
movimientos atómicos y disponer de ellos convenientemente
para lograr fines elegidos de antemano. Tal resultado nos
conduce á afirmar que en nuestras acciones existe un princi'
pió distinto de los átomos, un principio que goza de esponta-
neidad y libertad. La existencia de este principio, del espíritu,
da origen á una multitud de cuestiones de todos conocidas,
que no he de enunciar ahora; sí he de haceros notar cómo
surge aquí también una nueva conjunción entre la filosofía,
á quien corresponde estudiar la naturaleza del espíritu, y la
ciencia, á cuya jurisdicción pertenecen los fenómenos mate-
riales donde el espíritu interviene.
Podría extenderme más en este asunto, tratado con erudi-
ción suma p')r el reverendo P. Carbonelle (i); pero bastan'
los ejemplos citados para dejar probada suficientemente la
afirmación necha antes, y para que se comprenda también la
razón que guía hoy á los filósofos más notables, al buscar en
los conocimientos científicos la base para sus teorías. Tan
generalmente sentida es actualmente la autoridad de la cien-
cia, que todos quieren ampararse á su sombra: y se da el
caso, por todo extremo curioso, de que los defensores de los
mayores absurdos se presentan como los legítimos represen-
tantes del progreso científico.
Es, por consiguiente, de importancia suma investigar á
qué debe la ciencia la perfección de que procede su autoridad;
y á poco que, con tal objeto, se examine su historia, se ve
que la fama, justamente conquistada, es consecuencia de la
exactitud de los métodos, y principalmente del empleo del

(l) Les confins de la science ct de la philosophie.—Bruxelas.


26o REVISTA CONTEMPORÁNEA

cálculo. Es tal la confianza que inspiran las matemáticas


como medio de análisis, que se quiere hacer aplicación de
ellas á todo género de estudios: ya no se utilizan tan sólo en
la astronomía, en la física, en aquellas ciencias, en fin, donde
los fenómenos estudiados son completamente mecánicos; aplí-
canse también á la fisiología, á la psicología, á las ciencias
sociales. La consideración de tal universalidad me inclinó á
proponer el tema que, aprobado por la Mesa de la sección,
he de desarrollar en esta noche, por obligación del cargo con
que me honrasteis, y que versa sobre la aplicación del análisis
matemático á las demás ciencias. Mi principal objeto es dar oca-
sión para que aquellos que se dedican á estudios relacionados
con tema tan importante, nos ilustren con sus conocimientos.
Tened, pues, indulgencia para mi trabajo; corregid sus erro-
res y llenad sus vacíos; así el resultado será perfecto en lo
posible, y por mi parte quedaré una vez más obligado á ren-
diros el tributo de gratitud y reconocimiento de que por tan-
tos motivos os soy ya deudor.

• *

Todo el valor de las matemáticas, como medio de investi-


gación científica, consiste principalmente en la seguridad de
su razonamiento y en su poder analítico. Por complicadas
que sean las relaciones que existen entre las variables,diver-
sas que intervienen en un fenómeno, las matemáticas con-
ducen á la inteligencia, con seguridad, hasta las conclusio-
nes más extremas y dan la manera de señalar á cada elemen-
to la parte que en el fenómeno le corresponde. Las mate-
máticas son además un lenguaje cuya claridad y concisión
supera alas de cualquier otro. «No hay expresión retórica,
ha dicho un sabio eminente, que pueda compararse en ele-
gancia con una fórmula matemática.» Pero en esta propie-
dad, á que las matemáticas deben tanta parte de su impor-
tancia, consiste también la mayor dificultad de su empleo;
porque en las verdades matemáticas no caben aproximacio-
nes, son. todo lo que son ó no son nada. Si pierden precisión
los téra.mos usados, las proposiciones enunciadas dejan de
ANÁLISIS MATEMÁTICO 261

ser ciertas; no siendo posible, por lo tanto, variar en lo más


mínimo el significado de las palabras y modos de expresión
adoptados por los matemáticos: el olvidar esto conduce fre-
cuentemente á resultados absurdos, ó cuando menos inútiles,
á los que, engañados por la significación que en el lenguaje
ordinario tienen los términos mencionados, no los emplean
«n su verdadero sentido.
Compréndese ya con lo dicho lo que son las matemáticas
como medio de investigación y demostración científicas: un
lenguaje claro y preciso, un modo de razonar breve y seguro
y un medio poderoso de análisis. Pero la base que les sirve
de punto de partida les es extraña por completo, consistien-
do ya en una ley experimental, ya en una hipótesis muy pro-
bable; y nada darán las matemáticas que no esté contenido
en esa ley ó esa hipótesis, deduciéndose de aquí con .cuánto
cuidado debe precederse en la elección del principio funda"
mental que en una ciencia cualquiera ha de dar entrada al
cálculo.
El análisis matemático, dice Moutier ( i ) , es como un
buen molino; si ponemos en él buen trigo, obtendremos ex-
celente harina. Por otra parte, el depósito más abundante
del mejor trigo valdría bien poco si no dispusiéramos de mo-
linos que lo trasformasen. Lo propio sucede con los resulta-
dos de la experiencia, que son aquí el grano; mucho valen
de por sí, pero sin el cálculo sería imposible conocer todo lo
que en ellos se encierra.
Tratemos ya de comprender de qué manera penetran las
matemáticas en las demás ciencias. Un examen, siquiera sea
muy rápido, de aquellas que por su precisión y por sus proce-
dimientos parecen á primera vista una rama de las matemáti-
cas puras, será muy provechoso para nuestro objeto, pues á
la vez que nos permitirá apreciar en su justo valor la impor-
tancia y la índole del procedimiento matemático, nos propor-
cionará el criterio seguro para juzgar otras ramas del cono-
cimiento á las que tal método pretende aplicarse. La astrono-
mía es el mejor ejemplo que podemos elegir; la física tam-

(1) Moutier—La Thermodynamique. París, 1885, pág. 189.


202 REVISTA CONTEMPORÁNEA

bien nos dará alguna enseñanza; examinemos á grandes ras-


gos la historia de la primera.

El espectáculo que los cielos nos ofrecen ha sido siempre


demasiado magnífico para sustraerse á la atención de los
hombres. La idea primitiva acerca del universo no podía, sin
embargo, ser más rudimentaria: una inmensa cúpula sobre
un plano horizontal. Los viajes hicieron comprender bien
pronto que la base de tal cúpula no está tan cerca como acu-
san las apariencias: el cambio de aspecto del cielo, al trasla-
darse el observador de un punto á otro bastante distante so-
bre la superficie de la tierra, manifestó claramente que la bó-
veda estrellada no se limitad cubrir el horizonte, sino que en-
vuelve por completo á nuestro globo. El paso de un concepto
á otro debió ser rápido, verificándose tan pronto como la es-
pecie humana ocupó una extensión ya considerable sobre la
superficie terrestre, pues basta la contemplación del cielo pa-
ra hacer tal descubrimiento.
Las necesidades de la agricultura y de la navegación tras-
formaron á los astrónomos de contempladores en observado-
res: pronto descubrieron que hay astros aparentemente fijos
y astros que ocupan sucesivamente posiciones distintas; ob-
servaron los eclipses de sol y de luna y registraron suS fe-
chas; y comparando éstas, al cabo de algún tiempo notaron
que tales fenómenos se suceden con sujeción á un orden de-
terminado.
Hasta llegar aquí, no era posible una astronomía con ca-
rácter científico; pero una vez conocidos los movimientos del
sol y de la luna, la causa de sus eclipses y de las fases, de la
última, los planetas y sus revoluciones, la esfericidad de la
tierra y su tamaño, fué ya llegado el momento de pensar en
las leyes de los movimientos celestes.
Pocas noticias nos quedan de los astrónomos primitivos,
pero bastan para comprender cómo unos observadores priva-
dos de todo medio auxiliar, llegaron con sólo su ingenio á
hacer descubrimientos tan importantes. Para observar con
ANÁLISIS MATEMÁTICO 363

cierta facilidad habían dividido las esfera celeste en cons-


telaciones, mereciendo atención preferente las doce del Zo-
díaco, dentro de las cuales se verifican siempre los movimien-
tos del sol, la luna y los planetas entonces conocidos.
Los primeros datos numéricos que encontramos en la as-
tronomía antigua son los relativos á la duración del año, co-
rregida sucesivamente hasta llegar casi á la exactitud; la del
mes, acomodada al movimiento lunar, y los períodos de lar-
ga duración, al cabo de los cuales, restablecidas las posicio-
nes relativas del sol y de la luna, los eclipses se repiten en el
mismo orden, y es posible anunciarlos con seguridad sufi-
ciente. La semana, período el más antiguo y sin duda el más
universal, puesto que en todos los pueblos, desde la China
hasta el Atlántico, era la misma, tuvo un origen á la vez as-
tronómico y religioso.
No habían pasado de aquí los conocimientos astronómicos
entre los chinos y los caldeos, los indios y los egipcios.
Los griegos consideraron la astronomía como ciencia pu-
ramente especulativa: no eran observadores, y sus teorías en
general, lejos de ser provechosas, han sido más bien una re-
mora para el progreso científico.
Hasta la escuela de Alejandría, la astronomía práctica no
gozaba de mayor prosperidad que la teórica; el gnomon, va-
rilla ó columna vertical, que servía para medir la extensión
de la sombra proyectada por el sol al mediodía, era el apa-
rato, único casi, empleado por los astrónomos: los de la
mencionada escuela, fundada 300 años antes de Jesucristo,
observaban ya sistemáticamente: empleaban aparatos idea-
dos con un fin matemático; fijaban la posición de las estre-
llas por longitudes y latitudes, y análogamente los puntos de
la tierra, y en fin, poseían una geometría bastante adelan-
tada, y una trigonometría, si no tan perfecta como la actual,
lo suficiente para las necesidades de sus cálculos. Con tales
medios, pudieron apreciar mejor los detalles de los movimien-
tos celestes, y hacer mediciones que, aun distando mucho de
la realidad, permitieron comprender que la distancia que se-
para á la tierra de las estrellas es inmensamente grande con
relación á la que media entre ella y los planetas. Estos nue-
264 REVISTA CONTEMPORÁNEA

VOS conocimientos hicieron que se modificase el concepto


primitivo del universo, pues no era posible ya considerar á
los astros todos como fijos sobre una esfera cristalina; los
datos adquiridos acerca del movimiento de los planetas per-
mitieron idear un sistema astronómico, el primero que en la
historia de la ciencia merece nombre de tal.
La única rama de las matemáticas que entonces tenía al-
gún desarrollo era la geometría, y ella sola intervino en el
sistema que lleva, como es sabido, el nombre de Ptolemeo,
y data del siglo 11 de nuestra era. Muy imperfecto ciertamen-
te, lo que era debido en parte á las escuelas filosóficas griegas,
según las cuales, el único movimiento posible para los astros
es el circular y uniforme, realizaba, sin embargo, un fin
científico, en cuanto, por combinaciones de círculos, permi-
tía representar y someter al cálculo los movimientos celestes.
Lo dicho hasta aquí nos permite ya ver cómo por el em-
pleo de las matemáticas, hechos observados aisladamente se
agrupan constituyendo teoría y adquieren carácter científico.
Para lograrlo no bastó observar, medir y comparar magnitu-
des, distancias y tiempos; se necesitó, además, una doble
hipótesis, á saber: que la tierra se halla inmóvil en el centro
del universo, y que los movimientos de los astros son unifor-
mes y circulares. Ambas eran falsas, pero, así y todo, fueron
base de progreso. Porque las hipótesis, cuando están bien
establecidas, no olvidando su carácter, son uno de los auxi-
liares más poderosos de la ciencia. El espíritu humano, dice
Laplace (i), necesita de hipótesis para relacionar entre sí
los fenómenos y determinar sus leyes; limitando las hipóte-
sis á este uso, evitando el atribuirles realidad y verificándo-
las sin cesar por nuevas observaciones, se llega por fin á las
verdaderas causas, ó á lo menos es posible suplirlas y deducir
de los fenómenos observados, los que circunstancias dadas
deben ocasionar.
Los árabes extendieron por Occidente los conocimientos de
la escuela de Alejandría; perfeccionaron con sus trabajos los
datos de la observación; pero no modificaron absolutamente

(I) CEuvres completes de Laplace.—París, 1884. Tomo VI, pág. 420.


ANÁLISIS MATEMÁTICO 205

nada de los principios. Con aparatos más delicadamente cons-


truidos, y con el trascurso del tiempo, único elemento de que
los astrónomos no disponen á su arbitrio, fueron descubrién-
dose nuevas particularidades de los movimientos planetarios;
pero cada nuevo detalle que la observación hacía percibir en
el movimiento de un planeta, obligaba generalmente á aña-
dir un círculo más á los muchos que desde el principio se
necesitaron para hacer concordar la observación con la teoría.
Así sucedió que la acumulación de círculos, y de círculos
sobre círculos, llegó á ser tal, que la inteligencia se abruma-
ba al contemplarlos. Cuéntase que, con tal motivo, dijo en
una ocasión nuestro Rey sabio ante su consejo de astróno-
mos: «Si Dios me hubiese consultado al hacer el mundo, las
cosas habrían resultado mejor hechas;» frase notable que re-
vela cuánto desconfiaban los astrónomos de su propia obra,
al comparar tanta complicación con la sencillez que caracte-
riza todas las de la naturaleza.
Dos causas se oponían al progreso científico en la Edad
Media: consistía la una en que no preocupaba á Jos hombres
de ciencia la idea de causa, y la otra en el aislamiento en que
vivían. Satisfacíanse con poder explicar las particularidades
de los fenómenos y no trataban de elevarse al conocimiento
de las causas que los engendran; no había comercio de ideas
entre los sabios y cala uno se veía en la necesidad de serlo
todo, geómetra, físico, astrónomo. Uno y otro obstáculo des-
aparecen en los comienzos de la edad moderna; ya la inteli-
gencia no se satisface con hechos y quiere conocer sus cau-
sas, y por otra parte, la división del trabajo, tan necesaria
para todo progreso, queda perfectamente lograda con el esta-
blecimiento de las sociedades científicas. Con razón se ha lla-
mado del renacimiento á aquel período notable de la historia;
parece que nueva vida anima á la humanidad; los genios se
suceden sin interrupción, créanse ciencias hasta entoces ig-
noradas, ó se perfeccionan rápidamente las ya conocidas: el
progreso es general.
La astronomía participó también de aquella universal
transformación. Ya el cardenal Cusa había resucitado las
ideas de los pitagóricos sobre el movimiento de la tierra; pero
266 REVISTA CONTEMPORÁNEA

la gloria de haber perfecciünado el sistema astronómico se


debe á Copérnico. Gracias al talento y á la energía del sabio
canónigo de Thorn, la,tierra ocupó en el sistema planetario
el lugar que le corresponde; su movimiento de rotación ex-
plicó con toda sencillez el movimiento diurno de los astros;
su traslación en torno del sol, unida á la de los otros plane-
tas explicó las particularidades más raras que éstos ofrecen,
las estaciones y retrogradaciones; en fin, la nueva hipótesis,
y digo hipótesis, porque nada más era aún la idea del movi-
miento de la tierra, ofreció una base segura para calcular la
relación numérica que existe entre las distancias de los cuer-
pos del sistema solar, cosa no lograda hasta entonces. El
sistema de Copérnico corrigió así una de las inexactitudes fun
damentales del sistema de Ptolemeo, la relativa á la inmo
vilidad de la tierra, pero dejó subsistir la que se refiere al
movimiento circular, siendo notable que una inteligencia
tan independiente como la de Copérnico, no supiera sus-
traerse á la influencia, aún dominante, de la filosofía griega,
defecto que se nota en muchas partes de su obra.
Comparando ahora los dos sistemas, el de Ptolemeo y el
de Copérnico, bajo el punto de vista que se refiere á nuestro
tema, podéis ver claramente una de las particularidades que,
al principio señalé sobre el poder analítico de las matemáti-
cas. La parte de éstas que interviene en uno y otro sistema,
es la misma, la geometría tan sólo; la diferencia de resulta-
dos consiste únicamente en la de los puntos de partida. Su-
puesta la tierra inmóvil, era necesario explicar las particula-
ridades todas del movimiento como fenómenos propios exclu-
sivamente de los pl&nttas; en cuanto á distancias relativas
de éstos, las hipótesis admitidas nada encerraban, y las ma-
temáticas nada podían deducir. Admitiendo, al contrario,
con Copérnico el doble movimiento de la tierra, se hacía pre-
ciso considerar los fenómenos de los movimientos planeta-
rios como reales en parte, y en parte como aparentes, por
reflejarse en ellos, en cierto modo, el movimiento de la tierra;
además, trasladándose ésta de un extremo á otro de su ór-
bita, daba una línea de apoyo para referir á ella las distan-
cias planetarias. No se conocía aún la extensión de dicha
ANÁLISIS MATEMÁTICO 267
línea; pero sí podían calcularse las relaciones numéricas que
existen entre ella y todas sus análogas, y más tarde, sería
posible, por una sencilla oparación de aritmética, pasar de
magnitudes relativas á magnitudes absolutas, tan pronto
como el valor del diámetro de la órbita terrestre fuese co«
nocido.
Posteriormente á Copérnico aparece la figura de Tico-
Brahe, Su sistema astronómico fué seguramente un retroce-
so, pues, creyendo establecer otro distinto, no hizo en reali-
dad más que resucitar el mismo de Ptolemeo. Pero en cambio,
observador infatigable y mimado de los poderosos, tuvocuaor
to se necesitaba para dejar á sus sucesores una preciosa co-
lección de observaciones astronómicas de notable exactitud.
Le heredó Keplero, hombre de ingenio sutil y de constan-
cia impertuíbable, aunque de ideas algún tanto extraviadas
por ilusiones metafísicas, que le perjudicaron bastante, ocu-
pándole mucho tiempo en trabajos estériles y retrasando sus
descubrimientos. AI fin, de una parte el conocimiento de la
elipse hipérbola y parábola, de las secciones cónicas, en una
palabra, estudiadas ya por los geómetras griegos, y de otra el
estudio minucioso de las observaciones de Tico-Brahe, le
condujeron á afirmar que la curva realmente descrita por los
planetas en sus revoluciones no es el círculo, sino la elipse,
y que el sol no se halla en el centro, sino en uno de los focos
de dicha elipse.
Diez y ocho siglos, nada menos, fueron necesarios para
que así quedase corregido el segundo error fundamental de
los astrónomos de Alejandría, hijo de las ideas dominantes
en la filosofía griega. Esto indica cuánto perjudican, cuánto
pueden retrasar el adelanto de las ciencias, ías preocupacio-
nes de los que á su estudio se dedican.
Para que un filósofo—dice Laplace (i)—sea útil al progrcr
so científico, es necesario que reúna una imaginación pro-
funda, una gran severidad en el razonamiento y en las expe-
riencias, y que se vea atormentado á la vez por el deseo de
elevarse á las causas de los fenómenos y por el temor de en-

(l) Lugar citado, p % . 441.


268 REVISTA CONTEMPORÁNEA

ganarse al aceptar las que él mismo les asigna, regla muy


sabia, cuyo desconocimiento ú olvido ha hecho que mueran
en el descrédito multitud de especulaciones, que teniendo
apariencias de realidad, se ha encontrado, al someterlas al
análisis, no ser más que parto de la imaginación.
Abandonados ya los cielos sólidos de los antiguos, preocu-
paba á los astrónomos el conocimiento de la causa que retie-
ne á los planetas en sus órbitas. Copérnico vislumbró ya la
fuerza de la gravitación, Keplero llegó á formularla con sufi-
ciente claridad, pero su establecimiento definitivo pertenece
á Newton.
Anteriormente á él. Descartes había tratado de explicar la
causa del movimiento de los planetas, ideando, con tal mo-
tivo, su sistema de los torbellinos, obra por mil conceptos
extravagante é impropia de la inteligencia de su autor.
Cuando Newton se entregaba á sus trabajos más impor-
tantes, las matemáticas habían alcanzado ya gran desarrollo.
El álgebra estaba formada, se había descubierto la trigono-
metría de senos; Descartes había ideado la geometría analí-
tica; eran conocidos los principios del cálculo infinitesimal;
Galiieo había descubierto las leyes de la caída de los cuerpos
y echado los cimientos de la mecánica; Huygens había en-
contrado las leyes de la transmisión del movimiento, había
estudiado la fuerza centrífuga y dado á conocer la teoría del
movimiento sobre las curvas; Hoocke había hecho ver que el
movimiento de los planetas es el resultado de una fuerza de
proyección tangencial respecto de la órbita y otra atractiva
dirigida hacia el Sol; Picard, en fin, había medido un arco
de meridiano, que permitía calcular con suficiente aproxima-
ción el radio terrestre.
Newton imaginó que la fuerza atractiva del sol respecto de
los planetas, y de éstos sobre sus satélites, debe ser análoga á
la que hace descender los cuerpos en la superficie de la tierra:
el cálculo confirmó su teoría, permitiéndole establecer que los
cuerpos celestes se hallan dotados de fuerza de atracción re-
ciproca, proporcionales á las masas, y que varían en razón
inversa de los cuadrados de las distancias, único principio
sobre que descansa desde entonces toda la mecánica celeste.
ANÁLISIS MATEMÁTICO 269
Considerando luego las fuerzas de los astros como resultan-
tes de las acciones de sus moléculas, extendió á éstas la ley,
por él descubierta, que ha sido después constantemente con-
firmada, y que es la más general que se conoce.
Descubierta esta ley, las matemáticas se enseñorearon por
completo de los espacios celestes: su sola aplicación ha per-
mitido explicar todos los fenómenos del movimiento planeta-
rio; hacer descubrimientos notables como el del planeta Nep-
tuno, y dar la demostración experimental del movimiento de
rotación de la tierra, que dejó así de ser hipótesis, como su-
cedió más tarde con el movimiento de traslación, cuando te-
niendo bastante alcance el anteojo y precisión suticiente la
aplicación del mismo á medir ángulos, se descubrió el fenó-
meno de la aberración.
Los adelantos de la física moderna y el perfeccionamiento
de los telescopios han permitido á los astrónomos extender
sus investigaciones hasta las estrellas llamadas fijas: el re-
sultado ha sido encontrar en todas partes las mismas leyes,
no sólo mecánicas, sino físicas y químicas. Entre los servi-
cios prestados por la física á la astronomía es notable por su
trascendencia la explicación dada por la termodinámica de la
pérdida de velocidad de la rotación terrestre, debida al choque
sobre las costas del agua elevada en las mareas, descubri-
miento importante, por cuanto fijando un límite á la anti-
güedad de la tierra, lo señala también á los partidarios de
ciertas teorías, que exigen como indispensable base un tiem-
po indefinido.
Aunque el principio único de la gravitación universal per-
mite explicar racionalmente los movimientos celestes, sin
embargo, su aplicación es penosa, á causa de que cada astro
tiene ciertos elementos numéricos, constantes, que es preci-
so determmar para introducirlos en las fórmulas generales.
Las leyes de Kepler establecen relaciones entre algunos de
estos elementos, pero las que ligan á la mayoría de ellos son
desconocidas. Las teorías cosmogónicas modernas tienden á
llenar este vacío, pero la de Laplace fué estéril bajo este pun-
to de vista, ciicunstancia nada extraña, puesto que reciente-
mente se ha demostrado la falsedad de una de las hipótesis
270 REVISTA CONTEMPORÁNEA

fundamentales. A la teoría de Laplace ha sucedido la de Faye,


tan reciente, que los astrónomos no han tenido tiempo aún
de deducir de ella consecuencias útiles, limitándose á demos-
trar que satisface plenamente á las exigencias de la obser-
vación.
La teoría de los errores es un descubrimiento imporíanfí-
simo, que no es posible omitir, cuando se trata de la aplica-
ción de las matemáticas á las ciencias de observación.
Los observadores antiguos ponían todo el esmero posible
en la construcción é instalación de sus aparatos, y tomaban
luego como exactas sus indicaciones; los modernos no des-
cuidan nada de lo que tanto atendían sus antecesores, pero
saben que, apesar de los adelantos de las artes, lodo aparato,
por perfecto que sea, tiene ligeros defectos, que influyen so-
bre el resultado de las observaciones con él ejecutadas. Ave-
riguan, pues, qué errores encierra el aparato, determinan la
magnitud de los mismos con cuidado escrupuloso, y así pue-
den siempre corregir la influencia d i tales errores en los re-
sultados de la obseivación. Pero, además de estos errores,
llamados constantes, cuya causa es conocida, existen otros
debidos á una porción de concausas imposibles de determi-
nar, debiéndose á ellos que una misma operación, ejecutada
varias veces, dé resultados distintos; pues bien; los matemá-
ticos han encontrado medios para deducir de un cierto núme-
ro de resultados afectad )S de algún error, los valores más
probables de los elementos buscados, señalando á la vez el
límite del error cometido. Y como en la práctica no se nece-
sitan resultados exactos, sino aproximados, según los casos,
se comprende la im ortancia de una teoría, que, no sólo
hace lo que acabo de decir, sino que, señalada de antemano
una cantidad como límite del error aceptable en un resuUido,
indica qué número de observaciones deben hacerse, qué exac-
titud deben tener los aparatos y en qué orden se deben suce-
der los trabajos. Todo esto da de sí el método moderno de
observación, hijo de la teoría famosa de las probabilidades,
que habiendo comenzddo por ser nada más que pasatiempo de
geómetras, ha llegado á convertirse en una de las ramas más
fecundas de las matemáticas.
ANÁLISIS MATEMÁTICO 271

No son hasta ahora muchas las relaciones descubiertas en-


tre nuestro pequeño mundo solar y el inmenso de las estre-
llas llamadas fijas; ha podido, sí, saberse que sus elementos
químicos son los mismos y que la ley de gravitación existe
del mismo modo en todo el universo. Observando los diver-
sos grupos ó agiomeraciones de materiales cósmicos que en
forma nebulosa aparecen diseminados en el espacio, se ha
encontrado que todos ellos pertenecen al sistema de la vía
láctea, que no hay, como se creía, varios universos, varias
acumulaciones de estrellas análogas á la que encierra nues-
tro mundo, y que esas nebulosas de luz blanquecina, donde
el telescopio no revela astro alguno, son y serán siempre lo
mismo que ahora, gases tan sólo, si otro cuerpo celeste no
las arrastra y las condensa sobre sí mismo; desengaño gran-
de, para los que en todo quieren ver una serie de evoluciones
constantemente renovadas.
Analizando, en fin, las condiciones de habitabilidad de los
mundos, y rio olvidando que las leyes naturales son las mis-
mas en todo el universo, la ciencia enseña que, entt-e el con-
junto de soles que pueblan la inmensidad, los que son dentro
de un sistema planetario análogo al nuestro, constituyen la
excepción, y que, aun dentro de nuestro mismo sistema, si
hay planetas habitados además de la tierra, lo son el menor
número. Como se ve, la ciencia ni afirma ni niega la posibi-
lidad de que los cuerpos celestes se hallen habitados; lo que
sí establece es que la inmensa mayoría de ellos ni han tenido
ni tienen, ni tendrán habitantes, reduciendo así á otros tan-
tos sueños de la imaginación ciertos trabajos, por otra parte
muy apreciables, en los cuales sus autores llegan hasta dibu-
jar la forma de los seres organizados que pueblan los astros,
y aun á detallar el carácter y las costumbres de las humani-
dades, según las llaman, que en ellos habitan.
Volviendo ahora la vista al cuadro rápidamente bosqueja-
do del progreso astronómico, encontraremos importantes
consecuencias, con relación al tema que nos ocupa. Los as-
trónomos primitivos recogen multitud de hechos; los de
Alejandría imaginan el primer sistema del mundo asentado
sobre dos hipótesis falsas, y como cr>nociniientos auxiliares
272 REVISTA CONTEMPORÁNEA

emplean la geometría y una trigonometría de cuerdas: el sis-


tema, como deductivo, resulta infecundo, á causa de la fal-
sedad de sus principios fundamentales, y lejos de ceñirse los
descubrimientos nuevos á las previsiones de los astrónomos,
son éstos los que trabajan para hacer al sistema acomodarse
á la realidad. Hemos visto á Copérnico corregir uno de los
errores de Ptolemeo, dejando subsistir el otro; con esto el
sistema se simplifica, pero su fecundidad habría sido bien
escasa; hasta Keplero toda ley astronómica es desconocida.
Keplero revela al mundo las leyes por él descubiertas, y el
sistema planetario llega así á s u mayor sencillez geométrica:
la base que ofrece es ya real, y la aplicación de las matemá-
ticas puede dar resultados positivos. Los astrónomos, par-
tiendo de las leyes de Keplero, comprenden que se hallan
ante un problema mecánico, y Newton les da la ley de la
fuerza única que deben considerar. Ocúpanse desde entonces
en formular el problema bajo todos sus aspectos y en idear
medios teóricos y prácticos para resolverlo; las Matemáticas
manifiestan su poder como medio de análisis; en Astronomía
geométrica se llega á un grado de perfección ideal, como lo
prueban fenómenos con tanta frecuencia predichos y que ja-
más dejan de presentarse en la hora, minuto y segundo
anunciados; en Astronomía mecánica la perfección de los
resultados no es menor, pero los procedimientos son penosí-
simos por el relativo atraso de los medios teóricos.
Resulta, pues, que hasta tanto que, por una observación
minuciosa, donde toda causa de error haya sido prevista y
separada su influencia, se hayan valuado las cantidades que
intervienen en una clase de fenómenos y después se hayan
encontrado relaciones constantes entre los diversos elemen-
tos que intervienen, y, en fin, se hayan establecido afirma-
ciones definitivas ó hipotéticas, pero de carácter fundamen-
tal, la aplicación de las matemáticas resulta casi estéril, y la
mayor parte de las veces conduce al absurdo.
Tal es, convertida en regla general, la enseñanza que se
saca de la ciencia de observación que se halla á mayor altura.
Esto mismo se desprende del estudio histórico de la Física.
{Se continuará.)
REVISTA CRITICA

EL DICCIONARIO DE LA ACADEMIA.—LECCIONES DE FÍSICA TERRESTRE


POR EL P. A. SECCHI

OS nuevos artículos ha publicado el Sr. X en el


periódico El Día, los cuales dicen así:
«Habíamos creído á Escalada capaz de con-
vencerse de la poca fortuna con que critica el
Diccionario de la Academia, y por esto nos despedimos del
lector. Pero no podemos resistir al deseo de señalar algunos
•de los errores en que últimamente incurre.
Pasaremos por alto la pesadilla de Escalada sobre si se
venden más ó menos ejemplares del mencionado léxico, cosa
que no se nos alcanza por qué le tiene con tanto cuidado; no
nos fijaremos en que dice que el 30 de Diciembre es «el día
"después del de los Santos Inocentes;» ni haremos caso de su
anuncio de estar imprimiéndose un libro por un bachiller más
ó menos gracioso, lo cual confirma «que todo se pega, menos
la hermosura,» y empezaremos copiando este párrafo: «... el
verbo CARPIRSE significa quejarse, lamentarse, dolerse, y no
reñir, pelear ni arañar, como ellos (los académicos) dicen.
Sobre lo cual no vale salir citando alguna autoridad más ó
menos oscura y discutible, sino preguntar en León, Asturias
y Santander, que es donde más se usa.»
TOMO LXV.—YOL. III. 18
274 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Quien, para probar que el vocablo mimbre es femenino, cli6
más importancia á un cantar de su cocinera que á escritores
insignes, no nos extraña que considere autoridad «más ó me-
nos oscura y discutible» á Cervantes, el cual dice en la pri-
mera parte del Quijote, capítulo Sa:
«Mas el barbero hizo de suerte que el cabrero cogió debajo
de sí á D . Quijote, sobre el cual llovió tanto número de moji-
cones, que del rostro del pobre caballero llovía tanta sangre
como del suyo... En resolución, estando todos en regocijo y
fiesta, sino los dos aporreantes que se carpían...ti
Y Gómez Manrique, en su Composición á la muerte del Mar-
qués de Santillana (Cancionero general. Amberes, 1573), se
expresa así:
«Vi por orden assentadas
siete donzellas cuytadas
del mismo paño vestidas,
sus lindas caras carpidas
y las cabe9as messadas.

Y con sus manos rompían


sus caras que relucían
y messauan sus cabegas
sobre las quales en piegas
las ricas tarjas frañian.»

Y Rivadeneyra en la vida de Santa Bárbara {Flos Sane-


torum):
«Mandó á dos verdugos, hombres valientes y de grandes
fuerzas, que con peines de hierro rasgassen los costados de la
santa doncella, y después de rotos y carpidos poner hachas
encendidas.»
Además Terreros define el verbo carpir diciendo que signi-
fica «rasgar, arañar,» y Covarrubias que equivale á «rasgar,
hender, arañar.» La Academia advierte que es veibo anti-
cuado. ¿Será más exacto lo oído por Escalada que lo escrito
por Cervantes, Gómez Manrique, Rivadeneyra, Terreros y
Covarrubias?
REVISTA CRÍTICA 275
Afirma luego que no se emplea la voz CARQUEXIA para de-
signar una planta, y se sorprende de que se indique en el
Diccionario que hay varias especies de aquella leguminosa.
Pues bien; D . José Celestino Mutis dice en su «Relación del
viaje de Madrid á Cádiz en el año 1760,» manuscrito que se
conserva en el Jardín Botánico de Madrid, que en Castilla se
llama carquexia á un vegetal denominado técnicamente Pie-
rosparíum sagittale. También lo citan con el mismo nombre
vulgar: Cienfuegos; D. Pedro Bassagaña {Flora médico-far-
macéutica abreviada. Barcelona, iSSg); Colmeiro (Diccionario
de los diversos nombres vulgares de plantas. Madrid, 1871); Orio
(Elementos de Botánica. Madrid, 1874); Cutanda {Manual de
botánica descriptiva); G. de la Puerta (Tratado práctico de deter-
minación de plantas), etc.
Igual nombre da al Pterospartum tridentaium, D. Bernardo
Cienfuegos en la «Historia de las plantas,» manuscrito del
año 1627, que existe en la Biblioteca Nacional, y asegura
que así se la designa nen las montañas de León,)) esto es, en la
parte de España á donde tan frecuentemente acude Escalada
en confirmación de sus asertos. Sostiene lo mismo D. Fran-
cisco M. Nipho {Correo general de España y noticias importan-
tes de Agricultura, Artes, etc. Madrid, 1769 á 71). Y la citan
el célebre D . Simón de Rojas Clemente, D. José Planelles
(Ensayo de una flora fanerogámica gallega. Santiago, i852),
y D . Vicente Cutanda (Flora de M adrid y su provincia. Ma-
drid, 1861). Existe, pues, la planta carquexia y hay más de
una especie.
Hace después Escalada una porción de aspavientos porque
se dan en el Diccionario como sinónimas las vocos carraca y
matraca.
El padre Terreros, que debía conocer bien este instrumento,
hace también sinónimas ambas voces en la acepción de ins-
trumento que se usa en las iglesias.
En portugués, matraca significa lo mismo que carraca en
esta acepción, y carraca sólo significa buque.
Clairac (Dice, de Arq.) dice: «Carraca.—Instrumento de
madera qué en Semana Santa se toca en las iglesias en vez
de campanas. Son de formas muy variadas, consistiendo por
276 REVISTA CONTEMPORÁNEA

lo regular en tablones que baten martillos movidos por algún


aparato. También se llaman matracas.»
Precisamente porque el vocablo carraca tiene, entre otras,
las acepciones relativas al instrumento que en las iglesias
se usa en vez de campanas, y al que los muchachos tocan al
concluirse las tinieblas, se incluyen dos definiciones en el
Diccionario, lo cual censura Escalada, porque no entiende lo
que lee 6 no quiere entenderlo.
Lo que dice respecto al artículo carral, no vale la pena de
detenerse á refutarlo, ni tampoco hay para qué cuidarse de
que asegure que «el barril es de barro» y no más que de barro,
porque bien saben todos, sin ir á preguntarlo á León, que
con aquella voz se designan más á menudo vasijas de made-
ra, y menos comúnmente, otras de barro.
¡Qué ingenioso es Escalada, y de qué manera tan hábil en-
tretiene á los lectores de El Imparcial con sus concienzudas
criticas!»
*
* *

«Dos columnas de El Progreso ha ocupado Escalada, no


para defender sus desdichadísimos ataques al Diccionario,
sino para revolverse iracundo contra el autor de estos artícu-
los, hilvanando inexactitudes y falsedades sin número. ¿Hay
prueba más elocuente de que sus biliosas censuras no resisten
á la luz de la razón? ¿Importa algo para demostrar el acierto
ó desacierto de estos artículos que su autor sea ó no inge-
niero?
A lo que Escalada dice en su artículo de 30 del mes últiuui,
contestaré sencillamente que:
No es cierto que en El Correo ni en ningún otro periódico,
haya escrito yo nunca en contra de la Dirección general del
Instituto Geográfico y Estadístico. Dígalo el Sr. Perreras,
amigo del Sr. Escalada y mío.
No es cierto que se me haya concedido sueldo alguno en el
mencionado Instituto. Sirvo en éste como geodesta y con el
mismo haber que disfrutaba ya bastantes años antes de ser
trasladado á aquel centro.
REVISTA CRÍTICA 277

No es cierto que el periódico El Resumen haya recibido


cien pesetas por publicar un artículo mío en contra de Esca-
lada. Dicho diario es sobrado independiente y digno para no
prestarse á trato tan miserable, que tampoco le había de pro-
poner la Academia Española. Si Et Resumen hubiese adver-
tido la falsa imputación de Escalada, la habría rechazado con
energía.
No es cierto que el Diccionario no se venda. Ahí está el
comunicado de la respetable viuda de Hernando, en el cual
se asegura que en poco más de dos años se han despachado
diez mil ciento ochenta ejemplares de la duodécima edición.
No es cierto que haya pactado yo ninguna remuneración
con la Academia por redactar unos artículos que de mutupro-
prio he escrito, por molestarme la osadía con que Escalada
ha querido censurar definiciones de palabras de las que no
tiene la menor idea. Tocante á eso de la remuneración, po-
dría recordársele á Escalada que «quien las hace las imagina.»
Por lo demás, aun concediendo que en un periódico haya
firmado yo con una inicial y en otro con otra, he estado en
mi derecho, como lo está Migtiel de Escalada valiéndose unas
veces de este seudónimo, firmando otras Venancio González,
otras Raimundo Fernández, etc., etc.
¿Que mis artículos son malos? Pues malos y todo, no ha
tenido una palabra que replicar á ellos el virulento censor, á
quien con justicia compara á Cataclismo el sabio catedrático
Quinlilius. ¿Que mis artículos los reproduce la REVISTA CON-
TEMPORÁNEA? Hace perfectamente y se lo agradezco.
Si yo procediese con la ligereza que Escalada, podría atri-
buirle el suelto del Rigoleio, en que se truena contra El Im-
parcial suponiéndole «accesible á los asaltos de la opulenta
corporación (la Academia),» y no me faltaría motivo, porque
en aquel semanario escribe muy amenudo dicho periodista.
Y á todo esto, ¿qué tienen que ver estas cosas con el D i c -
cionario? ¿Por qué acude Escalada.al pueril recurso de inven-
tar compras y ventas, burlarse de El Correo, periódico al que
debiera estar agradecido, publicar chismes y ensartar majade-
rías? ¿Por qué no se ocupa en demostrarnos que no ha dicho
que todos los carbonatas de cobre son azules; que el caramillo
278 REVISTA CONTEMPORÁNEA

no es una planta; que el abedul no tiene las hojas dentadas;


que definir un vegetal diciendo que sus hojas son aovado-
agudas es un disparate?
¿Por qué no demuestra que no se llama cardenillo al car-
bonato de cobre; que «hacerse agua de cerrajas» no es frase
castellana; que cabellera no significa nunca pelo postizo; que
abigotado no es el que tiene bigote; que acivilar no es envile-
cer; que albañüería no es el arte de construir edificios; que
azogar no es apagar la cal rodándola con agua? ¿Por qué no
prueba que el acial se compone siempre de dos palos y nunca
de uno; que acogollar no es cubrir las plantas con esteras,
tablíts ó vidrios para defenderlas de los hielos ó lluvias; que
aladrar no significa arar, y sí sólo corromperse la carne; que
el álamo negro es otra especie de álamo llamado olmo y negri-
llo; que judia no es un nombre, sino un apodo burlesco de la
alubia; que \silila no es arbusto sino árbol? ¿Por qué no se
detiene á explicarnos el motivo de haberse burlado de que la
Academia diga que el abadejo abunda en el banco de Terra-
nova; de que niegue la existencia del pájaro denominado
aguzanieve; de que asegure que la baldosa es siempre basta?
¿Por qué no insiste en afirmar que el adobe no es un ladrillo
crudo; que la cabra mantés no tiene los cuernos más gran-
des que la común; que baluma no significa nada; que cana-
liega no es lo mismo que canal; que se dice barazóny no bar-
zón, camba y no cama; que el bermellón no puede ser ci-
nabrio reducido á polvo, ni el calidoscopio encerrar dos es-
pejos, ni canal vale tanto como teja delgada, ni carpir, reñir,
pelear ó arañar; ni carquexia ser el nombre genérico de varias
plantas leguminosas, ni la voz carraca sinónima de matraca?
Cuide, si puede, de defender estas y muchas otras cosas
peregrinas que ha dicho, y no trate de escaparse por la tan-
gente llevando la cuestión al terreno de las personalidades.
Se lo indico, no porque tema nada en este ni en ningún otro,
sino porque creo inoportuno el momento. Después que Es-
calada pruebe la verdad de sus aseveraciones, no me impor-
ta que se dedique á descubrir defectos en el autor de estos
artículos, siquiera se exponga con ello á que alguien le apli-
que la fábula de Iriarte titulada El cuervo y el pavo, la cual
REVISTA CRÍTICA «7^

parece compuesta para el crítico de El Impardal, si no lo hu+


biera sido ya para otros escritores no menos singulares y es*
trambóticos.»
»
« *

Hace poco tiempo hablamos de la magnífica obra titulada


Autores dramáticos contemporáneos, que se publicó merced á la
firme voluntad de un marino ilustre, D. Pedro de Novo y
Colson. Ahora nos toca hacer algunas indicaciones acerca de
un libro también notable, vertido al castellano por otro inte-
ligente marino, el Sr. D. Patricio Montojo y Pasaron ( i ) .
Dice éste en el prólogo, con plausible modestia, que no cree
que su trabajo esté exento de errores, á causa de las dificul-
tades que nacen de la difícil interpretación de muchas pala-
bras técnicas. Pero la verdad es que el Sr. Montojo ha tenido
el acierto de vencerlas y de ser fiel intérprete de las Lecciones
escritas por el famoso director del Observatario de Roma.
Comienza el P. Secchi reseñando el aspecto general del
globo, su figura y dimensiones, los grandes viajes realizados
en distintas épocas, utilidad de los mares y su hondura,
masa y pendientes de las montañas y figura del litoral.
Describe luego cómo modifica el agua la superficie de la
tierra; la acción del agua corriente, horadando los terrenos,
trasportando y depositando detritos, y formando los glaciares
€ heleros.
La circulación del agua en el aire, en los mares y en el in-
terior de la tierra; los volcanes y el volcanismo; los terrenos
sedimentarios, azoicos y protozoicos; la era paleozoica con las
épocas cambriana, siluriana, devoniana, carbonífera y pér-
mica; la mesozoica ó secundaria, con las épocas triásica.

(l) Lecciones elementales de física terrestre, adicionadas con dos discursos


sobre la grandeza de la creación. Escritos postumos del célebre P. Ángel
Secchi, traducido por primera vez directamente al castellano por el capitán
de navio D. Patricio Montojo y Pasaron. Madrid, establecimiento tipográfico
«Sucesores de Rivadeneyra,» 1887. Un tomo en 4.° de 236 páginas con nu-
merosos grabados y mapas de colores. Precio, 10 pesetas.
28o REVISTA CONTEMPORÁNEA

jurásica y cretácea; la neozoica 6 terciaria, con las épocas


eocénica, miocénica y pliocénica; y finalmente, las épocas
glacial y antrópica ó humana, dan motiv'o al insigne P. Sec.
chi para trazar cuadros de singular hermosura, hacer consi-
deraciones profundas y embelesar el ánimo del lector con
los encantos de un estilo sencillo á la par que elocuente.
Termina el libro con dos excelentes discursos. Trata en el
primero el P Secchi de la grandeza de la creación en el espacia
y en el tiempo. Indica que la ciencia de los cielos es la única
que puede evitar que la tazón humana interprete torcidamen-
te lo que ve. Recuerda el concepto que los antiguos tenían
del espacio, describiendo Homero la tierra como una vasta
llanura ceñida por el océano y preguntándose todos por dón-
de andaba el sol durante la noche y cómo podía sostenerse la
tierra sin caer; hasta que alguien se atrevió á concebirla sus-
pensa en el espacio, teniendo en sí propia sus fundamentos, y
al océano equilibrado alrededor de su mole.
Narra la formación de los mundos con simplicidad que
enahiora; dice que los primitivos astrónomos consideraban á
la tierra como centro del universo, porque sólo así acertaban
á darse cuenta de su estabilidad, hasta que más tarde Co-
pérnico aseguró que el ser la tierra redonda no obligaba á
que fuese el centro del sistema celeste, estableciendo que la
tierra giraba alrededor del sol. Kepler, Bradley y Newton aca-
ban por explicar el oscuro enigma. «Nos hallamos, dice
el P . Secchi, colocados entre dos infinitos: el uno, grande en
extremo, que nos es revelado por el telescopio; el otro, pe-
queño hasta no más, que nos da á conocer el microscopio;
y así como no podemos contar las estrellas de una nebulosa,
tampoco podemos contar los átomos de una molécula ni los
órganos de un vibrión.»
Se han medido los átomos de hidrógeno y oxígeno nece-
sarios para formar un pequeño volumen de agua, y la inten-
sidad de las hondas lumínicas; pero los resultados obtenidos
los representamos por cifras, de cuyo valor no nos formamos
idea, porque el verdadero infinito está fuera de nuestra com-
prensión. Indica que el movimiento se trasforma en calor y
luz ó viceversa, el calor en electricidad y magnetismo y los
REVISTA CRÍTICA 28I

fenómenos químicos producen calor, movimiento, electrici-


dad, magnetismo y luz simultáneamente. Advierte que los
descubrimientos más importantes demuestran que el mundo
existe desde un tiempo definido y tiene una vida también li-
mitada. Estudia los fenómenos geológicos que «sirven como
cronómetro de la naturaleza,» y añade que la idea de las su-
cesivas trasformaciones, acogida con la prudencia conveniente,
no es en modo alguno inconciliable con la razón humana y
con la religión, siempre que no se pretenda que cuanto exis-
te deriva de las exclusivas fuerzas innatas de la materia bru-
ta. Y concluye su discurso con este párrafo:
«En despacio no vemos límite ni en lo máximo ni en lo
mínimo.
»En el tiempo descubrimos el vestigio del principio de to-
das las cosas; pero nada sabemos acerca de su fin. Las espe-
culaciones de lo grande y de lo pequeño, del pasado y de lo
futuro, superan á nuestro entendimiento. El origen de lo
creado, según indica la ciencia, es y será un misterio; lo es
su desenvolvimiento, lo será su fin.»
La grandeza de la creación en las combinaciones constitutivas del
universo, es el título del segundo discurso. Traza á grandes
rasgos el progreso que el hombre ha conseguido en su afán
por explicarse los fenómenos naturales; se fija en la inmensa
variedad de los seres orgánicos, y sostiene que no hay nin-
gún hecho que pruebe que la materia bruta dé origen por si
sola á la materia orgánica; y sostiene que el hombre se dis-
tingue en sumo grado de los demás animales, porque, aun
cuando se prescinda de la moral y de la religión, hay hechos
físicos, como la palabra, que denotan el alto puesto que aquél
ocupa.
Resume el padre Secchi su brillante discurso diciendo que
la creación que contempla el astrónomo no es un sencillo
conjunto de materia luminosa, sino prodigioso organismo, en
el cual, allí donde cesa la incandescencia, da comienzo la
vida; que es muy mezquino el concepto de los que pretenden
ajustar todo el universo al tipo de nuestro pequeño mundo,
cuando tanta es la variedad que presenciamos en nuestro sis-
tema, relativamente insignificante; que la vida llena el uni-
282 REVISTA CONTEMPORÁNEA

verso, y así como abundan seres inferiores á nosotros, pue-


den muy bien existir, en condiciones diversas, otros inmen-
samente superiores al hombre; y, por último, que aún no
hemos llegado al fin de las maravillas, ni llegaremos en tan-
to se estudie. «¿Cuántas más maravillas, exclama, no habrá
en la inmensidad del espacio, que no somos capaces de son-
dar? ¿Quién habría imaginado, pocos años há, los prodigios
que nos había de revelar el espectroscopio?... Cada nuevo
perfeccionamiento del arte lleva otro á la ciencia, y el astró-
nomo, aprovechándose del arte y de la ciencia, nos hace ver
siempre, cada vez más, la grandeza de Dios.»
Por este rapidísimo bosquejo de las Lecciones de física te-
rrestre, se adivina el mérito extraordinario de la obra del pa-
dre Secchi, á quien todavía llora el mundo científico. El ilus-
trado marino Sr. Montojo y Pasaron, que ha tenido la feliz
idea de traducir las mencionadas Lecciones y que tan esme-
radamente lo ha hecho, merece afectuosos plácemes por su
trabajo.
R . ALVARE2 S E R E I X .
NOTAS
TOMADAS

POR D. CRISTÓBAL BENÍTEZ EN SU VIAJE POR MARRUECOS,


EL DESIERTO DE SAHARA Y SUDÁN, AL SENEGAL (i)

(Continuación.)

UESTKA marcha, hasta la una del día i 5 , fué por


entre unas iguales á las del día anterior, llegando
á aquella hora al sitio llamado Eyg-Iguidi, en
donde nos dijo el guía teníamos que proveernos
de agua porque los veinte odres que habíamos sacado de Tin-
duf estaban completamente vacíos.
Grande fué nuestra sorpresa al ver que el guía nos ordenaba
hacer alto con el objeto indicado, porque por más que mirá-
bamos en todas direcciones, no veíamos agua ni sitio que la
indicara, sino enormes montañas piramidales á cuyas pun-
tas no llegaba nuestra vista; no obstante, obedeciendo su or-
den, descargamos los camellos y levantamos nuestras tiendas
en el sitio que él nos señaló.
Por más confianza que en el guía tenía, no pude menos de
preguntarle:—¿Dónde está el agua que dices, porque yo no veo
ni pozo, ni arroyo, ni fuente, ni señal alguna que me la indi'

(I) Véase )a pág. 613 del totnoLXIII.


284 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que?—A lo cual, levantando las manos, señaló cuatro pirámi-


des de arena de Jas muchas que nos rodeaban, y me dijo:—
E n el centro de esas cuatro montañas se encuentra el agua,
ven conmigo y lo verás.—Efectivamente, salimos en su com-
pañía el doctor Lenz y yo, y al descender uno de los montes,
llegamos á una explanada de unos 5o metros en cuadro, en la
que no había otra cosa que algunas matas de esparto.
Visto esto, le dije:—Veamos el agua, que no estamos para
bromas;—y su contestación fué coger, y hacernos coger unos
cuantos manojos de esparto que nosotros creíamos serían para
hacer una cuerda con que sacar el agua, aunque había sobra-
das en nuestro equipaje; mas él nos disuadió bien pron-
to de nuestra creencia, señalando en la arena un círculo de
un metro de diámetro, y diciéndonos:—Vamos á fabricar un
pozo.—El guía estaba de buen humor, y nosotros no lo está-
bamos menos, lo que le salvó de una brusca acometida por
nuestra parte, no concibiendo que, en medio del desierto
muertos desed y sintener una gota de agua en nuestros odres
nos exigiera el fabricar un pozo, cuando nos faltaban fuerzas
para levantar una azada, que no teníamos; mas, compren
diendo él nuestra perplegidad y nuestra duda, y para desvane
cer la una y sacarnos de la otra, nos dijo:—Manos á la obra
que el trabajo no es grande ni de mucho tiempo.—Efectiva-
mente, puestos los tres, rodillas en tierra, empezamos á reti
rar con las manos la arena que estaba dentro del círculo se
ñalado, y ¡a sujetábamos con los manojos de esparto que nos
había hecho coger, para que los bordes no cayeran dentro del
hoyo que estábamos formando; y cuál no sería nuestra sor-
presa, al ver que aún no habíamos profundizado medio me-
»tro, cuando empezó á brotar agua tan pura y buena como
jamás la he bebido.
Descubierta la fuente, y después de haber saciado la sed
que nos devoraba, dimos de beber á nuestros camellos, que
no habían bebido una gota desde que salimos de Tinduf, y
llenamos nuestros odres para estar listos á continuar nuestro
Viaje.
Tiempo hacía que deseaba comprobar en el camello lo que
el Sr. Mármol Carvajal nos cuenta de ellos en su descripción
VIAJE POR MARRUECOS 285

del África, cuando refiere que dichos animales conservan en


su vientre el agua limpia y pura como en un aljibe; y que,
cuando los árabes tienen necesidad de'ella, los matan y se la
extraen para mitigar su sed.
Aunque desde mi infancia estoy acostumbrado á ver el
camello, sin haber oído de árabe alguno el cuento del señor
Mármol, no obstante deseaba comprobar su dicho, y ninguna
ocasión se me presentaba más oportuna que este viaje; así
que, mientras los camellos bebían, rodeados por los árabes
que nos acompañaban, por el guía y por nosotros, pregunté:
¿Es cierto que los camellos conservan el agua en su vientre,
y que cuando tienen VV. necesidad de ella se la extraen dán-
doles muerte?—Tú te burlas de nosotros—respondieron auna
todos los árabes;—el camello bebe como cualquiera otro ani-
mal, sin que conserve el agua, como dices, y como tendrás
ocasión de ver durante todo el camino; sólo sí que el camello
resiste el hambre y la sed como ningún animal, y bebe y co-
me de su jiba, que disminuye con las privaciones, kasta per-
derla por completo; y no creas que todos los camellos pueden
atravesar el desierto y resistir tanto tiempo el hambre y la
sed, no; el camello que sirve para estos viajes está educado
desde pequeño y acostumbrado á la fatiga, sin que sus due-
ños les den de beber más que de seis en seis días lo más
pronto, y lo alimentan con esparto y malas hierbas, que es
la única comida que pueden encontrar á su paso por el desier-
to. Un camello educado de este modo, y que lo están todos
los que tú llevas, cuesta mucho más dinero que los que has
visto por Marruecos, como habrás tenido ocasión de compro-
bar; pero decir que conserva el agua en su vientre y que el
árabe se la extrae para bebería dándole muerte, es un error
gra "isimo; ni tiene tal agua, ni hay árabe capaz de matar á
su camello por beber la que pudiera conducir, porque lo quie-
re más que á su persona, siendo por él considerado como su
casa, su cama, sus riquezas y su familia, y porque es capaz
de soportar el hambre y la sed tanto como el camello mismo.
Entre las muchas prevenciones que el guía nos hizo fué
una de ellas que tuviéramos mucho cuidado con los camellos
tan luego como apercibiéramos soplar algún viento un poco
286 REVISTA CONTEMPORÁNEA
fresco, y que, bajo ningún pretexto, nos apeáramos de ellos
en aquel momento, á causa de que, cuando el camello ha
pasado un día sin beber, y la sed comienza á fatigarle, em-
piezan á marchar con cuanta velocidad le es posible en la
dirección que el viento sopla atraído por su frescura, en la
creencia de que marcha hacia el punto en donde puede en-
contrar agua que beber, y como esto daría lugar á separar-
se de la caravana, y separado de ella, nos perderíamos sin
que nadie pudiera salvarnos, de aquí, el que el guía no cesa^
ra en sus recomendaciones para que le siguiéramos, y que
por todo medio, obligáramos á nuestros camellos á seguir el
suyo.
Este peligro cesaba tan pronto como soplaba el viento seco
y caliente del desierto, porque entonces los camellos seguían
obedientes al del guía sin acordarse del agua que por un mo-
mento creyeron encontrar cuando sentían alguna racha de
viento fresco no muy común en el Sahara.
Después que bebimos, dimos de beber á los camellos, y
llenamos de agua nuestros odres para tener la necesaria en
los seis días siguientes en los que no habíamos de encontrar
ni gota, y al regresar á nuestro campamento que quedaba á
la espalda de una de las montañas de arena de las que dejo
mencionadas, llamó mi atención un ruido que hasta entonces
no había escuchado quizás por lo ocupados que estábamos al
rededor del pozo; y, no sabiendo de dónde provenia, ni qué
era, le pregunté al guía que qué era aquello, y él me contes-
tó: «Aquello es el tambor de Yguidi.»
No quedé satisfecho con esta respuesta, porque estaba con-
vencido no existía persona alguna en nuestros alrededores
que pudiera batir un tambor á no ser los de nuestra carava-
na, y esos no lo tenían, por lo que volví á preguntarle qué
tambor era ese; entonces me dijo: «Ese tambor no es tal
tambor, ni hay persona que lo toque, sino que es el ruido
que el viento produce en su paso constante por entre las
cúspides de las montañas que ves y que nosotros los viajeros
del desierto lo designamos con el nombre que te dejo dicho.»
De regreso á nuestro campo observamos otro fenómeno
que hasta entonces había pasado desapercibido para nosotros
VIAJE POR MARRUECOS 287

á causa de que no estábamos para ver ni oír nada sino, para


beber y recoger el agua que nos había de dar la vida en los si-
guientes días, y consistía en una faja, al parecer de humo,
que salía de las cúspides de cada una de las cuatro mon-
tañas; y como ni el terreno era volcánico, ni tenía conoci-
miento de la existencia de cuatro volcanes allí reunidos que
estuvieran arrojando humo, le pregunté á nuestro guía de
dónde procedía aquel humo, á lo que me contestó: «Fíjate
bien, y verás cómo no es humo, sino una faja de esta arena
impalpable que pisas que, arrastrada por el viento, forma esas
fajas que á tus ojos parecen lo que no es.» Efectivamente, no
bien me fijé un poco comprendí la verdad de cuanto me de-
cía, y que mis ojos habían visto otra cosa diferente de la rea-
lidad.
Después de comer y recordando el pozo que habíamos
fabricado, no pudo menos de llamar mi atención el por qué
esas montañas de arena movediza que hoy están en un punto
y mañana cubren otro distante, no cubrían nunca la planicie
en la que habíamos fabricado nuestro pozo; interrogué de
nuevo al guía para oír la explicación que de aquel fenómeno
me daba, y me lo explicó diciéndome: «Ese sitio en donde has
bebido, ha estado y estará siempre descubierto, porque la arena
del desierto huye del agua, como tendrás ocasión de ver más
adelante en cuantos pozos nos detengamos para reponer
nuestros odres; y si no fuera porque la arena huye de! agua,
no estaría descubierto ningún depósito de ella desde hace
muchos siglos.»
La respuesta no me satisfizo, ni al Dr. Lenz tampoco,
explicándonosla de distinta manera que el árabe; aunque lle-
gábamos á una incógnita que yo- no podía resolver, y que
dejo para mis lectores.
Antes de levantar nuestro campo tuvo lugar una escena
que pudo ser desagradable si el que la promovió no hubiera
comprendido mi resolución de darle un tiro si volvía á mo-
lestarnos; esta escena fué promovida por el Hach-Ali-Butaleb,
insistiendo en las pretensiones que nos manifestó en el Draa,
de ser el director y jefe de la caravana, y por tanto, dueño
absoluto de cuanto llevábamos, y de que el doctor y yo fué-
288 REVISTA CONTEMPORÁNEA

ramos sus criados, si es que no se deshacía de nosotros tan


luego como hubiera conseguido su iBtento.
Empezó su maniobra ordenándonos al doctor y á mí que
antes de marchar, fuéramos á dadar de beber á los camellos
como si estuviéramos á sus órdenes; este mandato me sor-
prendió, aunque esperaba algún mal proceder de su parte
desde nuestra cuestión en el Draa, porque no podía com-
prender cómo se atrevía á tanto; así que le pregunté si
estaba borracho 6 si sabía lo que se decía; y oyendo su res-
puesta que él mandaba allí, y no quedándome duda de sus
intenciones, y de que tenía que sujetar de una vez y para
siempre á aquel canalla si quería que el viaje del doctor no
fracasara, sin prevenirle de mi intención, tiré del revólver, y
poniéndoselo al pecho, le dije:—Si te mueves ó repites lo que
acabas de decir, te mato como á un perro.
Al ver el doctor que yo amenazaba de muerte al Butaleb,
y comprendiendo por mis gestos que estaba resuelto á so-
meterlo ó matarlo, se unió á mí; entonces, comprendiendo
el riesgo en que se encontraba, empezó á disculparse con el
doctor á fin de que desarmara mi brazo, lo que consiguió á
condición de recoger todas las armas y que, de allí en adelan-
te, habían de estar bajo mi custodia, y de este modo hicimos
fracasar los planes que el HachAli venía elaborando.
Terminado este desagradable incidente y solos el doctor y
yo en nuestra tienda, le dije á éste:—No crea V. que el paso
del Butaleb no tiene consecuencia alguna,-ni que es hijo de
su necio orgullo, creyéndose jefe de nosotros, por más que él
sabe n bien que no pasa de la esfera de criado; no señor,
el plan que ha querido desarrollar esta tarde lo tiene con-
cebido desde hace días, y,.para tener seguridad del éxito, ha
ido atrayendo á sí á los criados Sid Mohani>-i el-hamri, el
Hach Hdssan y al negrito Farache, y si no ha conseguido
que le secunde Kaddor, es por el cariño que me tiene, hasta
el extremo de que él ha sido el que me ha dado á conocer
las maquinaciones de aquel infame que, no he muerto hoy,
por no paaar á ios ojos de V. como un asesino, pero que
¡Dios quiera no tengamos que arrepentimos mañana!
Ebta nuüva tentativa nos intranquilizó porque, además de
VIAJE POR MARRUECOS zSg

los peligros que constantemente nos rodeaban, podíamos ser


asesinados durante nuestro sueño por el Butaleb y sus par-
ciales estimulados por el deseo de apoderarse de lo poco que
conducíamos, y que para ellos eran verdaderas riquezas, así
que, para prevenir todo ataque, no volví á entregarme al
sueño mientras el Dr. Lenz dormía, á fin de estar prevenido
contra nuestros asesinos, y concluir fácilmente con ellos,
teniéndoles, como los teníamos, desarmados.
Al amanecer del día i 6 abandonamos á Yguidiy sus mon-
tañas, y descendimos á una llanua cubierta de gruesa arena,
en la que vimos tres montañas cónicas sin ramificación alguna
entre ellas; y, dudando fueran de arena á causa de la posi-
ción en que se encontraban, nos dirigimos á una para cercio-
rarnos de qué estaba formada, encontrándonos con un cono
de granito, de veinticinco metros de altura, que no contenía
arena más que en su base.
Después de repetidas tentativas para ascender á la cúspide
del cono,, tuvimos que renunciar á nuestros deseos por estar
tan limpio y pendiente que nos era imposible subir más de
tres metros sin que bajáramos rodando.
Poco después de haber pasado entre las citadas montañas
nos apeamos en una inmensa planicie de arena gruesa, y
descansamos aquella noche, sin que i!>.i ocurriese accidente
alguno más que alternar en la guardia L- .loctor Lenz y yo,
para vigilar á nuestro compañero Butaleb ;, obre todo, nues-
tras armas, temerosos que por cualquier de;- 'ido cayeran en
poder de aquél.
El día 17 seguimos á través de la inmensa lie. rjra ea que
habíamos acampado, deteniendo un poco nuestra uiai ,:lia la
riña que entre el Hach Hassan y Sir Mahomed-el Hamri
tuvo lugar, y en l a 4 u e estuvo á punto de perder la vida éste
último.
Esta pendencia gtrajo á nuestro lado al Hach Hassan, que
hasta entonces había estado de acuerdo con el Butaleb, au-
mentándose de este modo nuestras fuerzas y disminuyendo
las de aquél; durante esta jornada no hemos sentido el calor
sofocante del desierto á causa de la brisa fresca y suave que
constantemente nos soplaba y estimulaba á nutstros came-
TOMO LXV.—VOL, IH. 19
290 REVISTA CONTEMPORÁNEA

líos á marchar en dirección de ella, obligándonos á duras pe-


nas á hacerles seguir la dirección Sur que llevábamos soplan-
do la brisa del Oeste, y acampamos en la misma llanura que
recorríamos sin que á nuestra vista se descubriera monte,
ni otro accidente del terreno, sino un mar inmenso de arena.
A las cinco de la mañana del día i 8 seguimos nuestro
viaje por aquellos interminables arenales; y, á las pocas ho-
ras de marcha, observamos trazas del paso de muchos ca-
mellos reunidos que, según el guía, eran de la caravana que
en Tindufse esperaba procedente de Timbuctú, y á la que no
habíamos encontrado porque él había esquivado su encuen-
tro, temeroso nos atacaran al vernos en tan corto número.
A las cuatro de la tarde hicimos alto por ser insoportable
seguir caminando más tiempo á causa del calor. Serían las
nueve de la noche cuando empezamos á sentir viento fresco
y que nos visitaba algún que otro aguacero, precursores de
la tempestad que pocos momentos después se desencadenó
con una furia tropical, y que duró toda la noche hasta mo-
mentos antes de amanecer.
La jornada del día 19 fué á través de un terreno acciden-
tado, humedecido por las lluvias de la pasada noche, y for-
mado de fajas de sílice, granito, asperón rojo y pizarra, descu-
biertas de arena en su mayor parte, sin que viéramos alguna
mata de esparto, ni vegetal de ninguna clase.
L a región que recorrimos este día es conocida por el nom-
bre de Glab, que no tiene significado alguno.
Serían las cuatro de la tarde cuando nos detuvimos para
pasar la noche, que fué fría como en muchos puntos de Eu-
ropa, llegando á descender el termómetro centígrado á cinco
grados sobre cero. Después de descargar nuestros bagajes,
levantar nuestras tiendas, y mientras nos preparaban el cuz-
cuz, que era nuestra comida cotidiana, tomamos la altura
del terreno donde nos encontrábamos, que resultó ser de 55
pies sobre el nivel del mar.
La jornada del día 20 fué más distraída que las anteriores,
porque en el trayecto que recorrimos, encontramos algunas
que otras mimosas y gran cantidad de hierbas en los cauces
de los torrentes que atravesamos y de la que comieron núes-
VIAJE POR MARRUECOS 29I

tros camellos en gran abundancia. En este día se repitieron,


con gran frecuencia los espejismos que, en unión de las
mimosas y las hierbas de los arroyos, contribuían á desvane-
cer la monotonía del viaje haciéndolo más agradable, hasta
hacernos dudar si habíamos salido del Sahara y nos encon-
trábamos en una hermosísima región poblada de frondosos
árboles y cubierta de grandes lagos y abundantes hierbas.
Bajo esta impresión continuamos hasta las cuatro de la
tarde, que era la hora señalada de antemano para hacer alto,
como lo hicimos, en medio de aquellos fantásticos lagos, ár-
boles y sembrados.
La región que recorrimos durante el día 21 varió de la
anterior, pues no encontramos ni árboles, ni otras plantas,
sino algunas que otras matas de esparto raquítico, que, aun-
que servía de objeto al espejismo, no era este fenómeno ni de
la intensidad ni tan hermoso y variado como el que ya ha-
bíamos tenido ocasión de admirar. Dejamos atrás varias fa-
jas de granito y sílice antes de entrar de nuevo en la arena
fina y movediza que, de cuando en cuando, dejaba el suelo
al descubierto, presentándonos algunos ejemplares de conchas
petrificadas, que movieron al Dr. Lenz á descender de su
camello para recoger algunas y aumentar la colección que de
ellas estaba formando.
Al echar pie á tierra el doctor, empezó á increparle el
Hach Alí, que se había olvidado de la última escena que
conmigo tuvo, poniéndole en la necesidad de refrenarle re-
vólver en mano, porque de otro modo no era posible tratar á
aquel miserable.
Este día debió ser el último de la vida del Butaleb y, á
no dudar, lo hubiéramos sepultado en la arena, si el doctor
Lenz, sereno ante el peligro y viendo que su muerte podía
hacer fracasar su plan, no me hubiese dicho:—«Benítez, aún
necesitamos á este canalla en Timbuctú, por lo que bueno es
tenerle corto sin deshacernos de él; mas, si pasada aquella
ciudad insiste en querer atropellarnos á cada momento, lo
abandonaremos en el camino para que no vuelva á moles-
tarnos.» Esto contuvo mi brazo, pues no podía tolerar por
más tiempo que á un hombre tan digno y respetable como el
292 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Dr. Lenz, que nos trataba á todos con igual cariño que si
fuéramos sus hijos y que él era siempre el último en todo
todo menos en el peligro, fuera maltratado por el Butaleb, que
por medio quería desprenderse de nosotros ó someternos á
servirle como esclavos.
En este incidente hubo mucho de farsa, que para el Butci'
leb era verdad; farsa que yo ejecuté para que apareciera el
doctor como mediador en mis contiendas con nuestro acom-
pañante, y quedando reconocido á él le evitara los peligros
y recayera la odiosidad sobre raí; así que, al ver al doctor
revólver en mano, le quité éste, y, dirigiéndome al Butaleb
para hacerle comprender iba á descargarle á quemaropa para
no errar el tiro, dije:—Doctor, no manche V. sus manos en
ese miserable; déjeme que yo le extermine para que no vol-
vamos á tener cuestiones en lo que nos queda de viaje.
Penetrado el Dr. Lenz de esta farsa, de agresor se con-
virtió en mediador, interviniendo para que yo no asesinara
al Butaleb, que, pidiéndole perdón de su falta y disculpándose
de ella, le quedó, al parecer, agradecido.
Después de este lance continuamos en silencio nuestra
marcha, sin cuidarme de otra cosa que de llevar delante de
mí á el Butaleb, para impedirle cualquier acción que en nues-
tro perjuicio tratara de ejecutar, y á las cuatro de la tarde lle-
gamos al pozo que había de servirnos para reponer nuestra
provisión de agua, que se llama Tagmenart, á cuyos bordes
descargamos nuestros camellos é instalamos nuestras tiendas
para pernoctar y descansar todo el día siguiente, á fin de re-
ponernos de la fatiga que nuestra penosa marcha nos había
proporcionado, y que los camellos pudieran recuperar algún
tanto sus perdidas fuerzas.
Los tres pozos que en aquel punto existen sólo tienen tres
brazas de profundidad, y, más que pozos, son agujeros hechos
en el suelo sin que sus paredes estén defendidas con obra al-
guna que evite el que se d^rumben; sus bocas están al des-
cubierto y al nivel del suelo, sin que por esta causa hayan
sido cegados ni obstruidos por la finísima arena que el aire
mueve constantemente.
Después de instaladas las tiendas, y al acercarme á los
VIAJE POR MARRUECOS 293

tres pozos para examinar su construcción, me dijo el guía:


«¿Te extraña que estos pozos no estén cubiertos de arena ó
que sus paredes no se hayan derrumbado con el tiempo y les
hayan hecho desaparecer?» Este dicho del moro me hizo
examinar con alguna detención los citados pozos, que eran
perforaciones de un terreno duro, al parecer arcilloso, cubier-
to con una capa de arena de un poco más de un palmo de
espesor, y su agua de un sabor ferruginoso muy acentuado.
Al ver el mencionado guia la detención con que yo observaba
los pozos, volvió á decirme: «¿Te convences, de que la arena
huye del agua, como te dije días pasados, y que si asi no
fuera no existirían estos pozos?» A lo que le contesté: «Sí,
estoy convencido de ello;» para evitar de este modo discusio-
nes científicas con un hombre que no hubiera entendido
nada de cuanto le dijera.
Para celebrar el día de reposo, aunque era sábado y nin-
guno de nosotros judío, nos permitimos aumentar nuestra
comida con algunas latas de conservas y algunas botellas de
vino, que causó gran placer á el Butaleb, porque no espera-
ba esa fineza de la parte del doctor, pero que como nos con
venía atraerle, le^dije: «Para que veas cuan bueno es el doc-
tor contigo y cuánto te aprecia, que después del disgusto que
le has dado, me encarga te dé esta botella y estas conservas
para que las tomes á su salud.» Lo que al parecer agradeció
dándole las gracias al doctor y demostrándole mucho cariño
y predilección desde allí en adelante.
Pasado nuestro día de fiesta y repuestos un poco de las
penalidades que habíamos sufrido, nos pusimos en marcha el
día 23, á las cuatro de la mañana, por las inmensas dunas
que forman la región llamada por los árabes Erg shash.
Estas dunas hacían que nuestro viaje fuera muy penoso,
porque á cada instante, y al subir una montaña de impalpa-
ble arena, para descenderla, nos encontrábamos con un corte
vertical de más de cuarenta metros, en el que teníamos que
construir nuestro camino, no pudiendo salvarlo á saltos; pero
que este camino, aunque pendiente en extremo, era abierto
con facilidad por el guía, que con su camello del diestro, em-
pezaba el descenso formando un ángulo agudo con la base de
2g4 REVISTA CONTEMPORÁNEA

la montaña; su paso y el de su camello abrían una pequeña


senda, por la que todos descendíamos, y que al pasar el últi-
mo, estaba convertida en un verdadero camino, que sólo du-
raba una media hora, pues el viento se encargaba de hacerlo
desaparecer, dejando la montaña en el estado que la había-
mos encontrado.
Increíble parece que un hombre marche por el desierto sin
consultar brújula ni instrumento alguno que le demuestre el
sitio en que se encuentra, y que no pierda su ruta en aquel
laberinto de dunas que constantemente varían de sitio, per-
diéndose en el horizonte sin presentar señal alguna por la que
puedan ser conocidas; pero lo cierto es que el mejor navegante
no dirige su buque conTumbo más fijo que un práctico del
desierto guía á una caravana por aquel océano de arena.
En la tarde de este día hicimos alto en el sitio denominado
Ain Mohamed (fuente de Mahoma), en el que encontramos
alguna hierba que dar de comer á nuestros camellos.
Después de instaladas las tiendas, le pregunté al guía por
qué llamaba á aquel sitio Fuente de Mahoma, cuando en él
no existía agua ninguna, y me dijo: «Hoy no existe fuente;
pero existía antiguamente, cuando los árabes habitaban esta
comarca;» lo que no sé si será cierto, y si los árabes, aunque
nómadas, pudieran tener por habitación aquellas regiones;
para ver lo que me contestaba acerca de la arena que huía
del agua, le pregunté: «¿Cómo es que dices que aquí ha ha-
bido una fuente y la arena la ha cegado, cuando no hace mu-
cho me asegurabas que la arena huía dé ella?» «Estaba es-
crito,» fué su única respuesta, sin que yo insistiera, porque,
de lo contrario, hubiera desconfiado de mí, que, á sus ojos,
pasaba como buen mahometano que no podía dudar de su
fatalismo.
En esta jornada no fué tan largo nuestro reposo, porque
tuvimos que empezar á marchar de noche en vez de hacerlo
de día, como hasta aquí, porque el calor nos abrasaba y no
nos dejaba continuar al paso que queríamos.

(Se continuará.)
EL MOSÉN (I)

CONTINUACIÓN

volviendo al Mosén—dijo D. Robustiano,—¿no


han oído VV. hablar nada de que S. M. pensara
destituirle?
—Si algo hubiera—exclamó con orgullo D. Fi-
del,—antes que nadie lo sabría yo.
—Sin embargo—repuso D. Robustiano,—me consta que
algo se ha dicho.
—Creo que no.
—Pues yo me alegraría. No perderíamos mucho.
—En la próxima reunión de Murguía...
—¿Va á haber reunión?
—Y muy pronto.
—¿Presidida...
— Por el Rey.
Callaron D. Robustiano y D. Andrés, con muestra del
asombro más profundo.
—Son asuntos muy graves los que van á tratarse. Se
acerca el momento en que las tropas pongan sitio á la villa de
Carregui, y es necesario saber quién va á defender esta im-
portante plaza.

(I) Véase el número anterior.


296 REVISTA CONTEMPORÁNEA

—¿Y dónde va á ser la reunión?


— E n el convento de San Fermín de Murguía.
—¿En el subterráneo?
—Sí.
—Ahora que dicen VV. de convento. El otro día fueron á
ver el de Mercenarias de Tolosa el Mosén, su hermana Paz y
Sedini.
—¿Pero tratan de que María entre en él?
—Así parece.
—Pues es un disparate, porque esa chica está tísica ó ané-
mica, ó no sé cómo...
—Sí—dijo D. Andrés,—he oído que está muy grave.
—¿Estará otra vez en- estado interesante?
—¡Hombre!... Cuántas veces quería V. que,..
—¡Toma!... Quien hace un cesto, hace ciento.
—Silencio, señores. Miren VV. quién viene por allí.
Y el notario enfiló su dedo índice hacia la puerta de la
calle, señalando á Sedini, que venía en dirección del portal
en que hablaban y refrescaban los tres amigos.
Al pasar por él y verlos juntos, se detuvo, y después de
vacilar un momento, cerró el amplio quitasol, y entró.
Ltís tres amigos se pusieron en pie y cambiaron con el
médico fuertes estrechones de manos.
—¿Quieren VV. algo para Madrid?—les dijo Sedini, apa-
rentando naturalidad é indiferencia.
—¿Se va V.?—exclamó asombrado D. Fidel.
—Sí—continuó el doctor.—He tenido una mala noticia.
Mi hermano Juan ha muerto y mi cuñada queda sola con los
chicos. Me ha escrito que por Dios vaya, y esta tarde, si
tengo corriente el pasaporte, saldré de Cristierna.
— Pero...—fué á objetar el notario.
—No tengo más remedio—prosiguió.—La casa de mi
hermano era casa de muchos negocios y temo que si pronto
no se pone alguien al frente, la gentuza de dependientes y
cobradores dé al traste con todo.
—Hombre—le dijo D. Fidel,—crea V. que lo siento de
todas veras. ¡Qué desgracia!
—Reciba V. mi pésame—añadió D. Rdiustiano.
EL MOSÉN 297

—¿Era mayor que V.?—le preguntó D, Andrés.


Y el ambiente del portal se llenó de esa porción de frases
huecas, frías y realmente hipócritas del dolor fingido, que se
escuchan en todos los duelos del mundo.
Cuando se hubieron agotado los vocablos sentimentales,
el doctor Sedini fué invitado á tomar refresco.
—Estoy sudando—replicó—y como no puedo esperar...
Luego se repitieron los apretones de manos: se oyeron de
uno y otro lado promesas, encargos, ofrecimientos y demás
zarandajas de una despedida, y Sedini se alejó del modesto
bodegón.
Al poco rato el notario y sus dos amigos se marchaban
también.
Y al poco dieron las doce.
Y el aire tibio y cálido que hacía columpiarse las secas ra-
mas de los chopos que la Berlia desgajó, se preparó á arru-
llar con el rumor del siseo de sus hojas el sueño de la siesta
que casi todos los vecinos de Cristierna iban, comodones, á
dormir.

CAPÍTULO VII

UNO MENOS

En efecto, y como Sedini anunció verazmente á D. Fidel


y su pandilla, aquella misma tarde saldría de Cristierna para
Madrid.
La noche anterior tuvo una larga conferencia con el Mo-
sén, en la que convinieron el modo y la manera cómo las
cosas habían de quedar. Convencido el doctor de que nada
conseguiría de Jaime por el momento, aplazó la resolución
del pendiente problema hasta su vuelta; que según tenía
pensado y en proyecto, sería de allí á un par de meses: tiem-
po, según él, más que suficiente y bastante para ordenar la
casa de su difunto hermano.
298 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Quedó pactado que María de la Paz fuese al convento de


Mercenarias de Tolosa; no sin protestas y remilgos del mé-
dico, que sólo accedió á la expresada resolución, atendiendo
á que la hermana del Mosén se iba á encontrar completamen-
te sola y cercada de peligros que los muros del claustro guar-
darían, y harían hasta inofensivos; á más de que su estado
enfermizo y débil exigía un continuo cuidado de su persona,
que sólo entre monjas podría tener, dado que á Jaime con
la guerra no le era posible estar mucho tiempo á su lado.
Y no hubo disputa sobre la conveniencia, y más que tal,
necesidad imperiosa de ocultar á María la tentativa de robo
que se llevó á cabo en casa de Sedini; tentativa que se frustró,
gracias á la casualidad de no dormir el niño Jesús aquella
noche con Brites; que ni para el médico ni para el Mosén
cabía duda de que el objeto del asalto nocturno fué el robo
del niño; así como de que el ladrón había sido Augusto.
Convenidos de esta suerte, después de agotar Sedini cuan-
tos argumentos persuasivos é inclinativos de perdón le sugi-
rió el desosegado magín, se despidieron, y el doctor hizo sus
cortos preparativos de marcha.
Amparado por su quitasol, hizo sus visitas de ordenanza;
despidióse de todo el mundo á fuer de fino, que era en alto
grado, y ya eran las cinco y media de la tarde, cuando entró
en la alcoba de María de la Paz, á darla el postrer adiós.
Estaba la huérfana echada sobre su lecho, describiendo
las líneas de su cuerpo esbelto, sutil escorzo, cuyo vértice
era la entreabierta boca que jadeaba anhelante y dificultosa,
con sibilante respiración que hacía parecer que el aire, al sa-
lir, atravesaba una estrecha y tupida malla de acero. Tenía
el cabello mal peinado, y con las crenchas y los rizos pren-
didos al descuido, como si la frivola ocupación de su ordena-
miento, no fuese para María ni ocupación siquiera. Y en su
cuerpo todo se notaba un abandono, más de notar en quien
fué siempre, si no peripuesta, pulcra en el vestir, y escrupu-
losísima en el tocado.
Cuando oyó los pasos de Sedini, se tiró de la cama y se
puso en pie. Con ojos desencajados, el espíritu yerto y el
alma transida de amargura, le dijo, mientras con las dos blan-
EL MOSÉN 299
cas manos se apartaba los deshechos rizos de pelo que se le
hincaban en los ojos como púas:
— ¡Ya!...
—Ya, hija mía—la contestó Sedini, tratando en vano de
ocultar que una secreta emoción le dominaba.
Y quedaron mirándose el uno al otro. María pestañeaba
con frecuencia; tenía los párpados muy cargados, psro no
lloraba. Porque la naturaleza fisiológica de las criaturas, pa-
rece que se complace, en los momentos más culminantes de
la vida, en negar hasta el dulce consuelo que á las penas
prestan las lágrimas.
—¡Se va V.?...—murmuró María, como si estas palabras
le abrasaran los entonces pálidos labios.
Y como Sedini comprendiese el irónico reproche que con
ellas le arrojaba á la cara la huérfana, la enderezó el siguiente
discurso:
— ¡Me voy, sí!... Y puedo añadir que me voy con harta
pena de mi alma. No he de decirte más en comprobación de
este aserto, sino que no amaba á nadie en el mundo como á
mi difunto hermano Juan (que Dios tenga en santa gloria); que
resultado de ser el único pariente que me restaba, tenía re-
concentradas en él todas mis más caras afecciones Y
que ¡me lo perdone Dios!... Hoy, más que su misma
muerte, siento el que sea la causa de separarme de ti. ¿Que si
es cierto? ¡Pluguiera el cielo que no lo fuese tanto! Quién sabe
si en la otra vida, cuando todos nos veamos ante el que todo
lo dispuso y lo ordenó, mi hermano Juan me pedirá estrechas
cuentas de este criminal olvido en que, gracias á ti, le tengoj
y me acuse, con razón, de posponer su amor al que te profeso
á ti, Paz del alma... Porque es que tus desgracias me afligen
de tal suerte; tu situación me preocupa tanto, que ¡créeme
por sodos los Santos del cielo!... ¡ni una oración por Juan
he podido concluir!... ¡porque tu recuerdo se ha interpuesto
entre los dos!...
El pobre hombre lloraba como un niño.
María de la Paz sonreía como un ángel.
—¡Te ríes de mí!...—continuó el viejo médico.—¿Es ese el
pago que das á mi cariño?...
goO REVISTA CONTEMPORÁNEA

Paz se levantó y le abrazó emocionada, diciéndole balbu-


ciente y entrecortada:
—¿No se me consiente ni que tenga una pasajera alegría,
al ver que hay alguien que me quiere, y me quiere mucho?...
—¿Pues n ó t e l o he de consentir?... ¡No faltaba otra cosa!...
Pero... ¿sientes tú que yo me vaya?...
María retrocedió, para ver si el que hacía la pregunta era
el doctor Sedini,
—¡Y lo pregunta V., hombre!...—dijo, consiguiendo al
fin que una lágrima se asomase indecisa á su párpado...
—Pues no debes sentirlo. ¿De qué te sirvo yo?...
—De mucho...
—La experiencia debe haberte enseñado que de nada. En
mí, todo son buenos deseos: resultados, ningunos... La fata-
lidad se ha impuesto... Soy inútil... inútil completamente—
decía rabioso contra sí mismo el cariñoso doctor.
—¡Oh!... No diga V. eso.
—Lo digo, y... lo repito.
—Pues yo lo niego.
•—¿Lo niegas?...
María de la Paz se irguió: anublóse más el ceño de tris-
teza que entoldaba lúgubre su tersa frente, y acercándose al
doctor y apoyando ambos manos en sus hombros, le dijo en
tono de quien hace revelaciones:
—Lo niego... porque, mientras V. estaba conmigo, por
muchas que fuesen las tinieblas que me rodeasen, vislumbra-
ba en medio de ellas... una luz... así como un faro... A mi
dolor, aparecía una esperanza de consuelo y de reparación.
Hoy se va.V.... y todo á mi lado queda oscuro, y... sucum-
biré.
—No tanto, mujer... Quedas con tu hermano...
—¡Mi hermano!—dijo con sarcasmo María.
—¿Qué vas á decir?...
—¡Que Jaime no me quiere!... ¡Jaime me odia!... ¡Jaime
me desprecia!...
—¡Mentira! ¡Mentira!—la interrumpió Sedini.
Paz se ofendió, y le dijo:
—¿Que es mentira?
EL MOSÉN 301
—Sí.
—¿De suerte que... si V. fuera mi hermano, haría lo mismo
que éste hace conmigo?...
—¡No!!
—Lo ve V.... como...
Y no se atrevió á concluir la frase. Pero Sedini compren-
dió al instante lo que había querido decir, y repuso:
—Nada hija mía. Es cuestión de esperar.
—¡He esperado ya tanto!... Y en vano...
—Puestos ya en el caso en que estamos, no hay más re-
medio que esperar. Yo te prometo que antes de un año
(si Dios no lo impide) se ha resuelto el prohlema, y yo he
vuelto, y tú sales del convento, y todo se arregla perfec-
tamente. Ahora hay que dar paso á una tregua de tiempo
que el cielo pone á tu felicidad, para que no venga forzada-
mente, sino de un modo natural y lógico. Si crees que tu
hermano Jaime va á pensar siempre como piensa ahora, te ^fr^
engañas de medio á medio. El dolor y los sentimientos son z'^'f<tíií^'-
como la materia; se desgastan; se consumen; se pierden; se "' i'
reducen á la nada: y tu hermano, que hoy no aspira más que
á vengarse de los agravios que una familia le ha inferido, •'
acabará por olvidarlo todo. Ahora se niega á toda transac-
ción; pero deja que recapacite, y que piense sobre la respon-
sabilidad que su negativa le hace contraer: deja que vea mu-
cho tiempo el cristal de su conciencia sólo empañado por este
terco espíritu de venganza, y luego, con un beso tuyo, un
ruego mío, y una súplica de perdón sincero de quien por ti es
capaz de eso y de mucho más... todo acabará divinamente.
Esto h a d e suceder: por tanto, espera y ve al convento: allí
estás segura; allí te cuidarán muy bien las madres... allí es-
tarás con tu hijo... que nadie te podrá robar: allí te santifica-
rás en piadosos ejercicios; y allí pensarás un poco más,en
Dios, que no todo ha de ser pensar en Augusto.
María tembló. Pero no por lo que acababa de decir Sedini,
que gran motivo era el sentir el dedo sobre la llaga, sino por-
que escuchó que un caballo paraba á la puerta de la casa, y
que Sedini al oírlo sacó su reloj, y al ver la hora que mostra-
ba, hizo un movimiento brusco, y aun se inmutó.
302 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Había llegado el momento terrible de la separación. Eran


las siete de la tarde, y para coger la diligencia de Tolosa, era
menester salir ya de Cristierna. Sedini sintió que un frío ex-
traño le serpenteaba por el cuerpo, y miró á Paz con la mis-
ma fijeza con que se mira á una persona cuando un secreto
presentimiento nos dice que es por la última vez.
María no sintió frío ni calor: sintió sencillamente que la
muerte la tocaba en el hombro, y la decía: prepárate. Sintió
también deseos de arrojarse á los pies del médico, y pedirle
por la salvación de su alma que no se fuera: intentó hablar
algo... llorar... Pero la faltaba aireen el pecho; palabras en
la boca; lágrimas en los ojos; fuerzas para tenerse en pie...
peso propio para derrumbarse en el suelo. Y no hizo nada.
Siguió quieta, inmóvil, las acciones del doctor, que muy tur-
bado é indeciso del modo como se despediría de Paz, daba
vueltas y más vueltas como si estuviera tonto.
Y en uno de aquellos círculos que su perdido cuerpo des-
cribía, se encontró frente por frente de la estatua de María
de la Paz. Recreóse por postrera vez en aquellos ojos que el
dolor iba hundiendo como queriendo enterrarlos; vio la hin-
chada nariz ayudar la respiración fuerte que la boca era in-
suficiente á dejar salir, y el turbulento agitarse de su pecho
que bajo del corpino parecía en sus altos y bajos de continuo
movimiento el rudo pelear de las olas del mar cuando hir-
viente tempestad las sacude'con furia.
—Adiós, María—balbuceó al fin.
De la boca de María iba á salir otro adiós: pero no salió
sino un grito aterrador, estridente, de agonía.
—¡María Paz!... hasta la vista...—repitió Sedini.
Y entonces aquel dolor comprimido que la huérfana sentía
hervir en el fondo de su organismo: aquella pena que como
monstruo roedor de sus entrañas la oprimía, se volcó en ca-
liente catarata de lágrimas y de sollozos, que inundó abra-
sando las mejillas pálidas de la hermana del Mosén.
—¡No llores, mujer!...—fué á decir Sedini; pero al decirlo,
prorrumpió también en llanto y en gemidos.
María se colgó materialmente del cuello del doctor, apo»
yando sobre su hombro la calenturienta frente.
EL MOSÉN 303

Y en aquella situación, en que al suelo caían confundidas


las frías y viejas lágrimas de un anciano, y las brillantes y
ardientes de aquella madre desventurada, estuvieron unos
minutos, que relámpagos parecieron á los dos.
—¡Gracias!... ¡Gracias por todo!—murmuraba muy por
lo bajo al oído de Sedini la desconsolada madre.
Y el viejo, sin poder articular ni dos palabras, acometido
de súbito temblor, comenzó á desasirse de María. Y como la
joven yedra desgarra y troncha sus tallos, cuando la fuerza
le separa de la vetusta encina á cuyo sostén vivió amarrada
largo tiempo, así á María la sonaban rotas las coyunturas,
cada vez que Sedini la apartaba y la repelía, ansioso de mar-
char cuanto antes.
—Ya... no nos... veremos más—gimió María...
—Sí, mujer...
—¿Dónde?...
—Aquí... en Cristierna...
—¿Y si yo no estoy ya en el mundo?...
—Entonces... en el cielo.
—Pues hasta el cielo—suspiró María.
Y cogiendo convulsivamente la mano de Sedini la llevó
á la boca, y estampó en ella un fuerte y apretado beso.
Después se apartó ella misma del doctor, y haciéndole con
la trémula mano señas de que se fuera pronto, se hundió en
el fondo de la alcoba, queriendo hablar y sin poderlo conse-
guir, dando pasos vacilantes, mientras el añigido Sedini vol-
vía resueltamente la espalda, salía de la estancia, descendía
apresurado la escalera, y atravesaba el portal, hasta dar con
su desatentado cuerpo en medio de la calle, donde un espoli-
que, teniendo las bridas á un manso caballejo, le aguar-
daba.
Sin cambiar con él ninguna frase, montó torpemente en
la cabalgadura; acomodó la maleta que le había custodiado
en el arzón de la montura, y gallardeándose cuanto le fué po-
sible en la silla, apretó las piernas á los hijares de la bestia,
y fué á andar. Levantó la cabeza, y en la ventanuca d é l a
casa estaba como escultura de bajo relieve la pálida silueta
de María, que al parecer insensible, le sonreía tristemente:
304 REVISTA CONTEMPORÁNEA

tan sólo algunas lágrimas sueltas, no seguidas, como resi-


duos de un pasado chubasco, la goteaban de los ojos.
Sedini se descubrió, y fingiendo tranquilidad, dijo dirigién-
dose á María:
—Adiós... Y no olvides ni un momento, que así como
para descansar se necesita estar cansado, y para morir haber
vivido..., para ser feliz como tú lo serás, es menester antes
sufrir mucho...
Agitó su sombrero de campo, que describió en el aire cor-
tés saludó, y torciendo las riendas del caballo, empezó á ca-
minar, seguido á pie por el espolique.
Traspuso la calle. Al pasar por la plaza, tuvo una verda-
dera ovación. Allí estaba reunido cuanto de notable encerra-
ba la noble Cristierna. No faltaba ni Fray Salvador, ni don
Fidel Barrera con toda su familia y toda su tertulia; D. Ro-
bustiano, D. Andrés, el boticario, el alcalde, el Padre Maca-
rio, rector de la Ermita de la Misericordia, el comandante
de guardia y los practicantes del Hospital, con sus convale-
cientes enfermos... todos con el sombrero, ó las tejas, ó las
boinas en la mano; agradecidos al hombre que sin retribu-
ción de ningún género, tan importantes servicios había pres-
tado á la población en tan calamitosas circunstancias. Y por
todos llevó la voz D. Fidel, que adelantándose entre todos,
ecJw un discurso de despedida de que hago notoria gracia al
lector, á quien no le interesa saber más sino que Sedini le
contestó con otro tan fino, mucho mejor pensado y no me-
nos bien dicho, que al concluirse puso en movimiento á todo
el grupo de gente, que en los apretones de manos se invirtie-
ron casi quince minutos; y que al fin el doctor volvió á esti-
mular al caballejo con un par de amonestaciones pedestres
en sus hijares, y salió de la plaza, aclamado hasta que se
perdió de vista.
Mientras tanto, Paz, recostada los ebúrneos brazos en el
alféizar de la modesta ventana, desde donde siguió con los
ojos á Sedini, cavilaba en sus amarguras, no viendo su ima-
ginación más que fantasmas de muerte y tintas de sangre
tan densas á veces, que oscurecían lá vista como un velo
encarnado á cuyo través todo se mira;se rojo. Su postración
BL MOSÉN 305
física sólo pudiera compararse á la moral: y era tal la balum-
ba de ideas que sentía picotear en su cabeza, que lá doblaba
rendida al peso como si fuese de plomo.
Y así, al trasluz de su dolor, contemplaba la muerte del
día, que iba á ser llorona y fresca.
Fueron coronándose las cimas de los cerros de blanquizcos ,
vapores que, enrollados en torno de los picachos, parecían
turbantes moros: luego, dedos invisibles fueron tirando de
aquellas nieblas hacia la falda de las montañas, cual si qui-
siesen abrigarlas los pies; y como el viento ligero y fresco
agitase sordamente las selvas bravias y aun los prados de
maíz que aun no se habían segado, el cielo tomó el rumor
del vaivén de los plantíos por instancias de refresco; y unien-
do las mallas de la blanca gasa de vapores las trenzó y tejió
hasta formar compacto toldo, que en breve empezó á deshi-
lacharse en flecos de agua, y que la sedienta tierra absorbía
• con deleitosa fruición y complacencia. Y la luz iba siendo es-
casa; el sol marchaba ya á esconderse tras de las últimas sie-
rras que las nubes confundían; pero antes de hacejlo, abrió
una grieta en la densa niebla, y asomando por allí sus mofle-
tes de carmín, no pudo hundirse en el ocaso, sin enviar el
beso de su luz á la espaciosa frente de'María de la Paz, que
entornó la vista deslumbrada por el resplandor de su lumbre.
Y desapareció el sol; y la lluvia se hizo más fuerte; y fue-
ron ocultándose los límites del horizonte; y todos los objetos
tomaron pldmbeo tinte de tristeza al ser devorados por las
osadas sombras que todo lo invadían y tapaban.
El negro, se hizo cada vez más negro en el paisaje; y llegó
la triste noche, sin acallar con d terror de su aspecto lúgubre,
el chispeo menudo del agua que azotaba ya descaradamente,
lo mismo las enramadas que los aleros de las casas.
María de la Paz se quitó de la ventana: la lluvia llegaba á
ella: al volverse, como despertando de un profundo sueño,
(había adivinado al decir á Sedíni cual quedaría á su marcha!
, Las tinieblas la envolvían por completo.
No había una luz por ningún lado.

TOMO LXV.—VOL. I H .
306 REVISTA CONTEMPORÁNEA

CAPÍTULO VIII

EL CONVENTO

Brincaba la desvencijada carreta sobre los pedriscos del


estrecho sendero; se hundía lenta en los baches, y crugía,
cada vez que una desviación hacia tocar las ruedas chillonas
en los ribazos floridos del camino. Llevaba toldo de cañas y
lona, y la cerradera flotaba suelta al viento; mientras en el
interior sendos colchones habían convertido la carreta en
cómodo diván, donde sentadas se zarandeaban con el movi-
miento tres personas.
Que no eran otras que la pobre María, enferma y alelada
ante todo cuanto veía y escuchaba; el sombrío Mosén, de
continuo caviloso y ceñudo, y la ex-ama de llaves de Sedini,
Brites, con el pequeñuelo Jesús en el regazo. Jaime miraba
alternativamente á su hermana y á Jesús, y nuevas sombras
le teñían de negro la frente, como si aquel ver le trajese do-
lientes memorias al recuerdo.
E iban los tres en silencio, dejándose sólo escuchar, de
cuando en cuando, el silbo estridente del boyero, excitando
á los mansos novillos; y al escurrirse de sus herraduras en
las carrascas del piso de aquel descuidado sendero, que á no
ser porque ahorraba más de una hora de viaje á Tolosa, na-
die seguiría.
Traspuso la carreta la última cima de donde se divisaba el
blanco caserío de Cristierna, y se hundió en otro valle cerra-
do por todos lados de cerrillos de espesas mimosas, sustitui-
das en los altos por olmos enanos y gigantes chopos. Allí el
aire era perfumóse, pues las mismas hierbas que las ruedas
pisaban, castigando su intrusión en el camino, alreventar sus
tallos, dejaban escapar lechosas esencias que embriagaban
el olfato. Y el prado estaba sembrado de margaritas que no
EL MOSÉN 307

obstante su significación política entonces, se dejaban devo-


rar á las voraces rases que unas tumbadas y otras en pie,
miraban sosegadamente la paciencia de sus congéneres al
arrastrar valientes la carreta.
En la hondonada, la convergencia de los rayos solares ha-
cía sentir con exceso el calor; pero cuando luego de la cues-
ta se halló el vehículo en otra altura, allí donde los aires
abofeteaban el rostro con bocanadas de fresca brisa, era la
temperatura deliciosa. Y atravesaron otro valle más reducido
que el anterior, pero con más arboleda; siempre bajando, y
conociéndose hasta en las lavadas piedrecitas que la vega
estaba próxima.
Cruzaron luego unos maizales y unas huertas: ganaron
los tapiales de un pintoresco caserío; y al fin carraspeó la
carreta al escurrirse sobre los cantos rodados de la cañada.
El Oria estaba allí brincador y rumoroso, deslizándose ju-
guetón entre las guijas y las peñas, lamiendo ya el carcomí-
do tronco de un podrido arbolucho, ya la frondosa enramada
de un sano junco.
Entonces encaminó el boyero á su ganado hacia el punto
en que la margen del río fuese menos escurridiza y expuesta:
y encontrado que lo hubo, dejó su vara en el suelo, y enco-
mendando la guía de los bueyes á sus propias manos, los
arrimó al agua, conteniendo prudente la impaciencia de los
animales pOr beber. Bajaron los testuces, desnivelando toda
la carreta, y sumergieron sus espumosos hocicos en la albo-
rotada y fresca corriente. Hartáronse de sorber, y cuando aún
les babeaba la boca, ellos mismos, al sentir saciada la sed,
retrocedieron, sacando las manos del agua y volviendo orilla
arriba hasta tomar de nuevo el abandonado camino de To-
losa.
Conforme iban ganando más terreno y aproximándose á
la ciudad, iban ya encontrándose con centinelas y grupos de
carlistas, en quienes era muy de admirar, tanto el duro pre-
guntar al boyero de quién iba en la carreta, cuanto el respe-
tuoso saludo que hacían en cuanto oían que era el Mosén.
Crecía además la animación y la vida: á un lado y otro del
camino se encontraban varias casas: el río Oria parecía una
3o8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

escalera de cristal, tantas presas le impedían el libre curso; y


no bien salvaba echando espumarajos de coraje, las bovinas
de una fábrica de papel ó las ruedas de una de harina, ya es-
taba de nuevo encauzado por impensado ladrón que le llevaba
quieras 6 no quieras á nuevas compuertas, nuevas bovinas y
nueVos estorbos que á la conclusión y postre abandonaba,
para entregarse libre al propio placer de espumajear entre los
guijarros, arra.strar mi-tibres, y aun en reflejar en los reman-
sos de los pozos el verdor de las cercanas arboledas, y el terso
azul del claro cielo.
Tolosa se vio al fin con sus torres de piedra y sus casas
dadas de cal. La carreta enfiló por la carretera, y al poco en-
traba á atravesar uno de los dos grandes puentes de piedra,
por bajo de cuyos cinco arcos, el Oria convertido ya en un
río muy formal, se desliza ancho y majestuoso, como si el
desarreglo del campo lo abandonase para ser serio delante de
la ciudad.
Recorrieron varias calles, y pararon ante la fachada princi-
pal de un convento, cuyo jardín salía de Tolosa, internándo-
se en el campo.
Paró el boyero sus bestias, y bajó primero de la carreta el
Mosén; luego Brites con Jesús, y la última María de la Paz.
Era el convento de Nuestra Señora de las Mercedes un an-
tiquísimo edificio, remendado por todas partes y ruinoso por
otras muchas; estado de decadencia de que se exceptuaba la
iglesia, que á más de conservarse muy bien, era toda de pie-
dra; estilo gótico, si no puro, de los menos adulterados por la
manía de los adornos; y cuya solidez y buena construcción
eran el único arrimo que el despeado convento tenía para no
hundirse y aplastar á las veinte y ocho monjas que aquel año
tenía en sus celdas.
La portería estaba á la derecha de la puerta de la iglesia;
y á ella llamó el Müsén tirando del sobado cordón de la cam-
pana. Vibró ésta, y luego de una breve pausa, escucháronse
pasos al otro lado del torno; oyóse descorrer una cadena, y
tras del hueco cilindro de madera, sonó gangosa y atiplada la
voz de la portera, que dijo:
—Ave María.
EL MOSÉN 309
Contestó Jaime, expresando que venía á hablar con la su-
periora, á cuyo fin suplicaba se a|)riese el locutorio. Petición
que fué atendida en el momento.
Consistía el locutorio en un amplio salón, apestando á
humedad, en cuyo fondo se veía la aspillada reja, secundada
en su objeto de negar á los ojos el poder ver las monjas por
una rejilla de madera, que á su vez tenía detrás una cortina
de negro paño, que todo lo ocultaba. Por las paredes había
repartidos cuadros místicos, representativos de diversos pasa-
jes de la Sagrada Escritura: allí estaba la edificante escena
de la Burra de Balaam; el cambio de las lentejas por la pri-
mogenitura; la capa de José... etc. Y en las-rinconeras, que
debieron ser construidas para algún músico, tal era el núme-
ro de liras y de arpas que tenían talladas, había un Nazareno,
infamemente cincelado y más infamemente vestido aún, cuya
milagrera fama era por todos conocida: que es común en la
piedad del vulgo elegir para patronos y protectores á los san-
tos más feos, y á los que á ser el autor Obispo, mandaría que-
mar por bien de la misma religión: un Divino Pastor menos
malo que el Nazareno, y una Virgen de las Mercedes, no
falta de carácter. El cuarto rincón lo llenaba un alto reloj de
columna, figurando en conjunto un culebrón, cuyos ojos se
movían á un lado y á otro, acompasando su movimiento con
el trie trac de la péndola.
ANTONIO VASCÁNO.
{Se continuará.)
REVISTA DE TEATROS

I fuéramos á enumerar todas las piezas en un ac-


to que se han estrenado en los teatros de segun-
do orden, durante la última quincena del mes pa-
sado y la primera del entrante, nos faltaría espa-
cio para cumplir nuestro objeto, aun excluyendo las no pocas
que han fracasado en el mismo día de su estreno; así es que
sólo daremos cuenta de las que todavía figuran en los carteles,
cuales son: «Juanita la cacharrera,» y «Deuda de Sangre,» es-
trenadas en el Teatro de la Comedia, y originales, respectiva-
mente, de D. Constantino Gil y de los Sres. Velázquez y
Sánchez. «Los dos cataclismos,» del Sr. Granes, y «El in-
diano,» del Sr. Segovia Rocaberti, que hemos visto en Lara;
«El figón de las desdichas,» y «Las criadas de Madrid,» ori-
ginales, la letra de los Sres. Hernández y Blázquez, y la
música de los maestros Chapí y de D. Ricardo Monasterio, _
en el de Eslava.
Todas ellas han obtenido éxito lisonjero, y si bien respecto
á su mérito literario no han hecho más que aumentar el nú-
mero de las que se escriben del mismo género, han entrete-
nido agradablemente al público y han proporcionado mereci-
dos aplausos á los actores de las respectivas compañías.
En Variedades, «Madrid en el año dos mil,» se ha reducido
á una exhibición de bonitas decoraciones pintadas por Busa-
TEATROS 311
t o y Bonardi, y un precioso vals coreado escrito por los seño-
res Rubio y Nieto, autores de la música, que es agradable; no
así el libro de los Sres. Perrín y Palacios, que no puede ser
peor; la interpretación, tan atinada como es de costumbre
en ese teatro.

* *

El popular Teatro de Novedades ha adquirido nueva vida


y ser con haber venido á formar parte de la compañía el dis-
tinguido primer actor D. Pedro Delgado; en el «Ótelo,» dra-
ma del Sr. Retes, y en el de Zorrilla titulado «Traidor, in-
confeso y mártir,» estuvo á grande altura y trajo á nuestra
memoria la gloriosa campaña que hizo en este mismo teatro
y en el Español,
Continuador entonces de una escuela, que implantada por
Latorre, han seguido y siguen los principales actores de la
actualidad, resucitó, digámoslo asi, aquellos dramas heroicos
que casi habían caído en el olvido, y en «Sancho García» y
en el «Tenorio,» adquirió un envidiable nombre.
No es esto decir que no carezca de defectos; los tiene y
grandes, tales como un constante amaneramiento en el haceir
y en el decir; pero apesar de esto, sabe hacer y sabe sentirj
y hay momentos en los que, verdaderamente inspirado, pro-
duce el entusiasmo del público.
No debemos olvidar tampoco que se identifica con el per-
sonaje que representa, le comprende y le hace, como lo ha
demostrado en el «Ótelo» y én el «Traidor, inconfeso y már-
tir,» dando más á la acción que á la frase, cosa que van olvi-
dando nuestros más principales actores.
Con una concurrencia inusitada y que excede á toda pon-
deración, se estrenó la noche del martes último en dicho tea-
tro un drama original que, con el título de «La Encubrido-
ra,» han escrito D. Francisco Rodríguez y el malogrado se-
ñor García Vao.
Nuevos los dos en las lides dramáticas, se resiente su pri-
mera producción de una acción exuberante y mal desarrolla-
da, por lo que resulta lánguida y monótona, no muy bidn
312 REVISTA CONTEMPORÁNEA

trazados los caracteres délos personajes, confusión en los


hechos é inexperiencia en la totalidad de la obra; pero no
tanta que impida el entrever verdaderas condiciones de
autores dramáticos en ambos escritores, las que no desapro-
vechará indudablemente D. Francisco Rodríguez, ya que el
Sr. García Vao no puede seguir desgraciadamente por tan
glorioso camino.
En la interpretación se distinguió solamente la Sra. To-
rrecilla.

