Está en la página 1de 7

Doctrina de la Gracia o la ley del mercado

Néstor O. Míguez
La doctrina paulina de la gracia, especialmente como se formula en la carta a los
romanos, con su mención anterior en Gálatas, ha sido el centro de muchos esfuerzos
hermenéuticos y obras teológicas, principalmente en la tradición de la Reforma
evangélica. Sin embargo, se ha prestado poca atención a sus connotaciones y
consecuencias políticas y económicas. La idea de una justicia que brota de la gracia fue
un reto importante para el imperio romano, un desafío a su marco ideológico, cultural y
político. Pero no sólo entonces, puesto que también cuestiona la ideología, la económica
y la práctica política de hoy en el actual Imperio globalizado.
Las políticas económicas y culturales del imperio romano se basaban en una
cultura meritocrática. Honor y mérito eran la base de una carrera política, el cursus
honorem. La búsqueda de riquezas era obligatoria para quien aspiraba a un lugar
significativo en la sociedad, ya que había exigencias económicas y normas de fidelidad
imperial para cualquier persona que deseara una cierta reputación y reconocimiento
social, teniendo en cuenta que el honor, orden y prestigio sin duda se relacionaban con
riqueza. Por lo tanto, la idea de un orden social, de una cierta manera de vida en que lo
ideal es lo igualitario, la justicia es ofrecida gratuitamente a todo el mundo, donde no se
puedan obtener méritos o reconocimientos diferenciales, y el dinero no otorga ningún
prestigio, no sólo es ajeno a la ideología romana, sino destructivo de su fundamento, su
manera de pensar y la estructura de su poder.
En ese contexto, proponer una ética de salvación, una comprensión de las obras
de Dios como totalmente gratis sin duda funciona contra la corriente. Donde los méritos
no cuentan, donde no es necesario el poder para acceder a la plenitud, donde la vida no
depende de riqueza, donde nadie queda excluido por etnia, género o distinciones sociales
(Gal 3:28), donde cualquier persona y no sólo los Césares, se pueden llamar un hijo (o
hija) de Dios, el conjunto del sistema mundo imperial queda en entredicho.
Las enseñanzas de Pablo sobre una justicia que es por la fe, que no exige ningún
estado particular, ningún mérito especial, era una abierta crítica de la ideología
hegemónica, con un fuerte significado profético. La gracia como una posibilidad abierta
para una nueva vida, como la manera en que se construye una nueva comunidad, como
el poder de transformar vidas marcadas por la desgracia en instrumentos de justicia (Rom
6) es una novedad peligrosa. Viceversa, la gracia nunca puede ser un atributo en un
sistema de valores que premia la ambición, la competencia por la riqueza y méritos, y en
que el derecho de los poderosos es la Ley suprema.
Esta contradicción es evidente cuando Pablo escribe en la primera carta a los
Corintios, "consideren su propio llamamiento, hermanos y hermanas: no muchos de
ustedes eran sabios según este mundo, no muchos eran poderosos, no muchos eran de
nacimiento noble. Pero Dios ha escogido lo necio del mundo para avergonzar a los
sabios; Dios ha escogido lo débil del mundo para avergonzar a los fuertes; Dios ha
escogido lo bajo y despreciado en el mundo, lo que no es, para reducir a nada las cosas
que son, de modo que nadie se jacte delante de Dios" (1: 26-29). Pablo es claramente
consciente de que él se enfrenta a las normas mundanas dominantes (lo que él llama
"sabiduría mundana") y plantea la alternativa creada por la sabiduría de Dios, el Cristo
crucificado, que aniquilará normas mundanas. Niega la sabiduría a los gobernantes que
"crucificaron al Señor de la gloria" (2:8). El dictum en Romanos 12:2 confirma esta
comprensión: "no os conforméis con el esquema de este mundo, sino transformaos
N. Míguez: Doctrina de la gracia o ley de mercado 2

