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El Espíritu Santo y la

misión de la Iglesia
Kwabena Donkor

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¿QUÉ MISIÓN?

La revisión eclesiológica que se está llevando a cabo en los


movimientos de la iglesia misional y emergente actualmente,
esparcidos por las denominaciones tradicionales cristianas, ha
conducido a un cambio de paradigmas sobre la misión. En el centro
de este proceso está el concepto de missio Dei que se define como
la preexistencia de Dios y la misión eterna. En 1932, Karl Barth, al
utilizar la frase actio Dei, habló sobre la misión como una actividad
del propio Dios. El misiólogo alemán Karl Hartenstein siguió por el
camino establecido por Karl Barth, pero expresó la obra de Dios
como missio Dei.

El concepto parece haber sido originalmente concebido como


resistencia contra los efectos del Iluminismo sobre la misión, que
comenzaba a ser encarada como un esfuerzo meramente humano.
Stan Nussbaum observa que “las personas se convencieron tanto de
la importancia de la iniciativa humana, que ellas difícilmente
pensaban en Dios como un ser activo en la misión”. La identificación
algunas veces hecha de la misión con el imperialismo occidental y el
colonialismo está marcada por este fenómeno. Los problemas con el
concepto de missio Dei se vuelven evidentes cuando este es
explorado por la teología del proceso, levantando, posteriormente,
conceptos parecidos sobre la obra de Dios en la historia. Fue esa
visión de concepto la que proporcionó el evangelio social en la
década de 1960.

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Para sus proponentes, la genialidad del concepto missio Dei está en
el hecho de que este cambia el agente de la misión, de la iglesia
hacia Dios. Aunque muy superficialmente el cambio puede parecer
un mero cambio de perspectiva: ¿el foco de la misión es teocéntrico
o cristocéntrico? Esta cuestión es significativa, pues ayuda a
“identificar, de manera más precisa, la relación entre Dios y Cristo, de
modo que la iglesia comprenda su papel en el mundo”.

El concepto de missio Dei, con un foco teocéntrico, causa a sus


proponentes una falsa aproximación entre la misión y la creación, en
vez de la obra de Cristo en la historia de la redención. El principal
motivo para hacer de la creación el centro de muchas
interpretaciones de la missio Dei es la liberación de cualquier
connotación exclusivista, ya sea con respecto a la persona y obra de
Jesucristo o con el papel de la iglesia en la misión.

El argumento establecido en el párrafo anterior pide una


comprensión bíblica más clara de misión. Este esclarecimiento es
necesario no solo para ayudar a la iglesia a concentrarse en la misión
comisionada, sino también para dejar claro que, teológicamente,
parece haber una confusión entre providencia y misión. Andreas J.
Kostenberger, por medio del análisis bíblico-teológico de misión en
los escritos del apóstol Juan, concluye que “la misión de la
comunidad mesiánica es extender a los incrédulos el perdón de los
pecados por medio de la obra completa de Jesucristo”.
Kostenberger coloca a su análisis de Juan en un contexto de
debates contemporáneos sobre el teocentrismo/cristocentrismo en
la misión.

Él afirma que el foco de la misión es cristocéntrico, señalando que


“los judíos, durante el ministerio terrenal de Jesús (así como al final
del primer siglo, cuando Juan escribió), ya creían en Dios; la cuestión
clave era si Jesús era o no el verdadero representante3de Dios”.

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Su conclusión para los debates contemporáneos es significativa:

“La iglesia enfrenta una situación parecida hoy. En general, no


es el mensaje de la existencia de Dios o de su amor que es
ofensivo, sino si el amor de Dios ha encontrado su decisiva y
principal expresión en Jesús. Todo ecumenismo alcanzado a
costa de disminuir la centralidad de la obra, reivindicaciones y
exigencias de Jesús, no solo es de poco valor, sino
verdaderamente engañoso e ilusorio. La proclamación
(misionera) de la iglesia debe ser teocéntrica por ser
cristocéntrica, ya que de acuerdo con las Escrituras, la
revelación de Dios y redención son final y últimamente
completadas en Jesús”.

