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Valente La Memoria y Los Signos PDF
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ésperado porque esos poemas mostraban la alta calidad, la rara per
fección, la madurez, presentes siempre en Valente desde su primer
libro, por el cual el poeta había obtenido el Premio Adonais corres-
pondiente a 1954. En el primer poema, «Serán Ceniza...», de este her
moso y hondo libro, el poeta veintañero que era Valente escribió
versos de este talante: «...Toco esta mano al fin que comparte mi
vida / y en ella me confirmo / y tiento cuanto amo, / lo levanto hacia
el cielo / y aunque sea ceniza lo proclamo: ceniza. / Aunque sea
ceniza cuanto tengo hasta ahora, / cuanto se me ha tendido a modo
de esperanza.» La oración concesiva, explícita o no, va a ser una cons
tante en el enfrentamiento hombre-vida, hombre-historia, que José
Angel Valente ha ido testimoniando en sus poemas. Como no estoy
haciendo aquí un estudio riguroso de su obra, me detendré solamente
con rapidez en otro poema de su segundo libro, el largo y final de
Poemas a Lázaro, «La salida»; el poeta ha diagnosticado implacable:
«Esta es la cuenta al cabo: / estamos solos», pero al final del poema,
y del libro, se integra en la multitud, se funde con los hombres— con
nosotros, sus lectores, en primera y fuerte comunicación— , como V i
cente Aleixandre entrando, sumergiéndose, en la gran plaza abierta:
«Descendamos después / y entre la multitud de los que llegan, / con
paso lento / y el corazón entero en la firmeza, / ingresemos despacio
en la enorme salida». Y el poema final de La memoria y los signos
lleva el muy expresivo título «No inútilmente», y vuelve a ser la afir
mación esperanzada tras tanta desolación, porque, aunque éste es
tiempo de infamia y de desprecio, Valente tiene fe poética— y huma
na— , no en los sueños, sino en las realidades, en «las palabras, que
no nos pertenecen, / se asocian como nubes / que un día el viento
precipita / sobre la tierra / para cambiar, no inútilmente, el mundo».
A fin de cuentas, fe y esperanza en los hombres, en la ininterrumpida
marcha de la humanidad, en su voz una y múltiple que puede ser
clamor de libertad, defensa de la justicia, estremecimiento casi al
borde del balbuceo ante la belleza, el arte, el misterio.
Este reciente libro de Valente ha aparecido pocos meses después
de la publicación del magistral Alianza y condena, del ya joven maes
tro Claudio Rodríguez. Y unos meses antes de que vea la luz el también
muy deseado segundo libro de Francisco Brines. Licenciados en Letras
los tres, poseedores del Premio Adonais por su primer libro, son los
nuevos poetas-profesores dentro de una constante no interrumpida en
la poesía española contemporánea desde don Miguel de Unamuno, don
Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez en su larga etapa de exi
liado. Estos nuevos poetas universitarios, surgidos después de 1950, en
troncan, pero con claro propósito de renovación y con voz ya personal
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en su primer libro, con poetas también universitarios y profesores
como Vicente Gaos, Carlos Bousoño, Eugenio de Nora, etc.; igual
mente premiado con el Adonais y profesor de literatura es Carlos
Sahagún, y Sahagún, Claudio Rodríguez y Valente aparecen juntos
— con Angel González y Eladio Cabañero— en el interesantísimo vo
lumen Poesía última, selección de Francisco Ribes, publicada en 1963.
A l frente de sus poemas, cada poeta puso unas palabras a modo de
poética, siendo casi todas ellas breves, pero lúcidas pesquisas sobre el
hecho de la creación poética. Valente tituló su auténtico ensayo «Co
nocimiento y comunicación»; no hay que olvidar que este gran poeta
es un magnífico teórico, uno de nuestros más cultos y sabios catadores
y caladores de la poesía. En este escrito, Utilísimo para circular por el
mundo poético de su autor, Valente afirmaba en las primeras líneas:
«La poesía es para mí, antes que cualquier otra cosa, un medio de co
nocimiento de la realidad» (el subrayado es mío). Y dos páginas después
añadía: «El único medio que el poeta tiene para sondear ese material
informe es el lenguaje: una palabra, una frase, quizá un verso entero».