* *

E n la imposibilidad de dar cuenta en esta quincena del


drama del Sr. Cano y Masa, que se estrenará en el Teatro
Español, cumple á nuestro deber decir algunas palabras de
la representación que hemos visto en el mismo teatro, de la
bonita comedia del Sr. Blasco, titulada «El anzuelo,» y de la
conocida comedia en un acto que lleva por título «A un co-
barde otro mayor.»
Interpretado el protagonista de las dos por el primer actor
D . Ricardo Calvo, experimentó nuestro ánimo una extraor-
dinaria complacencia al ver que la olvidada comedia de cos-
tumbres, que tan preferente lugar ha ocupado siempre en
nuestro teatro, podía volver á él dignamente interpretada por
D . Ricardo Calvo, llamado á perpetuar los nombres de Ro-
mea y Catalina.
Hoy, que á primera vista parece se extingue la raza de-
buenos actores, Ricardo Calvo puede ocupar ya un lugar dis-
tinguido en nuestra escena. Sabe unir lo cómico á lo dramá-
tico, y sin dejarse llevar de exageraciones ridiculas en el dra-
ma, ni descender en la comedia á lo ridículo y chavacano,
interpretó en las producciones antes citadas dos tipos diame-
tralmente opuestos con mucha inteligencia y tino.
Mucho nos alegraríamos verler estrenar alguna producción
nueva por él dirigida, seguros de que no desmerecería de la
opinión que el público ha formado de él.
Como el placer y el sentimiento van unidos, grande fué
el que nosotros experimentamos al convencernos de que el
TEATROS 313
veterano actor Mariano Fernández, digno émulo de Cubas y
de Guzmán, va decreciendo notablemente, y la edad imprime
sus hondas huellas en sus facultades intelectuales y artísticas;
ya no es actor, es una máquina, recuerdo histórico de las
glorias escénicas; debe respetarlas para que lo respeten, y
puesto que ha sabido, y en honra suya lo decimos, realizar
el grande problema de la economía y del trabajo, retirarse
con gloria antes que el público olvide la gloria que legítima-
mente adquirió y lo retire con justicia.
Bueno sería que fuera pensando en esto la Sra. Revilla.
Triste y severa ley del mundo, unos nacen y otros mueren.
. En el Teatro de la Princesa se ha puesto en escena por vez
primera la traducción de la obra francesa que lleva por título
el Diputado por Bombignac: poco podemos decir de una obra
que, aunque correctamente traducida por D. Luis Valdés, ha
llegado á nosotros, á excepción del lenguaje, tal y como la
concibió la mente del fecundo poeta francés; así es que como
su principal mérito estriba en el diálogo, y éste no ha podido
llegar á nosotros, así como tampoco los tipos genuinos de
aquella localidad, resulta pálida, incolora, falta de acción, y
echándose de menos esa vis cómica, hubiera podido suplirse
haciendo un buen arreglo, adaptado á nuestra escena, en ves
de una traducción hteral, que no llena las condiciones que
exige nuestro teatro.
Si D. Luis Valdés, á más de ser tan buen prosista, fuera
autor dramático de la talla de Ventura de la Vega, Larra y
otros que aún figuran hoy en el campo de la literatura con-
temporánea, hubiera hecho una bonita comedia, que no du-
damos hubiera quedado de repertorio.
Los honores de la representación, así como los de la di-
rección de escena, fueron para el Sr. Mario, que en unión de
la señorita Mendoza Tenorio y los Sres. Sánchez de León,
Rossell y todos los que'tomaron parte, interpretaron á mara-
villa.

*
* *
314 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Cansado, sin duda^ parte del público que asiste á los tea-
tros de obras traspirenaicas, ó deseosos de armar alguna
juerga, tan en moda hoy en día como impropia de un pueblo
culto y civilizado, recibió con injusto desagrado y grosera
impaciencia en el popular y bullanguero Circo de Price, el
esfreno de la obra del maestro Audrán, titulada Serment
d'atnour, traducida con el título de Juramento de amor.
Separado el compositor francés de la senda que hasta aho-
ra ha seguido, su última producción carece de los tintes pe-
culiares que hasta ahora ha impreso en sus obras; sin em-
bargo, no merece la acogida ni la lucha que se entabló entre
el público, porque la música es aceptable, por más que, á
decir verdad, el libro es malo y la traducción peor que el
libro.
La interpretación, encomendada á la regular compañía que
actúa en dicho teatro, fué muy admisible, distinguiéndose
notablemente el maestro Cátala, que dirigió la orquesta á la
perfección; la Sra. Méndez y los Sres. Guerra, Bueso y Ló-
pez, que hicieron lo que pudieron.

En Apolo ha dado un gran estirón La Gran Vía; algunos


números de música muy bonitos, por cierto, de los señores
Chueca y Valverde; una escena crítica de teatros y una bo-
nita decoración del acreditado pintor escenógrafo Muriel han
inspirado aliento vital para unos cuantos meses.

El Teatro Martín cerró sus puertas por consunción; la Zar-


zuela por falta de autores y público.
En el número próximo nos ocuparemos exclusivamente
del nuevo drama original del Sr. D. Leopoldo Cano y Masas,
estrenado en el Teatro Español con el título de Trata di
blancos.
• *
TEATROS 3l5
Ha llegado á nuestras manos el primer canto de un precio-
so poema dividido en cinco, titulado Muerte; el autor, que
indudablemente es un poeta de altos vuelos, se oculta bajo el
seudónimo de Pedro Recio de Tirteafuera; grandes imáge-
nes, sublimes pensamientos y una versificación elevada, fá-
cil y sonora, se advierte en todo el primer canto, y como en
el prólogo indica que su eniusiasta afición le lleva por otra sen-
da, en la que ha sido vencido con insuperables dificultades, espera-
mos del público imparcial le haga más justicia que le han
hecho hasta ahora las empresas teatrales más dadas á la es-
clavitud del favoritismo que á la libertad del arte.

RAMIRO.
i^i*
CRÓNICA POLÍTICA-

INTERIOR

La política en casa.—Los discrepantes.—Tiroteo reformista.—Escaramuzas


parlamentarias, patriotismo de los conservadores y paciencia de todos.—
El Sr. Conde Toreno y la política colonial.—Puntos más negros.

lENTRAS que complicaciones gravísimas han veni-


do á perturbar de una manera inesperada el sosie-
go de los capitalistas interesados en Europa en el
alza 6 baja de los valores públicos, España, me-
nos interesada que otras potencias en los grandes asuntos in-
ternacionales que se ventilan, se fija particularmente en las
vicisitudes que atraviesa el primer Gabinete de la Regencia.
Trascuírieron los tiempos en que España era llamada y
tenia un primer puesto en los Consejos de Europa. Todas
nuestras aspiraciones se limitan hoy, en medio de nuestra
humildad, á pasar casi desapercibidos, renunciando á toda
ingerencia en los propósitos ajenos, con tal de que se nos
deje tranquilos y nadie trate de inmiscuirse en nuestros asun-
tos propios, que iremos poco á poco resolviendo de la mejor
manera posible, Dios mediante, y gracias á la singularísima
y favorable situación geográfica que ocupamos.
CRÓNICA POLÍTICA 317
- Bastante, muchísimo tenemos que hacer en casa, antes
de poder intervenir en la de otros.
Desaciertos, complicaciones y disgustos no nos faltan cier-
tamente.

*
« «

Han seguido las tareas parlamentarias su curso natural,


sin más novedad que los actos de independencia, 6 si se quie-
re, los obligados desprendimientos, de antemano muy previs-
tos, dentro de una mayoría heterogénea por la disparidad de
opiniones y divergencias dé miras de los inconciliables ele-
mentos que la componen. Es, en efecto, cosa curiosa que no
se levante un orador de los que forman el grupo de los lla-
mados ministeriales, sin manifestar una disidencia solamen-
te velada por la forma, pero siempre muy evidente y clara
en el fondo. ¿Podrá el Gobierno ver convertidos en leyes todos
sus propósitos solemnemente contraídos ante la opinión, y
todos sus planes de reforma, con esa mayoría que trajo y con
la que incoridicionalmente contaba á raíz de las elecciones?
Cabe, desde luego, asegurar lo contrario, si atendemos al
número de los que hoy se llaman únicamente discrepantes y al
de los muchos que no acudieron en tiempo oportuno al son
de la campanilla de las votaciones fusionistas.
La minoría que ha tomado el nombre de reformista, á las
órdenes del General López Domínguez y del Sr. Romero Ro-
bledo, rompe también un fuego graneado, siempre que la oca-
sión se presenta, y desde sus bien elegidas emboscadas.
E n medio de todas las diversas escaramuzas habidas, apa-
rece palmaria, ejemplar y patriótica la conducta que desde
luego Se propuso seguir la minoría conservadora. No es que
se calle ante los frecuentes desaciertos; pero ha sabido hasta
ahora posponer la conveniencia de partido al interés de la
patria; y este interés le ordena ser en alto grado circunspecta,
y no oponerse con extemporáneas intransigencias al desarro-
llo natural de la política que representa el Gabinete fusio-
nista.
3^8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

j No es decir que quiera llevar- las actuales consideraciones


más allá de lo justo; pues ocasión próxima pudiera llegar en
que el mismo patriotismo que hasta aquí contuvo sus amar-
guras ante sucesos, atrevimientos y errores deplorables, le
obligase también á cambiar de actitud y de tono. Toda pru-
dencia tiene sus limites en la esfera particular como en la
política.

*
* *

Una pregunta dirigida por el Sr. Conde de Toreno al Go-


bierno hace pocos días, tiene indudable gravedad é impor-
tancia.
Se encuentra, según es público, sobre el tapete una nueva
demarcación de fronteras en las posesiones que tienen los
franceses en la costa africana. Se trata, al parecer, de un en-
sanche del territorio colonial de la Argelia á expensas del
Imperio de Marruecos.
Conocidos son nuestros intereses actuales, nuestra historia
y hasta nuestro porvenir en el Estrecho de Gibraltar, en sus
inmediaciones y aun, generalmente hablando, en Berbería.
Somos pequeños; tenemos la convicción íntima de la pobreza
de nuestros medios materiales; pero nos consta también que
nadie puede aventajarnos en apego á lo que de derecho nos
pertenece, siendo tradicional que este amor nuestro resulta
fácilmente convertible en amargas susceptibilidades, cuando
nos creemos víctimas de alguna osadía, ó sospechamos si-
quiera alguna amenaza más ó menos franca ó encubierta.
Sabida es, por otra parte, y es muy notoria, la preocupa-
ción que distingue á los Gobiernos de la República, y les ha
hecho desear el ensanche, por todos los medios posibles, de
sus dominios coloniales; preocupaciones y deseos, que lo
mismo se han manifestado en la Regencia de Túnez que en
el extremo Oriente, y hasta en la insignificante y pobre Re-
pública de Andorra, que tan tranquila había vivido hasta que
pasó por la imaginación de alguno convertirla en otro Monte-
Cario y explotarla.
CRÓNICA POLÍTICA 315^

Debemos vivir prevenidos, pues tiene grandísima fuerza la


razón y el derecho cuando son defendidos con energía.
D« todas maneras aparece que la previsión del Sr. Conde
de Toreno y sus advertencias al Sr. Moret, no pudieron ser
más patrióticas ni oportunas.

«
* «

No solamente aparecen antagonismos y graves cuestiones


personales dentro de la situación política que dirige el Sr. Sa-
gasta. Hay además cierta anarquía latente que se vislumbra
cada día con mayor claridad y con caracteres más alarmantes.
No hay necesidad de fijarnos en los desabrimientos par-
ciales que ahondan ciertas distancias; no es menester fijarnos
en las desuniones que produce cada debate acerca de refor-
mas económicas ó políticas; no hay que anotar todas las cen-
suras, quejas y enmiendas que parten, no ya de la oposición,
sino de la mayoría misma. Basta una ojeada general y algo
de sentido común, para conocer á primera vista cierta enfer-
medad crónica que sin duda padece el Gobierno, enfermedad
evidenciada de continuo y de especialísima manera, con esas
tristes debilidades que fomentan la alarma y mantienen vivas
las más descabelladas aspiraciones revolucionarias, y hasta
cierto punto las fomentan.
La parte más lacerada del cuerpo ministerial, no es la que
ha recibido ya sensibles heridas en las Cortes; el mal agudo
que á todo trance convendría atajar, se manifiesta por de-
plorables complacencias, fuera del recinto de la representa-
ción nacional, y por tolerancias incomprensibles, impasibili-
dades que no tienen razón de ser ni pueden sufrirse más
tiempo.
No nos referimos precisamente alas misteriosas ¡das y ve-
nidas del ex brigadier Villacampa; no nos referimos á las ex-
plicaciones poco acordes; á las rectificaciones y variantes con
que quiere convencerse al público de que lo blanco es negro.
Existen contradicciones de por sí confusas, y no hay enton-
ces posibilidad de que ningún sofisma las aclare.
320 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Nuestra indicación se encamina en este momento á lamen-


tar desórdenes de mucho mayor alcance y de mayor trascen-
dencia.
Las manifestaciones ilegales han seguido á la orden del
día. No sólo se conmemora con una libertad de que no hay
ejemplo la fecha de la proclamación de la República el i i de
Febrero—precisamente cuando se nos anuncian grandes su-
premos preparativos para derrocar lo existente y manchar de
nuevo con sangre la bandera de Ruiz Zorrilla—sino que la
policía monárquica autoriza brindis y discursos inconve-
nientísimos, tolerk una propaganda que raya en el escándalo,
y también vivas y mueras que caen inmediatamente bajo la
acción del Código, desacatos, desafueros y escenas tan tu
multuosas y degradantes como las que el correo nos viene
contando de Andalucía.
Por este camino empeorará fatalmente y de día en día el
estado político y social de España, llegando quizás los males
á no tener remedio.
Por este camino no se puede ir á parte alguna, sino es á
la repetición de aquellas sensibles tragedias, de aquellos la-
mentables desastres que todas las personas sensatas creyeron
definitivamente conjurados ya para siempre.
REVISTA EXTRANJERA

Alarmistas y optimistas.—No llegó la hora del conflicto.—Situación indénti-


ca á la de seis meses atrás.—La cuestión de Oriente y la revancha.—Sofía
y Londrefi.—Los gremios de mercaderes.—El septenado es la paz.—El Mi-
nistro Boulanger, sus biógrafos y admiradores.—Francia quiere paz—El
Rhin es Jaoy invadeable.—Política de transacciones,—Elocuente memorial.
de un francés.—Tendremos siatu quo, por ahora.

AMAS aparecieron más contradictorias las noticias


diplomáticas que comunica la prensa de Europa,
dando alternativamente razón á los alarmistas y
á los optimistas, haciendo que la ansiedad cunda,
y autorizando esos bruscos y frecuentes cambios de impresio-
nes, que mantienen la perplejidad en los ánimos é influyen
de una manera fatal en la política y en el desenvolvimiento
de muchos intereses. La preocupación grave que de repente
ha nacido consiste en saber si habrá paz en Europa ó tendre-
mos guerra.
Sobre la paz ó la guerra discurren todos los que de asun-
tos internacionales entienden. Y lo extraño es que los temo-
res se hayan manifestado de súbito, cayendo la alarma como
una bomba en el campo de la controversia, cuando menos se
pensaba en la guerra, cuando las naciones parecían todas
comprender la necesidad de reposo en los momentos actua-
les, la necesidad de consolidarse, rehacerse y prosperar en
TOMO LXV.—VOL. III. 21
Saa REVISTA CONTEMPORÁNEA

medio de las ventajas de una paz que imperiosamente se im-


pone del Norte al Mediodía.
¿Tendremos paz ó habrá guerra?
El problema merece que se estudie y que se traigan todos
los encontrados síntomas y antecedentes al debate. Por
nuestra parte, nos resistimos á creer en la posibilidad de una
guerra inmediata^-ya. lo saben nuestros lectores—y creemos
la intranquilidad y la alarma hijas de manejos más ó menos
legítimos de los que suele prescindirse demasiado.
Nos explicaremos.
*

Nadie puede decir que la situación de las grandes poten-


cias europeas no sea hoy exactamente la misma que hace
seis meses, es decir, cuando nadie soñaba todavía, ni hacía
cálculos, sino en hipótesis, acerca de esas grandes conmocio-
nes que parecen amenazar de una manera inmediata el mo-
mentáneo sosiego de los campos y ciudades de nuestro viejo
continente.
Dos cuestiones gravísimas están sobre el tapete. Es la una
aquella hidra de siete cabezas que sin cesar renacen. Es la
otra el espíritu que alienta á un pueblo herido en sus senti-
mientos más hondos, pueblo que fué un día humillado y no
cesa de ansiar el instante de volver por su honor y su antigua
fortuna guerrera. Hay, pues, la cuestión de Oriente, siempre
viva y ahora más que nunca palpitante en los Balkanes, y
hay también la otra cuestión que los franceses llaman de la
revancha.
La cuestión de Oriente ha venido á complicarse con la te-
meraria tenacidad de los gobernantes de Sofía, alentados por
Inglaterra, empeñada en conservar entre los búlgaros aque-
lla influencia omnímoda de que disponía durante el fatal rei-
nado de Alejandro de Battenberg. Pero bien puede decirse que
este punto negro no ha desaparecido todavía del horizonte,
por culpa de la marcada y reconocida caballerosidad y pru-
dente actitud del Emperador de Rusia. La cuestión francesa
ha recibido también sus mayores estímulos de los manejos
REVISTA EXTRANJERA 323

del Gobierno inglés, que al verse acosado por Constantinopla


y por los diplomáticos que alientan las fundadas reivindica-
ciones de la Sublime Puerta en Egipto, procura distraer la
atención de todos y recurre á su tradicional política de mal-
quistar unas potencias con otras, á fin de seguir viviendo
entre los recelos y malquerencias generales. ¿Qué le importa
á la poco escrupulosa Inglaterra—hablamos de sus gremios
de mercaderes—que arda el continente y se hundan el co-
mercio, la industria y todos los elementos de prosperidad
ajena, cuando sabe que, en tal desbarjauste, todas las venta-
jas resultan siempre para ella?
Todas estas razones son antiguas y existían hace ya mu-
chos meses. ¿De dónde ha nacido, pues, la actual alarma?
Dícese que el Canciller Bismark exige diputados para su Rei-
chstag que le den el septenado que pide, habiendo para ello
disuelto el antiguo Parlamento alemán, y se añade que el
septenado significa que el Imperio de la fuerza ha de conti-
nuar en más vigor que nunca en Alemania.
Tampoco tiene ninguna novedad esta noticia, y conocida
es de antiguo la política del gran Canciller. Quiere la absolu-
ta preponderancia de la ley militar, porque así se lo aconse-
jan razones de seguridad exterior y también circunstancias
de la situación interior del Imperio. Si el ejército alemán
queda libre durante siete años de toda modificación en sus
grandes fuerzas, es evidente que el Imperio de Alemania pue-
de afirmar sus conquistas, y no es de extrañar que se trabaje
por obtener una fuerte mayoría en el Reichstag, mayoría que,
aun en el caso eventual y muy posible de un nuevo reinado,
pueda dar al Canciller aquella continuidad que es la fuerza
de todo sistema gubernamental. Hasta los pronósticos de
guerra que circulan por la prensa de Alemania, pueden ser
efectivamente poderosos resortes electorales, puestos con ha-
bilidad en juego para la consecución de un plan que nada
de extraordinario tiene para los que con imparcialidad y san-
gre fría lo miren.
Rumores de otra índole se han propalado también respecto
de los intentos del Ministro de la Guerra de Francia, señor
Boulanger. Se han supuesto en este General de la República
324 REVISTA CONTEMPORÁNEA

francesa planes guerreros, ciertas propensiones á arriesga-


das aventuras, y aun instintos que en caso oportuno pudie-
ran inclinarle á una dictadura. ¿Será cierto que por este lado
estén fundadas las sospechas? No podemos creerlo, en pri
mer lugar, porque los golpes de Estado suelen verificarse
siempre sin previo anuncio.
Los que parecen mejor enterados nos,dicen que el Sr. Bou-
langer es un hombre de apariencia simpática y sin preten-
siones, valiente, amigo del ruido y de la vida, pero de ideas
poco fijas..Tiene ambición natural, aunque sin determinados
planes. Su afán'de hacerse visible le ha proporcionado á i n -
tervalos una popularidad muy accidentada y poco escrupulo-
sa, que entrega generalmente á los caprichos del acaso. Al-
gunas de sus disposiciones, como Ministro de la Guerra, pue-
den calificarse de buenas, y las más de medianas, malas y
hasta ridiculas. Su proyecto de ley militar está lleno de defi-
ciencias, y no tiene carácter alguno de concepción personal,
sino de trabajo colectivo. Es hombre que suele emprender
con ahinco y apasionadamente ciertas reformas para dejarlas
sin ultimar á los pocos días. Sus partidarios le aclaman como
á un General de aspecto brillante, personificación de la bra-
vura y del buen humor que tanto seduce á los franceses;
pero está Boulanger muy lejos de haber conquistado toda la
confianza que necesita un hombre de temple .para realizar
ciertos intentos que se le han atribuido en París mismo. No
parece, en una palabra, el héroe cortado en la madera de que
ss fabricó un Bonaparte.
Por otra parte, Francia está ya aleccionada por sus largas
desventuras, por reveses sangrientos, por sus largas crisis
industriales y económicas, por sus sacrificios inmensos y
realmente prodigiosos, siendo imposible deslumhrarla ya como
en pasados días. Francia reconoce que las circunstancias le
imponen una paz forzosa como condición de vida, y bien
claro manifiestan todos sus órganos las tendencias pacíficas
y la resolución firmísima de no emplear los poderosísimos
medios de que indudablemente dispone, sino en caso de de-
fensa propia, y de ningún modo para aventuras guerreras,
sobre todo, contra su rival implacable.
REVISTA EXTRANJERA 325
«
¿Ha de partir de Alemania la iniciativa de la guerra que
se anuncia? La lógica de los hechos lo niega igualmente. Ale-
mania vivirá, sí, arma al brazo; pero su poder inmenso ne-
cesita aún tiempo y espacio para consolidarse de la manera
que quiere, y aunque sería difícil negar que acaricie nuevos
proyectos para el afianzamiento definitivo del Imperio y de
su hegemonía en Europa, no es esta la ocasión de debilitar
con empresas del momen o las grandes fuerzas que cada día
acumula, con las que cada día se afirma y que pueden llegar
y hacerla en plazo breve invulnerable. No es el carácter ale-
mán de aquellos que se dejan cegar por el orgullo de las pros-
peridades 3^ se precipitan á ojos cerrados á una eventualidad
arriesgada que pudiese llamarse suicidio.
Debe confesarse ía existencia de gérmenes muy vivos, que
pueden traernos en el porvenir una guerra franco-alemana.
Lo contrario sería negar la evidencia. Pero los gérmenes ne
cesitan vigorizarse antes de brotar con empuje, y el Rhin es
hoy iiivadea.ble por los enemigos ejércitos que separa.

Existe, sin embargo, la, siempre complicadísima cuestión


de Oriente. ¿Vendrá la tormenta por el lado de los Balkanes?
Tampoco, en concepto nuestro. Que Inglaterra mire con
disgusto y viva inquietud sus aspira-iones amenazadas en el
Canal de Suez y en Egipto, así como los progresos de la tra-
dicional política rusa en el Afghanistán, no es motivo bas-
tante para que los manejos de su astuta diplomacia triunfen
en la tierra firme, donde son impotentes sus naves. No es po-
sible que Austria, muy conocedora de sus propias fuerzas. Se
preste á secundar planes ajenos. Hasta Italia entró con cier-
tas miras en alianza con los tres Imperios; y aquella alianza,
dígase lo que Se quiera, subsiste todavía á despecho de l&s
muchas maquinaciones y enfriamientos, habilidosamente
puestos en juego para quebrantarla en su espíritu y en sus
fines. . .
Existen, es cierto, antiguos rencores, intereses de larga
326 REVISTA CONTEMPORÁNEA

fecha conculcados, y quizás rivalidades mal encubiertas; pero


la razón de Estado lo disimula ahora y encubre todo, y la
política impone hoy transacciones que están á la vista de
todos y no pueden juiciosamente negarse.
Se observa que para muchps políticos rusos no merece be-
nevolencia la invasora política de Bismarck. Es cierto y tam-
bién natural que encuentra en Rusia quien cree que el hom-
bre que dirige la política alemana prestaría mejor servicio á
su país y aseguraría de un modo más cabal la paz de Euro-
pa, procurando no alentar jamás la política agresiva de Aus-
tria en Oriente. Pero está por probar que Alemania se haya
colocado solapadamente al lado del Emperador Francisco
José contra la política de Alejandro III, y es muy problemá-
tico que el Canciller intente romper el curso natural de esta
época de transacciones, época que por el momento opone gra-
vísimos obstáculos á que la dictadura de Bismarck sea un he-
cho incontrovertible en el mundo entero.
Es cierto, sin embargo, que la paz y la guerra están hoy en
manos del poderosísimo Canciller. Estamos conformes con
Mr. Jules Simón, que hace pocos días le decía en su pintores-
co y original estilo: tPodéis dar al mundo la paz. Sí, por
misericordia de Dios, podéis dársela. Augusto se vanagloria,
en la obra de Corneille, de ser dueño del universo, y lo era
solamente por sus legiones. A vos os basta una palabra para
tener todas las voluntades y todos los corazones. Sí, podéis
dar la paz. ¿Quién hubiera creído que tal beneficio podía de-
pender de un hombre? Y sin embargo, todos lo ven, grandes
y pequeños, los más profundos políticos y el más ignorante
de los vagabundos, saben que de vos depende la paz. Cuan-
do lo reflexionéis y en vuestro interior digáis: De mí depende,
no con gran esfuerzo, sino diciendo simplemente una pala-
bra, el asegurar la paz, ¿podréis menos de experimentar un
inmenso orgullo? ¿Y no sentís, con este pensamiento, una
especie de alegría con la que ninguna alegría humana podrá
jamás compararse? Es grande tener uno dentro de sí tal to-
rrente de dicha y de riqueza y poderlo derramar sobre el
mundo. Dar la paz, no es sólo abstenerse de empezar la gue-
rra. En la hora actual pocos creen en la guerra inmediata, y
REVISTA EXTRANJERA 3Í7
nadie se atrevería tampoco á decir que d estado en que nos
encontramos es el estado de paz.
»E1 estado de ahora es el de la guerra, sin los disparos;
pero con todos los otros males de la guerra: la acumulación
enorme de los hombres en los cuarteles, la fiebre tifoidea, la
carencia de brazos para la agricultura y la industria, los gas-
tos espantosos para municiones de todas clases y para el
mantenimiento de las tropas; millones y más millones arro-
jados á la nada, sin contar las alarmas periódicas que se
trasforman en desastres y la ausencia de seguridad que pa-
raliza el comercio y la industria. ¡Oh! el mundo no os pide
la paz eterna y universal; porque es ya viejo, tiene e3{perien-
cia y no cree ya en las églogas. No podéis asegurar la paz
por veinte años, porque después de todo y por mucha que
sea vuestra grandeza, no sois más que un hombre. Muy di-
fícil sería aún concederla por diez años. Probadlo, no obs-
tante, y si no queréis otorgar más que siete años, dadnos,
pues, los siete años. ¡El septenado! Siete años de paz ase-
gurada bastarán para salvar al mundo.»—Estas elocuentes
palabras están seguramente en la conciencia de todos los po-
líticos de ambos hemisferios.
Tal es la verdad que se impone, y ya hemos visto que
Bismark no quiere, no puede querer, en estos momentos,
alentar los manejos de los que en la guerra esperan.

Los rumores de próximos é inevitables trastornos van cal-


mándose; pero sería temerario afirmar que nuevos pronósti-
cos y nuevas sacudidas no han de venir de nuevo, y en estos
días, á perturbar la marcha tranquila de los negocios en el
público mercado.
Hoy vemos las inadmisibles proposiciones de Inglaterra y
sus incesantes tanteos para prolongar la ocupación de Egip-
to. Ayer tuvimos el voto de la Cámara francesa otorgando
muy extemporáneamente, extraordinarios créditos al Minis-
tro de la Guerra. Mañana aparecerá algún incidente impre-
328 REVISTA CONTEMPORÁNEA

visto quizás en Sofía, ó algún hecho torcidamente interpre-


tado en cualquier parte. Todo es posible mientras no se co-
nozca la constitución definitiva del Reichstag, y no conste
que cuenta con una mayoría numerosa á favor del septena-
do, triunfo en el que tendrá también su parte la laudable y
transigente política del gran Papa León XIII.
Pero es sabido que las situaciones violentas nunca fueron
duraderas, y pasado el i 8 de Febrero, renacerá indudable-
mente una tranquilidad relativa, que podremos llamar el statu
quo, por ahora. •
Nadie debe olvidar, antes fli después de aquella fecha, que
Europa permanece, arma al brazo. Pero hay todavía alguna
tregua para discurrir y profetizar acerca de una actitud tan
imponente.
S.

\
^ ^
I^^^b ^R

BOLETÍN BIBLIOGRAFÍCO ^'>

Las a^'aiirte.s capitaiea.—Af^o- ban esos grandes centros, no en la


grafías descriptivas y artísticas de las forma árida y abstracta de la ciencia
más famosas y monumentales ciuda- política y social, sino en la mucho
des del mtndo moderno,—Barcelona, más pintoresca y agradable de la vida
Daniel Corteza y compañía. edito- de todo un pueblo, sorprendiéndole,
res^ i8Sy. por decirlo así, en movimiento y ac-
Siempre han sido consideradas las ción, y resefSando sus templos como
grandes capitales como vastísimo sus teatros, sus talleres como sus mu-
museo donde se conserva cuantp el seos, sus costumbres y su administia-
esfuerzo de los pueblos ha producido, ción local.
y cuanto deben á su gloria y triunfos. Prueba el interés que encierra este
Convertidas además con el trascurso espectáculo el crecido número de via-
de los afios en grandes centros de po- jeros que se apresuran á recorrer di-
blación, en ellas progresa rápidamen- chas poblaciones.
te la cultura y se perfeccionan cuan- La obra con tan feliz acuerdo con-
tos organismos satisfacen las nece- cebida por el Sr. Cortezo, se titula
sidades de la vida material. Las grandes capitales, colección de
Fundándose en estas considera- monografías de las ciudades más no-
ciones, se le ha octirrido á la acredi- tables del mundo civilizado, resumen
tadísima casa editorial de Daniel Cor. y estudio de la vida de éstas con la
tezo y compañía, publicar obras reproducción plástica de sus princi-
lujosamente impresas y con excelen- pales bellezas.
tes grabados, en las cuales se descri- La primera serie consta de las cua-

( i ) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crí-
tico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
REVISTA CONTEMPORÁNEA
tro ciudades que son más célebres en publicado nada parecido, por las ex-
Suropa; Roma, que representa la an- celentes condiciones tipográficas y
tigüedad y el arte; Berlín, solio del hermosos grabados, y por la baratura
moderno poderío militar y político;' de la misma, nos parece que el pú-
Londres, mercado del mundo, y Pa- blico sabrá premiar los afanes de la
rís, centro de la vida y de las artes activa casa editorial de Barcelona.
modernas. La religión, la ciencia, la
política y el arte, vuelven la mirada
á esos poderosos iniciadores del pro- Idilio l ú g u b r e , novela original
greso. Nadie hay que no sierita su dejosí ORTEGA MUNILLA.—Barce-
imaginación ávida de espaciarse por lona, Daniel Corteío y compañía, edi-
los grandes monumentos y ruinas de tores. Calle de Pallars {Salón de San
la Ciudad Eterna; que no admire los Juan), J8S7.— Un tomo en 8.» de
encantos de la capital de Francia; S17 páginas. Precios', 10 reales por
que no se sienta «traído por el em- suscrición y la sueltos.
porio de la industria ó por la cátedra Recordarán nuestros lectores que
universal de la ciencia y el trono de la «Biblioteca de novelistas espafíoles
hierro del poder. contemporáneos > la inauguró la casa
En la serie que ya ha empezado á editorial de Daniel Cortezo con la
salir á luz, se reparten las obras si preciosa novela de Emilia Pardo
guientes: Bazán titulada Los Pazos de Ulloa.
París, por Dulaure, Drumont, Cou- Todavía habrá muchos que saboreen
lin, P. L. Jacob, Pelletán, Renán, las bellezas del trabajo de la insigne
Littré, Texier, Ducamp, Sainte-Beuve, escritora gallega, y ya se reparte otro
Michelet, Gautier, Saint-Victor, Taine, libro del cual es autor un literato que
Dumas y otros, con un prefacio de goza de merecido renombre, el sefior
Víctor Hugo.—Edición ilustrada con Ortega Munilla.
más de 400 grabados. Idilio lúgubre es un trabajo notable
Roma, por Francisco Wey.—Ilus- por la corrección y elegancia del es-
tración de P . Baudry, Delaunay, tilo, la verdad de las descripciones
Neuville, Regnault, Vióllet-le-Duc, y de los caracteres, el interés de la
etcétera.—Primera edición espafiola, trama y el espíritu de fina observa-
con 320 grabados. ción que demuestra en todo él su joven
Londres, por P. Villars.—Edición autor. Estas sencillas notas biliográ-
con 600 grabados de Boudier, Deroy, ficas no permiten que nos detengamos
Danger, Dosso, Lebonis, etc. á dar idea del argumento, ni á se-
Berlín, por Max-Ring.—Edición con ñalar los trozos más bellos del libro
más de 300 grabados. —paralo cual experimentaríamos V em-
Las grandes capitales se publican en barras du choix.—Baste saber á todos
pliegos de á ocho páginas en folio; cuantos sean amigos de leer las obras
cada cuatro pliegos forman un cuader- bien escritas y profundamente pen-
no de 32 páginas, al precio de cuatro sadas, que deben apresurarse á de-
reales en toda España. vorar las 317 páginas de la novela
Por el interés grandísimo que esta Idilio lúgubre, la cual ha de acrecer
obra entraña, por su misma novedad, la fama de su autor D. José Ortega
puesto que en nuestro país no se ha Munilla.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO
Nuestros plácemes á éste j al se- Verdaderamente dudamos pueda
Sor Cortezo^ que cada día da á luz encontrarse vocablo tan propio del
más y mejores obras. concepto que se quiere expresar, como
el puesto á la Memoria,-for más sea
oscuro para la mayor parte de los lec-
tores. Alguno agradecerá que, omi-
L e s p h é n o m e n e s aífectifs e t tiendo alardes gramaticales, les diga-
l e s lois de l e u r a p p a r i t i o n , por mos que su significado es: manía de
F R . PAULHAN.—París, Félix Akátt, estar ausente, aplicándose á los pro-
ediUr, iSSj. — Un tomo en 8.° de pietarios de campos y fincas rústicas
164páginas. Precio, 10 reales. en Espafia, por la oposición que tie-
Este libro pertenece á la c Biblio- nen á residir en ellos.
teca de filosofía contemporánea> que
La Real Academia de Ciencias Mo-
publica en París Mr. Félix Alean, uno
rales y Políticas ha obrado con acier-
de los editores más acreditados en la
to al escoger el tema; el autor de la
gran capital.
Memoria ha elevado un monumen-
La cuestión que en aquél se trata
to imperecedero á su nombre, coló
es de las que han sido menos estudia-
cándele al par de los estadistas que
das por los psicólogos que se han de-
ya en tiempo de los Reyes de la di-
dicado principalmente al examen de
nastía austríaca, con tanta exactitud
los fenómenos intelectuales. Las leyes
exponían los males de nuestra nación,
de los sentimientos presentan, sin em-
como en el siglo pasado y al comen -
bargo, excepcional interés. Mr. Paul-
zar el presente, los expusieron Maca-
han empieza dicho estudio determi-
naz, Gándara, Jovellanos y D. Javier
nando las leyes de su aparición; in-
de Burgos.
vestiga las condiciones y caracterea
El Sr. Gómez Pizarro ha dado
generales de estos fenómenos y sus
muestras de conocer á fondo el asun^
modificaciones particulares, dancjo
to que trataba, ha expuesto los males
origen á cada uno de los principales
uno por uno en toda su intensidad,
grupos de los fenómenos afectivos,
en lenguaje sencillo las más veces,
pasiones, sentimientos, impulsos, sen
galano y hasta sublime cuando el caso
saciones, afecciones y emociones. Se-
lo requería, filosófico y convincente
gún él, todo fenómeno afectivo es
siempre; mas todo ello nos causa el
señal de una alteración que puede
efecto que nos causaría el parecer de
llegar á una sistematización del orga-
un sabio médico que á la cabecera del
nismo,, pero es siempre sedal de una
enfermo indicase los remedios más
imperfección ó desorden de la ac-
opoiitunos de combatir la enferme-
tividad.
dad, si bien desconfiando que en la
A.
naturaleza del individuo, viciada por
excesos anteriores, causase' efecto la
El Ansenteismo en España.— medicina.
Memoria premiada por la Real Aca- Es tan antiguo el ausenteísmo en
demia de Ciencias Morales y Políticas, España, se explica tan perfectamente,
en el concurso ordinario de i88¿, es- conocido su remoto origen, son tan
crita por JOAQUÍN G . GÓMEZ P I - poco eficaces los medios que se han
ZA.RRO. empleado para combatirle, que sólo
332 REVISTA CONTEMPORÁNEA

el tiempo r e m o t o , la cultura general, llerías de los labriegos do la H u e r t a


la paz, el orden, p o d r á n neutralizarle de Valencia, no hace muchos años-
al cabo de largo plazo. para n o pagar los arrendamientos; á
N o es posible señalar, ni aun aproxi- fe que si en obse-'jio de \-x ilustración
madamente, cuándo llegará é s t e , en de los campesinos ss los dijese lo
u n a tierra donde lo sorprendente es hicieran, de las relaciones y b u e n a
que h a y a quedado hierba en los cam- armonía que deben existir entre po-
pos, cuanto más quien viva en ellos bres y ricos, puede que á su vez pre-
sin necesidad absoluta, después de guntaran, por qué olvidando tales
u n a guerra civil de siete siglos, pues consideraciones, y sin tener en cuen-
al cabo los oriundos árabes y africa- ta los perjuicios que puede ocasionar
nos en E s p a ñ a habían nacido; y ape- olvidarlas, se h a edificado en Madrid
n a s terminada la discordia, por con- de manera, en lo general, que los bien
secuencia de la cual provincias ente- acomodados viven en separación com-
ras aún permanecen yermas, viene á pleta de los menos dichosos, y hasta
despoblarlas la emigración al Nuevo se h a pensado en relegarlos en barrios
M u n d o , ó las guerras interminables aparte.
en las diverjas regiones, del antiguo. A p r e s u r é m o n o s á decir que mucho
Cálmase un t a m o la furia de pelear, se h a remediado con la institución de
y como p o r ensalmo, cuadrillas de la Guardia civil, y no poco con las vías
bandidos pululan por todas partes, de comunicación que se h a n abierto,
imponiendo tributos, e n t r a n d o á saco pero dura y durará en algunos de nues-
las habitaciones aisladas, y gracias tros campos la ojeriza contra el arbo-
que con esto se contentaran. Y como lado y l a i m p u n i d a d d e sus taladores; se
sí de acuerdo se hubiera puesto la h a procurado inculcar en el ánimo de
opinión vulgar, en vez de mover á los campesinos que ellos son víctimas
las gentes á reunirse en somatén con- de los propietarios, que les roban lo
tra los malhechores, los poetiza en que les pertenece en este mundo, al
relaciones y coplas, ilustradas con que vinieron á gt>zar ó padecer, salien-
grabadt)s, p o n d e r a n d o su generosi- do del cual nada tienen que e s p e r a r e n
dad, bizarría y esfuerzo,faltando poco otro, y por fin, nuuca como ahora
p a r a tenerlos en olor de santidad, doiniíií!. el caciquismo en los pueblos
como efectivamente se dijo de algu- rurales, prevenido en contra de la
n o , á m á s de la fama de valientes y persona que por su educación ó co-
gallardos que nadie negó á los niños nociuiiontoí! temen les h a g a compe-
de Kcija, Jaime el Barbudo, José Ma- tencia.
ría, y hasta nuestro universal tipo- E n las provincias donde puede vi-
D . J u a n T e n o r i o , imposible creación, virse en el campo siempre ha sucedi-
donde la justicia contare con agentes do así, más ó menos, p o r circunstan-
activos y los presidios con buenas cias de carácter, situación, mayor
puertas. t r á n s i t o , etc.; pcvo en la mayoría, al-
Sabido esto, dígaseles á los propie- gunas fértiles y bellísimas, contintlan
tarios que vayan á residir en los siendo un peligro, ó por lo menos un
campos, aun cuando hubiesen perdi sacrificio, la vivienda en el campo pa-
do la memoria de las hazañas de los ra quien no se identifique en cuerpo
secuestradores. M a n o N e g r a y marru- y alma con sus naturales, y casi segu-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 333
ro el mal éxito del que trate de erigir- con un prólogo del ilustre mitógrafo
se en reformador. portugués THEÓPHILO BRAGA y con-
Hágase lo que propone el Sr. Gó- cordancias por ANTONIO MACHADO
mez Pizarro; no hay duda que la cons- Y ALVAREZ.^-7C/«Í7Í 1,11 y III. Pre-
tancia y buena intención obran mila- cio de cada uno, tres pesetas.
gros; ponga cada uno de sü parte lo Laudable y trabajoso es el propó-
que pueda, y dado ya el plan por ini- sito del Sr. Ballesteros al coleccionar
ciativa de la Real Academia, podrá las preciosas muestras del habla ga-
llegarse á esa especie de reconquista llega, casi desconocida fuera ,de su
moral, mucho más difícil que la ve- propio terreno.
rificada con las armas. Sus obras vivirán como testimonio
de un dialecto que fué un tiempo
idioma casi general en la Espa&a
Tesis (loctoi'al.—La filosofía de cristiana, especialmente en la corona
los poetas clásicos latinos, por PEDRO de Castilla, dulce y expresivo como
GÓMEZ CH4IX. solo pueden comprender los que á
Roma no fué un pueblo de filóso- fondo le poseen, para quienes los
fos como los griegos. ¿Pero tuvo filo- tres tomos del cancionero popular
sofía propia? Es indudable. ¡Se cono- son un verdadero hallazgo.
ce su alcance y extensión? De ningún Juzgada se halla la obra por la
modo. Esto se propone conseguir el autorizada opinión del Jurado de la
autor del escrito que anunciamos. Sociedad de Juegos florales de Pon~
Para definir el alcance y sentido de tevedra, que otorgó el primer accésit
la filosofía romana, por lo que de su á los tomos primero y segundo que
examen en los poetas resulta, basta- le fueron presentados en Julio de
ría establecer que no viene á ser otra 1884.
cosa la misma sino una continuación,
en el lugar y en el tiempo, de la filo-
sofía griega, ó, si se quiere, y másuiii- Colección d e e s c r i t o r e s c a s t e -
versalmente hablando, un momento llanos.— Críticos.—Menéndez y Pe-
intermedio entre la filosofía ática y layo,—Obras completas.—Historia de
la filosofía alejandrina; momento" en las ideas estéticas en JSspaña,—Tomo
que el espíritu humano, agotadas sus Illiyolumen II), siglo XVIII.—En
energías de producción intelectual, octavo. Precio, S pesetas.
las restaura en estado de quietismo Admira por cierto la profunda crí-
absoluto y de reposo completo, con- tica encerrada en las 600 páginas
virtiendo su atención refleja á su vida que á la vista tenemos. Muchas son
anterior, para espaciarse después con en número, pero escasas parecen para
más ímpetu por los nuevos y vastísi- la historia literaria durante la mitad
mos horizontes que le había de brin- del siglo XVIII y primera mitad del
dar el cristianismo. XIX, en que tan radicales cambios
se verificaron, tan activa fué la con-
troversia, tan diversas las escuelas y
Cancionero popular gallego y tan empeñada la polémica, cual nun-
en particular de la provincia de la Co- ca lo fué, acerca del mejor estilo.
rtina, por JOSÉ PÍRBZ BALLESTEROS, Nada se olvida, todo se atiende y
334 REVISTA CONTEMPORÁNEA
nada queda por averiguar, no sólo al Colección de escritores caste-
curioso lector, sino al erudito más llanos.—Críticos.—A. F. Schaek.—
descontentadizo. Salen á plaza desde Historia de la literatura y del arte
la tertulia de la Fonda de San Se- dramático en España, traducida di-
bastián, la guerra contra los Autos rectamente del alemán al castellan»,
Sacramentales y el drama calderonia- por EDUARDO DE M I E R . — lomo 11.
no, hasta los defensores de la tradi- —Precio, ¿ pesetas.
ción española. Viene á terciar en la Comienza el libro por Cervantes y
contienda la escuela sevillana; hay su tiempo; sigúele Lupercio Leonar-
quien pretende escribir con crítica do Argensola; actores y poetas dra-
independiente, buscando en el hele- máticos del último decenio del si-
nismo rumbos desconocidos, y en glo XVI; escrúpulos teológicos sobre
América el doctor Espejo escribe su las representaciones dramáticas; au-
obra inédita El Nuevo Lucinio de torización legal para la representa-
Quito. ción de comedias, y ojeada general
En los tratadistas de las obras del sobre el drama español anterior á
diseño no fué menor la agitación. Lope de Vega.
Palomino, Mayans, la Academia de El segundo período del teatro es-
San Fernando, no descansan en su pañol, ó mejor dicho, su edad de oro,
propósito de buscar un punto fijo en comprende desde 1590 hasta princi-
que marcar el término de lo bello. pios del siglo XVIII. Como es natu-
Mengs se creyó haberlo encontrado, ral, descuella I,ope de Vega desde
y su influencia fué grande, mas nun- luego en primer término. La impor-
ca decisiva. Pasemos de largo ante tancia política de EspaHa en este pe-
los viajes artísticos de Ponz y Bosarte. ríodo, las ciencias y letras españolas,
Inlitil fuera considerar á Jovellanos y las ideas políticas predominantes, las
Capmauy como críticos de Bellas ideas religiosas, la Inquisición y sus
Artes, así como investigadores histó- relaciones con la literatura y princi-
ricos á Llaguno y Cean Bermúdez; palmente con la dramática, se consi-
aunque entonces de aceptación gene- deran bajo el punto de vista de sus
ral, hoy nadie los entendiera y á mu- relaciones con el arte dramático.
chos asombrarían sus juicios. De esta manera discurriendo, vié-
En música, los tratadistas, durante nese á tratar de las decoraciones y
el siglo XVIII, fueron buenos, comen- tramoyas de los teatros, trajes, apa-
zando por Fr. Pablo Nasarre, el or- rato escénico en la representación de
ganista Francisco Valls, el P. Feijóo autos, hasta la prohibición de espec-
y los jesuitas espa'fioles desterrados á táculos en 1598 y su derogación en
Italia, 1600, con noticias particulares de los
En las artes secundarias tomaron teatros de esta época.
nuevas formas la danza, la pantomima Útil es la obra, al par que de críti-
y la declamación ca juiciosa y concienzuda.
Tales son los puntos esclarecidos
por el Sr. Menéndez y Pelayo en su
obra, sin otros muchos que fuera lar- Colección de escritores caste-
go enumerar. llanos.—Líricos.—A Ros de Olano.
—Poesías, con un prólogo de D. Pe-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 335
dro de Alarcón.—Precio^ 4pesetas.— índole y expresión. He aquí, pues, nná
£7» tomo en 8.° de las más características del Sr, Ros
Los juicios acerca de composicio- de Olano, por la cual puede formarse
nes poéticas siempre son deficientes idea de las otras, mejor que i. vuelta
si no los acompañan muestras de su de las disertaciones más estudiadas:

•Vo, para sacudir la pesadumbre


que el corazón del bueno despedaza,
trepé á caballo á la escarpada cumbre,,
ó á pie en el monte fatigué la caza.
Vi nacer, vi morir del sol la lumbre,
solo en la soledad .. mas hoy rechaza
mi edad cansada fustigar caballos,
y para cazador me sobran callos.

De otra índole, aunque de igual ¡Cuántas imaginaciones no se han


mérito, son las comprendidas en las lanzado por los espacios aéreos ejer-
secciones siguientes, que forman el citando maravillas de ingenio, inven-
tomo: Sonetos.—La Pajarera.—Do- tando á su sabor recreativos cuadros
loridas.—Por pelar la pava.—La Ga- al tratar de la formación de la liga
Uomagia.—Lenguaje de las estacio- aristocrática arogonesa. Vísperas sici-
nes.—Gaíatea. lianas, revoluciones desastrosas y sa-
ludable reacción por D. Jaime 11,
re «parición d é l a Unión, las liberta-
Colección d e e s c r i t o r e s caste- des de Aragón en tiempo de don
llanos.—historiadores. — Obras de Pedro IV, los reyes llamados enfer-
D. VICENTE OE LA FUENTE.—Esttt- mizos, influencia de los Gerdanes y
dios críticos sobre la historia y el de^ el Compromiso de Caspe, nunca pon-
recho de Aragón. {Tercera serie').— derado bastante, como calumniado
Un tomo en S.°—/'recio, j píselas. por ligereza; porque no han servido
Ninguna de las series anteriores sólo á los desahogos imaginarios lan
ofrece, en nuestro concepto, el interés importantes novedades, que también
que la presente; no porque los oríge- los partidos políticos han aprovecha-
nes del reino de Aragón carezcan de do los errores para dejarse arrastrar,
grandísima importancia, que aumen- y arrastrar á sus adeptos á tristes
tan cuando tan perfecto crítico como preocupaciones, que fueran ridiculas
el Sr. la Fuente combate las patrañas ante la verdad manifiesta.
que afean los fundamentgs de los di- • El Sr. la Fuente la manifiesta sin
versos reinos en que se dividió Espa- excusa; cuanto dice lo confirma con
ña después de la invasión agarena, 'documentos fehacientes, coetáneos ó
sino porque en el tomo actual se po- autorizados, y apoyándose én ellos,
nen en claro acontecimientos conoci- demuestra la realidad en todas sus
dos apenas de otro modo que como fases, sin dejar á la incertidumbre lu-
asunto para dramas ó novelas, aun gar, y de ningún modo sombra ó lu-
por sujetos respetables en la reptíbli- nar en que la suposición pueda ociil-
ca de las letras. tarse.
336 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Trátase también de la dinastía cas- publicados en periódicos . y revistas
tellana, del falseamiento de la histo- en diferentes ocasiones, y que en
ria y el derecho de Aragón en el si- compañía de otros trabajos inéditos
glo XV, de D, Fernando el Católico, salen hoy de nuevo á luz, sin otra
sepulcros reales, serie de los jfusticias pretensión que la de servir de hones-
de Aragón, y concluye el autor con to solaz al que los leyere.
una mirada retrospectiva, declarando Así lo declara el autor, cuyo nom-
la idea dominante en estos Estudios bre, si bien garantiza, cual de maestro
y causas determinantes, necesidad de el mérito literario del libro, ofrece en
rehacer la historia de Aragón y tener las obras que recomienda ejemplos
una cierta en su parte interna y bella de moral y generosos sentimientos,
en su forma. haciendo suyas aquellas hermosas
palabras del principe de nuestros in-
genios: <Si pues de algún modo al-
canzara,que la lección de estas nove-
Bocetos de brocha govda, por las pudiera inducir á quien las leyere
D. MANUEL POLO Y PEVROLÓN.— á algún mal deseo ó pensamiento,
Un tomo en 8°—Precio, i peseta. antes me cortara la mano con que
Es una colección de varias histo- las escribí que sacarlas al público. >
rietas y cuentecillos, compuestos y D. C H .

M.V'JRID, 1887.—IMPRHSTA DE MANUEL G. HERNÁNDEZ.


Libertad, )6 duplicado
MIS MEMORIAS («)

1846-1850
SECCIÓN SÉPTIMA

Los tiempos de la pesetica.—Á régimen debilitante.—Sanllehí entra celajes.


—Revista de médicos.—Media fortuna.—De qué manera avisaban los car^
listas al médico de cabecera.—^Aventuras de un maniático.—Casa de Orates-
—Coronel y Mariscal de Francia,—Madrid... titirití.—A propósito de fre.
nopatía.—Del abolengo mercantil y su reemplazo.—D. José Xifré.—Fábri
cas y fabricantes.—Lógica algodonera.—Clases obreras: las actitudes de]
anügao pinxo.—Flaneo por calles y tiendas.

UÉ tiempos aquellos, para Barcelona, en que los


médicos os mandaban á la calle ó al cementerio,
mediante una triste peseta por visita! La junta ó
consulta valía medio duro: las operaciones eran á
precios convencionales, siempre moderadísimas. Y aun en-
tonces, como advertirá el lector, debíamos estar muy distan-
tes de aquellas otras edades de que habla el Dr. Jerónimo de
Alcalá, en que contaban que los médicos, pareciéndoles in-

(i) Véase la pág. 141 de este tomo.


2S de Febrero de 1887.—tOTAO LXV.—VOL. IV.
338 REVISTA CONTEMPORÁNEA

digna cosa recibir paga por sus visitas, volvían para atrás la
mano. Entregábase en Barcelona la moneda al doctor por con-
ducto del criado ó de la criada, al llegar á la puerta y en el mo-
mento de despedirse. Cuenta cerrada y laus Deo. Conocí un
comerciante que todavía encontraba manera de escatimar algo
en los honorarios; por cada cinco visitas daba un napoleón,
con su rpalito de menos. Una vez tropezó con cierto médico
andaluz que, al verse timado en ocho cuartos y medio, le dijo
con toíca la sal de la tierra: «diga ozté, ¿eze borriquiyo viene zin
albarda?
Vivíamos y moríamos en plena polifarmacia: cada receta
era un variado menn, con guisos de todas clases, á ver cuál
petaba. Nos sangraban á cubos: con crémor y ruibarbo nos
daban en las tripas cada baldeo que temblaba el mundo; nos
crucificaban á ventosas , y cantáridas: golpe de sanguijue-
las, el redañito, y en doliéndonos una uña, el régimen de
dieta farHes. Cuando soltabais las sábanas se os transparenta-
ba la pelleja. Tan flojos, que de un capirotazo dabais en el
suelo con los desvencijados huesos.
Curar enfermedad con enfermedad, enfermedad vieja con
enfermedad nueva; curiosa aplicación del similia hecha por
los hombres del contraria. Historia de la Medicina, historia
de las tentativas: anima nobilis ó anima vilis. Con que saque-
mos adelante un paciente entre ciento, el honor de la cien-
cia está salvado. Ciencia, empirismo, probémoslo todo. Se-
guro estoy de que, al verse tan á menudo chasqueados en su
conciencia científica, muchos de aquellos distinguidos Escu-
lapios se dirían por lo bajo, como en D. Gil de las calzas
verdes:
Cobrado habéis harta fama,
y demasiado sabéis
para lo que aquí ganáis.

Dad al diablo los Galenos


si os han de hacer tanto dafio;
jQué importa al cabo del aSo
veinte muertos más 6 menos?

Hahnemann no estaba en olor de santidad entre los ilus-


MIS MEMORIAS 339
tres cofrades de aquel prótomedicato. A Sanllehí, el futuro
principe de la homeopatia catalana, apenas se le divisaba al
través dfe algún celaje. Iba con sus anchas patillas de doctor
francés tentando el vado entre la gente menuda, sin soñar
siquiera en sus ricas cosechas del porvenir, teniendo enaje-
nadas todas las voluntades en el círculo de los de la tradi-
ción, sorteando la persecución como los cristianos de la pri-
mitiva Iglesia y temiéndolo todo de sus Dioclecianos. Algún
médico extranjero se aventuraba de vez en cuando por aque-
llas procelosas aguas con pócimas, panaceas y tratamientos
de reclamo; acuerdóme de un doctor itahano, gotoso y con-
trahecho, que ponía en las esquinas dos figuras de capricho,
representando el estado anterior y el estado posterior del en-
fermo en una operación quirúrgica de su invención: antes la
operación y después la operación, como él decía.
Más de un notable de aquellos tentóme el pulso: Dr. Lia-
cayo, Dr. Santonja, Dr. Picas, Dr. Yáñez, Dr. Achard, doc-
tor Mer, Dr. Vieta, Dr. Duran. Turba tnedicorum. ¡Bien haya
su grata memoria, que pudiendo acabar con mis días, me
dejaron de superviviente!
Nuestra falange médica abarcaba todas las especies. Había
el médico pulcro y perfumado y el roto ó desaliñado que iba
trascendiendo á anatomía; el médico fúnebre que anunciaba
la Unción en la primera receta, y el optimista que, hasta
teniendo al enfermo en la agonía, daba largas al sepulturero;
el patlero, el gruñón, el melifluo, el sentencioso, el pata la
llana; el que os ejecutaba de plano en una pulmonía y el que
os asediaba á preguntas antes de trataros un simple consti-
pado. Médicos de damas, médicos de monjas; especialidades
difíciles, según los inteligentes. De uno de señoras referían
la anomalía de haberse hecho popular entre ellas, cabalmen-
te por las claridades que les espetaba.—«¡Qué desmejorada
está V., Isabel!—Condesa, ¿por qué tiene V. siempre tan
mal color?—¿Sabe V., Pepita, que parece que le han echado
á V. diez años encima?»—¡Profundos arcanos del corazón
femenino!
Tampoco faltaba el médico de elegante pluma, representa-
do en la prensa por el Dr. Joaquín Cil, catedrático d€ la Fa-
340 REVISTA CONTEMPORÁNEA

cuitad é intransigente absolutista. Escribía Cil con suma


facilidad y vigoroso tono; incisivo en el ataque y oportunísi-
mo en la réplica. De clásico le calificábamos apegar de lo
abundoso de su imaginación, que le hacía caer en la ampulo-
sidad, y no obstante algunas incorrecciones de lenguaje, de-
bidas, más que á descuido, á lo premioso de las tareas perio-
dísticas.
Otra eminencia médica era el catedrático de Medicina
legal, D. Ramón Ferrer y Garcés. Aunque de dicción más
amena y de más escogido trato, representaba Ferrer en la
Facultad de Medicina lo que Marti de Eixalá en la de Dere-
cho: el pensador profundo. Tenía Ferrer gran partido entre
la juventud, que acudía presurosa á oír las sabias lecciones
de un maestro constituido en tan alto lugar por las circuns-
tancias que en él resplandecían: entusiasmo muy parecido al
que despertó en Madrid su colega y cariñoso amigo mío el
Dr. Mata.
Pocos de nuestros esclarecidos Galenos tenían coche, sea
porque no lo consintiera lo módico de los estipendios, ó por
lo corto de las distancias en aquella antigua Barcelona, apri-
sionada entre murallas. Los^que se permitían el lujo de vida
arrastrada, usaban bombé en verano; y en invierno, á limo-
nera, un cupé sencillo, de los que llamaban ntUxa fortuna:
gráfico adjetivo este de media, con el cual expresaban los cu-
cos de nuestros abuelos cuan remirados eran en no sustentar
mucha gala sin hacienda y en no soltar extremos de cairua-
je, sino en la justa proporción y prudente medida de la pro.
pia. A la legua conocíais el cupé de un doctor; porque el ca-
ballo, que era ordinariamente de alzada y buena estampa,
solía llevar cubierto el lomo con una mosquitera color de
tórtola y ancho fleco de seda floja.
Este era, por ejemplo, el tren del Dr. Yáñez; dígolo por-
que, siendo él uno de los cuatro ó cinco facultativos que
gastaban carruaje, también de ahí le vino una de las mayo-
res desazones de su vida. Libre de visitas una tarde, estaba
el buen doctor, muy acurrucado en su berlina, dando vueltas
por el Paseo de Gracia, cuando de repente se ve asaltado por
unos enmascarados que le mandan apearse, le vendan los
MIS MEMORIAS 34I

ojos, le meten en una tartana y con él echan á andar cami-


no de la montaña. Eran carlistas, y á tan inconcebible extre-
mo de- osadía habían llegado y tan faltos estábamos de vigi-
lancia, que nos podían secuestrar así, en pleno día y á un
kilómetro de distancia de las murallas, como ya lo habían
efectuado pocas semanas antes, llevándose á un maestro de
escuela con sus chicos, en una tarde de asueto. Lo que que-
rían de Yáñez era qjie asistiese á uno de los más faniosos
cabecillas que había caído enfermo allá en su madriguera.
Hízolo como pudo y luego restituyeron el médico á sus ho-
gares, por supuesto, vendándole otra vez los ojos durante el
trayecto. Mas la cuenta, si se la pagaron, le salió bien cara
al infeliz; tísico casi en tercer grado, no pudo resistir aquella
terrible sorpresa, digna de Sierra Morena; y murió al poco
tiempo echando por la boca el último pedazo de pulmón que
le quedaba.

II

Por una desdichadísima casualidad, tuve que relacionarme,


en aquellas fechas, con los médicos alienistas. Volvióse loco
uno de mis más íntimos amigos, amigo del alma. Empezó
pasándose las horas muertas, de visita en mi casa, sentado
allá en un rincón de la sala, mudo, cabizbajo, sumergido en
sus pensamientos. De irnproviso soltaba una gran carcajada,
y otra y otra hasta reventar de risa. Si le preguntabais la cau-
sa de tan extrañas alegrías, no os contestaba una palabra y
volvía á encerrarse en el más absoluto mutismo, con los ojos
clavados en el suelo.
Luego, comenzaron las manías. Pedía volver á Orduña,
su pueblo natal, en las Provincias Vascongadas, para ponerse
en ama.—«Tengo veinte años, decía: ha terminado mi pri-
mera vida, estoy entrando en la segunda, y necesito otro
período de lactancia.»—Chupaba las sábanas, chupaba el pa-
ñuelo; chupa de aquí, chupa de allí, siempre como si estuvie-
342 REVISTA CONTEMPORÁNEA

ra mamando. Creyendo los médicos descubrir en aquellos


extravíos algo como irresistible instinto del aire natal, lo
mandaron por una temporada á Orduña. Todo fué inútil:
volvió más Ibco que nunca.
Menos mal mientras se mantuvo en actitud pacífica y sin
salirse de los moderados términos de sus antiguos desvarios.
Pero, súbitamente, le dio por dos cosas que hasta entonces,
aun entre locos, había yo creído incompatibles: la mística y
las mujeres. Pasábase las mañanas, muy vestido de negro,
en la iglesia de Santa Mónica, confesando, comulgando,
oyendo ó ayudando misas: al caer la tarde y á boca de noche,
andaba por calles sospechosas, corriendo tras de las rnozue-
las. A tal punto llegaron sus desafueros, que hubo que pen-
sar seriamente en encerrarle; y este fué el partido que la fa-
milia adoptó, comisionándome al efecto. Tomé lenguas, pedí
consejos, y después de maduras reflexiones, entré en tratos
con un famoso alienista, de cuyo establecimiento se contaban
maravillas, y allí quedó instalado el muchacho, en compañía
de otros desgraciados.
Nunca tal pensara; que al punto me arrepentí de haber
puesto allí los ojos; pues tales desdichas vi, que, por mucho
que me alargase, antes quedaría corto que sobrado al referirlas.
Aquí se han de considerar mis angustias cuando me apercibí
de tanto desconcierto. Allí andaba todo revuelto, sin género
de comedimiento ni respeto, sin sombra de sistema, ni forma
de meditado procedimiento. En el gabinete del doctor hablá-
base mucho de frenopatía, de ciencia psychiátrica, de Lon-
dres, de París, de Alemania, de los Estados Unidos: huecas
palabras, bien distantes de aquellas realidades. Juntos habi-
taban maniáticos é idiotas, hombres y mujeres: solamente
los furiosos se aposentaban aparte por precisión absoluta.
Mas ¡cómo los tenían aposentados! ¡Y con qué descuido, y
con qué fiereza los trataban! Oíanse distintamente las tre-
mendas palizas que, so color de corrección, les iban adminis-
trando: muchos atados, otros con camisola de fuerza; uno, á
quien encerraron en un cuarto oscuro, sin acordarse de que
servía de despensa, reventó de una atraquina de salchichón,
pidiendo agua con gritos desgarradores.
MIS MEMORIAS 343
Narciso Serra pensaba en casas de locos cuando escribió
aquella frase, tan feliz como profunda:
<La sociedad toma é, risa
todo lo que llega al alma. >

¡Reírse de los locos! ¡Cuan ameno y qué común entre-


tenimiento!
Todavía los encontraréis corriendo las calles de nuestras
poblaciones pequeñas, aporreados por los muchachos. De las
nuestras y de las extrañas: he visto uno el año pasado en
Bagnéres de Luchon, que era la mayor diversión de la go-
ma, y hasta hace poco, los formalotes de los ingleses te»
nían destinado un día de la semana en el hospital de Belén,
en Londres, para que, mediante unos peniques, pudiese el
respetable público saborear los desahogos de los ¡nnátics; con
cuyo honradísimo recurso, el piadoso establecimiento se em-
bocaba 40Ó libras sobre su renta ordinaria.
Nunca he acertado á comprender tales vilezas, ni á expli-
carme tanta perversidad en el corazón humano. Aquel encie-
rro de mi desventurado amigo me dejó una impresión tan
honda, que jamás se ha borrado de mi imaginación, apesar
de haber visitado después bastantes manicomios en España y
en el extranjero. Veo aquella enfilada de salas frías, sucias y
desmanteladas; estoy viendo aquellos patios donde se ponían
á secar las ropas en continuo desaseo; veo al loquero de torva
mirada, indiferente al llanto, á la risa, al ruego, al furor, á
la rabia, al síncope, al espasmo, sin más filosofía ique el lá-
tigo ni más impulso moral que el salario; oigo cerrojos invi-
sibles, siento pataleos horrendos, cuento ayes de desespera-
ción insensatos, distingo caras lívidas, caras aplomadas y
caras tumefactas; veo cabezas rapadas hasta la raíz, cejas
afeitadas, ojos que centellean al mirarme, puños que me ame-
nazan, bocas que me quieren devorar, cuerpos que se abalan-
zan sobre mí como para aniquilarme; veo correr lágrimas
que no puedo secar, crueles enojos que no puedo contener,
iras y arrebatos que no puedo reprimir, labios que articulan
dulces reconvenciones y no las puedo atender...
Entonces comprendí que aquella tan decaída humanidad
344 REVISTA CONTEMPORÁNEA
de los manicomios, es la única sin secretos. Allí todo sale á
flote, como en el Palacio déla Verdad de Mad. de Genlis: ce-
los de cariño, celos por orgullo y celos de despecho; ambi-
ciones profundas, codicias disimuladas, vanidades francas y
vanidades hipócritas; las rebeldías de la carne y las del es-
píritu. Esta es la síntesis de una casa de Orates. En la que
ocupaba mi pobre loco, había cuatro tipos dignos de estudio:
un militar, un sacerdote, una señora y un ebanista. El mili-
tar cayó de Coronel, pero él se había ascendido á Mariscal de
Francia y á Príncipe del Imperio: especie de D. Quijote,
que se llenó la cabeza de viento con los nueve fantásticos vo-
lúmenes de Walter Scott sobre la vida de Napoleón, ya que
no pudo alcanzar las otras fantasías de Thiers sobre el Con-
sulado y el Imperio, tan acreditadas, por desgracia, hasta
que vino Lanfrey á poner los puntos sobre las íes. Roto y
remendado con retazos de uniforme, asomo de camisa y mi-
rar cauteloso, conservaba, no obstante, nuestro viejo Coro-
nel mucha cortesía en sus modales. En medio de la demen-
cia hacía gala de rectitud y de poseer el sentido de lo justo:
quitábase ó dábase diariamente grandes cruces, según le ad-
vertía la conciencia que se había portado mal ó había sido
buen muchacho, castigándose así duramente sus picardías, ó
en opuesto caso volviéndose, con mano liberal, á su propio
favor y á su gracia.
El clérigo fué en otro tiempo predicador famoso; mas lue-
go, por sospechas de racionalismo, le retiraron las licencias,
viniendo, de tropezón en tropezón, á caer en la mísera jaula.
Juraba como un carretero; y después de una granizada de
improperios contra sus antiguos ídolos, recitaba con alta en-
tonación los párrafos bíblicos del Desterrado, de La Mennais.
Si á aquel hombre no se le hubiese corrido la tinta, traspa-
sando la línea, á veces imperceptible, que separa el genio de
la locura, quizás, quizás hubiera sido un La Mennais de ve-
ras, 6 por lo menos un P. Jacinto.
A la señora la habían llevado los celos al manicomio. O
un mal marido, ó pérfido amante. De tocas negras y pensa-
mientos verdes. Atacada de ninfomanía, perseguía á los hom-
bres con voces descompuestas y actitudes lascivas. Era aquel
MIS MEMORIAS 345
uno de los mayores escándalos que se toleraban en la casa.
Más lástima que todos me inspiraba el ebanista, víctima
de un hijo calavera que, á puros disgustos, le tenía reducido
á aquella desventura. En vez de aborrecerle por su infame
proceder, todavía eí padre, en el fondo de su demencia, le
conservaba un ciego y frenético cariño, considerándole como
el mejor escudo de su honra. Cada vez que me veía, me lia?
maba aparte para contarme al oído que á su hijo le ha*
bían hecho marqués, general, grande de España; que le ha?
bían regalado no sé cuántos millones; que la Reina Isabel
acababa de llamarle á Madrid, para darle la presidencia del
Consejo. Madrid, con el hijo, era el sueño dorado y el ma-
yor contento de aquel loco; pareciéndose en esto á tantos
cuerdos de provincia, que en público hablan de quemar Ma-
drid, y en secreto, darían la mitad de la vida por gozar de
las delicias de la Corte. Y tan clavados tenía en la imagina-
ción los esplendores de Madrid, con un hijo en posición ele-
vada, que aun en medio de sus atroces gritos por la aplica-
ción de las duchas frías, se ponía como provocando á la gen-
te y no se cansaba de repetir á los que llamaba sus verdugos:
«ya os lo dirán de misas; mañana vendrá mi hijo y os senta-
rá la mano; y libre yo de vosotros, me instalaré en silla de
posta, y me llevará consigo á Madrid... titiritt... titirití.»

III

Algo hemos adelantado en tratamiento de enfermedades


mentales, desde aquellos lejanos tiempos. San Boy, Leganés,
las heroicas tentativas del Dr. Ezquerto... Entonces no co-
nocíamos más que tres variedades de seres humanos priva-
dos de razón: idiotas, maniáticos y furiosos. Más conocerían
los hombres de ciencia, pero yo hablo de los que somos pro-
fanos. Ahora el encasillado de la demencia ha aumentado de
una manera prodigiosa y está al alcance de todos. Ya hemos
averiguado que hay imbéciles y hay idiotas; que hay idio-
346 REVISTA CONTEMPORÁNEA
tas inactivos é idiotas automáticos; que hay demencias exal-
tativas y depresivas, inpulsivas y tranquilas; y hay mono-
manías y pluromanías, y hay también manías impulsivas y
no impulsivas; y h a y melómanos y megalómanos y tristoma-
nos, y manías religiosas, histerismos, y no sé cuántas más
desdichas de parecida especie convenientemente repartidas en
el humano linaje.
No nos burlemos de las clasificaciones; que este es ya
buen camino para dominar las especialidades. Pero exanai-
nando, aunque sea ligeramente, la cuestión de fondo, ¿tene-
mos grandes motivos para abochornarnos de lo poco que ha-
bía adelantado nuestra ciencia frenopática en la época á que
se refieren estas líneas? ¿en un país como el nuestro, que an-
tecedió á Francia, Inglaterra y Alemania én creación de ma-
nicomios; en 1409, la Casa de Orates de Valencia; en 1435, el
Urbis et Orbis, de Zaragoza; en 1436, el hospital de los Ino-
centes, de Sevilla; en 1483, el Nuncio, de Toledo?
He referido los horrores que se hacían, unos treinta y cin-
co á cuarenta años atrás, en un establecimiento español, de
pretensiones; ¿creéis que entonces nos aventajaban mu-
cho en humanidad con los locos otras naciones que pasan
por muy cultas? Pinel, el gran Pinel, había muerto en 1826;
Esquirol, el eminente Esquirol, en 1840. Si aquellos dos
ilustres inventores de los medios psíquicos para tratar enfer-
medades mentales hubiesen resucitado bastantes años des-
pués, ¿hubieran quedado muy satisfechos de la manera cómo
se aplicaban sus doctrinas en la mayor parte de Europa? Leed
los Estudios, del Dr. Semelaigne, y veréis que, próximamente
por aquellos mismos días de que os estoy hablando, había paí-
ses extranjeros que sometían los locos á los exorcismos, los en-
tregaban á miserables ensalmadores, los cargaban de cadenas,
los metían en inmundos calabozos y los molían á palos. Leed
los trabajos del Dr. Brenner, 6 los del Dr. de Cailleux, y sa-
bréis que todavía en 1871, en el asilo suizo de Maünedorf, no
se daba asistencia médica á los locos; que todavía en 1874,
en el cantón de Friburgo, los encarcelaban y les hacían dor-
mir sobre paja ó en infectos establos al lado de las vacas. De
Escocia decía Lord Shaftesbury, refiriéndose al año de 1845,
MIS MEMORIAS 347
que en ningún país de Europa ni dé América había visto lo-
cos en más miserable estado que los de aquella tierra; y así
seguían en i855, y así siguieron hasta 1857, cuando tomóla
iniciativa de. la reforma la famosa Miss Dix, aquella Beecheif
Stowe de los pobres dementes. Pues ¿qué me decís del asilo
privado de Evere, en Bélgica, donde aparecían amputaciones
hechas en reclusos por habérseles congelado' los pies, muer-
tes lentas y horribles á consecuencia de malos tratamientoSj
homicidios por imprudencia y heridas graves inferidas á los
locos por los mismos médicos y directores? No hablemos de
los Estados Unidos: de Filadelfia, por ejemplo, donde, en el
sitio que debía ocupar uno solo, ponían tres ó cuatro demen-
tes, haciéndoles dormir hasta en los pasillos sobre el'blando
suelo; ó del asilo de Massachusetts, donde, en 1883, habían
hacinado 470 locos, no habiendo, en realidad, más espacio
que para 25o.
Todo esto sucedía y en parte sucede, sí, señor; mas no
porque en otro tiempo pudiésemos sufrir cierta clase de com-
paraciones, hemos de desmayar en la empresa de ir avanzan-
do en frenopatía como otros pueblos han avanzado. Prescin-
diendo ya de los manicomios franceses, considérese el estado
floreciente de algunos más modernos que se han creado en
Inglaterra;. Banstead, Colney-Hatch, Hanwell, Catérham,
donde, además de tratar á los locos con el mayor honor y
cortesía, los tienen'aposentados en pabellones separados, con
servicio completo de calefacción, agua, vapor, gas; acústico,
eléctrico, telefónico; con bellas jardineras, macetas, pajareras
y acuarios, parques y parterres; con salón de baile, conciertos
y hasta teatro. Véanse las raíces que va tomando en la opi-
nión el sistema inglés del norestraint, ó sea desterrar todo
medio coactivo que pueda obrar duramente sobre el loco, so-
bre su libertad y su cuerpo. Estudíese la admirable reacción
que la propaganda de Miss Dix ha llegado á producir en
aquella misma Escocia de que estábamos hablando; aquella
vasta organización de manicomios con tan maravilloso orden,
los siete asilos reales desde el de Aberdeen al de Perth, los
de distrito, los de parroquia, los reservados á indigentes in
curables é inofensivos, los destinados á criminales en estado
348 REVISTA CONTEMPORÁNEA
de locura y las escuelas especiales para niños idiotas ó imbé-
ciles. Comparen los curiosos el sistema habitual de puertas
cerradas con el de puertas abiertas y al aire libre, como en
Dumfríes, donde*son permitidos al demente hasta los place-
res de la pesca y de la montería. Digan, en fin, su parecer
sobre el otro método de las colonias de Orates; las de Gheel
y Lierneux en Bélgica, las de Atscherwitz y Berwitz en Sa-
Jonia, en Hannóver la de liten y en Bohemia la de Slup que
es anejo 6 dependencia del asilo de Praga.
Y ahora dispénsenme los lectores si me he detenido más
de lo regular en este punto interesante de las casas de locos;
que bien podrán perdonárseme algún mayor interés y alguna
mayor proligidad cada vez que, en estas MEMORIAS, tropece-
mos con los desheredados de la suerte.*

IV

Con comerciantes y fabricantes hagamos un solo lote para


los efectos de mi revista. Conservábanse en Barcelona algu-
nas casas de comercio muy antiguas, especie de abolengo
mercantil, del cual no se tiene la más remota idea en los pue-
blos de aristocracia militar ó territorial. Figuraban en aque-
lla categoría los Villavecchia y los Montobbio, familias pro-
bablemente oriundas de Genova, con los Gassó, los Bacardí,
los Plandolit, los Sadurní, los Castañer, los Inglada y otros
varios. Entretanto habían ido apareciendo, sobre aquel hori-
zonte, nuevos astros de la banca y de los negocios bursátiles:
los Massó, que ocupaban, en la Rambla de Estudios, todo el
palacio y jardín de la Marquesa de Moya; Fontanellas, tan
parecido á Sevillano en la traza y en la fortuna, y apellido tan
conocido después en Madrid con motivo del ruidoso pleito
del fingido Claudio; los Girona, que, con el ferrocarril de Bar-
celona á Zaragoza, iban á adquirir una de las más envidiadas
y envidiables posiciones bancarias. De mucho antes y en
distintas fechas, habían cruzado rápidamente por allí los
MIS MEMORIAS 349

Ceriola, los Riera, los Safont y los Remisa, llevados por el


destino á brillar en más dilatadas esferas. A quien yo trataba
mucho, por ser amigo de mi Padre, era á D. José Xifré, que»
recién llegado de América, acababa de construir la inmensa
manzana de casas que llevan su nombre en la plaza de Pala-
cio,, y además, para los pobres, un magnífico hospital en
Arenys, pueblo de su naturaleza. Atribuía la opinión á Xifré
una renta de 5oo pesos diarios; y, apesar de esta fortuna co-
losal, mayormente entonces, era el hombre más sencillo de
maneras, el más frugal y modesto de la tierra. Ni una sola
vez le vi en carruaje; no tomó títulos ni condecoraciones, ni
se dio á otras vanidades muy ajenas de su carácter entero;
vestía sencillamente, sin pretensiones, pero, para lo avanzado
de su edad, hasta con primoroso esmero; mostraba gran se»
veridad en su porte y en sus costumbres; amable con las
gentes y atentísimo conmigo cuando casi diariamente le en-
contraba y con él solía dar unas vueltas por el Passsitx nou
& por las afueras.
De fábricas y fabricantes me suenan, así como á gran disr
tancia, algunos nombres: Domingo Serra, Vilaregut, Escu*
der, Juncadella, Alexandre, D. Juan Güell y Ferrer, á quien
mis paisanos decretaron una estatua que tendrá, supongo, las
narices tan largas como las poseía en vida el ilustre campeón
del proteccionismo. Fundición, maquinaria, sedería, paños;
pero el rey algodón era quien privaba. Había el fabricante
gordo y el pegujalero: de éstos se conocían algunos en la
calle de San Pedro, con tres ó cuatro telarcicos antiguos,
viviendo al día y atando los dos cabos. Las fábricas grandes
estaban desparramadas por toda la población, del barrio de
San Pedro al barrio de San Pablo; también en Sans y en
otros sitios de las cercanías.
Vivían los fabricantes en una perpetua bienandanza en-
cerrada en unos aranceles y en una lógica. Los aranceles
eran aquellos draconianos de 1840 que os prohibían hasta
mirar con buenos ojos al extranjero. La lógica se reducía
á lo siguiente: sin aranceles no hay fabricante, sin fabri-
cante no hay ciudad, sin ciudad no hay Cataluña; luego
para ser catalán hay que empezar pidiendo la venia al fa-
35o REVISTA CONTEMPORÁNEA
bricante. Con esto, con un buen General, con un buen
Jefe político, con algunas plazas en el Ayuntamiento y en
la Diputación provincial, los señores del algodón empeza-
ban á hacerse indiscutibles; y, desembarazados de guerras
extrañas, tenían el campo por suyo, confiados en que nunca
había de acabárseles el pan de la boda. Además, por si acaso
á algún picaro madrileño ó á algún extraviado Ministro de
Hacienda se le antojaba escurrirse con pinitos libre-cambis-
tas, se hacían representar en la Corte por comisionados espe-
ciales, sin perjuicio de Madoz, que sacaba el Cristo en el Con-
greso. Todavía remacharon el clavo, creando en 1847 la Jun-
íade fábricas y en 1848 el Instituto industrial: corporaciones
ambas útilísimas si, en lugar de hacerse batalladoras y de
acusar, más tarde y más de una vez, instintos separatistas, se
hubiesen limitado, como rezaban los respectivos estatutos, la
primera á armonizar los intereses de todas las clases indus-
triales, y el segundo á reunir, en un punto céntrico, todos los
elementos de instrucción y perfección que para la ilustración
mutua puedan alcanzarse. De letrado consultor tenían los
fabricantes á D . Juan Illas y Vidal, hombre de grande in-
genio y travesura, á quien comparábamos con Thiers por lo
chiquito y lo expedito de lengua; y habían designado para
representarles en la Cámara, como legado a látere, á don
Tomás Illa y Balaguer, persona de mucha autoridad y an-
tiguo industrial retirado de los negocios. Mi excelente ami-
go D . Tomás perdió el pleito en 1849, cuando se hizo la
primera reforma arancelaria. Recuerdo que terminó su úl-
timo discurso diciendo con Francisco I : . «Todo se ha
perdido menos el honor.» El honor fué lo que menos perdie-
ron: díganlo los progresos de la industria catalana, precisa-
mente desde la reforma de 1849.

IV

No inspiraban serias alarmas nuestras clases obreras, por


inquietas é inclinadas al bullicio, al modo que después lo fue-
MIS MEMORIAS 361

ron; notándose entonces en ellas cierta tendencia á la lima,


al pulimento, á instruirse, á educarse y á corregir la rudeza
de inveterados hábitos. El tejedor catalán, de sobrenombre
pinxo ó chulo de fábrica, se distinguía á la legua de otros tra-
bajadores de más humilde estofa; había un abismo entre él y
la gente de la Barcelonéta. Siempre, por supuesto, mal ha-
blado; vicio deplorable, ingénito en una nación como la es-
pañola, donde la costumbre de echar temos es común hasta
en las clases más elevadas. Pero el pinxo y su pareja la xinxa,
tienen á veces ocurrencias en la conversación que, no por
ser catalanas, desmerecen al lado de las andaluzas.
El desenfado de la xinxa, nadie lo ha pintado mejor que Ri-
bot y Fonseré en aquellos versos de la Carta de Maneta la ca-
talana á Tófol el chufleta:
«Tens amor á mes de mil,
tens mossas com l'estiu moscas;
pero ab mí vas molt Uuny d'oscas:
lay, que t'en dono de fill
¿Qué has fet dones de la Teresa?
Encara que xinxa, jo
may he estat, seré, ni so
platu da sagunda mesa. >

El, el pinxo, sabía leer y escribir, concurría á los cafés más


que á las tabernas, formaba collas ó sociedades para dar bai-
les bajo entoldado ó en salones alquilados, y allí, chistera in-
clusive, se presentaba vestido como un caballero, menos los
faldones. Leía periódicos, comentaba los discursos del Par-
lamento, haciéndosele agua la boca cuando tropezaba con uno
del inolvidable Orense, ó con alguna rociada de Perpiñá
6 del Conde de las Navas. Iba á oír á la Matilde y á Valero;
gustaba del repertorio italiano; y los domingos, con el pa-
ñuelo de provisiones, salía en amable compaña á hacer una
xtfla en la Bodallera ó en la Font trovada.
Dar extremada importancia á ese cambio de niveles, ya tan
distantes de las broncas con suerte de navaja, sería torcer de-
liberadamente el sentido de las cosas. No soy de los que
miran con desdén las culturas incompletas; antes imagino
ser este el mejor sendero para que una clase social se vaya
352 REVISTA CONTEMPORÁNEA

elevando paulatinamente á mayores alturas. Una simple bujía


alumbra menos que un buen mechero de gas, pero alumbra.
Mas suele acontecer que el hombre á medio cultivar, cuando
quiere meterse' en honduras, se encuentra con el juicio fal-
seado, tanto ó más que si estuviera raso. ¡Cuántas veces ha-
bía hecho esta observación, al ver lo satisfechos que algunos '•
estaban de aquellas medias tintas de educación político-
científico-artístico literaria adquirida por nuestros obreros!
Un día, pasando por la calle de Amalia, á la hora de salida
de las fábricas, me encuentro con un grupo de trabajadores
enzarzados muy de veras con la cuestión del reconocimiento
de la Reina Isabel por las Potencias extranjeras. Si faltaban
muchas, si faltaban pocas.—«Pues yo sostengo—dice uno
saliéndose del corro—que en realidad no falta ninguna: ¿no
la ha reconocido ya todo el mundo, menos esos cuatro reye-
zuelos de la Rusia y de la Prusiaí»
Fué otra vez en el Liceo. Como sábado ó domingo estaban
cuajados de jornaleros los asientos fijos. Daban Favorita y
habíamos llegado á la escena final, en que Fernando y Leonor
se encuentran junto á la cruz de piedra. No hubo concluido
el tenor de pronunciar aquella punzante ironía:
cNelle sue stanze il re, il re t'aspetta,>

cuando empieza un fuerte altercado entre la gente del bron-


ce. Unos quieren aguardar la conclusión, otros marcharse.
Viendo aquel alboroto, pregunto por qué se van.—«¿Por qué,
por qué nos vamos?—contesta uno de la partida.—Porque ya
nada tenemos que hacer aquí: siempre me figuré que esto de
Don Femando y Doña Leonor vendría á parar en un ca-
samiento.i>

Dígase lo que se quiera, la cuestión social nó había aso-


mado la oreja en Barcelona. Cierto que más de una vez ha-
bían brotado centellas de descontento: se habían quemado
MIS MEMORIAS ¿5^

fábricas, y en otras, sin llegar á tal extremo, ocurrieron esce-


nas deplorables; mas todo ello obedecía, ó á mañas políticas,
6 á meros disgustos de taller, luego apaciguados con la buena
voluntad de amos y operarios. Tampoco negaré que se mur-
murase más ó menos por lo bajo, buscándoles en secreto las
cosquillas al capital, al rico, al empresario: lo cierto es que,
en mi tiempa, no vi una sola huelga formal, ni echarse los
obreros á la calle, ni cosa que se pareciera á asonada ó públi-
co tumulto en reclamación de jornales. Sólo una vez, estando
de Capitán general La Rocha, se alborotaron algún tanto los
ánimos con motivo de la introducción de las máquinas lla-
madas seifactinas (sel/acting): episodio curiosísimo, no por-
que provocara muchos lances, sino por una especie de bando
amasado con hiél y con ponzoña, en que la Autoridad echaba
pestes contra las máquinas en general, como podría hacerlo
hoy el más nervioso de los internacionalistas, Con lo cual, los
que empezábamos á vivir empezamos también á penetrarnos
de la alta sabiduría, alta discreción y altísimo tacto con que
los agentes de los Gobiernos suelen mediar en este género de
contiendas, cuando son llamados á resolver algún grave con-
flicto económico.
¿Por qué estaría poco picardeado el obrero catalán? Porque
le ataban corto, dirán los autoritarios. Más corto le ató des-
pués Zapatero, y salía á huelga por minuto. Tratemos seria-
mente las cosas serias. Asegurábase, y téngolo por cierto,
que lo más florido de nuestros operarios estaba ya al tanto
del movimiento socialista. Conocían á Babasuf, leían á Saint
Simón, adoraban á Fourier, se extasiaban con Owen, secre-
teaban con Cabet, comentaban á'Víctor Considérant, admi-
raban á Pedro Leroux, aplaudían á Luis Blanc y descifraban
á Proudhón. Voluntad no les faltaba: ocasión, oportunidad,
pretexto era lo que no tenían. Los amos ó principales—hagá-
mosles justicia—no daban grandes motivos de queja á sus
trabajadores. No que se ocuparan mucho en abrirles escue-
las, ni en construirles casas baratas, ni en fundarles monte-
píos, «i en cuidar que se aboliera la prohibición de trigos ex-
tranjeros para abaratar el pan, ni en emplear su grande in-
fluencia para suprimir ó moderar los consumos, pesadilla
TOMO LXV.—VOL. IV. 23
254 REVISTA CONTEMPORÁNEA
eterna de las clases pobres. Pero el amó catalán no explotaba
al obrero, como hacían entonces el francés, el belga, y sobre
todo el inglés: pero el amo catalán no escatimaba los jorna-
les: pero el'amo catalán no se daba aires de tiranuelo con su
gente, porque alguno tenía que acordarse de que había salido
de las mismas filas obreras, y pocos años antes había comido
la arengada y vestido el traje de faena.
Faltaba además otro elemento principalísimo para todo
movimiento popular, la organización; y ésta sospecho que
no empezó en Cataluña para la clase obrera hasta más tarde,
con los coros de Clavé. Y aunque en otros países veíamos en
marcha esta organización de los operarios, sus resultados no
habían sido tan felices que pudiesen tentar en lo más mínimo
la ambición ó la codicia de los nuestros; porque aquel desdi-
chado ensayo de los talleres del Luxemburgo después del 48,
y aquellas infructuosas propagandas en favor del derecho al
trabajo y del derecho á la asistencia, y aquellas terribles jor-
nadas de Junio en París, seguidas de una triste dictadura,
bastaban y sobraban para hacer entrar en razón á los más
inexpertos, retrayéndolos de intentar calaveradas. ¡Ojalá pu-
diese tanto la experiencia en los días que hemos alcanzado!
Mas no adelantemos cosas ni juicios que han de tener su
lugar, y ocasión, como se verá por el discurso de estas histo-
riejas: contentémonos con dejar sentado que, si en aquella
época había entre las clases operarías algún espíritu levan-
tisco, todavía, por fortuna de todos, no figuraba en el Dic-
cionario un nombre absurdo que hoy se hace linternear ante
nuestros ojos, á manera de fantasma ó amenaza: ¡el nombre
de par ¿ido obrero!

VI

Ahora, señores míos, si para terminar este capítulo quie-


ren VV. que nos echemos á flanear un ratito por aquellas
calles y tiendas de Barcelona, tales como las conocí en mis
veinte abriles, en consentirlo recibiré merced señalada, porque
MIS MEMORIAS 255

así tendremos ocasión de fijarnos en ciertos pormenores de


mucho colorido local, y en otra multitud de curiosidades.
Ante todo, y por si acaso necesitan medicinas de buena ley,
drogas, ungüentos y emplastos de confianza, les recomien-
do, ahí en una esquina de la calle del Asalto, la botica de
Borrell, que con la de Padró, á la entrada de la Plaza Real,
por Fernando, y con las de Yáñez y Martí, en Escudillers,
eran las más acreditadas farmacias de la época; y prevengo
á VV. que sin globo de cristal verde ó rojo: que no había pe-
netrado aún en nuestros usos y costumbres aquel bello y lu-
minoso aditamento de lo que llama el docto Camus la pu-
cherología.
Y ya que estamos en la calle de Escudillers, háganme el
obsequio de notar la muestra de mi sastre Fábrega, mi inolvida-
ble Fábrega, tan escuálido personaje como humilde servidor de
ustedes, que ya he tenido el honor de presentar á vuesas mer-
cedes en otro lugar, como especialidad sin igual para fraques
y levitas. Olvidarle á él, sería olvidar, además de aquellas
prendas, los únicos chalecos y los únicos pantalones que he
llevado á gusto: sea esto dicho con perdón de tanto respeta-
ble sastre que me ha ayudado en este mundo á vestir el cuer-
po y á desvestir el bolsillo: sin excluir á mis queridísimos ami-
gos los Sres. Bernáldez hermanos, con quienes tan prolongada
situación tijeril vengo atravesando.
Corrámonos un poco hacia la Marina, y metiéndonos por
la calle Ancha, entremos en casa de mi zapatero Font, que
ya debe tener corrientes mis últimas botas. ¿Botas dije? Bo-
tinas debían ser; que ya empezaban á usarse de charol ó de
becerro, desde que habíamos abandonado la moda de las tra-
billas, con las cuales hacían juego aquellas altas y pesadas
botas con cañas que nos daban, al andar, la sólida apariencia
de un picador desmontado.
Como buenos boulevardiers, volvamos á nuestro centro de
operaciones, la Rambla; y, en la del Centro, subamos á los
espléndidos salones del peluquero Francard, francés ingerto
en catalán, que, al hablar de sus recuerdos de París, de fijo
repetirá cien veces que en la tragedia classica, la Rachel estaba
ravissanta. Entreguen VV. sin escrúpulo la cabeza á aquel
256 • REVISTA CONTEMPORÁNEA

sublime artista 6 á cualquiera de sus dependientes; yo renun-


cio á ello por la rebeldía de mi pelo... cuando usaba completa
aquella prenda. ¡Felices VV. que saldrán de la casa tari ga-
lanes, con la raya partida por medio hasta la nuca y sobre
cada oreja profusión de ricitos en copete, artísticamente dis-
puestos por aquellas mágicas manos! Ya que no prefieran,
como prefería yo, el más severo toque del pelo pegado á las
sienes, que es á lo que llamaron más tarde peinado á la Pré-
sidence.
No les aconsejo que entren en casa del dentista Appigna-
ni, que les hablaría de la Milicia nacional y de cuando él era
la segunda comandanta de la primera batagliona: ni, si no usan
calzado estrecho, en casa de Napoleón, artista pedicuro que
tomaba suscritores pava el arreglo de los pies: ni tampoco en cier-
ta fonda de las cercanías donde un mísero italiano, creyendo
topar cangrejo, tropezó en e! arroz con una bestezuela corredera
pocco cozida; ni finalmente, en el establecimiento barcelonés
de Bach, casa inverosímil por sus grandes tamaños, el tama-
ño de las letras de la muestra, en vida del padre, y el tama-
ño de los precios en vida del hijo, más conocido después en
nuestra Villa y Corte.
Compraremos modestamente un sombrero en casa Jubé,-
que nos lo dará magnífico de felpa por tres duros, y unas chu-
cherías y algunos juguetes para chicos en el almacén de Vi-
llalonga ó en el de Pradera. Guantes, en todas partes; pero
si han de creer VV. á quien bien les quiere, escogerán la
tiendecita que hace recodo frente á San Jaime, porque en aquel
establecimiento, servido exclusivamente por damiselas, si la
piel del guante no era de lo más superior, lo hallaban com-
pensado con la de unos finísimos y delicados dedos que la
ajustaban á la mano con primor exquisito. Para joyas, Carre-
ras 6 Suñol; para trapos de señora, los almacenes de Fre-
ginals, acabaditos de restaurar entonces en el Cali, con altas
galerías y una habilidad d'étalage digna de competir con lo
mejor de nuestros tiempos en el Louvre ó en la Maison de
blanc, en París.
Con la fatiga de una tan larga caminata les supongo
deseosos de tomar un bocado. ¿Es un simple tente en pie?
MIS MEMORIAS 267

Pues á la chocolatería de la Mahonesa, frente al Liceo,


donde les servirán el rico soconusco, con la consiguiente en-
saimada," cuyo secreto posee únicamente la feliz patria de
Raimundo Lulio; ó bien á tomar un grabulet, relleno de cre-
ma, en la pastelería, esquina á la calle de Fernando. O la
coca; ó si es en Enero, el clásico fortell de! Forn de San Jaume.
Ó mejor todavía: vayan de mi parte á las monjas de la Ense-
ñanza, y encarguen á las reverendas madres un requesón ó
mató de monxa con atavío de violetas. Digo á VV. que se
chuparán los dedos.
¿Pedía el cuerpo algo que se pegara más al riñon? Butifa-
rra y lomo de Can Bisa, ó las delicias de los Colmados, que
empezaban á estar en boga. Y si el almanaque rezaba vigi-
lia, derechitos á las dos pescaderías panópticas del Bornet
y Plaza de San José, donde no había imaginación que se ade-
lantase á la vista enmedio de aquella mar de lubinas, merlu-
zas, dentones, llissas, lenguados, castañolas, congrios, atu-
nes, xangiut, pajeles, salmonetes, calamares, meros, langostas,
langostinos y todo género de mariscos.
¿Dónde tomamos café? Donde á VV. les plazca, advirtién-
doles que yo tenía la costumbre de tomarlo ó en Cuyas ó en el
Ca/énoudela Rambla. Atraíame á éste el piano de Nogués.
Nogués era un pianista de los supra sensibles; llevaba un
poema en cada dedo; frente espaciosa, ojos iluminados, ins-
piración y ejecución á un tiempo. Sentía con el piano más
que tocaba. Teníamos una fórmula para hacerle ejecutar las
piiezas de nuestro gusto.—«Nogués, necesito el final de la
Lucía. r>—Y brotaban de las teclas las lágrimas de Edgardo.
A veces, si estábamos á distancia, Pepe, el camarero, nos es-
tropeaba los recados. Un día pedimos la sinfonía de la Semí-
ramis, en catalán Semirámis. Pepe se acerca al maestro.—
«Sr. Nogués: aquellos caballeros desean oír la sinfonía de las
Cien mil ánimas.))

JOAQUÍN MARÍA SANROMÁ.


BRIHUEGA Y SU FUERO

CONTINU4CIÓN ( l )

EL Arzobispo D. Gil de Albornoz, ya citado, hé-


roe español en el siglo XIV, y cuya fama llena to-
davía algunas comarcas de Italia, hay en Brihuega
y sus cercanías gratísimos recuerdos y memorias
venerables.
Elegido Arzobispo en 1339, al año siguiente, á una legua
de Brihuega, en sitio alto y de mucha frescura y amenidad,
donde el lugar que allí existía se llamaba por estas circunstan-
cias Villaviciosa (Villa deleitosa, dicen los documentos lati-
nos), erigió D. Gil una capilla en honor de San Blas, y junto
á ella una casa, que pronto tuvo algunos aumentos. En
aquellas altas soledades, á donde el rumor del Tajuña, que
corre al pie de la montaña, no podía subir, pero donde en
cambio rodaban de continuo las purísimas aguas de una fuen-
te caudal, allí cerca nacida, daba reposo al cuerpo y alivio al
alma el insigne Prelado, honor del patrio suelo y de la Igle-
sia española (2).

( I ) Véase la pág. 5 de este tomo.


(2) iDescansando de los negocios graves, para dar algún alivio al alma
en la soledad y retiramiento, ocupándose en la contemplación y buenos pen-
samientos, á que su natural era inclinado.» Porreño, Vida y hechos hazañosos
BRIHUEGA Y SU FUERO zSg

Aquel descanso en su vida azarosa, descanso que sin duda


no hallaba ni aun en Brihuega, y su devoción á San Blas, le
movieren á enriquecer la ermita del santo con nuevos y es-
peciales dones. En 17 de Noviembre de 1347 autorizó la es-
critura de fundación de una casa de canónigos regulares (i),
y en 19 de Setiembre del año siguiente dio una cédula eri-
giendo la ermita ó capilla de San Blas en monasterio de canó-
nigos reglares de San Agustín, los cuales habían de ser seis y
un prior. Dióles rentas, edificó un claustro pequeño, «que
agora dicen de Santa Ana» (2), les dotó, entre otras cosas,
con el cercano molino de Ranera, á orillas de Tajuña, y que
todavía existe, con la heredad de los Hueros, junto á Alcalá,
y el beneficio servidero de Peñalver, así como con casas y fin-
cas en Hita, Brihuega, Villavicidsa y otros puntos.
En 16 de Junio de 1350 añadió nuevas mercedes y libera-
les dones á los anteriores,, y estando en Villaviciosa recibió
por entonces la obediencia de su sufragáneo D. Gonzalo, Obis-
po de Osraa (3). Y en su testamento (4) dispuso que el Ca-
bildo toledano, de las rentas que poseía en Brihuega y sus
términos, pagase al monasterio de Villavicio-sa 2,000 marave-

del Cardenal D, Gil de Albornoz (Cuenca, 1626), folio 31 vuelto. Porrefio


cree que el palacio de Villaviciosa se levantó en 1347. El Cardenal era devo-
tísimo, como su padre, del glorioso San Blas, También habla Porreño de
esta fundación en su Historia de Santa Librada, folio 82.
( I ) Dice Porreño qv.e se conservaba original en el convento de Villavi-
ciosa. No figura entre los documentos que, según veremos, se salvaron cuan-
do la exclaustración, y que están ahora en el archivo parroquial de la pequefla
villa.
(2) Porreño, obra citada.
(3J Aparece fechada la carta de obediencia en II de Junio de 1350 en la
capilla del monasterio de San Blas de Villaviciosa, cerca de Brihuega. Toda-
vía no era Cardenal D. Gil, según resulta de este instrumento, que copió
el P. Burriel del archivo de la iglesia de Toledo. Adviértase que se llama en
la carta monasterio á la fundación de D. Gil y no colegiata, como errónea-
mente la nombra Castejón en su Primacía de la iglesia de Toledo, 3.* parte,
pág. 808.
(4) Lo copió Burriel en su colección diplomática, tantas veces menciona-
da, tomo DD, 4 2 . Lo trascribe también Porreño en la Vida de Z>, Gil de
Albornox ya citada.
26o REVISTA CONTEMPORÁNEA

dís, la mitad para reparaciones de la casa y la otra mitad para


vestuario de los canónigos en ella moradores, y si el Cabildo
no cumpliese esta ordenanza, dejaba al monasterio la villa y
castillo de Paracuellos, en la diócesis de Toledo, que compró
en tiempo de Alfonso XI á la orden de Santiago (i).
En 1348, el Arzobispo anexionó e' curato .d-i Viliaviciosa,
acaso entonces no más poblada que hoy, al monasterio de ca
nónigos que había establecido, eximiendo por esto á la parro-
quia de la visita, corrección, etc., del arcediano de Guadala-
jara, de quien dependía antes (2).
Pero, el descaecimiento y debilidad, que al cabo se apode-
ran de todas las obras humanas, entraron pronto en el monas-
terio de los canónigos de San Blas, de tal suerte, que antes de
cumplir medio siglo estaba á punto de arruinarse, no sólo en
el orden material, sino en el espiritual. Porque los regulares de
aquel sagrado claustro, que con tan liberal mano fundó y dotó
el Arzobispo D. Gil, rompieron la disciplina, y olvidando los
deberes que imponía su regla y los preceptos del fundador,
diéronse á vivir, más como gente libre y sin conciencia, que
como canónigos claustrales. Andaban sueltos é inquietos,
sin Dios y sin ley, ó al menos, no tan recogidos como exigían
su clase y profesión, de tal suerte, que la fama de su mal vi-

( I ) Dicen las cláusulas relativas al asunto: <Ita tamen quod idem Deca-
nus et capitulum postquam prasdictum Castrum (de Paracuellos) seupecuniam.
recuperavint leneantur de reditibus suis quos habent in viUa de Briocha To-
letanse Diócesis et ejus territorio daré et solvere singulis amis priori et Con-
ventuí Monasterii beati Blasii de Villadelitiosa dúo millia morapetinorum...»
Loperraez (historia del Obispado de Osma, t. I, pág. 297) dice que había
llegado á sus manos la escritura de fundación hecha por D. Gil.
(2) Entre los documentos que existen en el archivo parroquial de Villa-
viciosa, salvados del monasterio cuando ocurrió la exclaustración, hay uno en
pergamino, falto del sello pendiente que tuvo, y que es la escritura de anexión
del curato al monasterio, dado por D. Gil en Santorcaz el 13 de las kalendas
de Octubre de 1348. Para la congrua sustentación de la parroquia, asignaba
al monasterio unos huertos en Alcalá, junto á la puerta de Burgos, unas casas
en la misma villa de Alcalá, otras en Toledo, cerca de .Santa Leocadia, unas
viñas en Brihuega y Viliaviciosa, junto al palacio del Arzobispo, y otras
heredades y ñucas en varias partes. Comisionaba el prelado al vicario de
Brihuega para que ejecutase en parte aquellas disposiciones.
BRIHUEGA T SU FUERO 201

vir llegó á conocimiento del prelado toledano, y le hizo ejer-


citar su autoridad para que terminasen aquellos desmanes.
Entonces (1395), el Arzobispo, que era ala sazón D. Pedro
Tenorio, dio comisión á D. Juan Serrano, Obispo de Sigüenza,
para que visitase el monasterio y corrigiese en él cuantos abu-
sos existieran y del modo que mejor cuadrase á su conciencia
y autoridad episcopal. De súbito y sin previo aviso se presen -
tó el Obispo en Villaviciosa un jueves, 3 de Junio del año ex-
presado antes. Lo primero que halló el Obispo al entrar en el
monasterio fué una mujer llamada Doña Olalla, que hacía tiem-
po vivía dentro de clausura en la casa del campanario. Pero, en
cambio, el prior Diego Ferrandes se hallaba ausente, en To-
rres, junto á Alcalá, á donde fuera para ver unas fincas del
monasterio.
Mal efecto debió producir esta entrada y recibimiento en el
virtuoso prelado que al punto hizo notar ante notario estas
ciróunstancias que fueron cabeza del proceso de su visita (i).
Después de descansar dos días, empezó el seguntino las
operaciones de la visita, y el día 6, ante el prior á quien
llamaron con urgencia, y tres canónigos, únicos que había,
aunque eran seis los prescritos por la fundación, se dio lectura
á la cédula del Arzobispo que encargaba la comisión al Obis •
po D, Juan Serrano, declarándose en él, que, lo mismo los in-
tereses espirituales que los materiales y-económicos de la fun-
dación de D. Gil de Albornoz, estaban abandonados por com-
pleto, sin que el prior Diego Ferrandes, nombrado hacía poco
para remediar el daño? hubiese hecho cosa alguna digna de
alabanza (2):

( I ) E S interesantísimo este expediente que he visto y extractado, y que se


guarda aún original en el archivo parroquial de Vüte. vicios a. Forma un có-
dice en pergamino de nueve hojas en folio de letra muy menuda, y que tuv6
un sello pendiente. Loperraez {Historia del Obispado di Osma, t. I) dice
que tuvo copia de él. Empieza: cln nomine domini amen. Sepan cuantos este
público instrumento vieren como jueves tres días, etc. >
(2) Dio el Arzobispo Tenorio esta cédula de comisión en Villafranca, á
6 de Mayo de 1395. En el proceso, siempre que menciona á Diego Ferrandes,
aBade el notario: «prior que se llama. > Al ser requerido éste para que presen-
tase su título de colación de prior, mostró una carta sellada «que parecía ser»
202 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Empezó luego la visita, haciéndose presentar el Obispo las


escrituras del monasterio, que á veces copia el proceso. Se
hizo el inventario de los bienes muebles y raicee, así ccmo de
los beneficios y préstamos de que gozaba la casa, y de las ro-
pas y alhajas déla sacristía (i). Lo más interesante de este
inventario minucioso es la siguiente descripción de los edifi-
cios que formaban aquella casa religiosa, y en los cuales, por
lo que se ve, intervinieron grandemente los arquitectos mo-
riscos ó mudejares.
«ítem estas son las casas del dicho monasterio, e las cosas
que están en ellas e eixada vna dellas prinieramente entrando el
ome á la capiella que esta enuestida en la torre (2) e está
bien reparada, e saliendo de la dicha capiella están unos arma-
rios enuestidos en la pared de la torre con sus puertas e con
un cerrojo, e saliendo por la puerta de la dicha capiella e de
los dichos armarios está una quadra (3) a la qual llaman ellos
cabildo, las paredes malas e mal asaz unidas que se quifere
caer et el alcoba de suso toda de rreparar de nuevo de
suso que se quiere caer. Et en medio desta quadra está vna
pileta de marmol con vna fuente en derredor e con su caño

de D. Sancho, abad de Santo Tomé del Puerto, junto á Sepiilveda, y otra del
Arzobispo Tenorio. La primera, del abad, hacía saber que no pudiendo man-
tenerse los canónigos que había en Santo Tomé, y siendo grande la necesidad
que padecían, uno de ellos, Diego Ferrandes, le había pedido licencia para
buscar donde establecerse mejor, y se la concedía.
(1) Una fde las casullas era clabrada á grifo con filos de oro, con sus
dos cenefas estoriadas de apóstoles.! (Otra casulla estaba empei5adal
Se menciona también una arqueta de cerraduras con armas de castillos, y
leones y calderas, «en que está el cuerpo de Dios:> otra más pequeña, cu-
bierta con un paño morisco, viejo y roto; cítanse también varias cruces y
crucifijos de «latón,> un «guadalmescid,» una sábana de lino con cenefa «do-
rada estoriada de apóstoles, bordada con borlas de plata> y «un frental de
lienzo figurado de santos.»
(2) Hoy no queda del monasterio otra cosa que unos lienzos de muro,
una portada de piedra de fines del siglo XVIII, y la torre desmochada, en que
se ve la obra de dos épocas distintas. En su pie hay abierta una estancia, con
entrada y bóveda ogival, que sin duda fué la capilla embestida en la torre de
que habla el proceso.
(3) Esto es, una sala ó estancia.
BRIHUEGA Y SU FUERO 263

adrillado de azuleios blancos e prietos (i). Et en esta dicha


quadra es^án vn par de puertas pequeñas por do entran a la
dicha capiella, e otras maiores como sale eme de la dicha
quadra, muy buenas, labradas a la morisca. Et delante las
(puertas) de la dicha quadra está un anden adrillado con sus
azuleios prietos e blancos e verdes. Et sobi>e este dicho anden
está obrado un almocaraues, todo pintado de obra de oro e
de azul, e base a perder por los malos tejados de suso. E t es-
te dicho almocarraues sotienenlo ginco pares de pilares de
marmol prietos e blancos. E t delante deste dicho anden está
un campo quadrado que fue dexado para vergel e está en
medio del fecha vna fuente do se resgibia el agua que salia de
la dicha quadra. Et en derredor deste dicho campo están unos
salimientos firmados sobre canes que alcan9an el agua de los
tejados de las cámaras e torre por ellos ayuso, e cae en tierra
e vienense todos á tierra, e de la una parte está todo caydo.
Et ayuso deste dicho campo está vn pala5Ío pintado que lla-
man de los Reyes et están y pintados rreyes et condes et mo-
ros con azul e oro, e este dicho palagio está sobre bodega. E t
sobre este dicho palagio está vna cámara que ha menester
grande reparamiento. Et saliendo de dicho campo entra el
ome en un palagio (2) que dizen refector, con su palaziete,
en que tienen la vianda.»
Y sigue más adelante la descripción: «Et saliendo de la
claustra contra la puerta mayor del monesterio de cara al
arroyo está a la mano esquierda una casa cayda et saliendo
desta casa está un portal pequeño con sus puertas buenas e
en este dicho portal está una escalera de piedra e de adrillo
obrada por do suben á dos cámaras que. están sobre este
dicho portal e sobre otro portal... E t estos dichos portales
tienen los gielos pintados de armas del Rey de Castilla e del
Cardenal don gil e de otros e estos gielos están de reparar...»
No acabó entonces la visita el Obispo de Sigüenza, porque

(1) Azulejos blancos y negros.