En su artículo, Michael Raiter analiza los términos apostellein y


pempein por todo el NT para una comprensión bíblica de misión. Él
concluye que en Mateo “el uso del término ‘enviar’ está unido al
propósito de Dios en la historia de la redención, enviando sus
mensajeros para anunciar el reino venidero”. Al referirse a la
expresión “enviar” en Mateo y en Lucas/Hechos, él enfatiza que
“aunque exista objeción a la descripción de ‘enviar’ en estos
contextos como siendo ‘técnica’, no debe escapar la atención del
lector que la palabra es utilizada en el contexto de la ministración
del evangelio”. En las cartas de Pablo, Raiter reconoce el uso de la
terminología “enviar”, cuando el apóstol envía a sus colaboradores a
diferentes iglesias, pero en todos los casos la preocupación era el
ministerio de la proclamación del evangelio. Su conclusión general
es que:

“De acuerdo con el Nuevo Testamento, la misión es una


proclamación verbal del evangelio. Todo lo que no tiene como
característica definida la proclamación del evangelio, con el
objetivo final de llevar a hombres y mujeres al Reino de Dios,
para que ellos sean santos y sin mácula ante él en el último día,
no es misión”.

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Raiter no tiene la intención, sin embargo, de negar el papel de la
obra de caridad en la actividad misionera. Él no ve dos aspectos en
el envío de los apóstoles en Mateo 10:6-8, como si la misión de ellos
haya consistido tanto en predicar como en hacer actividades de
caridad y curación. Al contrario, por más que las obras de caridad de
Jesús y de sus apóstoles estuviesen certificando el Reino de Dios,
“son fallidos los intentos de desarrollar un paralelo entre los milagros
de Jesús y las obras modernas de caridad”.

EL ESPÍRITU SANTO EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA

Con base en la discusión anterior, exploramos el papel del Espíritu


Santo a partir de la comprensión misiológica de que Dios, enviando a
su Hijo y su Espíritu, también envió a la iglesia, constituyendo una
nueva comunidad de Alianza, para que el Señor Jesucristo sea
proclamado y llevado a toda la humanidad. Esta comprensión de
misión es tan cristocéntrica como eclesiológica. En otras palabras, la
misión está íntimamente identificada con Jesucristo y la historia de la
redención, y desempeña un papel central en la iglesia. El papel del
Espíritu Santo en la misión se volverá más claro cuando sea
examinado desde esta perspectiva.

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LA MISIÓN COMO “PROCLAMACIÓN”

En el NT, la misión involucra, básicamente, la comunicación de las


buenas nuevas del amanecer de una nueva era en Jesucristo. En
griego, hay diversas palabras para expresar la idea de pasar una
información o instrucción. La palabra principal para comunicar la
historia de Jesús es el término kerysso. Sin embargo, su forma
sustantiva, keryx, es raramente utilizada (solo 3 veces), al contrario de
la forma verbal kerysso, que se encuentra cerca de 61 veces. Lother
Coenen explica que los testigos del NT deliberadamente evitan
identificarse a sí mismos o los mensajeros de Dios con el término
griego keryx, adoptando la visión de que “no es la institución o la
persona que es importante, sino solamente la efectividad del acto de
proclamación”. Incluso el mismo kerygma, a pesar de ser un
sustantivo, es generalmente utilizado en el NT para expresar no el
contenido, en particular, de lo que es dicho, sino la forma, actividad o
fenómeno de un discurso que hace una reivindicación a los oyentes.
De hecho, la interpretación neo testamentaria de Coenen como un
todo es que la frecuencia del uso verbal de kerysso apunta a la
“concepción de proclamación como un proceso y evento cuyo
contenido solamente puede ser determinado por una definición más
exacta”.