Recordemos que este libro acabado de publicar se titula La memoria
y los signos.
Como en sus libros anteriores, Valente utiliza la poesía para co
nocer la realidad en toda su ancha y honda extensión, desde su pro
pia subjetividad hasta la del mundo objetivo, siempre subjetivamen
te aprehendido. Cada poema es una sutil operación de sondeo o cla
rificación de una parcela de esa realidad; así, por ejemplo, el amor
(siete hermosísimos poemas de amor se agrupan, formando todos ellos
un verdadero cuerpo de doctrina sobre el eros): «Tu cuerpo puede /
llenar mi vida», son los versos iniciales del poema «Sé tú mi límite»,
que termina con estos otros: «... Retenme. / Sé tú mi límite. / Y yo
la imagen / de mí, feliz, que tú me has dado». El poeta se enfrenta
con el amor en el tiempo, no en atemporal y abstracta elucubración.
En casi todos los poemas en tenso diálogo con el «tú» mudo de la
amada, y siempre la pasión coexiste con la meditación: es meditación
apasionada, porque apasionante es la materia trabajada por el poeta,
patética es la batalla de los amantes, siempre jadeando, inútilmente,
por fundir sus soledades (pero ya lo escribió el poeta y amador A n
tonio Machado: «dos soledades en una, / ni aun de varón y mujer»).
Valente ha escrito en el poema «Razón de estar» versos como éstos:
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La poesía de Valente ha sido siempre testimonial, y el testimonio
trascendido, hecho poesía, está señalando el tiempo de desencanto y
fracaso, de derrota, en que al poeta le ha tocado vivir. Poesía, sí, tem
poralizada. En el tiempo y de su tiempo: «La noche ha sido larga»,
afirma el poeta .en «El testigo», segundo poema de La memoria y los
signos. Y dos poemas después, en «Hablábamos de cosas muertas»,
aparece más explícita esta desolación: «... Sí, / hablábamos, previa
mente enlutados, / de nuestra mutua muerte.» En la segunda parte
del libro este testimonio de un hombre, de una generación, de un
tiempo, circula por todos los poemas, matizándose, ramificándose. Y son
perfectamente coherentes con todo lo escrito antes, con lo que vendrá
después, estos versos: «A veces viene / desde la tierra misma la tris
teza, / viene desde el amor, / desde la ausencia del amor, / desde la
piedra, o el vegetal al hombre.» El poeta hace inventario de lo que
fue suyo, de todo lo que en un tiempo anterior fue posesión cierta;
por ejemplo, y no tomado al azar, la fe, de la que hoy sólo queda el
«tenaz recuerdo», en el poema «Luz de este día».. Como la tierra seca
abre y E l moribundo son nuevos y valiosos ejemplos de esta poesía
histórica de amargo sabor. Destaco, especialmente, el primero por lo
que tiene de positivo, de duro aferrarse a la esperanza a pesar de la
miseria presente. Es en tiempo de infamia cuando lo cómodo es de
jarse arrastrar, vencer, morir; cuando lo difícil pero necesario es vi
vir, resistir, clamar:
Es tiempo
de dolor. Es tiempo, pues, d e alzarse.
Tiempo de no morir.