(2) Ya se advertirá que en este documento, como en otros d e la Edad
Media, la voz/a/<j«'íi-equivale á casa, y no tiene la importancia y significado
que hoy.
264 REVISTA CONTEMPORÁNEA

tuvo que partir en 21 de Junio. En 13 de Marzo del año si-


guiente de 1396, continuó la visita y también al llqgar se en-
contró de golpe con Doña Olalla y tampoco halló al buen
prior, ausente en Alcalá y Torres, aunque vino al punto por
llamamiento del visitador, quien le pidió las cuentas ante San-
cho Ferrandes, clérigo de Santa Cruz de Brihuega (i). Las
cuentas, como todo, estaban muy oscuras. Por escrito presen-
tó sus cargos el Obispo al prior del monasterio (2), ordenán-
dole que en seguida, y dentro de un plazo, procediese á repa-
rar los daños de los edificios y otras cosas, y como el prior
se resistiese, le invitó el prelado á renunciar el priorato y
cuantos derechos tenía por ministerio de la fundación, cuyas
cargas tan mal cumplía.
Con imponente solemnidad, en 22 de Marzo manifestó el
Obispo ante e! mermado cabildo, varios religiosos Jerónimos
deLupiana y otros testigos, cuan mal se habían ejecutado las
ordenaciones del Arzobispo fundador, y como no se guardaba
por los claustrales la regla de San Agustín, por lo que, y pre-
via la renunciación de éstos, el Obispo, como visitador por el
Arzobispo de Toledo, entregaba la fundación á los monjes de
Lupiana allí presentes para que estableciesen una comunidad
con arreglo á las prescripciones de su Orden; ordenando que
si los canónigos y el prior quisiese permanecer allí, se queda-
sen y fuesen mantenidos decorosamente. En 23 de Marzo,
los monjes Jerónimos eligieron por su prior á Fr. Pedro Ro-
mano, y aquel mismo día celebraron sus horas canónicas, con
lo que terminó el expediente (3), quedando trasplantada de

( I ) Esto debe ser error del notario. En Brihuega nunca hubo parroquia
de Santa Cruz. La de Villaviciosa sí llevaba y lleva esta advocación.
(2) Entre los cargos aparecen éstos: que no había el número de canóni-
gos reglares establecido por D . Gil de Albornoz; que el prior andaba casi
siempre fuera del monasterio; que los edificios de éste se arruinaban, sin que
nadie acudiese á su reparo; que la iglesia, así como la aneja de Cobatillas,
estaban también casi arruinadas; que la pila bautismal de Villaviciosa se en-
contró rota; que las casas de la Ferretiuela, lugar puesto en frente y al otro
lado del rio, estaban caídas, etc.
(3) Termina el expediente ó proceso con un auto del Arzobispo Tenorio,
fechado en el Prado á 17 de Mayo de 1397, confirmando y aprobando todo lo
hecho por el Obispo de Sigüenza.
BRIHÜEGA Y SU FUERO 205

este modo á los campos de Villaviciosa una rama del árbol


lozanísimo de la Orden jeronimiana.

Aunque Villaviciosa era villa por sí y poseía, no obstante


su corto vecindario, cierta independencia que le aseguraba la
protección del convento, pasó por los mismos trances que
Brihuega, y juntas han de correr por ello las memorias de
ambos pueblos. Sólo que, como sucede con harta frecuen-
cia en el seno de las familias, esta hermandad trajo á veces
diferencias y enojos, generadores de largas y amargas quere-
llas en que andando los tiempos habían de entender de conti-
nuo los jueces de comisión, las Chancillerías y los Consejos,
tocando por lo común la parte peor de las sentencias al hu-
milde caserío, adornado con el pomposo nombre de Villavi-
ciosa.
Resumen y cifra, y aun total modo de ser de Villaviciosa,
es la historia de su monasterio, que si no alcanzó la fama y
las riquezas de los de Lupiana, Guadalupe y otros de la mis-
ma orden, tuvo creces y aumentos en la Edad Media suficientes
para llamar nuestra atención. Los Arzobispos, los Prelados de
la orden, los grandes señores, cuyos estados radicaban en aque-
lla comarca ó en sus vecinas, concedieron mercedes y dones de
mucha cuenta á unos monjes cuyas virtudes realzaron al mo-
nasterio tanto como habían traído su descrédito los canónigos
regulares de San Agustín, á quienes D. Gil de Albornoz, se-
gún hemos visto, confió la guarda y disfrute de su pingüe
fundación. La orden misma, aun cuando estaba próximo el
convento matriz de Lupiana, residencia de los Generales y lu-
gar de reunión de sus grandes asambleas, cuidó de la casa de
Villaviciosa de un modo singular, y las crónicas de la orden y
los restos del archivo del convento de Villaviciosa prueban los
progresos de la casa, que no decayó sino mucho más ade-
lante ( I ) .

(i) He visto entre otros documentos, aparte de los que cito especialmente.
266 REVISTA CONTEMPORÁNEA

De un Arzobispo toledano se conserva aún en la humilde


parroquia una rica joya, probablemente donada al monasterio
por el mismo prelado. Es un cáliz de plata dorada, sobre cuyo
pie campean, grabadas y esmaltadas las armas del Arzobispo
D. Juan Martínez de Contreras, las cuales lucen y ennoblecen
la parte más antigua y curiosa del palacio arzobispal de Alcalá,
hoy riquísimo Archivo central de España (i). Consérvase en el

los siguientes, que con estos otros se guardan atín en el archivo parroquial de
Villaviciosa, y los cuales, sin duda, fueron salvados de la ignorancia y las
malas pasiones cuando la desamortización:
—Traslado de una bula de Benedicto XIII (el antipapa Luna), para que
este monasterio de San Blas pueda gozar de los privilegios y gracias de la
orden de San Jerónimo. (En pergamino.)
—Sentencia condenando á dos beneficiados de PeBalver á que paguen al
monasterio por razón del beneficio que en ella tienen. i8 de Setiembre era
1408. (En pergamino muy destrozado.)
—Traslado de una bula del antipapa Luna, concediendo varias gracias al
monasterio. 4 de Octubre de 1406. (En pergamino.)
—Traslado de una bula de Pío II contra los que pasan de una Orden á
otra, y decisión respecto 4 la aprehensión de los fugitivos. 8 de Agosto de
1463. (En pergamino.)
—El Arzobispo D. Alfonso Catrillo trascribe una bula del Papa, de l.° de
Junio de 1467, eximiendo á la Orden del pago de alcabalas y otros pechos.
Fechada en Alcalá á 10 de Octubre de 1480. (En pergamino.)
—Bula original del aptipapa Luna comisionando á los Obispos de Sigüenza
y Plasencia y deán de Sigüenza, para aprobar y confirmar la fundación, insti-
tución ó anexión de este monasterio. Nonas de Setiembre del 12.° afio de su
pontificado. Hace en ella una ligera referencia al cambio de los canónigos
regulares por los monjes Jerónimos. (En pergamino.)
—Traslado de una bula del mismo para que los frailes puedan ordenarse
sin licencia de los Obispos. 7 de Noviembre del 24.° afio de su pontificado.
(En pergamino.)
—Documento latino, en pergamino, falto del sello que tuvo, por el cual
D. Gil de Albornoz anexionó el curato de Villaviciosa al monasterio. Aflo de
' 3 4 8 . 13 de las kalendas de Octubre. Es muy curioso.
Hay otrc-s varios que no menciono para no dar más extensión á estas notas.
( i ) D. Juan Martínez de Contreras fué Arzobispo primado desde 1422
á 1434-
El pie del cáliz está formado por segmentos de círculo y ángulos salientes.
Tres secciones del pie van caladas y cada uno de los huecos ostenta una hoja
repujada, de arte ogival, como todo el cáliz. Alternan con estas secciones
otras tres: en una hay grabado en caracteres góticos el monograma IHS; en
BRIHUEGA Y SU FUERO 267

país la tradición de que Felipe V, después de la victoria


que en 1710 aseguró su corona en los campos de Villaviciosa
y de Brihuega, regaló este precioso cáliz al monasterio de Je-
rónimos; si esta tradición es cierta, procedía sin duda la artís •
tica joya de alguno de los pueblos del arzobispado que las
tropas del Archiduque arrasaron y saquearon, sin miedo á Dios
vengador, y con gran escándalo de toda España, cuando se
retiraban del centro de Castilla para ser vencidas en Villavi-
ciosa.
El convento adquirió desde el principio algunas fincas im-
portantes. Iñigo Niño y Mayor González, consortes y vecinos
de Brihuega, vendieron al prior y frailes la heredad de pan lle-
var «que llaman dé Palacio, que es en término de Mandayo-
na,> frontera de Civica, Cobatillas y el río, por el precio
de 7.000 maravedís de la moneda usual y corriente de Casti-
lla. Pasó la escritura de venta en Brihuega á 30 de Diciembre

otra el de XPS, y en la tercera se ve superpuesta y clavada una planchita de


plata sin dorar con el escudo de cruces y castillos acuartelados del Arzobispo
Contreras.
Las cruces, de perfil esmaltado de rojo, van sobre campo de plata, y los
castillos, perfilados de negro y dorados en lo demás, sobre campo esmaltado
de rojo. El esmalte es mediano y de superficie poco lisa.
El nudo del árbol del cáliz forma una serie de torrecillas de bella arquitec-
tura ojival, con portadas, ventanas, almenaje, agujas, pilastritas, etc., forman-
do una labor de mucho relieve y elegancia. Desde el nudo al pie hay un
cuerpo arquitectónico análogo, aunque más sencillo.
La ancha copa está guarnecida de cinco hojas góticas como las del pie,
sueltas y de mucho realce, y lleva en el exterior, y en caracteres góticos, la
leyenda CALICEM SALVTARIS ACCIPIAM.
La patena, de plata dorada, tiene en el centro la mano de Jesucristo, sa-
liendo de entre una nube, y grabada como las inscripciones con una línea de
puntos. La mano bendice y ostenta nimbo, crucifero. También la patena
tiene inscripción.
Es, en suma, el cáliz de Villaviciosa una rica joya de la orfebrería española
en la Edad Media.
El escudo es del Arzobispo Contreras, igual, como digo, al que se ve en
algunas partes del palacio arzobispal de Alcalá. Argote de Molina, sin embar-
go, en su discurso á la Historia delgran Jamorlán, asegura que las armas de
dicho prelado eran tres bastones azules en campo de plata, como se ven, aña-
de, en su sepulcro de Toledo.
258 REVISTA CONTEMPORÁNEA

de 1436, ante Alfonso Sánchez de Brihuega, escribano del Rey.


El palacio, ó casa, existía en realidad, pues ante sus puertas se
hizo la tonla de posesión en 3 de Enero de 1437, Y por cierto
que hay diferencia de un año, sin duda por error, entre la car-
ta de venta y otras diligencias (i).
Aún fué más importante la adquisición de la granja y casa
de Cívica, que después de tantos siglos y apesar de su fábri-
ca de papel, no ha logrado salir de la categoría de caserío.
En 20 de Febrero de 1441, Antón Diez de Ríos, vecino de
Cifuentes, en nombre de Ruy Gómez de Alcázar, su yerno, y
de «Gostanza» Gómez, su hija, vendió por juro de heredada los
religiosos de San Blas de Villa viciosa, «aldea de Brihuega,» la
casa de Cevica, que después se ha llamado de Cívica, la cual
es en el suelo de Mandayona (2). Era entonces «casa fuerte,»
lo cual nada tiene de extraño por hallarse edificada sobre una
roca tobiza, cuyos senos muestran las más curiosas grutas es-
talactíticas, tapizadas de hermosísimas yerbas; 14.000 mara-
vedís de la moneda blanca entonces usada en Castilla dio el
monasterio por la finca, que enriquecían muchos huertos, exi-
dos, herrenales y arboledas (3).
El Rey Enrique III, por virtud de albalá, concedió á esta
santa casa cinco excusados que fueran quitos y libres para
siempre de los reales tributos, y manifestó en el mismo docu-
mento que le plugo dar licencia á su Almirante D. Diego Fur-
tado para dar al monasterio otros cinco excusados, de los que

( I ) En el archivo parroquial de Villaviciosa existe un códice en siete


hojas de pergamino, en 4.°, donde se contienen tales diligencias. La carta de
venta ofrece tal cúmulo de fórmulas legales, que puede pasar como modelo de
esta clase de documentos en aquella época. El pago de Palacio aún lleva este
nombre, como llevan los antiguos la mayor parte de aquellos términos que
existen entre el caserío de Civica y el de Villaviciosa.
{2) Los territorios y jurisdicciones de Alianza y de Mandayona se exten-
dían entonces hasta la proximidad de Brihuega.
(3) El expediente de la venta existe original, formando nueve hojas en
4.<'', en pergamino, en el archivo de la parroquia de Villaviciosa. Termina con
una declaración hecha ante el escribano de Cifuentes por Rui Gómez de Alcá-
rar y Gostanza Gómez, su mujer, aprobando la venta de Civica, cque es en
suelo de Atienza y era antes en suelo de Mandayona.»
BKIHUEGA-Y SU FUERO 369

le otorgara el Rey, valederos en las diócesis de Toledo y Si-


gitenza, ó donde á los monjes conviniera (i).
Los Duques de Medinaceli tuvieron también singular devo-
ción á la casa monástica de San Blas de Villaviciosa (2), El gran
Cisneros aumentó la ya rica dote del monasterio, colacionando
á su favor los beneficios de Taracena, Torija y San Miguel de
Brihuega (3). Las autoridades eclesiásticas juzgaban en dere-
cho en ciertos pleitos favoreciendo las pretensiones de la casa,
contra las del clero de Brihuega (4).
En 1539 incoó el convento, un expediente sobre la petición
dirigida al Arzobispo de Toledo por Fray Francisco de Brihue-
ga en nombre del monasterio y por poder suyo, manifestando
que, estando en posesión desde tiempo inmemorial del beneficio
curado de Villaviciosa, del servidero de Santa Olalla de Pe-
ñalver, del beneficio y medio préstamo de Santa María de Tri-
jueque, de otro de Taracena, de otros en Torija y Muduex, de
la sexma parte de San,Miguel de Brihuega, posesión aproba-
da por el Papa Paulo III, solicitaba fuesen amparados el monas-
terio y frailes de San Blas en esta posesión. Siguió el expedien-
te todos los trámites de ley y de costumbre; presentáronse
escrituras y probanzas; declararon testigos de los pueblos men-
cionados, y no asistiendo las partes contrarias y declaradas en
rebeldía, el juez eclesiástico, que era un canónigo de Sigüenza,

( I ) En dicho archivo hay un traslado hecho en pergamino én Brihuega


á 28 de Mayo de 1477, ante el alcalde Bartolomé Martínez de Ñuño Gómez,
de la confirmación de este privilegio de Enrique III, hecha por Enrique IV en
Colmenar Viejo, á 15 de Noviembre de 1456.
Hay además otra confirmación de los diez excusados hecha por los Reyes
Católicos en Sevilla á 2 de Marzo 'de 1478. Se hizo á petición del monasterio.
(En dos hojas en pergamino.)
(2) Poseo tres diplomas con elegantes orlas miniadas, en que los Duques
conceden derechos de alguna importancia sobre sus salinas de Medinaceli.
(Siglo XV y principios del XVI.)
^3) En el mismo archivo se guarda la escritura de colación, en pergamino,
fechada en Madrid á 10 de Noviembre de 1502.
{4) En 23 de Febrero de 1514, el arcediano de Guadalajara reconoció el
derecho del monasterio, contra la pretensión de Benito Sánchez, cura de San
Felipe de Brihuega, de estar exentos de diezmo los mozos del servicio de ló»
frailes.
TOMO L X V . — V O L . I V . 24
37» REVISTA CONTEMPORÁNEA
sentenció en su tribunal, establecido en la capilla llamada de
Santa María en la iglesia de San Miguel de Brihuega, declarando
el buen derecfio del monasterio; sentencia que hizo suya el
Arzobispo de Toledo D. Juan de Tavera, en Madrid á 19 de
Enero de 1540 (i).
Con estos aumentos y beneficios y otros muchos que reci-
bió de particulares, pudo ensanchar su hacienda el monaste-
rio. Ya en 1464 le había instituido por su heredero D. Pedro
de Mendoza, hermano del Duque del Infantado y Señor de
Almazán; pero los hermanos del Cardenal González de Men-
doza, que «entonces lo mandaba todo,* se opusieron á la
toma de posesión de esta rica herencia, y tras largo pleito
sometido á arbitraje, la perdió el convento, aunque obtuvo la
compensación de 200 000 maravedís en metálico para dotar
cierta capellanía fundada por el referido Señor de Almazán.
Pero, en cambio, aparece el monasterio en 14 de Julio de
1475 como comprador del próximo lugar de Yela, que le ven-
dió por 130.000 maravedís y otras cosas D. Alonso Carrillo
de Acuña, Señor de Mandayona, obligándose los monjes á no
enajenar jamás el lugar, si bien los sucesores de Carrillo le-
vantaron esta obligación en 1535 (2). Una de las cosas con
que pagó el convento fug unos «organillos,» tasados en
20.000 maravedís. Estas compras de Cívica y de Yela fueron
después causa de muchos disgustos y pendencias con los de
Brihuega, gente mal dispuesta á respetar ajenos derechos,
poco guardadores de la palabra empeñada y «aficionados á
tener en aquellos montes sus merendonas» {3), no menos
que á servirse de los pastos y leñas de todos sus vecinos.
Bien que los frailes no habían menester buscar disgustos

( I ) Archivo parroquial de Villaviciosa. Forman este expediente en perga-


mino, 16 hojas de doble folio, en letra grande y hermosa. La primera página
con orla miniada de poco mérito; la letra inicial dorada y miniada.
(2) En el mismo archivo hay un tomo en folio MS. de más de 400
hojas, que es una recopil3,ci(3n de noticias, apuntes, cuentas, etc., hecha, según
presumo, á fines ¿el siglo XVII 6 principios del XVIII, por un fraile, con
objeto de que constasen los antiguos derechos y posesiones, muchos ya perdi-
dos, de la casa. El autor lo llamó Protocolo, y de él tomo estas noticias.
(3) Frase del Protocolo.
BRIHUEGA Y SU FUERO 37I
términos allende, pues aun en la vecindad de su naorada los
recibían de sus paniaguados y favorecidos. Porque los mismos
vecinos de Villaviciosa quisieron tener servicio parroquial
completo, como si no fuera su iglesia aneja al convento. En
el mismo siglo XVI y á varios visitadores eclesiásticos pidie-
ron tener cura propio y capellán del convento, lamentándose
de la necesidad de acudir á éste en las urgencias de auxilios
espirituales y de no tener en la parroquia al Señor Sacramen-
tado. Hubo pleito, manera común de • zanjar cuestiones y de
ablandar voluntades tercas, y el consejo del Arzobispo de-
cretó, que el convento pusiese capellán para servir al pueblo,
donde viviría, gozando del uso de una llave de la iglesia del
monasterio para entrar en ella cuando fuere preciso. En 1583
aprobó Su Santidad esta resolución.
Ha sta 15 71 se hicieron muchas reformas en la iglesia y
convento, entre otras, alargar el coro y sillería; poner el facis-
tol, que era de los mejores de la orden; hacer la capilla de
Nuestra Señora de la Paz, con su retablo y trascoro, en el cual
se puso copiosa librería; fabricar dos órganos y otro peque-
ño; erigir la torre con su reloj, el retablo mayor y cuatro co-
laterales y la capilla de Santa Catalina; hacer también molino
y panadería dentro de la casa, y poner fuentes en todas las
partes principales del convento; cercar la huerta y hacer otras
mejoras: Duéleme consignar esta enumeración de construc-
ciones y fundaciones, porque sobre todas ellas ha pasado su
rasero implacable la revolución, no dejando ya ni aun ruinas
insignificantes de aquellas obras de la piedad cristiana. Mu-
chos señores fundaron varias capellanías en esta casa (i);
pero su decadencia siguió cada vez más en adelante, sin que
la contuviera la concesión del patronato de la capilla mayor
al Conde de Moriana en 1720 (2). No contribuyó poco á esta

( I ) Protocolo mencionado. Salazar y Castro en su Historia de la casa de


Silva ( i . ^ parte), extracta el testamento hecho por D. Alonso de Silva, segundo
Conde de Cifuentes, y en él se contiene una cláusula de fundación de capella-
nía perpetua en San Blas de Villaviciosa.
(2) El convento hizo escritura al Conde de Moriana ante un escribano de
Trijueque en 17 de Julio de 1720. Se llamaba el Conde D. Juan de Orcasitas
372 REVISTA CONTEMPORÁNEA

decadencia el continuo pleitear de Brihuega con el monasterio'


y con Villaviciosa, de que siempre ha sido aquella villa, más
que madre cariñosa y protectora, tirana inexorable, si bien
fúndase tal rigor en su propio derecho y en la constancia con
que defendió el suyo Villaviciosa. Que á veces en los fuertes
mueven á ira y poca piedad los empeños tenaces de los dé-
biles ( I ) .

Avellaneda y Arce, Regidor perpetuo de Guadalajara, gentil hombre y del


Consejo de S. M., etc. Por virtud de dicha escritura, se obligó á dar 3.000
ducados de vellón por el patronato y capilla mayor de la iglesia del convento,
para entierro suyo y desús hijos, y por ciertos sufragios en beneficio de su
alma.
(1 ¡ Guárdase en el archivo municipal de Villaviciosa un libro en folio,
MS., al que sólo quedan nueve hojas de muchas más que tuvo. Tiene esta
portada: t"j" Armas de esta villa. Libro donde se Anotan y Imbentarean los
Privilegos y Rs. Ordenes concedidas á esta Villa de Villaviciosa y estractan las
escrituras; y Papeles que ay en el Archivo de esta dicha Villa.» Exorna la
portada un caprichoso escudo de armas, tan caprichoso como la ortografía del
autor, en que se ve un león sobre un trofeo de armas y encima una imagen
de medio cuerpo de Nuestra SeBora. En torno la leyenda, alusiva como el
trofeo, á la victoria de Felipe V: VÍCTOR E T VINDEX IN VILLAVI-
T I O S A . LOS papeles de que dan noticias las pocas páginas que se conservan,
ofrecen escaso interés.

JUAN CATALINA GARCÍA.

{Se continuará.)
MÁS SOBRE EL DOCTOR THEBUSSEM

CARTA LITERARIA (i)

AL MUY ILUSTRE SR. PEÑA Y GOSI:

Madrid,

UY ILUSTRE Y QUERIDO SEÑOR: Acabo de leer


I' por tres veces seguidas, y con singular deleite, la
magnífica carta impresa que, con el título de El
Doctor Thebussem, ha tenido Vm. la bondad y la
cortesía de dirigirme por medio de la REVISTA CONTEMPO-
RÁNEA, de Madrid, correspondiente al 30 de Enero de 1887.
Procuraré explicarme con las menos palabras posibles, y
dispense Vm. que por dicha causa le escriba en alemán, en
vez de hacerlo en francés, según mi costumbre.
Por mucho tiempo dudé de la personalidad del doctor
Thebussem. Miembro, según me consta, de varias sociedades
literarias de'Francia, Inglaterra, Alemania y Holanda, sucede
que sus ilustres corresponsales Pichón, Littré, Mazade, Mon-
tégut, Stephan y otros muchos á quienes he preguntado por

( I ) Traducción de la carta misira de Johannes Goldschmidt á PeBa y


Gofii.
374 REVISTA CONTEMPORÁNEA
el Doctor, no lo conoeen personalmente. Su gran amigo el
sabio naturalista Berthelot, que tradujo al francés varios ar-
tículos de Thebussem, desesperado de no poderle echar la
vista encima, estampó los siguientes renglones: «Ce docteur
»est toujours le méme: il traite des choses les plus sérieuses
»en s'amusant, et sait mettre de l'esprit dans les sujets en
»apparence les plus arides... On ne sait jamáis oú il est, d'oü
»il vient, et oú il va. C'est une étre insaisissable, une espéce
•>á'hechicero, qui ne se devoile pas. Les uns le croyent alle-
»mant ou bohéme; d'autres le disent^íV««í7...»
Y no debe ser un ente fantástico aquel á quien corporacio-
nes y personas tan formales de España, como la Dirección
de Correos, las Academias de la Historia y de la Lengua, los
Marqueses de Morante y de Molíns, Carmena, Salva, Hart-
zenbusch, Fernández-Guerra, Fernández-Duro y otros, han
citado en sus publicaciones.
' Al preguntar á Vm., pues, ilustre Sr. Peña, quién era el
Dr. Thebussem, francamente creí que, uniendo los datos
de Vm. con otros que poseo y con los escritos que del di-
cho autor había leído, mi curiosidad iba á quedar del todo
satisfecha. Esperaba saber su edad, su estado, su aspecto físi-
co, la ciencia en que era doctor (toda vez que las gentes fluc-
túan entre el derecho y la medicina), Universidad en que ha-
bía cursado, etc., etc. Es decir, los datos más vulgares que
encierra y contiene todo estudio biográfico.
Permítame Vm. que me sorprenda al advertir que, sien-
do Vm. tan amigo de Thebussem, forme Vm. en el numero-
so gremio de los que no lo conocen, me hable de él por re-
ferencias y lo deje en la penumbra!!! ¿Habrá cantusado á Vm.,
por ventura, el Cartero Honorario?
La clara relación que hace Vm. sobre e! origen de este pe-
regrino cargo, me ha entretenido sobremanera por lo curiosa y
bien redactada, y por los buenos documentos qife en ella se
copian, entre los cuales destaca la admirable epístola del in-
signe Castro y Serrano, acompañando al regalo de las cómo-
das y flexibles alpargatas.
¿Quiere Vm. que le diga el juicio literario que yo tenía for-
mado del Doctor? Le reconozco cierta habilidad ingeniosa, se-
MÁS SOBRE EL DR. THEBUSSEM 376
mejante á la que un prestidigitador tiene en las manos. La
erudición es de suyo insulsa y árida; pero el Doctor encuentra
medio de dar atractivo á las noticias eruditas, combinándolas
y presentándolas á modo de albañil árabe, diestro en formar
mosaicos con piedrezuelas, ó de aldeana económica que cons-
truye pacienzudamente alfombra ó repostero con recortes de
paños y telas de diversos colores y dibujos.
Creo que el discernimiento y tacto del Dr. Thebussem ha
consistido en adivinar el gusto literario de la generalidad de
los lectores de su país y de su época. Por eso publica folletos
en vez de libros, y por eso trata de asuntos que, profundos ó
triviales, abandonan los literatos españoles contemporáneos.
Promueve la algarada cervántica, y luego se aburre ó se arre-
piente, del giro que toma el cervantismo, y se convierte en
enemigo de su propia obra. Pasa al campo de la philatelia, ó
sean sellos de franqueo, y notando que la afición no arraiga
en esa tierra, se dedica á buscar antiguos documentos y noti-
cias postales, cosa de que nadie se había ocupado en la Pe-
nínsula. Y después, serpenteando por la gramática, y la coci-
na, y la heráldica, y la caza, y el algoritmo, y la hacienda, y
la bibliografía, y qué sé yo cuántas cosas más, serpentea tam-
bién en el campo de la tauromaquia especulativa.
Para no fijarnos, que sería largo y molesto, en varios escri-
tos thebussianos, separemos tos tres más recientes que yo CO'
nozco, ó sean las FÓRMULAS, GALIANO y PEPEILLO ( I ) . El
primer trabajo se compone de textos del Quijote, leyes de
Partida y antiguos formularios de cartas; el segundo de certi-
ficados de bautismo y matrimonio, versos, cartas y párrafos de
autores que tratan del famoso orador; y el tercero viene á ser
un índice de escrituras y contratos en que intervino el re-
nombrado torero, con el extravagante corolario de que éste
era un hábil ortógrafo. ¿Hay en estos trabajos algo sacado de
su cabeza por el Dr. Thebussem? Yo creo que poco ó nada,

(1) Almanaque de La Ilustración E. y A. para 1887.—La Ilustración


E.y A.&Alo && Noviembre de 1886, y La Lidia del 27 de Diciembre
df; 1886.—Madrid.
376 • REVISTA CONTEMPORÁNEA

sin que por esto trate de rebajar el mérito, habilidad ó pri-


mor de las costuras con que pespuntea sus artículos.
Entiendo que Castro y Serrano viene á ser el. reverso de
la medalla. El jugo que este profundo novelista haya sacado
de sus estudios, lo presenta al público como materia alcohóli-
ca destilada por el alambique de su entendimiento. En Castro
son tan raras las citas de erudición, como en Thebussem sería
raro no valerse y apoyarse en ellas. Castro trabaja y ahonda
á lo Balzac, y más que en voliimenes de biblioteca, sospecho
que lee en los tipos sociales y en el corazón humano. No me
puedo figurar á Castro repasando á Brunet ó á Nicolás Anto-
nio ni leyendo las Partidas ó el Roberto de Ñola; ni tampoco
me imagino que de la pluma de Thebussem nazcan historias
de la índole de Las Estanqueras ó del Sobrino de Tántalo,
donde todo es ternura, pasión y sentimientos delicados.
Recuerde Vm. la polémica que sobre cocina y gastronomía
siguieron estos dos amigos en La Ilustración Española y
Americana de los años de 'jS y 'j'j, y allí notará Vm. de un
modo claro el contraste y la índole de ambos escritores. El
uno cosido y apegado siempre á citas copias y textos; y el
otro levantando el vuelo y sacando el tema del estrecho lími-'
te de la erudición para llevarlo al terreno social y filosófico.
Si ambos contendientes hubiesen sido del mismo corte y tem-
ple, la controversia habría resultado pesada y fastidiosa. La
disparidad fué la que le prestó atractivo é interés; y esa mis-
ma oposición de caracteres es quizá la que sirve de ancha y
sólida base á la amistad que se profesan el autor de las céle-
bres Cartas trascendentales y el Cartero honorario de España
y de sus Indias.
Este ha llegado á conseguir esa bula que el mundo suele
conceder á las rarezas. Por eso ha tolerado la picante Ristra
de ajos, y por éso admitió otro escrito más crudo todavía, en
el cual se ocupó de mozas del partido y de corredores de ore-
ja, con los nombres vulgares que se dan á .tales personas, y
que el decoro no me permite repetir. (Véase la Crónica de los
Cervantistas: Cádiz 31 Diciembre 1874.) Por dicha razón no
ha faltado quien, en letras de molde, llame -al doctor loco de
atar y calavera de la literatura castellana.
MÁS SOBRE EL DK. THEBUSSEM 377

¿Sabe Vm. con quién puede compararse á Thebussem?


Creo que con el torero Mazzantini. La comparación, según
mi ánimo, no puede resultar odiosa ni para el diestro ni para.
el literato
Escúchela Vm. con calma, Sr. Peña, y ejercite la obra de
misericordia de corregir al que yerra.
Deje Vm. á D. Luis Mazzantini su misma graduación en
tauromaquia: avalórela Vm. en diez, en ciento, en mil..., en lo
que Vm. quieraó los peritos señalen. Y luego despójelo Vm. de
su literatura, de su oratoria, de su frac, de su educación y de
sus conocimientos en el francés é italiano.QulteleVm.su
origen y apellido extranjero; hágalo natural de Zafra ó de
Ayamonte y llámele Juan Fernández ó Pedro García, alias El
Romano 6 alias El Perico... Con dichas circunstancias acciden-
tales, pregunto yo: ¿disfrutaría Mazzantini el mismo renombre
y fama de que hoy disfruta?
Aprecie Vm. ahora en diez, en ciento ó en mil las letras del
Dr. Thebussem, y luego exonérelo Vm. de su cartería hono-
raria, de su título de cocinero y de su pericia en cultivar le -
gumbres : despójelo Vm. de sus viajes á Marruecos y de sus
correrías por Europa, hechas unas veces con el lujo de prín- •
cipe y otras convertido en humilde buhonero: quítele Vm. su
museo de tres mil y tantos Mazos y Martillos y su famosa
colección de MAius y listas de comidas: considere Vm. los fo-
lletos del Doctor desprovistos de perfiles tipográficos y del
no se venden:, y véalos con los ojos del entendimiento en vul-
gares y numerosas ediciones en todas las librerías: príve-
lo Vm. de su seudónimo alemanesco y de la sombra y miste
rio en que se envuelve: tráigalo Vm. á Madrid y póngalo en
contacto con el mundo: rodéelo Vm. de pleitos si es golilla,
de enfermos si es médico, 6 de políticos y electores si desciende
hasta diputado á Cortes, y creo que entonces verá Vm, tan
amenguada la figura del literato, como se amenguaría el es-
plendor de un castillo de fuego quemado á la luz brillante del
sol. La suerte de Thebussem estrib a, á mí juicio, en que mar-
cha él solo por un sendero donde, como á nadie estorba ni
ofende, camina sin ser envidioso ni envidiado más que de aque-
llos que le maldicen por no Cobrar el precio de sus escritos,
378 REVISTA CONTEMPORÁNEA
causando con ello algún leve perjuicio á los que viven de la
literatura.
Aquí tiene Vm., dichas con toda franqueza, las relaciones
ó analogía que hallo entre la espada de Mazzantini y la pluma
de Thebussem. Si son disparatadas, concédame Vm. siquiera
que existen collares de tanto valor como el galgo, molduras
de mayor precio que el paisaje á quien rodean, y cajas que
cuestan más que el triste puñado de confites que abrigan en
su seno.

Literaria, artística y filosóficamente considerado, hallo el


ensayo crítico de Vm. profundo, ingenioso, claro, metódico y
muy bien escrito. Viene á ser como esos retratos de Rem-
brandt ó de Velázquez, en los cuales al mismo tiempo que se
luce el pintor se honra y se favorece el retratado. Nótase á
tiro de ballesta—mejor dicho, de cañón Krupp,—el gusto
con que ha movido Vm. la pluma. Se conoce que rema-
ba Vm. en galera propia, convirtiendo en obra de voluntad
«mi obra de encargo.
En cuanto á lo que Vm. llama «hacer escarceos por el
»campo puramente literario, metiéndose en él como potro sin
»freno,» permítame Vm. una observación: Los artículos
de Vm. sobre músicos, cantantes y toreros, rebosan eñ sana
crítica, en sangre ligera y en gallardas formas. Yo leo y
consulto con frecuencia el excelente libro de Vm. sobre La ópe-
ra española y la música dramática en España en el siglo XIX, y
al saborearme con las reseñas biográficas de Barbieri, Arrie-
ta, Gaztambide, Monasterio y otras que figuran en aquella
magnífica galería, creo que quien las dibuja es verdadero
maestro. Para el buen retratista tanto le da que el modelo
sea Obispo ó Capitán general. Pinta la expresión del alma,
traslada los rasgos del cuerpo y copia el vestido talar y el
báculo, ó el ceñido uniforme y la espada; porque en su paleta
hay colores, en su cabeza entendimiento y en sus manos habi-
lidad para todo. Y como, según dijo el gran Cervantes, pin-
tor ó escritor todo es uno, á Vm., Si algo le falta para entrar en
MÁS SOBRE EL DR. THEBMSSEM 376

el campo puramente literario, como Vm. le llama, ese algo no


es más que la VOLUNTAD.
Escriba Vm. obligado por ella—quiero decir, cuando tenga
humor y gusto,—media docena de cuadros semejantes al que
motiva la presente carta, y verá Vm. que—no yo,—sino verda-
deros jueces tributarán á Vm. las palmas y laureles del Venci-
miento y del triunfo, repitiendo con el discreto Sancho Panza
que ensayos que por tales olores comienzan, deben de ser
abundantes y generosos.
Este es mi parecer y esta la crítica sincera que Vm. me pide.
Claro es que ha ganado Vm. la relación amplia del Merlin, de
Goldmark, y las explicaciones de los leitmotiven de la tetralo-
gía de Wagnér. Me comprometo á enviárselas á Vm. en el pró-
ximo Abril, con la añadidura, por razón de premios, de cier-
tos pormenores curiosos y reservados, tocantes á la fresca re-
presentación del Otellff del ínclito Verdi.
Si mi pago no corresponde á la deuda contraída con Vm.,
sea Vm. generoso, usando para conmigo de su hidalga libera-
lidad española.
Ruego á Vm. que salude á mis muy queridos Sres. D. Luis
Carmena y Millán y D. José de Cárdenas.
Reciba Vm., ilustre Sr. Peña y poñi, la expresión de mi
sincero afecto y de mis sentimientos amistosos.

JH. GOLDSCHMIDT.

A. M.
De Colonia; 2j de Febrero de iSSj.
APLICACIÓN

ANÁLISIS MATEMÁTICO Á LAS DEMÁS CIENCIAS

Continuación (i)

lENTRAS los fenómenos físicos se atribuyeron á


esencias misteriosas ó á causas ocultas, la cien-
cia no dio un paso, y si algún conocimiento se
poseía, hallábase siempre rodeado de nebulosida-
metafísicas. Así encontramos la distinción de cuerpos
graves y cuerpos ligeros, el horror al vacío, la investigación
de la lámpara filosófica, y tantas otras aberraciones, pro-
ducto de la fantasía. Se fueron descubriendo algunos hechos
aislados, que la naturaleza revelaba por feliz coincidencia
las más de las veces, las menos por' ser inteligentemente
consultada. Si alguna parte de la física progresó, siquiera
fuese con lentitud, debióse á que no es preciso hacer hipóte-
sis sobre la naturaleza de la causa productora de los fenóme-
nos á que se refería el progreso realizado. Así se ve que los
fenómenos antes y con más extensión conocidos, fueron los

(l) Véase la pág, 141 de este tomo.


ANÁLISIS MATEMÁTICO 381

luminosos de reflexión y refracción, y es que, para explicar


los más comunes, basta conocer las leyes geométricas de su
producción.
La física no adelanta de una manera visible hasta la edad
moderna; comprenden los físicos que en todos los fenómenos
es necesario buscar la cantidad, que todos ofrecen algo que
exige medida. Y miden la presión atmosférica inventando el
barómetro; descubren el fenómeno general de la dilatación
de los cuerpos por el calor; miden la velocidad de la luz y
del sonido; algo más tarde la intensidad de las atracciones
eléctricas y magnéticas, etc., etc., que no he de necesitar,
dirigiéndome á un auditorio tan ilustrado como el del Ateneo,
enumerar los fenómenos todos. Sírvanme los citados para
hacer constar que las matemáticas entran en la física por el
número, por la medida de ciertos elementos reconocidos como
cantidades. Medidas éstas, la comparación se establece y las
leyes físicas van poco á poco revelándose: ya es la de la caí-
da de los cuerpos; ya la que relaciona el volumen de los ga-
ses con las presiones que sufren; ya la de dilatación; ya la
que relaciona los calores específicos con los pesos atómicos,
y así sucesivamente las demás leyes, particulares, que poco á
poco van también uniéndose para formar las teorías de los
diferentes grupos de fenómenos.
El desarrollo de la física ha sido más lento que el de la
astronomía, como consecuencia de la dificultad de plantear
y de resolver los problemas que le pertenecen. Los astronó-
micos se plantean bien, y con más ó menos dificultad, se re-
suelven; pero en la física existen fenómenos cuyo plantea-
miento se ignora aún, y por consiguiente, su resolución.
Sin embargo, en Jo que va de siglo, y siempre por la i n -
fluencia de las matemáticas, el modo de ser de la física se ha
trasformadopor completo, su campo se ha ensanchado, y su
influencia se extiende á todas las otras ciencias naturales,
rozándose también en algunos puntos con la filosofía.
La teoría de la luz, la más perfecta de las teorías físicas,
no se limita á explicar todos los fenómenos luminosos como
consecuencias de un solo principio, sino que proporciona me-
dios auxiliares -seguros, para resolver multitud de cuestio-
382 REVISTA CONTEMPORÁNEA

nes interesantes. ¿Quién'sino la óptica, por .citar un ejemplo,


ha dado el medio de conocer el estado y composición de los
astros, y, lo que admira más aún, de medir sus movimientos
en dirección de la recta misma que los une con la tierra?
Pero la verdadera conquista de nuestro siglo ha sido la ter-
modinámica. El conocimiento de la trasformación del traba-
jo en calor, y del calor en trabajo, y de las leyes que rigen
estas trasformaciones son descubrimientos, que, por su fe-
cundidad en consecuencias y en aplicaciones prácticas, de-
ben colocarse á la altura misma del principio de la gravita
ción universal. Entre estas consecuencias debo recordar por
su importancia la que explica el aumento de duración del día,
ocasionado por las mareas, ya citada antes, y la llamada de
disipación de la energía, ó imposibilidad de la trasformación
completa del calor en trabajo. Ambas son de suma trascen-
dencia; la primera nos indica que la tierra ha tenido princi-
pio, la segunda que el universo todo tendrá fin, y las dos caen
con todo su peso sobre la filosofía materialista. No digan,
pues, los materialistas que la ciencia está de su parte, no; re-
nuncien á su apoyo; grande es la pérdida, pero... resígnense,
que la resignación es el único remedio de todo lo que no lo,
tiene.
La termodinámica ha derramado además viva luz sobre
senderos antes oscuros para la ciencia; los fenómenos eléc-
tricos se resistían á toda tentativa hecha para explicarlos me-
cánicamente; pero hoy el problema es abordado con espe-
ranzas de éxito completo, si bien es cierto que al presente no
ha sido todavía logrado. Los fenómenos químicos, la teoría
de la constitución de los gases, son también ya en gran parte
del dominio matemático.
Los fenómenos ópticos y las formas cristalinas que los mi-
nerales ofrecen, permiten simplificar bastante el estudio de la
mineralogía, y de esperar es que el problema de la agrupa-
ción de los elementos moleculares para formar los cuerpos
sea resuelto por la aplicación tan sólo de las leyes de la Me-
cánica.
*
ANÁLISIS MATEMÁTICO 383

Lo dicho hasta aquí, señores, no e?. otra cosa que. una


serie de triunfos obtenidos por las matemáticas. Hemos visto
cómo, poco á poco, han ido penetrando en las ciencias físicas
y cómo han sido en ellas el principal elemento de progreso.
No es, por tanto, de extrañar que, considerando su gran po-
der analítico, se trate hoy de utilizarlas en aquellos estudios
que por su índole especial han sido hasta aquí considerados
como incompatibles con todo lo que suponga medidas y re-
laciones de cantidad. Hoy se hacen esfuerzos para aplicar las
matemáticas á las ciencias sociales, á la fisiología, á la psico-
logía misma, no faltando quien pretenda haber descubierto
por tal medio la solución exacta de los más arduos problemas
sociales y aun teológicos.
Al examinar estas novísimas aplicaciones de las matemá-
ticas, entramos ya en terreno movedizo, agitado constante-
mente por la lucha; los resultados examinados hasta aquí
resisten á toda crítica, por severa que sea; los que ahora trato
de analizar no ofrecen el mismo carácter, y algunos son tan
poco firmes en sus fundamentos, que pronto se ve en ellos
la inexactitud, derrumbándose al soplo del análisis todo el
edificio, por grande que sea su apariencia de solidez.
Ciertamente que apenas habrá rama alguna de los conoci-
mientos humanos que no tenga su fase matemática. Desde
que en una ciencia encontramos algo que se mide; desde que
en ella se enuncian leyes por medio de números, allí han en-
trado las matemáticas. Pero en el empleo de éstas es necesa-
rio precaverse contra multitud de causas de error, porque es
muy fácil ser seducido por apariencias de exactitud y de ló-
gica y, olvidando el método propiamente científico, apartar-
se de la verdadera ciencia, cuyas afirmaciones tienen por
base sólida, y á la vez por confirmación, los hechos de la ex-
periencia, para caer en la ciencia ideal, cuyas conclusiones,
como dice Berthelot, tienen por principal fundamento las
opiniones individuales y la libertad. En la ciencia ideal, ó
no hay método, ó si le hay es directamente opuesto al verda-
dero método experimental; lejos de tener en cuenta las rela-
ciones inmediatas de los fenómenos y de seguir la cadena dé
hierro del determ.inismo científico, llega por saltos á conclu-
384 REVISTA C9NTEMP0RÁNEA

siones extremas; se dispensa del análisis minucioso de los


hechos, condición indispensable de toda inducción legítima;
no se cuida de someter sus afirmaciones á la co'ntraprueba
de la experiencia, única garantía de toda certeza inductiva;
sistematiza sin cesar, transforma hipótesis gratuitas en teo-
rías definitivas, y, eft fin, se sale del terreno propio, preten-
diendo llegar al conocimiento de la esencia de las cosas y de
sü propia finalidad. Multitud de producciones de autores mo-
dernos podrían servirnos de ejemplo de equivocaciones tama-
ñas; ya un psicólogo, pretendiendo reducir el espíritu á una
entidad dinámica, nos dice que es la resultante de las activi-
dades celulares, olvidando que la resultante carece de exis-
tencia sustancial y que tan sólo es una creación de los mate-
máticos; ya es un fisiólogo que quiere valuar la inteligencia
por el peso de la sustancia gris del cerebro ó por las protu-
berancias del cráneo; ya un geólogo, quien estableciendo
hipótesis sobre hipótesis, llega á afirmar categóricamente la
duración de cada período atravesado por la tierra en su evo-
lución sucesiva.
Al tratar, pues, de examinar las aplicaciones de las mate-
máticas á las ciencias que más se resisten á tal medio de in-
vestigación, preciso es que no olvidemos los peligros y que
tengamos en cuenta las enseñanzas que, en cuanto al proce-
dimiento, se desprenden del estudio de los progresos astronó-
micos y físicos.

Tratemos, en primer lugar, de los fenómenos que nos ofre-


cen los seres organizados. En los vegetales observamos desde
luego fenómenos químicos, fenómenos de organización y fe-
nómenos mecánicos. Examinados estos tres grupos, de fenó-
menos, ningún agente sustancial se revela en ellos distinto
de las actividades atómicas. La termodinámica aplicada al
estudio de los fenómenos químicos, ha permitido á Berthelot
formular multitud de leyes á que tales fenómencís obedecen:
los estudios matemáticos encuentran ya el camino abierto, y
ANÁLISIS MATEMÁTICO 385

de esperar es que llegarán á aclarar tan importante rama de


la ciencia, hasta ahora llena de dudas y misterios.
Los fenómenos de organización, por los cuales las molécu*
las orgánicas, formadas por la acción química, se agrupan y
constituyen los elementos de los tejidos, por más que en nada
revelan otra cosa que una complicada acción física, se sus* '
traen hasta ahora á toda investigación matemática. Claras
mente se acusan algunos fenómenos conocidos, como los ós-
micos; pero no es fácil aislarlos y señalar la parte que en la
nutrición les corresponde. Esta complicación que presentan
los fenómenos orgánicos, ofreciendo en conjunto todas las
acciones físicas, sin permitir aislar unas de otras, es lo que
principalmente los distingue de los' fenómenos del mundo
inorgánico: en éstos, las fuerzas que actúan son escasas en
número y sus leyes bien conocidas, los fenómenos son más
sencillos, y es fácil, en general, asignar á cada acción com-
ponente la parte que le corresponde en el fenómeno resultan-
te: en los seres orgánicos, por el contrario, las causas son
múltiples, los fenómenos se nos presentan en conjunto, no
siendo posible hasta ahora su descomposición en otros más
elementales, que, aislados, pueden ser sometidos á medida
para descubrir sus leyes numéricas. Por todo esto, la Mecáf
nica, que tantas cosas ha explicado, permanece muda ante
el problema de la organización de la materia; ni se ve aún el
medio de llegar á intentar siquiera dar una explicación mate-
mática de los fenómenos de la vida.
No sucede así afortunadamente con los movimientos me-
cánicos: de muchos de ellos se conoce la causa, como en el
heliotropismo, por ejemplo, y no sería difícil formular sus
leyes.
Los mismos fenómenos que en los vegetales encontramos
en el mundo animal, y puede aplicárseles sin quitar ni añadir
cosa alguna, cuanto de aquellos queda dicho. Pero en los
animales encontramos además otros fenómenos que les per-
tenecen exclusivamente, y son los fenómenos voluntarios.
En cuanto diga sobre este punto, me referiré exclusivamente
al hombre, por ser en él donde se han hecho los principales
estudios que con este punto especial se relacionan, á causa
TOMO L X V . — V O L . IV. 2? ^
386 REVISTA CONTEMPORÁNEA

de la gran importancia, tanto fisiológica como psicológica, de


los descubrimientos á que tal estudio puede conducir.
En primer lugar, es incuestionable que los movimientos
voluntarios indican la existencia de un agente especial, dis-
tinto de las actividades atómicas. En los fenómenos por éstas
producidos todo está matemáticamente determinado, y basta
el conocimiento de las leyes de la dinámica y del estado ini-
cial para explicar todas las fases sucesivas que han de atra-
vesar; pero en los movimientos voluntarios hay algo que se
sustrae á tal determinación: la conciencia, cuyo testimonio
es aquí irrecusable, nos dice de un modo evidente que somos
dueños de ejecutar ó no tales ó cuales-acciones mecánicas, y
aun de graduarlas, en conformidad con el fin que deseamos
conseguir. Vano ha sido todo cuanto se ha hecho para negar
la existencia del espíritu; éste se revela claramente, y aparece
como una fuerza consciente y espontánea, doblemente espon-
tánea, puesto que lo es en el momento y en el grado de la
acción. Cierto es que su unión con el cuerpo le priva, en
parte, de su espontaneidad, en cuanto pone límites á su ac-
ción; pero no lo es menos que su naturaleza es distinta de la
de los átomos, puesto que las acciones de éstos se hallan
siempre perfectamente definidas por ley matemática en fun
ción de sus mutuas distancias. Esta naturaleza del' espí-
ritu, de ser sustancial, hace que no pueda ser considerado
como producto de la actividad del cerebro, ó como fuerza viva
del mismo, según afirman algunos materialistas; pues aparte
de la impropiedad de los términos y del absurdo matemático
que algunos encierran, tales modos de ser tienen existencia
pasajera, función de tiempo, que se opone á la identidad per-
manente que se revela en la existencia del espíritu: ni puede
ser tampoco, como quiere un ilustre consocio nuestro, fuerza
de tensión de la gran molécula á que él asimila el cuerpo
humano, puesto que la fuerza de tensión tampoco es nada que
tenga individualidad ni permanencia.
Mas apesar de ser tal la naturaleza del espíritu y tan dis-
tinta de la propia de los átomos, el modo de obrar sobre és-
tos y el de recibir las acciones de los mismos, son sin duda
alguna dinámicos, y se hallan por consiguiente sujetos á me-
ANÁLISIS MATE\fÁTICO 387

dida> como toda fuerza. No es extraño, por lo mismo, que


tantos esfuerzos se hagan por estudiar cuantitativamente las
acciones psíquicas, cuyo estudio, aunque en mi concepto no
pasa aún de las primeras tentativas, constituye ya una espe-
cialidad llamada, como todos sabéis, psico-física. Lá ciencia
en sí no es una quimera, porque cierto es que tanto la acción
del espíritu sobre el cuerpo, causa ocasional de los movimien •
tos voluntarios, como la recíproca del cuerpo sobre el espí-
ritu, condición necesaria de las sensaciones, tienen su parte
mecánica, susceptible de ser medida, aunque los procedimien-
tos para lograrlo sean aún desconocidos.
Lo que sí se conoce bastante bien es el proceso de los mo-
vimientos voluntarios; pero la acción, que en ellos correspon-
de al espíritu, es tan pequeña, que no puede compararse ni
á la parte que, en un tiro de arma de fuego, pertenece al ful-
minante en la impulsión del proyectil. Mas la pequenez de la
acción no se opone á su existencia, y todos convienen en que
consiste en movimientos comunicados á las moléculas cere-
brales, de donde se deduce que podría medirse por la canti-
dad de movimiento producido. No se concibe aún la manera
de averiguar su valor, pues se trata de un movimiento que se
sustrae á toda apreciación directa y que tampoco puede cal -
cularse indirectan^ente, puesto que no se conoce magnitud
alguna que le sea proporcional, ni relación que lo ligue á
otros movimientos susceptibles de ser medidos.
Por estas' dificultades, sin duda, los psico-fisiólogos—^y
creo que la denominación invertida sería más propia—estu-
dian con preferencia las relaciones cuantitativas entre las
impresiones y las sensaciones. Los trabajos por ellos realiza-
dos, hechos de una manera sistemática y por procedimientos
distintos, no carecen de interés. Sin embargo, examinados
atentamente, pronto llama la atención su inexactitud mate-
mática y las contradicciones que revelan los métodos em -
picados.
Parten los psicómetras del principio de que las sensaciones
tienen intensidad y son comparables, sobre todo si son ana*
logas, lo cual equivale á decir que las sensaciones son canti-
dades, pues esos son precisamente los caracteres de la canti-
388 REVISTA CONTEMPORÁNEA

dad. Que las sensaciones son magnitudes, es innegable, pues-


to que varían de intensidadf en cuanto á ser comparables, no
es posible afirmarlo hoy, no habiéndose descubierto aún el
medio de medirlas, condición indispensable para que una
magnitud se convierta en cantidad. Preciso es recordar, sin
embargo, que la medición directa no es esencial para que las
cantidades sean expresadas numéricamente; basta su medi-
ción indirecta, por medio de otras cantidades con las cuales
tengan relación conocida. Así, por ejemplo, en mecánica, no
se miden directamente las fuerzas, sino las cantidades de mo-
vimiento, ó las aceleraciones de los móviles sobre que actúan,
según el caso, con cuyas cantidades se admite que son pro-
porcionales. Algo parecido se trata de investigar en la psico-
física, puesto que el objeto que se persigue es averiguar la
relación que existe entre la excitación y la sensación. La ope-
ración es bastante difícil á causa de la complejidad del fenó-
meno mismo, puesto que la excitación física se convierte pri-
mero en excitación sensorial, ésta en excitación nerviosa, y
ésta, en fin, en los procesos centrales que acompañan á la
sensación. Cada trasformación sucesiva del fenómeno, cada
uno de sus períodos, que sin duda son totalmente mecánicos,
se verifica según leyes que se desconocen y que, sin embargo,
deben ser necesarias para la exacta apreciación de los fenó-
menos que se investigan. No se sabe en qué medida la exci-
tación física desarrolla la sensorial; la corriente nerviosa,
aunque fenómeno de movimiento, es desconocida también; y
desconocida es, por último, la forma del movimiento deter-
minado en ios centros nerviosos, el cual es, según todas las
probabilidades, apreciado por el espíritu en forma de sensa-
ción. El conocimiento matemático de esta última parte del
proceso fisiológico, sería por consiguiente de importancia ca-
pital, mas no por eso se hallaría resuelto el problema, pues
sabida es la parte que en las sensaciones tiene la atención, y
la experiencia demuestra que aquélla es una acción dinámica
del espíritu sobre las células nerviosas, que las modifica á ve-
ces hasta el punto de suspender temporalmente su actividad,
resultando, según esto, que tales células, en el momento de
la sensación, se hallan sometidas á una doble acción dinámi-
ANÁLISIS MATEMÁTICO 389

ca, cada una de cuyas componentes ha de tener su influencia


en el movimiento resultante.
Contribuyen también á diñcultar la apreciación exacta de
los fenómenos que analizamos, de una parte la influencia del
organismo restante sobre el sistema nervioso, y de otra la
acción del mundo externo: ambos actúan incesantemente y
tienen que modificar de una manera variada el proceso fisio-
lógico. No obstante, si fuese posible sospechar siquiera la ley
del fenómeno, en lo que tiene de propio, las matemáticas da-
rían el medio de calcular con suficiente aproximación el re-
sultado, con independencia de dichas acciones extrañas; y
digo esto, porque la misma variación continua del estado del
organismo y del mundo externo, convierte su influencia en
una cosa idéntica á lo que en las observaciones físicas se llama
errores accidentales, sujetos á ley conocida y calculables con
exactitud suficiente por el método de mínimos cuadrados.
Tales son los caracteres del problema que persigue la psico-
física: trata de medir cuantitativamente una serie de fenóme-
nos, de los cuales sólo es directamente medible el primero, y
apreciable por la conciencia el último. Dos son los principios
que sirven de fundamento á los métodos de medición emplea-
dos: fijados los límites inferior y superior, entre los cuales
varía la percepción de las sensaciones y de las variaciones de
las mismas, y que llaman respectivamente umbral y altura de
la excitación^ establecen las, dos proposiciones siguientes, Se-
gún Wundt, que resume este género de trabajos (i):
' I.* La sensibilidad á la excitación es proporcional al va-
lor recíproco de los umbrales de la excitación.
2.^ La receptividad á la excitación es proporciohal al va-
lor directo de la altura de la excitación.
Estas dos leyes son de carácter empírico, y, además, ca-
recen de sentido matemático, porejue mientras no sean defi-
nidas numéricamente de una manera precisa la sensibilidad
y la receptividad á la excitación, no es exacto ni absurdo,
sino que carece de significado decir que son proporcionales
con otras cantidades.

(I) Psychologie Physiologigiue.—Varis, 1886.


390 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Sobre tan débil base descansan* las fórmulas matemáticas
que se emplean en las operaciones psicométricas. La deter-
minación de las cantidades que se trata de comparar se hace
con esmero indudablemente, y en cuanto á esto, preciso es
convenir en que los psicómetras están en el buen camino:
las proposiciones que hoy sientan podrán no tener valor,
pero sus experiencias no serán perdidas para el día en que
se llegue á encontrar el verdadero método que ha de condu-
cir al establecimiento de las relaciones dinámicas que exis-
ten entre el mundo físico y el psíquico. Por ahora las propie-
dades descubiertas tienen el mismo defecto que las funda-
mentales, y aun cuando con el tiempo se llegase á demostrar
que son verdaderas, no por eso tendrían hoy valor científico;
serían tan sólo felices conjeturas, algo parecido á las ideas
de los pitagóricos sobre el sistema del mundo. Así, por ejem-
plo, la ley de Weber, que establece que «la energía de la ex-
citación debe crecer en progresión geométrica para que la
energía de la sensación crezca en progresión aritmética,»
será cierta ó no lo será; pero cuando no se ha demostrado
que la función que liga los valores de la excitación y de la
sensación es de forma logarítmica, la ley de Weber no tiene
sentido. Este defecto se nota constantemente en la psico-
física, siempre que emplea la palabra proporcional: así, ob-
servando los psicómetras que, cuanto mayor es lo que llaman
umbral diferencial, menor es la sensibilidad diferencial, afir-
man que ambas son inversamente proporcionales, olvidando
que no basta que, cuando aumenta una cantidad, disminuya
otra, para establecer entre ellas proporcionalidad, sino que es
preciso que tales aumentos y disminuciones se verifiquen se
gún leyes determinadas.
En fin, la psico-física, en su aspecto matemático es, no
uña ciencia, sino un género de estudios que comienza, y que
comienza bien: está en el período de investigación de núme-
ros, llega á vislumbrar relaciones, pero no todavía á esta-
'blecerlas con exactitud, enunciando leyes; dista bastante de
formular hipótesis fundamentales y de constituir verdaderas
teorías.
(Se concluirá.) FRANCISCO IÑIGUEZ É IÑIGUEZ.
SONETO BILINGÜE

, Si á lonje de tu casa, ¡oh, dulce dueño!


Me veo, ecceme triste, al par de Momo;
Sólo, vivendi gratia, bebo y como,
Y sólo duermo, cuando pillo el sueño.
lia tristis estoy, al ver tu ceño,
Que yo me repapilo de solomo,
Pero es la res, que al can mío Palomo
Ni un tasajito doy, ñeque pequeño.
Ayer, ^quid magis? me arrojé sombrío
Allá, donde un arroyo se desagua.
Yo, el hic hcec, hoc de la locura, al río.
¡Oh, quid pro quo! Mentira no se fragua,
Pues si ahogado non sum, jay, hado impío!
lEs quia estaba seco y no había agua!
392 REVISTA CONTEMPORÁNEA

EPIGRAMA

AL SR....

Si no te hallaras d e sentido falto,


vieras con amargura
que ganaste de un salto,
el pedestal medida d e tu altura;
¡estás m u y alto, pero no eres alto!...

VÍCTOR SUÁREZ C A P A L L E J A .

e^
LOS PAZOS DE ULLOA"

Sra. D.^ Emilia Pardo Bazán.

ÜY SEÑORA MÍA Y DISTINGUIDA AMIGA: A l l á pOt el


mes de Junio de i885, es decir, hace año y medio,
antojóseme meterme á crítico en cierta ocasión
que V. recordará perfectamente, porque, por des-
gracia para V. y para la literatura, fué el objeto de mi ensa-
yo una novela que V. había dado á luz y bautizado por aquel
entonces con el nombre de El Cisne de Vilamorta. Tuvo V.
la debilidad de decirme algo lisonjero en demasía, que no
merezco ciertamente, que no reproduzco por no avergonzar
á V.; y como entiendo y creo firmemente que todos los refra-
nes son sentencias sacadas del saber popular, más sabio de
ordinario que cuantos pretenden pasar plaza de tal, me acor-
dé de aquel que dice «No hay plazo que no se cumpla, ni
deuda que no se pague;» y por no dejar por embustero al que
tal dijo por primera vez y no pasar á los ojos de V. por acree-
dor insolvente, allá van estas mal hilvanadas razones acerca
de la nueva obra con que su peregrino ingenio nos ha obse-
quiado en esta temporada artística á los que como yo merecen
el calificativo de zánganos de la colmena literaria, porque
estamos tan sólo á verlas venir y á gozar reposadamente del
fruto del trabajo ajeno.
394 REVISTA CONTEMPORÁ!^EA
. Y como no es cosa de dejar pasar una ocasión de hablar
mal del Gobierno, entretenimiento tan agradable para todo
el que de buen español se precie, aprovecho ésta que tan á la
mano se me viene, para decir á V. y á quien esto leyere (si
llegan á publicarse estas cuartillas), que aquel derecho mer-
cantil, que constituía ya mi pesadilla en el mes de Junio
de i885, sigue en el mes de Diciembre de 1886, siendo la
amenaza de mi reposo y tranquilidad, porque, eso sí, las
oposiciones que se anunciaron hace dos años aún no se han
celebrado, ni lo que es peor, llevan trazas de celebrarse. Y
cuenta que todavía podemos darnos por satisfechos, porque
pudiera muy bien acaecemos lo que les sucedió á los oposi-
tores á una cátedra de astronomía, que tuvieron tiempo so-
brado de morirse en el plazo trascurrido entre la convocato-
ria y la celebración de los ejercicios, por lo cual la Gaceta de
Madrid se ha visto precisada en el mes de Noviembre último
á publicar una nueva convocatoria; ¡que Dios proteja á los
futuros opositores! De donde se deduce, y permítame V. que
saque esta conclusión, que tiene V. mejor montada la má-
quina de novelar, que el Gobierno la de la administración.
Yo la felicito y me felicito por ello, y al mismo tiempo de-
ploro estar de tal manera enredado en las mallas del artefacto
gubernamental.
Y basta de preámbulos, que hartos se me antojan y aun
me parecen impertinentes.

No sé si será porque vengo ayunando de manjares litera-


rios mucho más tiempo que el que han ayunado de verdad
Merlatti y Succi, ó porque realmente Los Pazos de Ulloa va-
len todo lo que me gustan (que es á lo que me inclino), es
lo cierto que he devorado el libro con verdadera ansia, y que
el interés de la narración me ha espoleado de tal modo, que
sólo la imprescindible necesidad me hacía interrumpir su lec-
tura. Al terminar, declaro con franqueza que me sentí im-
presionado; aquel cementerio de Ulloa, donde descansan
LOS PAZOS DE ULLOA 305
Nucha y Primitivo; aquel buen Julián que va á orar sobre la
tumba que él con su buen deseo y su inconsciencia contribu-
yó á abrir, y aquella gentil pareja de muchachos que, ajenos
por completo al dolor y á los odios que su mutua existencia
produjo hacer del cementerio campo de su alegría y de sus
inocentes travesuras, lo repito, dejaron mi ánimo tan honda-
mente impresionado, como cuando se recibe una deesas lec-
ciones que brotan espontáneamente del fondo mismo de las
vidas. Bien puede ser esta emoción la emoción artística de
que hablan los críticos y los retóricos, ó un exceso de sensi-
blería de mi parte, que no aquilataría en manera alguna el
mérito del libro, porque no es precisamente esta impresión
momentánea la que da la verdadera nota artística; podrá, sí,
revelar algo de ese sentimiento artístico que duerme en el
pecho de todo ser racional, y que aguarda, para* manifestarse,
la obra creadora del artista; pero el artista y su obra pueden
ser de muy baja ley y producir, sin embargo, gran emoción,
y es que entran en esta primera manifestación del sentimien-
to elementos completamente extraños al arte, como entran
en los ganges de los minerales elementos heterogéneos que
la industria con sus procedimientos ha de separar para poder
utilizar el metal puro, y esto es un fenómeno tan constante
en el mundo moral como en el de la naturaleza; esos movi-
mientos espontáneos que se producen en el pueblo al descu-
brirse algún crimen, son, sí, iniciados por el sentimiento de
la justicia; pero no son nunca la expresión fiel y exacta de
éste; al contrario, suelen ser, no sólo por su forma, sino por
sus efectos, negaciones de la justicia, verdaderas violaciones
d é l a ley. ¡Cuántos crímenes y cuántos asesinatos no han
cometido los yankees por la aplicación de la famosa ley de
Lynch!
Toda esta larga digresión que me salió al. encuentro, y
que no he podido ni querido evitar, aunque p'udiera parecer
á algunos impertinente, me indica con toda claridad el cami-
no que he de seguir para poner de relieve el mérito ó los de-
fectos de Los Pazos de Ulloa. Yo soy el juez, V. el reo, y el
libro los autos, y advierto á V., por si le pareciese mal esta
distribución de papeles, que no admito recusación por in-
396 , REVISTA CONTEMPORÁNEA
competencia; soy juez por elección popular, V. me eligió y
yo acepté; si no fallo en justicia, en el pecado llevará V. la
penitencia. «

««

Pinta V. en Los Pazos la montaña gallega, el caciquismo


y la decadencia de un noble solar; esto ha dicho V,, y esto
creo, aunque me faltan el conocimiento del país y el de sus
costumbres para poder apreciar el color local. No conozco
Galicia más que por lo que he leído de ella y por lo que he
oído hablar á cuantos la conocen, y, sobre todo, por las des-
cripciones y las pinturas de V. Entre unos y otros han acre-
centado VV. én mí el vivísimo deseo de visitar esas provin-
cias, hasta hace poco casi desconocidas para el resto de Es-
paña. Tendré que llamarme á engaño cuando las vea. No lo
creo, aun cuando no se me oculta que en la entonación de
los cuadros que V. ha trazado hay algo que no es el natu-
ral, sino el entusiasmo del hijo del país y del artista, que
mira con ojos cariñosos la madre tierra, entusiasmo que
hace brillar las cimas de las montañas con esplendores nun-
ca vistos, que hace discurrir la luz y la sombra, persiguién-
dose, sin alcanzarse nunca, por los tranquilos y risueños va-
lles, revelando misterios infinitos y encantos que en nada
ceden á los que soñó la fantasía oriental, que presta á los
ríos sonoridades más armónicas que las que nos legaron los
grandes maestros de la música, y que hace, en fin, sentir,
que en aquel lienzo, que en aquel papel hay, no sólo el na-
tural, sino el aliento del artista que entona y vigoriza el cua-
dro, dándole el valor que no tendría la reproducción fiel,
exacta y minuciosa de la naturaleza. Todo esto hace V. en
Los Pazos de Ulloa, y lo hace V., no inconscientemente como
otros muchos, puesto que expone V. sus procedimientos ar-
tísticos en los apuntes autobiográficos que preceden á la no-
vela, procedimientos que, como V. dice muy bien, pueden
conducir al novelista á un simbolismo tan violento como el
de la obra de Zola. Así se explica cómo V., devota del gran
LOS PAZOS DE ÜLLOA 397
novelista' francés, ha huido del escollo en que tropezó el
maestro, y ha creado en Los Pazos de Ulloa, no por haber
dejado á un lado el determinismo, como V. pudiera creer,
sino antes bien por haberse plegado á sus naturales exigen-
cias tipos que palpitan llenos de vida y que se mueven con
toda naturalidad, respondiendo á la trama de ideas, senti-
mientos y pasiones que V. ha tejido en su derredor, y que
encaja perfectamente en el medio ambiente en que V. los
colocó. Y me sucede, sin que acierte á explicarme la razón,
que en Los Pazos de Ulloa veo, no sólo la novela que aca-
ba V. de escribir, sino el germen de otras que presiento debe
usted tener en proyecto. Para mí Los Pazos de Ulloa son
como el semillero de futuros desarrollos artísticos, son algo
como el punto inicial de los trabajos sucesivos que V. pro-
yecta. El terreno está admirablemente elegido, los personajes
están como impacientes por moverse en más ancho cuadro,
y yo en mi papel de público, aguardando ansioso que cum-
pla V. lo que se me antoja promesa seria y formal.
Digo esto, porque de tal manera he sentido vivir á los per-
sonajes secundarios de la novela, que alguno de ellos, creyen-
do que esta afición mía á las cosas literarias era algo más de
lo que en realidad es, ha acudido á mí, pidiéndome con in-
sistencia una ybtra vez que le prohijara, vistiera y aderezara
para presentarse al público tal y como yo entiendo que tiene
perfecto derecho á exigir. Me refiero á Rita, la mayor de las
señoritas de Lage, y V. que la conoce tan bien como yo,
comprenderá el compromiso en que me he visto. Tiene una
manera de mirar tan provocativa, pide las cosas de tal mane-
ra, y atiende tan poco á razones, que después de haberlas
apurado todas, me he visto precisado á exhibirla mi pobrísi-
mo bagaje literario, para convencerla de la imposibilidad en
que me encuentro de acometer semejante obra; pero como no
es mujer que cede con facilidad, al despedirse de mí ha que-
mado el último cartucho, pidiéndome por Dios y por los san-
tos, que hiciera valer mi influencia, si es que tengo alguna
sobre V., para que no la eche V. en olvido. Yo cumplo su
encargo, y me hago intérprete de sus deseos diciendo á V. que
nos debe la novela de Rita, para mí el tipo más interesante
398 REVISTA CONTEMPOkÁNEA
de cuantos ha hecho Y- aparecer en segundo término en Los
Pazos de Ulloa.
Y respecto á los "personajes que ha puesto V. en primera
fila, paréceme que están hechos por mano tan diestra, que
no se me ocurre puedan tachar á V. de ningún pecado lite-
rario los más exigentes críticos. Nucha, la figura más delica-
da de cuantas hasta ahora creó la fantasía de V., está trataíá
con tal cariño, tan finamente perfilada, y con una dulzura
tal de entonación, que seduce desde el primer instante que
aparece en escena. Ofrece un contraste tan admirable en me-
dio de aquella naturaleza agreste que rodea el desmantelado
caserón de los Ulloas y de la vida aún más incivil y agreste
del representante de tan linajuda y acabada estirpe y de cuan-
tos medran torpemente á su alrededor explotando sus pasiones
su natural indolente, que el espíritu fatigado de las sordide-
ces, envidias y traiciones que la avaricia del aldeano discurre
para apoderarse de los bienes de su señor, y que despiertan
la política personal y salvaje de nuestros pueblos, descansa
con apacible tranquilidad al'penetrar en las habitaciones de
Nucha y participa de sus alegrías y de sus tristezas, de sus
regocijos y de sus pesares; y es que Nucha es la encarnación
de ese sentimiento exquisito de la maternidad, el más grande
de cuantos sentimientos dignifican y ennoblecen á la huma-
nidad, apesar de cuanto dicen los que con más ingenio que
razones sostienen que es el sentimiento más instintivo é irra-
cional de los que constituyen nuestro patrimonio afectivo.
Por esto mismo no interesa en tan alto grado la figura de
Julián. Con ser simpática en extremo, no atrae. Choca, en
primer lugar, con la creencia, bastante generalizada, de que
si existe, constituye no sólo una excepción entre los de su
clase, sino que es una excepción casi imposible en esa tierra
gallega, en donde si la naturaleza incita, no incita menos la
ausencia de sus hijos varones, lanzados por la miseria á tie-
rras extrañas en busca de una forfuna que las más de las ve-
ces se trueca en una vida trabajosa y miserable, que sirve 3e
precedente á una muerte oscura, y tanto más triste cuanto
que en tan supremo instante faltan las atenciones y el cariño,
que sólo la familia puede proporcionar.
LOS PAZOS DE ULLOA 399
Sucede, además, que no son éstos los tiempos más apro-
pósito para dar interés á una figura que empieza por hacer el
sacrificio de las afecciones que hoy, con justicia, se conside-
ran las más santas y más legítimas, las afecciones de la fa-
milia, y principalmente el amor á los hijos, y todo esto con-
tribuye indudablemente, en mi sentir, á que todo el cuidado
y esmero que ha puesto V. en delinear y dar colorido á la
figura de Julián, hayan resultado casi tan estériles como
lo es la voluntad de éste, siempre encaminada al bien y siem-
pre consiguiendo efectos contraproducentes.
Por el contrario, D. Pedro Moscoso, el llamado Marqués
de Ulloa, es una figura valienteme'nte dibujada, y con toda
la entonación y el relieve necesario. Es una de esas figuras
de las que puede decirse que se salen del cuadro.
¿Y sabe V. porqué? Porque ese determinismó del que V. re-
niega, le ha guiado para vencer las dificultades de ejecución.
D. Pedro Moscoso es un hombre de corteza ruda, de aficiones
violentas, de pasiones no contenidas, porque su voluntad, éi
alguna vez se rebela contra la imposición tiránica del medio
en que vive, no tiene la energía suficiente para luchar contra
la tenacidad inflexible de Primitivo, que trabajando lenta-
mente, pero sin descanso, trata de alzar un* poder sobre las
ruinas de la antigua y linajuda casa de los Ulloas. Alienta en
D. Pedro Moscoso el buen deseo, el ansia de emancipaciórl,
pero este deseo necesita un auxiliar más poderoso que Julián.
Aun así, se agarra á él como el náufrago que consigue asir
entre sus manos el cabo salvador que le lanzan desde la ori-
lla, y arrastrado por Julián, hace un viaje á Santiago, y obran-
do con gran cordura y sensatez, escoge para esposa la mejor
de las hijas de su pariente el Sr. Lage.
¿Qué le falta para que su redención sea completa? Nada, ó
casi nada. Un administrador de más energía que Julián, para
arrojar de su casa á la familia ilegítima, y un heredero varón
que satisfaga su orgullo de raza, ya que es incapaz de apre-
ciar el tesoro que tiene en Nucha.
• Julián es vencido en su lucha con Primitivo; el heredero
varón es reemplazado por una hembra, y D . Pedro vuelve á
caer fatalmente impulsado en brazos de Sabel.
400 REVISTA* CONTEMPORÁNEA

Su ruina es ya inevitable. Las escenas que se suceden son


todas lógicas, y el desenlace natural, dadas las premisas.
¿Puede pedirse un determinismo mayor que este? ¿ni un efecto
artístico más completo? Confiese V. su pecado, déjese V. de
escrúpulos monjiles, y ya que profesa V. el naturalismo, ten-
ga V. el valor de proclamar las excelencias del procedimiento
con todas sus exigencias necesarias. ¿Le asusta á V. la pala-
bra determinismo? Paréceme que sí, y sin embargo, es V. de
las que creen que el nombre no hace á la cosa, como dicen
los franceses.
No sé si V. podrá explicar esta contradicción tan flagrante;
yo renuncio á rebuscar la causa para no enfrascarme en me-
tafísicas, y me limito á consignar el hecho.
¿Quiere V. una prueba aún más palpable de ese incons-
ciente determinismo artístico que ha guiado su pluma de V.?
Ahí está Primitivo, fruto espontáneo del medio ambiente,
planta parásita que crecerá siempre entre las ruinas de los
antiguos solares y que se desarrolla más ó menos, según las
circunstancias, adoptando una ú otra forma y acomodándose
en todas ocasiones á aquellas exigencias que le conduzcan de-
rechamente á su objeto. Primitivo es el producto natural de
la descomposición de aquella nobleza, que si en otros tiempos
prestó valiosos servicios á la patria, constituyendo una fuer-
za social de gran importancia, vive hoy del recuerdo de lo
que fué y es, salvo contadísimas excepciones puramente per-
sonales, un obstáculo y un entorpecimiento para el desarrollo
de los nuevos elementos que informan la vida moderna. Pri-
mitivo, apcsar de la repugnancia que inspira, interesa extra-
ordinariamente porque es un tipo humano de los pies á la
cabeza y porque los que respiramos con ansia el aura de la
libertad sentimos intuitivamente que Primitivo es un auxiliar
de la obra de progreso y trasformación que queda por alcan-
zar todavía. V. recordará mucho mejor que yo, sin duda al-
guna, un escrito del insigne Darwin sobre el trabajo de esos
gusanos que viven sepultados entre la tierra, que se alimen-
tan de ella y que la devuelven trasformada; pues para mí
Primitivo es uno de esos gusanos de aspecto repugnante que
cumplen su labor por tan rastreros procedimientos y cuyos
LOS PAZOS DE ULLOA 40I
resultados no pueden apreciarse sino al cabo de cierto tiempo,
es decir, cuando ya la evolución está cumplida. Ponga V. la
acción de Los Pazos de Ulloa en cualquiera de las viejas na-
ciones europeas, y Primitivo surgirá por la ley de la necesi-
dad, y no digo nada si el país se parece á Galicia y si sus
habitantes se parecen al gallego pobre y miserable del cam-
po, que según tengo entendido, es humilde de condición en
apariencia, desconfiado en el fondo, tenaz hasta el extremo,
avaro como pocos y sin escrúpulos en cuanto á los procedi-
mientos. E n un medio ambiente como el que V. ha escogido,
Primitivo es la resultante del sistema de fuerzas que le en-
gendra, y como la cosa más natural y lógica del mundo y
con la impasibiHdad de la piedra que cae obedeciendo á las
leyes de la gravitación, obligará á su hija á ser la barragana
de su señor, á soportar sin lamentarse todas sus brutales
exigencias, mientras él le roba descaradamente cuanto posee, fi^'
extiende su poder sobre todos los que viven alrededor y J»
aguarda con toda calma y tranquilidad el momento de poder
poner á su amo el pie encima y aplastarle como un sapo, sin
que se traduzca en su fisonomía la más ligera alteración. Y
basta de determinismo, porque si después de todo esto no se
ha convencido V., me declaro el más inepto de cuantos mor-
tales manejan la pluma, y voy á concluir muy pronto, aun-
que me quedan muchas, pero muchas cosas que decir á V.,
porque si no pongo coto á esta larga, pesada y enojosa carta,
ni encontraré periódico que me la publique ni habrá lector
que tenga paciencia para seguirme en las interminables dis
quisiciones en que me enfrascaría; disquisiciones que se me
antojan todas interesantes y pertinentes, pero que dudo
puedan interesar á los demás, ni aun á V., que es la madre
de la criatura.
La fiesta de Noya es un cuadro admirablemente trazado,
aunque se me antoja que las discusiones de sobre mesa de
los clérigos no retratan tan bien el natural como las otras,
y hay en ellas quizás más teología que la que de ordinario
saben los que.viven por esos valles y montañas; pero esto
puede ser una presunción mía falta de fundamento; ahí que-
da, sin embargo, consignado, valga por lo que valiere,
TOMO LXV.—VOL. IV. 26
402 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Lo que no he callar, porque me produjo una impresión


desagradable que nada tiene de artística, es aquel prurito de
pintar cuantas inmundicias había en el archivo de la casa de
los Ulloa. Si ha sido pura complacencia, entonces permíta-
me V. que le aconseje que se ponga en manos de un médico,
porque tales complacencias suelen ser, principalmente en la
mujer, aberraciones del estado normal, síntomas patológicos
de desarreglos nerviosos ó funcionales; y si ha sido, como sos-
pecho, muestra de su adhesión al naturalismo de Zola con to-
das sus exageraciones, entonces he de decir á V. que no ha
sido todo lo fiel que debiera, porque se ha detenido V. dis-
cretamente en lo boda de Nucha y D. Pedro en los umbra-
les de la cámara nupcial. No se me oculta que el asunto
ofrecía inmensas dificultades, y que V. tendría que vencer,
en primer término, el pudor que puso freno á su pluma; pero
si el naturalismo debe llegar en la pintura del archivo de los
Ulloa hasta donde V. ha llegado, debió V. también* resuel-
tamente atrepellar por todo, entrar en la cámara nupcial y
hacer un capítulo que tuviera tanto relieve y colorido como
el de la visita que hizo al archivo el buen Julián.
La lógica así lo exige y el naturalismo también, si es que,
como V. entiende por lo visto, ha de llevarse tan á punta de
lanza. Yo, que no lo entiendo así y que creo que ha obrado
usted muy cuerdamente oyendo la voz del pudor al llegar á
la cámara nupcial de Nucha, protesto en nombre del pudor
de mi estómago, y del de cuantos leyeren su novela de us-
ted, contra esos detalles de la visita al archivo que no ha
querido V. perdonarnos.
*
**

Los puntos autobiográficos que preceden á la novela se me


antojan algo incompletos. La personalidad científica y litera-
ria de V., única que V. esboza en ellos, es precisamente la
que más conocemos los que hemos leído sus obras; quedaban
sí huecos y lagunas que V. ha rellenado con gran maestría.
Hay escenas tan interesantes como la visita á Víctor Hugo,
y pinturas tan perfectamente ejecutadas como la de aquella
LOS PAZOS DE ULLOA 403

linda cigarrera que se suicida por amores contrariados; pero


todo esto y otros muchos detalles que omito, no consiguea
hacer olvidar al que los lee que falta allí lo principal, ó sea
la mujer, porque V. no es solamente la escritora, es algo más,
y ese algo más es lo que busca el ansia del público cuando se
le habla de un escritor á quien conoce y aprecia como á V.
Y no es sólo lo qiie le mueve en su afán de conocer á la
persona mera curiosidad, no es que la trama de la vida es
tan complicada que el suceso, al parecer más insignificante,
puede ser la clave de la conducta de una persona, la deter-
minante pudiera decirse de toda su vida (vea V. como el de
terminismo asoma su cabeza por todas partes).
Es más, la autobiografía parece hecha casi con el exclusi-
vo objeto de promover polémicas sobre el naturalismo católi-
co de que tan enamorada está V., y bien sabe Dios que por
mi parte no rehuiría la polémica si no me detuviera, entre
otras muchas consideraciones, la de mis escasas fuerzas y
la de lo bien templado de las armas con que V. provoca.
Además, es V., afortunadamente, demasiado joven todavía
para que interesen en grado extraordinario los apuntes auto-
biográficos, porque en esta clase de trabajos, no es sólo la
personalidad del autor la que atrae, sino que entran por mu-
cho en el interés que despiertan los sucesos que á su alrede-
dor se desarrollan, y los que V. puede narrar son tan recien-
tes, están tan en la conciencia de todos, y apasionan todavía
ánimos de tal manera, que no tienen ni pueden tener el en-
canto de las Memorias de Alcalá Galiana ó el de las Memo-
rias de un Setentón.
Por otra parte, estas autobiografías, cuando se escriben
para ser publicadas después de la muerte del escritor, son
como un examen de conciencia general, en donde se traduce
con la posible fidelidad é imparcialidad lo bueno y lo malo
que hizo el autor, resultando así dibujada por completo su
personalidad y sirviendo de auxiliar á las biografías, mientras
que cuando se hacen por quien como V. tiene todavía tela
cortada para rato y ancho campo para vivir, han de ence-
rrarse en una prudente reserva, que produce siempre en el
lector algo de desencanto. Estas consideraciones me traen
404 REVISTA CONTEMPORÁNEA

involuntariamente á la memoria lo que mé decía D. Manuel


Becerra que había contestado en cierta ocasión á un francés,
que solicitaba de él con gran empeño datos y antecedentes
para hacer su biografía. Yo, le contestó, tengo en mi vida,
como todos los hombres, cosas buenas y malas; las buenas
solamente no me parece bien referírselas á V., mi amor pro-
pio se ofendería; y en cuanto á las malas, no se las he de
contar á nadie mientras viva, averigüelas V. como pueda.
A V., aunque no lo dice, le sucede algo de lo que le sucedía
á D . Manuel Becerra, no porque tenga V. nada que ocultar,
sino porque involuntariamente se detiene la pluma cuando
se trata de hacer confidencias al público; por eso ha hecho
usted, en vez de apuntes autobiográficos, el bosquejo de la
novísima historia literaria de uno de los aspectos más inte-
resantes de España y un escrito de polémica, que tiene todo
el color y el entusiasmo de que ha dado V. tan gallarda
muestra en La cuestión palpitante.

¿Y la crítica prometida?—me preguntará V. ahora.—¿Qué


se ha hecho del juez y del reo?—No lo sé. Ni V. puede ser
reo para mí, ni yo puedo ser juez de quien tantos respetos y
consideraciones merece á quien se reconoce siempre suyo ad-
mirador y amigo, q. b. s. p . ,
LORENZO BENITO DE ENDARA.

Diciembre 24 de 1886.
EL MOSEN (i1

CONTINUACIÓN

no bien nuestros tres personajes se hubieron en-


terado de todos los detalles escritos, se corrió la
cortinilla, y al través de la reja vióse ondular un
hábito blanco, á cuya presencia el Mosén se puso
en pie, se acercó á los hierros y saludó cortés, siendo con-
testado en igual forma por la superiora de' la comunidad.
Luego de las preguntas y presentaciones de ordenanza,.se
trabó el siguiente diálogo:
—El asunto de importancia que en mi carta indicaba á
usted—dijo el Mosén,—no es otro que el que hoy me trae
aquí. Tengo entendido que por especial privilegio de la casa,
tienen VV. un anejo al convento, donde en muchas y diver-
sas circunstancias, han venido á vivir señoras, á quien su
estado particular ó simplemente el deseo de hacer piadosos
ejercicios, ha impelido á ello.
—Asi es—contestó la monja.
—Pues siendo así, mi hermana María, quiere ser una de
ellas, si es que ahora hay alguna en igual caso.
—No hay; pero, es lo mismo.

(I) Véase el número anterior.


406 REVISTA CONTEMPORÁNEA

—Entonces, si V., madre, no lo tiene á mal, le agradecería


viésemos cuantos antes el citado anejo, porque va ya me-
diada la tarde, y tengo que regresar cuanto antes á Cris-
tierna.
—Ningún inconveniente hay por mi parte. Mas como para
pisar VV. la clausura es menester y de todo punto indispen-
sable que les acompañe nuestro vicario, le mandaremos
llamar.
Y esto diciendo, se levantó y llamó á otra monja. Cuando
la hubo dado el encargo, volvió á sentarse preguntando al
Mosén con interés por el estado de las cosas de la guerr^.
Respondióla el Mosén: discutieron en algunos puntos; y en
estos dimes y diretes, abrióse la puerta de entrada del locu-
torio y penetró el vicario. Era un viejo venerable, delgado y
doblado por el peso de los años; expresión de bondad y aire
humilde é indiferente; mal que pese á los escritores natu-
ralistas, no siempre han de ser los curas como ellos los pin-
tan; es decir, gruesos de tanto atracarse; humildes por hi-
pocresía, y achacosos por el gastamiento de los vicios.
El sacerdote entró lentamente mirando con atención á
Jaime: y cuando supo por la superiora que era el popular
Mosén, se adelantó á él, le estrechó afectuoso la mano, y le
dijo:
—Dios conserve muchos años una vida que tan bien em-
plea V. en defender su santa causa.
Sonrojóse el Mosén, y aun hizo negativas con la cabeza.
Pero el vicario continuó:
—¡Oh!... sí señor, sí señor. No se haga V. el chiquito.
Todos sabemos lo que V. vale; y lo que trabaja; y lo que
sufre.
Jaime miró al vicario, como queriendo decirle que se equi-
vocaba en lo último que había dicho. Lo que él sufría no lo
sabía nadie más que él mismo.
Salieron todos del locutorio, y enderezaron sus pasos hacia
la puerta de la clausura, que ya estaba abiertaj y que pasaron,
entrando en el claustro.
Cruzaron el jardín, bien cultivado y por tanto florido, y
llegaron á la huerta, en cuyo último término había en efec-
EL MOSÉN 407
to un edificio pequeño, de moderna construcción, y aspecto
si no alegre, tranquilo y no triste, al menos.
Pero antes de llegar á él, la superiora, que los acompaña-
ba con el velo negro echado sobre la cara, se detuvo y
dijo:
—¿Y este niño que lleva esta mujer, es hijo de algún pa-
riente de VV.?
Jaime se estremeció al oír la pregunta: María de la Paz,
ni oía, ni veía, ni entendía: iba como una máquina: por eso no
escuchó nada.
El Mosén afrontó la cuestión y contestó:
—Es hijo de mi hermana.
—¿Y no tiene padre?
—No—respondió Jaime.
—¿Ha muerto quizá?...
—No—volvió á decir el cabecilla.
Y esto manifestado, cogió del brazo al vicario, y expresan-
do que quería decirle unas palabras en secreto, se apartó con
él del grupo.
Mientras tanto la superiora, Brites y Paz, llegaron á la
casa de ejercicios, y entraron en ella. Después de una ante-
sala, desnuda de muebles, y en cuyas paredes no había ni un
triste clavo, se pasaba á un largo corredor de anchas losas,
en que varias puertas daban acceso á unas míseras celditas.
En la que la madre dijo que era la mejor, entraron las tres
mujeres.
Todo en ella estaba muy hmpio; pero todo era también
muy pobre. La cama se componía de un tablado con jergón
y colchón; blancas almohadas y colcha de percal azul. A su
lado había una mesita con libros de devoción, un candelero
y un gran Cristo de talla, en cuya peana se leía un rótulo que
decía: Aquí no se piensa más que en mí.
Dos sillas, de las llamadas de Vitoria, completaban, con
un reclinatorio de caoba, el mobiliario de la pieza.
Poco tiempo estarían en ella, cuando se oyó la voz del vi-
cario que llamaba á la superiora. Salió ésta, y no bien lo hubo
verificado, María, que en la laxitud de sus movimientos y lo
torpe de sus pasos parecía un andante cadáver, revivió y
408 REVISTA CONTEMPORÁNEA

despertó de su modorra, mirando con espantados ojos á to-


dos lados, y preguntando á Brites:
—¿Estamos solas?
—Solas—la contestó la vieja.
Y comprendiendo la intención que guiaba á Maríl al decir
aquello, la entregó á Jesús y fué á custodiar la puerta de la
celda.
Como la leona se arroja sobre el cachorro que la robaron,
¡más aún!... así se avalanzó Paz á su hijo. Le estrechó con-
tra su pecho; le puso en alto; le besó en la boca, en los dor-
midos ojos, en los oídos, en la frente, en el cuello; mano-
seóle á placer, devoró con la vista el blanco carrillo... y el
niño con tanto movimiento y tanta molestia despertó. Y con-
forme sus legañosos parpaditos se iban entreabriendo, así los
hermosos ojos de la madre se iluminaban de la deslumbrante
luz que parecían haber perdido para siempre. Y las arrugas
que grieteaban la frente de María, se deshicieron y dejaron
tersa y lisa, la que antes surcaban como vetas moradas de
blanco mármol: y todo el aire triste y de congoja que como
mole de mortal pesadumbre oprimía el gesto de la huérfana,
rodó al suelo sin más esfuerzo que posar el chiquillo su débil
manecita sobre las pálidas mejillas de la madre:, bien así
como la colosal peña que mil huracanes no pudieron conmo-
ver de su asiento, y el peso de un ligero pajarillo la hace de-
rrumbarse estrepitosamente al abismo.
La cara de María, aquella cara desencajada y descompues-
ta, que parecía flotar entre un océano de muerte, se animó
é hizo risueña; y la boca, que sólo para los gemidos de la
congoja servía ya, se abrió, mostrando la brillante dentadu-
ra... Cayó hacia atrás la hermosa cabeza, y sonora carcaja-
da de ventura profanó aquella celda, que sólo para el recogi-
miento místico se edificó.
El niño sonreía á María de la Paz, y con los ojos aún car
gados del último sueño, balbucía vocablos de esos que sin
pertenecer á idioma alguno, entienden y adivinan todas las
madres.
Las pupilas de María retrataban sobre su oscuro fondo la
cabeza de ángel de Jesús; tan cerca estaban las unas y la
EL MOSÉN 409

otra; y en el acceso de su locura, delirando por aquel fruto


de sus propias entrañas, vaso de nácar que lle?iaba la sangre
que corría por sus venas, le besaba una y mil veces, excla-
mando casi tantas:
—¡Sfno vivieses tú!... ¡con qué gusto moriría!...
Luego se tocaba el pecho y se sentía mordida mortalmen-
te por interior culebra, que succionaba su vida con hambre
y voracidad espantosas; y la idea de la muerte, idea que la
perseguía como sombra que su mismo cuerpo proyectaba al
reflejo de su esperanza; sombra más grande cuanto más le-
jana estaba la luz..., venía á gesticular delante de ella para
mofarse de su desventura.
—¡Moriré yo y quedarás tú solo!—decía, zarandeando a!
pequeñuelo.—¡Moriré yo, y en el mundo no te amará nadie
como yo te amo!... ¡Sin mí serás desgraciado; porque cuan-
do una desdicha te dé sed de consuelo, no tendrás quien te
lleve á los labios ese néctar que sólo se liba en el alma de
las madres!... ¡Quién sabe si fuera mejor que murieses con-
migo!... Pero no—se desdijo en seguida, horrorizada de sua
mismas palabras,—vive, vive, hijo de mi sangre... Tus pasi-
tos resonarán allá arriba..., los oiré yo... Y quizás cuando
tú al andar pisotees la tierra que me cubra, machacando mis
pelados huesos, yo te bendiga desde el cielo... y pida á Dios
para ti toda la felicidad que á tu madre negó!...
Jesús se reía de todo esto, y apretaba los rosados puños,
para dar luego golpecitos á Paz, que pagaba amorosa cada
cachete con un beso.
Y cortó aquella borrachera de mutuas caricias la repentina
entrada de Brites, que quitó á Jesús de los brazos de María
sin que ésta hiciese el menor esfuerzo. En el corredor sona-
ban los pasos de los que por él venían. Paz, como ardiente
sol que de pronto un nublado oculta, palideció, tembló y
quedó yerta, con las manos cruzadas y el gesto de taciturna
seriedad de los muertos.
Su hermano entraba en la celda seguido de la superiora y
del vicario.
—Querida Paz—dijo el Mosén,—no habíamos contado con
una dificultad que ahora se presenta.
410 REVISTA CONTEMPORÁNEA

María alzó la frente y trató de ver á"^Jaime, pero no lo con-


siguió: una nube negra la cegaba por completo.
—En que tú te quedes no hay inconveniente—prosiguió
el Mosén.—Mas tu hijo no puede estar contigp...
—¡Y yo no puedo estar sin él!—murmuró bland&mente
María.
—Nadie trata de separaros.
—Entonces, ¿de qué?...
—De que el caso es nuevo en esta casa, y sin un permiso
especial del Sr. Obispo, no puedes tener en tu compañía á
Jesús.
Paz fué á decir algo; se movieron sus labios; pero siguió
el Mosén:
—Ese permiso se compromete á obtenerlo el señor vicario.
Pero hoy tienes que, ó quedarte sola, ó volver conmigo á
Cristierna, hasta que la licencia se consiga.
—¿Y qué dificultad hay para que Jesús quede conmigo?...
—La dificultad—dijo entonces la superiora tomando la
palabra—está en que es grave escándalo para la comunidad
el ver en su compañía á V.... con un niño que no es... su
hijo. Y aunque lo fuera, en la casa nunca sentaría bien esa
constante presencia de los amores del mundo. Yo, por ser su
hermano de V. quien es, consiento gustosa todo, si el señor
Obispo da permiso para que el niño quede aquí. Mientras
tanto...
—Nos vamos—exclamó María, poniéndose en pie resuel-
tamente.
—Creo—dijo Jaime—que lo más oportuno sería que te
quedases tú, trayendo yo á Jesús, en cuanto el señor vicario
me avisase de que el permiso estaba concedido. Pasado ma-
ñana, lo más tarde, dice que estará en su poder... Y conjo,
además, tu estancia aquí no se ha de prolongar más tiempo
que el que el Rey invierta en aceptarme la dimisión que le
tengo presentada...
—¡Tú!—exclamó asombrada María.
—Sí, yo. Me rinde la fatiga de tanta lucha, y ansio reti-
rarme contigo á otro país. Mi única ambición es el descanso.
No te lo había dicho antes porque no había para qué. Por
EL MOSÉN 411

consiguiente, repito que es mi parecer que te quedes tú,


puesto que ya estás aquí, y que aguardes, dos días no más,
á que el Sr. Obispo dé permiso para que vivas con Jesús los
ocho, ó diez, que el Rey tarde en aceptar mi renuncia. Sin
embargb... habla. Yo..., no he de hacer más.que tu vo-
luntad.
—Yo no tengo voluntad—dijo María resignándose.—Há-
gase la tuya.
—La mía es esa.
—Pues sea.
Y desencajándosela los ojos, hasta parecer que iban á sal-
tar como balas de las órbitas, inclinó la cabeza y clavó su
barbilla en el pecho, que lentamente latía, como pausada
respiración de un agonizante.
La superiora se adelantó y la abrazó solícita, diciéndola:
—No debe apurarla una separación tan corta. Aquí pro-
curaremos hacerla á V. corto el tiempo, divirtiéndola en
nuestros ratos de ocio: precisamente han entrado hace dos
meses tres novicias que tienen el genio más vivo y alegre del
mundo, y con las cuales hará V. pronto buenas amistades.
Se entiende que mientras esté V. sola: en cuanto se una á su
niño, su vida tendrá que ser completamente independiente y
separada del resto de la comunidad, que ninguna necesidad
tiene de saber el origen ni la historia de su venida al mundo.
María callaba.
—Luego, la vida del convento no es tan pesada como vul-
garmente se cree. Mire V.: á las cinco en punto nos levanta-
mos, aseamos y vestimos, para ir á las cinco y media á la Me-
ditación. A las seis y media se rezan las Horas menores. A las
siete se oye la santa Misa. A las siete y media desayuno. ¡Verá
usted qué chocolate más rico!... Hasta las nueve, arreglamos las
celdas; se barre, se limpia todo por rigoroso turno: y cuando
da esta hora, se canta el sublime Veni creator spíritus: á las
diez el Ave Maris stella. ¥ concluidos estos ejercicios, nos
ponemos á hacer labor, escapularios, remiendo de hábitos,
ropa de altar... que dejamos cuando dan las doce. S u é n a l a
campana, y ¡á comer!... pobre, pero todo abundante... Con- *
cluímos, y viene el recreo, con sus juegos, sus animadas con-
412 REVISTA CONTEMPORÁNEA

versaciones, sus cánticos de alegría; se cortan flores del jar-


dín, se baja al huerto, se dan cuatro zapatetas, y al oírse las
dos á Lectura... La vida del santo del día. La historia de San
Pedro Nolasco,nuestro venerable fundador. La relación de re-
dención de cautivos... Todo muy interesante. A las tres,
vamos á Coro, y rezamos Vísperas, Completas, Maitines y
Laudes... Acabamos con esto, y volvemos á tomar la labor
hasta las cinco. Y ¡vuelta á jugar, y á correr, y á la Medi-
cantar! No lo dejamos hasta las seis. En esta hora vamos á
tación Y á las siete á cenar, ¡Vaya unas migas que va
ustedá probar!... Nos levantamos de la mesa, y ¡cualquiera
diría que otra vez á Coro! ¡Pues no señor!... Otro recreo,
hasta las ocho y media en que hacemos nuestro examen; re-
zamos el Miserere, y á las nueve á acostarse todo el mundo.
íQué tal?...
María de la Paz no respondió una palabra.
—Por supuesto, V. no tiene obligación de asistir á todo es-
to. Va V. á lo que más rabia le de. Si no quiere V. comer,
ó no tiene gana de jugar, se encierra V. aquí, y Dios con
todas.
Concluyó la locuaz monja de hacer la apología de la vida
conventual, y empezó el Mosén diciendo:
—Visto que accedes á lo que se te propone, me marcho.
¿Quedas contenta?...
Un involuntario estremecimiento fué la respuesta de Paz.
Luego se levantó y abrazó á Jaime. Cuando llegó á estar de-
lante de Brites, se detuvo mirando á su hijo; Jesús extendía
sus manitas hacia ella; pero Paz se las apartó y sólo le dio
un beso. Volvióse en seguida de espaldas y dijo:
—Idos... Ya me quedo.
Sería no hacer la debida justicia al Mosén si no declarára-
mos aquí que vaciló por un momento en resolverse; que lu-
chó un instante con un deseo que le brotó en el ánimo, ava-
sallador y fuerte como todos sus pensamientos; que tuvo en
la lengua la palabra, vente... Pero que á la postre, cedió á su
primer impulso, y se contentó con despedirse del vicario di-
ciéndole:
—Hasta pasado mañana.
EL MOSEN 413

Y salió de la celda.
Cuando María de la Paz escuchó los pasos que todos pro-
ducían pisando las losas del corredor, tendió una mirada ago
nizante á aquella puerta que quedó entornada, cerrándola
sus deseos, semejante al postrer rayo del sol que se pone, dan-
do paso á la noche más negra. Levantóse de nuevo, y anduvo
de un lado á otro toda la pieza.
Al poco rato volvió la superiora, y la dijo:
—Ea; véngase ahora conmigo, y la presentaré á toda la
comunidad.