mediante la renovación de vuestra mente, para que puedan discernir cuál es la voluntad
de Dios –lo que es bueno, aceptable y perfecto". La voluntad de Dios es distinta que el
esquema de este mundo.
En un momento en el que el "mercado libre" se postula como el sólo válido sistema
económico, no regulado y sin límite, a través del cual se regulan todos los aspectos de la
vida e incluso la explotación de la naturaleza, que se sustenta en el uso del poder violento
de los ejércitos imperiales, las implicaciones de la comprensión de Pablo de gracia como
el camino de la justicia divina en Cristo es una potente crítica del sistema mundial. Mi
presentación desea explorar el significado profético de la gracia en este sistema de
acumulación y exclusión, de imposiciones violentas y poder no regulado. Es decir, el
mundo del libre mercado, como comprendido por las fuerzas imperiales predominantes en
el mundo globalizado.
Sin embargo, una aclaración está en orden, con el fin de evitar cualquier
identificación fácil que salta sobre los siglos sin tomar en cuenta los múltiples cambios y
diferencias entre el mundo de la antigüedad y la actualidad. Para Pablo y su tiempo, el
mercado (agora) era un lugar de encuentro y de intercambio1. Incluso si el dinero
circulaba en el mercado, no era la forma más importante para el comercio (en el mercado
predominaba el trueque, especialmente en los mercados rurales), y claramente no era la
manera de hacer fortuna. El beneficio comercial era marginal. El poder imperial no se
basaba en el mercado y el mercado no estaba en el corazón de su fuerza, aunque era un
lugar en el que los magistrados mostraban su poder. Nada se asemeja a nuestra
comprensión moderna y posmoderna de "los mercados", que, además, son un no-lugar.
El mercado capitalista, basado en el valor de dinero y el intercambio y aún más, el mundo
financiero y el e-mercado (compraventa por Internet), supone una comprensión totalmente
diferente de la economía. Las materias primas no se ven solamente como producción sino
como un objeto de especulación financiera. La primera crítica del valor en la edad
temprana del capitalismo industrial, de la teoría marxista, queda corta frente a los
múltiples aspectos implicados en nuestro mercado financiero capitalista tardío
postmoderno. El fetichismo del dinero resultada ser el nacimiento de una nueva religión, lo
que llamamos la “idolatría del mercado”2, o, para decirlo en palabras de Walter Benjamin,
"El capitalismo como religión"3.
Aunque podamos ver algunas similitudes y apreciar la continuidad de las políticas
imperiales, también debemos tener en cuenta la enorme disparidad y darnos cuenta de
que estas similitudes se encuentran en un marco diferente, que implica diversidades de
normas culturales, políticas y económicas. Por lo tanto, tenemos que encontrar alguna

1
me he referido a los mercados de la época Bíblica en contraste con los mercados de hoy
en mi reciente artículo "Los mercados en los tiempos bíblicos", Concilium, octubre de 2014.
2
Véase: Assmann, Hugo y Hinkelammert, Franz, idolatría do Mercado. Ensaio sobre
economia e teologia, San Paulo: Vozes, 1989. También: Támez, Elsa: "El Dios del mercado versus
el Dios de la gracia". Concilium, 287 (septiembre de 2000). También: Míguez, Néstor; Rieger, Joerg
y Sung, Jung Mo: Más allá del espíritu Imperial, Buenos Aires: La Aurora, 2016. Otros artículos y
ensayos de estos mismos autores abundan sobre este tema. Estas ideas han sido recogidas tanto
por el Consejo Mundial de Iglesias en su declaración Juntos por la vida (Busan, Corea, noviembre
2013) como por el papa Francisco (carta encíclica Laudato si)
3
Fragmento inacabado, probablemente las notas de un texto a ser desarrollado más
adelante, truncada por la prematura muerte del filósofo, perseguidos por el régimen Nazi. El
fragmento es accesible en http://hojaderuta.org/imagenes/elcapitalismocomoreligionbenjamin.pdf
(también en otros sitios de Internet)
N. Míguez: Doctrina de la gracia o ley de mercado 3

