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Recorrer los textos que se ocuparon del peronismo como hecho social y político es una
tarea titánica. El material escrito, en el terreno de la ficción como del ensayo, a favor o en
contra, supera todo lo que se pueda imaginar. A ello debemos sumar que las nuevas
generaciones literarias han tomado el peronismo como uno de sus temas preferidos. A
pesar de estas limitaciones, trataremos de dar un resumen apretado de los principales
autores y de las más destacadas líneas desarrolladas a lo largo de las décadas.
El objetivo de esta clase es analizar cómo, desde el nacimiento del peronismo, el telón de
fondo de todas las luchas entre el campo nacional y popular, y el liberalismo, en sus dos
versiones -la conservadora, de derecha y la progresista, de izquierda, representado por la
oligarquía y sectores de la clase media-, tuvo como eje no solo la transformación de la vida
social, económica y política, sino y sobre todo una batalla cultural donde se jugaba
realmente el destino de nuestra Nación.
Como sostiene Rodolfo Edwards, “la conspiración contra los gobiernos populares ha sido
un gesto que se ha repetido cíclicamente en la historia argentina y la literatura no ha sido
ajena a este impulso”.
En el caso que nos ocupa, todo texto que defienda o idealice el peronismo, lo vitupere o
intente destruirlo no hace más que continuar, en el campo literario, las controversias y
diferencias del campo político. Por lo tanto, es necesario poner en contexto históricola
producción de estos textos, pues sus autores no son ajenos a ello, y responden a modelos
y construcciones políticas concretas. Todos los escritos tienen un contexto ideológico,
político, y una matriz filosófica y cultural.
Ilustración de Daniel
Santoro.Fotograma de la
película “Historias de
cronopios y famas” de Julio
Ludueña.
Literatura y política
En marzo de 1970, en un reportaje de Ricardo Piglia, Rodolfo Walsh sostenía que “es
imposible en la Argentina hacer literatura desvinculada de la política”. Más precisamente
extendía esta idea al “arte”; para él, esta hipótesis no se trataba de un capricho, sino que
tenía que ver con el desarrollo general de la conciencia del momento relacionada a los
procesos sociales y políticos:
Hoy pienso que no solo es posible un arte que esté relacionado directamente con la
política, sino que (…) quisiera invertir la cosa y decir que no concibo hoy el arte si no
está relacionado directamente con la política, con la situación del momento que se
vive en un país dado, si no está eso, para mí le falta algo para poder ser arte.
Pero, si nos remitimos al origen, la «literatura» como concepto siempre estuvo ligada a
distintas y complejas relaciones con los procesos sociales y culturales, que guardan
estrecha relación con lo político. El concepto de literatura deviene activamente ideológico,
lo que nos sirve para entender, de algún modo, por qué en el campo cultural, ha sido
también lugar de disputa, por qué ha servido de espacio para una lucha que en términos
sociales y políticos era una lucha ideológica.
El peronismo es un sentimiento
En El hombre que está solo y espera, Raúl Scalabrini Ortiz decía: “¡Creer! He allí toda la
magia de la vida”. Es en esa actitud esencial de creer que se resume el “ser
peronista”.Frente a este hecho se posiciona buena parte de la inteligentziaasociando lo
sentimental a una sensiblería barata y patética. Como sugiere, Rodolfo Edwards (2014), a
todo lo proveniente de la cultura popular se lo suele poner bajo un manto de sospecha, se
lo disimula, se lo mete bajo la alfombra como una mugre vergonzante. En este sentido, la
lectura de lo popular ha recaído en lecturas prejuiciosas. Un buen ejemplo de ello nos lo
ofrece Jorge Luis Borges en un artículo de la revista Sur (N° 237, noviembre de 1955) en el
cual, al tiempo que glorifica a la Revolución Libertadora,asocia el peronismo con la
mentira y el enmascaramiento:
Está claro que el peronismo se nutre de lo que podríamos llamar “método sentimental”
para contar su historia. La narración de los hechos ocurridos el 17 de octubre de 1945
realizada por Scalabrini Ortiz o el extraordinario documental que hiciera Leonardo Favio,
Perón, sinfonía del sentimiento, que recorre la historia del peronismo, son buenos
ejemplos. Ahí está expuesta la esencia del peronismo y de todos los movimientos
históricos populares del mundo: sentir primero, explicar después (ibíd., 19).
Lo que la elite académica nunca pudo comprender es que los sectores populares,
encarnados en esa y en esta etapa histórica por el peronismo, abrazan esa fe poética
precisamente porque creer en una causa justa es lo que lo encauza y genera la condición
de posibilidad de su propia existencia. La “ambulancia” peronista fue la única que levantó
a los descarrilados sociales, a los “nadies” que abundaban en la Argentina de los años 40.
