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Graciela Alonso- Raúl Díaz

Reflexiones acerca de los aportes de las epistemologías feministas y


descoloniales para pensar la investigación social

Las complejidades de los procesos de colonización social, cultural, educativa en


Latinoamérica hacen necesario revisar críticamente la colonialidad de los saberes.
La investigación desde perspectivas críticas, y el feminismo lo es, no está
disociada de la práctica política y de la inmersión en las realidades y experiencias
sociales.
Los feminismos en Latinoamérica nunca han sido una copia sin más de los
desarrollados en Europa y Estados Unidos, sino que estos pasaron por los filtros
críticos de las experiencias de las múltiples configuraciones identitarias de
“mujeres”.
El feminismo de la segunda ola, se conoce también como feminismo radical y
emerge en un contexto social, político, cultural y económico complejo, en medio, o
a la par, de guerras, revoluciones, invasiones, rebeliones, solidaridades, “nuevos”
sujetos y teorizaciones, las mujeres también “reaparecemos” en la escena,
nuevamente de la mano de liberales y socialistas. Con el feminismo liberal
habíamos conseguido el voto, con el feminismo socialista, mirar las condiciones
económicas de pobreza y explotación en que las políticas liberales subsumían a
mujeres y hombres.
Está claro que el feminismo encuentra dificultades de articulación con posiciones
políticas que no logran conceptualizar a las mujeres, y a las problemáticas
consideradas por ellas centrales, por fuera de la lógica sexista y clasista. El
feminismo de la segunda ola avanza por un camino que surge de la pregunta
¿quién ha decidido que el mundo haya pertenecido siempre a los hombres?,
pregunta que una vez formulada vuelve muy difícil la subordinación a la espera de
mejores condiciones para la entrada en escena; pero a la vez vuelve muy difícil
aceptar en un todo, las interpretaciones del mundo construidas por las teorías
sociales clásicas y los puntos sobre los cuales estas teorías, hacen girar sus
críticas sociales.
El punto de debate se centra en analizar si reclamando igualdad –tal como estaba
planteado por el feminismo liberal- se “destruye” al patriarcado, o nos liberamos de
él.
El feminismo radical planteará, de maneras distintas, el derecho a la diferencia y a
construir una visión del mundo igualmente válida desde la materialidad de ser
mujer.

El feminismo radical se asienta en el concepto de patriarcado y desde ahí no


busca la igualdad con los hombres, sino la abolición de la dominación masculina y
sus formas de definición, producción y concepción/limitación del conocimiento.
Sin embargo, la visión del patriarcado de esta perspectiva feminista, será
universalista (a-histórica) y con marcado sesgo esencialista, lo cual en
Latinoamérica se constituirá en un problema teórico y político dentro del campo del
feminismo y en las articulaciones con otros movimientos.

Fraser (2009) hace un interesante análisis sobre la segunda ola del feminismo, al
considerarla como un fenómeno social que marcó una época; sitúa a esta
segunda ola en el contexto histórico del capitalismo. Su hipótesis, sostiene:
“(…) lo verdaderamente nuevo de la segunda ola del feminismo fue su modo de
entretejer, en la crítica al capitalismo organizado de Estado androcéntrico, tres
dimensiones de injusticia de género analíticamente específicas: económica,
cultural y política. Al someter el capitalismo organizado de Estado a un examen
amplio y polifacético, en el que esas tres perspectivas se entremezclaban
libremente, las feministas generaron una crítica simultáneamente ramificada y
sistemática. En las décadas posteriores, sin embargo, las tres dimensiones de la
injusticia se separaron, tanto entre sí como de la crítica al capitalismo. Con la
fragmentación de la crítica feminista se produjo la incorporación selectiva y la
recuperación parcial de parte de sus corrientes. Separadas unas de otras y de la
crítica social que las había integrado, las esperanzas de la segunda ola feminista
se reclutaron al servicio de un proyecto que divergía por completo de nuestra
visión integral más amplia de una sociedad justa. (Fraser, 2009: 89).