mediación que permitirá relacionar el mundo del Nuevo Testamento con lo que vivimos
hoy. Mi intención en este trabajo es mostrar que el concepto paulino de "justicia por la
gracia" puede ser fructífero en este camino.
En griego (y también en latín y los idiomas romances) la condición de aquel que
vive por la justicia (dikaios) deriva de la misma raíz que la justicia (dike, dikaiosyne). Es
también la raíz del verbo dikaioo, que en la voz pasiva (ser justificado) significa ser en
justicia, ser declarado justo. En la teología de la Reforma, que depende más de los
idiomas sajones, esto tomó un gusto más forense, derivado de la expresión “gerechtigkeit”
en alemán o “rightousness” en inglés, que se usaron para traducir dikaiosyne. No siempre
“estar a derecho” significa ser justo, hacer justicia. Y esto ha traído un cierto sesgo a la
teología en el área de idiomas anglosajones, que ha contagiado a cierta teología
protestante, e incluso a algunas traducciones bíblicas4. A su vez, “ser justificado” ha
tomado, en nuestra área latina, la idea de ser excusado, de pasar por alto la falta, y no
tanto de “ser hecho justo”.
Para explicar cómo yo entiendo la relación entre justicia y gracia en la teología
paulina, permítanme citar un párrafo de un artículo que escribí hace algún tiempo5:
La gracia actúa, entonces, como una forma complementaria de la justicia divina.
Hay una justicia de Dios que es retributiva: “Pero por tu dureza y por tu corazón no
arrepentido, atesoras para ti mismo ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio
de Dios, el cual pagará a cada uno conforme a sus obras” (Ro 2:5-6), donde se expresa la
justa ira de Dios. Por eso la insuficiencia de las obras para salvar, pues no logran equiparar
el peso del pecado: “al que obra, no se le cuenta el salario como gracia, sino como deuda”
(Ro 4:4). Quien quiere aferrarse a la justicia como recompensa no puede pedir la justicia
como gracia. Pablo reconoce explícitamente, entonces, una doble justicia divina. Así lo

aclara: Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la
ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los
que creen en él” (Ro 3:21-22). Es decir, hay una justicia de Dios que es por la ley, por eso
la ley es justa, santa, buena, porque es una manifestación de la justicia de Dios. Pero esa
misma justicia tiene otra dimensión, la que se muestra en Jesús Mesías. Hay una justicia
retributiva, que no es eliminada, pero simultáneamente hay una justicia de la gracia, una
justicia supletoria anunciada por los profetas, que se afirma, no ya en la ley, sino en la
disposición de Dios a hacerse presente en su creación y en su criatura para renovarla:
quien está en Cristo es una nueva creación. (2Co 5:17).
Es decir, en definitiva, la gracia es una dimensión vivificante de la justicia divina,
necesaria para reemplazar la fuerza mortal de la ley. Cuando la ley dice "muerte" (como
en la Cruz), la gracia dice "vida" (como en la resurrección). Y ambos son parte de la
justicia de Dios. Pero, puesto que la justicia de Dios está orientada hacia la vida, cuando,
debido a la ley, se declara la muerte, entonces se manifiesta la otra forma de la justicia
divina, la gracia, para afirmar la vida, porque Dios es un Dios de vida. Nos concedió la
vida en Cristo (Rom 6:23; 8:2).
Así, los términos "justicia" y " gracia" no deben ser separados. La justicia es
incompleta cuando no hay gracia. Y la gracia no opone a la justicia, sino que la completa.

