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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco

Diego Laínez, S.J.

Capítulo I
1. Prefacio. Naturaleza de la carta. 2. Patria y carácter de Ignacio. Herida
durante la defensa de la fortaleza de Pamplona. 3. Convalecencia. Es agitado de
varios espíritus. Lee las vidas de los Santos. 4. Inicia el propósito de una vida
más austera. Abandona su patria. 5. Dirigiéndose hacia Montserrat hace voto de
castidad. 6. Da su caballo y vestidos. 7. En Montserrat se consagra a la milicia
espiritual; se viste de las nuevas armas. Lleva una vida austera en Manresa. 8.
Durante los primeros cuatro meses, aunque desconocedor de las cosas divinas,
es ayudado por Dios. Vence la tentación de inconstancia. 9. Y otra más grave 1.
1. En quanto la memoria nos sirviere, fiel y sencillamente diremos en pocas
palabras lo que ocurriere en lo que toca a las cosas de nuestro P. Maestro Ignacio,
refiriendo lo que por edificación nuestra o de otros presentes, a tiempo y lugar le
habremos oído decir y de sus palabras colegido2. En lo demás que toca a los

1 El resumen que precede a cada capítulo viene en latín en la edición de Dalmases. Es el texto de

la edición latina, que publica en las páginas pares, al lado del texto español, que va en las impares.
2 Contrasta la breve introducción de Laínez con el más extenso proemio de Polanco. Es probable
que Polanco haya puesto aquí las razones aducidas en la carta, hoy perdida, que escribió a Laínez
rogándole le enviase cuanto recordase de la vida de Ignacio: Que no se olvide lo que Dios ha hecho
por medio de la Compañía; para manifestar la virtud de los fundadores a quienes los conocimos;
para recordar que la Compañía no es efecto de la invención o industria humana, sino de la divina
providencia; para que los demás puedan seguir el ejemplo de los santos trabajos y virtudes que de
los mayores oirán animándose a la imitación de ello; para que vean cómo los primeros padres
procedían que aunque callen con las lenguas, dicen con las obras lo que puede hacerse. Cf. la
insistencia y razones de Nadal y Gonçalves de Cámara para que Ignacio les contase su vida como
habían hecho otros fundadores. NADAL: «Hace ya casi cuatro años desde que os vengo pidiendo,
Padre, no sólo en mi nombre, sino en el de los demás, que nos expongáis el modo como el Señor os
fue llevando desde el principio de vuestra conversión; porque confiamos que saber esto será
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principios de la Compañía, hablando como testigos, parte de oídas, parte de vista;


y en lo uno y en lo otro refiriéndome a la verdad y al buen juicio que esperamos en
nuestro Señor le dará, para tomar o dexar, según a gloria de su Majestad y
edificación del próximo le parecerá más conveniente3.
2. Dexado que el P. Maestro Ignacio, quanto al siglo, es noble y de una de las
casas principales de su provincia 4 y dexado que, quanto a la natura, era, aun en el

sumamente útil para nosotros y para la Compañía». FN I, 359. El mismo Nadal repetía en sus
pláticas que la Compañía tiene al P. Ignacio no sólo como Fundador de la Compañía sino como al
modelo que había que imitar. Cf. FN II, 1-10. GONÇALVES DE CÁMARA: «Mas, venido el P.
Nadal, holgándose mucho de lo que estaba comenzado, me mandó que importunase al Padre,
diciéndole muchas veces que en ninguna cosa podría el Padre hacer más bien a la Compañía que en
hacer esto, y que esto era fundar verdaderamente la Compañía». FN I, 360.
3 Buscará en todo la verdad, a lo que nos tiene acostumbrados a lo largo de su vida como hemos
visto en la introducción. Por lo demás, los narradores de la vida de Ignacio han buscado la verdad
con particular esmero. Ribadeneira en el prólogo de la Vida afirma: «Y porque la primera regla de
la buena historia es que se guarde verdad en ella, ante todas cosas protesto que no diré aquí cosas
inciertas o dudosas, sino muy sabidas y averiguadas. Contaré lo que yo mismo oí, vi, y toqué con
las manos en nuestro B. P. Ignacio, a cuyos pechos me crié desde mi niñez y tierna edad (...) dentro
y fuera de casa, en la ciudad y fuera de ella, no me apartaba de su lado acompañándole, escri-
biéndole en todo lo que se ofrecía, notando sus meneos, dichos y hechos, con aprovechamiento de
mi ánima y particular admiración (...) Por esta tan Intima conversación y familiaridad que yo tuve
con nuestro padre, pude ver y notar, no solamente las cosas exteriores y patentes que estaban
expuestas a los ojos de muchos, pero también algunas de las secretas, que a pocos se descubrían».
FN IV, 69.
Ya dijimos la autoridad que le merece la carta de Laínez a Polanco que ha tenido delante. Poseía
también un manuscrito auténtico de la Autografía que va a tener en cuenta: «En el cual, después de
haber hecho mucha oración sobre ello, acabada su oración y consideración, contando al P. Luis
Gongalves de Cámara, con mucho peso y con un semblante del cielo, lo que se le ofrecía; y el dicho
padre, en acabándolo de oír, lo escribía casi con las mismas palabras que lo había oído». Ibid.
4 La familia Loyola era una de las más distinguidas de Guipúzcoa. Fueron los padres de íñigo
Beltrán Yáñez y Olaz de Loyola y Dña. Marina Sáenz (Sánchez) de Li- cona. El abuelo paterno de
Ignacio, Juan Pérez de Loyola, deja a su hijo Beltrán con ocasión del casamiento de éste con Dña.
Marina el «solar de Loyola con todas sus pertenencias; los bienes que poseen en la Provincia de
Guipúzcoa; el Patronato de la Iglesia de San Sebastián de Sorasu (Azpeitia) con sus rentas, diezmos
feudales y demás derechos y acciones que puedan tener (...) Ayan los dichos esposo y esposa desde
hoy día para siempre jamás (...) las casas de Oñaz y Leete con todos sus derechos y pertenencias».
El Dr. García de Licona, abuelo materno del santo, «concede a los esposos, como dote, mil
seiscientos florines de oro». Font. Doc. 79-90.
Los reyes católicos, D. Fernando y Dña. Isabel, premiaron generosamente a D. Beltrán los
servicios por él prestados durante la guerra de sucesión a la muerte de Enrique IV, cuando invade
el reino de Castilla el rey de Portugal en 1475 y se apodera de Arévalo y Toro: «Por ende nos los
sobredichos rey Dn. Fernando e reyna Isabel, por fazer bien a vos el dicho Beltrán Yañes de Loyola,
nuestro vasallo, acatando los buenos y leales servicios que vos nos fezistes en el cerco que tovimos
en la cibdad de Toro, al tiempo que el de Portugal la tenía ocupada, e así mesmo en el cerco del
castillo de Burgos e en la defensa de Fuenterravía al tiempo que los franceses la tovieron cercada,
donde estovistes mucho tiempo con vuestra persona y vuestros parientes cerrados a vuestra costa e
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mundo, ingenioso y prudente y animoso y ardiente5 y inclinado a armas6 y a otras


travesuras7. La ocasión de su conversión y principio de servir a nuestro Señor fue

minsión, poniendo muchas vezes vuestra persona a peligro e aventura, e por otros servicios que nos
habéis hecho e esperamos nos faredes (...) vos confirmamos e aprobamos los dichos previllejos (...)
por juro de heredad para siempre jamás (...), no embargante la ley que nos fezimos en la cibdad de
Toledo, año que pasó de mil e quatrocientos e ochenta años (...) E mandamos los parrochanos e
feligreses de la dicha villa de Aspetia e su tierra (...) que os acudan e fagan acudir (...) con todos los
diesmos e frutos e rentas (...) e demás mandamos a todas las justicias y oficiales (...) que vos
defiendan e amparen a vos e a los dichos vuestros descendientes. (...) Dada en la cibdad de Córdoba
a dies días del mes de junio, año del nacimiento de nuestro Salvador Jhesu Christo de mil e
quatrocientos e ochenta e cuatro años». Ibid. 125-128. En Font. Doc. 1-3, puede verse una relación de
los privilegios concedidos, desde antiguo, por los reyes de Castilla a la casa de Loyola por los
muchos servicios prestados a la Corona.
De la madre de Ignacio sabemos que era hija del Dr. Martín García de Lícona, muy relacionado
con la corte de Castilla. Llegó a ser auditor de la Chancillería de Va- lladolid y consejero de los
Reyes Católicos. Deseoso de subir en la escala social, compró el señorío y mayorazgo de la casa de
Balda en Azcoitia. De aquí que a la madre de Ignacio se la conozca como Marina Sáez de Balda, hija
de los señores de la casa de Balda, que está en el término de Azcoitia. Cf. LETURIA, «Damas vascas
en la formación y transformación de Iñigo de Loyola»; en Estudios ignacianos, Roma 1957,1, 72. El
matrimonio tuvo 13 hijos, ocho niños y cinco niñas. El más pequeño de todos fue Ignacio. Cf.
RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 81.
5 «Con todo ello dejaba conocer en sí muchas virtudes naturales. Porque, primeramente, era de
su persona recio y valiente y más aún animoso para acometer grandes cosas». POLANCO, FN I,
154.
6 Le viene de familia. Pertenecían los Loyola a los Parientes mayores de Guipúzcoa. Eran así
llamados los propietarios de extensas propiedades y territorios en la provincia. Existían dos bandos
entre estos grandes señores guipuzcoanos: los de Oñaz u oñacinos y los de Gamboa o gamboínos.
Eran dos bandos en enemistad permanente y en continuas y sangrientas luchas bien conocidas aun
fuera de Guipúzcoa. Francisco de Vitoria desde su cátedra de Salamanca llega a decir que está en
pecado mortal un gamboíno que no quiera dejar su facción (Cf. GARCIA VILLOSLADA, San
Ignacio de Loyola. (1986) BAC, Madrid, 39). Las villas se unieron para hacer frente a las banderías y
llegaron a destruir la torre de los Loyola. El 31 de julio de 1456 el abuelo de Ignacio, Juan Pérez de
Loyola, con otros parientes mayores lanza un solemne desafío en estos términos: «A cada uno e
qualquier de vos. Bien sabedes las causas del desafío (...); haber hecho hermandad e ligas e
monipodios contra ellos, e haverle hecho derribar sus casas fuertes, e muértoles sus deudos e
parientes, e tomádoles sus bienes e puéstoles mal con el rey (...) por las cuales dichas razones e
causas (...) nos pertenece derecha voz (...) de vos desafiar e fager guerra e cruel des- truyción de
vuestras personas e bienes (...) Por ende (...) vos desafiamos a vos e a cada uno de vos, los
susodichos, por nos e cada uno de nos, especialmente yo, el dicho Martín Ruiz de Gamboa, por mí e
por Juan Pérez de Loyola (siguen otros nombres). E vos requerimos que vos proveades de vuestras
armas e de todas las otras cosas que vos conbernán e menester hubiéredes para vuestra defensa
dentro del término de la ley». El desafío fue firmado ante escribano público y testigos. El rey Enri-
que IV intervino con decisión, pero con delicadeza, para cortar tal desafuero. Debía atajar la
prepotencia de los parientes mayores, pero con cuidado de no herirles más de la cuenta. Después
de visitar las villas más importantes de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava, con el fin de hacerse cargo
directamente de la situación, les comunicó con delicadeza no exenta de firmeza: «Como quiera que
usando del rigor del derecho (...)podría mandar proceder contra vosotros a pena de muerte e
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que, hallándose en Pamplona, siendo ella cercada de franceses, y dexando el


castillo de darse en gran parte por parecer suyo8, un tiro de artillería lo hirió y
quebró una pierna rompiendo el hueso en muchas partes, y la otra también no
quedó sin daño, a lo menos en la carne9.

perdimiento de bienes (...) pero como a los reyes sea propio la clemencia (...), he querido usar de ella
con mis súbditos (...) e mirar algunos servicios que vuestros antepasados hizieron a los reyes de
gloriosa memoria, mis progenitores (...) usando de clemencia y piedad, quiero e mandó que seades
condenados (...) a pena e destierro en esta guisa y manera: Que don íñigo de Guevara sea
desterrado por dos años a la villa Ximena (de la Frontera) (...) Otrosí que Juan Pérez de Loyola sea
desterrado por quatro años para la villa de Ximena etc. (...) Yo el rey». Font. Doc. 60-63. El rey usó
de más clemencia recortando el tiempo de destierro a los condenados. El abuelo de Ignacio pudo
volver a Loyola antes de los cuatro años de destierro. Se le permite levantar dos pisos a la casa
destruida por los bandos enemigos en 1456. Pero la construcción había de ser de ladrillo. Así está
hoy la llamada Santa Casa donde nació Ignacio.
7 Laínez es el más escueto. Con travesuras resume lo que otras fuentes detallan más. POLANCO,
Sum. hisp., FN I, 154: «Hasta este tiempo aunque era aficionado a la fe, no vivía nada conforme a
ella, ni se guardaba de pecados, antes era especialmente travieso en juegos y cosas de mujeres y en
revueltas y cosas de armas; pero esto era por vicio de costumbre». GONQALVES DE CÁMARA,
Autobiografía, FN I, 358: «Me empezó a decir toda su vida y las travesuras de mancebo clara y dis-
tintamente con todas sus circunstancias».
8Polanco se extiende con gusto en el Sum. hisp. en señalar las virtudes naturales y su capacidad
de arriesgar, al describir con detalle la actuación de Ignacio en la defensa de la fortaleza de
Pamplona.
9 Andaba todavía Ignacio por Guipúzcoa en su misión pacificadora de las villas. Unas habían
aceptado al emperador Carlos V y otras (Tolosa, Hernani, Mondra- gón, Azpeitia, Azcoitia) se
mostraban rebeldes e implacables como habían sido las comunidades de Castilla. Ignacio preparó el
terreno para la patificación. De él dice Polanco que era hábil «en acordar diferencias y discordias»:
Había enviado el Duque de Nájera, Dn. Antonio Manrique de Lara, buena parte de las tropas a
Castilla para aplastar la insurrección de los Comuneros. En la expedición iban dos hijos del Duque,
Juan y Rodrigo, que se distinguieron en la toma de Tordesillas en diciembre de 1520 y en la decisiva
batalla de Villalar, abril de 1521. Aprovechándose de la escasa defensa de Pamplona y de la división
en Castilla, el rey francés Francisco I decidió entrar en Navarra para asestar al Emperador un golpe
en su propio terreno. Vanas fueron las peticiones de ayuda del Duque a los regentes en ausencia del
Emperador, Adriano de Utrecht, el Condestable y el Almirante de Castilla, insistiendo en que si la
plaza estaba indefensa se debía a la sangría con que había contribuido a sofocar el levantamiento
comunero, contra el Emperador, en Castilla. Apurado el Duque manda a Ignacio que se presente en
Pamplona con las tropas que pueda reclutar en Guipúzcoa. Se presenta a las puertas de Pamplona
con su hermano Martín García de Oñaz. D. Martín propone quedarse al mando de la ciudad, lo que
no le admiten las autoridades que apoyaban a las fuerzas francesas. Enfadado D. Martín, no quiso
poner pie en la ciudad y se marchó con la mayor parte de los soldados reclutados. No así Ignacio,
quien «teniendo por ignominioso el marcharse también él, e impulsado en cuestión tan difícil por la
grandeza de su ánimo y por la ambición de gloria, dejando a su hermano picó espuelas a su caballo
y se metió a galope en la ciudad con unos pocos soldados». Éste es el primer gesto caballeresco de
Ignacio en Pamplona. Lo relata NADAL FN II, II, 63. Otros datos añade POLANCO en el Sum.
hisp., FN I, 155. Dentro ya de la fortaleza y tomada la ciudad por los franceses apoyados por los
navarros opuestos al Emperador, dialogan los asediados entre ellos por si sería más acertada la
rendición: «Tratándose entre los de la misma fortaleza de darla a los contrarios, por no poder de-
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3. Y así enfermo, y dada la tierra a los franceses, usando con él cortesía10, lo


llevaron a su tierra y casa11, donde sufrió diversos trabajos de la enfermedad 12 y

fenderla y hubiendo dicho los que antes dél dijeron su parecer, que sería bien entregar el castillo (...)
(ñigo dio por parecer que en ninguna manera, sino que le defendiesen o muriesen». Falta un último
gesto ignaciano de gran caballero. La fortaleza estaba al mando de D. Miguel Herrera, venido con
urgencia desde Logroño. Los franceses, apuntando ya al castillo con la mejor artillería que poseían,
intimaron a los defensores la capitulación, invitándoles previamente a parlamentar. Salió Herrera
con otros tres, entre ellos Ignacio. GONQALVES DE CÁMARA en la Autobiografía, FN I, 364: «Y
siendo todos de parecer que se diesen, salvas las vidas, por ver claramente que no se podían
defender, él dio tantas razones al alcaide (Herrera) que todavía le persuadió a defenderse».
POLANCO en De vita P. Ignatii, FN II, 516: «Y como el prefecto de la fortaleza saliera a
parlamentar, llamado por los enemigos para tratar de algún pacto digno, entre los que salieron con
él iba Ignacio, a quien pareciéndole que las condiciones ofrecidas por los franceses eran poco dignas
para caballeros, de tal manera disuadió a los compañeros que persuadió al prefecto y a los demás a
tomar las armas y resistir a los enemigos». Lo asegura también NADAL, FN II, 64. «Sólo Ignacio
mantuvo su parecer y persuadió eficazmente tanto al prefecto como a los soldados que la esperanza
había que ponerla en valor y que había que luchar valerosamente por el rey, el honor y la gloria».
Recojamos un dato más de la caballerosidad de Ignacio, anterior al asedio de Pamplona, cuando los
comuneros, estando el duque con su gente en Pamplona, tomaron la ciudad de Nájera. POLANCO,
Sum. hisp., FN I, 155-156: «De grande y noble ánimo y liberal también dio muestra, especialmente
cuando siguiendo al duque cuyo gentilhombre era, tomaron a Nájera y la saquearon; que aunque él
pudiera mucho tomar de la presa, le pareció caso de menor valer, y nunca cosa alguna quiso de
toda ella».
Polanco y Ribadeneira coinciden con Laínez en el carácter de la herida sufrida por Ignacio.
POLANCO, Sum. hisp. FN I, 157: «Y jugó tanta artillería que fácilmente rompió los muros, que no
eran entonces muy fuertes; y perseverando él todavía en hacer su deber, en tanto que podía, vino
un tiro que cogió de lleno en una pierna y se la quebró en muchas partes, y en la otra le hizo
también daño en la carne, pero no le quebró el hueso. Entonces sin más resistencia, los franceses
tomaron el castillo como tenían la ciudad». RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 81, 83. «Sucedió que una
bala de una pieza dio en aquella parte del muro donde Ignacio valerosamente peleaba, la cual le
hirió la pierna derecha (ni Laínez ni Polanco señalan qué pierna fue la especialmente dañada), de
manera que se la dejarretó y casi desmenuzó los huesos de la canilla. Y una piedra del mismo muro
que con la fuerza de la pelota resurtió, también le hirió malamente la pierna izquierda. Derribado
por esta manera Ignacio, los demás que con su valor se esforzaban, luego desmayaron».
GONQALVES DE CÁMARA, Autobiografía, FN I, 364 y 366: «Y después de durar un buen rato la
batería, le acertó a él una bombarda en una pierna, quebrándosela toda; y porque la pelota pasó
entrambas las piernas, también la otra fue mal herida. Y así cayendo él, los de la fortaleza se
rindieron luego a los franceses».
10 Que lo trataron con cortesía los franceses lo afirma POLANCO, Sum. hisp., FN I, 156: «siendo
en Pamplona curado por los médicos del campo francés y visitado de los contrarios, les daba con
amor lo que podía, hasta dar a uno su rodela, a otro su puñal, a otro sus corazas». GONQALVES
DE CÁMARA, Autobiografía, FN I, 366. «Trataron muy bien al herido (los franceses) tratándolo
cortés y amigablemente»
11 Siguiendo a Laínez, ésta ha sido la opinión general: que fueron los mismos franceses quienes
le condujeron a su casa de Loyola. La contribución de J.M. RE- CONDO, «El proceso de Esteban de
Zuasti», Príncipe de Viana 22 (1961) 5-10, aporta luz sobre este particular. A Esteban Zuasti se le
formó un proceso en el que se le acusaba de haber conspirado contra el Emperador con sus primos
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cura de la pierna13 por algunos meses; y entre estos se veía diversas veces combati-
do y movido de diversos espíritus.

