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misión de la Iglesia
Kwabena Donkor
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¿QUÉ MISIÓN?
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Para sus proponentes, la genialidad del concepto missio Dei está en
el hecho de que este cambia el agente de la misión, de la iglesia
hacia Dios. Aunque muy superficialmente el cambio puede parecer
un mero cambio de perspectiva: ¿el foco de la misión es teocéntrico
o cristocéntrico? Esta cuestión es significativa, pues ayuda a
“identificar, de manera más precisa, la relación entre Dios y Cristo, de
modo que la iglesia comprenda su papel en el mundo”.
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Su conclusión para los debates contemporáneos es significativa:
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Raiter no tiene la intención, sin embargo, de negar el papel de la
obra de caridad en la actividad misionera. Él no ve dos aspectos en
el envío de los apóstoles en Mateo 10:6-8, como si la misión de ellos
haya consistido tanto en predicar como en hacer actividades de
caridad y curación. Al contrario, por más que las obras de caridad de
Jesús y de sus apóstoles estuviesen certificando el Reino de Dios,
“son fallidos los intentos de desarrollar un paralelo entre los milagros
de Jesús y las obras modernas de caridad”.
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LA MISIÓN COMO “PROCLAMACIÓN”
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A pesar de las observaciones hechas, en el NT se mantiene la
naturaleza obligatoria, impositiva y resolutiva de la proclamación
como distinta de otros grupos de palabras como angello. Cuando
Pablo, en Romanos 2:21 pregunta: “[…]Tú que predicas que no se ha
de hurtar, ¿hurtas?”, utiliza kerysson en un sentido de orden definitiva,
la cual exige obediencia. La idea es que, para Pablo, la proclamación
presupone cierta autoridad, razón por la cual no es simplemente
transmisión de información, sino un llamado a la entrega de sí mismo
(Rom. 10:15). De manera similar, Coenen observa que, en Mateo, el
uso restrictivo del término kerysein para Juan, Jesús y los discípulos
“enfatiza la obligatoriedad casi judicial y un carácter oficial de la
proclamación, contrastando con didaskein, ‘enseñar’, que ocurre no
solamente en las sinagogas, sino también en el desierto y en las
aldeas”.
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Tal vez en ningún otro momento la confirmación de la proclamación
por el Espíritu Santo haya sido tan dramática como en el
Pentecostés. El texto trae, de manera cuidadosa, los diferentes
aspectos de la manera por la cual el Espíritu vino. Había un sonido
que llenaba toda la casa (Hechos 2:2); lenguas aparecieron y se
posaron sobre cada uno de los discípulos (v. 30); y estando llenos del
Espíritu Santo, ellos empezaron a hablar en otras lenguas (v. 4). La
objetividad y autenticidad del evento fue evidente: fue audible,
visible y hubo un discurso inspirado. Thomas Oden enfatiza la
participación del Espíritu Santo en Pentecostés como un evento de
proclamación. “El Espíritu Santo demostró la intención divina de
comunicar a todos el primer milagro de la iglesia”. Aunque también
pueda ser comprendido como un milagro de escuchar, los
principales exégetas lo han comprendido, en general, como un
milagro del discurso”.
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Aun así, ya sea el “evangelio de Dios” o el “evangelio de Cristo”, el
genitivo es tanto subjetivo como objetivo. Tanto Dios como Cristo
son el contenido del mensaje de las buenas nuevas y, también, los
autores de este. Basado en pasajes como Lucas 1:19; 2:10; 9:6 y
Hechos 5:42, Coenen comenta el matiz particular de kerysso
comparándolo con otros sinónimos para comunicar el mensaje de
Cristo, y apunta que este es “particularmente utilizado en cómo el
mensaje del gobierno de Dios, iniciado en Cristo con su resurrección,
es proclamado”.
Teniendo a Cristo como el contenido de la proclamación, somos
obligados a analizar la relación entre Jesús y el Espíritu Santo si
queremos comprender el papel de este último en la misión a partir
de la perspectiva del evangelio. ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo
con el contenido de la proclamación, la cual es Jesús y/o su
mensaje? La respuesta es la relación íntima entre Jesús y el Espíritu
Santo.
La identificación de la persona y obra de Jesús con el Espíritu Santo
significa que el evangelio no puede ser comprendido sin el Espíritu
Santo. Vale la pena notar que el Espíritu Santo también es llamado
Espíritu de Cristo (Rom. 8:9; Fil. 1:19). Incluso los que han abrazado el
evangelio, siendo frecuentemente descriptos por Pablo como
estando “en Cristo” (Gál. 2: 17), son también comprendidos como
estando “en el Espíritu” (1 Cor. 6:11). De manera similar, los cristianos
son todos santificados “en Cristo” (1 Cor. 1:2) como “en el Espíritu” (1
Cor. 6:11).