4
Así, por ejemplo, unas primeras traducciones del Nuevo Testamento “Dios habla hoy”
traducían dikaioumenoi (ser justificado) por “estar en recta relación con Dios”, donde desaparece
totalmente la raíz de justicia.
5
“La gracia en la teología paulina: profecía, política y economía”, en Estudos de Religião,
Vol. 24, no. 39 (2010), p. 80-90.
N. Míguez: Doctrina de la gracia o ley de mercado 4

Así, la justicia que es por la ley se aplica cuando sea necesario para preservar la vida, en
los comportamientos cotidianos (como en los mandamientos), pero es superada por la
justicia que es por gracia, cuando la ley conduce al pecado y hace morir.
Ahora, con esto en mente, quiero lidiar con las dimensiones económicas de la
justicia a través de la gracia. La primera pregunta, que consideraremos rápidamente, es si
es legítimo aplicar el concepto paulino de la gracia al espacio económico. Daré dos
respuestas claras:
1. El término "gracia" es en sí mismo un término económico, que marca lo que se
da gratis, sin precio, como un regalo. Así la definición en Ro 3:24: "siendo
justificados gratuitamente [como un regalo] por su gracia". También la oposición
entre el salario y la gracia en Ro 4:4: "al que obra, no se le cuenta el salario
como gracia, sino como deuda". No es que el concepto de gracia se extiende al
ámbito económico, pero en verdad, la idea de la gracia es una metáfora basada
en el origen de una palabra que se origina en la dimensión estética y
económica.
2. Pablo mismo aplica la gracia a la economía cuando afirma que es por la gracia
de Dios que las iglesias en Macedonia participan en la ofrenda para los pobres
en Jerusalén (2Co 8:1) y que la ofrenda de sí mismo es una gracia (8:6-9). 2Co
8 y 9 deben considerarse como un ejemplo de la relación entre economía y
teología en el pensamiento y práctica de Pablo.
Por lo tanto, cuando consideramos la ideología prevaleciente de hoy en día, es
decir, la imposición de un libre mercado globalizado, a través del cual se debe regular la
totalidad de la vida humana, nos enteramos que la economía aspira a ser la regla de todo,
desde la salud a la educación, del turismo a las comunicaciones, del ocio al trabajo, del
sexo a la religión. Si es así, el concepto de la gracia debe ser excluido totalmente en esa
perspectiva, pues nada en el libre mercado puede ser gratis. Incluso aquellas cosas que
se reparten como gratis en la publicidad operan bajo el supuesto de que se recuperará la
inversión cuando el producto se comercializa con éxito. La gracia –como que es un
regalo, que es gratis, que puede obtenerse sin compensación, por nada, con ninguna
esperanza de reembolso– está fuera de toda lógica de mercado. Y si la lógica del
mercado es la lógica para todo, entonces no hay lugar para la gracia. Se excluye la
gracia, junto a los millones de personas que no pueden pagar precios de mercado para
los bienes y servicios necesarios para la vida. Así la vida misma, humana o natural, se
convierte en un producto de mercado, como todo lo demás.
En el artículo que he mencionado antes, concluyo afirmando:
La introducción de la gracia como forma de justicia en la esfera de lo económico
desafía la idea de la centralidad y exclusividad del mercado y obliga a pensar en cómo será
la economía de los que se han quedado “sin parte”, para no ser reducidos a mera vida
biológica, o directamente al descarte y la muerte. Queda para el debate, el llamado a
quienes se forman en el campo de la política, de las leyes, de la economía, encontrar, en
diálogo abierto con la fe, los caminos de hacer más pertinente en el mundo de hoy la
necesaria justicia de la gracia.
El desafío que hoy experimentamos para superar la tentación de la “gracia barata”
es la de asumir el discipulado que busca anticipar en el mundo aquella justicia que es por
la gracia, sin negar la ira de Dios frente a la injusticia que encierra y oculta la verdad, dar
testimonio del tiempo mesiánico como renovación de la creación, como oportunidad de
vida nueva. Es superar la parálisis que produce nuestra inescapable ambigüedad, correr el
riesgo del error necesario, porque la gracia de Dios nos habilita en la búsqueda de la
libertad con que Cristo nos hace libres, libres para la justicia.
N. Míguez: Doctrina de la gracia o ley de mercado 5