Valentín y Juan de Jasu, que apoyaron a los franceses en la toma de Pamplona. La defensa de Zuasti
ante tal acusación fue rotunda. Es falsa la acusación porque durante este tiempo estuvo en Castilla
luchando contra los Comuneros. Fue herido en Becerril (Palencia) y vino a Pamplona el 11 de mayo
a reponerse de sus heridas. En su defensa se extiende en otros servicios que ha prestado a los
defensores de la fortaleza. «E así bien a un hermano del señor de Loyola, el cual fue herido en esta
fortaleza, le tomé en unas andas a él, y a otros ocho compañeros que se me encomendaron, les
acompañé y los llevé a Larraun hasta les poner a salvo». NADAL, MN II, 28 asegura que en otro
pueblo, del que no da el nombre, se detuvieron ocho días: «En ese pueblo se detuvo a descansar el
P. Ignacio durante ocho días, cuando, herido, era transportado a su casa». Cerca de Vergara, en
Anzuola, se detuvo también algún tiempo, según el testimonio de Juan de Ozaeta en el proceso de
Madrid (14 de octubre de 1595). En Anzuola vivía Magdalena de Loyola, hermana de Ignacio que le
atendió en su casa y le acompañaría con otros familiares hasta Loyola, ya cerca. Véase también a
este respecto LUIS FERNÁNDEZ, «Iñigo de Loyola y el proceso contra Miguel de Herrera, Alcaide
de la fortaleza de Pamplona», en Los años juveniles de Iñigo de Loyola. Su formación en Castilla,
Valladolíd 1981, pp. 283-346.
12 Estuvo al borde de la muerte. GONQALVES DE CÁMARA, Autobiografía, FN I, 266, 267: «V
iba todavía empeorando, sin poder comer y con los demás accidentes que suelen ser señal de
muerte. Y llegando el día de S. Juan (24 de junio), por los médicos tener muy poca confianza de su
salud, fue aconsejado que se confesase; y así, recibiendo los sacramentos, la víspera de S. Pedro y S.
Pablo, dijeron los médicos que, si hasta la media noche no sentía mejoría, se podía contar por
muerto. Solía ser el dicho enfermo devoto de S. Pedro, y así quiso nuestro Señor que aquella misma
media noche se comenzase a hallar mejor; y fue tanto creciendo la mejoría, que de ahí a algunos
días se juzgó que estaba fuera de peligro de muerte».
13 Lo de la pierna fue más doloroso y largo. Así lo cuenta GONQALVES DE CÁMARA,
Autobiografía, FN I, 368: «Y viniendo ya los huesos a soldarse unos con otros, le quedó abajo de la
rodilla un hueso encabalgado sobre otro, por lo cual la pierna quedaba más corta; y quedaba allí el
hueso tan levantado que era cosa fea; lo cual él no pudiendo sufrir (...) se informó de los cirujanos si
se podía aquello cortar; y ellos dijeron que bien se podía cortar; mas que los dolores serían mayores
que todos los que había pasado, por estar aquello ya sano, (...) y todavía él se determinó
martirizarse por su propio gusto, aunque su hermano más viejo se espantaba y decía que tal dolor
él no se atrevía a sufrir; lo cual el herido sufrió con la sólita paciencia. Y cortada la carne y el hueso
que allí sobraba se atendió a usar de remedios para que la pierna no quedase tan corta, dándole
muchas unturas, y extendiéndola con instrumentos continuamente, que muchos días le
martirizaban».
Ignacio aguanta la carnicería que le hacen en la pierna pacientemente, sin una queja. Esto lo
puede sufrir. Lo que no puede sufrir es caminar «con el hueso levantado». Nos recuerda este
espíritu resistente de Ignacio lo que se le pedía a «Los caballeros de la Banda». La Milicia de la
Banda la creó Alfonso XI para honrar a algunos caballeros que se habían distinguido en su servicio
al monarca. En 1330 hallándose el rey en Vitoria mandó llamar a los señores de Olaz y Loyola y les
impuso la Banda, especie de correa colorada que se echaba, a manera de estola, sobre el hombro
izquierdo. Es fácil que en la casa de Loyola, antes de partir para Arévalo, pudiera Ignacio ver las
reglas por las que habían de gobernarse sus antepasados, caballeros de la Milicia de la Banda. En
las reglas podía leerse que todos los de aquella orden hablasen poco y lo que hablasen fuese muy
verdadero; y que ningún caballero de la Banda se quejase de alguna herida que tuviese, ni se
alabase de alguna hazaña que hiciese; so pena que, el que dijese ¡ay! al tiempo de la cura y el que
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Algunas veces era movido y tirado a cosas grandes y grandemente vanas en el


mundo; otras se sentía animar de nuestro Señor a dedicarse totalmente a su
servicio. Y no siendo práctico en estos movimientos, al fin cayó en que estos movi-
mientos del Señor, allende de ser buenos le dexaban la mente consolada y harta; y
los otros al fin vacía y desconsolada; y así, con la gracia del Señor más por una
sencilla intención y buena voluntad que lumbre de entendimiento de las cosas
divinas, poco a poco en su convalecencia se iba resolviendo.
Y juntamente con esto, iba leyendo las Vidas de los sanctos14 en lengua vulgar, y
sacando dellas lo que le parecía para su propósito, teniendo más ojo a los
exteriores exercicios y penitencias, que a otras cosas interiores, las quales aún no
entendía15.

relatase muchas veces su proeza, fuese del Maestre gravemente reprehendido». Cf. GARCÍA
VILLOSLADA, San Ignacio de Loyola (1986), 31-32.
14 Para soportar mejor la larga convalecencia, pidió que le dieran algunos libros de caballerías,
«mas en aquella casa no se halló ninguno de los que él solía leer, y así le dieron un Vita Christí y un
libro de la vida de los santos». Autobiogratía, FN I, 370. Los libros de caballerías los había devorado
en Arévalo. El más farftoso entonces era Los cuatro libros del esforzado y muy virtuoso caballero
Amadís de Gaula, hijo del rey Perión y de la reina Elisena. Ni éste ni ningún otro parecido existían
en Loyola. Su cuñada Magdalena puso en sus manos la Vida de Cristo de Ludolfo de Sajonia, el
Cartujano, que traducida del latín al romance por el franciscano fray Alonso de Montesinos se
extendió mucho por España. El libro sobre las «Vidas de los sanctos» era el Flos sanctorum o Le-
yenda dorada, florilegio de vidas de santos, obra del dominico italiano fray Jacobo de Vorágine.
Existían varias traducciones al español. A alguna de ellas le puso prólogos entusiastas el
cisterciense aragonés fray Gauberto María Vagad, antiguo alférez del ejército, con lo que Ignacio iba
descubriendo que había otros caballeros a lo divino, hasta ahora desconocidos para él. Lo que más
le impresionaba de estas vidas era la austeridad de vida y penitencias que los santos habían hecho.
De Santo Domingo pudo leer: «E cada noche del mundo se daba disciplina tres veces con una
cadena de fierro: la primera por sí, la segunda por los pecadores del mundo, la tercera por los del
purgatorio». Cf. Pedro LETURIA, «El influjo de San Onofre en San Ignacio a base de un texto de
Nadal», Estudios Ignacianos, Roma 1957,1,101.
15 Eran las penitencias lo que más impresión le hacía en las vidas de los santos, aunque fueran tan
extravagantes y sorprendentes como las de San Onofre. Pensaba que podía superar a todos en la
vida penitente que concebía emprender. Disciplinas, comer hierbas. Ahora sólo entendía los
ejercicios «exteriores» de penitencias.
GONQALVES DE CÁMARA, como es sabido, describe con más detalle por dónde iban los
movimientos y pensamientos de Ignacio en sus largas horas de convalecencia: Autobiografía, FN
370, 372: «Y de muchas cosas vanas que se le ofrecían una tenía tanto poseído su corazón, que se
estaba luego embebido en pensar en ella dos y tres y cuatro horas sin sentirlo, imaginando lo que
había de hacer en servicio de una señora, los medios que tomaría para poder ir a la tierra donde ella
estaba, los motes («Mote» vale tanto como sentencia dicha con gracia y pocas palabras».
COVARRUBIAS, Sebastián de, Tesoro de la Lengua Castellana, Ed. Martín de RIQUER, Alta Fulla,
Barcelona 1987, p. 816), las palabras que le diría, los hechos de armas que haría en su servicio». En
sus Ejercicios dirá Ignacio que «el amor se debe poner más en las obras que en las palabras» [130],
El «mote», según Covarrubias, contiene gracia y «pocas palabras». En tan breve párrafo Ignacio
habla del hacer; por dos veces dice cómo habría de servir. Se sirve a la persona que se ama. El
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4. Y así entonces con buena intención le parecía que la santidad se había de


medir por la austeridad, de manera que aquel que más austera penitencia hiciese,
sería delante de Dios nuestro Señor más sancto; y esto le hacía propósito de hacer
vida muy austera; y así, sin otro maestro exterior, ni comunicar su deliberación a
otros, se determinó, con pretexto de ir a la corte del Duque de Nájera, de salirse de

servicio son las obras del amor. «En todo amar y servir a su divina Majestad» [233]. Sobre quién
podía ser la dama que a Ignacio le había sorbido el seso, se ha especulado mucho. Pensaron algunos
en Germana de Foix, segunda esposa de Fernando el Católico, y en Dña. Leonor, hermana mayor de
Carlos V. La tesis más verosímil, y generalmente hoy aceptada, es la de LETURIA, Pedro, «Notas
críticas sobre la dama de íñigo de Loyola». Estudios Ignacianos, Roma 1957 I, 86-96. Descartada
Germana de Foix, amiga de banquetear, pinguis et bene pota, gordinflona y bebedora (así la
describe Pedro Mártir de Anglería), no hay que olvidar que fue la causante de la ruina de la familia
de Vázquez de Cuéllar, a la que Ignacio se mostró siempre agradecido. Dirá más tarde: «En la suma
bondad considerando (salvo meliori iudicio) la ingratitud ser cosa de las más dignas de ser
abominada delante nuestro Criador y Señor (...) entre todos los males y pecados imaginables» (Cf.
Ignat. Epist. I, 192). Sobre la estancia de Ignacio en Arévalo en la familia de Juan Vázquez de Cué-
llar, cf. las importantes y novedosas investigaciones de FERNÁNDEZ, Luis, «El hogar donde íñigo
de Loyola se hizo hombre», 1506-1517. En Los años juveniles de Iñigo de Loyola. Su formación en
Castilla, Valladolid 1981,17-123.
Tampoco es probable que fuera la hermana de Carlos V, Dña. Leonor de Austria, la que
absorbiese durante largas horas los pensamientos de Ignacio. Vivía feliz con su esposo Manuel I el
Afortunado, rey de Portugal. Cuando murió D. Manuel en 1521, el de Loyola había renunciado ya a
todas las ilusiones y vanidades mundanas.
Lo que defendió LETURlA y con él, ahora, buena parte de los estudiosos, es que se trata de Dña.
Catalina de Austria, hija de Juana la Loca, y hermana menor de Carlos V. Había nacido en 1507 y
pasó la vida enclaustrada atendiendo a su madre encerrada en el castillo de Tordesillas. Era
Catalina agraciada, y su rango mucho más alto que de marquesa o duquesa. Pudo verla encerrada
en el castillo cuando Vázquez de Cuóllar acompañara al rey D. Fernando en sus visitas a Tordesillas
para ver a Dña. Juana. También en el rocambolesco rapto de la infanta planeado por su hermano
Carlos V, llevándola a Valladolid, donde Catalina vivió tres días de ensueño, agasajada por todos,
elegantemente vestida, y asistiendo a los torneos y justas que se organizaron en su honor. La alegría
le duró sólo tres días porque su madre Dña. Juana no podía vivir sin su hija y D. Carlos hubo de
devolverla a su encierro de Tordesillas junto a su madre.
Mientras que Laínez y Polanco recogen con sobriedad lo fundamental de las idas y venidas de
los pensamientos del convaleciente Ignacio, GONQALVES DE CÁMARA aporta otros datos de
interés. Las largas horas pensando en la dama le dejaban vacío y seco: «Había todavía esta
diferencia: que cuando pensaba en aquello del mundo, se deleitaba mucho; mas cuando después de
cansado lo dejaba, hallábase seco y descontento; y cuando en ir a Jerusalén descalzo, y en no comer
sino hierbas y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos, no solamente se
consolaba cuando estaba en los tales pensamientos, mas aun después de dejado, quedaba contento
y alegre (...) Mas no miraba en ello, ni se paraba a ponderar esta diferencia, hasta tanto que una vez
se le abrieron un poco los ojos y empezó a maravillarse de esta diversidad y a hacer reflexión sobre
ella, cogiendo por experiencia que de unos pensamientos quedaba triste y de otros alegre, y poco a
poco viniendo a conocer la diversidad de los espíritus que se agitaban, el uno del demonio y el otro
de Dios». Autobiografía FN I, 372, 373.
8
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

casa y totalmente renunciar su tierra y los suyos y a su mismo cuerpo y entrar en la


vía de penitencia.
5. Y para seguir este su propósito, determinó de irse en Catalumnia a nuestra
Señora de Monserrate; y porque tenía más miedo de ser vencido en lo que toca a la
castidad que en otras cosas, hizo en el camino voto de castidad, y esto a nuestra
Señora a la qual tenía especial devoción, aunque no por entonces secundum
scientiam16; pero nuestro Señor, que daba aquella pura intención, y tomaba su
santísima Madre por medio para ayudar a esta criatura, paresció que aceptó este
sacrificio, y lo tomó en protección; de tal manera que, con haber sido hasta allí
combatido y vencido del vicio de la carne, desde entonces acá nuestro Señor le ha
dado el don de la castidad, y, a lo que creo, de muchos quilates.
6. En el mismo camino dispuso de la cabalgadura en que iba, y vestidos y
dineros; y los vestidos los trocó con un pobre, al qual después el alguacil quería
hacer afrenta, pensando que los hubiese robado. De manera que fue menester que
el P. Maestro Ignacio diese testimonio que se los había dado. Y, si bien me acuerdo,
viendo que con su limosna había puesto en trabajo a este pobre, fueron las pri-
meras lágrimas que lloró, después que partió de su tierra.
7. Siguiendo pues su viaje, llegó a nuestra Señora; y porque, como está dicho,
no tenía lumbre en las cosas espirituales; y porque también nuestro Señor suele
mover a cada uno según su entender y inclinación17; habiendo leído cómo se
suelen armar y dedicar a la milicia los caballeros noveles, le vino ánimo de
imitarlos en dedicarse al servicio de Dios; y así, comprando un saco grueso y una
cuerda para ceñirse y un palo o bordón, estuvo una noche haciendo oración y
velando las armas; y con aquel saco sólo, sin bonete ni zapatos, y comiendo pan y
agua, y disciplinándose cada día creo diversas veces, escondiendo su sobrenombre
y las otras señales por donde pudiese ser conoscido o tenido en algo, y diciendo
mucha oración vocal: perseveró algunos meses con tanta austeridad de penitencia,
que no dexaba casi en cosa tomar deleite su cuerpo; y con ser al principio recio y de
buena complisión, se mudó totalmente quanto al cuerpo.

16 No tenía entonces ni experiencia ni «lumbre de las cosas de Dios» como añade Laínez en el n°
7. También en Polanco n° 7: Non secundum scientiam. Se ve en Laínez y Polanco el proceso de
crecimiento ignaciano hasta comprender lo que le iba enseñando Aquel qui docet hominem
scientiam. Sum. hisp. n° 24.
17 Su entender e inclinación estaban marcados por sus lecturas de Arévalo: «La víspera de
nuestra Señora de marzo (...) se fue lo más secretamente que pudo a un pobre y despojándose». «Y
como tenía el entendimiento lleno de aquellas cosas de Amadís de Gaula y de semejantes libros
veníanle algunas cosas al pensamiento semejantes a aquellas; y así se determinó velar sus armas
toda aquella noche, sin sentarse ni acostarse, mas a ratos en pie y a ratos de rodillas delante del altar
de nuestra Señora de Montserrate a donde tenía determinado dexar sus vestidos y vestir las armas
de Cristo». Autobiografía, FN I, 386.
9
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

8. Pero en los quatro meses primeros18 no entendía casi nada de las cosas de
Dios; pero era dél ayudado, especialmente en la virtud de la constancia y fortaleza;
porque, ansí como en lo que toca a la castidad, al principio fue favorescido de ma-
nera que después ha sentido muy poca contrariedad, ansí, en lo que tocaba a su
estado de penitencia y pobreza, decía, si bien me acuerdo, que sola una vez,
después de haber dado sus vestidos al pobre, estando en un hospital a solas, le ve-
nía un pensamiento que le decía, si tuvieras ahora tus vestidos, ¿no sería mejor que
te vistieses?; y sintiéndose un poco contristar, se parte de allí y se entra con los
otros pobres, y aquella cosa se le pasa.
9. Otra vez, viéndose él flaco y fatigado, le viene una tentación intrínseca, que
le dice: o pobre de ti, ¿cincuenta años has de pasar en esta vida? Y él, entendiendo
el mal espíritu, le responde con eficacia: dame una cédula que viviré un día, y yo
mudaré la vida; queriendo decir que era el enemigo, y no señor de un momento de
nuestra vida; la qual juntamente con la suya está en la mano del Señor; por la
gracia del qual, nunca ha tenido casi tentación de importancia del tomar atrás; lo
qual yo echo a especiales y fuertes dones, y especial asistencia del Señor: son
señales y efectos de especial elección y amor divino, que le ha prevenido in
benedictione dulcedinis.
10. Acabo de quatro meses, repentinamente, si bien me recuerdo, cabo un agua
o río19 o árboles, estando sentado, fue especialmente ayudado, informado y

18 En tiempo que estuvo en Manresa, 25 de marzo de 1522 a mediados de febrero de 1523, se


distinguen bien tres etapas, aunque Laínez no las señala con demasiada claridad: la primera fue de
paz «en un mismo estado interior, con una grande igualdad y alegría»; la segunda de escrúpulos,
angustia y tentaciones; la tercera de grandes ilustraciones, incluida la «eximia» (Nadal) ilustración
del Cardoner y abundancia de consolaciones y dones interiores.
19 La célebre visión, o «eximía ilustración» como dice Nadal, junto al río Car- doner. Laínez
precisa poco los tres tiempos de la permanencia en Manresa del peregrino. La visión pertenece a la
etapa tercera, pasadas las angustias de escrúpulos de la segunda etapa. Que Laínez la relate con
cierto detalle es prueba de que Ignacio, marcado con gracia tan extraordinaria, la contó a varios,
entre otros a Laínez, antes de dictar la Autobiografía a Gon?alves de Cámara. Lo afirma
expresamente Polanco en Sum. hisp. n° 22 y 23. Habría que añadir aquí lo que dice más tarde
Laínez en el n° 14: «Acuérdome acerca desto de haberle oído decir al P. Maestro Ignacio, hablando
de los dones que nuestro Señor le hizo en Manresa, que le parece que, si por un imposible se
perdiesen las Escrituras y los otros documentos de la fe, que le bastarían para todo lo que toca a la
salud, la noticia y la impresión de las cosas que nuestro Señor en Manresa le había comunicado». La
Autobiografía refiere lo de las Escrituras a continuación de las visiones que allí tuvo de la
humanidad de Cristo. «Esto vio en Manresa muchas veces; si dijese veinte o cuarenta, no se
atrevería a juzgar que era mentira (...) A nuestra Señora también ha visto en semejante forma sin
distinguir las partes. Estas cosas que ha visto lo confirmaron entonces, y le dieron tanta
confirmación siempre de la fe, que muchas veces ha pensado consigo: “Si no hubiese Escritura que
nos enseñase estas cosas de la fe, él se determinaría a morir por ellas, solamente por lo que ha
visto”». FN I, 404, A continuación narra Cámara lo que le contó Ignacio sobre la ilustración del
Cardoner: «Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos,
sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su
10
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

ilustrado interiormente de su divina majestad, de manera que comenzó a ver con


otros ojos todas las cosas, y a discernir y probar los espíritus buenos y malos, y a
gustar las cosas del Señor, y a comunicarlas al próximo20 en simplicidad y caridad,
según que del la recibía; y esto creo fuese en Manresa cerca de Barcelona, donde
estuvo, si bien me acuerdo, obra de un año.
11. Y hacia este tiempo, poco a poco iba haciendo discursos de su vida pasada,
y conociendo intensamente la gravedad de sus pecados, y amargamente a llorarlos,
y entrando por diversos escrúpulos21 y angustias y tentaciones y aflicciones

vida, hasta pasados sesenta y dos años, coligiendo todas quantas cosas ha sabido, aunque las
ayunte todas en uno, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola». FN I, 404. Si
nos atenemos a los sesenta y dos años que recoge Cámara, quien la estancia en Manresa de Ignacio
la cuenta en 1555 después de la interrupción de su relato, que comenzó en 1553, tendríamos que el
nacimiento de Ignacio habría sido en 1593 en vez de 1591 como se da por seguro. Un error se co-
metió también al señalar que la herida en Pamplona tuvo lugar a los 26 años, que nos llevaría a 1495
como año de su nacimiento.
20 A medida que aumentan en él los deseos de comunicar a otros sus experiencias espirituales se
deja aconsejar por las personas que le siguen, se corta el pelo y las uñas, disminuyen sus exageradas
penitencias, y permite que le arreglen el saco andrajoso de que va vestido. Esto lo hará sobre todo
en la tercera fase de su estancia en Manresa. Lo afirma en la Autobiografía: «En la misma Manresa,
donde estuvo casi un año, después que comenzó a ser consolado de Dios y vio el fruto que hacía en
las almas tratándolas, dejó aquellos extremos que de antes tenía; ya se cortaba las uñas y cabellos».
FN I, 402. De lo que no habló Cámara fue de sus largas horas en la cueva de Manresa. Los testigos
de los procesos hablarían largamente de su penitencia y oración en la Santa Cueva.
21 Le vinieron los escrúpulos después de tanto empeño en hacer una buena confesión general en
Monserrat, al pensar ahora que no la había hecho bien. «Vino a tener muchos trabajos de
escrúpulos. Porque, aunque la confesión general, que había hecho en Montserrate, había sido con
asaz diligencia, y toda por escrito, como está dicho, todavía le parescía a las veces que algunas cosas
no había confesado, y esto le daba mucha aflicción; porque aunque confesaba aquello, no quedaba
satisfecho». Le venían a la mente las cosas más disparatadas, hasta llegar a pensar que se había
equivocado en el cambio de vida desde su salida de Loyola. Es claro también que tuvo tentaciones
de suicidio: «Le venía muchas veces tentaciones con grande ímpetu para echarse de un agujero que
aquella su cámara tenía, y estaba junto del lugar donde hacía oración. Mas conociendo que era
pecado matarse, tornaba a gritar: “Señor, no haré cosa que te ofenda”». Autobiografía, FN I, 392-
398. Meses le duraron los escrúpulos, que le sirvieron de gran purificación. Fruto de su experiencia
son las normas que ha dejado en los Ejercicios: «Para sentir y entender escrúpulos y suasiones del
enemigo ayudan las notas siguientes» [345-351], Las meditaciones de la primera semana son un
trabajo de artesanía para que el ejercitante no caiga en escrúpulos o en un sentimiento insano de
culpabilidad, que le impediría seguir, con provecho, el proceso de ejercicios. Peter Hans
KOLVENBACH ha hecho una actual y valiosa contribución a las notas sobre los escrúpulos: «Las
normas de San Ignacio sobre los escrúpulos», cf. Información S. J., n° 82, julio-agosto 1997, 112-125.
Esta fase tan dura de escrúpulos y tentaciones por la que pasó Ignacio es la que los místicos suelen
llamar la noche pasiva del sentido. «Suele ir acompañada esta noche del sentido con grandes
trabajos y tentaciones sensitivas que duran mucho tiempo, aunque en unos más que en otros (...) se
les da otro abominable espíritu, que llama Isaías spiritus ver- tiginis, no porque caigan, sino porque
los ejercite llenándolos de mil escrúpulos y perplejidades tan intrincadas al juicio de ellos que
nunca pueden satisfacerse con nada, ni arrimar el juicio a consejo ni concepto; el cual es uno de los
11
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

espirituales; y en ellas nuestro Señor le daba gran fortaleza y humildad para buscar
y procurar los remedios; de manera que una vez, entre las otras, viéndose demasia-
damente tentado y afligido, y no hallando por vía humana remedio, en espirito del
Señor (según que el buen fin demostró), estuvo siete días sin comer y sin beber, al
fin de los cuales fue ayudado y consolado de nuestro Señor.
12. Cerca desde tiempo hizo confesión general de toda su vida, y vino, cuanto a
la sustancia, en estas meditaciones que decimos exercicios 22, y vivía muy
ordenadamente, perseverando en la frecuencia de los sacramentos y en oración, en

más graves estímulos y horrores de esta noche, muy vecino a lo que pasa en la noche espiritual». S.
JUAN DE LA CRUZ, Obras completas, BAC, Madrid 1964, Noche oscura, libro I, c. 14, pp. 565-566.
«Pero el tiempo que al alma tengan en este ayuno y penitencia del sentido cuánto sea no es cosa
cierta decirlo; porque no pasa en todos de una manera ni unas mesmas tentaciones, porque esto va
medido por la voluntad de Dios, conforme a lo más o menos que cada uno tiene de imperfección
que purgar, y también, conforme al grado de amor de unión a que Dios la quiere levantar, la
humillará más o menos intensamente, o más o menos tiempo. Los que tienen sujeto y más fuerza
para sufrir con más intensión los purga más presto». S. JUAN DE LA CRUZ, ibid., 566.
22 La confesión general a la que aquí se refiere Laínez es distinta de la que hizo en Montserrat. La
Autobiografía, FN I, 394, señala que para librarse de los escrúpulos hizo confesión general y por
escrito con un doctor de la catedral (la Seo) de Manresa. También lo afirma Polanco en el Sumario
n° 12: «En este tiempo se confesó generalmente, y creo diversas veces, no pudiendo quietarse en sus
escrúpulos». «Y vino cuanto a la sustancia en estas meditaciones de los ejercicios». Las palabras de
Laínez son las primeras que tenemos sobre los ejercicios de Ignacio en Manresa, pero no son
demasiado elocuentes: «cuanto a la sustancia». Polanco en el Sum. hisp. n° 24 no añade mucho más:
«Mas, tornando al propósito, entre otras cosas que le enseñó Aquel qui docet hominem scientiam en
este año (en Manresa) fueron las meditaciones que llamamos Ejercicios espirituales, y el modo
dellas; bien que después, el uso y experiencia de muchas cosas le hizo más perfeccionar su primera
invención; que, como mucho labraron en su ánima, así él deseaba con ellas, ayudar a otras
personas». Algo más añade en su Vita latina (1574): «Después de la dicha ilustración (del Cardoner)
y la práctica de los Ejercicios espirituales, proponía también el método y manera de purgar el ánima
de los pecados por la contrición y confesión y se dispuso a ayudar muy útilmente a los prójimos
con las mediaciones de los misterios de Cristo, y el modo de hacer buena elección acerca del estado
de vida y de cualquier otra cosa, de las cosas que ayudan a inflamar el amor de Dios y otros varios
modos de orar, aunque, con el paso del tiempo, fue perfeccionando todo esto». FN II, 527. Aquí
Polanco da algunas pistas para conocer lo que contenían ya los Ejercicios en Manresa: los ejercicios
de primera semana, confesión general; meditaciones de la vida de Cristo, las reglas de una buena
elección, varios modos de orar. Aunque todo esto lo fue mejorando con el paso del tiempo. Son
importantes las observaciones de Nadal, a este respecto, esparcidas en diversos escritos suyos entre
1554 y 1577. Según Nadal, escribió Ignacio los Ejercicios en Manresa: «El P. Ignacio fue el autor de
aquel método de los Ejercicios (...) Y ciertamente en aquel tiempo en que se retiró a Manresa a hacer
penitencia y oración (...) Se retiró para ejercitarse espiritualmente y hacer penitencia. Lo que vio,
por experiencia, que a él le ayudaba y pensó que a todos podía ser útil lo escribió en un librito».
MN V, 842. «Aquí le comunicó N. S. los Exercicios, guiándole de esta manera para que todo se
emplease en el servicio suyo y salud de las almas; lo cual le mostró con devoción especialmente en
dos exercicios, scilicet, del Rey y las Banderas. Aquí entendió su fin y aquello que todo se debía
aplicar, y tener por escopo en todas sus obras, que es el que tiene ahora la Compañía». FN I, 306. Cf.
también FN II, 241.
12
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

la qual estaba siete horas al día de rodillas; de suerte que en obra de un año 23 que
estuvo en Manresa, tuvo tanta lumbre del Señor, que en casi todos los misterios de
la fe fue especialmente ilustrado y consolado del Señor, y singularmente en el
misterio de la Trinidad24, en la qual tanto se deleitaba su espíritu, que con ser