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A pesar de las observaciones hechas, en el NT se mantiene la
naturaleza obligatoria, impositiva y resolutiva de la proclamación
como distinta de otros grupos de palabras como angello. Cuando
Pablo, en Romanos 2:21 pregunta: “[…]Tú que predicas que no se ha
de hurtar, ¿hurtas?”, utiliza kerysson en un sentido de orden definitiva,
la cual exige obediencia. La idea es que, para Pablo, la proclamación
presupone cierta autoridad, razón por la cual no es simplemente
transmisión de información, sino un llamado a la entrega de sí mismo
(Rom. 10:15). De manera similar, Coenen observa que, en Mateo, el
uso restrictivo del término kerysein para Juan, Jesús y los discípulos
“enfatiza la obligatoriedad casi judicial y un carácter oficial de la
proclamación, contrastando con didaskein, ‘enseñar’, que ocurre no
solamente en las sinagogas, sino también en el desierto y en las
aldeas”.

¿Cómo el Espíritu Santo se relaciona con la proclamación como


comunicación formal, autoritativa y obligatoria? Eso tiene que ver
con la confirmación del Espíritu y la rapidez de la proclamación. Una
vez que el Espíritu Santo autentica objetivamente la proclamación
cristiana, crea una obligación de obediencia e ignorarla no es
simplemente un acto de indiferencia, sino también rehusarse. En
Hechos 4 se registra el encarcelamiento de Pedro y Juan no “por
enseñar al pueblo y anunciar la resurrección de Jesús”, sino porque
estaban anunciando “en Jesús, la resurrección de entre los muertos”.
Los saduceos entendían que aquella proclamación tenía una fuerza
obligatoria/autoritativa (v. 7) y ellos deseaban conocer lo que
significaba esa autoridad para los discípulos. Pedro no perdió la
oportunidad de hablar (v. 10), pero solo porque estaba lleno del
Espíritu Santo (v. 8).

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Tal vez en ningún otro momento la confirmación de la proclamación
por el Espíritu Santo haya sido tan dramática como en el
Pentecostés. El texto trae, de manera cuidadosa, los diferentes
aspectos de la manera por la cual el Espíritu vino. Había un sonido
que llenaba toda la casa (Hechos 2:2); lenguas aparecieron y se
posaron sobre cada uno de los discípulos (v. 30); y estando llenos del
Espíritu Santo, ellos empezaron a hablar en otras lenguas (v. 4). La
objetividad y autenticidad del evento fue evidente: fue audible,
visible y hubo un discurso inspirado. Thomas Oden enfatiza la
participación del Espíritu Santo en Pentecostés como un evento de
proclamación. “El Espíritu Santo demostró la intención divina de
comunicar a todos el primer milagro de la iglesia”. Aunque también
pueda ser comprendido como un milagro de escuchar, los
principales exégetas lo han comprendido, en general, como un
milagro del discurso”.

Al considerar la misión de la iglesia desde la perspectiva de la


proclamación, podemos concluir que el Espíritu Santo es quien
concede eficacia, credibilidad y autenticidad a la misión cristiana.
Esta conclusión hace que la proclamación sea un evento espiritual
en lugar de un ejercicio del discurso humano. Pensar en la
proclamación sin buscar, de manera seria, la participación del
Espíritu Santo, es iniciar un ejercicio fútil.

LA MISIÓN COMO “DEL EVANGELIO”

Si kerysso es simplemente un verbo que formalmente describe una


comunicación obligatoria y autoritativa, sin preocuparse, en
particular, con el contenido, entonces la misión cristiana necesita ser
considerada cercana de la perspectiva del contenido y la relación
del Espíritu Santo con el contenido. Pablo escribe sobre su labor y
fatiga mientras él predica el evangelio de Dios (1 Tes. 2:9). El
contenido de su proclamación es el mensaje de salvación y la
transformación del mundo por Cristo, su muerte en lugar de los
pecadores y la esperanza de la resurrección (1 Cor. 1:23; 15:12).