Ahora, volviendo a la distinción de Pablo entre la justicia que es por la ley y la


justicia por la gracia, considero el tema de la ley, para calificar esa tensión en el mundo de
hoy. Uno de los reclamos de los fundamentalistas del mercado libre total es que el
mercado no debe ser regulado; por el contrario, es la invisible mano del mercado el único
dador de la ley, que norma cada relación humana y el uso de la naturaleza como recurso
infinito. El valor de cualquier otra ley que el Estado puede dictar está destinado sólo a
asegurar que nada interferirá la en propiedad privada (de todo) y la soberanía del
mercado. Es decir, la propiedad reemplaza a la creación y la mano invisible del mercado
sustituye a la mano de Dios en el Sinaí. Estos nuevos mandamientos deben ser escritos
en nuestro corazón y en nuestras manos, son para ser sellados en nuestra frente y deben
substituir a los viejos, primitivos e inútiles mandamientos de antaño. El amor de Dios es
sustituido por la búsqueda del lucro como logro Supremo. La fe del mercado afirma que el
amor al prójimo debe ser substituido por la libre competencia, donde el otro es un
enemigo potencial a ser derrotado. La avaricia ya no es un pecado sino el motor de la
economía.
Esta no es mi comprensión sesgada, pero explícitamente lo reafirman los profetas
del fundamentalismo de mercado, como F. von Hayek o M. Friedman. Pero, realmente,
esa mano invisible es la mano de los multibillonarios que controlan el mercado financiero.
Por invisible que parezca, la mano del mercado es lo suficientemente fuerte como para
someter a los políticos y artistas, a dominar sobre la ciencia y el deseo. El dinero se
convierte en el único y suficiente mediador de toda relación humana. Es, sin duda, la
versión actualizada de la sabiduría del mundo. Sólo que la mano invisible se hace visible
en los lobbies políticos que imponen su interés sobre cualquier otro. Llega a ser muy
activo cuando recoge las más sofisticadas armas para asesinar (como en un sacrificio
ritual) a aquellos que se resisten a este nuevo Dios y sus leyes, cuando estrangula la
garganta de los niños hambrientos o se calza los guantes del cirujano para hacer una
lobotomía en las mentes de sus queridos clientes. Tiene la capacidad de poner el deseo
provocado en lugar de las necesidades6, un deseo cautivo, lo que Pablo llamaría los
deseos de la carne7.
La teología paulina de la ley explicita la insuficiencia de la ley para salvar y
preservar la vida. No sólo porque no tiene el poder de dar vida, sino que además en un
momento determinado se convierte en una maldición que destruye la vida. Por lo tanto,
Pablo entiende que la misión mesiánica es superar esta maldición y transformar a la
justicia que conduce a la muerte en un juicio que afirma la vida y bendición. “Cristo nos
redimió de la maldición de la ley” (Gal 3:13). La "maldición de la ley" 8 no es sólo una
referencia a la ley del Pacto, ni al derecho romano, sino la ley en sí misma, como un
dispositivo creado para regular las relaciones humanas. Porque la ley, en un momento
determinado, realiza exactamente lo contrario para lo cual fue creada. Mientras que los

6
Para la distinción y el reemplazo de necesidad por deseo ver Sung, Jung Mo: Deseo,
Mercado y Religión, Cantabria: Sal Terrae, 1999.
7
Considero el concepto de "deseo cautivo" en "The free market and the liberation of Faith",
publicado en Exchange (Brill), 2015. También en "La posibilidad de una religión liberadora:
Teología de la liberación y las utopías político religiosas de los excluidos", en Moreira, (ed.): O
capitalismo como religiâo, Goiania, Brasil: Editora da PUC Goiás, 2012.
8
Aquí sigo algunas ideas del libro de Franz Hinkelammert, La maldición que pesa sobre la
ley. Las raíces del Pensamiento crítico en Pablo de Tarso. San José de Costa Rica: Editorial
Arlequín, 2009. No obstante llama mi atención (y se lo expresé en conversación personal con
Hinkelammert) que el autor no trata el concepto de gracia y de su dimensión crítica.
N. Míguez: Doctrina de la gracia o ley de mercado 6