23 Descartada la prolongación de su estancia en Montserrat, como cree ALBA- REDA, AHSJ 7


(1938) 104-117, por señalar la Autobiografía con claridad el momento de su salida hacia Manresa, la
pregunta que se impone es ¿cómo pudo permanecer aquí tanto tiempo? Y siempre queda la duda
de por qué se retiró a esta ciudad en vez de irse directamente a Barcelona, como tenía pensado, a
pesar de las razones generalmente aducidas de que deseaba no encontrarse con la comitiva de
Alejandro VI y poder ser reconocido o de que estaba entonces prohibida la entrada en Barcelona a
causa de la peste... La frase de Ignacio, después de su confesión con Chanones, de que fue la única
persona a quien contó toda su vida y sus proyectos, da pie para pensar, creemos, que el benedictino
francés pudo contribuir a que el peregrino cambiase sus planes. Pudo ver el confesor que estaba
ante un penitente excepcional, pero todavía de «poca lumbre» como señalan Laínez y Polanco. Le
contaría al confesor, sin duda, su reciente aventura con el moro que hablaba con ligereza de la
virginidad de María y cómo decidió tomar el camino que siguiera la muía. Había mucho de extraor-
dinario en la conversión de su penitente y pudo percatarse de sus grandes cualidades humanas,
pero también tenía llena todavía la cabeza de las fantasías y ensoñaciones de Amadís de Gaula.
Tenía ante él un diamante de muchos quilates, al que le faltaba no poco por pulir. El confesor puso
manos a la obra hablándole de la oración metódica del abad Cisneros, incluso, quizá, entregándole
el Compendio breve de Cisneros como piensa Melloni. No se le podía dejar marchar sin arriesgar
mucho. Convenía, por algún tiempo, tenerle a mano. Ningún sitio mejor que la cercana Manresa, de
donde podría subir ocasionalmente a Montserrat. Se tiene por seguro que alguna vez subió. Así
podría el experto confesor seguir la evolución de un espíritu, por el momento desconcertante en
extremo, y todavía «con poca lumbre» espiritual.
24 Comienzan las gracias extraordinarias con que le bendijo el Señor, pasadas las purificaciones
de los escrúpulos. Laínez refiere sucintamente las visiones trinitarias. Fue ilustrado en casi todos los
misterios de la fe y «singularmente en el misterio de la Trinidad»; se puso a escribir un libro sobre
este misterio, «con ser un hombre simple y no saber sino leer y escribir en romance»; recuerda la
gran consolación de las lágrimas en una procesión, al pensar en la visión trinitaria que acababa de
tener. Polanco en el n° 21 del Sumario copia casi literalmente a Laínez. A Cámara le contó algún
detalle más: que por este tiempo «le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de
escuela a un niño»; «hacía cada día oración a las tres divinas personas; la visión que ha contado
Laínez tuvo lugar «un día rezando en las gradas del monasterio de Santo Domingo las Horas de
nuestra Señora, se le empezó a elevar el entendimiento como que veía a la Santísima Trinidad en
figura de tres teclas y esto con tanta intensidad de lágrimas y tantos sollozos, que no se podía valer.
Y yendo aquella mañana en una procesión, que de allí salía, nunca pudo retener las lágrimas hasta
el comer; ni después de comer podía dejar de hablar sino de la Santísima Trinidad; y esto con
muchas comparaciones y muy diversas y con mucho gozo y consolación; de modo que toda su vida
le ha quedado esta impresión de sentir grande devoción haciendo oración a la Santísima Trinidad».
Cf. Autobiografía, FN I, 400 y 402. Ribadeneira en la Vida agrupa los datos de Laínez y la
Autobiografía: el libro de que habla Laínez «tenía, según Ribadeneira, ochenta hojas, siendo
hombre que no sabía más que leer y escribir». Añade algo que el mismo Ignacio le pudo contar:
«siempre que hacía oración a la Santísima Trinidad (la cual solía hacer a menudo y gran rato cada
vez), sentía en su alma grandísima suavidad del divino consuelo; y algunas veces era más señalada
y particular la devoción que tenía con el Padre Eterno, como con principio y fuente de toda la
divinidad y origen de las otras Personas divinas; después otras con el Hijo, y, finalmente, con el
13
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

hombre simple y no saber sino leer y escrebir en romance, se puso a escrebir della
un libro; y un día andando, si bien me acuerdo, en una procesión, tuvo tal
visitación acerca deste misterio, que aun exteriormente iba siempre corriendo lá-
grimas.
13. Y junto con este provecho suyo, hizo allí en Manresa provecho a muchas
almas25, que notablemente se ayudaron y hicieron mudanza y mortificaciones, y
vinieron a gran conoscimiento y gusto de las cosas del Señor; y finalmente algunas
han hecho buen fin, y otras viven agora que dan buen odor y edificación de sí al
próximo26.

Espíritu Santo, encomendándose y ofreciéndose a cada una de por sí y sacando juntamente de


todas, como de una primera causa, y bebiendo como de un plenísimo manantial y fuente de todas
las gracias en abundancia el divino licor de las perfectas virtudes». Cf. FN IV, 125.
25No dice Laínez que les diera ejercicios espirituales. Al llegar a Barcelona, dirá más abajo, en el
n° 15, que ayudó a varias personas «por vía de pláticas particulares y de espirituales exercicios» y
más claramente: «Daba también meditaciones o exercicios espirituales, en lo cual tenía especial
gracia y eficacia y don de discreción de espíritus, de ayudar y guiar una ánima, así tentada como
consolada».
26 Los nombres de algunas de estas señoras manresanas con las que Ignacio conversaba de Dios
aparecen en los procesos de canonización: Inés Pascual, Ángela Amigant, Miguela Canyelles, Inés
Clavera, Juana Ferrera. Le tenían por santo, seguían sus pasos, por miedo de encontrarle algún día
muerto por sus extremados ayunos y penitencias. Citemos lo que declara la testigo Margarita
Capdepós en el proceso de 1606: «Dijo (la testigo) que se acuerda muy bien de que siendo mucha-
cha, conoció y vio al P. Ignacio en la presente ciudad, y que recuerda muy bien que cuando llegó a
esta ciudad, iba vestido de saco en forma de penitente, y que estaba en el hospital de Santa Lucía
con los otros pobres, sirviéndolas y particularmente a los enfermos, con grande humildad y
diligencia en todas las cosas que habían menester, y recuerda también la misma testigo, que el P.
Ignacio confesaba y comulgaba con mucha frecuencia, y todos decían entonces que hacía vida muy
penitente y rigurosa, ayunando toda la semana, castigando su persona con muchas disciplinas; vio
también la testigo que iba dicho P. Ignacio por esta ciudad enseñando públicamente la doctrina
cristiana, y que la misma testigo, entre la mucha gente joven que le seguía, era una; y que también
iba por la ciudad pidiendo limosna con gran humildad (...) y oía decir a la gente que de lo que le
daban sustentaba a muchos pobres, y que visitaba a los enfermos por la ciudad, y la misma testigo
recuerda muy bien, que encomendaba a la gente que confesasen y comulgasen con frecuencia y que
después ha quedado este buen uso en Manresa, porque antes, por un poco que ella recuerda y por
lo que ha oído a sus padres y otros ancianos, no solía la gente de esta tierra confesar y comulgar
sino una vez tan solo al año y asimismo recuerda también que ya entonces la gente le tenía por
santo y le llamaba el hombre santo (...) y la misma testigo se recuerda que era un hombre muy
paciente, muy humano, y que tenía conversación apacible y de un santo». José CALVERAS, San
Ignacio en Montserrat y Manresa, a través de los procesos de canonización. Barcelona 1956, 124-125.
Hemos dicho que cuando el grupo de personas devotas notaban su ausencia de varios días le
buscaban. Así lo cuenta en los procesos Juana Capdepós, apoyada en lo que ha oído a su abuela
Juana Dalmau: «Decía también a la misma testigo, que había en la presente ciudad cuatro mujeres
muy honradas, honestas y de buena fama, que tenían gran devoción a dicho P. Ignacio, y lo
seguían, y que cuando no lo veían, lo iban a visitar al hospital de Santa Lucía, y allí le encontraban
entre los pobres haciendo vida mezquina y muy retirada; de las cuales mujeres una se llamaba
Amiganta, otra Ferrera, otra Clavera y otra Cayelles; y que ellas al verlo en tanta penitencia y absti-
14
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

14. Acuérdome acerca desto de haberle oído decir al P. Maestro Ignacio,


hablando de los dones que nuestro Señor allí le hizo en Manresa, que le parece
que, si por imposible, se perdiesen las Escrituras y los otros documentos de la fe,
que le bastarían para todo lo que toca a la salud, la noticia y la impresión de las
cosas que nuestro Señor en Manresa le había comunicado.

nencia, le llevaban algunas cosas para comer; y que un día dichas mujeres, no habiéndolo hallado
en el hospital de Santa Lucía, viendo que hacía algunos días que faltaba, iban buscándolo, temiendo
no hubiese muerto y (...) alguien les advirtió que lo encontrarían en la capilla de Ntra. Señora de
Viladordis, que está cerca de la presente ciudad. Fueron allá y le llevaron alguna provisión para
socorrerlo en caso de que lo hubiese menester; y decía que estaba dentro de dicha capilla, que de la
mucha oración y abstinencia que había hecho, lo hallaron echado en tierra casi sin sentidos, que
apenas pudieron hacerle tomar algo de lo que le traían dentro de una cesta, de tan fatigado y débil
como estaba; y poco a poco le reavivaron; y porque vieron que no tenía fuerzas para volver a la
ciudad, decían que dos de las cuatro mujeres se quedasen en dicha iglesia con él, y las otras que
volviesen a la ciudad a buscar una caballería para llevarlo a la ciudad; y así le enviaron una
caballería, y lo condujeron como mejor pudieron a casa de dicha Amigant, y allí lo cuidaban; que
según decían, estuvo muchos días en cama; y convalecido, decían que volvió al dicho hospital a
servir a los pobres». CALVERAS, o.c., 150-151. A esta enfermedad se refiere Ignacio en la
Autobiografía: «llegó de una fiebre muy recia a punto de muerte, que claramente juzgaba que el
ánima se le había de salir luego». FN I, 406. Tuvo entonces un pen- samiento de vanidad «que le
decía que era justo», lo que le atormentaba más que la misma fiebre. Cuando ésta amainó comenzó
a gritar a unas señoras, que le visitaban en casa de los Amigant, que cuando «otra vez le viesen en
punto de muerte que le gritasen a grandes voces, diciéndole pecador, y que se acordase de las
ofensas que había hecho a Dios». Ibid. La señora Amigant seguro que no iba a gritarle de esa ma-
nera. Guardaba ella en su casa todo lo que tenía del santo, como verdaderas reliquias: «Habiendo
llegado muy enfermo en casa de los señores Amigantes (...), declararon los médicos que estaba sin
esperanza de vida. Llorábale toda la casa, y un día en que el Santo estaba ya muy acabado, y sin
sentidos, reconociendo la señora María (Angela) de Amigant el arca en que tenía su ropa para
guardarla toda por reliquias, porque el pueblo clamaba por ellas, vio que en ella tenía varios
instrumentos de mortificación y penitencia, un cilicio que ceñía todo su cuerpo, unas cadenas que
causaban espanto, unas puntas de clavos clavados en forma de cruz, y una túnica que estaba, no
sólo lo que correspondía al pecho y espaldas, sino también a los brazos, y otras cosas de aspereza
que espantaban de sólo mirarlas», Notas históricas de la casa de Amigant fol. 45, n° 7. Cf.
Victoriano LARRAÑAGA (que cita a CREIXELL), Obras completas de S. Ignacio de Loyola, BAC,
Madrid 1947, 191. Otra enfermedad tuvo en el invierno, en los últimos meses de Ignacio en
Manresa, que recoge la Autobiografía. Le atendieron «en casa de un Ferrera (Antonio Benito
Ferrer)» cuya esposa, Juana, conocida como Juana Ferrera, pertenecía al grupo de señoras segui-
doras de Ignacio. «Allí era curado con mucha diligencia; y por la devoción que ya tenían con él
muchas señoras principales, le venían a velar de noche. Y así rehaciéndose de esta enfermedad,
quedó todavía muy debilitado (...) Y así por estas causas, como por ser el invierno muy frío, le
hicieron que se vistiese y calzase y cubriese la cabeza; y así le hicieron tomar ropillas pardillas de
paño muy grueso, y un bonete de lo mismo como media gorra». FN I, 408. Sobre el arreglo de los
vestidos de Ignacio por las devotas mujeres hablan testigos en los procesos manresanos: «Los
esposos Canielles (tejedores de lana), teniendo a la mesa por invitado a San Ignacio se ofrecieron a
hacerle un vestido de paño llamado “burrel”, para que lo canviase con su “saco vil y mal oliente”».
Cf. CALVERAS, o.c., 82.
15
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

15. De allí27 vino a Barcelona, donde también nuestro Señor se sirvió dél por vía
de pláticas particulares y de espirituales ejercicios y usaba, si bien me acuerdo, ir a
comer donde era convidado28, y al tiempo de comer callar, y después de la comida,
tomando ocasión de lo que se había hablado, razonaba de las cosas de Dios,
veniendo particularmente a cosas y práticas y que se traen entre las manos. Daba
también meditaciones o ejercicios espirituales, en lo qual tenía especial gracia y
eficacia, y don de discreción de espíritus, de ayudar y guiar una ánima, así tentada,
como visitada del Señor.

Capítulo II
16. Piensa ir a Palestina sin subsidio humano; obedecerá, sin embargo, al juicio
del confesor. 17. El dinero recibido en Roma lo da a los pobres en el camino. 18.
Entra pobre en Venecia; con la disuasión de algunos emprende el viaje a
Palestina. 19. Sana de una enfermedad no cuidada. 20. Visita con gran
consolación los lugares sagrados de Palestina y decide quedarse allí. 21. Sin
embargo, al impedírselo, vuelve a Barcelona y allí estudia la gramática latina.
22. Supera las dificultades y tentaciones contra los estudios. 23. Tranquilo por
algún tiempo se da al estudio.
16. Allí en Barcelona comenzó a estudiar gramática29 viviendo, como desde que
vino a Manresa solía, de limosna, y allí le vino el deseo de ir a Hierusalem 30, con
ánimo, si nuestro Señor fuese servido, de quedarse para siempre allá, para
aprovecharse a sí, y si plugiese al Señor, también a los infieles. Y porque era y ha
sido amigo de andar muy desnudo de confianza de sí mismo y de las otras

27 Deja atrás Manresa. La recordará siempre. Laínez le oyó decir durante los estudios en París
que había sido «mi primitiva Iglesia» por las gracias que allí le comunicó el Señor. Pero en Roma, al
fin de su vida podía afirmar que lo de Manresa «era poco en comparación de lo de agora». FN I,
140.
28Le recibieron en su casa de Barcelona Juan Pascual y su esposa Inés. Ignacio pidió, por no ser
molesto, que le acomodasen en un cuarto mal amueblado del piso alto y diariamente mendigaba de
puerta en puerta su sustento. Encontró en Barcelona una señora de la alta nobleza catalana, Isabel
Roser, casada con un hombre rico, apellidado Rosés. De lo que a Isabel Roser le oyó decir en Roma,
habla Ribadeneira: «Buscaron al peregrino luego y le invitaron, convidándole a comer; comió y
después les hizo una plática espiritual, de que quedaron asombrados y aficionados a él». FN IV, 145
y 147.
29Lo afirma también Polanco en el Sum. hisp. n° 28. Según la Autobiografía, FN I, 430, 434, el
estudio de gramática en Barcelona lo inició a la vuelta de Jerusalén.
30 También lo recoge Polanco. Pero el deseo de ir a Jerusalén lo tuvo ya en Loyola. Cf.
Autobiografía, FN I, 372, 374. Pero entonces pensaba ir a Jerusalén descalzo y en no comer sino
hierbas y en hacer todos los demás rigores que veía haber hecho los santos. Ahora la ¡da a Jerusalén,
después de las experiencias y luces man- resianas, va envuelta en matices nuevos de devoción y
apostolado. Lo asegura tanto Laínez como Polanco: «por devoción de visitar aquellos santos lugares
y con ánimo, si Dios fuese servido, de quedarse en aquella tierra para más ayudarse a sí y también a
los infieles predicándoles la fe y doctrina cristiana». Sum. hisp. n° 29.
16
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

criaturas, quiso partirse de Barcelona sin ningún subsidio para su viaje, aunque se
le ofrecían, o lo pudiera fácilmente haber; y esto tanto, que aun estuvo en dubda si
tomaría consigo un poco de bastimento para meter en la nave31, o sin ello entraría,
confiándose que Dios nuestro Señor por medio de los que iban en la nave le
proveería; y finalmente, por consejo de su confesor, se resolvió a tomar no sé qué
bizcocho32.
17. Y llegado a Roma33, y habiéndole allí dado algunos escudos de limosna para
su viaje, metídose en camino, comenzó a entrar en escrúpulo y parecerle que era

31 Había decidido salir para Roma en un bergantín: «Embarcación de bajo bordo, de diez a doce
remos y bancos de un hombre en cada uno» Diccionario de Autoridades. I, p. 596. Mucho le
rogaron Isabel Roser y su marido para que no corriera el riesgo de embarcarse en el bergantín, «y
aunque estaba ya concertado de ir en el bergantín y tenía no sé qué librillos en él, hicieron tanto que
se lo estorbaron y el bergantín partió y se perdió a vista de Barcelona». FN IV, 147. Hemos de decir,
de paso, la ayuda generosa que prestó a Ignacio y a sus compañeros en París. De allí le escribió
Ignacio, contestando a tres cartas que de ella había recibido, el 10 de noviembre de 1532. Pide al
Señor que reparta sus dones «a cada uno según que en su servicio a mí me han ayudado, máxime a
vos, que os debo más que a cuantas personas en esta vida conozco». Ignat. epist. I, 85. Muchos
problemas había de crear al santo cuando en 1543, ya viuda y sin hijos, se presenta en Roma, con
otras dos compañeras, y obtiene del Papa, Pablo III, contra la voluntad de Ignacio, hacer los votos
de la Compañía y ponerse las tres bajo la obediencia del santo Fundador. La personalidad de Isabel,
hecha más para mandar que para obedecer, hizo que Ignacio, por su cuenta, alcanzase del Papa la
dispensa de los votos a las tres jesuitesas. Volvió Isabel, muy decepcionada y dolida, a Barcelona e
ingresó en el monasterio de San Francisco de Nuestra Señora de Jerusalén. Todavía mantuvo
correspondencia espiritual y familiar con el santo, que se mostró con ella agradecido hasta el final.
Cf. Hugo RAHNER, Ignace de Loyola et les femmes de son temps, trad. del alemán por G.
Dumeige. DDB, París 1964, II, 25-66.
32 Bizcocho, «Pan sin levadura, que se cuece segunda vez para que se en- xugue, y dure mucho
tiempo, y con el cual se abastecen las embarcaciones, por no poder llevar hornos para el pan
necesario. Viene del Latino Biscoctus, que significa dos veces cocido», Diccionario de Autoridades,
I, p. 612.
33 Nada dice Laínez de cómo hizo el viaje a Roma. Tomó un navio en Barcelona hasta Gaeta y
tardaron «cinco días con sus noches, aunque con mucho temor de todos por la mucha tempestad».
Iban en la nave una madre con su hija «y otro mozo». Los tres, al desembarcar, acompañaban a
Ignacio, «porque también mendigaban». Llegados a una «casería, hallaron gran fuego y a muchos
soldados en él, los cuales les dieron de comer y les daban mucho vino (...) que parecía que tenían
intento de callenta- lles». Colocaron a la madre y la hija «arriba en una cámara y el peregrino con el
mozo en un establo». Oyó Ignacio que arriba se daban grandes gritos y levantándose halló a las dos
mujeres llorando en el patio «lamentándose que las querían forzar». Ignacio sacó a flote su antiguo
espíritu de caballero y el nuevo celo estrenado en Manresa «y le vino con esto un ímpetu tan
grande, que empezó a gritar, diciendo: “¿Esto se ha de sufrir?” y semejantes quejas, las cuales decía
con tanta eficacia que quedaron espantados todos los de casa, sin que ninguno le hiciese mal
ninguno (...)». El mozo ya había huido y todos tres comenzaron a caminar así de noche. Llegan a
una ciudad, probablemente Fondi, y la hallaron cerrada. Se había extendido una peste por la región
y no se podía entrar en las ciudades. Pasaron la noche en una que allí, en las afueras, estaba
«llovida». A la mañana siguiente tampoco les quisieron abrir las puertas de la ciudad y fuera de ella
no había manera de pedir limosna. Cf. Autobiografía, FN I, 414. Estaba Ignacio medio muerto y sin
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

