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COMUNICACIÓN ORAL Y ESCRITA EN ESPAÑOL II

1. EL LÉXICO DE HOY (TERCERA GRABACIÓN)


1. La estructura de la lengua

La estructura de la lengua está constituida por tres pisos: fonológico, gramatical o morfosintáctico
y léxico. Los dos primeros constituyen sistemas cerrados y, en principio, son susceptibles de
estudio exhaustivo. En cambio, el léxico es un sistema abierto, lo cual no quiere decir que no
constituya un sistema.
2. La estructura del léxico
1. Sectores que la determinan
Las palabras forman parte de una estructura determinada por dos ejes: paradigmático, que es el
eje de las sustituciones o conmutaciones posibles dentro de un enunciado; y sintagmático, que
es el eje de las combinaciones o de las capacidades de la palabra dentro de la cadena hablada.
Por ejemplo, padre se sitúa paradigmáticamente dentro de una serie de términos con los que
podría conmutarse en un contexto: pariente, señor, etc. Y está sintagmáticamente determinado
por su presencia en un enunciado dado, por ejemplo, mi padre es calvo.
De una manera sencilla, se entiende por léxico todo lo que es objeto de un diccionario común.
En primer lugar, todo lo que en él constituye entrada, es decir, esas unidades gráficas que
llamamos palabras. En segundo lugar, las combinaciones estables o locuciones, que aparecen
registradas dentro de cada entrada. Y, por último, el contenido semántico de las palabras y de
las locuciones, en el cual radica la fundamental razón de ser de los diccionarios.
2. Sectores en que se puede distribuir el caudal léxico castellano
Tres son los grandes sectores en que se puede distribuir el caudal léxico castellano: el heredado,
el multiplicado y el adquirido.
Se habla de léxico heredado para referirse a un fondo amplio de palabras que formaban ya parte
del latín de Hispania, cuando esta península era provincia romana, y también cuando más tarde
era una monarquía visigoda.
Se llama léxico adquirido al conjunto de los elementos que, a lo largo del tiempo, han sido
incorporados a aquel fondo primitivo. Miembros procedentes de lenguas vecinas dentro de la
propia península, como el gallego-portugués, el catalán, el vasco y, sobre todo, el gran invasor
árabe.
El léxico multiplicado es el que ha surgido utilizando procedimientos mediante los cuales, a partir
de los elementos ya existentes en la lengua, se puede producir un número indefinido de
elementos nuevos, con lo que se multiplican las posibilidades del léxico propio sin necesidad de
recurrir a la importación. Los dos procedimientos más importantes son la composición y, sobre
todo, la afijación.
3. Procedimientos de ampliación del léxico a partir del léxico heredado
1. Sufijación
De entre los sufijos verbales se mantiene la fecundidad de –ear e –izar (homenajear, privatizar).
Pero el procedimiento más fecundo para hacer verbos nuevos es la aplicación del simple
morfema verbal –ar (promocionar, desmadrar, liderar…).
De los sufijos de adjetivos, se observa una cierta regresión del sufijo –ante, principalmente por
razones de economía. Las formaciones con ese sufijo, igual que las de –able, están siempre en
plena actividad en el nivel culto, lo que impulsa al lexicógrafo a limitar con severidad la acogida
de estas derivaciones por razones fundamentales de sentido práctico.
Un sufijo en auge por la presión del inglés es –al (operacional, opcional, secuencial…). En
algunos casos, la nueva formación viene a competir con otra preexistente construida con otro