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Aun así, ya sea el “evangelio de Dios” o el “evangelio de Cristo”, el
genitivo es tanto subjetivo como objetivo. Tanto Dios como Cristo
son el contenido del mensaje de las buenas nuevas y, también, los
autores de este. Basado en pasajes como Lucas 1:19; 2:10; 9:6 y
Hechos 5:42, Coenen comenta el matiz particular de kerysso
comparándolo con otros sinónimos para comunicar el mensaje de
Cristo, y apunta que este es “particularmente utilizado en cómo el
mensaje del gobierno de Dios, iniciado en Cristo con su resurrección,
es proclamado”.
Teniendo a Cristo como el contenido de la proclamación, somos
obligados a analizar la relación entre Jesús y el Espíritu Santo si
queremos comprender el papel de este último en la misión a partir
de la perspectiva del evangelio. ¿Qué tiene que ver el Espíritu Santo
con el contenido de la proclamación, la cual es Jesús y/o su
mensaje? La respuesta es la relación íntima entre Jesús y el Espíritu
Santo.
La identificación de la persona y obra de Jesús con el Espíritu Santo
significa que el evangelio no puede ser comprendido sin el Espíritu
Santo. Vale la pena notar que el Espíritu Santo también es llamado
Espíritu de Cristo (Rom. 8:9; Fil. 1:19). Incluso los que han abrazado el
evangelio, siendo frecuentemente descriptos por Pablo como
estando “en Cristo” (Gál. 2: 17), son también comprendidos como
estando “en el Espíritu” (1 Cor. 6:11). De manera similar, los cristianos
son todos santificados “en Cristo” (1 Cor. 1:2) como “en el Espíritu” (1
Cor. 6:11).

Por lo tanto, cuando consideramos a Jesús como el contenido de la


proclamación, no podemos no considerar al Espíritu. “Es solo por la
presencia interna del Espíritu Santo que los discípulos comprenden
verdaderamente a Jesús” En esa conexión, el mensaje de Jesús a los
discípulos, que habla con respecto a la venida del Espíritu Santo, es
muy relevante.

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En Juan 16:13, el Espíritu Santo se describe como el “Espíritu de
verdad”, que guiará a los discípulos en toda la verdad. La frase “en
toda la verdad” ha suscitado diferentes interpretaciones, basadas en
las lecturas preferidas por los intérpretes del texto. Mientras tanto,
como George Beasley-Murray observa, “el significado del versículo
13 es el reconocimiento de que el Espíritu es participante en la tarea
de la comunicación de la revelación a la iglesia en virtud de su
relación con Cristo, así como Jesús es comunicado en virtud de su
relación con el Padre”. Al comparar y contrastar los papeles relativos
de Jesús y el Espíritu Santo en la comunicación de la verdad,
Beasley-Murray cita a F. Porsch: “Jesús trae la verdad y la hace
presente por medio de su venida al mundo; el Espíritu, parakletos
abre ese mensaje y crea una entrada a los creyentes”.

La importancia del Espíritu Santo en la misión de la iglesia, da


perspectiva del contenido de la proclamación, no puede ser
exageradamente enfatizada. Para los cristianos, sobre los cuales la
responsabilidad de la misión reposa, el Espíritu Santo se vuelve el
agente que hace que el evangelio sea efectivo en su vida: él los
inicia por medio del bautismo (Hech. 2:38), confirma su adoración
(Rom. 8:15), los santifica (Rom. 15:16) y los vivifica en Cristo (2 Cor. 3:6).
Es por esos medios que el Espíritu Santo prepara a los creyentes
“guiándolos a toda la verdad” y los capacita para la misión.
EL ESPÍRITU SANTO Y LA IGLESIA EN MISIÓN
En la sección anterior, nos concentramos en el papel del Espíritu
Santo, fundamentando al cristiano en el evangelio. Aunque el papel
del Espíritu no sea una actividad misionera directa, es indispensable
para el éxito de la misión de la iglesia. El Espíritu Santo, sin embargo,
contribuye de una manera más directa para la misión por medio de
su actividad capacitadora y unificadora de la iglesia. Por eso, es difícil
colocar la obra del Espíritu Santo en categorías organizadas, ya que
es dentro de su ambiente que todas las obras de Dios ocurren en el
mundo.