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bió ser luz y claridad, y de la que hicieron obsesión en la que «el pe
cado era el único / objeto de la vida». El poema siguiente, «Tierra
de nadie», amplía el marco del colegio hasta el de una «pequeña ciu
dad sórdida, perdida, / municipal, oscura». El poeta es uno más en
tre tantos muchachos ahogados en un mar de tradiciones, rutina, so
ledad, bajo el peso abrumador de los muertos, fundido, confundido
con ellos: «adolescentes en el orden / reverencial de las familias». El
poema siguiente, «El funeral», y el último de esta parte quinta de La
memoria y los signos, «Un recuerdo», destacan en la memoria la pre
sencia del padre muerto, con quien el hijo-poeta dialoga rescatándolo
de las fórmulas y convencionalismo, de los llantos y del incienso, con
hondo dolor que no impiden la ironía y el sarcasmo, sobre todo en
«El funeral»; más aún, los aumenta, porque el poeta odia las aparien
cias, tanta podrida corteza social, y, como dice textualmente; «el ri
tual carece de sentido». Por el contrario, ama y busca la realidad sen
cilla que, fiel, permanece en el recuerdo, la amistad paterna grabada
en una mirada difícil de borrar, estrechamente unida «al borde del
arroyo» (el suyo, el único), al que el hijo-poeta vuelve, allí «donde
aún está tu boca o donde aún bebo / tu duración, ...». Pero incluso
en estos poemas de raíz tan íntima, Valente, como he señalado ante
riormente, revisa el tiempo común, muestra los muros agrietados, o
las ruinas de los que fueron muros, canta desde el hogar generacional,
levanta su voz contra el vivir momificado de todos. Siempre eleva la
anécdota a categoría. Pero, como el gran lírico que es, testimonia des
de su personal experiencia, desde su dolor y su indignación, desde su
derrota y su esperanza. Sólo partiendo de la mismidad se puede al
canzar la otredad. En poesía esto es casi indispensable. Y cuando de
forma diferente— y ha sucedido, y mucho— se produce, la poesía se
venga del pretendido poeta y se esfuma totalmente: hay, sí, versos,
pero ni una gota, ni un soplo de poesía.
La parte sexta del libro es la que cuenta con el mayor número
de poemas— casi todos ellos publicados en Sobre el lugar del canto— ,
y su conexión con la anterior es perfecta, en coherente progresión am
plificadora. E l primer poema, «Tiempo de guerra», arranca de la ciu
dad provinciana, de su anquilosamiento, de tanta rígida y falsa cor
teza piadosa, y el poeta es, una vez más, un niño entre tantos otros,
lejanos, «... remotos / chupando caramelos, / con tantas estampitas y
retratos / y tanto ir y venir y tanta cólera, / tanta predicación y tan
tos muertos / y tanta sorda infancia irremediable». Espléndidos, lúci
dos, emocionados poemas son todos los de esta serie, de los que destaco
«John Comford, 1936», «Melancolía del destierro», «Poeta en tiempo
de miseria», «Ramblas de julio 1964»— aguda y sarcástica crítica del
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C U A D ERN O S, 2 0 3 .— 1 5
presente e inquisición sobre los restos del pasado— , «Si supieras» — des
nudo y fervoroso canto a la gran verdad del grande y bueno Antonio
Machado : «nuestra verdad te continúa, / te somos fieles en la lucha»— ,
«Maquiavelo en San Casciano» y «Ahora», poema este último de esta
parte, declaración explícita de la fe del poeta en la libertad ; palabra que
estalle contra la noche y sus sombras, contra todos los muros de opre
sión alzados ante el hombre, y como un final estallido cierra esa pala
bra deseada el poema, en el clímax de una mesurada y noble retórica.
En los últimos poemas de La memoria y los signos, la amargura
arrastrada por la memoria, la convicción de un tiempo roto, de un
mundo deshecho, de un presente de oprobio coexiste en otros poemas
con la búsqueda de la alegría, la necesidad de un nuevo canto, en
donde la palabra no sea jamás vehículo de ideas prostituidas, de viejas
y apolilladas idolatrías, sino «un canto nuevo, mío, de mi prójimo».
Porque, aunque la noche es larga y en ella alientan y corroen con
renovados ímpetus todas sus alimañas, Valente quiere levantar su can
to, su palabra «para arrasar el mundo, / para extinguir el odio / y
arrastrarnos». ¿Sueño?, acaso. Pero sólo en postura combativa pode
mos aspirar al cambio. Y así, nos entrega el poeta su final afirmación
de fe en el último poem a— que ya comenté en las primeras líneas de
este escrito— , más válida, más eficaz para los demás ya que se alza
en tenaz, patética, casi imposible, pero irrenunciable lucha contra un
tiempo de muerte, sobre un lugar de huecas o falsas palabras.
En su mejor plenitud, José Angel Valente ha hecho, para bien de
la poesía española, un hermoso libro, dolorido y esperanzado, testimo
nial y solidario, en donde su intención de hombre, libre, justo, des
mixtificador, encuentra siempre la exacta, necesaria, insustituible ex
presión. La que nos hace estar— y esto no ocurre con mucha frecuen
cia— ante un poeta.— E milio M iró.
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