pecados (en plural) son las infracciones a la ley, el pecado (en singular), como la ruptura
entre la criatura humana y Dios, es el resultado de cumplimiento de la ley9. Obedecer la
ley como la última regla y medida de todo finalmente no hace sino separar al ser humano
de Dios como un Dios viviente, ya que cristaliza la voluntad de Dios en algo que no es
Dios mismo, y vela la relación con mi prójimo.
En lugar de llevarme hacia mi prójimo en amor, la ley esconde realmente mi
vecino, oculta a los demás y sus necesidades. Una vez que he cumplido las formalidades
de la ley, estoy libre de cualquier obligación concreta hacia el otro. Mis méritos, de
conformidad con la ley, me permiten olvidar a mi prójimo y a presumir de perfecto, libre de
cualquier otro compromiso. Algo similar pasa con la ley litúrgica: una vez cumplidos los
ritos, “saldo mi deuda legal” con Dios, y la relación divino-humana queda congelada en
esa formalidad. La doctrina paulina del pecado, en que este trae muerte, no a través de
un incumplimiento de la ley sino en cumplimiento de la misma, nunca es más claro que
cuando se aplica a las leyes del mercado.
La ley se convierte en un espejo en el que puedo ver mis propios deberes, pero no
la realidad detrás de ello. Una vez que he cumplido los requisitos de la ley cesan mis
obligaciones, no necesito nada más, ni de Dios ni de mi prójimo. Así llego a ser un
esclavo de la ley, puesto que le debo mi salvación a la ley. En el mundo actual, un esclavo
de la ley de mercado. Pablo relaciona la salvación con la reducción de la ley al único
mandamiento del amor al prójimo: “No debáis a nadie nada, sino el amaros unos a otros;
porque el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. Porque: No adulterarás, no matarás, no
hurtarás, no dirás falso testimonio, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en esta
sentencia se resume: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al
prójimo; así que el cumplimiento de la ley es el amor" (Rom 13:8-10). Esta es la ley que
me señala a mi prójimo en su condición real, en su existencia concreta. No es un prójimo
hipotético en una casuística de eventualidades: es el prójimo en su situación de realidad10.
En un pasaje que parece hablar de la ley del mercado de competencia perfecta, afirma:
"Porque vosotros, hermanos, a libertad fuisteis llamados; solamente que no uséis la
libertad como ocasión para la carne, sino servíos por amor los unos a los otros. Porque
toda la ley en esta sola palabra se cumple: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Pero si
os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a
otros."(Gal 5:13-15).
El libre mercado es exactamente lo contrario a este concepto de libertad: es un
llamado a la autoindulgencia y al consumo, donde se termina consumiendo unos a otros.
Pero Pablo claramente nos advierte: el fin del consumo es la destrucción mutua;
terminamos consumiendo nuestro ser humano, esclavizados de las cosas, y por lo tanto,
a nosotros mismos. En el siguiente párrafo Pablo explícitamente refiere esto a los deseos
de la carne confrontadas a las obras del espíritu. Había anunciado esto en el
encabezamiento de este párrafo: "de Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis;
de la gracia habéis caído" (Gal 5:4).
Por lo tanto, cuando las necesidades de los demás están en juego, si la justicia de
la ley no prevé la vida, sólo la justicia de la gracia lo hará. Es por esta razón que Pablo ha
llamado la ofrenda para los pobres en Jerusalén "una gracia". Como la brecha entre los