CAPÍTULO IX

LA VÍSPERA DE LA ASUNCIÓN

Objeto fué de vivos comentarios, cabildeos, disputas, con-


troversias y discusiones, la cuestión magna de la víspera de
la Asunción en Cristierna. Teníase por costumbre todos los
años, celebrar dicha víspera, con una fiesta popular parecida
á las verbenas de Castilla: fiesta en que se bebía, se cantaba,
se encendían hogueras, y por ende se disparaban sendos chu-
pinazas; bestial pasatiempo, que no sabemos qué mal inten-
cionado tuvo la humorada de trasplantar de Valencia, su pa-
tria, á las provincias.
Pero aquel año, la guerra tenía la atención de todos sus
pensa y pendiente; el pueblo no estaba muy propicio á rego-
cijos, con los liberales á la puerta; y ante todo y sobre todo,
no había un cuarto con que costear los dispendios que oca-
sionase la tradicional diversión. Por esto, de muchos días
atrás, veníase cuestionando la conveniencia ó inconveniencia
de suprimirla: siendo el paladín sostenedor de que debiera re-
petirse como todos los años, el insigne D. Fidel, que siem-
pre fiel con sus autocráticos principios de gobierno, creía, en
su manía centralizadora, que el Estado debía ocuparse hasta
de proporcionar recreo al pueblo, y por consiguiente, que era
414 REVISTA CONTEMPORÁNEA

altamente impolítico el privar ^ los cristernienses de aquel


desahogo á sus amarguras. Además, el espíritu público estaba
alicaído, mustio y triste; y era menester levantarlo, animar-
lo y despreocuparlo de sus pensamientos. Prevaleció entre
todas la opinión notarial, si bien se convino en que, debido
al mal estado pecuniario del Municipio, las fiestas se rebaja-
rían de su ordinaria talla y altura; y así, que quedaran redu-
cidas á lo que ahora se verá.
Al comenzar á declinar la tarde, brotó de los campanarios
regocijado repique de campanas que puso en movimiento á
los partidarios de la bullanga para animar á los indiferentes,
y alentar á los fríos en el júbilo. Los chicos de la escuela se
habían encargado de tan estruendosa tarea, y con este apunte
queda expresado que los seculares bronces espolvorearon has-
ta el hollín de sus tornillos y goznes: sólo cesaba el ruido del
metal el preciso tiempo que la campana estaba quieta para
que el polvorista disparase locos cohetes desde la misma ven-
tanuca de la iglesia: que es espectáculo el de los voladores,
no por muy visto, hartador de juveniles ánimos. Y luego que
el cohetero decía: no hay más, por ahora, volvían los badajos
á golpear con furor los vibrantes bronces: y así cuando no
eran los petardos de la pólvora, las campanas se encargaban
de ensordecer á los pacíficos, y exasperar á los opuestos á
la fiesta.
El repique se extendió por el campo suspendiendo las ta-
reas de la siega y de la trilla. Las nescachas sentían fetozar el
ánimo con el pensamiento de una noche de desatentado re-
gocijo. Los viejos, los antiguos patriarcas, volvían las me-
morias olvidadizas á sus tiempos mejores, cuando aquel to
que era la señal de acercarse la noche de los atrevimientos y
de los grandes favores de las ninfas de su amor, que luego
los años, y la realización descompasada de los ensueños, ha-
bían convertido en vetustas madres tan decrépitas y tan gas-
tadas como ellos mismos. Los mozalvetes pasaron revista
coqueta á sus personas, y sacando del sudor y el vencimiento
del trabajo garbo y donaire para los galanteos, cargaban can
tando con sus aperos y enderezaban sus pasos, más acelera-
dos que de costumbre, al pueblo.
EL MOSÉN 415
Con este motivo venían llenos los caminos: cargados los
aires de canciones y de voces de júbilo; y las carretonas, gru-
ñendo, gracias á la mala enjabonadura de sus ejes, bajo gran-
des cargas de hierbas secas y aromáticas, para la hoguera
del atrio.
Increíble parecía que tanta cara risueña pudiera encontrar-
se, donde tantas lágrimas hacía derramar la lucha fratricida
que en sus contornos se libraba. Y sin embargo, las había;
hasta las viejas saltaban de contento, con la general alegría.
¡Qué de citas para la noche!... ¡Qué de promesas! ¡Quede
miradas malignas! ¡Qué de malicias y dicharachos se escu-
chaban!... Decididamente, aquella noche la batalla iba á ser
entre el osado cieguezuelo de doradas flechas y las debilida-
des incontinentes de virtudes más ó menos enamoradas; dfc
quién sería la victoria, era difícil de prever; sólo podía ase-
gurarse que el niño Amor iba á dejar tendidas muchas víc^
timas.
Llegó la noche y con ella el sonido incitante de la dulzaina
y el tamboril; toque de alarma para los impacientes, señal
de salida para los que tan sólo esperaban música para echar-
se á la calle. Y en lo alto de la torre vióse ondular entre las
oscuridades y las sombras amplias banderas, que el aire pie*
gaba y desplegaba con la misma indiferencia con que colum-
piaba á los farolillos de colores que dibujaban las ventanas
de los campanarios.
D. Fidel, coma propagandista y pensador de aquella des-
preocupación, en medio de tanto y tanto peligro como á
Cristierna rodeaba, recibía plácemes y enhorabuenas, amén de
intrincadas indirectas, que el pobre hombre, mareado con el
aplauso popular, no acertaba á comprender. Paseábase oron-
do y satisfecho de la general alegría, y cuando entró más
tarde en el atrio de la iglesia para asistir al rezo de la solem-
ne salve, fué su presencia saludada con más de doce tiros de
cañón pedrero, que á tal sonaban si no los excedían en la re-
sonancia de las detonaciones los disformes chupinazos que
chupines fijos en el suelo dispararon casi á un tiempo. Es-
tremecióse horrorizado, y aun se tentó la ropa y tomó el
pulso por ver si estaba vivo; aquello era una barbaridad, que
4l6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
él de bonísima gana mandaría suprimir... Pero ¡en Cristier
na suprimir los chupinazos!... Antes morir; podía haber fiesta
sin hoguera, y sin música, y sin salve; pero sin los treme-
bundos truenos^ espanto de D. Fidel..., ¡qué disparate!
Cantóse con solemnidad la salve; aumentó la iluminación
con errantes hachas de viento, que los fornidos jayanes co-
rrían de un lado para otro, y muy cerca de las diez se pren-
dió fuego á la hoguera. Enmedio del chisporroteo, del bra-
mar del fuego y de las columnatas de humo saltaban los
grandes y los chicos, alardeando de incombustibles. Mas
sucedía que no todas las chaquetas eran de amianto, y así
solía verse á uno de aquellos improvisados cíclopes salir de
entre las llamas con la ropa ardiendo, y entonces... ¡Ah, en-
tonces era la diversión! Arrojábanse sobre él todos sus com-
pañeros, hasta volcarle en el suelo patas arriba; le pisaban,
le llenaban de achuchones, le sofocaban con estrépito, y el
fuego acababa porque no tenía aire donde arder..., y el ma-
logrado tizón se levantaba con las narices sangrando y la
cara llena de encontrones y cardenales. Pero á bien que él
tenía la culpa: ¿quién le mandaba dejarse prender por el fue-
go?... ¡Allí de la rapidez del salto y de la agilidad en sa-
cudirse!...
Esta operación se repetía varias veces, y para refrescar el
susto, iban los mozos bajo cierto nogal, donde especulador
cantinero vendía rejalgar chacolizado..., mezcla infame de
vinagre y azúcar y vino y aguardiente... Y cobrados nuevos
ímpetus y nuevos bríos, volvían á la faena de los saltos, si
ya entre las redes del amor no iban á echar su cuartito á
espadas en el corrillo de la danza, donde el polvo se mas-
caba espesamente y donde acababan de marearse y ponerse
ebrios.
Y á todo esto, los chupinazos no cesaban: lejos de ello, pa
recia que aumentaban á cada instante... Y era que el celoso
capitán de provisiones había puesto á disposición del popula
cho, para su solazamiento y diversión, una importante partida
de pólvora, muy pasada, y otra no menos grande de sal en
grano, que son los componentes que cargan las entrañas de
los ruidosos aparatos. Sólo así se explica que el tiroteo fuese
EL MOSÉN • 417

tan incesante, que pareciese el cañoneo con que una plaza


fuerte rechazaba un impensado asalto á sus murallas.
Y la algazara de gritos coreaba las detonaciones; y las bo-
rracheras crecían; y menudeaban los lances, chistosos unoSj
graves los otros; y hasta el estrellado firmamento parecía re-
flejar la lumbre de la hoguera, y los ámbitos del cielo reper-
cutir y aumentar el estruendo de los tiros y el vocerío. Tanto,
que más de dos hubiesen jurado que en el campo sonaba ruido
de fusilería.
Comparsas de chicas iban de extremo á extremo recitando
coplas, que concluían entre el jarjeo de ruidosas carcajadas,
risas estúpidas y voceamientos á voz exhausta 6 ronca de
tanto gritar. Otras, las más mozuelas, se entretenían en
correr, y aun en sisear á los grupos de nada rnás de dos per-
sonas, que sin darse el brazo, pero yendo muy juntas, busca-
ban la protección de las sombras para el liviano cumplimiento
de alguna promesa hecha después dé oír muchos juramentos.
Y las toses y los siseos los hacían volver atrás, con no escaso
contento de la ella y desesperada turbación del él... Que en
aquellos forzados arrepentimientos, hacía de acusadora con-
ciencia la aventajada malicia de las chicuelas.
Pero pronto el tumulto general los volvía á dejar solos, ó
yá la persecución de idéntico delito en otros, los libraba de la
inquisición pública, que era como mala tapadera, que mien-
tras tapa uno de los extremos de lo que se propone tapar, lo
deja libre por otro, imposibilitada de encajar, sobre todo, á un
tiempo.
A los últimos espirantes reflejos de la hoguera vióse venir
por la carretera de Tolosa una carreta, arrastrada de bueyes,
que la curiosidad delató en seguida como la misma que por la
mañana salió de Cristierna, conduciendo al Mosén y á su
hermana. Tuvo con este regreso del cabecilla alimento nuevo
la desocupada maledicencia de doña Obdulia, que había ago-
tado ya todos los temas predilectos del escalpelo de su lengua,
y como lámpara á que falta el aceite y de pronto la llenan de
nuevo, vertió nueva luz, menudeando las absurdas invencio-
nes del por qué, para qué y á qué habría llevado Jaime P a -
roUa á María de la Paz al convento de Tolosa.
TOMO L X V . — V O L . I V . 2J
418 ' REVISTA CONTEMPORÁNEA

Siguió la carreta hasta casa del Mosén; paró á su puerta,


y Jaime, con Brites y Jesús entraron por ella.
Volvía el cabecilla muy meditabundo y apesadumbrado al
parecer; y es que todos los temperamentos nerviosos tienen
la extraña propiedad de presentir las tormentas; y 6 material
ó moral, la presentía el Mosén, y no chica, sino inmensa. Y
el contraste de sus amarguras y los locos ecos del regocijo
del pueblo, le doblaban sus dolores internos: que cuando ai
alma la abruma una pena, la alegría de los demás la dobla el
peso.
Encerróse solo en el último rincón de su casa; y allí, pa-
seando con agitación, contempló horrorizado la titánica lucha
que tras de su frente libraban las dos soluciones de su con-
flicto.
Era la una risueña, placentera, descansada. Consistía no
más que en olvidar. En cerrar la vista hacia el pasado, y re-
tirarse allí donde ni la guerra ni otras pasiones le triturasen
más el trabajado espíritu. Pero tenía su lado malo: el del li-
dículo. El que afrentas repetidas quedasen impunes, y jura-
mentos terribles sin cumplir. Una familia ofendida, escupida,
humillada, que pasearía indiferente y vencedora los baldones
y los girones de honra arrancados ¡á la suya!... que lejos de
tomar venganza, huía cobardemente de los mismos que la
robaron la calma y la paz.
La otra era sangrienta; horrible; feroz... ¡pero magnífica!...
¡La justicia humana anticipándose á la divina!... ¡Aceleran
do la llegada del criminal ant* el supremo Juez!... Y tenía
también su contra: la necesidad ineludible, imperiosa en que
Jaime se encontraba de no pensar más que en María de la
Paz... última perla que 1%voracidad de los ladrones dejaron
cascada en el joyero. Necesidad que traía consigo el olvidarse
de todo para siempre,.. ó por lo menos fingir que se había
olvidado.
El dilema se agrandaba con la consideración de si él, libre-
mente, podía decidirse en absoluto por una de las dos solu-
ciones: consideración que le hacía dudar de las propias fuer-
zas y desalentar ante el sacrificio de optar por una ú otra.
Este batallar, este luchar sin descanso, había aguerrido su
EL MOSÉN 419
inteligencia, de modo colosal; pero aun así, la fatiga le acor-
taba las energías: y el resultado era verlo todo negro; colcr
peor mil veces que el rojo de la sangre, que al fin dice á qué
hay que atenerse; y no la negación y la ignorancia de todo,
que representa el color de la noche.
La sombría mirada del Mosén quebraba sus reflejos de ser-
piente con los lánguidos y brincones de la vela de sebo que se
corría encima de la mesa: y cuando Jaime entornaba los pár-
pados, como si sus ojos diesen luz, la penumbra indecisa de
la estancia se agrandaba, y quedaba flotando en ella la llama
azulada de la vela que se torcía, se desmayaba, apagaba y
encendía, según los caprichos del viento que dejaban colar
las rendijas de la ventana entreabierta.
De su aletargamiento vinieron á sacarle unas voces que
escuchó estridentes resonar en las calles, y que nada tenían
de jubilosas y alegres: antes bien eran de desesperación y de
angustia...
Pero al poco cesaron, y la modorra volvió á hacer presa
en el sombrío Jaime.
La vieja Brites le turbó un momento para preguntarle si
quería cenar: pero contestó con un no seco, y la anciana le
dejó solo.
Al poco, Jaime Parolla se sonrió. El bullicio de las calles
cesó de pronto. Como si el pueblo entero se hubiese muerto.
No dejó de chocarle tan rápido enmudecer de la algazara.
Pero únicamente dijo:
—¡Gracias á Dios que se han cansado!
Fuertes chupinazos que sonaron en seguida, le demostraron
que se había engañado; que la fiesta continuaba aun...
Pero nuevas y más seguidas detonaciones se oyeron, y en-
tonces su oído ya muy práctico para clasificar ruidos de ar-
mas de fuego, le dijo que entre aquellos estruendos había
más de dos cañonazos. Alarmóse, y púsose en guardia... E s - "
cuchó... Hubo una nueva pausa más larga que las anteriores.
Sólo oía el charlar dificultoso que traían en la cocina baja
la Caspia y Brites.
Así trascurrieron hasta diez minutos. Pasados que fueron,
un frío sudor chorreó por la grieteada frente de Jaime Parolla.
420 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Indistintamente, sin género alguno de duda, escuchó gri-


tos ahogados, no canciones de alegría; disparos de cañón,
no chupinazos; tumulto revuelto de grandes masas consterna-
das; huidas desesperadas por las calles; voces de auxilio, de
mando, de ruego, de espanto; un vago rumor como la ma-
rea cuando empieza á inundar las arenas de la playa; luego
más ruido, y más gritos, y más voces, y más disparos, hasta
que á la puerta de su casa dio el aldabón un fuerte y largo •
repique, mientras mil voces, á coro, desordenadas, repetidas,
gritaban, aullaban y decían:
—¡Mosén!... ¡Socorro! ¡Socorro!..
—¡Mosén!—clamaban los ecos.
Y abriéndose de repente la puerta misma del cuarto, vio
reventar por ella una informe muchedumbre de paisanos y
militares, con los gestos vacilando entre la expresión de la
embriaguez y la del pánico más supremo; llorando unos; fre-
néticos otros; todos voceando; todos exigiendo; todos en
feroz avalancha de quejas, súplicas, ademanes de moribun-
dos, caras desencajadas, bocas laxas, jadeantes; y agitar de
brazos, y temblor de cuerpos, y saltar de ojos en los encen-
didos párpados... turbión de monstruos que manoteaban opri
miendo nerviosos armas, palos y algún que otro fusil...
¿Qué había pasado?...

CAPITULO X

OTRO MÁS PARA EL CIELO

Sólo á persona de tan pocos alcances militares como don


Fidel Barrera pudo ocurrirse el desventurado pensamiento
de despertar el sueño del enemigo que cerca de ellos dormía,
con ruidos tan parecidos al de una encarnizada batalla, como
los chupinazos producían. Así es que las avanzadas liberales
(que en aquellos días, por descuido del Mosén, se habían
EL MOSÉN 421

acercado mucho más de lo regular á Cristierna), oyeron las


detonaciones lejanas que sonaban hacia el pueblo; y como
entre ellas se susurraba que la columna del General Barzana
andaba por aquellos contornos, ganosa de proporcionar á los
carlistas una desagradable sorpresa, pensaron y entendieron
que ya la sorpresa se había llevado á cabo. Mandaron algu-
nos espías á que estudiasen más próximamente lo sucedido,
y éstos volvieron al campamento contando que de la pobla-
ción de Cristierna no cesaban de salir gruesas columnas de
humo; que el combate era en las mismas calles, y aun que
por lo menos en dos campanarios, se habían visto ondear
airosas banderas que debían ser sin duda alguna del Go-
bierno.
De estos datos dedujeron que Cristierna era ya de las tro-
pas: mas como no cesase el tiroteo, creyeron de buena fe
que la plaza hacía resistencia, y que si pronto no se volaba.
en auxilio de los que atacaban, sería muy de temer una de-
rrota.
Reunióse el consejo de oficiales, y decidió por unanimidad
poner en marcha inmediata á todo el mundo. Quizá en aque-
lla noche iban á recuperar lo perdido en dos meses de mce-
sante lucha. Y no dejaron de influir en esta resolución las
instigaciones vehementes de cierto joven capitán reciente-
mente ascendido, que pronunció más de doce discursos de-
mostrativos de la urgencia del ataque.
En efecto, todo el ejército se puso en marcha. Y... lo
demás será mejor verlo desde dentro de Cristierna.
Lacios y cariacontecidos; estenuados y mustios del baile
y la bebida, volvían todos á sus casas dando traspiés y en-
contronazos. D. Fidel, luego de aplaudido y aun vitoreado,
se metió en su casa á descansar de las diversas emociones
de la noche, y mientras algunos pertinaces revolvían las can-
dentes brasas de la hoguera tratando en vano de reanimarla
y hacerla cobrar nuevo esplendor, las calles iban quedando
desiertas, el buUicio iba disminuyendo y las puertas de las
casas cerrándose tranquilamente.
En esta agonía se encontraba la fiesta llamada de la Asun-
ción, cuando no se sabe por dónde, ni de dónde, llegó un mi-
422 REVISTA CONTEMPORÁNEA

guelete jadeante, y balbuciendo unas palabras, que al princi-


pio nadie entendió por lo confusas y desordenadas...
Luego, dos soldados destrozados, aspeados y rendidos de
correr, con expresión de terrorífico espanto en los á un tiem
po pulverulentos y sudosos rostros...
Después, otros cuantos arrastrando, cuál una camilla des-
cuadernada por los encontrones; cuál un paramento sin pis-
toleras; quién un aparejo desconcertado é incompleto... De-
trás, medrosos cantineros apaleando la muleja de sus carros,
que brincaban sobre las pedriscas de los tollos y los pasos^
haciendo cacharros el ajuar de campaña... En pos de éstos,
desalados jinetes, desangrando los hijares de sus caballos á
fuerza de espolearlos desesperadamente.
Al fin, muchos hombres, soldados, paisanos, campesinos...
que iban de acá para allá, extendiendo un indescriptible pá-
nico, gritando con toda la fuerza que sus gastados pulmones
les consentían.
— ¡Que vienen!... ¡Que vienen!...
— ¡Que están ahí!...
Y mientras el eco de las canteras de Agurrio, rodando
hacia las montañas, repetía los gritos y las voces, como an-
tes imitaba las cancioiies y las carcajadas, sonó, lejos aún,
un feroz cañonazo, que dio al traste con la poca serenidad
que restaba á la atónita aldea.
Allí era el correr de las diversas gentes de un lado para"
otro, sin darse siquiera cuenta del por qué ni para qué co-
rrían... Allí, el súbito cerrar de las ventanas, y el atrancar
los portones con estacas y cerrojos clavados... y la vuelta á
abrir de los portones y de las maderas... y el asomarse, y el
esconderse, y el gritar descompasadamente, y el empuñar
valientes todas las armas que se pudieron encontrar... y el
llorar de los chicuelos que gimoteaban estrujando las tem-
blorosas piernas de sus madres, ansiosos de encaramarse en
sus brazos...
Los más valientes sentían la ansiedad que precede al su-
premo momento del combate; los cobardes, con los rostros
pálidos, verdosos, y la desencajada vista, se mordían tre-
mendamente las yemas de los dedos, las uñas; temblaban
EL MOSÉN 423
azogados, ó hacían otras cosas que no es muy del caso nom-
brar.
La algarabía de la desordenada muchedumbre ensordecía
y aturdía á un mismo tiempo, y á mayor abundamiento, lo
hacía inconscientemente y sin darse cuenta de la razón por
que había que chillar y prepararse á huir ó á combatir. Y el
estrepitoso estruendo se dobló con el toque á rebato de las vi-
brantes campanas, que no acabadas de reponer del reciente
vapuleo, volteaban de nuevo sus badajos, aunque con causa
distinta, cuando una sonata diferente pero no menos inca-
paz, vino á enredarlo todo mucho más de lo que ya estaba.
Era una mezcla extraña y confusa de rodar carromatos
sobre los empedrados cocherones, relincho de bestias, arras-
tre de cajones, rugientes bramidos del ganado sacado de las
cuadras, pesados esquilones que los tardos bueyes zarandea-
ban con pachorra, jujeos de boyeros, silbidos de otros... Y
todo en medio aún de las sombras de la noche, sin más vis-
lumbramiento del futuro día que una indecisa penumbra que
se quebraba tras de las montañas, todo secundado por un
remusgo frío y húmedo que escarchaba los prados y ponía
enhiestas las agostadas arboledas.

ANTONIO VASCÁNO.

{Se continuará.)
REVISTA DE TEATROS

N la noche del día lo se puso en escena por pri-


mera vez en el Teatro Español una nueva produc-
ción literaria, ó por rnejor decir, una colección de
escenas sueltas á las que la fantástica imaginación
de su autor, D. Leopoldo Cano y Masas, le plugo bautizar con
el nombre de drama, dándolas por título Trata de blancos.
Como todas las elucubraciones de este fecundo escritor á
quien han dado en apellidar con justicia el atleta de la literatu-
ra dramática contemporánea son siempre esperadas con envi-
diable impaciencia, ésta lo era con tan febril deseo, que el selec-
to público que llenaba todas las localidades del histórico corral
de D.^ Isabel Pacheco, fluctuaba entre la esperanza de ver en
su tradicional escenario ó una Mariposa, única producción
dramática de tan aplaudido autor que justamente puede lle-
var este nombre, ó un Código del honor, lamentable desbarro
de su acalorado numen, comparable sólo al de la Trata de
blancos, que ha tenido la suerte de ser acogido en su primera
representación con más templanza y menos imparcialidad,
pero que al fin y al cabo han venido uno y otro á llorar jun-
tos sus penas al oscuro rincón del olvido.
En vano el público traía á su memoria el triunfo, no sabemos
si exagerado, que otorgó á La Pasionaria, porque este recuerdo
TEATROS 425
le acusaba del flagrante delito de cortesía y facilidad en propor-
cionar triunfos escénicos que luego, como le ha sucedido con
el Sr. Cano en la ocasión presente, se vuelven de una manera
terrible y temeraria contra todas las clases sociales que consti-
tuyen ese público que le elevó graciosamente á la mayor altura
que se puede elevar á un escritor contemporáneo.
Imposible es, por lo tanto, á todo crítico combatir su última
producción con las mismas armas que él emplea, porque
eso sería caer en la misma falta que él incurría, cuando
pretendiendo combatir en su obra Los laureles de un poeta
los errores de una escuela dramática en sus principios, cayó
en los mismos defectos que trataba de corregir; para salvar
estas dificultades, caminaremos con tiento al examinar ese
intrincado laberinto, fiel reflejo de un carácter determinado,
que se titula Trata de blancos.
Si el teatro, en su afección general, es la escuela de las cos-
tumbre.';, como han dicho algunos, no sólo las malas, sino las
buenas deben reflejarse en la escena, porque si las primeras
imperan no necesitan darse á conocer tanto cómo las otras
que viven oscurecidas.
Si es el teatro, por el contrario, como dicen otros, una sim-
ple distracción y un mero entretenimiento, no deben traerse á
él ni problemas de difícil solución y de índole académica, ni
asuntos sociales de tal género que, empezando por la sátira,
estén expuestos á terminar en el libelo, quedando por lo tan-
to el teatro reducido á admitir en su seno esas producciones
en extremo fútiles en que sólo campee, ó el estro del poeta lí-
rico, ó el chiste del escritor sin pretensiones; pero como á
ésto se nos objetara que no debe admitirse en la escena lo
que la sociedad instintivamente rechaza, de aquí que si es
diversión debe ser culta, y si es reflejo de las costumbres
deben las buenas abrirse camino entre las malas, porque así
lo preceptúa, no sólo un principio equitativo y lógico, sino
las condiciones literarias y artísticas que se exigen á los es-
critores y á los actores, á los que se conceptúa como hom-
bres de instrucción y de talento, ocupando, como ocupan,
un puesto preferente en la sociedad de la que nacen y están
llamados á entretener, divertir, corregir é ilustrar, á no ser
426 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que unos y otros estén conformes con volver á los tiempos


primitivos de autores, poetas chirules, copleros faranduleros
é histriones. >
Si el Sr. Cano hubiera tenido presente estas indicaciones y
otras que de ellas nacen sin esfuerzo y que están en la mente
de todos, hubiera comprendido á primera vista que el autor
propiamente llamado dramático, no debe emplear la sátira
acerba y punzante simplemente en el diálogo, si no combina-
da con el arte, esto es, desenvuelta en la acción hija de un
plan fijo y bien meditado, desarrollada con el auxilio de ca-
racteres ó tipos bien trazados, en los que ya sean las pasiones,
los afectos, los vicios, las ridiculeces ó las excentricidades,
combatan bajo sus diferentes aspectos, para que haciéndolo
así resulte una comedia ó un drama, y no (sin que se ofenda
el Sr. Cano) un libelo más bien para leído que para repre-
sentado; pues en este caso sobra el arte en los actores y el
autor: los unos porque les sobra con saber decir y á los otros
con saber escribir lo que su imaginación concibe, tienen bas-
tante.
No es suficiente que un escritor tenga una idea optimista ó
pesimista de la sociedad en que vive y que la lance ab trato
á un público que 'no participará todo de su misma opinión,
ni le concede facultades para que se la imponga; ni le se-
duzca con la brillantez de una versificación siempre ampu-
losa y no siempre fácil y correcta, como en la ocasión pre-
sente, sino que, por el contrario, exige y con fundada razón
que para emitir un juicio se abarque todos los extremos de la
proposición, porque dependiendo la falsedad de éste dé la mala
percepción, se cae inconscientemente en los manantiales del
error, que el autor dramático especialmente debe de evitar,
no sólo por la grave responsabilidad que sobre él pesa pre-
sentando el vicio en toda su desnudez, haciendo abstracción
completa de la virtud, sino porque se perjudica, dando dere-
cho á que la sociedad, que tan duramente increpa, le juzgue
del mismo modo que él la juzga, no aviniéndose á compren-
der que el que tiene sentimientos grandes y elevados, pue-
da contenerlos hasta el punto de prescindir por completo
de ellos en sus escritos, sin pensar que andando el tiempo,
TEATROS 427
tendrá que encerrarlos como cerraba Lope de Vega los pre-
ceptos dramáticos con tres llaves á fin de que sus descendien-
tes más legítimos no duden al ver tan marcada antítesis entre
los que escribían y los que sentían, si era verdad lo uno y
mentira lo otro, y si les guió por tan oscuro camino una fe
inmoderada de lucro, un afán incomprensible de gloria, cadu-
ca y perecedera ó una ceguedad lamentable de seguir una
senda para la que no tenían aptitud ni capacidad.
Le parecerá exagerada esta opinión al Sr. Cano, pero si re •
flexiona, comprenderá que alguien habrá entre los individuos
que componen esa sociedad en la que vive y á la que maltrata,
que opine así porque, á la manera que el sol refleja sus rayos á
través de la negra y oscura nube que le oculta, así los buenos
sentimientos se refltjan también al través del cieno de los vicios
y de las*pasiones; si esto no es suficiente, añadirá que, aunque
se acoja el Sr. Cano al especioso argumento del realismo del
arte y de la literatura, al lado del mendicante que convierte la
miseria en industria, existe el verdadero pobre que convierte en
virtud su desgracia, y tan real y efectivo es lo uno como lo
otro; no nos objetará que él es el arbitro de tomar las cosas
como le parezca, porque, si así lo hiciese, se le podría contestar
que, sólo un juicio extraviado goza con que le juzguen mal, y
la razón de este juicio la confirma aquello de que, en tiempos
de antaño, en los que un caballero en plaza, en una fiesta de to-
ros, cumplió tan mal con su cometido, que se quejaba de que
aquéllos eran malos y que por eso no había lucido su habi-
lidad, á lo que le respondió un chusco: «¿Esto dice Vm. de
. los toros? pues yo sé que Vm. callara si oyese lo que ellos van
diciendo de vos.»
Como estas observaciones necesitan algún fundamento, le
encontrarán nuestros lectores en la sucinta relación que vamos
hacer del drama que venimos examinando.
D. Modesto, hombre vulgar, sin ningún sentimiento huma
no que combata con las borrosas pasiones de ambición y de
orgullo, refractarias á la edad que el autor le pinta, firma ar-
tículos que compra á bajo precio, es director y propietario de
un periódico titulado Ellntransigente, además individuo de una
empresa de emigración titulada La Colonizadora, y padre de
428 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Luisa, muchacha de bellos sentimientos, dé corazón ardiente,


prototipo de la inocencia y del candor, cualidades que no lle-
gan al extremo de impedirla habjar como conocedora profun-
da de la sociedad más abyecta y envilecida del fango social,
de la prostitución legal del lecho nupcial, y de que los hom-
bres viciosos deben tener cartilla, como las mujeres de la vida
pública. Es además padre el bienaventurado D. Modesto de
otra r.lhaja de no menos valía; se llama Tónico, es jugador,
borracho, pendenciero, lúbrico, y el prototipo del lipendi
con levita. Por si esto no es bastante, completa tan aristocrá-
tica familia un mayordomo que nombran D. Patricio, hombre
sui generis que censura las maldades de su amo, y sin embar-
go las secunda con fruición, y decantando amor á la patria,
á la justicia y á la igualdad, pone el grito en el cielo porque
su hijo no burla la acción de la justicia, ni encuentra un sus-
tituto que le releve del servicio de las armas. Sigue á éste, y
cierra tan virtuosa familia, una doña Tula, hermana del honra-
do D. Modesto, que emplea su exhausto patrimonio, no sa-
bemos si bien ó mal adquirido, en empresas inmorales y ne-
gocios sucios, auxiliada, lo mismo que D. Llodesto y D. Pa-
tricio, de un tal César, de Madrid, pillo redomado, explotador
del vicio y de todas las malas pasiones, que estuvo unido en
concubinato con una tal Felina, muerta poco há, y heroína de
las horizontales más corrompidas y más hediondas.
Este tal D. César, á quien todos odian y -á todos favorece,
sacando de apuros á D. Modesto, auxiliando su elección de
diputado por Deva, buscando un sustituto al hijo de D. Pa-
tricio, comprando carruajes de Felina á D.^ Tula y facilitando
dinero á Tónico para sus desórdenes, al que todos odian
cuando no les hace falta y todos adulan cuando les es necesa-
rio, es tan bonachón, tan hombre de bien y tan tonto, que no
sólo auxilia á todos cuando le necesitan, sino que aspira á ca-
sarse con Luisa sólo por amor, pues conociendo el estado
financiero de la familia, ni la ambición ni el interés le ciegan.
Viene después de estos personajes el protagonista de la
obra, Juan de Dios, que debiera llamarse Juan de Mata, por-
que á todos mata con una honradez exuberante de fraseolo-
gía que á todos anonada y confunde. Este simpático joven
TEATROS 429

supone es hijo de un juez de Deva; pero en realidad es hijo


de la decantada Felina; guiado por su entusiasta honradez,
escribe á bajo precio los artículos que firma D. Modesto, des-
truye su elección en Deva, evita que al hijo de D. Patricio le
pongan un sustituto y ama á Luisa con amor tan profundo é
intenso que los conceptos amorosos que la expresa su labio
están en plena contradicción con los denuestos que la dirige
cuando ésta, por salvar la honra de su padre, se casa con Cé-
sar de Madrid, no sin haber antes suplicado á Juan de Dios
aceptara la cuantiosa herencia de Felina, su madre, para sal-
var el honor de su padre y realizar sus amorosos ensueños, á
lo que él, sacrificándose en harás de su épica honradez, se
niega, imitando en esto la conducta de los héroes legendarios
de la Edad Media, ó convirtiéndose en émulo del ingenioso
Hidalgo Manchego.
Como digno remate de esta digna comparsa de tan dignos
personajes se presenta uno de esos jueces á que es tan aficio-
nado el Sr. 'Cano, amante de Felina en sus buenos tiempos,
pasa por padre de Juan sin que lo acrediten los buenos ofi-
cios que en pro de éste haya ejercitado, ni el agradecimiento
del huérfano, que le increpa y apostrofa á las primeras de
cambio. Este incopiable magistrado se tiene por probo, con-
temporiza, sin embargo, con todos, y después de una conver-
sación íntima en el tercer acto con César de Madrid, de la
que se vislumbra la paternidad de Juan de Dios exaltado por
un papel de Felina de que el público no se entera, remata la
obra, no con una estocada casi por la espalda, como en el Código
del Honor^ sino que, por el contrario, oprimiendo en una manó
el bastón distintivo de su autoridad y en la otra un revólver,
descerraja un tiro á César en el momento que éste se dispone
á huir con Luisa (no se cuida el autor de decir por qué), y
entra Juan, que siempre llega tarde, por una ventana para evi.
tar la evasión.
Con estos personajes creemos más que difícil imposible ha-
cer un drama, y si el Sr. Cano lo hubiera intentado, que no
ha sido así, hubieran sido inútiles sus esfuerzos, porque sin
caracteres, sin efectos, sin pasiones, bien delineados los unos
y los otros, sin ese contraste que se experimenta en todos los
430 REVISTA CONTEMPORÁNEA

actos y acontecimientos de la vida, sin esa imitación ó remedo


de la naturaleza dentro de los límites que determina una intui-
ción clara que abarqu'e esos movimientos y detalles, patrimonio
legítimo de los seres que se agitali en el mundo, y sin ese co-
nocimiento profundo del mismo en todas sus manifestaciones,
el odio no aderezado con la soberbia ó el orgullo que destru-
yen la labor de un buen sentido práctico, no puede resultar un
drama propiamente dicho.
Si esa intención ha tenido el autor de la Trata de blancos^
no lo comprendemos; la ausencia de las condiciones expuestas
resalta á primera vista; los personajes, no sólo no son origina-
les, sino que son inverosímiles; los resortes y recursos que
emplea, parecen, no sólo usados, sino viejos; el mismo padre
que sacrifica á su hija, la misma hija que se sacrifica por su
padre, la mujer caduca, codiciosa de galas, el mismo amante
que llora la ingratitud de su amada, el mismo hombre sin
creencias y encenagado en el vicio y en el inmundo lodo de
las pasiones, y si algo original presenta, es un hermano tan
asqueroso y repulsivo, capaz de manchar con el lodo de sus
vicios el cuadro más acabado y perfecto, y un juez que ase
sina á mano airada en vez de consumar un crimen, si así le
convenía al Sr. Cano, conculcando las leyes y la justicia, he-
cho tan repulsivo como el otro, pero si se quiere más lógico.
Las situaciones, si es que hay alguna, como no se despren-
den de una idea fija y de un plan bien concebido y meditado,
tienen que ser producto de la frase, y como ésta y, por lo tanto,
la versificación no es espontánea ni fácil, porque el Sr. Cano
no tiene facilidad para decir en verso lo que quiere decir, resul
tan forzadas y premiosas; además, la falta de talento inventivo
para esta clase de composiciones encierra su fecunda |ima-
ginación en estrechos límites, que producen necesariamente
monotonía en toda la obra, semejanza en unas escenas con
otras, sobra inspiración en los parlamentos y'ausencia com-
pleta de ella en la concepción.
Todo lo que dicen los personajes que intervienen en la obra
y que el antor supodrá no se ha dicho nunca, lo hemos oído
ya en La, corte de los milagros, de Picón; en Las circunstancias,
de Gaspar; en El gran filón, de Rubí; en Vivir sobre el país, de
TEATROS 431

Rico y Amat; en Bienaventurados los que lloran, de Larra; en


No hay bien que por mal no venga,, de Tamayo; en El tanto por
ciento, de Ayala; en Los pobres de Madrid, de Pinedo, y en El
hombre de mundo, de Vega, y otras muchas producciones dra-
máticas que sería prolijo enumerar, con la marcada y atendible
diferencia de que en aquellas obras el diálogo estaba auxiliado
por la acción y se movían á impulsos de un plan determinado,
que caminaban á un objeto determinado también, que no eran
antes sólo materiales, sino morales, no estando desprovis-
tos de la conciencia que aquellos autores, convencidos de que
la moral vive en todas las sectas y en todos los corazones, en-
cauzaban los sentimientos que de ella nacen, los actos de sus
personajes, y combinados con el arte de hacer comedias,
resultaba al final de ellas una lección dura, pero práctica; una
verdad dolorosa, pero no repulsiva; porque no olvidaban tam-
poco la forma con que debe decirse ante un público lo que no
puede decirse de ninguna manera en el seno de la familia, es
tableciendo la lírtea divisoria entre el drama, la sátira y el li-
belo. No creemos que le ofendan al Sr. Cano estas observacio-
nes, hijas de un buen deseo y nacidas por efecto de la mala
impresión que nos ha producido su última obra; si desgracia-
damente así fuera, le suplicamos nos dispense, en gracia de
que, así como él, queriendo dar en el blanco, en su última
producción, nosotros podemos también habernos ofuscado al
hacer su crítica, protestando firmemente, que sólo el deseo de
separarle de tan escabroso camino nos ha obligado á ter tan
duros en la frase como él lo ha sido en la Trata de blancos.
El desempeño de la obra fué inmejorable, en lo que res-
pecta á la Contreras, Calvo (Rafael) y Calvo (Ricardo), que
estuvo inimitable en la escena de la embriaguez del acto ter-
cero, y Jiménez que pudo salvar los escollos de su inverosímil
papel; Vico no estuvo como otras veces, pero sí acertado;
los demás actores hicieron cuanto pudieron é hicieron bastan
te. La falta de espacio nos impide ocuparnos del Conde Lota-
rio, estrenado en el mismo teatro; de Vivir en grande, en el
de la Princesa, y de la prohibición del drama del Sr. Zapata
titulado La piedad de una, Reina; de todos nos ocuparemos en
el próximo número. RAMIRO.
CRÓNICA POLÍTICA

INTERIOR

OQUÍSIMAS veces suele presentarse sin nube algu-


na el cielo de la situación política que impera; y
sin embargo, ha pareoido más azul que de ordina-
rio durante la actual quincena, ya porque el Car-
naval trae una corta tregua en las tareas parlamentarias, cam-
po del que suelen partir siempre todas las tempestades, ya
también por algún acto realmente previsor y de gobierno
que ha colocado á los conservadores, con más empeño toda-
vía, al lado del Gabinete que preside el Sr. Sagasta, á fin de
sostener mejor los principios fundamentales que unos y otros
defienden.
Aparece como siempre una verdad palmaria acerca de la
cual son ociosas todas las polémicas. Una cosa es la teoría
que seduce, y otra las dificultades de la práctica, dificultades
que obligan á torcer los propósitos y á tomar rumbos opues-
tos á los ideales. Queda demostrado que el sistema meramente
represivo tiene inconvenientes é^ ineficacias que precisan á la
violación de los procedimientos y tuercen los intentos de los
que se creen aferrados á ciertos principios, y tienen sin em-
bargo que acudir directa ó indirectamente, en determinados
CRÓNICA POLÍTICA 433
casos, al sistema contrario, más lógico y firme, al sistema que
se llama represivo.
La doctrina conservadora no ha sido proclamada, pero sí
practicada por el Ministerio liberal, en una de las cuestiones
concretas que todo el mundo conoce, y de que luego habla-
remos en fuerza de esa obligación que nos hace volver sobre
asuntos que más acertado fuera olvidar para siempre, si algu
na vez olvidar pudiese la política militante.

*
* *

Problemas relacionados con el orden público han sido el


preferente asunto de los comentarios de la gente política, du-
rante los primeros días de la segunda mitad de este mes de
Febrero.
Que haya republicanos intransigentes y otros que transigen;
gente de acción revolucionaria aquéllos, y espíritus pacíficos
éstos, fué siempre natural, lógico y propio de la diversidad de
caracteres y sentimientos. Pero es ya muy diferente que la
conspiración se proclame á las claras como suprema ratio\ es
diferente cosa que se nos dé cuenta de propósitos y cabildeos,
y el complot se organice á la luz del día y á ciencia y pacien-
cia de los que más interesados están y decididos se dicen á
procurar el fracaso.
Se ha hablado de idas y venidas, de acuerdos y tenacidades,
de medidas financieras para llenar necesidades de cierto orden
urgente, y para disponer explosiones futuras; se ha hablado
y escrito acerca de círculos que extralimitan sus privilegios
locales, de hechos que caen de lleno dentro del Código penal,
de jueces impasibles y de Ministros que replican con sonrisas
y no quieren ó no pueden excitar el celo de los encargados
de auxiliar la acción gubernativa. Comprendemos la libertad,
pero no hemos creído nunca que llegue á autorizar el sui-
cidio.
Por esto encontramos en su lugar la voz de alerta que con
frecuencia y oportunidad suele todavía oírse. No huelga ahora
ni nunca la voz preventiva, como po ha podido tampoco hol-
TOMO LXV.—VOL, IV. 28
434 REVISTA CONTEMPORÁNEA
gar el recuerdo de aquella época, en que se desataban en loca
bacanal los elementos disolventes, la soldadesca desmoralizada
y lo más ínfimo y procaz del pueblo; aquella época pintada
elocuentemente por un periódico oficioso, época en que la
disciplina militar era objeto de escarnio, las gentes huían des-
pavoridas al extranjero, el comercio perdía sus comunicacio-
nes y sus mercados, la industria cerraba sus talleres, y á cada
hora aparecía un nuevo conflicto.

Ni la vuelta de los emigrados, ni la cuestión de indultos, ni


la discusión del Código civil, ni siquiera los proyectos de Ha-
cienda, han conseguido hasta hace poco conmover los ánimos
de los políticos ni elevar la apacible temperatura en el Par-
lamento.
Otra cosa ha sucedido al tratarse de una obra teatral, del
drama ya famoso del Sr. Zapata. Para esta ocasión se guarda-
ban las ideas, los pujos de crítica, las síntesis de doctrina y
todas aquellas frases de efecto, repeticiones prolijas y golpes
admirables que distinguen á nuestros grandes oradores y dan
honra—no provecho—á España, y sobre todo, á la tribuna
española.
La historia es sencilla. El Gobernador de Madrid, según dice
el Sr. Romero Robledo, llamó al Gobierno civil al empresario
del teatro de la Comedia, y diciéndole que le hablaba el ami-
go y no el Gobernador, le pidió que le leyera el drama. Hízolo
así el empresario ó representante de la empresa, y aunque fal-
taban algunas escenas del drama, le pareció muy bien al Go-
bernador, despidiendo muy satisfecho el Gobernador al em-
presario. Pasaron algunos días y volvió á llamar á la empresa
de la Comedia su amigo el Gobernador. Fué el empresario,
preguntóle el Gobernador si el drama estaba concluido, le
contestaron que sí, y dijo que se lo dejaran para leérselo á
otro amigo. Dejáronselo, y el otro amigo era el Sr. Ministro
de la Gobernación. Leyólo el Ministro, le pareció bien con al-
gunas objeciones acerca de las primeras escenas; pero se pasó
CRÓNICA POLÍTICA 435

todo y se convino en que el drama podría representarse un


viernes.
Preparadas ya las cosas, y visto ya por la empresa que no
había más dificultades, envió al Gobierno civil, cuarenta y
ocho horas antes de representarla, los dos ejemplares que
marca el reglamento de teatros. Llega el día del estreno, y
entonces la empresa recibe un oficio del Gobernador diciendo-
le que había incurrido en responsabilidad no llevando los car-^
teles á que los autorizaran en el Gobierno veinticuatro horas
antes de la fiínción, y con tal motivo no podía darse dicha
función.
El argumento del drama está basado en una insurrección
militar que fracasa en Suecia, habiendo una Reina Regente,
que indulta al General que fué jefe de la intentona aquella.
El Gabinete cree que la disposición tomada por el Gober-
nador no contradice el art. 13 de la Constitución ni supone,
en manera alguna, la previa censura.
Con este motivo se promueve el acalorado debate, en el que
toman parte, además del Sr. Romero Robledo, en nombre de
la minoría reformista, el Presidente del Consejo, el Sr. Azcá-
rate, el Sr. Ministro de la Gobernación, el Sr. Montero Ríos,
el Sr. Mellado y el Sr. Silvela, siendo el epílogo de aquellos
grandes discursos, acerbas recriminaciones que no suelen ser
tan frecuentes, y violencias de lenguaje, impropias de hombres
públicos y de oradores de verdadero talento, que así malgas-
tan su energía.
Los honores de la discusión pertenecieron todos al Sr. Sil-
vela. El discurso que pronunció fué magistral, como suyo, y
oportunísimas sus declaraciones, encaminadas á robustecer los
resortes del Gobierno, en bien de la hbertad misma. Dijo in
tencionadamente, que veía con satisfacción que el leader de la
democracia hubiese venido á rectificar, en cierto modo, las
doctrinas y opiniones expuestas por el director de El Impar-
cial, y se felicitaba á la vez de que el paso del Sr. Montero
Ríos por el poder le hubiese curado de intransigencias de es
cuela y de radicalismos que se avienen mal con las necesida -
des de gobierno. Consignada por el orador la conveniencia de
un partido liberal, fuerte y robusto, y aplaudidas esas vigoro
436 REVISTA CONTEMPORÁNEA

sas corrientes de opinión en favor de las más sanas ideas de


gobierno, añadía que el poder público asegura más las liber-
tades cuando más fuerza tiene.
De los discursos de los Sres. León y Castillo y Montero
Ríos deducía el Sr. Silvela una modificación en las ideas gu-
bernamentales del partido liberal, que debía ser motivo de re-
gocijo para los monárquicos. Defendió calurosamente la orden
de prohibición del drama en cuestión, ratificando las ideas
vertidas por el Sr. Montero sobre los límites que debe tener
la libertad de la escena, y declaró que sobre no haberse vio-
lado la Constitución, la libertad del pensamiento estaba ga-
rantida por la prensa desde el momento que podían imprimir-
se y circular todas las producciones de la inteligencia. Y á
este propósito, y aludiendo á opiniones del Sr. Romero Ro-
bledo, defendió las atribuciones de los Gobernadores, con vi-
gor que contrastaba con la defensa que en el debate se ha he-
cho por los ministeriales, que calificó de tímida. Con la ele-
gante, fina y punzante ironía que le caracteriza, cerró después
con el Sr. Romero Robledo, de quien dijo que si al separarse
del partido conservador y pretender llevarse su bandera le
consideró enfermo, hoy, al verle funcionar de demócrata exa-
gerado, le consideraba grave, y temiendo estaba que tuviese
que llamarle, dentro de poco, desahuciado.
Lamentamos que se haya dado tanta importancia á una
cuestión de antemano resuelta, y en la que, si existe falta por
parte del Gobierno, consiste ésta en haber mirado hasta aquí
con indiferencia representaciones teatrales muchísimo más
graves que la obra del Sr. Zapata, y sin embargo, una y otra
noche se han permitido.
En resumen. Mala jornada para los defensores de ciertos
idealismos, y buena jornada para los amigos del principio de
autoridad y las buenas prácticas gubernamentales.

* *

La Junta directiva del Círculo Artístico-literario, en defensa


délos intereses de autores, actores y empresarios, ha expues-
to á las Cortes:
CRÓNICA POLÍTICA 437

«Que por la autoridad gubernativa se ha prohibido preven-


tivamente el drama titulado La piedad de una Reina, acto que,
al entender de los que suscriben, no puede justificarse por
ninguna de las leyes vigentes, y que restablece de hecho la
previa censura, no como precepto legal, pero sí como atribu-
ción arbitraria de los Gobernadores de provincia.
La legalidad vigente en materia de teatros fúndase en la
Constitución del Estado, que reconoce y establece la libertad
de pensamiento, fúndase asimismo en la Ley de propiedad
literaria, que protege contra todo ataque, confiscación ó des-
pojo las creaciones de la inteligencia, como la propiedad acaso
más sagrada y legítima, por ser la más propia y personal; y
fúndase, por fin, en el Reglamento de policía de espectáculos,
cuyo notable preámbulo proclama el m.ismo principio, como
lo afirma el art. 31, por el cual se ordena:' que las empresas
entreguen á la autoridad dos ejemplares de la obra que haya
de representarse, los cuales deberán quedar en poder de dicha
autoridad en el mismo día y hora en que se verifique la pri-
mera representación.
Entienden, pues, los exponentes, y con el debido respeto
someten ésta y las demás observaciones al poder legislativo,
que !a previa censura es de todo punto incompatible con la
legalidad vigente, porque la autoridad no tiene derecho á co-
nocer la obra dramática antes de que sea representada, ni por
lo tanto tiene derecho á prohibirla indebidamente, porque esto
fuera, no castigar delitos que no están probados, sino herir de
muerte sin proceso ni sentencia, ni apelación posible una crea-
ción literaria que tiene derecho á la vida por ley de naturaleza
y por ministerio de la ley.»
Este documento, cuyos primeros párrafos sólo reproduci-
mos, figuran á la cabeza del último proceso que parlamenta-
riamente se ha fallado.
Pasó la borrasca de Febrero. ¿Tendremos alguna más temi-
ble en el inconstante mes de Marzo?
A.
REVISTA EXTRANJERA

RIUNFÓ Bismarck en las elecciones. Tiene Alema-


nia seguro el septenado.
Hablamos así, casi instintivamente, y por repe-
tir lo que viene diciéndonos la prensa europea de
todas matices; pues, por nuestra parte, jamás creímos en una
derrota, conociendo los procedimientos ejecutivos del Canci-
ller, que no habría titubeado en disolver otra vez el Parla-^
mentó, en el caso fortuito de que las recientes elecciones no
le hubiesen dado una mayoría adicta á la política que repre-
senta y á los intereses del Imperio.
Se había puesto como dilema, en los momentos más álgi-
dos de la lucha electoral, que del resultado favorable ó desfa-
vorable del voto dependía la paz ó la guerra.
En las urnas alemanas parecían encerrados los destinos de
Europa. Hay ya septenado, y su consecuencia lógica es el
afianzamiento temporal de las tendencias pacíficas. El Prínci-
pe de Bismarck domina la situación interior, disponiendo de
los votos de un Parlamento adicto, y sobre todo cuenta ya
con medios eficaces para sostener la preponderancia militar
de Alemania, imponiéndose con la superioridad en las armas
contra las amenazas de que pueda ser objeto por parte de
REVISTA EXTRANJERA 43^
Francia, nación más rica, y quizás de espíritu más emprende-
dor y entusiasta, cuando se trata de sus tradiciones militares
y de sus pasadas glorias.
Francia no ha apartado los ojos del éxito que obtuviesen
sobre los candidatos oficiales los candidatos protestatarios de
Metz, Strasburgo, Colmar, Santa María de las Minas, Mulhou-
se, Guebviller y Altkirch Thann, donde el recién expulsado,
Mr. Antoine, Kablí, Carlos Grad, el abate Simonis, Lalance,
el abate Guerber y el abate Winterer, han logrado, en efecto,
un triunfo que ni es nuevo, ni puede ser síntoma de nada, es-
tando como está el resultado en la naturaleza de las cosas y
en lo reciente que, históricamente hablando, és todavía la ane-
xión de aquellas provincias, antes francesas, á Alemania. CaSí
todos los diputados alsacianos del último Parlamento han
sido reelegidos. Hasta Zorn de Bulach, que estaba comprome-
tido en la votación del septenado, ha perdido su puesto én
Molsheim Erstein ante Siefferman, que también es protestata-
rio y enemigo de aquel proyecto de ley de defensa. Sin em-
bargo, es preciso confesar que no se cifraba en la representa-
ción de estas nuevas provincias la importancia del resultado
que el Príncipe de Bismarck perseguía.
De todos modos resulta que Francia ha apurado cuantos
medios morales tiene á su alcance para obtener el triunfo de
los partidarios de las reivindicaciones francesas en las provin-
cias del Rhin, poniéndose en esta ocasión al lado de los so-
cialistas que combaten al Gobierno Imperial, alentados por el
cosmopolitismo de escuela y hasta auxiliados con medios ma-
teriales por sus correligionarios de las primeras capitales del
mundo.

*
««

También los católicos del centro parlamentario habrían tre-


molado en las elecciones bandera de guerra, como lo hicie-
ron contra la votación del septenado, si no hubiese levantado-
su voz la Santa Sede para predicar la conciliación y la con-
cordia, en fuerza de esa confianza que tiene hoy más que
44° REVISTA CONTEMPORÁNEA
nunca en la libertad religiosa del catolicismo en Alemania.
León XIII, en efecto, aunque débil bajo el punto material, y
casi prisionero, se ha presentado á los ojos del mundo y ante
el trono de Guillermo III, tan grande como San Gregorio VII
ante el Emperador Enrique en Canosa.
Podrán los enemigos de Bisniarck decirnos que la política
del Canciller no es nacional, y que tiene suma gravedad la in-
tervención del Papa en los asuntos de Alemania. Los más ca-
racterizados periódicos del Imperio restablecen los hechos en
su verdadero estado, y nos dicen:
«A la verdad, el Papa León XIII no tiene ningún interés
directo en el septenado, ni el interés vital que éste tiene para
nosotros es igual para el Vaticano. Pero según el punto de
vista de la curia romana, el septenado tiene su principal impor-
tancia, como síntoma de un estado patológico de todas las na-
ciones civilizadas. La conducta de nuestro Parlamento, como
se ha visto en la última votación, envuelve, en primer lugar,
peligros para el Imperio alemán; pero en ella aparece también
una enfermedad de que padecen poco más ó menos todos los
Estados europeos.
»Y este es el valor de la manifestación del Papa, en la que
expresa el perfecto conocimiento del carácter principal y cos-
mopolita de nuestra política.
«En el Vaticano se ha reconocido que la lucha que el Go-
bierno y los partidos de oposición sustentan en Alemania es
de carácter cosmopolita; y si el Papa no tiene ningún interés
directo en el setenado, cree, sin embargo, que debe aprove-
charse esta oportunidad para contribuir con su palabra en
favor del orden social, que se halla en peligro, por los partidos
de oposición, desde que las clases, que después de la destruc-
ción del antiguo régimen han llegado al poder, han recurrido
en doctrina á la filosofía racionalista, en procedimientos á la
invasión revolucionaria, y tratan de trastornar de nuevo las
bases de la sociedad en nombre de la exagerada libertad del
individuo y de la obstruccionista soberanía del número.
»Bajo capa de religión en Alemania hay un partido que
camina á estos disolventes resultados y que ha hecho la opo-
sición durante decenas de años contra el principio de autori-
REVISTA EXTRANJERA 441
dad, que para el catolicismo es de tanta importancia como pa-
ra el Estado. No era posible permitir por más tiempo semejan-
te estado de cosas, y la Santa Sede, manifestando su interés
por el Imperio germánico, cuya conservación desea, no acce-
de á la imposición de un hecho, defiende un principio que á la
vez que garantía de orden y de seguridad, lo es de paz entre
las naciones y de concordia entre los pueblos.»
Atendida la variedad de los elementos políticos y la multi-
plicidad de aspiraciones distintas, si no opuestas, que luchan
en Alemania para la formación del Parlamento, queda lo suce
dido plenamente justificado. El Gobierno del Emperador Gui-
llermo defiende así el principio de su unidad y de su autori-
dad, el principio de su existencia y de su grandeza; y como
quiera que contra las convicciones más profundas se han pro-
nunciado cien veces los que se llaman patriotas y son real-
mente rebeldes, los sectarios de todas las doctrinas disolventes,
merece admiración el acto del Sumo Pontífice, y no podrán
menos de ser provechosas sus enseñanzas y consecuencias.
En la Cámara de los señores de Prusia ha presentado ya
el Príncipe de Bismarck el nuevo proyecto de ley eclesiástica,
que otorga concesiones verdaderamente importantes. Prusia
renuncia con este proyecto á intervenir en la enseñanza de
los seminarios; renuncia al veto que se reservaba en el nom-
bramiento de los párrocos que no resultasen de su agrado,
siendo sólo lícito el veto cuando existan causas determinadas
y contradictoriamente discutibles; renuncia á que los Obispos
den conocimiento á los Gobernadores civiles de los acuerdos
disciplinarios que tomen aquéllos contra sus subordinados;
deja en completa libertad á los prelados en sus funciones au-
toritarias, y hasta permite el libre establecimiento en Alema-
nia de las congregaciones religiosas expulsadas.
Los hombres de orden no podrán menos de aplaudir estos
nuevos triunfos del elemento religioso y del principio de au-
toridad en aquel gran Imperio de Alemania, que es hoy la
única fuerza motriz que puede dar acertado rumbo á ios mo-
vimientos políticos del continente entero.

* *
442 REVISTA CONTEMPORÁNEA

La cuestión que hace dos años preocupa á Europa, la cues-


tión búlgara, no promete hasta ahora ninguna solución próxi-
ina. Se había hablado de cierta conferencia política en Cons-
tantinopla; pero tal consulta no parece práctica, y nadie espe-
ra ya por este medio resultados satisfactorios. La diplomacia,
que tanto discurre, no ha presentado hasta ahora soluciones
concretas y aceptables. Se ha hablado también del reconoci-
miento del actual estado de cosas; pero este reconocimiento es
precisamente lo que condena Rusia desde los primeros mo-
mentos de la crisis, y no hay que esperarlo.
Lo que parece indudable es que los políticos de San Peters-
burgo trabajan decididamente en favor de la paz, evitando á
toda costa pretextos de conflicto.
Nada comprometería más el actual equilibrio europeo, que
una alianza franco-rusa. Por lo mismo puede considerarse un
verdadero sueño que sólo ha podido hacer fortuna entre los
que creyeron oír ya á orillas del Sena el estampido del cañón
de alarma.

S.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO (1)

Memorias del Instituto Geo- los referentes á la nueva determinst-


gráfico y Estadístico.—Tomo VI. ción de la latitud del vértice La Mola
—Madrid, iSS6.—¿7» tomo en S,° de Formentera y la medición del azi-
de 8o I páginas y ¿ láminas. mut. Tres veces se hizo dicha opera-
Acaba de repartirse el tomo VI de ción, en los aCos de i8o8, 1825
las Memorias que publica la Direc- y 1884; las dos primeras por los sa-
ción general del Instituto Geográfico bios Biot y Arago y la tercera por el
y Estadístico. Empieza dicho volu- Instituto Geográfico. Pruébase la gran
men con un prólogo elegantemente exactitud y esmero de estos trabajos
escrito por el ilustre General D. Car- con sólo advertir que entre el valor
los Ibáííez. Dícenos en él, que con obtenido en 1825 y el hallado cin-
independencia de la red geodésica cuenta y nueve aflos más tarde, hay
que cubre á Espafla, se ha terminado una diferencia de ocho décimas de se-
otro importante trabajo, cuyas trian- gundo.
gulares mallas, suspendidas sobre las También se reseñan I05 trabajos
aguas del Mediterráneo, refieren con hechos por algunos de los geodestas
gran precisión al continente eí terri- de la mencionada Dirección, á fin de
torio de la hermosa provincia de las determinar las diferencias de longitu-
islas Baleares. Tan grandes son algu- des entre Badajoz, Madrid y Lérida,
nos triángulos, que fué preciso valer- en los cuales se logró éxito tan feliz,
se de medios extraordinarios para que el error probable no llega á cua-
producir las señales geodésicas. tro centésimas di segundo, por lo que
Inclúyense en este tomo los cálcu- resultan á la altura de los que reali-

(i) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crí-
tico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
REVISTA CONTEMPORÁNEA
444
zan los astrónomos más célebres de blicado ya los resultados de las do-
otras naciones. bles nivelaciones de precisión en la
Si es novedad importante la de co- Península, que comprenden una ex-
menzar la publicación de esas opera- tensión de 8.947 kilómetros y 1.917
ciones, mayor lo es aún la de incluir, sefiales permanentes de b r o n c e , cuya
p o r partes, en el repetido t o m o VI, utilidad, se infiere p o r el frecuente
la notabilísima tarea de compensar uso que se hace de las altitudes p a r a
los errores angulares de la red geodé- ellas determinadas, en muchos traba
sica de primer orden de la Península^ jos relativos á obras públicas, agri-
para lo que se h a dividido en ocho cultura é industria.
trozos. Insértase, p o r hallarse ya ter- Dedúcese de las observaciones he-
minado, el segundo, que comprende chas en los tres mareógrafos que el
31 vértices, enlazados por 82 direc- Instituto tiene en Alicante, Cádiz y
ciones, de las cuales 78 fueron obser- Santander, combinándolas con las
vadas recíprocamente, dando lugar líneas niveladas y t o m a n d o p o r cero
á 71 ecuaciones de^condición. Así h a el nivel medio del ¡Mediterráneo en
podido averiguarse que no se h a co- Alicante, que el nivel medio del Océa-
metido ningún error excepcional en n o en S a n t a n d e r es de 0^1,621, y en
las observaciones angulares de la re- Cádiz de 010,385.
gión correspondiente, puesto que el Recuerda el General Ibáñez que en
error probable, en más ó en menos, los dos últimos años se h a determi-
n o excede de treinta y cinco centési- n a d o la diferencia de longitudes geo-
mas de segundo. gráficas entre Madrid y París, en CC'-
Actividad no menor demuestra la laboración con el Ministerio de la
brigada que tiene á su cargo las nive- Guerra de Francia y con el auxilio de
laciones de precisión, puesto que h a los cuerpos de Telégrafos de ambas
terminado otras cinco líneas, la pri- naciones. Que h a proseguido ¡a ob-
mera de Tordesillas á Salamanca, la servación en los grandes cuadriláteros
segunda de L u g o á la Coruña, la ter- de primer orden, formados por las
cera de Zamora á la Corufla, la cuar- cadenas geodésicas. Que en el mismo
ta de Ponferrada á Orense y la quinta tiempo se h a n observado 512 estacio-
de Avila á la Fregeneda, que miden nes en 72 vértices de segundo orden
en j u n t o 1.180 kilómetros y compren- y en 4 4 0 de tercero. Que para formar
den 294 sefiales de b r o n c e . H a n s e el plano topográfico de las provincias
efectuadlo además diversas nivelacio- de Albacete y Ciudad Real, asciende
nes con el objeto de referir á las lí- á 229.537 el n ú m e r o de estaciones de
neas generales de precisión las esta- brújula; á 12.455 el de kilómetros
ciones m á s próximas de ferrocarril y nivelados con 489.232 estaciones d e
colocar en cada una de éstas una nivel, y á 32.104 el de kilómetros
plancha metálica que indica, en ca- medidos, habiéndose levantado ade-
racteres muy visibles, la altitud sobre más 133 planos de otras tantas po-
el nivel medio del Mediterráneo en blaciones.
Alicante, á semejanza de lo que acos- Oblíganos la índole de esta reseña
tumbran hacer otras naciones, para á no h a b l a r de otras tareas también
que el público en general pueda apro- importantes, como son las relativas
vecharse de los trabajos. Se h a n pu- al censo y movimiento de la pobla-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 445i
ciún; emigraciones é inmigraciones; tempsícosis es un cuento escrito cori
propaganda del sistema métrico deci- la soltura, facilidad y corrección que
mal, etc., etc. avaloran todo el libro, el cual tiene
Bástenos decir que el tomo VI de además en su favor el hallarse ele-
las Memorias del Instituto está lleno gantemente impreso, con preciosos
de centenares de miles de cifras, ilus- dibujos y elegantes tapas.
trado con hermosos mapas, é impre- También acaba de repartir la men-
so con singular pulcritud, y da gallar- cionada casa editorial el tomo II de
da muestra de la fecunda actividad de las Comedias escogidas de D. Juan
aquel centro y del acierto con que lo Ruiz de Alarcón, que pertenece á la
dirige el General D. Carlos Ibáñez, Biblioteca «Clásica española;> cons-
tan entendido como infatigable. ta de 276 páginas y contiene las afa-
madas comedias Ganar amigos, El
examen de maridos y Los pechos pri-
vilegiados.
E l A n a c r o n ó p e t e .—Viaje á Aunque pecando de monotonía,
China.—Metempsícosis, por DON tenemos que enviar un aplauso á don
ENRIQUE G A S P A R . Ilustración de Daniel Cortezo, que con tanto empe-
F . GÓMEZ SOLER.—Barcelona, i88y. ño como buena suerte se afana por
— Un torno en <y." de jg6 faginas.— contribuir á la cultura de nuestro
Precio, s pesetas. país, habiendo logrado resolver el
Forma parte este libro de la Bi- difícil problema de publicar obras
blioteca cArte y Letras,» que publi- bien escritas, impresas y encuader-
can los ilustrados editores de Barce- nadas, por escaso precio.
lona Daniel Cortezo y Compañía,, y
es un volumen por todo extremo in-
teresante. El conocido autor dramá-
tico Enrique Gaspar derrocha su fe-
cundo ingenio en £1 Anacronópete, E l a ñ o pasado.—Letras y artes
título de su relación tan extraño como en Barcelona, por J. YXART.—Barce-
la relación misma, pero que se lee lona, establecimiento tipográfico edito-
con especial deleite por lo fantástico rial de Daniel Cortezo y Compañía,
de los cuadros, lo excéntrico de las calle de Pallars [Salón de San Juan).
ocurrencias y el donaire, buen gusto i88j.— Un tomo en 8. ° de jjo pági-
y esprit que rebosan de todas sus nas,—Precio, 2 pesetas.
páginas. Más de una vez nos hemos dolido
Como E. Gaspar, á más de literato de que actualmente apenas haya
excelente es diplomático, y ha resi- quien se dedique con fe y aptitud ai
dido algunos años en el celeste I m - difícil ministerio de la crítica, hoy
perio, no extrañará á nadie que las como nunca necesario para concluir
«cartas á un amigo> en las cuales con esa extremada benevolencia que
describe su viaje á China y las singu- hace poner por las nubes á escritores
lares costumbres y modo de ser de á quienes, para bien suyo y honra de
esta vasta nación, resulten verdade- las letras, debiéranles enviar á que
ras fotografías, pero fotografías con estudiaran humanidades. ¿Dónde es-
el colorido y la vida del natural. Me- tán, nos preguntábamos, los sucesores
446 REVISTA CONTEMPORÁNEA
del insigne Fígaro y del malogrado imaginación, la ciudad ideal de su pen-
Manuel de la Revilla? samiento.
Y, aHadíamos, tan sólo dos ó tres cEn los mostradores de las libre-
nombres vienen á la memoria, coma rías—dice—habías de hallar sema-
presuntos continuadores de aquellos nalmente nuevas obras de fondo no
ilustres ingenios. Otro hemos de afia- traducidas ni zurcidas con retazos
dir á tan breve lista, el de D. José extranjeros , sino escritas en vista
Vxart, quien ya ha conseguido envi- de nuestro país y para nuestro país,
diable fama en la hermosa ciudad de y universalmente celebradas... y com-
los condes. Apesar de que la asfixiante paradas. Ni de sus autores, siendo mu-
centralización ó un exceso de amor chos, dirían sus conocidos «creo que
propio, hacen que Madrid crea tener escribe» como quien dice «creo que
encerrado dentro de sus muros todo se entretiene en criar canarios,» por-
el movimiento literario, es imposible que el escribir y publicar libros, no
que pase inadvertido para el aficio- sería cosa del otro jueves; ni á los
nado al estudio la actividad de Bar- muy superiores dejaría de respetárse-
celona, actividad que ya no se ciñe á les, por lo menos, por lo menos, como
sus industrias, sino que invade tam- á un concejal: ya ves que es bien poco.
bién el campo de la literatura dando En lugar de decirse: «¿ves á aquel
á luz muchas y buenas obras. caballero que pasa por allí? es Fula-
Como es grande el poder del ta- lano, que tiene dos millones,» lo
lento, se ve que, cual acontece con cual, si e.: muy satisfactorio para él,
Yxart, son algunos catalanes maestros sólo importa á los necesitados, se
en el manejo del idioma castellano. señalaría en todas partes con el dedo
Porque en el librito El año pasado, á quien valiese de veras, y se le abri-
se saborean á la par que el buen jui- ría calle, y le .saludaríamos agitando
cio y la erudición, el elegante es- los pañuelos muy satisfechos todos de
tilo del autor. Las consideraciones que nos glorificase á los ojos de los
que hace sobre el teatro actual, sus extraños, lejos de afectar no verle,
críticas bibliográficas y los preciosos como si nos rebajara su superioridad.
cuentos que intercala, contienen nú- La aptitud literaria hallaría empleo,
mero extraordinario de reflexiones, colocación y estímulo lo mismo que
que encantan por lo juiciosas y ati- cualquier otra, en vez de ser como
nadísimas. Tenemos la antigua cos- secreta flaqueza ni más ni menos que
tumbre, al leer un libro, de ir aco- la pasión por la caza ó el juego, y
tando al margen todos los párrafos así no veríamos á tantos que compar-
que más nos gustan. ¿Creerá el lec- ten su afición artística con el ejerci-
tor que hubimos de renunciar á ha- cio de su carrera, y no medran ni en
cer lo propio con El año pasado, una ni en otra, condenados á la ex-
para no llenar de líneas todas sus pá- traña tortura de maldecir como carga
ginas ó sufrir las molestias que pro- una facultad superior que debiera dar-
duce tembarras du choix? He aquí les honra y provecho...»
por qué no trascribimos de cuanto Nuestros plácemes al ilustrado cri-
Yxart dice más que una página del tico Sr. Yxart, que con tanta fortuna
ocurrente prólogo en que, á grandes ha establecido su observatorio en
rasgos, dibuja la Barcelona de su Barcelona. Mucho nos alegraría que,
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 44^
provisto de un buen telescopio, alar- de cálculos matemáticos, circunstan-
gase sus observaciones hasta Madrid, cia que hace apartar los ojos de las
donde, al lado de cosas dignas de Memorias relativas á esta materia, los
aplauso, hay muchas otras que han que no están versados en las mate*
menester se las fustigue con dureza y máticas superiores. Esta consideración
acierto. ha movido á Mr. Moutier á contestar
en su obra lo más sencillamente po.
sible á estas cuatro preguntas. ¿Qué
La Thermodynamiqne et ses es la Termodinámica? ¿Cual es su ob-
principales applications, par J. jeto? ¿Cuál es su utilidad? ¿Cuáles
MoUTlER, examinateur a VEcole Po- son sus principales aplicaciones? El
lytechnique.—París, Gauthier- Villars, autor, que demuestra un gran domi-
Quai des Augustins, jjí.— í/n tomo nio del asunto, lleva como por la
en 4° de ¿68 páginas y g4 figuras.— mano, explicándole todas las cuestio»
Precio, 12 pesetas. nes que se refieren á la Termodiná-
Aun cuando hace pocos años que mica; fiel á su programa, deja á un
ha nacido la Termodinámica, es ya lado las fórmulas, y, valiéndose de
una ciencia importante, porque ha figuras, que cualquiera puede com^
progresado con rapidez extraordina- prender, logra explicar la repelida
ria, merced á los trabajos incesantes ciencia de un modo que se halla al
de algunos hombres de gran saber y alcance de todos.
á las fecundas aplicaciones que aqué- Estudia en la primera parte del li-
lla ofrece. Uno de los más ilustres, bro la temperatura; la compresibili-
Mr. Moutier, publicó ya en 1872 un dad y dilatación de los gases, los ca-
librito en el cual daba en resumen la lores específicos de los sólidos, lí-
teoría mecánica del calor, reuniendo quidos y gases, las trasformaciones
las fórmulas más importantes con ob- adiabáticas, el equivalente mecánico
jeto de propagar el uso de una cien- del calor, el calor de trasformación,
cia que interesa á la vez para el estu- los gases perfectos, las trasformacio-
dio de los fenómenos naturales y para nes isodinámicas, el teorema de Car-
el arte del ingeniero. not y sus aplicaciones, la evapora-
Mucho, como antes decimos, ha ción, calores específicos de los vapo-
adelantado la Termodinámica, influ- res, máquinas de vapor, fusión y di-
yendo en el progreso de la física y de solución, ciclos irreversibles jy diso-
otras ciencias; pero todavía están poco ciación. En la segunda parte, trata
extendidos sus principios fundamen- del calor específico absoluto, calor y
tales y son poco conocidas las apli- luz, ley de Dulong y Petit, movimien-
caciones de la teoría. Puede asegurar- to estacionario y presión interna.
se que la noción del equivalente me- La obra, que es notable por sí
cánico del calor es la única que se ha misma, está perfectamente impresa
generalizado, y esto gracias á la sen- en la tipografía de Mr. Gauthier-Vi
cillez de su principio. Uars, que es, con justicia, uno de
El retraso que experimenta en su los primeros y más afamados edito-
expansión la Termodinámica debe res dé París, donde hay tantos y tan
atribuirse á que, por lo común, se buenos.
presentan sus teorías con gran lujo R. A.
448 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Colección de escritores c a s t e - nes 6 tuvieron que arrepentirse de Su
llanos. —Historiadores, — Juan de Cándida seguridad, 6 bien adoptaron
Castellanos.—Historia del nuevo rei- muy luego diferente conducta de la
no de Granada.—Publícala por pri- qué en un principio creyeron era
mera vez D. ANTONIO PAZ Y H E - justo seguir á los conquistadores.
LIA.— Tomo /, en S.°—Precio, ¿Pe- El mismo Castellanos lamenta aquel
setas. desdichado trabajo de diez años que
Entre los libros y manuscritos que, empleó en cambiar toda su obra en
en número de cuatro mil trescientos versos, á menudo prosaicos, y no
veinte, donó el Virrey D. Pedro de siempre correctos, y hagamos recaer
Aragón al monasterio de Poblet des- gran parte de la culpa sobre aquellos
de 1602 á 1677, guardó el célebre amigos suyos, de quienes se queja en
santuario largos tiempos la obra de estos términos, aludiendo á la com-
Juan de Castellanos, que hoy, por posición de toda su obra: «La salida
primera vez, sale á luz conforme á de este laberinto fuera menos difícil,
su original. si los que en él me metieron se con-
Dejando aparte la eruditísima in- tentaran con que los hilos de su tela
troducción del tomo, acerca de cuán- se tejieran en prosa; pero enamora-
do, cómo y qué razones movieron al dos, con justa razón, de la dulcedum-
autor á escribir su obra, diremos que, bre del verso con que D. Antonio de
entre las de la conquista de América, Ercilla celebró las guerras de Chile,
será siempre de las más apreciables, quisieron que las del mar del Norte
por hallarse escrita por quien tomó también se cantaran con la misma
parte en los sucesos que refiere, cir- ligadura, que es en octavas ríthmicas.»
cunstancia que otros tuvieron, pero Y todavía debe agradecérseles que,
muy escasos, la imparcialidad de Cas- viéndole cansado y viejo, le aconse-
tellanos al censurar las atroces cruel- jaran, según él refiere, la variación
dades de algunos de sus compañeros, de las macizas octavas reales, por la
disculpando el rigor usado en ocasio- más descansada compostura del verso
nes contra los indios, y burlándose libre.
no pocas de las sensiblerías de quie- D. G H .

MADRID, 1887.—IMPRENTA. DE MANUEL G. HERNÁNDEZ.


Libertad, 16 duplicado
MIS MEMORIAS (O

1846-1850
SECCIÓN OCTAVA

Cuantos partidos se usaban entonces.—Fíate de Cabrera y no corras.—Pro-


gresistas en desbandada.—Los nervios del Sr. Fiscal. — Sotillo, Soto y
Sotomayor.—Entre un cuadro al natural y una peluca á la valentona.—
Papá Brusi,—Un periodista de punta.—Fargas contra Verdi.—Abran el
compás los señores críticos.—La simbólica del Arte divino.—Vittorio E m -
manuele R e d ' Italia.—Del bombo y del incensario según los métodos
antiguos.—El suspiro de un cadáver.—Balmes, Balaguer, Milá.—Nuestro
Monier.—Un brochazo criminalista.—Clásicos y románticos.

OMO obligado complemento de aquel período


barcelonés, entremos en algunos pormenores re-
lativos al movimiento político, científico y lite-
rario.
Casi podría excusarme de hablar de movimiento político,
porque las libertades estaban atravesando en Barcelona, al
igual de toda España, una las más negras y dilatadas no-
ches, según se habrá podido colegir por lo que he dicho de

(I) Véase la pág. 337 de este tomo.


iS de Marzo de 18S7.—TOMO Lxv.—voL. v. 29
45o REVISTA CONTEMPORÁNEA

las Autoridades militares, de sus precauciones .infinitas, mo-


tín de los estudiantes y fusilamientos del 48. ¿Quién podía
darse razón de aquella absoluta falta de espíritu público, en
la hermosa Ciudad condal, sino recordando que otro tanto
había acontecido bajo la feroz dominación del Conde de Es-
paña? Letargo era, momentáneo, transitorio, y no muerte ó
consunción definitiva; que, con harta elocuencia declara toda
nuestra historia como supieron levantarse en Barcelona los
espíritus, después de los mayores ocasos. Porun quítame allá
esas pajas, sabe un día la Ciudad tenérselas tiesas con el Rey
de Aragón, Don Fernando I: luego, al terminar el siglo XVII,
en poco más de la mitad de una centuria, sostiene tres sitios
en toda regla contra el Gobierno supremo: luego, al llegar á
nuestros tiempos, aguanta, con inaudito tesón, un terrible
bombardeo, y se defiende de Madrid por espacio de tres me-
ses. Tanta altivez, y entereza tanta, no era fácil que perecie-
sen de un golpe en manos del Barón de Meer, de Nova-
liches ó Bretón, por mucho que la echaran de cogote tie-
so. Ya lo presentía dos siglos antes mi buen D. Francisco
de Quevedo, cuando, picándole la mosca por nuestras rebel-
días contra el Conde-duque, nos llenaba de improperios, lla-
mándonos aborto monstruoso de la política, y nos echaba en
cara que éramos libres con Señor; y decía que el Conde de
Barcelona no era dignidad, sino vocablo y voz desnuda, y
que como el alma alega contra la razón apetitos y vicios,
nosotros alegábamos contra el Señor privilegios y fueros; y
añadía que teníamos Conde como el que dice que tiene tantos
años, teniéndole los años á él. Debilidades de aquel preclaro
ingenio, tan sin par en las letras, como político desdichado:
olvidadizo además, porque al denostarnos de aquella suerte,
no recordaba que él, D. Francisco de Quevedo y Villegas,
caballero del hábito de Santiago, estuvo, como el más vulgar
de los conspiradores, á pique de perecer en una mazmorra de
Venecia, ó en lo más profundo del canal Orfano.
MIS MEMORIAS 45l

II

De los cuatro partidos políticos que se usaban en mi época,


cuatro no más—cuidado si éramos entonces modestos—de
los cuatro partidos, moderado, progresista, carlista y republi-
cano, solamente el primero era iglesia triunfante; los demás,
con el pie del enemigo en la garganta, veíanse reducidos á
vivotear forcejeando, conspirando, tentando el vado y procu-
rando dar á los de encima los mayores disgustos posibles.
Estos de arriba, á su vez, los felices, alardeaban, como siem-
pre, de suprema inteligencia y de salvadores del orden; muy
erguidos por fuera, pero con la procesión por dentro; temero-
sos de algún airecillo colado que á lo mejor viniese á sorpren-
derles en pleno bullir ó en plenísima pitanza. Capitaneaba el
bando moderado barcelonés D. Manuel Gibert, con Senillosa,
D. Tomás Coma, Ramón Estruch, Parladé, los Muntadas,
Cruilles, y otros personajes de arraigo: los carlistas militaban
á las órdenes de Montemolín, fiados en la pericia de Cabre-
ra, quien juntando sus gentes por la parte de Cataluña, había
entrado en 1847 con Forcadell, para sostener aquella esté-
ril y desastrosa campaña, terminada dos años después, con
la espada y la diplomacia, por el ilustre Marqués del Due-
ro. Los republicanos no eran todavía partido, sino conato de
partido, sin rumbo fijo, ni programa definido, y casi, casi
sin levantar bandera; con algunos, muy contados hombres
de acción y de fuerte sentido democrático: Abdón Terradas,
Aniceto' Puig, Mirambell y el ciudadano Cuello, con quien de
tal manera se había encariñado la policía, que apenas se m o .
vía una paja, cuando ya caía sobre él el ramalazo.
Pero de quienes más se recelaban nuestros moderados de
Barcelona era de sus antiguos adversarios los progresistas,
considerándolbs posibles el mejor día, según los aires que en
la Villa y Corte soplasen; y más, después de las tentativas dfe
los puritanos con la mucha mano que había ido ganando el
452 REVISTA CONTEMPORÁNEA
joven general Serrano. Privados aquellos progresistas de toda
acción legal, amordazada la prensa, nulo el derecho de re-
unión, y vigilados hasta en sus más inocentes ademanes,
andaban unos maniobrando en secreto, desorientados otros,
otros dispersos y casi fugitivos. Faltaban varios de sus anti-
guos prohombres: Xaudaró, fusilado algunos años antes; Do-
menech, trasladado á Madrid, donde había sido alcalde cons-
titucional y ministro después, en la fugaz situación Olózaga;
Ribot, entregado á las letras; Llinás, el excéntrico Llinás,
desaparecido; Massanet, misteriosamente asesinado; Bosch y
Pazzi, muerto de sus heridas en el ataque de la Cindadela.
Muchos de los que quedaban, ó perdido el ánimo, ó cansados
de la lucha, ó sintiéndose impotentes, vivían retirados en sus
hogares: no se hablaba de Giberga ni de otros antiguos des-
terrados á la isla de Pinos; ni de Benavent, ni de Jaumar, ni
de Soler y Matas: Fernando Puig empezaba su triple carrera
de industrial, comerciante y agricultor, en la cual se había
de conquistar tanta estimación como sólida fortuna: decían
de Degollada, que se dedicaba á estudios filosóficos en Espa-
ña ó en el extranjero; á Fábregas se le veía poco; Castanys
se había puesto al frente de una fábrica de productos quími-
cos; Pelachs en su bufete, y otro tanto hacía Figuerola, ade-
más de la cátedra donde iba conquistando tan merecidos lau-
reles.

III

Los muchachos leíamos poco los periódicos. ¿Por qué ni


para qué, si fuera de unas cuantas noticias de interés, el res-
to era todo desabrimiento? En la prensa, y más en el tea-
tro, se toleraba toda clase de desvergüenzas; pero en tocando
á alusiones políticas, los nervios de los señores fiscales se
iban haciendo cada vez más irritables. Estando el duque de
Sotomayor de Presidente del Consejo, prohibieron una pieza
insignificante, sólo por lleyar este título: Sotillo, Soto y Soto-
mayor. En una esquina de la calle de Jaime I estuvieron cam-
MIS MEMORIAS 453

peando meses enteros dos grabados del más subido género


pornográfico. ¡Ay del que se hubiese atrevido á poner en su
lugar una estampa representando á D. Ramón con la peluca
á la valentona!
Más de un pesimista parecía alegrarse de aquel forzado
mutismo de la prensa barcelonesa. «¿No te has apercibido,
»me decía un íntimo amigo, de cómo en Barcelona se va
•sustituyendo á la opinión pública la opinión del fabrican-
»te? Con semejante tendencia, aun teniendo prensa libre,
«¿crees que podrían adelantar gran cosa los hombres de ideas
»avanzadas? Supon que se abran las compuertas y que ma-
• ñana nuestros periódicos, los liberales, puedan exponer sin
•ambajes ni reparos todo el dogma democrático. Sostendrán
»el sufragio universal, discutirán la organización de los Po-
ttderes, deíenlerán los derechos de la personalidad, abogarán
• con calor por los individuales. ¿Y qué? A lo mejor tropeza-
»rán con la chinita de la protección, y adiós mi dinero; des-
0 pues de un largo artículo pidiendo la libertad en todas sus
«manifestaciones, te negarán el derecho de cambiar, de com-
»prar y vender lo que te plazca y donde te plazca, que es
«uno de los más sagrados. Y cuidado, añadía, cuidado con
«que el mejor día, sojuzgados por la teoría del derecho á ga-
uñar con el apoyo del Gobierno, no te salgan, ellos tan liberalo-
»tes, defendiendo la esclavitud en Cuba ó el régimen de los
«frailes en Filipinas.»
No me satisfacían las razones de aquel precoz discípulo de
Schopenhauer. «Haya libertad, le replicaba yo, y verás cómo
»la fuerza de la lógica obligará á nuestros amigos de la pren-
»sa á entrar por el buen camino. Mira lo que ha sucedido en
«Inglaterra, donde la simple lógica expuesta en periódicos y
«en meetings ha hecho que un conservadorazo del tamaño de
«Peel haya abolido las leyes de cereales. Mira lo que ha pa-
«sado en Francia, donde, también por obra de la lógica, se
«han convertido en fervorosos abolicionistas de la esclavitud
«dos hombres tan apegados á la tradición como Mr. Cochin
«y el duque Víctor de BrogUe.»
Tras de estas y otras pláticas, nos solíamos quedar el ami*
go y yo tan conformes con nuestras respectivas opiniones;
454 REVISTA CONTEMPORÁNEA
mas si él viviese ahora, diría, de seguro, que era yo quien no
estaba en lo cierto, al ver cómo después la prensa liberal bar-
celonesa ha sido la más acérrima defensora del proteccionis-
mo. A lo cual replico todavía: ¿quién sabe si esto habrá de-
pendido principalmente de no haber podido discutir á su tiem-
po el origen y fundamento de las cosas?
De aquellas continuas desazones que caían sobre los infe-
lices periodistas, no participaba Papá Brusi, el decano de la
prensa barcelonesa, y seguramente de la de toda España.
Tan antiguo abolengo y tan gloriosos timbres, no es fácil que
pueda presentarlos otro periódico. Cien años largos de dura-
ción, cada vez con mayores medros, y la respetabilidad de la
casa de Brusi, son motivos suficientes para que el Diario de
Barcelona deba ser considerado como una de las particula-
ridades que más honran á aquella esclarecida Ciudad. Bien
imparcial soy al decirlo, porque nunca me ha tratado con
mucho mimo. Se lo perdono aquí de corazón, sabiendo lo
que puede y á lo que arrastra la pasión política en los perió-
dicos de pelea. Era entonces El Brusi un diario genuinamen-
te moderado, que después se ha ido acentuando, como todos
los conservadores barceloneses, hasta traspasar los linderos
del neo-catolicismo. Publicación seria, bien entendida en su
forma tradicional de cuaderno; con un lujo asombroso de co-
rrespondencias y artículos confiados á personas muy doctas,
muy enteradas y, según decían, pingüemente retribuidas. Di-
rigíalo con sumo acierto y con no menos pulso sigue gober-
nándolo mi buen amigo Juan Mané y Flaquer, uno de los
periodistas de más resonancia y autoridad entre los suyos,
y política aparte, uno de los mejores de estos Reinos, porque
en la manera de confeccionar, en la elección de puntos de
vista y discreta forma de sintetizar las ¡deas, bien puede ase-
gurarse que no hay aquí quien le aventaje; y aun en Francia
sostendría noblemente el parangón con los Nefftzer, los John
Lerr oinne, los Cucheval Clarigny y otros de la misma talla.
De 1 ez en cuando echaba su cuarto á espadas con algún ar-
tícuío político, mi otro amigo Reynals, inteligencia superior,
de a' tísimo concepto, aunque poco feliz en la dicción y algo
embrollado en la contestura del período. En la sección litera-
MIS MEMORIAS 455
ria publicaba Balaguer bonitas leyendas sobre Barcelona ba-
jo la dominación romana, y aquellas relativas á las cuevas de
Monserrat, que tan justa fama le dieron de erudito; y poco
más ó menos por aquellos días, empezaba á enviar Selgas
los retazos humorísticos aderezados á lo Girardín, con su sal
y pimienta conceptista, gran exuberancia de bilis y sus pun-
ticas de escepticismo.
Lo que había qne leer en el Diario era la sección musical,
encargada á Fargas y Soler; quien apropósito de una ópera
cualquiera, escribía, más que artículos, monografías comple-
tas de las mejores partituras. No que Fargas fuese original
ni mucho menos: inspirábase generalmente en la Historia
de la Música y otros trabajos de Fetis, Director del Conser-
vatorio de Bruselas, ó en los de P . Scudo, el de las cróni-
cas musicales de la Revista de Ambos Mundos. Verdi era la
bete noire de estos dos señores, y no he menester decir si
lo sería de Fargas. Llamábale vulgar, ramplón, efectista y
músico mayor de regimiento: acusábale de parodiar, estro-
peándolos, los mejores trozos de los clásicos; y, echándosela
de profeta, además de tener á gran delito el gusto verdiano,
anunciaba que este gusto pasaría pronto, sin dejar huella en
la historia, ni rastro ni señal de existencia artística.
No me meto á juzgar á Verdi. Ni me gusta hablar de lo que
no entiendo, ni tampoco me maravilla que cuando tanto le
aplaudíamos los profanos en el teatro, los sabios, por una
reacción natural, lo destrozaran á dentelladas. Lo que digo
es que quien, después de aquellas fechas, ha escrito el Mise-
rere del Trovador y el cuarteto del Rigoletto, puede pasar á la
posteridad con alguna honra. Lo que digo es que Verdi,
lejos de decaer, á medida de su edad se ha ido fortaleciendo
con Luisa Miller, Don Carlos, la Forza del destino, Un bailo in
maschera, y sobre todo con Aida y la Misa de Réquiem: no ha-
blo de su Otello porque todavía no lo conozco. Lo que digo
es que aquellos mismos señorones de la Academia Nacional
de París, aquellos mismos que la emprendieron contra Verdi,
como hicieron después con el Tanhauser y el Lohengrín de
Wagner; aquellos mismísimos señores concluyeron por ves-
tir á la francesa al popular maestro italiano, haciéndole al-
456 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ternar, en las tablas de la Grande Opera, con lo más selecto
y aplaudido de los repertorios francés y alemán.
Estos son los hechos; y aunque sea torciendo algo mi pro-
pósito de ceñirme aquí al movimiento político—digo algo y no
del todo, porque, al fin y al cabo, la música tiene su política
como la política tiene sus músicas;—aunque sea, repito, des-
viándome un poco de mi intento, añadiré que para juzgar en
serio á un compositor, no basta estudiarlo técnicamente,
dentro del Arte, sino que es preciso llevarle á lo externo, rela-
cionándole con todas las corrientes de vida de la época en
que haya escrito. Los críticos de entonces, los Fargas, que
se ensañaban cruelmente con Verdi, poniendo—y hacían
bien—en las nubes á Bellini, á Donizetti y á Meyerbeer,
¿qué dirían si oyeran á los críticos de ahora tratar á Bellini
de pobre hombre, pobre en la música, pobre en los acompa-
ñamientos y desdichado en la armonía? ¿Qué dirían si des-
pués de reconocer en Donizetti una prodigiosa riqueza meló-
dica y un dominio absoluto en la ciencia del estilo vocal é
instrumental, les oyeran asegurar que no tiene una sola ópe-
ra completa, y que todo lo más, cada una de ellas, contiene
un par de páginas de valor? ¿Qué dirían si oyesen calificar á
Meyerbeer de simple músico ecléctico y de transición, que
ha imitado todos los estilos y ensayado toda clase de formas,
alemán en sus primeras óperas, italiano en Roberto, francés
en la Estrella del Norte, narrativo en Hugonotes, épico en el
Profeta, melódico en Africana, y casi zarzuelesco en Dinorah?
¡Hola! Señores críticos, tomad un compás más ancho para
vuestra estética. Distinguid los tiempos y concordaréis los
compositores. Acordaos de cuando se escribieron Sonnámbula,
Pmitani y Lucía; acordaos de que aquella música sencilla,
sutil, vaporosa, hilada con el corazón, se ha trabajado en Ita-
lia, pero en la Italia de las amarguras, pero en la Italia del
grido di dolare por los padecimientos de la Patria; acordaos de
que Meyerbeer, italiano cuando aprendía sus catecismos, fran-
cés por la educación y alemán por el origen, cargó consciente
ó inconscientemente, con la tarea de fundir, en una suprema
armonía, tres razas musicales y sus diversas escuelas; y por
esto le veis empezar simplificando la instrumentación y dando
MIS MEMORIAS 457
flexibilidad á sus contornos melódicos, como aquellos insignes
maestros italianos; y luego elevarse á la pasión, al calor, á la
vida, al drama, al colorido, al idilio, según los instintos de
los pueblos para quienes escribía ó las necesidades de las
épocas que iba atravesando.
Pues lo propio ha sucedido con Verdi. Cuando Fargas le
censuraba, no había pasado de su primera manera, que con-
cluye en / Masnadieri, como la segunda termina en Un bailo.
Era entonces el músico patriota; bien lo recuerda Italia,
Rossini hablaba de ponerle un casco; queriendo humillarle,
Rossini lo enaltecía. Palpitaba el corazón italiano ansioso de
libertad, al oír las tempestades metálicas de Nabucoy Los
Lombardos; sentía en aquellos ruidos insensatos, en aquellos
gritos desesperados, en aquellas melancolías sofocadas por el
bronce, algo como el preludio de próximas y decisivas bata-
llas para la independencia. Y la Italia, que había de encontrar
el nombre de VERDI en las iniciales de su futuro grito de
guerra, \ittorio TimmanueleWte n^Italia, la Italia aplaudía y
nosotros aplaudíamos ¡ah sí! con toda la fuerza de pies y
manos. Aquellos momentos de excitación nerviosa, aquellos
paréntesis de espontaneidad nos vengaban de Narváez. El
concurso que asistía al espectáculo aplaudía en el simpático
maestro el sublime acento dramático y melodramático, el
desbordamiento de pasiones, trompetas y clarines, aquel deli-
rio de las voces, aquel frenesí en los allegros, aquellas ma-
sas, aquellos tercetos, aquellos finales que nos electrizaban.
Véase si había ó no diferencia entre el Verdi popular, según
le juzgaba nuestro instinto, y el Verdi científico, según lo
querían los gramáticos del Arte.
La gacetilla den Brusi tenía mucho que ver y no poco que
estudiar, y más el gacetillero, hombre ya provecto, grueso,
sosegado y más que corredor de noticias, gustoso de que
le cazaran las perdices y las llevaran á su casa para ade-
rezarlas á gusto del público. No había entrado entonces la
moda del repórter americano que conferencia con altos perso-
najes y cambia con ellos impresiones/rescas que los del vul-
go recibimos en lata; ni había aquello de poner en letras de
molde á las señoras que ocupan los palcos, las telas y color de
458 REVISTA CONTEMPORÁNEA
los trajes que ellas Hevan y las cruces y placas que ostentan
ellos en las solemnidades. Pero ya nuestro amable revistero
de Barcelona poseía el envidiable instinto de adivinar hacia
qué lado debían repartirse las inmortalidades; con un sentido
tan exquisito de las alturas, que parecía llevar incrustada en
el pensamiento aquella máxima de una antigua dama france-
sa: tout ce qui n'est pas iitré, n'est pas né. Y ajustándose á tan
sabia y provechosa regla, desfilaba por la crónica diaria todo
lo que, en forma más ó menos directa, pudiese relacionarse
con eminencias oficiales ó no oficiales en punto á entradas y
salidas, bodas, entierros, tes y chocolates, afecciones de fa-
milia, afecciones de garganta, ligeros constipados y otros
incidentes de parecido interés para más atraerse las volunta-
des. Si el ferrocarril hubiese sido bastante conocido entonces
para gastar accidentes ruidosos, tengo por seguro que al con-
tar las piernas rotas, ya en aquella crónica local se hubie
ra tenido buen cuidado de apuntar que afortunadamente no
era más que un tren de tercera clase. Por de contado, cada
personaje admitido á los honores del desfile iba flanqueado
con su correspondiente tratamiento: que, por nada de este
mundo se lo hubiera dejado en el tintero quien tan poseído
estaba de los altos deberes de su cargo. Sr. Canónigo, Señor
Juez, ¿habrá llaneza? Ya era el muy Ilustre Sr. Canónigo, el
muy Ilustre Sr. Juez, el muy Ilustre Sr. Regente; ya el exce-
lentísimo lUmo. y Rmo. Sr. Obispo, ó el Excmo. Sr. Capitán
general, óelIllmo.Sr. Jefe político, ó el Excmo. Ayuntamiento.
Barcelona era siempre la Ciudad egregia-^ las Autoridades, siem-
pre dignas Autoridades; el Ayuntamiento, dignísimo Ayunta-
miento; un conde, el noble conde; un poeta, el ilustre poeta;
un actor, el eminente actor; un amigo, el simpático amigo. Y
tocante á cosas de Iglesia, nunca las nombraba la crónica del
diario sino ajustándose al vocabulario de rúbrica: no misa,
sino el santo sacrificio de la misa; no oficios, sino los divinos
oficios; no catedral, sino la santa catedral; no los sagrarios,
sino los santos sagrarios; no tal ó cual congregación, sino la
venerable congregación. Ya ven VV. cómo en cuestión de in-
censario y trompeteo no faltaba entonces quien supiese
adelantarse á tiempos más resonantes.
MIS MEMORIAS 469

IV

Sin un verdadero Ateneo, sin conferencias, ni lecturas pú-


blicas, ni Revistas de varios matices, era imposible obtener
un movimiento científico que compensase, en ancha propor-
ción, lo que no nos daba el político. De todo ello, en reali-
dad, carecíamos, apesar de nuestras Academias y de otras
Corporaciones menos pretenciosas.
¡Apenas si teníamos Academias! La de Buenas Letras, la
de Ciencias Naturales y Artes, la de Medicina y Cirugía, la de
Jurisprudencia y Legislación, la de Bellas Artes, la Médi-
co castrense. ¡Apenas si había Sociedades científicas en Bar-
cena, con ínfulas y cascabeleo! La Económica Barcelonesa,
el Liceo de Isabel II, la Sociedad filomática, la de Amigos
de la Instrucción, la de Amigos de las Bellas Artes, sin contar
la Reunión Literaria, que tuve la honra de presidir durante
algunos años. Nada de esto creaba corrientes de saber, ni
contribuía en lo más mínimo á popularizar conocimientos;
ni aquellas doctas instituciones eran otra cosa que círculos
hieráticos para estímulo y provecho de unos pocos iniciados.
La misma Academia de Buenas Letras, oriunda de finés del
siglo XVII, y por tanto más antigua que la Española y la de
la Historia, solamente una vez dio en público señales de vida;
y fué con motivo de un certamen para premiar la mejor Me-
moria sobre el Parlamento de Caspe, y la rnejor poesía sobre
la Expedición de catalanes y aragoneses contra turcos y grie-
gos. La Sociedad Económica Barcelonesa de Amigos del País,
más que á difundir la ilustración, se dedicó, y por cierto con
grande aplauso, á crear instituciones benéficas como la Junta
de Damas y la Caja de Ahorros.
Creábanse á menudo Sociedades pasajeras, con carácter
más industrial que científico para determinado género de pu-
blicaciones. A dos pertenecí y medraron poco: en una de
ellas no pasamos de confeccionar un Vocabulario hispano-
460 REVISTA CONTEMPORÁNEA

latino: la otra, en la, cual tuve de compañero á Víctor B a l a -


guer, con Narciso Gay, el P . González de Soto y Roberto
Robert, emprendió una Biblioteca de novelas escogidas. To-
cóme en suerte Paquillo Aliaga: Piquillo, decía el original
francés. Nuestro propósito no podía ser más plausible. Ya
que tanto abundaban las malas traducciones, queríamos in-
tentar algunas en buen castellano; á ver si evitábamos que nos
crispasen los nervios, con sus dislates, los folletinistas que tra-
ducían éloquence mále, elocuencia mala; inégalités du sol, des-
igualdades del Sol, con otras amenidades. Y pase que no hu-
biese creado escuela esta pestilencia de traductores. Autores
había que no les iban en zaga. Acuerdóme de una novela
original que largaba el siguiente cohete, de introducción al
capitulo segundo: «En tanto, oyóse un son lejano y moribun-
do, parecido al suspiro de un cadáver »
Al lado de los pigmeos, los gigantes. Fuera sombreros:
D. Jaime Balmes. Su vida fué corta: el escritor nació en 40:
el hombre murió en 48. ¡Cuan de prisa viven aquí los que han
de vivir eternamente! Tuve la suerte de tratar mucho á don
Jaime Balmes. Siempre que estaba de temporada en Barce-
lona, solía ir de tertulia, dos veces por semana, á casa de un
amigo suyo, D. Ignacio Bruno, íntimo también de mi fami-
lia. No era Balmes hombre de brillo en la conversación; ni
se anunciaba, como otros superiores, por lo nuevo é im-
previsto del discurso ó por los chispazos de ingenio; pero
bien mostraba quién era en lo discreto de la palabra y en
las prodigiosas alturas á que levantaba su pensamiento. Or-
dinariamente vestía de seglar; y cuando usaba hábitos tala-
res, tenía la costumbre de juguetear con las largas borlas que
le sujetaban sobre los hombros el manteo. Frente espaciosí-
sima á semejanza de Víctor Hugo: ojos muy penetrantes:
tez biliosa: algo torcida la parte inferior de la cara: gruesos
los labios y como despegados. Tal era el físico de Balmes: y
unido todo á una rapadísima barba, que de puro cerrada le
marcaba el contorno azul hasta los ojos, resultaba un aspec-
to de lo más vulgar y plebeyo en aquel nobilísimo personaje,
y el aire más adocenado en aquel elegido entre los elegidos.
AI principio redactaba en Barcelona una Revista titulada
MIS MEMORIAS 46I
La Sociedad, en colaboración con D . Joaquín Roca y Cornet
y D . José Ferrer y Subirana; escritores de mucha menos ta-
lla que su egregio colega, bien que idénticos en criterio y en
tendencias ultramontanas. Ferrer murió joven. Roca y Cor-
net ha vivido muchos años, escribiendo siempre con galana
frase. De lo que llegó á ser Balmes no necesito hablar. Que
os lo cuenten Europa, América, el mundo entero, deposita-
rios de su fama.
Mi antiquísimo camarada Víctor Balaguer era entonces
nuestro literato de moda. De una fecundidad asombrosa. Es-
cribía para el teatro, y más para las crónicas. Cultivaba poco
la historia, mucho la leyenda. No tenía rival en el género pin-
toresco. Electrizaba con sus poesías catalanas: en el arte de
leerlas, inimitable. Dos eran, él y Grijalva, un agente de ne-
gocios, que se distinguían en Barcelona por un corte tro
vatore del más selecto romanticismo. Tenían ambos una
cabellera de purísimo azabache, partida en mitad de la
frente, con media docena de tirabuzones sobre las orejas: tez
cadavérica: los ojos como espantados de verse entre los
vivientes, y una barbilla Luchana del género indisciplinado.
En fin, unos Esproncedas de hechura catalana, con toques á
lo Musset y tintas á lo Vigny.
Otro poeta notabilísimo de aquellos tiempos, que de haber
vivido largos años, hubiera andado mucho camino, era Juan
Antonio Pagés, joven estudiante, cuyos versos tenían todo el
sabor de Zorrilla. Creo que ya le aventajaba en profundi-
dad, y, sobre todo, en erudición, de que según las muestras,
nunca ha sido muy sobrado el esclarecido autor del Poema de
Granada. Desgraciadamente, al pobre Pagés le faltaba algún
tornillo: divagaba, padecía distracciones, hablaba á solas, se
alejaba de la sociedad, con unas melancolías intensísimas que
le devastaban el alma. Concluyó por suicidarse, como todos
nos temíamos, y lo hizo de una manera espantosa, atravesán-
dose primero con un estoque, y arrojándose después por la
ventana de un cuarto tercero. Cuando fui á ver, en el patio del
Hospital general, los ensangrentados restos de mi desdichado
amigo, tuve ocasión de conocer hasta dónde pueden llegar
los estragos del escepticismo en los corazones jóvenes. Dos
462 REVISTA CONTEMPORÁNEA
pisaverdes muy planchados, prensados, rizados, perfumados
y enguantados, disputaban allí, junto al cadáver. ¿Sobre el
horror de aquella muerte? ¿la familia? ¿la madre? ¿conside-
raciones del orden moral? Nada de esto. Discutían muy sere-
nos sobre la mejor manera de suicidarse. «A mi me parece—
decía uno de ellos—que ha hecho bien, matándose con ese en-
sañamiento: así, así, asegurar el golpe,»—«Y á mí, que ha he-
cho mal—replicaba el otro;—¿no hubiera sido mucho mejor
invitarle con ¡una pistola?»—A ninguno de los dos se le ha
ocurrido suicidarse: ambos han criado buena panza.
Como hombres de fuertes estudios literarios, y superiores
hablistas, figuraban, en aquel cenáculo, Piferrer y Corta-
da, ya citados en otros capítulos, con D. Manuel Milá y
Fontanals, que desempeñó larguísimos años en Barcelona
la cátedra de Literatura y su Historia. Tenía Milá extraordi-
naria reputación como literato: Fernando Wolf le cita entre
los mejores críticos de la España contemporánea: Fastenrath
me lo ha puesto en las nubes cuantas veces hemos hablado
de él; y un día me aseguró Juan Valera, al volver de San Pe-
tersburgo, que había oído ponderar á Milá hasta en una Aca-
demia de Moscou.
A bibliófilos, bibliómanos y bibliófobos, servía de centro de
reunión la librería de Joaquín Verdaguer, como aquí hemos
tenido sucesivamente las de Monier, Bailly-Bailliére, Duran
y Fernando Fe. Allí se curioseaba y, como ahora dicen, se
cambiaban impresiones: discutíanse ediciones y rarezas bi-
bliográficas, la última publicación de París, la última nove-
dad científica de Londres, el último anuncio de Cotta. Allí
imperaba el papeleo como en otras partes el papeloneo; y
como ha de haber en el mundo gentes para todos los gustos,
muchos aficionados preferían pasarse las tardes de lluvia en
casa de Verdaguer á entretenerse con una baraja ó dando ta-
cazos en el Casino.

En reducidísimo extracto publicáronse por aquellos días


dos trabajos míos: uno, sobre los fundamentos del derecho de
MIS MEMORIAS 463
penar; otro, sobre el romanticismo. Firmé QuijaHo de jRo-
samante, anagrama que había adoptado para encubrir mis
osadías.
Época singular aquella en que no hubierais podido decir
á punto fijo bajo qué régimen vivían los criminales: si nues-
tros Tribunales se ajustaban al Código del 22, ó al Proyecto
del 2g, ó al más científico del 34, ó al ecléctico del 48. Es
nuestro sino; andábamos en materia penal tan á oscuras
como ahora, aun después del Código de 1870, y como nos
quedaremos, probablemente, cuando se haya aprobado el que
en estos momentos se está discutiendo.
También sé que en aquellas fechas la Ciencia penal había
adelantado poco desde Beccaria, como que en las escuelas es-
tábamos atenidos á Pellegrino Rossi y á su expositor Pache-
co. ¡Cuan distintos de los que teníamos son los horizontes
de hoy!
La Ciencia penal se ha convertido en una rama de la Biolo-
gía jurídica; es la vida del Derecho en su estado anormal, en
su estado patológico. Hoy el anáhsis filosófico os da el con-
cepto cabal del delito, considerado como hecho perturbador,
consciente y voluntario del Derecho: os marca sus caracteres
esenciales; determina su materia; describe, con prolija exac-
titud, las formas generales de manifestación de la delincuen-
cia; señala, con precisión admirable, todas sus circunstan-
cias modificativas, agravantes ó atenuantes, según el antiguo
tecnicismo; expone, con el auxilio de todas las ciencias an-
tropológicas, la verdadera teoría de la responsabilidad; os
hace penetrar, con seguro criterio, en el sentido de la code-
lincuencia, y clasifica los delitos con fórmulas y divisiones
á las cuales no escapa el más mínimo de los hechos pertur-
badores. Y si, en el concepto fundamental del delito y en
sus derivativos, tan hondamente ha penetrado el escalpelo
científico, no es menor el camino andado en la determinación
del concepto de la pena, sus elementos, materia, caracteres
esenciales, gradaciones, finalidades y manera de relacionar el
castigo con la delincuencia. Encerrar toda una revolución
social en las notas características de la pena, ¿qué mayores
ni más gloriosos timbres para la ciencia penal contemporá-
464 REVISTA CONTEMPORÁNEA

nea? Nada de aquellas abstractas teorías de la defensa ó de


la venganza social, ni de aquellos horribles ensañamientos
que, haciendo descender á la ley de su pedestal augusto, con-
vertían la pena en una especie de lucha, cuerpo á cuerpo,
entre la sociedad y el delincuente. Nada que no sea digno,
racional, imponente y provechoso en la pena, si como piden
los últimos criminalistas, ha de encerrar una garantía para
conservar el derecho social, una defensa concreta para impedir
otro atentado, un público ejemplo para evitar el contagio de
la perversidad: para el ofendido, reparación, reivindicación,
reintegración, compensación; para el ofensor, una rehabili-
tación y un procedimiento de enmienda, corrigiéndole y afli-
giéndole en la justa proporción que su delito demande.
Distábamos entonces mucho los novatos de saber precisar
las ideas con la sobriedad y las sencillas fórmulas que ahora
se estilan. Nuestros libros nos engolfaban en un mar de abs-
tracciones y vaguedades enderezadas, las más de las veces, á
conciliar ciertos principios filosóficos con determinadas es-
cuelas políticas. Primer procedimiento científico en todo país
que ha estado mucho tiempo á oscuras: antes de entrar en
plena luz, tibios resplandores ó medias claridades.
Así yo, tratando de investigar los fundamentos racionales
del Derecho penal, me entregaba á una larguísima diserta-
ción destinada á probar que aquel derecho reconoce su origen
en la justicia, su medio de aplicación en el poder social y su
fin en el orden público; como si ante todo no fuera necesario
tener muy aquilatado el valor de tres palabras de tan alto
sentido como estas: Poder, Orden y Justicia. Entraba luego
en un examen histórico filosófico del derecho de penar. Sin
más averiguaciones lo confiaba á la Sociedad, encarnándolo
en el poder legislativo, dejando al ejecutivo que lo desenvol-
viera y al judicial que lo aplicara. La averiguación venía des-
pués de mi declaración dogmática. ¿Por qué razón había de
ser la Sociedad depositaría de aquel derecho y no recaía, para
cada caso concreto, en el individuo á quien interesaba? Aquí
me encontraba con los tres sistemas tan manoseados y espri-
midos por los antiguos criminalistas: la defensa^ el pacto y
la utilidad. Cada uno de ellos era objeto, en mi trabajo, de
MIS MEMORIAS 465

otra serie de extensas disquisiciones; y creyendo convencido


á todo el mundo de que no se castiga únicamente para defen-
derse del delito, ni en virtud de una cesión de derechos indi-
viduales, ni tampoco por las simples ventajas morales ó ma-
teriales que pueda reportar á la Sociedad la pena, terminaba
esta parte de mi elucubración proclamando la existencia
dentro de la vida social, de una ley necesaria, de un derecho
universal propio y originario, al cual, en términos abstractos,
dábamos el nombre de Justicia.
A renglón seguido venía la prueba histórica. Y manejan-
do los hechos con un garbo y gentileza dignos de los pocos
años, trataba de demostrar, apelando á varias autoridades,
que la penalidad se había ido manifestando en los pueblos,
bajo tres aspectos: preservador en su infancia, reparador en
los más adelantados, conservador en las perfectas. Al princi-
pio preservador correspondía la teoría de la defensa, al repa-
rador el pacto social y el sistema utilitario, al conservador el
superior concepto de la justicia.
Ni en el terreno de la originalidad, ni en el de la lógica
racional ni en la histórica me atrevería á recomendar aquella
mi primera excursión por las esfe.'-as del orden jurídico. Quizás
—no lo aseguro—fui más afortunado en mi segundo ensayo,
de índole puramente literaria; la cuestión del romanticismo.