menos confianza de Dios ir tanto asido a aquellos pocos quatrines; y así los
comenzó a dispensar largamente, y primero dar de las pequeñas monedas, y
después de las grandes; de manera que en Padua, estando un día de fiesta oyendo
misa mayor, y llegando un pobre a él a pedir limosna, y dándole una moneda pe-
queña, y después de aquel vinieron tantos, uno tras otro, por ventura informados
de la limosna que había dado a los pasados, que hubo de acabar todos los dineros.
Y así, acabada la misa, al salir de la puerta de la iglesia, todos los pobres decían: el
sancto, el sancto; y quedó sin blanca, y se va a pedir por amor de Dios lo que había
de comer.
18. Después desto, vino a Venecia, donde fué menester, porque iba sin dineros,
la primera noche dormir en la plaza sobre un tablero. Allí, encontrando con uno de
su tierra, y demandando de su intención y viaje, informándose dél que no traía di-
neros, le suadió mucho que se tornase; y el Padre, después de otras razones, le dixo
esta palabra: yo tengo esta esperanza en Dios nuestro Señor que, si una nave o una
tabla este año pasara en Hierusalem, yo tengo de ir en ella; y así fué, porque, sin
otro humano conoscimiento, y sin saber la lengua italiana, se fué al Duque Gritti 34,

fuerzas para caminar. Así que mandó a las dos mujeres que se adelantasen solas hacia Roma. La
situación de Ignacio la relata bien Ribadeneira en la Vida: «Este año que fue de 1523, fue muy
enfermo; y en él fue Italia muy afligida y trabajada de pestilencia. Por lo cual todos tos pueblos y
lugares tenian sus guardas y centinelas que no dejaban entrar a los forasteros; y a esta causa
padeció en el camino de Gaeta a Roma extraordinarios trabajos. Porque muchas veces no le dejaban
entrar en los pueblos y algunas veces era tanta el hambre y flaqueza que le era forzado quedarse
donde le tomaba la noche, hasta que de lo alto le viniese el remedio. Pero, en fin, como pudo llegó a
Roma el Domingo de Ramos». FN IV, 149.
34 Lo acompañó el amigo español, cuyo nombre nos es desconocido, que le alojó en su casa los
últimos días del peregrino en Venecia. El Duque de Venecia era entonces Andrea Gritti. Había
comenzado su mandato el 20 de mayo de aquel mismo año, 1523. Le suplicó al Duque que le
permitiese embarcarse gratuitamente, pues no disponía de dinero, en alguna de las naves que
zarparan para Tierra Santa. Se lo concedió el Duque gustosamente. Iría en ia nave Negrona hasta
Chipre. Con el patrono, Benedetto Ragazzoni, y sus 39 marineros, irían a bordo de la Negrona el,
recién nombrado, gobernador de Chipre, Nicolo Dolfín, con nuevos altos funcionarios y numerosos
mercaderes. Ocho eran los peregrinos, entre ellos Ignacio, que embarcarían en la Negrona. Habían
convenido, menos Ignacio, con el armador de la nave que abonarían, por el viaje de ida y vuelta a
Chipre, 26 ducados. Uno de los 8 peregrinos, el alemán Füssli, fundidor de campanas de Zúrich,
escribió un diario del viaje. Con singular regusto narra las provisiones que con dos compañeros
suizos introdujeron en la Negrona para su mantenimiento durante la travesía: «tres barriles de vino,
una buena porción de queso de Piacenza, jamón, carne de puerco salada, salchichas, lenguas
ahumadas, 150 huevos, gallos y gallinas vivos en un cajón calado, oebollas, ciruelas, sal, azúcar,
algunos vasos, platos y fuentes, algunos medicamentos, pólvora de fusil; cada uno llevaba su
estera, colchón, almohada, sábanas y cubiertas». Añade Füssli que los cuatro peregrinos españoles
salieron también de compras. Serían los otros tres, porque Ignacio poco podía comprar. Vivía de la
confianza en Dios y de lo que buenamente quisieran darle de limosna los demás. De los cuatro
españoles uno era sacerdote. Conocía un poco el alemán y podía entenderse con Füssli, otro se
llamaba Diego Manes, comendador de la Orden de San Juan de Jerusalén, a quien le acompañaba
un doméstico, el cuarto era nuestro peregrino. Cf. VILLOSLADA, San Ignacio de Loyola (1986). La
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

y en español, le demandó que, por amor de nuestro Señor, le diese pasaje; el qual
graciosamente se lo concedió.
19. Estando ya al tiempo de partir enfermo y teniendo aún una purga que había
tomado en el cuerpo, diciéndole el médico que moriría si se embarcaba35, regido de
otro más alto médico, se embarcó, y estuvo sano en el camino, lo qual hizo, no sin
buen exemplo, y provecho de muchos en la nave, porque todos los peregrinos le
tenían amor y respecto.
20. Llegado en Hierusalem, fué mucho visitado de nuestro Señor, y tanto
cebado que, allende de las peregrinaciones que con los otros hacía, no sin peligro,
se andaba solo por aquellos lugares sanctos36. Y dando en algún lugar agujetas37,

Negrona zarpó para Chipre el 14 de julio. El 29 de junio había salido de Venecia, también para
Chipre, la llamada nave Peregrina. 13 peregrinos habían embarcado en ella. La travesía en la
Negrona desde Venecia a Famagusta (Chipre) duró desde el 14 de julio al 14 de agosto de 1523.
35 Laínez y Polanco relatan el contratiempo que tuvo el peregrino, momentos antes de
embarcarse. Estaba enfermo. «Le viene al nuestro peregrino una grave enfermedad de calenturas
(...) y la nave se partía el día que él había tomado una purga». El médico le dijo que bien podía
embarcarse «para allá ser sepultado»: «mas él se embarcó y partió aquel día; y vomitó tanto, que se
halló muy ligero y fue del todo comenzando a sanar. En esta nave se hacían algunas suciedades y
torpezas manifiestas, las cuales él reprendía con severidad». Autobiografía FN I, 420.
36 Lo primero que señalan Laínez y Polanco es lo muy consolado que fue del Señor en la visita a
los santos lugares. No se atuvo a los guías franciscanos, que tenían muy estudiado el itinerario. Le
gustaba ir solo y detenerse allí donde creía que había de sentir más devoción. Por carecer de dinero
iba despojándose de lo que tenía para obtener de los guardas que le facilitasen la entrada. Instó a
los frailes que le dejasen permanecer allí siempre. Pediría limosna. Lo único que les pedía es que le
permitieran pasar la noche, bajo techo, en el monasterio. Forcejeó mucho hasta que le dijeron que
podían excomulgarle si intentaba quedarse. Entre las facultades concedidas al Guardián del
convento de franciscanos, una era ésta: «Que ningún cristiano, de ninguna dignidad ni estado,
aunque fuese legado a latere, pueda estar en tierra santa contra la voluntad del dicho Guardián, a
no ser que tuviese expresa mención en contra de este indulto de la Santa Sede». Cf. LARRAÑAGA,
o.c., 227. Todavía quiso apurar las visitas por su cuenta. Cuando en el convento le echaron en falta,
salieron en su busca; «y así descendiendo del monte Olívete topó con un cristiano de la cintura (por
el cinturón con que recogían su vestido a la cintura) el cual con un grande bastón y con muestras de
grande enojo hacía señas de darle. Y llegando a él trabóle reciamente del brazo, y él se dejó
fácilmente llevar. Mas el buen hombre nunca le desasió». Notemos la gran consolación con que le
abrumaba el Señor en estas y en circunstancias parecidas: «Yendo por este camino así asido del
cristiano de la cintura, tuvo de nuestro Señor grande consolación que le parecía que veía a Cristo
sobre él siempre. Y esto hasta que llegó al monasterio duró siempre en gran abundancia».
Autobiografía FN I, 48.
Afirma RIBADENEIRA: «Hallo un papel, escrito de mano de nuestro B. Padre Ignacio, que a los
14 del mes de julio del año 1523 se hizo a la vela y salió de Venecia, y el resto del mes de julio y todo
el mes de agosto gastó en su navegación. De manera que el postrer día del mes de agosto llegó a
Jafa y a los cuatro de septiembre, antes del medio día, le cumplió nuestro Señor su deseo y llegó a
Jerusalén. Que de la particularidad con que el mismo padre escribió todo esto de su mano, se puede
aún sacar su devoción y la cuenta que llevaba en sus pasos y en las jornadas que hacía». Vida, FN
IV, 157.
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

en otro los cuchillos de las escribanías, en otro las tijeras a los que guardaban los
lugares sanctos, con grandes lágrimas y sentimiento los visitaba. Y pensando de
quedarse allí, procuró con los frailes que le dexasen quedar; y al principio no mos-
trando mucha dificultad, al fin le decían que no era posible que quedase; y
demandándoles solamente el cobierto38, y ofreciéndose de pedir limosna a aquellos
cristianos y moros y judíos que allí estaban, y vivir dellas sin gravar el monesterio,
y en esto él de su parte resolviéndose, aunque aquellos padres fuesen de diverso
parecer; ellos le mostraron facultad de poder descomulgar a quien allí contra su
licencia quedaba.
21. Lo qual visto, creyendo que la voluntad de nuestro Señor no era que allí
quedase; sin haber hecho provisión, como suelen otros peregrinos, de reliquias,
porque pensaba allí quedarse, se vino en Italia39; y desde Italia pasando por
Francia40 por diversas pruebas y peligros de guerras en todo ayudado de nuestro

37Agujeta, «La tira o correa de la piel del perro o carnero curtida y adobada, para atacar (sic) los
calzones, jubones y otras cosas». Diccionario de Autoridades.
38 Cubierto, «Se llama también el paraje que está defendido de las inclemencias con algún género
de techo», Diccionario de Autoridades. Lo único que Ignacio pedía era que los padres franciscanos
le dejaran un rincón para cobijarse por la noche en su convento. Él mendigaría su sustento entre
«cristianos, moros y judíos», como de costumbre.
39 Veinte días estuvo Ignacio en Tierra Santa. Vio claramente que no era la voluntad de Dios que
permaneciese allí para siempre, por más que lo había intentado. Los peregrinos embarcaron en
Jaffa, en la Peregrina, el 3 de octubre, rumbo a Chipre. El día 14 atracan en el puerto de Salinas
(Lárnaca). La Negrona había salido 10 días antes para Venecia. «Llegados a Cifro los peregrinos se
apartaron en diversas naves. Había en el puerto tres o cuatro naves para Venecia. Una de turcos y
otra era un navio muy pequeño, y la tercera era una nave muy rica y poderosa de un hombre rico
veneciano (Girolamo Contaran). Al patrón desta pidieron algunos peregrinos quisiese llevar el
peregrino; mas él como supo que no tenía dineros, no quiso aunque mucho se lo rogaron
alabándolo (decían que era un santo) etc. (...) estos mismos rogadores lo alcanzaron, muy
fácilmente, del patrón del pequeño navio». FN I, 428. A primeros de noviembre las tres naves
zarparon para Italia. «Partieron un día de próspero viento por la mañana, y a la tarde les vino una
tempestad con que se despartieron unas de otras y la grande se fue a perder junto a las mismas islas
de Cifro, y sólo la gente salvó; y la nave de los turcos se perdió, y toda la gente con ella, con la
misma tormenta. El navio pequeño pasó mucho trabajo, y al fin vinieron a tomar una tierra de la
Pulla (Apulia, SE de Italia). Y esto en la fuerza del invierno y hacía grandes fríos y nevaba. Y el
peregrino no llevaba más ropa que unos zaragüelles («Especie de calzones, que se usaban
antiguamente, anchos y follados en pliegues», Diccionario de Autoridades) de tela gruesa hasta la
rodilla, y las piernas nudas, con zapatos, y un jubón de tela negra, abierto con muchas cuchilladas
por las espaldas, y una ropilla corta de poco pelo. Llegó a Venecia mediado enero del año 24 (...) En
Venecia le halló uno de aquellos dos que le habían acogido en su casa antes de partirse para
Hierusalem, y le dio de limosna 15 o 16 julios y un pedazo de paño, del cual hizo muchos dobleces,
y le puso sobre el estómago, por el gran frío que hacía». Autobiografía FN I, 428, 430.
40 No pasó por Francia. Mejor Polanco en Sum. hisp. n° 32. El error puede deberse a que al
atravesar la Lombardía se encontró con las tropas francesas de Francisco I y las españolas del
emperador Carlos V, en guerra por asegurarse la región del Milanesado, como asegura Polanco:
«Por haber en Lombardía campos del Emperador y de Francia».
20
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

Señor y consolado en diversas afrentas y cosas que le acaescieron, como de ser


tomado por espión y llevado de acá para allá, y diversamente escarnecido41; llegó a
Barcelona, donde creo que prosiguiese el estudio de la gramática42 y, perseverando
en las cosas espirituales, daba siempre buen odor de sí.
22. Y porque en ellas gustaba mucho, y se hallaba a ellas muy inclinado, sentía
mucha contrariedad en el estudio por ser de gramática y de cosas humanas y
desabridas a respecto de las celestes; y porque había tomado este estudio por
servicio de nuestro Señor, non obstante lo dicho y la edad algo grande 43 y la
pobreza y enfermedad, se vencía en ello con gran constancia; y viéndose trabajado,
por más vencer la tentación y quietarse, se fué a su maestro44 de gramática, y
hincado de rodillas se le ofreció de ser su discípulo por todo el tiempo que le
parescía bastaba para saber gramática, y rogándole, que si faltase, tomase cuidado
de corregirlo y castigarlo, no solamente con palabras mas aun con las manos, como
haría con el más pequeño mochacho que tuviese.

41 tenido por espía primero. Y conducido al capitán, éste le tuvo por loco y mandó que, como a
tal, le dejasen en libertad. «De allí a un rato le habla el capitán. Y él sin hacer ningún modo de
cortesía, responde pocas palabras, y con notable espacio entre una y otra. Y el capitán lo tuvo por
loco, y ansí lo dijo a los que lo traxeron: Este hombre no tiene seso; dadle lo suyo y echadlo fuera»,
Autobiografía FN I, 432, 434. Y, como siempre, en su mayor desposesión y humillación experimenta
abundantemente la divina consolación.
Se embarcó en Génova para Barcelona, como bien observa Polanco (Sum. hisp. n° 32). En la
Autobiografía leemos: «A la fin llegó a Génova a donde le conos- ció un viscaino que se llamaba
Portuondo, que otras veces le había hablado cuando él servía en la corte del Rey Católico. Éste le
hizo embarcar en una nave que iba a Barcelona». FN I, 434. VILLOSLADA cita una carta de Carlos
V, fechada en Génova el 21 de agosto de 1529, que trata de la capitanía y sueldo y mantenimiento
de las ocho galeras que ha de tener a su cargo Rodrigo Portuondo, capitán general de nuestras
galeras, San Ignacio (1986), 257, nota 45. Embarcó, como de costumbre, sin dinero. Lo que le había
dado el amigo veneciano lo repartió al pasar por Ferrara, camino de Génova, entre los pobres que
se le acercaron en la catedral. «Estando un día en la iglesia principal cumpliendo con sus
devociones, un pobre le pidió limosna, y él le dio un marquete que es moneda de 5 o 6 quatrines. Y
después de aquel vino otro, y le dio otra monedilla que tenía algo mayor. Y al tercero no teniendo
sino julios le dio un julio. Y como los pobres veían que daba limosna, no hacían sino venir, y así se
acabó todo lo que tenía. Y al fin vinieron muchos pobres juntos a pedir limosna. Él respondió que le
perdonasen, que no tenía más nada». Autobiografía FN I, 430.
42 Llega a Barcelona a fines de febrero de 1524. Ciertamente, ahora sí se puso a estudiar
gramática. Comienza los estudios «por servicio de Dios». Las experiencias pasadas le van abriendo
paso a su decisión de ponerse a estudiar con cierta seriedad y ha de renunciar a sus acostumbradas
oraciones y conversaciones espirituales.
43 32 años bien cumplidos.
44 «Comunicó su inclinación de estudiar con Isabel Roser y con un maestro Ardévol que
enseñaba gramática. A entrambos paresció muy bien y él se ofresció a enseñarle de balde, y ella de
dar lo que fuese menester para sustentarse». FN I, 434- 436. Cf. C. de DALMASES, «Los estudios de
S. Ignacio en Barcelona», AHSJ 10 (1941) 283-293.
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

23. Y con esta oblación humilde y fuertemente hecha a nuestro Señor en aquel
su maestro, se quietó por todo el tiempo del estudio de la gramática; hasta que en
el estudio de las artes de París45, donde tenía más ocasiones, por sentir más las
enfermedades y tener más pobreza, vino a las mismas dificultades y tentaciones;
las quales por la misma vía dicha venció, y fué de los buenos estudiantes, y el más
diligente, supuestas todas las dificultades, de todo su curso, y creo de muchos
otros46.

Capítulo III
24. De Barcelona marcha a Alcalá, donde se da a muchas ocupaciones
espirituales y es metido en la cárcel. 25. Va a Salamanca y allí le meten también
en la cárcel. 26. Experimenta gran consolación en estos trabajos. 27. Va a París.
Dificultades para proseguir los estudios. 28. Progreso en los estudios. 29. Mueve
a los estudiantes a la piedad. 30. Agrupa a su lado algunos compañeros. Voto en
Montmartre. Medios empleados por los compañeros para conseguir la perseve-
rancia. 31. Ignacio va a España y de allí a Venecia. 32. Los compañeros, desde
París, salen para Venecia a través de Alemania.
24. Acabó el estudio de la gramática allí en Barcelona; se fué a Alcalá para
proseguir los otros estudios, y allí tentó a proseguir sus estudios; pero fue en
Alcalá tan impedido con tantas ocupaciones en las cosas espirituales y con
razonamientos de las cosas de nuestro Señor particulares, como en pláticas sobre
los mandamientos de Dios y de la doctrina cristiana, las quales hacía en el hospital
donde estaba, que tuvo ocasión ansí de incitar la invidia del demonio; el qual
viendo que algunas ánimas salían de pecado mortal, y otras se aprovechaban en la
vía de Dios, le movió persecuciones; y sobre achaque que había aconsejado a
ciertas mujeres de ir a una peregrinación a la Verónica de Jaén, fué echado en la
cárcel pública; y después de estar allí 17 días razonando de las cosas de Dios, y
edificando con el exemplo y exercicio en barrer la cárcel y otras cosas semejantes, al
fin, sin hallarle cosa ninguna, con haber venido sobre ello los inquisidores de
Toledo, y el Vicario haber inquirido y hecho proceso, lo dexaron libre 47.

45 Las mismas dificultades para concentrarse en los estudios experimentó en París. Polanco
señala con acierto que esto le sucedió sobre todo con Fabro (Sum. hisp. n° 16). «También el tiempo
que estudió las Artes (en París) estando en compañía de Maestro Pedro Fabro, había asentado con
él que a la hora de los estudios no hablasen de cosas espirituales; porque cuando comenzaban, se
enbevecían en la plática de tal manera que se olvidaban de Aristóteles y de su lógica y filosofía,
como los que estaban ocupados en otra más alta que la suya». FN II, 384-385.
46Añade Polanco como novedad de importancia (Sum. Hisp. 35.) que comenzó en Barcelona a
reunir compañeros: Arteaga, Cáceres y Calixto.
47 Sobre la estancia de Ignacio en Alcalá no habla Laínez con demasiada precisión. Parece
recoger de manera general lo que del estudiante vasco corría por la Universidad, cuando inició allí
sus estudios el jesuíta de Almazán. Más abundante y preciso es Polanco en el Sumario (n. 36-40),
que dispone de otras fuentes. Después de subrayar lo que de manera general dice Laínez, señala los
22
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

25. Pero, porque él era ocupado en las cosas espirituales dichas, acordó de irse a
Salamanca; y allí también, al principio de sus estudios, le fue movida otra
persecución, por buen zelo de ciertos religiosos 48 los quales se entremetiendo en lo

tres procesos inquisitoriales que hubo de sufrir Ignacio en Alcalá; las visitas tempranas de mujeres
devotas en el hospital que llevaron al vicario Figueroa a hacer indagaciones, por lo sospechosos de
iluminismo que se hacían entonces tales «conventículos». El tomar tan a pecho hablar de cosas
espirituales fue la causa de que no pusiese demasiado empeño en sus estudios. Lo reconoce
discretamente. Polanco: «Todo el tiempo que en Alcalá estuvo fueron siete meses, en los cuales
entre tantas ocupaciones y embarazos todavía pregustó la lógica y filosofía natural, (no llegó a
gustarlas) y dos o tres libros de las Sentencias, bien que no era posible que fuese muy fundado».
Sumario n. 40. La experiencia le ayudaría más tarde durante los estudios de París. Sobre los
procesos de Alcalá cf. DALMASES, Fontes Documentales, 319-341. El texto reproduce el manuscrito
de la Biblioteca Nacional. Según el P. Fita se trata de una copia del original que está escrita hacia
1541. DALMASES o.c., 319. ¿Pudo llegar alguna copia a manos de Polanco, que en 1548 hizo, en su;
Sumario, un resumen bastante exacto, como dijimos, de los tres procesos alcaláínos?
48 De Alcalá partió para Salamanca, achicharrado por los calores del mes de julio. Iba con la
pretensión de estudiar allí, para lo que no encontró el suficiente sosiego. Se confesaba en la iglesia
de San Esteban de los PP. Dominicos. Llevaba en Salamanca unos once días cuando el confesor le
invitó a comer un domingo con los frailes, no sin prevenirle de que le harían muchas preguntas,
porque «ellos querrán saber de vos muchas cosas». «Y así el domingo vino con Calixto, y después
de comer el soprior (fray Juan Nicolás de Santo Tomás) en absencia del Prior (fray Diego de S.
Pedro) con el confesor (cuyo nombre desconocemos) y creo yo que con otro fraile, se fueron con
ellos a una capilla; y el soprior con buena habilidad empezó a decir cuán buenas nuevas tenían de
su vida y costumbres, que andaban predicando a la apostólica y que holgarían saber destas cosas
más particularmente». Hasta aquí nada especial, pero la curiosidad del subprior es insaciable.
¿Cuánto han estudiado? «Entre nosotros el que más ha estudiado he sido yo. Y le dio claramente
cuenta de lo poco que había estudiado.» «Y ¿qué es lo que predicáis?» Ignacio mide las respuestas
con cautela: «Nosotros no predicamos, sino con algunos familiarmente hablamos cosas de Dios,
como después de comer con algunas personas que nos llaman». Calla las conversaciones mañaneras
con algunas personas devotas que le visitaban en el hospital de Alcalá. El fraile sigue preguntando:
«¿De qué cosas de Dios habláis, que eso es lo que querríamos saber?» «Hablamos cuándo de una
virtud, cuándo de otra, y esto alabando; cuándo de un vicio, cuándo de otro, y reprehendiendo».
Las respuestas no pueden ser más simples e inocuas. Pero falta la pregunta más comprometida y a
la que el subprior quería llegar y que exige en el Peregrino tiento y cautela: «Vosotros no sois
letrados, dice el fraile, y habláis de virtudes y de vicios, y desto ninguno puede hablar, sino de una
de dos maneras, o por letras o por el Espíritu Santo. No por letras ergo por Espíritu Santo».
Mientras el fraile saborea su argumentación irrefutable, en vano espera la respuesta del sometido a
tal interrogatorio. «Aquí estuvo el Peregrino un poco sobre sí, no le pareciendo bien aquella manera
de argumentar y después de haber callado un poco, dijo que no era menester hablar más de estas
cosas.» «Y porque el P. M° Ignacio no quiso a esta curiosidad responder dixeron: “haremos de
manera que respondáis”». Autobiografía, FN I, 94, 96. RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 191: «Pronto os
haremos decir la verdad». Cf. BELTRÁN DE HEREDIA, «Estancia de San Ignacio de Loyola en S.
Esteban de Salamanca», Miscelánea Beltrán de Heredia, Salamanca 1972, II, 343-362. Con exquisito
respeto y devoción al santo y a lo que refiere en la Autobiografía justifica el P. BELTRÁN DE
HEREDIA las sospechas que el Peregrino pudo levantar en los PP. Dominicos de San Esteban. Los
Padres estaban al tanto del fracasado proyecto que, dos años antes, propuso al Almirante de
Castilla, Dn. Fadrique Enríquez, su confesor, el alumbrado vizcaíno Juan López de Calaín, de
formar un consejo de los doce apóstoles en Medina de Rioseco. Cf. BELTRÁN DE HEREDIA, o.c.,
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

que no les tocaba, teniéndole un día en su casa, y demandándole de diversas cosas


de teología, a las quales él les satisfacía; al fin uno le quiso hacer un dilemma
diciendo, o que él sabía estas cosas por vía natural, o por vía sobrenatural; y pues
no había estudiado, se seguía que fuese lo segundo; lo qual a él le parecía grande
inconveniente. Y porque el Padre Maestro Ignacio no quiso a esta curiosidad
responder, dixeron: «haremos de manera que respondáis»; y así lo detuvieron y
hicieron meter en la prisión pública; donde también, después de haber estado no sé
quantos días, y de haber sido examinado en cosas de las más sutiles de la fe 49,
como de la Trinidad, Incarnación y Eucharistía y otras cosas; y habiendo
respondido por especial gracia de nuestro Señor mucho a propósito, lo dieron por
libre; exhortando al estudio de la teología, y antes dél guardarse de no definir dife-
rencia de pecado mortal y venial. Aunque en este parecer o sentencia de los jueces
el Padre replicase y apelase del tenerse de hablar, pues en lo que hasta allí había
hablado, no hallaban cosa que fuese falsa, como los mismos jueces confesaban;
pero todavía quisieron estar en su sentencia50.