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EL ESPÍRITU SANTO “CAPACITA” A LA IGLESIA PARA LA MISIÓN

Hay un consenso de que las obras de la iglesia son las del Espíritu
Santo. Thomas Oden observa que:
“Sin dejar de ser actividad humana, la iglesia es vivificada
por la actividad de Dios. Esta relación no es bien
comprendida si partimos de una premisa panteísta, en la
cual Dios sería observado como el cuerpo del proceso
social/natural, pero sí desde la premisa de que aquel que
no fue creado es superior a toda la creación”.
Como mediador de la presencia de Dios en la iglesia, el Espíritu
Santo alcanza cada aspecto de la vida eclesiástica, aún más a
medida que testifica de Cristo. De acuerdo con Jesús, el poder del
Espíritu Santo es la realidad presupuesta del testimonio de la iglesia.
Jesús prometió a los discípulos: “Pero recibiréis poder cuando haya
venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en
Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra”
(Hech. 1:8). Esa concesión de poder, sin embargo, se expresa de
muchas maneras.
El Espíritu Santo capacita la predicación del evangelio por su
concesión de poder. La sucesión de eventos durante los momentos
finales de Cristo con los discípulos enfatiza la importancia de esa
conexión. Después de la resurrección, el arrepentimiento y la
confesión de pecados deberían ser predicados por los discípulos, los
cuales habrían de “ser testigos de estas cosas”, pero antes era
primordial que ellos fueran, primero, revestidos del poder de lo alto
(Luc. 24:47-49). Después de las varias promesas de la venida del
Espíritu (Juan 14:17, 26; 15:26;16:7, 13), Jesús sopla el Espíritu sobre los
discípulos después de la resurrección (Juan 20:22). El clímax de esta
preparación ocurre en el Pentecostés, cuando el Espíritu fue
derramado sobre los creyentes reunidos. Obviamente, el
Pentecostés fue un divisor de aguas en la predicación del evangelio.

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Sin embargo, ese fue solamente el inicio de la obra capacitadora del
Espíritu en la predicación del evangelio. Por estar llenos del Espíritu
Santo, los discípulos fueron capaces de hablar con valentía y poder
sobre el SEÑOR resucitado (Hech. 4:8; 31; 6:10); y Pablo habló a los
tesalonicenses sobre el poder disponible del Espíritu Santo, razón
por la cual el evangelio no vino a ellos solo por medio de la palabra
(1 Tes. 1:5).
Otra manera por la cual el Espíritu capacita a la iglesia para la misión
es por medio de la concesión de dones espirituales. Un punto
enfatizado por todos los pasajes del NT es el de que los dones
espirituales fueron concedidos a todos. Pedro escribe sobre estos
dones en su primera epístola (1 Ped. 4:10-11), y las enseñanzas de
Pablo sobre este asunto están concentrados en Romanos 1 y 2, 1
Corintios 12, y Efesios 4.
Las tres diferentes palabras que Pablo utiliza en 1 Corintios 12 lanzan
luz sobre algunas características importantes de los dones
espirituales. Charisma presenta la gracia de Dios como la fuente de
los dones espirituales. G. T. Montague define charisma como “el don
de algunas capacidades dadas por Dios para prestar un servicio
habilitado por la gracia”. Diakonia se concentra en el propósito del
don espiritual, o sea, el ministerio de edificación de la iglesia.
“Energema (trabajar) describe el efecto del empleo de los dones:
este resulta en la ayuda para que la iglesia sea construida”.
¿Cuál es el papel del Espíritu Santo en la misión con respecto a los
dones espirituales? Aunque los dones espirituales sean dados por el
SEÑOR resucitado, estos están bajo la administración del Espíritu
Santo que, con su presciencia, sabe qué don encaja mejor en cada
creyente.
Pero el punto a enfatizar es que cuando el Espíritu administra los
dones para el cuerpo de Cristo, no es para propósitos personales y
egoístas, sino para el servicio.