VI

En la época á que se refieren estas líneas, el romanticis-


mo, como escuela, iba desapareciendo á paso de carga. Ha-
bíanlo precipitado de su elevado solio las exageraciones fran
cesas. Sus triunfos de la Porte Saint Martín con acompaña-
mientos de puñal y veneno, compases de grillos y campanas,
fondos de mazmorra, escorzos de cadáveres y tonos de pali-
dez mate abrieron tan ancha herida en la escuela romántica,
que jamás pudo soñar en tan señalado triunfo sobre ella, la
cáfila entera de sus áticos enemigos los académicos. Aquí
TOMO LXy.—VÜL. V. 30
466 REVISTA CONTEMPORÁNEA

empezaban mis reflexiones al ver la descomposición de aque-


lla fábrica de embustes. El romanticismo, decía yo, no caye-
ra en tal descrédito si se hubiese mantenido á la altura de
sus precursores, ó de sus creadores, ó de los primeros imita-
dores; si hubiese proseguido dominando el Arte en la forma
en que lo adivinaron Shakespeare y Calderón, como lo adi-
vinó Lessing, como lo definieron Schlegel, Tieck y el místico
Novalis, como lo predicó Byron, como lo practicaron G5ethe
y Schiller, como lo practicaba Manzoni, como lo entendió
Víctor Hugo, como lo entendieron en España el autor del"
Trovador y el de D. Alvaro. ¿Y por qué no extenderlo á la
música? Como habían entendido el arte romántico Weber en
el Freyschütz, Mendelsshón en sus sinfonías, Schubert en
sus baladas, Chopín en sus nocturnos. En lugar de esto, y
con el trascurso del tiempo, los severos perfiles dibujados
por el dedo de los grandes ingenios trocábanse en caricatu-
ra; los arquetipos se eclipsaban, las rapsodias cubrían el ho -
rizonte.
Con este motivo, entraba á examinar el origen del movi-
miento romántico. Tres largos siglos había durado el imperio
absoluto de los clásicos, desde el Renacimiento. No era
cuestión de admirarlos, estudiarlos y hasta imitarlos con
prudente mesura—que de ser este muy sabio consejo ya he
hecho alguna indicación en uno de los capítulos precedentes.
No: había que admitirlos como regla y perfección del Arte,
como indiscutibles modelos y autoridades infalibles. Era un
yugo insoportable, contra el cual hasta Boileau protestaba en
un arranque de mal humor:

(;'Quí nous délivrera des Grecs et des Roniains?

La rebelión no podía menos de estallar. Vino con los emi-


nentes: vino con los nuevos horizontes. Con los eminentes.
¿Qué había ya de común entre Shakespeare y Esquilo ó Sófo-
cles ó Eurípides? ¿Qué lazo unía ya á Lope y á Moliere con
Tea-encio, Planto 6 Aristófanes? Y si, por no faltar á la re-
gla, se declaraban clásicos los nuevos, otros venían en se-
MIS MEMORIAS 467
guida á protestar en nombre de su personalismo: otros que, en
el drama, no querían jurar por Corneille ó por Racine, ni,
en el arte pictóreo, por Rubens ó el Ticiano, ni en el musi-
cal, por Palestrina, Pergolese ó Cimarosa.
Vino con los nuevos horizontes. ¿Guales? La Edad Media
y el Oriente. Y aquí, en este punto de partida de los román-
ticos, empezaban cabalmente los peligros de la moderna
Iglesia. Esto hacía yo notar examinando las teorías alema-
nas. Porque si los alemanes señalaban aquellas especiales
direcciones al Arte, no era por la Edad Media ni por el Oriente
en sí, sino porque veían dominar allí lo maravilloso y lo fan-
tástico, y creían que esta era la esencia del arte y de la poesía.
Ellos sentaron las premisas, y el vulgo sacó las consecuen-
cias. Pues hemos de correr, se dijo, tras de lo fantástico, to-
mémoslo de cualquier parte sin molestarnos acudiendo á la
India ó á los tiempos feudales. De ahí los extravíos, de ahí la
perversión del buen gusto, de ahí la invasión de lo melenu-
do en la escena y fuera de la escena. Todos estos daños y
otros mayores trajo consigo el abuso del sistema.
Trajo también un conato de reacción clásica: momentáneo
por cierto. Pareciómelo entonces, y así lo declaré. Hoy he
visto confirmadas mis profecías. El romanticismo, hundido
como escuela, no ha muerto como tendencia. Fué la revolu-
ción artístico-literaria del siglo XÍX, y os digo que no ha
muerto, apesar de sus descalabros. Como no murió la revolu-
ción religiosa del siglo XVI, apesar de tantos lagos de san-
gre. Como no ha muerto la revolución política del siglo XVIII,
apesar de las guillotinas. Como no murió la Enciclopedia,
continuada por el racionalismo. Como no murió Proudhón,
resucitado por Lassalle y Carlos Marx. Como no murió La-
marck, explicado y ampliado por Darwin, Haeckel, Vogt, y
toda la escuela transformista.
No me confundáis dos cosas: el principio revolucionario y
sus direcciones. Una de las tendencias puede concluir, pero
el principio queda. El romanticismo tuvo una primera misión
que cumplir, y la cumplió lealmente:acabar con el ciego culto
de los clásicos. Y aquellos ídolos cayeron. Decidme qué es-
critor de talento puede andar hoy por el campo de las letras.
468 REVISTA CONTEMPORÁNEA
apoyado en ellos, sin incurrir en la nota de lo que ha llamado
Víctor Hugo el ex-buen gusto.
Pero la revolución artístico-literaria cuya paternidad na-
die podrá arrebatar al romanticismo, aquella revolución con-
tinúa. Si primero buscaba la maravilla con Novalis, hoy bus-
ca la realidad con el naturalismo. Antes soñaba, divagaba,
difuminaba; hoy describe, pinta y esculpe. Vedlo, sin ir más
lejos, en nuestros propios poetas, los afamados, los ilustres.
Todos están tocados de naturalismo, empezando por el egre-
gio Campoamor. Sí, sí; también naturalista vos, mi buenísi-
mo amigo D. Ramón, apesar de vuestros superiores instin-
tos idealistas. ¡Ah! queridos poetas; antes estabais enamora-
dos de la Edad Media; ahora lo amáis todo, porque todo es
adorable en la naturaleza, como asunto artístico; palacios y
cabanas, púrpuras y andrajos, europeos y zulús, Oriente y
extremo Oriente, escenas de sangre é idilios del hogar, silen-
cios de la conciencia y tempestades del alma. Dadme colores,
muchos colores, dice el artista de hoy, y os lo pintaré 6 des-
cribiré todo. Adiós las vírgenes convencionales de nacarada tez
y las eternas rubias ó morenas al óleo, al pastel, en planchas
de cobre 6 acero, ó medidas y ajustadas en robusto endecasí-
labo; vengan porcelanas, venga una seda japonesa, vengan
páginas de prosa, y os trazaré nuevos ideales femeninos: ojos
oblicuos de purísimo dibujo; indicaciones de mirada entre
suavísimos perfiles; labios gruesos de ardiente sensualidad;
ropajes sentidos, no en los pliegues, sino en las riquezas del
colorido; gracias en reposo; languideces y abandonos que pa-
recen ausencia de vida y son presencia real de voluptuosas
corrientes. Y luego, en vez del prosaico salón, del monótono
césped, del manoseado castillo, de fosos y puentes levadizos,
os representarán templos maqueados, columnatas de oloroso
cedro, la flor del loto bañándose en las fuentes, biombos de
maravillosa labor, azules pálidos, con verdes reflejos sobre
fondos violáceos, lagos helados sin orillas, lunas llenas con
misteriosas claridades, bosques enteros de magnolias, da-
lias, camelias y cryptomerias, jardines de paulpnias, colosa-
les sepulcros con incrustaciones de riquísimos bronces, esta-
tuas del Budha sobre lechos de mympheas, pebeteros, dra-
MIS MEMORIAS 469
gones, pabellones y kioskos nadando entre vapores de oro,
en un semicírculo de altas cordilleras teñidas de azul y rosa.
Así, por estos ú otros senderos, sigue y seguirá marchando
la revolución iniciada por el romanticismo. ¡Destino singular
este de las revoluciones que, cuando más apagadas ó muer-
tas las creéis, se levantan con más ardor y lozanía, si llegan
,á responder á la ley indeclinable del progreso!

JOAQUÍN MARÍA SANROMA.

{Se continuará.)
BRIHUEGA Y SU FUERO

CONTINUACIÓN ( l )

XI

o faltan testimonios documentales y de prueba


plena de que en la Alcarria hubo mudejares y ju-
. dios desde los mismos tiempos de su reconquista.
I Ambas razas tuvieron en ella numerosa represen-
tación, que, no sólo permaneció al través de los siglos de la
Edad Media, sino que acaso gozó en algunas épocas de bastan-
te importancia social. Parece cierto también que en aquellos
grandes estremecimientos, rayanos de injusta ira, que á des-
hora y para desdicha de la gente infiel, en particular de la he-
braica, tuvo la piedad fervorosa del pueblo cristiano, los mo-
riscos y judíos de la Alcarria no padecieron mucho, ó, al me-
nos, el eco de sus dolores de entonces no ha llegado hasta
nosotros, salvo contados casos (2).

(I") Véase la pág. 258 de este tomo.


(2) El fuero de Guadalajara, que dio Alfonso VII, habla de moros y ju-
díos.—MuBoz, Colección de fueros y car tas-pueblas.
Gonzalo de Berceo, en su poema Vida de Santo Domingo de Silos, refiere
que unos caballeros de Hita bajaron una noche á Guadalajara, después de la
BRIHUEGA Y SU FUERO 4^1
Establecidas las aljamas mosaicas ea pueblos de no mucha
cuenta, como Hita, Almoguera, Brihuega, Cifuentes, Ten-
dilla, Pastrana y Zorita, Mondéjar, Jadraque, Torija, la escasa
población de estas villas era salvaguardia de la seguridad de
la raza eternamente proscrita (i). Las alteraciones de que
fueron teatro en la Edad Media Toledo, Segovia, Córdoba,
Barcelona, Valencia y otras ciudades en que corrió la sangre
de los infieles que vivían al amparo de las leyes cristianas, no
penetraron en las comarcas alcarreñas, sin duda porque el
motín y las pasiones populares sólo medran entre las grandes
muchedumbres.
Por el contrario, buen agüero debió encontrar en esta espe-
cie de reposo histórico de que judíos y moriscos gozaron en
la Edad Media, cierto personaje del siglo XVI que trajo nu-
merosas familias moriscas del reino de Granada, después de

conquista de esta ciudad por Alfonso VI, y atrepellaron y saquearon á los


moros sometidos (mudejares) que habían permanecido en la ciudad; que el
Rey juró vengar esta afrenta hecha á la protección jurada á dichos moros;
que fueron presos algunos de los culpables, y que el más principal de ellos,
cuya vida estaba en peligro, por ser grande el enojo del Rey, se vio libre de
sus prisiones por intercesión de Santo Domingo. El poeta termina así este
episodio:
«Del qual guisa salió decir non lo sabría,
ca fallesció el libro en que lo aprendía:
perdióse un quaderno, mas non por culpa mía,
escribir á ventura, serie grand folia.»

Sobre este suceso, véase á Fr. Sebastián de Vergara, Vida y milagros de


Sanio Domingo de Silos, Madrid, 1736: á Fr. Juan de Castro, Vida del mismo
Santo, Madrid, 1638, y otros autores.
De Guadalajara hubo mudejares muy distinguidos en las letras y las cien-
cias, y que citan Casiri, Aben-Baxciial, Fernández y González y otros autores.
( I ) No creo que en todos estos puntos hubiera verdaderas aljamas judías,
6 mudejares. Desde luego, en el célebre Repartimiento de Huele suenan pocas
juderías alcarrefias. En el Repartimiento hecho por Rabbi Jacob (1474) se ci-
tan las aljamas de algunos de los pueblos mencionados; pero de otros sólo se
dice: «los judíos que moran en...,» lo cual hace necesario creer que no había
aljamas propias en todos los pueblos que menciono, aun cuando en ellos hu-
biera judíos. Pueden verse ambos documentos en los apéndices de la Historia
de los Judíos en España y Portugal del Sr. Amador de los Ríos, tomos II y III.
472 REVISTA CONTEMPORÁNEA
la guerra de las Alpujarras, para implantar én las orillas del
Tajo y en Pastrana nuevas industrias que acrecentasen los
rendimientos y productos de que dicho personaje gozaba en
aquel rincón de la Alcarria baja (i). Antes de que estas fami-
lias, pocos lustros después arrojadas de allí, llevasen á la co-
marca el influjo de una cultura extraña, los alarifes mudejares
hicieron alarde de su pericia en la construcción y del apego
que tenían al gusto árabe en varios monumentos de épocas
todavía no determinadas por la crítica, y que, por fortuna,
permanecen no derrumbados del todo en Guadalajara, Hita,
Brihuega y otros puntos (2).
De modo que nada tiene de extraño que en la villa de los
Arzobispos, á que dedicamos estas páginas, existieran mude-
jares y hebreos desde muy antiguo y que aparezcan señales
ciertas de su existencia hasta que las leyes y los más graves
sucesos produjeron la dispersión de ambas razas y aun su
total extrañamiento del reino. En efecto, ya el fuero de Bri-
huega, que pertenece á la primera mitad del siglo XIII, esta-
blece varias ordenaciones tocantes de un modo directo á los
infieles que vivían entre los cristianos de la villa, y son tan ex-
plícitas algunas de ellas, que contienen en sí clarísima prueba
de que era real ese hecho y de que no se dictaron tales leyes
para el caso futuro de que acudiesen á Brihuega aquellas
gentes.
Así, no sólo establece penas para el cristiano que matare
moro ó mora cautivos, y viceversa, y para el que forzare mora
ajena; no sólo da reglas para el caso de hallazgo de moro es-

(1) El Sr. Pérez Cuenca, en su Historia de Pastrana, da cuenta del des-


arrollo industrial que en dicha villa produjo el establecimiento de las familias
moriscas que trajo el Príncipe de Eboli.
(2) En Guadalajara, las iglesias de Santa María y de la Antigua (de esta
última hablé algo en mi Rasgo histórico de Nuestra Señora de la Anti~
gua, 1884J, y algunas partes importantísimas del célebre palacio del Infanta-
do. En Hita, la iglesia de San Pedro, y en Brihuega la de San Simón, de que
hablaré después. También hay algtín rastro del gusto mudejar en las pinturas
que adornaron ciertas habitaciones del castillo de Brihuega. Algunas parro-
quias de la Alcarria, como las de Espinosa de Henares, San Juan de Hita, etc.
conservan artesonados y aun otros elementos de carácter mudejar.
BRIHUEGA Y SU FUERO 473
clavo, sino que habla de moros y judíos, sin expresar la suso-
dicha condición servil, cuando condena á ser quemada viva
con su cómplice á la cristiana que cayere en grave pecado
con judío ó moro, distingue los días en que han de ir al baño
los infieles y cristianos, y, por último, concede fuero á judíos
y moros (i).
Claro es que la falta de documentos no nos permite formar
idea de lo que eran y délo que valían las aljamas judaica y
mudejar de Brihuega, ni de las familias é individuos que las
formaban, ni de los pechos con que eran contribuyentes á las
rentas reales y arzobispales (2). Tenues vislumbres que no di-
sipan las tinieblas de la historia de aquel tiempo, son las poquí-
simas noticias que poseemos; mas, por esto mismo, deben ha-
llar aquí mención y lugar. Por lo que recordaré al punto que
habiendo otorgado el Rey D. Fernando III, por cierto trueque,
al Arzobispo de Toledo 5 000 maravedís, andando los años, el
Rey D. Sancho el Bravo asignó de esta suma 2.000 maravedís
sobre los judíos de Alcalá, Talamanca, Uceda y Brihuega (3).
El deseo de favorecer la concurrencia de los judíos, no me-
nos que la de los cristianos, al mercado semanal que había en
Brihuega, y probablemente también, las súplicas de sus vasa-
llos de toda casta y religión, inclinaron la merced del Arzobis-
po Tenorio á dar el siguiente auto, que no desdice, de cierto,
del espíritu de tolerancia que á muchos prelados animó en la
Edad Media:
«Don Pedro, por la gracia de Dios, argobispo de Toledo

( I ) Dice una délas disposiciones: <Por cristianos e judies e moros que


ayan un fuero = T o d o s los ommes que moraren en briuega o en su lérmino,
xristianos e judíos e moros, todos ayan un fuero. >
(2) En esta comarca, como en otras muchas de EspaOa, había recaudado-
res judíos y moriscos, que se entregaban de las rentas reales por cuenta de los
Monarcas. En el archivo municipal de Cogolludo existe la mitad de un docu-
mento en pergamino dado por D. Daví Abudarhan, recibidor de las cuentas
del arcedianato de Guadalajara. Lleva la fecha de I " de Mayo, era 1323, y
la firma en árabe de D. Daví.
(3) D, Fernando situó estos mismos 2.000 maravedís sobre las martinie-
gas de Guadalajara y Escalona. El cambio lo hizo D. Sancho por documento
de 23 de Abril de la era de 1331 (año 1293).—Archivo catedral de T o l e d o . ^
Colección del P. Burriel, DD, 42.
474 REVISTA CONTEMPORÁNEA
primado de las espannas et chanciller mayor de castilla. Al
congeio et alcaldes et Alguacil et oficiales ommes buenos de
la nuestra villa de briuega et de todos los otros lugares de
su término assy los que agora son commo los que que serán
de aquí adelante E a cada vno de uos que esta nuestra carta
vieredes Salud de bendición, bien sabedes en commo nos
fiziestes entender que de muy grand tiempo acá siempre
ouiestes de vso et de costumbre de fazer cada setmana en el
día del sábado mercado en la dicha nuestra villa de briufega
el qual dicho mercado dezides que pos se fazer en el dicho dia
del sábado non es tan prouechoso commo sy se fiziesse en
qualquier otro dia de la selmana por dos cosas la primera por
que las personas que an de partir del dicho mercado el dicho
dia sábado con sus enpleas et mercaduras an de andar camino
si domingo siguiente para se yr a sus aldeas et quebrantan el
dicho dia del domingo et dexan de oyr missa et las otras oras
de Dios por se tornar a sus casas con las dichas merchandias
et enpleas. Lo segundo por que el dicho dia sábado judios al-
gunos non pueden venir al dicho mercado a comprar nin a ven-
der cossa alguna seyendo ellos uno del gran meneo del dicho
mercado, lo qual todo esto se escusaria sy el dicho mercado se
fiziesse et mudasse al dia del miércoles por quanto es en come-
dio de la selmana et dia mucho asaz pertenesgiente para se
fazer el dicho mercado que non el dicho dia del sábado et en
que xristianos et judios et moros pueden muy buenamente ve-
nir al dicho mercado et tornarse para sus casas sin ningunt
otro embargo et contradiction. Et que nos pediades merced
que nos pluguiese et fuese la nuestra merced de mandar que de
aqui adelante fuese mudado el dicho mercado et que asy commo
se solía fazer en sábado que se fiziese en miércoles por quan-
to era mas seruigio de Dios et nuestro et prouecho común
de todos. Et nos veyendo que nos demandauades justa peti-
ción et entendiendo que es mejor et mas prouechoso a todos
que el dicho mercado se faga en miércoles que no en sábado
por razón de lo que sobre dicho es. Et otrossy por que de aqui
adelante los fieles xristianos que moran en las aldeas del ter-
mino de la dicha villa guarden las fiestas de los domingos et
oyan su misa et las oras de Dios et non anden camino nin
BRIHUEGA Y SU FUERO 475
quebranten el dicho dia del domingo segund lo fasta aqui fa-
zian por se fazer el dicho mercado en sábado. Et por que
otrossy esso mesmo los dichos judíos podrían mejor venir al
dicho mercado con sus merchandias a comprar et vender el
dia del miércoles que non el dia del sábado touieremos lo por
bien. Por ende tenemos por bien et es nuestra merged que
agora et de aqui adelante el dicho mercado que fasta aqui se
acostumbraua de fazer en el dicho dia del sábado que sse mu-
de et faga cada selmana el dia del miércoles el qual dicho dia
miércoles damos et asignamos a todos los pobladores de la
dicha villa et de sus aldeas et a todos et a todos los otros que
al dicho mercado quisieren venir assi en general como en es-
pecial por mercado general para siempre, pero esto non em-
bargante tenemos por bien que qual quier o quales quier per-
sonas assy de las de la dicha villa de briuega como de los otros
lugares et aldeas que quisieren venir a la dicha villa a com-
prar o vender algunas cosas et merchandias en qual quier dia
de la selmana, que esto que lo puedan facer sin pena et sin
calonnia alguna, pero es nuestra merged que esto que lo pue-
dan facer sin pena alguna agora et de aqui adelante toda
via sea fecho el dicho mercado general en la dicha nuestra
villa de briuega cada selmana en el dicho dia miércoles
commo sobre dicho es Et mandamos que esto que se tenga
et guarde et cumpla agora et de aqui adelante. Et que
alguno nin algunos que non sean osados de yr nin pasar
contra ello nin contra parte dello en algunt tiempo por al-
guna manera. Et los vnos nin los otros non fagades nin
fagan ende al por alguna manera so pena de la nuestra
merged et de mil maravedís a cada vno para la nuestra cámara.
Et en testimonio desto mandamos dar esta nuestra carta fir-
mada de nuestro nombre et sellada con nuestro sello pontifical.
Dada en la dicha nuestra villa de briuega veynte et ginco dias
de Junio año del nascimiento del nuestro Saluador ihu. xristo
de mili et trezientos et ochenta et seys años.—Gonzalo gomez
notario.
Petrus archiepiscop2is toletanus.-n (l)

(I) E ! original, en pergamino, existe en mi poder.


476 REVISTA CONTEMPORÁNEA

XII

Las contrariedades que padeció la raza hebrea en nuestra


patria y que con gallardo alarde de erudición ha descrito un
historiador español (i), no destruyeron esa raza en el suelo
briocense. Ni siquiera debían ser mal mirados del todo sus in-
dividuos, porque en algunas ocasiones el mismo cabildo de
curas párrocos andaba en tratos humanos con judíos de algu-
na nota en la villa (2), y otra vez en casa de un judío llamado
don Zulema Francisco, vecino de Brihuega, «y que (dice el
cronista anónimo del monasterio de Villaviciosa) debía ser de
los más honrados del lugar,» pronunciaba su sentencia un co-
misionado del Arzobispo para terminar cierta desavenencia
entre dicho monasterio y los brihuegos (3).
Por el contrario, existe un documento interesante, cuyo
sentido y cuya letra dicen cuanto alarmaba á las autoridades
eclesiásticas la comunidad de trato entre cristianos, moros y
judíos, con peligro de las creencias de los primeros, con daños

(1) El Sr. Amador de los Ríos, en varias de sus obras, y singularmente en


su Historia de los yudíos en España y Portugal,
(2) Existe entre varias escrituras que se guardan en el archivo del cabil-
do de curas de Brihuega, una en que éste cede á censo ciertas viñas á don
Mesé Torrijos, judío, vecino y morador de Brihuega. Año 1415. Entre los
testigos figuran Mosé Calay y Yucas Capanche.
(3) Frente á Villaviciosa, al otro lado del río, y cerca de Brihuega y
de Cívica, se ven todavía los vestigios del lugar de Herreñuela ó Ferreñuela,
que los del país llaman «Rofluela,» El autor del Pralocólo de Villaviciosa dice
que en su tiempo quedaban las paredes de la iglesia y la pila de bautizar. Fué
una de las posesiones con que dotó al convento de San Blas el Arzobispo
D. Gil de Albornoz. Le despobló hacia 1410, y como era jurisdicción de
Brihuega, ésta empezó á inquietar á los poseedores, y aun les puso pleito
en 1479. En el año siguiente vino un comisionado del Arzobispo á arreglar
el asunto, y oídas las partes y vistas sus probanzas, dio sentencia favorable al
Monasterio en 26 de Mayo. Esta es la sentencia que se dictó ante el corregi-
dor y vecinos de Brihuega, en casa de D. Zulema Francisco.
BRIHUEGA Y SU FUERO 477

probables de la moral y con desconocimiento ú olvido de lo


que concilios provinciales y leyes de Castilla habían dispuesto
para la buena ordenación de las relaciones entre las tres razas.
Dicho documento dice así:
«De mi Matheos Sánchez bachiller en decretos chantre de
la eglesia de Siguenga visitador en todo el argobispado de
Toledo por el Reuerendísimo en xpo padre e Señor don
Juan ( I ) , por la gracia de dios, argobispo de toledo A
todas las personas asi varones como mujeres xristianos e xris-
tianas, judies e judias, moros e moras, vezinos moradores en la
villa de briuega de la diócesi de Toledo, e a cada vno de vos,
a los xristianos e xristianas, salud en nuestro Señor ihu xpo, e
a los judies e judias, moros, salud e la mejor vida. Conosger
deuedes saber que establegieron los santos cañones que nin-
gund xrisíiano ni xristiana non more e faga continua habita-
ción en las casas de morada de los judíos e moros por muchos
periglos que ende se pueden seguir a las animas, e es grand
oprobrio e denuesto de la religión xristiana e menosprecio della
e por ende probeyeron los señores Reyes de Castilla que niti-
gund xristiano non more continuamente faziendo seruicio a
judio o a moro en su casa nin eso mesmo que ningund judio ni
moro ssea procurador nin abogado nin tengua ofi5Ío público
en que aya ó auer pueda preeminengia sobre los cristianos
por quanto de la cohabitagion e conuerssagion dellos nasgen
grandes escándalos e heregias en los coragones de los cristia-
nos, e el contrario faziendo establescieron granes penas con-
tra los sobredichos, e después el dicho señor Argobispo man-
do fazer Synodo en la su villa de Alcalá, en el qual fue esta-
tuydo e ordenado lo susodicho segund que mas larga mente
en los capitules sobre ello fechos se contiene, e después el
dicho señor Argobispo declarando los dichos capítulos en el
dicho Synodo declaro e dixo e quiso que si los dichos judios
o moros quisíessen tener collagos cristianos para sus hereda-
des, o pastores para sus ganados, que los puedan tener enpe-
ro que los non acojan en sus casas, de noche nin de día, nin
coma con ellos de sus viandas e que cristianos non mo-

(i) D. Juan de Cerezuela, hermano del condestable D. Alvaro de Luna.


478 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ren en vn corral do entren por vna puerta con judíos o moros
e esso mesmo mando que en los dias de los domingos e fies-
tas solepnes que non labren publicamente las puertas de sus
casas abiertas, e mas mando e declaro que físico ninguno o
carpentero que fuesse judio o moro que no entrasse en mo-
nesterio de dueñas saluo con vn cristiano e non en otra ma-
nera, lo qual todo suso dicho fue mandado en el dicho SynO'
do so ppena de excomunión e dos mil marauedis de pena a
cada vna de las dichas personas que el contrario fiziesse. E
yo visitando la dicha villa de briuega falle por la dicha visi-
tagion que non embargante los dichos ordenamientos Reales
e esso mesmo los dichos capítulos e constitugiones Synodales
en esta parte ordenadas que pubHca mente tienen judíos e
moros siruientes en ssus casas cristianos e cristianas e comen
e beuen con ellos continua mente de sus viandas, e que judíos
e moros físicos e carpenteros entran en monesteríos de due-
ñas sin cristiano alguno á ellos acompañando e esso mes-
mo que los dichos judíos e moros son procuradores e abo-
gados contra cristianos, lo qual todo f?ze en menos pregio
de los dichos ordenamientos e en escándalo de la fe cristiana.
E por quanto poco cumple fazer ordenamientos estatutos
si non ay quien los execute e por que creciente la contu-
magía crecer deue la pena, Por ende a vos los suso dichos
e a cada vno de vos a quien tañe o atañer puede el negó-
gio ó neg09Íos sobre dichos mando uos e amonesto uos e
amonesto en estos escriptos primo secundo tergio pereniter
en virtud de obediengía e so pena de excomunión, que del día
que vos esta mí carta fuere leyda, e publicada en las eglesias
de santa maria de la peña e de sant phelípe E EN LA SINO GA
E MESQUITA DE LA DICHA VILLA DE BRIUEGA fasta n u e u e
días primeros siguientes, los quales vos do e asigno por tres
términos dándonos los tres dias primeros por el primero ter-
mino, e los tres dias siguientes por el segundo termino, e los
tres dias siguientes postrimeros por el postrimero e tergero
plazo termino penítorio monígio canónica dejedes e desistades
de la dicha cohabitación e conuersacion continua de noche e
de día los cristianos con los judíos e moros, e los judíos e mo-
ros con los cristianos, comiendo e beuiendo en vno de noche e
BRIHUEGA Y SU FUERO 479
de día de vnas viandas fasta los dichos nueue dias primeros si-
guientes, e los que morades dentro ende hun córralo puerta que
saquedes las vuestras casas o puertas dellas a la cal publica real
e si sacar non se pudieren por impedimento de la distangia de la
casa, que búsquedas los cristianos e judíos e moros como a
otra parte ayades casas moradas e habita9Íones segund vuestra
condigion o fortunas, lo qual fagades fasta el dia de Nauidat,
primero que viene, lo qual vos mando so ppena de la dicha
sentengia de excomunión, e mas dos mili maravedís de la mo-
neda vsual a cada vno de los suso dichos a quien atañe el di-
cho negogio e non cumpliere todo lo en esta mi carta conte-
nido e declarado, e protesto que por esta pena que agora
nueuamente pongo por la presente carta, non entiendo nin es
mi voluntad de en alguna manera prejudicar a las penas si en
alguna manera las personas comprehensas o que sse pudieren
comprehender incurrieron a la voluntad e desposigion del dicho
señor Argobispo e que el dicho señor Argobispo o su procu-
rador fiscal pueda o puedan demandar la dicha pena o pe-
nas si en algunas cayeron o incurrieron ante qual quier juez
competente, en testimonio de lo qual mande dar esta mi carta
firmada de mi nombre e sellada con mi sello e firmada del
nombre del notario infrascripto, dada en la villa de alcalá de
henares a treynta e un dias del mes de agosto año del nasgi-
miento de nuestro Saluador ihu xpo de mili e quatrogientos e
treynta e seys años.
MATHEUS SANCIJ FRANCISCUS SANCIJ
cantor seguntinus. notariust (i).

No era vana la alarma del Chantre seguntino Mateo Sán-


chez, puesto que había visto por sus propios ojos el daño que
intentaba remediar y el total olvido de los mandamientos le-
gales, siendo verdaderamente escandaloso que los médicos de
una secta entrasen en las casas donde vivían recogidas algunas
dueñas, consagradas al servicio de Dios. Ni tampoco el Chan-

(i) Existe en mi poder, en papel escrito por una sola cara. Tuvo sello en
lacre rojo al dorso.
480 REVISTA CONTEMPORÁNEA

tre, al usar de su oficio de visitador eclesiástico, introducía


novedades en el asunto, puesto que desde hacía siglos las
leyes de la Iglesia y del Estado pusieron prudentes trabas al
libre trato de los cristianos con los judíos y moros (i).
Del edicto ó provisión que acabo de trascribir, resulta con
evidencia que en Brihuega había en el siglo XV sinagoga y
mezquita. Mis pesquisas han sido inútiles al averiguar dónde
estuvieron ambos templos destruidos por el tiempo ó por la
fe cristiana enfervorizada. Cierto que aún existe en Brihuega
una calle con el nombre «de la Sinoga,» donde seguramente
estuvo ésta, pero no hay en sus casas resto de construcciones
antiguas (2). Más difícil es fijar el sitio donde se levantó la
mezquita. Erróneamente suponen algunos que la gran cámara
de la torre del homenaje del castillo fué oratorio de los mo-
ros. Mejor sería suponer que estuvo en el antiguo templo
de San Simón, cerrado hoy al culto y aun enclavado entre
construcciones modernas que le han hecho desaparecer de la
vista del público. Algunos brihuegos conservan la tradición
de que los judíos ó los moros, que en esto andan discordes,
se fueron á vivir, no dicen cuándo, al barrio extramuros de
San Pedro, y si esta noticia fuese cierta, quizá ocurrió el su -
ceso por virtud de la providencia del Chantre Mateo Sánchez.
De todos modos, y como se comprenderá por la descripción
que pongo al pie de estas líneas, el edificio de San Simón,
aunque es de pura arquitectura mudejar, no parece haber sido
jamás mezquita, sino iglesia cristiana (3).

( I ) Véase para el estudio y conocimiento de las relaciones legales entre


cristianos, moros y judíos la obra del Sr. Amador, donde se consignan y co-
mentan las disposiciones civiles y canónicas relativas á este asunto.
(2) Mi querido pariente D. Ramón Serrada, farmacéutico de la villa,
que posee singular memoria y conocimiento de muchas curiosidades de ella,
me ha señalada una casa, que, según oyó decir á los antiguos, se edificó en
la calle de la Sinoga sobre las ruinas del templo judaico..
(3) Esta pequeña iglesia existe enclavada entre unas casas pertenecien-
tes á los hijos de D. Antonio Ballesteros, y aparece en muy buen estado de
conservación. Su entrada era por la plazuela que llaman de San Simón, sien-
do ojival el ingreso al interior. De los muros exteriores no se ve sino la fa-
chada que mira al Mediodía, presentando á la vista el vetusto muro de mam-
BRIHUEGA Y SU FUERO 48I

En algunos documentos de fama histórica figura la judería


de Brihuega como contribuyente en los siglos XIII y XV, lo
cual denotaría su permanencia á través de los tiempos medios
si no estuviese comprobada por el relato anterior. Así, en el
Padrón de los judíos de Castilla, resumen de lo que pagaban
en 1290, la judería brihuega aparece con el tributo de 304
maravedís, siendo entonces sin duda alguna muy pobre, pues
la que en el reino de Toledo pagaba menos, aparte ella, era
la de Talamanca, cuyo tributo era de 1.014 maravedís, al
paso que Hita pagaba 313.588 y Almoguera 404.588 (i).
Pero en el Repartimiento del Rabbi Jacob Aben Núñez, hecho

postería y ladrillo dos ventanas mudejares, de arcos de herradura ligeramente


apuntados y reentrantes ó en disminución, con las aristas vivas. El ladrillo
forma estos arcos y los resaltos y aristones del interior, así como otros ele-
mentos ornamentales.
El interior, que es hoy almacén de frutos coloniales, se divide en dos par-
tes, la nave y el ábside. Aquella es cuadrada, según me parece, y de cada uno
de sus extremos parte un aristón saliente, cuadrangular y sencillo, que prolon-
gándose, se cruza con loa otros tres en el vértice de la alta bóveda, que resulta
así dividida en cuatro secciones.
Enfrente del ábside está la puerta de ingreso. Los otros dos muros ofrecen
cada cual dos ventanas: las del uno que se ven desde el exterior, según he di-
cho, las del otro simuladas ó tapiadas posteriormente, que es lo probable.
Contribuyen á la decoración de estos ventanales otros más estrechos, ciegos,
y también en herradura.
El ábside es semicircular. También suben desde el suelo unas aristas cua-
drangulares que se reúnen en la bóveda de proyección de cuarto de esfera;
pero de secciones, formando una clave 6 rosetón sin carácter alguno. Entre
esas líneas salientes hay ventanas tapiadas de puro estilo mudejar.
Adosado á la del centro, se puso en la primera mitad del siglo XVI un re-
tablito de estuco, formado por dos pilastras y una bovedilla de cascarón y
adornado coa relieves y pinturas del gusto rafaelesco.
Hay la creencia de que bajo el piso del templo existe una bóveda y en ella
sepulcros, y de que la entrada á esta cripta se halla bajo las dos ventanas
abiertas y que dan á unos huertos. No me consta que se haya explorado y
estaría bien el hacerlo. En Brihuega dan poca importancia á este monumento,
que es el más completo y puro que existe de arte mudejar en toda la comarca
alcarreña. Ni aun hay tradición de que fuera mezquita. Yo tengo por induda-
ble que nunca lo fué.
( l ) Amador de los Ríos, Historia de los Judíos de España y Portugal, I I ,
Pág. 53.
TOMO LXY.—VOL. V. 31
482 REVISTA CONTEMPORÁNEA
en 1474, la aljama brihuega figura por la suma de i.ooo ma-
ravedís, la de Torija con 500 y la de Hita con 3.500 (i).
No fué nunca, según parece, de las más importantes de la
Alcarria la de Brihuega. Por eso, cuando el viento de la per-
secución cayó sobre ella y sobre la raza mudejar, en la hora
feliz en que los Reyes Católicos establecieron de hecho y de
derecho la unidad católica, aquel viento desvaneció todas las
memorias relativas á los moros y judíos de Brihuega, quedan-
do sólo, como tenues pavesas esparcidas, los recuerdos que
acabo de consignar (2).
JUAN CATALINA GARCÍA.

(Conímuard.)

( I ) Tomó III de la misma obra, en los apéndices.


(2) Janer, en s« libro Condición especia! de los moriscos, da cuenta de los
que salieron de Guadalajara y otros puntos de la Alcarria por virtud de la ex-
pulsión decretada por Felipe III. Yo creo que estos no eran sucesores de los
antiguos mudejares, sino moriscos procedentes del reino de Granada, como los
que el Príncipe de Éboli trajo á Pastrana y su tierra.
En Guadalajara debía ser numerosa la grey judía. Varios autores dan cuenta
de un milagro ocurrido en Guadalajara, en ocasión de hallarse predicando en
la plaza un franciscano. Apareció una cruz en el aire de forma muy extraHa y
dieron cuenta de ello al Rey de Castilla D. Juan I, quien envió relato autori-
zado del suceso al de Aragón. Éste, á su vez, pidió á San Vicente Ferrer que
explicase el significado de la cruz aparecida, y asi lo hizo en una carta que
reproducen casi todos los biógrafos del santo valenciano. El milagro convirtió
á 120 judíos de Guadalajara que lo habían presenciado. (Diago.—Historia de
laprovincia de Aragón, de la Orden de Predicadores, 1599, pág. 197.—Ferrer
de Valdecebro: Vida de San Vicente Ferrer, 1730, dice que fueron 122 los
judioi convertidos. Ocurrió el peregrino suceso en 18 de Marzo de 1414. L»
caita de San Vicente Ferrer lleva fecha 16 de Mayo, en Tamarit.
LA CRISIS AGRARIA

A pavorosa crisis económica en que se ven hoy su-


midas las naciones europeas, no ha tenido, quizás,
en la historia ningún precedente que la iguale
por la magnitud de los intereses amenazados de
ruina, así como por las proporciones aterradoras de las catás-
trofes que presagia. No ha hecho más que iniciarse, todavía
no conocemos sino alguno de sus síntomas; pero, sin embar-
go, se sienten ya sus efectos destructores hasta en los senos
más profundos de la vida social: la agricultura, la industria, el
comercio, todas las fuentes, en fin, de riqueza, aparecen como
trastornadas por un abismo sin fondo que se ha abierto en el
suelo de Europa, y en cuyo horrible vacío desaparecen los
caudales de la producción más exuberante. La fuerza pro-
ductora de las naciones, lejos de ser una savia fecundante ge-
neradora de bienestar y prosperidad, se convierte en lava,
tanto más asoladora, cuanto más potentes son los elementos
que la arrojan á la superficie del suelo nacional. La industria
para salvarse de total perecimiento, tiene que buscar salida á
sus productos con ruinosos menosprecios, reduciendo los sala-
rios de sus obreros, diezmándolos para que la suerte decida
quiénes son en ese ejército los que han de ser entregados á los
conflictos del hambre, y acumulando, en fin, con los que per-
484 REVISTA CONTEMPORÁNEA
manecen en los talleres, saldos de producción sin demanda,
que, si por de pronto retardan el cierre de las fábricas, acre-
cen, en cambio, los capitales destinados á la espantosa banca-
rrota de la liquidación definitiva. La agricultura, á su vez, se ve
envuelta en tanta mayor miseria, cuanto más copiosos frutos
recibe de la tierra. No es ya la inclemencia del cielo ó la es-
terilidad del suelo la que aterra á nuestro labrador. Ha cruza-
do años en los cuales por extensos territorios la tierra ingrata
no devolvía ni aun la semilla depositada en su seno; mas ape-
sar de la esterilidad de los campos que en otros tiempos hu-
bieran producido el alza de precios, por la cual al fin se ate-
núan las angustias de la miseria y del hambre para las ocho
décimas partes de la población, que es en las sociedades huma-
nas la proporción ordinaria entre los que viven directamente
de la agricultura y los que dependen para su existencia de
otras fuentes de riqueza; en lugar del alivio relativo de las ca-
restías, en esos años estériles, los principales productos de la
tierra conservaron, por el contrario, sin alteración el mismo
ruinoso nivel en sus precios. Y cuando á los años estériles su-
cedieron tiempos en los cuales parecía la tierra querer com-
pensar con todas las abundancias los sudores del cultivador,
nuestros labradores vieron con espanto que, no obstante re-
colectar frutos en tan sobrada cuantía, que debían remunerar
con creces todas sus faenas, el mercado les imponía precios
por los cuales se convertía la abundancia en miseria. En cuanto
al comercio, agente intermediario por quien la agricultura y la
industria se cambian sus respectivos productos, refleja necesa-
riamente la quiebra de los dos factores esenciales para sus tran-
sacciones, y sus angustias responden al desastre que amenaza
la producción.
Así todo el conjunto de la vida económica se nos presenta
hoy en Europa en las convulsiones de una crisis general que,
apenas iniciada, se manifiesta ya, sin embargo, con un séquito
aterrador de padecimientos sociales y explosiones de iras y
pasiones brutales en las relaciones de clases. La Asociación
internacional de los trabajadores, que después de la última ex-
plosión de barbarie, que produjo en la capital de la vecina
república, andaba como dispersa y en disolución por las dife-
ISilffr'lífi'í

LA CRISIS AGRARIA 483


rentes regiones del globo, ha reconstruido de nuevo sus cen-
tros de conspiración cosmopolita. El socialismo arma y acre-,
cienta sus formidables huestes en el seno de los más podero-
sos imperios; y estas falanges, reclutadas y disciplinadas á la
manera de ejércitos por la miseria, extrañas á toda comunidad
de ideas y simpatías con nuestra civilización, abultadas por su
imaginación sombría las perspectivas de desesperación que
contemplan como clave y término de sus destinos sociales; no
teniendo otro credo que un sentimiento profundo de las in-
justicias de la vida, el odio al rico y la maldición de todo el
orden cristiano, se aprestan para la lucha, presintiendo con
secreto instinto la catástrofe anhelada por ellas como solución
suprema de los conflictos que oprimen su corazón noche
y día.
De este modo, un siglo que se creyó el libertador de los
pueblos y de la humanidad entera; esta centuria, que en el
entusiasmo de descubrimientos y adelantos materiales, verda-
deramente portentosos, cubrió con los esplendores de la ri-
queza pública y con odas y ditirambos á la libertad y al pro-
greso humano, los horrores y los inmorales desenlaces de sus
tragedias, espira ahora, dejando planteado el más pavoroso
dilema en un incidente de la vida económica. Bajo la presión
de este problema económico, apenas removido y vagamente
agitado hasta hoy en nuestras sacudidas políticas y sociales,
asoman sobre los horizontes de Europa síntomas amenaza-
dores, que serán quizás antes que terminen los días de la ge-
neración presente, una tempestad deshecha. Con razón decía
Carlyle, en su acento profetice: «Veo los actuales momentos
preñados de amenazas. El conflicto entre el capital y el tra-
bajo nos trae á pasos agigantados la anarquía. Tal conflicto
resulta insoluble por los principios que hasta ahora se le han
aplicado; y algún día seguramente nos entregará al petróleo,
á menos que otro evangelio muy distinto del de la ciencia mal-
dita venga á iluminarlo.>
En efecto, lo más álgido y amenazador de la presente cri-
sis europea no es lo que se controvierte en la arena política,
ni aun en el mismo duelo entre la revolución y el orden cris-
tiano, sino en las cuestiones económicas. Verdad que la per-
486 REVISTA CONTEMPORÁNEA
turbación del orden político y religioso contribuye á agravar
poderosamente los términos del conflicto. Porque quebranta-
das las disciplinas sociales de la autoridad y del respeto, con-
tagiadas las conciencias por las rebeldías del descreimiento,
no hay manera de buscar soluciones pacíficas ante las masas
sociales, que se estiman como una raza de ilotas envilecida y
oprimida por sibaritas, y que viendo solo en el poder público
un organismo de fuerza, son insensibles á las exhortaciones
de los sacerdotes que les hablan de compensaciones celestia-
les, y de un infierno que ellas miran como una aberración su-
persticiosa.
Desarraigados ó escarnecidos en el viejo suelo cristiano los
principios fundamentales del orden moral, los hechos y las
fuerzas brutales de la vida económica redujeron al obrero en
mero instrumento de producción, considerándole en la eco-
nomía del trabajo como un utensiho secundario y de menos-
preciado valor, comparado con la potente y gigantesca ma-
quinaria de la industria; y aun este miserable utensilio huma-
no sólo se emplea y explota mientras se descubren otros
agentes mecánicos que economicen el capital y acrecienten su
tiranía.
Sobre esta base anticristiana é inicua, que no reconoce en-
tre el capital y el obrero otros vínculos que los de la inexo-
rable ley de la oferta y de la demanda, cuyos fallos supremos
se cumplen ó por la tiranía del capital ó por la rebelión del
proletario, la industria ha podido vivir por algún tiempo or-
ganizada y regulada por la misma riqueza que hallaba en el
mercado remunerada su producción. Pero el primer efecto de
la crisis presente ha sido inutilizar este supremo y único com-
pensador. Ahora la vida económica es una máquina que fun-
ciona sin regulador, y que con vibraciones descompuestas
tritura entre sus engranajes al capital y al obrero, despuebla
los campos, amontona la miseria en las ciudades, arruina á
los jefes de industria, embrutece y esquilma al operario, y
cuando ha consumido en vertiginosas destrucciones capital,
inteligencia y brazos, arroja en medio de nuestra vida social,
como cuerpos muertos ó parias abyectos, á los seres que le
sacrificaran sus fuerzas, sus ahorros y su existencia.
LA CRISIS AGRARIA 487
El mercado niega á nuestra producción un precio remune-
rador; y la industria organizada sin cimientos morales, no
conociendo otras leyes que los hechos económicos, al produ-
cir en el vacío devora á sus propios hijos como no pudiendo
ya vivir sino de la muerte de los suyos. El capital industrial
y el proletariado europeo, no han conocido jamás mayores
trances de desesperación. La esclavitud antigua nunca descu-
brió úlceras sociales tan horribles como los envilecimientos del
pauperismo en el seno de las naciones contemporáneas, espan-
toso antro de miseria en que viven sumidos los infelices que
sirven de pedestal á la fastuosa opulencia ostentada en la
cumbre de nuestras jerarquías. Estas úlceras de los más opu-
lentos imperios modernos se extienden ahora como gangrena
mortal. La crisis económica va arrojando por momentos
millares de familias al montón del pauperismo. Los grandes
jefes de industria se esfuerzan en vano para conjurar la huel-
ga anárquica. Con tal de prevenir las catástrofes de estas ex-
plosiones, se han resignado hace tiempo, no sólo á trabajar
sin beneficio, sino á vivir á espensas del capital; pero el ho-
rizonte se presenta cada vez más sombrío. Poblaciones agrí-
colas en masa después de haber pasado largos años de sufri-
miento encorbadas sobre el arado, sienten rotos los lazos que
las unían á la tierra patria, y perdida al fin toda resignación,
maldicen ya de los campos, abandonándolos como riqueza
esterilizada por la usura y por el fisco. En las ciudades, arte-
sanos, jornaleros y comerciantes, para contrarrestar la huelga
y la baja de salarios, aumentan sin fruto sus horas de trabajo,
se privan de lo más necesario para la vida, arrancan á sus mu-
jeres y á sus hijas de los cuidados del hogar para que se ga-
nen ellas mismas el sustento; pero no obstante sus esfuerzos
desesperados, ven surgir sobre ellos por momentos más ame-
nazador y siniestro el espectro de la miseria.
Tal es la crítica situación en que se agita la vida económica
en nuestros talleres y en nuestros campos. Apesar de los su-
frimientos y sacrificios sociales más terribles, habiendo redu-
cido salarios, entregado jornaleros y capitales á la ruina y
apurado toda economía en el gasto productor, ven agrandarse
el abismo á medida que tienen que arrojar con pérdida
488 REVISTA CONTEMPORÁNEA

al mercado saldos de producción cada vez más enormes.


Ante estas perspectivas de desastre, y con los elementos de
indisciplina y descomposición social que las acompañan, el
proletariado europeo ha tomado ya sus posiciones de comba-
te. Todavía en la medida que se lo permite su cultura intelec-
tual medita silencioso estos problemas capitales, organiza sus
fuerzas en conjuración misteriosa, enciende los odios, concita
las concupiscencias de manera que entre las muchedumbres
no nazca ya ningún hijo del hombre que no blasfeme de su
madre y maldiga á su patria. Todavía al comtemplar las co-
sas de la vida al través de las premisas que le suministran el
racionalismo y el materialismo, no se ha penetrado sino de
que en este mundo no hay más que oro y estiércol, y vacilan-
do en los procedimientos que ha de emplear para salir de sus
estercoleros y apoderarse de la riqueza, está colocado en fren-
te del edificio social sin concierto ni resoluciones definitivas
para la acción y con aspecto parecido al de Sansón ciego. Pero
en el momento más imprevisto agarrara con sus brazos pode-
rosos las columnas sobre las cuales descansa toda la techum-
bre social, y nada en este mundo es capaz de darnos exacta
idea de la energía tremenda que en un impulso supremo de
destrucción pueda desarrollar esa masa enorme y compacta
cuando tenga conciencia de su propia fuerza.
Mas aunque no resultara agravada entre nosotros la crisis
económica por el desquiciamiento del orden político y religio-
so, ella constituiría siempre el peligro social más inmediato y
terrible que puede cernirse sobre nuestros destinos. Descuida-
das generalmente las cuestiones económicas por los estadistas,
durante el trascurso de este siglo, prevaleció en los Gobiernos
la doctrina de que en este orden de intereses al Estado no in-
cumben sino las funciones de la administración de justicia y
de la guardia civil, dejando á la absoluta discreción del interés
privado la dirección y desenvolvimiento de la vida económica
y la manera y forma de resolver todo conflicto entre el capital
y el trabajo. Tal es el principio que nuestras legislaciones san-
cionan bajo el lema de Libertad del trabajo. En esto dieron
pruebas de mayor sagacidad é instinto político los partidos
revolucionarios extremos y los tribunos que necesitaron hala-
LA CRISIS AGRARIA 489

gar á las muchedumbres y captarse sus simpatías excitando


sus rencores y concupiscencias sociales, y contrastando sus
sufrimientos con sus derechos. Pero los severos escarmientos de
la realidad van imponiendo mejores experiencias de gobierno.
Ahora sobre el doctrinarismo de los economistas ha recaído
gran descrédito. Las repúblicas y las monarquías lo relegan al
olvido como inepta antigualla. Los verdaderos estadistas oyen
en el fondo de las naciones los primeros clamores de la mul-
titud que protestando contra la inicua farsa de las mascaradas
políticas y las indecencias del bizantinismo burgués, pregunta
á sus tribunos: ¿de qué le sirven á ella las leyes sobre la pro-
piedad cuando nada posee? ¿de qué las leyes tutelares de la
justicia cuando nada tiene que defender? ¿de qué los mismos
pendones de la libertad, cuando la masa popular entera perece
en la miseria, y en la práctica de estos dogmas que le presen-
tan como libertadores, se acrecientan todas las tiranías sociales?
Así el problema económico es el de más capital y perento-
ria trascendencia que se impone ahora en el gobierno de los
pueblos. Los factores de este problema serán fuerzas incon-
trastables que reorganizarán en breve á todos los partidos
obligándoles á abandonar las actitudes parlamentarias que les
dio el liberalismo en la controversia política; y distribuyéndo-
les en cambio las nuevas posiciones y programas de combate
á que en lo sucesivo deberán de ajustar su conducta.
Nos proponemos examinar brevemente las causas que han
originado esta crisis económica, indicando cuáles serán sus
desenlaces más probables, y cuáles también los remedios que
parecen más adecuados para conjurar, ó cuando menos, ami-
norar sus desastres dentro de nuestra patria. En efecto, aun-
que todas las naciones europeas hallan comprometida su exis-
tencia en este conflicto económico, no todas pueden aplicar
iguales remedios, y las más pobres encontrarán quizás en su
propia pobreza la defensa más eficaz.
Aun cuando la perturbación económica afecta á toda la eco-
nomía productora de las naciones, tanto agrícola como indus-
trial, sin embargo, con objeto de simplificar en lo posible es-
tas cuestiones y de lograr mayor claridad en nuestra exposi-
ción, nos limitaremos en el presente estudio al examen de lo
4gO REVISTA CONTEMPORÁNEA

que en esto atañe á nuestros intereses agrícolas, y particular-


mente al ramo de cereales, materia de suyo sobradamente
vasta y compleja para hacer de ella especial estudio sin en-
volverla en una investigación general acerca de los sufrimien-
tos de la industria y de los delicados problemas de la política
comercial, los cuales, por su gran trascendencia, tampoco
deben tratarse incidentalmente. Cierto que es imposible aislar
en absoluto los diferentes órdenes de la producción que en
todos los problemas económicos van siempre enlazados y
compenetrados de la manera más compleja, de suerte que
multitud de cuestiones é intereses capitales no pueden resol-
verse sino con vista de todo el conjunto de la economía pro-
ductora. Sin desconocer esto, y teniéndolo por el contrario
muy presente, procuraremos sin embargo ceñir en lo posible
nuestro análisis de la crisis económica á la producción de los
cereales, pues cuanto menos se involucren unos con otros
los hechos económicos, más fácilmente se alcanza su compren-
sión; porque en el campo de las ciencias económicas, así como
en el de la política, los peligros de ilusión y engaño, no sólo
son grandes en la construcción teórica, sino que estos peligros
resultan todavía mayores en la misma prueba y apreciación
de los hechos que requieren flexibilidad de juicio, buen senti-
do, penetración íntima y sobre todo experiencia muy superior
á la que necesita la dialéctica corriente en las escuelas para
asentar principios teóricos generales sobre lucubraciones abs-
tractas. La primera y más esencial condición para llegar á
una solución clara y definitiva sobre un problema económico,
consiste en hallar primero el terreno firme en la observación
y análisis de los hechos sobre los cuales han de recaer las con-
clusiones y remedios que se formulen.
A fin de no abandonar esta base esperimental, incurriendo
en peligrosas generalizaciones, con las cuales fácilmente se
aparta el razonamiento de las aplicaciones concretas que ne-
cesitan los hechos, es por lo que circunscribimos al ramo más
importante de la industria agraria nuestro examen de la pre-
sente crisis económica.
Por lo demás, no es necesario insistir en la demostración de
que en ningún ramo de la producción se manifiesta la crisis
LA CRISIS AGRARIA 491
económica con tan asoladores estragos como en nuestra agri-
cultura. Sobre la mayor parte del suelo europeo, el cultivo
resulta ahora sin beneficios. Ya no pasa ei arado por inmensos
territorios en los cuales hace poco se disputaba el labrador
las parcelas de la propiedad como dominios privilegiados
donde rendía la naturaleza sus más ricas mieses. Nuestros cam-
pos de cereales se convierten rápidamente en tristes páramos.
Los tres últimos años de crisis han transformado en Europa
en eriales ó tierras de pastos, más extensos territorios que
los que se descuajaron en los últimos cien años. Nunca se co-
noció revolución más vertiginosa en las condiciones económi-
cas de la explotación del suelo. Ayer no tenía nuestro labra-
dor otros competidores que los de su inmediata vecindad y
los de la Europa oriental, que no le infundían grandes rece-
los. Hoy se ve amenazado de pronto por la producción del
mundo entero. América, la Australia y las Indias orientales,
que sobre tierras fecundísimas y sin valor, con gastos insigni-
ficantes de cultivo recogen espléndidas cosechas mediante la
cuarta parte del coste de producción que grava á la agricul-
tura europea, y nos las envían con fletes cada día más módi"
eos, nos han colocado en tal condición de inferioridad, que
nuestros agricultores tienen que declararse vencidos, recono,
ciendo que en tierrra europea trae hoy más cuenta sembrar
sal que cultivar granos.
¿Qué vamos á hacer de nuestro suelo convertido en tierra
ingrata é improductiva por el envilecimiento del precio en el
mercado, la carestía de la mano de obra y la opresión del
sistema tributario? Los economistas del libre-cambio dicen al
agricultor como único y salvador consejo: «Si la experiencia
te muestra que en tus tierras no puedes producir cereales
sino en pérdida, cambia de cultivo, y deja esta producción á
las regiones que pueden llenar más económicamente los gra-
neros.» Consejo bien intencionado, sin duda, pero cuyas teo-
rías son más fáciles de desenvolver en los libros que de prac-
ticar en los campos.
Aun cuando la crisis afectara solo al ramo de cereales, la
aplicación de la máxima del librecambio entrañaría conse-
cuencias aterradoras en la vida de las naciones. La mera
492 REVISTA CONTEMPORÁNEA
trasformación del cultivo sustituyendo los cereales con los
pastos, es, en efecto, bastante para levantar sobre nuestros
campos la amenaza de la deserción inmediata de los nueve
décimos de la población agraria. Un pastor al cuidado de los
rebaños, necesita ver convertidas en dilatadas soledades las re-
giones antes pobladas por las numerosas familias de labrado-
res que requiere la siembra, cultivo y recolección de las cose-
chas. Pero no es solo un ramo de nuestra producción agrí-
cola el que se ve comprometido en ruina, sino todo el con-
junto de la economía rural.
Muchos labradores, al experimentar los primeros efectos
de la crisis de los cereales, si la naturaleza de su hacienda se
lo consentía, convirtieron en pastos sus tierras de pan llevar;
pero tras del menosprecio de los granos, sobrevino pronto el
de la ganadería. Con el olivo y demás cultivos sucede lo pro-
pio. Por ahora, la viticultura es la única salvación de las co-
marcas que pueden cultivarla; pero tampoco fuera prudente
fiar en ella esperanzas de duradera prosperidad, y sobre todo
presuponer la permanencia de las actuales condiciones econó-
micas de esta producción que tanto nos interesa.
¿Podemos conjurar ó atenuar tales desastres, ó bien pesa
como anatema providencial sobre nuestra propiedad territorial
el que al fin tenga que abandonarse su cultivo, sobreviniendo
en breve, y como consecuencia de esto, irremediables y fulmi-
nantes cataclismos de disolución que destruyan la existencia
de algunas naciones europeas, trasplantando á nuestros conti-
nentes los emporios de la civilización y de la riqueza?
Esto es lo que ahora se ventila en el fondo de la crisis
agraria.
JOAQUÍN SÁNCHEZ T O C A .
APLICACIÓN

ANÁLISIS MATEMÁTICO A LAS DEMÁS CIENCIAS

CONCLUSIÓN (l)

UCHO se roza con el asunto que por el momento


nos ocupa el orden de estudios que tiene por objeto
establecer relaciones entre el desarrollo del cerebro
y el de las facultades del espíritu. Quieren los que
á ello se dedican encontrar correspondencia entre uno y otro,
y para lograrlo se fijan ya en las protuberancias del cráneo, su-
puestas en correspondencia con desarrollos locales del cerebro,
ya en el peso de la masa encefálica, y principalmente de la
sustancia gris. Lo contradictorio de los resultados obtenidos
prueba que las hipótesis de que parten no tienen suficiente gra-
do de exactitud. Quizás consiste en que la perfección del cere-
bro no se halla en su volumen ni en su cantidad de masa, sino
en el número de células diversas que contiene. Destinado á
trasmitir al espíritu las impresiones ó excitaciones externas y
dar así pábulo á la formación de ideas, es claro que cuanto
mayor sea el número de sus células con caracteres dinámicos

(I) Vaése el número anterior.


494 REVISTA CONTEMPORÁNEA
propios y diversos; cuanto mayor sea su diferenciación; en
una palabra, cuanto más completa sea en él la división de
trabajo, con más facilidad y precisión y en mayor número
aparecerán las ideas.
El cerebro así considerado aparecería como un organismo,
según la expresión de nuestro respetable presidente, cuyo
funcionamiento sería tanto más perfecto, cuanto mayor fue-
se el número y variedad de sus órganos. Imaginemos un
instrumento músico, un arpa, por ejemplo, provista de cuer-
das bastantes para dar todas las notas principales y sus in-
termedias en la extensión necesaria> y comparémosla con
otra, en la cual no habiendo el número suficiente de cuer-
das, cada una de éstas se ve obligada á dar notas distintas,
variando su tensión por medio de pedales convenientemente
colocados; claro es que la primera será más perfecta que la
segunda, bajo el punto de vista de la riqueza y exactitud de
las notas y de la duración de sus cuerdas, puesto que todas
ellas conservan constante su tensión, al paso que en la se-
gunda será muy difícil el arreglo y manejo de los pedales
para obtener con precisión la nota deseada, y por otra parte,
el frecuente cambio de tensión en cada cuerda hará cambiar
pronto su grado de elasticidad, y como resultado, el arpa
quedará desafinada. Lo propio sucederá en el cerebro; si
cuenta con células correspondientes á un número considera-
ble de variaciones de la excitación, las ideas aparecerán con
prontitud y claridad y sin considerable fatiga, al paso que si
las células no son en número suficiente, las ideas aparecerán
oscuras, necesitarán un tiempo considerable para su forma-
ción y una atención enérgica> que variando la tensión, digá-
moslo así, de los elementos del cerebro, agotará pronto su
energía, trayendo el cansancio y la consiguiente necesidad
de reposo. Quizás este modo de ver explicaría también por
qué las impresiones violentas producen perturbaciones men-
tales, puesto que el efecto de tales impresiones sería alterar
las energías específicas de las células, produciendo algo pa-
recido á desafinaciones de un instrumento músico, imposi-
bles á veces de corregir, susceptibles de arreglo en otros ca-
sos, con más ó menos trabajo. Y siendo así, no sería extraño
ANÁLISIS MATEMÁTICO 495
que la autopsia nada descubriese en el cerebro de tal modo
alterado.
Pero comprendo, señores, que todo esto no es sino seña-
lar una solución más que puede tener el problema, hacer hi-
pótesis, dejar el campo á la imaginación, pero no afirmar la
solución verdadera, aduciendo los razonamientos teóricos que
la establecen y las experiencias que la confirman.
Las ideas modernas acerca de los fenómenos físicos, han
hecho cambiar de fase á una cuestión considerada siempre
como misteriosa de un orden especial, la de la acción del al-
ma sobre el cuerpo. Hoy que ya está abandonada la idea de
la materia como cosa distinta de la fuerza, considerado el
espíritu como una de éstas, si bien consciente y espontánea,
el modo de ser de su acción sobre el organismo no es un
misterio de orden distinto que el de la acción de las demás
fuerzas unas sobre otras. E s , sin embargo, curioso explicar-
se de algún modo cómo y por qué un organismo sano res-
ponde con exactitud á los mandatos de la voluntad, siendo
así que el espíritu no conoce el punto especial del sistema
nervioso que debe ser excitado para lograr el fin apetecido.
Demos para conseguirlo un poco de libertad á la imaginación,
que justo es indemnizarle de algún modo el abandono y como
prisión constante á que la venimos sujetando.
Imaginemos, pues, que la energía dinámica del espíritu no
se aplica directamente á puntos especiales del cerebro, sino
que su acción consiste en producir en el éter movimientos
vibratorios de ritmo distinto para cada manifestación de un
acto imperativo de la voluntad: sucederá entonces que, te-
niendo ritmo propio las células cerebrales, entrarán en vibra-
ción tan sólo aquellas que lo tengan idéntico al determinado
por la acción dinámica del espíritu, produciendo por conse-
cuencia el fenómeno fisiológico deseado, al paso que las de-
más se limitarán á trasmitir ó anular el oleaje etéreo, como
las cuerdas y demás objetos vibrantes repiten los sonidos pro-
pios, permaneciendo unidos bajo la acción de otro cualquiera,
y como sucede también y de un modo idéntico en los fenóme-
nos luminosos. Y si este oleaje etéreo se trasmite al medio
ambiente que rodea al individuo, ¿no es cierto que encontra-
496 REVISTA CONTEMPORÁNEA
rían en ello solución satisfactoria multitud de fenómenos,
como las sugestiones y otros varios del mismo orden? Con-
veniente sería poder probar que estas corrientes existen, y
encontrar en esa especie de comunicación de dos espíritus
algo muy parecido á lo que sucede cuando las ondas sonoras
hacen vibrar la placa de un teléfono y como consecuencia
desarrollan una corriente eléctrica que, á su vez, hace vibrar
la placa de otro teléfono, restituyendo al aire las ondas que
de él recibiera el teléfono primero. Emitida esta hipótesis,
confinemos de nuevo á la imaginación en su forzado retiro,
y veamos cómo las matemáticas han entrado también en esta
cuestión ardua de la acción del espíritu.
La idea y su desarrollo se deben al geómetra Bousinesq.
Trata de conciliar el determinismo mecánico con el libre
albedrío, y para ello se sirve de una teoría ingeniosísima,
aunque no tan verdadera como ingeniosa, en mi concepto.
Observa este geómetra que un carácter de los elementos mo-
leculares en los organismos es su instabilidad química, y de
consiguiente la facilidad con que ceden á las fuerzas que los
solicitan. Deduce de aquí que los movimientos de tales mo-
léculas han de ser sobre curvas variadas, las cuales tendrán
multitud de elementos comunes, de elementos de osculación,
según la palabra consagrada: estudia en seguida el movimien-
to de un punto sobre curvas de tales condiciones y encuentra
que, en circunstancias especiales, basta una fuerza nula para
lanzar al móvil por una de las curvas osculatrices en el punto
donde se halla aquél. Y como evidentemente, entre todos los
órganos, el cerebro es el que pOsee en grado máximo la pro-
piedad mencionada, Bousinesq deduce que allí deben presen-
tarse constantemente los puntos singulares por él estudiados,
ofreciendo así, de un modo continuo ocasión á la voluntad
para ejercer su acción, sin alterar por eso en lo más mínimo
la energía mecánica del sistema que forman los elementos
materiales del organismo. Examinada con detenimiento esta
ingeniosa idea, se encuentra, de una parte, que el movimien-
to de las moléculas en esos puntos singulares de sus trayec-
torias es únicamente indeterminado, y de otra parte, que la
movilidad misma de las moléculas cerebrales ha de oponerse
ANÁLISIS MATEMÁTICO 497
á que lleguen á tales puntos con velocidad nula—tal es la
condición exigida—dadas las múltiples influencias que sufren.
Mas, aunque no sea del todo cierta la teoría de Bousinesq,
despréndese de su estudio que bastará en muchos casos una
fuerza, ya que no nula, la cual nada haría, infinitamente pe-
queña, para producir un movimiento inicial en determinado
sentido, el cual movimiento, por acciones sucesivas de los
órganos, y por descargas, digámoslo así, de la energía p o -
tencial acumulada, llegará á ocasionar por fin efectos mecá-
nicos considerables. Lo cual, además de muchas otras cosas,
nos explicaría satisfactoriamente por qué pequeñísimas dosis
de un medicamento producen la curación de una enfermedad,
según la experiencia asegura.

* *

También á la Medicina se han aplicado las matemáticas, y


entre nosotros tenemos una importante producción de este gé-
nero, si no de Medicina, en el sentido estricto de la palabra,
al menos de una de sus ciencias fundamentales. Ya sabéis
todos, con estos ligeros datos, que me refiero á la obra de un
autor ilustradísimo y estimado por todos nosotros, titulada
Plan de reforma de la Patología general. Tal vez atendiendo al
objeto especial de estudio, donde en dicha obra se hacen apli-
caciones matemáticas, hubiera debido examinarla al tratar
de la Fisiología; pero la especialidad de la obra me inclinó á
considerarla separadamente.
Intenta su autor dar una noción mecánica de la vida, é
investiga la ecuación matemática de la misma. Los peligros
que antes indiqué, á que se hallan expuestas empresas tales
cuando no ha llegado el momento oportuno de acometerlas,
partiendo de base firme, se revelan perfectamente en la obra
mencionada; su autor, apesar de su erudición vastísima y de
su clara inteligencia, no ha logrado salvarlos. No me ocupa-
ré en examinar los primeros desarrollos matemáticos que en
la repetida obra se encuentran; quiero analizar tan sólo la
ecuación formulada como expresión matemática de la vida.
TOMO LXV. VOL. V. 32
498 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Establécese como principio que la vida es una resultante
de dos energías distintas; la energía cósmica y la energía in-
dividual, en cuya suposición hay ya un error capital, como
luego veremos; admitámosla, sin embargo, por el momento.
Analízanse en seguida los modos diversos, según los cuales
pueden combinarse ambas energías, para dar la expresión de
la resultante, y procediendo por exclusión, se llega á estable-
cer que no hay forma admisible más que la de producto; en
consecuencia, llamando V á la vida, 7 á la energía indivi-
vidual y C á la cósmica, la ecuación obtenida es V=:IC. Pe-
ro no se ha tenido en cuenta que, en la composición de las
fuerzas, no es dado atender únicamente á la intensidad de
las mismas, sino que es preciso considerar además su direc-
ción y su punto de aplicación. El problema tiene, por consi-
guiente, dos partes, ambas necesarias, puesto que la magni-
tud y la dirección de las fuerzas son inseparables en todo
problema de composición y descomposición de aquéllas. Pero
hay además otra circunstancia importantísima, y es que sólo
en casos muy especiales, que la Mecánica establece con toda
claridad, tienen las fuerzas resultante única: en el caso ge-
neral, la mecánica demuestra que no es posible reducir las
fuerzas de un sistema á una sola resultante, sino á dos situa-
das en planos distintos, siendo también muy digno de notar-
se que en ningún caso la resultante tiene un valor igual al
producto de las intensidades de las componentes.
De todo esto se deduce ya que es inadmisible la ecuación
mencionada como expresión matemática de la vida.
El error fundamental á que me refería antes consiste en
haber considerado el problema que se trata de resolver como
un problema de estática. Y, aun considerado así, el camino
que es necesario seguir para resolverlo, es muy otro que el
seguido por el autor; porque un cuerpo vivo no es en modo
alguno lo que se llama en mecánica un sistema rígido, en cuyo
caso, su estudio se reduciría únicamente á composición y
descomposición de fuerzas; á lo más, sería un sólido inva-
riable, y para establecer las condiciones de su equilibrio,
sería preciso acudir al llamado principio de las velocidades vir-
tuales, siendo importante también no olvidar que no se halla-
ANÁLISIS MATEMÁTICO 499

ría una sola, sino seis ecuaciones como expresión matemáti-


ca de la vida, prescindiendo de las muy numerosas que serían
necesarias para expresar la invariabilidad del sistema consi-
derado. Pero evidentemente, un cuerpo vivo no es, en modo
alguno, un sólido invariable; es un sistema de elementos ma-
teriales en movimiento constante, y por consiguiente, para
establecer las condiciones de su existencia sería necesario
conocer antes las leyes á que tales móviles obedecen, bajo to-
das las acciones que pueden solicitarlos. Mas considérese que
el sistema solar, reducido á número muy escaso de elemen-
tos, de condiciones dinámicas perfectamente conocidas, con-
duce á ecuaciones tales, que sólo con enorme trabajo y sir-
viéndose de mil recursos, pueden ser resueltas, y se compren-
derá la complicación del estudio de un ser vivo así conside-
rado. Por lo que hoy puede sospecharse, el estudio matemá-
tico de la vida habrá de partir de las leyes establecidas en la
termodinámica. Algo se ha hecho ya en este sentido, pero es
aún muchísimo lo que falta para establecer una teoría algún
tanto completa.
Para terminar este examen sólo me resta decir que, afor-
tunadamente, la parte matemática es un detalle tan sólo en
la obra que nos ha ocupado: la abundante doctrina que con-
tiene, nada pierde cuando su exposición se despoja de todo
aparato matemático. El trabajo no será, por consiguiente,
inútil para la ciencia de nuestro país, sino todo lo contrario,
y no podía suceder otra cosa, dadas las condiciones de su
autor.

Avancemos un poco más, y tratemos de examinar las apli-


caciones de las matemáticas á los problemas sociales. Dos
dificultades principales tienen las cuestiones de este género
para ser tratadas por medio de las matemáticas, dado que la
aplicación de éstas, como tantas veces queda repetido, exige
el conocimiento exacto de las leyes, conforme á las cuales
varían las cantidades que han de estudiarse. La primera difi-
cultad consiste en que intervienen muchos factores descono-
500 REVISTA CONTEMPORÁNEA
cidos, Ó cuya influencia no es de forma matemática determi
nada; la segunda depende de que en asuntos tales entra como
factor importante la voluntad del hombre, con poder sufi-
ciente para alterar en un momento dado, por miras de cual-
quier género, los resultados que lógicamente debieran es-
perarse.
La primera dificultad, aunque grande, es más fácil de ven-
cer que la segunda, en multitud de circunstancias. No son
éstas las que se refieren á causas que se presentan de un
modo repentino é inesperado, y que, favorables 6 adversas,
alteran por completo la vida de un pueblo, dando al traste
con todo cálculo establecido; son las que obran de un modo
continuo, y, por lo mismo, aunque desconocidas, sus efectos
pueden considerarse como otros tantos errores accidentales,
y ser calculados con aproximación. La teoría de las probabi-
lidades es aquí el recurso supremo, y siempre que su aplica-
ción se haga conforme á lo que los fundamentos de la teoría
exigen, no cabe duda que los resultados serán confirmados
por la experiencia. Por eso se hace uso de las probabili-
dades en multitud de cuestiones, como los seguros de todo
género, las leyes de población de los estados, etc., etc.
La exactitud en la resolución matemática de todas estas
cuestiones depende del conocimiento que se tenga de la ley
que en su acción siguen las causas desconocidas; porque la
experiencia enseña, siempre que pueden compararse resulta-
dos de igual género y en número suficiente, que las discre-
pancias que algunos ofrecen, respecto de los que son conside-
rados como regulares, no se hallan esparcidas acá y allá, sin
orden ni concierto, sino que sus valores guardan relación con
el número de veces que las mismas se presentan. De aquí
la posibilidad de estudiar la ley de producción de todos los
casos posibles, y, una vez encontrada, establecer la fórmula
matemática que ha de servir de fundamento seguro á toda
clase de cálculos relativos al asunto estudiado. Fijémonos,
como ejemplo, en los seguros sobre la vida: claro es que si
una Compañía estableciese un número muy escaso de segu-
ros sobre la vida de otros tantos individuos, la operación se
reduciría á un verdadero juego de azar, donde saldría ganan-
ANÁLISIS MATEMÁTICO 5oi

do aquel á quien la suerte quisiera favorecer. Pero suponga-


mos que la misma Compañía hace seguros en número muy
considerable: entonces ya cabe afirmar que los resultados
han de acomodarse á lo previsto, si la ley de mortalidad es
conocida en el país donde la Compañía funciona. Porque la
vida de un individuo, en relación con la edad del mismo,
puede ser larga ó corta, sin que sobre ella pueda hacerse, en
general, cálculo alguno acertado: pero, dado un número con-
siderable de individuos, es seguro que entre todos ofrecerán
todos los casos posibles, en el orden y número que la ley de
mortalidad afirma.
Esta condición de las cuestiones que ahora examinamos,
de no poder ser sometidas á regla en cada caso particular,
sino en el conjunto de todos, si es posible, es condición que
se encuentra casi siempre, y su olvido ha conducido á muchos
á muy extrañas consecuencias.
Han sido siempre estudios matemático-sociales muy pre- *'\ 11

feridos, los que se refieren á la población de las naciones.


Intervienen en ellos multitud de factores, cuya influencia es
distinta y muy variadas las leyes de su acción: sin embargo,
las matemáticas, partiendo de las leyes de nacimiento y ncior-
talidad, han llegado á establecer la ecuación que representa
la ley á que las variaciones de la población obedecen, ecua-
ción que puede servir de guía en muchos casos, si bien en
otros permanece muda, consecuencia del pecado original de
empirismo que la afecta. Una ley notable y célebre que esta-
blece la relación que existe entre la población y los medios de
subsistencia es la tan conocida de Malthus, cuya adopción
dio lugar al sistema especial llamado maltusismo: esta ley es
también empírica, y sólo las estadísticas pueden probar si es
cierta ó no. Sin embargo, es preciso notar que los inventos
se suceden sin interrupción y son cosas que no pueden pre-
verse; y como multitud de ellos dan por resultado el descu-
brimiento de medios nuevos de vida, quita esto mucha impor-
tancia á la ley citada.
Y ya que tratamos de la ley de población en función pro-
gresiva del tiempo, natural es que pensemos en la misma ley
en función regresiva de la misma variable. Establecida la
502 REVISTA CONTEMPORÁNEA

ecuación que rige el desarrollo progresivo de la humanidad,


es de importancia preguntarse cuánto tiempo sería necesario
para que, con el coeficiente actual de crecimiento, una pareja
primitiva hubiera dado la población actual del mundo. La
ecuación está fácilmente resuelta, pues no es otra que la
que sirve en las cuestiones de interés compuesto y sus
análogas, y llama mucho la atención la escasísima cifra que
da por resultado, al compararla con los miles y miles de años
que los geólogos atribuyen á la humanidad.
La cuestión de la riqueza es también una de las más espe-
cialmente estudiadas por los matemáticos: entre las obras
dedicadas á este asunto, llama la atención por ser puramente
matemática, la de Cournot titulada: Teoría de las riquezas. En
ella se encuentran reducidas á fórmulas las cuestiones más
importantes; pero muy luego se echa de ver que, dentro de
aquel aparato matemático, generalmente lógico en el razona-
miento, existe un gran defecto, y es que las funciones son pu-
ramente simbólicas y difícilmente sepodrá hallar en cada caso
su verdadera forma algebraica, siempre á causa de la comple-
jidad de las leyes que relacionan los diversos elementos, del
número de éstos, de ser muchos desconocidos ó surgir in-
esperadamente, y de la parte que en estas cuestiones tiene la
voluntad que no se sujeta á ley. ¿Porque, quién ignora las
verdaderas locuras á que la competencia conduce muchas ve-
ces á las empresas y á los particulares? ¿A qué no dan lugar
la mala fe y las pasiones, cuando se unen á la posibilidad de
satisfacerlas?
Un ensayo notable de aplicación de las matemáticas á las
ciencias sociales y á otros géneros de conocimientos, ha sido
hecho recientemente, y algunas de sus partes han sido ya
discutidas en esta cátedra; me refiero á la nueva ciencia titu •
lada Genética. Basta hojear la obra del mismo nombre para
comprender que su autor es muy versado en las matemáticas
puras, y que conoce á fondo las cuestiones á que intenta apli-
car las leyes del cálculo. Pero muy pronto se ve también la
influencia de la metafísica, que, cuando obra fuera del terreno
propio, tiene la virtud de esterilizar todo estudio. Las consi-
deraciones metafísicas imperan principalmente en los funda-
ANÁLISIS MATEMÁTÍCO 5o3

mentos de la Genética, olvidando que no es esa la manera de


establecer una ciencia matemática aplicada: giros especiales
del discurso hacen aparecer como nuevos inventos cosas que
hace mucho tiempo se conocen y se aplican en la ciencia; en
fin, en el paso de la Mecánica á la Genética se encuentra, en
lugar de un razonamiento lógico, el dominio de ideas precon-
cebidas, defecto que se nota en muchas partes de la obra.
Esta opinión que se forma tan pronto como se leen las
primeras páginas de la Genética, se corrobora luego al exami-
nar las llamadas leyes objetivas genéticas , donde lo débil y aun
lo ilógico y poco matemático del razonamiento y la inexac-
titud de la base fundamental, hacen ver, más bien que teo-
remas deducidos, conceptos á priori matemáticamente for-
mulados. El descubrimiento de lo que la Genética llama la
LEY, al cual se atribuye una importancia tal, que se consigna
la fecha del descubrimiento, considerándolo de origen divino,
es, en mi concepto, una ilusión no más de la especial metafí-
sica que domina en la nueva ciencia.
Siendo tal la debilidad é inexactitud de los principios fun-
damentales de la Genética, las aplicaciones que vienen luego
no pueden tener valor matemático. Cuando se hacen trabajos
de este género, es preciso no perder de vista que las mate-
máticas, al ser aplicadas á otras ciencias, no lo son sino en
cuanto las leyes de relación de las cantidades que han de
estudiarse se hallan comprobadas prácticamente. Las mate-
máticas puras estudian todas las formas posibles de las fun-
ciones, sus relaciones y propiedades: si estudiando después
prácticamente las cantidades que intervienen en un fenóme-
no de orden cualquiera, se encuentra que la función que liga
unos á otros los elementos que en él intervienen es de forma
conocida, aplicando cuanto la teoría tiene establecido, se de-
ducirán multitud de consecuencias que, traducidas al lengua-
je ordinario, harán conocer otras tantas particularidades del
fenómeno estudiado- Si dicha función es de forma nueva, los
matemáticos se encargarán de hacer su estudio teórico, y las
consecuencias que vayan deduciendo serán sucesivamente
aplicadas, como en el caso anterior, á la cuestión práctica.
Pero en uno y otro caso, ha sido preciso conocer de antema-
504 REVISTA CONTEMPORÁNEA

no por la observación atenta del fenómeno, una relación entre


los elementos cuantitativos que en él intervienen. Por olvidar
estas reglas que la experiencia ha elevado á la categoría de
leyes, la Genética no resulta una obra verdaderamente mate-
mática: es, sí, un poderoso alarde de ingenio, y los aficiona-
dos al género de estudios que en ella se hacen encontrarán
con su lectura ocasión de ejercitarse con fruto en importantes
investigaciones.

No puede decirse que haya verdaderas aplicaciones de las


matemáticas á la historia, si bien ésta recibe de ellas impor-
tantes servicios, por ejemplo, en la depuración de ciertas
fechas dudosas. Pero de la aplicación de la teoría de las
probabilidades á determinar el grado de confianza que mere-
cen los hechos referidos por los historiadores, se deducen
importantes consecuencias, y no puedo ceder á la tentación
de dedicarle unas líneas de mi trabajo.
Liagre, en su cálculo de probabilidades (i), se propone
como ejercicio la cuestión siguiente: Supongamos que un
hecho ha sido trasmitido sucesivamente por 20 personas, de
modo que la primera lo haya referido á la segunda, ésta á la
tercera, y así de las demás. Admitiendo que la veracidad de
cada relación del hecho sea ' / i , . es decir, que de cada diez
circunstancias se altere la exactitud de una sola, lo cual no
es suponer demasiado, el cálculo nos dice que se puede apos-
tar ocho contra uno á que el hecho, tal como se refiere defi
nitivamente, no es cierto. Dedúcese de aquí en primer térmi-
no cuan grande deberá ser la escrupulosidad del historiador
en acomodarse á la verdad de los hechos que refiere, sin per-
mitirse alterar sus detalles por ningún género de considera-
ciones. También se deduce una consecuencia bien triste, y
es cuánta razón hay en muchas ocasiones para desconfiar de
la historia, viendo las contradicciones que manifiestan hechos
de importancia referidos por historiadores distintos, recono-

íl) Liagre.—Calcul desprobalités^ Bruxelas, 1879, pág. 66.


ANÁLISIS MATEMÁTICO 5o5

cidos como suficientemente serios y veraces. El mismo ejem-


plo nos indica también cuan sabiamente obran las autorida-
des al no permitir que se altere en lo más mínimo el texto
de documentos por cualquier concepto importantes.

*
* *

Del rápido examen que acabo de hacer de las principales


aplicaciones de las matemáticas á los estudios científicos, re-
sulta que aquellas ciencias donde los fenómenos son bastan-
te conocidos para poder establecer relaciones cuantitativas
entre sus elementos, dan fácil entrada al cálculo, bajo cuya
influencia es rápido el progreso, explicándose todas las parti-
cularidades observadas, y descubriéndose muchas otras que
ni se sospechaba existiesen. En esta clase de ciencias, la
forma de las funciones es perfectamente conocida, y de ahí
la utilidad y fecundidad del análisis matemático aplicado á
ellas.
En cambio, las ciencias cuyos fenómenos cuantitativos
son tales que sus elementos se han resistido hasta aquí á to-
da medida, no han podido dar entrada al cálculo; cuando se
ha tratado de dar forma matemática á su estudio, las funcio-
nes establecidas se han reducido á puros símbolos, sin indi-
car siquiera la posibilidad de conocer su forma, y por consi-
guiente, estériles para el progreso de la ciencia.
Cuando se dice, como Newton, los cuerpos se atraen pro-
porcionalmente á las masas y en razón inversa de los cua-
drados de sus distancias, el punto de partida queda estableci-
do con toda claridad, las consecuencias no tardan en venir,
y las fórmulas encontradas se aplican á todos los casos, sin
más que poner en lugar de los símbolos generales los valores
particulares correspondientes, dando así lugar al conocimien-
to de otras tantas leyes de los fenómenos estudiados. Cuan-
do sólo se dice que una cantidad es función de otra, esto no
significa más sino que entre ambas existe dependencia, sus-
ceptible quizás de expresarse matemáticamente; por consi-
guiente, que debe buscarse la forma de la función, midiendo
5o6 REVISTA CONTEMPORÁNEA

las cantidades y comparando sus variaciones, hasta poder


afirmar ó, al menos, presumir la ley que las une, y enton-
ces, sólo entonces, el procedimiento matemático dará resul-
tados positivos.
*
* *

Voy á terminar, señores, repitiéndoos el ruego que al prin-


cipio os hice: yo sé muy bien todo lo deficiente que es mi
trabajo, y comprendo cuánto pueden contribuir á su desarro-
llo aquellos que entre nosotros se dedican al cultivo de ramas
especiales de la ciencia. Al suplicarles que lo hagan, creo in-
terpretar los deseos de todo el Ateneo; esperemos, pues, con-
fiadamente; la aplicación de las matemáticas á las demás
ciencias encontrará expositores más elocuentes que el que
esta noche ha tenido que tratar tema tan interesante; enton-
ces las matemáticas brillarán con todo el esplendor á que,
por su importancia y por su influencia universal tienen de-
recho.
He terminado.

FRANCISCO IÑIGUEZ É IÑIGUEZ.


ESTUDIOS
ACERCA

DE LA EDAD MEDIA
Continuación (i)

IX
SAN BERNARDO Y SU SIGLO

AL MUY ILUSTRE S R . D . JOSÉ SAORI, PROTONOTARIO AVOSTÓUCO


Y DIGNIDAD D E A R C I P R E S T E D E L A I N ^ I G N E C A T E D R A L D E O V I E D O

AN Anselmo es del temple de Santo Tomás: hom-


bres todo pensamiento, que hablan directamente
á la razón. Luego será preciso arrastrar á las mu-
chedumbres con los prodigios del esplritualis-
mo, y vendrán los hombres del temple de San Buenaventura,
los que sepan sentir y hablar directamente al corazón; ven-
drá San Bernardo. Su madre, antes de parirle, tuvo sueño
milagroso (2). ¡Y qué mayor milagro que la vida de ese

( I ) Véase la pág. 46 de este tomo.


(2) Gilí.—Viía et Res gestos, lib. I, cap. I, citado en el admirable libro del
P. Théodors Ratisbonne, Histoire de Saint Bernard. Huitieme edition, tome
premier, pág. 57-
5o8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

monje, que es el alma de su siglo, y que mueve al eco de


su palabra elocuentísima, Pontífices, Reyes, caballeros, mu-
chedumbres que se ponen la cruz, y van camino de Jeru-
salen á la conquistada un sepulcro! El castillo de Fontaine
fué su cuna, y el siglo XII el pedestal, sobre el que se eleva,
como en la cúspide centellante de los tiempos. Mirad su
siglo, siglo henchido por el fragor de grandes tempestades.
La media luna sobre los minaretes de Jerusalén la Santa, esa
ciudad alrededor de la que gravita toda la Edad Media; los
caballeros cristianos que habían ido á las cruzadas, vencidos
por Saladino, «y dueños apenas de algunos pies de tierra
allá en la Syria» (i); el cisma de los griegos, la filosofía de
Aristóteles explicada en las escuelas, procurando el predomi-
nio de la razón sobre la fe, en la exposición del inmutable
dogma cristiano; Abelardo, poeta, filósofo, músico, teólogo,
monje, enamorado, que buscaba por los caminos competido-
res famosos, contra quienes esgrimir las armas de su dialéc-
tica, y por las tortuosas calles de París los ojos de su Eloísa,
célebre por sus desgraciados amores tadavía más que por su
ciencia, alarmando á los Pontífices que reúnen los Concilios
de Soissons y de Sens, para condenar sus libros De la Tri-
nidad y De lafe; Arnaldo de Brescia, clamando por las aldeas
y las ciudades, y hasta entre las llamas de la hoguera que le
consume en Roma, contra la autoridad del Papado; un rico
comerciante de Lyón, Pedro Valdo, disciplinando á la voz de
sus inspiraciones muchedumbres fanáticas que recorren Eu-
ropa predicando contra la Iglesia romana, «esa gran prosti-
tuta del Apocalipsis» (2), pidiendo la vuelta á los tiempos
apostólicos y á la primitiva disciplina; la heregía de los albi-
genses, informada por los misterios del Manicheísmo, y pro-
tegida por el Conde de Tolosa, Raimundo IV, tomando por
asalto al Languedoc, á la Provenza, á Tolosa, cuyos pala-
cios llenaban ya los cánticos de los trovadores, y las senten-
cias de la Gaya sciencia; la cuestión ruidosísima de las Inves

(I) Lacordaire.-—Vie de Saint Dominique. Chapitre I, pág. 142.


(2) Pedro Valdo.
ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA Sog

tiduras, siempre nueva y palpitante, renovando las discusio


nes entre el Pontificado y el Imperio, el eterno litigio de los
Gibelinos y los Güelfos; la sensualidad desenfrenada man-
chando las iglesias y las abadías poderosísimas, «donde al
rumor místico de las plegarias reemplazaban el ladrido de los
canes, el relinchar de los corceles á la caza apercibidos, el
estruendo de la orgía, siendo extranjeras en su propia man-
sión hasta las mismas tumbas de los santos» (i); los clérigos,
ayunos de virtud y de doctrina, sin cuidarse del alma ni del
cuerpo, precipitándose ávidos de honores y de riquezas sobre
la cátedra pastoral, «convertida por ellos en cátedra empon-
zoñada, y por todos en causa de perdición y de ruina» (2);
el judaismo explicado en las sinagogas, y el averroísmo co-
mentado en las Madrisas, retoñando en las obras de los doc-
tores orientales, y pugnando por introducirse en las obras de
los doctores escolásticos (3); los Concilios convocados á la voz
de los Papas, eternos defensores de la civilización y del dere-
cho, tronando en decretos sapientísimos contra «la corrupción
de las costumbres y la perturbación de la doctrina» (4); Pedro
de Bruys, protegido por muchos Obispos y señores, practi-
condo la doctrina de los rebaptizantes y atizando en pública
plaza, el Viernes Santo, hoguera á la que arroja cruces, imá-
genes, altares, entre pedazos de carne que iba á comer en
aquel día con sus secuaces, cuando los habitantes de Saint-
Gilíes lo cogen, y echándole á las llamas, lo asan vivo; las
literaturas celebrando en sus sirventes, tan de moda por en-
tonces, los placeres del amor voluptuoso, y burlándose entre
las carcajadas de la sátira, de los Obispos y de los monjes;
la cristiandad entera llorando como Jerusalén, desposeída de
su Dios y de su templo; época tempestuosa engendrada por
tan opuestos elementos como bullen en el seno de aquellas
sociedades, y que, amenazando con las sombras de eterna

( I ) Lacordaire.—Obra cit., pág. 145.


(2) Pedro de Blois. —Carta al Cardenal Octaviano.
(3) Jourdain.—Recher. crit. sur l'origine des tradiictions latines d'Aristote
et les commentaires grecs et árabes.—París, 1719.
(4) Pedro de Blois.
DIO REVISTA CONTEMPORÁNEA

noche al espiritualismo cristiano, vida fecunda de la Edad


Media, va á purificarse y redimirse ahí, por la visión mila-
grosa de Inocencio I I I , cuando ve en sueños la Basílica de
Letrán próxima á desplomarse, sostenida solamente por los
robustos hombros de dos pobres y oscurísimos mendigos, que
sin poder, sin prestigio, sin gloria, sin riquezas, vestidos el
uno con grosero saco ceñido á los ríñones, y el otro con hu-
milde hábito de manos de la Virgen descendido, con el Cru-
cifijo en la diestra, y palabra elocuentísima en los labios, van
á tomar por asalto al orbe, por el amor y por la ciencia, y á
trastornar las almas con los acentos de sus predicaciones en-
tusiastas, á cuyos ecos resucita la cristiandad purificada en el
crisol de todas las pruebas, y ahí, en el cénit de la historia,
el siglo X I I I con sus poetas que descubren los mundos de
lo infinito; y sus filósofos que llevan sobre su pensamiento
nuevos Atlas, el peso de la enciclopedia católica; y sus legis-
ladores que han traído á la tierra, con el proemio de sus có-
digos, el reinado social de Jesucristo; y sus apóstoles que
renuevan con su ardiente palabra los prodigios del primer
apostolado; y sus instituciones caballerescas que han exalta-
do á la mujer é idealizado la vida; y sus coros de inmortales
heroínas, entre las cuales mire elevarse hacia los cielos la
inmaculada figura de Santa Isabel de Hungría, cuyo recuer-
do suaviza siempre las nostalgias de mi espíritu; y sus cate-
drales, que aparecen para llevar el pensamiento de la Huma
nidad hasta los cielos, y subirlo á las regiones de la inmorta-
lidad paradisiaca, como la inteligencia de Santo Tomás en la
cúspide de la Suma Teológica, que es también la cúspide de
la ciencia; y como la fantasía del poeta florentino en el remate
de la Divina Comedia, que es el Tabor donde se transfiguran
las almas. «El siglo XII es una de las épocas más memorables
de la Edad Media—ha dicho Rastisbonne.—^Aparecen en él
los gérmenes de todas las grandes ideas que han dado ópi
mos frutos en los tiempos modernos; época de transición la
boriosa, de crisis y de luchas violentas que preparan el adve-
nimiento del siglo XIII; de bajeza y de heroísmo, y en la
que el soplo fecundo de la Iglesia va á originar las cruza-
das, la Caballería, las constituciones políticas, las ciencias.
ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 5ll

la arquitectura; todos los elementos de una civilización cris-


tiana y grandiosísima» ( i ) .
En ese siglo XII, el joven castellano de Fontaine ha sido
el precursor del joven trovador de Asís. Genios superiores
nacidos con la levadura de lo infinito; templados para los
combates de la existencia; anhelantes de amor, de luz, de her-
mosura, que no hallan janíás entre las sombras del destierro;
seres todo espíritu, cuya vida es un cántico inacabable al
ideal; astros de primera magnitud que vienen á juntar en su
foco el crepúsculo de lo pasado y la alborada de las edades
que están por venir; redentores que se dan en holocausto al
universo á trueque de la diadema de espinas que corona su
cabeza, y de la indiferencia y el desdén que los persigue hasta
en la tumba; artistas enamorados de la eterna castísima be-
lleza, que anotan en su mente desde el cántico de las aves
en la tierra, hasta el cántico de los ángeles en el cielo, y se
desbordan en discursos, en himnos, en plegarias, que repi-
ten arrebatados sus discípulos; hierofantes y precursores que
vienen á iniciar en la historia epopeya de inmortales espe-
ranzas, descienden á la tierra, nuevos Cristos, para abrasarla
con el fuego de voraz espiritualismo; y cuando cargados con
todos los dolores del cuerpo y todas las visiones del espíritu
han descendido al hoyo de oscura tumba, después de haber
engendrado una nueva sociedad de místicos, de pensadores,
de artistas, de santos, de vírgenes; después de haber consti-
tuido acá en el mundo la ciudad de Dios, que San Agustín
adivinara; esos héroes que aquí se llaman Francisco, allá
Domingo, en Florencia Savonarola, en el Claraval Bernardo,
se transfiguran en el momento de subir hacia e^ empíreo; y
los resplandores de su alma, el rumor de sus predicaciones,
los suspiros de sus éxtasis, las cadencias de sus himnos, la
poesía de su vida, el recuerdo de sus austeridades, la memo-
riada sus beneficios, la hoguera de sus místicos amores, eso,
recogido por los ángeles alados, pasa al dominio de la leyen-
da y de la historia, á las apoteosis de los discípulos, á las

(I) SaintBernard.—Tome premier, pág. IX.


512 REVISTA CONTEMPORÁNEA

reverberaciones del arte, á la devoción de los creyentes, á la


fantasía de los pueblos, á las adivinaciones de los poetas, á
la inmortalidad de la gloria, á la levadura de las generacio-
nes que vienen á llorar sobre su tumba para perpetuar y di-
vinizar la memoria de esos hombres milagrosos.
Así ha sido San Bernardo. Un día, en el fondo de su cas-
tillo romancesco, entre el canto de los trovadores y los espec-
táculos caballerescos, amena diversión de aquellos siglos,
siente que misterioras voces resuenan en el abismo, de su
alma; que arrobamientos desconocidos le toman en las faenas
del día y en el silencio de la noche; que no puede con el peso
de profundos ensueños, en suspiros y lágrimas deshechos; que
amores, hasta entonces desconocidos, vienen á encender su
pecho, y visiones indescifrables vienen á turbar su vista; que
algo, como fuego, agita sin cesar su sangre; que la eternidad
se transparenta, como las estrellas en el cielo azul, en el
fondo de su conciencia acusadora; y sintiendo que el misterio
es como valle tenebroso, y el firmamento como pálido cre-
púsculo, y la vida como arrebol que se desvanece, y el hogar
como liviana tienda de campaña, con todos los dolores de la
pasión de Cristo por su alma, rebosando caridad, pasión, ter-
nura, tiende la vista por Europa puesta en crisis, y anhelan-
do ganarla para la Cruz, deja atrás los placeres de la familia
y los placeres del castillo, los encantos de las damas y las
leyendas de los trovadores, y sale por el mundo—^por aquel
mundo férreo y egoísta,—ebrio de amor, entusiasta, elocuen-
tísimo, vibrando los rayos de los profetas por las ciudades y
los campos, en la corte de los Papas y en la corte de los Em-
peradores; predicando la renuncia de todos los bienes y el
anhelo de todos los martirios; el aniquilamiento de la carne
y la exaltación idealista; la humildad, la paciencia, la ley del
dolor que nos purifica y ennoblece; la Cruz de Cristo, el rei-
nado social del Verbo encarnado, la resurrección espiritual
que ponía enfrente del mundo de los señores corrompidos,
de los Obispos simoniacos, de los Emperadores concubina-
rios, y de los pueblos, por el viento de la heregía perturbados,
un mundo de pobres y oscuros monjes, castos, sufridos, obe-
dientes, que surgen en disciplinadas huestes con el Crucifijo
ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 5l3

en la mano, y mueven, al eco de su palabra portentosa, desde


los pueblos que van en peregrinación á los santuarios, hasta
los Reyes que se marchan á Tierra Santa en busca del per-
dón de sus pecados. Precisa evocar la predicación de los Pro-
fetas por los campos del Terevinto, los trenos de Jeremías,
las visiones de Ezequiel y de Isaías, la predicación de los
apóstoles, movidos por las lenguas ígneas de Pentecostés,
para comprender todo el efecto producido por la palabra de
San Bernardo (i).
Mirad cómo habla de ello historiador coetáneo del Santo,
en candorosas páginas, cuya sencillez é ingenuidad apenas
acierto á traducir á nuestra lengua: «Hablaba á los campesi-
nos como si su vida hubiera sido siempre la del campo; y á
las demás clases, como si hubiese consumido su existencia
en profundizar su índole. Sencillo cuando trataba con los
sencillos, profundo con los doctos, pródigo en máximas de
santidad y de virtud con las personas de ingenio, descendía
al nivel de todos sus oyentes para ganarlos al redil de Cristo.
Cuan grande era la facultad con que el cielo le había ador-
nado de apaciguar y convencer, y del talento suficiente para
saber cuándo y cómo debía de hablar, rogar 6 compadecer,
exhortar ó corregir, lo conocerán, aunque sólo en parte, los
que lean sus escritos, llenos de luz y de ternura; pero no po-
drán conocerlo tan bien como aquellos que le oyeron; pues
tenía^en su acento tal fuego y tal vehemencia, y en sus la-
bios tal atractivo, que su pluma, aun siendo sapientísima,
no logró conservar todo el encanto y todo el calor de sus
discursos. Miel y leche fluían de su lengua, y, sin embargo,
la ley en su boca era de fuego. Por lo mismo, cuando exhor-
taba á los alemanes, aunque no comprendían sus palabras,
quedaban por su simple sonido más conmovidos que cuando
se les explicaba su significación por habilísimos intérpretes, y
manifestaban su emoción dándose golpes de pecho y desha-
ciéndose en lágrimas» (2). ¡Qué espectáculo! Al eco de sus

(1) V. Gilí, de Tir.— Vita et res gesta. Lib. XII, cap, VII.
(2) V. un artículo referente á San Bernardo, publicado en la Revue Fran-
caise, aflo 1838.
TOMO UCV.—YOL. V. 33
5T4 REVISTA CONTEMPORÁNEA

predicaciones ardentísimas la humanidad agitada se con-


mueve; los castellanos arrojan los arreos del festín para ves-
tir el sayo y el cilicio; los artistas purifican sus pinceles en el
Jordán de la penitencia, y se marchan en busca de celestes
inspiraciones á los cementerios y á los cenobios; las cortesa-
nas abandonan el lecho de la orgía para abrazarse, ebrias de
amor divino, á la Cruz, como la pecadora del Evangelio; los
jóvenes apartan de sus labios la envenenada copa del deleite,
y se van vestidos de penitentes á la puerta de los conventos;
los poetas dan á las llamas de voraz hoguera los cánticos
obscenos, para celebrar en místicas estrofas la leyenda de los
santos; las repúblicas itahanas, agitadas en discordias, se
apaciguan (i); las muchedumbres, macilentas por la discipli-
na y el ayuno, marchan por las encrucijadas de los caminos,
confesando sus pecados; los sabios se olvidan de las apoteo-
sis platónicas, de las obras de Aristóteles, para estudiar en la
Cruz toda la ciencia; dan de mano las doncellas los placeres,
y se marchan atormentadas por la nostalgia divina á las sole-
dades de los claustros; se concluyen los cismas que turbaban
á la Iglesia, y las herejías que turbaban las conciencias; los
Pontífices deponen la tiara, y mezclados con las turbas, vienen
á escuchar la palabra mágica de ese monje,exaltadísimo; los
campesinos abandonan las rocas y los valles, y en inmensas
legiones caminan en busca de San Bernardo, y le salen al en-
cuentro pidiendo su bendición con grandes voces; los Empe-
radores y los Reyes, no pudiendo resistir á los acentos del
nuevo profeta, se cruzan, y tomando el bordón del peregrino,
van por los derroteros del Oriente soñando con la Jerusalén
celeste (2); las esposas y las madres encierran á sus maridos y
á sus hijos, temerosas de que los arrebate á su hogar y á sus
amores la dulzura del pobre penitente; se pueblan los desier-
tos por bandadas de nobles ciudadanos que convierten en el
campo de Dios el Claraval, «henchido por los himnos de los
piadosos labradores» (3); los Obispos concubinarios, los am-

(1) Muratori.—Aúnales. Ann, 1,132, 1.133.


(2) Arnaldo de Bonneral.
(3) ídem.
ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 5l5

biciosos abades, como aquel que viera el Santo, por 6o ca-


ballos escoltado ( i ) , renuncian á los torpes anhelos de la car-
ne, y vestidos de penitentes lloran al pie del templo sus pe-
cados; quedan ahí, en las tristezas de la soledad, los pala-
cios, los burgos, los castillos, antes alborozados por el cán-
tico del festín ó por el clamor de la victoria; por donde quie-
ra viudas y huérfanos de maridos y padres que aún vivían;
que arrebatado el mundo por la palabra de un hombre pro-
digioso aparecido, nuevo Redentor, sobre las tempestades del
siglo XII, siente por sus venas el fuego del idealismo, y, loco
de pasión, corre de claustro en claustro, de burgo en burgo,
de santuario en santuario, de sepulcro en sepulcro, buscando
la cruz como medio de alcanzar el Paraíso prometido á sus
esperanzas inmortales, y vislumbrado entre los espejismos
del deseo, tras el dolor y los ensueños del espiritualismo cris-
tiano, ese alfa y omega de toda verdadera grandeza, que
cuanto más le aparta de la tierra, más cerca pone al hombre
de los cielos. ¡Ah! Tiene razón un autor racionalista cuando
dice en libro desconocedor completamente del dogma católi-
co: «Ningún hombre en la Edad Media ha hecho, como San
Bernardo, cosas tan grandes, y de un modo tan original y
portentoso.» Un día el Rey de Francia, Luis VII, discí-
pulo de aquel hombre eminente que había presidido los Con-
sejos de los Príncipes y los destinos de un reino, y cuyo se-
pulcro llevaba sólo este epitafio: Hic jacet Sujeyius abbas, en
guerra contra el Conde de Champaña, el trovador Tibaldo,
mandó quemar en Vitry iglesia venerada, en la que se habían
refugiado, según los cronistas de aquellos tiempos, mil qui-
nientas treinta y cuatro personas, todas muertas entre los
horrores de incendio tenacísimo. Bernardo, el humilde mon-
je, movió con severa censura la conciencia del Monarca, y en
penitencia por su pecado merecida, mandóle ir áTierra Santa,
para que redimiera su culpa peleando por la libertad del San-
to Sepulcro. Entonces fué cuando el Pontífice Eugenio I I I ,
el gran amigo de San Bernardo, aprobó la resolución de las

( I ) Mabillón.—Anuales. Tom. IV, pág. 3 3 . Mentior si non vidi abbatem


sexaginía equos et ex amplius in suo ducere coniiíatus.
5l6 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Cruzadas, «concediendo absolución y remisión de los peca-


dos, y prometiendo la vida eterna á todos los que emprendie-
ran y terminasen la santa peregrinación, ó muriesen en el
servicio de Jesucristo, después de haber empezado sus peca-
dos con corazón humilde y contrito» (i).
Echando una mirada sobre todas las figuras ilustres del
siglo XII, ningún hombre más apropósito que San Bernardo
para la predicación de la Cruzada. Así el Papa le encargó de
ella (2). Vióse entonces al Rey de Francia acompañado de
su esposa Leonor de Guiena y de los nobles del reino, pre-
sentarse ante numerosísimo Parlamento en el campo congre-
gado, sobre colina levantada á las puertas de Vezelay, en
Borgoña (3), pues eran tantas las gentes venidas, ávidas de
presenciar ia ceremonia. Entre los caballeros y los Príncipes
y las damas, ataviadas con el lujoso tocado de aquellos tiem-
pos, medio oculto entre las turbas, como aparición celeste se
destaca por su blanco hábito la apacible figura de San Ber-
nardo, que allí, en el Parlamento, sobre la cúspide de la
colina, lanzó los rayos de su elocuencia soberana, y al hablar
de las noticias tristísimas que de la Tierra Santa habían lle-
gado, trasfigurándose, tomando sobre sí todos los dolores del
Profeta, prorrumpió en aquellas palabras memorables inte-
rrumpidas por los sollozos del auditorio inmenso, y que caye-
ron como fuego de lo alto sobre las almas: «El Dios del cielo
ha comenzado á perder ya parte muy amada de su tierra» (4),
Al acabar su predicación pidieron la cruz, arrodillados, el
Rey, la Reina, los principales señores y la turba innumerable;

(1) Otto de b'risinga de Gest. Frid. Lib. I, cap. XXXV.