348. Tres años antes de que el Peregrino llegase a Salamanca, los padres de S. Esteban habían sido
jueces en el proceso diocesano salmantino y después en el de la Inquisición de Valladolid contra el
conocido alumbrado Antonio Medrano y sus relaciones con la famosa «beata» Francisca
Hernández, entre ellos el P. Nicolás de Santo Tomás, el subprior que interrogó a San Ignacio en el
convento dominicano. Nada de extraño que ante la tensión y desconfianza que reinaba en Castilla
contra los alumbrados, levantase algunas sospechas un hombre como Ignacio, sin estudios, que
hablaba sin cansarse de las cosas de Dios, y que fuera sometido a interrogatorio y entregado a las
autoridades diocesanas. Por cierto que los tres días que estuvo todavía en el convento, antes de
meterlo en la cárcel, se le trató con delicadeza y su celda se llenaba de frailes deseosos de oírle.
Pronto la comunidad quedó dividida entre los partidarios del santo y quienes le ponían bajo
sospecha.
49 El P. Benigno Hernández, eximio investigador en los archivos de Salamanca, hasta su muerte,
trató de dar con los papeles de los Ejercicios que el Peregrino entregó al bachiller Frías, principal de
los jueces diocesanos que le juzgaron para tranquilidad de los PP. Dominicos. Papeles que habían
buscado ya en distintas ocasiones, sin éxito, otros expertos investigadores jesuitas. Se trataba de un
hallazgo importante para ver en qué grado de elaboración estaban los Ejercicios cuando Ignacio
llega a Salamanca. Vanas fueron también las indagaciones de Hernández a este respecto, lo que él
atribuía a diversos incendios en los archivos. Sus esfuerzos, con todo, merecieron la pena, pues topó
con abundante información. Pudo aportar datos totalmente nuevos sobre los personajes que
juzgaron a Ignacio en Salamanca. DALMASES valoró su trabajo y se lo publicó en AHSJ:
HERNÁNDEZ MONTES, B„ «Identidad de los personajes que juzgaron a San Ignacio en
Salamanca», AHSJ, 52 (1983) 3-27. El mismo DALMASES haría referencia a sus investigaciones en
posteriores ediciones de su libro El Maestro Ignacio. De hecho si le citó en la primera edición de la
traducción al francés de su obra.
50 Menos conocida, durante la estancia de Ignacio en Salamanca, ha sido su relación con la
«emparedada» de San Juan de Barbalos. Las reclusas, ermitañas o emparedadas, que todos estos
nombres recibieron, eran mujeres devotas que se encerraban voluntariamente, con la aprobación de
sus confesores, cerca de las parroquias. Eran personas reconocidas por su espiritualidad, de manera
que los párrocos les encomendaban, con frecuencia, la dirección espiritual de sus feligreses. Existían
emparedadas en casi todas las ciudades de España. Algunas emigraron a Hispanoamérica, donde
24
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

26. Y en todos estos trabajos hallaba gran consolación y visitación del Señor;
tanto que con alguno, o algunos, que iban como a condolecerse, y con prudencia
humana a consolarle y consejarle de guardarse de estremos, él le decía, y así sentía
en su corazón, que todas las cadenas y prisiones del mundo no bastarían para
satisfacer al deseo que tenía de padecer por amor de Cristo nuestro Señor.
27. Acabada esta sentencia en Salamanca, della tomó ocasión de irse a estudiar a
París, donde por no saber la lengua51 ni tener así el modo de praticar, podía ser

seguían enclaustradas. En carta de 24 de julio de 1541, a los pocos meses de haberle confiado sus
compañeros el gobierno de la Compañía, escribe Ignacio a «mi hermana (de nombre desconocido)
la emparedada de San Juan (de Barbalos) en Salamanca». Le envía «para las personas que sólo el
amor de su Criador y Señor y la propia salvación de sus ánimas buscan la piedra más preciosa que
en toda la tierra (...), se podría hallar; y es que su Santidad, concediendo a la Compañía nuestra
muchas y con verdad inestimables gracias sobre ciertas cuentas benditas, bendiciéndolas puso su
mano en ellas. Las gracias concedidas a las tales cuentas son estas. Que poniendo una cuenta de las
que son así benditas en un rosario o corona, cualquiera que dixere el tal rosario o la tal corona, por
cada vez que rezare, gana todas las indulgencias de todas las estaciones y iglesias de Roma, como si
en persona las anduviese; y por ser casi innumerables las gracias que se ganan en las tales
estaciones, porque las veáis más en particular, os las envío aparte con ésta (la nota adjunta con la
carta no se ha encontrado). (...) Una de las tales cuentas os envío para vuestra consolación y
provecho espiritual, mas otras tres. Una para la vuestra hermana y compañera y mi carísima
hermana en Cristo nuestro Criador y Señor nuestro, en quien me mandaréis mucho encomendar en
el Señor nuestro. Las otras dos para las que sintiéredes más ser vuestras devotas, y que mejor serán
empleadas en el Señor nuestro para su mayor alabanza y gloria». Ignat. Epist. I, 172-173. El P. Hugo
RAHNER registra la carta de Ignacio a la emparedada salmantina. RAHNER, H., Ignace de Loyola
et le femmes de son temps. DDB, París 1964, II, 163-166. Cita una carta de Polanco a Araoz:
«Asimesmo aquí en Roma instando el cardenal Farnesio, nuestro Padre ha entendido en la
reformación de las muradas (emparedadas) de San Pedro, así en ordenarles las constituciones que
han de guardar, como en dar cargo de sus ánimas a uno de los sacerdotes de casa». Ignat. Epist. I,
613. Cuando estas emparedadas romanas hubieron de abandonar San Pedro, por la reconstrucción
de la Basílica, el santo las acogió en la casa de Santa Marta por él fundada. RAHNER, H., o.c., 166.
51 Los estudios en Alcalá y Salamanca han sido para Ignacio un verdadero fracaso por su afán de
comunicar con los prójimos. Pero le han sentido de gran experiencia para más adelante. Así en las
Reglas a los estudiantes jesuítas dejará escrito: «Y consideren que los estudios tomados de veras (...)
piden, en cierto modo el hombre entero: y juntamente entiendan que el atender a los estudios con
pura intención del divino servicio será no menos grato, antes más, a Dios nuestro Señor por el
tiempo dellos, que las mortificaciones, oraciones y meditaciones no necesarias». Decide marchar a
París, donde por no conocer la lengua piensa que podrá dedicarse enteramente al estudio. Polanco
añade otra razón en Sumario, 45: «teniendo también por principal intención el coger gente en
aquella universidad, si Dios N. S. fuese servido de mover algunos en cuya compañía él insistiese en
el servicio divino, en el modo que juzgaba sería más conveniente». Añade en este mismo número
Polanco que pasó por Barcelona, donde visitó a las personas amigas que trataron de disuadirle de
emprender un viaje atravesando solo y a pie Francia, donde había estallado la guerra entre
Francisco I y Carlos V. Ignacio había tomado la decisión de irse a París y no había dificultades que
le impidieran ponerse en camino. Juan Pascual dirá: «Despidióse de mi madre, de mi casa y de mí y
de toda Barcelona con muchas lágrimas suyas y de todos» (Scripta de S. Ign. II, 93). Las personas
amigas le ayudaron con limosnas para sus estudios en París.
25
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

menos impedido, y más ayudado de la comunidad de los estudios. Y así se fue a


pie; y llegado, estuvo al principio en el hospital de sant Giacomo52, y viviendo de
lo que mendicaba, venía cada día a oír las liciones de gramática hasta el colegio de
Monteagudo53; y viendo que esto y la distancia y el mendicar le era mucho
impedimento, buscó por muchos días algún amo54 o amos a quién serviese,
determinándose de servirles con toda diligencia, como lugartenientes de nuestro
Señor; y aunque él lo buscó y lo hizo buscar a diversas personas y en diversos
conventos, no quiso nuestro Señor que lo hallase. Y así desde a poco le vino una
limosna ordinaria de España55, y con esta y con ir cada año a Flandes56, en donde

52Por carta a Inés Pascual sabemos que llegó a París el dos de febrero: «Considerando la mucha
voluntad y amor, que en Dios N. S. siempre me habéis tenido, y en obras me lo habéis mostrado, he
pensado escribiros ésta y por ella haceros saber de mi camino después que de vos me partí. Con
próspero tiempo y con entera salud de mi persona, por gracia y bondad de Dios N. S., llegué en esta
ciudad de París a dos días de Hebrero donde estoy estudiando hasta que el Señor otra cosa de mí
ordene». Ignat. Epist. I, 74.
53 Quiso estudiar con seriedad humanidades antes de comenzar los estudios de Filosofía o Artes.
Eligió el colegio de Monteagudo. Reformador del Colegio había sido Juan Standonck (+ 1504), que
en 1493 había iniciado en Monteagudo una fundación de severa austeridad: la comunidad de
estudiantes pobres, que habían de formar 12 estudiantes de teología (en memoria de los 12
apóstoles) y 72 estudiantes de artes o filosofía (en memoria de los discípulos de Jesús). Las
penitencias de esta comunidad rivalizaban con las de los más austeros cartujos. Pretendía que
aquellos jóvenes juntasen la mortificación y el señalarse en los estudios, formar competentes
apóstoles que más tarde con su ciencia y ejemplo de vida contribuyeran a la mejor formación de los
llamados al sacerdocio. Algo de esto haría después Ignacio pero con más apertura que Standonck,
que no logró abrirse a las corrientes humanistas nuevas ni supo aprovecharse de la Devotio
moderna, en la que se había formado. En 1595 y 1596 estudió teología Erasmo en Monteagudo. Sus
críticas descontroladas hacia aquella institución contribuyeron al descrédito de la misma: en
Monteagudo, dice Erasmo, «Standonck reinaba (...) imponiendo a todos una cama durísima, un ali-
mento parco y desabrido, de suerte que, desde el primer año, de experimento, a fuerza de vigilias y
trabajos, muchos jóvenes de grandes esperanzas y de excelente carácter alcanzaron la muerte (...) Y
no digo nada de las carnicerías causadas por los azotes, aun a los inocentes». (Cf. GARCIA-
VILLOSLADA, San Ignacio (1986), 308). Ignacio se libró de todos estos exagerados inconvenientes
aireados por Erasmo. Ingresó como martinet, con la única obligación de asistir a las clases del
Colegio. Noel Beda fue el que sustituyó a Standonck en Monteagudo. Iba a ser el mayor fus- tigador
de Erasmo y del incipiente luteranismo parisino.
54Ignacio venía dispuesto a estudiar en serio. Mendigar y acudir a las aulas a toda prisa era tarea
imposible. Trató de sentir a un amo como hacían otros estudiantes que acudían a las aulas de un
maestro o un regente y fuera de las clases le servían como un criado. Vería en su amo «un
lugarteniente de nuestro Señor», dice Laínez, y con más detalle la Autobiografía: «Y hacía esta
consideración consigo y propósito, en el cual hallaba consolación, imaginando que el maestro sería
Cristo, y uno de los escolares pornía nombre S. Pedro y a otro S. Juan, y así a cada uno de los
apóstoles; y cuando me mandare el maestro, pensaré que me manda Cristo; y cuando me mandare
otro pensaré que me manda S. Pedro». FN I, 466. Por más que buscó amo acudiendo a personas
conocidas de influencia, no lo encontró.
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

muchos dél se edificaron, vivía él y ayudaba etiam temporalmente a diversas


personas.
28. Y desta manera estuvo diez años57 en Paris. Y quanto al estudio, aunque
tuvo por aventura más impedimentos que ninguno de su tiempo, y aun más
adelante que de su tiempo, tuvo tanta diligencia o más, ceteris paribus, que sus
contemporáneos, y aprovechó medianamente58 en las letras, según que,
respondiendo públicamente y en el tiempo de su curso platicando con sus
condiscípulos, monstró59.

55 Por una cédula de Barcelona le dio un mercader, apenas llegó a París, veinte y cinco escudos, y
se los dio a guardar a uno de los españoles de la posada que ocupó antes de trasladarse al hospital
de S. Jaime. El español le gastó el dinero y, al no poder pagar la posada, marchó al hospital, FN I,
464-466. De Barcelona le llegaba de cuando en cuando alguna limosna. El 10 de noviembre de 1532
escribe Ignacio desde París a Isabel Roser agradeciéndole el envío de 20 ducados. Siente la devota
de Barcelona no poder enviarle más por el momento. «Cuando yo no bastare a complir lo que debo
en esta parte, no tengo otro refugio sino que, contados los méritos que yo alcanzare delante de la
divina Majestad, ganados tamen mediante su gracia, que el mismo Señor los reparta a las personas
a quienes yo soy en cargo (...) máxime a vos, que os debo más que a cuantas personas en esta vida.
(...) Así pensad que de ahí adelante vuestra voluntad tan sana y tan sincera por mí será recibida tan
lleno de placer y gozo espiritual, como con todo el dinero que enviarme pudiérades; porque más
Dios N. S. nos obliga a mirar y amar al dador que al don, para siempre tenerle delante de nuestros
ojos, en nuestra ánima y en nuestras entrañas.» Ignat. Epist. I, 85.
56 La ida a Flandes fue la solución mejor para poder pagarse los estudios y aun ayudar a
estudiantes en apuros. Lo resalta bien Polanco en el Sumario, n. 48. «...y así siendo avisado que en
Flandes se hacían limosnas a algunos estudiantes, fue aconsejado que fuera allá a pedirlas; y hízolo
así, yendo dos años allá, y otro también a Inglaterra, en ciertos tiempos; de donde ultra de la
edificación y ayuda que a los mercaderes y personas de aquellas tierras hacía, traía después para
pasar cómodamente todo el tiempo del año, y después de tres años no fue menester tornarse allá
porque le enviaban desde allá limosna con la cual y otra que le enviaban de España, vino a tener
comodidad de entretenerse a sí y aun ayudar a otros».
57No es correcta la afirmación de Laínez de que Ignacio permaneció en París 10 años. Como ya
dijimos, llegó a París el 2 de febrero de 1528. Salió para su tierra a fines de marzo de 1535. Su
estancia en París, por consiguiente, fue de 7 años completos y casi dos meses más.
«Medianamente» no quiere decir que su provecho en los estudios fuera mediano, o escaso. Es
58

una palabra exenta de pomposidad. En el número 30 dirá del fruto logrado por los demás
compañeros: «en las cuales hicimos mediano provecho».
59 Quienes más le trataron son unánimes en afirmar lo mucho que aprovechó Ignacio en sus
estudios en París. Polanco asegura: «Entregóse con tanta seriedad al estudio de la teología hasta
fines de 1535, que aunque en tiempo de invierno y con gran incómodo asistía a las lecciones del
amanecer en el convento de frailes de Santo Domingo. Así que si bien la ciencia infusa venida del
cielo había penetrado profundamente en su alma, quedándole así tenazmente grabada en su
memoria, con todo la erudición adquirida le ayudó no poco». FN II, 555. Nadal, reconociendo las no
pequeñas dificultades que tuvo que superar, pondera su éxito en los estudios: «Tuvieron los
estudios de nuestro Padre tres dificultades: la primera, suma pobreza (...). La otra dificultad fue la
poca salud, porque con las penitencias se le había dañado el estómago (...). La otra dificultad fue la
devoción, que cuando estaba estudiando y oyendo, le ocurrían nuevas devociones y conceptos que
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

29. Quanto a las cosas espirituales, siempre donde ha estado parece que nuestro
Señor por su medio, ha movido a diversas ánimas; y así en el colegio donde estaba,
se movieron muchos a confesarse y comulgarse, y otros a dexar totalmente el
mundo y meterse en la vía de la pobreza y cruz60. Y dellos algunos han tornado
atrás, pero todavía les quedan vestigios del Señor y viven cristianamente, otros han
entrado en religión y en ella perseveran, dando buen exemplo; algunos entre fran-
ciscanos, otros dominicanos, otros cartuxos. Y entre otros, al tiempo de la partida

le distraían de los estudios (...); con todo eso, estudió también sus facultades que a nosotros nos
maravillaba cuando tratábamos delante dél alguna dificultad; y dixo un doctor, persona señalada,
admirándose de nuestro Padre, que no había visto quien con tanto señorío y majestad hablase
materias teólogas». FN II, 198. Adelantemos lo que al final de esta carta (n. 56) dirá Laínez: «Del P.
Maestro Ignacio, que me había olvidado, he notado diversas cosas, como serían gran cognición de
las cosas de Dios, gran afición a ellas, y más a las más abstractas, separadas, gran consejo y
prudencia in agendis y don discretionis spiritus». GARCÍA VILLOSLADA destaca la gran memoria
que tenía el santo: «La memoria de Ignacio superaba con mucho la media normal. A nadie
comunicó tantas cosas históricas de su vida, en forma seguida y cronológica, como al portugués
Luis Gongalves de Cámara, el cual nos dice: ‘Tiene tanta memoria de las cosas, y aun de las
palabras importantes que cuenta una cosa que pasó, diez, quince y más veces omnino como pasó,
que la pone delante de los ojos; y plática larga sobre cosas de importancia la cuenta palabra por
palabra”». San Ignacio de Loyola (1986), 339-340.
60 Sobre la actividad apostólica de Ignacio con los estudiantes se extiende con más amplitud y
claridad Polanco. Así en el Sumario, 49, estudiando todavía Ignacio en Monteagudo, dio los
ejercicios al Dr. Pedro de Peralta, al Maestro Juan de Castro y a Amador Elduayen, colegial de Santa
Bárbara, muy conocidos, sobre todo los dos primeros, en los ambientes universitarios. «Estos
hicieron grandes mutaciones y luego dieron todo lo que tenían a los pobres, y aun los libros, y
empezaron a pedir limosna por París y fuéronse a posar en el hospital de Saint Jacques, adonde de
antes estaba el peregrino (...) Hizo esto grande alboroto en la Universidad por ser los dos primeros
personas muy señaladas y muy conocidas. Y luego los españoles comenzaron a dar batalla a los dos
maestros y no los pudiendo vencer con muchas razones y persuasiones a que viniesen a la
Universidad, se fueron un día muchos con mano armada y los sacaron del hospital». Autobiografía,
FN 468. Duras y desaforadas críticas cayeron, con este motivo, sobre el Peregrino. Muy a mal llevó
el Dr. Pedro Ortiz, patrocinador de Peralta, el cambio de éste después de hacer los ejercicios con
Ignacio. El portugués Diego de Gouvea, principal del Colegio de Santa Bárbara, decía «que había
hecho loco a Amador que estaba en su Colegio», y se determinó y lo dijo, la primera vez que viniese
a Santa Bárbara (Ignacio) le haría dar una sala por seductor de los escolares. Ibid.
«Llaman sala en París, dice Ribadeneira, dar un cruel y ejemplar castigo de azotes públicamente
por mano de todos los preceptores que hay en el colegio, convocando a este espectáculo a todos los
estudiantes, que en él hay, en una sala. El cual afrentoso y riguroso castigo no se suele dar sino a
personas enquietas y de perniciosas costumbres». Vida, FN IV, 223. Le denuncian ante el Inquisidor
de París, el dominico Maestro Ori. Enterado Ignacio, se presenta al Inquisidor sin ser llamado. El
fallo del Inquisidor lo resume bien Polanco: (...) «ofreciéndose de entrar en la cárcel, si le querían en
ella, porque deseaba, si hiciese por qué, ser corregido. El Inquisidor, maravillándose de su
prontitud de entrar en la cárcel, díjole que no había necesidad: y así este proceso cesó, porque no se
hallaba cosa de que asir pudiesen los que lo procuraban». Sumario, n. 49.
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

del P. M. Ignatio de París, que fué acabado su estudio 61, porque la tierra le era
contraria a su estómago, serían hasta 14 ó 12 los compañeros de París, los quales
por vía de oración se habían determinado a servir a nuestro Señor, dejadas todas
las cosas del mundo62. Pero destos, dos se hicieron frailes de sant Francisco, y del