Ejemplo paradigmático de esto último es Enrique Santos Discépolo, quien cambió su
desesperanza por la creencia en el peronismo. En sus tiempos oscuros escribía: “… tenés
que vender el alma, rifar el corazón, tirar la poca decencia que te queda. Si hacés eso,
triunfás. Si no, te pisan. Te pasan por encima. Sos un «gilito embanderado»”. Hasta que,
algo nuevodespertó en su interior: la esperanza. Discépolo se transforma en otro “gilito
embanderado” en la campaña para las elecciones de 1951. Así murió el metafísico oscuro,
el hombre que no creía en nada. De creer que la razón la tiene siempre el que más guita
posee, pasó a sentir y luego comprender que en la Argentina de aquel tiempo la guita la
tenía la oligarquía –pero no la razón–, y el peronismo venía a discutírsela.Así es el
peronismo, una creencia que persiste más allá de los resultados (Edwards, 2014).
El peronismo tuvo sus defensores en hombres como Jorge Abelardo Ramos, Arturo
Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Enrique Santos Discépolo, Juan José Hernández Arregui,
John William Cooke, Leopoldo Marechal, Nicolás Olivari, Manuel Ugarte, Germán
Rozenmacher, entre muchos otros (ibíd., 22). Estos pensadores y hombres de acción
dieron pelea en el terreno de la razón, de las letras, del periodismo, de la cultura, a costa
de sufrir el desprecio y el desprestigioy aun el ostracismo a que los sometieron las usinas
de la oligarquía, de la superestructura cultural y de los poderes económicos.
Muchachos, el pueblo recoge todas las botellas que se tiran al agua con
mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda
todo lo que parece muerto en el olvido. Hay que buscar esas botellas y refrescar
esa memoria.
Realizaciones y propuestas tan disímiles como las de los poetas Horacio Rega Molina o
José María Castiñeira de Dios, los tangueros Enrique Santos Discépolo, Cátulo Castillo y
Homero Manzi fueron escritas con las más diversas estéticas y contorneando una nueva
cultura popular.
Leopoldo Marechal
Los contreras
Como dijera el escritor y crítico Rodolfo Edwards: “para buena parte del campo literario, el
peronismo aparece como la fuente de todos los males y deformidades estéticas y
políticas”. El peronismo se vuelve un fenómeno inasible, imposible de comprender, que
muta y reencarna en múltiples formas.
Pero lo cierto es que el peronismo refundó la cultura popular, dio un sentido preciso a los
reclamos y exigencias de los desclasados y explotados (Edwards, 2014:27). Construyó un
imaginario con símbolos claros y contundentes y una mitología que dotó al movimiento
popular más importante de Latinoamérica de una épica que supo trascender el tiempo.
El filo de las palabras
Los gorilas han tenido un manejo diestro del diccionario a la hora de tratar de descalificar
a ese, para ellos, extraño fenómeno popular que fue el peronismo.Antonio Cafiero, en su
autobiografía enumera un interesante compendio de las palabras usadas luego del golpe
de 1955 para agraviar y descalificar a Perón y a los peronistas:
La incondicional fidelidad del pueblo hacia Perón fue interpretada por estos sectores
como irracional y más bien propia de gente ignorante o con un bajo coeficiente
intelectual. Desde su lógica, solo la falta de entendimiento podía justificar que pudiera
seguirse a un “farsante” como Perón (ibíd., 28-29).
Disputa cultural
El aparato cultural del establishment colocó desde siempre al peronismo bajo sospecha.
Todo escritor, artista o intelectual que adhirió al peronismo fue puesto bajo la lupa y
sistemáticamente silenciado. Para estas elites, peronismo e intelecto fueron siempre un
oxímoron, un absurdo equívoco (ibíd., 33).
El “aluvión zoológico” se asienta en los espacios culturales que hasta entonces estaban
reservados con exclusividad a la oligarquía y a la reducida clase media existente.Perón
genera las condiciones para que los “descamisados” consuman cultura, y ya no solo sean
una fuerza bruta laboral. Así, el peronismo aplasta la maniquea dicotomía de “alpargatas
sí, libros no” que fue levantada como bandera más por los opositores que porel
peronismo.
Mezcla y anarquía
La cultura que se desarrolla en la etapa del primer peronismo es anárquica, se integra por
una mezcla estética e ideológica que tensionaba permanentemente la cuerda. Con el
peronismo nació una nueva forma de vida y también de arte, donde se mezclaban los
discursos inflamados de Evita, la racionalidad y la picaresca de los mensajes de Perón, los
diálogos asamblearios en la Plaza de Mayo entre Perón y la multitud, la musicalidad de los
poderosos bombos y sobre todo la alegría popular, que sería el sello distintivo de la época.