9
Esta idea es también desarrollada por Elsa Tamez: Contra toda condena. La justificación
por la fe desde los excluidos, San José de Costa Rica: DEI, 1991.
10
A esto apunta Jesús cuando explica el mandamiento de amor al prójimo en la parábola
“del buen samaritano” (Lc. 10:25-37).
N. Míguez: Doctrina de la gracia o ley de mercado 7

ricos y los pobres se ensancha11, vemos el hecho escandaloso de que un puñado de


gente rica, no más de quinientas personas, poseen más que el resto de la población del
mundo en conjunto, gracias a sus relaciones en el mercado financiero y sus leyes
desreguladas. Así podemos comprender mejor la afirmación de Pablo: “la ley se introdujo
para que el pecado abundase; mas cuando el pecado abundó, sobreabundó la gracia"
(Rom 5:20). Sólo que la segunda mitad del verso está aún bajo reserva escatológica.
Por esta razón tenemos que buscar la gracia que supere la esclavitud del
mercado. Porque la ley del mercado, como cualquier juicio de la ley sin la justicia
complementaria de la gracia, se convierte en una sentencia de muerte sobre la vida
humana. No es sólo una cuestión de distribución e igualdad, pensamiento que también
tiene que tenerse en cuenta en la ética de la economía12. La “gracia barata”, como señala
D. Bonhoeffer, perdona el pecado, y marca al pecador, por lo que estamos todavía bajo la
ley. Es la gracia costosa de Cristo la que condena al pecado, mientras que da al pecador
una nueva oportunidad en la vida13.
Ley del mercado desconoce el sufrimiento humano. De hecho, es inconsciente del
ser humano en conjunto, ya que asume una mecánica del lucro, una dinámica de costo y
beneficio que ignora las condiciones de la vida humana y la naturaleza. Lo más
significativo de la vida es gratuito, el don del amor. Sin embargo, las leyes del mercado
pretenden ponerle precios a todo o declarar inexistente aquello a lo que no se puede
asignar un valor de mercado, lo que no se puede convertir en mercancía. Allí tenemos
que incluir la gracia como un límite al mercado, a la pretensión del mercado al ser el único
sistema ilimitado. En su propia ley, el mercado se convierte en el amo de la vida y la
muerte, o, peor aún, conduce de vida a muerte, al sacrificar al ser humano en el altar del
Dios adorado del mercado, el siempre insaciable y lujurioso Mamón, la idolatría del dinero.
Obviamente, no estoy sugiriendo que el mercado no debería existir, como tampoco
Pablo quiere abolir la ley. Lo que estoy diciendo es que no puede ser total o libre, ya que
un mercado libre va a destruir la libertad humana, y un mercado total acabaría con la
gracia y el amor de la vida humana, es decir, negará y elimina aquello que es don de Dios
a los seres humanos. Hay zonas de vida y situaciones humanas, instancias sociales, en la
que la ley traerá la muerte, por lo que se necesita la gracia. El mercado debe ser limitado,
y debe coexistir con otras formas económicas y políticas que aseguren la vida, que
distribuyan y compensen, de una manera más adecuada, lo que Dios ha creado para
todos. La justicia de Dios por las víctimas de la economía de mercado no es la justicia de
la ley, sino la renovación de la gracia. La gracia debe mostrar que no todo es negociable,
que hay espacio para la justicia que salva la vida, para la misericordia que recuerda al
débil y al caído, que restaura al doliente, aun a un alto costo de amor. La gracia es el
perdón del pecador pero la condena al pecado, la posibilidad de restauración de la vida
humana, pero no la justificación de los sistemas o dispositivos que la esclavizan; es la
resurrección de los sacrificados, el anuncio esperanzado, no de un lucro sin fin, no de la
prosperidad de los pocos, sino de la promesa escatológica de la vida abundante en Cristo.

11
Ver los estudios de T. Piketty: El capital en el siglo XXI. Madrid: Fondo de Cultura
Económica, 2014. También J. Stiglitz: La gran brecha. Buenos Aires: Taurus, 2015.
12
La economía no es, como algunos pretenden, una ciencia neutral y por lo tanto
avalorativa. Economía y mercado son una producción cultural y en consecuencia vinculados a las
fallas y el sesgo de cada construcción humana. Implica toma de decisiones, y cada decisión está
abierta a opciones y juicio moral.
13
Dietrich Bonhöffer: El precio de la gracia. Salamanca: Sígueme, 2004.

También podría gustarte