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Desde esta perspectiva, hay algo que debe ser dicho en favor de
aquellos que argumentan que a la luz de declaraciones como “[…]
pero el Espíritu es el mismo. […] pero el Señor es el mismo. […] pero
Dios […] es el mismo” (1 Cor. 12:4-6), Pablo utiliza la imagen de un
cuerpo (v. 12) y reúne el tema de la unidad y diversidad como un
modelo de concentrarse en los objetivos de los dones espirituales.
Siendo así, se concluye que:
“Los dones espirituales no son concedidos para
ostentación, sino para dar oportunidad a la predicación […]
los cristianos son “esclavos [de Cristo]” […] Bittlinger observa
que, como la obediencia del esclavo demuestra en el
dominio público que confesar a Cristo como SEÑOR
equivale en términos de estilo de vida práctico, así los
servicios en toda su variada distribución
(diaireseis diakoniwn) exhiben “el camino en el cual el don
se vuelve real en la práctica”. No es una cuestión de
“humillación”, sino de “una disposición para actuar […] no
una cuestión de esperar algo ‘que venga sobre mi’”, en las
palabras memorables de Suurmond. “No es tanto una
cuestión de tener un don, sino de ser un don””.
El Espíritu Santo ayuda a la misión de la iglesia al capacitarla para
vencer oposiciones espirituales para la predicación del evangelio. En
los días de Cristo y de la iglesia primitiva, la predicación del
evangelio encontró oposición espiritual. En el ministerio terrenal de
Jesús, esta oposición fue abundantemente evidente. A los fariseos
incrédulos, él declara: “Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera
los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios”
(Mat. 12:28). La implicancia de la afirmación de Jesús, de que la
venida del reino tendría la confrontación de poderes demoníacos, es
consistente con la visión del AT de que “los exorcismos serían parte
de la obra de concesión del Espíritu a sus siervos (Isa. 42:1-4)”.

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La experiencia de Pablo con Elimas en Chipre aclara que las fuerzas
del mal operaban para pervertir los caminos del SEÑOR. Lleno del
Espíritu Santo, Pablo denuncia a Elimas, diciendo: “¡Oh, lleno de todo
engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia!
¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?” (Hech.
13:10). En el libro de Apocalipsis, se nos da una visión del conflicto
espiritual de inmensas proporciones, según el evangelio eterno es
predicado a los que moran sobre la Tierra, y a cada nación, tribu,
lengua y pueblo (Apoc. 14:6).
Apocalipsis 16:12-14, lo cual es parte de la sexta plaga, describe las
obras engañadoras de espíritus inmundos con respecto a la
proclamación del capítulo 14:6-12 reúne a los fieles de Dios. Stephen
Smalley declara que “las tres repetidas referencias a ‘boca’ […] de las
criaturas de las cuales emerge el espíritu sugiere que la
‘propaganda persuasiva y engañosa’ dirigirá a los infieles seculares
en el tiempo del fin a comprometerse con la causa del mal y a
aislarse de la fuente de la verdad”.
¿Cómo ayuda el Espíritu Santo en el avance de la misión en un
contexto de oposición espiritual? El Espíritu Santo otorga a la iglesia,
por medio de la oración, la capacidad de confrontar esa oposición
espiritual. fuese nos ha dicho que “pues qué hemos de pedir como
conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por
nosotros con gemidos indecibles” (Rom. 8:26).
En este contexto, dos dones son especialmente relevantes para la
misión, siendo que ambos están ligados al Espíritu Santo. Primero, el
don de “discernimiento de espíritus” (1 Cor. 12:10), dado por el Espíritu
Santo, es una herramienta indispensable en la lucha contra las
fuerzas del mal. El segundo es la Palabra de Dios, que es la “espada
del Espíritu” (Efe. 6:17). Con el Espíritu, la iluminación de la Biblia es
un arma poderosa contra los principados y potestades (Efe. 6:14).