En esa primera etapa, autores como John William Cooke, Juan José Hernández Arregui,
Arturo Jauretche o Fermín Chávez elaboraron desde el ensayo ideas cuyo eje central era el
reconocimiento a un nacionalismo popular en ciernes y la prédica antiimperialista sin
concesiones (ibíd., 48).
Los intelectuales que se jugaron y apoyaron la nueva experiencia política de las masas
lideradas por el peronismo convivían -no sin discordias-con hombres y mujeres que venían
de distintas experiencias político-ideológicas. Compartían espacio propuestas tan disímiles
como las de Oscar Ivanissevich y sus reaccionarias opiniones, -al tiempo que era coautor
de la Marcha Peronista, acusaba a las vanguardias artísticas de perversas, propias de
anormales-, con las odas partidarias que escribía José María Castiñeira de Dios o la
narrativa de Leopoldo Marechal que, en clave simbólica, arremetía contra los intelectuales
y artistas orgánicos del sistema, y al mismo tiempo defendía a capa y espada los logros del
peronismo.
Más adelante, ya en las décadas del ‘50 al ‘70, se sumaron la non fiction de Rodolfo Walsh,
la pluma de Germán Rozenmacher y la escritura experimental de Leónidas Lamborghini
(ibíd., 49).
El famoso mito negro del peronismo comienza con el cuento “La fiesta del monstruo” del
binomio Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges(Bustos Domecq) y algunos cuentos de
Bestiario de Julio Cortázar, publicado en 1951 (ibíd., 211).
Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares
“La fiesta del monstruo”data de 1947 y fue distribuido durante años entre los
conspiradores que intentaban derrocar a Perón. Recién se animaron a publicarlo en
Montevideo, unos días después de que una asonada militar derrocara al gobierno
constitucional, asegurándose de que el “monstruo” estaba lejos.
Se trata de un relato hecho por un “cabecita” a una interlocutora llamada “Nelly” donde
narra la aventura que protagonizó el 17 de octubre de 1947 cuando tomó parte de una
movilización que salió de una ciudad bonaerense hacia Plaza de Mayo para asistir a un
acto en el que hablaría el “monstruo”. La representación de los sectores populares
contiene todos los clichés de la época: parecen barras bravas, que van armados, cometen
todo tipo de desmanes, son beneficiarios de prebendas y además son antisemitas. Asolan
el orden ciudadano y llevan sus impulsos irracionales hasta el abominable crimen
colectivo. El asunto es que estos desclasados se encuentran con un joven judío (“un
sinagoga”) que despierta en ellos una agresividad perversa que reprimen porque se trata
de un hombre corpulento que podría ofrecer una resistencia que les infunde temor, hasta
que pasa otro de menor envergadura física y entonces lo atacan.
Hacen una clara referencia al lema “alpargatas sí, libros, no” que se cantaba en las
movilizaciones del peronismo como contrapartida de los cánticos que entonaban los
estudiantes antiperonistas, tales como “abajo la dictadura de las alpargatas” que
pretendía denunciar la supuesta persecución del peronismo a la gente de la cultura.
Este relato bien podría leerse como una reescritura aggiornada de El matadero (1871) de
Esteban Echeverría, que intenta simbólicamente demostrar la continuidad histórica de la
línea Rosas-Perón, la primera y la segunda tiranía. Varios relatos que se escribieron contra
el peronismo utilizan como matriz del relato a este texto fundacional de la literatura
argentina, junto a “La refalosa” (1843) de Hilario Ascasubi (ibíd., 218).
Otro cuento antiperonista es “Las puertas del cielo” (1951), de Cortázar.Allí se resumen
todos los prejuicios racistas del imaginario gorila. En palabras de Edwards (2014:229), es la
máxima expresión hasta ahora conocida de réplica al peronismo. Plasma la reacción
clasista a los nuevos actores sociales introducidos por la ventana por el peronismo y que,
como una mancha de aceite se desparrama por cines, teatros, estadios, cafés y que osan
hasta pasearse por las aristocráticas avenidas.
El cuento gira alrededor de la relación entre una pareja conformada por Celina y Mauro y
un abogado llamado Hardoy. Celina es una cabecita negra, ex prostituta, redimida por
Mauro que viene a ser un “malevo”.