La parcialidad y mala fe de los escritores anticatólicos ha supuesto que Eu-
genio III prometía la vida eterna á los cruzados, sin ningún requisito previo
de confesión y penitencia. Recuerdo haber leído en algunos autores, especial-
mente en Draper (cuya ignorancia está á la altura de su malicia), este ca-
lumnioso aserto.
(a) V. LHistoire de Citeaux, vol. VI.
(3) Gilí de Tyro. Obra cit. Odo de Diogilo, de Expedií. Lud. VII in
Orientem. T . I, pág. 12.—Véase también Cest. Lud. VIII en les Mém. sur
thist. de Frunce, vol. VI, pág. 329.
(4) Ep. 322 de S. Bernardo.—Odo de Diogilo: loe. cit.
ESTUDIOS SOBRE LA EDAD MEDIA 5l7

y como no bastasen las cruces que San Bernardo llevaba


apercibidas, rasgóse su blanca túnica para hacerlas, y muchos
<jue ni aun de éstas pudieron alcanzar, se cortaron sus pro-
pias vestiduras, y formando una como á manera de cruz se
la pusieron en el pecho ( i ) . Desde este momento la locura
<ie la cruz se apodera de toda Europa, y cuando en Spira,
diciendo un día misa, Bernardo se vuelve á sus oyentes des -
cribiendo el día Apocalíptico de la consumación de los impe-
rios y del acabamiento de la raza humana, el sonido de las
trompetas, á cuyo ruido los muertos comienzan á buscar el
polvo de sus huesos, y la aparición de Cristo vengador con
la cruz en el firmamento, las estrellas que recogen sus res-
plandores y la tierra que palpita en sus agonías postreras:
«Dios, deteniendo en un punto las olas de la creación, y la
eternidad reinando en todas partes» (2); cuando el Empera-
dor Conrado III, exaltado por las visiones y las palabras del
Santo, exclama conmovido: «sé cuánto debo á Jesucristo y
juro marchar á donde me llame» (3); la cristiandad se levanta
por primera vez bajo la forma de una inmensa nación, obran-
do por impulso da un solo jefe y de un solo sentimiento (4).
Y el entusiasmo rebosa en Europa. Y camino del Oriente
marchan 200.000 cruzados recitando fervorosas letanías, so-
ñando con Jerusalén la Santa, que creen divisar en cada
encrucijada del camino, y queriendo, como recompensa de
sus ansias infinitas, envolver sus huesos en el polvo sagrado
de la Tierra Santa, y dormir el sueño de la eternidad en
aquellos sitios memorables, por tantos recuerdos y por tantas
esperanzas consagrados. Allá van, porque Cristo lo ha dicho:
«el que quiera venir en pos de Mí, niégnese á sí mismo,
tome la cruz, sígame» (5). ¡Y ay del que no tiñe su espada
en sangre! Los cruzados han llegado á Jerusalén.

( I ) Odo de Diogilo, loe. cit.—V. Biblioth. des Crois, t. I.—-También es


fuente genuina para el estudio de estos hechos la Crónica de Marigny.
(2) Chateaubriand.
(3) Otto de Diogilo, loe. cit.
(4) A, Thierry.—Histoire de la France: citado por Ratisbonne en su men-
cionada obra.
(5) L u c I X , 23.
5l8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

((¡Jerusalén,Jerusalén, ciudad Santa, ciudad del Hijo de


Dios, escogida y santificada, yo te saludo! ¡Yo te saludo,
soberana de las naciones, capital de los imperios, metrópoli
de los patriarcas, madre de los apóstoles y de los profetas,
hogar primitivo de nuestra fe, la gloria y la bendición del
pueblo cristiano! ¡Yo te saludo, tierra de promisión, donde
brotaban en otros siglos leche y miel para confortar á tus
hijos errantes y perseguidos, y que guardas para los nuevos
siglos las palabras que dan vida, y las promesas que llevan á
la inmortalidad! ¡Ciudad de Dios, qué grandes cosas han sido
dichas de ti!» (i)

(I) San Berna.ido, ad Mí/iíes Templi, pág. 39.

ADOLFO DE SANDOVAL.

(5á continuará.)
REVISTA DE TEATROS

AMOS á ocuparnos, en primer término, de la últi-


ma producción dramática del Sr. Zapata, titulada
La piedad de una Reina, que ha obtenido el espe-
cial privilegio, como todas las suyas, de llamar
umversalmente la atención, si bien en este caso no ha sido
en el escenario del Teatro de la Comedia, en el que estaba
anunciada, donde ha emitido su juicio el público, sino en el
Círculo literario, y en la lectura de dicha obra, puesta á la
venta con profusión en todas las librerías de Madrid; y como
si esto no fuera suficiente, y por efecto de haber sido prohibi-
da su representación por el Gobierno civil de la provincia, los
Cuerpos Colegisladores, la prensa y el público en general, han
dado su opinión calificando unos la disposición gubernativa,
como arbitraria y opuesta al espíritu de la Constitución vi-
gente y á la letra de la ley orgánica de teatros, y otros como
justa y equitativa, y dentro perfectamente de los deberes de
todo Gobierno constitucional y monárquico, y al decir Go-
bierno creemos ocioso advertir que la política, en sus múlti-
ples manifestaciones y diferentes matices, ha tomado cartas
en el asunto.
Estas razones nos imponen el deber de terciar en la cues-
tión, aunque de un modo parco y somero.
Considerando el último drama del Sr. Zapata dentro del
520 REVISTA CONTEMPORÁNEA

terreno literario-dramático, la prohibición gubernativa le ha


venido como de molde, porque en nuestro humilde juicio, el
éxito ruidoso y justamente lisongero que ha obtenido en
otras producciones de su fecunda imaginación y su inspirada
fantasía, no lo hubiera obtenido en la obra de que tratamos,
y para probarlo basta escribir una de sus hermosas quinti-
llas que figuran en la escena sexta de su Capilla de Lanuza,
y otra, la más culminante, de la escena novena del segundo
acto de La piedad de una Reina,
En la primera dice Lanuza:

Subo, llamo, me abren, entro,


brilla siniestra una luz,
y de un salón en el centro,
un grupo de gente encuentro,
dos antorchas y una cruz.

Y en la segunda dice D.* Leonor, Reina de Suecia:

Toma un pliego de papel,


y dulce como la miel
y sin demora ninguna,
estampa el indulto en él,
y ponió sobre mi cuna.

La simple lectura acusa bien á las claras la falta de inspi-


ración, consecuencia lógica de haber escrito su último dra-
ma dentro de un circulo de hierro y como por encargo, sin
esa hermosa libertad del pensamiento, engendro de las más
sublimes creaciones del arte, de cuya represión se queja hoy
el Sr. Zapata, y en la que ha caído inconscientemente al es-
cribir su último drama.
Considerado en el terreno político, ó sea en el de semejan-
za con los sucesos ocurridos en Setiembre del año último, es
suficiente traer á la memoria algunos versos de las escenas
cuarta del primer acto y octava del segundo de dicho drama.
Dice en la primera el Mariscal Roben:
Y peligran á su lado
TEATROS 521
las clases de la nación,
la sociedad, el Estado
y yo mismo, que he llegado
á ser una institución.

Y en la segunda contesta la Reina D . ' Leonor á la hija


del General Hamilton, puesto en capilla por haber fracasado
la insurrección militar que él mandaba.

Si en mi albedrio reside
el menor de los deseos,
se discute, pesa y mide,
y después de mil rodeos
hago... lo que se decide.
Y siendo tal mi poder,
¿cómo me voy á imponer,
ni á tomar la iniciativa,
tratándose de ejercer
la real prerrogativa?

Mirando el drama que nos ocupa con relación al teatro, es


patente que este género de obras dramáticas esteriliza la
imaginación de los autores, extravía sus más legítimas espe-
ranzas, conculca su talento, mata de raíz el arte, abre las
puertas á los que no tienen condiciones para tan difícil y glo-
riosa carrera, y se las cierra á los que abandonan la senda de
la gloria por lanzarse en un camino oscuro, á cuyo término
no encuentran el provecho que ellos supusieron.
Respecto á la tan decantada cuestión del libre pensamien-
to, que con este motivo se ha suscitado, nosotros, enemigos
de la libre censura, diremos que el hombre, por su naturale-
za, es libre de emitir sus ideas, como de ejercitar sus accio-
nes; pero como todo derecho trae implícita una obligación,
la de los libres pensadores es la de no perjudicar á los de-
más, en virtud de una ley natural y social que no necesita
explicación; por eso los Gobiernos deben reprimir, y en la
ocasión presente y con arreglo á las leyes que rigen, se debía
de haber preferido á la prevención la reprensión, y no hubiera
522 REVISTA CONTEMPORÁNEA

sucedido lo que en El Soberano de Bavia, monstruosidad cómi-


co-lírica-bailable, estrenada en el Teatro de Variedades, y
prohibida justamente por la autoridad, silbada justamente por
el público, y sin otro objeto, por parte de su autor, que ex-
plotar la prohibición gubernativa, ya que no podía explotar
el producto de su ingenio; y la tal representación produjo un
escándalo mayúsculo, confirmando nuestro aserto de que es
un deber moral, no sólo de los poderes públicos y de las auto-
ridades judiciales, sino de todo hombre evitar el mal antes que
lamentar sus terribles consecuencias, producto de la libertad
de pensamiento y de la libertad de acción.
Finalmente, en este asunto opinamos que cuantos han in-
tervenido en él han estado fuera de su cauce, respetando á
todos dentro del terreno de sus derechos y de sus atribu-
ciones.

»
« *

Dos obras nuevas hemos visto en los Teatros de la Prin-


cesa y de Novedades, debida la primera á la pluma de don
Miguel Echegaray y la otra á la de D. Francisco Luis de
Retes y del malogrado escritor D . Francisco Pérez Echeva-
rría , presentada la una con el título de Vivir en grande y la
otra con el de Luchar contra la razón.
Las dos han traído á nuestra memoria los tiempos bonan-
cibles de nuestro teatro, época de feliz recordación, en la
que los autores dramáticos estaban como lo están hoy los
enunciados dentro del terreno genuino del arte, que nunca
ha sido refractario ni opuesto á las inspiraciones del genio,
á las leyes de la estética ni á los efluvios de la imagimación.
Entonces, como ahora, lo han realizado los Sres. Eche-
garay, Retes y Echevarría; la acción, los caracteres de los
personajes y el desarrollo del plan, en consonancia con el
estro poético del autor, y la parte imaginativa sin que ni unos
ni otros elementos discordaran, siendo, por lo tanto, el es-
critor un verdadero autor dramático, poeta en la concepción
y en el diálogo, artista en el desarrollo de la acción, y nunca
TEATROS 523
un orador de academia, un tribuno pariamentario, ni un
declamador de club.
La sátira, la ironía, se hermanaban con el buen sentido y
el chiste culto, y los pensamientos sublimes nacían de los
caracteres bien trazados, de los tipos bien pintados y de la
idea capital en que se basaba la composición poética.
Este sistema han seguido en esta ocasión los autores de
las obras de las que nos venimos ocupando.
En la titulada Vivir en grande, el Sr. Echegaray ha com-
batido uno de los vicios más capitales de nuestra sociedad, ó
por mejor decir, una de las pasiones que más enervan y com-
baten las virtudes primogénitas del alma humana, esto es,
el orgullo, y como su hijo legítimo y de más predilección,
el lujo, que siendo [la causa de toda decadencia humana,
cuando se excede de sus justos límites, en vez de impulsar
el movimiento progresivo de las sociedades ayudando á la
industria, las artes y la manufactura en sus diversas mani-
festaciones, las combate con sus mismas armas, y la fortuna
real cae vencida por los golpes de una fortuna ficticia, y las
virtudes intrínsecas del alma con la falsa brillantez de una
apariencia tan ridicula como repulsiva, terminando después
su obra con el ridículo y la burla, contraste natural de la ad-
miración y la lisonja con que se vio envuelta en los momen-
tos más radiantes de su ficticia preponderancia.
Esto ha querido pintar el Sr. Echegaray, y lo ha pintado
magistralmente, valiéndose de la figura de una señora con dos
hijos y una sobrina, cuyo marido, ingeniero de minas, traba-
ja incesantemente en Ultramar por remitirla, como lo efec-
túa, pingües cantidades que ella derrocha y malgasta impul-
sada por una sed implacable de lujo que ciega po: un momen-
to el cariño á su marido, el amor á sus hijos, haciéndoles que
se entibien los afectos más tiernos y las sensatas inclinaciones
que supo inspirarles una conducta irreprensible, antípoda de
la pasión que la domina y que vivían adormecidas en su
alma, hasta que un amigo del esposo y padre ausente, vuelve
á la Península anunciando la muerte de aquel mártir del
trabajo y del amor á sus hijos, y con ánimo sereno, una in-
tención sana unida á un amor desinterado por la hija de su
^^'^ REVISTA C O N T E M P O R A K E A

amigo, que encomiando sus virtudes, la engendró en su alma


y le confirmaron después sus ojos, despierta aquellas incli-
naciones dormidas, libra á la hija de las redes de un banque-
ro, que pretendía hacerla su querida, rompe las cadenas del
vicio que sujetaban al hijo, y con un sublime desinterés, con-
trario al que fingían los lúbricos deseos del insidioso, salva
de la ruina á aquella familia y la detiene en la inclinada pen-
diente por la que se precipitaba á impulsos de su apetito des-
ordenado del lujo y de la opulencia.
Como se ve de este sencillo relato, en la comedia se pre-
sentan los vicios y las faltas más salientes de la sociedad, se
emplean los resortes más atrevidos para llegar al fin, sin que
en el diálogo, la frase, ni en la acción, ni en nada, se ofenda
á la moral, la sociedad ni á las leyes de la cortesía y del
pudor.
Intervienen en la acción dos tipos perfectamente delinea-
dos: uno en una señora aduladora, criticona, y que acre-
cienta en aquella familia sus incontrastables aspiraciones á
la esplendidez y á los goces de la vida, y el otro un soperón
que come y bebe sin importarle un ardite los dispendios de
aquella señora á quien dice aprecia, y toma, no obstante,
sin que le queme la mano, las cantidades que con la suya
pródiga le entrega arrojando por la ventana el producto del
constante trabajo de su á la sazón difunto esposo.
Tiene situaciones muy bien traídas, en especial la que
finaliza el primer acto; la del segundo, cuando en medio de
un ostentoso banquete, dispuesto en celebración del santo
de la dueña de la casa, se presenta el amigo á comunicarles
la infausta nueva, y la del tercero, en la que él mismo quita
la máscara al infame seductor, y confiesa su amor á la hija
del que fué su amigo.
La versificación es fácil y fluida, sintiendo no tener á la
mano el libro para dar una muestra á nuestros lectores de
algunos de sus más inspirados parlamentos, merecedores de
la publicación, mejor que otros que impremeditadamente se
dan á la estampa.
La dirección de escena por parte del Sr. Mario admirable,
y la interpretación debida al mismo señor, y á las seño-
TEATROS 525
ras Mendoza Tenorio, Llorante, Mavillard, y otras que no
recordamos, y á los Sres. Sánchez de León, Rosell y Martí-
nez, excede á toda ponderación.

*
* *

La segunda, 6 sea Luchar contra la razón, pertenece á la


escuela de aquellas obras en las que los personajes que inter-
vieneti en la acción, ó casi todos, se ven contaminados del
mismo defecto, vicio ó manía.
Pretende probar el autor lo pernicioso que es dirigii la ra-
zón, ó sea la facultad de pensar, la más esencial de nuestra
alma, por un camino extraviado y torcido, y para llevarlo á
cabo, se vale de dos acciones, una cómica, en la que un jo-
ven de Suances está enamorado de la hija de un Marqués,
de esos seres indiferentes que sacrifican al negocio la felici-
dad de su familia, y tenía dispuesto dársela en matrimonio
á un tío del mismo joven, viejo, pero exministro y millona-
rio; la otra dramática, y en ella interviene Carvajal, mucha-
cho pobre y joven, que pretende á Cristina, bija mayor del
dicho Marqués, el que, echándole en cara su pobreza, le
obliga á buscar fortuna en la Habana, y en el entretanto
casa á Cristina con Chacón, negociante atrevido y de malas
condiciones, que con el mismo dinero que estafó á su futuro
suegro, le sacó de un compromiso de banca, y como precio
consigue la mano de Cristina.
Vuelve Carvajal poderoso, la ve casada con otro, trata de
lograrla á toda costa, auxiliado por el carácter indefinible de
su esposo, que sin duda por este motivo los pone en con-
tacto.
Cristina rechaza las pretensiones de Carvajal; el Marqués,
sin conocer los sacrificios que hace su hija ni las exhortacio-
nes de su mujer, atrae á Carvajal para interesarle en un ne
gocio de Bolsa; éste acepta, pero desesperado por la resisten-
cia de Cristina, desafía á Chacón y le mata, y al ver que ella
aunque le ama no accede ya viuda instantáneamente á sus
deseos de enlace matrimonial, se vuelve loco, y aquí termina
520 REVISTA CONTEMPORÁNEA

la acción dramática; la cómica, con el enlace de los dos jó-


venes patrocinados por el tío, que cede á la fuerza de la
razón.
Como observarán nuestros lectores, en toda la obra se nota
alguna inverosimilitud, y en algunas situaciones, como en
la final, se advierte algo de forzado y violento; también los
recursos que emplea no son nuevos, sino ya conocidos, y la
idea no es original; sin embargo, esto no obsta para que la
acción camine y se desarrolle naturalmente, resplandeciendo
en toda la obra, un total conocimiento del teatro.
La versificación es espontánea y fácil, y la interpretación
muy igual.
El Sr. Delgado ha hecho una verdadera creación del papel
de Carvajal; rayó á grande altura, y apesar de ciertos resa-
bios que no logrará extirpar nunca, estuvo como en sus me
jores tiempos; en la escena de la locura obtuvo una justa
ovación. El Sr. Barceló es un actor de muchas y legítimas
esperanzas, y desempeñó su papel á la perfección. Lo mismo
decimos del Sr. Díaz. La Sra. González regular, y los demás
actores hicieron lo que pudieron.
La escena muy bien puesta y la obra en general muy bien
presentada.

Poco podemos decir de la última producción del Sr. Eche-


garay (D. José), titulada El Conde Lotario, escrita con más
rapidez de lo que acostumbra, para que el Sr. Vico la estre-
nara en Valencia el año anterior; resalta en ella únicamente
una versificación fácil y algún que otro pensamiento eleva-
do; por lo demás, carece en absoluto de situaciones dramáti-
cas, exceptuando la final, á la que se llega, no por efecto de
un plan bien dispuesto, hijo, no de un argumento primordial,
sino en virtud de una exposición oscura y casi enigmática, de
la que arranca una acción que se desarrolla al calor de una
serie de diálogos opuestos á toda acción dramática, resultan-
do, por lo tanto, la representación lánguida y pesada, des-
preciando las situaciones á que podía dar lugar, como le su-
TEATROS 527

cede siempre, no advirtiéndose conexión alguna en los acci-


dentes, que arrancan de una idea capital, si se quiere no en-
cauzada dentro de una acción fija, sino desleída entre las
alas de una fantasía antitética á todo drama, propiamente
dicho.
Los mismos actores, incluyendo á las Sras. Contreras y
Revilla, y los Sres. Calvo (D. Rafael) y Parreño rayaron á
considerable altura en Súllivan, cuyo desempeño fué una
verdadera solemnidad.
En la interpretación se distinguió el Sr. Vico y la señora
Contreras, así como los Sres. Calvo (D. Ricardo), Jiménez,
González, Parreño y Sánchez.
E n el número próximo nos ocuparemos de los demás
teatros.
RAMIRO.
EL MOSÉN {i)

CONTINUACIÓN

A noticia de la venida de la tropa no se creyó


en un principio; pero cuando á la incredulidad
sustituyó la certidumbre, y á ésta la completa se-
guridad de que los guiris venían efectivamente, el
pánico fué superior á cuanto de él pudiera escribirse.
La familia de D . Fidel, y todas las de su tertulia, es decir,
las distinguidas de la población, no dudaron un momento en
echar á correr: asi que pronto prepararon el equipaje, suce-
diendo lo que sucede siempre que hay el mismo apuro para
huir: que en el aturdimiento producido por el miedo, se es-
coge para salvar de lo que venga, bien sea fuego ó republica-
nos, lo menos importante y útil de todo el ajuar: así D." Ob-
dulia llevaba bajo el brazo una sombrilla que podía valer
hasta dos pesetas; una sombrerera vacía, y una caja de papel
de cartas; dejando en cambio abandonados bolsos no reple-
tos de tesoros que digamos, pero sí con alhajas de alguna
pro, y metálico suficiente. Sus criados, también ganosos de
huir cuanto antes, enganchaban, soñolientos aún, las chillo-
nas carretas, prontamente forradas de colchones y de almoha-

(i) Véase Va. pág. 405 de este tomo.


EL MOSÉN 529
das; y como no era la ocasión propicia para someros, lo mis-
mo ataban una descosida correa del matalotaje de una ha-
muga á las guarniciones de los caballejos, que uncían ál
yugo hecho para el cornamentado testuz del buey el cuelle
escueto y liso de un mulo. Todo, por el atolondramiento,
eran encontronazos, empujones, choques, gritos, sustos, llo-
ros, carreras, brincos... todos los ojos brillaban encandilados
y saltones... todos los semblantes con el color de la muerte
impreso en ellos... la mujeres con la boca abierta, y los an-
cianos haciendo besarse á sus despobladas encías que tirita-
ban sin cesar.
Esto, en cuanto á la gente de pocos ánimos, que dicho sea
en honor de Cristierna, no constituía ni la mitad de la pobla-
ción. Los indiferentes, que eran los más, y que huían, no por
temor personal, sino por librar á sus ganados de la voracidad
liberalesca, se concretaban á ponerse de mal humor y malde-
cir entre dientes á la guerra, y á D. Carlos, y á la República...
Los valientes, los esforzados, los Quijotes de la causa,
eran ya distinta cosa: volaron á casa del Mosén y fueron ac-
tores de la escena que ya presenciamos: allí Cajucas vomita-
ba venablos y piñatas, agitaba frenético su famoso fusil roba-
do en Vitoria, y allí, finalmente, el Mosén salió al frente de
todos, dando órdenes y disposiciones á cual más belicosas.
Fuéronse á la entrada del pueblo por la carretera, y mien-
tras se fortificaba estratégicamente el punto, se despacharon
emisarios, que volvieron en seguida porque al medio kilómetro
de Cristierna tropezaron ya con la vanguardia del ejército,
que avanzaba á paso de dobles jornadas, tratando de apagar
sus pisadas entre el polvo del camino y el rumor del campo
por las noches: ese rumor que producen los insectos al arras-
trar ó al perseguirse; los alacranes con su canto; los chopos
al darse de cabezadas columpiados por el viento, y los arro-
yos rozando las esquinas de las guijas, saltando los desnive-
les ó desparramándose por las llanuras.
Pronto una doble fila de sacos de paja cubiertos de tierra
formaron una gruesa barricada en la carretera; y un poco
más tarde detrás de ella asomaban la oscura boca dos caño-
nes que el mismo pueblo arrastró hasta aquel sitio.
TOMO LXV.—VOL. V. 34
530 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Jaime Parolla cabalgaba airosamente en su caballo, que,


por falta material de tiempo, y aun de montura, imposible de
encontrar entre la confusión, montaba en pelo y decía:
—Aquí basta con dos cañones y la gente precisa para su
servicio. Pero por si acaso, que se sitúen detrás un par de
compañías del Blanca y un escuadrón del Loyola .. Que se
vengan conmigo todos los demás.
Y detrás del cabecilla corrían los soldados sin orden ni
concierto alguno, malísimo presagio en achaques de guerra:
y corrían é iban á situarse donde él mismo señalaba; y se
recorrían fusiles y cargaban morteretes; y se rezaba algo en
voz baja... Mientras la luz del alba, indecisa y blanca como
virgen que despierta desnuda, iba atreviéndose á colorear de
carmín los horizontes, sustituyéndose aquella mañana el
concierto de trinos de los alegres pájaros por el formidable
estruendo del fuego que en seguida se rompió entre unos y
otros.
El choque fué tan rápido como desgraciado para la gente
de Cristierna. Y el Mosén, que desde el primer instante com-
prendió que iba á ser así, corría por todos lados animando
á los cobardes, deteniendo á los fugitivos, arengando á los
valientes y multiplicándose para estar en todos lados y en el
sitio de mayor peligro.
Pero todo era inútil: estaba muy mal dispuesto el barco
para resistir el abordaje tremendo de más de diez mil hom-
bres; y por más que el capitán, desprevenido, se esforzó lue-
go en dirigir hábilmente grandes maniobras, la derrota fué
tan fácil como impensada, y los mismos liberales se encon-
traron dentro de Cristierna, sin darse cuenta de cómo habían
entrado.
Forzáronse sencillamente las mal dispuestas barricadas:
rompiéronse las desordenadas filas, saqueóse el tabernucho
de Chubiri y Perenaute, cuyas anaquelerías quedaron de-
siertas de comestibles y de cuanto contenían; apedreóse y
silbóse la casita de Fray Salvador, que siempre fué inocente
desahogo de la gente de ideas avanzadas realizar estas proe-
zas, y más especialmente si entre esa gente figuran almas
de temple tan marcadamente progresista como la de Augusto
EL MOSÉN 531
Monpavón y sus adeptos y discípulos, como en aquella oca-
sió figuraban: y la lucha entonces se hizo cuerpo á cuerpo y
mano á mano.
Desisto de contar los mil horrores que allí se vieron. Solo
hablaré de uno, tal vez el más grande, por cuanto tiene m u -
cha relación con el drama que se va desarrollando.
Cuando la madrugada hacia distinguir perfectamente los
objetos, Jaime Parolla, rendido de vocear y aun de sembrar
la muerte por donde quiera que pasaba, se retiró á su casa,
no huyendo, sino á vendarse la herida que recibió en una
mano, y que abundantemente se le desangraba. Al llegar
frente á la puerta se estremeció. Augusto Monpavón estaba
allí parado y como reflexionando.
Entonces una terrible sospecha vino á su mente haciendo
que vibrasen todas las cuerdas de su cerebro: figuróse (y no
iba muy descaminado en la figuración) que Augusto, su mor-
tal enemigo, iba allí á robar el hijo de María de la Paz. Y
con este pensamiento dudó qué hacer; pero vio la calle com-
pletamente sola, sin más que el odioso Augusto... y decidió
entrar en la casa, y huir con el niño prontamente á cualquier
lado...
Así, entró con suma rapidez, hecho una exhalación, una
flecha, y dirigiéndose á la cuna donde el niño murmuraba,
recién despierto, medias frasecillas de esas que únicamente
Paz entendía, lo cogió, lo arropó con la ropa de la camita y
volvió á salir con él en brazos... Inútilmente le preguntaron
las medrosas Caspia y Brites á dónde iba... ciego y sordo
salió.
Al dar el primer paso en la calle, casi tropezó con Augusto.
La chispa no tardó en brotar de entre aquellas dos nubes
de odios y rencores; mejor dicho, saltó en seguida, á la pri-
mera mirada, al primer impulso... centellearon los ojos como
relámpagos... y sonó el primer trueno.
—jEse es mi hijo!—rugió Augusto Monpavón.
—¡Mentira!—le contestó temblando Jaime Parolla.
—¡Cómo que es mentira!... ¡Tráele, y verás si es mío!...
—¡Aparta! ¡aparta!... ¡Miserable!... ¡No te acerques á mí!
¡que me manchas!... ¡no me toques!...
532 REVISTA CONTEMPORÁNEA
— ¡Tráelo, que es mío!,..
Y asidos, al fin, como dos tigres, forcejearon disputando
la presa; las hercúleas fuerzas del Mosén tuvieron entonces
lugar de ejercitarse; con el braceamiento de una sola mano,
contenía los embates de su obcecado contrario.
—Pero, ¿hasta esto nos quieres robar?...—decía ronco el
Mosén.—¡No te hartas nunca!...
—¡Insúltame!... ¡Que el niño es mío!
—¡No nacen ángeles de hienas como tú!... ¡Y, por tanto,
no es tuyo!
Cayeron luchando al suelo, y Augusto debajo de Jaime.
El porrazo que Monpavón llevó en la nuca entibió bastante
sus fuerzas, y, valido de esta ventaja, el cabecilla se hartó
de darles golpes. No satisfecho con esto, llénesele la cabeza
de todos aquellos recuerdos que traían, como consecuencia,
la imperiosa necesidad de la muerte de Augusto. Y ebrio de
venganza, saturado de malos deseos, asió del revólver que
pendiente al cinto llevaba, y, montándolo, lo disparó á boca
de jarro sobre Augusto. La nubécula de humo del disparo
ocultó breve instante la cara del capitán; cuando se disipó,
vio Jaime que vivía... que el tiro no le había dado. Ciego,
volvió á disparar á quema-ropa, y casi al mismo tiempo que
el segundo sonó un tercer disparo, seguido de un grito agudo
y débil.
Jesús estaba herido; de su cuellecito manaba mucha san-
gre; el llanto de la criatura no era llanto, era un torrente
de lastimeros quejidos.
—¡Qué!...—bramó Jaime fuera de sí.—¡Ya le diste un
beso de padre!... ¡Qué otra cosa podía esperar de ti más que
la muerte!... ¡Ah, infame!...
Y retemblando de los pies á la cabeza, olvidó á Jesús por
matar á Augusto; había llegado el momento de despedazarle,
de hacerle trizas, á cuchilladas, á bocados, como fuese. La
inmensidad de los mares, hecha hiél, parecía haberse vertido
en su alma, ya amargada por mil afrentas del mismo crimi-
nal. Echóse sobre él, como caerá el cielo sobre la miserable
tierra el día que el mundo acabe; pero al abrir sus ojos, que
la]cólera le cerró herméticos, se encontró con otro hombre
EL MOSÉN 533

distinto del que, para mutilar horriblemente, buscaba fre-


nético.
No, no era aquél el Augusto Monpavón, procaz é insul-
tante, que tantas veces le hizo frente. Era otro hombre. No
era su mirada la cínica del libertino cuando se vanagloria de
sus infamias; era una mirada de terror, desencajada, anhe-
lante, perdida, que encauzaba sus visuales, no al que le iba
á dar la muerte, sino á la pobre criatura que se retorcía he-
rida por el plomo de su padre... era un gesto el suyo de es-
panto y desolación supremos... y su actitud, la de un mal-
hechor que ha asesinado, sin querer, al hijo de sus en-
trañas...
Al mismo tiempo, arañándose las botonaduras del unifor-
me, se desabrochó la empolvada levita; clavóse materialmen-
te las uñas, en las ropas interiores, y con feroz grito de arre-
pentimiento, rugió descubriéndose, y dejando libre el velludo
pecho.
—¡La muerte!... ¡la muerte!... ¡Soy digno de ella!
El Mosén vaciló.
Y como aquel cambio hubiese desarmado un tanto su ira,
privándola del empuje criminal del primer momento, y el ni-
ño agonizase en sus brazos, se levantó con presteza, tendió al
caído Augusto una mirada de soez desprecio, y le dijo vol-
viéndole la espalda y contestando á sus palabras:
—¡Ni aun de eso!...
Y entró de nuevo en su casa, estrechando entre sus con-
vulsivos brazos el ensangrentado cuerpecillo de Jesús. Echó-
le en su misma cuna, y vio con espanto que la herida era
mortal... ¡en medio de la garganta!... Un hombie estaba de-
trás de él sin que Jaime lo notara: y este hombre clavaba en
el niño los ojos con tanto interés y tanto horror como el Mo-
sén. Era Augusto Monpavón: el asesino de Jesús.
Las dos viejas Caspia y Brites estaban mudas de asombro
ante aquella tremenda desgracia.
Cuando la Caspia murmuró:
—¡Y no hay un médico!...
Augusto salió de la casa corriendo.
El Mosén sintió escalofríos de vapor, y como un puñal
534 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que hincado en su corazón diese vueltas desgarrándole la


herida, al yer á Jesús con la carita lívida y descompuesta;
violados los labios que antes eran de púrpura; los ojos muy
abiertos, pestañeantes y lagrimosos; el cuello entumecido,
brillante, y empapado en sangre caliente que á borbotones
salía de la herida: y padeció y sufrió aún más, al oír aque-
gemido estentóreo, que no era lloro ni habla, sino algo se-
mejante á aire escapado de un fuelle; voz de ventrílocuo;
nota desgarradora; tonante, aguda, como el chirrido de las
lengüetas de una flauta, que soplase un horrendo huracán.
Le vio sofocado contraerse y retorcerse, llevándose al cue-
llo las manos, y metiendo en la herida sus mismos deditos,
ansiosos de quitarse de allí aquel horrible dolor. Y no pudo
más que contener un poco la hemorragia, que manchaba el
inocente cuello, antes blanco como nieve, y entonces carde-
noso y morado como carne podrida.
Estaba Jaime inmóvil como una estatua, con las manos
cruzadas, mirando atónito y en silenciosa desesperación el
horrendo extinguirse de aquella vida pura, inofensiva, amo-
rosa, angelical, que sin cometer ningún delito, sin haber vis-
to nada del mundo, donde Dios solo sabe las glorias ó las
desventuras que le aguardaban, espiraba con las convulsio-
nes del criminal ajusticiado, y la desesperación de la asfixia,
tragando sin querer aire que se colaba por la herida, aire
buscón de resquicios por que meterse, desalojando la sangre
y la vida á un mismo tiempo.
En aquella sinigual agonía, Jesús volvía sus ojos á todos
lados, suphcantes, lánguidos, pidiendo á Jaime tristemente
que le quitase aquello... ó preguntando quién le había hecho
tanta pupa, y tan dolorosa, tan terrible... La desolación era in-
mensa: Jesús se moría: ya de tanto padecer, ni lloraba.
Como relámpago infernal de ruido, en medio de aquel se-
pulcral silencio, se oyó murmurar al Mosén:
—¡Se muere!...
Y en efecto, la cara del niño era ya la de un cadáver: te-
nía las amígdalas, la epiglotis, la laringe, la boca, todo lleno
de sangre, y sangre espesa que comenzaba á coagularse.
Después le entró un delirio calenturiento; hizo varios moví-
EL MOSÉN 535
mientes cuya vista produjo á los tres personajes agudo dolor:
uno de ellos fué el sacar la manita de debajo de las ropas, y
abrirla y cerrarla como sise despidiese... Era una gracia
que en aquel momento se convertía en cruel sarcasmo, trá-
gico y horrible.
Entonces entraron dos hombres en la alcoba: Augusto
Monpavón y un médico militar.
Como si la enfermedad quisiera presentarse en aquel instan-
te en todo su esplendor y apogeo, reapareció con más fuerza
que en un principio, y volvió la tos seca y metálica del dego-
llado, la estrangulación del ahorcado la desesperación...
Jaime se volvió y miró á Augusto: reconoció al médico
militar, y en su cadavérico semblante se dibujó un gesto de
agradecimiento. En su inteligencia chocaron bestial beso dos
ideas distintas: su aborrecimiento á Monpavón centuplicado
por el reciente crimen, y una gratitud inconsciente que brotó
como una chispa de un pedernal, al verle, olvidado de todo,
mirar con interés al niño moribundo, y aun rodar por sus
mejillas, ahumadas por la pólvora, dos lágrimas que salieron
brillantes de sus desencajados ojos, y conforme le escurrían
por la cara se hacían negras y dejaban blanco surco.
El médico reconoció con interés las partes dañadas: de su
examen surgió una mirada de desaliento á todos los circuns-
tantes. ¡Se muere! leyeron todos en ella. Pero ya que no de
salvarle, trató el médico de hacerle menos fatigosa la ago-
nía, y á fuerza de hilas y vendajes, fuertemente oprimidos al
cuello y tapando herméticamente la herida, consiguió que
Jesús respirase por la boca.
Descansó con esto un poco el niño, y sus párpados se en-
tornaron como si fuese á dormir. Jaime Parolla miraba ex-
tasiado al hijo de su hermana, con tal delectación de amar-
gura, que parecía un gran pecador, fanático cristiano mirando
lloroso los dolores de un Cristo en la cruz. ¿Cómo no había
de adorar al querubincillo de Jesús, brillante lucero de ale-
gría, si él estaba rodeado por todas partes de lobregueces?...
¡Pero qué trasformación más espantosa! Media hora bastó
para hacer de aquel hechicero conjunto de inocencias y her-
mosuras, un miserable cuerpo agonizante. ¡Qué pronto del
536 REVISTA CONTEMPORÁNEA

pobre Jesús no quedaría debajo del cielo más que un objeto


marchito é infecto, envoltorio de huesos ajado y desagrada-
ble del que con asco se apartarían los ojos! ¡y allá en la glo-
ria, qué pronto también una almita pura revolotearía entre
las regiones de querubines que adoran al Señor!...
El Mosén cayó de rodillas: cruzó los dedos de sus manos,
y dijo elevando la frente al cielo:
—¡Señor!... ¡mi vida por la suya!...
Y quedó apoyado en los bordes de la cuna, casi sin senti-
do; desde luego sin fuerzas para hablar ni una palabra más.
Mientras, los demás no descansaban un segundo. Augus-
to y el médico hablaban en voz baja. La Caspia y Brites se-
cundaban las órdenes que se les daban.
La figura que realmente era de admirar en aquel cuadro
de sombras que torpemente iluminaba la luz de la mañana
entrando brillante por las rendijas de la entornada ventana,
era la de Jaime vigilando las últimas palpitaciones de aque-
lla preciosa vida, previniendo los movimientos del diminuto
enfermo, y prodigándole cuidados, besos, auscultaciones...
De pronto se oyó un grito desgarrador, indefinible, trági-
co, más trágico que todos los gritos del universo, parecido á
roce de metales sin aceite... Luego nada más que un mur-
mullo de tenues notas... Después nada... porque los sollozos
no son ruido: son silencio. Jesús ya no se movía ni aun para
quitarse del cuello la pupa que le escocía; iba quedándose
frío, inmóvil, fatigado, inerte, vencido en la desesperada lu-
cha con la asquerosa muerte, que á puñados le echaba en la
cara frío sudor de ese que lanzado el último suspiro se con-
vierte en millones de gusanos... Y su cabecita con las gue-
dejas rubias empapadas en agua, iba haciendo un triste hoyo
en la blanda almohada, como si quisiera enterrarse en ella,
ó cual si fuese pedrusco de enorme peso que se hundiese en-
tre finísima arena...
El Mosén se llevó las manos á la propia garganta, como
queriendo sufrir el mismo dolor de Jesús. Su pena rayaba en
fiereza contra el mal, y el ascua de su mirada siniestra y de-
lirante, su boca seca, pálida, balbuciente, todo le colocaba
en la suprema crisis del dolor.
EL MOSÉN 537

Hubo una pausa corta en que Jesús entreabrió los ojos;


era el último brinco de la luz que se extinguía...
Cuando los cerró del todo, se oyó un ruido como el de
una vejiguilla que se rompe.
El médico dijo:
—¡Ya!...
Jesús era un cadáver.
Nadie se dio cuenta de lo que había pasado. Todos caye-
ron de rodillas. ¡Y todos rezaron!...
Algunos tiros se escuchaban aún en el pueblo.
Augusto fué á acercarse á la cuna para dar un beso á
Jesús.
—¡Quita!—rugió el Mosén.—¡Ya no es tuyo, ni mío, ni de
nadie!... ¡Ya es de Dios!...
Y cogiéndole por un brazo, lo arrojó lejos de sí.
Luego destapó las ropas que cubrían el cuerpecito del niño,
y lo palpó.
Ya era un mármol.
Tan sólo en el cuello conservaba algún calor, que, al fin,
desapareció también.
Miró el Mosén á Augusto, y le dijo sonriendo sarcásti-
camente y á media voz:
—¡Ya has enviado otro Parolla al cielo!...
ANTONIO VASCÁNO.

(Se continuará.)
CRÓNICA POLÍTICA

INTERIOR

Momento crítico y fusión imposible.—La ley de asociaciones y los oradores


del partido conservador.—Un discurso de alto sentido político.—Claridad
y patriotismo del Sr. Conde de Toreno.—Anuncio de reformas, respuesta
á cargos y desilusión de veleidades democráticas.— Inoportunidades del
Gabinete.—El dedo en la llaga y una estocada á fondo.—Mistificaciones,
oscuridades, combates y crisis.

ECLARACiONES Oportunísimas y luminosas de la


minoría conservadora no dejan en nadie dudas
acerca de la actitud y situación presente de las
fuerzas políticas desenvueltas en las actuales Cor-
tes. El momento crítico de las grandes dificultades para el
Gabinete ha llegado, y estaba previsto desde el momento en
que se presentaron al debate proyectos de ley, sobre cuya
oportunidad y conveniencia habían necesariamente de dis-
crepar las distintas agrupaciones que constituyen la ma-
yoría.
Querer infiltrar el espíritu del elemento democrático en le-
yes presentadas por un Gobierno en cuya conducta práctica
no aparecen más procedimientos que los conservadores; que-
rer amalgamar ideales auténticos, entregando fórmulas esen-
cialmente peligrosas y reformistas á Ministros que no han
CRÓNICA POLÍTICA 639

vivido ni pueden vivir en la artificial atmósfera de las odas


pindáricas, que tanto gustan al Sr. Moret; insistir, á nonjbre
de la disciplina de los partidos, en que aspiraciones y crite-
rios opuestos se fundan al calor de la benevolencia del señor
Castelar, es tanto como pedir lo imposible.
La ley de asociaciones ha venido á poner en evidencia las
divisiones entre hombres y procederes, contribuyendo prinei-
palisimamente la minoría conservadora á deslindar el campo
y á precisar los deberes de todos los hombres de gobierno,
cuya misión es siempre prescindir de criterios mezquinos en
todo lo que afecta á la armonía de los derechos del ciudada-
no y á la defensa de las instituciones.
No podrá ciertamente ser responsable la minoría conserva-
dora de los peligros próximos ó remotos que se presenten en
el porvenir. El Sr. Villaverde señaló perfectamente los lími-
tes que separan las asociaciones lícitas de las ilícitas, distin-
guió los derechos políticos de los naturales, y pidió justicia
para las asociaciones de carácter religioso, que se intentaba
dejar fuera de la ley con inexcusable olvido de los progresos
jurídicos y hasta de las teorías políticas de nuestra época.
El Sr. Marqués de Vadillo hizo observar los peligros de cier-
tas asociaciones que mañosamente y en la oscuridad disfra-
zan sus anárquicos planes. El Sr. Diez Macuso puso de ma-
nifiesto el abandono en que podía dejar á las instituciones una
legalidad deficiente y sin criterio fijo.
Por último, el Sr. Conde de Toreno, en una peroración de
alto sentido político y digna de uno de los estadistas más pre-
visores y profundos, ha dado el golpe de muerte á la malha-
dada ley de asociaciones.

La claridad del ilustre Sr. Conde de Toreno y sus t e r m i '


nantes manifestaciones corren siempre parejas con la noble-
za de su serio carácter y la fe que anima todas sus palabras,
inspiradas en su ardiente amor al trono.
«Hemos declarado, decía, que cuando llegue al poder
540 REVISTA CONTEMPORÁNEA

nuestro partido, gobernará con las leyes que encuentre esta-


blecidas; pero esto no obsta para que, sin un propósito de
escuela, sin un afán de reformar inmediatamente lo que en-
cuentre establecido, el partido liberal conservador se propon-
ga, como se proponen siempre también todos los partidos de
gobierno, reformar tan inmediatamente como le sea posible
y por los procedimientos legales, esas leyes, si este partido
encontrase en su práctica las diíicultades reales y verdaderas
que encuentra en su teoría para el buen ejercicio de las tareas
del Gobierno.
Contundentes fueron las razones con que el Sr. Conde re-
batió los cargos que al partido conservador han pretendido
dirigirse por el uso que hizo del art. 22 de la ley provincial,
como si ésta no fuese hechura del partido fusionista, que á
cada momento invoca dicho artículo para fortificar su acción
y la de sus delegados.
Hizo notar que la ley de asociaciones nacía sin autoridad,
puesto que ni siquiera merece ser apadrinada por el Sr. Mi-
nistro de la Gobernación. «La ley que se discute, dijo, es una
ley fundada en los principios más democráticos y más radi-
cales: es una ley que viene á ser como el contrapeso de otros
actos y de otros hechos realizados por el Gobierno, en un
sentido de mayor defensa de la sociedad, y con cierta tenden-
cia conservadora. Habréis observado, señores diputados, que
se está verificando con relación á esta ley una cosa verdade-
ramente extraordinaria. El Sr. Ministro de la Gobernación,
que ha llevado constantemente en esta Cámara la voz siem-
pre que ha sido necesario reforzar los resortes de gobierno, y
siempre que ha sido necesario dar una interpretación con un
colorido algún tanto conservador á una medida ó á un acto
del Gobierno; el Sr. Ministro de la Gobernación, que no ha
faltado nunca cuando de eso se ha tratado, ahora que se tra-
ta de una ley de carácter esencialmente democrático y radi-
cal, el Sr. Ministro de la Gobernación, que es el que en últi-
mo término ha de aplicar esta ley cuando llegue el caso, no
parece casi ningún día por ese banco, no ha tenido á bien
decir una sola vez cómo piensa y cómo interpreta las dudas
que aquí han ocurrido, y ha venido á sostener el debate con
CRÓKICA POLÍTICA 54I

el criterio que es propio, con un criterio democrático, el se-


ñor Ministro de Estado.»
Tiene el hábil orador de la minoría singular empeño en
hacer notar que el Sr. León y Castillo rehuye comprometer
su opinión desde el banco de los Ministros, sin duda alarmado
ante el hecho de que todas las explicaciones dadas durante el
curso del debate de la ley, han sido verdaderos avances en
sentido democrático y radical. A este propósito, advertía el
digno expresidente del Congreso:
«La ley llega á tal extremo en este punto, que una enmienda
que establecía lo que vulgarmente se dice algún tornillo que
poder apretar en casos dados, presentada por el Sr. Castelar
y sus amigos, fué admitida; que posteriormente, en el día de
ayer, se han retirado artículos á los cuales había presentado
enmiendas el Sr. Castelar, y apenas apoyadas con brevísimas
palabras por uno de sus amigos, por el Sr. Alvarado, fueron
retirados los artículos para introducir en ellos alteraciones en
el sentido de las enmiendas, que sin duda han debido complacer
á los firmantes de las mismas. En cambio, nosotros, que hemos
á presentado diferentes enmiendas, no con el propósito de que
la ley resultara en absoluto una ley completamente á gusto
del partido liberal conservador, sino con el objeto único y
exclusivo de que se introdujera en ella alguna alteración que
pudiera' dar á este Gobierno y á los sucesivos medios de
defensa en contra de asociaciones que pretendieran alterar la
sociedad; medios de defensa contra asociaciones que preten-
dieran variar la forma de gobierno; y por último, esta enmienda
mía, que tiende á dar al Gobierno los medios de defenderse de
aquellas sociedades que pudieran ofrecer algún temor contra
la seguridad del Estado, ninguna, absolutamente ninguna de
estas enmiendas, ha sido admitida por esa Comisión ni por
ese Gobierno.»
El espíritu del Sr. Castelar es, como al principio hemos
dicho, el triunfante en todas las reformas de que se dice autor
el actual Gabinete.

*
* *
542 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Terminantes fueron también las declaraciones del señor


Conde de Toreno respecto de la actitud del partido conserva-
dor ante la inoportunidad del proyectó de que se trata. Me-
recen consignarse, tanto por la mucha luz que nos dan, como
por lo que habremos de referirnos á ellas en lo sucesivo.
He aquí los párrafos más salientes:
«Dando á este debate, como se le viene dando, no sé con
qué intención, un colorido marcadamente democrático y ra-
dical, un distinguido individuo de la comisión, el Sr. Mella-
do, sin venir á cuento, insistió mucho, y se ha insistido des-
pués, en que, por efecto de esta ley, el partido liberal conser-
vador rompía, lo que no nosotros, sino ciertas gentes, han
dado en llamar nuestra benevolencia. Nosotros, ni por esta
ley ni por nada variaremos en nuestra conducta; porque nues-
tra conducta es bien clara, y bien claramente se ha manifes-
tado por quien debía hacerlo, en tiempo oportuno en este
sitio; nosotros, desde el primer día hemos dicho que apoya-
ríamos en todo lo fundamental, en la defensa de las institu-
ciones, en la defensa del orden público, en la defensa de todo
cuanto fuera necesario para que pudiera gobernarse, al Go-
bierno que ocupara ese sitio, y que le combatiríamos siempre
que encontrásemos que obraba con una debilidad impropia de
un Gobierno; pero al mismo tiempo hemos mantenido al lado
de esta aseveración nuestra resolución desde el primer día de
que cuando se llegaran á tratar en este sitio cuestiones de
principios, traducidas en leyes 6 en disposiciones de cualquie-
ra clase, siempre que disintiéramos, como era probable que
con frecuencia sucediese, siempre vendríamos á mantener
nuevamente los principios de gobierno del partido liberal con-
servador.
»Se ha dicho, señorea diputados, que, dada la tranquilidad
de los tiempos, dada la normalidad de los sucesos y el modo
de existir el país, había llegado ya el momento de ir dando á
ciertas libertades mayor amplitud; y que en este sentido, esta
era una de las leyes que venían á realizar este propósito,
porque sin duda alguna no podía encontrarse ocasión más
propicia para este objeto. En primer lugar, no son estos
tiempos tan pacíficos ni tan normales como se requerirían
CRÓNICA POLÍTICA ¿43
para pruebas de tal trascendencia; pero además es imposible
de todo punto que, porque un espacio de tiempo sea relativa-
mente pacífico, sea dable lanzarse en lo que nosotros pudié-
ramos llamar aventuras, siquiera no fuesen extremas, que
vayan facilitando al propio tiempo, sin tener medios de de-
fensa de ninguna especie, el que estos tiempos tan pacíficos
vayan poco á poco mudándose y convirtiéndose en menos pa-
cíficos, y que aprovechando el abandono ó la laxitud que se
vaya concediendo por medio de esta y de otras leyes, los
tiempos pacíficos se conviertan en turbulentos, sin que haya
recurso alguno que poderles aplicar para evitar los males que
puedan traer consigo, y que no sea preciso acudir á extremos
que los Gobiernos se han visto en muchas ocasiones obliga-
dos á aplicar, y no Gobiernos reaccionarios ni conservadores,
sino Gobiernos de todos los colores políticos, porque cuando
las circunstancias llegan á ciertos límites, ya lo decía ayer
mi amigo el Sr. Diez Macuso en el discurso que tan brillan-
temente pronunció, cuando llegan casos de cierta naturale-
za, todos los Gobiernos son ó deben ser iguales, ó gobiernan
ó no gobiernan, y si gobiernan no tienen más que un proce
dimiento para verificarlo, y es el de hacerse obedecer y hacer
cumplir, no sólo los preceptos legales, sino hacer respetar los
más sagrados y levantados intereses del país.
»Hoy, con no querer admitir ningún resorte, que en su
día podía aprovecharse como medio de defensa de la sociedad
y de las instituciones, vendrá la necesidad de acudir mañana
á otros preceptos más duros y más terminantes que existen
en las leyes, cuya aplicación no sólo envuelve el que se sa-
crifiquen una ó más libertades consignadas en la Constitu-
ción, sino la necesidad de tener que suspenderlas todas ellas
por algún tiempo. Y si no, señores diputados, os bastará el
recuerdo de que, apenas promulgada la Constitución de 1869,
sus propios autores, el propio Sr. Presidente del Consejo de
Ministros actual, tuvo que dictar una circular acerca de la
cual ya se han ocupado otros señores diputados, en la que se
restringían más de lo que la Constitución y el Código permi-
tían los moldes en que podían moverse las asociaciones.»
Supo el Sr. Conde de Toreno poner el dedo en la llaga,,
544 REVISTA CONTEMPORÁNBA

demostrando que los liberales no han aplicado siempre el es-


píritu de la Constitución de 1869 en las interpretaciones de
la de 1876, y que se han dado casos en que los que procla-
man que es preferible el sistema represivo al preventivo, se
apresuraron hasta á decretar la suspensión de las garantías
constitucionales. Acentuó sus censuras ante las vaguedades
que han partido del banco de la comisión, vaguedades graví-
simas que pueden en lo futuro ser cabos sueltos para autori-
zar mistificaciones que redundan siempre en desprestigio de
la ley. La comisión ha sostenido que el Estado y la socie-
dad tienen siempre un recurso supremo, y este recurso con-
siste en suspender las garantías constitucionales, y por este
procedimiento evitar los daños, evitar los perjuicios que una
6 más asociaciones pudieran causar, aun no habiendo, como
no hay, dentro de esta ley medios para reprimir los abusos de
una manera pronta, eficaz y poderosa. Es decir, que por no
poner un límite, relativamente pequeño, que alcance á conte-
ner, á regularizar y á impedir los abusos del derecho de aso-
ciación, se cree que es más cómodo, que es mejor, que es
más práctico, que es más liberal, en último término, aprove-
charse de la suspensión temporal, tan larga como se crea
conveniente y prudente por parte del Gobierno, no ya de uno
de los derechos, sino de todos los derechos que la Constitución
encierra.
*
* *

Elocuentes han sido las conclusiones del orador, y sus lea-


les consejos no han podido menos de dejar honda impresión
en la Cámara.
Añadió las siguientes frases con natural energía, compren-
diendo toda la gravedad de la situación actual, y sin partici-
par de ilusiones impropias de un hombre de Estado acostum-
brado á medir tbdo el alcance de los problemas que se en-
cuentran sobre el tapete:
«Yo os digo desde ahora, yo llamo vuestra atención, y
llamo muy particularmente la del Sr. Presidente del Consejo
de Ministros, que lo mismo que su compañero el Sr. Ministro
CRÓNICA POLÍTICA 545

de Estado, con ra^ón se preocupa de la cuestión europea, de


la cuestión que está en la atmósfera en este continente, para
que medite un poco antes de lanzar tan fácilmente, por ento-
nar un himno á la libertad y á las ideas democráticas una ley
como esta en estos momentos que, como digo, son más deli-
cados quizás que ningunos otros por los que podamos pasar
€n lo porvenir.
«Entrando ya en otro orden de consideraciones, os debo re-
cordar que mientras una nación entera esté bajo el peso del
temor que inspiran unos pocos, preciso es que aquellos que
están amenazados, que somos la inmensa mayoría, pongamos
los medios indispensables para que tengan los Gobiernos me-
dios necesarios para hacerse temer de aquellos que no con-
sienten que haya una normalidad completa y absoluta dentro
del país.
))E1 Sr. Mellado decía que viésemos lo que ocurría en el
Reino Unido, en Inglaterra; que en el Reino Unido se dis-
frutaba de toda clase de libertades, y que á nadie se le ocu-
rría emplear medidas duras, medidas violentas para conseguir
y ordenar el ejercicio de los derechos, y que en Irlanda, donde
se aplicaban leyes duras, leyes enérgicas, leyes preventivas y
represivas, la situación era completamente distinta, sin que
se lograra con esto evitar aquellos trastornos. Yo digo que
esto que á primera vista tiene cierto viso engañoso es, por el
contrario, un ejemplo en contra de las aseveraciones del se-
ñor Mellado, y la razón es bien sencilla.
«¿Qué Gobierno es el que rige el Reino Unido? ¿Qué Go-
bierno es el que rige los destinos de Irlanda? ¿No es un mis-
mo Gobierno? Pues si el mismo Gobierno concede más liber-
tad en uno que en otro sitio, es porque se ve en el caso de
reprimir, y reprimir con mano dura, ciertas perturbaciones
que tienen lugar en Irlanda.
«Pero, señores diputados, el Sr. Mellado, y aquí traigo es-
crita la frase, todo esto lo resumía diciendo que «los hom-
bres libres prefieren el amor de los unos y el respeto de los
otros.« Yo oía á S. S. y, sin negar esta aseveración, con la
cual estoy conforme, me parecía que era así como una con-
secuencia y un deje de aquel famoso artículo de la Constitu-
TOMO LXV.—VOL. V. 35
546 REVISTA CONTEMPORÁNEA
ción de 1812, que prescribía que todos los españoles debían
ser justos y benéficos; me parecía que tanto tiene de práctica
la frase del Sr. Mellado, como de real la antigua de nuestros
padres en la Constitución de 1812.
«¡Dios quiera que no sea tan necesario borrar del Diario de
las Sesiones la frase de S. S., como los legisladores se vieron
más adelante obligados á borrar la frase que nuestros pa-
dres con tanto entusiasmo estamparon en la Constitución
de 1812!
»Concluyo, señores diputados, diciendo con toda sinceridad
que nosotros hemos venido aquí á discutir lealmente, ante el
país, este proyecto de ley que ha presentado el Gobierno; que
discutiremos lo mismo todos los que en lo sucesivo se pre-
senten, haciéndolo con la brevedad que sea compatible con
la importancia del asunto, y en términos tan prácticos como
lo venimos haciendo con este que hoy está sometido á nues-
tra deliberación: combatiremos manifestando nuestros prin-
cipios enfrente de los vuestros; pediremos, si no el que se
conviertan en leyes, cuando haya entre nuestros principios y
los vuestros tanta distancia como en el caso actual, que se
admitan dentro de ellas algunos resortes que permitan que
de buena fe, aunque de buena fe se sostiene esto, pero que
con completa exactitud y sin error se diga que lo mismo pue
dan servir para que vosotros gobernéis desde ese banco, como
el día de mañana el partido liberal-conservador pueda hacer
uso de ellas, con todo el éxito que es de desear que se apli-
quen siempre las leyes; discutiremos, como lo hacemos aho-
ra, primero sobre la totalidad, y después presentando en-
miendas que conduzcan á que pueda haber alguna inteligen-
cia, cuando esto sea dable, entre vuestros medios de gobier-
no y los nuestros; y después de expuestos nuestros princi-
pios, y después de pediros que vengáis á coincidir con
nosotros en lo que es común á uno y otro partido; después
de pediros, como en este caso, que nos defendáis ya de la
irrupción dé verdaderos vándalos reunidos en una sociedad
anatematizada por el mundo entero, ya contra aquellos que
puedan trabajar á favor de la sustitución de una forma de
Gobierno por otra, y que para ello existan dentro de la ley,
CRÓNICA POLÍTICA 547

sin violencia de ninguna especie, algunos resortes que á vos-


otros y á nosotros nos permitan defender en casos precisos
la seguridad del Estado, nosotros dejaremos pasar vuestras
leyes y desearemos habernos equivocado y que vosotros ten-
gáis razón, porque, al fin y al cabo, todos deseamos la pros-
peridad del país y el engrandecimiento y la defensa de las
instituciones fundamentales.»
No puede ser más explícita la peroración del Sr. Conde de
Toreno. El partido conservador apoya en lo necesario, tran-
sige en la accidental, pero no se halla dispuesto á desampa-
rar en ningún caso ni circunstancia su bandera. Pospone in-
tereses personales, pero jamás los principios, que hasta aquí
tuvieron virtualidad bastante para contener audacias é impe-
dir que los motines se condensen ó las sediciones estallen.
No quiere hoy el poder, y lamenta las dificultades del Ga-
binete y las tendencias anárquicas que nacen de la tensión
manifiesta en las relaciones entre la derecha y la izquierda
de la mayoría, relaciones tirantes que ponen en zozobra la
nave del antiguo partido fusionista, con sobrado lastre demo-
crático sin duda alguna.
Se impone como una necesidad de la situación el deslinde
de los campos, y es bien seguro que la palabra crisis que ya
empieza á circular, habrá de presentarse pronto como un
hecho inevitable, por la fatalidad misma de un Gobierno no
informado en principios invariables, sino en sutilezas y de.
negaciones que no satisfacen siempre las necesidades del
país, necesidades únicas que sostienen la magnanimidad de
sus adversarios.
A.
REVISTA EXTRAN7ERA

rranquilidad relativa.—El septenado y el triunfo de León XIII.—Insurrectos


contra insurrectos.—Asuntos de Marruecos.

ONCLUYERON las noticias alarmantes acerca de la


proximidad de una guerra europea, habiendo sido
inútiles para mantener aquella agitación ficticia
ciertos pormenores que se han inventado después
sobre la salud del anciano Emperador Guillerno, los telegra-
mas ingleses respecto de las consecuencias de la sublevación
de Bulgaria, los pronósticos de temidas alianzas y hasta el
desenlace de la prolongada crisis en Italia.
El Reichstag del Imperio alemán votó el septenado con
una mayoría inmensa. El Canciller Bismarck cuenta con los
créditos militares que deseaba durante siete años, y si la paz
dependía de este acto importante, ya puede decirse que la
paz queda definitivamente asegurada.
El Imperio se manifiesta cada vez más condescendiente y
benévolo con las fuerzas que aparecen refractarias á las revo-
luciones y á todas las vicisitudes bruscas. El protestante Em-
perador se ha inclinado ante el poder del Papa, agradecién-
dole su intervención moderadora en la actitud de los católicos
alemanes.
REVISTA EXTRANJERA 649

Es también significativo el discurso pronunciado por


León XIII, al contestar á los Cardenales que le felicitaron
en el aniversario de su exaltación al trono pontificio. No ha
ocultado el Papa que reivindicaba su independencia temporal;
pero ha procurado al mismo tiempo tranquilizar á Italia res-
pecto de las consecuencias del cambio que espera. Reclama
el Papado toda su libertad, su seguridad é independencia para
poder ejercer su misión bienechora y esencialmente pacífica.
La Alemania unitaria, acordándose de su acción histórica
en el Imperio germánico y de las elocuentes lecciones de los
siglos, ha querido ahora apoyarse en el poder indestructible
que aún tiene su asiento en Roma.
El hecho tiene una significación incontestable, sobre todo
después del arbitraje de la Santa Sede en la cuestión de las
Carolinas. Grandioso es en efecto el espectáculo de un Em-
perador casi omnipotente, sometiéndose á las decisiones de
un soberano de paz, sin poder temporal, soberano que impera
únicamente en el reino de las almas, y más venerado, no obs-
tante, que los más poderosos Reyes y Emperadores.

La Regencia búlgara, compuesta de insurrectos favoreci-


dos por las circunstancias, acaba de reprimir y castigar con
crueldad inaudita otra rebelión encaminada á destruir un po-
der usurpado.
Se desarma la milicia en Sofía, actúan consejos de guerra
verbales, son varias las víctimas, y el terror reina en el
pueblo.
No se se cree, sin embargo, que estos acontecimientos pro-
voquen una intervención inmediata; pero las vagas y contra-
dictorias noticias que circulan acerca de nuevas inteligencias
y significativas alianzas, nos permiten confiar en que este
estado de violencias se aproxima á un término que nunca
podrá significar el triunfo definitivo de la perturbadora políti-
ca de Inglaterra en los Balkanes.
55o REVISTA CONTEMPORÁNEA

Afectan sobremanera á España los asuntos de Marruecos,


poco debatidos ciertamente por nuestra prensa política y me-
recedores de más atención todavía.
Se ha visto con gusto que un periódico andaluz, perfecta-
mente informado de ordinario, publica una carta de Oran en
que se desvanecen las impresiones que en otras corresponden-
cias se recibieron de Tánger.
Sobre la rectificación de la frontera argelina, dice el co-
rresponsal que la cuestión está aplazada y que debe conside-
rarse prematuro cuanto se diga de la anexión del Muluya y
del Isli, pues aunque los franceses pudieron enarbolar el pa-
bellón tricolor sobre la alcazaba de Uchjda en la primavera
del año pasado, cuando la expedición del General Gand, hoy
no podrían verificarlo sin tropezar con las dificultades que
les levantaría la susceptibilidad de las potencias mediterrá-
neas, y sobre todo la de España.
La carta de Oran concede mucha importancia á la cons-
trucción del ferrocarril de Arzen-Mecheria, donde, por cierto,
hay muchos colonos españoles, y que no es sólo una línea
estratégica, sino también una vía comercial de gran porve-
nir, puesto que el aduar de Ain Sefra, término por ahora de
aquélla, dista sólo del oasis de Figuit uno ó dos días de mar-
cha, encontrándose entre ambos puntos una serie de pobla-
ciones de fácil acceso. Ya se sabe que Figuit es siempre un
centro de importancia comercial, porque en él tocan las ca-
ravanas que atraviesan del Este al Oeste y las que proceden
de Tafilete, de donde nace el interés de Francia en apoderarse
de este punto.
Las tribus que habitan aquella parte abrigan una descon-
fianza invencible acerca de los propósitos del Gobierno fran-
cés respecto al oasis de Figuit, y las agresiones de que ha-
' biaba La Temps son consecuencia del temor permanente de
una sorpresa. El año pasado el destacamento que ocupaba
la torre, al Sur de la provincia de Oran, hubo de ser abando-
nado por la hostilidad de los indígenas. Era este fuerte un
puesto avanzado en el Sur oranés por donde Francia se
obstinaba en abrir salida á sus productos; mas los beduinos
no lo consideraban como una estación de avance de intereses
REVISTA EXTRANJERA 551

comerciales, sino como un peligro de otra índole, que á toda


costa se empeñaron en conjurar, pues no sólo lo miraban
como una amenaza constante sobre el oasis de Figuit, sino
que estaban persuadidos de que, apoderados los franceses de
éste, lo que podrían lograr el día menos pensado, además de
liacerse dueños de todo el comercio de Tafilete y de dominar
el Sus desde la cuenca del Draa, podrían inevitablemente di-
rigir hacia el Sudeste su objetivo de expansión territorial por
los dominios scheriffianos. Este temor no se abriga sólo por
los salvajes beduinos habitantes del oasis, sino por la misma
corte de Muley Hassan. Por esto hace pocos días se ha orde-
nado la construcción de una amplia alcazaba en Tedia, que
pueda servir en todo evento de base de resistencia contra las
tropas que, atravesando el Atlas, intentasen penetrar en el
corazón del Imperio.
El Gobierno marroquí sabe que, perseverando en los pro-
pósitos que denunciamos, las autoridades de la colonia fran-
cesa han practicado por el lado de Lalla Marnia reconoci-
mientos, han hecho estudios y se trata de construir algunos
pequeños fuertes ó garitones que faciliten la vigilancia del
territorio de Uchjda. Así, pues, debe suponerse que la expe-
dición que, con el Sultán á la cabeza, se dispone á visitar
aquella frontera, y que por las gestiones del Gobierno fran-
cés se halla detenida en Fez todavía, va animada indudable-
mente, no sólo del deseo de satisfacer las exigencias de Fran-
cia sobre los díscolos subditos del Scheriff, habitantes del
oasis mencionado, sino el de poner aquel lado del Imperio á
cubierto de los temores que despiertan y de los peligros que
promueven las intenciones invasoras que se atribuyen á sus
vecinos de la colonia francesa.
No debe el Gobierno español perder de vista movimientos
ni manejos que de una manera sobradamente ostensible in-
fluirían en nuestros intereses, perjudicando quizás derechos
históricos é innegables.
El periódico de Tánger Al-moghreb Al-aksa inicia un pensa-
miento cuya utilidad demuestra con numerosos datos: la
construcción por alguna empresa española de un ferrocarril
económico entre Ceuta, Tetuán y Tánger, cuyo recorrido se-
552 REVISTA CONTEMPORÁNEA,

lía de unos 90 kilómetros, el cual aseguraría, desde luego,


un buen servicio de correos en lugar del que hubo que aban-
donar por deficiente; daría vida á Ceuta enlazando esta plaza
con los dos centros de más importancia mercantil del Norte
de Marruecos, y desarrollaría infinitivamente las transac-
ciones.
Esto sería más digno—dice el colega—que lamentar in-
útilmente que una empresa inglesa haya establecido la comu-
nicación telegráfica entre Marruecos y Europa, y que otras
naciones como Italia, Alemania, los Estados Unidos, pro-
muevan ventajas comerciales y de influencia que pongan en
grave aprieto la apática acción moral de los españoles en
África.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO ^'>

Schools of Forestry in Ger- Aschaffenburg; y las clases de la


m a n y , by yohn CrounMe Brown, ciencia de montes, que hay en la Uni-
LL. D. Hdinburgo, i88y.—Un tomo versidad de Munich; la.Escuela de Ho-
en 8.° de 2^2 páginas.—Precio.^ 6,2J henheim; la instrucción forestal, que
pesetas. se da en la Politécnica de Carlsruhe;
Pocos meses hace aún que elogiá- las condiciones necesarias para ingre-
bamos en este mismo BOLETÍN al in- sar en el cuerpo de ingenieros de
signe Dr. Brown por su actividad montes de Alemania y las estaciones
prodigiosa, fecundo ingenio y extraor- de experimentos forestales que exis-
dinario saber. Hoy tenemos que de- ten en varios puntos de aquella na-
dicar de nuevo algunas líneas á otro ción.
libro que acaba de dar á luz, firme en A manera de apéndice, trata el di-
su propósito de que se establezca en ligente Dr. Brown del sitio en que
el Reino Unido una Escuela de Mon- convendría fundar en Inglaterra la
tes. Exacta é interesantísima es la Escuela de Montes y organización de
descripción que hace de las Escuelas la enseñanza; cita á la Escuela de
de Montes de Alemania, empezando Montes de España como modelo que
por la de Thar^ud, que fundó el céle- debería tenerse presente; demuestra
bre Cotta en ZiUbach, reglamentos que muchas de las obras que en nues-
por que se rige, numero de alumnos tro país se han publicado sobre daco-
que han asistido á sus cátedras, etc. nomia, conviene vértelas al inglés y
Reseña luego las academias forestales enumera las cuestiones que está dis-
de Neustadt-Eberswalde, Munden y puesto á desarrollar en confirmación

( I ) LOS autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio cri-
tico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
554 REVISTA CONTEMPORÁNEA
de su parecer y para ilustrar tan im- de las regiones á que se contraem
portante materia. describe su monumentos, traza los
Es verdaderamente honroso para planos de las capitales y poblaciones
KspaCa que un naturalisla tan ilustre de alguna importancia, recuerda las
como el Dr. Brown se fije en nuestra vicisitudes por que las diferentes co-
Escuela del Escorial y quiera que sir- marcas han pasado, da una idea de la
va como tipo para la de su patria. topografía general, ilustra con profu-
Hombres de la fe del respetable doc- sión de excelentes grabados el texto,
tor Brovín, que ha escrito muchas y estudia las carreteras y las produc-
notables obras científicas, y que en el ciones naturales, el comercio y la in
prólogo de la que motiva estos ren- dustria, demostrando la variedad y
glones anuncia ya que está terminan- amplitud de sus conocimientos, y la
do otra, aparte de las que tiene pre • suma diligencia con que reúne toda
paradas, son, por desgracia, bien es- suerte de datos y noticias para el
casos. La constancia con que persi- mejor éxito de su obra.
gue el establecimiento de una Escuela Al volumen I, que es el relativo á
de Montes en Edimburgo, y la bon- las zonas central y septentrional,
dad de su causa, nos hacen confiar precede un discreto prólogo en el
que no tarde en ver realizados sus cual refiere los esfuerzos que ha ne-
deseos. cesitado hacer y señala como posible
la existencia de algunos lunares en
su obra, modestia que es digna de
Nueva Guia de! viajero en Es- encomio. Después hace una breve re-
paña y PurtngaA, pur D. EMILIO seña histórica é incluye además uu
VALVERDE Y ÁLVAREZ.—Midrid, mapa general de la Península, de co
JSS7. lores y bien grabado.
Antes de ahora hemos tenido oca- A no haberse prodigado tanto la
''ión de aplaudir el acierto con que frase, diríamos que la Guía del señor
trabaja el entendido oficial Sr. Val- D . Emilio Valverde ha venido á lle-
verde, auien echó sobre sus hombros nar un vacío, que há bastante tiempo
la tarea de componer una guía com- se dejaba sentir, porque no teníamos
pleta y fiel de nuestro país. ningún libro que en pequeño volu-
A más de los cuadernos de que men, describiera nuestro país, por lo
anteriormente hablamos, ha dado á cual había que recurrir á guías ex-
luz los tres correspondientes á las tranjeras, rara vez exactas.
Provincias Vascongadas y Navarra; ¿Cómo no hemos de aplaudir al
antiguo reino de Galicia y principado ilustrado oficial Sr. Valverde después
de Asturias, que comprende las pro- de haber apreciado las cualidades que
vincias de Coruña, Lugo, Pontevedra, avaloran su trabajo y le hacen com-
Orense y Oviedo; y antiguo reino de parable con el que para otros países
Aragón, que comprende las de Zara- ha hecho el célebre B^deker?
goza, Huesca y Teruel. Con los dos
primeros, termina el primer volumen,
de 915 páginas, y con el tercero, Théorie et applications des
comienza el segundo. En todos los equipollences, par C.-A. Laisant,
cuadernos hace breve reseña histórica député, doteeur es Sciences, anden
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 555
éíeve dítEcole Polytechnique.—París, cualesquiera; luego, representándolas
GAUTHlKR-Virx\KS, Quai des Au- por notaciones, que implican á la vez
gustíns^js, i88y. — Un tomo en 4." la magnitud y la dirección y tratando
de sgg páginas y ys figuras.—Precio, de expresar las relaciones geométri •
6 pesetas. cas que ligan entre sí á las diferentes
Muchas veces al pasar la vista po^^ partes de las figuras planas, se llega
notables obras que se publican fre- á establecer un cálculo que está so-
cuentemente en Francia y en Italia, metido á las mismas reglas que el al-
naciones que tantos puntos de contacto gébrico ordinario. Infiérese de aquí,
tienen con la muestra, nos hemos pre- que de este modo se posee un instru-
guntado: jpor qué serán tan pocas mento analítico fácil de manejar y
las obras de valer que acerca de asun- cuyo uso es muy general en lo que á
tos científicos se publican en nuestro la geometría plana se refiere.
país? ¿Cuál será la causa de que allen- En el libro, objeto de esta nota
de el Pirineo salgan á luz cien obras bibliográfica, representa Mr. Laisant
sobre matemáticas por cada una de las cantidades imaginarias por medio
las que en español se escriben? V, de rectas inclinadas, trazadas en un
francamente lo confesamos, todavía mismo plano, colocándose francamen-
no hemos acertado á encontrar la te en el campo de la geometría sin
explicación de ésta, á nuestro juicio, preocupaciones analíticas.
chocante anomalía. Acaso no dejen En la primera parte estudia la adi-
de influir en aquel resultado la mane- ción, suslración, multiplicación y di-
ra como está organizada la ensenan - visión de rectas, presentando los prin-
za y el poco aprecio que suele hacer- cipios en que se funda esta ciencia,
se de los libros que los españoles pu- relativamente moderna, y distinguién-
blican. dose el autor por la sencillez y ele-
En Francia hasta los hombres po- gancia con que expone y demuestra
líticos, como M. C. A. Laisant, no los teoremas. En la segunda parte,
dejan absorber toda su atención por consagrada á las aplicaciones de las
la cosa pública y redactan libros tan equipolencias, describe los procedi-
interesantes y meditados como la mientos generales, considera diver-
Teoría y aplicaciones de las equipo- sos ejercicios y examina las aplica-
lencias. Tiene por objeto este método caciones al triángulo y á los polígo-
constituir un sistema de geometría nos, áreas de las figuras planas, cues-
analítica que permita expresar direc- tiones de geometría superior, aplica-
tamente las propiedades de una figu- ciones á la teoría de las curvas, trans-
ra plana por relaciones sometidas á formaciones, y, finalmente, aplica-
las reglas del cálculo algébrico. Be- ciones cinemáticas.
llavitis, en Italia, y Laisant en Fran- Se deduce de esta rapidísima enu-
cia, son los que más poderosamente meración de los asuntos en que se
han contribuido á que se conozca y ocupa M. C.-A. Laisant, que su libro
acredite el método de las equipolen- sóbrela Teoría y aplicaciones délas
cias. equipolencias, encierra especial interés
Digamos, en esencia, á lo que se para cuantos deseen estar al corriente
reduce éste. Se consideran rectas tra- del progreso de las matemáticas en
zadas en un plano en direcciones la época actual, porque si al pronto
556 REVISTA CONTEMPORÁNEA

parece extraña aquella teoría por su el otro, y de que esté empotrada por
novedad, se consigue dominarla en los dos extremos; vigas rectas conti-
breve, y enamora por la fecundidad nuas: principios generales relativos á
de sus aplicaciones. las vigas de sección constante ó va-
La hermosura de los tipos y del riable, con apoyos de nivel ó no, con
papel y la perfección de las figuras, ó sin empotramiento; principios ge-
dicen á voces que la obra se ha im- nerales relativos á las vigas de sec-
preso en los talleres del célebre edi- ción constante, en iguales condicio.
tor Mr. Gauthier-Villars. nes que las anteriores. Pasa después
á estudiar la influencia de una carga
dada y la influencia del desnivel de
los apoyos sobre una viga de sección
L a Statique graphique e t ses constante empotrada ó no por sus
applications a u x constructions, extremos; resuelve gráficamente los
par ÍAS.. MAURICE L Í V Y , membre de problemas más comunes relativos á
i Instituto ingénieur en chef des ponts las vigas continuas de sección cons-
et chaussées, etc. Deuxihne édition. tante que están sometidas á cargas
II partie. París, Gauthier-Villars, fijas; hace atinadas consideraciones
iSSó. Un tomo en 4° deJ4¿ pági- acerca del empleo del cálculo en el
nas y un atlas de XXXII láminas. estudio de una viga, puntos y líneas
En la REVISTA CONTBMPORXNEA de iníiuencia, convoy móvil sobre
correspondiente al 15 de Diciembre una viga continua, vigas de secciones
último se trató extensamente de la variables, y, por último, expone en
magnífica obra de Mr. Lévy sobre una nota el método de Mohr para la
Estática gráfica, y se indicó el obje- construcción gráfica de los momentos
to de este cuerpo de doctrina, que ha de flexión sobre los apoyos de una
venido á facilitar en sumo grado la viga continua.
resolución de importantes problemas. En armonía con el mérito singular
Ahora ha salido á luz la segunda de la obra de Mr. Maurice Lévy,
parte, que dedica el sabio ingeniero están las condiciones tipográficas con
al estudio de la flexión plana, líneas que la presenta Mr. Gauthier-Villars.
de influencia y vigas rectas. Tanto las figuras intercaladas en el
Empieza exponiendo los principios texto, como las láminas, son una ma-
de resistencia de materiales que se ravilla de buen gusto y perfección.
refieren á la flexión plana en general, Antes de concluirnos cumple hacer
fijándose en cuantas circunstancias una declaración. Hemos sabido con
se relacionan con los mismos; trata júbilo que en la Academia de Inge-
á continuación de las líneas de in- nieros de Guadalajara hace años que
fluencia y de su empleo en el proble- se estudia buena parte de las cuestio-
ma general de la investigación de las nes que Mr. Lévy trata en su notable
posiciones peligrosas de un convoy. obra, y que sirve de texto en aquélla.
Hace aplicación á los problemas re-
lativos á la resistencia de materiales,
estudiando por separado los casos de
que la viga esté empotrada por un La Photographie astronomi-
extremo y apoyada simplemente por que a l'Observatoire de Paris et
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 557
la Carte du Ciel, par MR., LE CON- Mr. Augusto Dietrich, el excelente
TRE A M I R \ L E . MOÜCHEZ.—Paris, editor de las Poesías de Jacques Ri-
Gauthier- Villars, iSSy. — Un tomo chard, acaba de publicar una traduc-
en 8." de loy páginas y siete láminas ción de Las Mentiras convencionales
fotogí'ájicas. de nuestra civilización, por Max Nor-
El sabio director del Observatorio dau. El libro del médico filósofo ha
de París, reúne en un precioso tomito logrado en Alemania un éxito extraor-
una serie de notables observaciones dinario. En menos de dos afios se han
ilustradas con fotografías muy perfec- agotado doce copiosas ediciones. El
tas. Hace un resumen de los trabajos autor pasa en él revista á las princi-
anteriores, advirtiendo que es mucho pales instituciones del mundo moder-
lo que en estos dos últimos años se ha no: la constitución política, la monar-
adelantado en la aplicación de la foto- quía, la aristocracia, el matrimonio y
grafía al estudio del cielo, principal- las religiones, indicando con resolu-
mente por la habilidad de los señores ción cuales son las mentiras que, á su
Pablo y P. Henry que han ideado apa- juicio, se ocultan detrás de todas esas
ratos muy ingeniosos. Merced á esto, variadas formas de la vida moderna.
se ha podido acometer la colosal em- Debe el libro parte de su éxito á que
presa de formar un mapa completo de está escrito con mucha gracia, apesar
todas las estrellas, el cual constará de de lo seriamente que el autor estudia
1800 á 2000 hojas. Asi podrá estu- el asunto, como si haciendo traición á
diarse la distribución de las estrellas sus inquebrantables opiniones, hubie-
en el espacio, esto es, la coustitución ra querido escribir una brillante y
del universo visible, abriéndose nueva paradógica improvisación.
era para la ciencia astronómica. Mr. Dietrich ha tenido la fortuna
Trata Mr. Mouchez de los traba- de traducir correctamente la obra de
jos notabilísimos de los Sres. Henry, Max Nordau sin que pierda nada de
indica Lo que, á su parecer, guarda el su doble carácter. Muy al corriente de
porvenir á la fotografía del cielo, y las cosas de Alemania, opina, con
habla en detalle de la carta de éste. fundamento, que cuanto ocurre en es-
Como pensamos incluir en uno de los te país deben estudiarlo las naciones
próximos nitmeros de la Rf.vtSTA que deseen conocer bien la marcha de
CONTEMPORÁNEA una reseHa más de- aquel país.
tallada de la curiosa obrita del Almi- No Cabe duda de que se presta á
rante Mr. Mouchez, por eso nos con- acaloradas controversias el libro de
cretamos hoy á estas ligeras indica- Max Nordau, que puede combatírsele
ciones. desde diferentes puntos de vista; pero
R. A. nadie negará que es un trabajo nota-
ble, que se sale con mucho de lo vul-
gar, y que debe ser leído aun cuando
Les mensoTiges conventionnels no se compartan las ideas del autor.
de notre civilisation, ouvrage tra- S.
duit sur la douziéme édition alleman-
de,par AUGüSTE DIETRICH.—París,
IV, Hinrichsen, editor.— Un tomo en Felipe IV y Sor María cl«>
4.° de 400páginas,—Precio, 6pesetas. Agreda.—Estudio crítico por]OK-
558 REVISTA CONTEMPORÁNEA

QUÍN SJÍNCHBZ TOCA — Un tomo en tos ruinosos en fiestas y necios de-


S.°—Precio, s pesetas. vaneos, cuando á los soldados de
Si algún complemento pudiera fal- Flandes les decía un maestre de cam-
tar al bosquejo histórico del reinado po que se fumasen el hambre, al sa-
de Felipe IV por D . Francisco Silre- ber que carecían de vituallas; ningún
la, se hallará ciertamente en la obra error se omitió para acelerar la ruina
cuyo titulo antecede. La crítica es del Estado, con asentimiento popular,
digna del libro, y una y otro esclare- si bien padeciendo el mal, culpase á
cen puntos que la generalidad juzga- los hombres encargados de la gober-
ba por tradición vulgar, sin detener nación como responsables de su in-
su fallo ante los documentos y consi- tensidad.
deraciones que pudieran haberle co- Hasta nosotros han llegado ¡as fal-
rregido con mejor examen de las cir- sas inculpaciones; fuera de España
cunstancias en que se verificaron, las han acogido con afán; á rectifi-
pruebas concluyentes de los efectos carlas ha venido el Bosquejo del señor
de causas inevitables, antecedentes Silvela y la crítica del Sr. Toca.
que los hicieron sobrevenir y hasta Comienza este último encareciendo
preocupaciones de la época, influyen- la importancia de los estudios del
tes en gran manera en la suerte de primero, y después de lamentar en
los imperios y de los encargados de elocuentes frases la indiferencia que
regirlos. por los primeros se tiene, emprende
Pero esto es mucho. El reinado de un atinado juicio acerca del examen
Felipe IV fué bien desgraciado, y la del estado de la Monarquía al adveni-
desgracia lleva como aparejada acu- miento de Felipe IV y las necesida-
sación de culpabilidad para la voz des que se imponían para la conser-
común. Inútiles fueron las virtudes vación de nuestra Monarquía.
de varones eminentes en santidad; Dedícase después á manifestar que
ilustres héroes realizaron hazañas el Conde Duque ha sido juzgado con
inauditas; escritores insignes enalte- gran prevención, establece un parale-
cieron el idioma castellano, y artistas lo entre el Ministro español y Kiche-
sin ejemplo brillaron entonces reco- lieu, y en comprobación de su crite-
nocidos como los primeros á medida rio, reseña los principales sucesos de
que el tiempo avanza. Sin embargo, la Monarquía durante el Gobierno
el aluvión de infortunios crecía, arro- del Conde Duque.
llándolo todo con su potente marcha. Describir la sociedad de la villa y
Un Rey débil y disipado, anhelante corte de Felipe IV era indispensable
del bien y sin carácter para dominar al punto que llega el Sr. Toca, y el
sus pasiones, quiso gobernar la mo- que leyere hallará en esto cosas pere-
narquía espafiola bajo un sistema que grinas, sabidas algunas, aunque dadas
pudiera haber sido tolerable en la al olvido, justificadas otras por los
época de Felipe II, pero que éste autores coetáneos y sacadas otras á
mismo no hubiera seguido en las cir- la luz en su verdadero aspecto de ac-
cunstancias del IV de su nombre. tualidad y lugar.
Alianzas desacertadas, guerras in- Trátase de sor María de Agreda, é
convenientes, arbitrios antieconómi- importancia que tienen para la histo-
cos para restaurar la Hacienda, gas- ria colecciones de correspondencia
BOLETÍN BIBLIOGRAF'XO 559
íntima, como la de Felipe IV y sor y que amigos y adversarios le apre-
María de Agreda, el paralelo entre ciarán cual monumento y libro de
ésta y Mad. de Maintenon, sus conse- consulta.
jos políticos y concepto de sor María
de Agreda sobre el poder real.
Concluye el tomo con un apéndice A c t a de l a sesión pública ce-
acerca de La soberanía nacional, im- l e b r a d a en el A t e n e o Barceloné»
portantísimo estudio por resumirse en ti 22 de Noviembre de 1S86.
él cuáles son los dos criterios extre- Después de dar cuenta el Sr. Se-
mos, entre los cuales fluctúan hoy las cretario del ejercicio de 1885 á 18S6,
teorías controvertidas sobre esto; qué leyó un discurso el Presidente, sellor
es la soberanía nacional proclamada Tutau, que puede considerarse divi-
por las escuelas y partidos y origen dido en dos partes. En la primera
de la soberanía del Estado y cómo se disculpa el catalanismo como absolu-
determina en las sociedades. tamente opuesto al separatismo, y la
segunda y más importante, versa acer-
ca de graves cuestiones de economía
política, especialmente en lo que se
El Marqués de Camarasa.— reñere á impuestos, relativo á nues-
Los foros,— Un cuaderne en 4° tro país. El Sr. Tutau, confiesa que
La cuestión es de sumo interés, ex- aunque se le acuse de socialista, la
pecialmente para las provincias galle- acusación no le molestaría, poique
gas, en que la propiedad aforada cons- lo es en realidad.
tituye gran parte de la riqueza. Dicho esto, y entendiendo la frase
Cuanto con este asunto se relacio- en su mejor sentido, se comprende
ne, ya sea aprobando cualquiera de que los conceptos del discurso en-
los diversos aspectos bajo que se COB- cierran ideas originales unas, y las
aidere, .ya impugnando sus varios ex- demás, de índole especial en materia
tremos, merece estudiarse, como la de Hacienda y tributación.
razón y el conocimiento en la materia
recomienden á su autor, y no hay
duda que reúne ambas condiciones el
Sr. Marqués de Camarasa, Proyecto de reforma de la
Con detenido examen trata las múl- mendicidad /«re/PROTECTORDEI.
tiples fases en que desde antiguo se MENDIGO.— Un cuaderno de 21 pá-
ha donsiderado el foro, como ha de- ginas, en 4.°
bido entenderse, como se entiende «Siempre habrá pobres entre vos-
hoy día, y su verdadera índole y único otros, dice el Evangelio; pero es obra
modo de considerarse, según el autor, santa socorrerlos, evitar que men-
que á su vez procura refutar las añr- diguen, vestirlos y proporcionarlos
maciones en contrario. cama en que restaurar sus fuerzas
Decir si el éxito feliz corona sus después del trabajo diario y p e n o s o
esfuerzos fuera difícil; mas en lo que A todo acude el autor con un pro-
no cabe duda, es en que las pruebas yecto de reglamento, en que recono-
que aduce son infinitas, que ha de- ce como la mayor dificultad, tal vez,
dicado á su trabajo profundo estudio. empadroner al mendigo. No es fácil
DOO REVISTA CONTEMPORÁNEA
d e vencer, y solo podrá lograrse con que fundamento tiene que ser p a r a
larga práctica y celo incansable. en adelante, de los estudios á que se
L o demás p o d r á l o g r a r s e con consagra. E n ella están consignadas
agentes caritativos, p o r q u e la cari- las obras y autores principales á que
dad es incansable, cuando la filantro- puede acudir el escritor concienzudo
pía no la pervierte con su frío aná- sin riesgo de equivocarse, y esto es
lisis. inapreciable, inmensa ven laja en cual-
quier asunto, cuanto más en aquellos
p o r su índole menos conocidos é ig-
Bibliografía numismática es- n o r a d o s en g r a n parte, p o r m á s que
p a ñ o l a , ó noticia de las obras y tra- de su exacto conocimiento dependa á
bajos impresos y vianitscritos sobre los veces el esclarecimiento de cuestio-
diferentes ramos que abraza la nu- nes graves, y otras p o r ignorados ó
mismática debidos á autores españoles tratados con ligereza ó siguiendo la
ó á extranjeros que los publicaron rutina vulgar, origen de errores en
en español, y documentos para la historia, estadística y juicio compara-
historia monetaria de España, con tivo de la riqueza y sistema tributario
dos apéndices, que comprenden^ elpri* de los pueblos en las diferentes
mero, la Bibliografía numismática épocas.
portuguesa, y el segundo la de autores E l Sr. D. J u a n de Dios de la R a d a
extranjeros que en sus respectivos y Delgado pudiera con razón aban-
idiomas escribieron acerca de monedas donarse á un noble orgullo, si en
ó medallas de España, por D . JUAN otras obras de especial interés no hu-
DE D I O S D E LA R A D A Y D E L G A D O . — biese demostrado su conocimiento
Obra premiada por la Biblioteca Na- profundo é incansable celo en el exa-
cional e^ el concurso público de 1886 men crítico y razonado de monumen-
é impresa á expénseos del Estado,— Un tos así de arte como de bibliografía
tomo en folio de 6j2 páginas. relativa á materias poco tratadas, aun-
T a n solo leer la portada del libro que de grande importancia; pero la
que tenemos á la vists es suficiente costumbre impide el envanecimiento
p a r a que a u n los menos inteligentes en quien p o r naturaleza posee dotes
en numismática conozcan que es de singulares, mayormente si al talento
aquellas de que no puede prescindir, se refieren.
se en la clase de conocimientos que E l premio de la Biblioteca Nacio-
ilustran y esclarecen; así también co- nal y la gratitud de los m u c h o s á
mo la inmensa erudición del autor en quien servirá de auxiliar el trabajo
la materia, los desvelos y vigilias á del Sr. R a d a y Dalgado son recom-
que h a b r á tenido que sujetarse para pensa suficiente á sus desvelos.
dar á luz una obra fundamental, por- D. C H .

MA.DBID, 1887.—IMPRENTA DE MANÜEb G. HERNÁNDEZ.


Libertad, 16 duplicado
EL EMPERADOR DE ALEMANIA

ENSAYO HISTÓRICO

ROBERTO DUPUY DE LOME


SECRETARIO DK EMBAJADA

E L PRINCIPE GUILLERMO
1797 á 1861
«Nuestro hijo Guillermo será,
si no me equivoco, sencillo, leal y
de muy buen sentido.»
( D e Jtna carta de la Reina
Luisa á su padre,—iSoS.)

I no se hubiese dicho ya que nada hay en el mun-


do tan atrevido como la ignorancia, tendría que
inventarse la frase para explicar de algún modo
el valor verdaderamente heroico de quien firma
este trabajo, que, confesémoslo en honor de la verdad, no fué
escrito con intención de darlo á la estampa, sino pura y sim-
plemente en calidad de ejercicio para el uso exclusivo de su
autor. Siempre que estudiamos algún asunto, tenemos la
JO de Marzo de 1S87.—TOMO LXV.—VOL. vi. 36
562 REVISTA CONTEMPORÁNEA
costumbre de hacer, acto continuo, una composición sobre
el mismo, á fin de poder apreciar pr Ícticamente hasta qué
punto el estudio nos ha sido provechoso, y de aquí el origen
del presente trabajo, cuyo tema jamás se nos hubiera ocurri-
do abordar en un escrito desde luego dedicado al público,
pues reclama, sin duda alguna, para quien se atreva á tratar-
le con la extensión debida, condiciones que no tenemos, y
una autoridad que nos es perfectamente extraña.
La historia del Emperador Guiüermo es en efecto la histo-
ria moderna, por decirlo así, de Alemania, y son tantos y tan
trascendentales los acontecimientos acaecidos desde el ya
lejano 22 de Marzo de 1797 hasta el del mes actual, en que ha
celebrado el nonagésimo aniversario de su nacimiento el ven-
cedor de Sedán, que, al acudir á la memoria el recuerdo de to-
dos ellos, pausadamente primero, en tropel después, atropellán-
dose más tarde los unos á los otros ct mo cazadores lanzados
a! asalto, origínanse fácilmente confusiones que tan solo consi-
guen esclarecer y salvar los veteranos en asta clase de trabajos;
pues si bien es verdad que una vez etiíudiado el asunto se reco-
rre mentalmente con extraordinaria .apidez y facilidad la larga
distancia comprendida entre las dos memorables fechas que
fijan, hasta el día, los límites opuestos de la vida del venera-
ble anciano, hasta el punto de que á primera vista parece tan
sencillo narrar su biografía como la de cualquier otro hom-
bre activo medianamente ocupado, no es menos cierto que
surgen á granel dificultades cuando se trata de convertir
en trabajo real el mentalmente elaborado; tantos son los
puntos espinosos que hay que toc^r, tantos los escollos que
deben salvarse, tantas las fechas que hay que ir ordenando y
tales los términos que á nosotros ss noü impone emplear en la
narración de los hechos, relacionado cu su mayor parte con
la vida de naciones cuya susceptibil,. ad debe merecernos el
mayor respeto'y consideración. Por eüo, al suponer que, ape-
sar de todos nuestros esfuerzos, habremos incurrido en la-
mentables errores, tal vez numerosos y de importancia, no
podemos menos de dirigir al lector ferviente súplica encami-
nada á obtener su benevolencia.
*
EL EMPERADOR DE ALEMANIA 563
Guillermo I, Rey de Prusia y Emperador de Alemania,
nació en Berlín el 22 de Mar^o del año 1797: hijo segundo de
Federico Guillermo III y de la Reina Luisa, tuvo por herma-
nos al Rey Federico Guillermo IV, á quien sucedió en el
trono, á los Príncipes Carlos y Alberto, á la Princesa Carlo-
ta, que fué Emperatriz de Rusia, y á la Princesa Alejandrina,
gran Duquesa de Mecklembourg-Schwerin, que vive todavía.
En medio de la tranquilidad verdaderamente patriarcal que
presidía en la corte de Federico Guillermo III todos los
actos de la familia real de Prusia, la única preocupación de
los Soberanos era la educación de sus hijos, que se llevaba á
cabo con el mayor esmero, á fin de que con el tiempo pudie-
sen ocupar dignamente los altos puestos que les estaban de-
signados en la gobernación del reino. Pero ante todo procu-
rábase inculcar en el ánimo de los Príncipes el amor á los
estudios militares, y en este terreno no fué ciertamente nece-
sario forzar en lo más mínimo la voluntad del Príncipe Gui-
llermo cuyas aptitudes excepcionales para la carrera de las
armas y afición desmedida á todo estudio con ella relaciona-
do, se revelaron desde los primeros momentos de su vida sin
que más tarde se hayan desmentido jamás. Por entonces,
sin embargo, la constitución débil y enfermiza del Príncipe
Guillermo exigía los mayores cuidados y no era posible dedi-
carle á ningún género de trabajo intelectual ni físico, temién-
dose como se temía un funesto desenlace. ¡Cuántos ilustres
varones de aquella época bajaron al sepulcro creyendo que
pronto les seguiría el casi raquítico Príncipe Guillermo!
¡Cuan sorprendidos no quedarían hoy si pudiesen contem-
plarle los que le juzgaron condenado á temprana muerte, lle-
vando todavía con gallarda apostura el uniforme de su ejérci-
to-modelo; los que le vieron conformarse satisfecho con el
modesto papel de soldado leal del trono de su hermano, ser
hoy el Monarca más poderoso de los tiempos modernos; los
que le oyeron pronunciar vehementes discursos contra los lla-
mados derechos del pueblo, regir actualmente los destinos de
la nación con el sufragio universal, arma que más aprecia la
democracia; los que contribuyeron, en fin, á aquella impopu-
laridad verdaderamente rabiosa que le acompañó al destierro.
564 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que le siguió por doquier en los primeros años, ser hoy el


ídolo de las masas que le respetan y veneran!
Diez años contaba cuando ingresó oficialmente en las filas
del ejército con el grado de subteniente, y este acontecimien-
to, conmemorado con gran pompa hace poco tiempo, tuvo
efecto al día siguiente de la batalla de Jena. El ejército fran-
cés, ocupaba entonces la capital prusiana, y la familia real se
había retirado á Koenigsberg, lejos de Berlín, en cuyo retiro
tal vez el Príncipe Guillermo comenzó á meditar la revancha
de Sedán. Si, como parece ser cierto, la Reina Luisa no cesó
jamás de inculcar en el ánimo de sus hijos odio á muerte al
invasor, preciso es confesar que no sembró en terreno esté-
ril por cuanto respecta á Guillermo I, en quien la semilla
produjo el fruto apetecido. La víctima del César francés ha
quedado cumplidamente vengada; ¡tal vez ya nunca más vuel-
va á levantar cabeza la dinastía fundada por su brazo vence-
dor hasta el punto de parecer invencible!
A los trece años de edad quedóse el Príncipe huérfano de
madre, y tres años después, 1813, terminada ya su educación
militar, se le encuentra al lado de su padre durante toda la
campaña, demostrando en diversas ocasiones un valor á toda
prueba y una serenidad ante el peligro que llamó justamente
la atención de propios y de extraños. En Bar-sur-Aube, 1814,
conquista su primer lauro militar cumpliendo una orden del
Rey su padre, que consistía en llegar hasta los primeros
puestos frente al enemigo y averiguar el nombre del regi-
miento ruso que con tanto denuedo atacaba á los franceses,
no menos enardecidos por la lucha. El Príncipe Guillermo di-
rigió su caballo hacia el punto designado y marchando siem-
pre al paso, como si se tratase de revistar tropas en un
campamento de maniobras, cruzó de extremo á extremo el
campo de batalla sin hacer caso de la lluvia de balas que le
envolvía, indagó loque á su padre interesaba y regresó tran
quilamente á darle cuenta del resultado de su misión. El
Príncipe acababa de llevar á cabo un acto verdaderamente
heroico, y sin embargo, el Rey ni siquiera le felicitó, tratan-
do por el contrario de hacer comprender al joven oficial que
o que había hecho no era ni más ni menos que cumplir un
EL EMPERADOR DE ALEMANIA 565
deber militar. Esto mismo pensaba el Principe, y hubo de
sorprenderle recibir algún tiempo después la cruz de San Jor-
ge, de cuarta clase, destinada única y exclusivamente á pre-
miar actos personales de valor, que Alejandro I de Rusia le
mandaba en recuerdo de la batalla de Bar-sur-Aube.
Los ejércitos aliados ponen término al poderío de las ar-
mas francesas, y el Príncipe Guillermo pasa entonces á In-
glaterra acompañando á su padre, y allí comparte con él las
ovaciones que los enemigos del Emperador vencido tributan
por doquier á los vencedores.
No seguiremos al Príncipe en los largos viajes instructivos
que emprende algún tiempo después, limitándonos tan sóloá
hacer constar que en diversas ocasiones representa á su padre
cerca de las cortes amigas, con motivo de solemnidades que
sería prolijo enumerar. De orden del Rey le vemos desempe-
ñar distintos cargos en la milicia con singular acierto, y cuan-
tas veces se queda al frente, en ausencia de su padre, de la
dirección de los asuntos militares, demuestra las excepciona-
les aptitudes que le distinguen.
Al cumplir los veinte años, 1817, entró á formar parte,
como todos los Príncipes mayores de edad en Prusia, del
Consejo de Estado; recibe también por aquel entonces el
grado de coronel, y ocho años después, el día del aniversa-
rio de la batalla de Waterlóo, el nombramiento de General
de división. Acompaña á su padre, 1822, al Congreso de
Verone, recorre Italia y visita al Pontífice Pío VIL
En 1829 recibe la misión de representar á su padre en la
coronación del Emperador Nicolás, ceremonia que tiene lugar
en Moscou con inusitada pompa, y pasa de allí á Weimar
para casarse con la hija mayor del gran Duque Carlos Fede-
rico, cuya hija menor se había desposado anteriormente con
el Príncipe Carlos, hermano del Príncipe Guillermo. Este
casamiento, que le obligó á contractar la razón de Estado»
puso fin á lo que podría llamarse la novela de sus amores.
Enamorado apasionadamente de una de las Princesas más
hermosas de la corte, la Princesa Elisa Radzivill, descen-
diente de la ilustre familia polaca, luchó cuanto pudo á fin
de obtener el consentimiento paterno; pero eran verdadera-
566 REVISTA CONTEMPORÁNEA

mente insuperables los obstáculos que se oponían á la reali-


zación de sus deseos, prohibiendo como prohibían clara y
contundentemente los estatutos reales que ningún Príncipe
contrajese matrimonio con Princesa que no fuese de sangre
real. Poderosísimas influencias y amistades de cuantía se
cruzaron con objeto de allanar todas las dificultades, y mu-
chos sabios jurisconsultos hicieron esfuerzos sobrehumanos
para demostrar que los Radzivill, descendientes de una anti-
gua dinastía polaca, eran tan Príncipes de sangre real
como los Hohenzollern; llegóse hasta imaginar, para hacer
posible la boda dentro de los preceptos reales, que el Príncipe
Angusto, hermano del Rey Federico Guillermo, que era solte-
ro, adoptase á la Princesa Elisa; pero los Consejeros de la
Corona se negaron á admitir esta falsificación de origen. Tal
vez se hubiese recurrido, sin embargo^ á otros medios; tal
vez se hubiese conseguido vencer algún día la repugnancia
de los más intransigentes; pero un nuevo obstáculo imprevis-
to vino repentinamente á desvanecer las últimas y ya débi-
les esperanzas del joven Príncipe, que tan enamorado se
mostraba.
El gran Duque de Sajonia Weimar, una de cuyas hijas
había casado, según hemos dicho, con el Príncipe Carlos,
hermano menor del Príncipe Guillermo, conocedor de los pro
yectos matrimoniales de éste, declaró solemnemente que si se
realizaban, la corte de Weimar revindicaría para los Prínci-
pes que pudiera dar á luz su hija el derecho de prioridad al
trono de Prusia sobre los herederos del Príncipe Guillermo. La
perspectiva de las luchas y querellas de sucesión que podrían
con el tiempo venir á comprometer la suerte de la dinastía
inclinó el ánimo del Rey decidiéndole á intervenir formalmen-
te en el asunto, y al efecto, se dirigió á su hijo en calidad de
padre y Soberano aconsejándole desistiese en absoluto de sus
proyectos, y el Príncipe Guillermo, aunque consternado, pues
la intervención del Rey su padre desvanecía para siempre
sueños forjados al calor de una fantasía exaltada por la pasión
y los pocos años, no titubeó un instante, se sometió, y al poco
tiempo recibía por esposa á su cuñada la hija mayor del gran
Duque de Sajonia Weimar.
EL EMPERADOR DE ALEMANIA 56/
Después de la revolución de Julio de 1830 toma el mando
del cuerpo de observación prusiano del Rhin, y no les segui-
remos en el período de tiempo que trascurre hasta llegar al
año 40, en que bajó al sepulcro el Rey Federico Guillermo I I I ,
dejando la corona á iiá hijo mayor, que ocupa el trono á los
cuarenta años de edad con el nombre de Federico Guiller-
mo IV, porque en realidad ningún hecho encontramos digno
de mención. El Príncipe Guillermo pasa á ser heredero pre-
sunto del trono; recibe, según el uso establecido, el título de
Príncipe de Prusia, y como era á la sazón jefe de la Guardia
real, tomó en calidad de tal el juramento de las tropas. Desde
este momento, aunque sin abandonar su rango en el ejército,
ni descuidar los deberes inherentes al mismo, toma parte en
los negocios públicos. Presidente por entonces del Consejo
de Estado, deja este puesto para ocupar la presidencia del
Consejo de Ministros.
Pasaremos muy por encima el turbulento reinado de Fede-
rico Guillermo IV, señalando únicamente los acontecimien-
tos en que intervino el Príncipe de Prusia.
La nación esperaba del nuevo Monarca, el cumplimiento de
las solemnes promesas de 1812, referentes á la creación de
una representación nacional, cuyo cumplimiento habían he-
cho imposible hasta entonces las agitaciones revolucionarias
que precedieron y antecedieron á la conmoción social de Julio.
Verdad eterna; los excesos de abajo provocan, justifican y
consolidan la reacción de arriba.
Pero aparte de todo esto, Federico Guillermo IV no en-
tendía de ningún modo plantear reformas que debilitasen el
poder real; desde su advenimiento al trono, mostróse resuel-
tamente opuesto á trasformar el reino en Monarquía consti-
tucional, y así lo declaró sincera y llanamente en Koenigs-
berg yenBerlín, donde le prestaron con gran solemnidad y
pompa inusitada el juramento de homenaje los representan-
tes de los tres Estados.
La opinión pública, dispuesta siempre á desahogar sus
iras atribuyendo á un enemigo la causa de sus males, desig-
naba al Príncipe Guillermo como el personaje que más in-
fluía en el ánimo del Rey en sentido contrario á las revindi-
568 REVISTA CONTEMPORÁNEA

caciones de los partidos liberales. Esto no era verdad más que


hasta cierto punto; Federico Guillermo IV tenía acerca de
las prerrogativas de la corona ideas absolutas, personales y
fijas que le acompañaron al sepulcro. Opinaba que el régi-
men parlamentario era incompatible con una verdadera mo-
narquía y que ésta únicamente se amoldaba á los usos y cos-
tumbres de su pueblo. No quedaba, pues, lugar á duda, y el
Príncipe Guillermo para nada tenía que influir en el ánimo
• de su hermano; pero lo que puede admitirse perfectamente
es que procurase contrarrestar la opinión de los consejeros
del Rey, cuando éstos se inclinaban á favorecer las aspira-
ciones liberales, manifestando enérgicamente que pensaba en
un todo como el Monarca sobre asuntos de tanta gravedad.
Resulta, sin embargo, que existía entre ambos divergencia
de opiniones respecto á la manera de llevar estas teorías al
terreno de la práctica, pues mientras el Rey, por su carácter
y temperamento, aunque sin renunciar á sus opiniones, lle-
gaba algunas veces á transigir y adoptaba medidas concilia-
torias, el Pííncipe de Prusia hubiera perferido lanzarse re-
suelta y francamente por el uno ó el otro camino, el de la
Monarquía absoluta ó el de la constitucional.
La serie de acontecimientos que se suceden, y que procu-
raremos reseñar fielmente, demostrarán la exactitud de esta
apreciación.
El sistema de adaptar á las viejas instituciones ciertas y
determinadas necesidades modernas, no dio al Rey ningún
buen resultado, pues lejos de satisfacer los deseos, cada día
más imperiosos, del liberalismo, sólo consiguió fomentar el
movimiento hasta el punto de quedar, por decirlo así, preso
entre sus redes, y ya en 1846, sin poder detenerse en la pen-
diente, tuvo que reconocer que se imponía el planteamiento
de medidas extraordinarias capaces de conciliar los encontra-
dos intereses puestos en juego, y de aplazar por largo tiempo
la resolución del problema constitucional que embarazaba la
marcha del Gobierno. Deseábase introducir algunas reformas
económicas, y sobre todo subvencionar la construcción de
vías férreas, y nada de esto era posible sin echar mano de un
nuevo empréstito, pues eran reaLnente insuficientes los re-
EL EMPERADOR DE ALEMANIA SÓg
cursos que los impuestos proporcionaban; en estas circuns-
tancias, é inspirándose en el Real decreto de 1820, que al
fijar la cifra de la deuda pública declaraba que en lo futuro
todo nuevo empréstito debería ir sancionado por la represen-
tación nacional, el Rey concibió la idea de congregar las Die-
tas de las ocho provincias en una sola Asamblea, revestida
de las atribuciones de que se hacía mención en el referido
Decreto.
El I I de Marzo de 1846 se reunió la comisión especial
constituida para elaborar un proyecto en este sentido y al
efecto indicado, y el Príncipe de Prusia fué quien inició los
debates pronunciando un discurso que no dejaba lugar á nin-
gún género de duda, respecto de sus opiniones, completa-
mente contrarias á la creación de una Asamblea central,
cuya invasora iniciativa teme comprometa el poder de Prusia
debilitando las prerrogativas de la corona, sembrando la dis-
cordia entre los Gobiernos alemanes y sus subditos, quebran-
tando las alianzas que unen á Prusia, Austria y Rusia y po-
niendo, en fin, de manifiesto las rivalidades que separan al
elemento militar y civil.
Pero las opiniones del Príncipe no tuvieron eco ninguno
en el seno de la comisión, y el proyecto del Rey no tuvo más
voto en contra que el del heredero del trono, firme, clara y
lealmente emitido.
Tal fué la conducta del Príncipe de Prusia en aquellos
instantes supremos, y esta la oposición que hizo á las refor-
mas del 47, reformas que según había previsto abrieron un
nuevo período fecundo en sacudimientos sociales, bajo cuya
ola estuvo á punto de perecer la monarquía prusiana.