61 Ignacio pasó al Colegio de Santa Bárbara para comenzar su estudio de Artes el 1 de octubre,
San Remigio, de 1529. La Providencia quiso que le instalasen en la misma habitación que ocupaban
Pedro Fabro y Francisco Javier con su regente Juan de la Peña. Dejemos hablar a Fabro: «En este año
vino Ignacio al Colegio de Santa Bárbara y ocupó la misma habitación que nosotros (...) de él se iba
a encargar el maestro, antes nombrado, Juan de la Peña. Bendita sea por siempre la Providencia
divina que todo lo ordenó para mi bien y salvación. Él quiso que yo enseñase a este hombre, y que
mantuviese conversación con él sobre cosas exteriores, y más tarde sobre las interiores; al vivir en la
misma habitación compartíamos la misma mesa y la misma bolsa (la de Ignacio, bien surtida por lo
recogido en Flandes y por lo que le llegaba de sus amigos de Barcelona). Me orientó en las cosas
espirituales, mostrándome la manera de crecer en el conocimiento de la voluntad divina y de mi
propia voluntad. Por fin llegamos a tener los mismos deseos y el mismo querer. Y el propósito de
elegir esta vida que ahora tenemos los que pertenecemos, o pertenezcan en el futuro, a esta
Compañía de la que no soy digno». A. ALBURQUERQUE, En el corazón de la Reforma. Recuerdos
espirituales del Beato Pedro Fabro, S.J. Introducción, traducción y comentarios. Bilbao-Santander
2000,115-116.
62 Los compañeros que siguieron el modo de vida de Ignacio y permanecieron en París cuando
Ignacio partió para Azpeitia a reponerse de sus dolencias, fueron Fabro, Javier, Laínez, Salmerón,
Bobadilla, Simón Rodrigues. Fabro había nacido en Villareto, diócesis de Ginebra, el 13 de abril de
1506, al pie de los Alpes de la Alta Saboya. Desde niño sacaba a pastar el gran rebaño de ovejas de
sus padres, pero a fuerza de rabietas consiguió doblegar la voluntad de éstos. No quería ser pastor.
Lo suyo era estudiar. Y lo llevaron a Thónes, allí cerca, donde aprendió a leer y a escribir. Y en 1517
a La Roche, a tres leguas de Villareto, a la escuela del sacerdote y excelente enseñante Velliardo,
donde estuvo ocho años. Aquí estudió humanidades y retórica. En 1525, a los 19 años fue a París e
ingresó en el Colegio de Santa Bárbara. Obtuvo la licenciatura en Artes en la Pascua de 1529, poco
antes de llegar Ignacio a este Colegio. Fabro fue el primero de sus compañeros. Estaba dispuesto a
hacer los Ejercicios cuanto antes, pero Ignacio, viéndole muy inseguro, se los dio tres años más
tarde, aconsejándole, por el momento, hacer confesión general con el Dr. Castro, ejercitante de
Ignacio en Montea- gudo, confesarse y comulgar semanalmente y dándole como ayuda el examen
de conciencia. Fue ordenado sacerdote el 30 de mayo de 1534, siendo el primero del grupo que
recibió las órdenes sagradas. Francisco Javier nació en el castillo de Javier el 7 de abril de 1506, seis
días antes que Fabro. Su padre, Juan de Jassu, presidente del Consejo Real de Navarra, era una de
las personas más influyentes de aquel reino. Se había casado con Dña. María Azpilcueta, que había
aportado en su dote el castillo de Javier. Fernando el Católico, rey de Aragón, había emprendido la
unificación de España al casarse con Isabel de Castilla. En 1512, Francisco tiene entonces 6 años, se
apodera de Navarra. Juan de Jassu muere en 1515. Un verdadero calvario comienza para Dña. Ma-
ría y su familia, por la oposición de los navarros primero al rey Fernando y después a Carlos V. La
situación mejora en 1524 al conceder Carlos V amnistía general y la devolución de sus bienes y
posesiones a quienes depongan las armas y regresen pacíficamente a sus tierras. Los hermanos de
Javier se benefician de esta amnistía y tratan de rehacer su vida en el castillo. A pesar de tan serios
contratiempos, Francisco recibe una esmerada formación religiosa y es iniciado en los estudios del
latín por los dos capellanes de la parroquia de Javier. Ha recibido la tonsura como clérigo del
obispado de Pamplona y aspira a ser tan famoso como su pariente Martín de Azpilcueta, el Dr.
Navarro, prestigioso profesor de Cánones en Salamanca. Javier se licenció en Artes el 15 de marzo
29
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

uno aun agora he sabido que persevera y es un gran siervo de Dios y hace mucho
fructo; otro se fué a su tierra, tornando atrás de los buenos propósitos, y después
no le ha faltado castigo exterior en esta vida.
30. Los otros, que fueron 963, quedamos en París a complir los estudios,
asignando el tiempo hasta el día de la conversión de sant Paulo del 1537, aunque
después, por cosas que ocurrieron de guerras y no sé qué otras cosas, salimos a
quince de noviembre de 1536. Y allí, nos confirmamos, parte en la oración y
confesión y comunión frequente; parte con los estudios, que eran de cosas sacras;
parte con haber hecho voto de dedicarse al servicio del Señor, en pobreza, comen-
zando desde el tiempo dicho; y este voto renovando y confirmando cada uno una

de 1530, el mismo día que Fabro. La obtención del grado de Maestro suponía un aumento
considerable de gastos. Javier recibió el grado de Maestro a fines de aquel mismo mes de marzo.
Fabro lo dejó para bastante más tarde, el 3 de octubre de 1536. Javier se mostró más reacio que
Fabro a seguir la vida de Ignacio. E. Aguer en su diálogo sobre el comienzo de la Compañía pone
en labios de Polanco: «Yo he oído decir a nuestro gran moldeador de hombres, Ignacio, que la más
dura pasta que él había manejado jamás, fue en los comienzos este joven, Francisco Javier». FN III,
282. A París llegaron en 1533 los dos íntimos amigos Diego Laínez y Alfonso Salmerón. Vienen de
la Universidad de Alcalá de Henares. Laínez tiene 20 años; Salmerón 17. Se unen al grupo que los
domingos oyen misa y se confiesan en la cartuja de Vauvert. Ignacio les da los Ejercicios en el
invierno de 1534. En 1533 llega también de Alcalá Nicolás Alonso. Prefiere que le llamen Nicolás de
Bobadilla, por haber nacido en Bobadilla del Camino, actualmente Boadilla del Camino (Patencia).
Se relaciona muy pronto con Ignacio, que ya tiene fama de prestar ayuda a los estudiantes en
apuros. Por su medio obtuvo una plaza de regente en el Colegio Calvi. Hizo los Ejercicios en 1534 y
se comprometió también a seguir la vida de Ignacio. Simón Rodrigues, portugués, estudiaba en
Santa Bárbara. Ignacio le dio los Ejercicios en el mismo Colegio, por no interrumpir los estudios y
hallarse enfermo. Los Ejercicios Espirituales han supuesto para estos estudiantes una gran
transformación interior. El único que todavía no los ha hecho es Javier por sus obligaciones
profesorales en el Colegio de Beauvais.
63 Al salir Ignacio de París, dirá Laínez en el número siguiente, dejó a Fabro al frente de los otros
cinco compañeros, comprometidos ya a seguir la vida de Ignacio: «dexándonos este orden y al buen
Maestro Pedro Fabro como hermano mayor de todos». Era el más indicado. El de mayor edad.
Ninguno había tratado con Ignacio tanto como el saboyano. Según Ignacio era el que mejor daba los
Ejercicios. Ausente éste, iba a tener ocasión de demostrarlo porque, por medio de los Ejercicios,
«ganó» otros tres para el grupo de compañeros, llegando a 9, como dice Lalnez. Éstos fueron el sa-
cerdote saboyano Claudio Jayo, llegado a París en 1534. Nació en Mieussy en la Alta Saboya hacia
1555. Frecuentó, como Fabro, en La Roche la escuela del ejemplar sacerdote y excelente enseñante
Velliardo. Jayo ingresó en el Colegio de Santa Bárbara. Obtuvo la licenciatura en Artes en 1535 y el
grado de Maestro en 1536. Pascasio Broét, francés, nació en Betracourt (Picardía) en una familia de
campesinos acomodados. Estudió en Amiens y fue ordenado sacerdote en 1524. Después de
trabajar 10 años en su patria, marchó a París en 1534, ingresó en el Colegio Calvi, donde enseñaba
Bobadilla. Juan Coduri nació en Sayne en Provenza en 1508. A los 27 años, concluidos los estudios
literarios e iniciados los de Teología se fue a París y entró en el Colegio de Lisieux. En 1536 obtuvo
los grados de licenciado y maestro en Artes. Fue el primero de los compañeros que falleció, el 29 de
agosto de 1541. Cf. FN I, 39.
30
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

vez el día de nuestra Señora de Agosto en sancta María de Monte Martyrum 64,
donde primero lo hicimos, después de la confesión y comunión; y ansí después lo
confirmábamos, quedándonos después allí a comer en caridad. Lo qual también
continuábamos entre el año; porque de tantos a tantos días nos íbamos con
nuestras porciones a comer a casa de uno, y después a casa de otro. Lo qual, junto
con el visitarnos a menudo y escalentarnos, creo que ayudase mucho a
mantenernos. En este medio tiempo el Señor especialmente nos ayudó ansí en las
letras, en las quales hicimos mediano provecho, enderezándolas siempre a gloria
del Señor y a útil del próximo, como en tenernos especial amor los unos a los otros,
y ayudarnos etiam temporalmente en lo que podimos65.
31. Antes de nuestra partida, el P. M. Ignacio, dexándonos este orden, y al buen
maestro Pedro Fabro como hermano mayor de todos, se partió, y fué a pie 66, como

64 El 15 de agosto, festividad de nuestra Señora de la Asunción, estando todavía Ignacio en París,


se encaminan los 6 primeros compañeros (Jayo, Broét, Coduri, se adhirieron al grupo
posteriormente, como hemos dicho) a la Capilla de los Mártires levantada a las afueras de París.
Fabro, el único sacerdote del grupo, tres semanas antes había celebrado la primera misa, preside la
Eucaristía. En el momento de la comunión se vuelve Fabro hacia los compañeros arrodillados y
cada uno pronuncia el voto de dirigirse al Papa para que les conceda licencia de embarcarse para
Jerusalén. La relación más completa la hace Laínez, en mirada retrospectiva (los compañeros están
ya en Venecia), en el número 36: «Y porque nuestra intención desde París no era de hacer
congregación sino dedicarse en Pobreza al servicio de Dios nuestro Señor y al provecho del
próximo, predicando y sirviendo en hospitales, etc; hicimos voto algunos años antes que nos
partiésemos (de París) para executar nuestra intención, de andar si pudiésemos, a los pies del Papa,
Vicario de Cristo, y demandarle licencia para ir a Hierusalem; y si hubiese oportunidad, para
quedar allí aprovechándonos si nuestro Señor fuese servido, y a otros fieles e infieles; y si no
hubiese oportunidad de ir allá a Hierusalem dentro de un año, o yendo, de quedar allá, explicamos
en el voto que no era nuestra intención obligarnos más a ir, sino tornar al Papa y hacer su
obediencia, andando donde nos mandase».
«Tres naciones estaban allí representadas: cinco españoles, un portugués, un saboyano.
Diferentes en edad: Iñigo tenía 43 años; Fabro y Javier 28, Bobadilla 25, Rodrigues 24, Laínez 22,
Salmerón apenas 19. Distintos también en carácter: el experto jefe íñigo, el apacible Fabro, el fogoso
Javier, el sensible Rodrigues, el bronco Bobadilla, el agudo Laínez y el alegre joven Salmerón; pero
todos unidos en el mismo ideal de seguir a Cristo». SCHURHAMMER I, 278. Ausente Ignacio,
renuevan los votos en Montmartre cada año el mismo día de la Asunción. Ahora ya con los tres
nuevos compañeros.
65Laínez relata con acierto la relación estrecha de amistad que reina en el grupo de «amigos en el
Señor», a pesar de no estar entre ellos Ignacio. No saben todavía dónde les llevará el Señor.
Tampoco lo sabe a ciencia cierta Ignacio. De él dice Nadal «Durante el tiempo de París (Ignacio) iba
detrás del Espíritu que le conducía, no iba delante. Así que era conducido suavemente a donde él
no sabía, y no pensaba entonces en la institución de la Orden y sin embargo paso a paso caminaba
hacia ella». FN II, 252.
66La Autobiografía dice: «...montó en un rocín comprado por sus compañeros». FN I, 482.
Llegado a Azpeitia lo entregó al Hospital de la Magdalena. Todo el mundo le respetaba: «está muy
gordo y muy bueno y sirve hoy en día (después de 16 años que lo dejó allí Ignacio) muy bien a la
31
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

en los otros viajes solía, hasta España; y pasó por su tierra; en la cual entrando, se
fué al hospital y a pedir por Dios; y estuvo allí obra de un mes; donde hizo nuestro
Señor por él notable fruto; porque allende de salir muchas personas de pecado
mortal y abrazar la vía de la penitencia; allende de enseñar la doctrina cristiana y
predicar a muchos centenares de personas, tanto que no cabían en la iglesia y era
menester hacerlo en el campo; allende de diversas paces; hizo que en el pueblo se
instituyese ley y provisión contra los juegos, y que se hiciese provisión a los
pobres, de manera que no mendicasen, y se hiciese pública oración por los que
están en pecado mortal67. De allí fue por España hasta Toledo, no predicando, pero
visitando particularmente diversas personas y edificándolas 68.
32. Después desta peregrinación por España, se vino en Italia, a Bolonia
primero, y de allí a Venecia, donde nosotros le hallamos; porque partidos al día ya
dicho de París, por haber entonces guerras en la Provincia entre el imperador y rey
de Francia, fuimos aconsejados que viniésemos por Loreina y Alemania; y ansí
vinimos a sant Nicolás

Capítulo IV
33. Razón del viaje. 34. Algunas cosas para tener en cuenta. 35. En Ve- necia
sirven en los hospitales a los enfermos. 36. Razón del viaje a Roma, explicación
del voto de Mont martre. 37. Viaje a Roma. 38. Observaciones sobre este viaje.
39. Son tratados bien en Roma. Les ayuda el Sumo Pontífice con una limosna. 40.
También les ayudan otros curiales, principalmente españoles. El viaje a
Jerusalén no es posible. 41. Se preparan para recibir las órdenes sagradas. Se
distribuyen por la región de Venecia. 42. Se dedican a la predicación. 43. Nueva
distribución de los compañeros. De dos en dos o de tres en tres se dedican a los
ministerios espirituales en diversas ciudades de Italia. 44. En Ferrara. 45. En
Bolonia y Sena. 46. En Roma. 47. Vienen todos a Roma y allí predican. 48. Los
primeros frutos de las predicaciones y de otros trabajos.

casa; es privilegiado en Azpeitia, que aunque entre en los panes, disimulan con él». Litter.
Quadrim. I, 494.
67Breve, pero densa descripción de lo que hizo Ignacio en Azpeitia. Poco más añade Polanco en
el Sumario, n. 58-60. Más detalles en la Autobiografía FN I, 482-486.
68 Primero a Navarra a visitar la familia de Francisco Javier, Sumario n. 60. Visitó en Almazán a
la familia de Laínez y en Toledo a la de Salmerón, cf. Autobiografía I, 486. Allí pudo ver también a
su antiguo ejercitante en París, Pedro Peralta, ahora gran predicador y canónigo en la iglesia
metropolitana de Toledo. Pasó por Valencia, «donde habló con el Dr. Castro (ejercitante también en
París) que era monje cartujo», FN I, 486. Contra lo que dice Polanco en Sumario n. 61, parece ser que
se embarcó en Valencia para Génova y no en Barcelona, aunque no se descarta que de Valencia
pasase por Barcelona. Cf. LARRAÑAGA, Obras completas de San Ignacio I, 434-436. Llegado a
Italia se dirige primero a Bolonia y al poco tiempo pasa a Venecia, donde espera a los compañeros
que llegarán de París. Cf. Carta Laínez, n. 32.
32
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

33. La manera de venir era a pie69 y con vestidos de poco precio y con nuestros
libros a cuestas; y cada día los sacerdotes, que eran tres, M. P. Fabro y M. Claudio y
M. Pascasio, decían misa; y los otros que éramos escolares, nos confesábamos y co-
mulgábamos. Al entrar de la posada la prima cosa era hacer un poco de oración,
haciendo gracias a nuestro Señor de los beneficios recebidos; y otro poco de
oración al salir; y en el comer, comíamos lo que bastaba, y antes menos que más.
Entre el caminar, o veníamos rezando, o pensando en cosas de Dios, según que nos
daba su gracia, o hablando de cosas buenas. Y desta manera, aunque éramos
novicios en el caminar, y aunque nos llovió quasi cada día por toda la Francia, y
venimos sobre la nieve por todo el camino de Alemania; nuestro Señor por su
bondad nos ayudaba y libraba de peligros; de manera que etiam los soldados y
luteranos nos guiaban y nos hacían buena compañía70.
34. De particulares en este camino, me acuerdo que un hombre, la prima
jornada, no sé con qué espíritu, demandado así de otros, dize: «I vont a réformer
quelque pays». Diversas también personas católicas en Alemania se consolaban y
edificaban con nosotros; y en el conferir también con los heréticos; a lo menos un
predicador confesaba que se veía confuso o concluso; y universalmente, donde
llegamos, así porque siempre se atravesaban algunas palabras de Dios, como por-
que no les dábamos mal exemplo, siempre se hacía algún fruto 71.
35. Y desta manera llegamos a Venecia a ocho de enero de 1537, donde
hallamos al padre M. Ignacio y otro siervo de Dios que allí había tirado de las cosas
del mundo, que se llamaba el bachiller Hozes72, y también don Diego de Eguía y

69 Habían quedado con Ignacio que saldrían de París en enero de 1537, pero adelantaron el viaje
al 15 de noviembre de 1536, por haber estallado la guerra entre Francisco I y Carlos V. Ignacio, que
había llegado ya a Venecia a comienzos de 1536, se preocupa de la salida de los compañeros,
suponiendo que tendría lugar en enero de 1537 como habían determinado con anterioridad. Escribe
en noviembre de 1536 a Gabriel de Guzmán, O. P., confesor de Leonor de Austria, esposa de
Francisco I: «Al Maestro Pedro Fabro con alguna compañía suya se le ofrece un camino asaz
trabajoso (...) y pienso, según las turbaciones y guerras tan crecidas en la cristiandad por nuestras
miserias y pecados, él y su compañía se verán en mucha o extrema necesidad. A la cual por servicio
y reverencia de Dios N. S. pide queráis mirar, para ayudar y favorecer en lo que Dios N.S. se
moviere y posible sea hacer». Ignat. Epist. I, 110. Antes de ponerse en camino, consultó Fabro con
los buenos amigos de París. Hubo un doctor y buen amigo que, según Rodrigues, dijo a Fabro: «Yo
creo que esto no lo puedes hacer sin cometer pecado mortal porque dejas el fruto cierto que aquí
hacías con muchas personas, por el incierto que piensas hacer en otras partes». FN III, 31.
70 Maravillosa descripción del peregrinar de los compañeros. Ribadeneira toma de ella lo
substancial. Cf. FN IV, 249-251. Rodrigues describe con detalle y gracejo esta caminata de los
compañeros a Venecia. Cf. FN III, 33-55.
71Dos pequeños detalles añade Laínez. Por su manera de caminar y comportarse da la
impresión de que van a reformar algún país. También lo toma de aquí Ribadeneira. Cf. FN IV, 251.
Conversaban con fruto con los herejes y les daban buen ejemplo.
Gran alegría al encontrar a Ignacio en Venecia. Éste se alegra de ver que el grupo ha
72

aumentado con tres nuevos compañeros. El santo, por su parte, les presenta al bachiller Hoces, de la
33
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

Estevan de Eguía, su hermano, los quales habían tornado de Hierusalem. Llegados


allí, nos dividimos, nueve que veníamos y el bachiller Hozes; cinco fueron a estar
en el hospital de los incurables; y cinco en sant Juan y Polo, donde hasta la media
quaresma, dexados los estudios, nos ejercitamos en el servicio de los pobres73; y el
maestro Fabro especialmente se ocupaba en confesiones, y así mismo el bachiller
Hozes. Mastre Francisco, con notable fervor y caridad y victoria de si mismo hasta
lamer o tragarse la sarna de uno que tenía mal francés, se exercitaba en servir a
aquellos pobres y conténtanos; en lo que cada uno hacía lo que podía, y con tanto
buen odor, que dura hasta hoy en Venecia.
36. Y porque nuestra intención dende París aun no era de hacer congregación,
sino dedicarse en pobreza al servicio de Dios nuestro Señor y al provecho del
próximo, predicando y sirviendo en hospitales, etc.; hicimos voto algunos años an-
tes que nos partiésemos para executar nuestra intención, de andar, si pudiésemos,
a los pies del Papa, Vicario de Cristo, y demandarle licencia para ir a Hierusalem; y
si hubiese oportunidad, para quedar allá aprovechándonos, si nuestro Señor fuese
servido, y a otros fieles o infieles; y si no hubiese oportunidad de ir allá a
Hierusalem dentro de un año, o yendo, de quedar allá, explicamos en el voto que
no era nuestra intención obligarnos, más a ir, sino tornar al Papa y hacer su
obediencia, andando donde nos mandase.
37. Para complir la promesa, mediada la quaresma del 37, nos partimos para
Roma, pidiendo por amor de Dios74 y divididos de tres en tres, andando dos

diócesis de Málaga, adquisición suya en Venecia por medio de los Ejercicios. Tienen, piensan, seis
meses antes de que salgan naves para Jerusalén.
73 Disponen, así piensan, de seis meses, antes de que salgan naves para Jerusalén, y deciden
servir a los pobres y enfermos en los hospitales. El trabajo en el hospital, según Rodrigues, era el
siguiente: «Hacer las camas, barrer la casa, limpiar los vasos inmundos de los pobres enfermos,
sacar los cuerpos de los difuntos debidamente preparados para la sepultura, en la fosa que ellos
excavaban y ellos mismos cubrían religiosamente con tierra; esto hacían de día y de noche, con
tanta diligencia, fervor, gozo y alegría, que todos los del hospital mucho se maravillaban, y
corriendo el rumor por la ciudad, venían personas principales a verlos con los ojos». FN III, 57.
74 Salen para Roma el 16 de marzo de de 1537. Las experiencias por las que van pasando los
compañeros con gran fruto espiritual, las pondrá Ignacio como pruebas a los novicios de la
Compañía en el Examen a los candidatos. «La primera es haciendo Exercicios Spirituales por un
mes poco más o menos. La segunda, sirviendo en hospitales o en alguno dellos por otro mes,
comiendo y durmiendo en él o en ellos (...) ayudando y sirviendo a todos enfermos y sanos, según
que les fuere ordenado; por más se abaxar y humillar, dando entera señal de sí, que de todo el
século y de sus pompas y vanidades se parten, para servir en todo a su Criador y Señor crucificado
por ellos. La tercera, peregrinando por otro mes sin dineros, antes a sus tiempos pidiendo por las
puertas por amor a Dios nuestro Señor, porque se pueda avezar a mal comer y mal dormir;
asimismo porque dexando toda su speranza que podría tener en dineros o en otras cosas criadas, la
ponga enteramente, con verdadera fe y amor intenso, en su Criador y Señor». Constituciones n. 65-
67. Ignacio se queda en Venecia «por no verse en Roma con personas que nos podían ser contra-
rias». Una de estas personas era el cardenal Juan Pedro Carafa, más tarde papa Pablo IV. Estuvo en
Venecia hasta 1536. Cofundador de los teatinos con san Cayetano. En Venecia ha tratado con
34
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

escolares con un sacerdote; y aunque íbamos a pie y ayunando cada día, y no


hallando muchas veces sino pan y agua o poco más, nuestro Señor nos dió
fortaleza y nos libró de diversos trabajos; entre los qua- les una vez fuimos 28
millas en un domingo lloviendo y descalzos y el agua algunas veces hasta los pe-
chos, y sin comer sino un poco de pan a la mañana; y íbamos alegres y cantando
psalmos; y el buen Mastre Juan, que haya gloria, que tenía en las piernas harta
sarna, sanó aquel día.
38. En este camino así mismo usábamos la confesión y comunión; y habernos
visto quanto a la temporal necesidad, especial providencia de nuestro Señor en
mover los corazones y ayudarnos, etc., no creyendo que teníamos necesidad,
porque no íbamos rotos, y llevamos las bolsas donde iban nuestros libros; tanto
que habiendo una vez de pasar un río, y no teniendo dineros ni queriéndonos el
barquero pasar, viene un buen hombre y dixo: «yo veo que no queréis cambiar los
escudos; yo quiero pagar por vosotros». Otra vez un sacerdote, que ya está en el
cíelo, por buen fin, sin habernos hablado, demandó, contra nuestra costumbre, en
la misa quatrines para pasar un río, que habíamos de pasar; y le dieron solamente
dos quatrines; y salidos de la iglesia y yendo hacia el río, sin pedir nos dieron hasta
14 ó 15 quatrines; de manera que hubo justamente para pasar el río, y praecíse dos
quatrines más que había pedido, en la misa; los quales le tornamos diciendo:
«tomad vuestros quatrines, porque sepáis que Dios no tiene necesidad de los
quatrines que demandastes en su misa»; así, holgándonos en el Señor, pasados el
río, hallamos un hombre que nos da de comer a su mesa, y con ello materiam
gratiarum actionis75.
39. Llegados a Roma; nos habían en Venecia dado aviso de dos personas
grandes que nos podrían ser contrarias; y la una en parte lo fué; la otra, que era el
doctor Ortiz, quiso nuestro Señor que nos abrazó con grande caridad, y fué medio
para que entrásemos al Papa76; y su sanctidad, el primer día que entramos y
disputamos a su tabla, mostró especial alegría, y nos deputó hasta 60 escudos de
limosna, para ir a nuestro viage de Hierusalem con su licencia y bendición; y el
cardinal Sanctiquatro nos dió para siete escolares que éramos, contando el padre