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sufijo (educacional – educativo, opcional – optativo). Se producen así dobletes que, en principio,
son superfluos, y que se resolverán o bien por la derrota de uno de los dos, o por el desarrollo
de una diferenciación semántica.
También se observa la vigencia actual del sufijo de adjetivos –ón (resultón, molón, mirón,
buscón…). Otro sufijo muy animado es –ero (politiquero, futbolero, quinielero…).
Entre los sufijos de nombres, destacan –ica (temática, panorámica) e –ismo (entreguismo,
marxismo, evolucionismo…).
El lenguaje tecnocrático se deja llevar con frecuencia por la tentación de la sufijación, dando
origen a palabras más largas de lo que es digerible por el hablante normal (institucionalización,
asociacionismo, concienciación…).
2. Prefijación
El prefijo des- parece haber ganado puntos en los últimos años (desempleo, descapitalizar,
desaconsejar…). No es inadecuado en estos casos el empleo del prefijo, pero su extensión
puede dar lugar a una cierta desestabilización del léxico (por ejemplo, algún día podríamos llegar
a decir desdormirse, en lugar de despertarse…).
El prefijo auto- tiende a hacerse redundante. Por ejemplo, cuando un periodista escribe “los
obispos se autoproclaman pastores”, ese autoproclaman tiene una sobrecarga expresiva
semejante a la de se proclaman a sí mismos. Tal vez más evidente es cuando los periódicos
informan de un autosuicidio.
En cambio, el prefijo mini-, que durante varios años tuvo un uso empalagoso por excesivo, está
en declive.
Sigue ganando terreno en la prefijación el modelo prefijo + nombre para la formación de adjetivos:
dispositivo antirrobo, ley antimonopolio, máscara antigás…
3. Composición
En la composición de palabras se observa un doble fenómeno: la cada vez más abundante
formación de compuestos por mera yuxtaposición, con grafías que oscilan entre la separación
en dos palabras o la unión con guión (hora punta, hombre rana, conferencia cumbre…), y el
segundo fenómeno consistente en la formación de palabras telescopio, es decir, las formadas
por contracción de otras dos (autobús, contracción de autómnibus, y electrocutar, contracción de
electroejecutar). Otros ejemplos más recientes son cantautor (cantante + autor), telemática
(telecomunicación + informática)…
Los lingüistas hablan de la derivación impropia, que es la traslación o metábasis, o cambio de la
función propia de cada palabra. La verdadera derivación impropia se presenta en la llamada
adverbialización de los adjetivos, como por ejemplo hablar bajo. Otros ejemplos muy frecuentes
en la conversación cotidiana son vengan ustedes rápido, ése te lo arregla seguro…
La sustantivación de adjetivos es un fenómeno aún más frecuente que el anterior, pero sólo es
legítimo hablar de ella cuando no es meramente funcional, como ocurre en muchos casos en
que, en los periódicos, la reiteración del sintagma completo a lo largo de muchos días anteriores
evocan con mayor o menor nitidez el nombre omitido. Por ejemplo, cuando se habla de los
mundiales, el mundialito, la eliminatoria (hablando de deportes), el utilitario (hablando de
vehículos), la antológica, la retrospectiva (hablando de exposiciones). También hay casos en que
se ha consumado la lexicalización, como en un sencillo, cuando se habla de discos, o un
colectivo, cuando se designa una asociación o un partido. El paso de un verbo pronominal a uno
no pronominal, como cuando un deportista entrena, en lugar de se entrena.
4. Siglas
Las siglas son una fuente léxica peculiar de nuestra época que cumplen una función de economía
importante dentro del lenguaje, puesto que consisten en reducir a una unidad léxica,
generalmente breve, una unidad sintagmática generalmente larga. Es evidentemente un ahorro
de esfuerzo y tiempo en el enunciado y de espacio en la escritura.