Mirando de reojo a Mauro yo estudiaba la diferencia entre su cara de rasgos
italianos, la cara del porteño orillero sin mezcla negra ni provinciana, y me
acordé de repente de Celina más próxima a los monstruos, mucho más cerca de
ellos que Mauro y que yo.
El lugar central de este cuento es un baile llamado Palermo Palace, donde Hardoy
acompaña como si fuera un voyeur a los “monstruos” Celia y Mauro (ibíd., 230).
Me parece bueno decir aquí que yo iba a esa milonga por los monstruos, y que
no sé de otra donde se den tantos juntos. Asoman las once de la noche, bajan
de regiones vagas de la ciudad, pausados y seguros, de uno o de a dos, las
mujeres casi enanas y achinadas, los tipos como javaneses o mocovíes,
apretados en trajes a cuadros o negros, el pelo duro peinado con fatiga,
brillantina en gotitas contra los reflejos azules y rosa, las mujeres con enormes
peinados altos que las hacen más enanas, peinados duros y difíciles de los que
les queda el cansancio y el orgullo (…)
Además está el olor, no se concibe a los monstruos sin ese olor a talco mojado
sobre la piel, a fruta pasada, uno sospecha los lavajes presurosos, el trapo
húmedo sobre la cara y los sobacos, después lo importante, lociones, rímel, el
polvo en la cara de todas ellas, uno costra blancuzca y detrás las placas pardas
trasluciendo.
Un cuento al que le guardo algún cariño, “Las puertas del cielo”, donde se
describen aquellos bailes populares del Palermo Palace, es un cuento
reaccionario; eso me lo han dicho ciertos críticos con cierta razón, porque hago
allí una descripción de los que se llamaban los “cabecitas negras” en esa época,
que es, en el fondo, muy despectiva; los califico así y hablo incluso de los
monstruos, digo “yo voy de noche ahí a ver llegar a los monstruos”. Ese cuento
está hecho sin ningún cariño, sin ningún afecto; es una actitud realmente de
antiperonista blanco, frente a la invasión de los “cabecitas negras”.
Julio Cortázar
El exilio
En 1999, Leónidas Lamborghini publica la pieza teatral Perón en Caracas, que relata la
lucha del General con sus fantasmas. El exilio, las traiciones, los gorilas, los intelectuales
cipayos, su salud quebrantada, la resistencia, Evita, Discépolo, el pueblo victorioso, el
pueblo derrotado y humillado pasan sin parar por la conciencia de Perón.
La obra bucea en la mente del líder y se introduce en sus estados de ánimo, alterados por
su condena al ostracismo. El Perón que dibuja Lamborghini es frágil y está debilitado, flota
en el limbo del exilio y contempla la Argentina vejada por los libertadores del ‘55. Cuando
el escritor presentó su obra afirmó irónicamente:
Una obra medular de esta época de proscripción del peronismo fue El avión negro, pieza
teatral escrita por Roberto Cossa, Carlos Somigliana, Germán Rozenmacher y Ricardo
Talesnik, estrenada en Buenos Aires en 1970. Este grupo de dramaturgos se ocupó de
narrar las ensoñaciones de un militante sobre el regreso a la Patria del General.
Desde “Sábado de gloria” (1945) de Ezequiel Martínez Estrada hasta La novela de Perón
(1985) de Tomás Eloy Martínez, el peronismo ha sido tratado de diferentes maneras por la
ficción argentina. Narrado desde diferentes perspectivas, durante años y salvo algunos
casos aislados, “apareció como una metáfora alucinada del horror cotidiano”. El relato de
Martínez Estrada inicia toda una tendencia, pero en esa serie la obra de Germán
RozenmacherCabecita negra (1962), expresa un viraje ya desde el título. Representa un
cambio de perspectiva respecto a una tradición literaria que había visto en el peronismo
un simulacro de la pintura que nos dejó Mármol de la época de Rosas (Piglia, 1993).
Los escritos más destacados de la generación a la que refiere Rozenmacher son, sin dudas,
los de Juan José Saer, en Responso (1964) y Cicatrices (1969); Manuel Puig, en La traición
de Rita Hayworth(1968); y, Rodolfo Walsh en “Esa mujer” (1966). Según Piglia (1993: 91),
los relatos de Saer, Puig y Walsh pueden ser considerados un modelo del tratamiento
distanciado y elíptico del peronismo que entra en la intriga como un elemento central
pero desplazado: “cada uno a su manera ha sabido ficcionalizar la política y desplazarla del
centro del relato para hacerla funcionar como su trama secreta”.
Lo cierto es que, de un bando o del otro, con una estética u otra, en la mayoría de las
ficciones por la perplejidad y desconcierto que ha sabido generar en escritores e
intelectuales, el peronismo como acontecimiento político y cultural ha sido objeto de
numerosas obras literarias.
