Está en la página 1de 7

Sin Lutero no habría Bach

Martín Lutero nunca conoció a Johann Sebastian Bach. Los dos


alemanes nacieron con más de 200 años de diferencia. Sin
embargo, sin Lutero, no habría Bach.

Cuando Bach recibió una copia de la traducción de la Biblia de


Lutero a sus 48 años, hizo extensas notas en sus márgenes,
permitiendo que esta diera forma a su teología de la música.
Cerca de 1 Crónicas 25, un listado de los músicos de David,
escribió: “Este capítulo es el verdadero fundamento de toda la
música que agrada a Dios”. En 2 Crónicas 5:11-14 que habla de
los músicos del templo alabando a Dios, escribió: “En una
interpretación reverente de la música, Dios siempre está cerca
con su divina presencia”.

Bach adoptó una teología luterana del trabajo, y por ende veía
toda su música, sean himnos sagrados o cantatas seculares,
como un llamado de Dios. Él creía que su trabajo tenía dos
propósitos: “El objetivo final y la razón de toda la música no es
otra cosa que: (1) la glorificación de Dios y (2) el refrigerio del
espíritu”. Por lo tanto, firmó toda su música para la iglesia y la
mayoría de su música secular con las letras “S.D.G.”: Soli Deo
Gloria, Solo a Dios la gloria.

Sin Lutero, Bach no habría entendido la dignidad de todo


trabajo, tanto sagrado como secular, ni la idea del trabajo como
un medio para amar al prójimo.
Pero, ¿cómo llegó Lutero a entender estas cosas?

Aquellos con un “llamado”


Lutero nació en una cultura eclesiástica que celebraba el trabajo
religioso por encima de todo. A finales de la Edad Media, solo
los sacerdotes y otros trabajadores de la iglesia tenían
“llamamientos” y “vocaciones”. Formaban parte del “estado
eclesiástico”. Todos los demás, desde granjeros, hasta abogados
y reyes, tenían ocupaciones necesarias pero mundanas.

El surgimiento de la espiritualidad monástica, la cual llamó a los


trabajadores religiosos fuera del mundo cotidiano al desierto o al
monasterio, solo reforzó esta perspectiva. Los laicos eran de
segunda clase. La vida se dividió en lo “sagrado” y lo “secular”.
Y el sacerdocio de todos los creyentes fue marginado.

Lutero no hizo caso omiso a este problema.

El amor crece a través de obras de


amor
Lutero quería conectar la fe y la vida cotidiana. Todos nosotros,
él razonó, somos sacerdotes, no importa cuán ordinarias sean
nuestras vidas:

Para Lutero, lo que hacía que el trabajo fuera “cristiano” no


era el tipo de trabajo que se estaba haciendo, sino la fe de
quien lo hacía
 
“Se ha establecido que al Papa, los obispos, los sacerdotes, y los
monjes sean llamados el ‘estado eclesiástico, y los príncipes,
señores, artesanos, y los agricultores el ‘estado secular’. Es una
mentira sutil y un engaño. Que nadie se asuste y esto por la
consiguiente causa: todos los cristianos son verdaderamente del
estado eclesiástico, y entre ellos no hay distingo, sino solo a
causa del ministerio… por el bautismo todos somos ordenados
sacerdotes, como San Pedro dice: ‘Vosotros sois un sacerdocio
real y un reino sacerdotal’ (1 P. 2:9). Y en Apocalipsis 5:9-10:
‘Y por tu sangre nos has hecho sacerdotes y reyes’”.

La “vocación”, entonces, incluía trabajos religiosos y no


religiosos: deberes domésticos, participación cívica, y empleo
ordinario. Lo que haría que el trabajo fuera “cristiano” no era el
tipo de trabajo que se estaba haciendo, sino la fe de quien lo
hacía. Lutero escribe:

“Las obras, aunque sagradas y costosas, de los sacerdotes y de


los religiosos a los ojos de Dios valen lo mismo que las tareas
que un campesino hace en el campo o una mujer en su casa.
Dios mensura todo por la fe”.

Tal fe, Lutero creía, se evidenciaba en nuestro trabajo diario. “El


amor crece por obras de amor”, publicó Lutero en las puertas de
la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg (Tesis 44). Para él,
el trabajo era una de las mejores formas de amar al prójimo.
Como lo resume Tim Keller:

“Cuando trabajamos somos, según la tradición luterana, los


‘dedos de Dios’, los agentes de su amor providencial por otros.
Según esta interpretación, el fin del trabajo no es solo ganarse la
vida, sino también amar al prójimo”.
Trabajo de varios tipos
Juan Calvino y los de la tradición calvinista, como Abraham
Kuyper, enriquecieron aún más nuestra comprensión del trabajo.
No es solo un medio para amar al prójimo, también es un medio
para amar y glorificar a Dios. A la luz del hilo narrativo de la
Escritura, creación, caída, redención, y restauración, cada
cristiano tiene un llamado a crear y presentar las maravillas del
orden creado. Keller explica:

“Sí, debemos amar a nuestro prójimo, pero el cristianismo nos


ofrece enseñanzas muy precisas sobre la naturaleza humana y
sobre lo que hace florecer al hombre. Debemos armonizar
nuestro trabajo con estas interpretaciones. Entonces, el trabajo
fiel es operar desde una ‘cosmovisión’ cristiana”.