Plantea la autora que tenemos que ser críticas y analizar que buena parte del
feminismo de esta segunda ola, creció a la par que el neoliberalismo. Este proceso
que en América Latina se materializó en lo que se conoce como feminismo
institucionalizado y produciendo como efecto la división política y teórica del
movimiento.
Sostiene Fraser que: “El ascenso del neoliberalismo coincidió con una gran
alteración en la cultura política de las sociedades capitalistas. En este periodo, las
exigencias de justicia se expresaron cada vez más como reivindicaciones para
que se reconociesen la identidad y la diferencia. Este cambio «de la redistribución
al reconocimiento» fue acompañado por fuertes presiones para transformar el
feminismo de la segunda ola en una variante de las políticas de identidad.
Por otra parte, y ya en el ámbito de la academia, podemos decir que los estudios
de las mujeres, como se los denominó en algunos países, o los estudios de
género, abrevaron y abrevan teórica y políticamente en los movimientos
feministas, aunque no se puede desconocer que surgen en una década -finales de
los 60- donde se produce lo que Varela y Álvarez Uría (1994) llamaron “la crisis de
los paradigmas sociológicos”, aludiendo a un desajuste que se empezó a
visualizar entre “nuevos sentimientos y viejas teorías”. (Varela y Álvarez Uría,
1994: 2)

Posteriormente, alrededor de la década de 1980, la denominación Estudios de las


Mujeres fue dando paso a lo que se llamó Estudios de Género, apuntando a una
denominación más amplia y que mostrase el efecto diferencial, en términos de
desigualdad y discriminación, de las relaciones de poder entre los géneros y
también respecto a las sexualidades disidentes.
De todas formas, nos parece importante reconocer que mucho de lo que se dio en
llamar “Estudios de la Mujer” nace en lugares extraacadémicos.

Digamos que el concepto de epistemología feminista refiere a las posiciones que


los feminismos han asumido / construido en relación a las problemáticas filosóficas
y de la producción de conocimiento. Blazquez Graf (2010) expresa que la
epistemología feminista aborda “la manera en que el género influye en las
concepciones de conocimiento, en la persona que conoce y en las prácticas de
investigar, preguntar y justificar. Identifica las concepciones dominantes y las
prácticas de atribución, adquisición y justificación de conocimiento que
sistemáticamente ponen en desventaja a las mujeres porque se les excluye de la
investigación, se les niega que tengan autoridad epistémica (…), se producen
teorías de fenómenos sociales que invisibilizan las actividades e intereses de las
mujeres o a las relaciones desiguales de poder genéricas, y se produce
conocimiento científico y tecnológico que refuerza y reproduce jerarquías de
género”. (Blazquez Graf, 2010: 22)

Harding (1996) clasificó los estudios epistemológicos feministas en tres


categorías: empirismo feminista, punto de vista feminista y postmodernismo
feminista.
El empirismo feminista sostiene que este tiene “sesgos sociales” (androcéntricos)
que pueden corregirse no apartándose de las normas metodológicas vigentes para
la investigación científica (el método científico). La ciencia puede corregir los
sesgos sociales. “Las feministas empiristas argumentan que la clave es eliminar
los sesgos, los valores políticos y los factores sociales que pueden influir en la
investigación sólo por el desplazamiento de la evidencia, de la lógica y de
cualquier otro factor puramente cognitivo que tienden a llevar las verdaderas
teorías, ya que no todos los sesgos son malos epistemológicamente.

El posmodernismo feminista critica el concepto hegemónico de mujer por


esencialista, aportando una visión donde la diferencia o la otredad “es mucho más
que una condición inferior o de opresión, es un modo de ser, de pensar y de
hablar que permite apertura, pluralidad y diversidad”. (Blazquez Graf, 2010: 33)
Esta perspectiva epistemológica cuestiona cualquier intento de universalidad y
totalidad del conocimiento, de verdad y conocimiento.