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En Juan 16:13, el Espíritu Santo se describe como el “Espíritu de
verdad”, que guiará a los discípulos en toda la verdad. La frase “en
toda la verdad” ha suscitado diferentes interpretaciones, basadas en
las lecturas preferidas por los intérpretes del texto. Mientras tanto,
como George Beasley-Murray observa, “el significado del versículo
13 es el reconocimiento de que el Espíritu es participante en la tarea
de la comunicación de la revelación a la iglesia en virtud de su
relación con Cristo, así como Jesús es comunicado en virtud de su
relación con el Padre”. Al comparar y contrastar los papeles relativos
de Jesús y el Espíritu Santo en la comunicación de la verdad,
Beasley-Murray cita a F. Porsch: “Jesús trae la verdad y la hace
presente por medio de su venida al mundo; el Espíritu, parakletos
abre ese mensaje y crea una entrada a los creyentes”.
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EL ESPÍRITU SANTO “CAPACITA” A LA IGLESIA PARA LA MISIÓN
Hay un consenso de que las obras de la iglesia son las del Espíritu
Santo. Thomas Oden observa que:
“Sin dejar de ser actividad humana, la iglesia es vivificada
por la actividad de Dios. Esta relación no es bien
comprendida si partimos de una premisa panteísta, en la
cual Dios sería observado como el cuerpo del proceso
social/natural, pero sí desde la premisa de que aquel que
no fue creado es superior a toda la creación”.
Como mediador de la presencia de Dios en la iglesia, el Espíritu
Santo alcanza cada aspecto de la vida eclesiástica, aún más a
medida que testifica de Cristo. De acuerdo con Jesús, el poder del
Espíritu Santo es la realidad presupuesta del testimonio de la iglesia.
Jesús prometió a los discípulos: “Pero recibiréis poder cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”
(Hech. 1:8). Esa concesión de poder, sin embargo, se expresa de
muchas maneras.
El Espíritu Santo capacita la predicación del evangelio por su
concesión de poder. La sucesión de eventos durante los momentos
finales de Cristo con los discípulos enfatiza la importancia de esa
conexión. Después de la resurrección, el arrepentimiento y la
confesión de pecados deberían ser predicados por los discípulos, los
cuales habrían de “ser testigos de estas cosas”, pero antes era
primordial que ellos fueran, primero, revestidos del poder de lo alto
(Luc. 24:47-49). Después de las varias promesas de la venida del
Espíritu (Juan 14:17, 26; 15:26;16:7, 13), Jesús sopla el Espíritu sobre los
discípulos después de la resurrección (Juan 20:22). El clímax de esta
preparación ocurre en el Pentecostés, cuando el Espíritu fue
derramado sobre los creyentes reunidos. Obviamente, el
Pentecostés fue un divisor de aguas en la predicación del evangelio.
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Sin embargo, ese fue solamente el inicio de la obra capacitadora del
Espíritu en la predicación del evangelio. Por estar llenos del Espíritu
Santo, los discípulos fueron capaces de hablar con valentía y poder
sobre el SEÑOR resucitado (Hech. 4:8; 31; 6:10); y Pablo habló a los
tesalonicenses sobre el poder disponible del Espíritu Santo, razón
por la cual el evangelio no vino a ellos solo por medio de la palabra
(1 Tes. 1:5).
Otra manera por la cual el Espíritu capacita a la iglesia para la misión
es por medio de la concesión de dones espirituales. Un punto
enfatizado por todos los pasajes del NT es el de que los dones
espirituales fueron concedidos a todos. Pedro escribe sobre estos
dones en su primera epístola (1 Ped. 4:10-11), y las enseñanzas de
Pablo sobre este asunto están concentrados en Romanos 1 y 2, 1
Corintios 12, y Efesios 4.
Las tres diferentes palabras que Pablo utiliza en 1 Corintios 12 lanzan
luz sobre algunas características importantes de los dones
espirituales. Charisma presenta la gracia de Dios como la fuente de
los dones espirituales. G. T. Montague define charisma como “el don
de algunas capacidades dadas por Dios para prestar un servicio
habilitado por la gracia”. Diakonia se concentra en el propósito del
don espiritual, o sea, el ministerio de edificación de la iglesia.
“Energema (trabajar) describe el efecto del empleo de los dones:
este resulta en la ayuda para que la iglesia sea construida”.
¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en la misión con respecto a los
dones espirituales? Aunque los dones espirituales sean dados por el
SEÑOR resucitado, estos están bajo la administración del Espíritu
Santo que, con su presciencia, sabe qué don encaja mejor en cada
creyente.
Pero el punto a enfatizar es que cuando el Espíritu administra los
dones para el cuerpo de Cristo, no es para propósitos personales y
egoístas, sino para el servicio.
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Desde esta perspectiva, hay algo que debe ser dicho en favor de
aquellos que argumentan que a la luz de declaraciones como “[…]
pero el Espíritu es el mismo. […] pero el Señor es el mismo. […] pero
Dios […] es el mismo” (1 Cor. 12:4-6), Pablo utiliza la imagen de un
cuerpo (v. 12) y reúne el tema de la unidad y diversidad como un
modelo de concentrarse en los objetivos de los dones espirituales.
Siendo así, se concluye que:
“Los dones espirituales no son concedidos para
ostentación, sino para dar oportunidad a la predicación […]
los cristianos son “esclavos [de Cristo]” […] Bittlinger observa
que, como la obediencia del esclavo demuestra en el
dominio público que confesar a Cristo como SEÑOR
equivale en términos de estilo de vida práctico, así los
servicios en toda su variada distribución
(diaireseis diakoniwn) exhiben “el camino en el cual el don
se vuelve real en la práctica”. No es una cuestión de
“humillación”, sino de “una disposición para actuar […] no
una cuestión de esperar algo ‘que venga sobre mi’”, en las
palabras memorables de Suurmond. “No es tanto una
cuestión de tener un don, sino de ser un don””.
El Espíritu Santo ayuda a la misión de la iglesia al capacitarla para
vencer oposiciones espirituales para la predicación del evangelio. En
los días de Cristo y de la iglesia primitiva, la predicación del
evangelio encontró oposición espiritual. En el ministerio terrenal de
Jesús, esta oposición fue abundantemente evidente. A los fariseos
incrédulos, él declara: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera
los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios”
(Mat. 12:28). La implicancia de la afirmación de Jesús, de que la
venida del reino tendría la confrontación de poderes demoníacos, es
consistente con la visión del AT de que “los exorcismos serían parte
de la obra de concesión del Espíritu a sus siervos (Isa. 42:1-4)”.
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La experiencia de Pablo con Elimas en Chipre aclara que las fuerzas
del mal operaban para pervertir los caminos del SEÑOR. Lleno del
Espíritu Santo, Pablo denuncia a Elimas, diciendo: “¡Oh, lleno de todo
engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia!
¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?” (Hech.
13:10). En el libro de Apocalipsis, se nos da una visión del conflicto
espiritual de inmensas proporciones, según el evangelio eterno es
predicado a los que moran sobre la Tierra, y a cada nación, tribu,
lengua y pueblo (Apoc. 14:6).
Apocalipsis 16:12-14, lo cual es parte de la sexta plaga, describe las
obras engañadoras de espíritus inmundos con respecto a la
proclamación del capítulo 14:6-12 reúne a los fieles de Dios. Stephen
Smalley declara que “las tres repetidas referencias a ‘boca’ […] de las
criaturas de las cuales emerge el espíritu sugiere que la
‘propaganda persuasiva y engañosa’ dirigirá a los infieles seculares
en el tiempo del fin a comprometerse con la causa del mal y a
aislarse de la fuente de la verdad”.
¿Cómo ayuda el Espíritu Santo en el avance de la misión en un
contexto de oposición espiritual? El Espíritu Santo otorga a la iglesia,
por medio de la oración, la capacidad de confrontar esa oposición
espiritual. fuese nos ha dicho que “pues qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:26).
En este contexto, dos dones son especialmente relevantes para la
misión, siendo que ambos están ligados al Espíritu Santo. Primero, el
don de “discernimiento de espíritus” (1 Cor. 12:10), dado por el Espíritu
Santo, es una herramienta indispensable en la lucha contra las
fuerzas del mal. El segundo es la Palabra de Dios, que es la “espada
del Espíritu” (Efe. 6:17). Con el Espíritu, la iluminación de la Biblia es
un arma poderosa contra los principados y potestades (Efe. 6:14).
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EL ESPÍRITU SANTO UNIFICA A LA IGLESIA PARA LA MISIÓN
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La unidad de la iglesia es la mejor propaganda para el
poder y la gracia de Dios. Esta demostración de unidad
confiere credibilidad a nuestra misión y capacita nuestro
testimonio. Solamente en la medida en que la iglesia
reflexiona en la realidad de que es el cuerpo de Cristo,
unida en el amor, su misión tendrá éxito. La unidad entre
todos nosotros es simplemente fundamental para tener
éxito en el testimonio y la misión”.