Piezas de un rompecabezas
Dentro de la basta literatura sobre peronismo, “La cola” de Rodolfo Fogwill (1982) es un
cuento que narra, principalmente, en tono paradigmático y clave ficcional, un cambio en
la perspectiva de clase.
Dos lecturas, al menos, se desprenden del cuento de Fogwill. Ambas, aunque antagónicas,
conviven en un entramado ficcional en donde tejen relaciones de sentido hacia adentro
de la obra y hacia afuera de ella.
En primer lugar, hacia adentro, en tono dicotómico, irrumpe el binomio privado – público.
El cuento comienza con una escena que bien podría corresponder al plano de lo privado-
íntimo. El personaje de esta historia narra el devenir de una fiesta en donde elige
“ganarse” a Mariana, una estudiante mendocina de izquierda, que viene a Buenos Aires a
participar de un congreso sobre Educación Técnica, y con quien, finalmente, duerme. En el
marco de este escenario privado, aparece, impostergable, el plano público. Mientras
duerme con Mariana suena el teléfono. Se despierta. La conversación que mantiene con
quien llama versa sobre el país, “paralizado” y sobre un posible golpe de Estado. El acto
siguiente es en Corrientes y Montevideo, Miguel, un militante peronista, lo cita por “un
trabajo urgente” y otra vez el plano privado. Este acto y la cita que pautó para las doce de
la noche con Mariana, serán, sin embargo, constantemente soslayados por el plano de lo
público. El leitmotiv de la obra es “la cola” que se compone de una multitud paciente y
triste, húmeda de llovizna y frío; cola que el personaje no abandona ni al final del cuento.
Aquí deviene, entonces, otra lectura, esta vez dialógica. “La cola” no solo es el eje
narrativo sino que, además, es la reescritura y, por ende, la re-lectura de “La señora
muerta” de David Viñas (1963). Pero es, también, la re-lectura o el cambio en la
perspectiva de una clase que durante los años ‘50 y ‘60s ha sabido decir mucho sobre el
gorilismo o antiperonismo. La cola, en el funeral de Perón, nada tiene de semejante a
aquella fila que ha representado “un cuento que escribió David en tiempos de Aramburu”
de Eva Perón.
Como artificio literario, Fogwill bien sabe componer un personaje que, sin dejar de
demostrarse gorila, se ubica en una posición oscilante entre los planos mencionados.
Aunque paradigmático, deja llevarse por el asombro y no abandona la fila, muy por el
contrario, permanece.
Literatura contemporánea
Cierto sector del campo cultural no termina de digerir al peronismo: “las heridas del
peronismo, sus muertos y sus catástrofes son tomados «para el churrete», aprovechando
los dispositivos literarios a mano y usándolos como coartada para disimular el objetivo
primordial: deshacer el relato peronista” (Edwards, 2014).
Es tal la tensión política y social que genera el peronismo como fenómeno, que la batalla
se extiende de manera simbólica en el campo cultural. La literatura como expresión
artística es parte de esa realidad trascendida por el movimiento político y social más
importante de la historia argentina, y sin lugar a dudas no puede dejar de dar cuenta de
él. No solo por su riqueza cultural sino porque muchos autores están atravesados por el
peronismo y de alguna manera, no pueden dejar de situarse de un lado o del otro. Todos
los escritores escriben desde un horizonte político, en un contexto histórico determinado.
La intencionalidad de una época puede leerse e interpretarse en un texto literario y dar
cuenta de ella.
Fabián y yo, jodiendo, levantamos los brazos de la misma manera que lo hacía
el General. La respuesta fue inmediata: gritos, bombos galopantes, gente
enardecida. El uruguayo hacía de Baltasar y era el favorito de todos.
En las últimas décadas el peronismo ha sido tratado de diferentes maneras en los escritos
de Roberto Gárriz (Las tetas de Perón), de Carlos Godoy (Escolástica peronista ilustrada),
de Roberto Pettinato (La isla flotante), de Washington Cucurto (Hombre de Cristina), y de
Sebastián Pandolfelli (Choripán Social), entre tantos otros.
Sin dudas, la basta y heterogénea literatura sobre peronismo explica, de alguna manera, la
capacidad continua que tiene de refundarse, reescribirse y releerse, trascendiendo el
tiempo, el espacio y las formas.
Bibliografía
Edwards, Rodolfo. Con el bombo y la palabra. El peronismo en las letras argentinas. Una
historia de odios y lealtades.Seix Barral. Buenos Aires. 2014