La epistemología del sujeto cognoscente, sería aquella que más allá de centrarse
en perspectivas estándares o no estándares (Marradi, y Piovani, 2010), privilegian
la posición del sujeto que conoce, o sea el investigador o la investigadora,
quienes, sostiene la autora “con sus recursos cognitivos, aborda al sujeto que está
siendo conocido y la situación en la que se halla”. (Vasilachis de Gialdino, 2007:
50).

Sostiene la autora que sujetos cognoscentes y conocidos se igualan en la


identidad de seres humanos y se diferencian, existencialmente.

El sujeto conocido es “activo y no pasivo, como siendo y haciendo, no como


estando y aceptando, como produciendo conocimiento, no como proveyendo de
datos útiles para que otros conozcan, no considerado sólo como un depósito de
esos datos, es el que marca la diferencia entre una epistemología centrada en el
sujeto cognoscente y otra, la que propongo, centrada en el sujeto conocido.
(Vasilachis de Gialdino, 2007: 54).
El enfoque interseccional procura avanzar sobre la trama compleja de las
relaciones sociales y en consecuencia sobre las cuestiones de dominación y
poder. La perspectiva interseccional se resiste a la categorización hegemónica y
convoca a una articulación militante que establece puentes
entre diferentes sujetos.
Como lo plantea Curiel (2007), el concepto de interseccionalidad posibilita enfocar
las múltiples subordinaciones de las mujeres y la manera en que están
intrínsecamente articuladas:
“Nos visibiliza la forma como los sistemas de poder en base a género, raza, clase,
y sexualidad se apoyan mutuamente para producir exclusión, opresión y
subordinación en unos y poder y privilegio en otrxs. El concepto ha sido esencial
para descubrir el eurocentrismo y los legados coloniales que persisten dentro de la
teoría y práctica feminista hegemónica/occidental, y toda aquella que se adhiere a
ella de forma acrítica.

El feminismo y las perspectivas descoloniales (en ocasiones de forma articulada y


otras no) vienen mostrando, cada vez con más fuerza, que las líneas de poder de
la sociedad están estructuradas tanto por el capitalismo radicalizado, como
también por el sistema sexo género.

Resultan centrales los conceptos de diferencia colonial y matriz colonial. El


primero remite a las luchas entre posiciones hegemónicas y subalternas al interior
de las epistemes geopolíticamente situadas, y a un pensamiento desde la herida
colonial que necesariamente será fronterizo. En cuanto a la matriz colonial, este
concepto remite a la trabazón histórica entre la idea de raza y de género como
instrumento de clasificación y control social y el desarrollo del capitalismo mundial;
por lo que la descolonización implica la deconstrucción de esa matriz. Por el otro
lado, nos referimos a los saberes que se producen desde actores colocados en el
lugar de oprimidos/as, colonizados/as y/o explotadas/os tales, como, por ejemplo,
movimientos sociales y campesinos, movimientos de mujeres y feministas, y los
pueblos indígenas y afrodescendientes.
Otro aspecto referido a la producción de saberes es la impronta generacional que
atraviesa estas construcciones.

El concepto de interseccionalidad posibilita enfocar cómo las cuestiones de poder


y dominación (entre ellas raza género, clase, y sexualidad) se imbrican
necesariamente, es decir que operan tanto estructural como históricamente.
Estudiar separadamente esas dimensiones no hace más que reproducir las
lógicas de opresión. Desde estas lógicas los objetos de estudio son concebidos
con énfasis en alguna de las dimensiones, por lo que al abordar una de ellas, se
escapan y/o se filtran las otras. Podríamos decir que las investigaciones que
enfatizan o tematizan algunas de estas categorías o dimensiones en detrimento de
las otras quedan atrapadas en la lógica de la opresión.

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