{Se continuará.)
MIS MEMORIAS (O

1846-1850
SECCIÓN NOVENA

jÁ Mahónl—|0h Micheletl—Ver y escuchar.—El puerto de Mahón.—Docto-


res y Aíossmes.—CUcatro compases de órgano.—Detallitos locales.—El La-
zareto.—Dos maravedises sobre cinco millones.—La reacción del conta-
gionismo.—Menorca por Espafia.—Rubias, pero salerosas.—|Hurrah!—
Proa á Mallorca.—Entre suefios.—-Querubines en hamaca.—^Palma.—La
momia de un Rey gigante.—Ensánchenme esas calles.—Palacios de las
Nou Casas.—fa chueterta.—Bellver.—Platón, Lacy y Jovellanos.—No ba-
jéis á la Hoya.—Raxa.—Fantasías de un olivar.—Museo greco-romano.

L día 28 de Agosto de 1849, á las cuatro de la


tarde, me embarqué en el vapor Cid, con rumbo
á Mahón. Diez y siete horas duró la travesía des-
de Barcelona. La expedición se había improvisa-
do en tertulia: sexo débil y sexo fuerte. Motivo de gran re-
gocijo para todos: para mí de curiosidad, de entusiasmo y
primera ocasión de hombrear. Era mi salida formal del cas-
carón.

(i) Véase la pág. 449 de este tomo.


MIS MEMORIAS 57I

Tenía además el viaje un atractivo poderoso: el mar. ¡Oh


Michelet! mucho te eché de menos. Estabas entonces incu-
bando un libro admirable con este sencillo título: ¡El Mar!
Aquella prodigiosa revista de la Naturaleza, qué completaste
con el insecto, el pájaro, la montaña... Figuier iba á descri-
birnos el imperio de las aguas: tú á explicárnoslo á nosotros,
los simples curiosos. Nos explicaste la playa y la costa, las
corrientes, profundidades y secretos de los abismos, .los mis-
terios de la ola y la ley de las tempestades. Adivinaste el
pulso del mar, sus caprichos geológicos, la movilidad y las
prodigalidades de la vida en las regiones del mundo sub-
marino.
Comprendo que Homero y Anacreonte no se expliquen el
Océano sino poblado de fantasmas ó rodeado de tinieblas:
que Horacio le llame dissociabilis: que Ovidio califique de
edad de oro aquella en que no se navegaba: que Virgilio con-
sidere la navegación como uno de los mayores crímenes de
la humanidad: que Lucano la apellide arte fatal, y Lucrecio
vea un ultraje á los mares en la expedición de los Argonau-
tas. Vagidos de otras tantas infancias. Pero Michelet, el
gran Michelet, contemporáneo de la hélice, de los monitores
y de las flotas de vapor, ¿por qué, con los orientales, llamará
al mar la'amarga sima, la noche del abismo? ¿Por qué le ha-
rá sinónimo de desierto, como en algunas lenguas antiguas?
¿Por qué dirá de él que es la barrera fatal, eterna, que separa
ambos mundos sin remedio? ¿Por qué siempre le inspirará
miedo, pensando en aire, en pulmones, en respiración, en
asfixias?
¡Ah, maldita edad! También pienso yo ahora en estas co-
sas cada vez que tocan á embarcar. No pensaba en ellas
en 1849, á los veintiún años. Acuerdóme tan sólo de que,
apenas hube puesto los pies en el barco y hasta que salí de
él, estuve absorto en la contemplación del líquido elemento.
En vano me invitaron los muchachos á tomar parte en un
rigodón que habían improvisado á bordo. Dejé mi camarote,
corrí á la proa y allí me instalé, indiferente á todo lo que
pasaba; pues no tenía ojos más que para admirar las supre-
mas majestades del Mediterráneo. Iba declinando el día: ¡las
572 REVISTA CONTEMPORÁNEA

horas del matizado, aguas verdes, pardas ó azuladas! ¡Cómo


jugueteaban, en torno del bajel, los delfines! ¡Cómo cruza-
ban el espacio las gaviotas señalando una tempestad cercana
que luego se disipó al entrar la noche! Escuchad: oigo ruidos
extraños en medio de aquella soledad y en lo más profundo
de aquellos silencios. Son las brisas qua os traen al oído el
eco inefable de la orquesta divina esparcida por los aires,
incorpórea, impalpable, etérea. Son los vientos que os reme-
dan el llanto, un quejido, un suspiro, el choque de los labios
en un amoroso beso, el choque de las copas en el delirio de
las orgías. Es un soplo de tempestad ó un soplo de bonanza
que os imitan voces de fantasma, ayes del alma, risas insen-
satas, coros angélicos, rugidos de fieras ó el mágico preludio
de unas harpas invisibles. ¿Oísteis bien? Pues ahora, mirad.
Otro vapor, otro monstruo que viene bramando sobre vos-
otros y como una anguila se os desliza por el costado: más
allá dos velas, y otra y otra en el confín del horizonte: un
lecho de algas que perezosamente se arrastra por la corriente
imperceptible: nubéculas que se deslíen en una atmósfera
trasparente; un sol que muere, un brochazo de fuego á Po-
niente, unas sombras que aparecen, unas tristezas que em-
piezan, el cielo arriba, el mar debajo que os tienen encerra-
dos como en un globo de cristal, cuando perdéis de vista la
costa. Y luego vendrá la luna con la hora de las fosforescen-
cias, de las trasparencias lácteas, de las tintas melancólicas.
Todo el mundo duerme, menos el timonel, el vigilante de
cuarto y yo. ¿En qué habrán pensado los que duermen? Yo
no hago caso de la humedad ni del relente: tengo pocos años,
una constitución robusta y una salud de hierro. En aquellos
instantes no vivo en el cuerpo, vivo en el espacio, en las in-
mensidades. No estoy en el Mediterráneo, sino en los Océa-
nos: no voy á las Baleares, sino á América, á la India, á las
islas Fidji: no he de volver pronto y prosaicamente á mi
tierra; he de correr en busca de aventuras, por mares y con-
tinentes. Y pensando y diciendo y haciendo, aconteció que
se espesaron las tinieblas y la luna se eclipsó detrás de unos
nubarrones, y las visiones se adelgazaron y mi cabeza se in-
clinó, y, misero de mí, concluí por pagar el más vergonzoso
MIS MEMORIAS 673
tributo á la imperiosa materia. ¡Qué horror! Sobre unos me-
tros de cable que apestaba á brea, me quedé dormido, y
quién sabe si también ronqué como si fuera un pasajero vul-
gar de tercera clase. AI despertar, sonrióme el alba con sus
alegrías, y con ellas volví á la realidad y se desvanecieron
mis gratas ilusiones.

II

Las siete serían de la mañana cuando nos encontramos


próximamente á una legua de distancia de la costa mahone-
sa, muy áspera por aquel lado. Dábanla alguna animación
varias quintas de una blancura de nieve, allí sembradas como
por mano de artista; y en el centro se destacaba una monta-
ña de regular elevación, que llaman los naturales Monte Toro;
y debe ser punto de vista excelente porque domina toda la
Isla. A las ocho doblamos el cabo de la Mola, punto de entra-
da á la derecha del puerto. Allí se estaba construyendo enton-
ces el Fuerte del mismo nombre.
Tomado desde la boca, el puerto de Mahón tiene una vista
sorprendente. Figuraos un lago de dos millas de longitud y
un tercio de milla en lo ancho, con tan tranquilas aguas que
los mayores vientos sólo consiguen rizarlas ligeramente. A
la derecha, el Lazareto y el Arsenal: en el centro las islillas
de la Cuarentena, el Hospital y otra isla llamada de los Rato-
nes: á la izquierda, los muros derruidos del castillo de San
Felipe, la aldehuela de Villacarlos, y por último, la ciudad
de Mahón, que desde fuera se distingue por su pulcritud y
aseadísimo aspecto. Toda la construcción está sentada sobre
peñascos en el declive de un cerro.
Desembarcamos á las nueve menos cuarto. Bien se echa
de ver que ha pasado por allí la mano inglesa, porque la lim-
pieza llega á su colmo. Calles bien alineadas, empedrado de
chinitas formando mosaico y un reguerillo en el centro de la
vía para dar salida á las aguas.
Empezamos visitando la Iglesia parroquial, de gran pobre-
574 REVISTA CONTEMPORÁNEA
za artística, con numerosas inscripciones y epitafios en len-
gua francesa. A la izquierda, en la capilla del Sacramento,
descansan los restos del presbítero Aleña, generoso cura pá-
rroco, cuyas virtudes y celo recuerdan con entusiasmo los
mahoneses. El monumento es sencillo y elegante.
Pasamos á la sacristía por el trascoro, donde estaban los
beneficiados cantando la misa mayor. El traje de coro difiere
algo del de Cataluña: sotana abierta, sobrepelliz corta de
manga perdida y muceta de seda con vueltas encarnadas. En
Cataluña las vueltas encarnadas son distintivo de los sacer-
dotes que son doctores ó licenciados; los simples mossenes las
usan negras.
E s fama que el órgano de Mahón compite con el de Fri
burgo. Fué construido en Barcelona á principios de este siglo
por dos alemanes, con dinero de los ingleses, y según acredi-
tadas versiones, por la iniciativa y otros recursos del presbí-
tero Aleña. Tuvo el organista la galantería de dedicarnos
algunas piezas, que me hicieron el efecto de un concierto
monstruo. Sentíme poseído de una especie de delirio, y sin
querer veníanseme á los labios estas dos estrofas de un malo-
grado poeta:
¡Ohl tendedme el arpa de oro,
que al par del órgano santo,
entonará el bello canto
de su rica inspiración.
(Ohl dadme el arpa, y si el órgano
sonidos regala al viento,
lanzará más blando acento
su palpitante bordón.

Menos el de Friburgo y el de Birmingham, he oído des-


pués los principales órganos de Europa, el de San Sulpicio
en París, el de San Pablo de Londres, el de Estrasburgo, el
de Harlem, el de Caen. Siempre el órgano me ha causado la
misma extrañeza de que hablaba Tertuliano: «¡Tantas pie-
zas, tanta tubería, tantos sonidos diversos y un solo ins-
trumento verdadero!» Dos cosas me sorprenden en él sobre-
manera: la antigüedad de una máquina tan maravillosa y
complicada, y el origen pagano de un instrumento tan esen-
MIS MEMORIAS 57$
cialmente cristiano. Acostumbrados á identificar el órgano
con nuestros templos y ritos sagrados, no nos familiariza-
mos con la idea de que lo inventaran los griegos, de que lo
citaran ó lo describieran Ateneo y Vitruvio, y Juliano el
Apóstata cantase sus excelencias, y San Agustín lo conociera
ya muy mejorado. Al ver el interés, mezclado de legítimo or-
gullo, con que unos sacerdotes del siglo XIX nos mostraban
la joya de Mahón, ¿quién pudiera imaginar que los P P . de
la primitiva Iglesia condenaran el uso del órgano y que,
hasta el siglo VII, no entrase definitivamente, y sin más
oposición, en los templos cristianos? Triunfó el órgano al fin,
como han triunfado el gas y la luz eléctrica en muchas igle-
sias del extranjero, apesar de no sé qué Concilios que de-
cretaron único alumbrado ortodoxo los hachones, candelas y
candelillas. Y ¡cómo demostró desde entonces la experiencia
la perfecta adaptación del órgano á la música religiosa! Y
¡cuánto y cuánto no fué mejorando desde que se encontró, di-
gámoslo así, en su propia casa! Recordaba, á propósito de
esto, los progresos que había ido realizando el órgano, como
instrumento de ejecución y de acompañamiento: en el si-
glo X, aquel tosco y monstruoso órgano del Obispo de Win-
chester con 400 tubos, 40 teclas, dos organistas y 26 fuelles
movidos por 70 hombres; en los siglos XIII y XIV aumento
en el calibre de los tubos ó cañones, más sencillo el teclado,
más manejables los fuelles; invención de los pedales en el si-
glo XV: en el XVI, la gran escuela de órgano, italiana, y so-
bre todo veneciana, con Claudio Merulo y los Gabrielli; en
el XVI las primeras celebridades en órgano con Guanini de
Luca, Frescobaldi, Pasquini, Pollarolo, Lotti, Vinacese y
Casini; en el XVIII, los oratorios alemanes con organis-
tas que se llamaban Sebastián Bach, Haendel, Mozart y
Haydn.
En estas imaginaciones iba yo engolfado, cuando nos lle-
varon al cementerio... ¿eh?... á ver el cementerio. Parece que
una visita al cementerio era en Mahón pie forzado. Como en
Pisa, como en Genova. Sin más diferencia que la siguiente:
los Camposanti de Pisa y Genova son objetos de arte; el de
Mahón es... un cementerio. Lo único que me chocó fué el sin-
576 REVISTA CONTEMPORÁNEA
número de epitafios ingleses. El Sacvei to the memory se leía
en todas partes. ¡Cuidado con la carne que el pérfido John
Bull se ha ido dejando por aquellos andurriales!
Otro día fuimos á dar un vistazo á Viliacarlos. Cortado
por el estilo de Mahón; pero con unas calles tan desiertas de
gente y tan pobladas de yerba, que parecían más cementerio
que el otro. Echaban la culpa á la emigración que desangra-
ba, en provecho de Argel, nuestro Menorca. Aseguráronme
que, en sólo un año, habían abandonado la Isla más de 14.000
almas.
Hubo su noche de teatro. Dieron un Don Francisco de Queve-
do y un baile nacional, medianejos; y aun sospecho que, per-
dida en Mahón la costumbre de dar funciones, aquello se im-
provisó como se pudo en obsequio nuestro: de los expedicio-
narios. Tomé mi partido, que fué volver la espalda á la escena
y encararme con los palcos. Recuerdo una platea 11 y un en-
tresuelo 20 que estaban muy bien compuestos. Tamañitos se-
rían los números cuando no se me han despintado.
Sucesivamente, dentro de la población, fuimos visitando
más iglesias. Las iglesias son un recurso admirable en todo
pueblo desprovisto de historia monumental. Asomamos las
narices á la campiña; subimos á las Cuevas de San Juan, ex-
cursión lindísima, y por Ciudadela, tomamos la vuelta déla
Capital, reservándonos, como última impresión, la visita al.
Lazareto; porque ir á Mahón sin conocer el Lazareto, es como
ir á Toledo sin ver la Catedral ó á Granada sin saludar la Al-
hambra.
Es posible, nada más que posible, que, desde aquella fe-
cha, se hayan hecho algunas mejoras en el lazareto de Ma-
hón. Pintémosle tal y como le vi entonces. Era—y ya me
parece bastante recomendación,—un buen Establecimiento.
Empezáronlo á construir á fines de 1793, y en Setiembre de
1807 quedaron concluidos los tres departamentos de patente
sospechosa, sucia y apestada. Costó la obra, reales vellón
5.632.746, con dos maravedises, escrupulillo áe Pequeño Capitán,
que honra al amigo D. Andrés de Ibáñez, liquidador de la
suma. Conté en el lazareto de Mahón 97 cuerpos de edificio,
7 grandes almacenes de ventilación, 2 enfermerías ordinarias,
MIS MEMORIAS 577
3 para apestados, 5 aposentos para sahumerios y 45 cocinas.
Mostraban como curiosidad lo que hoy no lo sería: el gran
panóptico del centro con verja alrededor, y una capilla para
que á un tiempo pudiesen oír misa los forzados de aquel pre-
sidio.
No refresquemos llagas hablando mucho de lazaretos, ni
de otras parecidas cosas, objeto hace poco de tanta porfía.
Estamos en 87, y era ayer, en 84, cuando nos bataneaban de
firme con la dichosa cuestión de los contagios. Líbreme Dios
de poner la mano en asunto de suyo tan quebradizo. En la
época de mi visita á Mahón soplaban vientos anti-coníagionis-
tas: llamábanse bárbaros los tiempos en que Venecia fundaba
su Hospital de Santa María de Nazaret, y en que Genova y
Marsella trataban á sus apestados como leprosos. Inglaterra
fijaba entonces en catorce días la duración de las cuarente-
nas, contando la travesía; Trieste inventaba el spoglio con un
simple baño y cambio de vestidos; y en todas partes se ha-
blaba de períodos de observación insignificantes que después
se elevaron á leyes internacionales; quince días, diez días,
nueve días, cinco días, los plazos propuestos por Lévy y
Aubert-Roche. Hoy, el cólera ha echado por tierra aquel
quimérico edificio de los optimistas: la reacción contagionista
ha entrado; los miedos oficiales quieren guardar las viñas.
¿Quién tiene razón? No lo sé y aun barrunto que nadie lo sa-
be. Cólera, fiebre amarilla: más de una vez tropezarán estas
MEMORIAS con tan insignes viajeros. Allí citaremos desastres,
panaceas, ensayos, alcaldadas de arriba, salvajerías de abajo,
y judiadas de todos calibres. ¿Opiniones fijas, seguras, incon-
trovertibles? Probablemente ninguna.
La historia de Mahón es interesante. No hay español que
no la conozca. ¡Se enlaza con la pérdida de Gibraltar! Cuan-
do los ingleses se apoderaron de esta plaza, cogieron también
Mahón, cuya posesión les fué ratificada por el tratado de
Utrecht. Posteriormente, en 1756, rotas las hostilidades entre
Francia é Inglaterra, Mahón fué teatro de un hecho de ar-
mas brillantísimo. Acometió el puerto el duque de Richelieu
con 17 buques de guerra, 300 de trasporte y 35.000 hombres,
obligando á los ingleses á replegarse en el castillo de San Fe-
TOMO LXV.—VOL. VI. 37
578 REVISTA CONTEMPORÁNEA
lipe, que pasaba por ¡nespugnable. Vanamente trató de defen-
derlo el almirante Bing, y después de un heroico asalto, los
franceses consiguieron izar el estandarte de San Luis en la
torre de la Fortaleza. Pronto la recuperaron los ingleses,
nuevamente poseedores de la Isla; y por fin Carlos I I I logró
reincorporarla á España en 1782, con más suerte que Gibral-
tar, apesar déla embestida que le dimos el 13 de Octubre del
propio aiio.
Los setenta de dominación británica dejaron profunda
huella en Menorca. Inglesas son las costumbres en general,
inglés cierto dejo en el'acento, ingleses muchos tipos de mu-
jeres. Pasmábame, en un país tan meridional, ver tal abun-
dancia de rubias y tan sonrosadas como las más finas hijas
del Lancashire. Pero ni hembras ni varones tienen en Ma-
hón la rigidez británica; su trato es abierto, su condición dul-
císima. No puedo olvidar el grande honor y agasajo con que
nos recibieron. Al dejar aquellas playas, hasta los chiquillos
nos saludaban agitando los pañuelos y dando los tres hurrahs
de ordenanza.

III

El día señalado dejamos el puerto de Mahón al oscurecer,


con rumbo á Palma de Mallorca. Tiempo hermosísimo, tem-
peratura excepcional, y el mar como una balsa de aceite.
Sobre cubierta se bailó, se cantó y jugaron á prendas; ha-
bíase reforzado la comitiva con gente de Mahón que aprove-
chó la escala. Era ya más que mediada la noche cuando, con-
cluido el jolgorio, los compañeros empezaron á recogerse.
Todo el mundo durmió al aire libre; cuadro sin precio para
un pintor de género. Corría el buque disparado como una sae-
ta; crugían las tablas atormentadas por el choque de las aguas
y el empuje forzado de la máquina; dos farolas de color en
la proa y detrás el surco luminoso de la quilla; arriba una luz
nacarada, las Osas, la vía láctea, el claveteado de estrellas;
en el aire una nota suave, plañidera, nostálgica, la voz del
MIS MEMORIAS 5yg

timonel. Un pasajero dormía apoyado en uno de los palos y


oculto entre los pliegues de la capa; otro tendido á la larga,
cruzadas las manos detrás de las orejas, la boca abierta, la
nariz al aire. Varios caballeretes, cuidadosamente sentados
en una banqueta, cabeceaban sin variar de postura para no
descomponer el bello artificio de un traje flamante de turista,
según la tanda de entonces; plaid escocés quadriUé, botinas
de gamuza, pantalón Joinville, ceñido de rodilla y acampana-
do de pierna, vestón de pana rayada, guante de piel de perro
y hongo de punta á la calabresa. Una feliz pareja acurruca-
da en un rincón, él con la cabeza, apoyada en el castísimo
seno, ella sosteniendo entre los párpados á medio cerrar, la
languidez de una última mirada. Un campamento de mantas,
saCos de viaje, sombreros y sombrereras, de manos, de pies,
de cuerpos estirados formando grupos inverosímiles; piernas
que avanzaban por entre brazos y brazos enroscados en pier-
nas, pelos enmarañados y desgreñadas cabezas adheridas á
troncos escorzados; caras verdosas trabajadas por el mareo y
otras echando chispas por lo copioso de las libaciones; espas-
mos nerviosos, muecas cómicas ó plácidas sonrisas, quizás
lejanas reminiscencias de un dulce pecadillo, de algún pasado
dolor, de una ilusión perdida, de una promesa de amor ó de
una jugada de Bolsa; y enlazadas sobre una hamaca, tres en-
cantadoras niñas—¿qué digo?—tres querubines, vestiditas
ellas de blanco, suelta la rubia cabellera y como declarando,
en la inocencia del semblante, que aprovechaban la ocasión
del sueño para departir con los ángeles de quienes tan corto
espacio su feliz edad las separaba.
Dábabaraos vista á Palma á las seis de la mañana por el
lado del O. A través de un pequeño golfo divisamos la Ciu-
dad, como una masa confusa de blancas paredes en declive.
Dos puntos oscuros se señalan en la base: la Catedral y el
edificio de la Lonja.
A las siete estábamos en tierra: á las ocho visitábamos la
Catedral. Mucho me la habían ponderado. No la comparemos
con la de Toledo, ni con la de Sevilla, ni con la de Burgos; pero
es una de nuestras buenas catedrales. De estilo griego la facha-
da principal, que representa en símbolo la Iglesia; las dos
58o REVISTA CONTEMPORÁNEA
laterales son de estilo ogival, y una de ellas figura la Gloria.
Todo el interior es gótico, con tres naves separadas por es-
beltas columnas. Ricos vidrios de colores en los ventanones
y más rico el del ábside, que tiene forma circular. Hartáronse
los escultores de decorar el coro con una profusión de talla
que exigiría meses de estudio. Pido algunos minutos para re-
crearme en aquellos artísticos alardes; pero nuestro director
de marcha no me los concede, dando por razón que aquello
no vale la pena de retardar media hora el almuerzo.—No son
más que trabajos de carpintero—dice mi eminente arqueó-
logo.
Pobrísimo el altar mayor, y no me extrañaba, si es cierto que
un mismo arquitecto construyó la catedral de Palma y la de
Barcelona. Al pie del altar descansan, en un suntuoso pan-
teón, los restos de D. Jaime I I , de Mallorca, hijo del Con-
quistador. Nos dejan ver el interior del sepulcro: la momia del
Rey está muy bien conservada y su color indica haber reci-
bido algunas capas de betún para dar mayor consistencia á
la arrugada piel. Mido lo largo del cuerpo: era una estatura
colosal. Mayor gigante no le he visto más que en los fenó-
menos que se enseñan por dinero. De un cintarazo debía al-
morzarse aquel santo varón media docena de almogávares.
No lejos de allí, en una capilla, a l a izquierda, descansa tam-
bién el Marqués déla Romana, bajo otro panteón moderno y
elegante.
En ornamentos y alhajas era la catedral de Palma quizás
uno de los templos mejor dotados; siendo de notar dos mag-
níficos candelabros de plata maciza y altura de siete pies,
imitación, decían, de los que había en el Tabernáculo. La
labor, prolija y exquisita.
Muy parecido el traje de coro de los canónigos al de Bar-
celona, y en general al de toda la antigua Coronilla de Ara-
gón. Acusan de cismático aquel traje con ribetes cardenali-
cios, y dicen haberlo introducido el antipapa D. Pedro de
Luna.
MIS MEMORIAS 581

IV

Gustábame poco echarme á andar por aquel laberinto de


la ciudad de Palma. Verdaderas calles pocas, mucho calle-
jón: tradiciones meridionales, ó mejor dicho, árabes, esas de
estrechar vías y levantar mucho las casas para tener más
sombra. Hoy construimos anchos bulevares y espaciosas
avenidas, pobladas de frondosos árboles: más higiene, más
desahogo, mejor circulación y mayor armonía con las necesi-
dades de la industria y del comercio. Sin embargo, un respe-
table mallorquín de los de la antigualla, me sostenía con gran
calor la utilidad de sus calles angostas, y hasta citaba
como autoridad á Tácito. ¿Tácito? No es verdad; nunca de-
fendió tonterías. Hablando de los ensanches y otras mejoras
que se hicieron en Roma después de los incendios de Nerón,
no sólo reconoce que contribuyeron al embellecimiento gene-
ral, sino que los declara de utilidad reconocida. Ea, ex utili-
tate acceptá, decorem quoque novas tirbi adlulere. Dice sí que,
con calles estrechas y edificios altos, no penetra el sol, y
que el calor se hace sentir más sin la defensa de la sombra;
pero tiene buen cuidado de hacer constar que eran otros los
que lo alegaban: erant tamen qui crederent. Léase el capítu-
lo 43, libro XV de sus Anales.
Ciertas gentes de la cuerda tirante, no contentas con po-
nernos el dogal al cuello, todavía quisieran tener las pobla-
ciones á régimen de muralla, enrejado y pasadizo, que todo
son maneras de apretujar. Lo que yo decía á mi erudito y
retrógrado balear, á propósito de las estrechuras de Palma:
¿cree V. que la antigua Roma no tenía sus calles anchas?
Pues había por de pronto dos magníficas: la Alia semita y la
Vía lata, sin contar otras que indican los escritores y cuya
descripción no ha llegado hasta nosotros. Y ¿por qué se ha
figurado V. que los Romanos no ensancharon las calles cuan-
do reconstruyeron su Ciudad después de la invasión de los
Galos? Pues no fué porque les faltaran deseos, sino porque
583 REVISTA CONTEMPORÁNEA

todo hubo que hacerlo atropelladamente, sin plan ni concier-


to, nidia distinciione, nec passim erecta, como dice el propio
Tácito; y porque la topografía del terreno, con sus colinas y
desniveles» no permitía improvisar vías rectas, largas y an-
churosas. Pero vea V. cómo todo se/uc jaziendo poco á poco;
y cómo después, bajo los primeros Emperadores, vino la se-
gunda, ó mejor dicho, la tercera reconstrucción de la Eterna
Ciudad con sus esplendideces y magnificencias, y según indi-
ca Tácito, siempre el mismo Tácito de V., latis viarum spa-
tiis... acpatefactis aréis, additisque porticibus. ¿Pues no había
de haber calles anchas en la antigüedad? «Y ¿en qué tintero,
proseguía yo, se deja V. las grandes perspectivas de Alejan-
dría y Antioquía, cortadas en ángulo recto con magníficas
calles de muchas millas de largo? Déjese V., pues, amigo
mío, de andar rebuscando citas históricas y de falsear textos
para sostener un staíu quo imposible: mírenlo, si quieren, con
mucho espacio; pero venga la piqueta, abran esas tripas y
hagan de Palma de Mallorca una perlita del Mediterráneo.»
Mientras así nos picábamos las crestas el rancio mallor-
quín y yo, fijábase de trecho en trecho mi atención en algu-
nos suntuosos palacios de fachada grande y ricamente la-
brada, anchuroso zaguán y espaciosa escalera de mármol,
pero todo tosco y sin el menor asomo de elegancia. Pertene-
cían á la nobleza, clase muy pretenciosa y muy apegada á
sus pergaminos, allí en el país de las Nou Casas. Bien distinta
es la de los chuelas, en otros tiempos humillada, siempre te-
nida en menos. Los hay riquísimos, dedicados al tráfico;
muestran tener buen ingenio y viveza para todo, si bien los
tachan de hipócritas y desconfiados, condición, á ser cierta,
inevitable en todas las razas oprimidas, y que el antisemi-
tismo atribuye también á los judíos, de quienes se les supone
descendientes. Tenían en Palma su especie de Ghetto, porque
vivían en barrio separado, principalmente en la calle de la
Platería {fa chuderia). La antipatía que se les profesa es tal,
que sería mal mirado cualquier enlace suyo con persona que
no fuere de su casta. Hasta han dado en decir que hay en su
fisonomía rasgos distintivos. Yo he visto y tratado á muchos
de ellos, y no me he apercibido de semejante cosa.
MIS MEMORIAS 683

Tres bonitas expediciones hicimos en Mallorca: Bellver,


Raxa y Soller.
Bellver, antiguo palacio de los Jaimes mallorquines: cárcel
del ilustre Jovellanos. Era una tarde soberbia, apacible, per-
fumada, ligeramente rozada por la brisa; y por ser la hora
un tanto avanzada, los rayos del sol regalaban la vista y no
la ofendían. íbamos un compañero y yo, en medio de una
vegetación espléndida, siguiendo un senderillo esmaltado,
y á trechos, tapizado de flores silvestres; y subiendo luego
lentamente la cuesta que conduce al castillo, apercibimos en
sitio frondoso unos peñascos, donde nos sentamos para con-
templar la magnificencia del panorama; el puerto, gallardas
embarcaciones, cintas azuladas en el mar, la gama de tintas
verdes en la campiña, aguja de la Catedral, y allá en el fondo
los altos picachos de la Isla que se destacaban, bajo el límpido
cielo, vagamente desleídos en un pálido sfumaío. Todo con-
vidaba al silencio, al recogimiento, á la meditación; y em-
bebecidos con aquellos esplendores, los dos á la vez, por no
sé qué secreto instinto, sin hablarnos, sin comunicarnos, nos
acordamos de Grecia, y ya en Grecia nos sentimos traspor-
tados á Atenas, y de Atenas al Cabo Sumió, donde nos pa-
recía oír á Platón exponiendo á sus discípulos la maravillosa
teoría del alma, que ha condensado en el Timeo. ¿Quién hizo
vibrar este unísono en nuestros espíritus? Seguramente el
triste presentimiento de próximas y bien desagradables im-
presiones. Que no sentaban mal aquellas sublimidades, cuan-
do un momento después íbamos á descender al terrible re-
cuerdo de las intolerancias, de las persecuciones, de la bar-
barie y de toda la ruindad de las pasiones humanas. Ya, á
pocos pasos que anduvimos, y al atravesar el puente que fa-
cilita la entrada al terraplén del castillo de Bellver, nos lo
advirtió una fúnebre lápida de mármol con la inscripción
siguiente:
584 REVISTA CONTEMPORÁNEA

«Aquí fué fusilado el Excmo.Sr. Teniente general D. Luis Lacy, el día 5


de Junio de 1817, á las cuatro y cincuenta minutos de la mañana. Víctima de
su ardiente amor á la libertad.»

Por una puertecilla de escape, pasamos á un patio circular


rodeado de columnas de piedra que sostienen arcos ojivales;
y en una galería superior se abren varios pabellones, uno de
los cuales fué morada del ilustre D. Gaspar Melchor de Jove-
llanos, cuando por uno de los mayores desaires de la fortuna,
fué arrebatado á sus hogares en 1801, desterrado á la Car-
tuja y luego le dieron Bellver por encierro. Allí fué donde es-
cribió las famosas cartas A Posidonio, en las cuales revelaba lo
inquebrantable de su espíritu:
< la envidia
¿Qué me puede robar ?
¡T>a libertad? no, no, que no le es dado
Hasta el alma llegar, donde se anida,
Y arrojarla no puede ,.

mi alma
Ser herida podrá, mas no doblada.

Brame la envidia y sobre mí desplome


Fiero el Poder las bóvedas celestes;
Que el alto estruendo de la horrenda ruina
Escuchará impertérrita mi alma.»

Bien valía la pena de haber conservado la prisión en su


antiguo estado, como tributo de admiración al gran Jovella-
nos y perpetuo recuerdo de regias ingratitudes; pero se pre-
firió trastornarlo todo y convertirlo en lujosas habitaciones
para los Capitanes generales. Cuando yo visité el castillo, ni
siquiera existía la sencilla lápida que después hizo colocar en
aquel sitio la Sociedad Económica Mallorquína de Amigos
del País, según me han referido.
Lo más horrible del castillo de Bellver es la Hoya, descri-
ta en estos términos por el mismo Jovellanos:
«Ocupa, en ancho, el espacio interior de la Torre, y, en alto, la parte más
»honda de la cava, que está rodeada por el talud, sin otra luz que la que puede
idarle una estrechísima saetera, al través de aquellos hondos, dobles y espesí-
MIS MEMORIAS 585
>simos muros. Tampoco tiene otra entrada que una tronera redonda, abierta
>en lo aUo de la bóveda, y cubierta de una gruesa tapadera que, según indicios»
>era también de fierro, con sus barras y candados. Por esta negra boca, debía
>entrar, ó más bien caer, desde la cámara superior, en tan horrenda mazmo-
>rra, el infeliz destinado á respirar su fétido ambiente; si ya no es que lo des-
> colgaban, pendiente délas mismas cadenas que empezaban á oprimir sus
> miembros.»

Las Hoyas, los in pace, plomos y pozos de Venecia, cala-


bozos de Spielberg, minas de Siberia: ramillete encantador
de dulzuras y halagos inventados por la tiranía. Bien hace
D. Gaspar en añadir, á renglón seguido: «que si no hay cri-
smen á que no pueda llegar la perversidad de algunos hom-
íbres, es admirable que sean muchos más los que han aspi-
»rado á la excelencia en el arte horrible de atormentar á sus
«semejantes.»
Salí de la Hoya con el corazón más chico que un garban-
zo; como me había de suceder, muchos años después, al vi-
sitar los pozos de Venecia. Necesitábamos respirar nuevas y
abundantes dosis de aire libre; y decidimos irlo á buscar, al
día siguiente, en la deliciosa quinta de Raxa, propiedad de
los Condes de Montenegro y de Montero.

VI

Era el titular de entonces un respetable anciano que se ha-


cía recomendar por la gallardía de su persona y la majestad de
sus modales. Además de darnos una recomendación de su pu-
ño y letra para el mayordomo de Raxa, tuvo la amabilidad de
mostrarnos todas las preciosidades de su palacio de Palma.
Había allí, entre otras cien maravillas, una soberbia colección
de cuadros de escuelas italianas, con otra riquísima de tapi-
ces flamencos y una larga galería de retratos de familia: un
conde de Montoro, Capitán general de las Baleares, un Gran
Maestre de la Orden de Malta, varios Obispos, y en sitio de
preferencia, el Cardenal Despuig y Dameto, honra de la Casa,
586 REVISTA CONTEMPORÁNEA

gran protector de las artes y célebre en los fastos de Mallorca


por sus generosidades de ñaagnate.
Entre unas cosas y otras no pudimos salir para Raxa hasta
las tres de la tarde. Dista la quinta unas dos leguas de Palma
de Mallorca. Bellísima situación en el fondo de unos olivares,
teniendo por vecindad muchos bosques de olorosos naranjos
que, con los tantos y tantos que pueblan la Isla, nos traían á
cada paso otras reminiscencias de la pagana Grecia. Hicimos
el camino embanastados en un mal calesín con un caballo
viejo y cojitranco que no podía con su osamenta; el tiempo
se anunciaba lluvioso con fuerte viento Sur y unas boca-
nadas de polvo que nos ahogaban: gruesos nubarrones y unas
gotas que empezaron á caer como puños. Al fin no fué más
que un turbión de verano: pasóse el nublado, y lo fuimos
trampeando con nuestros impermeables.
¡Cosa más particular! De tantos bosques como he atrave-
sado, ninguno, á excepción de la Selva Negra, me ha produ-
cido una impresión tan rara como la que me produjo el que se
extendía por aquel camino de Raxa. Y la razón pienso fué que,
de todos los árboles, son los olivos los que tienen la propiedad
de afectar las formas más fantásticas, grotescas y estrafalarias
y la de reproducir los más caprichosos accidentes de la cari-
catura. Chiquititos, achaparrados, rechupados como las gentes
que los cultivan, parece á veces que os tienden unos brazos
descarnados en ademán de daros un abrazo: otras os mues-
tran un puño de hierro como para aplastaros la moliera: ya os
remedan una cara mefistofélica aprisionada en un marco de
nudosas ramas; ya un bello perfil griego coronado de menu-
das hojas. Ora semejan un caduco anciano de larga barba y
con la frente inclinada al suelo, ora un corcel fogoso en li-
bertad lanzado á toda carrera. Por poco que logréis abs-
traeros del mundo real, identificándoos con aquellas mutacio-
nes rapidísimas, se echará á volar vuestra imaginación y
viviréis en plena mitología ó en plenas leyendas alemanas.
Veréis desprenderse de algún tronco una graciosa wilis que
vaá trazar, con un pie menudico, caprichosas curvas sobre el
césped: veréis danzas infernales, aquelarres, fúnebres convo-
yes, druidas invocando á los dioses al tañido de los sagrados
MIS MEMORIAS 587

bronces, espadas centelleantes, procesiones de enanos, cace-


rías absurdas arrastrando en una inmensa polvareda de oro,
tocas, blancos penachos, dardos y venablos, trompas, man-
tos flotantes, azores, hacaneas, pajes, amazonas, ciervos ja-
deantes perseguidos por jaurías imposibles; ó acaso algún
diablillo socarrón que viene á posarse sobre vuestros hombros,
y tocándoos maliciosamente en la nariz con un dedo, os pre-
gunta como los lutines de Heine: «¿nos mudamos ó no nos
mudamos?»
Seguramente á los compañeros les trotaban también por
la cabeza estas ó parecidas especies, porque, durante el tra-
yecto, nadie se atrevió á decir esta boca es mía. Soltáronse
por fin las lenguas al entrar en Raxa.
No haré la descripción de la quinta; pues para ello necesita-
ría ser historiador del Arte, anticuario, numismático. De cuan-
to se relaciona con estos y otros géneros del saber, fué ateso-
rando allí ejemplares el Cardenal Despuig, sin perjuicio de las
escavaciones que mandó hacer, por su cuenta, en el territorio
de Aricia, para recoger los restos de la Diana sangrienta. Lá-
pidas rarísimas con curiosas inscripciones, estatuas griegas
ó restos de ellas, un Sileno, un Júpiter olímpico, bustos ro-
manos, un buen Trajano, un excelente Marco Aurelio. Pro-
fusión de objetos menudos. En cerámica, ánforas, lagenas,
patinas, cimbios, pelluvios, ampullas olearias, chytras, vasos
etruscos, lucernas biclinas, lucernas pensilias y urnas cine-
rarias. En mobiliario, arcas, biclinios, triclinios, clepsidras,
escabeles y candelabros. En adornos ó preseas, anillos sen-
cillos y bigemos, armillas, cálceos, caligas, coronas triunfa-
les, ovales y radiales. En armas ofensivas y defensivas, gá-
leas, lóricas squamatas y plumatce, sicas, furcas y furcillas,
peltas y bastas ansatas. En instrumentos músicos, buccinas,
cítaras, címbalos y tímpanos. En yeso, en barro ó en bronce,
multitud de cariátides, priapillos, sátiros y otras figurillas
representando los lares y penates que ostentaban los Romanos
en el tablinum situado detrás del atrium. En fin, un museo,
en toda regla, de la antigüedad clásica; museo digno de un
Grande, como no parecería mal que lo tuvieran muchos seño-
res de la clase del Conde, siquiera al lado de sus espléndidas
588 REVISTA CONTEMPORÁNEA

caballerizas, ya que parezca menos decoroso llamarlas cuadras.


Siempre, y más desde que vi aquellos tesoros de Raxa,
me han inspirado profundo respeto y veneración los arqueó-
logos. Poner en ridiculo al anticuario, lo tengo por solemne
bobería. ¿Qué os parece mejor: la generación que se ocupa en
enterrar los monumentos de sus antepasados, ó aquella que
se dedica á extraerlos y restaurarlos para conocerlos bien é
inspirarse en sus grandezas? Estoy por decir que esta sola
diferencia marca la gran linea divisoria entre pueblos y pue-
blos, con sus respectivas costumbres, su política y creencias
al través de las edades. Unos que destruyen, esconden y se-
pultan; otros, que cavan, extraen y reconstruyen. Conquista-
dores del Asia, conquistadores en Europa, conquistadores de
la América que avanzan y avanzan dejando ruinas por hue-
llas; musulmanes bárbaros que queman bibliotecas; cristianos
primitivos que abaten templos paganos, mutilan estatuas y
borran las obras de Cicerón para escribir encima un himno
macarrónico, en palimsesto; mañana, quizás, el joven partido
obrero talando ó incendiando fábricas, ferrocarriles, edificios
públicos, viviendas de ricos y burgueses y creyendo hacer obra
meritoria. De todos estos se compone el grupo de los devasta-
dores. Mas, véase cómo ya, desde remotos tiempos, empiezan
los instintos arqueológicos con el trabajo de reconstrucción.
Roma, que se lleva como trofeos, á su casa, objetos del arte
griego y egipcio; Pausanias, que describe minuciosamente
los monumentos de Grecia; monjes de la Edad Media que
guardan y consultan manuscritos antiguos; y con el Renaci-
miento y con Lorenzo el Magnífico, las primeras colecciones
de medallas y piedras grabadas, los primeros estudios de la
estatuaria clásica y de la arquitectura greco romana.
¡Qué distancia, sin embargo, decía yo contemplando lo
de Raxa, qué distancia de aquellos tímidos ensayos á esta
colección particular, pequeña pero tan perfectamente ordena-
da! ¡Y cuánta y cuantísima mayor distancia hasta llegará
los grandes museos de Europa, á los de Ñapóles, Florencia,
París, al Briíish Museiim! Porque la arqueología, como cien-
cia, es de ayer, casi de hoy; la han creado Herculano y Pom-
peya, las escavaciones asirías, egipcias, griegas y romanas.
MIS MEMORIAS 58^

Groevius y Gronovius, Muratori y Lord Elgin, Kircher y La-


yard, los Champollión y Mariette.
Todo el camino de regreso á Palma fué un continuo tra-
gín con mis impresiones de Raxa. Entróme de repente un
ansia desmedida de cultivar el estudio de las antigüedades, y
dejando vagar la imaginación, lo enlazaba todo con mi ma-
nera de apreciar la historia, según dejo consignado en otro
capítulo. Los historiadores mienten, repetía yo, los historia-
dores mienten; no pueden menos de mentir. ¿Cómo compren-
derán los hombres del porvenir la República de los Estados
Unidos, descrita por un monárquico? ¿la Monarquía inglesa
de los Hannover ó la belga de los Coburgo, descrita por un
republicano? ¿la unidad de Italia explicada por un católico?
¿la actual situación del Pontificado, definida por un protes-
tante? Pues lo mismo debe sucedemos á nosotros con los he-
chos antiguos. Cada historiador nos los habrá transcrito se-
gún sus particulares afecciones ó sus pasiones de partido.
Los historiadores mienten, por mucho que no quieran men-
tir. On retrome Vhommepartout, decía Voltaire. Sólo los mo-
numentos cantan la verdad; la lápida habla, la estatua reve-
la, la medalla narra, la pintura describe, la arquitectónica
simboliza.
Hasta llegué á formarme mi plan de educación arqueoló-
gica para cuando estuviésemos de vuelta en Barcelona. Des-
de la arquitectura hasta la heráldica, lo iría recorriendo todo
paso á paso, con relación á los pueblos que han dejado de
existir; estatuaria, el bajo relieve, camafeos, pinturas sobre
mármol, marfil, madera, lienzo y al fresco; vasos y mosaicos;
instrumentos religiosos, militares y civiles; numismática,
iconografía, indumentaria, paleografía y diplomática. ¡Candi
das y engañosas ilusiones! Justamente al llegar á Barcelona,
iba á empezar para mí una serie de desventuras que habían
de dar á mi vida y á mi espíritu direcciones bien distintas.
Mas antes de dar cuenta de ellas, acabemos de reseñar nuestra
excursión por Mallorca.
JOAQUÍN MARÍA SANROMÁ.

{Se continuará.)
LA LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES

I.—Fines que persiguen las naciones en su lucha económica.—Hasta ahora la


lucha económica la han sostenido las naciones principalmente con los inte-
reses industriales y mercantiles.

n.—Procedimientos con que Inglaterra se ha apoderado de la supremacía


económica.—Leyes de la reina Isabel en favor de las industrias, de la agri-
cultura y del comercio británico.—Lucha comercial contra Holanda. El
Acta de navegación.—El sistema colonial.—Política interior y exterior de
Inglaterra para implantar en su suelo las industrias del continente.—Medios
que para esto emplea en su legislación aduanera y en los tratados de paz y
de comercio.

OS duros trances de la lucha por la existencia, im-


puestos á toda la creación, para ningún organis-
mo se manifiestan tan terribles é inexorables co-
mo para el Estado. Las naciones, ya sea conten-
diendo en los campos de batalla, disputándose por medio
de los ejércitos los privilegios y supremacías de la fuerza; ya
sea entregándose á las artes de la paz, viven siempre en un es-
tado de guerra permanente. Un luchar perpetuo es para ellas
el elemento necesario de su desenvolvimiento. A esta ley
están sujetas todas: las unas, como más débiles, luchan para
vivir; las más poderosas para disputarse la supremacía. Nin-
guna, ni aun en los períodos en que todas aparecen más
LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES Sgl

reconcentradas en su vida interior, puede sustraerse á esta


necesidad suprema. Si alguna, fiando en la paz y amistad,
intenta apartarse de la ruda pelea, sucumbe pronto avasallada
por sus rivales; pues en esta contienda de la vida los comba-
tes más formidables y decisivos son aquellos que se riñen con
las armas aparentes de la paz, por lo mismo que para el en-
grandecimiento y destrucción de los imperios ninguna influen-
cia es tan capital é incontrastable como la de los hechos eco-
nómicos.
Pero el desarrollo de la vida económica de las naciones
entraña de suyo necesidades ineludibles de defensa y agre-
sión. Si un pueblo no defiende y ampara las primeras fuen-
tes de su riqueza, en breve quedan exhaustos los manantiales
de su vida y perece miserablemente por agotamiento radical
de sus fuerzas. Y al propio tiempo, si cuando ha llegado á la
exuberancia de la riqueza no procura en el exterior una sali-
da á sus sobrantes, se produce también irremisiblemente igual
efecto de inanición y muerte. Así en las competencias de la
vida económica, los fines que instintivamente arrastran á toda
nación, consisten: en bastarse primero á sí misma y sustraerse
en lo posible á la imposición de los demás; en dominar luego
á sus rivales en los mercados que los economistas llaman
neutrales; y en imponer, por último, su superioridad en el
propio mercado natural de sus contrarios.
Hasta aquí la lucha económica la han sostenido las na-
ciones principalmente en el terreno industrial; y presen-
ciamos ahora sus desenlaces. Todas las industrias se en-
cuentran en portentoso desarrollo y perfeccionamiento. La
maquinaria, las instituciones de crédito, la división del traba-
jo, la facilidad y baratura de los trasportes, realizan tales ma-
ravillas de economía y abundancia en la producción, que las
naciones más adelantadas y potentes se sienten como ahoga-
das dentro del mundo civilizado; y dilatándose por la acción
irresistible de las fuerzas de expansión que encierran en su
seno, habiendo avasallado á sus vecinos más débiles ó incau-
tos, se derraman por las regiones de la barbarie, buscando en
los continentes incultos y entre las tribus salvajes, mercados
para sus productos y nuevas fuentes de primeros elementos
592 REVISTA CONTEMPORÁNEA

que alimenten su fiebre prodjJictora. En vista de todo esto, los


hombres de Estado presienten que en el seno de la economía
europea se opera una trasformación inmensa. Comprenden que
dentro de los imperios más potentes del viejo mundo, el aco-
pio de la riqueza y la población acumulada, necesitan amplios
horizontes de desarrollo más allá de las fronteras nacionales;
y á la manera que el apicultor en previsión del vuelo de un
enjambre, preparan ellos cuidadosos, con la expansión colo-
nial, nuevas colmenas para su raza, á fin de que estos frutos
de la vida patria no resulten fuerzas perdidas ó vayan con
dafto propio á enriquecer al vecino.
Más adelante examinaremos las consecuencias de los dife-
rentes factores producidos en esta trasformación económica,
á que ha dado origen la lucha mercantil é industrial, y entre
ellos principalmente la facilidad y baratura de los trasportes.
Ahora, para mayor claridad en la enunciación de las causas de
la crisis presente y en el análisis de sus remedios, ya que el
ejemplo de Inglaterra se cita como la más elocuente justifi-
cación de las soluciones librecambistas, debemos exponer de
qué manera en la competencia industrial y mercantil de las
naciones ha surgido la supremacía británica, y cómo ante el
apogeo de esta supremacía, las naciones que ella avasallaba
pudieron abrazarse á las teorías que reclaman la desaparición
de toda defensa de fronteras en la competencia económica.

II

Hasta principios del siglo XV los Estados europeos no vie-


ron en las tributaciones de tránsito y frontera más que un re-
curso fiscal. Desmembrados los territorios que luego habían
de constituir los grandes cuerpos de soberanía en la cristian-
dad, raros é inseguros los caminos interiores, únicamente en
el litoral y en las márgenes de los ríos navegables hallaba el
tráfico comunicaciones adecuadas para sus necesarias corrien-
tes. Entre territorios que más tarde habían de constituir pro-
LUCHA ECONÓMICA D E LAS NACIONES 5g3

vincias de una misma nacionalidad, la separación era entonces


parecida, si no mayor, á la que ahora media entre los más
apartados continentes. Mal podía en tales condiciones ofre-
cerse peligro alguno de que una nación avasallara á otra aho-
gando en ella el desarrollo de la vida económica con la exu-
berancia y superioridad de la propia producción. Por el con-
trario, salva muy contada excepción, las naciones vivieron
durante la Edad Media con la industria encerrada dentro del
mercado nacional, y bastándose generalmente cada cual á sí
misma. Pero en cuanto se iniciaron los tiempos modernos todo
mudó de aspecto. Los Estados se hallaron enfrente unos de
otros, no sólo con la fuerza militar y las artes de la política,
sino también con los recursos internos de la riqueza nacional.
La frontera no fué ya únicamente una defensa natural contra la
agresión armada, y el límite territorial de la jurisdicción de
una soberanía, sino también un baluarte de defensa para los
intereses económicos, dentro de cuya demarcación el poder
tutelar de la soberanía había de fomentar y proteger las pro-
pias fuerzas naturales de cada cuerpo social. Por este motivo
las naciones, sin darse quizás por de pronto cabal cuenta del
impulso que las arrastraba, á la par que luchaban por la inde-
pendencia y extensión de soberanía territorial, buscaron, con
el resguardo de sus fronteras, el desenvolvimiento de sus fuen-
tes naturales de riqueza. Con mayor ó menor amalgama de
errores económicos en principios de monopolio y sistemas de
arbitristas, todas ellas plantearon rigurosa protección para los
intereses del comercio y de la industria nacional.
Ninguna igualó á Inglaterra en energía, habilidad y perse-
verancia para el desenvolvimiento de esta política protectora.
Su agricultura y su industria se señalaban por grande inferió,
ridad y atraso respecto de los Países Bajos, Francia, Italia y
España. Desde la invasión normanda hasta Enrique VIII, el
ganado lanar constituía allí la más importante de todas las
producciones agrícolas. En ello alcanzaban grandes provechos
los dueños de cabanas; pero la general economía de la indus-
tria rústica se resentía en cambio de profundos daños. Los cerea-
les y demás ramos del cultivo estaban sacrificados á los pastos;
y si la saca de lanas para los telares del Brabante y los tintes
TOMO LXV.—VOL. VI. 38
594 REVISTA CONTEMPORÁNEA

de Florencia, proporcionaba pingües beneficios al ganadero,


las demás clases agrícolas vivían condenadas á los sufrimien-
tos de extremada pobreza, pareciendo irremediable la despo-
blación de aquellas islas. En parecida situación languidecían los
intereses nacionales en las operaciones del tráfico mercantil.
Una factoría anseática, compañía de mercaderes extranjeros,
se había apoderado por la astucia y la corrupción de grandes
privilegios de tráfico, y explotaba todo el comercio británico.
Enrique VIII y la Reina Isabel iniciaron la empresa de eman-
cipar á un tiempo á la navegación inglesa de la supremacía de
la casa de Austria, á su industria de la de los Países Bajos, y á
su comercio de los monopolios del Hansa (i). Dictaron pri-
mero penas severas contra los exportadores de la primera ma-
teria para la industria lanar; impusieron luego derechos prohi-
bitivos á la introducción de esta clase de tejidos en el reino; y
con la ruina de la factoría anseática quedó libertado el país
de la onerosa mediación de los extraños. Por estos procedi-
mientos Inglaterra compitió en breve en el comercio con la
liga anseática, y en la industria con el Brabante. Así se im-
plantó allí la industria, que fué la primera base del desarrollo
fabril y comercial de la nación que ahora impone su suprema-
cía al mundo.
Por iguales medios inició la reina Isabel la prosperidad agrí-
cola de sus Estados. En los comienzos de su reinado, apenas
una cuarta parte de la superficie del territorio estaba dedicada
al cultivo. La población de la Gran Bretaña no excedía de dos
millones, y ni aun para tan reducido número de pobladores
daba abasto la producción del suelo. Las fuentes de la riqueza
agrícola parecían como exhaustas. Ni la población recibía au-
mento, ni cuidaba el labrador de extender sus faenas por una
tierra que consideraba ingrata, cuando veía contratar en sus
puertos á bajo precio los artículos de mantenimiento. Pero la
corona supo trasformar por completo aquella situación econó-
mica; y á la terminación del reinado de Isabel, el acre de tierra
ya daba allí dobles productos, se cultivaba un tercio de la su-
perficie territorial y la población había alcanzado los aumentos

(l) SCHERER.—Historia del comercio de las naciones, tomo I I , cap. IV.


LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES 5g5

consiguientes (i). Desde entonces, vigorosamente amparada é


impulsada por el poder público, la agricultura continuó en no
interrumpida prosperidad, hasta que en aquella naturaleza in-
clemente, el suelo produjo más pingües cosechas que las de
los campos de Francia y de la Lombardía. Llegó al fin el
Reino Unido á ser exportador de cereales; y en los momentos
críticos en que las necesidades de la industria fabril impusieron
allí el libre cambio, la agricultura se sintió con vigor propio
para desafiar en campo libre á las demás naciones.
En medio de la convulsión revolucionaria que durante el
siglo XVII volcó al trono de Inglaterra, los intereses económi-
cos del país, lejos de verse desamparados, sintieron, por el
contrario, impulsión más enérgica que en ningún otro tiempo.
Cronwell desplegó en su defensa extraordinarias previsiones
de estadista sagaz. Comprendió que sin poder marítimo y co-
mercial Inglaterra viviría como eclipsada en el mundo.
La vecina república de Holanda, persiguiendo iguales ambi-
ciones de dominación en los mares, ofrecía á la sazón el princi-
pal obstáculo para la regeneración económica de la GranBreta
fia. A fin de quebrantar este obstáculo planteó Cronwell con
admirable perspicacia un sistema de política mercantil que, des-
envuelto con perseverancia y fijeza de miras, había de producir
irremisiblemente la ruina de Holanda. De aquí nació el Acta
de navegación, decreto de enérgica protección para los intere-
ses nacionales por ninguna otra nación igualado jamás en el
rigor de sus prohibiciones. Adam Smith proclama el Acta de
navegación <íComo la más sabia de todas las Ordenanzas de co-
mercio dictadas por Inglaterra^ (2). Nada, sin embargo, puede
darse en tan flagrante contradicción con los principios del eco-
nomista escocés, que este memorable decreto del gran protec-
tor de Inglaterra; pero por esta misma circunstancia, el testi-
monio del mayor maestro de los economistas es el más autori-

(1) JEANS.—La supremacía de Inglaterra, cap. III.


(2) ADAM SMITH.—Investigaciones sobre la riqueza de las naciones, lib. IV,
cap. II. Compárese este elogio del Acta de navegación con los principios eco-
nómicos qne formula y resume el mismo autor á la conclusión del cap. IX,
libro IV.
SgÓ REVISTA CONTEMPORÁNEA

zade para reconocer que á una ley de atinada prohibición y


monopolio debe la Gran Bretaña la dominación de los mares.
El Acta de navegación es en la constitución marítima de
Inglaterra, lo que la Carta Magna en su constitución política:
en ésta halló la más firme base para sus libertades públicas; y
en aquélla el principal asiento de su poderío económico. Por
el Acta de navegación sucumbió la potencia marítima y comer-
cial de Holanda. ]Fué lucha ciertamente de éxito lento, pero
seguro. Por de pronto, sólo imposibilitó las operaciones in-
termediarias de los holandeses en Inglaterra; Holanda con-
tinuó aún por largo tiempo disfrutando del monopolio maríti-
mo con los demás países. Pero eliminada por Inglaterra la in-
tervención holandesa en el tráfico con las colonias británicas,
el Reino Unido se sobrepuso á todas las naciones en la expan-
sión colonial; y el ascendiente que tomó así como principal po-
tencia en el sistema político de Europa, le permitió más tarde
sustituir por completo á Holanda en el Mediterráneo y en el
tráfico colonial de los dos reinos de nuestra Península.
Tras de la destitución definitiva de los Estuardos vino á
ocupar aquel trono vacante un hijo de Holanda. Por sus fun-
ciones de Estatuder, Guillermo de Orange debía apreciar sin
duda con práctico conocimiento el valor económico de los
principios del libre tráfico marítimo proclamado por mercade-
res de Anveres y Amsterdam, como fundamento capital del
derecho público. Sin embargo, al ceñir la diadema británica
dejó para el uso de los Estados de Holanda las doctrinas del
Mare Libero y G\ laisses faire, laissez passer de Grocio, y
tomó como Rey de Inglaterra la política comercial del Acta
de navegación.
Pero en la política colonial es donde encuentra su más enér-
gica expresión el sistema de comercio y de economía pública
observado por Inglaterra para apoderarse de la primacía de
las naciones. Todas las potencias rigieron entonces sus rela-
ciones coloniales por el mismo principio de monopolio nacio-
nal. Inglaterra y Holanda lo mismo que Portugal y Francia,
desenvolviendo en el trato con sus colonias la mira económica
iniciada por nuestros Reyes Católicos y el Emperador Car-
los V, buscaban en provecho exclusivo de la madre patria la
LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES Sgy

producción y el consumo de las posesiones ultramarinas (i).


Este principio de monopolio erigido en sistema, sirvió á los
Estados europeos de principal arma de guerra en la lucha eco-
nómica. Las diferencias no surgían sino de la sagacidad de
cada nación al aplicarlo prácticamente á las necesidades de
sus conveniencias nacionales. España se condenó á irremedia-
ble decadencia al abandonar á Compañías privilegiadas el
monopolio del comercio americano, en lugar de establecer co-
mo Inglaterra que todo subdito de la Corona pudiera traficar
libremente con América, ajustándose á las disposiciones del
Acta de navegación. Explotábamos nosotros las colonias prin-
cipalmente en provecho de la Real Hacienda y de los funcio-
narios de la jerarquía colonial, posponíamos cualquier tráfico
de riqueza á la busca de los metales preciosos. Inglaterrra,
por el contrario, cuidaba en primer término de los intereses
manufactureros y comerciales de la metrópoli. «Las colonias
inglesas de la América del Norte, decía Lord Chatam, no tie-

( I ) «El conjunto de las medidas é instituciones que adoptaban respondía á


prohibir en absoluto á toda nación extranjera cualquier tranco con las colo-
nias, puesto que el comercio de ésta debía reservarse exclusivamente á la ma-
dre patria. De aquí resultaba, por una parte, que todos los productos obteni-
dos, tanto en minas como en cultivo, no podían ser exportados sino á la Me-
trópoli, y en navios nacionales; y por otra, que la importación en las colonias
de todos los artículos que necesitaba su consumo no podía hacerse tampoco
sino por el mismo medio y conducto de la metrópoli. La navegación con las
colonias era semejante al cabotaje. Además, á fin de asegurar á la metrópoli
mayor abundancia de fletes y de fomentar las industrias nacionales, se prohi-
bió rigorosamente á la colonia el ejercicio de toda fabricación de alguna im-
portancia, permitiéndosele sólo pequeñas industrias y los telares más indispen-
sables. Los colonos debían comprarlo todo de la metrópoli y venderlo todo
para ella. Con estas reglas, las colonias de una misma potencia no podían
traficar entre sí, á fin de no quitar á la metrópoli el beneficio del comercio in-
termediario. Se llegó hasta á prohibir el cultivo de ciertos productos natura-
les, tales como el lino, el cáñamo, el vino y el aceite, para no restringir las
importaciones de Europa. La corona se atribuía, además, generalmente el
monopolio del tabaco, de la sal, de la pólvora y otros artículos menos impor-
tantes, gravando en provecho del Tesoro, con grandes derechos de aduana, la
exportación é importación de sus colonias, que se hallaban así explotadas 4
la vez financiera y económicamente.»—(SCHERER.—Historia del comercio, se-
gunda parte, VI.)
SgS REVISTA CONTEMPORÁNEA

nen derecho de fabricar ni siquiera una espuela.» Lo propio


ocurría con las nuestras. Pero si Inglaterra, que había acertado
á desenvolver potente industria nacional, sacaba de ello inmen-
sos beneficios, España, en cambio, distraídas sus fuerzas de la
agricultura por la emigración y el azote de su desorden admi-
nistrativo y económico, distraídos los capitales de sus artes fa-
briles por la carestía de la mano de obra y los pingües beneficios
proporcionados con los artificios de un proteccionismo mal
entendido en provecho exclusivo de las Compañías monopo
lizadoras del comercio de Indias, no tenía bastante producción
manufacturera para aprovisionar sus posesiones con produc-
tos indígenas y se veía obligada á recurrir al mercado europeo,
con lo cual por una parte se agotaban de continuo las rique-
zas que ella extraía del Nuevo Mundo, y por otra, remitiendo
á sus colonias los productos más caros, ma's sobrecargados de
derechos y peores que los de cualquiera otra nación, fomen-
taba allí el contrabando en gran escala. Tales condiciones bas-
taban por sí solas para organizar en torno de las dilatadas
costas de nuestro imperio colonial enjambres áe. filibusteros y
hermanos de la costa, consagrados á empresas de piratería pa-
ra apoderarse de los galeones de Castilla y operar fraudulen-
tas importaciones en el continente americano. Holanda, Ingla-
terra y Francia patrocinaban con alarde á estos piratas, en cu-
yas guaridas almacenaba la fabricación europea los grandes
saldos de producción fabril destinados á la introducción clan-
destina. Si á esto se añade que en frente de las asechanzas de
las primeras naciones navales del mundo que en mancomún
dirigían su odio implacable contra nosotros, alcanzamos tiem-
pos de aniquilamiento y postración como los de Carlos II, du-
rante los cuales sólo tuvimos tres navios para nuestra defensa
en el Océano, fácilmente se comprenderá lo que en realidad
significó para nosotros el monopolio comercial con las Indias.
Las Indias orientales con su población mucho más compacta
que la europea, su desarrollo político y su civilización, muy
inferior ciertamente á la nuestra por su fondo moral, pero no
menos rica y brillante, ofrecía para el planteamiento del siste-
ma colonial condiciones muy distintas á las de las regiones
desiertas ó salvajes del Nuevo Mundo. No cabía allí, como en
LUCHA ECONÓMICA DB LAS NACIONES . Sgg
América, tomar posesión de territorios sin dueño ó mal de-
fendidos, sino que era preciso emprender una lucha difícil y
porfiada con los indígenas y los demás poderosos concurren-
tes comerciales. De aquí la necesidad de fortalecer las corrien-
tes del comercio con privilegios otorgados á grandes compa-
ñías, y de establecer la factoría fortificada como base de la
relación comercial. Tal fué en la India la política de Inglaterra
vencedora de Portugal, Holanda y Francia, hasta que Pitt pudo
asentar el imperio asiático sobre sus bases modernas. Pero sal-
vas estas diferencias precisas en los medios políticos y comer-
ciales, en Asia como en América, Inglaterra desenvolvió igua-
les miras mercantiles y aplicó los mismos pensamientos de mo-
nopolio. En cuanto penetró en la India, su primer propósito fué
apoderarse de las artes fabriles con que aquel país inundaba á
Europa de unos tejidos admirables, sin rival en la estima de
los mercados, y que con el nombre de indianas se disputaban
los mercaderes de todos países. Para que la indiana pudiera ser
un tejido de fabricación británica, el Reino Unido recargó
con un derecho de 75 por 100 la entrada en sus fronteras de
este producto principal de la industria de las Indias. Así no
tardó en constituirse sobre el suelo inglés la industria que, tras-
plantada desde las regiones más apartadas, ocupa ahora la
primacía entre todas las suyas, y es maravilloso ejemplo de la
eficacia de los resortes de gobierno debidamente secundados
por la actividad del interés privado en la creación secular de
la grandeza económica de una nación, para imponerse á las
condiciones de la misma naturaleza y desconcertar todas las
fórmulas científicas presentadas por la especulación teórica de
los economistas como fundamento necesario del orden econó-
mico. Inglaterra sin producir un adarme de materia prima para
la industria algodonera, y teniéndosela que procurar en los con-
fines del mundo, sostiene, sin embargo, triunfante en el mer-
cado universal la competencia de formidables rivales que le
llevan la inmensa ventaja de cosecharla en su propio suelo.
Podrán sostener los economistas que eliminadas por el progre-
so las trabas artificiales, debe limitarse cada pueblo á produ-
cir aquello que la naturaleza puso á su más inmediato alcance.
Aun á trueque de desacreditar la sabiduría de los economis-
6oo REVISTA CONTEMPORÁNEA

tas que á manera de ángeles custodios de los intereses bri-


tánicos han surgido por las demás naciones, Inglaterra envía
sus barcos á todos los rincones del Océano en busca de
negros, cobrizos ó mestizos, encueros ó á medio vestir, en
quienes despierta los sentimientos naturales del pudor, á
fin de que una vez convencidos de la necesidad de taparse,
recurran al algodón, que ninguna otra nación les ha de sumi-
nistrar con la abundancia y baratura de la Gran Bretaña.
Así un país que reducido á los dones que recibió de la na-
turaleza parecía destinado á ser á lo sumo una potencia secun-
daria; la nación que si por su posición insular se encontraba al
abrigo de invasiones extranjeras, pero también en peligros de
aislamiento y peor situada para el comercio marítimo que
los demás países occidentales de Europa, y sobre todo que
nuestra Península, la cual al fácil acceso con el nuevo mundo,
reúne por el Mediterráneo la inmensa ventaja de una comuni-
cación inmediata con los tres continentes del mundo antiguo;
la isla que al finalizar el siglo XV parecía una de las regiones
más estériles y desheredadas de la cristiandad, es ahora por
el contrario la que á todas impone su supremacía. La rapi-
dez con que alcanzó su encumbramiento y la firmeza con que
lo sostiene son un prodigio de sagacidad política sin ejemplar
en la historia. Debe todas estas grandezas á haber sido la que
mejor comprendió que la vida económica es el factor más im-
portante de la independencia nacional, y que al pueblo que
sepa atraerse el mayor número de fuerzas productivas, y asu-
mir la dirección del movimiento económico corresponde el do-
minio del mundo. Esta fué la clave de toda la política interior
y exterior que desenvolvió con admirable perseverancia,
amoldándola magistralmente á la diversidad de circunstancias
y situaciones complejas con que tropezó en su historia. Ella fué
la que durante tres siglos acertó más sagazmente que todas
sus rivales á desplegar las fuerzas de la riqueza por los proce-
dimientos del monopolio, que si son los medios más enérgicos
y tal vez los únicos con que pueden las naciones amparar sus
intereses de las agresiones extrañas, son al propio tiempo pro-
cedimientos que requieren consumada experiencia y maestría
para conjurar los fáciles errores y trascendentales peligros que
LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES 6oI

entraña su aplicación. Ella fué, en fin, la que mejor compren-


dió y practicó los deberes del Estado en el amparo y fomento
de la riqueza nacional, interviniendo el poder público con sus
organismos tutelares para procurar por medio de las tarifas y
defensas de frontera y tratados de comercio, garantías é inte-
reses que inciten á los capitales á la producción en el suelo
patrio.
Mientras que las demás naciones planteaban el sistema co-
mercial y las protecciones económicas, con mil incertidum-
bres, incoherentes resoluciones y absurdos errores, distrayen-
do además sus fuerzas sociales ó desangrándose en conquistas
de territorios difíciles de guardar, ó en porfiadas guerras de
sucesión, ó en competencias de jurisdicción de las sobera-
nías, ó en intrigas de Gabinete que mudaban bruscamente en
el interior y en el exterior la dirección política del Estado, In-
glaterra acometía resueltamente y sin desmayos, con el espl- ^^ij
»."/',
ritu exclusivo de su nacionalidad, las empresas de la política
comercial y marítima; y en ellas hallaba medios de beneficiar
todos los conflictos europeos y de colocarse al frente de los
reinos continentales. Cuando los estadistas y capitanes del
continente empeñaban porfiadas guerras por disputas de aven-
turas gloriosas ó de fragmentos de territorio, Inglaterra fo-
mentaba coaliciones, encendía 6 prolongaba las discordias y
tomaba parte en ellas con escasos recursos militares, pero con
opulentos subsidios. Enmedio de tales conflagraciones, no re-
trocedía ante el desembolso de enormes sumas. Comprendía
que no había para ella gastos tan fructuosos como éstos, por-
que así participaba en guerras durante las cuales, mientras las
demás naciones aliadas ó enemigas se veían asoladas por el in-
cendio y el saqueo, cerrados sus talleres y interrumpido el tráfi-
co, ella, por contrario, podía continuar pacíficamente el ejerci-
cio de las artes de la paz con pérdidas insignificantes de hom-
bres y excepcionales aumentos de riqueza, sin temor de ver
eclipsarse su estrella en los escarmientos de una derrota, y con
las seguridades contrarias de aprovechar el éxito de sus aliados
para acrecentar en los tratados su poder é influencia y conse-
guir ventajas comerciales más útiles que las adquisiciones te-
rritoriales, y medio seguro, no sólo para que volvieran rápida-
602 REVISTA CONTEMPORÁNEA

mente y con creces en pago de los productos de su industria,


los subsidios que había proporcionado, sino también para au-
mentar considerablemente las fuerzas contributivas del país.
Ninguna nación formó para los tratados de comercio una es"
cuela de negociadores comparable en habilidad y astucia á la
diplomacia británica. Nadie supo como ella combinar los dere-
chos diferenciales en la importación y en la exportación, pac-
tar prerrogativas leoninas con visos de reciprocidad, equilibrar
tarifas para que resulten favorecidas y amparadas las indus-
trias nacionales en vías de desarrollo, y cohibidas y sobre-
cargadas de impuestos las industrias de la otra parte contra-
tante, de manera que prosperase la industria británica á ex-
pensas de sus rivales. Con efecto, los tratados de comercio
impuestos por la astucia ó por la violencia, como un testimo-
nio de buena amistad ó cómo un incidente secundario de ajus-
tes pacificadores, han sido la más terrible y pérfida de todas
las armas empleadas por Inglaterra en la lucha económica.
Consiste la suprema habilidad de estos tratados en pactar com-
binaciones arancelarias, por las cuales con apariencia de equi-
tativa reciprocidad resulte un país explotado en beneficio de
otro. No perdonó Inglaterra medio de estímulo y halago para
formar un cuerpo de negociadores que reunieran por manera
asombrosa las dotes que requieren tales tratos. Cuanto mayor
éxito alcanzaba un diplomático al estipular un convenio por
cuyas artes la Gran Bretaña, á cambio de obligaciones iluso-
rias, arrancaba concesiones ruinosas á la debilidad ó ignorancia
de la parte contraria, la nación no sólo remuneraba espléndi-
damente sus servicios, sino que para mayor honra de su talen-
to y ejemplar enaltecimiento de su persona, designaba el
nuevo convenio comercial por el apellido del negociador que
lo había ajustado (i). Naturalmente, tales tratos requieren

( I ) Tal es el caso del célebre tratado de comercio que en 1703 supo el


hábil Methuen estipular con la corte de Lisboa, cuando Portugal se había en-
tregado en brazos de Inglaterra para salvar su independencia en medio de las
conflagraciones de la guerra de sucesión.
Se reduce el tratado á tres breves cláusulas, cuyas apariencias no pueden
ser más equitativas. La reciprocidad más estricta parece informarlas como
principio capital. Portugal se obliga á admitir para siempre todas las lanerías
LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES 603

además de profundo conocimiento de la economía de las res-


pectivas naciones, gran dominio de las artes é intrigas diplo-
máticas y cortesanas para insinuarse en la confianza del adver-
sario y burlar su buena fe con aparatos de sinceridad en los
sentimientos de honradez y en los afectos de la amistad. A
esto es debido quizás el predominio de la doblez y sollastría
como arma predilecta y la más característica y tradicional de
la diplomacia británica, cuando por el contrario sus jefes de
Gobierno y estadistas parlamentarios, recurren habitualmente
á medios de acción y procedimientos de conducta política de
más lealtad y nobleza. Los unos se distinguen por las grandes
sagacidades y previsiones políticas sobre la marcha de los par-
tidos, y del espíritu público nacional y de los acontecimientos
que han de influir en la vida patria. Los otros, por el contra-
• rio, sobresalen en la penetración de los caracteres individúa-

inglesas con un derecho de entrada de 23 por 100, que era el vigente en 1684-
é Inglaterra por su parte se compromete á recibir los vinos portugueses con
un tercio de rebaja sobre los de las demás procedencias. Pero con razón enal-
teció Inglaterra el tratado de Methuen como una de las obras maestras de la
política comercial. En él la fingida reciprocidad se reducía á una mera perfi-
dia. Inglaterra, que obtenía un privilegio exclusivo para sus productos indus-
triales, mientras se mantenía la prohibición con respecto de los demás países,
no concedía nada de retorno; pues lo que cedía á Portugal como un favor, lo
hacía en realidad en interés propio. Los vinos que en el mercado inglés com-
petían con los de Portugal eran los de Francia; y cuando ésta, por las orde-
nanzas de Colbert, no sacó ya paños de Inglaterra, para restablecer la balan-
za, se puso un elevado derecho á los vinos franceses. Podía por lo tanto In-
glaterra, sin el menor perjuicio, admitir los vinas portugueses con una rebaja
de un tercio en los derechos. En cuanto á la f upuesta reciprocidad, basta para
apreciarla formular estas dos preguntas; I.» ¿Qué industria vinícola tenía que
perder Inglaterra, cuando Portugal comprometía toda su industria fabril na-
ciente? 2.° ¿Equivalía el consumo de vinos en Inglaterra al de Portugal y sus
colonias en lanerías?
No es extraño, por lo tanto, que al poco tiempo de firmado el tratado com-
prendiera Portugal que en él había recibido un golpe de muerte su indepen-
dencia económica. Desde entonces se vio sometido á Inglaterra por un avasa-
llamiento económico, que la redujo á condición todavía peor que cualquiera
de las colonias inglesas respecto de su metrópoli. Toda su industria fabril na-
ciente quedó completamente arruinada. Verdad que Inglaterra no había pacta-
do nada masque sobre tejidos de lana; pero cuando un pueblo rico, activo é
604 REVISTA CONTEMPORÁNEA

les, y en el arte de explotar los flacos personales de los perso-


najes con quienes han de negociar.
De este modo las guerras y los tratados de paz y amistad
para los demás generalmente tan desastrosos, constituyeron
para Inglaterra elemento seguro de poderío y riqueza. Francia
fué la que en dos ocasiones solemnes entrevio con mayor ins-
tinto el peligro con que su formidable vecina amenazaba al
continente. Pero en ambos casos la desapoderada ambición de
la política francesa tenía concitados á los demás Estados en
contra de la supremacía absorbente de Luis XIV y de Ñapo-
león; y lejos de contrarrestar el avasallamiento económico que
los amenazaba, se entregaron á su yugo con tal de derrocar
á los soberanos que parecían querer encumbrarse en el solio
de la monarquía universal. En la paz de Utrech, Europa cre-
yó ver restablecido su equilibrio con la humiliación de Fran-
cia; pero pronto conoció que sólo había puesto freno á la am-

inteligente, avasalla una gran industria de otro país, es seguro que más ó me-
nos pronto se apoderará también de las industrias accesorias. Esto fué lo que
Inglaterra hizo con Portugal. Y no fué sólo la industria, sino también toda la
vida comercial, la que quedó trasplantada del Tajo al Támesis. Portugal fué
una sucursal de la Banca inglesa. Se tomaba el dinero en Londres á 3 y 3 ¿
por loo, y se colocaba en Lisboa al 10 por 100. Las importaciones anuales
de Inglaterra en Portugal excedían á las exportaciones de éste en un millón de
libras esterlinas, que se saldaba al contado con oro del Brasil, porque Ingla-
terra no tomaba ni azúcar, ni tabaco, ni demás productos ultramarinos, en
cuyos artículos daba la preferencia á sus colonias. Esta falta de equilibrio ha-
cía subir el cambio de 1$ por lOO sobre Lisboa; y si favorecía el consumo del
Oporto y demás vinos portugueses en Inglaterra, acrecentaba también con
más incontrastable impulso el monopolio británico en el comercio interior de
Portugal. Los apellidos portugueses sólo figuraron por mera fórmula en las
operaciones mercantiles interiores y exteriores. Se calculaba en 2.400 millo-
nes de pesetas el oro extraído del Brasil en los sesenta años consecutivos al
descubrimiento de las minas; y sin embargo, en 1754 no circulaba en Portu-
gal numerario por más de i j ó 20 millones y debía 72. Era aquel país como
una criba, por la cual pasaban inmensas riquezas sin dejar rastro. Este desas-
troso tratado se mantuvo intacto hasta 1810. Pero aun cuando Portugal no
hubiera estado sometido á él más que un tercio de siglo, difícilmente pudiera
reponerse en 200 afios de la extenuación económica que le produjo, y que le
tiene aún respecto de Inglaterra en menos ventajosa situación que el Canadá
6 la Australia.
LUCHA ECONÓMICA DE LAS NACIONES 6o5
bición de Luis XIV para caer en el vasallaje comercial de
Inglaterra. Del mismo modo, á la conclusión de las guerras
napoleónicas, el continente no se dio cuenta del yugo econó-
mico que se le había impuesto, hasta que en el comercio, en
la industria y en la navegación, vio alzarse con una suprema-
cía ya por largo tiempo incontrastable á la nación que había
sido el alma de todas las coaliciones.
Así, por derecho de conquista correspondía la supremacía
económica al pueblo que con el baluarte de sus fronteras ha-
bía sabido vencer entre las brumas del Norte la agricultura
de los países más privilegiados, é impuesto sus tejidos de lana
á Flandes, derrocado el comercio marítimo de Holanda, tras-
portado á su suelo la industria algodonera de la India, la se-
dería, la fabricación del papel y demás industrias de Francia
que le enseñaron los proscritos del edicto de Nantes, la cuchi-
llería y el acero que aprendió á fabricar con artífices alema-
nes. Inglaterra que, con la fluctuación de sus tarifas aduaneras
entre los decretos de prohibición y los derechos de la reci-
procidad mercantil, había convertido en indígenas á casi to-
das las industrias extrañas (i), se sentía al fin con fuerzas
productoras bastante potentes para inundar á todos los mer-
cados de tejidos, hierros, aceros y carbones, presentando
al consumidor en cualquier parte del globo, en cuanto se le
franqueaban las fronteras, los artículos de sus ramos fabriles
en mejores condiciones de precio y calidad que cualquiera de
sus rivales. Sentía cimentada esta supremacía en el comercio
universal establecido por ella con recursos navales superiores
á los de las demás naciones; en escuelas y procedimientos de
fabricación por nadie igualados; en un proletariado de habili-
dad industrial sin ejemplo; en instituciones de crédito y orga-
nismos económicos que todavía los otros pueblos tenían que
crear á costa de laboriosos experimentos y difíciles tanteos.
El único peligro verdadero que había de conjurar en lo sucesi-
vo la industria británica consistía en que el mercado de la
metrópoli y de las colonias, así como el de los pueblos avasa-
llados por pactos de comercio leoninos, no resultara demasia-

(l) JEANS.—¿a supremacía de Inglaterra, cap. IX.


6o6 REVISTA CONTEMPORÁNEA
do estrecho para su potencia productora, y surgieran en con-
secuencia los amagos de congestión pictórica. Contra estos
nuevos peligros no cabían otros remedios que los de la elimi-
nación de todas las trabas de frontera. Constituía ciertamen-
te tal remedio la negación del sistema mercantil hasta enton-
ces seguido; pero lejos de necesitar ya Inglaterra protección
y tutela, el instinto de su propia fuerza le inducía á luchar
cuerpo á cuerpo con cada uno de sus contrarios. Era un colo-
so que bien podía presentarse ahora en todos los mercados en
busca de competidor.

J. S. DE TOCA.

{Se co7ttmuará.)
BRIHUEGA Y SU FUERO

CONTINUACIÓN ( l )

XIII

AS provechosas tareas que en unión de los procu-


radores del reino llevó á cabo el Rey D. Juan I
de Castilla, en las Cortes de Guadalajara, en la
primavera del año 1390, sosegaron un poco su
espíritu, henchido de las pesadumbres que trajo el desastre
de Aljubarrota, en el cual pelearon con gloria los tercios al-
carreños. Depuesto, por consejo de sus 'primates é íntimos, el
propósito de renunciar la corona, nacido de su mala ventura,
y tras de dar remate á las tareas dichas y á otros negocios
de importancia, se retiró de Guadalajara y fuese á descansar
durante unos días á Brihuega, convidado sin duda por el Ar-
zobispo de Toledo, señor de ella (2). No eran aquellos tiem-
pos propicios para fiestas y demostraciones de regocijo, que
los pesares del Rey no consentían, por lo cual y por ser en-
trado Junio, más se holgaría el Rey en el reposo y en la fres-
cura de aquellos lugares, que en festejos ostentosos (3).

(1) Véase el número anterior.


(2) Éralo entonces el célebre D. Pedro Tenorio.
(3) «Desque el Rey ovo fecho asías Cortes, partió de Guadalfajara, é fué
6o8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Estando allí, y como si tuviera necesidad de traer á la me-


moria cuan mal se conciertan el descanso y las obligaciones de
la corona, Juan I recibió la visita de los Embajadores del Maes-
tre de Avis, Rey de Portugal, de los que era el más autoriza-
do el Prior de San Juan de Jerusalén (i). En las soledades de
Brihuega se trataron entonces las treguas que de hecho ve-
nían ya establecidas, y acordáronse por el término de seis
años, y las firmaron el Rey y el Prior, con juramento solem-
ne, y con arreglo á ciertos capítulos de antemano discutidos,
aunque nunca hasta ahora recibieran sanción definitiva.
No consta cuánto tiempo estuvo en Brihuega la corte; pero
no debió de ser largo (2), porque de allí partió D. Juan para
Roa para visitar á su hermana la Reina de Navarra, torció
luego camino para Segovia, y ya en Agosto aparece estable-
ciendo el monasterio de cartujos del Paular. Como estas visi-
tas y estancias siempre han sido beneficiosas para los pueblos
con ellas honrados, es de entender que el castillo, alcázar de
los Obispos y hospedaje, de cierto, de tan ilustres personajes,
recibiría aumentos y mejoras: que las iglesias obtendrían do-
nativos y ofi-endas y los vecinos algunas mercedes.
Por entonces, esto es, en el último tercio del siglo XIV (y
adviértase que después de resumir lo tocante á Villaviciosa y
las razas infieles, reanudamos el relato de las noticias de Bri-
huega), aparece fuerte y rico el cabildo de los curas de la vi-
lla. Es verdad, que según demuestran los • muros y defensas
que aún lo rodean, Brihuega debía de ser no menos populosa
que hoy, y se sabe que su concejo gozaba de cierta impor-
tancia (3). Suenan ya en los documentos de aquella época

para un logar del Arzobispo de Toledo que dicen Brihuega, que es buen logar
en el verano, ca era ya el mes de Junio deste aHo sobredicho.» Crónica de
Juan /, por Pero López de Ayala.
( I ) Se llamaba este personaje D. Alvaro Pérez Carmelo.
(2) Debían acompañarle en estas excursiones los Embajadores del Rey de
Navarra, que vinieron á visitar á D. Juan á las Cortes de Guadalajara, pro-
poniendo ciertos tratos importantes, puesto que la crónica casi lo dice, al
hablar de que partieron con el Rey, para Roa, dichos enviados.
(3) De un documento en pergamino, muy borroso, que existe en el archivo
del cabildo de curas, resulta, entre otros datos, que en la era de 1387 se
BRIHUEGA Y SU FUERO 609
nombres de calles y términos que aún los conservan (i), y el
cabildo eclesiástico aumentaba de día en día sus pertenenciasi
que debían formar un patrimonio cuantioso, creciente cada
vez más, por virtud de donaciones y compras.
Pero aun de antes de mediar el siglo XIV hay noticias
acerca de esa riqueza colegiada y eclesiástica. Consta, en efec-
to, que en 1339 había unas casas propias del cabildo, donde
éste se congregaba en juntas y que estaba en la calle de la
Fuente del Freile [7). Otras escrituras, no muchas, de la mis-
ma índole, de fecha muy anterior y en pergamino tiene el
mismo archivo (3).

reunió el Consejo de <Brihuega,> así lo escribe, siendo «ayuntado, según uso


é costumbre, a pregón lamado.> que los albaceas de Elvira Díaz de Fita sa-
caban á almoneda una viña que fué de la misma, en la carrera del «Tejuña,»
obteniendo la heredad Juan Gómez, clérigo de San Felipe, y otro clérigo de
San Miguel, preboste del cabildo de los clérigos de Brihuega, y en nombre
de éste por el precio de 950 maravedís. El escribano que autoriza el docu-
mento se llamaba Gonzalo Ferrandes, escribano público < por nuestro señor
el Arjobispo. >
( I ) Algunos suponen que la calle de las Armas, la principal de la villa,
recibió el nombre de haber sido teatro del más rudo combate entre las tropas
de Felipe V y las inglesas de Stanhope, el 9 de Diciembre de 1710, víspera
de la batalla de Villaviciosa. Otros creen que debe el nombre i. los escudos
de armas de algunas casas de dicha calle, de los que alguno, muy ostentoso,
permanece todavía; pero ni lo uno ni lo otro es cierto. De una escritura que
he visto en el archivo del cabildo eclesiástico, resulta que la calle de las
Armas se llamaba ya así en 1388. También la menciona otra escritura
de 1397.
En 1384. se titulaba otra vez villa Brihuega. Es frecuente en los escritos de
aquel tiempo, y de principios del siglo XV, la mención de los pagos ó tér-
minos de Valdebruscos, Cozagón (y no Pozagón ó Pozabon, como ahora se
suele decir), Valdequifiones, Valdeatienza, la Alcarria y otros. También existía
en 1384 el nombre de Barrio Nuevo, aplicado á la parte alta de la villa.
(2) Escritura del archivo del cabildo, por la cual dona al mismo Alfonso
Ferrandes $00 maravedís, por descargos de ciertos escrúpulos de conciencia,
y para un aniversario por el descanso eterno de su padre. Fecha en 10 de Fe-
brero de 1339.
(3) En 28 de Noviembre de 1336, siendo Jaime Pérez vicario de Brihue-
ga, pareció ante notario Lorenzo Martínez, clérigo de San Felipe, diciendo
que su abuelo, á la hora de su fin, dejó obligado al cabildo para hacer un
aniversario con dos tierras en Valdeatienza, unas casas en Valdequiüones, y
otros bienes. Documento en pergamino de dicho archivo.
TOMO LXT.—VOL. VI. 39
6lO REVISTA CONTEMPORÁNEA

Era gobernado el cabildo por un Vicario, que tenía la auto-


ridad delegada del Arzobispo para los fines propios de aquella
modesta jerarquía (i). Pero el estado eclesiástico de la villa era
dependiente, en grado más superior, del arcedianazgo de Gua-
dalajara, donde se resolvían los pleitos y discordias y de donde
dimanaban las órdenes de carácter general, comunicadas de an-
temano en la mayor parte de los casos en nombre del Arzo-
bispo de la diócesis. Y á veces, llegaban hasta el oscuro rincón
de la Alcarria, bien que descendiendo por los grados jerárqui-
cos del admirable regimiento de la Iglesia, las resoluciones pon-
tificias. Así vemos, que en 27 de Agosto de 1406, para fines
convenientes al cabildo de Brihuega, pareció su Vicario en
Guadalajara, ante Gil Ramírez, clérigo beneficiado de San Gil,
y Vicario general de todo el arcedianazgo, y con las formalida-
des de ley presentó un traslado de cierta merced del Rey don
Enrique, dada en Tordesillas en 30 de Marzo de 1401., Era
una albatá real enderezado al clero y alcaldes de la diócesis
toledana, participándoles haberle dicho el deán y cabildo de
la iglesia catedral de Toledo que, tetjiendo dadas á censo ó
renta muchas fincas y aun cargos y dignidades de que nacían
tributos, por las diferencias entre las monedas blancas co-
rrientes y las anteriores, padecía el cabildo algunos daños y se
suscitaban agrias querellas entre él y los arrendatarios, por lo
cual demandaban al Rey, según orden, que acudiese á esto
y lo remediase. Y el Monarca, haciéndolo así, tuvo por mer-
ced disponer que las autoridades eclesiásticas y los alcaldes
examinasen los contratos, viendo si fueron hechos antes de
que decretase la acuñación de la nueva moneda de blancas,
porque entonces era justo que los pagos se hiciesen en la mo-
neda vieja, y si se solventaban en la nueva, que se tuviera en
cuenta su valor relativo á la otra. De esta sabia resolución
pedía el Vicario de Brihuega que se le diese para los fines ex-

(l) En 1407 era vicario de Brihuega Juan Ruiz, á quien no debe confun-
dirse con el célebre arcipreste de Hita, del mismo nombre, de! que hasta aho-
ra no he hallado rastro alguno en mis investigaciones en los srchivos de
esta comarca, y que se cree murió corrida la primera mitad de la centuria
anterior.
BRIHUEGA Y SU FUERO 6ll

presados, una, dos ó más copias, y cuantas hubiere menester,


y así se hizo (i).
Alguna vez llegaron al cabildo órdenes, y de carácter one-
roso, por conducto del arcipreste de Hita.
Por los años de 1424, el Papa concedió al Rey D. Juan II
la concesión de 80.000 florines de oro, del cuño de Aragón,
para «satisfacción y enmienda» de las cosas que hizo por la
unión de la Santa Madre Iglesia, los cuales había de obtener
sobre los eclesiásticos. Y como en el reparto de ellos cupiera
la cantidad de 9.611 florines al Arzobispado de Toledo, y se
hiciera después una nueva distribución entre arciprestazgos y
cabildos, un canónigo de Toledo lo comunicó al Vicario de
Brihuega, á cuyo clero tocóla suma de 3.190 maravedís y 9
dineros, á pagar en dos plazos, autorizándole para exigir di-
chos maravedís á cuantos por su ordenación sacerdotal co-
rrespondiera, sin más salvar que á los Cardenales y órdenes
mendicantes (2). El arcipreste de Hita debía dar cumplimien-
to á esta orden
Las parroquias eran entonces, como antes y como ahora,
salvo la primera que menciono, las de San Pedro, San Miguel,
San Juan, San Felipe y Santa María de la Peña, bien que, en
escrituras de este siglo XV á que me refiero, lleva la de San
Pedro el dictado de «extra-muros» (3).
Pero como la historia es maestra de la verdad y claro espe-

(i) Llamábase el vicario Gonzalo Martínez, y era clérigo de la iglesia de


San Felipe. Del documento que extracto da cuenta mi querido maestro don
Juan de Dios de la Rada y Delgado, en su laureada Bibliografía, numismática
española., pues le comuniqué la noticia al conocer dicho documento, que per-
tenece al tantas veces mencionado archivo del cabildo.
(2) En el mismo archivo, escrito en papel por una sola cara, y con la fe-
cha de Toledo á 25 de Julio de 1424. Contiene datos muy curiosos acerca
del valor y correspondencia de las monedas de entonces. También lo men-
ciona el Sr. Rada y Delgado. Los nombres de los vicarios bríocenses que
figuran en estos documentos son del todo oscuros, y por eso no los cito á
veces. En las constituciones sinodales que más adelante dio el Arzobispo don
Alfonso Carrillo, y que fueron hechas en el Concilio de Alcalá, aparece como
testigo sinodal el vicario Juan Ferrandes de la Fuente.
(3) Quedan aún de ella livianos restos que no permiten formar idea de su
disposición ni circunstancias arquitectónicas.
6l2 REVISTA CONTEMPORÁNEA
jo de lo pasado, no he de ocultar aquí un suceso que hace po-
co honor á algunos clérigos briocenses de aquella época. Cier-
to que sin duda alguna la mayor parte de los sacerdotes de la
villa, á donde llegaba más fácilmente que á otras la mirada
vigilante del Prelado y sus advertencias y castigos, serían dig-
nos de su altísimo ministerio, pero no es menos seguro que
otros andaban descarriados, contribuyendo á que la Iglesia y
los Reyes y las Cortes del Reino proveyesen con severa ener-
gía á fin de evitar al pueblo fiel el contagio de las malas ense-
ñanzas.
En los últimos días de Setiembre de 1408 presentáronse
ante los dos alcaldes de Brihuega, de un escribano y de testi-
gos, varios clérigos, algunos de ellos párrocos, y presentaron
un singular escrito en que decían á los alcaldes: «Bien sabedes
en commo oy jueues que nos este requerimiento facemos vos
auedes entrometido e entrometiestes a prender algunas case-
ras ( I ) de algunos de nos o de algunos de los otros clérigos
que son del cabillo de la clerecía desta villa lo qual dices que
auedes fecho por virtud de vna carta que vos fue mostrada
de ciertos oydores de nuestro señor el rrey que ante vos dis
que presento pero sanchez fijo de rruy sanchez de guadalfaja
ra por quanto dis que se contreño la dicha carta que asy dis
que vos fue presentada dos leyes la vna del ordenamiento de
briviesca e la otra del ordenamiento de Soria (2) en que

( I ) Con este nombre de caseras, que á veces se emplea en algunas regio-


nes, y, según mis noticias, especialmente en Aragón, denotaban los recurren-
tes á las mancebas que tenían en su casa, no sólo como amas de gobierno,
sino más duramente calificadas por el pueblo. Más á las claras hablaba el
alcalde al contestar á este escrito de los clérigos, pues ya llamaba por su
nombre á las tales mujeres.
(2) Las Cortes de Soria y de Briviesca pidieron al Rey remedio contra el
mal vivir y lamentables ejemplos de algunos clérigos. En las Cortes de So-
ria (1380) otorgó el Rey que los hijos de clérigos no pudiesen heredar á sus
padres ni parientes, y que las mancebas de los clérigos, «que andan adobadas
como las mujeres casadas,> trajesen en lo sucesivo por señal, encima de las
tocas y constantemente, un «prendedero de pafio bermejo.> En el ordena-
miento de leyes hecho en las Cortes de Briviesca (afto 1387) se decretó que á
las barraganas de los clérigos se las penase por valor de un marco de plata,
del cual la tercia parte había de ser para el denunciador, y las dos restantes
BRIHUEGA Y SU FUERO 613

cada vna de las tales caseras cayen en pena de vn marco de


plata. E sabedes muy bien que las tales leyes ni otras en los
dichos ordenamientos contenidas fechas contra los que rrega-
ñan ó juegan dados que nunca se han guardado fasta aqui. E
que la tal pena que pertenesce a nuestro señor el Arzobispo
cada que la su merced las mandase guardar e se non guarda-
sen e auria lugar los denunciadores de las tales penas, por lo
qual la dicha carta aun que por vos deuio ser obedescida non
deuio ser conplida pues que non fue dada por cortes con
acuerdo de los señores don ferrando infant e de la señora
Reyna tutores e rregidores del rregno. E de los otros señores,
e de nuestro señor el arzobispo, e de los otros prelados,
cuyos subditos somos especial mente los clérigos de orden
sacra saluo symple mente de algunos de los dichos oydores
de nuestro señor el Rey. Por ende vos dezimos e afrontamos
e rrogamos que vos non entrometades a proceder contra las
dichas caseras de algunos de nos nin de los otros clérigos que
las tienen desta dicha villa e vicaria fasta pronta mente fazer
rrellagion dello a nuestro señor el argobispo, pues las dichas
leyes non se han guardado fasta aqui por lo qual las dichas
caseras, nin alguna dellas fasta aqui non an caydo en pena
por estar con nos nin con alguno de nos sin primera mente
ser requeridos, o ellas sabidoras en commo se auian de guar-
dar las dichas leyes, que si la merged del señor argobispo nos
mandara que las guardeys, nos otros estamos prestos e todos
los otros clérigos desta dicha villa e vicaria para las guardar
e quitar de nos por que non incurran la tal pena nin penas. E
sy lo asi fizieredes fazedes bien e derecho e lo que deuedes
en otra manera protestamos de cobrar de vos e de vuestros
bienes dos mil florines de oro en que estimamos la injuria a
nos o a a'gunos de nos fecha o de los otros clérigos desta
dicha villa e vicaria por auer entrado en las nuestras posadas

para la cámara real, ordenando á la vez á los alcaldes del reino que, so pena
de perder sus oficios, procediesen en justicia y sin tardanza á cumplir esta ley.
No debió tener eficaz cumplimiento, como los clérigos de Brihuega decían cu
su escrito, y debió ir el mal en creciente, cuando los oidores del Rey procn-
raban que se llevase á cabo esta resolución en 1408.
6l4 REVISTA CONTEMPORÁNEA

O de algunas de ellas o dellos otros clérigos desta dicha


villa e vicaria (i) a las tales casera o caseras non lo p o -
diendo nin deuiendo fazer de derecho con las costas e dan-
nos e menoscabos que se nos siguieren de aquí adelant e de
nos querellar de vos á nuestro señor el arzobispo e de esto
que vos dezimos e pedimos e rrogamos pedimos al escribano
presente que nos lo de por testimonio e rogamos a los pre-
sentes que sean dello testigos.»
En 2 de Octubre, el alcalde contestó al anterior escrito de
requerimiento diciendo que él no se entrometió á prender las
dichas mancebas de los dichos clérigos, sino por habérsele
presentado la carta del Rey, por lo cual declaraba no haber
lugar á la protesta. Y que en cuanto á cumplirse unas leyes
y otras no, á los recurrentes no les tocaba otra cosa que obe-
decer los mandatos reales, reconociendo el hecho de ordenar
al alguacil que tomase prendas en los bienes de las mancebas,
y si no los tuviesen, «quelas prehendiesen los cuerpos> hasta
que pagasen la pena, bien que no fueron apresadas, ofreciendo
no llevar adelante el negocio hasta que el Arzobispo resolvie-
se. Y no consta que el negocio pasase de esto (2).
Cualquiera que sea el fundamento en que apoyaban su re-
clamación los clérigos, este escrito, si no hablasen con más elo-
cuencia las peticiones de los procuradores del reino, las leyes
de Cortes, los mandamientos reales, y sobre todo las decisio-
nes de la Iglesia y de Prelados vigilantísimos, probaría como
andaban rotas entonces las leyes por que han de regirse la vida
y honestidad de los clérigos. Traíanlo, en medio de la viva
fe de aquellos tiempos, el estado social de una nación siempre
inquieta por turbulencias y desasosiegos seculares, contrarios
á todo linaje de disciplinas, burladores de la acción moraliza-
dora de la Santa Iglesia. No como estímulo de los vicios pre-
sentes y ni aun siquiera como disculpa de nuestras flaquezas,
sino como alto ejemplo de las causas perennes del malestar

( I ) Está incompleto el sentido. Sin duda quiso decir que habían entrado
en las posadas de los clérigos á prender á las caseras.
(2) Al menos, de los documentos que existen en mi poder.
BRIHUEQA Y SU FUBKO 6l5

de las naciones, deben ser considerados hechos como el que,


por referirse á Brihuega, se acaba de relatar.

XIV

Las consultas y tratos que por medio de personeros y em-


bajadores tuvieron en 1444 los Reyes de Castilla y Navarra
para acabar las perdurables rencillas que entre ambos existían,
asaz dolorosas porque malgastaban sus fuerzas, que en daño
de los moros debieran ejercitar, no llegaron á buen término,
sino á criminal rompimiento. No se avino el de Castilla, que
era entonces D. Juan II, á conceder al de Navarra la posesión
de las plazas castellanas de que éste se apoderó antes, entre
ellas la de Atienza, y ganoso de nuevas preseas el navarro, y
con ánimo encendido en coraje, penetró en Castilla por dicho
lugar y bajó al valle del Henares, ganando al paso á Torija,
Alcalá, Santorcaz y otros pueblos de la carrera de Madrid (1).
Salió á su encuentro D. Juan y llegó en su busca hasta Gua«
dalajara, pero torciendo su enemigo por la izquierda del He-
nares, sigilosamente y al amparo de la noche, se corrió hasta
Alcalá, más con apariencia de huida que de buscar la pelea.
Juntóse allí con el navarro el Infante D. Enrique, y debió el de
Castilla cobrar algún temor á los aliados, pues traspuso puer-
tos y pasó á Castilla la Vieja, donde había de alcanzar de los
otros la victoria de Olmedo.
Entonces fué cuando el navarro puso una fuerte guarnición
en el castillo de Torija, antigua casa de Templarios (2), de-
jando por alcaide al valeroso caballero Juan de Fuelles, al cual
tanto costó reducir, tras de dos sitios, y después de que toda

( I ; Zurita, Anales de Aragón, tomo III.—Carrillo, Anales.—Crónicas de


Juan II y de D. Alvaro de Luna.
(2) Noticia de la existencia en Torija del convento de Templarios, que
tenía el titulo de San Benito ofrecen la Crónica de Fernando IV; Rades,
Crónica de las Ordenes Militares, Campomanes, Disertaciones históricas acer-
ca de los Templarios,, y algún otro autor. Mariana dice que aparece citado este
convento en una bula de Alejandro III,
6l6 REVISTA CONTEMPORÁNEA

la tierra, sin salvar á Guadalajara, padeció la dureza de su yu-


go y las demasías de aquella guarnición indomable, que de
ellas dejó memoria duradera.
Entonces también debió ocurrir un suceso en que tuvo par-
te principal, y aun heroica, la villa de Brihuega, fiel á su Rey,
y constante en cumplir las leyes del honor patrio. Los histo-
riadores que narran los acontecimientos de aquella campaña
del navarro en tierra de Castilla no hacen mención del suce-
so; pero el P. Béjar, historiador de Brihuega, trae y trascribe
un documento, que no permite dudar de él (r).
Consiste ese documento en una sobre-carta de Juan II, fe-
chada en el real de sobre Olmedo á i 8 de Mayo de 1445,
confirmando un privilegio suyo del mismo año por el cual
dice á sus recaudadores, que la villa de Brihuega y su tierra
le habían hecho presentes ciertas cartas de los Reyes sus an-
tepasados D. Alonso, D. Fernando y otros por las cuales
era exenta de pagar cabeza de pedido y otros pechos y tribu-
tos. Y añade que los mismos hombres buenos de dicha vüla le
habían manifestado ciertos singulares servicios que en su pro
y defensa hicieron, «en especial quando en este dicho año

( I ) Historia de Nuestra Señora déla Peña, pág. 2 l 8 y siguientes. No


trascribo el documento, porque lo inserta íntegro Fr. Francisco de Béjar, el
cual dice que se conservaba en el archivo de la villa. El original, puedo ase-
gurar que ha desaparecido. Pero un cuaderno de papel en folio, existente en
el mi:>ino sitio, y escrito en lengua procesada enrevesadísima, empieza con es-
tas dos notas, letra del siglo XVII, más legible:

€ Traslado del privilegio de exención y libertad, que fué otorgado a l a villn


de Brihuega por el Rey Don Juan, el qual fué sacado á pedimento de la dicha
Tilla, por provisión real.
M. de Santiesieuan.t

«Dióse por libre á Brihuega y sus moradores de pagar toda cabeza, mone-
das y pechos, en remuneración de la defensa que hicieron y pérdidas que tu-
vieron al tiempo que el Rey de Navarra pretendió tomar la villa, y no lo pudo
lograr por la resistencia de dichos moradores, afio de 1345.»

Sigue luego el documento ilegible, y al fin va una nota del escribano Cris-
tóbal de Fuentes, de Valladolid, dando fe del traslado del privilegio. De este
traslado debió tomar el P. Béjar su copia.
BRIHUEGA Y SU FUERO 617

vino el Rey de Navarra sobre la su villa é Concejo por la


tomar con mucha gente de armas, é los vecinos é moradores
de ella se la defendieron, en lo qual muchos de ellos murieron,
é otros perdieron sus faciendas, é bienes, en lo qual rescibie-
ron muchos daños, é males, é pérdidas, por servicio mío.» El
Rey, en consideración á todo esto, confirmó las mercedes de
sus antecesores y ordenó que los vecinos de Brihuega y su
tierra fueran en el porvenir libres de pagar cabeza de pecho,
pedido y monedas.
Fué este hecho de los brihuegos, cuya memoria de tal modo
y en dicho documento se conserva, un ejemplo de fortaleza
que, por desdicha y según parece, por ningún otro pueblo
de la comarca fué imitado. Quizá la resistencia de la villa
contuvo y escarmentó los ímpetus avasalladores del extran-
jero, favoreciendo á la vez la llegada del Rey á Guadalajara,
y salvando á ésta, que entonces era ya muy importante, como
resguardo y atalaya del corazón de Castilla la Nueva.
Los navarros permanecieron dueños de Torija hasta
1452 ( I ) , en que la tomaron el Arzobispo de Toledo y el
ilustre Marqués de Santillana, poseedores de casi todo el te-
rritorio alcarreño. Estando Torija á dos leguas de Brihuega,
y separados ambos lugares por una llanura en que el terreno

( I ) El clarísimo Jerónimo de Zurita adelanta mucho esta fecha, porque


supone que puicron el cerco á Zurita el Arzobispo y el Marqués en 1447, y
que duró el asedio aljjunos meses. En la Crónica de D. Alvaro de Luna cons-
ta que estando el de Santillana, por Febrero de 1449, sobre dicha fortaleza,
avisó al Condestable de haber sabido que el Monarca navarro venía en auxilio
de los sitiados. Parece á primera vista, por varios testimonios, y singular-
mente por lüs documentales que aduce el P. Heredia en su Historia del llus-
irisimo Monasterio de Sopetrán, que Torija se entregó en 2 de Agosto de 1452.
En dos escrituras de donación al Monasterio, hechas por el célebre personaje,
se pone esta fíchi: «en la villa de Torija, en el qual dia, el señor Arzobispo
de Toledo e yo entramos por combate la dicha villa, afio de el nacimiento
de N. S. Jesu-Christo de 1452.»
Dicho P. Ilcredia entiende y dice que en este día fué la toma de Torija.
Pero esta fecha puede ser propiamente la de la donación; pero sólo aniversa-
rio de la loma de Torija, Me parece imposible que se sostuviera este lugar
tantos afios.
6l8 REVISTA CONTEMPORÁNEA

no presenta relieve alguno, la vecindad debía ser muy incó-


moda para nuestra villa, tanto más, cuanto que Juan de Fue-
lles era audaz y corredor, y afligía de continuo á la comarca
con sus expediciones, que llegaron á veces hasta los mismos
muros de Guadalajara (i). Aún quedaba en el siglo XVI, muy
adelantado ya, el recuerdo de aquellas vejaciones, y algunos
pueblos hicieron mención de él en las llamadas Relaciones to-
pográficas de Felipe II, como si se tratase de una calamidad
todavía viva y digna de no darse al olvido (2).
Padeció entonces mucho Brihuega con vecino tan fiero y
emprendedor. Por lo cual nada tiene de extraño que durase
durante algunos siglos entre sus moradores el recuerdo de la
firmeza con que sus antepasados rechazaron los ataques del
Rey de Navarra, y que hasta los niños repitiesen cierto elogio
que, nacido de la generosa imparcialidad de los contrarios, se
conservó de padres á hijos durante muchas generaciones, has-
ta que lo anubló del todo la impresión de las grandes victo-
rias alcanzadas por Felipe V el Animoso (3) Los hechos de
Juan de Fuelles en Torija y sus cercanías traspusieron los
montes y las fronteras, porque años más tarde (en 1455), cuan
do el Justicia de Aragón vino á Castilla para tratar paces en-
tre su Monarca y el castellano, pasó por Torija sólo «por ver
aquel tan nombrado lugar y adonde tan señalados y famosos
hechos de armas se executaron por los capitanes y gente del

(1) Vez hubo en que los navarros, escondiéndose por las malezas y mon-
tes que llegaban en aquella época hasta las puertas de Guadalajara, entraron
en su arrabal y penetraron en las huertas vecinas á su muralla,
(2) En algunas de estas relaciones se mencionan estas excursiones de loa
navarros, y se describen con igual negros colores que las correrías de aquel
célebre Comendador Mayor de Calatrava D. Juan Ramírez de Guzmán, Carne
dt Cabra, que tantas tropelías cometió en el mismo reinado, en la región infe-
rior de la Alcarria. Véase mi opúsculo El Madroñal de Auñón.
(3) Refiere el P. Béjar que admirados los navarros de la fidelidad y for-
taleza de los brihuegos, para eterna memoria de su valor dejaron escritas estas
palabras: Invenimusfortes viros Virocenses, quos nunquam superare potuimus.
Y afiade: cEste título se leía pocos afi'os há en el Monasterio de San Blas de
Villaviciosa, y se conserva tan bien en la memoria de los brihuegos, que le
saben hasta los muchachos, y cada instante le repiten.)
BRIHUEGA Y SU FUERO 619

Rey de Navarra, que, según el Justicia certificaba, hicieron


más que hombres en haber resistido tanto tiempo, y el Mar-
qués de Santillana estaba muy arrepentido por haber derriba-
do aquella fortaleza» (i).