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EL ESPÍRITU SANTO UNIFICA A LA IGLESIA PARA LA MISIÓN

El propio Cristo señaló la importancia de la unidad para el éxito de la


misión de la iglesia. La oración sacerdotal de Cristo en favor de sus
discípulos fue hecha en un contexto misionero. La preocupación de
Jesús por la unidad de sus seguidores era uno de sus fardos más
pesados, a medida que su ministerio llegaba a su fin. Una unidad
que, sucesivamente, tenía sus raíces en la propia unidad de Jesús
con el Padre (Juan 17:21). Esta unidad, juntamente con el amor (Juan
13:33-35), se presenta como un prerrequisito para el éxito de la
misión (Juan 17:21, 23). De hecho, Jesús extiende su oración por
medio de sus discípulos para incluir a quienes que creyeran en él por
la palabra (Juan 17:20), lo que enfatiza el significado de la unidad de
la iglesia para el éxito de la misión. Elena de White observa que:
“El mayor peligro de la iglesia de Cristo no es la oposición
del mundo. Es el mal acariciado en los corazones de los
creyentes lo que produce el más grave desastre, y lo que,
seguramente, más retardará el progreso de la causa de
Dios. No hay forma más segura para destruir la
espiritualidad que abrigar envidia, sospecha, crítica o
malicia. Por otro lado, el testimonio más fuerte de que Dios
ha enviado a su Hijo al mundo, es la armonía y unión entre
hombres de distintos caracteres que forman su iglesia. El
privilegio de los seguidores de Cristo es dar ese
testimonio”.

Es necesario que se enfatice que la unidad puede ser encontrada


por varias razones. Por lo tanto, siempre es necesario tener en mente
que:
“Aunque existan, obviamente, muchas razones prácticas y
organizativas para la unidad y otras muchas importantes
razones para mantener la unidad de doctrina, la mayor
razón que Jesús y Pablo presentan para mantener la
unidad es el impacto de nuestro testimonio.

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La unidad de la iglesia es la mejor propaganda para el
poder y la gracia de Dios. Esta demostración de unidad
confiere credibilidad a nuestra misión y capacita nuestro
testimonio. Solamente en la medida en que la iglesia
reflexiona en la realidad de que es el cuerpo de Cristo,
unida en el amor, su misión tendrá éxito. La unidad entre
todos nosotros es simplemente fundamental para tener
éxito en el testimonio y la misión”.
Hay muchos pasajes en las Escrituras que señalan al Espíritu Santo
como un agente divino que estimula la unidad y que es necesario
para el éxito de la misión de la iglesia. En los escritos de Pablo,
encontramos un énfasis especial en este punto. Así como en su
bendición trinitaria a la iglesia de Corinto, se encuentra al Espíritu
Santo como la fuente de unión:
“La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la
comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros.
Amén”.

También la función edificadora del Espíritu es reconocida por él en


Filipenses 2:1-2 “Por tanto, si hay alguna consolación en Cristo, si
algún consuelo de amor, si alguna comunión del Espíritu, si algún
afecto entrañable, si alguna misericordia, completad mi gozo,
sintiendo lo mismo, teniendo el mismo amor, unánimes, sintiendo
una misma cosa”. Además de eso, la unidad de la iglesia se
construye “en el Espíritu” (Efe. 2:22) y el vínculo de paz se mantiene
“en la unidad del Espíritu” (Efe. 4:3).
Muchos otros pasajes de la Biblia podrían ser citados para sustentar
la visión de que el Espíritu Santo es quien proporciona la unidad en
la iglesia, pero la conclusión que debe hacerse en este punto es que
en la medida en que la influencia unificadora del Espíritu Santo esté
ausente de la iglesia, el verdadero ministerio cristiano sufre.