Hay muchos pasajes en las Escrituras que señalan al Espíritu Santo
como un agente divino que estimula la unidad y que es necesario
para el éxito de la misión de la iglesia. En los escritos de Pablo,
encontramos un énfasis especial en este punto. Así como en su
bendición trinitaria a la iglesia de Corinto, se encuentra al Espíritu
Santo como la fuente de unión:
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.
Amén”.
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MINISTERIO Y MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN EL MUNDO
Mucho de lo que fue dicho está relacionado con la obra interna del
Espíritu Santo en y por la iglesia. Sin embargo, el principal objetivo de
la obra del Espíritu Santo es llevar al “mundo” el reconocimiento de la
soberanía de Jesucristo. En Juan 16:8-11, tenemos una indicación en
las Escrituras de que el Espíritu ejecutaría una obra “en el mundo”. Hay
mucha controversia acerca de la interpretación de este pasaje, debido,
primeramente, a la forma como se traduce el verbo elenchein en el
versículo 8. Algunos comentaristas traducen el verbo como “revelar”,
“convencer” o “condenar”, aunque, en inglés, cada una de estas
traducciones esté repleta de ambigüedades.
D. A. Carson prefiere traducir elenchein como “acusar”, argumentando
que este uso puede ser comprendido en un sentido puramente
jurídico de sacar a relucir un veredicto negativo, independientemente
de si la parte acusada admita o no su culpa. Por otro lado, la palabra
es usada en contextos religiosos para decir algo como “llevar al
conocimiento de alguien una culpa personal”. Carson, entonces, ve la
obra del Espíritu en el mundo como una luz misionera positiva,
concordando con el punto de vista de F. Buchsel de que la palabra
elenchein significa “mostrar a alguien su pecado y llevarlo al
arrepentimiento”. John Aloisi subraya que un problema teológico
surge en este pasaje cuando la obra del Espíritu es vista en términos
no tan positivos. “La acusación es necesaria para la salvación”, afirma,
“pero por sí misma no lleva al incrédulo a la salvación”. Él declara más
tarde que:
“La acusación es una obra especial del Espíritu Santo que
siempre es ejecutada en conexión con una revelación
especial. La acusación tiene que ver con convencer a los
pecadores de cosas que ellos no sabrían sin la revelación […].
El Espíritu puede trabajar de manera directa para convencer
a las personas por medio de la ley de Dios (San. 2:9), pero él
frecuentemente emplea creyentes para comunicar la verdad
que él utiliza para convencer a los incrédulos”.
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La argumentación realizada por Aloisi en el párrafo anterior liga la
obra del Espíritu Santo en el mundo (Juan 16:8-11) con el papel
capacitador del Espíritu en nombre de los discípulos/iglesia
mencionados arriba (ver Juan 15:26-27). William Hendriksen está en
lo correcto: “La obra del Espíritu en el mundo se describe en los
versículos 8-10. Por medio de la predicación y la obra de los
discípulos […] es que el Espíritu, habiendo establecido su residencia
en el corazón de los creyentes […], convencerá al mundo”. El
ministerio del Espíritu Santo en el mundo no está separado del
testimonio de la iglesia. Al contrario, se nos informa que,
teológicamente, el papel final del Espíritu Santo en la misión de la
iglesia es llevar a todo el mundo el conocimiento de la redención en
Cristo por medio del testimonio de los creyentes.
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CONSIDERACIONES FINALES
+ recursos
C L ICK AQUÍ
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REFERENCIAS
Aloisi, john. "The Paraclete's Ministry of Conviction: Another Look at John 16:8-11",
Journal of Evangelical Theological Society, vol. 47. 2004, p. 66.
Beasley-Murray. G. R. John, Word Biblical Commentary, vol. 36. Dallas, TX: Word
Books, Publisher, 2002.
Cocnen, Lothar. "Proclamation" in: Colin Brown, ed., The New International
Dictionary of New Testament Theology, vol. 3. Grand Rapids, Ml: Zondervan
Publishing House, 1986.
Gustin, Pat. "Mission and Unity: The Challenge for the Church Today':Ministry
Magazine, july/August 2005, p. 47.
John, Baker Exegetical Commentary on the New Testament. Grand Rapids, Ml:
Baker Academic, 2004.
Moltmann, Jurgen. The Church in the Power of the Spirit. New York,
NY:HarperCollins Publishers, 1991.
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