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26/4/2020 Columna: El tiempo de la peste | EL PAÍS Semanal

MANERAS DE VIVIR › C OL UM N A

El tiempo de la peste
Rosa Montero
29 MAR 2020 - 00:00 CET

Intentemos que esta prueba, y la dolorosa resaca


económica que vendrá, nos enseñe por lo menos a ser un
poco mejores
Este artículo es, más que nunca, una botella que arrojo al mar del
tiempo. Lo escribo al principio de la reclusión, rodeada por una
ciudad silenciosa y cautiva, caracoles frágiles ocultos tras la concha
que sólo mostramos nuestro blando cuerpo a la hora del aplauso,
en los balcones. Y vosotros lo estáis leyendo dos semanas más
tarde, todavía encerrados y, me temo, con bastantes días de
clausura aún por delante. Me imagino a mí misma dentro de 15
días, junto a vosotros; las raíces blancas de mi pelo teñido estarán
más crecidas y serán un memento de la fugacidad de la vida (qué
canosos saldremos muchos de nosotros del aislamiento: bien
mirado, el debate sobre la apertura de las peluquerías era
existencial). Pero, fuera de eso, supongo que todo será más o menos

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igual. Seguiremos navegando por las aguas profundas del intenso


tiempo de la peste.

Con qué facilidad se ha cargado el coronavirus ese espejismo de


seguridad y de control en el que vivíamos en las sociedades
modernas. Es una derrota especialmente humillante, porque el
virus es una pizca tan diminutérrima que no se ve con
microscopios ópticos. Se trata de un grumo de ácido nucleico y
proteína que ni siquiera está del todo vivo: es como el zombi de los
agentes infecciosos. Y esa nadería ha tumbado al planeta. La
humildad debería ser nuestro primer aprendizaje.

En ocasiones, sobre todo de joven, cuando todavía ignoraba mucho


de mí misma, me he preguntado cómo hubiera reaccionado en
determinadas situaciones históricas críticas. En la Alemania nazi,
por ejemplo: ¿hubiera sido capaz de esconder a un judío, con el
peligro que eso suponía? Pues bien, ahora estamos viviendo
nuestra circunstancia crítica. Es una prueba tremenda, inesperada.
Es nuestra prueba. El resto de nuestros días quedará marcado por
lo que hicimos o no hicimos, por cómo nos comportamos dentro de
esta anomalía colosal.

Hablo de esos descerebrados insolidarios que se marcharon a


abarrotar e infectar playas como si estuvieran de vacaciones (por
cierto: fueron una minoría dentro de la población de Madrid; caer
en el estereotipo del odio al madrileño es otra actitud
descerebrada); esos chavales ignorantes que juegan a burlar la
autoridad y se reúnen en los pisos de los amigos (sois potenciales
asesinos); esos listillos egoístas que vacían los supermercados; esos
canallas que se disfrazan de médicos para entrar a robar en las
casas. O esos miserables que crean noticias falsas sobre el Covid
(acabo de escuchar el audio de una supuesta doctora dando
torrentes de datos mentirosos para justificar que debemos
abandonar el aislamiento). Todos esos individuos, en fin, cada uno
en su medida, han escogido pasar a la historia, a su propia historia
y su memoria, como unos marranos.

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Pero no me refiero solo al ámbito social. El reto mayor es el


interior. ¿Cómo vivir la vida cuando se ha quedado sin trucos
defensivos ni disfraces? La vida cruda y limpia en el lento e
incandescente tiempo de la peste. Entre los sanadores y
maravillosos chistes que recorren las redes (bendita tecnología que
nos une) me llegó esto: “Dice una amiga que con esto del
aislamiento en casa ha estado hablando un rato con su marido y
que le ha parecido muy simpático”. Esa es la cuestión: intentemos
encontrarnos simpáticos. O intentemos simplemente encontrarnos.
Cuando el ruido y el movimiento incesante se paran, queda lo real.
Aguantar semanas con unos niños a los que normalmente aparcas
en algún lado. Convivir de verdad con tu pareja en un ámbito
estrecho, y aprender no sólo a escucharla, sino también a respetar
su ausencia en la presencia. Soportar tu soledad, si vives solo, y
lograr sentirte a gusto en ella. Y, sobre todo, manejar bien el
tiempo. En vez de perderlo, quemarlo, tirarlo (la vida es eso que
ocurre mientras nosotros nos ocupamos de otra cosa, según una
supuesta frase de John Lennon) como hacíamos en la agitación de
la normalidad, ahora tenemos una oportunidad única para habitar
el presente. Para llenar de conciencia y de voluntad cada minuto.
Para discernir entre lo esencial y lo superfluo. Intentemos que esta
prueba, y la dolorosa resaca económica que vendrá, nos enseñe por
lo menos a ser un poco mejores.

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