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MINISTERIO Y MISIÓN DEL ESPÍRITU SANTO EN EL MUNDO

Mucho de lo que fue dicho está relacionado con la obra interna del
Espíritu Santo en y por la iglesia. Sin embargo, el principal objetivo de
la obra del Espíritu Santo es llevar al “mundo” el reconocimiento de la
soberanía de Jesucristo. En Juan 16:8-11, tenemos una indicación en
las Escrituras de que el Espíritu ejecutaría una obra “en el mundo”. Hay
mucha controversia acerca de la interpretación de este pasaje, debido,
primeramente, a la forma como se traduce el verbo elenchein en el
versículo 8. Algunos comentaristas traducen el verbo como “revelar”,
“convencer” o “condenar”, aunque, en inglés, cada una de estas
traducciones esté repleta de ambigüedades.
D. A. Carson prefiere traducir elenchein como “acusar”, argumentando
que este uso puede ser comprendido en un sentido puramente
jurídico de sacar a relucir un veredicto negativo, independientemente
de si la parte acusada admita o no su culpa. Por otro lado, la palabra
es usada en contextos religiosos para decir algo como “llevar al
conocimiento de alguien una culpa personal”. Carson, entonces, ve la
obra del Espíritu en el mundo como una luz misionera positiva,
concordando con el punto de vista de F. Buchsel de que la palabra
elenchein significa “mostrar a alguien su pecado y llevarlo al
arrepentimiento”. John Aloisi subraya que un problema teológico
surge en este pasaje cuando la obra del Espíritu es vista en términos
no tan positivos. “La acusación es necesaria para la salvación”, afirma,
“pero por sí misma no lleva al incrédulo a la salvación”. Él declara más
tarde que:
“La acusación es una obra especial del Espíritu Santo que
siempre es ejecutada en conexión con una revelación
especial. La acusación tiene que ver con convencer a los
pecadores de cosas que ellos no sabrían sin la revelación […].
El Espíritu puede trabajar de manera directa para convencer
a las personas por medio de la ley de Dios (San. 2:9), pero él
frecuentemente emplea creyentes para comunicar la verdad
que él utiliza para convencer a los incrédulos”.

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La argumentación realizada por Aloisi en el párrafo anterior liga la
obra del Espíritu Santo en el mundo (Juan 16:8-11) con el papel
capacitador del Espíritu en nombre de los discípulos/iglesia
mencionados arriba (ver Juan 15:26-27). William Hendriksen está en
lo correcto: “La obra del Espíritu en el mundo se describe en los
versículos 8-10. Por medio de la predicación y la obra de los
discípulos […] es que el Espíritu, habiendo establecido su residencia
en el corazón de los creyentes […], convencerá al mundo”. El
ministerio del Espíritu Santo en el mundo no está separado del
testimonio de la iglesia. Al contrario, se nos informa que,
teológicamente, el papel final del Espíritu Santo en la misión de la
iglesia es llevar a todo el mundo el conocimiento de la redención en
Cristo por medio del testimonio de los creyentes.

De esta forma, también, tenemos el sentido de la confiabilidad


absoluta de la iglesia del Espíritu Santo para su éxito en la misión,
pues él extiende la misión al mundo más allá de lo que los discípulos
por sí solos podrían haber previsto. De esta manera, también
poseemos el sentido de absoluta dependencia de la iglesia en
relación al Espíritu Santo para su éxito de la misión, pues él extiende
la misión a todo el mundo, yendo más allá de lo que los discípulos
por sí solos podrían prever.

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CONSIDERACIONES FINALES

La iglesia cristiana actual enfrenta una ironía, pues, aunque exista


mucha discusión sobre misión, esta parece ser concebida de manera
diferente a lo que fue tradicionalmente definido. Muchos de estos
nuevos focos de riesgo dificultan la posición del Espíritu Santo en la
misión, pues su forma cristológica y eclesiológica está en juego. La
misión bíblica cristiana verdadera es pneumatológica, pues es,
igualmente, cristológica y eclesiológica entre el Espíritu Santo y
Cristo, así como su obra y la iglesia. Mientras tanto, cuando la misión
cristiana es comprendida dentro de su estructura teológica
específica, la indispensabilidad del Espíritu Santo en la misión, de las
perspectivas descritas en esta presentación, se vuelve
abundantemente aparente.

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REFERENCIAS

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