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Se alinea la sigla con procedimientos lingüísticos cuya raíz es la tendencia al menor esfuerzo,
como la elipsis, que convirtió vehículo automóvil en automóvil, y la apócope, que redujo el nombre
automóvil al nombre auto.
Las siglas han sido en general nombres propios hasta hace poco tiempo. Su función principal ha
sido y sigue siendo la designación de entidades políticas, partidos, sindicatos, organismos
oficiales… Junto a la vigencia ininterrumpida de la sigla como nombre propio, Seco señala dos
fenómenos de interés lingüístico: uno, el desarrollo cada vez más intenso de la sigla como
nombre común (en educación ESO, LOE; en el ámbito médico MIR, ATS; emisoras FM, trenes
TALGO, AVE), y, otro, la creciente facilidad con que la sigla da lugar a derivados dentro del
idioma.
En el primer caso, hay que destacar que en ejemplos como ICONA, ADELFA, etc., se produce
una verdadera lexicalización; no sólo nombres como delco o radar se escriben con minúsculas,
como nombres normales, sino que también es ya frecuente esta práctica con, por ejemplo, ovni.
El segundo fenómeno es la creciente facilidad de derivación. Por ejemplo, peneuvista, etarra,
ufología… La derivación se produce también por el procedimiento impropio, es decir, trasladando
el uso de nombre propio al de adjetivo, como en el caso de las fuerzas polisarias, o al de nombre
común, como en el caso de los grapos.
La ventaja de economía que llevan consigo las siglas tiene también el riesgo de la opacidad. El
sintagma completo es más comprensible para el hablante común si se le dice “Plan Energético
Nacional”, que si escucha “PEN”, a menos que esté metido en el asunto.
5. Préstamos
En cuanto a los préstamos, se distinguen dos tipos: el diatópico, que procede de una lengua
ajena, y el diastrático, que penetra en la lengua común procedente de sectores particulares.
En el primer caso, hay que diferenciar el préstamo formal, que implica el intento de repetir la
forma de la lengua extranjera, y el préstamo semántico o calco en el que se agrega un contenido
nuevo, de origen foráneo, a una forma ya existente en la lengua. Además, hay que distinguir el
préstamo léxico del préstamo sintáctico; el primero es especialmente el formal, el que más ha
llamado la atención de gramáticos y de hablantes cultos, pero son los sintácticos los que
encierran más daño para la lengua porque afectan a su estructura.
El préstamo no es en sí rechazable. Es más rechazable el aislamiento, sobre todo en el mundo
de la lengua. Lo que es difícil de conseguir es que los hablantes desarrollen una conciencia crítica
que les permita, con sentido práctico, preferir, entre las varias formas importadas que en cada
momento hacen su aparición, las más adecuadas a los moldes del idioma.
Los extranjerismos son necesarios y no se puede impedir que entren. Lo que sí se puede impedir
es que trastornen el sistema de la lengua.
En cuanto al préstamo diastrático o interno, que penetra en la lengua común a partir de sectores
particulares de la propia lengua, se trata de un fenómeno universal. Las distintas ciencias
técnicas y actividades han suministrado al hablar general una gran multitud de metáforas que
con frecuencia terminan por lexicalizarse.
Dentro de los préstamos internos se da un trasvase de elementos populares y vulgares al léxico
común. Además, una parte de ese nivel léxico es acogida por escritores y periodistas, lo cual
favorece su difusión. Por ejemplo, Rafael Alberti usaba expresiones como uno está puteado o a
mí me joden estos calificativos. Al lado de esto resulta totalmente académico que los diputados
digan, por ejemplo, que el pueblo pasa de política, que los del partido rival comen el coco al
ciudadano…

6. El lenguaje juvenil
El lenguaje juvenil tiene como primer rasgo el de constituir un lenguaje de grupo, como lo es
cualquier jerga profesional, con la particularidad de que el elemento aglutinador fundamental es
la edad.

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Según Seco, “el joven se siente como formante de una clase y su instrumento de identidad es el
lenguaje, pero, atención, identidad de clase, no de individuo; en él, la persona se impersonaliza
dentro del grupo, se viste el uniforme, algo así como unos vaqueros lingüísticos, que lo distingue
frente al mundo despreciable de los viejos (los viejos son los que tienen más de 25 años”.
El ámbito conceptual de esta jerga, como el de todas las de su tipo, es muy limitado; alude a
procesos anímicos rudimentarios como aburrirse, divertirse o lucirse, al trato sexual, a personas
del círculo, a valoraciones simples de personas y objetos. Sin embargo, la pobreza léxica está
compensada con el carácter oral de la comunicación, que suple con el gesto y con la situación
la insuficiencia verbal y, sobre todo, con el hecho de que las jergas no son léxicos cerrados sino
que rellenan con el lenguaje común los huecos no ocupados con su terminología propia.
Como sentencia Seco: “¿Sobrevivirá la jerga? En Lingüística, como en lo demás, no se pueden
hacer profecías; lo más probable es que ocurra lo que con otras jergas del pasado: después de
una época de auge irá desvaneciéndose, dejando tras de sí algunas palabras desparramadas
por el léxico coloquial común y, tal vez, elevada a categoría artística tras los cristales de la prosa
de algún escritor que supo cazarlo”.

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