Ignacio, pero el trato de ambos no ha sido especialmente exitoso. Carafa desancosejó a Hoces hacer
los Ejercicios con Ignacio. La otra persona con quien no quiere verse en Roma es Pedro Ortiz, ahora
en Roma como embajador de Carlos V ante la Santa Sede. Se había enojado mucho con el santo
cuando éste dio en París los Ejercicios al bachiller Peralta, y hasta llegó a denunciarle ante el
Inquisidor.
75Como en la peregrinación a Venecia, también en ésta a Roma caminan en pobreza, pasan por
mil calamidades, pero alegres ponen toda su esperanza en el Señor.
76«Era este doctor Ortiz el que en París había mostrado a Ignacio tan poca voluntad, como ya
vimos, mas como llegaron a Roma los compañeros, movido con espíritu de Dios (cuando ellos
menos este oficio esperaban) los acogió con grandes muestras de amor y los llevó al sumo Pontífice
(Pablo III), encomendándole su virtud e intención de servir a Dios en cosas grandes».
RIBADENEIRA, Vida, FN IV 253-255.
35
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

M. Ignacio, licencia para ordenarnos sin título de patrimonio ni de benificio, y ad


titulum paupertatis voluntariae et sufficientis literaturae, y ésto sin demandarnos
ni por oficiales ni por otra cosa un quatrín77.
40. Los otros cortesanos, especialmente españoles, nos hicieron asimismo
limosna; de manera que entre ellos y el Papa nos dieron hasta docientos y diez
escudos para nuestro viaje a Hierusalem; para donde nos partimos a la vuelta de
Venecia, donde por cédula de cambio nos habían enviado la limosna; y llegados,
quiso nuestro Señor que aquel año (lo que no había acaecido muchos años, ni
después) no pasasen los peregrinos a Hierusalem, por haber rompido los Vene-
cianos con el Turco; de manera que, no yendo allá, ni despensándonos, cumplimos
nuestro voto. Y así nos estuvimos sirviendo a los pobres hasta el fin de Julio o
cerca.
41. Y en este medio nos aparejamos para el sacerdocio, del qual nos ordenamos
el día de sant Juan Baptista78 con mucha consolación nuestra y también del obispo
Arbense, que sin llevarnos ni un quatrin ni una candela, nos ordenó; y decía que en
su vida no había hecho tal ordenación con tanta satisfación suya. Ordenados,
porque con los pobres teníamos que hacer, y no nos podíamos así preparar de
decir la prima misa, acordamos de salir de Venecia, y sin salir de la Señoría
(porque esperábamos si el año siguiente pasaba nave en Hierusalem), nos
dividimos de dos en dos por diversas tierras: M. Ignacio, M. Pedro Fabro y M.
Laynes a Vicencia79; M. Francisco y Salmerón a Monlelese, M. Juan Coduri y el ba-
chiller Hozes a Treviso; M. Claudio y M. Simón a Bassán; M. Paschasio y M.
Bobadilla a Verana.

77 La visita al Papa no pudo ser más exitosa. Se dieron a conocer como sencillos y buenos
«teólogos de París». Se les concedió el permiso para embarcarse para Tierra Santa y para ser
ordenados los que aún no eran sacerdotes, y fueron agasajados con generosas limosnas.
78Salmerón recibe todas las órdenes, menos la de presbítero por no haber cumplido los 23 años.
Los cumplía en septiembre.
79 Los tres de Vicenza ocupan una ermita destartalada a las afueras de la ciudad, San Pedro de
Vivarolo. La describe así la Autobiografía: «Y allí dieron con una casa en despoblado, que no tenía
ni puertas ni ventanas, en la cual dormían en un poco de paja que habían llevado. Dos de ellos iban
siempre en busca de limosna dos veces al día a la ciudad y era tan poco lo que traían, que casi no se
podían sustentar. Ordinariamente comían un poco de pan cocido y cuidaba de cocerlo el que
quedaba en la casa. De este modo pasaron cuarenta días, no atendiendo más que a la oración». FN I,
494. Ribadeneira asegura que quien quedaba en casa para cocer los duros pedazos de pan que
recibían de limosna era Ignacio: «Quedábase el uno de los compañeros en la ermitilla para mojar los
mendrugos de pan duro y mohosos que se traían y para cocerlos en un poco de agua, de manera
que se pudiesen comer. Y era el P. Ignacio el que de ordinario se quedaba a hacer este oficio. Porque
de la abundancia de lágrimas que de continuo derramaba, tenía casi perdida la vista de los ojos y
no podía sin detrimento dellos salir al sol y al aire. Todo el tiempo que de buscar esta pobre limosna
les quedaba, se daban a la oración y contemplación de las cosas divinas, porque para este fin habían
dexado todas las demás ocupaciones». Vida, FN IV, 259.
36
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

42. Y en estos lugares, allende de preparamos a la misa y exercitar- nos en pedir


limosna, comenzamos a exercitarnos en predicar con poco o ningún estudio y en
las plazas, más por mortificación propria, que por otra cosa; aunque siempre se
hacía algún fruto80. Porque aun en Vincencia, donde al principio era menester ir
dos veces cada día a pedir limosna, para haber tanto pan quanto habíamos
menester, sin otro vino ni carne, sino alguna vez un poco de butiro o olio; y
estando sin cama ni puerta ni ventana, sobre un poco de paja etc., estando enfer-
mos; después a la fin se habían en- comenzado tanto a aficionar, que para once que
allá se congregaron81, daban abundantemente limosna. Hechos luego todos sacer-
dotes, y dichas las primeras misas, excepto el padre M. Ignacio que dixo la suya
mucho después, congregándonos en Vicencia, deliberamos de repartirnos (todavía
esperando el pasaje) por diversas universidades de Italia, por ver si nuestro Señor
se dignase de llamar algún estudiante a nuestro instituto82.
43. Y así, hacia el principio del invierno nos partimos el P. M. Ignacio, M. Fabro,
M. Laines para Roma83; M. Paschasio y M. Salmerón para Sena; M. Francisco y M.

80 Sobre el tosco lenguaje de sus prédicas escribe RIBADENEIRA: «y sin duda, quien entonces
mirara el lenguaje de aquellos padres, no hallara en él sino toscas y groseras palabras que, como
todos eran extranjeros y tan recién llegados a Italia y se daban tan poco al estudio de las palabras,
era necesario que ellas fuesen una como mezcla de diversas lenguas. Mas estas mismas palabras
eran muy llenas de dotrina y espíritu de Dios, y para los corazones empedernidos y obstinados,
como un martillo o almadena o almadana («instrumento de hierro como mazo grande, que sirve a
los mineros para romper las piedras. Llámase también almadena y almadina. Dic. de Autoridades I,
p. 224.) Y así se hizo mucho fruto con la divina gracia». Vida, FN IV, 259-261.
81Después de cuarenta días de desierto y oración convocó Ignacio a los dispersos en Vicenza
para disponerse a celebrar, los recién ordenados, su primera misa. Ignacio la dejó para más tarde.
Pensaba decirla en Jerusalén, en el caso de que pudieran embarcarse, o en Roma. Aquí la celebró el
25 de diciembre de 1538, a media noche en el altar del Nacimiento del Señor en la basílica de Santa
María la Mayor.
82 Son tenaces en esperar embarcarse para Jerusalén. También les preocupa buscar compañeros
que quieran seguir su misma vida. Fue aquí en Vicenza, antes de dispersarse de nuevo, donde
encontraron el nombre de Compañía de Jesús, como afirma Polanco: «El nombre es la compañía de
Jesús y tomose este nombre antes que llegasen a Roma; que tratando entre sí cómo se llamarían a
quien les pidiese qué congregación era esta suya, que era de 9 o 10 personas, comenzaron a darse a
la oración y pensar qué nombre sería más conveniente; y visto que no tenían cabeza ninguna entre
sí, ni otro prepósito sino a Jesucristo, a quien solo deseaban servir, parecióles que tomasen nombre
de quien tenían por cabeza diciéndose la Compañía de Jesús. Y en esto del nombre tuvo tantas
visitaciones el P. M° Ignacio de aquel cuyo nombre tomaron, y tantas señales y confirmación de este
apellido que le oí decir al mismo que pensaría ir contra Dios y ofenderle, si dudase que este nombre
convenía». Sumario n. 86.
83Salen de Vicenza a fines de octubre. Fabro y Laínez celebran misa en alguna de las iglesias que
encuentran por el camino. Ignacio asiste a ella y recibe la comunión. «Había deliberado después
que fuese sacerdote de estar un año sin decir misa preparándose y pidiendo a la Señora que lo
pusiese con su Hijo». A 14 kilómetros de Roma se detuvieron en la capilla de la Storta, Fabro
celebró la misa. Ignacio tuvo una gran experiencia mística y se convenció de que su oración había
sido escuchada, pero fue el Padre quien le puso junto al Hijo. Llama la atención que ni Laínez en su
37
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

Bobadilla para Boloña; M. Claudio y Mastro Simón para Ferrara; el bachiller Hozes
y M. Juan para Padua; y en todas estas partes, por gracia de nuestro Señor, se hizo
algún fruto. Porque en Padua aunque al principio el sufragano por buen celo, los
metiese en prisión y en cadenas, donde estuvieron una noche, con tanta alegría del
bachiller, que no hacía sino reír toda la noche; pero al día siguiente, mejor
informado, los soltó y los tenía como a hijos, dándoles todo el favor espiritual ne-
cesario; de manera que muchas ánimas se mudaron; y en exhortar y confesar
tenían que hacer desde la mañana hasta a la noche.
44. En Ferrara asimismo predicaban y confesaban y ayudaban a los pobres en el
hospital; y el duque les oyó algunas prédicas, y se confesó y comulgó con ellos,
haciéndoles muchas ofertas; y entre las otras, ofrecía toda la limosna necesaria para
ir a Hierusalem; pero no fué menester, porque aun aquella que habían hecho en
Roma, fué tornada a inviar al mismo que fué instrumento de haberla, para que
dispensase.
45. En Bolonia asimismo se hizo mucho fruto y con gran mortificación, siendo
especialmente M. Francisco enfermo, predicando en las plazas y confesaba quasi

carta ni Polanco en el Sumario hagan alusión a la visión de la Storta. Sí leemos en la Autobiografía:


«Y estando un día, pocas millas antes de llegar a Roma, en una iglesia y haciendo oración en ella
sintió tal mudanza en su ánima y vio tan claro que Dios Padre le ponía con Cristo su Hijo. Y yo que
esto escribo (Gongalves de Cámara) dije al peregrino, interrumpiéndole en su relato que Laínez
contaba con algunos otros pormenores, según tenía entendido, el caso. Y él me respondió ser
verdad cuanto refería Laínez; pero que entonces, cuando lo narraba, sabe cierto no dijo sino la
verdad». Laínez, en sus pláticas de comunidad a los jesuítas de Roma, sí habló con detalle sobre lo
sucedido en la Storta: «El primer fundamento de poner este nombre fue nuestro Padre, por lo que
voy a decir Vi niendo nosotros a Roma por la vía de Siena, nuestro Padre, como quien tenía muchos
sentimientos espirituales, y especialmente acerca de la santísima Eucaristía (...) me dijo que le
parecía que Dios Padre le imprimía en el corazón estas palabras: Ego vobis Romae propitius. Y no
sabiendo nuestro Padre qué es lo que querían significar, decía: Yo no sé qué será de nosotros, si
acaso seremos crucificados en Roma. Otra vez dijo que le parecía ver a Cristo con la cruz a cuestas,
y al Padre eterno al lado, que le decía: Yo quiero que tomes a este como servidor tuyo. Y así Jesús lo
tomaba y decía: Yo quiero que tú nos sirvas. Y, tomando por esto gran devoción a este santísimo
nombre, quiso que la congregación se llamase Compañía de Jesús». FN II, 133. RIBADENEIRA,
después de describir la visión, añade: «Acabada su oración dice a Fabro y a Laínez: «Hermanos
míos, qué cosa disponga Dios de nosotros yo no lo sé, si quiere que muramos en cruz o
descoyuntados en una rueda o de otra manera; mas de una cosa estoy cierto, que de cualquier
manera que esto sea, tendremos a Jesucristo propicio. Y con esto les cuenta lo que había visto, para
más animarlos y apercibirlos para los trabajos que habían de padecer». Vida, FN IV, 271.
Ribadeneira asistió a la plática de Laínez en Roma, que hemos citado anteriormente. De ella dice:
«Todo lo que aquí digo desta inefable visión y amorosa y regalada promesa que Cristo nuestro
Redentor, hizo a nuestro B. P. Ignacio de serle favorable, contó (como lo digo) el P. Maestro Laínez,
siendo prepósito general en una plática que hizo a todos los de la Compañía que estábamos en
Roma, siendo yo uno de ellos. Y el mismo padre Ignacio, antes desto, preguntándole algunas
particularidades y circunstancias acerca de esta visitación celestial, se remitió al P. Maestro Laínez,
a quien dijo que se lo había contado al tiempo que le aconteció, de la misma manera que ello había
pasado». Ibid. 273.
38
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

todo el día, de tal manera, que aún dura el buen olor de aquel fruto; y fué hecho tal
principio, que cresce y crescerá cada día más.
En Sena tenían las mismas ocupaciones en predicar y confesiones y servicios de
pobres y enseñar muchos niños la doctrina christiana con mucha edificación no
solo dellos, pero de los padres.
46. En Roma leían dos de nosotros en la Sapiencia, uno cosas de Escritura, y
otro cosas escolásticas84, por orden de su Sanctidad. Se dieron a diversas personas
los exercicios espirituales85, y muchos se aplicaron a la Compañía, los quales hoy
en día están en estudio o predican y hacen buen fruto; porque de Roma han salido
quasi todos los que están en los estudios, hablando de los más antiguos; y aunque
en otra parte hayan tenido principio, allí especialmente se ayudan y prueban.
47. Pasado el año 37 y el principio del 38, después de la quaresma nos
congregamos todos en Roma; y al principio estábamos en una casa cerca de la
Trinidad; y entre las dos pasquas empezamos todos a predicar en diversas iglesias;
y M. Ignacio predicaba en español en Sancta María de Monserrate; los otros en
italiano tal qual; M. Fabro en sant Lorenzo in Damaso; M. Jayo con especial
satisfación en sant Luis; M. Salmerón en Sancta Lucía; M. Simón en sant Angel en
Pesquería; M. Bobadilla en una iglesia que está en Bancos; M. Laynes en sant
Salvador en Lauro.
48. Este predicar, a lo menos era propria mortificación; después algunas almas
se satisfacían de quién más, de quién menos86; y a lo menos se dió un principio

84 Fabro explicó algunos libros de la Sagrada Escritura. Laínez «leía la Teología escolástica y
resolvía las cuestiones que en ella se tratan; y hacían su oficio el uno y el otro erudita y
gravemente». RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 275.
85 Polanco en el Sumario n. 78 nombra a alguno de sus ejercitantes. «Yo me di todo a dar y
comunicar ejercicios espirituales a otros así fuera de Roma como dentro». Ignat. Epist. I, 138. Fuera
de Roma se los dio, durante cuarenta días, al Dr. Pedro Ortiz en la abadía benedictina de
Montecasino. Tuvo Ortiz la buena idea de tomar algunas notas de los ejercicios que le dio Ignacio.
Notas que fueron descubiertas por el P. Camilo Ma ABAD en la Biblioteca de la Real Academia de
la Historia. ABAD dio cuenta de su valioso hallazgo en dos artículos: «Unas anotaciones del doctor
Pedro Ortiz y su hermano Fray Francisco (franciscano que ayudó a su hermano Pedro en la
elaboración final de las notas de éste) sobre los Ejercicios Espirituales de san Ignacio», AHSJ, 25
(1956) 437-454; «Unas anotaciones inéditas sobre los Ejercicios de san Ignacio por el Dr. Pedro Ortiz
y su hermano Fr. Francisco», Miscelánea Comillas 25 (1956) 24-114. El texto de los hermanos Ortiz,
que se reduce al tratado sobre la elección, lo han editado CALVERAS-DALMESES en su edición
crítica de los Ejercicios: Sancti Ignatii de Loyola Exercitia Spiritualia, Roma, MHSJ 1969, 627-645. En
Roma dio Ignacio los ejercicios al cardenal Gaspar Contarini. Éste se empeñó en copiar por sí
mismo el manuscrito, copia que llevaba siempre consigo como un valioso tesoro. Contarini
mantuvo siempre una gran amistad con Ignacio y con todos los suyos, e hizo todo lo posible, con su
gran influencia, por favorecerles.
86Una manera discreta de decir que no eran muy expertos en el conocimiento del italiano, como
ya ha dicho antes.
39
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

exhortando a las confesiones y comuniones, de manera que después acá son en


Roma más freqüentes que en antes; y se ha dado ocasión a diversas obras pías
generales, como la obra de los niños huérfanos, la de los catecúmenos, la de sancta
Marta, la de recojer los pobres; que en un tiempo de carestía se daba de comer a
400. El modo se podrá allá saber. Allende desto, se dispensaban por vía del P. M.
Ignacio muchas limosnas, así a monesterios, como a personas particulares; y esto
fidelísimamente, sin quedar un quatrin en casa; aunque los que daban la limosna
creo que holgarían más que quedase allí. Han confesado y oído sermones diversas
personas grandes, etc. predicándose en diversos monasterios y hospitales, a los
quales también han dado gente que sirva por amor de Dios, etc.

Capítulo V
49. Deliberan sobre fundar la Compañía de manera estable. 50. Después de
fundar la Compañía, son enviados los compañeros a diversas partes: Pedro
Fabro y Laínez a Parma y lugares vecinos. Alegre fruto de los trabajos. 51.
Simón Rodrigues y Javier a Portugal. Éste, después, a la India. Broét a Sena.
Bobadilla a Calabria. 52. Aprobación de la Compañía por el Sumo Pontífice. 53.
Gran tormenta contra los compañeros antes de la aprobación de la Compañía. Se
da sentencia faborable a ellos.
49. Estando luego en Roma el año dicho, haciendo oración primero, después
nos juntamos87; y de artículo en artículo, de cosas que tocaban a nuestra vocación,

87 Antes de las deliberaciones tuvo lugar la tormenta que se levantó contra Ignacio y compañeros
a causa de haber descubierto ellos indicios de herejía en las predicaciones del famoso predicador
romano el agustino Agustín Mainardi o de Piamonte, como solían llamarle. La describe con detalle
Polanco en el Sumario n. 84-85. Laínez la sintetiza, más tarde, en el n. 53. Laínez y Fabro acuden a
los sermones de Cuaresma que el famoso predicador tiene en la iglesia de San Agustín en Roma.
Conocedores, desde París, del lenguaje de los luteranos, vieron enseguida en los aplaudidos
sermones del agustino atisbos de herejía. Le avisaron fraternalmente primero. Y como no les hizo
gran caso comenzaron los dos jesuitas a refutarle públicamente con firmeza. Cayeron sobre ellos
todo tipo de calumnias de parte de tres españoles: Francisco de Mudarra, Mateo Pascual y un tal
Barrera, defensores entusiastas de Mainardi. El hereje es Ignacio, decían, que tuvo que salir de
España perseguido por la Inquisición, que le persiguió también en París y Venecia. Sus seguidores
eran sacerdotes reformados que extendían la herejía por medio de los Ejercicios Espirituales.
Ignacio denunció ante los jueces a los calumniadores y no cejó hasta que el Papa ordenase. Pudo
hablar con el Papa en Frascati los últimos días de agosto. En carta a Isabel Roser le dice: «Hablé a su
Santidad en su cámara y a solas, bien al pie de una hora; donde hablándole largo de nuestros
propósitos e intenciones, le narré claramente todas las veces que había sido preso en Alcalá y
Salamanca; y esto a fin que ninguno le pudiese informar más de lo que yo le he informado, y para
que fuese más movido a hacer inquisición sobre nosotros, para que en todas maneras se diese
sentencia o declaración de nuestra doctrina. Finalmente, como a nosotros fuese muy necesario, para
predicar y exhortar, tener buen olor, no solamente de Dios N. S., más aún delante de las gentes, y
no ser sospechosos de nuestra doctrina y costumbres, supliqué a Su Santidad, en nombre de todos,
mandase remediar, para que nuestra doctrina y costumbres fuesen inquiridas y examinadas por
cualquier ordinario que Su Santidad mandare». Ignat. epist. 1,140-141. El 18 de noviembre de 1538
40
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

cada uno traía las razones pro y contra; y sin discrepar ninguno, nos deliberamos
primero en que sería bien procurar de hacer una compañía que durase, y no
solamente tener cuenta de nuestros individuos88; después íbamos particularmente
concluyendo de la pobreza, obediencia, probaciones, colegios y otros exercicios de
nuestra vocación89.
50. Y así concluido, nos comenzamos algunos partir de Roma, porque el
cardinal de sant Angelo demandó dos al papa yendo legado a Parma, y los
compañeros inviaron a M. Fabro y M. Lainez, donde por gracia de nuestro Señor se
hizo gran fruto y quasi universal por toda la tierra y por algunas villas alrededor; y
lo mismo en Placencia; predicábase, leíase, confesábase, ciábanse exercicios.
Moviéronse muchos a salir de pecado y ordenar su vida, y dedicarse a la
Compañía diversos estudiantes, los quales perseveran hasta hoy día; y asimismo el
otro fruto, han tenido persecuciones, etc.
51. En este medio el rey de Portugal demandó otros, y diéronse dos para la
India: M. Francisco y M. Simón; y M. Francisco 90, habiéndose de partir, lo supo

se dictó la sentencia absolutoria firmada por el gobernador de Roma Benedetto Conversini. La


sentencia completa de Conversini puede verse en RIBADENEIRA FN IV, 291-293.
88 Ante la imposibilidad de embarcar para Tierra Santa, reunidos todos en Roma, y ofreciéndose
al Papa, como habían decidido en Montmartre, se les plantea un problema serio. Es seguro que el
Papa les va a dispersar y a confiarles distintas misiones. ¿Es que han de renunciar a esta larga
experiencia de amistad y búsqueda conjunta de la voluntad de Dios? Desde mediados de marzo
hasta el 24 de junio de 1539 sin abandonar sus ministerios ordinarios de predicación y ayuda a los
pobres, se reúnen para reflexionar y orar juntos para ver lo que en el futuro deben hacer. Que
debían mantener algún lazo lo decidieron pronto por unanimidad. Más difícil les fue decidir sobre
el tipo de unión que sería conveniente. ¿Se había de mantener la unión haciendo voto de obediencia
a uno de los compañeros? Esto suponía decidirse por la creación de una nueva orden religiosa. Se
aducían ventajas e inconvenientes. Tenían que seguir orando, ahora mucho más. Hasta que por fin
non per plurium vocum sententias, sed nullo prorsus dissidente (No por el parecer de la mayoría,
sino sin que ninguno disintiera) determinan hacer voto de obediencia a uno de ellos.
89 Con el mismo orden, reflexionando y orando mucho, fijaron otros puntos básicos para el buen
funcionamiento del nuevo Instituto, para cuya creación estaban dando los primeros pasos. «En la
fiesta de S. Juan Bautista todo se terminó y se dio por concluido con suavidad y amigable concordia
de los ánimos». MHSJ, Constitutiones S.J. vol. I, 9-14.
90 El rey de Portugal, Juan III, tenía noticias muy favorables de Ignacio y compañeros a través de
Diego de Gouvea, que los conoció de cerca siendo principal del Colegio de Santa Bárbara, donde
residieron Ignacio, Fabro, Javier y Rodrigues. Sondeó primero Gouvea, conocedor de los deseos del
Rey de enviar misioneros a la India, el ánimo de Ignacio como escribe RIBADENEIRA: «que si
tendrían por bien ir todos o parte de ellos, a predicar el Evangelio a la India Oriental. Nuestro Padre
respondió que ellos harían lo que el Vicario de Cristo nuestro Señor les mandase (...). Recibida esta
respuesta el doctor Gouvea escribió al rey de Portugal que ciertos hombres de tal calidad se habían
levantado en el mundo, los cuales juzgaba que eran muy a propósito para la conversión de la
gentilidad. El rey mandó a Dn. Pedro Mascarenhas, que era su embajador en Roma que tratase este
negocio con nuestro Padre (...) y que suplicase de su parte a Su Santidad que mandase a media
docena de ellos (no habiendo entonces más que los diez) y que en esto metiese todo el calor posible
41
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

solamente el día antes. Estuvieron primero en Portugal, y después maestro


Francisco fué a la India. El fruto que ansí en Portugal, como en las Indias se ha
hecho, en parte se verá por las letras91. M. Pascasio fué mandado del Papa a Sena
para reformar un monasterio; lo qual, con la gracia del nuestro Señor, hizo de
manera que después acá ha dado buen odor de sí; y han tanto negociado, que lo
detuvieron allí mucho tiempo con grande edificación de muchas almas de la tierra.
M. Bobadilla fue enviado en Calabria, donde tanbién se hizo fruto.
52. En este medio, los que quedaron en Roma ocupados en los exercicios dichos,
propusieron la petición de la confirmación de la Compañía a su Santidad92; y aun-
que había algunos que favorecían, y vinieron letras de favor de diversas partes
donde estaban los de la Compañía93; hubo muchos especialmente contrarios94; y