J U A N CATALINA GARCÍA.

{Se continuará.)

(1) Zurita, que había dicho antes que, entregada Torija, au defensor,
Juan de Fuelles, se retiró á Aragón, dice luego, al hablar del viaje de Justicia
i. Castilla, en entrando en Guadalajara, y aposentado en Casa del Marqués de
Santillana ó de un hijo suyo, quiso ver á Juan de Fuelles, <que estaba preso
en el Alcázar de Guadalajara. > Farece que hay contradicción entre esta pri-
sión y lo dicho antes de haberse retirado á Aragón el fortlsimo caudillo, i. no
ser que en alguna otra contienda fuera hecho prisionero.
LAS CIENCIAS EN 1887

(PRIMER TRIMESTRE)

L descubrimiento, casi sucesivo, de cinco cometas


en los primeros días del año corriente ha encabe-
zado la serie de progresos cientiñcos que han de
ilustrar su curso y la cifra que le da nombre.
El 18 de Enero, un astrónomo de la República del Plata,
el Sr. Tomé de Córdova, apercibió un cometa de gran brillo
en los límites S. E. de aquella región. Tal vez á este mismo
astro se refieren las notas comunicadas desde el observatorio
de Melbourne, en Australia, el día 23 y desde Adelaida el 20,
respecto á un cometa visto al S. O. del horizonte, muy se-
mejante al gran astro errante del Sur, de 1880, de cola recta
y larga, y perfectamente visible sin aparatos, durante el cre-
púsculo. Sus coordenadas para Melburne, fueron: Ascensión
recta 21 h. 28 m. 20 s., declinación 44°,i7, movimiento
diurno + 7 m. 44 s. y + 5 i .
También á este descubrimiento hace referencia un telegra-
ma remitido á la Academia de París desde América del Sur,
por el insigne protector de los sabios, por el sabio y popular
monarca, el Emperador del Brasil, que dice así:
«Petrópolis 27 Enero 1887.
Cola del gran cometa: extensión visible el 24, 5o grados;
núcleo sobre el horizonte; marcha muy normal de aquélla.
Don Pedro de Alcántara.»
LAS CIENCIAS EN 1 8 6 7 621

Desde Phelps, en los Estados Unidos, anunció la presencia


de otro cometa, el 22 del mismo mes, el astrónomo Brooks,
que ofrecía el brillo de una estrella de 12.* magnitud, y
que bien estudiado, aparece como una nebulosa redondeada,
con un núcleo casi estelar un tanto excéntrico, relativamente
á la totalidad. Apareció en la costelación del Dragón con
movimiento hacia el E .
En Cambridge primero y en el colegio de Harvard, en
Nashville, Estados Unidos, otro astrónomo, Barnard, descu-
brió uno más, de escaso brillo, como una nebulosa de 2.* cla-
se, con una condensación central ó núcleo difuso, y cuya
posición era el día 24 ésta: Ascensión recta 19 h, 10 m. 17 s.,
declinación 25° Sy m. 45 s. N.; movimiento diurno + 2 m.
36 s. y —35.
Estos dos últimos han sido estudiados también desde los
observatorios de París y Burdeos, en los últimos días de
Enero.
El mismo Barnard descubrió otro el i 5 de Febrero en la
zona de las costelaciones. El Navio, la Brújula y la Hidra, de
pequeña magnitud, con movimiento hacia el N. O., y cuya
ascensión recta era de 8 h. 4 m. y 8 s.
Con las sorprendentes investigaciones de los astrónomos en
los espacios casi infinitamente lejanos, marchan en progresivo
avance las de los físicos, en el estudio de los seres casi infi-
nitamente pequeños, gracias á los poderosos medios que la
óptica ha puesto en sus manos para penetrar en las inmensas
y oscuras latitudes del cielo ó en las reducidas masas líquidas,
que hacen trasparentes con sus resplandores el sol ó la lu2
eléctrica.
Allá en los espacios sidéreos se buscan con afán nuevos
mundos errantes; aquí, en el agua pura, al parecer, en la
materia que nos constituye y nos rodea se encuentran sin ce-
sar nuevos seres vivos.
En el caudal de agua límpida y cristalina de los lagos y de
muchos ríos, que se creyó siempre tan pura, ¡qué conjunto
tan considerable de organismos vivos y de detritus orgánicos
no se encuentra! De estos mismos días son los trabajos pu-
blicados por los doctores suizos Asper, de Zurich, y Forel, di
622 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Ginebra, acerca de la materia orgánica, invisible é inaprecia-
da hasta aquí, que se desarrolla y produce en el seno de los
lagos helvéticos. El primero, al tamizar en un filtro ó red de
espesísima malla unos seis metros cúbicos de agua, encontró
2 4 0 0 individuos de una especie microscópica y 18.000 de
otra. El segundo, persistiendo en la determinación, en el lago
de Ginebra, de lo que se ha llamado el círculo de la vida, de-
duce de sus constantes análisis que, en cada litro de agua lím-
pida, hay 10 miligramos de materia orgánica, sin contar esa
especie de polvo flotante en aquélla, formado por los despojos
microscópicos de plantas y animales muertos, que proceden
del mismo lago, ó de las tierras por donde corren las aguas
que vierten en él. Este polvo acuático es absorbido por los
seres microscópicos que llenan la masa líquida, y cuya exis-
tencia era, hasta hace muy poco, desconocida.
Supone Forel, que esos seres microscópicos nutren á los
moluscos pequeños, que en considerables cantidades hay en
el lago. Estos sirven á su vez de alimentación á los peces,
los cuales, en sus secreciones, y al perecer y descomponerse
en polvo acuático, devuelven á la masa general que les ha
contenido la materia orgánica inicial, cerrándose así el ciclo
de ¡a vida en aquel medio. Según este sabio, la cantidad de
detritus orgánicos que sale cada año del lago por el Ródano,
y que es arrastrada hacia los llanos de la Provenza, se eleva
á 70.000 toneladas.
Así pulula la vida en el seno de las materias que, á simple
vista, consideramos como tipo de la pureza; y no de otro
modo menos oculto y potente, viven los organismos también
en el de aquéllas, que con temor y repugnancia contempla-
mos, cuando se presentan como tipo de todo lo más repulsivo
y triste, en nuestro mismo cuerpo.
Existen seres orgánicos en nuestras visceras y en nuestros
tejidos durante la vida normal; los invaden y alteran otros
durante las dolencias, y en esa falange maravillosamente pe-
queña en el tamaño, pero grande en el número, determínanse
de día en día nuevos tipos con características propiedades. Si
hay microorganismos infecciosos que producen los tubérculos
y los tumores sifilíticos, por ejemplo, ¿hay también micro-
LAS CIENCIAS EN 1887 623
bios en el horrible desarrollo del cáncer? Así parecen demos-
trarlo los curiosísimos trabajos de Mr. Domingos Freiré, res-
pecto á la sangre de individuos enfermos de esta dolencia, y
respecto á los caracteres de la orina de los mismos; creyendo
haber encontrado un microbio propio de esta alteración, con
dos fases marcadas de desarrollo: una en forma de micro
cocos reunidos en masas zoogléicas, y la segunda, en la de
verdaderos bacilos, muy movibles, redondeados en uno de
sus extremos y muy semejantes á los de la fiebre tifoidea. Ha
seguido este fisiólogo las prácticas científicas hoy en uso,
para el cultivo y atenuación de estos virus, realizando sus
experiencias con algunos animales, y ha logrado, después de
sucesivas inoculaciones, obtener por el virus atenuado la in-
munidad contra el virus primitivo y enérgico. ¿Se obtendrán
también por este camino, en dolencia tan terrible, los admira,
bles resultados de la curación, logrados por la inoculación en
otras, que, como es sabido, no habían tenido remedio hasta
los grandes descubrimientos de Mr. Pasteur?
Grandes son los beneficios que la salud pública ha de en-
contrar en la aplicación de tan sorprendentes descubrimien-
tos, tan poco vulgarizados todavía por desgracia, y que, no
sólo á los animales, sino al hombre mismo urge aplicar, en
aquellos sistemas curativos, cuya eficacia está plenamente
demostrada, como la que se refiere al carbunclo y otras afec-
ciones semejantes. Muy triste es, en efecto, el contemplar
con qué frecuencia se ven atacados de infecciones malignas
que envenenan la sangre y que producen horribles conse-
cuencias; los obreros, por ejemplo, que manejan las lanas en
la fabricación y que son curados, con doloroso éxito muchas
veces, por el cauterio y por otros antiguos procedimientos.
En esta vieja industria, tan localizada todavía, si la salud
no gana mucho, suelen perderse en cambio, por el descono-
cimiento de los adelantos, grandes cantidades de materias
primeras, que en algunos puntos se han empezado á utilizar,
con beneficio también de la pública higiene. Sabido es que
la grasa de las lanas se arroja á los ríos y arroyos por medio
del batanado, impurificando estas corrientes. Pues bien, en
la Sociedad Nacional de Agricultura de Francia ha presen-
624 REVISTA CONTEMPORÁNEA

tado Mr. Robart un interesante estudio, en el que se indica


cómo puede saponificarse ese producto y utilizarlo en gran-
des cantidades por medio de una operación, que origina un
cambio en su constitución elemental. Calentado hasta la fu-
sión, absorbe con facilidad ciertas sustancias sulfuradas, pu-
diendo fijar en su masa más de cien volúmenes de hidrógeno
sulfurado. Transformado de este modo, presenta nuevas pro-
piedades y puede saponificarse en frío. La pasta dül jabón
que se obtiene es homogénea, amplia y fina. La fabricación
es rapidísima y exige mucho menos tiempo que la del jabón
común, pudiéndose obtener perfectamente hecha, no con ios
álcalis cáusticos, sino con los carbonates alcalinos. Este
nuevo procedimiento puede hacerse extensivo á todas las ma
terias grasas, si se sulfuran de antemano. Es también muy
económico, ya que se sustituye el empleo de los álcalis por
el de los carbonatos, por lo cual este jabón está llamado á
obtenerse á precios sumamente baratos, y á producir en la
salud pública palpables beneficios. He aquí, pues, cómo po-
drá ser en adelante un elemento de limpieza de primer orden,
esta sustancia que se dejaba perder, y que constituía un foco
de corrupción en las aguas corrientes y en las tierras que
bañan y riegan sus orillas.
Con extraordinaria curiosidad y complacencia examinaron
los individuos de la Sociedad de Agricultura los ejemplares
de jabón obtenidos por este medio en la fábrica de Mrs, Mi-
chaud, en Aubervilliers, y presentados por Mr. Robart, com-
prendiendo cómo las investigaciones cientiñcas, aun con su
fondo y su carácter severo y exacto, traducen todos los días
sus estudios en progresos prácticos del más riguroso y huma-
nitario positivismo.
Idénticas deducciones acerca de la poderosa trascendencia
de los trabajos de laboratorio han podido deducir los agri-
cultores en general, de los curiosísimos análisis realizados
por el eminente profesor Mr. Berthelot en uno de los múlti-
ples estudios á que con tan brillantes éxitos se dedica, en el
relativo á la fijación, por la tierra vegetal, del nitrógeno de
la atmósfera.
Dedúcese de sus investigaciones, realizadas durante tres
LAS CIENCIAS EN 1887 025

años en la Estación de química vegetal de Meudón, que los


terrenos y arenas arcillosas absorben directamente el nitro
geno gaseoso, merced á la acción de ciertos organismos mi-
croscópicos, fenómeno que demostró probado, en tierra culti-
vada, en tierra sin cultivo, en porciones al aire libre, en
otras perfectamente cerradas en frascos y en porciones are-
niscas exentas de nitrógeno y de materias orgánicas. Investi-
gó la cantidad de absorción, que se efectúa, no sólo en sue-
los desnudos, sino en los trasformados en verdadera tierra
vegetal, por los residuos de inmensas generaciones de plan
tas desenvueltas al aire libre, demostrando que la tierra vege-
tal fija constantemente el nitrógeno atmosférico; que esto no
es debido á las corrientes de los vientos ni de las lluvias, y
que apesar de que la lluvia, por las trasformaciones á que da
lugar, priva á la tierra de gran cantidad de nitrógeno libre,
resulta que, en una tierra lavada por las lluvias, adquieren
los organismos fijadores más actividad por el movimiento del
agua y del aire, y absorben mucha mayor cantidad de aquel
gas, que en una tierra cubierta ó abrigada. Efectuándose la
absorción por la tierra vegetal, se comprende cómo el cultivo
intensivo debilita la riqueza de la tierra, disminuyendo con-
siderablemente las cantidades de nitrógeno y de otros ele
mentos activos contenidos en el suelo, con tanta mayor ra-
pidez, cuanto que no son repuestos sin cesar por las acciones
naturales. En el desarrollo de la vegetación espontánea, por
el contrario, la riqueza de nitrógeno tiende á aumentar poco
á poco, hasta que se establece el equilibrio entre las causas
que determinan la absorción y las del consumo de estos ele-
mentos.
A este equilibrio debería tenderse en la agricultura, si no
fuera porque las necesidades de nuestra época reclaman el
cultivo intensivo de muchas especies, cuyos resultados, en
las incesantes pérdidas de la riqueza de la tierra, se compen-
san por medio de los abonos.
Es el insigne Berthelot uno de los hombres de mayor mé
rito con que cuentan las ciencias de nuestro tiempo. Con la
misma actividad y saber trabaja en sus laboratorios, que
redacta para la Academia notables comunicaciones, detallan-
TOMO LXV.—VOL, VI. 40
626 REVISTA CONTEMPORÁNEA

do el resultado de sus ensayos y prácticas, que investiga y


reconstituye la historia de la Química, que estudia y trata de
los presupuestos y de las cuestiones financieras en las Cáma-
ras y en las comisiones del Senado.
Hoy se leen con especial curiosidad y agrado sus descu-
brimientos relativos á la alquimia y á los alquimistas, y al
conocimiento que los pueblos primitivos tuvieron de los me-
tales. Con ellos ha demostrado que designaban á éstos con
nombres que no correspondían en absoluto á su composición;
que por ejemplo, todo el que aparecía brillante y amarillo
sin ser cobre, era algo de oro, y que era algo de plata todo
el que, sin ser plomo ni estaño, se presentaba blanco é inalte-
rable.
Sus análisis de los objetos metálicos encontrados en las
ruinas de las antiguas ciudades de Oriente, hoy desapareci-
das, han ilustrado muchísimo la historia de la noción que
los hombres tenían de estas sustancias, en épocas remotísi-
mas. En un espejo egipcio de los siglos XVII ó XVIII ante-
riores á nuestra era, encontró un bronce compuesto de cobre
y un 10 por ico de estaño. En cuatro láminas metálicas,
halladas, con otras tres más, dentro de una arqueta de pie-
dra por Mr. Place en 1854, en el ángulo de un vasto palacio
de unas ruinas de la Mesopotamia, que se conservan en el
museo de Louvre, y de cuyas inscripciones cuneiformes se
ha deducido que se labraron setecientos seis años antes de
Jesucristo, se lee también que eran respectivamente, de oro,
plata, cobre, plomo y estaño. Al examinarlas Mr. Berthelot
ha visto que, una de ellas, las más pequeña, es de oro puro,
fácilmente reconocible, aunque ha perdido su brillo; otra es
de plata casi pura, ennegrecida por los agentes atmosféricos;
otra, denominada de «cobre» en la inscripción, es de bronce
rojizo, sin mezcla de plomo, ni de zinc, y otra, de i85 gramos
de peso, constituida por una materia opaca, compacta, dura,
labrada y pulimentada con gran habilidad, de un color blanco
muy brillante y que pasaba por ser de estaño ó de antimonio,
ha resultado ser de carbonato de magnesia cristalizado.
Estos cristales, muy raros en la naturaleza, y cuya exis-
tencia se desconoció hasta el siglo presente, debieron pagar-
LAS CIENCIAS EN 1 8 8 7 627

se á muy sabido precio en aquellos remotos tiempos, y con-


sagrarse, en estas memorias de la edificación, á alguna idea
muy distinguida y elevada. El nombre de la placa, traducido
por los orientalistas, como referente al estaño, no concuerda
con la constitución de este metal, y debe ser equivocado,
puesto que el estaño ya era conocido y empleado en aquel
tiempo.
También analizó Mr. Berthelot otros objetos recientemen-
te descubiertos por Mr. de Sarcec, en Tello, antiguo asiento
del pueblo Partho, correspondiente á la más remota civiliza-
ción de los Caldeos. Hay entre ellos un fragmento de círculo
que ha resultado ser de antimonio. La historia de la Química
consigna que este cuerpo, en estado de pureza, no se conoció
hasta la época de Basilio Valentín en el siglo XV, ó que aun-
que se aisló, no supieron diferenciarle los alquimistas del plo-
mo ordinario. Y como no sólo en este hallazgo de Tello, sino
en otros verificados en una necrópolis transcaucásica encon-
tró el ilustre profesor Virchow objetos de ornamentación de
antimonio, que parecen pertenecer á la época de la introduc-
ción del hierro en Europa, dedúcese que su conocimiento y
uso datan de períodos históricos muy atrasados.
También en Tello se halló una estatuita de cobre puro que,
según la inscripción que lleva, corresponde á una época de
unos seis mil años antes de la era cristiana. No se ha encon-
trado el estaño en esta localidad. Su uso debió ser, pues,
posterior al del cobre y al del antimonio, primeros metales
que el hombre conoció y manejó, y podrá referirse á unos
dos mil ó cuatro mil años antes de Jesucristo, ya que de este
período se han hallado espejos y otros objetos, de bronce, de
cuya aleación forma parte.
Antiquísimo, aunque no tal vez de la fecha de los dos pri-
meros, es el oro; el codiciado metal, que con tanto afán se
buscó siempre y cuyos yacimientos han aparecido como
verdaderas maravillas, y con seculares intervalos de tiem-
po, á través de la historia.
En estos mismos días parten de Inglaterra atrevidos emi-
grantes á Australia, impulsados por las noticias del descubri-
miento de nuevos terrenos auríferos en los distritos de West-
628 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Kimberley y de East, en el Occidente de la grandiosa isla.


El explorador Mr. Hill y el profesor de geología de la colonia
de Kimberley Mr. Harduson indicaron la seguridad de que
en aquellos territorios se encontraría oro, y en efecto, bien
pronto se hicieron los primeros hallazgos y se empezaron á
ver poblados de aventureros los goldjields, con el mismo en-
tusiasmo que los de California en otros memorables tiempos.
Los terrenos auríferos distan unas 360 millas de los puer-
tos de Kin-Sound y de Cambridge Gulf, centros á donde acu-
den los emigrantes. La travesía es penosísima y cuesta mu-
cho dinero. Apesar de ello, la esperanza de la próxima fortu-
na da bríos á la mayor parte de los que arriban á la costa,
para trasladarse á los goldfields, sin que se cuiden, ni poco ni
mucho, de los ataques de los indígenas.
Pasa ya de 6.000 el número de buscadores de oro que han
llegado á los puertos y que, en carros, á caballo y á pie han
hecho la travesía hasta los criaderos. Con esta inmigración,
la ciudad de Derby, fundada hace poco en el golfo de Kind-
Sound, ha adquirido un desarrollo sorprendente, improvisan-
do en ella toda clase de servicios. Desde esta capital á las
minas se ha tendido una línea telegráfica y adelanta rápida-
mente la instalación de un tranway. Los recolectores de oro
obtienen de dos onzas diarias á seis ú ocho por semana. En-
tre los más afortunados hallazgos se cuenta el de una pepita
de veinticinco onzas, que se conserva en Derby,
En Europa, entretanto, se ha buscado el cobre, no en las
minas, ni en los negocios, sino en el vino y por los químicos
agrícolas.
En efecto, en algunas comarcas en que se han tratado las
vides atacadas del mildió por disoluciones de sulfato de cobre
ó por esta misma sustancia en polvo y la cal, la opinión pú-
blica estaba alarmada en extremo, temiendo que el vino obte-
nido de ellas pudiese producir trastornos en la salud, por
contener algunas cantidades de cobre.
Para desvanecer estos temores ordenó el Ministro de Agri-
cultura de Francia al químico Mr. Andouard que analizara
la dosis del metal contenida en los productos de la cosecha
última. Se practicaron los trabajos por el método electro-
LAS CIENCIAS EN 1887 629
lítico de Mr. A. Riche, estudiando siete ejemplares de mostos
y treinta de vinos tintos y blancos, de una zona en que se
habían empleado aquellas sustancias. Las proporciones de
cobre que se han encontrado son tan insignificantes, que
puede darse por evidente, que no son perjudiciales á la salud
por ningún concepto, los vinos cuyas plantas se hayan pre -
servado del mildió por las aspersiones de las disoluciones
cúpricas, conforme lo habían demostrado ya los químicos
Muntz, Gayón, Millardet y otros.
Este curioso procedimiento electrolítico es una de tantas
aplicaciones importantes de la electricidad, que desde hace
poco tiempo se vienen realizando en los estudios analíticos
de la química y de la metalurgia.
Los progresos de la electricidad se multiplican en número
superior á los de los otros conocimientos de la Física. He
aquí algunos de los últimamente registrados:
La construcción de un nuevo conductor eléctrico doble,
por la casa Siemens y Halske, de Berlín, para las comunica-
ciones subterráneas, que permite utilizar en angosto espacio
un sistema de trasmisión múltiple, de grandes condiciones
de resistencia y de aislamiento.
El nuevo trasmisor telefónico Sergent, que no exige el uso
del carbón en los aparatos microfónicos. Sustituye á esta
sustancia un líquido, distribuido en dos partes ó derivaciones,
de resistencia diversa y en una de las cuales está el hilo in-
ducido de la bobina. La membrana vibratoria lleva adherido
un tallo, del que sale un electrodo móvil, que pone en comu-
nicación la corriente de la pila con el líquido; y dentro de
éste hay otros dos electrodos fijos, entre los cuales vibra
aquél, de tal'modo, que las variaciones de intensidad de la
corriente primaria está en relación con las distancias respec-
tivas en que se coloca el móvil respecto de los fijos, y cuyas
alteraciones modifican asimismo la fuerza y dirección de la
corriente en las dos derivaciones.
La pila Eisenmann, del profesor de Berlín de este n o m -
bre, en la que en vez del ácido crómico se emplea el túngs-
tico. Aunque estos dos ácidos ejercen la misma acción y
aunque la resistencia y fuerza motriz de los elementos son
630 REVISTA CONTEMPORÁNEA

iguales, basta añadir al segundo una corta cantidad de ácido


fosfórico para que se mantenga en disolución. Cuando es
reducido por los electrodos metálicos, el zinc, por ejemplo,
puede recomponerse fácilmente por el oxígeno del aire. Su
empleo parece que es muy útil, sobre todo cuando en los
elementos de las pilas entran electrodos móviles. Su prepa-
ración se obtiene disolviendo 30 gramos de tungstato de sosa
y 5 de fosfato en 360 de agua y añadiendo á la disolución
una corta cantidad de ácido sulfúrico.
Los nuevos procedimientos electrolíticos de Mr. Leuchs,
de Nuremberg, para obtener el cobre, el zinc, la plata y el
plomo, de los fluosilicatos y fluoboratos de estos metales.
Para aislar, por ejemplo, grandes cantidades de cobre por
los actuales sistemas, hay que emplear electrodos de gran
superficie, y mucho espacio de tiempo. Con este nuevo mé-
todo bastan electrodos muy reducidos, especialmente en la
obtención del zinc y del plomo, efectuándose el trabajo con
gran rapidez y regularidad.
La aplicación de las fuerzas naturales de la caída de las
cascadas del Rhin, en Schaffouse para animar una poderosa
máquina eléctrica Brush, destinada á la obtención del alu-
minio.
El empleo del micrófono para demostrar experimental-
mente, en los estudios de acústica, la existencia y distribución
de los nodos y vientres vibratorios en los tubos sonoros.
El micrófono militar de campaña de Drawbaugh, cuyo
transmisor puede enterrarse á largas distancias en los pues-
tos que han de ser objeto de vigilancia nocturna.
Los curiosos y satisfactorios ensayos de un aparato de vi-
gilancia y seguridad para los trenes en marcha, verificados
en Montparnasse con los aparatos de Mr. Linón, que permi-
ten establecer una comunicación sencilla y permanente entre
los departamentos de viajeros y el conductor y maquinista.
El regulador Lenoir, para evitar las variaciones constan-
tes de velocidad en los motores de gas, y en las máquinas
eléctricas, y poder obtener una marcha regular y constante
en los aparatos y en la iluminación eléctrica.
Las nuevas preparaciones de filamentos para las lámparas
LAS CIENCIAS EN 1887 631
de incandescencia y de globos de vidrio con barniz trasparen-
te para las mismas, ideados por Siemens y Helske en Berlín
y por el profesor Zanni en Módena.
El establecimiento definitivo de la línea telefónica entre
París y Bruselas. El circuito está formado por hilos de bronce
fijos á los postes ordinarios. Su disposición evita perfecta-
mente la inducción de los hilos telegráficos, y los efectos per-
turbadores ordinarios. Los resultados obtenidos en la trasmi-
sión no dejan nada que desear.
La utilización de las algas marinas para obtener un car-
bón puro, blando y muy apropósito para los aparatos eléc-
tricos.
Y, en fin, entre otros muchos estudios interesantes, relati-
vos á esta parte de la ciencia, las investigaciones experimen-
tales de Mr. Tascani, de Roma, de las que deduce las siguien-
tes leyes, que se refieren á la construcción de las pilas:
I.'' Si en un elemento de una pila, las dos superficies
del zinc son activas, la parte útil correspondiente á cada una
de ellas está en razón inversa del cuadrado de su distancia al
centro del electrodo inactivo (cobre, carbón ó platino).
2.° Cualquiera que sea el número de superficies de zinc
en comunicación con un elemento, y cualquiera que sea su
distancia al electrodo inactivo, cada una de estas superficies
contribuye á la acción general útil, poco más ó menos, en
razón inversa del cuadrado de su distancia á este electrodo.
Aún podría extenderse este breve resumen de progresos
científicos, haciendo relación de los trabajos que en el mundo
sabio se han publicado en estas últimas semanas, referentes: á
la steno-telegrafía, á las experiencias de física y mecánica
realizadas en la histórica torre de Saint Jacques, de París, á
las discusiones que en la Academia se sostienen entre ios
hombres más eminentes acerca de la figura de la tierra, de
los movimientos del aire y de la formación de las trombas, á
las múltiples comunicaciones recibidas en aquel centro acer-
ca de los estudios magnéticos que se han hecho con motivo
del terremoto del 23 de Febrero en el SE. de Francia y L a
Liguria, á los nuevos adelantos de la meteorología, y á otra
serie de tareas de positiva importancia y trascendencia^ ya en
632 REVISTA CONTEMPORÁNEA

el campo de la ciencia pura ó ya en el de las aplicaciones;


pero el tiempo me falta por hoy, cuando este número de la
REVISTA CONTEMPORÁNEA va á aparecer, y no me es posible
materialmente detenerme en tan placentera ocupación.

RICARDO BECERRO DE BENGOA.


LA ROSA DE VIOLANTE

Di, rosa, ¿por qué aromosa


más que ayer hoy te hallo yo?
¿Quién tu corola impregnó
de tan grata esencia, rosa?
¿Quizá el aura vagarosa?
Mas no, que en su giro errante,
más que aumentarlos amante,
te robó suaves olores.
¿Quién, pues, te dio esos primores?
—¿Quién? Un beso de Violante.

J H . MORE.
EL M O S É N (')

CONTINUACIÓN

CAPITULO XI

TREGUA

quedó como estulto, cual escultura de mármol


ceniciento y vetas rojas, inmóvil, fijo, sin apartar
la vista del diminuto cadáver, que en el postrer
momento se había hecho más largo.
Vio, con curiosidad prolija y extraña, cómo se le entur-
biaban los antes cristalinos ojos; cómo se acartonaba y en-
durecía, á un mismo tiempo que la nariz se le afilaba y ponía
á modo de cuchillo... y no pudiendo resistir más aquel es-
pectáculo sombrío, miró angustiado al no menos pesaroso
Monpavón... La presencia de aquél, su constante enemigo
de toda la vida, volvió á cargarle el alma de pensamientos
negros; fuese irguiendo, como el tigre que va á destruir á
su presa cuando la tiene segura é indudable... centellearon
sus pupilas como ascuas de una lumbre interior... y fué á
avanzar.

(I) Véase la pág. 528 de este tomo.


EL MOSÉN 635
Pero en aquel instante se llenó la alcoba de tropa.
La puerta, á medio entornar, le había dado paso. Y era,
nada menos, que el piquete que mandaba un oficial, con-
duciendo el mandamiento expreso de la prisión del Mosén.
Jaime Parolla no se mostró sorprendido por ello. Tenia ya
formado un hábito: el de achacar á Monpavón cuantas des-
dichas le sobreviniesen. Y en aquella tropa, y aquel aparato
de fuerza que de repente le rodeó, no vio más que una mise-
rable emboscada de Augusto.
Cuando quiso moverse, innumerables brazos le sujetaron
como culebras.
Entonces suspiró fuerte; forcejeó en silencio; quiso hasta
llegar á Augusto como si lo único y exclusivo que le moles-
tase fuese su presencia; pero en todos sus esfuerzos cesó,
cuando oyó decir á Augusto:
—¡Soltadle, bárbaros!... No se escapa. Yo respondo de él.
Los soldados obedecieron la orden.
Jaime Parolla quedó libre y suelto, pero abatido y aun Ue-
tfio de consternación y coraje, que le hacían extremecerse
como las calderas cuando hierve en sus entrañas más vapor
del á que ordinariamente pueden dar cabida.
Augusto se acercó á él, y le preguntó:
—¿Dónde está María de la Paz?...
El Mosén cerró los ojos para responder:
—Muy lejos de ti.
—¿No está en Cristierna?—interrogó de nuevo Augusto.
—No—fué contestado.
—¿Y el doctor Sedini?...
—Se fué...
—¿De modo que... V. está aquí solo con el niño?...
—Tampoco está ya el niño. Y yo no puede decirse que
estoy... por cuanto no estoy en poder de hacer lo que quisie-
ra. Y el hombre sin libertad, no es hombre. Es una bestia.
—Eso es verdad—contestó Augusto;—pero V. la tiene.
—¡Yo!...—exclamó el Mosén maravillado.
—Sí; V. puede irse á donde quiera.
—Estoy mandado prender.
Augusto llamó por su nombre al oficial que mandaba el
636 REVISTA CONTEMPORÁNEA
piquete, y llevándole á otra habitación, le habló en secreto.
Entretanto Jaime quedó en la alcoba donde Jesús espiró,
y al quedar sentado, en completa abstracción de lo que le
rodeaba, siendo objeto de la curiosidad de la soldadesca, y
mirando únicamente el suelo, parecía uno de aquellos anti-
guos romanos que en el quicio de sus pórticos quedaron in-
móviles, mientras los bárbaros corrían sus tropelías y saqueos
por la asaltada ciudad.
La Caspia y Brites, temblando pavorosas entre tanta tro-
pa, apenas si acertaban á disponer al mueríecito para que la
tierra lo devorase; así, de modo torpe, cruzaban las manitas
á la cera semejantes, que se soltaban luego abriendo los bra-
zos, y tantas veces las cruzaron* y tantas otras los brazos
se abrieron, que fué menester aprisionar las delgadas muñe-
cas con una cinta blanca. Cerráronle asimismo la pálida
boca, y le tiraron de los pies para que estuviese derecho:
después rogaron á Jaime que saliese del cuarto.
Levantóse el Mosén, y anduvo unos pasos.
Un murmullo de burla se escapó de la tropa; era que les
chocaba y aun llamaba la atención la cojera del cabecilla.
Pero una mirada de fiera que éste les dirigió, tapó y destruyó
las estúpidas sonrisas, haciéndolas cambiarse por dudosas
expresiones de ira y miedo,
Al ir á salir, se encontró con Augusto Monpavón, que en-
traba voceando:
—Ea, muchachos; idos á beber unas copas, mientras pre-
paramos á este pájaro para el Consejo de guerra. Ahí van
unas monedas para que paguéis el gasto.
Y arrojó al suelo tres duros, que los soldados recogieron.
Cuando la casa quedó por completo desalojada de tropa,
hablaron en el portal Augusto y Jaime, diciendo el primero:
—Mosén; un favor voy á hacerle, que quiero me pague
con otro.
El Mosén le miró de arriba abajo, como si no conociese lo
que quería decir.
—Digo—repitió Monpavón—que he conseguido engañar
al oficial que mandaba la tropa, y que V. no debe perder un
momento para ponerse en salvo. Pero...
EL MOSÉN 637
—¿Pero qué?—rugió Jaime asombrado de que aquel hom -
bre le pusiera condiciones.
—Que pido un favor en cambio del que yo he hecho. Y es
que V. me diga, dónde... está... María de la Paz.
—Donde yo voy ahora—contestó Jaime.
—¿Á... Murguía? ¿á la Puebla?
—A Tolosa.
Un gesto de amargura dibujaron las facciones del ca-
pitán.
Y no parecía sino que eran antitéticos en el sentimiento,
puesto que el disgusto de Monpavón, reflejó en el Mosén
como una alegría.
•—Ahora bien—dijo Augusto, como si fuese á decir una
cosa que hubiese estado pensando mucho tiempo.—Lo que
acaba de suceder, es prueba evidente de que V. y yo debía-
mos estar muy unidos. Yo puse cuanto estaba de mi parte
para conseguir este fin, y V. se opuso. Pero ahora, yo lo ol-
vido todo...
—¡Yo no!—le interrumpió el Mosén.
—^Entonces, es imposible todo arreglo. ¿Qué vamos á
hacer?...
El Mosén le miró sonriendo por manera extraña: le cogió
por un brazo oprimiéndoselo fuertemente, y le dijo balbucien-
te y nervioso:
—Ahora harás lo que voy á decir. Tu destino, que es el de
asesinar Parollas, te ha hecho matar hace un instante á uno
que no era uno solo: cuya vida no era uña sola vida...
—¿Cómo?...
—La existencia de Jesús arrastra la de su madre, María
de la Paz... ¡Mi hermana! va á morir de dolor cuando sepa
su muerte. Y... ¡admírate, hombre! ¡La quiero tanto!... que
para detenerla en la tierra voy á llamar al médico en quien
tengo menos fe. ¡A ti!
-¿Yo?...
—Sí: Tú vendrás conmigo á Tolosa: le dirás á P a z : Ven-
go de asesinar vilmente...
—¡Sin querer!...
—No. Vilmente... que es como tú lo haces todo. Vengo.
638 REVISTA CONTEMPORÁNEA
de asesinar vilmente al hijo de tus entrañas: aquel hijo que engen-
dró tu desdicha y mi maldad.
—¡Me maldecirá entonces!...
—No: porque, como te ama tanto...
—Usted duda que María me quiere.
—Porque lo dudo, te llevo á donde está. Por si es cierto;
cual uno de tantos absurdos como están sucediendo ya... el
no haberte yo dado aún muerte... el que yo viva... Si tuviera
seguridad de que tu amor nada había de conseguir, que no
era ningún lenitivo á la jJUñalada que la noticia va á clavar
en su corazón... te dejaría aquí... ¡Dios sabe cómo!
Augusto Monpavón vaciló un instante. Pero como en su
deseo de unirse á María nada le importaba, acabó diciendo:
—Convengo en todo. Marche V. inmediatamente, y de-
trás voy yo.
—No. Mejor es que vayamos juntos; Por... si no vas.
—Sí iré; pero es peligroso que nos vean salir de esa ma-
nera. Yo mismo me expongo mucho, aun quedándome media
hora más, para desorientar á alguno que pueda ver á V...
Pero lo hago, porque es el único medio que veo de darle li-
bertad.
—Pues sea—dijo Jaime.
—No basta esto—objetó Augusto.—Necesito que V. me
diga en qué sitio de Tolosa me espera con María: y además,
que me dé un salvo-conducto para que pueda entrar si algúa
destacamento de VV. me lo impide.
Jaime Parolla, por toda contestación, se sentó á la mesa
y escribió unos renglones, que firmó. Y aún estaba fresca la
tinta, cuando dio el escrito á Monpavón, diciéndole:
—En el convento de Mercenarias... preguntando por mí...
—Está bien—respondió Augusto.
Y se separaron bruscamente.
Momentos después, el Mosén salía á caballo del portal y
tomaba el camino de Tolosa.
Quedó de amo y señor de su casa el pensativo Augusto;
que la recorrió de arriba abajo con un cariño para cada cosa
que en algo le recordaba á María, que le llevó á cometer las
extravagancias más extrañas.
EL MOSÉN 639
Entró en la alcoba donde la huérfana dormía, y aun se
encerró en ella como si fuese á hacer algo malo.
Sentíase abrumado por remordimientos y por negras pre-
visiones de nuevas desdichas; y se extremecía de frío pensan-
do en el efecto que iba á producir en Paz saber que él mis-
mo había dado muerte á Jesús. Luego el frío se tornó en
abrasadora inquietud que le produjo viva sed; y sus ojos se
fijaron en la pililla de porcelana, en que tantas veces moja-
ría sus blancos dedos María. No dudó un instante en descol-
gar la pila y beberse la poca agua que contenía; que fué á su
ardorosa boca, lo que la gota de agua al condenado á eter-
nas penas en el infierno.
Y como también el cansancio le rindiese, se echó en el le-
cho de Paz; y aun al chocar las mejillas sobre la almohada
que tantas veces habría sostenido su cabeza, no pudo conte-
ner un beso que se deslizó de sus labios á la insensible tela;
que estas y mayores excentricidades hacen los enamorados
con todos los objetos que tienen alguna relación con la vida
de sus adoradas.
Púsose á m^editar sobre su situación; y así le dejaremos
para ir con Jaime, que al trote más largo de la yegua que
montaba, se dirigía á Tolosa ansioso de llegar allá cuanto
antes.
Iba silbando entre dientes; pero más que silbo era un re-
chinar de los huesos de la boca lo que hacía; y cruzaba pra-
dos y costeaba senderos, como una montada fantasma de
aquellas soledades.
La muerte de Jesús había causado en él un extraño efecto
de pasividad, como golpe de nuca que atonta hasta hacer ol-
vidar el mismo golpe. Yendo por tanto sin definida expre-
sión en el grieteado rostro, y el ceño al parecer tranquilo.
Sucedía á menudo que se distraía con los accidentes del
camino. Veía sonriente cómo un congresillo de menudos pá-
jaros, se disolvía al primer rumor de los cascos de su cabal-
gadura; luego, desde lo alto de las ramas de un chopo le
miraban silenciosos, para después de pasar, volver á la tierra
buscando semillas entre trinos y gorjeos. Después una salta-
dora alimaña cruzaba como flecha el camino que seguía, ó
640 REVISTA CONTEMPORÁNEA

tímida largata, se volvía á sumir en su agujero temerosa de


ser aplastada en la travesía, si ya sorprendida no escupía su
veneno, hacía un par de eses con la cola, y se le quedaba mi-
rando atentamente con sus ojillos negros y brillantes.
Y el sol mientras tanto, bañando de calor los aires; do-
rando las mazorcas del maíz, y agostando en flor las hierbe-
cillas de las lindes y las bardas.
Al cabo de dos horas de camino, avistó la ciudad.
Eran las diez de la mañana.
Cuando aligerando el pasó y tomando las calles menos
transitadas para evadir el tener que decir el desastre de Cris-
tierna, pensaba en si Augusto cumpliría ó no su palabra,
¡qué ajeno estaba de lo ocurrido en Cristierna, después que
salió!...
Oyó el repique de las campanas del convento, y vio cómo
caterva devota de fieles alargaba el paso'por coger buen sitio
en la iglesia, donde iba á celebrarse con gran pompa la misa
de la Asunción.
Vio asimismo la curiosidad con que le distinguían, y, final-
mente, dejando la yegua que bañaba blanca espuma de su-
dor, entró en la portería.
Díjole la monja encargada del torno que María de la Paz
estaba en el coro, con todas las madres, y que si quería verla,
quizá pudiese conseguirlo por la verja de la iglesia.
Fué allá el Mosén; hundióse entre la concurrencia, y no ,
sin grandes trabajos consiguió ponerse al lado del comulga-
torio. Desde allí miró al coro, y vio junto al enrejado un
vestido negro que resaltaba notablemente sobre los blancos
hábitos de las monjas, como borrón de pecado en campo de
pureza. Adivinó que aquella mancha del tono general era su
hermana, y de sus miradas y pensamientos vino á distraerle
la misa que comenzó entre flautados arpegios del órgano,
nubes de incienso f brillo de dalmáticas y casuUas.
El Mosén se hincó de rodillas; en cuya postura estuvo to-
do el tiempo que duró el Santo Sacrificio, meditando en los ~
divinos misterios, si bien más de diez veces se extremeció
como para sacudirse alguna idea profana y pecadora que vi-
niera á inmiscuirse y mezclarse con sus oraciones.
EL MOSÉN 641

El calor era excesivo; y por la frente de Jaime caían


abundantísimos hilillos de sudor que no cuidaba de enjugar-
se, dejándolos caer al suelo. Su abstracción para todo lo ex-
terno era completa y absoluta.
Finalizó la misa, y entre los últimos acordes del órgano,
se oyó triste y lastimero un prolongado sollozo que venía del
coro. Torció la cara Jaime y vio que su hermana lloraba...
y que se levantaba para desaparecer de la vista como una de
tantas sombras flotantes que cruzaban tras de la reja. Y al
mismo tiempo, apagándose las velas y quedando el templo
desierto, se corrieron las cortinas de los tragaluces, entran-
do el sol en forma de prisma de colores que partían y borra-
ban el humo de los moribundos pábilos y el polvo de la igle-
sia, que al mezclase con los haces de luz, se hacía ya de oro,
ya verde, ya rojo, ya morado, como explosión fantástica de
fuegos de artificio.
Salió también Jaime ParoUa de aquella pesada atmósfera
de tufo, mirra y cera apagada, y se dirigió nuevamente á la
portería. Diéronle allí la llave de la entrada de la casa de
ejercicios donde ya estaría María, y preguntó:
—¿Ha venido alguien preguntando por mí?...
—Nadie—le respondieron,
Y el Mosén, siniestro y amenazador como un espectro,
cruzó claustros, pasó patios, atravesó celdas, y dio al fin en
la de su hermana, que al verle entrar sólo, se inmutó prime-
ro, y luego llorando se enterró en sus brazos.
Mintió varias veces el Mosén, diciendo á María de la Paz
que Jesús quedaba bien en Cristierna; pero no pudo ocultar
la tremenda inquietud que le devoraba.
De cuando en cuando, escuchaba por ver si oía pasos en el
corredor... Y nada.
A las doce comieron juntos los dos hermanos; es decir,
les sirvieron la comida, porque realmente ninguno de los
dos probó bocado.
Paz se encontraba muy postrada; aquella noche había
soñado muchas cosas á cual más espantosas y horribles. Por
Cvso, pasando los brazos al cuello de Jaime, le decía entre-
cortada y temblando aún por sus recuerdos:
TOMO LXV.—VüL. VI. 4I
642 REVISTA CONTEMPORÁNEA

—¿Si vieras qué susto pasé esta madrugada!... No había


hecho sino dormirme, y me despertó un quejido extraño...
¡tan horrible, hermano mío! que... ¡qué sé yo! hubiese jura-
do que estaban matando á Jesús. Luego cuando pensé que
Jesús estaba contigo, me tranquilicé mucho porque compren-
dí que estando tú con él, anteo morirías tú que consentir
que nadie le hiciese ningún daño... ¡Pobre criatura! ¡hacerle
daño! ¡á él!... y, ¿quién va á quererle á él mal?... ¿Qué ha he-
cho para eso?... ¿Lo vas á traer pronto?... Sí, tráele, tráele;
junto á él no me importa nada... ni el estar en el convento,
ni ¿Pero por qué estás tan pensativo?—dijo clavando sus
hermosos ojos en el angustiado ParoUa.—Cualquiera diría
que te había pasado algo. ¿Ha pasado?... Pues no me lo ocul-
tes y te consolaré. Todo será muy pequeño y pobre ante la di-
cha que vamos á gozar los tres, yéndonos muy lejos de aquí.
¿No te acuerdas de lo que me digiste?..."Sí, hombre; cuando
té admitan tu renuncia y huyamos, tú, mi Jesús y yo. Cuan-
to más rinconcito sea el punto donde vayamos, mejor; así
nos podremos dedicar los dos á Jesús... Porque es menester
que tú le quieras tanto como yo... que seas su padre, que le
mimes y le ames, sin pensar en nada más sino en que es
un hijo de mis entrañas. Verás qué gozo el día que ande solo,
y vaya de tus piernas á mis faldas, y se ría de que tropieza, y
se caiga, y tú y yo le recojamos del suelo y le sanemos la
pupa, y pegúemeos al suelo porque se la ha hecho. ¡Verás
qué tranquilos vivimos!... Ya no aspiro yo á nada... más
que á esto. T ú ya no expondrás tu vida á cada instante; yo
no lloraré más... ¡te lo prometo! Y Jesús no volverá á se
pararse de mí, hasta que... yo me muera... y entre de punti-
llas donde yo acabe de morir, para cerrarme bien los párpa-
dos por si á ti se te olvida hacerlo... ¡Habla, hombre, habla!...
Pareces una estatua.
—¡María! ¡María de mi alma!—dijo rompiendo un ahoga-
do sollozo el Mosén.
—¿Por qué lloras?...
Jaime guardó un instante silencio; después fingió serenar-
se, sonreír, y dijo:
—¡De tanta dicha!...
EL MOSÉN 643
—¡Sí, tanta dicha!... tienes razón; es para llorar... Pero...
¿sabes que no te había visto llorar nunca?...
—Ni ahora he llorado—dijo Jaime reponiéndose.
—Sí; ahora sí. Lo he visto yo.
—Has visto mal.
—Ca. He visto hasta una lágrima muy gorda que se aso-
maba á tu ojo derecho y que luego se ha perdido sin saber
por dónde. ¿Qué has hecho de ella, muchacho?...
María de la Paz se reía como una niña.
—¿Lo has hecho por engañarme?...
—¿Engañarte yo á ti?... ¿Y en qué?
—No, nada. Por divertirte conmigo. Oye y ahora que re-
cuerdo—dijo cambiando de tono.—¿A qué has venido?... Por-
que tú no haces las cosas sin motivo. ¿A qué?...
—A verte á ti.
—¿Nada más?...
—Nada más.
—Hombre, pues si no era nada más que á eso, bien podías
haberme traído á Jesús.
—Sí...
—¿Y por qué no le has traído?...
— ¡Qué sé yo!...
—Sabiendo que me traías la vida.
—Hacía calor, y podía... haberse puesto malo.
—¡Ave María!... no me hables de eso. Ponerse enfermo
Jesús. Has hecho muy bien en no traerlo, porque si enfer-
ma... sólo de verle á él triste, creo que me muero yo. Tú
no sabes lo que se quiere á un hijo. En comparación con el
amor que yo tengo á Jesús, el que te tengo 4 ti, es odio.
—¡María!...
—Sí: no te enfades. Pero es verdad.
Púsose en pie Jaime Parolla, y salió de la celda, diciendo
que volvía en seguida.
Iba á preguntar á la portería si había venido alguien pre-
guntando por él.
. —Nadie—le contestaron.
Y esta pregunta y esta respuesta sonaron seis veces aquel
día.
644 REVISTA CONTEMPORÁNEA

Ya se ponía el sol de la tarde reclinando sus mejillas de


oro en nubes de grana, cuando el Mosén se estremeció feroz-
mente al ver que Augusto Monpavón faltaba á su palabra y
no llegaba á Tolosa. Y estremecíase, porque si por una parte
el terrible legado de odios que sus padres le dejaron y por
otra su propio orgullo no le consentían olvidar las afrentas
de los Monpavón, su largo y continuo padecer había, sin que
él se apercibiese, aflojado mucho la indomable tensión de su
carácter: siendo una especie de alivio á sus dolores, que bus-
caba, el intentar un último esfuerzo, para abstenerse de más
sangre, siquiera su padre le maldijese desde el cielo por su
cobardía. Y el esfuerzo era consentir que Augusto y Paz se
viesen, y aun fraguasen cuantos proyectos quisieran con tal
de atenuar el golpe que para Paz iba á ser la noticia de la
muerte de Jesús.
Mimaba con cariño á María, que ebria de caricias á que
estaba tan poco acostumbrada, se dormía con la cabeza re-
clinada en su pecho: y asi la vio dormirse.
La media luz del crepúsculo le consintió descansar tam-
bién un poco; pero despertó en seguida, porque le picaba
como una aguja una idea. Que María, al verse sin Jesús,
moriría.
Quiso apartar de su imaginación tan tenebroso pensamien-
to, leyendo por distraerse algún libro de devoción de los que
tenía allí María de la Paz.
Cogió uno y lo abrió, por donde estaba registrado. Era el
Ofertorio del día, y decía al pie de la letra:
* María ha sido elevada al cielo: alégranse por ello los Angeles,
y bendicen al Señor en dulces conciertos.»
La coincidencia de su pensamiento con el Eucologio, le
abrumó aún más: era tan casual como extraña.
Tal vez por eso, cuando ya de noche se despidió de su
hermana, iba murmurando, mientras pisaba lentamente las
losas del claustro de salida:
—¡Señor, Señor!... ¡Piedad para nosotros!...

ANTONIO VASCÁNO.

{Se continuará.)
REVISTA DE TEATROS

L vértigo de piezas en uno ó dos actos con destino


á los teatros por secciones se va haciendo cada
día más fabuloso é incomprensible, y si el públi-
co, como ya hemos dicho otras veces, que ya peca
de injusto, no recordara su conocida imparcialidad de otros
tiempos, ayudado por los reven/adores de oficio que juzgan las
obras á su capricho, relegando el uno y los otros al olvido,
muchas de las producciones que han visto por primera vez
la luz en muchos de los teatros, sería imposible dar cuenta
de todas ellas, y aun así y todo, nos vemos expuestos á re-
petir lo mismo de siempre al ocuparnos hoy de las pocas que
han sobrevivido al empuje de las turbas reventadoras y del
fallo del público.
Entre las que han tenido esta suerte, se cuentan El padrón
municipal, escrito por los Sres. Ramos Carrión y Vital Aza,
que se estrenó en Lara, y la que merced á sus buenos chistes,
fácil diálogo y esmerada interpretación de la Sra. Rodríguez,
los niños Domínguez y Juste y todos los demás actores que
la desempeñan, ha tomado carta de naturaleza por muchas
noches en tan favorecido coliseo.
La fiesta de la Gran Via, que ha resucitado en Eslava de
las cenizas de la obra del mismo nombre que va agonizando en
Apolo apesar de la añadidura con que sus autores tratan de
galbanizarla, sigue viviendo gracias al recuerdo de su origi-
646 REVISTA CONTEMPORÁNEA

nal, algunos chistes de rojo color con que su autor Sr. Pina
y Domínguez la ha salpicado, algunos números de música
agradable de su cómplice Sr. Nieto, y los esfuerzos un tan-
to exagerados y grotescos de las Sras. D.*^ Lucia Pastor,
Baeza, y los Sres. Riquelme, Manini, Escriu y todos los de-
más actores que pasan por las vías láctea, angosta, ancha y
respiratoria, que conducirán seguramente á la taquilla del
despacho de billetes, pero no á los emolumentos de una fama
bien adquirida.
En Variedades el Cuento del año aumentó considerable nú-
mero de revistas del mismo género, cortadas por igual patrón,
proporcionando algunos aplausos más á los obligados maes-
tros Rubio y Espino, y al autor del libro, Sr, Navarro y Gon-
zalvo, que se nos figura se ha dormido sobre los laureles,
poco envidiables por cierto, que le proporcionó El puesto de
las castañas.
En Martín se presentó una compañía, dirigida por el señor
Portes, que murió al nacer; no llegará á la pubertad la que
ha seguido y en la que figura como actor conocido el Sr. Alba.

Pasando de estos teatros á los de alguna más importancia,


en Price, después de La Reina de Córcega, traducida por Nom-
bela y Fernández, con música del maestro Lecoq, se estrena-
ron dos obras de autores españoles, tituladas El rapto y El
desenlace de un drama; escrita la primera por el Sr. Colomé,
con música del maestro Nicolau y el maestro Cátala. La mú-
sica de ésta excede á la de la primera, que no es mala tam-
poco, mereciendo especial mención la introducción, un dúo
y un cuarteto brindis. La letra, en cambio, es pésimamente
mala. Si el Sr. Palomino de Guzmán ha soñado que era autor
dramático, puede despertar de tan ilusorio sueño y dedicarse
á otra cosa, que le dará más honra y más provecho.
El Teatro de la Zarzuela abrió sus puertas por un corto
número de representaciones, con el objeto único de que se
despida del público madrileño el anciano actor D. José Vale-
ro, que parte para América, á conquistarse en su longevidad
TEATROS 647
una pequeña fortuna que le permita descansar de sus prolon-
gadas fatigas, si no desaparece como otras que por el mismo
medio ha conseguido.
Con verdadera pena hemos oído partir de sus labios los úl-
timos suspiros de un arte que él elevó á grande altura; que
produjo las sublimes creaciones de El alcalde de Zalamea, Bal-
tasar, Luis Onceno, La carcajada, Ricardo Darlington, el don
Agapito de Marcela, El Maestro de escuela, El Patriarca del
Turia, Los laureles de un poeta. El mal apóstol y el buen ladrón.
Bienaventurados los que lloran y otras muchas más que eterni-
zaron su mucha y bien adquirida fama.
¡Dios quiera vuelva á su patria el que tantas glorias ha con-
seguido en ella!
Le han acompañado dignamente á realizar sus propósitos
de despedida la buena sociedad madrileña, que le ha prodi-
gado justos y cariñosos aplausos extensivos á la Srta. Garzón
y á los Sres. Valentín, Altarriba, Balaguer y Pepe García, que
le han acompañado en el desempeño de las obras que ha
puesto en escena en el teatro de la calle de Jovellanos.
Algunos de estos actores, entre ellos el Sr. Valentín, po-
dría figurar dignamente en uno de nuestros principales tea-
tros.

Una de las obras estrenadas esta última quincena y que


venía amparada con una firma muy estimable en la república
de las letras ha sido el saínete titulado Juan Matías el Barbe-
ro ó la corrida de beneficencia, escrito por D. Ricardo de la Ve-
ga, con música de los maestros Chapí y Nieto.
Llevando como lleva el sello característico, como todas
las obras del mismo autor, escribiendo tan bien como él es-
cribe, meditando sus planes de una manera tan concienzuda
y tan discreta como él los medita, contando en su repertorio
con saínetes de tanta importancia y tanto mérito como el
titulado La abuela, es verdaderamente lastimoso se confunda
en ocasiones como ésta con esos autores que escriben pane lu-
crando, y juegue en cinco minutos una reputación tan sólida
y legítimamente adquirida.
648 REVISTA CONTEMPORÁNEA

No es esto decir que su última producción sea mala, pero


sí'que difiere notablemente de las que hasta ahora ha produ-
cido su fecunda pluma.
Plausible es la tendencia de la obra; pero no ha debido ol-
vidar como han tratado la exagerada afición taurina don
Ramón de la Cruz, en sus sainetes, y el Sr. Mesonero Ro-
manos en sus artículos, por lo que debiera, en nuestra humil-
de opinión, haberse esmerado el autor en tratar el asunto
como él sabe hacerlo, sin caer, como ha caído, de bruces en
la fuente de lo vulgar, conocido y manoseado, como hacen
los autores que escriben por escribir, y no por enseñar de-
leitando al mismo tiempo, y no hubiera resultado un saínete
vulgar, carente de novedad y de chiste, sino una obra clásica
que hubiera servido en este tiempo de lastimosa decadencia
del teatro, como sirvieron las de D. Ramón de la Cruz y han
servido las suyas para encauzar la estraviada opinión y en-
derezar el estragado gusto.
No negaremos que se observa gran verdad en todo el se-
gundo cuadro. Tipos bien dibujados en toda la obra, en espe-
cial el de protagonista, los que representan el Sr. Ruiz y el
Sr. Viñas, el de portero, el del Sr. Juan el picador, el de los
habaneros, que están muy trazados, y si se quiere el que
interpreta ei Sr. Campos.
Contrastan fielmente con esto la aglomeración de sucesos
que se observa, la poca claridad en el desarrollo de la idea
capital, absoluta falta de chistes decorosos y de buen género
y languidez y monotonía en toda la obra, en especial en el
segundo acto, por lo que hubiera sido muy conveniente y be-
neficioso á la obra que no hubiese existido el primer cuadro
6 haber condensado algo el que sigue y dejar del segundo
acto los dos cuadros de la plaza; supresiones que unidas á
más vis cómica en el diálogo y en la acción, hubieran
dado por resultado un saínete en un acto digno de D . Ricar-
do de la Vega.
La música del primer acto es superior á toda la letra. La
sinfonía, de gran valor artístico y armónico; el pasa-calle nos
parece una pieza digna de figurar entre las primeras de nues-
tro repertorio clásico español; la del segundo acto debiera
TEATROS 649

suprimirse, exceptuando un coro que hace fatal contraste


con la del primero.
La obra ha sido puesta en escena con un lujo y propiedad
digna del mayor elogio, que nos complacemos en otorgar al
empresario Sr. Ducazcal, así como le prodigamos á la or-
questa admirablemente dirigida por D. José Viaña, cuyo
nombre no es justo esté tan oscurecido.
En concreto, el aparato escénico, la música del primer
acto, la orquesta y la parte literaria del libro han salvado
la obra.
*
* «
En el Teatro Español se han verificado los beneficios de
D. Rafael Calvo y D. Antonio Vico; El haz de leña, de Nú-
ñe2 de Arce, y Guzman el Bueno, de Gil y Zarate, fueron las
obras que para verificarlos se representaran. En ambas con-
siguieron espontáneos y justos aplausos y una profusa co-
lección de ricos presentes. El público en general acudió en
gran número á rendir un tributo de admiración á tan distin-
guidos actores.
«
* *
El Soldado de San Marcial, puesto en escena en el Teatro
de Novedades, fué un verdadero triunfo para el Sr. Delgado.
Del drama titulado La noche del desposorio, primera produc-
ción de D. Tomás Mur, nada podemos decir porque no he-
mos tenido el gusto de verle.

* «

Vamos á ocuparnos de la última producción dramática


debida á la ilustrada pluma del Sr. D. Francisco Pleguezue-
lo, estrenada últimamente con el título de Margarita en el
Teatro dé la Princesa, y creemos oportuno repetir, á fuer de
exordio, lo que en i5 de Febrero de 1884 dijimos con mo-
tivo del estreno de su primer drama Mártires ó delincuentes.
Entonces, después de querellarnos justamente de la impre-
meditación con que por aquella época el empresario del Teatro
65o REVISTA CONTEMPORÁNEA

de la Zarzuela retiró la obra sin tener en cuenta para nada


tan unánime como favorable fallo del público; entonces, repe-
timos, después de hacer constar que los neófitos como el se-
ñor Pleguezuelo, ávidos de seguir la escuela de los que se
tenían y siguen teniéndose por colosos de la dramática espa-
ñola, encauzando sus obras en un tema tan manoseado como
inmoral, encomiábamos las excelencias del drama en el cual
descollaban una perfecta pintura de los caracteres, una dis-
creta manera y un acertado modo de desarrollar la acción y
conducirla al desenlace, valiéndose de medios naturales y ló-
gicos que, ayudados de un conocimiento exacto de los térmi-
nos del problema que trataba de resolver, y colocando á los
personajes dentro de su verdadero terreno, en armonía á sus
actos y palabras con el carácter propio de cada cual, daba
digno remate á la empresa, asegurando, sin que alardeemos
de perspicacia, que llegaría á ser un verdadero autor dramá-
tico, propiamente dicho, vaticinio que su último drama, del
que vamos á ocuparnos ligeramente, nos ha hecho ver que,
por fortuna, ha salido cierto.
Unánime la opinión de la prensa y el fallo del público en
prodigar aplausos á su última producción dramática, está
dentro de la esfera de la alta comedia, y que, abandonan-
do los imposibles moldes de la moderna escuela, se ha
fijado en lo que debe ser el teatro; y si bien parte su trabajo
de una idea conocida y adecuada á lo que hoy se usa, sigue
distinto camino el desarrollo del plan que se desenvuelve al
calor de unos caracteres perfectamente pintados de una ac-
ción natural, que da lugar á incidentes hijos de la verdad y
extraños á elucubraciones fantásticas, sin atrevimientos re-
pulsivos, y con un diálogo correcto y exento de esa fraseolo-
gía campanuda y poco culta, enemiga declarada de la difícil
sobriedad que en la comedia que nos ocupa se observa.
La exposición el breve y atrevida, y el espectador com-
prende al poco tiempo el resultado final de la obra, y, sin
embargo, el interés crece de momento en momento, porque
el autor, dentro de su verdadero terreno y encerrado en
un círculo de hierro que él mismo se forja, se vale del
arte y sólo del arte para que el interés crezca, la acción no
TEATROS 65I

languidezca, los personajes no salgan de su esfera, y el desen-


lace, caminando de incidente en incidente siempre nuevo, lle-
ga á su fin por el camino de un recto criterio, desechando el
baluarte de lo absurdo y de lo ilógico.
Si otro autor al estilo moderno hubiera revuelto en su
imaginación á un Marqués que tuvo una hija en sus moce-
dades, que casado después tiene otra legítima llamada Teresa,
y no queriendo abandonar á la concebida en una unión ile-
gitima, cual es Margarita, la introduce con el carácter de
institutriz en el hogar doméstico, dando pábulo á que la ma-
ledicencia calificara su mal contenido cariño paternal por un
amor adúltero, hubiera empleado todos los recursos posibles
para sacar del cenagoso polvo de las pasiones materiales las
consecuencias de una falta propia de la edad juvenil, y en vez
de elevarse á las deletéreas regiones del espíritu, como lo ha-
ce el Sr. Pleguezuelo, hubiera vagado por el asqueroso charco
del sensualismo, arrancando del corazón del hombre esa di-
vina savia que hace germinen en su alma esos sentimientos,
hermosas alas que le permiten volar por el infinito, impi-
diéndole descender á la esfera material de lo finito y pere-
cedero.
Nada hay más hermoso que el perdón y el olvido; nada
más feo que el odio y la venganza.
Felicitamos sinceramente al Sr. Pleguezuelo, y le aconse
jamos siga ese camino, y también al Sr. Mario por la direc-
ción artística de la obra, á las Sras. Tenorio , Mantilla,
Llórente, Fornoza y Guerra, y á los Sres. Cepillo, Sánchez
de León y Montenegro, por lo admirablemente que desempe-
ñaron sus papeles.
*
* *
En el Teatro de Novedades se ha estrenado á última hora
un drama titulado El huracán de un beso, el que, apesar de los
laudables esfuerzos del Sr. Delgado, fué rechazado por el
público; igual suerte ha cabido al juguete en un acto, titula-
do Por tío por mí, estrenado en Lara en el beneficio del señor
Rubio.
652 REVISTA CONTEMPORÁNEA

En el próximo número nos ocuparemos de la ópera estre-


nada en el regio coliseo, última producción del maestro Do-
nizzetti, titulada II Duca d'Alba, y de algunas consideracio-
nes que han venido á nuestra imaginación con motivo de la
partida á lejanas tierras, como ya hemos indicado, del deca-
no de los actores D. José Valero.

RAMIRO,
CRÓNICA P O L Í T I C A

INTERIOR

iFÍciL debe ser el remedio contra ese malestar


social, ese malestar intenso, que se siente y no
se explica. Los dolores agudos alternan con pe-
ríodos relativamente más tranquilos, pero se re-
producen al fin con esas intermitencias, casi á plazo fijo y
fatales, que llenan el ánimo de zozobras y desconsuelo.
Pocos meses hace que algunos centenares de soldados,
obedientes á la voz de un brigadier rebelde, escandalizaban
con su vocerío á los habitantes de los puntos más céntricos
de la capital de España, sorprendiendo en el más incompren-
sible descuido á las autoridades todas y hasta á los agentes
encargados de la vigilancia y tranquilidad públicas. Hubo
una noche de tristeza, desasosiego y alarma para los pacífi-
cos vecinos; hubo tiros y cadáveres; pero... las impresiones
pasaron, y la gente siguió al día siguiente circulando como
de costumbre y comentando á lo sumo el fracaso de la rebe-
lión y las sangrientas escenas que la acompañaron. Y tam-
bién se pudo más tarde cerrar los ojos á medias, sin modi^
ficar en nada el convencimiento íntimo de que la práctica de
las asonadas es fruto preciso de ciertas situaciones políticas,
pudiendo siempre repetirse con toda seguridad de acierto la
elocuente y consabida frase:—¡Hasta otra!
654 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Y parece que el momento de la oirá se nos viene efectiva-
mente encima, sin saber cómo ni de qué lado cae.
No sorprenden los manifestaciones de una dolencia que
parece ya crónica é incurable; pero es fuerza ver de qué ma-
nera se atenúan sus efectos, si no se quiere que en una de
las crisis caiga el enfermo postrado con herida mortal.

Se condensan rumores que en voz baja se extendían; cir


cula de nuevo el nombre de Ruiz Zorrilla unido al de otros
elementos que también trabajan para subvertir el orden; se
ponderan los medios que existen hoy para comprar concien-
cias y adquirir armas, y el misterio mismo y la ignorancia
son el factor más importante de las exageraciones y de los
malos pronósticos y temores.
Amenazado así de continuo el reposo del país, es imposi-
ble evitar que ia tensión, cada día más pronunciada, cada
día creciente, de los ánimos, deje de producir perturbaciones
serias en los intereses generales y hasta en los negocios par-
ticulares.
Mientras unos dan importancia á algunas prisiones hechas
por agentes del Gobierno, otros no las creen con funda-
mento.
Se leen periódicos que hablan «del descubrimiento de al-
gunas bombas cargadas de dinamita y construidas con gran
de inteligencia para que pudieran estallar al ser arrojadas
contra el suelo, por medio de pistones ajustados á 30 chime-
neas que cada una de ellas parece tener en su base;» se atri-
buyen y quitan á la vez responsabilidades á individuos hasta
ahora nunca sospechosos; se nombra un juez especial para
practicar en Madrid diligencias en averiguación de determi-
nados hechos; se sorprenden en el correo paquetes de pro •
clamas dirigidas al ejército por la misteriosa Asociación Re-
publicana Militar; se suponen intentos de un golpe de mano
contra el Capitán general de Madrid y otras autoridades, y
hasta se describen, con ó sin fundamento, pero inoportuna-
¡ •• •• i l ' ••

CRÓNICA POLÍTICA 655

mente de todos modos, ciertas bombas llamadas de chime-


neas y destinadas á la voladura de edificios.
Si diésemos crédito á todo lo que se ha supuesto y se ha
publicado por la prensa, podríamos preguntar asustados:
—¿En qué país vivimos? ¿Nos amenaza el nihilismo? ¿Esta-
mos al nivel moral y político de Bulgaria?

Respecto á las provincias, sábese que en Zaragoza se ha


dictado una orden superior, disponiendo que en los cuarteles
se establezca un retén permanente de compañía por cada ba-
tallón de los que guarnecen la plaza. También en Cádiz se
ejerce una gran vigilancia, habiéndose dado el caso de que el
nuevo comandante general, Sr. Fuentes, visitara los cuarte-
les y fuertes cuando apenas tuvo tiempo de descansar del
viaje. En Almería se llevaron á efecto durante el día de ayer
algunas capturas; un telegrama de Barcelona puso á las au-
toridades sobre la pista.
E s decir, que todas las apariencias inducen á sospechar
que se conspira diariamente y sin descanso para revolucionar
en la medida que se pueda y pronunciar aunque sólo sea un
cabo y cuatro soldados. Es decir, que los malavenidos con el
orden no se aquietan ni con indultos, ni con amnistías, y aun
explotan las generosidades para tener dentro del territorio
mayores elementos disponibles, en los casos y oportunidades
que convengan.
De antiguo sabíamos que la política, generalmente hablan-
do, no entiende ni entenderá jamás de sentimentalismos ni
gratitudes. Algo pudiera enseñar sobre esta materia la histo-
ria antigua y moderna de todas nuestras interminables re-
vueltas.
*

E s claro que ni los motines ni las asonadas han de influir


poco ni mucho en la seguridad de las instituciones, sobre
todo cuando vemos que el Gobierno está prevenido y toma
medidas enérgicas de precaución en estos momentos; pero
656 REVISTA CONTEMPORÁNEA

el orden moral y el orden material, el imperio de las leyes


y la vida del país exigen que se piense de una vez y seria-
mente en poner término hasta á la posibilidad de estos tras-
tornos, que tanto rebajan nuestro carácter á los ojos de Eu-
ropa.
El Gobierno, por conducto del Sr. Ministro de la Goberna-
ción, ha declarado en el Congreso que la conspiración es
constante y perseverante; pero que sabe lo que se proponen los
conspiradores, los medios con que cuentan, y no faltan fuer-
zas para combatirlos. Esa es una enfermedad que sufre ata-
ques agudos—dijo,—y quizás nos encontremos en uno de
esos períodos más lamentables.
En el Senado, el Sr. Martínez Campos afirma que vigila
cuanto es posible las tropas de la guarnición, y declara,
puesta la mano sobre su corazón, que no hay hoy por hoy
motivo alguno de alarma, y que si los periódicos hablan de
los sucesos con notoria inexactitud respecto á su persona,
sabido es que el orador visita los cuarteles con alguna fre-
cuencia, y en lugar de hacerlo á las altas horas de la madru-
gada, lo hizo la otra noche á las once de la misma, dando
motivo esto solo para que se comentasen sus visitas. El se-
ñor Presidente del Consejo de Ministros, mucho más opti-
mista que su compañero el Ministro de la Gobernación, aña-
de que las prisiones hechas en la madrugada de ayer no tie-
nen nada que ver con el orden público, y que no se han
tomado medidas de precaución de ninguna clase, pues co-
rrespondiendo en primer término al Capitán general tomarlas,
y no habiéndolo hecho, el Gobierno, por su parte, nada tenía
que hacer. Dice que se conspira; pero que el Gobierno sigue
la pista á los conspiradores, que podrán perturbar el orden
público, pero de un modo insignificante, produciendo algún
pequeño motín, que esto ocurre en todos ios países de Euro-
pa; mas esto no desvirtúa lo dicho respecto al orden público,
que, fuera de estos pequeños accidentes, está asegurado en
toda España.
Estas declaraciones bastan para tranquilizar al país por el
momento.
CRÓNICA POLÍTICA 657 '
Pero los procedimientos de los delegados de la autoridad
central en provincias dejan que desear á todos. En los críti-
cos momentos en que á boca llena asegura el Gobierno mis-
mo que se conspira de una manera incesante y que la cons-
piración ,se encuentra en su período más agudo, se reciben
de Valencia noticias de atropellos contra personas honradas
y pacíficas, sin más delito que su afición á ciertas prácticas
religiosas.
Se ha visto obligado el Sr. Conde de Toreno á levantarse
en el Parlamento, para denunciar la reproducción de escan^
dalosos sucesos, lamentándose del poco respeto que han me-
recido las prácticas católicas, que representan las creencias
de la inmensa mayoría de ¡a nación española. En nombre de
la libertad pidió el Sr. Conde de Toreno al Ministro que hicie-
se entender á su subordinado el Gobernador de Valencia que
su primef deber era garantizar el libre ejercicio de los más
sagrados derechos de los ciudadanos. Con muchos Gober-
nadores que, á manera del de Valencia, ignoren lo que pasa
en la capital donde residen, no es como podrán tranquilizarse
las gentes más pacíficas, timoratas y propensas á la zozóbr&í

Las oposiciones monárquicas y el partido posibilista han


hecho lo que en el moderno tecnicismo se llama un acto:
enfrente de los rumores de orden público, de las medidas de
precaución que se han creído obligadas á tomar las autorida-
des, de la sorda agitación que reina entre determinados ele-
mentos y de la incertidumbre en que se agitan todos los
intereses, lo mismo el Sr. Cánovas, que el Sr. Montilla, que
el Sr. Celleruelo, que el Sr. Becerra, han creído necesario no
protestar contra los criminales que atentan á la paz pública,
que eso en los partidos legales no hace falta, sino ofrecer al
poder legítimo aquella noble ayuda y aquel honrado apoyo
que les son debidos, y que como caballeros, si otro título no
fuera invotcado, no podrían negar hoy á la augusta Princesa
que rige nuestros destinos y al niño Rey que duerme en
la cuna.
toma Lxv.—YOL. n, 4»
658 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Quizás esta circunstancia detenga los desagradables inci-
dentes que cada día se producen, y patentizan la difícil si-
tuación que atraviesa el Gabinete. La gran minoría que se
pronunció en el Senado contra el art. i.° del proyecto de
ley sobre arriendo de tabacos, minoría en la que figuraron
antiguos Ministros y senadores fusionistas; la aceptación de
las dimisiones presentadas por los Generales que habían vo-
tado contra el proyecto del Gobierno, y finalmente, los múl-
tiples síntomas de dislocación d_el|s»ayoríay las defecciones
que sin cesar se multiplican, obligarán indudablemente al
Ministerio á tomar una actitud menos ambigua, á adoptar
una política más franca y decisiva.
Pero dejemos hoy á un lado las cuestiones de segundo or-
den; dejemos para mejor ocasión tratar de la legalidad eco-
nómica, y aun de ciertos procedimientos poco diplomáticos
que la malicia, sin duda, ha observado en • el gran banquete
recientemente dado en París por el Embajador que allí nos
representa.
Falta ahora espacio para disquisiciones que no se relacio-
nen con el orden público, necesidad suprema que habíamos
de reflejar en estos renglones.

A.
SOI
P*Í::1

REVISTA EXTRANJERA

ELiciTACiONEs sín número acaba de recibir el an-


ciano Emperador Guillermo con motivo del no-
nagésimo aniversario de su natalicio. Parece que
la diplomacia del mundo entero reconoce, sin
divergencia de apreciación, que Alemania ha conquistado el
derecho de ser hoy el centro político de Europa.
La prensa rusa declara que se asocia cordialmente á los
votos que la nación alemana presenta á su Soberano, así
como á las respetuosas felicitaciones que el Emperador Gui-
llermo recibe de todas partes, é inserta artículos muy calu-
rosos, en los que pone de relieve los beneficios que ese So-
berano ha prestado á la causa de la paz, dirigiendo también
grandes elogios al Príncipe de Bismarck en su cualidad de
consejero del Emperador, reconociendo asimismo la signifi-
cación pacífica de la fiesta celebrada el día 32 en Berlín, y
hablando de una manera simpática de las altas cualidades
personales del Emperador de Alemania.
La prensa inglesa está igualmente unánime en celebrar el
cumpleaños. La de Viena y hasta la húngara ponen de ma-
nifiesto los beneficios de la alianza austro-alemana, exaltan
las glorias de Guillermo III y le dedican sentidas poesías.
En el Palacio Real de FeSth hubo comida de gala, en la que
el Emperador Francisco José brindó por el Monarca alemán.
66o REVISTA CONTEMPORÁNEA
y la música tocó el himno prusiano. Por la noche, el cónsul
general de Alemania dio una brillante reunión, á la que asis-
tieron todo el Ministerio húngaro, los miembros del Parla-
mento, el cuerpo consular, los representantes del alto clero,
los Oficiales generales y las personas más notables en cien-
cia, literatura y artes.
Todas las grandes ciudades de Baviera han celebrado tam-
bién la fiesta del Emperador con funciones religiosas y so-
lemnidades oficiales. De la misma manera se ha celebrado en
Colonia, Stettin, Aquisgrán, Breslau, Stuttgard, Eisenach,
Lubeck, Magdeburgo, Leipsik y otras ciudades alemanas.
El Rey de Italia envió una carta autógrafa, de la que ha
sido portador su hermano, el Duque de Aosta, y en nombre
de la Reina expidió un expresivo telegrama de felicitación
al anciano Monarca. Hasta el Ministro de Negocios Extran-
jeros de la República francesa, naturalmente más parca en
demostraciones, expidió en esta ocasión un despacho tele-
gráfico al Principe de Bismarck, encargándole que ofrezca
las felicitaciones del Gobierno francés al Emperador Guiller-
mo, con motivo de su cumpleaños.
El mismo Emperador de Alemania ha conferido al envia-
do del Papa, Mons. Galimberti, la gran cruz del Águila Roja,
y el Moniteur de Rome, hablando del envío de dicho persona-
je á Berlín, observa que esta es la primera vez que un dele-
gado del Sumo Pontífice ha ido á simbolizar en Berlín la
aproximación de la tiara y del Imperio, y que la presencia
de ese delegado da á la fiesta una alta significación de lo pa-
sado.
Y precisamente en estos momentos vuelve el telégrafo de
las agencias á oscurecer los horizontes políticos con anun-
cios belicosos, apesar ds las solemnes seguridades de paz
dadas á la vez en Berlín y en Roma, en París y en San
Petersburgo.
No merecen por hoy crédito alguno los alarmistas. Ingla-
terra, la primera de las naciones que podría manifestar cierto
interés en resolver á cañonazos la cuestión de Oriente, tiene
sobradas complicaciones en su política interior para soñar
ahora con serias complicaciones en el extranjero. En el mis-
REVISTA EXTRANJERA 66l

mo caso se encuentra Francia, y es evidente que se impone


forzosamente un justo equilibrio más ó menos estable en
Europa, ante la actitud de los partidos radicales por una
parte, y por otra parte ante esa fecunda corriente conserva-
dora, representada por la inteligencia del Pontificado con el
Imperio, por la alianza de Italia con las grandes potencias
centrales, y la prudentísima actitud de espera en que se en-
cierra Rusia.

La Cámara de los Señores de Prusia aprobó el ya famoso


proyecto de ley eclesiástica tal como lo había formulado la
comisión parlamentaria. El derecho de veto por el Estado
sólo podrá ejercerse respecto de los nombramientos definiti-
vos para cargos eclesiásticos. Cuando se trate de un Admi-
nistrador provisional ó de un ecónomo para un curato, no
tendrá derecho á intervenir el Estado. Una enmienda del
Conde de Rothkirsh, dirigida á limitar á seis meses la ges-
tión de los administradores provisionales, fué desechada.
El articulo relativo á la reintegración de las órdenes reli-
giosas fué aprobado con arreglo al texto de la enmienda del
Obispo de Fulda, Mons. Kopp.
Antes de votar, Mons. Kopp hizo esta importante decla-
ración:
«Me es en extremo penoso tomar una decisión en pro ó en
contra del proyecto. Si voto en pro, me pondré en oposición
de una gran parte del pueblo católico, y si voto en contra,
me pondré en oposición con mis colegas, que consideran
como satisfechos en muchos puntos los intereses más legíti-
mos; además dejaría en tela de juicio la obra de pacificación
emprendida por la Iglesia y el Estado, y correría el riesgo de
desbaratarla. No puedo contraer semejante responsabilidad.
Espero ver á la Cámara de los diputados adelantarse, en cier
tos puntos, á los deseos de la Iglesia. Con esa esperanza, y
en consecuencia de mi presente declaración, votaré el proyec
to, y mi ejemplo será seguido por diversos miembros de la
alta Cámara, que me han encargado declararlo así. t
662 REVISTA CONTEMPORÁNEA
Esta declaración del influyente Obispo de Fulda demues-
tra que, si el partido católico alemán no recibe con exagera
do júbilo la nueva ley eclesiástica, la acepta, sin embargo,
como un gran paso en el camino de la conciliación entre las
aspiraciones católicas y los intereses del Estado protestante.

*
* *

Mientras sigue en inexplicable y nunca visto embrollo la


cuestión de Bulgaria, esperando que el Sultán y el Gobierno
de San Petersburgo se pongan al fin de acuerdo para termi-
nar la anarquía que en los Balkanes evidentemente impera
ahora, los nihilistas rusos atentan una vez más contra la vida
del Emperador.
El día mismo del aniversario de la alevosía que puso fin á
la vida de Alejandro I I , el libertador de los siervos; el día
mismo en que el cariñoso hijo iba á arrodillarse sobre la
tumba de su padre, los feroces sectarios de la dinamita, los
que producen continuos disturbios en Inglaterra y América,
en Francia, en Bélgica y en Alemania, quemando fábricas y
material, vías férreas, asaltando almacenes y saqueando fá-
bricas, preparaban otro horrible regicidio, que felizmente pudo
abortar y descubrirse á tiempo.
Hay cierto estéril afán de desastres, cierto empeño imbé-
cilmente feroz en los anarquistas de todas partes. Destruir
por destruir parece su único lema, y en los Estados Unidos
y en el Occidente de Europa dirigen sus ataques á la propie-
dad, á las iglesias y á las industrias que les proporcionan el
alimento de cada día, mientras en Rusia atacan exclusiva-
mente al Emperador, considerándolo, sin duda, la bóveda del
edificio social en aquel gran imperio del Norte.
Las sangrientas fechorías de los anarquistas acusan su pro
pia inepcia. Al quemar las fábricas no reflexionan que la mi
seria más espantosa ha de ser la consecuencia de su acción y
de la falta de trabajo; al querer destrozar con implacable sa-
ña el cuerpo de un Emperador, no calculan tampoco que éste
tiene hijos, hermanos y sucesores innumerables que habrían
REVISTA EXTRANJERA 663
de recoger, en bien de las mismas instituciones sociales, la en-
sangrentada herencia del último Monarca. Los nihilistas no
se fijan sin duda en que no basta el disparo del arma de un
demente en dirección á las nubes para detener el curso de los
astros que pueblan el firmamento.
Algún día comprenderán quizás los pueblos toda la suma
de odio implacable, toda la cantidad de perversión ó demencia
que presuponen ciertos actos de las sectas del moderno fana-
tismo, y se levantarán todos los hombres cuerdos á una para
resistir ó castigar á los asesinos con toda la legítima indigna-
ción de la honradez y de la cultura puesta en presencia de la
maldad y del salvajismo.

S.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO ^^>

L ' A u r o r e b o r é a l e . Etude gené- entre dos nubes ó una descarga de


rale des phínonienes produits par les una nube al suelo.
courants ékctriques ae Vatmosphere, La aurora boreal, fenómeno más
porM. S. Xjs.M^'íí.oyí, profesor de fí- difícil de comprender, que exige ma-
sica en la Universsdad de Helsingfors. yores conocimientos científicos, ha
—París, Gauthier-Villars, 1886.— quedado casi sin explicar hasta nues-
Un tomo en 4.° de zoo páginas, con tros días. Esto no obstante, nadie
figuras intercaladas en el texto y 14. duda que la aurora boreal tiene el
láminas, cinco de ellas cromolitogra- mismo origen que el relámpago.
fiadas.—Precio, 6,so pesetas. Ambos provienen de los movimien-
El desarrollo rápido que en núes tos de la electricidad en la atmósfera:
tros días han alcanzado las ciencias aquélla resulta de los movimientos
físicas nos permite darnos cuenta me- lentos, éste de los movimientos vio-
jor que antes de los fenómenos que lentos.
tienen su origen en la atmósfera, ese El trueno y los relámpagos nos
inmenso océano aéreo que rodea á prueban que hay fenómenos eléctri-
nuestro globo. cos en el aire, y, mediante una inves-
Ya en 1752, el ilustre B. Franklin, tigación minuciosa, sabemos que la
valiéndose de una cometa, hizo sal- electricidad obra perpetuamente en
tar una chispa eléctrica de una nube las capas de aire inmediatas á la tie-
tempestuosa, demostrando con esta rra. Sin embargo, hubiésemos podido
experiencia célebre, que el relámpa- ignorar por mucho tiempo los fenó
go es una inmensa descarga eléctrica menos eléctricos de las regiones supe-

( l ) Los autores y editores que deseen se haga de sus obras un juicio crí-
tico, remitirán dos ejemplares al director de esta publicación.
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 665
riore^, de la atmósfera, si la aurora el tratar de la aurora b o r e a l tan
boreal no nos hubiese demostrado su clara y extensamente como el estado
existencia. L a aurora boreal, p o r con- actual de la ciencia lo permite, y ex-
siguiente, ocupa u n lugar importante p o n e r u n a teoría que, fundándose en
en los fenómenos eléctricos de las re- las sólidas bases de la experiencia, dé
giones superiores de la atmósfera y la verdadera explicación de u n o de
desempeBa p r o b a b l e m e n r e un g r a n los fenómenos más interesantes de la
papel en la economía de la natura- meteorología.
leza. Numerosas expediciones y largos
Pero si el trueno y la aurora bo- estudios ha hecho Mr. L e m s t r o m an-
real pertenecen á la misma familia, tes de publicar su obra.
¿cómo es que sus manifestaciones son T u v o la fortuna de formar parte
tan diferentes? de la expedición polar sueca que se
Se h a dicho con razón que la na- verificó en 1868 bajo la dirección del
turaleza no camina á saltos. Esto se célebre Nordenskiold. L o s resultados
justifica aquí observando que entre el de dicha expedición fueron tan nota-
relámpago y la aurora boreal hay un bles, que la Sociedad Geográfica de
intermediario que se llama relámpago París concedió e n 1869 á M r . Ñ o r -
de segundo orden ó relámpago de den."kio!d la medalla de o r o , y la
calor, y proviene de un movimiento Real Sociedad Geográfica de L o n d r e s
eléctrico más lento que el del relám- le concedió otra medalla al a ñ o si-
pago, pero más rápido que el de la guiente.
luz polar. T o d o el m u n d o h a podido D u r a n t e esta expedición, el doctor
observar, en el otoño, esos resplan- L e m s t r o m , que fué con el fin de es-
dores súbitos, de color violeta rojizo, tudiar el magnetismo terrestre, hizo
que iluminan el cielo, desaparecen respecto á la aurora boreal muchas
con rapidez y no van acompañados observaciones que modificaban gran-
de trueno. Hacia el N o r t e , se ven á demente la opinión hasta entonces
veces relámpagos extensos sin oír el admitida. Sus observaciones, publica-
trueno. Esas especies de relámpagos das en francés en los Archives des
constituyen el intermediario de que Sciences physiques et naturelles de Ge-
acabamos de hablar. nevé (1870), llamaron la atención.
H a y , pues, en la atmósfera tres M r . Lemstrom pudo, además, bajo
clases de movimientos de la electri- los auspicios de la Sociedad de Cien-
cidad: el relámpago del trueno; el re- cias de Finlandia, visitar en 1871 la
lámpago de calor y la aurora boreal. L a p o n i a finlandesa, en donde per
E n el conjunto de esos fenómenos, maneció seis semanas, repitiendo las
ocupa un lugar importante el magne- obáervaciones precedentes y haciendo
tismo terrestre, aun cuando es de otras nuevas. T o d o s sus resultados
muy distinta naturaleza que la e l e c - fueron confirmados, y se reunieron
tricidad atmosférica. El influjo im- nuevos hechos p o r otros observado-
p o r t a n t e que ejerce en los fenónv^nos res, durante la expedición sueca que
que estudia e n su l i b r o Mr. L e m s - pasó e n las regiones polares el in-
trom, le obliga á dedicarle un capí- vierno de 1872 á 7 3 .
tulo especial. T r a t a n d o de construir un a p a r a t o
E l objeto que se h a propuesto es que reprodujese artificialmente la au-
666 REVISTA CONTEMPORÁNEA

rora boreal, observó el autor que se buen gusto con que acostun^ra ha-
podían obtener fenómenos lumínicos cerlo el famoso editor de París mon-
continuos en un tubo de Geissler co- sieur Gauthier-Villars.
locado cerca de una máquina eléc-
trica en actividad. Partiendo de este
hecho, construyó en 1871, después
de una serie de investigacienes, un Víctor, novela madrileña,por Tiot^
aparato para la reproducción expe- ÁNGEL SALCEDO Y RUIZ.—Madrid,
rimental de la luz polar, que, con el 1887,— Un tomo en 8° de jóo pági-
nombre de aparato de la aurora bo- nas.—Precio, 3.JO pesetas.
real, se describe en el libro. Sabíamos que el Sr. Salcedo, to •
A mediados de 1870, después del davía muy joven, pronunciaba elo-
regreso de la expedición austriaca, cuentes discursos; sabíamos que en
tan desgraciada como gloriosa, mis- unas oposiciones, á las que concu-
ter Weyprecht, animado por la gene- rrieron multitud de abogados, logró
rosidad del célebre Conde Wilezeck, obtener, por la brillantez de sus ejer-
propuso una empresa internacional cicios, el número primero; no igno-
con el objeto de hacer investigaciones rábamos tampoco que era un buen
físicas simultáneas en las regiones periodista, y ahora se nos revela ade-
polares. Sabido es que esta empresa, más como novelador excelente.
que honra á la humanidad, se ej ecutó Porque su libro Víctor es un inge-
en i88z á 83. Fué recibida con ge- nioso estudio de las costumbres ac
nerales simpatías, y los resultados tuales de la corte. Hay en él carácter
de las diferentes estaciones se publi- res perfectamente dibujados; la trama
carán en breve. Entre las once nacio- de la novela es interesante, y el estilo
nes que tomaron parte, se hallaba correcto, y á las veces fluido y ele-
también la Finlandia, que estableció gante. El Sr. Salcedo ha cuidado, muy
una estación en la Laponia finlande- acertadamente, de no afiliarse en nin-
sa, en Sodankylü. guna de las dos escuelas en que hoy
Mr. Lemslrom, elegido por la So- se divide el campo literario. Víctor
ciedad de Ciencias de Finlandia para es una obra idealista sin ser extrava-
dirigir los trabajos de esta estación, gante, y es naturalista sin las exage.
tuvo ocasión de continuar sus in- raciones de Zola y de sus discípulos.
vestigaciones acerca de la aurora Quien de tan lucido modo empie-
boreal. za, hácenos concebir la esperanza de
Como consecuencia de todos estos que no tardará en formar al lado de
trabajos, se ha podido trasladar la los principales novelistas espafloles.
cuestión de la naturaleza de la aurora
boreal del dominio de la hipótesis al
de la realidad, y en vez de conjeturas
más ó menos probables, se tienen C a r t a s á P a c a P é r e z , dadas á
ahora hechos científicos incontes- luz por £ / D R . THEBÜSSEM.—Madrid,
tables. iSS'j. — Un folleto en 8° de ¿i pági-
La obra de Mr. Lemstrom, ilustra- nas.—Precio, 1,2S pesetas.
da con muchos grabados y preciosas Es un precioso folleto formado
cromolitografías, está impresa con el por tres cartas escritas con la inten-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO bby
ción y la gracia que son proverbiales de Vilaniu en un lenguaje que sólo
en el insigne Dr. Thebussem. De- es conocido de los catalanes y de al-
cir que aquéllas son modelos del ha- gunos aficionados, como nosotros, á
bla castellana es ocioso, tratándose la literatura de aquel pais. Si Vilaniu
de una producción que firma el in- se hubiese publicado en castellano,
cógnito literato de Huerta de Cigarra, ocuparía uno de los primeros lugares
maestro peritísimo; hablar del inge- entre las novelas contemporáneas,
nio que brilla en las tres epístolas es como lo alcanzó La Papallona, tan
tan innecesario como entretenerse en pronto como el Sr. D. Felipe Benicio
ponderar la sal de una mujer anda- Navarro tuvo la feliz idea de tradu-
luza. cirla.
Y antes de concluir, permítanos el Conste que Vilaniu es un libro ex-
Dr. Thebussem que le supliquemos celente, lleno de color y rico de ob-
acometa pronto la tarea de publicar servación, y quedamos en el uso de
coleccionados sus trabajos, y que la palabra para examinar detenida-
abandone la costumbre de hacer tira- mente el primer nuevo trabajo que
das cortas y no ponerlas á la venta. dé á luz el autor de Croquis del natu-
Muchos son los que ansian propor- ral. Notas de color., TJ'Escanya pobres
cionarse el deleite que da la lectura y tantas otras notables producciones.
de todos los escritos de aquel sabio
alemán.

T r a t a d o de Á l g e b r a , con arre-
Vilanin, novela de costums del glo á las teorías modernas, por don
nosire temps, por D. Narciso Oller.— Z. G. DE GALDEANO, doctor gra-
Barcelotia, iSS6. Un tomo en S." de duado, licenciado en Ciencias exactas.
40-^ páginas. Precio, 4 pesetas. Izarte segunda: tratado superior, Sec
Llegamos ya muy tarde para ha- ción i.^'. Teoría de la continuidad.—
blar de esta excelente novela del afa- Toledo, iSS^. Un tomo en 4." de 228
mado autor de La Mariposa.^ la cual, páginas. Precióos pesetas.
como saben nuestros lectores, fué tra- El docto catedrático del Instituto
ducida al francés y al castellano, y de Toledo, Sr. Galdeano, persistiendo
mereció cumplidos elogios de E. Zola, en su loable propósito de dotar á su
nada fácil, por cierto, en conce- país de un tratado completo de ma-
derlos. temáticas, original, circunstancia muy
Los amantes del renacimiento que apreciable, acaba de dar á la estampa
en la literatura catalana se advierte la sección primera de la obra en que
de algunos años á esta parte, pueden piensa desarrollar las teorías del Al-
estar orgullosos de contar con pala- gebra superior.
dines tan esforzados como Narciso Aquí en España donde, tratándose
Oller. Nosotros, aunque miramos con de obras científicas, no basta que
simpatía esa tendencia, porque deno- sean de mérito para que logren la
ta actividad y movimiento, y el mo- aceptación y el aplauso sincero, qui-
vimiento es vida, nos dolemos de que zás porque desde muchos aflos hace,
ingenio tan eximio como el de Oller está declarada la corriente hacia el
escriba novelas del interés y alientos extranjero, Francia especialmente, se
668 REVISTA CONTEMPORÁNEA
necesita la fe y el entusiasmo del se- catedrático Sr. Muñoz trata en este
ñor Galdeano para proseguir la reali- trabajo de la descomposición de las
zación de una empresa en la que tie- rocas, formación de las tierras é in-
ne que luchar con toda clase de obs- fluencia de los componentes de éstas
táculos. en sus propiedades. En realidad di-
Porque en nuestro país se leen po- cho folleto es la reproducción am-
cas obras c¡entific;as, y muchos de los pliada de uno de los capítulos de H
que por obligación han de hacerlo, concienzuda obra que, con el nombre
apenas se dignan fijar la atención en de Petrografía aplicada publicó hace
ninguna que no sea traducción, pa- algunos años el Sr. Mufloz, repro-
gándose mucho de que el autor tenga ducción que tiene por objeto el que
un apellido raro y sea anden eleve de pueda servir para el estudio de los
tal ó cual establecimiento de ense- alumnos de la clase de Geología.
ñanza más ó menos conocido. Muy digna de apkuso es la inteli-
¿No será posible modificar esta gente actividad del Sr. Mufioz de
tendencia que todo lo avasalla? Cree- Madariaga.
mos que sí, siempre que haya unos *
cuantos hombres tan estudiosos y de « -»
la firme voluntad del Sr. Galdeano, Mapa topográfico de Españíi,
que no desmayen al chocar con las en escala de i : jo.ooo, publicado por
contrariedades, y logren disipar esa el Instituto Geográfico y estadístico,
atmósfera creada por nosotros mis- Activamemte continúan los traba-
mos, de que en Espafla no hay nin- jos para la formación del mapa de
gún buen autor de matemáticas. Espafla, obra importantísima que tan
Tristes son estas consideraciones, útil es en diversas aplicaciones de
pero exactas. Nos las han sugerido carácter científico, agrícola é indus-
las obras del Sr. D. Zoel G. de Gal- trial. Se publica en hermosas hujas á
deano , porque tememos que hasta seis tintas con las curvas de nivel de
ahora no hayan obtenido la acogida diez en diez metros y han salido ya á
que merecen. Respecto á su tratado luz doce entregas, que comprenden las
de Algebra superior^ haremos algunas hojas denominadas Colmenar Viejo,
indicaciones cuando haya concluido Madrid, Getafe, Navalcarnero, San Lo-
de publicarlo. renzo, Torrelaguna, Villaviciosa de
Por hoy, reciba el Sr. Galdeano Odón, Arganda, Alcalá de llenares-
nuestros plácemes y el testimonio de Aranjuez, Buitrago, Algete, Villa-
nuestra simpatía. luenga, Chinchón, Toledo, Escalona,
Yepes, Sonseca, M o r a , Villacañas
Ocafla, Lillo, Turleque, Orgaz, Tala
vera de la Reina, Torrijos, Gálvez,
Aplicaciones de la geología, Navamorcuende, Madridejí s, Quinta
por D. JUAN JOSÉ MUÑOZ DE MA- nar de la Orden, Navahermosa, Los
DARIAGA, ingtniero jefe de Montes y Navalmorales, Las Guadalerzas, Al -
profesor de la escuela especial del cazar de San Juan, Campo de Cripta-
na y La Alameda de Cervera.
Ctterpo.—Madrid, 1887,—Un folleto
en 8." de 8j páginas. Además hay otras muchas en curso
El diligente ingeniero y antiguo de publicación, lo cual acredita la ac-
BOLETÍN BIBLIOGRÁFICO 669
tividad que sabe imprimir á los traba- más interesante puede exponerse hoy
jos del Instituto Geográfico y Estadís- en aquel ramo, no sólo en el relativo
tico su ilustre director el General al cultivo de las diferentes plantas
0 . Carlos Ibáfiez. que adornan los parques y jardines
R. (más numerosas hoy, por haber au-
mentado grandemente las aclimata-
ciones y las exploraciones), mas tam-
M n ñ o z y R u b i o (PEDRO JULIÁN). bién en lo concerniente al arte de
—Tratado de jardinería y Jlorícultu- proyectar, crear y desarrollar aque-
ra. — Madrid 18'rj. — Un volumen llos predios, en todos tiempos objeto
en 8° mayor de ji8 páginas, con predilecto de los magnates y pode-
numerosos grabados intercalados en rosos.
el texto. Esta parte de la obra y lo concer-
Los señores hijos de D. J. Cuesta, niente á la historia y clasificación de
que con gran perseverancia y patrio- los jardines, constituye lo que pudie-
tismo siguen publicando el notable ra llamarse teoría del arte del jardi-
Diccionario enciclopédico de agricul- nero, y es, á nuestro juicio, tanto más
tura^ ganadería é industrias rurales^ estimable cuanto que no te encuen-
del cual son editores, y cuya impor- tra bien expuesta esta doctrina en
tantísima obra ha merecido el elogio muchas obras de la misma índole,
de las personas más entendidas en publicadas anteriormente.
agronomía, no descuidan por eso el No hay que decir que el Sr. Muñoz
enriquecer su abundante biblioteca y Rubio se ha ocupado también con
rural, por medio de obras sueltas preferencia, además del de las plantas
correspondientes á los diversos ra- usuales, del culiivo de las que por
mos que se relacionan con el cidtivo sus condiciones de adorno, belleza li
de la tierra. Pruébalo hoy el Tratado otras circunstancias, la moda y el
de que damos cuenta en este apunte gusto han introducido y propagado
bibiográfi^co, escrito, y esto solo abo- en los parques y jardines de todas
na su mérito, por el reputado inge- clases y extensiones.
niero y publicista agronómico, señor Lo dicho revela la utilidad y méri-
Muñoz y Rubio, cuya competencia en to de la obra, y esto basta para reco-
estas materias está justificada además mendarla á cuantos amen el inocen-
por los muchos afios que viene ejer- te y agradable placer del cultivo de
ciendo el profesorado en el Instituto las flores y árboles de adorno, en
Agrícola de Alfonso XII. cualquiera de las formas prácticas
Siguiendo el Sr. Muñoz y Rubio con que su cultivo tiene lugar hoy
la marcha trazada por los mejores desde la capital más populosa, hasta
tratadistas extranjeros en la materia la más humilde aldea.
elegida para su estudio, y no desme- J.
reciendo en nada, en punto á previ-
sión científica y pureza de estilo, de
los mejores escritores españoles que, ¿Religión ó fanatismo?—Drama
á partir del sabio Boutelou, de jardi- en tres actos y en prosa, original
nería se han ocupado, ha conseguido de J. R A.
recopilar en su libro todo lo que de Según declaración del autor, su ob-
670 REVISTA CONTEMPORÁNEA
jeto ha sido poner en relieve el fana- ción á sus ideas, aunque se detienen
tismo religioso, y en verdad lo ha demasiado en disertar. Es de las
logrado, quizá más de lo que espera- obras que podrán tener lectores, si
ba; porque gran fanático necesitaba bien representada, el autor la creyó
ser el canónigo Ignacio de su drama, de éxito dudoso.
para considerar como invención dia-
bólica los ferrocarriles y telégrafo,
olvidando que la Iglesia los bendice
al maugurarse una linea, y que el Boletín de la p r o p i e d a d i n t e -
Pontífice trasmite sus bendiciones por lectual, publicado por el Ministerio
medio de telegramas. de Fomento.— Tomo 1° Registro ge-
Otro pobre clérigo que juega un neral, iS^g, 1880, 1881.— Un tomo
importante papel en la obra, aunque de cerca de soo páginas en folio.
no apareee escena, ya es más digno Precede al Boletín la legislación
de disculpa, por entender el famoso acerca de propiedad literal ia, así como
texto de Josué al pie de la letra. Sa- también los tratados coa los países
biendo de antemano que era de cor- extranjeros relativos á la misma. Cir-
tos alcances y apenas leía nada, no cunstancia bastante para hacer apre-
es extraño ignorase que el P. Secchi ciable la obra, cuando no lo fuese el
ha sido el astrónomo más sabio de catálogo minucioso del movimiento
nuestros días, y bien puede asegurar- intelectual en nuestro país por arios y
se que nunca mortificó su conciencia provincias, inscripciones, nombres de
^a interpretación de las palabras al autores, títulos de las obras, datos,
sol del primer juez de los hebreos. por último, como es fácil compren-
Son dos tipos de fanatismo perfec- der, para formar ¡dea exacta del mo-
tamente escogidos, como lo fuera de vimiento literario en España, útiles
ignorancia en historia militar aquel é indispensables para cuantos en él se
soldado que preguntaba si Luis XIV interesan.
había ganado alguna victoria contra Merece elogios el Ministerio de
Alejandro el Grande. Fomento por haberla emprendido y
Por lo demás, el drama está es- la perfección con que la continúa.
crito en buen castellano; los perso-
najes discurren lógicamente con rela- D. CH.
ÍNDICE DEL TOMO LXV

15 ENERO 1887
Páginas
Brihuega y su fuero, por D. Juan Catalina García 5
Mis memorias (continuación), por D. Joaquín María Sanromá 27
Estudios acerca de la Edad Media, por P . Adolfo de Sandoval 46
Cartas de París, por D. Leopoldo García Ramón 54
Revista crítica, por D. R. Alvarez Sereix 67
Revista de teatros, por Ramiro, 84
El Mosén (novela, continuación), por D. Antonio Vascáno 88
Crónica política, por A 101
Revista extranjera, por S; 105
Boletín bibliográfico 109

3 0 E N E R O 1887

El doctor Thebussem, por D. Antonio Peña y Goñi 113


Mis memorias (continuación), por D. Joaquín María Sanromá 141 •
Brihuega y su fuero, por D. Juan Catalina García 160
Revista crítica, por D. R. Alvarez Sereix 177
El Mosén (novela, continuación), por D. Antonio Vascáno 192
Revista de teatros, por Ramiro 203
Crónica política, por A 210
Revista extranjera, por S 216
Boletín bibliográfico 221

15 FEBRERO 1887

Las reformas de Hacienda, por D. Rafael González 225


Caramillo y sisallo, por D. José Jordana y Morera 232
Historia que parece novela, por D. Adolfo, de Sandoval 247
Aplicación del análisis matemático á las ciencias, por D. Francisco
Iñiguez é Iñiguez 256
Revista crítica, por D. R. Alvarez Sereix 273
Viaje por Marruecos, el desierto de Sahara y Sudán, al Senegal (con-
tinuación), por D. Cristóbal Benítez 283
El Mosén (novela, continuación), por D. Antonio Vascáno 295
Revista de teatros, por Ramiro 310
Crónica política, por A 316
Revista extranjera, por S 321
Boletín bibliográfico >. ^ 329
Páginas
28 F E B R E R O 1887

Mis memorias (continuación), por D. Joaquín María Sanromá 337


Brihuega y su fuero (continuación), por D. Juan Catalina García. . 358
Más sobre el Dr. Thebussem, por Jh. Goldschmitlt 373
Aplicación del análisis matemático á las demás ciencias (continua-
ción), por D. Francisco iBiguez é Iñiguez 380
Soneto bilingüe y epigrama, por D. Víctor Suárez Capalleja 391
Los Pazos de Ulloa, por D. Lorenzo Benito de Endara 393
El Mosén (novela, continuación), por D. Antonio Váscano. 405
Revista de teatros, por Ramiro 424
Crónica política, por A , 432
Revista extranjera, por S 438
Boletín bibliográfico 443

15 M A R Z O 1887

Mis memorias (continuación), por D. Joaquín María Sanromá 449


Brihuega y su fuero (continuación), por D. Juan Catalina García.... 470
La crisis agraria, por D. Joaquín Sánchez Toca 483
Aplicación del análisis matemático á las demás ciencias (conclusión),
por D. Francisco Iñiguez é lüigaei 493
Estudios acerca de la Edad Media (continuación), por D . Adolfo de
Sandoval.... 507
Revista de teatros, por Ramiro 519
El Mosén (novela, continuación), por D. Antonio Vascáno 528
Crónica política, por A S3^
Revista extranjera, por S 548
Boletín bibliográfico 5SÍ

3 0 MARZO 1 8 8 7

El Emperador de Alemania, por D. Roberto Dupuy de Lome 561


Mis memorias (continuación), por D. Joaquín María Sanromá 570
La lucha económica de las naciones, por D. J. S. de Toca 590
Brihuega y su fuero (continuaeióp), por D. Juan Catalina García.... 607
Las ciencias en 1887, por D. Ricardo Becerro de Bengoa 620
La rosa de Violante, por Jh. More 633
El Mosén (novela, continuación), por V. Antonio Vascáno 634
Revista de teatros, por Ramiro 645
Crónica política, por A 653
Revista extranjera, por S 659
Boletín bibliográfico 664

MADRID, 1887.—IMPRENTA. DE MANUEL G. HERNÁNDEZ.


Libertad, 16 duplicada

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