Nuestra fe informa cómo abordamos nuestro trabajo en sí


 
En otras palabras, nuestra fe informa cómo abordamos nuestro
trabajo en sí, no simplemente como nos acercamos a nuestro
prójimo. Es una arena en la que podemos amar y glorificar a
Dios mismo, ofreciéndole nuestro trabajo por fe (Col. 3:23).
Practicar la ley, por ejemplo, no es simplemente una forma de
amar al prójimo; también es una forma de hacer progresar la
justicia bíblica en nuestras comunidades. Dicho de otra manera,
a Dios no solo le importan los abogados; Él también se preocupa
por la ley (Pr. 8:15; 11:1).

Herramientas en un kit de
herramientas
Aunque algunos confrontan a Lutero y Calvino en sus puntos de
vista sobre la fe y el trabajo, los dos reformadores están más
cerca de lo que podríamos imaginar. Ambos defendieron la
dignidad de todo trabajo y negaron las distinciones entre lo
“sagrado” y lo “secular”. Ambos se aferraron al sacerdocio de
todos los creyentes, celebrando el trabajo ordinario realizado por
todas las personas.

Sin embargo, cuando Lutero se centró en el trabajo como un


medio de amor al prójimo, Calvino se centró en el trabajo como
un medio de amar y glorificar a Dios. Como Greg Forster
explica:

“Lutero se resistió fuertemente a cualquier conexión directa


entre nuestro trabajo y Dios, temiendo que eso fuera tomado
como obras de justicia. Dios dio propósito a nuestras obras,
razonó Lutero, porque quiere que sirvamos a nuestros vecinos,
no porque quiera que lo sirvamos a Él. Como dijo una vez
Lutero, ‘Dios no necesita tus buenas obras, pero tu prójimo sí’.
Y lo decía en serio. Pero Calvino insistió en que nuestro trabajo
diario debe amar, servir, y glorificar a Dios mismo directamente,
además de amar a nuestro prójimo”.

Aunque este es un punto agudo de contraste entre los dos, las


ideas no se oponen entre sí. Podríamos pensar en ellas como
herramientas en un kit de herramientas, útiles en diferentes
contextos.

La idea luterana del trabajo como un medio de amor al


prójimo nos alienta a ser fieles en las pequeñas cosas que
forman parte de nuestros trabajos cotidianos
 
En lugares donde el trabajo es más estático, donde las personas
permanecen en sus trabajos durante muchos años o realizan la
misma actividad día tras día (a menudo llamado trabajo de
“cuello azul”), la idea luterana del trabajo como un medio de
amor al prójimo puede ser sustentadora. En efecto, nos alienta a
ser fieles en las pequeñas cosas que forman parte de nuestros
trabajos cotidianos, aún cuando no podemos ver todo lo que
Dios está logrando a través de nuestro trabajo.

Las personas en diferentes estaciones vocacionales también


pueden encontrar fortaleza en la idea de Lutero del trabajo como
amor al prójimo. El año pasado, por ejemplo, cuando cumplía 40
años y hacía preguntas existenciales sobre si mi trabajo
importaba, la teología de Lutero me sostuvo. Aún en los días en
que me sentía más desconectada de cualquier repercusión mayor
de mi trabajo, sabía que amaba a mis vecinos (mis lectores, mis
estudiantes, mis colegas) a través de mi trabajo diario.

Pero en lugares donde el trabajo es más dinámico, donde las


personas cambian de trabajo y persiguen diversas expresiones de
su llamado (a menudo llamado trabajo de “cuello blanco”), el
énfasis de Calvino en el trabajo como un medio de amar y
glorificar a Dios es vital. Puede ayudar a quienes se preguntan
cómo su fe afecta su trabajo en, por ejemplo, la actuación o la
publicidad. Llamar a los cristianos en tales lugares de trabajo a
buscar principios aplicables en las Escrituras es una parte
necesaria del discipulado y la santificación.

Ofrecido por fe
Por supuesto, Lutero, Calvino, y los otros reformadores tocaron
muchos otros aspectos de la fe y el trabajo que seguimos
discutiendo y debatiendo hoy.
Sin embargo, la vida y el trabajo de Bach pueden enseñarnos lo
que la Reforma capturó tan bellamente: que nuestros trabajos
pueden amar al prójimo y glorificar a Dios. A través de ellos
podemos encarnar los dos grandes mandamientos (Mt. 22: 36-
40). Que podamos ofrecer nuestra trabajo a Dios por fe.

Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por John Chavez.

Bethany L. Jenkins es vicepresidente de medios en The Veritas Forum e


investigadora en The King’s College. Previamente trabajó en Wall Street y en
Capitol Hill. Es parte de Redeemer Presbyterian Church en Manhattan. Puedes
seguirla en Twitter.

También podría gustarte