(...) nuestro Padre respondió (a Mascarenhas) que ellos estaban a la obediencia de su Santidad, y
que un par dellos podían ir. Y haciendo Dn. Pedro mucha fuerza para que fuesen seis, dixo nuestro
Padre: Jesús, señor Embaxador, ¿y que quiere vuestra Señoría dexar para el resto del mundo? En
fin, su Santidad mandó que fuesen dos, los que al Padre y sus compañeros pareciese». De Actis P.
N. Ignatii, FN II, 380-381. Fueron elegidos Bobadilla y Rodrigues. Fue llamado Bobadilla desde
Calabria, donde estaba predicando. Llega a Roma el 14 de marzo, pero tan enfermo con fiebre de
Malta que no puede partir con el embajador portugués y éste ya no puede esperar. Es cuando
Ignacio designa a Javier. «Nuestro Padre, que estaba malo en la cama, llamó al Padre maestro
Franciso Javier y díxole: Maestro Francisco; ya sabéis cómo por orden de Su Santidad han de ir dos
de nosotros a la India, y que habíamos elegido por uno a Maestro Bobadilla, el cual por su
enfermedad no puede ir, ni el embaxador aguardar que sane; esta es nuestra empresa. Entonces el
bendito Padre, con mucha alegría y presteza respondió: Pues, sus, heme aquí». RIBADENEIRA
ibid., 38. Javier salió de Roma el 15 de marzo de 1540, acompañando al embajador de Portugal.
Antes había salido Simón Rodrigues. Fueron recibidos en la corte con grandes muestras de simpatía
y afecto. El rey retuvo a Rodrigues porque tenía la intención de fundar varias casas de la Compañía
en Portugal. Javier se embarcó en Lisboa el 7 de abril de 1521, el mismo día que cumplía 35 años.
91 La manera de permanecer unidos en la dispersión era a través de la correspondencia entre
ellos. Insistía Ignacio en que debían escribir a Roma y en más de una ocasión hubo de amonestar a
los morosos. Polanco, como secretario, se encargaba de resumir lo más importante que llegaba de
distintas partes para enviarlo, en nombre de Ignacio, a todas las casas de la Compañía, donde las
cartas de Javier eran leídas con especial veneración, por su novedad y hondura espiritual.
92 Los compañeros encargaron a Ignacio que presentara un resumen sobre la naturaleza y planes
de la nueva orden con el fin de presentárselo al Papa para su aprobación. Pronto redactó el santo la
llamada Fórmula del Instituto. Los elementos esenciales estaban contenidos en los conocidos cinco
puntos. Polanco en el Sumario n. 89-90 da detalles del proceso seguido hasta la aprobación
pontificia. Entregó Ignacio al cardenal Contarini, antiguo ejercitante suyo y fiel amigo para siempre,
la Fórmula por él elaborada pidiéndole que se la presentase al Papa, que estaba para salir de Roma.
Asi lo hizo el cardenal. El Papa pasó el escrito ignacia- no a Tomás Badía, O.P., maestro del Sacro
Palacio, para que lo examinase. Después de dos meses, con el informe favorable del eminente
dominico, el cardenal Contarini visitó a Pablo III en Tívoli el 3 de septiembre de 1539 y le leyó la
Fórmula. La alabó el Papa y dio su aprobación vivae vocis oráculo. Laínez y Polanco señalan los
obstáculos que hubo que superar hasta la aprobación definitiva por medio de la bula pontificia.
93 Ignacio escribió a los suyos, repartidos ya en diversas partes donde eran bien vistos,
pidiéndoles que intercedieran ante las personas influyentes a las que tenían acceso para que
42
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

ansí se anduvo en gran trabajo y solicitud de los que estaban en Roma por más de
un año; y finalmente plugo a nuestro Señor, movido creo de muchas oraciones que
el padre M. Ignacio hizo hacer, entre las quales hizo decir 3000 misas, que las mis-
mas personas principales que eran contrarias dieron la vía para la expedición95; y
así se expidió el tal año y mes y día, como allá sabrá. Y esto con cierto número, el
qual después se abrió, etc., y otros privilegios, etc.
53. Antes de la expedición, por ocasión de haber contradicho a un cierto fray
Agustín de Piamonte el qual entonces era oculto, y agora es público luterano, y
dicen que es el autor del libreto del Sumario de la Scriptura; ciertos españoles que
le tenían devoción, nos movieron una gran persecución, de manera que fué
menester venir a juicio; el qual amigos y enemigos impedían; y al fin sólo el papa
mandó que se diese la sentencia; la qual se dió en favor, etc. Y porque
especialmente los que murmuraban, acusaban al P. M. Ignacio, al qual el demonio
tiene más envidia, quiso Dios que se hallaran al tiempo del dar la sentencia en Ro-
ma todos los jueces que en Alcalá, Paris y Venecia habían por símiles invidias
entendido y juzgado las cosas de M. Ignacio, y dádole por libre. Y todos estos

escribieran al Papa suplicándole la aprobación de la Compañía. Consiguió ayuda del duque


Hércules de Ferrara y de su hermano el cardenal Hipólito de Este, para que acudieran en ayuda de
Ignacio y demás compañeros de Jayo, que había trabajado con éxito en Ferrara. Logró que el rey de
Portugal Juan III escribiera al Papa y que por su medio se interesasen por la Compañía Carlos V y el
rey de Francia, Francisco I. Escribieron al Papa los magistrados de Parma, donde tan eficazmente
habían trabajado Laínez y Fabro. A esta búsqueda de influencias, hay que añadir las oraciones y
lágrimas de Ignacio y las 3.000 misas que mandó decir por esta intención.
94 Una primera dificultad surgió del cardenal Ghinucci, excelente hombre de Curia, que había
trabajado con Julio II y León X y buen conocedor de los requisitos legales. No sólo encontró
defectos de forma, sino de fondo, como eran, según él, la supresión del coro y el que no hubiera
penitencias por regla. El voto especial al Papa para ir a misiones le parecía que no tenía sentido
ninguno. El Papa buscó otro cardenal que tratase de acercar las posturas de Contarini y Ghinucci.
La elección recayó sobre el cardenal Bartolomé Guidiccioni, quien había escrito sobre la necesidad
de reducir las órdenes religiosas que ya existían, y de conservar solamente los benedictinos,
cistercienses, dominicos y franciscanos. Nada de extraño que se opusiera frontalmente a la creación
de una orden nueva y tan novedosa como la que presentaba Ignacio a la aprobación pontificia.
95 Fue el mismo Guidiccioni quien, cediendo de su postura intransigente, encontró una salida
diplomática sin renunciar a sus principios. Reconoció que desde un principio había reconocido la
calidad espiritual de los cinco capítulos y que estaba bien informado de las virtudes y de los
trabajos apostólicos de los compañeros. Estaba de acuerdo en que se aprobase la Compañía de Jesús
pero limitando el número de los profesos a 60. Con lo que podía verse la evolución de la orden
nueva. Si en el futuro aparecían problemas, no iba a ser difícil suprimir la orden con tan pocos su-
jetos formados. Todos quedaron satisfechos. Guidiccioni salvaba su honor y Contarini veía que sus
esfuerzos no habían sido en vano. Los amigos de la Compañía se alegraron de que sus
recomendaciones habían tenido éxito. Pablo III firmó el 27 de septiembre de 1540 la bula Regimini
militantis Ecclesiae, por la que era aprobada la orden de la Compañía de Jesús. Cf. RAVIER, A.,
Ignace de Loyola fonde la Compagnie de Jésus, DDB, París 1974, 114-115.
43
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

trabajos y pendencias el P. M. Ignacio contó al Papa, para que hiciese ver la cosa y
dar la sentencia96.
54. Y esto todo fué antes de la confirmación de la Compañía; después de la qual
se han partido de Roma diversos: Me. Jayo primero en Faencia, donde hizo buen
fruto; después, junto con Me. Fabro y Bobadilla, en Alemaña, donde en las dietas y
en el predicar al Rey de Romanos y al Emperador y confesar en la corte y leer en
las universidades, como en Colonia, Maguncia, Ingolstadio y Passao y Ratisbona
etc.; y en Colonia ha quedado un principio de escolares 97. Me. Pascasio y Me.
Salmerón fueron inviados a Ibernia98, donde allende de muchos trabajos y peligros
ansí de enfermedad, como en el mar, como de ser cogidos del Rei de Engalaterra;
para el tiempo que estuvieron, hicieron fruto, ansí en hacer confesar diversas
personas, como en dispensar; porque eran nuncios Apostólicos; y en las
despensaciones, de los pobres no tomando nada, de los que tenían haciéndoles dar
alguna limosna y depositarla, etc. para bien de los mismos, de manera que no
tomaban quatrin de ninguno; y a muchos pesaba su partida.
55. Maestro Laínez fué inviado a Venecia, porque la Señoría demandó al Papa
dos, y ha estado en Venecia, Padoa, Bresa, Basan, etc. Araoz y maestro Fabro en Es-
paña, a donde en diversas partes han hecho fruto etc. Después des- to, a Trento
fueron inviados al concilio Maestro Jayo por procurador del cardinal de Augusta 99,
y Maestro Laínez y Salmerón por la Compañía con licencia del Papa. Y esto es
quanto por agora, sin pensar mucho, ha ocorido; en lo qual todo me remito a la
verdad, y a los que allá están presentes, y a las letras de los absentes, y a su buen
juicio, que podrá tomar, ordenar, etc.

Capítulo VI
56. Algunas cosas sobre el Padre Ignacio que hemos dejado atrás. Conocimiento
de las cosas divinas, consejo, prudencia, fortaleza, magnanimidad, etc. 57.
Curaciones extraordinarias obtenidas por sus oraciones: de Esteban Baroelio,
Simón Rodrigues. 58. Muerte del bachiller Hoces, cuya alma, con gran conso-
lación, ve Ignacio entre los bienaventurados. 59. Ignacio es honrado por Dios
con grandes ilustraciones y otros dones espirituales. Gran cuidado de la
conciencia. Progreso en las cosas espirituales. 60. Otras dotes de Ignacio:
desprecio del mundo, castidad, paciencia. 61. Algunas cosas de la carta de Pedro
Fabro. Por qué no escribe sobre otros compañeros. Del P. Salmerón.
56. Del P. Maestro Ignacio que me había olvidado, he notado diversas cosas,
como serían gran cognición de las cosas de Dios, gran afición a ellas, y más a las

96 De esta gran prueba de Ignacio y compañeros hablamos suficientemente en la nota 87.


97 Al frente de ellos dejó al joven Pedro Canisio.
98 Como nuncios de Su Santidad.
99 Otto Truchsess, obispo de Augusta desde el año 1544 a 1573 y cardenal.
44
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

más abstractas, separadas, gran consejo y prudencia in agendis, y don discretionis


spiritus; gran fortaleza y magnanimidad en las tribulaciones, gran simplicidad en
el no juzgar a ninguno y en enterpretar todo a bien, gran modo de negociar y
ocuparse a sí mismo y a otros en el servicio de Dios100.
57. Diversos que han estado a la muerte y abandonados de médicos creo que
nuestro Señor los haya librado, por medio de sus oraciones; y él ha predicho la
liberación, como hizo de Esteban101, que está agora en Versan y de Maestro Simón;
al qual, estando en Vincencia y enfermo, sabiendo que Maestro Simón102 estaba
malo a la muerte, fué a pie, y con tanta ligereza, que me decía Maestro Fabro que lo
acompañó, dexándome a mí en el hospital enfermo, que no podía caminar con él y
en el camino encomendando a Dios nuestro Señor el enfermo, fué muy certificado
que no había de morir de aquella enfermedad; y así a él se lo dixo.
58. También me he olvidado que, estando en Padoa Maestro Juan, murió el
buen bachiller, y decía Maestro Juan que, con ser antes que muriese negro y feo de
rostro, después que murió se inmutó tanto el corazón de Maestro Juan, que se
hinchó todo de alegría, y llorando de placer no se hartaba de besarlo, y le parecía
su rostro hermoso como un ángel. Estando también Maestro Ignacio en el reino de
Nápoles, antes que supiese la muerte, se recelaba dello, y después que la supo,
encomendóle a Dios dos veces lo vió en el cielo entre los otros sanctos; y fué tan
visitado el P. Maestro Ignacio, que le duró no sé quánto, que de alegría y consola-
ción no hacía sino llorar103. Y esto nos lo contó el mismo Maestro Ignacio creo a
don Diego y a mí, y no sé si a Maestro Fabro.
59. Otras cosas diversas me ha contado de visitaciones que ha tenido sobre los
misterios de la fe, como sobre la Eucaristía, sobre la persona del Padre
especialmente y por un cierto tiempo después, creo, sobre la persona del Verbo; y
últimamente sobre la persona del Espíritu Santo104. Y me acuerdo que me decía

100 Cf. Gongalves de Cámara, Memorial nn. 91-92.


101Esteban Baroello, que se encontraba en Basano en 1547. Lo que aquí dice Laínez sucedió en
1541 y lo cuenta Ribadeneira como oído al mismo S. Ignacio: «No morirá esta vez Estevan». Cf.
MHSI, Scripta I, 343.
102En la Autobiografía lo cuenta el mismo Ignacio sin decir que se trataba de Simón Rodrigues:
«Continuando en Vicencia supo que uno de los compañeros que se encontraba en Basán, estaba
enfermo a punto de muerte, y él se encontraba asimismo enfermo con fiebre. No obstante esto, se
puso en camino y caminaba tan fuerte que Fabro, su compañero, no le podía seguir. Y en aquel viaje
tuvo certeza de Dios, y lo dijo a Fabro, que el compañero no moriría de aquella enfermedad. Y lle-
gando a Basán, el enfermo se consoló mucho y sanó pronto. Luego volvieron todos a Vicencia». (A
San Pedro de Vivarolo, donde se habían instalado Ignacio, Laínez y Fabro). Autobiografía n. 95.
Más ampliamente en Ribadeneira, Vida, FN IV, 261.
103Lo trae con detalle Ribadeneira siguiendo lo que aquí dice Laínez. Murió cuando Ignacio
daba los ejercicios en Montecasino al Dr. Ortiz. RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 279.
104 «¿Qué diré de aquellas inteligencias tan continuas, tan excelentes, tan abstractas de la
Santísima Trinidad, de la esencia divina, de la distinción y propiedad de las tres Personas? Que
45
Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

que en las cosas agora de Dios nuestro Señor más se había passive que active105; lo
qual (personas que contemplan, como Sagero y otros), ponen en el último grado de
perfección. Es tan tierno en lágrimas de cosas eternas y abstractas, que me decía
que comúnmente seis o siete veces al día lloraba. Tiene tanto cuidado de su
consciencia, que cada día va confiriendo semana con semana y mes con mes y día
con día, y procurando, cada día de hacer provecho; de manera que decía, si me
acuerdo, un día que lo que había tenido en Manresa (lo qual en el tiempo de la
distracción del estudio solía magnificar y llamar su primitiva iglesia), era poco, en
comparación de lo de agora106.
60. Es algo rigoroso con quien no quiere abnegarse y ofrecerse a nuestro Señor;
y con quien torna atrás; con los otros es benigno. Es firme en lo que una vez
juzgado por lumbre divina o por razón, con tal que sea persuadido; y no se dexa
fácilmente mover; pero en cosas que no tiene lumbre, dexa fácilmente su parecer
en los otros107. Es de verdad contemptor mundi; y si fuese según su apetito, como
me ha dicho, lo mostraría no curando de ser tenido por loco, y andando, como
decía, descalzo y con su pierna mala de fuera, y con cuernos al cuello 108; pero por
ganar las almas, no muestra nada desto. Quanto a la castidad, tiene un grado alto,

eran de manera que el mismo padre dice en un lugar de aquel cuaderno que después de él muerto
se halló escrito de su mano, que aunque estudiara muchos años, no pudiera saber tanto y en otro
que le parecía que de la Santísima Trinidad no había más que saber que lo que el Señor en cierta
ocasión le había comunicado?». RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 756-757.
«Al P. Laínez, preguntándoselo, dijo algunas veces que en las cosas de nuestro Señor se había
105

más passive que active, que estos son los vocablos que usan los que tratan de esta materia,
poniéndole por el más alto de grado de contemplación», RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 747.
106«...en su vejez vino a decir que aquel estado que tuvo en Manresa (al cual en tiempo de los
estudios solía llamar su primitiva iglesia) había sido su noviciado; y que cada día iba Dios en su
alma hermoseando y poniendo con sus colores en perfección el dibujo de que en Manresa no había
hecho sino echar las primeras líneas». RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 745.
107«Preguntó algunas veces, mientras que escribía las Constituciones, al padre maestro Laynez
que, pues había leído todas las vidas de los santos que han fundado religiones y los principios y
progresos dellas, le dijese si creía que Dios nuestro Señor había revelado a cada uno de los
fundadores todas las cosas del instituto de su religión, o si había dejado algunas a la prudencia
dellos y a su discurso natural. Respondió (...) Laynez que lo que él creía era que Dios nuestro Señor,
como autor y fuente de todas las religiones, inspiraba y revelaba los principales fundamentos y
cosas más propias y más sustanciales de cualquiera de los institutos religiosos (...). Pero que las
demás cosas que se pueden variar y mudar con los tiempos y lugares y otras circunstancias, las
dejaba a la discreción y prudencia de los fundadores de las mismas religiones, como vemos que lo
ha hecho también con los ministros y pastores de la Iglesia en lo que toca a su gobernación».
RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 741.
108 «Decía nuestro B.P. que si para la salud de las almas importase algo que él fuese por las
plazas descalzo y cargado de cosas infames y afrentosas, ninguna duda tendría en hacerlo, y que no
había en el mundo traje tan habilitado, ni vestido tan vergonzoso, que por ayudar a un alma a
salvarse, él no lo trajese de buena gana». RIBADENEIRA, Vida, FN IV, 761. Pero pensaba que estas
cosas eran impedimento para ayudar a las almas, añade Laínez.
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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

porque es mucho señor de su natura con puridad del espíritu; quasi no siente nada
en la parte inferior. Tiene diversas enfermedades, y en ellas poca consolación
espiritual y mucha paciencia, etc.

61. Del Maestro Pedro Fabro solo quiero trasladar un pedazo de una carta que
me escribió de Spira a 30 de agosto de 1542, estando yo en Venecia, porque de allí
se ve el fruto de su alma, desde que me dexó en Placencia por el mes de agosto del
41 hasta entonces. Dice, pues, ad verbum:
«Pluguiese a la Madre de Dios nuestro Señor que yo pudiese daros noticia de
quánt bien ha entrado en mi alma y quedado, desde que yo os dexé en Placencia
hasta este día presente, así en conoscimiento como en sentir sobre las cosas de
Dios nuestro Señor, de su Madre, de sus sanctos Ángeles y sanctas almas del
cielo y del purgatorio; y de las cosas que son para mí mismo sobre mis altos y
baxos, mis entrares en mí mismo y salires, mundar el cuerpo y el ánima y el
espirito, purificar el corazón y desembarazarlo para recebir los divinos liquores,
y retenerlos y mantenerlos, pidiendo para todo gracias diversas, buscándolas y
pulsando por ellas; asimismo quanto toca al próximo, dando nuestro Señor mo-
dos y vías y verdades y vidas para conoscerle y sentir sus bienes y sus males en
Cristo, para amarle, para soportarle y padecerle y compadecerle, para hacer
gracias por él y pedirlas, para buscar perdones por él y excusaciones, hablando
bien por él delante de su divina magestad y sus santos. En suma digo, hermano
mío Maestro Laynez, que yo no sabré jamás reconocer, no digo por obras, mas
ni aun por pensamiento y símplice aprehensión, las mercedes que nuestro Señor
me ha hecho y hace y está promptísimo para hacerme, aligando todas mis
contriciones, sanando todas mis enfermedades, y mostrando tan propicio a
todas mis iniquidades. Ipsi gloria, amen. Él sea bendito por todo y de todas las
crea- turas, amén; Él sea siempre honrado en sí y en su Madre y en sus Ángeles
y en sus sanctos y sanctas, amén. Él sea magnificado y sobre todo ensalzado por
vía de todas sus creaturas, amén. Yo digo amén de mi parte, y os ruego que lo
alabéis sobre este vuestro hermano, que yo así lo hago sobre toda la
Compañía»109.
62. De los otros supósitos que dice que le escriba por esta última, 11 de Junio,
porque me he de partir mañana, y agora es quasi medio día, y no me he
despedido quasi de ninguno del concilio, no lo podré hacer por agora; si
después pudiere, haré; aunque no he aplicado la mente a semejantes cosas; y por
esto aun lo que aquí he escrito, he miedo que será fuera de propósito. Tome la
voluntad, y supla las faltas. Quanto a lo que dice de las letras de Maestro Salme-
rón, en el tiempo que escribe, él estuvo en Roma predicando y leyendo, y

109 La carta completa en MHSJ, FM 179-183.


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Carta al secretario Juan Alfonso de Polanco
Diego Laínez, S.J.

solamente por unos pocos meses estuvo en Módena con fruto y consolación de
los católicos, y con invidia del demonio, que por heréticos excitó sediciones, etc.
De Bologna a 16 de Junio de 1547.
Siervo en Cristo,
LAYNEZ.

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